Proyecto recopilacion de cuentos cuentos para disfrutar

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Proyecto de 5ยบ grado A Profesora: Vanesa Arias Autor: Pedro Pablo Sacristรกn

Cuentos para disfrutar


Cuentos para disfrutar Autor: Pedro Pablo Sacristán

Cuento 1: Barba Flamenco y el recortador de cuentos Había una vez un papá que tenía tanta prisa por acabar los cuentos que contaba a sus hijos cada noche, que empezó a recortar palabras. Quitando palabras de aquí y de allá era capaz de terminar los cuentos un poco antes. Pero como nada le parecía suficiente, siguió recortando más y más, hasta que un día, sin darse cuenta, recortó la palabra más importante de un cuento: se comió la palabra “FIN”. Aquella noche se fue tranquilamente a la cama, pero al despertar se notó muy raro. Se levantó y al mirarse al espejo, ¡descubrió que tenía un gran sombrero de pirata, un negro parche en el ojo y una enorme barba de color rojo con lunares blancos! No había duda, se había transformado en Barba Flamenco, el famoso capitán pirata de sus cuentos. Preocupado, corrió a la habitación de sus hijos pero, al abrir la puerta, un muro de agua se derrumbó sobre él y al momento se encontró nadando en el mar. Pero no estaba solo, varios tiburones avanzaban hacia él con hambre de seis semanas. Barba Flamenco se preparó para luchar agarrando el cuchillo de untar mantequilla que siempre escondía bajo su sombrero, pero justo antes de lanzarse a por el primero de los tiburones, sintió que se elevaba por los aires y caía en la cubierta de un gran barco de bandera pirata. - Ha faltado poco, mi capitán- dijo un marinero pirata que no podía parecerse más a su hijo mayor.


- ¡El capitán habría podido con esos torpes tiburones! - gritaron un par de grumetes tan iguales que Barba Flamenco hubiera pensado que se trataba de los gemelos. Pero no había tiempo que perder. El capitán fue informado de que la reina había sido secuestrada y ofrecían una gran recompensa a quien la devolviera sana y salva. Entonces pusieron rumbo hacia la isla del Último Caníbal, la preferida por todos los malvados para esconder reinas secuestradas. Navegaban a toda velocidad cuando se formó una gran y oscura tormenta, y entonces un rayo impactó en el palo mayor, provocando un gran incendio. Pero mientras trataban de apagarlo, el barco chocó violentamente contra los arrecifes que rodeaban la isla, enviando por los aires al capitán y sus marineros… Cuando el capitán despertó, se encontraba atado a un gran tronco. A sus lados, también atados, estaban todos los piratas de su tripulación. Se encontraban en el corazón del volcán de la isla, el lugar elegido por los caníbales para hacer sus sacrificios y rituales. Pero no eran ellos los que iban a ser devorados. Todo estaba preparado para sacrificar a una bella mujer con corona que no podía ser otra que la reina. Los caníbales comenzaron sus cánticos. Qué pesados, siempre hacían todo cantando. Pero entonces el capitán tuvo una idea. Con voz potente comenzó a cantar canciones piratas, y toda la tripulación se puso a cantar con él a pleno pulmón. Los caníbales intentaban cantar más fuerte, pero aun siendo muchos más, no conseguían superar al capitán y sus hombres. Sin sus cánticos no podían empezar a comer así que, rojos de furia, decidieron cambiar los papeles de la reina y del capitán. Ahora era el capitán quien estaba sobre un gran caldero a punto de ser cocinado. Sintió el picor de la pimienta y el olor de la salsa mientras el calor se hacía tan intenso que ya no tenía fuerzas para cantar. Sus marineros también fueron silenciados con grandes bolas de helado de chocolate que degustaban con ansia ¿Cómo


habrían sabido aquellos salvajes que el helado de chocolate era el punto débil de su tripulación? Pero entonces vio a la reina sonreír con aquella sonrisa torcida que solo tenía Flor Marchita. Sin duda todo había sido una trampa de la temible capitana pirata, antaño su mejor socia y ahora su mayor rival, para atrapar a Barba Flamenco y sus hombres. Rodeado de caníbales, mientras sentía el dolor del primer mordisco, el capitán aceptó su derrota. - Has ganado, Flor Marchita. Este es el FIN. Con esa última palabra todo desapareció y el papá volvió a encontrarse en su cama, aún asustado y sudoroso. A su lado, con la misma sonrisa torcida de Flor Marchita, su mujer le regaló un beso, diciéndole: - La próxima vez que vuelvas a recortarles los cuentos a los niños, te las verás conmigo en la Cueva de la Locura... Esa noche el papá se quedó muy pensativo. Había pasado mucho miedo, pero había sido tan alucinante ser parte de un cuento, que nunca más volvería a quitarles a sus hijos ni un trocito de sus cuentos.

Cuento 2 : Platillos en el espacio Tere Timbalitos era una niña alegre y artista con un gran sueño: llegar a tocar la batería en un grupo musical. Pero para conseguirlo había un gran obstáculo: Tere tenía que practicar mucho para hacerlo bien, pero justo al lado de su casa vivían un montón de ancianitos, muchos de ellos enfermos, en una residencia; y sabía que el ruido de tambores, bombos y platillos podía molestarles muchísimo. Tere era una niña muy buena y respetuosa, y buscaba


constantemente la forma de practicar sin molestar a los demás. Así, había intentado tocar en sitios tan raros como un sótano enterrado, una cocina, un desván, o incluso una ducha, pero no había forma, siempre había alguien que se sentía verdaderamente molesto; así que, decidida a ensayar mucho, Tere pasaba la mayor parte del tiempo tocando sobre libros y cajas, y buscando nuevos sitios donde practicar. Un día, mientras veía un documental de ciencias en la televisión, escuchó que en el espacio, como no había aire, el ruido no se podía transmitir, y decidió convertirse en una especie de astronauta musical. Con la ayuda de muchos libros, mucho tiempo, y mucho trabajo, se construyó una burbuja espacial: era una gran esfera de cristal, en la que una máquina sacaba el aire para hacer el vacío, y en la que sólo estaban su batería y una silla. Tere se vestía con un traje de astronauta que se había fabricado, se metía en la burbuja, pulsaba el de la máquina para sacar el aire, y... ¡se ponía a tocar la batería como una loca! En muy poco tiempo, Tere Timbalitos, "la astronauta musical", se hizo muy famosa. Acudía tanta gente a verla tocar en su burbuja espacial, que tuvo que poner unos pequeños altavoces para que pudieran escucharla, y poco despúes trasladó su burbuja y comenzó a dar conciertos. Llegó a ser tanta su fama, que desde el gobierno le propusieron formar parte de un viaje único al espacio, y así se convirtió de veras en la auténtica astronauta musical, superando de largo aquel sueño inicial de tocar en un grupo. Y cuando años después le preguntaban cómo había conseguido todo aquello, se quedaba un rato pensando y decía: -Si no me hubieran importado tanto aquellos ancianitos, si no hubiera seguido buscando una solución, nada de esto habría ocurrido. __________________________


Cuento 3: ¡Qué alguien mueva esa sandía! En la Gran Bañera del Bosque vivían cientos de pequeños insectos y bichitos. Era una simple bañera abandonada, pero resultaba un lugar perfecto para vivir, donde solo había que tener cuidado con el desagüe de la bañera para que no quedara obstruido y una lluvia inoportuna los hiciera morir ahogados. Por eso los forzudos escarabajos eran los encargados de vigilar el desagüe. Pero una mañana, el desagüe amaneció taponado por una enorme sandía ¡Qué tragedia! Era una fruta tan grande que ni el escarabajo más grande, ni los cinco escarabajos más grandes, ni siquiera todos los escarabajos juntos, pudieron apartarla de allí. Los insectos más fuertes pusieron toda su energía en la tarea, pero no consiguieron nada. Los más listos aplicaron su inteligencia a encontrar soluciones, y tampoco tuvieron éxito. Finalmente, los más sabios comenzaron a organizar la huida. Y en medio de tantas penas, una ridícula hormiga extranjera se atrevió a decir que si le dejaban llevarse la sandía ¡Qué graciosilla! Hicieron falta muchos insectos para calmar a los escarabajos e impedir que aplastaran a la chistosa hormiguita. Pero resultó que la hormiga no estaba bromeando, porque al final del día apareció acompañada por miles y miles de compañeras. Y en perfecto orden, cada una se acercó a la sandía, mordió su trocito, y se lo llevó por donde había venido. - ¡Pero si así no avanzas nada! - le dijo un saltamontes a una hormiga que paró un segundo a descansar -. La sandía está igual ahora que antes de tomaras tu trocito.


- ¿Segurrrro? Humm...- respondió con un extraño acento, como si nunca lo hubiera pensado. Y, sin darle más importancia, retomó su marcha. Pero algo debió hacer aquel trocito, porque solo unos días después no quedaba ni rastro de la gran sandía. Y desde entonces, muchas de las tareas más pesadas en la Gran Bañera se convirtieron en pequeñas, diminutas tareas, que se hacían mejor poquito a poco. ___________________________ Cuento 4: El cantor de ópera A la pequeña ciudad de Chiquitrán llegó un día en tren llevando una gran maleta un tipo curioso. Se llamaba Matito, y tenía una pinta totalmente corriente; lo que le hacía especial es que todo lo que hablaba, lo hacía cantando ópera. Daba igual que se tratara de responder a un breve saludo como "buenos días"; él se aclaraba la voz y respondía: - Bueeeeenos diiiiiiias tenga usteeeeeeeed. Y la verdad, a casi todo el mundo se le hacía bastante pesadito el tal Matito. Nadie era capaz de sacarle una palabra normal, y como tampoco se sabía muy bien cómo se ganaba la vida y vivía bastante humildemente, utilizando siempre su mismo traje viejos de segunda mano, a menudo le trataban con desprecio, burlándose de sus cantares, llamándole "don nadie", "pobretón" y "gandul". Pasaron algunos años, hasta que un día llegó un rumor que se extendió como un reguero de pólvora por toda la ciudad: Matito había conseguido un papel en una ópera importantísima de la capital, y todo se llenó con carteles anunciando el evento. Nadie dejó de ver y escuchar la obra, que fue un gran éxito, y al terminar, para sorpresa de todos en su ciudad, cuando fue


entrevistado por los periodistas, Matito respondió a sus preguntas muy cortésmente, con una clara y estupenda voz. Desde aquel día, Matito dejó de cantar a todas horas, y ya sólo lo hacía durante sus actuaciones y giras por el mundo. Algunos suponían por qué había cambiado, pero otros muchos aún no tenían ni idea y seguían pensando que estaba algo loco. No lo hubieran hecho de haber visto que lo único que guardaba en su gran maleta era una piedra con un mensaje tallado a mano que decía: "Practica, hijo, practica cada segundo, que nunca se sabe cuándo tendrás tu oportunidad", y de haber sabido que pudo actuar en aquella ópera sólo porque el director le oyó mientras compraba un vulgar periódico. Cuento 5: ¿Y si no fueron felices y se hartaron de perdices? Érase una vez el final de un cuento de hadas. Todo había acabado felizmente, y el príncipe y la princesa habían llegado a casarse tras muchas aventuras. Y vivieron felices y comieron perdices. Pero, al día siguiente, el príncipe tenía un fuerte dolor de cabeza y no le apetecía comer perdiz. Salió a pasear por los jardines mientras la princesa devoraba una perdiz tras otra. Tantas comió, que al llegar la noche sufría una gran indigestión. Esa noche, el príncipe protestaba, pues no se sentía feliz. - Vaya birria de cuento. No me siento para nada feliz. - Si no eres feliz, es porque no has comido perdiz. Y al día siguiente ambos solo comieron perdices, pero el mal humor del príncipe no desapareció, y la indigestión de la princesa empeoró. - Vaya birria de cuento- dijo también la princesa. El tercer día era evidente que ninguno de los dos era feliz. - ¿Cómo puede irnos tan mal? ¿Acaso no fue todo perfecto durante el cuento? - Es verdad. Lo tenemos todo, ¡y hasta nos hemos casado! ¿Qué más necesitamos para ser felices?


Ninguno de los dos tenía ni idea, pues se habían preparado para vivir una vida de cuento. Pero, al terminar el cuento, no sabían por dónde seguir. Decididos a reclamar una felicidad a la que tenían derecho, fueron a quejarse al escritor del cuento. - Queremos otro final. - Este es el mejor que tengo. No me sé ninguno mejor. Y, tras muchas discusiones, lo único que consiguieron fue que eliminara lo de comer perdices. Aun así seguían sin ser felices, claro, pero al menos la princesa ya no tenía indigestión. La infeliz pareja no se resignó, y decidió visitar a las más famosas parejas de cuento. Pero ni Cenicienta, ni la Bella Durmiente, ni siquiera Blancanieves, hacían otra cosa que dejar pasar tristemente los días en sus palacios. Ni una sola de aquellas legendarias parejas había sabido cómo continuar el cuento después del día de la boda. - Nosotros probamos a bailar, bailar, y bailar durante días- contó Cenicienta- pero solo conseguimos un dolor de huesos que no se quita con nada. - Mi príncipe me despertaba cada mañana con un ardiente beso que duraba horas- recordaba la Bella Durmiente- pero aquello llegó a ser tan aburrido que ahora paso días enteros sin dormir para que nadie venga a despertarme. - Yo me atraganté con la manzana cien veces, y mi príncipe me salvó otras tantas, y luego nos quedábamos mirándonos profundamente- dijo Blancanieves- Ahora tengo alergia a las manzanas y miro a mi esposo para buscarle nuevos granos y verrugas. Decepcionados, los recién casados fueron a visitar al resto de personajes de su cuento. Pero ni el gran hechicero, ni el furioso dragón, ni sus valientes caballeros quisieron hacer nada. - Ya cumplimos con todas nuestras obligaciones, y ni siquiera tuvimos un final feliz ¿Y encima queréis que nos hagamos responsables de vuestra felicidad ahora que ha terminado el cuento? ¡Venga ya! La joven pareja recurrió finalmente a sus leales súbditos. Tampoco funcionó porque, a pesar de que obedecieron todas y cada una de sus órdenes, los príncipes siempre habían tenido todo tipo de lujos, y seguían insatisfechos. - Nada, tendré que encargarme de mi felicidad yo misma - decidió la princesa precisamente el día que el príncipe pensó lo mismo. Y cada uno se fue por su lado a intentar ser feliz haciendo aquello que siempre le había gustado. Pero por emocionantes y especiales que fueran todas aquellas cosas, no era lo


mismo hacerlas sin tener a su lado a su amor de cuento. Tras aceptar su fracaso por separado, volvieron a encontrarse en el palacio llenos de pena y desesperanza. - Lo hemos intentado todo- dijo el príncipe, cabizbajo-. Ya no queda nadie más a quien pedirle que nos haga felices. Estamos atrapados en un penoso final de cuento. - Bueno, querido, aún nos queda una cosa por probar- susurró la princesa-. Hay alguien que aún no se ha encargado de tu final feliz. - ¿Sí? ¿Quién? ¿La bruja? ¿El león? ¿El armario? ¿Voldemort? - Cariño, no te vayas del cuento. Me refiero a mí. Aún no me he encargado de hacerte feliz. Ni tú tampoco de mí. Era verdad. Y no perdían nada por intentarlo. Aunque hacer feliz al príncipe tenía lo suyo. Solía levantarse de mal humor, trabajaba algo menos que poco y era un tipo más bien desalineado. Y tampoco la princesa era perfecta, pues lo menos que se podía decir de ella es que era caprichosa y mandona, bastante cotilla y un poco pesada. Pero, a pesar de todo, se querían, y descubrieron que, al esforzarse por el otro, olvidándose de sí mismos, no necesitaban más que ver asomar la felicidad en el rostro de la persona amada para sentirse plenamente dichosos. Nunca antes habían repartido felicidad, y hacerlo con su único amor los llenaba de tanta alegría que era difícil saber quién de los dos era más feliz. Pronto se sintieron tan dichosos repartiéndose felicidad que, a pesar del esfuerzo que les suponía, no pudieron parar en ellos mismos, y comenzaron también a preocuparse de la felicidad de sus súbditos y los demás personajes de su cuento. Hasta las legendarias princesas que no habían sabido vivir felices en su final de cuento pudieron recibir su consejo y su ayuda. Así, habiendo descubierto el secreto de los finales felices, hicieron por fin una última visita para llevar a su amigo el escritor un regalo muy especial: un nuevo final de cuento. Y el escritor lo tomó y lo agregó a la última página, donde desde entonces puede leerse “…y, renunciando a su felicidad por la del otro, pudieron amarse y ser felices para siempre”

Cuento 6: Adiós a la ley de la selva (I): El león.


Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de convertirse en rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que había sido un león fuerte y poderoso. - ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo. El león herido le contó su historia. - Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a todos mi fuerza y mi poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y amenacé a cuantos animales pequeños me encontré. La fama de mi fiereza era tal que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando a pobres animalitos a tener que enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte que yo y me derrotó, dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando que me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como para hacerme compañía. El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su camino. Cuando al fin se marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero. Tuvo que haber sido muy fuerte, pero ahora estaba muy delgado. - ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado? El león enjaulado le contó su historia. - Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza para vencer al anterior rey, y luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para ganarme su respeto.


Golpeé y humillé a cuantos me llevaron la contraria, y pronto todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche se pusieron de acuerdo para traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni puerta; y a nadie le importo lo suficiente como para traerme comida. El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún tiempo, decidió seguir su camino preguntándose qué podría hacer para llegar a ser rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían servido de nada a los otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza cuando se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño ratón. Estaba claro que ese tigre era el nuevo rey, pero decidió salir en defensa del ratoncillo. - Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey. - ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres convertirte en el nuevo rey? El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió: - No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es que dejes tranquilo a este pobre animal. El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró aliviado pensando que el león le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz al ratoncillo. El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que decidió que aquella podría ser una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni humillara a otros animales más débiles. La fama del


león protector se extendió rápidamente, llenando aquella selva de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros. Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero pronto sintió que la fama del joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su poder. - Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a ser mi diversión y la de todos, así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando por besarme las patas y limpiarme las garras. El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más fuerte. Pero no se acobardó, y respondió valientemente: - No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no voy a consentir que abuses de nadie. Y tampoco de mí. Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz pelea. Pero la pelea apenas duró un instante, pues muchos de los animales presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron sobre el tigre, quien sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de mordiscos, zarpazos, coces y picotazos, y solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado, mientras escuchaba a lo lejos la alegría de todos al aclamar al león como rey. Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza, descubriendo que sin haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía, nunca se habría convertido en el famoso rey, amado y respetado por todos, que llegó a ser.


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