Adios infancia

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Dedicatoria Quiero dedicar este libro a todos mis compañeros que hicieron posible la creacion de este libro. Advertencia quiero advertir a todos los lectores que estan a punto de leer este libro ya que puede contener lenguaje fuerte . Prologo La siguiente antología La cual, en este caso, es una recopilacion de cuentos que a para mi , han sido escogidas de los mejores cuentos infantiles modificados . Con esto trato de que tu el lector se interese por conocer mas y ampliar sus conocimientos de cuentos. Este libro de cuentos tiene el objetivo de intentar que tú como lector disfrutes de estos cuentos y vuelvas a leerlos una y otra vez aunque puedan a llegar a arruinar muchas historias infantiles las cuales te recuerdan a tu infacia, tambien que te adentres al maravilloso mundo de la lectura y puedas continuar leyendo otros cuentos. Encontrarás a lo largo de esta antologia varios cuentos con diferentes temas, . Se trata de un libro de cuentos apto para ser leído por cualquier persona que decida . De esta manera te he presentado todo lo que leerás a continuación, espero que disfrutes de la lectura”

La verdadera historia del JOROBADO DE NOTREDAME


Jueves, 15 de diciembre de 2011 La historia del Jorobado de Notre Dame es la misma que Walt Disney transmite en su film, con la moraleja de transmitir “la igualdad de raza en ser humano”. Es otra de las películas, junto con Pocahontas, donde trata de transmitir todos somos uno. La historia da inicio cuando el cruel juez Claude Frollo comienza su encarnizada lucha contra los gitanos, entre ellos una madre que trata de huir con su bebé. Pero Frollo, al creer que oculta algo, comienza a perseguirla hasta luego asesinarla en la entrada de la catedral al negarse a entregar a su bebé. Sin embargo, al descubrir las mantas que cubrían al bebé deja al descubierto algo muy extraño: el niño es completamente deforme y jorobado de nacimiento, Frollo intenta matarlo tirándolo a un pozo. El monje evita que se cometa el segundo crimen, y aconseja a Frollo cuidar al niño y criarlo como si fuera suyo, y decirle llamarlo Quasimodo y cuidarlo escondido en el campanario. Quasimodo con veinte años de edad intenta salir del campanario en el día del Festival de los Bufones, donde conoce a Esmeralda, una gitana de la que se enamora. La historia es una lucha de los franceses poderosos como Frollo contra los gitanos que se esconden en los subterráneos de la ciudad de Paris para protegerse y librarse de ser quemados en una hoguera. Con el intento de exterminación de los gitanos y la amistad de Esmeralda y Quasimodo quien la protege de Frollo, se crece por toda la ciudad una hoguera exterminando con todo aquel que quiera proteger a la bella gitana. En este film se demuestra también el valor de la belleza interior y que la poca importancia que tiene un físico. Gran método para que un niño descubra la igualdad y la estima partiendo de la personalidad de la persona y de su corazón. Caperucita Roja Charles Perrault (1628 - 1703)


Érase una vez una niña de pueblo, la más bonita que se haya podido ver nunca. Su madre la quería con locura, y su abuela aún la quería más. Esta buena mujer le había hecho a su nieta una capa roja con capucha, que le sentaba tan bien a la niña, que por todas partes la llamaban Caperucita Roja. Un día su madre, que había hecho unos pasteles muy ricos, le dijo: -Ve a ver cómo se encuentra la abuela, pues me han dicho que está algo enferma, y le llevas unos pastelitos y un tarrito de mantequilla. Caperucita Roja salió enseguida hacia la casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al atravesar el bosque se encontró con el compadre lobo, que tenía muchas ganas de comérsela, aunque no se atrevió, pues estaban cerca algunos leñadores. Le preguntó que adónde iba, y la pobre niña, que no sabía que es peligroso pararse a hablar con un lobo, le dijo: -Voy a ver a mi abuelita, y a llevarle estos pastelitos y este tarrito de mantequilla. -¿Vive muy lejos? - le dijo el lobo. -Oh, sí -contestó Caperucita-. ¿Ves aquel molino que se ve allá a lo lejos, pues en cuanto lo pases, en la primera casa del pueblo? -¡Pues mira por donde!-dijo el lobo-. Yo quiero ir a verla también; voy a ir por este camino y tú lo harás por aquel otro; a ver quién llega antes. El lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino más corto, mientras que la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avellanas, corriendo detrás de las mariposas y haciendo ramilletes con las flores que encontraba. El lobo no tardó mucho tiempo en llegar a la casa de la abuelita. Llamó a la puerta: Toc. toc. - ¿Quién es? -Soy tu nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo afinando la voz-, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla que te manda mi madre. La pobre abuela, que estaba en la cama porque se encontraba algo enferma, le gritó: -Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta. El lobo tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Se abalanzó entonces sobre la buena de la abuelita, y la mato, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. Esperando la llegada de Caperucita.


La niña llegó poco después y llamó a la puerta: Toc, toc. - ¿Quién es? -dijo el lobo. Caperucita Roja, al oír el vozarrón del lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuelita estaba ronca, respondió: -Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla, que te envía mi mamá. El lobo le gritó, endulzando un poco la voz: -Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta. Caperucita Roja tiró de la aldabilla y la puerta se abrió. – ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche. El lobo, viéndola entrar, le dijo, ocultándose en la cama bajo las mantas: -Deja los pastelitos y el tarrito de mantequilla encima de la cómoda. – Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena. Mientras caperucita comía el, lobo se reía en un tono bajo para que caperucita no se diera cuenta que se estaba comiendo a su abuelita. Después de que caperucita termino de comer, el lobo la llamo con una dulce voz: -Ven a acostarte conmigo, y para estar más cómodas quítate la ropa. – ¿Dónde pongo mi delantal? – Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás. Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba: – Tírala al fuego; nunca más la necesitarás. Caperucita Roja se desnudó y fue a meterse en la cama; pero se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuelita en camisa de dormir, y le dijo: -Abuelita, ¡qué brazos más grandes tienes! -Son para abrazarte mejor, hija mía. -Abuelita, ¡qué piernas más grandes tienes! -Son para correr mejor, niña mía. -Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes! -Son para oírte mejor, mi niña. -Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes! -Son para verte mejor, niña mía. -Abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes! - ¡Son para comerte!


Y diciendo estas palabras, el lobo malvado se arrojĂł sobre la pequeĂąa Caperucita y se la comiĂł.


Blancanieves Hermanos Grimm Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo. -¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano! Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano. Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la niña, la reina murió. Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-día soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces el espejo respondía: La Reina es la más hermosa de esta región. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella co-mo la clara luz del día y aún más linda que la reina. Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? el espejo respondió: La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más. Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le


daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche. Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo: -Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparez-ca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como prueba. El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó: -¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más. Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo: -¡Corre, pues, mi pobre niña! Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocine-ro los cocinó con sal y la mala mujer los comió cre-yendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves. Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árbo-les la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruza-ban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pe-queña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves co-mió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sin-tió muy cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su


medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se en-comendó a Dios y se durmió. Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron que alguien había venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo: -¿Quién se sentó en mi sillita? El segundo: -¿Quién comió en mi platito? El tercero: -¿Quién comió de mi pan? El cuarto: -¿Quién comió de mis legumbres? El quinto. -¿Quién pinchó con mi tenedor? El sexto: -¿Quién cortó con mi cuchillo? El séptimo: -¿Quién bebió en mi vaso? Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama y dijo: -¿Quién anduvo en mi lecho? Los otros acudieron y exclamaron: -¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mi-rando en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanie-ves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Enton-ces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves. -¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta ni-ña! Y sintieron una alegría tan grande que no la des-pertaron y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus com-pañeros y así pasó la noche. Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron. -¿Cómo te llamas?


-Me llamo Blancanieves -respondió ella. -¿Como llegaste hasta nuestra casa? Entonces ella les contó que su madrastra había querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita. Los enanos le dijeron: -Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, ha-cer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada. -Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo co-razón. Y se quedó con ellos. Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las ma-ñanas los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista. Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron: -¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie! La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces el espejo respondió. Pero, pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. La Reina es la más hermosa de este lugar La reina quedó aterrorizada pues sabía que el es-pejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que el caza-dor la había engañado y de que Blancanieves vivía. Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la re-gión la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irre-conocible. Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los


siete enanos, golpeó a la puerta y gritó: -¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo! Blancanieves miró por la ventana y dijo: -Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted? -Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores. La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó: -Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer. Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta. -¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe. Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápi-damente la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta. -Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se fue. Poco después, a la noche, los siete enanos regre-saron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse po-co a poco. Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron: -La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca! Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó: ¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces, como la vez anterior, respondió: La Reina es la más hermosa de este lugar, Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. Cuando oyó estas palabras toda la sangre le aflu-yó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que Blancanieves había recobrado la vida. -Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer. Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabricó un peine envenenado. Luego se disfra-zó tomando el aspecto de otra


vieja. Así vestida atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó: -¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo! Blancanieves miró desde adentro y dijo: -Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie. -Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantándolo en el aire. Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo so-bre la compra la vieja le dilo: -Ahora te voy a peinar como corresponde. La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento. -¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí que acabé contigo! Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. En-tonces le advirtieron una vez más que debería cui-darse y no abrir la puerta a nadie. En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejito, respondió nuevamente: La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera. -Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma. Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana envenenada. Exteriormente


parecía buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos. Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ven-tana y dijo: -No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido. -No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una. -No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada. -¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mi-ra, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca. La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. La be-lla manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir más, estiró la ma-no y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta. Entonces la vieja la examinó con mirada horri-ble, rió muy fuerte y dijo. -Blanca como la nieve, roja como la sangre, ne-gra como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán reanimarte! Vuelta a su casa interrogó al espejo: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo finalmente respondió. La Reina es la más hermosa de esta región. Entonces su corazón envidioso encontró repo-so, si es que los corazones envidiosos pueden en-contrar alguna vez reposo. A la noche, al volver a la casa, los enanitos en-contraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió están-dolo. La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una per-sona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.


Los enanos se dijeron: -No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hi-cieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey. Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y más tarde una palomita. Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al contrario, parecía dor-mir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano. Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba es-crito en letras de oro. Entonces dijo a los enanos: -Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio. -No lo daríamos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos. -En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La hon-raré, la estimaré como a lo que más quiero en el mundo. Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero su-cedió que éstos tropezaron contra un arbusto y co-mo consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada. -¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó. -Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de ale-gría. Le contó lo que había pasado y le dijo: -Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al castillo de mi padre; serás mi mujer. Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran pompa y mag-nificencia.


También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? El espejo respondió: La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho más. Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo hasta no ver a la joven reina. Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la de-jaron clavada al piso sin poder moverse. Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.


Alicia en el pais de las pesadillas Corre, Alicia, pero no podrás escapar... No tengo tiempo. A mi lado, Chesire está aullando de dolor, pues le han tirado algo filoso en una de sus orejas. Pero sigue allí conmigo, al igual que mi fiel sombrerero loco. Su rostro pálido está deformado por la furia que ocasionaron todas aquellas criaturas despiadadas, pero debemos huir. ¡Uno, dos, tres y cuatro! De nosotros nunca te esconderás... No recuerdo muy bien cuándo comenzamos esta guerra. Quizá cuando la odiosa reina roja volvió al País de las Maravillas y destruyó a casi todo el mundo, convirtiéndolo en su antiguo reino, pero mucho, mucho peor. Ahora lo llaman El País de las Pesadillas. Los ojos de todos me persiguen. El sombrerero loco no tiene muchas fuerzas, pero sigue adelante. Alicia... pobre Alicia... ¿con quién quieres estar? La música sigue resonando en mis oídos. Los imbéciles de los naipes corren detrás nuestro y siento cómo nos alcanzan, y al mismo tiempo están tan lejos... Chesire sonríe. Me gusta su sonrisa. Es cálida y recorfontante. Me pongo a recordar cómo éramos todos antes de esto. Unos cabellos castaños caen en mi rostro. ¡Castaños! Antes era rubia. Una poblada y rizada mata de pelo rubio. Sonríe, Alicia, y ven aquí... prometemos que no te haremos nada y ve a dormirMis ojos antes eran azules, de un precioso color azul cielo. Ahora tienen tendencia al verde esmeralda y al gris antes de que llueva. Una lluvia amenaza con salir de los alegres ojos del sombrerero loco. ¿Alegres? La locura refleja el color que tiene en esas orbes. Chesire está en el suelo, ronroneando y sonriendo a la vez. El Sombrerero Loco está bailando una dulce y hermosa canción... oh, me sé esa letra... la cantaré también.


Alicia, pequeña, no temas por favor... ven aquí y haznos el honor... Elije, Alicia, tus amigos o tu cordura No todo se puede es esta ciudad de locura La Reina va a venir, alístate y muéstrate feliz La obedencia se premia, Alicia, y se obra bien ¡Ahora cantemos la canción al revés! Veo a lo lejos una mujer de pelo rojo y muy bajita... oh, ¿estaré presentable? No quiero enojar a mi reina. Ella es muy dulce y yo soy su pobre sirvienta...quizá le guste mi canción. Se la cantaré. Ah, y por cierto, si te lo dije... me llamaba Alicia, pero ahora soy Alice en el País de las Pesadillas. Un hermoso lugar para vivir, ¿no crees?


Pinocho Geppetto era un viejo viudo y solitario. Después de la repentina partida de su esposa, se había arrojado a los brazos del libertinaje, bebiendo en compañía de prostitutas y vagabundos, en uno de los lados más oscuros de la pequeña ciudad. Cierta mañana despertó en uno de sus peores días, tirado sobre el sucio piso de su taller. Pasaba por un dolor de cabeza insoportable y sus ropas se encontraban cubiertas de vómito y orina. Fue entonces cuando se dio cuenta de la decadencia a la que había llegado. Geppetto se miró al espejo y se preguntó: – ¿Todo esto para qué, Geppetto? Una vida de exageraciones sellada por la vejez, la decadencia, la vergüenza, la miseria y la desgracia… Fue entonces que decidió abandonar su conducta libertina y se dedicó hasta los extremos a la confección de sus muñecos de madera. Pero no pasó mucho para que Geppetto descubriera el motivo de su entrada triunfal en el alcoholismo. Después de la muerte de su esposa, no hubo nada más en su triste vida. En el alcoholismo descubrió un mundo nuevo y latente, y ahora que él mismo se había privado de esa adicción, ¿qué iba a hacer con su vida? A pesar de todo, Geppetto era un hombre honorable y todavía honraba la memoria de su esposa. No volvería a casarse nunca. Otra mujer estaba totalmente fuera de sus planes. Entonces recordó a la vieja bruja Dorotea, su hermanastra. Los dos crecieron juntos después de que el padre de Geppetto se casó con la madre de ella, que también era una bruja. Aun a sabiendas de que nada bueno proviene de una bruja, Geppetto se atrevió a llevar hasta ella a su mejor muñeco, con el fin de que su hermana le diera un aliento de la vida y se convirtiera en un niño de verdad, un niño que lo


acompañara por lo que le restaba de su vida sin gracia. En lo alto de una montaña se encontraba la grotesca bruja Dorotea. Ya estaba vieja y acabada, rindiendo culto al recuerdo de su anciana madre. Geppetto llegó hasta una áspera residencia con el muñeco bajo el brazo y le pidió que lo dejara entrar. Al oír la voz de su hermano de crianza, la bruja felizmente abrió la puerta y le dio una bienvenida muy calurosa, con abrazos, café y pastel de brócoli. Geppetto le contó todo lo que sentía, desde la soledad hasta el deseo de tener un hijo. Le entregó a su hermana Dorotea el muñeco y le rogó que le diera el aliento de vida. Dorotea se levantó incomoda y advirtió: – Nada bueno sale de estas cosas, hermano. Una criatura concebida por arte de magia tendría que resucitar del infierno, llevando un completo caos y desorden a su dueño. Ahora, escucha mi consejo: Olvídate de la absurda idea, deja el muñeco como esta, sin vida. Pues en cualquier oportunidad que tiene el mal de llegar a este mundo, libera todo el caos que puede. Geppetto en su afán de tener compañía ignoró el consejo sabio de su hermana, que estaba tan sola o más que él. Insistió en la solicitud, y ella, a sabiendas de que las consecuencias serían desastrosas, respondió a la voluntad de su amado y amable hermano. Esparció velas por toda habitación oscura. Durante el ritual de magia negra un fuerte vendaval invadió el interior de la vieja casa. La bruja con un gato negro en manos aseguró su peludo cuello contra el muñeco e invocó a los infiernos: – Concédeme un alma para habitar este muñeco, a cambio de tal acto, te doy la vida de este gato. Dorotea tiro de la cabeza del pequeño gato, desgarrándola de su cuerpo peludo. La sangre del animal escurría sobre la cara del


muñeco de madera. Una tormenta eléctrica se instaló fuera de la antigua casa y todas las velas se apagaron… Los árboles parecían caer y la montaña vibraba… Almas errantes gritaban y corrían de forma desesperada por toda la casa, golpeando cacerolas, vasos y cuadros… El espejo se convirtió en agua y se derramó en fragmentos por el suelo de arcilla. Las almas impuras luchaban entre sí para habitar el cuerpo de aquel muñeco, hasta que uno de ellos se metió en la boca de madera… La cara del muñeco brilló y el aire entró en su cuerpo duro. La tormenta se detuvo casi tan rápido como apareció. Un viento frío y siniestro atravesó la oscuridad, del lado de Geppetto y Dorotea. De repente, los dos eran testigos de dos puntos brillantes que iluminaban el cuarto oscuro. Eran los ojos del muñeco. Dorotea volvió a encender una de las velas y se la entregó a Geppetto, que bastante emocionado, fue hasta el muñeco resucitado y lo abrazó, agradeciendo a su hermana por cumplir su deseo. Geppetto levantó el muñeco en lo alto, este en respuesta, levantó la cabeza y profirió una sola palabra: – Papá… El viejo corazón de Geppetto se vio inundado de felicidad. Extremadamente contento se volvió a Dorotea y balbuceó: – ¡Realmente está vivo! ¡Y habla como un niño! Pinocho se levantó de la mesa y entre tropiezos y desajustes, cayó en el suelo. Geppetto pensó en ayudarle, pero fue detenido por Dorotea: – ¡Déjalo! Él tiene que aprender a caminar por su cuenta. Pinocho sonrió desgarbado al dar el primer paso exitoso, Geppetto y la bruja aplaudieron, animándole a caminar.


Geppetto miró complacido a su hermana bruja y la abrazó. Ella le dio palmaditas en la espalda cuando advirtió: – Mi hermano, no te dejes engañar por la inocencia del niño de madera. El vino de la oscuridad, y hasta donde sé, nada bueno proviene de ahí. Geppetto trató de ignorar la profecía que aseguraba su hermana Dorotea. Tomó la mano de la marioneta de madera y se fue con él a casa, mientras lo bautizaba: – Tu nombre será Pinocho ¡Serás mi hijo! Entre risas, Pinocho limpió las manchas de sangre de su rostro barnizado. El anciano confiaba en la evolución del niño, y preocupado por su educación decidió ponerlo en la escuela, junto con los niños normales. A Pinocho no le pareció buena idea, quería quedarse en casa, jugando con los otros muñecos de madera que Geppetto tenía. Su padre fue duro, y con unas palmadas lo amenazó diciendo que si no asistía a la escuela, lo iba a usar como madera para la chimenea: – Un niño de madera que no sirve para los estudios, se echa en el fuego, junto con su ignorancia, para así quemar las mismas cosas comunes. Pinocho escuchó asustado y rápidamente aceptó la petición del anciano. Geppetto le dio tres monedas, advirtiéndole: – El dinero es sagrado. Es muy difícil de lograr. Toma estas tres monedas, compra cuadernos y lápices para que los uses en la


escuela. Pinocho así lo hizo y se fue a clase. En el primer día de clase, el niño de madera resultó ser un verdadero demonio. Fue enviado de vuelta a casa, a petición del director, después de haber picado con alfileres la frente de los estudiantes. Pinocho tenía miedo de regresar y servir de leña verde para la chimenea. Decidió entonces que se quedaría en la iglesia de la ciudad hasta que llegara la hora de volver a casa. Y así lo hizo. Al llegar allí, el mocoso quedó encantado con los niños del coro de la iglesia. El sacerdote logró ver al niño de madera entre la multitud de fieles, se acercó a él después de la misa y lo llevo hasta su sala de estar. Pinocho aprovechó que estaba hablando directamente con el organizador del coro y se ofreció para ser parte de este, sin saber que el ambicioso sacerdote tenía otros planes: – ¡Es un muñeco de madera con vida! ¿Sabes cuánto dinero puede ganar mi iglesia si te convierto en un santo? Pero ser santo no era la intención de Pinocho, el niño quería cantar en el coro… Lanzó un grito de desesperación, llamando la atención de la gente que pasaba por la iglesia. El padre, desesperado, puso la mano en la bolsa de los diezmos y sacó varias monedas. Las extendió al muñeco y se las dio: – ¡No grites niño! ¡Llévate este dinero! Niños para cantar en el coro es lo que más tengo, ahora un milagro viviente como tú… Tú eres un milagro. ¡Un milagro viviente! Yo ganaría mil veces este y otros tanto de dinero. Pinocho recordó la forma en que su padre valoraba las monedas,


llegándolas a considerar como algo sagrado. Las miró con ojos codiciosos y las puso en uno de sus bolsillos que se desbordaban debido a la cantidad: – ¡Llevarás mucho más que eso si vienes mañana, y sirves como un santo en mi altar! Pinocho volvió a casa feliz y con los bolsillos llenos. Su padre quedó sorprendido, pero como él mismo dijo, el dinero era sagrado, y siendo así, ignoró su origen y sonrió satisfecho, abrazando al niño de madera: – ¡Puedo conseguir mucho, papá! El sacerdote dice que si yo soy un santo, me dará otro tanto de esto. Los ojos de Geppetto se iluminaron y dio permiso para que su hijo saliera de la escuela y continuara con su nueva profesión. Y Pinocho subió al altar recién construido. El Padre junto a Geppetto contemplaron al glorioso niño recién instalado, Geppetto parecía desconfiado y le preguntó al sacerdote: – ¿Estás seguro de que funcionará? El sacerdote sonrió esperanzado y dijo muy seguro: – Por supuesto, la gente paga mucho por los posibles milagros y un santo viviente demuestra mucha más credibilidad que un santo inanimado de arcilla podrida. ¡Seremos ricos! Los fieles comenzaban a reunirse frente al nuevo santo. Pinocho en su altar conversó con todo el mundo y aprendió a rezar con ellos, bendiciéndolos y ganando numerosas monedas. Al final del primer día, el sacerdote se mostró encantado con el resultado del plan. Recogieron el dinero y dio la parte de Pinocho a


Geppetto. Pinocho pensó en descender del altar, pero sintió que sus pies estaban pegados. Desesperado, el sacerdote se le acercó a su padre y le ordenó: – Te quedarás aquí, porque ahora eres un santo sagrado, y siempre debes permanecer a la espera de tus fieles. Si te atreves a desobedecer… – … ¡Será echado en el fuego! – Continuó Geppetto, amenazando al muchacho. Pinocho lloraba lágrimas de sangre en su prisión gloriosa. Los fieles que lo veían, contemplaban un milagro más, y muchos otros milagros de sanidad comenzaron a suceder, la fuerza de Pinocho como un santo aumentaba con el tiempo; Geppetto rico, lleno de toda la soledad que sentía, comenzó a beber de nuevo. Hasta que un día, la bruja Dorotea oyó hablar de los milagros del muñeco que revivió gracias a la magia negra. Decidió que intervendría por él y así lo hizo. En una mañana de misa, atravesó la multitud y fue al encuentro del niño. Levantó los brazos y gritó en voz alta: – Esta pobre marioneta a la que ustedes nombran santo, no pasa de una farsa montada por su padre ateo. Libérenlo y déjenlo vivir como un niño. No era lo que los fieles querían oír. Las personas ofendidas la juzgaron de difamatoria e incrédula, por no creer en los visibles milagros.

Bajo la mirada de su hermano Geppetto, que ignoró toda la acción de


los fieles, Dorotea fue llevada a la plaza pública y atada en un tronco hecho de la misma madera que Pinocho. Enojados y sedientos de justicia, prendieron fuego a su cuerpo. Pinocho, encabezó la procesión, vio a su creadora quemarse en carne viva, muriendo en medio de las llamas. Desesperado logro despegar sus pies del altar… La sangre corría por sus piernas de madera y corrió llorando, lejos del rebaño de fanáticos. Pinocho en el odio eterno decidió seguir la profecía de Dorotea… Subió a la hoguera donde aún se retorcía su creadora y en medio del fuego, utilizó su poder de santo y maldijo el sacerdote, a su padre y a todos sus fieles fanáticos, que ahora parecían aterrorizados y condenados. – Todo aquel diferente a mí, dueño de carne viva, la verá podrir y caer a trozos de su cuerpo. ¡Los maldigo a podrirse en vida! Una plaga se extendido en la pequeña ciudad. La gente comenzó a llenarse de lepra y sus miembros comenzaron a podrirse y a caer… Ante todo ese horror y desesperación, la pobreza y el hambre fueron eminentes. El sacerdote comía lo que podía, y cuando no tenía nada, se unía a Geppetto para comer los pedazos de carne que caían de sus fieles. La nariz de Pinocho comenzó a crecer, y él, inmune a la enfermedad que afectaba sólo a la carne humana, con la nariz puntiaguda y bien pulida, se acercó al sacerdote y le arrancó los ojos con dos puntadas. Geppetto miraba a su hijo con desesperación, mientras el sacerdote agonizaba maldiciéndolo. La nariz de Pinocho creció aún más, entonces la bruja, llena de luz, entró en la iglesia y dijo a todos: – Cada vez que lo maldicen, su nariz crece… Pero no se preocupen,


ahora lo transformare en un niño de verdad… Pinocho miró asustado y dijo su creadora: – ¡No! No quiero convertirme en carne y hueso ¡No quiero ser devorado por mi maldición! La bruja ignoró la petición del niño, y antes de desaparecer, transformó al muñeco en un niño de verdad. Pinocho corrió desesperadamente por las calles. Los podridos fieles vieron y dijeron: – Allí esta nuestro santo. La sagrada bruja mártir estaba en lo cierto. Él es una farsa, pues nos maldijo. Los hombres podridos y desfigurados persiguieron al niño de carne y hueso, y en medio de sus gritos de niño, fue atado a un tronco grueso. Su padre Geppetto, se acercó de forma sádica y prendió fuego al tronco, quemando la fina piel del niño, que una vez fue de madera. Pinocho gritó mientras su cuerpo ardía en leña verde… Pasaron los meses y la plaga se extinguió de la ciudad. El sacerdote ciego, con un corazón lleno de perdón, les pidió que construyera un altar en memoria de la bruja Dorotea, quien se volvió santa después de arrancar los poderes del niño de madera que maldijo a todo el pueblo.


La novia cadaver Era el aĂąo de 1868 en el invierno de Londres cuando el aire frio y la nieve tenue cubria la ciudad, es aqui que un joven soltero llamado Gaspard Robilette llegaba a duras penas a su casa despues de una noche de juerga, diversion y placer. La normalmente ruidosa ciudad estaba mas calmada en esa hora de la madrugada y las sombras que proyectaba la luna era lo unico que se veia en las calles. Todo Londres descansaba en ese momento que Gaspard llego a su casa a excepcion de una figura encapuchada cubierta por una capa negra y acampanada que se encontraba de pie justo afuera de su puerta, el jover gaspard avanzo con cautela pero al acercarse su sorpresa crecio al darse cuenta que se trataba de una mujer joven y bella mujer, adornada por unos labios deliciosos, unos ojos deslumbrantes dueĂąa de una piel que hacia envidiar al mismo tono de la luna llena. Gaspard galante se dirijio a la bella mujer preguntandole que habia en ese lugar a esa hora, en respuesta ella le dijo con una voz muy sensual y encantadora que su criado habia ido por su carruaje y que ella lo estaba esperando. Gaspard en un acto de caballerosidad inicial le invito a pasar a su casa para que esperara en el calor de su casa el carruaje de la misteriosa mujer, ella lo acepto por lo que los dos ingresaron a la casa. Y adentro se dirigieron a la cocina donde el joven sirvio un poco de comida y brindaron con copas en sus manos, asi pasaron conversando y con cada minuto el joven estaba mas y mas prendado por la joven mujer quien nunca mas menciono preocupacion alguna por su criado ni por su carruaje que nunca llego. Lo curioso es que la joven nunca toco su plato de comida solo se limito a beber algunos sorbos de vino. El muchacho embriagado por la mujer no se preocupo por la situacion, ni le pregunto de donde venia, ni se puso a pensar en lo curioso de la situacion, ni le pregunto de donde venia, ni se puso a pensar en lo curioso de la situacion, ni siquiera por la identidad de la exquista flor, una cosa llevo a la otra mientras el fuego de las llamas iba


disminuyendo en los candelabros, el fuego de la pasion y el calor de sus cuerpos enlazados en la cama iba en aumento, entregados el un al otro al placer que se origino de una extraña circunstancia pero que ocurridos ya los hechos era imposible despreciar ni dar marcha atras a lo que el destino otorgo por muy extraño que fuera, al menos asi penso Gaspard. Cuando la luz del sol se colo entre las cortinas al llegar la mañana, el joven Gaspard Robilette desperto, con un animo alegre en el cuerpo como siente alguien cuando el destino te sonrie, se levanto con un antojo y sin mirar a su compañera se dirigio a la cocina para picar un tentempie a un ritmo alegre casi saltarin al recordar la increible noche que habia pasado. Se dio cuenta que faltaria mucho para que sus criados se despertasen y hagan el servicio diario por lo que el se dispuso a levantar a su invitada, regreso a su habitacion y llamo gentilmente a la joven, sin embargo ninguna respuesta hubo en el interior de las cortinas de su cama ni movimiento alguno en las sabanas, Rodea la cama para acercarse al lado donde estaba tumbado el cuerpo de la misteriosa mujer, algo no estaba bien, pudo haver sido por su sentido del tacto pero la mano que agarro no se parecia en nada a la mano suave, calida y juguetona que horas antes le habia acariciado, corrio completamente las cortinas, sus ojos se abrieron con una mezcla de horror y espanto, con el corazon a punto de salirse por la boca a tal punto que sus piernas no pudieron aguantarlo mas y cayo de espaldas sin despegar la mirada a lo que el creia horas antes un exquisito cuerpo de la mujer mas bella con la que se habia topado, en contraste con el cadaver en descomposicion que estaba atravesado en su cama, de un color repugnante y asqueroso. Gaspard Robilette aterrorizado llamo a los doctores y a un policia a su casa que se sorprendieron igual que él sobre el hallazgo, los doctores despues de revisar el cadaver llegaron a la conclusion de que habi muerto por lo menos hace dos años atras y el policia habia confirmado que se trataba de una


mujer que se habia cometido suicidio tras haber muerto su prometido dos aĂąos atras. Mientras comentaban sus resultados frente a ellos el cuerpo comenzo a esfumarse en cuestion de segundos hasta que se desintegro por completo ante la vista atonita de los presentes dejando atras el pequeĂąo cadaver de una mariposa de tono azul recostada sobre la cama. Mas tarde Gaspard reporto los hechos del acontecimiento para el registro que despues fue de conocimiento publico, del cual a partir del suceso se empezaron a reportar incidentes parecidos en distintas partes llamando incluso a esta aparicion "La novia cadaver".


Pulgarcito Había una vez un leñador y su mujer que estaban muy tristes porque no tenían hijos. –– ¡Hay tanto silencio en nuestra casa! Si sólo tuviera un hijo a quien amar – decía la esposa–, ¡no me importaría que fuera tan pequeño como mi dedo pulgar! Pasó el tiempo, y finalmente tuvieron un hijo, lo cual los hizo muy felices a ambos. Aunque parezca mentira, el muchacho nunca llegó a ser más grande que el dedo pulgar de un hombre, así es que le llamaron Pulgarcito. Sí demostró ser muy inteligente y hábil y todo lo que emprendía le resultaba bien. Un día, cuando el padre de Pulgarcito partía hacia su trabajo, dijo: ––Ojalá Pulgarcito fuera más grande, así podría llevarme más tarde la carreta hasta el bosque. ––De todas maneras lo puedo hacer –le dijo después el pequeño a su madre–. Si me enganchas el caballo, madre, te mostraré cómo. La madre de Pulgarcito hizo lo que él le decía. ––Ahora, ponme en la oreja del caballo, y le indicaré por donde tiene que ir. De este modo la carreta inició su marcha con Pulgarcito metido en la oreja del caballo. Cuando el niño le decía "dobla a la izquierda" o "dobla a la derecha" eso hacía exactamente el cuadrúpedo. Dos hombres que paseaban por el bosque se sorprendieron al ver un caballo tirando una carreta que se movía sin conductor. Curiosos, fueron detrás de la carreta para ver adónde iba. Cuando la carreta se detuvo en el lugar donde trabajaba el padre de Pulgarcito, los dos hombres se asombraron al ver cómo aquel bajaba al diminuto niño de la oreja del caballo. –– ¡Qué hábil es ese muchachito! –Dijo uno de los hombres–. ¿Estaría dispuesto a venderlo? ––Nunca lo haría –replicó con orgullo el leñador–, es mi hijo. Sin embargo, subido en la espalda de su padre y hablando muy bajito,


Pulgarcito le dijo a éste: ––Está bien, papá, deja que yo vaya con ellos. Será una aventura y yo sé cómo volver pronto a casa. El leñador no quería hacerlo, pero ante la insistencia de su hijo lo vendió por mucho dinero. Uno de los hombres colocó a Pulgarcito en su bolsillo, y dijo: ––Podemos ponerlo en exposiciónNos hará ricos. Luego se pusieron en marcha. Al acercarse ya la noche, Pulgarcito gritó: ––Por favor, bájenme para que pueda estirar las piernas. Cuando los hombres lo pusieron en el suelo, Pulgarcito se fue corriendo y se escondió. Los hombres lo buscaron por todas partes, pero había desaparecido. Pulgarcito buscó un lugar seguro para dormir. Pronto encontró una casa al lado de una iglesia y se metió en un establo. Allí se acomodó para dormir en el heno. A la mañana siguiente, la cocinera de la casa fue a ordeñar y a alimentar a la vaca. Agarró nada menos que el mismo fardo de heno donde dormía Pulgarcito. Cuando Pulgarcito despertó se encontró con que iba hacia arriba y hacia abajo en la boca de la vaca. Cayó luego al estómago de la vaca con todo el heno. — ¡Deja de comer! –Gritó Pulgarcito–, me estoy ahogando. Al escuchar que una voz salía del hocico de la vaca la cocinera se sorprendió tanto que fue corriendo a avisarle al párroco. — ¡Socorro! –gritó–. ¡La vaca está hablando! —No sea tonta –le dijo el párroco–. Las vacas no saben hablar Justo en ese momento Pulgarcito gritó de nuevo. El párroco también se asombró. Asustado, y lleno de supersticiones, el párroco mandó matar a la vaca. Tan pronto como pudo, Pulgarcito salió gateando del estómago de la vaca y se fue calladito. Nadie lo vio. Pero ahí no habían terminado los problemas del niño. Pasaba por allí un lobo


hambriento y vio a Pulgarcito en el corral. —Este será un refrigerio sabroso –pensó el lobo, y se engulló a Pulgarcito de un solo bocado. El hábil Pulgarcito pensó rápidamente en un plan: —Lobo –gritó–, si todavía tienes hambre yo sé dónde hay mucha comida. Y le explicó al lobo cómo llegar a su propia casa, que no estaba lejos. Cuando llegaron, Pulgarcito dijo: —Ahora entra por el desagüe y llegarás hasta la cocina, donde siempre hay mucho para comer. El desagüe era bastante pequeño pero, aunque apretado, el lobo logró meterse a empujones, y justo logró pasar. En la cocina el lobo comió tanto que cuando quiso entrar de nuevo en el desagüe para salir ¡no cabía por gordo! Entonces Pulgarcito empezó a gritar muy fuerte. Sus padres llegaron corriendo hasta la cocina para ver de qué se trataba tanto ruido y alboroto. — ¡Es un lobo! –dijo el padre de Pulgarcito–. ¿Dónde está mi hacha? — ¡Espera, papá! –gritó Pulgarcito–. ¡Soy yo! ¡Estoy aquí dentro del estómago del lobo! — ¡Pulgarcito! –Gritó su padre–. ¡No te preocupes, te vamos a salvar! El padre del pequeño cogió el hacha y le dio un golpe en la cabeza al lobo. Luego, con mucho cuidado, abrió un pequeño hueco en el estómago del lobo. Pulgarcito salió de un salto, sano y salvo. — ¡Te dije que volvería pronto, papá! –dijo, riéndose. Los padres de Pulgarcito estuvieron muy contentos al verlo. —Nunca más nos vamos a separar de ti –le dijo su padre–, ni por todo el oro del mundo. — ¡Y yo nunca más abandonaré mi hogar! –Prometió el niño–. He tenido suficientes aventuras como para todo el resto de mi vida.


Las hadas [Cuento - Texto completo.] Charles Perrault

Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar. Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena. Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber. -Como no, mi buena señora -dijo la hermosa niña. Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo: -Eres tan bella, tan buena y tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don -pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta dónde llegaría la gentileza de la joven-. Te concedo el don -prosiguió el hada- de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa. Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente. -Perdón, madre mía -dijo la pobre muchacha- por haberme demorado-; y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.


-¡Qué estoy viendo! -dijo su madre, llena de asombro-; ¡parece que de la boca te salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía? Era la primera vez que le decía hija. La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes. -Verdaderamente -dijo la madre- tengo que mandar a mi hija; mira, Fanchon, mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla; ¿no te gustaría tener un don semejante? Bastará con que vayas a buscar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrecerle muy gentilmente. -¡No faltaba más! -respondió groseramente la joven- ¡ir a la fuente! -Deseo que vayas -repuso la madre- ¡y de inmediato! Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el más hermoso jarro de plata de la casa. No hizo más que llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que vino a pedirle de beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se presentaba bajo el aspecto y con las ropas de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la maldad de esta niña. -¿Habré venido acaso -le dijo esta grosera mal criada- para darte de beber? ¡Justamente he traído un jarro de plata nada más que para dar de beber a su señoría! De acuerdo, bebe directamente, si quieres. -No eres nada amable -repuso el hada, sin irritarse-; ¡está bien! ya que eres tan poco atenta, te otorgo el don de que a cada palabra que pronuncies, te salga de la boca una serpiente o un sapo. La madre no hizo más que divisarla y le gritó: -¡Y bien, hija mía? -¡Y bien, madre mía! -respondió la malvada, echando dos víboras y dos sapos. -¡Cielos! -exclamó la madre- ¿qué estoy viendo? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las pagará! -y corrió a pegarle. La pobre niña arrancó y fue a refugiarse en el bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza, la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó qué


hacía allí sola y por qué lloraba. -¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado de la casa. El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde le venía aquello. Ella le contó toda su aventura. El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que semejante don valía más que todo lo que se pudiera ofrecer al otro en matrimonio, la llevó con él al palacio de su padre, donde se casaron. En cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia madre la echó de la casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a morir al fondo del bosque.


La Cenicienta Hermanos Grimm Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: "Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado." Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio. La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana. "¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras?" decían las recién llegadas. "Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!" Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado: "¡Mira la orgullosa princesa, qué compuesta!" Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se burlaban de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes y las lentejas, para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban Cenicienta. Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos


hijastras qué deseaban que les trajese. "Hermosos vestidos," respondió una de ellas. "Perlas y piedras preciosas," dijo la otra. "¿Y tú, Cenicienta," preguntó, "qué quieres?" - "Padre, corta la primera ramita que toque el sombrero, cuando regreses, y tráemela." Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba. Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron: "Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio." Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese. "¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?" Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: "Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir." La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a recoger lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito."


Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo: "No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti." Y como la pobre rompiera a llorar: "Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas." Y pensaba: "Jamás podrá hacerlo." Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a limpiar lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito." Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo: "Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza." Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas. No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!" Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y


unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: "Ésta es mi pareja." Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: "Te acompañaré," deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: ¿Será la Cenicienta? Y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita. Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y, más cosas!" El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó inmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: "Ésta es mi pareja." Al anochecer, cuando la muchacha quiso


retirarse, el príncipe la siguió, para ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral, del que colgaban peras magníficas. Se subió ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: "La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral." Pensó el padre: ¿Será la Cenicienta? Y, tomando un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris. El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!" Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: "Ésta es mi pareja." Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a una trampa: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, se le quedó la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogió el príncipe la zapatilla, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente presentase en casa del hombre y le dijo: "Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato." Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era


demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: "¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie." Lo hizo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron: "Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está." Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: "Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Cortase la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron: "Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está." Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: "Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Cortase la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano,


las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron: "Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está." Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia. "Tampoco es ésta la verdadera," dijo. "¿No tienen otra hija?" - "No," respondió el hombre. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia." Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: "¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla." Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavase ella primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en un escalón, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: "¡Ésta sí que es mi verdadera novia!" La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas blancas: "Ruke di guk, ruke di guk; no tiene sangre el zapato. Y pequeño no le está; Es la novia verdadera con la que va." Y, dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta. Al llegar el día de la boda, se presentaron las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, las


mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad, condenadas a la ceguera para todos los dĂ­as de su vida.


EL GATO CON BOTAS Charles Perrault

Dejó un molinero por todo patrimonio a sus tres hijos, el molino, el asno y el gato. El reparto fue cosa breve, sin necesidad de la intervención del notario ni del procurador, quienes se hubieren comido muy pronto la pobre herencia. Al hijo mayor correspondiole el molino, al segundo el asno y al menor el gato. Este no podía consolarse de haberle tocado tan pobre lote y se decía: -Mis hermanos podrán ganarse la vida honradamente formando sociedad; pero cuando me haya comido el gato y echo un manguito de su piel, no me quedará otro recurso que morirme de hambre. Maese Zapirón, que oía estas palabras, pero sin que al parecer fijara en ellas la atención, le dijo: -No os pongáis triste, señor amo. Dadme un saco y un par de


botas para penetrar en la maleza y os convenceréis de que el lote que os ha correspondido no es tan malo como creéis. Aunque el dueño del gato no hizo gran caso de lo que le dijo, como le había visto hacer tantas travesuras para cazar ratas y ratones, en particular cuando se colgaba de los pies o se metía en la harina haciendo el muerto, tuvo alguna esperanza de salir de su miseria. Cuando el gato tuvo lo que había pedido, calzose resueltamente las botas, y poniéndose el saco a la espalda cogió los cordones con sus dos patas y se fue a un conejar donde había muchos conejos. Metió salvado y cerrajas en el saco, y tendiéndose como si estuviera muerto, esperó a que algún gazapo, poco entendido en mañas, se colase en el saco para correr lo que dentro había puesto. Apenas estuvo en el suelo cuando un aturdido gazapillo metiose en el saco, y maese Zapirón tiró en el acto los cordones, cogió el gazapo y lo mató sin misericordia. Muy orgulloso de su presa fuese al palacio del rey y pidió hablarle. Le hicieron subir a la cámara real y en cuanto entró hizo una gran reverencia y dijo al rey: -Señor: el marqués de la Chirimía, (este fue el título que dio a su amo) me ha encargado os ofreciera este conejo. -Di al marqués, contestó el rey, que le doy las gracias y recibo con gusto su regalo. Otro día maese Zapirón fue a un campo de trigo, donde se ocultó teniendo el saco abierto como de costumbre, y cuando se hubieron metido en él dos perdices, corrió los cordones y


cazó las dos. Fuese enseguida a regalarlas al rey, como había hecho con el conejo; el rey las recibió muy contento y mandó que le dieran una propina. Durante algunos meses el gato continuó llevando al rey conejos y perdices como regalo de su amo. Supo un día que el monarca debía ir a pasear con su hija, la más bella de las princesas, a orillas del río, y dijo al pobre hijo del molinero: -Si queréis seguir mi consejo ganáis una fortuna, y para lograrlo no tenéis más que hacer sino bañaros en el punto del río que os indicaré, y luego dejadme obrar. El marqués de la Chirimía hizo lo que su gato le aconsejaba, sin adivinar lo que se proponía. Mientras se estaba bañando pasó el rey y el gato comenzó a gritar tan recio como pudo: -¡Socorro!, ¡socorro! ¡El marqués de la Chirimía se ahoga! A sus gritos el rey asomó la cabeza a la portezuela, reconoció el gato que le había traído conejos y perdices tantas veces, y ordenó a su escolta que fuese volando en socorro del marqués de la Chirimía. Mientras sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y dijo al rey que durante el tiempo que su amo había estado bañándose habían venido ladrones y se habían llevado sus vestidos a pesar de haber dado voces con toda la fuerza de que era capaz. El pillín había ocultado los vestidos debajo de una gruesa piedra. El rey ordenó en el acto a oficiales de su guardarropa que fuesen a buscar uno de los más hermosos vestidos para el señor marqués de la Chirimía, con quien el monarca se mostró muy amable; y como los ricos vestidos que acababan


de traerle pusiesen más de relieve su buen aspecto, pues era guapo y bien formado, la hija del rey le dijo que era muy buen mozo; y bastaron dos o tres miradas del marqués, muy respetuosas y algo tiernas, para que la princesa se enamorara locamente de él. El rey quiso que subiera al coche y hablara con él. Muy alegre el gato de ver que sus planes comenzaban a tener buen éxito, se adelantó; y habiendo encontrado dos campesinas que guadañaban un prado, les dijo: -Buenas gentes que estáis guadañando, si no decís al rey que este prado pertenece al señor marqués de la Chirimía, seréis destrozados hasta hacer gigote de vuestras carnes. El rey no dejó de preguntar a los guadañeros de quién era el prado en el que trabajaban, y como la amenaza de maese Zapirón les había espantado, ambos contestaron a un tiempo: -Pertenece al señor marqués de la Chirimía. -Tenéis una magnífica propiedad, le dijo el rey. -Es un prado, respondió el marqués, que no deja de producirme muy buena renta cada año. El gato, que continuaba teniendo la delantera, encontró varios segadores y les dijo: -Buenas gentes que estáis segando, si no decís que todos estos trigos pertenecen al señor marqués de la Chirimía, seréis destrozados hasta hacer gigote de vuestras carnes.


Pasó el rey poco después y quiso saber quién era el dueño de todos los trigos que veía. -Pertenecen al señor marqués de la Chirimía, contestaron los segadores; y el rey expresó de nuevo su contento al marqués. El gato, que no había dejado de ir delante de la carroza, dirigía las mismas palabras a cuantos encontraba y el rey estaba maravillado de los muchos bienes del señor marqués de la Chirimía. Maese Zapirón llegó por último a un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que se haya visto, pues todas las tierras por donde el rey había pasado dependían del castillo. El gato, que había procurado informarse de quién era el ogro y lo que sabía hacer, pidió hablarle, diciendo que no había querido pasar tan cerca del castillo sin haber tenido el honor de ofrecerle sus respetos. El ogro le recibió con toda la finura de que es capaz un ogro y le invitó a descansar. -Me han asegurado, dijo el gato, que tenéis el don de transformaros en toda suerte de animales, como por ejemplo, en león, en elefante… -Es verdad, contestó el ogro bruscamente, y para mostrároslo me veréis convertido en león. Tan grande fue el espanto del gato al hallarse delante de un león, que de un salto se fue al alero del tejado, no sin pena y peligro, a causa de sus botas, que de nada le servían para andar por encima de las tejas. Cuando el ogro hubo recobrado su primitiva forma, el gato bajó del tejado y confesó que había tenido miedo.


-También me han asegurado, añadió maese Zapirón, pero no puedo creerlo, que podéis tomar la forma de los más pequeños animales, como, por ejemplo, convertiros en rata y en ratoncillo. Os confieso que tal cosa la tengo por del todo imposible. -¡Imposible! -exclamó el ogro. Ahora veréis. Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando se transformó en ratoncillo que comenzó a correr por el suelo. En cuanto el gato lo hubo visto, lo cogió y se lo comió. Mientras tanto el rey, que al pasar fijose en el soberbio castillo, quiso entrar en él. Oyó el gato el ruido de la carroza que atravesaba el puente levadizo, salió al encuentro del monarca y le dijo: -Sea bienvenida Vuestra Majestad al castillo del señor marqués de la Chirimía. -¿También os pertenece este castillo, señor marqués? -preguntó el rey-. Es imposible hallar cosa más agradable que este patio y los edificios que le rodean. Veamos el interior. El marqués dio la mano a la joven princesa, y siguiendo al rey, que subió el primero, entraron en una gran sala en donde hallaron una magnífica comida que el ogro había mandado disponer para sus amigos, que debían verle aquel mismo día, pero que no se habían atrevido a entrar al saber que el rey estaba allí. El monarca, muy satisfecho de las buenas cualidades del señor marqués, lo mismo que la princesa que estaba locamente enamorada de él, al ver los grandes bienes que poseía le dijo, después de haber bebido cinco o seis veces:


-De vos depende, señor marqués, que seáis mi yerno. El marqués hizo una gran reverencia y aceptó el honor que le dispensaba el rey, y aquel mismo día la casó con la princesa. El gato llegó a ser un señor muy principal y sólo cazó ya ratones por diversión.


La verdad tras el rey león El mito dice que la película El Rey León está, realmente, basada en una chocante historia que narra la vida de un niño que frente a sus ojos vio como su padre era asesinado por su tío. Algo más o menos así: el tío lo habría hecho con el fin de quedarse con la empresa (el reino) que el pequeño más tarde heredaría, y, de pasada, también con la esposa de su hermano. Posterior a la muerte de su padre, el niño (Simba) escapa a las calles de New York (la selva) en donde conoce a dos traficantes de crack que, poco a poco, logran subirle el ánimo con sus chistes y aventuras (Timón y Pumba); es decir: vivir la vida a lo Hakuna Matata (sin preocupaciones). Esta junta lo llevaría al abuso de drogas, llegando, una noche, a ver a su padre en una alucinación. Lo "bonito" de la historia, es que en la alucinación, el padre le pide al chicuelo que por favor proteja lo que a ambos les pertenece. El chico comienza entonces una nueva etapa alejada de las drogas en donde tras conseguir ayuda del estado de New York, entra a una escuela técnica, en donde, tras graduarse, comienza a luchar por rescatar la empresa de su padre, liberando, a su vez, a su madre de los abusos de su tío (Scar). Nunca más vería a sus antiguos amigos, pero si los recordaría por siempre en su corazón de la siguiente manera: como las personas que, pese a las condiciones que se encontraban (drogados, por ejemplo), le dieron cobijo, alegría, y protección. Esta sería la historia que los guionistas de Disney mezclaron con el Hamlet de Shakespeare y el Kimba de Osamu Tezuka. Otro de los mitos que ronda al Rey de León, es la escena en la que Simba se acuesta en una colina y el polvo forma la palabra “SEX” (la que se puede ver mediante algún rippeo de cualquier edición original de la película en VHS). Ante esta situación, Donald Wildmon, conservador activista estadounidense, afirmó que ese mensaje subliminal promovía la ‘promiscuidad sexual’. En su defensa, los animadores señalan que lo que formaban las letras era la palabra SFX (efectos especiales), y que sólo fue una manera de dejar un registro tras el intenso trabajo que realizaron para terminar la película. Para evitar controversias, la cinta fue editada: en las versiones aparecidas luego de 2003, el polvo no forma ninguna palabra.


El Cartucho de Mario 64 Maldito Ya que soy un muy buen fan de Super Mario decidi comprarme Super Mario 64 (Ya tenia mi Nintendo 64) Fui a la tienda del centro pero no lo tenian fui a otra tienda que estaba como a tres cuadras mas de esa tienda pero tampoco lo tenian al final me entristeci un poco porque no lo encontre volvi a mi casa, pero antes de llegar vi una casa que nunca habia visto, la casa tenia un letrero de madera viejo y podrido tenia pintado el numero 64 arriba, entre sin nunguna preocupación pensando que era una tienda de videjuegos de nintendo 64. La casa por dentro se veia como por fuera: vieja, descolorida y triste, de pronto aparecio un joven como de 20 años era raro tenia heridas en los brazos y en la cara me dio miedo, me pregunto que nececitaba yo le dije que el juego Super Mario 64 El joven subio (La casa tenia 2 pisos) sin decirme nada y aproveche de explorar la casa iva a entra a un cuarto que decia "Death" (Muerte) me asuste estaba temblando iva a girar la perilla para abrir la puerta cuando el joven aparece detras de mi, me aguante el grito de miedo ya que me asusto, me paso el cartucho, el cartucho no era como el normal no tenia etiqueta sino que tenia escrito Super Mario 64 en rojo no me preocupe. Volvi a mi casa y puse el juego algo raro sucedio no me aparecio el intro inicial del juego solo apareci en la pantalla donde se eligen las partidas habi una en la que tenia 666 estrellas, intente crear otra pero la mano se corrio y eligio la partida que tenia 666 estrellas un escalofrio corrio todo mi cuerpo Mario no tenia su mismo traje, sus ojo estaban rojos, el traje era rojo, tambien reaccionaba extraño, tiritaba bruscamente, el cielo del juegos era rojo, el castillo era normal, me movi y entre al castillo con miedo, al entrar, era horrible, la musica del juego sonaba para atras diabolicamente, Mario se comporto aun mas raro en vez de tener los ojos rojo les salia sangre, estaba horrorizado la musica se ponia cada vez mas fuerte, una fuerza me impedia moverme, solo podia mover las manos en el control del juego, dentro del castillo habian solo 1 puerta que tenia una estrella roja y sanguinaria, decidi entrar, me horrorize demasiado la musica estaba demasiado fuerte, aparecia bowser con sangre en la boca, ojos rojo con sangre, el caparazon lo tenia habierto le salia algo que no puedo explicar era demasiado horrible, se movia rapido, mario hacia movimientos demasiados extraños se agarraba la cabeza para golpearse bruscamente le sali mucha sangre, Bowser se acerco y ataco a


mario bruscamente lo tomo con las dos manos lo apreto demasiado le salio sangre por los ojos y por la boca como chorro, estaba muy pero muy horrorizado ponia a mario frente a mi para ver lo que le hacia, lo apret hasta reventarlo. La pantalla se puso roja y teia un mensaje escrito que decia: "Not suffered enough?" (Sufriste demasiado Âżno?) despues volvio a ponerme en la pantalla donde se elijen las partidas rapidamente apage la consola y tire el juego a la basura. Por fin estaba libre de esa horrible pesadilla...


Peter pan Peter Pan es un niño que existe de verdad. Peter Pan fue creado por su escritor como honor a su hermano que murio de pequeño por abrirse la cabeza patinando sobre hielo. Peter Pan esta muerto. El Pais de Nunca Jamás es el "más alla" donde nuestras almas van a parar cuando morimos, el "cielo" Empecemos por el principio: El cuento de Peter se narra desde que su sombra aparece en casa de Wendy, Wendy entra en el mundo de Nunca Jamás porque se tira por la ventana y entra en coma, así conoce a Peter. Wendy entra en el mundo de Nunca Jamás guiada por Campanilla, que es la luz que nos guía al morir, esa famosa luz al final del túnel. En el cuento Peter dice "Que bonita aventura tendría que ser vivir" y también, el pequeño Peter sabe que no pueden tocarle, que si lo intentas le atravesaras pero no sabe el porqué no puedes tocarle. Los niños perdidos son los niños muertos, niños pequeños que murieron y acabaron en nunca jamás. Garfio: ¿A que tiene miedo Garfio? Al cocodrilo. ¿Porque? Porque le comió la mano. ¿Donde están Garfio y el Cocodrilo? En Nunca Jamás. Ambos están muertos. Precisamente porque están muertos tanto Peter como Wendy pueden volar, son sombras, almas. En Peter Pan existen las sirenas, aparecen en una parte de la película: Las sirenas simbolizan lo mitológico, lo imposible, los sueños. Otro dato importante: Campanilla detesta a Wendy, ¿Porque pretende robarle a Peter? No. Campanilla odia a Wendy porque pretende llevárselo al mundo de los vivos, lugar donde el no puede estar. Al final de la película Wendy regresa a casa y su madre grita: "¡Mi niña ha vuelto!" [Ya que habían denunciado su desaparición a la policía, se había esfumado en mitad de la noche.] En el libro la madre dice exactamente la misma frase pero no se refiere a que Wendy volvió de su desaparición, se refiere a que Wendy, por fin, regreso al mundo de los vivos despertando del coma


El Libro de la Selva Este es el cuento de un niño a quien Bagheera, la pantera negra, se encontró en la selva. Bagheera llevó al niño con unos lobos amigos quienes lo criaron como su propio hijo y lo llamaron Mowgli. Mowgli aprendió a vivir en la selva, pero siempre cuidado de cerca por su protector y amigo Bagheera. Los elefantes también se hicieron amigos, aun el coronel Hathi, un elefante gruñón que era el jefe y que todas las mañanas, dictando órdenes, los hacía marchar. No todos en la selva eran amistosos. Kaa, la boa hambrienta, ¡Quería comerse a Mowgli! Los de ojos Kaa hipnotizaban a cualquiera, y hacían pedazos al que apretaba entre sus anillos. Pero Mowgli tenía un enemigo más peligroso, Shere Khan, el tigre, quien estaba empeñado en matarlo antes de que Mowgli llegara a ser hombre. El capitán de la manada de lobos decidió que sólo había una forma de salvar al chico. – “Este niño debe ser llevado a la aldea del hombre”- dijo. Y Bagheera estuvo de acuerdo en llevarlo hasta la aldea. Mowgli pensó que Bagheera sólo lo llevaba a dar un paseo pero cuando le dijo a dónde lo llevaba, Mowgli gritó enojada –“¡No iré! ¡Quiero quedarme en la selva!”-. El chico huyó y se internó solo en el bosque en donde, al poco se hizo amigo de un oso alegre y vagabundo llamado Baloo. Baloo invitó al niño a nadar en el río y mientras el oso flotaba sobre su ancha espalda, Mowgli iba montado cómodamente sobre la panza de su amigo. De pronto, Mowgli sintió que alguien lo elevaba por los aires. Era una pandilla de pícaros monos quienes lo hhabían atrapado y lo llevaban volando por las copas de los árboles. Lo llevaron hasta las ruinas de un viejo templo en donde el Rey de los monos estaba comiendo plátanos mientras esperaba que le llevaran al niño.


“¡Dime cómo los hombres hacen el fuego!” – le dijo el Rey Louie. – “Pero yo no sé cómo”- contestó Mowgli. Y era verdad. Aunque su vida dependiera de ello el chico no podía decirle cómo se hacía el fuego porque ¡no sabía! Por fortuna Baloo y Bagheera llegaron cuando el Rey, muy enojado con Mowglie, estaba a punto de estallar, y rápidamente planearon la forma de salvar al niño. Baloo se disfrazó de mona, pero el Rey Louie pronto descubrió el engaño. En las carreras para escapar se derrumbó el templo, pero los tres amigos escaparon ilesos. Después de la aventura con los monos, Bagheera y Baloo explicaron a Mowgli que corría aún mayores peligros en el bosque y que debía regresar con su gente a la aldea. – “¡Yo no saldré de la selva!” – protestó el niño. Y corrió y se internó de nuevo en el bosque. Nuevamente Baloo y Bagheera buscaron a Mowgli por todos lados, pero el que lo encontró fue su peor enemigo ¡el tigre Shere Khan! Y cuando vio que Mowgli no le temía se puso furioso, mostró sus colmillos y ¡saltó sobre el chico!. En esto se desató una tormenta. Un rayo cayó prendiendo fuego a un árbol. Mowgli sabía que el fuego era lo que más temía el tigre y vio la forma de salvar a Baloo. Tomó una rama ardiendo y corrió hacia la fiera. El tigre se espantó tanto que se olvidó de atacar a Baloo y huyó corriendo. – “¡A ese nunca lo volveremos a ver!”- dijo riendo Bagheera. Mowgli, Bagheera y Baloo prometieron que de ahora en adelante nada los separaría. Pero en ese momento, Mowgli vio algo que jamás había visto: era una linda chica que venía por agua a un río cerca de la aldea. Lo que sucedió después entristeció a Baloo y a Bagheera pero sólo por un momento porque comprendieron que aquello era lo mejor que podría sucederle a Mowgli. Lo vieron sonreír a la chica mientras le ayudaba a llevar el cántaro de agua caminando los dos muy felices rumbo a la aldea. Sus


amigos sabían que el niño allí estaría a salvo y que ellos habían cumplido trayéndole a su nuevo hogar. En el libro escrito por Rudyard Kipling, el pueblo en el que se reinserta Mowgli no termina de aceptarlo por considerarlo brujo e inadaptado. El muchacho se ve obligado a huir de nuevo a la selva y su familia adoptiva es condenada a muerte. Mowgli pide entonces a Hathi el elefante que, debido al odio que les tiene, se vengue de los humanos arrasando el pueblo. Los lobos se hacen con el ganado y la pantera Bagheera aniquila los caballos. En seis meses, el territorio es devorado definitivamente por la selva.


Jack y los frijoles magicos Había una vez, una pobre viuda que vivía en una pequeña cabaña, sola con su hijo. Tenían como único bien una vaca lechera. Era la mejor vaca de toda la comarca, daba siempre buena leche fresca para ella y el muchacho. Pero ocurrió que la viuda enfermó y no pudo trabajar en su huerta, ni cuidar su casa por mucho tiempo. Entonces, ella y Jack (pues así se llamaba el joven hijo) empezaron a pasar hambre y decidieron vender la vaca para sobrevivir. Un día en que había feria en el pueblo, Jack se ofreció a llevar la vaca al mercado. La viuda esperaba vivir varios meses con los víveres y las semillas que les darían a cambio del animal y dejó ir a su hijo. Jack salió temprano, pues la feria se encontraba lejos. En medio del camino, se encontró con un hombre extraño que quiso saber por qué iba el joven con una vaca atada tan apurado. —Voy a venderla al mercado, para que podamos sobrevivir mi madre y yo — le respondió Jack confiado en la mirada y el aspecto amigable del anciano. —Entonces, tengo una maravillosa propuesta para hacerte —le dijo el anciano mientras le acercaba el puño de la mano—. Te cambio estas semillas de habichuelas por la vaca, son habichuelas mágicas, crecerán de la noche a la mañana y darán la planta de habichuelas más grande que hayas visto, con ella no pasarás más hambre ni te faltará nada. Jack se entusiasmó con la idea de la planta maravillosa y le aceptó el cambio. Cerca del atardecer, Jack regresó a su casa. Su madre se sorprendió de que hubiera vuelto tan pronto, pero como no vio la vaca creyó que había podido venderla. Cuando Jack le contó que la había cambiado por las habichuelas se enojó mucho con el muchacho:


—¡Ve a acostarte sin comer! —le gritó mientras tiraba las semillas de habichuela por la ventana. Jack se fue muy triste a dormir. Durante esa noche soñó que las semillas del jardín crecían y sacudían su casa. El tallo de la planta de habichuelas crecía y crecía tan grande que golpeaba su ventana… Cuando el muchacho se despertó descubrió que el sueño era realidad, desde su ventana vio una enorme planta que subía hasta el cielo y se perdía entre las nubes. Antes de que su madre pudiera llamarlo, se escapó por la ventana y se trepó en la enorme planta. Subió y subió, y subió y subió, hasta pasar las nubes. Allí descubrió que la planta terminaba en un extraño país. Cerca, sobre una colina blanca, se levantaba un enorme castillo. Jack se acercó al castillo. En la puerta estaba parada una enorme mujer que lo miraba sorprendida. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó quién vivía en el castillo. La mujer le dijo que era la casa de su esposo, un malvado ogro. Jack tenía mucha, mucha hambre y, de manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer se enterneció por las palabras del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor en el desayuno. La mujer le advirtió que llegaba su marido y lo escondió en el horno para que no lo viera. ¡Pum, pum, pum! —Mejor es que te marches, muchacho, a mi esposo le gusta comer niños. Jack se quedó helado de miedo y no pudo comer más. —¡Viene muy hambriento. Si te encuentra, te desayunará! —le dijo de la manera más tierna posible para una gigante como ella.


Cuando llegó el ogro, le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: —Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan? La mujer le contestó que el olor era del niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido tiempo de limpiar el horno. Después de comer, el ogro se tiró a dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio, en puntas de pie, se acercó a la puerta, pero no salió enseguida, porque vio que en la sala el ogro tenía muchos tesoros: sacos con monedas de oro, estatuas y jarrones de oro… Entre ellos, a Jack le llamó la atención un ganso que ponía huevos de oro y una pequeña arpa, también de oro, que se tocaba sola. Antes de irse decidió llevarse una bolsa llena de monedas, para darle a su madre una recompensa por no vendido la vaca y, sin hacer ruido con todo el oro. Llegó hasta la planta y bajo, bajó y bajó. Por suerte, volvió al jardín de su casa. Allí lo esperaba su madre muy preocupada. Jack le contó su aventura en el país de los gigantes y le dio la bolsa. Con ese oro vivieron bien por un tiempo hasta que volvió haber a faltarles el alimento. Jack decidió entonces visitar, se fue del castillo nuevamente al ogro en su casa de las nubes. Esta vez se llevaría el ganso de oro. Era una hermosa mañana de verano cuando Jack subió y subió y subió por el tallo de habichuelas hasta llegar al país de los gigantes. El muchacho se dirigió al castillo del ogro. Nuevamente encontró parada en la puerta a su enorme mujer que lo miraba más que sorprendida. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó si el ogro estaba en el castillo. La mujer le respondió:


—Mejor es que te marches, muchacho, sabes que a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno y está por venir. Jack, de manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer se volvió a enternecer por los modales del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor: ¡Pum, pum, pum! Jack dejó de comer y se escondió en el horno. Cuando llegó el ogro, le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado, se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: –Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan? La mujer le contestó que el olor era del niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido tiempo de limpiar el horno. Después de comer, el ogro se tiró a dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio, en puntas de pie, se acercó a la sala de los tesoros, quería llevarse el ganso de los huevos de oro. Lo tomó y salió rápido hacia su casa. Bajó, bajó y bajó hasta llegar a su jardín, allí lo esperaba su madre que se sorprendió del maravilloso ganso. —Con sus huevos no tendremos más necesidades —comentó muy contenta su madre. Y era cierto…, pero Jack no estaba tranquilo, quería volver al país de los


gigantes para llevarse el arpa mágica. Una pequeña arpa de cuerdas de oro que se tocaba sola. Así, a la mañana siguiente, se levantó temprano; salió por la ventana de su cuarto y subió, subió y subió por el tallo de habichuelas hasta llegar al país de los gigantes. Muy apurado se encaminó al castillo del ogro. Nuevamente encontró parada en la puerta a su enorme mujer que lo miraba sorprendidísima. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó si el ogro estaba en el castillo. La mujer le respondió: —Mejor es que te marches, muchacho, como bien sabes, a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno y está por venir. Jack, muy amable como siempre, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer, que no dejaba de enternecerse por la forma de ser del joven, lo dejó pasar. Le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor: ¡Pum, pum, pum! Jack dejó de comer y se escondió, por tercera vez, en el horno. Cuando llegó, el ogro le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: —Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan? —Es el olor del niño que cociné la otra noche. No he tenido tiempo de limpiar el horno —le contestó la mujer que no sabía inventar otra excusa a su marido Después de comer, el ogro le pidió a su mujer que le trajera su arpa. Cuando tuvo cerca el instrumento le ordenó: “¡Canta!”. El arpa comenzó a hacer sonar sus cuerdas y el ogro de a poco se fue durmiendo con la música


En ese momento, Jack aprovechó para salir. Despacio, en puntas de pie, se acercó al ogro, que roncaba como un trueno, para llevarse el arpa. Al igual que las dos veces anteriores, tomó el tesoro y se encaminó a la puerta. Pero el arpa comenzó a sonar llamando a su amo, pues no quería ser robada por un extraño hombrecillo y comenzó a gritar con voz metálica y muy fuerte: —¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! Se despertó sobresaltado el ogro mientras seguían oyéndose los gritos acusadores: —¡Señor amo, que me roban! En ese momento, Jack escapaba hacia la planta. Como al ogro le costó trabajo entender lo que sucedía, le dio alguna ventaja al joven en la carrera. Jack bajó, bajó y bajó, pero de pronto la planta de habichuelas comenzó a sacudirse terriblemente. Antes de llegar a su jardín, Jack le gritó a su madre que le alcance un hacha y apenas llegó se puso a cortar con ella el tallo. El ogro seguía bajando y ya se podía verlo, aterrador y enfurecido, descolgándose de entre las nubes. En ese momento, el tallo se partió en dos y la planta se quebró. Grande como era el ogro cayó en la tierra y se hundió mientras dejaba un hoyo inmenso y sin fondo. Nunca más nadie lo volvió a ver. En cuanto a Jack, se divirtió con su nueva arpa y, gracias a los huevos de oro, él y su madre no tuvieron más necesidades.


l Principe Rana – Cuentos Originales de los Hermanos Grimm En aquellos tiempos, cuando se cumplían todavía los deseos, vivía un rey, cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol, que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro. Cerca del palacio del rey había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo lilo, había una fuente; cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente; cuando iba a estar mucho tiempo, llevaba una bola de oro, que tiraba a lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito. Pero sucedió una vez que la bola de oro de la hija del rey no cayó en sus manos, cuando la tiró a lo alto, sino que fue a parar al suelo y de allí rodó al agua. La hija del rey la siguió con los ojos, pero la bola desapareció, y la fuente era muy honda, tan honda que no se veía su fondo. Entonces comenzó a llorar, y lloraba cada vez más alto y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, la dijo una voz: -¿Qué tienes, hija del rey, que te lamentas de modo que puedes enternecer a una piedra? Miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que sacaba del agua su asquerosa cabeza: -¡Ah! ¿eres tú, vieja azotacharcos? -la dijo-; lloro por mi bola de oro, que se me ha caído a la fuente. -Tranquilízate y no llores -la contestó la rana-; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das, si te devuelvo tu juguete? -Lo que quieras, querida rana -la dijo-; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y hasta la corona dorada que llevo puesta. La rana contestó: -Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y


compañera en tus juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro. -¡Ah! -la dijo-; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro. Pero pensó para sí: «¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres.» La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, le cogió y se marchó con él saltando. -¡Espera, espera! -la gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú. Pero de poco la sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no la hizo caso, corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente. Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta y dijo: -Hija del rey, la más pequeña, ábreme. Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza la preguntó: -Hija mía, ¿qué tienes? ¿hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte? -¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana.


-¿Qué te quiere la rana? -¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de haberme exigido promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar. Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo: -Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría agua de la fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme. Entonces dijo el rey: -Debes cumplirla lo que la has prometido, ve y ábrela. Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla. Se colocó allí y dijo: -Ponme encima de ti. La niña vaciló hasta que lo mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla: -Quiero subir encima de la mesa -y así que la puso allí, dijo-: Ahora acércame tu plato dorado, para que podamos comer juntas. Hízolo en seguida; pero se vio bien que no lo hacía de buena gana. La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo: -Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos juntas. La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el sapo se incomodó y dijo:


-No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad. Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y la dijo: -Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre. La princesa se incomodó entonces mucho, la cogió y la tiró contra la pared con todas sus fuerzas. -Ahora descansarás, rana asquerosa. Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y amables, que fue desde entonces, por la voluntad de su padre, su querido compañero y esposo y la refirió que había sido encantado por una mala hechicera y que nadie podía sacarle de la fuente más que ella sola y que al día siguiente se marcharían a su país. Entonces durmieron hasta el otro día y en cuanto salió el sol se metieron en un coche tirado por siete caballos blancos que llevaban plumas blancas en la cabeza y tenían por riendas cadenas de oro; detrás iba el criado del joven rey, que era el fiel Enrique. El fiel Enrique se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto tres varillas de hierro encima del corazón para que no saltase del dolor y la tristeza. Pero el joven rey debía hacer el viaje en su coche: el fiel Enrique subió después de ambos, se colocó detrás de ellos e iba lleno de alegría por la libertad de su amo. Y cuando hubieron andado un poco del camino oyó el hijo del rey una cosa que sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo: -¿Enrique, se ha roto el coche? -No señor, no se rompió, es tan solo una varilla de las que en mi corazón para impedir se saltase por la pena y el dolor


puse, mientras en la fuente estabais, cual rana, vos. Todavía volvió a sonar otra vez y otra vez en el camino y el hijo del rey creía siempre que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban del corazón del fiel Enrique porque su señor era libre


El lobo y la siete cabritillas Un cuento de los hermanos Grimm Érase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas. "Hijas mías," les dijo, "me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo conoceréis enseguida por su bronca voz y sus negras patas." Las cabritas respondieron: "Tendremos mucho cuidado, madrecita. Podéis marcharos tranquila." Despidióse la vieja con un balido y, confiada, emprendió su camino. No había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz dijo: "Abrid, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy de vuelta y os traigo algo para cada una." Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo. "No te abriremos," exclamaron, "no eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo." Fuese éste a la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a la puerta: "Abrid hijitas," dijo, "vuestra madre os trae algo a cada una." Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana, y al verla las cabritas, exclamaron: "No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres el lobo!" Corrió entonces el muy bribón a un tahonero y le dijo: "Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta." Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero: "Échame harina blanca en el pie," díjole. El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba alguna tropelía, negóse al principio, pero la fiera lo amenazó: "Si no lo haces, te devoro." El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente. Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo: "Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del bosque." Las cabritas replicaron: "Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre." La fiera


puso la pata en la ventana, y, al ver ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Metióse una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la fregadera, y la más pequeña, en la caja del reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gastar cumplidos, se las engulló a todas menos a la más pequeñita que, oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus pesquisas. Ya ahíto y satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y, llegado a un verde prado, tumbóse a dormir a la sombra de un árbol. Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; llamólas a todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que llególe la vez a la última, la cual, con vocecita queda, dijo: "Madre querida, estoy en la caja del reloj." Sacóla la cabra, y entonces la pequeña le explicó que había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imaginad con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas! Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en compañía de su pequeña, y, al llegar al prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando tan fuertemente que hacía temblar las ramas. Al observarlo de cerca, parecióle que algo se movía y agitaba en su abultada barriga. ¡Válgame Dios! pensó, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha merendado y que están vivas aún? Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo, y apenas había empezado a cortar cuando una de las cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las había engullido enteras. ¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamaíta, brincando como sastre en bodas! Pero la cabra dijo: "Traedme ahora piedras;


llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia, aprovechando que duerme." Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la barriga, hasta que ya no cupieron más. La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta de nada ni hizo el menor movimiento. Terminada ya su siesta, el lobo se levantó, y, como los guijarros que le llenaban el estómago le diesen mucha sed, encaminóse a un pozo para beber. Mientras andaba, moviéndose de un lado a otro, los guijarros de su panza chocaban entre sí con gran ruido, por lo que exclamó: "¿Qué será este ruido que suena en mi barriga? Creí que eran seis cabritas, mas ahora me parecen chinitas." Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el peso de las piedras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente. Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gritando jubilosas: "¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!" Y, con su madre, pusiéronse a bailar en corro en torno al pozo.


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