Delictus – Suplemento cultural 07

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puebla

No. 07 Suplemento cultural

delictus

la noche gabriela puente I la noche que te fuiste aullaron todos los perros

aparecieron miles de dagas en mi alma

las calles se inundaron sin dejar ningún rastro de lágrima

me reproché cada instante hasta sangrarme

se escuchó una voz quejarse en mi entraña esa noche fue imposible cerrar los ojos tantas horas viendo el cielo oscuro la noche me cercó como en un pozo me pareció ver tu silueta aparecieron las gárgolas que no han dejado de insultarme

aquella noche mi cama se hizo añicos la noche me atrapó ya desde entonces me hirieron de tajo las heridas y no hubo voz que me llamara se hizo silencio el todo las perras ya no aullaron olvidaron tu voz y tu figura

perdieron de tu ser la memoria la noche que te fuiste no hubo más noches la noche nunca se ha encendido como hoy miles de relámpagos que alumbran la recámara y tu ausencia las tinieblas se niegan a acompañar mi hora esta noche quiero morir que me entierren lejos donde no pueda mi memoria recordarte

viernes 1º de junio de 2018


II

viernes 1º de junio de 2018

welcome to the jungle

1 o podía dormir, escuchaba ruidos que no identificaba, le eché la culpa al viento. Al poco rato ladró un perro a lo lejos y no callaba. Mis perras apenas gruñeron para seguir durmiendo. Después ladró otro más y otro se le unió, después uno más cerca. El viento arrastraba objetos afuera de la casa. Más perros ladraron, ladró una de mis perras y el perro del vecino y los de a la vuelta y en seguida otra de las mías y los perros de la cuadra. Después

Aún estaba oscuro y ya pasaban camiones a prisa, ¿adónde corrían los camiones? ¿adónde toda esa gente que espantaba a los perros y a mí que no quería que amaneciera? ¿A mí, que mis huesos sonaban como hielos en un jaibol? Vi el reloj y era la hora, pasarían por mí en cuarenta minutos. Ayer cuando quedamos, no pensé que hiciera tanto frío y que tuviera tanto miedo. Me meto en la regadera y el agua hirviendo saca vapor de mi cuerpo, pero no logra calentarme, mis huesos helados. Me remojo y procuro tallarme bien. No sé cómo sean los baños allá, ni cuando volveré a bañarme. Supongo mañana estaré en unos corredores enormes bañándome con agua fría si bien me va. Los perros ladran afuera y para mí y mi paranoia es un mal presagio. Cuando salgo de la regadera mis perras lamen las gotas de mi cuerpo como si no pudieran volver a beberme en años. Me sirvo un café en mi taza que me subo siempre al estudio y como cada madrugada le echo un madrazo de ron. Pienso, es el último trago en no sabes cuánto tiempo, sin embargo sé que lo necesito más que nunca. Sé que tengo que llegar sobria o no me admiten, pero también sé que es el último trago de alcohol en no se sabe cuánto tiempo. Mi casa es mi templo y mis perras son mi familia. En este momento me quiero rajar, no ir y que otra aproveche mi lugar. Me pongo a pensar que puede ser una trampa para alejarme, que igual me llevan a un aislado sin que yo sepa. Ahora temo

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nunca volver a verlas, aunque me han jurado que no. Como ya dije, soy paranoica. Con todo y ron mis huesos tiemblan. En ese momento los perros ladran, como soy tan paranoica, supongo que es un mensaje y me abrigo pero el temblor no para, me castañean los dientes, los párpados. Mis perras me ven con desconfianza, pero se acercan a suplicar por su apacho. Sospechan. Reviso mi maleta; no cinturón, no tenis con agujetas, no brassiere, corpiños, ropa cómoda, libros, libretas y plumas. Llega por mí mi padre que, se nota, tiene más miedo que yo. También mi hermana que al final se decidió a acompañarnos. Siento mucho alivio cuando la veo. En el camión me dio diarrea, llegando a la estación le hable a Zaría a escondidas desde el baño. Me calmó y dijo: es lo mejor. El hospital es grande y limpio. Eso me tranquiliza. Buscamos a mi psiquiatra pero está ocupado. Nos mandan a hacer el trámite. Me interrogan varios psiquiatras y psicólogos, ¿intentos de suicidio, cuándo fueron? ¿cómo lo intentaste? Parece que todos mienten sobre lo mal que se sienten para entrar al Instituto Nacional de Psiquiatría. Ahora entiendo por qué me recomendaron exagerar. En la sala de espera veo mi reflejo en un vidrio y sé que no tengo que exagerar, ¿cómo llegue a esto? Eso ayuda, no me arrepiento de internarme.

P

or fin llega la poesía a Delictus. Presentamos a una poeta emblemática de la Puebla contemporánea, Gabriela Puente, cuya poesía, encarnada de ludismo e irreverencia, se enfrenta a los conformismos y a los yanimodos. Como ocurre a muchos poetas, es fácil para el lector y para el escucha confundir la voz lírica de sus poemas con su propia voz. Una voz desen-

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las tres mías y todos los perros de cerca de la casa. Después de más y más lejos. Ladraron todos los perros. Toda la ciudad llena de perros, era un solo ladrido de muchos perros, de todos los perros. Ladridos graves, con miedo, agresivos, con dudas. Todos los perros ladraban. El viento arrastraba cosas por la calle. A la hora que todos duermen, sólo los perros y yo sospechando y con miedo. Quería ladrar y meter mi

Lo peor que puede pasar aún no pasa ya no fue tan puntual

cola entre las patas. Los perros ladraron por mucho tiempo, un periodo largo. Y yo sólo tuve miedo. Comenzaron los camiones a rugir por las calles y los perros volvían a ladrar, los camiones arrastraban sus fierros con dolor. Lastimando el asfalto con sus fierros adoloridos y sus tuercas y engranes inservibles, sacrificados. Y todo lo que pasaba rechinando afuera de mi casa despertaba a los perros que no dejaban de ladrar.

En este momento ya no tengo fuerzas ni para chantajearla, cuando la conocí vi en ella una oportunidad para salirme de la relación con Ana. Pero luego la culpa me cayó encima y empecé a culparla y culparme. Eso hizo que sus celos brotaran y la relación empezó a ser una tormenta de reclamos, cada vez una buscaba la manera de herir más a la otra y al final salí derrotada.

Eso me deprime más y me da coraje. Tener que enfrentar delante de mi hermana y mi padre que estoy en una relación con la más culera de las culeras. Que no logro defenderme, que tengo esta maldita dependencia donde a huevo siempre acabo así, a gatas y rogando y pidiendo, con las putas lágrimas atoradas en la garganta, cediendo más de lo que puedo. Sólo quiero entrar al hospital y si es posible que me droguen y me olvide y aprenda a no necesitar a nadie más. Una a una aparecen, como peces en un acuario lleno de moho. Veo las caras de muchas mujeres asomadas por un ventanal, como un cuadro expresionista, caras de todas edades, caras diferentes. Con un común entre ellas, los ojos desorbitados. Los medicamentos deben ser fuertes, me digo con una mezcla de miedo y deseo de tomarlos. Algunas visiblemente afectadas, medio-totas, no pueden detener sus cuerpos ni sus ojos que se mecen. Les salen risas de la nada, como si se acordaran de un mal chiste. Entramos al tratamiento, hay un cubículo en el que me espera otro interrogatorio. Un doctor con la misma mirada a la de las mujeres, me pregunta si veo cosas, figuras, alucinaciones, como esa que está ahí y señala una pared. Quítate el cinturón, nada de sostén (quién se suicidaría colgada de su sostén, no hay algo menos estético. Yo no, primero me hago rajadas en los brazos que hacer el ridículo), dame tu celular. No puedes pasar las plumas. Mi hermana interviene, es escritora.

No, con los días quizá le demos unas crayolas. ¿De qué es tu libro? De poesía, respondo. Ella es poeta, vuelve a argumentar mi hermana. Alejandra Pizarnik, poeta nacida en… se suicidó a los treinta y tres años, este no pasa. No leo de dios ni de superación personal porque no soy idiota, pienso y no me atrevo a decirlo. A las cuatro y media de la mañana nos despertaron para mi primer pinchazo y las primeras pastillas. La enfermera pregunta, viene usted en ayunas, eso me hace sospechar que se toman los chochos de los pacientes, mi hermana y yo reímos. Me llevan pisos arriba y me untan un gel en la cabeza, me ponen unas ventosas con cables y empiezo a oír música psico-deli-trance y a alucinar en colores fluorescentes. Al salir ya está mi cuidadora y mi hermana se tiene que ir, tengo ganas de llorar pero aguanto. Me llevan a otro estudio me meten en un tubo enorme y otra vez escucho psico. Esto es como meterse tachas. Al regresar al tratamiento se acerca una tipa de nombre Raquel, se nota que fue guapa. Ella y la de la cabeza de perrito de taxi, que se lama Losbelia, pero le dicen Los, yo enseguida la apodo Lost. Te tocó el parque de diversiones, me dicen, y me invitan a fumar con ellas. Tenemos derecho cada hora a fumar diez minutos. Mis manos sudan mucho y tiemblo un poco. Le pregunto a la enfermera y me dice que es la abstinencia del alcohol. Cuando acabamos de fumar, me quedo sola, me pregunto qué paso y cómo llegue aquí.

fadada y fúrica que no tiene pudor para denunciar las hipocresías y la doble moral de una ciudad conventual y un país despedazado por la indiferencia social. “La poética de Gabriela Puente pareciera estar fincada en la ira y la avidez. Sus textos se articulan desde una voz hiriente y destructiva que describe el legado absurdo de la historia y a los seres encaramados en

la superficie inocua de la vida cotidiana”, escribió el poeta Enrique de Jesús Pimentel. En este número presentamos el primer capítulo de su novela inédita, con pasajes autobiográficos, que cuenta la historia de iniciación alcohol de una niña. Además, fragmentos de un largo e intenso poema titulado “La noche”. Sea pues éste un homenaje a la extraordinaria poeta .

Gabriela Puente (Puebla, 1973). Es autora de los poemarios Quejas y garabatos (2003), El destrazadero (2004), Necrología (2006), Papel/era (2006) y Patadas bajo la mesa (2008). En el 2005 mereció el Premio Interamericano de Poesía Navachiste.

Necesito una cuidadora, alegan en trabajo social, si no, no me pueden internar. Le llamo a Zaría y le brotan los pretextos de la boca (como si los tuviera pensados), me dice que está por entregar lo de su beca, que el deadline, que imposible, que la obra, que los ensayos, que lo lamenta. Así es la cosa con ella siempre. No da, exige, siempre queriendo recibir y haciéndose la buena onda.


puebla iii

III cada noche vuelves como una bocanada de aire que me conmociona está la noche y nada más tu recuerdo ruge en mis heridas me arranco párpados y ojos y le doy la espalda a tu visita la noche en su último desplome espera tu llegada pero no llegas

la hora del amanecer nunca es clara vivo en tinieblas desde que me arranqué los ojos no vendrás nunca a reconocer mis cenizas

VI

cada noche vuelves como una bocanada de aire que reposa y hiere

en las sombras a ciegas la noche hace su oficio me tortura

IV

las tinieblas tienden su paso frío

todo lo que se puede imaginar

está en la noche las incertidumbres el cochambre de los asuntos no resueltos la noche trae consigo las arrugas el desteñimiento de la piel antes blanca la noche está aquí y me estruja ya sólo quedan mis huesos antes de que se vuelvan cenizas

el frío es la muerte que me acecha permanezco a ojo abierto a cuenca abierta el infinito que dura la noche la noche me domina desde que te fuiste desde que arranqué mis ojos sólo las tinieblas son mi luz aún tu recuerdo arde en mis heridas

VIII en las tinieblas

no hay ráfaga de luz

la noche

el halo que cubre la noche es infinito las tinieblas me recuerdan tu huida me recrimino no hay excusa ni pretexto el nosotras ya es un no tu adiós abandona la sombra es de luz una lágrima es tu adiós una lágrima que cae constantemente y perfora mi mejilla

IX la noche revienta cristales en mis cuencas sin párpados es inútil defenderse

mis párpados ya no sangran se ha secado mi sangre al igual que tu adiós la esperanza de que la noche acabe se extinguió por lo menos ya no veo penumbras sentada al borde de la cama imagino a la noche circundándome me rodea con su lado oscuro no hay a dónde mirar los reclamos en la cabeza martillan hay lugar para la noche en nuestro adiós

X la oscuridad quema mi rostro y lo desquebraja la lluvia cae salgo tentando los obstáculos ahora la lluvia me refresca mis cuencas arden ninguna de las perras se acerca me odian por haberte perdido


puebla

delictus la noche gabriela puente XI 1 recuerdas cuando la brisa del amor tocaba y se posaba en nuestros cuerpos cuando el amor desmesurado tocaba a nuestras puertas cuando nuestros cuerpos se abrazaban en doble complicidad

Fotografía de Miguel Ángel Andrade

te vi partir en cuerpo y alma partir con tus cosas y entre esas cosas mi corazón habitaba te vi partir partir te vi

viernes 6 de abril de 2018

2 soy un monstruo desolado al que la noche no tiende cobijo tu presencia en mi entraña me hace daño laberinto astillado es mi entraña tu recuerdo se ha ensombrecido mi corazón estrangulado ahora vive en los retretes mi corazón ensombrecido lleno de cenizas mis manos recogen los cachos de ojos que caen en forma de lágrimas me como las uñas de no verte me como mi corazón a cachos sangrantes me como mis mentiras desoladas me como a mí y luego me vomito para seguir llorándote me corto la cabeza para no pensarte la navaja ensangrentada cae al piso habito el último de los infiernos la negrura no se lleva tu nombre lo repito como un mantra Sandra Sandra Sandra mis lágrimas ahora son mudas no sé qué es peor ahora el pecho tiene un dolor agudo


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