Vol. 1 Mercado de fotógrafos

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indice ´ mercado de martes

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presenta: vol. 1 mercado de fotografos

elizabeth g. frias ´

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mercado

frances paola garnica 11

Tianguis: Mercado de Sentidos, Sentido de Lugar.

natalia tlapali 18

escuadron 201: el cuerpo de un tianguis

leobardo albarran ´ 30 las chacharas ´

Sharet ubaldo 38 en la doscientos uno

laura zavala 46 macrosistema

herminio arteaga

_ abdelaziz zuniga ´ el mercado de la memoria

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el mercado, un espacio para la diversidad

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Éste catálogo tiene la intención de generar un espacio para el análisis y la reflexión entorno al mercado y al tianguis, para éste propósito, Mercado de Martes se dio a la tarea de buscar e invitar a participar a una serie de fotógrafos que por su manejo de la cámara y por la manera en que abordan sus propuestas conceptuales, podían generar una serie de preguntas que nutrirían la discusión alrededor de un fenómeno cultural y social tan importante como lo es el mercado. Pero revisar éste espacio fenomenológico partiendo de las nociones estéticas y documentales que ofrecían los fotógrafos participantes, no parecía ser suficiente para enmarcar todos aquellos acontecimientos que se suceden dentro de la arquitectura de un mercado o un tianguis, por lo cual, invitamos a un par más de agentes culturales que tenían la inquietud por revisar, junto con nosotros, éste lugar y los eventos que se llevan a cabo ahí y así poder ampliarnos el panorama de reflexión y análisis. Una, filósofa y editora de publicaciones sobre arte contemporáneo y la otra, antropóloga y entusiasta de los tianguis, fueron las personas que se encargaron de unificar el proyecto y darle un giro distinto a éste catálogo, enriqueciendo la propuesta del mismo y dándonos más herramientas para revalorar y reflexionar sobre éste sitio popular. Las imágenes contenidas en éste catálogo, van desde lo documental hasta lo abstracto, generando la oportunidad de obtener una paleta amplia y diversa capaz de expandir la visión de cada uno de los fotógrafos y unificar las distintas percepciones que ellos tienen sobre el tema para así, mostrarles a los receptores un mensaje tanto más completo como discursivo.

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Al ser un grupo vasto de personas, tanto sus ideas como las tomas resultarían variadas, por obvia razón la técnica también estaría en juego. Nos reunimos con ellos y uno de los puntos importantes del proyecto fue el resaltar la experiencia en cuanto al contenido, más allá de una técnica depurada, les pedimos participar como los clásicos “marchantes” que serían en su mercado local, gracias a ello es que las fotografías (análogas) que se presentan en esta publicación no poseen los requerimientos necesarios ni de exposición ni de impresión que la academia buscaría. Las reflexiones contenidas en el catálogo exploran el panorama del fenómeno desde las relaciones que solemos tener como usuarios dentro de ese mismo espacio, las relaciones con los otros que se efectúan en dicho sitio, pero también la discusión apunta hacia el inmiscuirnos en las miradas por el hecho de ser observados y observadores y hacia la recolección de fragmentos que desencadenan en nada mejor que una memoria…

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elizabeth g. frias ´ mercado

El propio cuerpo está en el mundo como el corazón en el organismo: mantiene continuamente en vida el espectáculo visible, lo anima y lo alimenta interiormente, forma con él un sistema. —Maurice Merleau Ponty, Fenomenología de la percepción

Un mercado parece el lugar ideal para la sinestesia. Cuando la mirada de los fotógrafos se desliza sobre los puestos y sobre los comerciantes, cada objeto se convierte en una morada abierta para su búsqueda. Cada uno tiene en mente una forma distinta de interrogar el mercado. Conforme lo recorren, su mirada atraviesa, enlaza, dibuja y reúne. Los pasillos estrechos, el ambiente sonoro, el flujo de la gente y los trazos de color responden a su mirada y la reclaman para sí mismos. El cuerpo de los fotógrafos no es indiferente a esta exigencia. Fotografían no sólo con la vista, sino con la percepción entera, con el cuerpo abierto hacia su entorno. Lejos de ser estática, la imagen tomada en un mercado deja entrever el dinamismo de significados que el trayecto del fotógrafo construyó al momento de interpelar la escena. Con recorridos pausados o festivos, atraviesa el mercado y entabla un diálogo con sus espacios, con sus matices, con su gente e incluso con sus vestigios. Su preguntar no pasa desapercibido: no sólo las personas reaccionan ante su cuestionamiento, sino que los objetos mismos parecen querer destacarse de sus sitios y salir a su encuentro. El fotógrafo acude preparado para ese encuentro; lo espera y lo construye con paciencia. En el momento propicio, dispara el obturador. Las imágenes que resultan no son retratos neutros del mercado. Muestran la particular forma en que el fotógrafo interrogó a su objetivo. No sólo está en juego el

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diálogo entre quien sujeta la cámara y el objeto retratado, sino que las fotografías exigen también el cuerpo de quien las mira. Como un reflejo de la búsqueda del fotógrafo, apelan al espectador y lo incitan a permitir que despierte en él la experiencia del mercado. Quien mira la imagen de un huacal de frutas, de chiles asados, de hojas de maíz o de ropa de segunda mano, a través de ellos se pone en relación con el mercado entero. Las imágenes no muestran objetos aislados, sino atados a su contexto. Es el contexto el que los vivifica y los revela: no se muestran colores puros ni sensaciones puntuales y definidas, sino matices que se intersectan. El rojo aquí es rugoso, allá es metálico y más allá tiene ecos de timbal. El color y las texturas no apelan sólo a la vista: el resto de los sentidos y la inteligencia se involucran también en la escena. La mirada no se limita a transmitir cierta calidad de la luz al cerebro, sino que participa en su creación. No choca con el color: el color se constituye en el encuentro —hasta podría decirse que el color es el encuentro mismo—. El rojo deja de ser una cosa simple para convertirse en algo pleno de riqueza y complejidad. A su vez, los objetos ya no permanecen mudos, sino que se percibe en ellos el espacio y el tiempo. El mercado se convierte en un espectáculo perceptivo, un entramado de significados que liga la mirada inquisitiva del fotógrafo, el movimiento del lugar y la sensibilidad abierta de quien mira la imagen. La imagen no es una copia ni un reflejo del mercado, sino el encuentro que el fotógrafo construyó mediante su búsqueda. El fotógrafo mismo pasó a formar parte del mercado y de sus significaciones. Su mirada sobre los puestos y los corredores es como la de quien se mira a sí mismo y se cuestiona. Su observación, capturada en la fotografía, es una especie de doblez que le permite interrogar el medio del que él mismo forma parte. La percepción es una especie de comunión, sostuvo un filósofo francés. El fotógrafo conoce bien el mercado que eligió, y es por ello que el mercado lo interpela de vuelta. Su cuerpo se ve involucrado porque conoce de modo casi íntimo las cosas que observa: las sabe porque las camina, las prueba, las huele y las manipula. Comprende el mercado

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porque mantiene un trato con las cosas y las personas que lo conforman. Su percepción es activa y es corpórea: al moverse comprende, al caminar investiga, al observar dialoga. Es así cómo forma parte del mercado y se sumerge en su espesura. En su cuerpo es donde se anudan las significaciones que busca fotografiar. Por eso usa su cuerpo para explorar y construir esas significaciones. En esa particular forma de indagar perceptivamente se encuentra ya el germen de su estilo. Conforme se transforma la percepción que el fotógrafo tiene del mercado, cambia también su experiencia de sí mismo. Es otra cara del mismo acto; la conexión es casi orgánica. Si quien observa la imagen que resulta está dispuesto a participar del encuentro, podrá formar parte también del nudo viviente de significados que hace posible la fotografía.

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frances paola garnica

Tianguis: Mercado de Sentidos, Sentido de Lugar. Es popularmente sabido que el tianguis proviene de una tradición prehispánica a la que la memoria histórica se aferra fehacientemente. Aunque exista un vínculo muy significativo, es relevante observar las diferencias en la actualidad. El tianguis en la Ciudad de México ya no es el principal centro de abastecimiento de productos básicos como solía ser, por ejemplo, el mercado de Tlatelolco. Sin embargo, sigue teniendo una importancia social central para la vida urbana y los diversos grupos sociales que la componen. Dilucidar los detalles y las formas en que esto sucede es lo notable de las experiencias y trabajos presentados en este catálogo. La práctica de ir al tianguis, al igual que la fotografía, empieza y se sacia a través de los sentidos. Se trata de la construcción diaria de un modo de apropiación del espacio que se materializa al caminar por los estrechos pasillos, sin más dirección que la experiencia sensorial, inmediata o rememorada, que guía a los individuos. Al igual que en un ejercicio fotográfico, algunos tienen muy claro donde se dirigen: con el señor de las naranjas, con doña Mari, la que siempre le vendió las medias a la madre de familia, al puesto de barbacoa que está justo al lado del de los DVDs, cerca de donde termina el tianguis. Otros se dejan llevar por lo que los ojos, nariz, oídos, tacto y gusto junto con la imaginación apunten: el olor de las carnitas que despierta el antojo, los colores brillantes de las prendas que se mecen de un lado a otro hipnotizando la vista, el llamado muy particular del tianguista que anuncia el precio de su producto. Ante los procesos de modernización y globalización en la gran ciudad, ¿por qué no ha desaparecido la práctica del tianguis? ¿por qué se conserva semana tras semana? ¿Es posible considerar a la práctica del tianguis como patrimonio cultural inmaterial?

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Si bien existen diversos ángulos de análisis del fenómeno del tianguis, quizá el menos abordado por su escurridiza obviedad es el que nos ofrece la antropología de los sentidos. En términos generales, esta perspectiva plantea que las sociedades, aparte de regular los distintos aspectos de la vida humana como los recursos a través de la economía y las diferencias biológicas a través del género, también regulan culturalmente la experiencia estética del cuerpo humano a través de la modulación de los sentidos. Esto quiere decir que el principal punto de partida es el análisis de la construcción de lo afectivo y lo vivencial de los grupos sociales a través de la experiencia sensorial. Así, existe una especie de graduación de los sentidos que responde a determinados contextos y normas culturales particulares. Es notable, por ejemplo, la manera en que agudizamos oídos y vista al caminar por un barrio o colonia en el Distrito Federal que creemos por conocimiento popular y/o personal que es “peligroso” a diferencia de caminar en las calles del pueblo de los abuelos, donde el entorno parece “tranquilo”. Estas formas y comportamientos varían y se particularizan de ciudad en ciudad y de sociedad en sociedad (Howes, 2005). La experiencia sensorial del cuerpo humano en determinados espacios es diferenciada y se construye a través de una constante y particular relación entre sentidos y significados: el estar ahí, el “vivirlo” en carne propia y el darle un sentido individual y social que permita narrar y recordar la vivencia. El acto fotográfico es concebido generalmente de manera similar. Cada foto trata de contar una experiencia y a su vez es un reflejo de la modulación de los sentidos, planeada o provocada, del fotógrafo en el momento de “estar ahí”, al encuadrar, al utilizar el zoom o al controlar la luz por ejemplo. ¿De qué manera esta modulación de los sentidos se vuelve una práctica y esta práctica se vuelve costumbre? ¿De qué forma la práctica del tianguis se vuelve cultura? La construcción del espacio particular del tianguis se basa en el proceso y en las formas de habitarlo. El antropólogo estadounidense Miles Richardson señala que los individuos tienen la habilidad de cambiar modos de

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estar a través de la exploración de la cultura material, que trabaja como mediador entre la experiencia y el sentido de lugar (2003). Este proceso implica, primero, la lectura de las características materiales del lugar experimentando su presencia fenomenológica. La experiencia sensorial no tiene un orden jerárquico en la intervención de los sentidos, sino que tiende a ser simultánea. Así, el oído, el olfato, el tacto, el gusto y la vista son provocados y a la vez ordenados para dar un entendimiento de lugar y de acuerdo a ciertos paradigmas culturales. El tianguis se ve, se huele, se escucha, se toca y se prueba. Su riqueza y características altamente estéticas reaccionan ante nuestro imaginario. Las lonas de colores (rojas, verdes, amarillas, rosas) desplegadas en el espacio abierto concebido como público evocan posibilidades múltiples: comprar, comer relativamente barato, pasear, recrearse, estresarse por el tráfico, la aglomeración de gente y la invasión pública. Se produce una sensación de llenura sensorial que empieza por la aprehensión espacial de la arquitectura del tianguis. Esta arquitectura modula primeramente su acceso: puesto que se encuentra en la vía pública, el acceso tiene pocas restricciones, no hay puertas definidas que marquen una entrada o salida, a diferencia de un centro comercial, donde la delimitación del espacio privado está claramente marcada por muros, vidrieras y el personal de vigilancia. El cuerpo puede moverse entonces en una especie de mezcla entre la libertad del transeúnte y la minuciosidad del observador. En la era de la propiedad privada y el comercio globalizado, aún con todas las contradicciones y mixturas político-económicas que conlleva el comercio informal en sí mismo, este es un espacio que sigue siendo contrastante en las prácticas cotidianas del ciudadano. La vista se modula al caminar a través de los pasillos del tianguis. El movimiento de cabeza de un lado a otro que trata de cubrirlo todo con la vista, incluido los transeúntes de adelante, los que caminan al lado contrario, los de atrás que igualmente están sumergidos en la inmensidad de formas y colores. En contraste con la acera o el metro, este es un lugar en el que cami-

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nar despacio es apreciado, porque aquí se viene a mirar por doquier y lentamente. Precisamente, con el caminar y con el reconocimiento sensorial viene la práctica de hacer rutas. Michel De Certeau llamó a esta práctica la retórica del deambular, donde las redes de los cuerpos caminantes en constante cruce y movimiento a través de la ciudad, forman una historia múltiple, sin creadores o espectadores específicos, hecha de fragmentos de trayectorias y alteraciones de los espacios (1985:126). Así, el deambular es un proceso de apropiación del sistema topográfico, una práctica de realización espacial del lugar que implica contratos pragmáticos con el Otro en forma de movimientos. En el concepto actual de tianguis se encuentra implícita la práctica de deambular, pues se trata de la ocupación de espacios públicos de manera informal, aunque estructurada, que guarda un sentido de improvisación y apropiación individual y a la vez social y que puede ser apreciada en la figura del marchante. Todos en el tianguis, -vendedores, compradores, ojeadores- son llamados marchantes. Aunque cada quien busca con la mirada lo familiar y lo que contrasta con ello, las trayectorias se cruzan y en la diversidad individual se produce una especie de intercambio, un lenguaje corporal común del deambular particular en el tianguis que se refleja a través de reglas informales de circulación, de proximidad y de lenguaje. El tianguis es muy “mexicano”, muy familiar y también es muy personal. Se establece una interacción particular con este lugar y su gente: después de la lectura fenomenológica, inicia la construcción de la situación, definida por las respuestas interpretativas a los contrastes semánticos en la cultura material del lugar en comparación con otros espacios experimentados anteriormente. El tianguis es un espacio en el que, a diferencia de otros, las cosas están a mano, son tangibles y por tanto se sienten más cercanas. En el tianguis el aroma de la comida impregna el aire y provoca el apetito del transeúnte que va de paso y que termina “echándose un taquito”. Los puestos al aire libre evocan cierta informalidad que induce a un tipo particular de fa-

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miliaridad. El cliente tiene la libertad de pedir un poco de frijoles extra al lado de su taco, de platicar animosamente con el desconocido con el que comparte la mesa o con el taquero al que ve cada semana y de pedir pruebas de lo que se vende. El sentido del gusto es de los más sociables, es por ello que la táctica de la famosa pruebita no se deja de representar. La cotidiana práctica de compartir una mesa con alimentos y las redes sociales que se producen a partir de la misma, conectan a los marchantes con la resonancia de una vida vecinal y comunal a menor escala que contrasta con la vida a gran escala en la Ciudad de México (Lankauskas, 2006; Capron and Sabatier, 2007). Debido a este tipo de familiaridad, las diferencias que provocan altercados están más latentes; esto también forma parte de la cercanía que se consigue en el tianguis. Al caminar, las manos pasan a la altura de las mesas donde se exponen los productos, no hay vitrinas, sino una multitud de cosas en las que es posible hurgar. Como se mira, se toca. Asimismo, las personas también están al alcance: el estar en el tumulto, escuchar los murmullos, caminar junto a otros aún sin establecer conversación permiten simplemente “ser social”. Muchas personas sólo asisten al tianguis por la platicada semanal. A los vendedores les conviene la paciencia de la platicada; a veces los entretiene de la tediosa inmovilidad de cuidar el puesto, a veces también la buscan. A veces un saludo rápido o una mirada de reconocimiento son suficientes para asegurar la ruta y el retorno del marchante, para reiterar su presencia corporal y social y por tanto para apropiarse del lugar a través de una familiaridad periódica y una memoria cotidiana del espacio público que se vuelve histórica y que contrasta y a la vez complementa el anonimato de la vida urbana. Finalmente, de acuerdo con Richardson, durante esta interacción las personas responden al escenario material a través de la incorporación de tal escenario en su comportamiento. El carácter informal del tianguis crea formas afectivas distintas a las de cualquier otro lugar. La materialidad del tianguis se hace significativa y por tanto familiar. La familiaridad se hace costumbre y la costumbre memoria. El movimiento continuo del tianguis se construye con la constante evocación de la

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memoria colectiva e individual que hace referencia a vivencias donde lo que se experimenta con los sentidos se relaciona estrechamente con significados de lo comunal, lo personal y lo familiar. La satisfacción individual de saber que entre una basta diversidad de productos y chácharas es posible la representación personal y hasta una manera propia de obtenerlo: la compra personalizada, “a la clienta le gustan las cosas así, y así se las vendemos” dicen los tianguistas. Los cinco minutos de intercambio de palabras entre marchantes se multiplican y se esparcen en veinte o treinta años de regresar a un mismo lugar a abastecerse, ver, pasear y platicar, solos, con las parejas, luego con los hijos. El día de tianguis se hereda, se practica y se transforma cotidianamente a través de la cultura material y de las relaciones sociales. Así, la práctica del tianguis resulta patrimonio cultural intangible que comienza a través de la experiencia sensorial del lugar y es construida por los significados de diversa índole que se dan a tales experiencias de manera cotidiana:

“Antes, hace como cinco años, se ponía una señora que vendía Yakult; ahí andaba con su carrito en una esquina, vendiendo Yakult individual o la marquesota… ¡A mi me encantaban los Yakults! Mi mamá siempre me compraba. También había puestos de videojuegos para Super Nintendo; te vendían los cartuchos o te los cambiaban. Llevabas tu cartucho y te decían ‘te lo puedo cambiar por estos de aquí o te doy este otro y me das una diferencia’; eso estaba bien chido. Nunca fui a una tienda a comprar cartuchos… ¿para qué? Si ahí estaba el tianguis” (Jorge, 24 años).

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REFERENCIAS Capron, G., Sabatier, B., 2007. Identidades urbanas y culturas públicas en la globalización. Centros comerciales paisajísticos en Río de Janeiro y México. Alteridades 17, 87–97. Howes, D., 2005. Empire of the senses: the sensual culture reader. Berg. Lankauskas, G., 2006. Sensuous recollections: the sight and taste of socialism at Grutas Statue Park, Lithuania. The Senses and Society 1, 27–52. Richardson, M., 2003. Being-in-the-Market versus Beingin-the-Plaza: material culture and the construction of social reality in Spanish America, in: The Anthropology of Space and Time. Wiley-Blackwell, pp. 75–91.

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natalia tlapali

´ escuadron 201: el cuerpo de un tianguis

Cuando se me planteó el proyecto de hacer una sesión fotográfica acerca de “el tianguis” y específicamente sobre el tianguis local me pregunté: ¿Qué me interesa sobre el tianguis para querer fotografiarlo? ¿De qué manera yo me relaciono con ese lugar? La verdad es que a mí ni me gusta ir al tianguis (fue lo primero que pensé), pero inmediatamente también me dije: a fin de cuentas más allá de mi gusto o disgusto sobre ese espacio, el tianguis es un lugar con el que he convivido mucho tiempo, a través, de hecho, ya de varios años. Es un lugar que sí me es conocido y con el cual interactúo en mi cotidianeidad, entonces a pesar de no ser mi lugar favorito en la ciudad, ni en mi itinerario, sí es un lugar del que puedo hablar y sobre el que, de hecho, sería interesante trabajar, ahora que me lo planteo, y más si es a través de la fotografía, pues es un lugar cotidiano en cuanto a necesidades de compras y trayectos hacia mi casa pero totalmente insólito en cuanto a proyecto artístico.

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¿Cómo se modifica entonces desde aquí mi percepción y relación con ese lugar a partir del mero planteamiento de una interacción sobre el espacio a través de la fotografía, mí fotografía? Sólo tuve que reparar en estas cuestiones para querer involucrarme en el proyecto, pues a fin de cuentas, el arte (de la forma en que yo lo trabajo), trata de crear nuevas preguntas y nuevas maneras de mirar una misma cosa. Interacciones y relaciones que en lo cotidiano no suceden por el simple hecho de que no nos las planteamos. Es entonces cuando la obra de arte se convierte en la huella de esos procesos creativos que abren percepciones y vuelven público lo privado de una idea que ya no se quedó solo en mi mente. Habiendo decidido participar, de todas maneras me pregunté: ¿Qué me interesa sobre el tianguis?, ¿Qué quiero mostrar y, por ende, decir sobre él? Bueno, qué voy a decir de él, pues lo que yo conozco de ese lugar, el cómo lo veo en mi realidad, la visión personal de tianguis y yo únicamente puede surgir a partir de la interacción que he tenido con el espacio. Inmediatamente supe qué es lo que me interesaba fotografiar de mi tianguis. TIANGUIS Estructura y espacio, “El tianguis como estructuraesqueleto”. Implicaciones del espacio “desocupado” y “vacío” en el esqueleto-estructura de los puestos antes de que lleguen los comerciantes. Modificación del entorno y participación del sujeto. El tianguis, ese lugar público y concurrido en el que convergen desde intercambios mercantiles, la socialización de la comunidad, el encuentro de intereses… La fruta, el pescado, los niños, el antojo, la ropa, el ligue, las conversaciones, los juegos, los helados, las pláticas, los enojos... Colores, olores y texturas. Un mundo vivo de día. Pero ¿qué pasa de noche? ¿Y en la madrugada? ¿Qué sucede entonces con ese espacio, se modifica? ¿A qué fines responde en ese momento? ¿El aparente “no estar” implica el que no suceda nada? Algo interesante pasa de sábado a domingo en esas ca-

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lles donde de día se vende en el tianguis. Las noches de esos días los comerciantes dejan sus puestos montados (sin mercancía claro) pero hay una ocupación física del espacio aún sin sus dueños. La calle es intervenida, y no por la finalidad que los rige cuando se está vendiendo. La interacción, por ende, de todo sujeto (incluyéndome), obligadamente también se modifica. Y no podemos olvidar un aspecto fundamental: el horario, la noche también modifica los espacios. Y no sólo la noche, sino la rutina misma de los vecinos (y ajenos), que tienen una necesidad diferente por las noches y madrugadas, cuando en el tianguis “no hay nadie”. De manera personal ese lugar, en ese horario me es incómodo, no sólo no me gusta, de hecho me angustia y me atemoriza; porque a diferencia de lo que sucede de día, cuando uno visita el espacio sabiendo qué va a encontrar (en cuanto a que es un lugar con un fin determinado), de noche más bien no sé qué me puedo encontrar. Se vuelve entonces un lugar sobre lo desconocido y lo escondido, sobre lo que no se ve (el opuesto extremo). Ese lugar, en el que sólo ciertas personas (los comerciantes) pueden estar dentro se altera al grado de que nuevos sujetos pueden apropiarse del espacio. Ya no importan ni la estatización del lugar, ni la función del espacio, ni la finalidad de la estructura, los fines se modifican y se vuelven lo contrario. Dualidad inherente que define el entorno en su totalidad. ¿Y qué sucede con el aspecto de transitoriedad? El tianguis es ese espacio de transitares en lo colectivo, un tianguis se recorre. Su esencia misma conlleva el transitar. Mientras es de día el acto de ir y venir de aquí para allá tiene un motivo específico, de igual manera que cuando se transita por el tianguis en la noche, sin embargo el motivo no es el mismo; caminar y tener que pasar por ahí toma un carácter distinto. No hay aspecto que no se modifique en este cotidiano lugar.

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Para llegar antes que los puestos funcionaran el domingo por la mañana, invité a mi colega a quedarse a dormir en mi casa la noche previa, con la finalidad de salir al otro día a las 6 de la mañana, cuando aún no llegan los comerciantes y la luz día todavía no se asoma. El plan estaba dado y aceptado, aunque claro, sucede que ningún hecho artístico (al menos en mi caso) se deslinda de mi vida cotidiana de “persona cualquiera con emociones y vivencias cotidianas”. ¡Era la madrugada, como las 2:00 am cuando un borracho llegó a mi casa gritando a todo pulmón y tocando el timbre como loco! A esa hora, ya dormidos, despertamos sobresaltados (y asustados obviamente), sin saber qué pasaba. Momentos después comprendimos qué estaba pasando y que sólo era un ebrio que había interrumpido nuestro tranquilo sueño pero que no pasaba de eso, así que volvimos a dormir con la alarma puesta a las 6. Pasaron 4 horas y sonó el despertador… He de confesar que al ver la oscuridad que aún reinaba en las calles me asusté un poco pensando sobre todo en que cargaríamos las cámaras profesionales y que nos adentraríamos al tianguis a una hora en la que jamás lo había visitado y que aparte sólo nos tendríamos de compañía el uno al otro. Tuve miedo, pero no dije nada… hasta que pasados apenas unos segundos mi compañero me enunció:- oye, ¿y si nos esperamos media hora para que no esté tan oscuro? –jajaja, ¡por supuesto, es lo mismo que yo pensé! Reprogramar alarmas y dormir un ratito más, total que acabamos saliendo a las 7:15 am. Al llegar al espacio, con cámara en mano y ya sabiendo lo que me interesaba del tianguis, aún así ese momento es el único de la acción verdadera, de la confrontación real y no sólo imaginaria; es el momento preciso en el que se vinculan: la idea, la búsqueda, el encuentro, el reconocimiento y el reencuentro (la nueva exploración). Como dije, no me interesaba la estatización de los puestos y la mercancía, ni la mera composición de toma con la geometría del espacio. Lo que yo buscaba era hablar del espacio mismo ¿y cómo se habla de un espacio?

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pues a través de cómo me relaciono en él. Por ende la manera de convivir y adentrarme en el espacio (en ese preciso momento mientras sucedía la sesión fotografía), surgió mediante la apropiación del lugar a partir de la interacción física de relación (nuevas relaciones) con los puestos. Es decir, de maneras que, en lo cotidiano, jamás me había (ni hubiese de no ser por la fotografía) involucrado. Ahora bien, el “yo” dentro del espacio también me pedía el yo dentro de la imagen (la toma). Experiencia lograda a partir del autorretrato. Es volverme sujeto activo con el espacio, interacción real con el tianguis “desocupado” y también reflejar eso mismo en la fotografía (pues es de donde estoy partiendo). De ser mero fotógrafo de vista externa en la imagen y espectador pasivo con el entorno, paso a ser también ese sujeto expuesto en la fotografía (que me presenta y me vuelve visible y al mismo tiempo me permite observarme en tercera persona). Se vuelve una experiencia vivencial en su totalidad. Sin embargo, aún con esa participación de integración, de jugar el papel delante y detrás de la cámara, la gente que empieza a llegar se empieza a preguntar: ¿Y ellos que hacen aquí? ¿Por qué están tomando fotos? ¿Para quién son? No es a fin de cuentas entonces la cámara también un modo de ser y no ser vistos, lo que implica llegar a un espacio con cámara en mano sin previa presentación y por mera gana a tomar a diestra y siniestra fotos de un lugar es también una manera de “ataque”, hasta cierto punto, y de modificación del espacio y su entorno; cómo cambia la gente ante una cámara, (¿cómo cambia la gente ante el espacio vacío?), ¿de qué manera se siente uno atacado al estar frente a la mira del fotógrafo? (¿de qué manera se intimida uno ante la idea de no saber quién te mira en este espacio de escondite?. La cuestión de lo visible y lo expuesto, de quién es el que mira y quién el que es observado, de quién tiene el control en el espacio y quién huye por el desconocimiento. ¿No es a fin de cuentas jugar los dos papeles? Ser desconocidos (y por lo tanto invasores e intimidantes)

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mutuamente. La relaciĂłn en este espacio, en el tianguis es obligadamente de dos sujetos: ya sean los dos presentes (en tanto fĂ­sico) o a partir del presente-ausente, que puede no estar o que estĂŠ pero no lo vemos , sin embargo como posibilidad existe y de tal manera es como si ya estuviera.

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leobardo albarran ´ las chacharas ´

La relación entre un comprador con un comerciante por lo general no pasa de eso, y, hoy en día eso es aún más marcado con los nuevos tipos de comercio totalmente fríos y estériles. A diferencia con los mercados que son totalmente estéticos, coloridos y vívidos, en estos lugares esa relación comerciante y consumidor pasa a un plano más amplio ya que con el paso del tiempo ésta relación dual se va diluyendo a un conocimiento de esa persona, esto ocurre de ambas partes. En los mercados el comerciante se convierte en un vendedor de confianza al que se le compra con mayor frecuencia, ya que sabes que con él puedes conseguir productos de buena calidad, luego de éste contacto paulatinamente crecido dicha persona se convierte en un conocido al que no nada más compras, sino que lo saludas y poco a poco platicas con él hasta que llega a ser un amigo, con una relación íntima y de confianza. Este tipo de relaciones crecen en todos los mercados, son relaciones de amistad que separan a los mercados tradicionales, de los supermercados donde ésta relación social es mermada y puesta de lado por diferentes normas laborales que ponen de antemano una producción económica sobre una

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relación social. Punto importante en un mercado no de manera consciente pero sí cultural son la relaciones sociales que en éste se dan, en un mercado podemos encontrar puntos de reunión social, donde uno puede ir con la familia, o donde incluso la familia del comerciante interactúa con el consumidor. Las Chácharas Las Chácharas es una mezcla entre mercado y tianguis ya que no cumple ciertos elementos para poder ser registrado como mercado y funciona como tianguis ya que la mayoría de los comercios sólo abren en su totalidad ciertos días de la semana. En este lugar tenemos una variedad extensa de contactos sociales desde toda una familia vendiendo en el mismo puesto, hasta personas que han pasado toda una vida vendiendo en el mismo puesto, también podemos encontrar productos usados, ropa de paca, fierros viejos, y ropa y calzado de marca que son vendidos a un precio rebajado pero con la calidad de un original, son éstos productos los que han llamado la atención a Gustavo Heredia y su papa José Luis Heredia. Padre e hijo cambiaron su relación comprador/vendedor por una amistad con varios de los comerciantes del lugar, ellos pueden pasar y sentarse detrás del puesto, platican y procuran sus diferentes vivencias familiares . Por esta relación consiguen precios especiales y en diferentes casos, diferentes modos de pago ya que son compradores de confianza, e incluso Gustavo en varias ocasiones lleva a vender cosas que ya no usa o que consigue y así logra conseguir un dinero extra.

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Sharet ubaldo

en la doscientos uno

Lo que me propuse fue hacer un recorrido tal y como suelo hacerlo siempre, e incluso tuve la oportunidad de hacerlo con mi hermana, así que fue como si todo “el ritual” fuera completado al cien por ciento. Explicaré un poco mejor en qué consiste: mi hermana y yo casi siempre regresamos a ese mercado (por lo económico entre otras cosas) con la ilusión de encontrar algo que no sabemos que necesitamos o queremos; solemos hacer el recorrido empezando por los puestos que venden productos de tlapalería, si bien nos va nos topamos con el señor de las nieves, pasamos por más puestos (de ropa, cosas de papelería, los que venden postres y esquimos, fruta y un poco más de ropa) hasta salir de ese “pasaje” y pasar de los puestos fijos a los que rematan prácticamente de todo. Esa es nuestra parte predilecta, creo que por eso la dejamos al final, pero, siempre es así como sucede. Tenía en mente las cosas y las imágenes que podían interesarme, más como se está en constante cambio (porque no es de sitio) no podía prácticamente disponer a mi antojo. Se lo dejé todo a mi curiosidad y a lo que ofreciera esa tarde de Domingo.

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Usé una cámara de snapshot por la maleabilidad y precisión que otorga al instante. La película fue en blanco y negro porque suelen ser la técnica que más acostumbro y no quise salirme de la línea, pero en todo caso se trataba también de experimentar para obtener resultados variables. Las tomas fueron cerradas. Pretendía plantear la idea de que justo eran imágenes que me comunicaban y que al mismo tiempo remitieran al mercado sin necesidad de que anunciaran con pancartas que representaban tal. Era necesaria la fragmentación de la imagen para lograr mi cometido y el identificar que era,- una vez más- mi mercado, mi impresión sobre él, hasta mis memorias sobre él… No se trataba de una participación y hasta ahí, porque no representaba eso para mí. Era el ver, el explorar y hasta el planear un poco la siguiente adquisición.

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laura zavala macrosistema

Miraba el piso sucio con asco aun lo recuerdo de la mano de mamá hace ya bastantes años, la verdura apilada, abrillantada con un trapito sucio, por cierto, mis ganas de tocar la carne cruda, que escurría sangre y por ver los ojos de los pollos volteados hacia atrás. He visitado el mismo lugar desde diferentes perspectivas, a veces creo que sigue siendo el mismo de hace aquellos años. Me gusta lo pequeño y pensé en llevarlo a cabo en este proyecto, pensé en retratar aquello que no vemos, las formas que liberan otro mundo encuadrado, quise decir que dentro del “mercado” viven otros mundos habitados por pilas de pequeñas cosas, por cosas que se limpian con un trapito sucio, quise decir tanto lo que engloba ahora para mi, como un lugar donde encuentro lo que necesito, como lo que fue para mi, un lugar de experiencias sensoriales que me incitaba a toquetear. El mercado es un ente vivo que se mueve con los días, que necesita ser retratado en sus cambios, en sus dinámicas, en sus detalles que no observamos. Es tan difícil colocar en 36 imágenes el significado de algo tan trascendente no

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solo a nivel social sino, a nivel personal, el mercado aun con los Wal-mart, sigue llenando nuestra necesidades de forma economica, con sus cercanĂ­a y centricidad.

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herminio arteaga

el mercado, un espacio para la diversidad

En respuesta a cierta discriminación que recibe el Tianguis o Mercado al ser más concurrido por población de clase media y baja, propongo por medio de la fotografía exponer las riquezas de éste en una serie fotográfica en la cuál se muestra en base a mí perspectiva los elementos más atractivos y unos de los principales motivos por los que yo suelo acudir a ellos. Encontrando una diversidad de objetos, comida, mascotas entre otros tantos entes: mismos que se encuentran constante y comúnmente, incluso a precios accesibles y aunado a ello también en mejores condiciones que en otros lugares, así también conforman una visualización diferente y un poco poética en comparativa al acudir con frecuencia, que es la actividad donde suele perderse el encanto de estos sitios. Hay que “enamorarse” de los mercados y volverse a enamorar otra vez.

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_ abdelaziz zuniga ´ el mercado de la memoria

Una cadena de sonidos acompañan los olores del almuerzo, música de banda, las voces de los vendedores que promocionan las novedades. El hombre de los discos cambia el sonido, ahora el reggaetón impacta y armoniza las voces de las personas que piden las verduras para la comida familiar del domingo. El mercado es un espacio que juega con todos nuestros sentidos, explota y potencializa nuestra capacidad de curiosidad y crea un espacio nuevo y diferente para la convivencia y las nuevas relaciones interpersonales que, sin llegar más lejos, no siempre pasarán de los saludos y los buenos deseos. Pero todo suceso tiene un principio y un fin, aunque hay ciertos fenómenos que no terminan nunca, y menos, cuando ese fenómeno que se sucede es tan cercano y repetitivo, cuando se inserta a través de todos sus agentes en la memoria del individuo, en la memoria y la imaginería de una colectividad. El tianguis sobre ruedas tiene la capacidad de ser un espacio de fácil inserción en el imaginario colectivo, un elemento que pareciera tener vida propia y que termina siendo un espacio que interviene otro espacio, es un lugar reducido pero amplio al mismo tiempo, un espacio que no

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teme ser invasivo, un sitio con el permiso de usar y tomar cualquier cosa que pueda beneficiarlo en su accionar. Este sitio efímero termina (como agente tangible) en el momento en que los puestos comienzan a recoger sus productos, llegan los camiones y se van, pero ¿será cierto que éste fenómeno es efímero y tiene un fin como tal? El tianguis tiene la cualidad de la inserción, como se mencionó párrafos antes, en la memoria y el imaginario de la comunidad que interviene, esto puede ser debido a la repetición, al itinerario o la calendarización de su exhibición como espacio físico, (cada domingo encontramos los puestos que siempre visitamos, el sitio donde almorzamos, el lugar donde adquirimos las películas y los discos) por lo cual, el tianguis podría ser entendido como un evento que esperamos y el cual tenemos la certeza de que semanalmente aparecerá. Esto podría sugerirnos la posibilidad de que esa intervención que suponemos efímera, pierda esa cualidad al menos dentro de las posibilidades de la memoria. Pero las fotografías que se presentan a continuación tienen la finalidad de exponer una especie de extensión del fenómeno más cercana al evento, una forma en la que el tianguis sigue interviniendo el espacio aún después de su partida. La manera que encontré para hablar de la memoria de algo, fue buscar impulsar la memoria apartir de un objeto o de alguna forma física, el recurso que encontré fue el residuo, La basura, las manchas de aceite, las huellas de las llantas, todo aquello que expresara la actividad del tianguis de los domingos. Planeaba hacer tomas abiertas, que reflejaran el espacio que fue y sigue siendo intervenido, pero me di cuenta que tenía que cerrar el encuadre para que el concepto no fuera ambiguo, quizá hablar de una sola fotografía no diga más que hablar de basura, con sus colores, con sus especificidades, pero en conjunto (como fue planteado el proyecto) generan una idea de lo que pudo haber contenido ese residuo. El mercado se quitó casi a las 7:30 pm y eso no ayudó mucho ya que, las tomas se hicieron con poca luz, sin flash y por

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lo tanto con una velocidad poco adecuada para la posición en la que tomaba las fotografías, pero esa movilidad en la fotografía, los desenfoques y los errores de la toma, hicieron de las imágenes una especie de construcciones abstractas que, con los colores reales y la luz “azulada” de la tarde noche, generan y hablan más de la experiencia que de la parte técnica y dotan, creo yo, de humanidad a la imagen, haciendo evidente el acto fotográfico.

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mercado de martes h t t p s : / / w w w. fa c e b o o k . c o m / pa g e s / M e r c ado-de-Martes/265905503526429?fref=ts mercadodemartes@gmail.com http://editorialmercadodemartes.blogspot.mx/ h t t p : / / m e r c a d o - d e - m a r t e s .t u m b l r . c o m /

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