Ciudadanía

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Ciudadanía: una sumatoria de dilemas que se resumen en la relación “vos-yo” como vecinos. Libertad y Justicia – Democracia y Poder – Convivencia y Paz – La utopía y lo posible – Igualdad y Discriminación – Educación

La ciudadanía nace con la convicción humana de generar un pacto social que nos permita socializar cada día con mejores condiciones de bienestar. Regula la convivencia. Somos todos ciudadanos. Pero hay una separación que requiere análisis: la del ciudadano civil del ciudadano político. Desde el momento que el ciudadano está excluido del diálogo político, es eso: un excluido. Luego con suerte la política actual incluye discriminando. ¿Sufrimos colectivamente de una carencia de pertenencia? Si ninguno de nosotros se siente parte del espacio donde habita, no toma decisiones ni tiene posibilidad de ser oído, quizás la ciudadanía tiene que ser repensada.

Nota del editor – Vanesa Vicente. Antes de comenzar con esta especie de resumen del texto “El malestar de la ciudadanía” quiero expresar una profunda conclusión personal y que tiñe el trabajo que les dejo en estas páginas – porque no puedo ser imparcial, no puedo dejar mis pensamientos de lado, no pude evitar usar palabras propias y agregar notas de otros textos (mencionados en cada caso) que ilustran lo expresado – “En cada norma mal puesta en nuestro sistema de convivencia se está dejando un valor fuera del mismo y VER, evitar o corregir eso ES responsabilidad del ciudadano”. Como ciudadanos siento que cada vez que permitimos que se mantengan o agreguen “reglas mal puestas – injustas - incoherentes” a este juego de la vida, hay algún “valor” que está dejándose fuera del tablero donde asentamos el sistema / juego, hay una porción más de renuncia a la dignidad humana o al respeto hacia la vida. Por eso con respeto pero firmeza, soy intolerable con algunas posturas. Por eso a veces el silencio ahoga un enojo profundo: porque el camino que a veces deseamos desandar es quizás imposible (no se vuelve al pasado salvo con la memoria), pero el camino por delante NO es imposible, allí es donde el enojo puede ser esperanza, el futuro es lo posible: el camino puede ser largo, trabajoso, seguro requiere coraje pero sobre todo requiere de una voluntad de hierro para quedarnos aferrados a los Valores y no a las Reglas. Dicho esto a modo muy personal pero sabiendo que se refleja en las 20 páginas que siguen, los dejo con el resumen del libro “El malestar de la ciudadanía” que contiene el pensamiento de 9 (ref.1) autores que apuestan a una ciudadanía fuerte, consciente, prudente, sobria pero también VALIENTE.

EL CIUDADANO

El concepto de ciudadano es una construcción cultural en estrecha relación con la aceptación de la ley o los límites que vamos comprendiendo como “necesarios” para convivir mejor. La ciudadanía nace con la convicción humana de generar un pacto social que nos permita socializar gradualmente dentro de mejores condiciones: la ciudadanía busca el bienestar de las personas en sociedad. Regula la convivencia.


Al estar en relación con la cultura y la evolución humana, es un concepto tan profundo y amplio como el Ser Humano mismo, pero su dimensión ético-política es quizás la más compleja de definir. La ética no surge de una simple evolución o desarrollo de la persona, ni la ciudadanía (como expresión política) surge naturalmente de la justicia o las leyes.

El ciudadano como miembro activo participará en la construcción de contenidos simbólicos, en las formas de organización política, en la construcción del concepto de poder y en la interpelación al poder. Con su legado será parte de los cambios futuros del concepto de ciudadanía y a la vez que exigirá por el cumplimiento de los pactos sociales consensuados será el partícipe principal de todos los conflictos que inscribirán las modificaciones al pacto social que lo contiene.

Comienza un gran dilema

Cuando nació el concepto de ciudadanía tenía un claro objetivo de bienestar, pero en su regulación (o más bien en la aplicación de esas regulaciones que hacen posible que exista un pacto social consensuado) es donde comienza el gran malestar, el sentido de pertenencia y la identidad se van desfigurando y así como alguna vez esos sentidos fueron buenos para contener al ser humano, otras veces fueron igualmente buenos para fragmentar y justificar guerras.

Hoy el término “ciudadanía” quizás esté algo desfigurado y se limita o usa bajo los conceptos simples de “de acá o de allá”, “consumidores”, “clientes”, “ricos y pobres”, “votantes”, “empresarios o empleados”… La distancia entre los derechos reconocidos y su aplicación vacía, la distancia entre el discurso político y el hecho social tiran por tierra el concepto que muchos de nosotros teníamos de “ciudadano como buscador del bienestar comunitario” y ni hablar de la Democracia en sus otras dos concepciones no tan ejercitadas: participativa y directa. Hoy la Democracia parece ser tan solo representativa y ahí es donde el ciudadano es considerado un cliente más de las disputas partidarias.

Para rescatar la IDEA de ciudadano dentro de cada uno de nosotros, debemos recordar que la ciudadanía es una construcción cultural que contiene nuestra historia. Intentar simplificar el concepto a lo legal, al documento de identidad o a lo escrito hoy como Derechos y Obligaciones sería como intentar separar las decisiones individuales de lo que sucede en nuestra sociedad. Sin embargo creemos que es posible hacer tanto lo uno como lo otro…

Es verdad que muchos intentarán que así sea, porque creen que sería más simple gobernar un pueblo liberado de la tensión “ciudadana”: esto sería que el ciudadano quede circunscripto a lo abstracto y legal o que sus decisiones individuales estén (como si de una ficción se tratase) desligadas de la realidad comunitaria.

Hoy el modelo de globalización excluyente en el que vivimos sin duda alienta la sensación del “sálvense quién pueda” generando comportamientos en extremo individualistas, lo cual como actitud ciudadana debilita la historia, la cultura, la democracia y en definitiva el “bienestar comunitario” que era el objetivo inicial por el cual la ciudadanía nació.


Arranquemos por el principio: El ciudadano no es un concepto estable ni estático.

El ser humano se identifica con un espacio / cultura: ese sentido de pertenencia nos transforma en ciudadanos de un lugar y una cultura (polis). Platón y Aristóteles hablaron de que la buena vida incluye ser un buen ciudadano y que la ciudadanía es la marca de una organización social que hace libre a sus miembros. Esa organización social entre ciudadanos, ese debate en constante construcción comunitaria fue llamado politeia (hoy política). La ciudadanía está ligada a la pertenencia y como el objetivo es el bienestar social, el ciudadano comenzó a tener una entidad de “hombre prudente” que se acostumbra a deliberar – es decir a tener un amplio diálogo, discusiones argumentadas – buscando un espacio justo, un punto de equilibrio.

Históricamente hubo siempre tensión en este punto: quién es el ciudadano prudente que delibera y argumenta. Quién decide las jerarquías para tomar decisiones y darle punto final a un debate. Antiguamente eran hombres (género masculino) y seleccionados por autoridades morales de la Polis (religiosos, reyes, jueces, etc), hoy hay un discurso de inclusión e igualdad lejos de resolverse pero al menos en proceso. Somos todos ciudadanos. Y las jerarquías se eligen democráticamente… mucho por corregir pero ahí estamos.

Otra tensión histórica del ciudadano es su “ámbito de pertenencia”: puede ser un restringido círculo social, una elite de eruditos, un grupo de amigos, puede ser una pertenencia universal o limitada por fronteras geopolíticas. Más allá de lo que la Ley diga sobre cada hombre, ese hombre pertenecerá a una ciudadanía con la que se sentirá identificado. Es por ello que quienes son ciudadanos desde la religión, no importa en qué país estén pertenecerán a la comunidad de esa religión. Y así con docenas de temas. Esta combinación de “pertenencias” es bastante amplia, pone a la persona en estados perturbables e inestables, incluso a veces contradictorios entre por ejemplo su Nacionalidad y su Fe.

Por todo esto es que la ética y la política son ámbitos difíciles de integrar en el concepto de ciudadano. Entrando en constante conflicto. La identidad de un ciudadano no estará construida igual a la identidad de su vecino, esto hace que cuestiones básicas de la convivencia como la libertad, el respeto, incluso la democracia entren en discusión profunda y caigan en desigualdades constantemente.

En estas tensiones es donde la Ley y el Estado intentan encontrar un rol adecuado. Intentan. Vivimos en procesos.


LIBERTAD

Autonomía – Moral – Libertad: “tu libertad es tan valiosa como la mía” (…) “aquí frente a otro me detengo”

Pero más allá de lo que intentemos hacer a niveles tan gigantes como las Leyes de un país o el Estado mismo, el valor en juego aquí es la “autonomía”: es decir la capacidad de actuar de cada ciudadano en función de su propia razón, sin necesidad de someterse a la ley, a presiones de otros – etc – a cada instante. Estamos yendo a lo profundo de la moral. La autonomía de una persona es lo que le permite actuar por deber, por la razón misma, es la libertad entendida como relativa, es decir que nunca trataremos a otra persona como un medio para nuestros fines, sino como un FIN en sí mismo: “el otro es aquel que está allí afuera y nos significa” – Kant.

La autonomía como VALOR es lo que da sentido a la libertad ciudadana (referenciándonos en Kant nuevamente). Y esta comprensión está totalmente unida al sentimiento de “justicia como equidad”: libertad e igualdad. Tanto la autonomía como el sentido de justicia le van dando forma al concepto de libertad relativa, es decir en relación al otro. La máxima moral es lo que hace posible el camino a la autonomía.

En la construcción continua del pacto social que permite la convivencia “civilizada”, todos los ciudadanos aceptan bases razonables que le van poniendo limitantes a los intereses individuales a favor de la justicia colectiva. “Una vez que la ley de todos se vuelve ley de cada uno (…) el individuo se vuelve entonces un ciudadano” – Ricoeur – Claramente lo que nos permite vivir en sociedad es reconocer la superioridad de la regla, la cual podemos luego aceptar o rechazar, pero esa regla nos pone en una situación especial de libertad: permite que cada persona ponga lo valioso (los “valores”) por encima de lo deseable (de carácter individual). Sin esta concepción la persona no podría entrar en una relación política sana en el sentido de pertenencia participativa. Sería un ser no político sin mucha consciencia colectiva. La ética es un proceso, no es algo impuesto como una ley, la experiencia ética ayuda a formar la moral. Tal como dice Ricoeur “el tránsito de la ética a la moral es el camino de la intención ética a la imposición de la ley”. En esa experiencia ética es donde las Instituciones ocupan un lugar destacado en las sociedades – el tercer sector.

La idea de autonomía y moral se lleva a planos racionales, al diálogo, a la participación ciudadana regulada por las leyes, para ir encontrando un consenso acorde a esas bases que razonablemente los ciudadanos aceptan. Es razonable que siempre que el ciudadano esté involucrado de manera libre, la dignidad será respetada. Esa dignidad alimenta la autonomía del ciudadano razonable, colaborativo con el pacto social a favor del conjunto. Es como un espiral que gira sobre los mismos conceptos salvo que estos van evolucionando conforme avanzan las sociedades. Lo que hoy es razonable no lo era hace 200 años. Pero lo que se mantiene es la idea del ciudadano colaborativo que desea una sociedad aceptable.

En gran parte la participación ciudadana razonable tiene que ver a la vez con aceptar las normas, es decir las reglas del juego por ejemplo dentro de la democracia y de las leyes, pero combinado con el deseo de mejorar cuestiones que cree el conjunto de ciudadanos que deben mejorarse o actualizarse. En este punto es donde el “diálogo ciudadano” - es decir


el diálogo en el ámbito público o para simplificar también se le puede llamar “política” – se pone en el centro de la escena. Esa apertura al diálogo / política acerca argumentos diferentes, y necesariamente acerca conflictos, pero si la ciudadanía es realmente libre – libre en el sentido relativo y ciudadano – el resultado será consensuado directamente por los ciudadanos.

Lo que está sucediendo hoy es que estos diálogos no se hacen entre ciudadanos civiles, sino entre ciudadanos políticos. En estos momentos casi no se aplican las Democracias Directas y Participativas, sino que estamos en Democracias puramente Representativas. Es allí donde el diálogo ciudadano de alguna manera lo hemos ido separando de la política.

Comienza otro dilema: las decisiones siempre las toman otros justamente porque el diálogo está separado entre lo “civil” y lo “político”. Así se pierde la noción de responsabilidad. Desde el momento que el ciudadano está excluido del diálogo político, es emocionalmente un “excluido”, sin necesidad de ser pobre, desempleado, falto de educación o habitante del tercer mundo: es un excluido del mundo del diálogo que forma el pacto social dentro del cual vive. Esto lleva directamente a una carencia del sentimiento de “pertenencia”, el ser humano no se siente parte de algo donde no participa, no se siente parte de un espacio sobre el que no toma decisiones ni tiene posibilidad de ser oído.

Hoy la ciudadanía está gobernada por la idea de la globalización y de la exclusión. Estamos todos excluidos.

A mas globalización más lejos está el dialogo político del ciudadano de aquí o de allá. Son diferentes los ciudadanos de un continente que de otro: sus historias, su cultura, sus sufrimientos, sus triunfos y carencias son diferentes. Globalizar el mundo en función del mercado y la productividad echa por tierra los pactos sociales de cada espacio de pertenencia del ser humano. El discurso del mundo globalizado no permite que nadie se sienta parte de nada. Las generalidades no incluyen a nadie. Los pactos trasnacionales no tienen en cuenta los derechos laborales que se han conseguido con miles de muertes en un país. Como tampoco tiene en cuenta la cultura de unos y otros.

Entonces qué significa Ser Ciudadano en un mundo globalizado donde la Política está separada además del dialogo del ciudadano civil.

Poco a poco HOY ser ciudadano es estar alerta, en constante resistencia.

Hoy muchos países se llaman a sí mismos democráticos, pero de a momentos, si se mira el Planeta Tierra desde la distancia cualquiera podría deducir que lo que vivimos es un Totalitarismo generalizado que logra engatusar a la ciudadanía por sectores (o países) – no sería incorrecto que en general el ciudadano se deja engatusar – permitiendo pequeños ejercicios de democracia en temas menores, pero las cuestiones de mercado mundiales junto con otro gran abanico de decisiones profundas, son una Dictadura.


La ciudadanía tiene que ser repensada.

Pero para lograr eso cada ciudadano del mundo debe concebir que es él quién debe repensar su lugar como ciudadano, la responsabilidad no se delega, hay mucho que puede exigírsele a quienes hoy nos representan pero para ello el mismo ciudadano debe saber donde está ubicado, ya que quienes nos representan justamente están sumergidos en esta fragmentación entre el diálogo político y el diálogo ciudadano.

Aquí está en cuestión además la idea misma de soberanía, en este término se encierra todo lo dicho antes: la autonomía, la dignidad, la libertad relativa, el pacto social consensuado por el ciudadano vivo, y la pura comprensión de la igualdad frente al derecho. No somos todos iguales en términos concretos, pero sí ante la Justicia y los Derechos. Sí somos todos iguales en cuanto a ser ciudadanos se refiere. Estemos donde estemos parados en el mundo. Tengamos la edad que tengamos. Todos somos ciudadanos por el hecho mismo de vivir, y la defensa de la vida (y su sustento) es hacer ciudadanía.

El nuevo desafío del ser humano es trabajar en el cuidado de sí y entonces dotar de creatividad al ciudadano que habita en cada uno de nosotros y así: a la ciudadanía.

Hoy resistir el disciplinamiento a la globalización es hacer ciudadanía. El problema radica en que el adoctrinamiento globalizador enseña al ciudadano que es poca cosa, que “no puede hacer nada” y que por más que lo intente “nada va a cambiar”. El otro extremo de este problema es el creer que existe el Super Hombre que si puede y que si lo va a cambiar (el pensamiento único que vendrá a salvar a la humanidad). Los extremos son infértiles.

“El ciudadano que propone una ciudadanía democrática desafiando la potencia de actuar en conjunto – evitando los extremos mencionados – se manifiesta con alegría” – tal como dice Spinoza. El verdadero riesgo está en una sociedad plagada de ciudadanos tristes y vencidos, allí el terreno es fértil para perder el sentido de pertenencia, la autonomía, la dignidad, para entregar la libertad a cambio de seguridades, y desalentar la idea de existir como ciudadano además de cómo ser humano.

La ciudadanía como responsabilidad.

Cuando vemos que la política incluye discriminando debemos renegar de ella, ya que está fallando a varios principios básicos del pacto social logrado: ante todo del sentido de igualdad y dignidad del ser.

Cuando vemos que la violencia se justifica con el argumento de representar el bien contra el mal, la fe contra la no fe, la civilización contra un pueblo incivilizado, debemos estar atentos como ciudadanos: porque es fácil argumentar desde los objetivos de globalización de mercado que las decisiones de un grupo de ciudadanos son un obstáculo… pero si


invadimos otro lugar, otro pueblo, otra cultura, otro grupo de ciudadanos, estamos imponiendo la razón de unos sobre otros con la consiga “aceptas mis reglas o te elimino del juego”, salteando el diálogo respetuoso y responsable que nos hace ciudadanos legales, violando la libertad del otro a respetar los pactos sociales elegidos dentro de su cultura, a creer en lo que la historia construyó en su espacio/tiempo, a vivir la propia economía (con los recursos dentro de sus fronteras) como sea que hayan decidido esos ciudadanos en conjunto. Etc.

La interpelación como herramienta de diálogo no de guerra: dilema de responsabilidad vs violencia

Otro síntoma del alejamiento del ciudadano responsable es que en general en la vida cotidiana del ciudadano moderno la interpelación es entendida como un verdadero problema en la relación “tu-yo”: desde el momento que un ciudadano interpela a otro puede surgir una guerra. Cuando en lo más profundo de la convivencia ser cuestionados y ser cuestionadores es totalmente natural si el ciudadano comprende que convive con otros tan responsables como él, a quienes les importa lo que está haciendo un co-ciudadano y además quizás hasta pueda sumar y potenciar su idea/acción. Además es un buen desafío dentro del ejercicio del diálogo constructivo, dar respuestas argumentadas a quién interpela. Muchas veces – casi siempre – la interpelación del otro es lo que nos transforma en “responsables”, por ej: sabemos que el vecino se fijará si sacamos bien los residuos a la calle y desaprobará que los saquemos el día equivocado, entonces lo hacemos bien para evitar su mirada (interpelación moral). Sabemos que el inspector nos hará una multa si pasamos en rojo, entonces esperamos el turno (interpelación legal). Sabemos que nuestro hijo nos criticará si no hacemos lo que pregonamos a viva voz. Todos estamos interpelados y eso nos ayuda a construir nuestro ser responsable que cumple con ese pacto social que alimenta la buena convivencia.

Cuando la interpelación existe porque quienes nos rodean son también ciudadanos responsables que exigen que los pactos sociales se cumplan, entramos en un estado de vulnerabilidad: un error significará un crítica, una multa, o al menos una reprimenda de un ser querido. La vulnerabilidad nos vuelve más justos. Porque en definitiva la seguridad total es la sumatoria de esas vulnerabilidades que nos vuelven interdependientes.

Siguiendo esa línea de razonamiento, la violencia encierra una interpretación de creerse invulnerable por quién la ejerce, de alguna manera la persona violenta (que violenta los pactos sociales, ya sea delinquiendo, alternando el orden, etc) no cree en que otros se atreverán a interpelarlo (es decir cree que sus co-ciudadanos son poco responsables y que no exigirán que el pacto social se mantenga). La responsabilidad bien entendida como un estado de vulnerabilidad frente a la interpelación de otros ciudadanos responsables es lo que hace a la ciudadanía JUSTA, libre e igualitaria. Cuando ese sentimiento falla, aparece la violencia.

Por ende es insignificante exigir a “ciudadanos políticos, hoy elevados al rango de representantes” la seguridad en nuestras calles, cuando la globalización lo que logra cada día con más éxito es volver a todos los ciudadanos del mundo menos responsables al dejar de lado el diálogo interpelativo: al no creer que otros ciudadanos son o pueden ser tan responsables como nosotros. Volvemos al sello de “no puede hacer nada” y que por más que lo intente “nada va a cambiar”.


Ser ciudadanos es ser responsables de los otros. La pertenencia, la autonomía y el cuidado de sí mismo (cada uno de estos conceptos llevado a lo más profundo de su concepción) constituyen el carácter democrático de la ciudadanía. Lévinas se atreve a simplificar el término denso de ciudadanía declarando que “lo que nos transforma en ciudadanos es ser rehenes de los otros ciudadanos”.

Esta síntesis puede generar un rechazo inicial, pero luego de varias reflexiones en cuánto a autonomía, libertad relativa, igualdad y dignidad comenzamos a darnos cuenta que cuando de “convivir” se trata siempre seremos rehenes – ojalá en el buen sentido – de algo más que nos contiene, y dentro de las opciones conocidas es mucho mas loable ser rehén de nuestros co-ciudadanos que de una Tiranía, de un Banco o de un Sistema meramente Productivo.

UTOPIA

Dilema entre Utopía y Realidad, el ideal y lo concreto:

Al hablar de ciudadanía en algún momento se debe abordar el conflicto social constante en el que la ciudadanía vive. ¿Por qué existe ese conflicto?

Recordemos que la ciudadanía tiene 3 interpretaciones sustanciales: -

Ciudadanía como derecho Ciudadanía como pertenencia e identidad Ciudadanía como participación política

La justicia atraviesa todos los planos de convivencia, lo social abarca también lo cultural y político, muchos conceptos y valores llevados a leyes y normas conforman un espacio ya delimitado y acordado por la mayoría, pero además todas esas cuestiones se elevan por sobre lo “escrito” y tienen una concepción dentro de cada ciudadano que a veces escapa a los “consensuado” permitiendo un ideal aún no alcanzado. La ciudadanía en general está por encima y a veces por delante en el tiempo en cuestiones de Justicia y Sociedad. Esto genera al menos dos dimensiones de ciudadanía:

La ciudadanía REAL: que vive de acuerdo a las normas ya consensuadas y aceptadas. El Hombre adecuado a las normas. La ciudadanía UTÓPICA: que vive de acuerdo al ideal que supera la realidad. El Hombre inadaptado que sueña.


Antes de seguir aclaremos cómo se entiende el concepto de Utopía en este texto, que según Tomas Moro y Ricoeur sería el campo de lo posible o más allá de lo actual. En el tema que abordamos la utopía es un espacio vacío donde se puede imaginar, repensar la vida social. Estamos concentrándonos en la “utopía como función”.

Por lo general ambas ciudadanías (la real y la utópica) se constituyen dentro de la misma persona. Cada ser humano debe desarrollar una doble identidad civil: algo así como una existencia terrenal y otra celestial o utópica. En el aspecto terrenal el individuo debe llevar adelante una vida civil donde debe cumplir con las normas y casi siempre se siente como un medio para objetivos ajenos. En cambio en el aspecto celestial es también un ciudadano de la vida política con ideologías y sueños que pueden tomar la forma de un rebelde luchador por lo que aún no vive en su vida civil, en un eterno abanderado de la queja, o en un ser totalmente frustrado y desesperanzado, ya descreído de todo y convencido de que ningún cambio es posible.

En la práctica el conflicto social puede leerse a través de la brecha que separa ciudadanos altamente individualistas de ciudadanos dialógicos y comprometidos con su historia y su organización política. Es decir: el conflicto más profundo está entre quienes luchan aun por sus ideales alterando el orden social y poniendo sobre la mesa discusiones profundas a cada instante, y quienes han renunciado ya a su aspecto político y no quieren que se cambie nada. Además en cada nuevo planteo las personas que han renunciado a su aspecto político ven cuestionada su postura y prefieren que el “mensajero” sea eliminado a ingresar nuevamente en su conflicto íntimo de renuncia.

Pero este conflicto llega también a las formas de hacer política y a los valores que se proponen como prioridad unos y otros: enfrenta por ejemplo a quienes tienen raíces liberales (individuales y en relación con la competencia) de quienes tienen raíces comunitarias (no deseamos poner “comunistas” porque pocas personas conocen la teoría comunista esencial que dista mucho de las prácticas observadas en la realidad).

Volviendo a la doble identidad del ciudadano (entre el utópico y el terrenal) debe quedar claro que si el ciudadano utópico lograra imponer el 100% de sus ideas en la actualidad, el sistema social quebraría de inmediato porque no está – no estamos comunitariamente – preparados para volcar la balanza hacia un solo lado. La rivalidad entre los valores y las formas existirá siempre. Allí radica el “conflicto social” dentro del cual el ciudadano vive todo el tiempo. Las formas de hacer política y gestión comunitaria siempre serán imperfectas de acuerdo a los valores del ciudadano. Pero ambas son necesarias: Las formas deben existir para proponer un orden. Y los valores deben expresarse para poner un objetivo a futuro y sostener la tensión necesaria y suficiente como para que la gestión política no se relaje en las “formas ya adquiridas”. En un Estado democrático, la acción responsable del ciudadano está destinada a prevenir y conjurar los permanentes riesgos de un “defecto del poder” – según apunta Bobbio – y la postergación de determinados reclamos actúa como premisa para el accionar selectivo de las instituciones (tercer sector) así como también de la crítica de la ciudadanía en general.

Ningún extremo es saludable: Los procesos suelen ser sabios y el tiempo jugar a favor de una sana simbiosis entre ambos extremos para prevenir a las comunidades tanto de la enfermedad como de la terapia: tanto de la tozudez de la


confrontación (utopías vistas como fanatismos) como de los mitos de la gobernabilidad (las formas de gestión de las que se enamora el político y considera inamovibles).

Esta brecha natural de la ciudadanía necesita – según Ricoeur – tanto de la fuerza utópica de los ideales como de un manejo hábil y atento a las consecuencias. La falta de contención y el miedo al caos o al debilitamiento del sistema de las normas, alientan el afán obsesivo de la “seguridad” reclamado siempre y por siempre desde las Clases Medias. Y satisfacer este reclamo es un ingrediente importante en la “tentación al orden”. Allí radica el arquetipo del drama contemporáneo que enfrenta a las instituciones y la libertad.

Sin duda el actuar del ciudadano utópico dentro de instituciones del tercer sector arroja luz sobre el Conflicto Social proponiendo constantemente un desafío a las formas de gestión y al orden que aplica el ciudadano terrenal desde la Política formal.

Se podría resumir que el ciudadano expresando sus utopías eleva la VARA de quienes actúan en la política formal, no solo alimentando un conflicto totalmente natural y necesario sino permitiendo que el objetivo de la ciudadana (el mejoramiento del bienestar para todos en sociedad) se cumpla, se sostenga vivo en el futuro y mejore día a día sus expectativas.

IGUALDAD

El complejo concepto de “igualdad” vs “discriminación”

De una u otra manera al hablar del ciudadano estaremos referenciándonos en la fórmula de la “dignidad igualitaria” pero allí se abre un abanico de interpretaciones que puede resultar engañoso.

Max Weber desde una postura protestante y liberal, dejó implantado el concepto de “igualdad de oportunidades” que llevado a la práctica no es otra cosa que poner a toda la ciudadanía en la misma línea de partida (por ejemplo todos con los mismos derechos, impuestos, servicios de salud disponibles, etc) y colocar una zanahoria delante. Una vez lanzada la carrera con el típico “preparados, en sus marcas, listos… YA”, la carrera comienza envuelta en un halo de egoísmos profundos alentados por las políticas ya propuestas. Desde ese momento la utopía – siempre presente en el ciudadano – se corresponde con los anhelos personales, los proyectos son autorreferenciales y además se interpreta socialmente que cuánto menos competidores vayan quedando, mejor.

Esta ética liberal de depuración entre mejores y peores, este concepto de “igualdad” de Weber alientan la idea de que hay ganadores y perdedores, tomándolo como lo más natural del mundo ya que todos partieron con las mismas condiciones. Además propone la competencia como único método no solo de superación “personal” sino también


“social”, y no hace otra cosa que ocultar el verdadero conflicto social al cual nos referimos cuando hablamos de ciudadanía como algo obviamente colectivo. Siempre que estos conceptos tan amplios se resuman a lo meramente individual dejan de ser colectivos. Aquí nos escapamos del texto en estudio y nos referenciamos en “Repensar la Justicia Social” según la mirada de Francois Dubet donde se plantea con lujo de detalles el debate de igualdad cuando de gestión estatal se trata. Aun estamos construyendo este concepto tan profundo. En el mundo y en la historia tenemos dos posturas políticas bien identificadas respeto a la “igualdad”:

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Una es la igualdad de oportunidades con claros ejemplos en países Liberales o de ultra derecha donde se premia el mérito y la responsabilidad individual a la vez que se busca la libertad de la empresa para cumplir con sus objetivos de competencia y maximización de ganancias. En estos modelos se pretende que la competencia tenga lugar desde un punto de partida equitativo. Este esquema deja las reglas de juego tan claras que la sociedad se ve adoctrinada. El juego de la competencia es tal (sobre todo porque se refiere a la calidad de vida y dignidad misma en la que la persona vive) que casi no hay lugar a criticar o entrar en conflicto con las reglas del juego en sí mismo. El que no compite queda cada día más alejado de poder ingresar al sistema, debe preocuparse por comer y dormir dignamente, mientras que el que compite está en una carrera casi perversa donde si pierde un privilegio puede quedar al margen de un día para el otro. A la larga lo que sucede es que las desigualdades se acrecientan, la discriminación es negativa y excluye automáticamente, el ciudadano no participa en cuestiones sociales o políticas, mucho menos sueña con un cambio. Y el mundo parece pertenecerle a quienes se mantienen en carrera sobre todo en el aspecto laboral, y aun pueden competir y crecer.

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Otra es la postura política de igualdad de posiciones, caracterizada por Estados de Bienestar que observan dónde está cada sector de la sociedad (realiza una discriminación que intenta ser positiva) para plantear un esquema de convivencia que los incluya. Aquí la competencia no importa, el foco está en lo común, en lo que es de todos e intentará no dejar a nadie afuera – lo cual en la práctica resulta poco probable. En estos esquemas la Clase Media suele ser más abultada. Existe más participación lo cual genera constantes conflictos (desde los gremios y sindicatos en representación de sus diversos sectores a veces reconocidos como “vulnerables”, pero también la Clase Media defendiendo sus ganancias dentro del esquema y reclamando seguridad frente a la expectativa de las clases bajas de ascender en la sociedad). Los conflictos son mayores porque las diferencias están más expuestas. Los Derechos y Obligaciones contienen un esfuerzo “solidario” y refuerzan lo que la sociedad tiene en común: la búsqueda de la felicidad, la salud, la educación, la accesibilidad, para todos. Esto supone discriminar entre unos y otros y generar redistribución para los menos beneficiados. Lo cual no siempre en la práctica resulta ser justo, al igual que el manejo de los conflictos que genera la participación no son siempre son bien resueltos, y por lo general los sectores considerados vulnerables se ven tan beneficiados en términos concretos o de poder, que no intentarán salir de ese “espacio político”. Se corre el riesgo de incluir discriminando y de olvidarse de premiar al talentoso o a quién se esfuerza de manera genuina.

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F. Dubet concluye que ni un esquema ni otro son mejores en la práctica ya que los ejemplos que tenemos en el mundo están lejos de lograr su objetivo: la igualdad. Si bien critica ambos esquemas, se atreve a defender las políticas de igualdad de posiciones por dejar abierta la puerta a la participación ciudadana genuina, apelando a que quizás desde esa brecha se pueda un día tener el coraje político de ir realmente tras el objetivo de la Igualdad, de priorizar los Valores para realizar el verdadero trabajo transformador que necesita el mundo para salir de esta competencia mercantil y monetaria, y de una vez por todas que la Política represente los intereses de los ciudadanos como seres que desean convivir en “bienestar”.


POLITICA

Política y Poder

¿Qué es la política? ¿Dónde y cuándo se ejerce? ¿Qué tienen que ver la política y el poder? ¿Qué es “resistirse” y para qué?

Introducción (ref.2):

Si vamos a un diccionario de fácil acceso encontraremos definida la política como por ej la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados. O como la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país.

En Wikipedia – un espacio que se va organizando con ingredientes colectivos – la definición es algo más compleja: La política (del latín politicus y ésta del griego antiguo πολιτικός 'civil, relativo al ordenamiento de la ciudad o los asuntos del ciudadano') es una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por mujeres y hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común. Ciencia que se encarga del estudio del poder público o del Estado. Algunos autores presentan al uso legítimo de la fuerza como la característica principal de la política. Siguiendo con esta definición la política es el ejercicio del poder que busca un fin trascendente. Esta promueve la participación ciudadana ya que posee la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para promover el bien común.

En esta última definición al menos involucramos al ciudadano como participante de la política y el objetivo parece al fin ser el Bien Común, se admite que en el ejercicio de la política se deciden las cuestiones cruciales de convivencia. Una definición de “política” no puede discriminar entre un tipo de ciudadano y otro, si bien en el día a día todos comprendemos a quiénes llamamos “políticos”, ellos no son dueños de la política y no son los únicos participando en ella. No se puede separar al ciudadano – a ninguno de ellos – de “la política”. ¿Por qué? Deberíamos discutir con gente que ya no está y que definió el término, Aristóteles habló de la “politeia” como el encuentro o discusión entre dos ciudadanos o más en relación con cuestiones de la polis, con el ciudadano y lo social, es decir con lo “público”. Cuántos ciudadanos participan en política y lo que es más importante: quiénes son considerados “ciudadanos” es algo que la historia fue moldeando hasta el día de hoy donde en países democráticos las Constituciones lo dejan muy en claro. Es ciudadano toda persona con un documento de identidad que le indica a qué país pertenece su ciudadanía. Por lo tanto todas y cada una de esas personas, no importa la edad que tenga, su color de piel, su género, o estado de salud (salvo excepciones reglamentadas en cada país por ejemplo aludiendo a determinados casos de salud mental) participan inmediatamente en “política”. Por ejemplo: dos niños discutiendo en la Escuela sobre el desorden que generan sus padres en el horario de salida con los autos en la calle, y proponiendo a sus maestros un esquema de orden están haciendo política, están discutiendo cuestiones públicas.


Si confundimos la política con el ejercicio de la Democracia y dentro de ella con la competencia que se genera entre Partidos Políticos (que no son ni más ni menos que personas jurídicas creadas para participar legalmente de las elecciones y competir por cargos dentro del esquema jerárquico de un Gobierno) estamos dejando sin argumentación fuera de la política no solo a todos los países y ciudadanos de los mismos que no gozan de democracia, sino también a todos los excluidos de los sistemas, y a todos aquellos que incluso viviendo en democracia y no siendo excluidos no participan dentro de un Partido Político… Acaso esas personas no hacen política en sus resistencias, en sus reclamos, en sus organizaciones para sobrevivir a la exclusión, participan mujeres en la lucha por la igualdad de género en países donde una mujer puede encontrar la muerte por caminar hacia la Escuela (en referencia a Malala). Esas mujeres no hacen política? Intentamos definir “igualdad” pero hay lugares en el mundo donde aún se excluya a quienes creen en religiones diferentes incluso limitándolos a participar de la política formal. Vaya… quizás debamos volver a leer un poco más arriba cuando decíamos que la Globalización está excluyéndonos a todos (bajo el subtítulo “Autonomía – Moral – Libertad”) y pensar cuánto tiene que ver nuestra comprensión de la política con esa sistemática exclusión de todos. (ref.2 - fin)

Para simplificar de ahora en más nos referiremos a política formal cuando se trate del ejercicio dentro de un esquema de Gobierno, y llanamente política cuando hablemos de lo que compete al ciudadano en general ejerciendo su rol social y participativo.

Siguiendo esta falta de comprensión respecto al término POLITICA, hemos ido cayendo en el error de pensar que el Poder es algo que ostentan quienes hacen política formal.

¿Qué es el poder? ¿Se puede definir el poder?

Foucault percibe el poder como algo asociado a las prácticas concretas, no se pierde en definirlo – como tampoco lo hace Nietzsche que asume que el poder existe pero no se define, simplemente es – Foucault se concentra en las “relación de poder” y le llama así a cualquier tipo de relación en la que uno intenta dirigir la conducta del otro. Se deduce que toda relación humana es una relación de poder, claro que intentar dirigir la conducta de otro no es algo siempre negativo. Una madre que conduce a su hijo con órdenes para evitar que tropiece, está ejerciendo una relación de poder y sin embargo es positiva, lo mismo harían las leyes en un país democrático. Diferente es cuando quién es obligado en esta relación sufre sometimiento. Allí Foucault ya no habla de “relaciones de poder” a las que considera móviles e inestables, sino de “estados de dominación” como algo estático, donde se bloquea la relación anulando al otro. La relación de poder se concentra en las acciones del otro individuo, mientras que un estado de dominación se concentra en la persona, en inmovilizarla, en quitarle la libertad, en no darle opciones. Por supuesto aquí no se puede dar ningún ejemplo dentro de la democracia. Pero es más simple – aunque lamentable – dar ejemplos sobre individuos, si una mujer está sometida a un estado de dominio con su esposo y no puede reaccionar por temor al daño o amenaza que su reacción signifique no solo sobre ella sino en contra de sus hijos, quizás no sea una situación observada por testigos fuera de la familia, pero el sometimiento hará que esa mujer se mantenga inmóvil, no hable con nadie y se


concentre en no perturbar a su marido. Nunca un estado de dominio podría ser absoluto porque esta mujer podría tener la muerte como vía de escape y esa podría ser su actitud de “resistencia”, pero allí entra en juego la tolerancia al sometimiento, la amenaza a sus hijos y la perversión del esposo en cuanto a sus mensajes de manera consciente o inconsciente.

Entra en juego también la voluntad de poder, que tiene muchas graduaciones. Hay personas que jamás ejercerán un estado de dominio y sus relaciones de poder serán siempre positivas en el sentido de que no intentarán anular nunca la capacidad de elección del otro, en todo caso podrán ser persuasivas, carismáticas y buenos negociadores. En cambio hay individuos y sociedades que así como en una época sufren del sometimiento de estados de dominio, luego de la resistencia son ellos quienes someten a otros nuevamente en un estado de dominio invertido, ejerciendo una voluntad de poder alta y concreta.

¿Por qué ahondamos en estos términos?

Porque la historia de la humanidad nos viene plagando de ejemplos de dominio y poder de unos sobre otros. Y sus graduaciones no son tan claras. Es complejo concluir si una revolución que genera muertes está justificada porque ese pueblo venía siendo sometido a un estado de dominio tal que ya la población no toleró más. A veces la humanidad ha justificado muchas muertes apelando a que “el Fin sí justifica los Medios cuando lo que está en juego es un Bien Supremo como la libertad”. Pero los análisis son demasiado complejos y muchas veces quién ejerce la política formal se tienta con el poder, algo que también la historia nos demuestra que sucede a menudo, y en nombre de la cultura, la religión, los símbolos y demás logra persuadir o manipular (relación de poder sin llegar a ser un estado de dominio) a todo un pueblo para enemistarse con otro justificando guerras que tienen fines no declarados.

En nombre del progreso se han cometido atrocidades y sin embargo los pueblos acompañan.

Allí es donde la política, la ética y lo social no se pueden separar, como tampoco se puede separar a los actos, acciones y decisiones de las personas que participan de los mismos, no se puede ser ingenuo dejando de lado las innumerables miserias que caracterizan al género humano.

El ciudadano es aquel que se involucra en su comunidad para lograr mejoras continuas en el bienestar de todos. El ciudadano es quién genera política, es el participante protagónico. Pero también es quién tiene ambiciones, fanatismos, perversiones, quien sufre de carencias y quién tiene ánimo de venganza. Un ciudadano será el que justifique un día tomar las armas porque su vida y la de los suyos es un rosario de carencias y sufrimientos. Y es un ciudadano también quién elegirá reforzar el aspecto bondadoso y solidario del ser humano luchando incansablemente desde la paz y por la paz, incluso reconociendo las propias miserias. Tanto uno como otro hace política y no se puede alejar de lo social. Tanto uno como otro ejerce diferentes grados de poder. Tanto uno como otro condiciona la política formal. Ninguno de los dos ciudadanos mencionados está esperando a las próximas elecciones para participar.


Pero ambos tipos de ciudadanos están expuestos desde sus convicciones… estamos olvidándonos de otro tipo de ciudadano:

Porque también hacen política los empresarios que dicen ser apolíticos, el Neoliberalismo además de alejar al ciudadano del ámbito político le hizo creer al mundo entero que la actividad privada está desprovista de política cuando es claro que su mayor intención es ejercer relaciones de poder subterráneas sin pasar jamás por la democracia. No puede ser un análisis dejado al azar… Este esfuerzo sistemático por desmembrar conceptos que están unidos vienen logrando naturalizar que una acción empresaria, comercial o financiera está separada de la ética y de las cuestiones sociales. Es de un malestar profundo para la sociedad mundial permitir este avance conceptual. Basta ver como hemos naturalizado que el comportamiento empresario puede desprenderse de cuestiones éticas y sociales para justificar con absoluta naturalidad por ejemplo que en nombre de la productividad, la optimización y la competencia una empresa puede contratar proveedores que generan sus stocks con esclavos, dañar el medio ambiente, o eliminar la cultura de un país para usar de sus recursos y su gente (es decir generando estados de dominio en nombre de la economía mercantil).

Es hora de analizar el escapismo.

Muchos ciudadanos al percibir lo complejo de toda esta cuestión que entremezcla lo social, con la ética y la responsabilidad política, y a su vez suma el ingrediente de las miserias humanas; deciden irse. Alejarse. Locke afirmó en relación al pacto social “que todos aceptamos en forma explícita o implícita el contrato social” dentro del cual vivimos. Quienes se escapan del juego político del ciudadano, o eligen el quietismo no hacen más que vivir una ilusión y algún día deberán comprender que estando al margen de la vida comunitaria y política no hacen más que ser funcionales a aquello de lo cual reniegan.

Todo acto u omisión influye en la política.

Planteemos dos estereotipos sin ánimo de ofender sino de resumir: el ciudadano conflictuado incide por omisión, por no saber qué postura tomar, por estar en constante queja sin actuar. Pero el ciudadano oficinista que va y viene cumpliendo horarios y dedicando su poco tiempo libre a la familia, incide por negación, niega lo comunitario. La reducción de toda actividad política a los espacios totalmente creados para canalizar la política (lo que definimos como política formal) se vuelve insostenible.

Pero entonces, cómo actuar? dónde? cuándo?

Todo ser humano se preguntará cada tanto “qué hacer”. Y la respuesta a esa pregunta atravesará al menos tres planos: lo ético, lo político y lo social.


En la vida social contemporánea se viene separando como categorías distintas, distanciadas a lo político de lo social. Sobrevalorando la primera y dejando como algo vulgar o mediocre la segunda. Hoy el hombre se ha entregado a la idea de que para participar en política se debe militar en un partido político. Pero eso requiere alinearse no solo a ideologías sino también a determinados comportamientos y tratos que la gran mayoría de los ciudadanos no desea para su vida.

Dijimos antes que la Globalización en cierta forma excluye a todos. La exclusión es una manera de coartar la libertad. Pero hay grados. No se puede afirmar que como sociedad el ser humano esté privado de su libertad, la vida cotidiana sería imposible si estuviera signada por la falta total de libertad. Pero la diferencia entre las relaciones de poder y estados de dominio (en referencia a lo expuesto antes según Foucault) es una cuestión de “graduación” no de esencia y seguramente a muchos lectores a esta altura les cueste decidir en cual de ambas categorías se encuentra hoy en su vida cotidiana. Evidentemente no necesita la sociedad estar totalmente privada de sus libertades cotidianas para – a veces sin saberlo siquiera – estar sometida a las grandes decisiones políticas.

Estar excluido de esa toma de decisiones es una falta grave a la libertad, pero la sociedad moderna no siempre lo percibe así.

El mundo hoy nos plantea una situación clara: el 20% de la población mundial recibe casi el 83% de los ingresos totales del mundo. Sería idiota afirmar que la situación cotidiana del 20% más pobre es ética, política y socialmente similar a la situación del 20% más rico. De hecho la lógica nos invita a pensar que la situación cotidiana del 20% más pobre debe estar muy limitada por las condiciones económicas, tecnológicas y psicológicas… las cuales seguramente deduzcamos que son además injustas.

¿Cuánto tiempo podrá pasar hasta que una nueva resistencia ciudadana decida que su vida cotidiana es intolerable?

Comenzamos esta reflexión preguntándonos “qué hacer”, sin duda lo que nos invita a todos a “hacer” es en definitiva lo cotidiano. Por eso llegamos a pensar en las condiciones injustas de gran parte de la población humana. Evidentemente en la política formal tal como la vivimos hoy, hay una grave crisis de “representatividad”.

En los extremos del “qué hacer” siempre aparecerá la conocida REVOLUCIÓN.

Y aquí volvemos al tema de la utopía.


Recordemos que planteamos la utopía como lo que no está en ningún lugar, Tomas Moro ata este concepto a la ética y afirma que una elección ética supone un máximo deseable que aún no está: es decir la ética se refiere a la utopía. Por lo general el hombre cree en lo que ve, lo que está delante de sus ojos. Por suerte hay individuos que cada tanto declararan querer cambiar el mundo y justamente se expresan hacia lo que aún no ven: hacia la utopía.

Por lo general las “resistencias” están definidas al menos en sus primeros pasos por un actuar ético y utópico. Intentan cambiar un mundo que se percibe injusto, molesto o triste – cosas contrarias al deseo profundo de todo ser humano.

LA RESISTENCIA PERMANENTE

Existen ciudadanos que ejercen una “resistencia permanente”, es decir que resisten la realidad concreta actuando de manera utópica en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Respondiendo al “qué hacer” diríamos que este tipo de ciudadanos transforma la utopía en algo real, por lo tanto deja de ser utopía al menos desde sus acciones o intenciones: sería un ciudadano que genera justicia en sus actos, que es amable (hoy ser amable es ser revolucionario) y comparte acciones para no generar malestar a otros, fomenta actividades alegres, es decir que a su manera combate la injusticia, lo molesto y lo triste. Este ciudadano busca la libertad en su propio espacio y tiempo, como estamos hablando de un individuo su campo de acción es el inmediato. Pero es el real, el posible: no tiene mucho sentido buscar la liberación allá a lo lejos, la libertad tiene sentido cuando se la busca en el propio espacio-tiempo-psiquis.

Cuando se suman varias resistencias permanentes reales, que se entienden o se complementan el efecto multiplicador puede pasar a mayores. Según el grado esta suma de resistencias ciudadanas comienzan a influir en niveles mayores y quizás globales.

Y esta nueva influencia HACE.

Este nuevo “hacer” viene impregnado de ética, sociedad y política real, de abajo hacia arriba. Son ciudadanos expresando su malestar, pero no cualquier tipo de malestar (no nos referimos aquí a la queja ruidosa y sin acción concreta) sino este sentimiento profundo de injusticia, falta de dignidad, sometimiento, esta irreverencia a la vida y su sustento que moviliza realmente al ciudadano a hacer algo diferente en su vida cotidiana. Allí comienza la verdadera revolución.

En busca del compromiso perdido

Pero también puede suceder que el ciudadano comprenda lo que acontece a su alrededor y no actúe, no haga, no accione. El ciudadano intelectual, que indaga, replantea, une la historia, que logra entender es a veces el más preparado


para rechazar esta aceptación silenciosa de las fatalidades (Sartre) porque logra poner blanco sobre negro, dialoga con las miserias humanas y reflexiona sobre posibles cambios.

Si ese ciudadano no toma fuerza y lucha, si no aplica su voluntad de cambio, todos los cambios anhelados son más lento. Y a veces simplemente “no son”.

En cambio si ese ciudadano intelectual (en referencia a Sartre) se involucra, actúa: comienza a ver en su “hacer” que las palabras son pistolas cargadas. Como es libre puede callarse. Pero también puede correr el riesgo de hacerse oír. Si decide hablar necesita ser estratégico y hablar como un hombre – no como un niño – que se sabe ciudadano, responsable y comprometido. Que conoce el poder de su pensamiento y su palabra.

Cada palabra del ciudadano intelectual repercute, y cada silencio también.

Según Sartre el ciudadano intelectual – que reside dentro de cada ciudadano, en unos mas en unos menos pero allí está dentro de cada ser – debe “obrar de modo que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente”. El medio para comprender esta dimensión es observar el mundo desde el lugar de los más desfavorecidos: el extranjero, el huérfano, el pobre, la viuda. El ciudadano intelectual con sus palabras devela con la intención de modificar, si bien es probable que no logre modificar mucho en su propio tiempo. Quién devela realidades en el mismo momento que suceden suele ganarse mucha soledad. Pero sin su esfuerzo nada cambiaría a futuro. Sus palabras generan un rumor, a veces inconsciente, y un día la locura vista en algunos ciudadanos será contagiada a más y se extenderá como un grito de cambio por el mundo. Podemos recorrer mucha literatura recordando héroes solitarios como Don Quijote en la ficción y otros rescatados de la realidad, y podemos reconocer en ellos la personificación de los pueblos que comienzan a oír su propia voz. La ponen en sus héroes y leyendas.

Los héroes, ya sean reales o mitos y leyendas, alimentan el sentir colectivo, están identificados por su lucidez y su coraje, he aquí que las sociedades al hacer hablar a sus héroes-personajes reconocen que no existe mayor coraje que el de pensar – Blanchot – luego hace falta el compromiso. Sartre aclara que “pensar detrás de un escritorio la misma cosa durante 30 años no representa necesariamente un ejercicio de la inteligencia”.

El ciudadano intelectual, el ser reflexivo que comprende, quien puede dentro de su rol ciudadano ver el bosque en lugar de perderse en su espesura debe TOMAR PARTIDO. Lévinas afirma que “allí donde cualquier ciudadano puede seguir siendo espectador, es también responsable” y su responsabilidad siempre tiene que ver con la vulnerabilidad de otros, nada es teatro, el drama ya no es un juego cuando es observado. Todo es grave. Todo requiere que el ciudadano se involucre y actúe.


No actuar es también actuar… de una manera poco responsable, sin reconocer al otro.

Maquiavelo dijo “un hombre que en todas partes quiera aplicar su bondad sólo obtendrá su ruina entre quienes no son buenos”. Incluso Maquiavelo en estas afirmaciones tremendas que guían a líderes a seguir sus objetivos más allá de todo, reconocen la presencia de la ética. Si ésta faltara en sus pensamientos, no se referiría jamás a enfrentar lo bueno con lo no bueno, simplemente no lo reconocería.

La ciudadanía construye el espacio público. Y la ciudadanía en conjunto formula sus reglas de convivencia con la ética como base, los valores generan leyes y normas. Cuando Maquiavelo invita al líder – al príncipe – a conseguir sus objetivos de poder le explica que “debe aprender a no ser bueno y usar de ello o no según fuere su necesidad (…) lo esencial es conservar el buen manejo del Estado”. Gracias a la claridad de Maquiavelo podemos apreciar el peso de la ética. Cuan presente está en la COMUNIDAD que el líder que desea faltarle el respeto a la ética debe prepararse para ello, debe avanzar a pesar de lo que opinen las masas… a pesar de lo que digan las leyes basadas en los valores. Las palabras de Maquiavelo no hacen otra cosa que reforzar el poder de la ciudadanía y sus valores.

Es retorcida la historia de la humanidad, porque el ser humano no es simple. No lo es como ser humano y tampoco lo es como ciudadano. Por eso al hablar de ciudadanía nos entregamos a un concepto tan denso como cambiante.

Nota de cierre:

En el texto que estamos intentando resumir, se contempla el aspecto de la educación a través de la mirada de M.A Brenner, N.Graziano y J.García como autores: invitan al maestro – en definitiva quién decide cómo educar a los seres humanos y ciudadano que tiene en su aula – a exceder el espacio público e interpelar la política desde lo ético. Lo invitan a incluir el AMOR en cada significado de política y comunidad. Le piden que haga tanto el camino de la igualdad como de la diferencia, para poder reconciliar los Derechos con el Pueblo real. Lo invitan a inculcar y respetar el concepto de Dignidad Humana a cada instante, constantemente, que sus alumnos vivan la experiencia de la educación desde su rol de ciudadanos dignos. Porque tanto la dignidad como la ética se experimentan, no se estudian. Una comunidad no puede pretender nutrirse de adultos dignos y éticos si cuando éstos fueron educados se los “sometió”. Comprender juntos – el maestro con sus alumnos – la libertad y el respeto es también una cuestión de experiencias cotidianas.

Es indispensable reconocer que los alumnos YA son ciudadanos para tratarlos como tales y para que se comporten como tales.


“Enseñar exige alegría y esperanzas (…) La esperanza es un condimento indispensable de la experiencia histórica. Sin ella no habría Historia, sino puro determinismo” – palaras de P.Freire.

Y aquí dejaremos este resumen, el libro “El malestar del ciudadano” contempla 3 capítulos más dedicados a la educación, no tienen desperdicio, pero como en esta oportunidad estamos abordando el tema del ciudadano creo conveniente no volcar más datos al debate para continuar en otra oportunidad – y con mucho más detalle – el maravilloso tema de LA EDUCACION DEL SER HUMANO Y DEL CIUDADANO.

Bibliografía: (1) Este texto se corresponde a un resumen realizado por Vanesa Vicente sobre “El malestar de la ciudadanía”, el cual es un compilado de los autores: C.A.Cullen, D.Berisso, M.A.Brenner, E.Carrizo Villar, A.Fazio, J.A.García, D.Gojzman, N.Graziano, A.Romano.- En el recorrido del resumen también se han incluido referencias a varios filósofos y autores que han sido mencionados en cada caso. (2) Introducción a la política extraída de internet, Wikipedia y otros textos alternativos, agregados por la editora, no corresponden al texto en análisis (1)


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