Desde que llego a vivir con ella se dio cuenta que no era la persona más agradable del planeta. Casi siempre olía como la fruta cuando se descompone, era alta y jorobada, con dientes amarillos, mal aliento y el estómago inflado como si estuviera embarazada. Llegó a la casa de la abuela cuando tenía 6 años; ya llevaba ahí 5 y las cosas parecían no mejorar. Sus padres le dijeron que sería solo cuestión de meses para que volvieran por él, pero nunca había recibido ni siquiera una llamada. Cuando le preguntaba a su abuela sobre sus padres siempre recibía reproches o simples burlas.
Nunca se cansaba de recordarle lo débil que era a comparación de los otros niños que habían crecido en esa misma casa. Él se preguntaba si a los otros niños también les daba de comer tan poco.
Los días en la casa eran siempre iguales: En cuanto llegaba de la escuela tenía que comenzar a hacer las labores que su abuela no podía (aunque él fuera de la mitad del tamaño que ella), como sacudir en lo más alto de los estantes donde la abuela guardaba su colección de muñecas, barrer la casa o quitar las bolas de pelo de diferentes colores de la regadera, incluidas las del horrible hámster que la abuela tenía como mascota, cada día odiaba más a esa cosa: estaba seguro que la próxima vez que lo mordiera, lo aplastaría con un libro.
Le encantaban los libros en realidad le encantaban los libros de r茅cords, los extraterrestres y los c贸mics. Esas eran las tres cosas que m谩s le gustaban en el mundo, aunque casi nunca pudiera leer c贸mics...
Lo que más le gustaba a su abuela era castigarlo, sin importar cuáles fueran las razones; leer historietas, no hacer las labores rápidamente o hablar sobre extraterrestres o naves espaciales lo sentenciaban a una hora en el sótano por cada falta. Al final del día, Tadeo pasaba ahí casi todo su tiempo libre; estaba seguro que un día iba a ser absorbido por esas húmedas paredes. El sótano era el lugar más oscuro de toda la casa, lleno de tubería que hacían ruidos y chillidos de ratones, con miles de telarañas en las paredes y el techo, vestidos viejos de la abuela y fotos de personas que él no conocía. Cuando llovía, el sótano se inundaba, pero lo que más lo asustaba eran los maniquíes que la abuela guardaba
En las noches venía la otra parte del castigo, que eran los sueños más aterradores donde todos los maniquíes lo miraban al mismo tiempo.
Como cualquier otro sábado... a las 7 de la mañana, Tadeo se encontraba preparando el desayuno para su abuela. Era muy importante que estuviera listo a esa hora porque como cada sábado, la abuela decidía descansar todo el día, ya que las actividades de la semana la dejaban exhausta. “Como si hiciera mucho” pensaba él con profundo enojo. Lo único que se permitía hacer la abuela era cepillar el cabello de las horribles muñecas que coleccionaba, las sacaba todas al mismo tiempo de los estantes, las sentaba a su rededor y comenzaba a cepillarlas una por una, sin importar que pasaran más de seis horas... la labor era minuciosa. El desayuno estaba listo y lo llevaba a la cama de la abuela que ya tenía una de las muñecas en las manos. Todo hubiera seguido como siempre de no haber sido por esa arruga en la alfombra que lo hizo tropezar y derramar la miel caliente sobre el cabello de la muñeca, arruinándolo por completo, sin mencionar las quemaduras que tuvo su abuela.
El resto fueron gritos y amenazas. Las estaba tratando de enumerar en el sótano, llevaba ahí más de cinco horas seguidas. No había llegado todavía ningún plato o vaso con agua, casi siempre llegaban a esas alturas, pero sospechaba que esta vez era más grave... los sonidos cada vez eran más aterradores; las cañerías que estaban sobre él parecían contener demonios que gritaban; los chillidos de los ratones cada vez eran más agudos y rápidos; los maniquíes permanecían totalmente inmóviles con su perfecta piel blanca y sus ojos mirando a Tadeo... De pronto una de las manos del montón de maniquíes lo saludo. Se escuchó un trueno y Tadeo brincó aterrado; la habitación se llenó de una luz violácea. Todo fue tan rápido que Tadeo no notó el brazo que apareció a través de la pared y lo jaló. Al día siguiente la abuela bajó al sótano. Sabía que no encontraría a Tadeo... sólo se quedo mirando un minuto su nuevo maniquí.