LA MANZANA O LA SALA DE ESCUCHA
OBRA DE TEATRO EN UN ACTO SOBRE PERSONAJES DE LA COMMEDIA DELL’ARTE
POR NATALIA SINDE
PERSONAJES
INASO TORQUEMADA. Hombre cĂnico y acomplejado; supremo inquisidor gerencial. REGINA. EgĂłlatra controladora; organiza el mundo segĂşn sus pantagruĂ©licos deseos. CARASSIUS. Vago obsesionado con el agua; permanece largo tiempo sin hacer nada. OPIACIA. Parlanchina mequetrefe; pretende explicarle a los demás cosas que no entiende. POTUS. Criatura cándida, de baja estatura y voz chillona; dirige un coro imaginario. BORREGUILLO. Enamorado de un Dios siempre ausente; canta al amor divino acompañado por un ukulele.
ESCENARIO
Tres paredes de empapelado rosa constituyen un espacio reducido. Este se ve sustancialmente limitado por una manzana de alambre de gran proporciĂłn. La habitaciĂłn aloja asimismo cuatro escritorios disĂmiles en tamaño y estĂ©tica ubicados en cada rincĂłn. A la izquierda, un pequeño e infantil pupitre pintado de blanco se ubica delante de otro soberbio y dorado. A la derecha, la madera desnuda de un escritorio a medio terminar es secundada por un esqueleto de escritorio más pequeño pintado de rosa. Tres tĂtulos de enmarcaciĂłn disĂmil se hallan colgados sobre el fondo junto a la Ăşnica ventana existente. A travĂ©s de ella se proyecta un cielo magritteano al que el mar besa los pies. El piso es de madera y el zĂłcalo es blanco como La sala de escucha de RenĂ© Magritte. Los presentes prefieren hacer oĂdos sordos al enmarañado sĂntoma, manifestaciĂłn clara de un problema que nadie quiere ver.
ACTO ĂšNICO
Un pantaleĂłnico vecchi de modales refinados luce su roja y ajustada indumentaria con los tres botones superiores del jubĂłn desabrochados. Lleva encima un saco de capitano ligero y desprendido. Su media máscara se prolonga en una nariz rapaz. Mechones color zanahoria circundan una coronilla desnuda alrededor de la cual unos rulos dĂ©biles se elevan en diadema. Sentado en su escritorio áureo se muestra ocupado sin descuidar sus gestos angulosos y el orden de los elementos escriturales a los que sucesivamente toma y devuelve a su sitio con irritante obsesiĂłn. – Inaso –silabea con especial acento en la a hamacando su mano sobre un sello de roja impronta y dejándolo en su sitio con un sugestivo agarre de pinza. Luego toma la pluma y garabatea su firma. – Supremo Inquisidor Gerencial –concluye la lectura del timbrado. Toma la hoja y la deja prolijamente a un lado recurriendo al sello para estamparlo sobre el siguiente folio al son de: – Inaso –continuado por un áspero trazo y su cadencia final– Supremo Inquisidor Gerencial. Entra por la puerta una vecchi de panza y trasero recelosamente redondos, capaz de lograr que quienes la rodean orbiten a su alrededor. Viste los atuendos de Il capitano continuando sus pantalones hasta por debajo de los senos cubiertos de algodĂłn y puntilla. Elevada sobre ridĂculas plataformas con una cocarda digna de Luis XIV, logra pasar a duras penas entre la manzana y la pared. Señala a Inaso con la punta de una afilada batuta y dice con tono seco: – Dame el saco, Inaso. – Buenos dĂas, mi dulce Regina. –contesta Ă©l amoroso.
– Dame el saco, Inaso Torquemada. –insiste entre dientes. Él se lo quita y, extendiendo ella una y otra extremidad, la viste besando su antebrazo derecho en direcciĂłn a su mano. Cuando está a punto de llegar a ella, Regina la retira abotonándose el saco, da unos pasos jactanciosos por la sala y se detiene frente al escritorio de Ă©l. Toma la flor de plástico del vaso y la acerca a su rostro como anhelando su perfume. – ÂżQuĂ© te he dicho sobre llevar mi investidura? –pregunta con serio semblante a Inaso. – Mi amor, soy el Supremo Inquisidor Gerencial, debo hacer de este lugar un… – Lo que debas o no debas hacer –dice interrumpiĂ©ndolo– lo hablaremos durante la cena. A propĂłsito, ÂżquĂ© prepararás hoy de comer? – Pollo a la crema –responde libidinoso. – Pues ponle doble raciĂłn de crema –concluye ella y se retira dejando la flor sobre el escritorio. Inaso la coloca en su sitio hincándole su enorme nariz y serenando su frente. Una lejana voz femenina pone fin a su alegrĂa. – La planificaciĂłn de los planeamientos es necesaria para desarrollar el plan anual… –se escucha con creciente intensidad. Llevando los atributos negros de il dottore, entra en escena Carassius y saluda con un gesto somero. Tras rodear la manzana se dirige al pupitre a medio terminar y toma asiento mirando hacia la nada con ojos saltones. Es seguido por una figura semejante pero rosada que, con un vaso con agua en la mano, entra en la habitaciĂłn diciendo: – Está cientĂficamente comprobada la cientificidad de los estudios cientĂficos. Al percatarse de la presencia de Inaso, la remilgada dottoressa se queda inmĂłvil; luego agacha ligeramente la cabeza y saluda:
– Inaso –a lo que Ă©ste contesta con el mismo gesto– Opiacia. Opiacia esquiva la manzana y se ubica en una silla frente a la estructura de escritorio tambiĂ©n rosada. Coloca el vaso sobre la mesa de Carassius atrayendo el agua toda la atenciĂłn del supuesto doctor. Opiacia continĂşa: – Te decĂa, está comprobado cientĂficamente que una persona no puede caminar y masticar chicle al mismo tiempo. –Carassius mira el vaso absorto con cara de mojigato. – ÂżMe estás escuchando, Carassius? –Insiste Opiacia. Sin quitar la mirada del lĂquido incoloro, Carassius asiente moviendo la cabeza de arriba hacia abajo lentamente. – ÂżVos podĂ©s caminar y masticar chicle al mismo tiempo? –pregunta Opiacia, a lo que Carassius responde esta vez moviendo la cabeza de izquierda a derecha y viceversa. – ¡Te lo dije! –Exclama ella– Está comprobado cientĂficamente. Nadie puede. – Yo sĂ puedo –contesta Inaso, quien los mira con desconfianza desde su escritorio. – Ah, ÂżsĂ? –retruca ella. – Claro que sĂ. –responde soberbio. – ÂżY eso está comprobado? –inquiere Opiacia. – Por supuesto, mi tĂtulo lo comprueba –dice Inaso señalando un recuadro colgado detrás de Ă©l en el que puede leerse Inaso en letras gĂłticas tan colmadas de ornamentos como su obsceno marco dorado. – Yo tambiĂ©n tengo un tĂtulo – contesta ella mirando la leyenda Opiacia de igual caligrafĂa y marco sencillo y rosado. Murmurando agrega– Pero no puedo caminar y masticar chicle
al mismo tiempo. –Luego vuelve la vista hacia el frente, toma el vaso de agua y bebe sin dejar nada. Roto el trance de Carassius Ă©ste la mira. Entonces ella pregunta: –¿Y tu tĂtulo dĂłnde está?–. Carassius abre un cajĂłn, saca un pergamino enrollado y lo coloca sobre el escritorio. – Ahà –responde haciendo una mueca similar a la de un pez. – Pero los que están ahĂ afuera no pueden caminar y masticar chicle al mismo tiempo. – insiste Opiacia a Inaso. – Claro que no –responde Inaso– No tienen un tĂtulo –dice con el pecho henchido. – ¡Ja! Claro, claro –dice Opiacia tratando de convencerse a sĂ misma. Inaso, lleno de orgullo, toma asiento para continuar el sellado y firmado de folios. – Inaso, Supremo Inquisidor Gerencial –repite el personaje escarlata. Al escucharlo, Carassius parece despabilarse del todo: – ÂżSobre quĂ© tema disertarás hoy? –inquiere abriendo un poco más su boca de pez. – Ya te dije: La contextualizaciĂłn del acto de caminar en el proceso de masticar – responde. – ÂżCuándo me has dicho? –replica Carassius con cara de descrĂ©dito. – Antes de que llegáramos. Te decĂa que la planificaciĂłn de los planeamientos es necesaria para desarrollar el plan anual en virtud del cual, en el futuro, podrán caminar y comer chicle al mismo tiempo –. – Ah –espeta Carassius haciendo una pausa y profiriendo– ÂżCuál era el tema?
– La contextualizaciĂłn del acto de caminar en el proceso de masticar –responde Opiacia exagerando el fraseo. – Ah, sĂ, sĂ. Es un tema fundamental –espeta Carassius. Al cruzarse su mirada con el vaso de agua queda prendido de una gota que habĂa pasado por alto y, acercándose al cristal, la escudriña hipnĂłtico. – A la larga aprenderán a apreciarlo –agrega ella con una seriedad exagerada, acomodando sus brazos sobre el esqueleto de la mesa y uniendo las yemas de sus dedos. Sin alterar su postura mira el reloj en su muñeca. Permanecen de este modo hasta que se abre la puerta. Con camisa de Arlecchino y calza blanca hace su entrada una zanni de baja estatura que saluda sonriente con una voz chillona y aniñada: – ¡Buenos dĂas! –espeta y se ubica en un banquito detrás de un pupitre muy pequeño. – ¡Buenos dĂas! –contestan todos e Inaso se apura en el sellado y firmado de la Ăşltima página. Presto se pone de pie y se aproxima con ansiedad al cĂłmico personaje. – Querida Potus, Âżte encuentras bien? –ella asiente repetidas veces–. ÂżHas podido ultimar detalles? –pregunta Inaso vislumbrando el horizonte y devorándolo con su mirada–. – Sà –responde Potus con el mismo rebote de cabeza. – ¡Muy bien! ÂżY a quĂ© hora llega? –inquiere desbordado por la emociĂłn. – En un momento –contesta la voz chillona concluyendo la sentencia con una sonrisa de oreja a oreja. Recelosos, Carassius y Opiacia no se han perdido una palabra y preguntan a coro: – ÂżA quĂ© hora llega quiĂ©n?
– El nuevo integrante de nuestro equipo. Fue evaluado por mi autorizado e imparcial juicio. Este excelente regidor suplantará a nuestra querida Arminda mientras ella se recupera de su ¡horrible malestar! –concluye cĂłmicamente dramático. – ÂżQuĂ© malestar? –cantan Carassius y Opiacia en monodia. – La pobre Arminda pasĂł tantas horas sentada frente a mi escritorio, ocupando mi lugar, encargándose de tan difĂciles tareas durante los contra turnos… –dice con tono Ă©pico y hace una ligera pausa– que se le durmiĂł la pierna izquierda y la derecha comenzĂł a dar tumbos. ¡Casi se las debieron amputar! –agrega sollozando y lleva las manos en plegaria hacia su boca. Horrorizados, Carassius y Opiacia se ponen de pie y caminan sin alejarse más de un paso de sus respectivos lugares. La habitaciĂłn está sustancialmente reducida por la manzana y los cuatro escritorios. Luego recuerdan su preocupaciĂłn deteniĂ©ndose de golpe. – ÂżQuiĂ©n reemplazará a Arminda? –susurra Opiacia a Carassius. – ÂżQuiĂ©n reemplazará a Arminda? –pregunta en voz alta Carassius. Potus se pone de pie para decir el nombre del reemplazante pero Inaso la detiene y responde: – Ya lo verán. – ÂżPero quiĂ©n se ha creĂdo Ă©ste para ningunearnos de esta forma? –comenta a media voz Carassius. Inaso logra escucharlo y responde: – Tengo autoridad suficiente como para decir quĂ© se debe y quĂ© no se debe hacer en este recinto y harĂ© cumplir mi designio como que me llamo Inaso Torquemada y soy el Supremo Inquisidor Gerencial.
– ÂżY se puede saber cuál es tu designio en este recinto? –inquiere abĂşlica Opiacia. – Mi designio es establecer el Omnibus Regit Torquemada –responde Inaso. – ÂżEl quĂ©? –espeta Carassius. – El Omnibus Regit Torquemada, el rĂ©gimen en el que toda regla es establecida o desestimada por mà –responde Inaso. – Omnibus Regit… –parafrasea obediente Potus intentando memorizarlo todo. – Omnibus Regit Torquemada –repite Inaso. – Omnibus Regit Torquemada –memoriza Potus–. SerĂa más fácil si tuviese siglas –agrega la pequeña de voz chillona. – ¡Siglas! Es una excelente idea. AsĂ será recordado por ¡siglos! –festeja emocionado Inaso. – ÂżSiglos? ÂżDe verdad cree que durante siglos recordarán su rĂ©gimen del ORTO? –dice Carassius a Opiacia y rĂe divertido. Inaso no logra escucharlo pero sabe que murmuran. – Carassius, que este hombre delire no te da derecho a hablar de ese modo tan vulgar – amonesta Opiacia sin siquiera reĂrse. – Él es el vulgar, si hasta los epĂtetos que profiere se rĂen a sus espaldas: Omnibus Regit TOrquemada, O, ERE, TE O –deletrea Carassius en voz baja– ORTO –sintetiza justo cuando Potus descubre y nombra con total inocencia la abreviatura en cuestiĂłn. Acalorado Inaso lanza una violenta mirada a ambos y alzando su voz señala: – ¡Mi rĂ©gimen se llamará simplemente Omnibus Regit Torquemada SIN NINGĂšN TIPO DE SIGLAS! –destaca.
Carassius y Opiacia toman asiento otra vez. – Pero si no puede negar que es un rĂ©gimen del orto –se burla Carassius para sĂ mismo. Opiacia continĂşa sin entender el chiste– ÂżOtra vez esa cara de vaca en palanquĂn, Opiacia? Es divertido de rumiar. El Omnibus Regit TOrquemada es un rĂ©gimen del orto: ¡El ORTO es un rĂ©gimen del orto! –intenta explicarle pero es en vano. Inaso se ha acercado sigilosamente y, ante la persistencia de un tema que desea censurar, inquiere: – ÂżTerminaron la circular? – ÂżQuĂ© circular? –pregunta Carassius. – La que les pedĂ hace ¡seis meses! –alega con voz in crescendo. – Ah, sĂ, sĂ. Están en tu cajĂłn, Carassius –afirma Opiacia comedida. Carassius abre el cajĂłn, saca dos hojas y se las entrega a Opiacia. – ÂżEsa es la circular que les llevĂł seis meses redactar? –profiere acusador Inaso. – Su redacciĂłn es exquisita –argumenta Opiacia intentando acomodar las hojas sobre el filo de la estructura desnuda del escritorio. Los dos folios prolijamente caligrafiados terminan por caer a travĂ©s de la ilĂłgica apertura. – Veo que sus facultades están tan desarrolladas como su escritorio, estimada Opiacia – juzga Inaso, a lo que Opiacia contesta realizada sin entender el insulto: – ¡Muchas gracias! Carassius, absorto otra vez en la gota no se percata de su boberĂa. Ha comenzado a abrir y cerrar su boca como un pez llevando su mentĂłn hacia atrás con cada boqueo y profiriendo
un molesto sonido al despegar los labios. Inaso mira a ambos con desprecio, recoge las hojas y lee en voz alta: – Las observaciones efectuadas por il dottore Carassius y la dottoressa Opiacia podrán ser visadas por el Supremo Inquisidor Gerencial de acuerdo a su juicio autorizado e imparcial, de mirada semejante o disĂmil –pronuncia ascendiendo sus mejillas y arrugando sus párpados–, vislumbrando fortalezas y debilidades en un recinto bajo la atenta vigilia de cinco expertos, frecuentado por más de novecientos palurdos, entre niños y adultos, que desconocen tanto las herramientas necesarias para contextualizar el acto de caminar en el proceso de masticar como la descollante relevancia de su enseñanza. – ¡Bravo! –festeja Potus aplaudiendo desde su banquito. Inaso no comprende una palabra de lo que ha leĂdo pero, distraĂdo por una cancioncilla, no formula juicio alguno:
Tranco pétreo, calavera desierta, Canta advientos del poder celestial. Tranco pétreo del regit Torquemada Que en la tierra es poder celestial.
Con una sonrisa dibujada en su rostro, Inaso se dirige rápidamente a la puerta y la abre para dejar entrar a su invitado. – Adelante, mi querido Borreguillo –dice Inaso con un gesto amable e invita a pasar a un hombre ataviado con pantalón de Arlecchino y camisa blanca que lleva una flauta en sus
manos. Borreguillo toca una melodĂa breve en el molesto instrumento y lo aparta de su boca sin dejar de llevar el ritmo con un pie: – Tranco pĂ©treo, calavera desierta, canta advientos del poder celestial… –vuelve a cantar. El rostro mortificado de Carassius contrasta notablemente con la expresiĂłn insulsa de Opiacia. – …Tranco pĂ©treo del regit Torquemada que en la tierra es poder celestial. –concluye Borreguillo y vuelve a tocar el ritornello en la flauta para repetir la estĂşpida letra. – Sublime interpretaciĂłn de mi obra –juzga Inaso con completa satisfacciĂłn. Y viĂ©ndose motivado, Borreguillo alza su voz– Canta advientos del poder celestial… Potus se ha puesto de pie sobre el minĂşsculo banquito y mueve sus manos dando entradas, cada medio verso, a voces imaginarias. – Tranco pĂ©treo del regit Torquemada que en la tierra es poder celestial… pa pá pa pá… es poder celestial… pa pá pa pá… ¡Es poder celestiaaal! ¡Es poder celestiaaal! ¡Es poder… – ¡¡Ya baaasta!! –grita Carassius poniĂ©ndose de pie y logrando que Borreguillo calle– No doy crĂ©dito a lo que veo. ÂżQuĂ© significa toda esta pantomima? –espeta con asco y enojo. – Es el reemplazo de Arminda. Todo rĂ©gimen necesita sus bufones… –contesta Inaso mirando a cada uno de los presentes y haciendo una pequeña pero sugestiva pausa– Y este, además, canta –concluye extendiendo su brazo por encima de la manzana y tocando el hombro de Borreguillo ubicado al otro lado del gigantesco elemento de alambre. Carassius se abandona sobre su silla apesadumbrado. – Bienaventurado seas entre los ineptos –dice Inaso a Borreguillo.
– ¡La paz sea con su rĂ©gimen, mi Señor! ÂżDĂłnde puedo ubicarme? –pregunta Borreguillo mirando a su alrededor. – Tu sitio es el de Inaso pues trabajarás durante sus contraturnos, como Arminda –informa Opiacia. – Lamento corregirte, Opiacia –profiere Inaso–, pero he resuelto extender su turno y que trabaje a la par mĂo –dice avanzando hacia el pĂşblico. Luego, acomodando sus cabellos como una viuda, agrega– Ăšltimamente me he encontrado algo apesadumbrado y estimo que su presencia podrá animarme. Deberemos hacerle lugar junto a mĂ. – Pues bien, –se apresura Opiacia– yo deseaba tomarme una licencia y este serĂa un buen motivo para hacerlo. Que se ubique en mi lugar. Yo me retiro. –concluye poniĂ©ndose de pie. – De ningĂşn modo, Opiacia. –establece Inaso con firmeza pero sin perder la calma– Ya sea por tus dolores de cabeza, tus dolores de pies o tus MarĂas de los Dolores, tus dĂas de ausencia suman dos meses en lo que va del año y los otros seis los has ocupado en redactar un informe de dos página que resulta tan insustancial como tu presencia. Pero ya no te ausentarás más. – Pero sĂłlo será por quince dĂas. Justo antes de que concluya el ciclo esterĂ© de vuelta. – arguye Opiacia. – Toma asiento en este preciso instante y guarda silencio de una buena vez. –impone Inaso. – En cuanto a ti –dice amablemente mirando a Borreguillo–, te ubicaremos en un escritorio a mi lado. – No hay sitio aquà –esgrime Carassius poniĂ©ndose de pie para defender su espacio.
– Cambiaremos tu escritorio por uno más pequeño y lo habrá –contesta Inaso. – De ningĂşn modo. Estoy aquĂ desde antes que tu llegaras y bastante resignĂ© cuando me quitaste la pecera para poner tu enorme escritorio con esa flor inmunda –replica Carassius. – ÂżQuĂ© tiene de malo la flor? –espeta ofendido Inaso. – Que es de plástico y tĂş la olfateas ¡cuando ni siquiera tiene olor! – Es cierto, no posee fragancia alguna. De ser asĂ se creerĂa mejor que otras cuando no lo es. Lo ideal es que se parezca a otro montĂłn de flores facilitando asĂ su reemplazo. Además, no sĂ© por quĂ© te molestarĂa tanto adecuarte a un espacio más pequeño si lo que resignas es un escritorio que ni siquiera te has molestado en terminar –inquiere Inaso dando su golpe de gracia. Carassius se deja caer sobre su silla abatido. – Pero no necesito un escritorio, mi Señor –dice con timidez Borreguillo–, cantarĂ© y tocarĂ© la flauta de pie para vuestra excelencia. – Muy bien, mi querido, pero además deberás firmar documentos como todos ellos. Te acomodarĂ© en un escritorio y que no se hable más –finaliza con firmeza. – ÂżPero dĂłnde? –pregunta Potus, quien se ha bajado de su banquito y ha tomado asiento temiendo perder su lugar– AquĂ no hay sitio. – ÂżY la manzana? ÂżEs necesaria? –inquiere Borreguillo. – Esto no es prescolar, mi vida, no necesitas traernos una manzana, pero si está recubierta con caramelo puedes llevársela a Regina –contesta Inaso como si le hablase a un niño pequeño.
– ÂżQuiĂ©n me ha invocado? –dice Regina cruzando el umbral de la puerta. – Nadie, mi amada y bella Regina –se apresura amoroso Inaso– Borreguillo ha preguntado si necesitábamos una manzana acaramelada, entonces he contestado que… – ÂżDĂłnde está la manzana? –interrumpe Regina. – Dale la manzana, Borreguillo –ordena Inaso. – Mi Señora, no tengo ninguna manzana –contesta Borreguillo. – ¡¿Te la has comido?! –inquiere Regina abriendo ojos y narinas desmesuradamente. El miedo aflora en el rostro de Inaso. – No, reina mĂa, nunca la he tenido. No osarĂa importunarla asĂ. –responde Borreguillo. – ÂżEntonces por quĂ© la has mencionado? –pregunta como queriendo resolver un acertijo. – No he mencionado esa manzana sino esta –dice señalando el engendro metálico. – ÂżQuĂ© manzana? –corean Inaso, Carassius, Opiacia y Potus aferrada a su banquito. – ¡Esa manzana! – Yo no veo nada –espeta Potus con inocencia poniĂ©ndose de pie y acercándose al sitio en cuestiĂłn. Regina da un paso adelante en la misma direcciĂłn ejerciendo una atracciĂłn gravitacional sobre Potus que no puede evitar avanzar de espalda en direcciĂłn a ella hasta casi chocársela y empezar a orbitar a su alrededor. – ÂżNos estás tomando el pelo, Borreguillo? –indaga con enojo. – ¡Eso! ¡¿Nos estás tomando el pelo?! –repite Potus orbitando. – De ningĂşn modo. Yo no podrĂa… Yo… –dice angustiado Borreguillo.
– ExplĂcate, querido –solicita Inaso tratando de mantener la compostura. – ¡¿Es que no ven la manzana?! ¡Es enorme, grotesca… ni siquiera pasa por la puerta… de modo que debieron construirla ustedes! –expresa Borreguillo al borde de un ataque de nervios. Todos lo miran con los ojos desencajados como si estuviesen presenciando el ataque de un psicĂłtico. – ¡¡¿De quĂ© estás hablando?!! –grita Regina. – ¡¡AllĂ no hay nada!! –exclama Carassius mientras Opiacia le toma la mano. – ¡¡¿De quĂ© estás hablando?!! –insiste como un eco la pequeña Potus. – ¡¡Ya cállate satĂ©lite chillĂłn!! –responde Borreguillo empujando a Potus y sacándola de su Ăłrbita– ÂżCĂłmo puede ser que no vean esa enorme y enmarañada estructura? –replica Borreguillo cayendo de rodillas y llevándose las manos a la cabeza sin soltar la flauta. Regina parece perder el control pero, serenándose sĂşbitamente, se acerca a Inaso. – Arregla esto de inmediato –ordena y se retira sin decir más. Inaso enjuga su frente con el revĂ©s de su muñeca y se acomoda el jubĂłn. Luego se acerca a Borreguillo y se postra a su lado. Rodeándolo con uno de sus brazos expresa apaciblemente: – Verás, mi querido. Has tenido un horrible ataque nervioso. AllĂ no hay nada. Si la gente afuera se entera de esto Âża quiĂ©n crees que le creerán? ÂżA ti, pobre Borreguillo? ÂżO a mĂ, el Sumo Inquisidor? –dice Inaso señalando eventos en el aire mientras Borreguillo lo sigue en silencio sin perder detalle. Potus, Carassius y Opiacia se han acercado a ellos y atentos cubren sus espaldas como un sĂłlo cuerpo disciplinador. – Mi querido –insiste Inaso–, te aislarán, hablarán mal de ti a tus espaldas, dirán que has respondido ingratamente a mi nobleza y todo por unas afirmaciones desafortunadas. Pero
si no vuelves a mencionar a esa horrible e inexistente manzana todo volverá a ser como antes. Volverás a tu disfrutar de tu amor a dios y a su fiel representante en esta Tierra – pestañea Inaso coqueteando– PiĂ©nsalo. ÂżQuĂ© importancia tiene lo que has visto? Bienaventurado es quien cree sin ver. Aquel que a la suma verdad no desobedece por falta de fe. ÂżTĂş eres un falto de fe, Borreguillo? –Borreguillo niega con la cabeza enĂ©rgicamente– Claro que no, Borreguillo. Claro que no. TĂş eres un buen muchacho. Inaso se pone de pie y ayuda a Borreguillo a pararse. Vuelve a entrar Regina y, dirigiĂ©ndose a Inaso, dice: – Inaso, Âżhas terminado ya? Muero de hambre. –Carassius abre un cajĂłn toma una bolsita transparente con hojuelas de maĂz y extiende el brazo hacia Regina con notable prudencia. Regina toma la bolsa y le dirige una sonrisa falsa. – Ya casi termino, mi amor, ya casi. –responde Inaso. Luego gira hacia Potus, Carassius y Opiacia y les dice– Arreglaremos esto en un periquete como que me llamo Inaso Torquemada. Regina se sienta sobre la manzana como una reina sobre su trono y comienza a devorar el cereal. Por su parte, Inaso se dirige a su escritorio y toma asiento. Saca una hoja en blanco y escribe rápidamente algunos renglones. Luego dice: – A partir de hoy queda terminantemente prohibido hablar de manzanas sean están naturales o artificiales, figurativas o abstractas, completas o parciales. Asimismo, será ilegal el tráfico de elementos semejantes y todo aquello que de algĂşn modo nombre o evoque manzana, como el jugo de manzana, el pecado original, la soñolencia de la joven Blancanieves, la discordia entre Hera, Atenea y Afrodita o el áureo hurto de Heracles en el
frondoso jardĂn de las HespĂ©rides. Siendo la manzana sĂmbolo del estropicio de este paraĂso nuestro será condenado con simbĂłlico destierro quien transgreda los lĂmites aquĂ impuestos. Tras concluir la lectura, Inaso interpela al joven de la flauta: – Primero tĂş, Borreguillo. Toma asiento y firma. – Pero no hay sitio, mi Señor –contesta el alfeñique. – No seas tĂmido y toma sitio en mi regazo –ordena Inaso como si se tratase de una invitaciĂłn. Borreguillo obedece e Inaso señala placentero– Has encontrado tu lugar, mi querido Borreguillo. De ahora en más te sentarás aquĂ, sobre mi falda. –y le acaricia el pelo. Borreguillo sonrĂe agradecido y sereno. – Ahora deja sitio para que firmen los demás –agrega Inaso–. AcĂ©rcate, Potus.–Borreguillo se pone de pie y Potus se ubica sobre una rodilla del Supremo Inquisidor Gerencial. Tomando la pluma firma el documento con la satisfacciĂłn del trabajo realizado. – Te toca a ti, Opiacia. –dice Inaso y la dottoressa se le aproxima sentándose sobre su otra rodilla y repitiendo el mismo ejercicio efectuado por Potus. Luego, amabas abandonan las piernas del inquisidor y se ubican a ambos lados de Ă©l. SĂłlo basta con que Inaso mire a Carassius para que este se acerque, tome asiento en su regazo, firme y, poniĂ©ndose de pie, se sitĂşe junto a Opiacia. – Ahora faltan todos ustedes, los que nos están mirando. SĂ, ustedes –dice poniĂ©ndose de pie y acercándose al pĂşblico–. Los estarĂ© esperando en mi oficina para firmar el documento. De no ser asĂ, notificaremos su ausencia y será como si nunca hubiesen estado aquĂ. –sostiene.
– Inaso –protesta Regina, pues, tras descargar el contenido de la bolsa sobre su boca, se le han acabado las hojuelas. – Ya estoy, mi reina –dice Inaso dirigiéndose hacia ella–. Vamos, te prepararé la cena – toma su mano ayudándola a bajar de la manzana y salen de la habitación. – Por hoy he terminado –dice Borreguillo acercándose a la puerta mientras toca el ritornello agregando una resolución melódica. Tras su partida, Opiacia mira su reloj y le hace un gesto a Carassius. Ambos se ponen de pie y caminan en dirección a la puerta. Alertada, Potus mira las dos agujas en su muñeca y observa con indignación: – ¡Aún no es la hora! –Carassius la mira con su boca de pez ligeramente abierta y Opiacia avanza sin siquiera mirarla. Ambos salen del recinto. Potus se acerca a su escritorio y acomoda su banquito. Luego vuelve su mirada al reloj, se hamaca sobre sus pies y fisgonea a través de la puerta recelosa de que alguien afuera pueda verla. Finalmente corre hacia ella abandonando la sala.
SE CIERRA EL TELĂ“N.