
8 minute read
César Verduguez Gómez
CÉSAR VERDUGUEZ GÓMEZ
Nació en La Paz, Bolivia el 3 de noviembre de 1941. Vive en Cochabamba. Profesor de Dibujo Técnico y Escritor de novelas, cuentos, poesía, fábulas y de una vasta obra didáctica. Antologador. Ha ganado varios primeros premios y accésit en el género del cuento en tres ciudades bolivianas, y primeras menciones de honor en novela. Por aporte a la literatura, fue distinguido el gobierno de Bolivia, alcaldías y universidades. Sus cuentos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, quechua, árabe y croata. Muchos de sus cuentos figuran en más de veinticinco antologías nacionales e internacionales. El año 2013, en la Universidad Nacional Autónoma de México, Maité Martínez J. para obtener el título de licenciada presentó su tesis “Mito y Utopía en la literatura de César Verduguez”. Paspresidente de Escritores Unidos (ESUN). Libros. Poesía: El fuego en las venas (2018). Antología: Antologías: Cuentos de Espanto de Bolivia (2002), Poesía escogida para niños (2006), La fábula en Bolivia (2007), Antología de Antologías. Los mejores cuentos de Bolivia (2004). Novela: Las babas de la cárcel (1999), La noche mordida por los perros (2007), Cuento: Mirando al pueblo (1966), Por nada en tus ojos (1981), Rehúsa si te ofrecen morir en USA (2004), Noviembre desnudo (2008), La casa grande del amor universal (2021).
Advertisement
54
LA FIGURA CENTRAL DE LOS CAPORALES
César Verduguez Gómez
Juan y yo, antes de continuar disfrutando de la entrada carnavalera fuimos a refrescarnos con unas frías. Estábamos
descansando de tanta maravilla, riqueza y majestuosidad paladeando de nuestras dulces rubias que nunca engañan, sentados en plena avenida, en una mesa al aire libre, cuando el final de la tarde empezaba a sembrar sus semillas para que germine el ocaso, cuando vimos a una figura principal de alguna fraternidad de caporales, muy bonita, con un traje precioso y lo que era mejor de todo, sola, abandonada por sus huestes de admiradores. Inventamos de inmediato lo que se nos ocurrió:
—Tú debes ser la belleza que tenían que enviarnos para darnos las últimas indicaciones… instrucciones para la asistencia a la entrada, ¿verdad?
—¿No? Juraría por el dios Momo que eras tú, pero mientras venga la nombrada que tal si nos acompañas un ratitito. Te invitamos una light. Debes estar con sed. Yo soy Pedro, él es Juan. ¿En qué fraternidad estás bailando? ¿En los Zambos del Norte? Pero si ya pasaron hace una hora, seguramente deben estar llegando a la final. Te atrasaste demasiado. Mira qué hora es.
— Toma asiento, sírvete, si me permites.
55
—Francesca. Ah, Franchesca. Siempre me gustó ese nombre. Cuando me case ha de ser con alguien que lleve ese nombre, claro, siempre que no sea del equipo intermedio.
Y así estuvimos conversando por casi una hora. Hasta que llegó la hora de nuestra participación. Le preguntamos si quería entrar con nuestra fraternidad que, ya que había perdido la suya, y además como era figura principal, podía estar de solista encabezando nuestra escuadra; la vestimenta de una solista podía diferir del uniforme de los otros, además su traje estaba bellísimo. De ese modo no perdía el deseo de bailar y quedarse con los crespos hechos, ¿alistarse tanto para nada?, no era justo. Por suerte ella aceptó y nos fuimos los tres al lugar de la salida de la entrada, que chistoso suena, por decir del punto de partida.
¡Ella bailó con qué gusto, con qué gracia! ¡Era una diosa venida del reino celestial de la danza! Como no estaba obligada a realizar los pasos que nosotros habíamos practicado varios meses atrás, se lucía con los suyos propios, elegantes, distintos y espectaculares, más el donaire propio de su andar, su bonito traje y del movimiento de su cuerpo, todo hacía de ella un conjunto armonioso de movimiento y belleza. Avanzamos al ritmo de nuestra música cadenciosa y alegre, con gritos y vivas, recibiendo aplausos del público expectante y los silbidos en son de piropos los dirigían a Franchesca, a la cabeza de nuestra escuadra. Era por ella que ganábamos tantas felicitaciones expresadas de cien maneras. Nos llovía serpentinas, mixtura y también algunos
56
globos de agua. Pude ver, entre el público, cómo un hombre se quedó como abobado, hipnotizado, mirándola hasta que Franchesca. se perdió de su vista. Entonces dejó su calidad de estatua de cera y se movió como despertando de un sueño milenario.
Delante nuestro estaba una fraternidad de los tobas. Cuando
tuvimos un alto, un descanso bastante largo, nosotros permanecimos en nuestro sitio en tanto que algunos de los tobas retrocedieron buscando algo o a alguien. Pasaron delante nuestros dos brujos con unas caras de espantar y varias calaveras iluminadas colgando de sus hermosos pero terroríficos bastones retorcidos. Ver esas calaveras, a pesar de saber que eran imitaciones, excelentes imitaciones que parecían de verdad y nos hacían dudar, verlas tan de cerca me hizo estremecer las fibras más íntimas de mi ser. No sé por qué, pero lo sentí así, a pesar de estar en pleno carnaval más aún cuando una de ellas pareció que me miró fijo, con sus ojos que fulguraban despidiendo una luz rojo-escarlata infernal.
Después de haber descansado un buen rato, continuamos con el baile hasta llegar al punto final, cuando la noche ya se había echado encima del indefenso y apacible horizonte.
Nos acercamos a Franchesca. y le ofrecimos acompañarla. Quisimos llevarla al lugar donde nuestra agrupación se iba a reunir para disfrutar algo más del carnaval y de los amigos. Ella no aceptó y dijo que tomaría un taxi y se iría a su casa. Entonces
57
nos ofrecimos acompañarla a su domicilio. Insinuamos si deseaba ser acompañada por uno solo de nosotros. Ella expresó que prefería con los dos, así estaría más segura y protegida.
Tomamos una movilidad y nos llevó, por indicaciones de Franchesca hacia los extremos de la zona norte. Nos detuvimos
en una avenida donde había pocas casas. Ella nos señaló una con verjas y pinos.
— Allá es donde vivo. No los invito por ahora porque, la verdad es que salí sin el permiso de mi madre. Ella no sabe que me escapé por atrás y debe creer que sigo en mi cuarto estudiando para un examen de la universidad, pues encargué que no me molestaran para nada.
—Bueno, ¿y cuando nos volvemos a encontrar?
—Puede ser mañana en el mismo sitio donde nos encontramos
hoy, a la misma hora.
—¡Chévere! Esperamos que no falles.
—No, no fallaré. Es más, como prenda les doy esta cinta de mi traje.
—¡Utah!, eso es garantía de cumplimiento.
—¿Y si ustedes me fallan? No voy a ir para que me planten feamente.
58
—Te juramos por todos los dioses del universo que no te fallaremos. Estaremos como un solo hombre.
—Como garantía lo más valioso que tenemos te entregamos nuestro corazón. Pero también, te damos nuestras manillas. Son de nuestra fraternidad. Están con nuestro nombre.
De esa manera nos despedimos de Franchesca. La vimos rodear su casa para entrar en ella. La noche ya estaba posesionada de la ciudad. Una calma total se advertía en la zona, interrumpida por algunos cohetes que estallaban en el cielo del centro donde todavía continuaba la fastuosa entrada del carnaval. Subimos al
taxi de ida al punto donde estaban nuestros compañeros y compañeras compartiendo penas y alegrías.
Al día siguiente Franchesca. no fue a la cita. Esperamos más de una hora sin resultado. Al subsiguiente día acudimos por sí acaso al mismo lugar a la misma hora infructuosamente. Los dos estábamos muy interesados en Franchesca, así que decidimos ir en su búsqueda al lugar donde la dejamos. Decidimos acercarnos a la casa que nos señaló como suya. Estábamos decididos a dar con ella. Tocamos el timbre, salió una señora para atendernos. Le explicamos que veníamos a buscar a Franchesca. Ella nos miró extrañada.
— Seguramente son antiguos amigos de ella.
— Sí. -- le respondimos con dubitación, conociendo que ella se salió sin permiso.
59
— Con razón no saben. Ella murió hace meses.
Quedamos atónitos y sin habla ante esa revelación.
Saliendo muy apenas de ese trance, casi tartamudeando, dije:
— No puede ser. Debe haber una equivocación o se trata de otra persona, porque la verdad es que la conocimos hace dos días. La vinimos a dejar aquí a la avenida, a esta casa.
—Es posible que ustedes se hayan equivocado. Franchesca. era mi hija y murió exactamente, con anteayer, tres meses.
Estuvimos exponiendo nuestras explicaciones hasta que la señora nos invitó a pasar para demostrarnos que su hija había dejado este mundo. Nos mostró las fotografías que tenía en su sala. Era ella misma, sin lugar a dudas.
—Tengo todavía cerrado su cuarto. Pasen les mostraré.
Subimos las gradas, llegamos a la puerta y abriéndola con una llave ingresamos. Sentimos un estremecimiento al ver ese conjunto de cosas propias de una joven. Se veía que era estudiante de la universidad por los gallardetes, insignias y fotografías. También estaban sus fotos, en especial una grande, con su traje de caporal.
— Ella bailaba. Le gustaba mucho bailar. Fue figura principal en una fraternidad. Como diez años que bailaba sin fallar. Ahí están sus calzados y su sombrero. Sus trajes están en el closet. Cambiaban cada dos o tres años. Le gustaba tanto que podía dejar
60
todo con tal de bailar. Este año, por su muerte, ya no pudo ir a la entrada.
— ¿Puede mostrarnos los trajes?
— Claro, con gusto.
Uno de ellos era el mismo que vestía Franchesca. un azul con adornos plateados. Sin decirle nada a la señora saqué de mi bolsillo la cinta que hacía juego con los colores del traje, y lo colgué encima del traje.
— ¿Cuál fue el motivo de su fallecimiento?
— Un paro cardiaco.
En su escritorio, junto a la ventana, vi algo que me conmovió hondamente. Estaban dos calaveritas de plástico y junto a ellas las manillas que le habíamos dado de prenda a Franchesca.
61