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Biografías de Personajes Cartageneros…. A través de la Historia (Árbol Genealógico de las Familias Cartageneras) Por: María Victoria García Azuero
Reconocimientos y Agradecimientos Este libro se debe a una pasión despertada en mi niñez al escuchar los cuentos de “la Martinera”. La Martinera es la expresión usada para describir una manera de ser de un núcleo familiar sumamente unido, la familia Martínez. La Martinera se componía de muchos hermanos, primos hermanos, primos casados con primos, medio-hermanos, etc. y tenían una característica muy especial, eran seres “puro corazón, supremamente nobles y serviciales, excelente talante y temperamento, leales. La simpatía Martinera es inigualable”, al decir de Rodrigo Martínez de Andrés Torres, hijo de Antonio María Martínez Martelo. Dentro de este núcleo existen muchos personajes de leyenda y muchas historias las cuales eran narradas con exquisita imaginación en especial por mi abuela Tulita Martínez Martelo de Azuero. Con el correr del tiempo, me enteré de que existía un Árbol Genealógico con las GENEALOGIAS de los Martínez, Méndez, Gómez y de Lora recogidas por el Dr. Diego Martínez Camargo, durante sus intensos recorridos, y corregidas y adicionadas por don Manuel Ramón Méndez Cabrales, su primo segundo, y ambos, mis tíos abuelos. Así que después de haber armado el Árbol Genealógico en el computador, y viendo que emparentábamos con toda Cartagena, comencé a ampliar la información incluyendo a todas las familias que más pude. De esta forma comenzó mi investigación genealógica teniendo la gran fortuna de contar con la generosa aportación de muchísimas personas amigas de toda la vida, quienes me han ofrecido datos familiares muy valiosos. Luego apareció Facebook y hubo una explosión de amigos nuevos, todos queriendo saber más sobre sus familias; llegaron las fotos de los antepasados y más amigos y más amigos, con muchísima información. Entre todos quiero mencionar a: Jacqueline Lemaitre de Basile, quien me aportó copia del archivo genealógico que hizo Celedonio Piñeres de la Espriella sobre los Piñeres y los de la Espriella; también aportó datos sobre los Pombo y los Lemaitre. A Roberto Carlos Lemaitre de la Espriella, su hermano, quien me entregó una extensa genealogía de los de la Espriella. A María Teresa “Mau” Ripoll de Lemaitre, quien me regaló una copia del libro de Pastor Restrepo, Genealogías de Cartagena de Indias. A Rodolfo Méndez Méndez, por haberme ofrecido su propia investigación sobre la familia Méndez.
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A Juan de la Vega, colaborador de las familias Vélez Racero, Irisarri y por supuesto de la Vega. A Alberto Enrique “Rata Mona” Villarreal Herrera, nos dio muchísima información sobre los Villarreal, Herrera e Ibarra y muchas familias más. A Gabriel “El Indio” Rodríguez Osorio, conocedor de tantísimas familias cartageneras y quien aportó la ascendencia de los Rodríguez Torices. El Almirante Rafael Grau Araújo, primo cuarto de mi mamá y al doctor Carmelo Martínez Conn, mi tío político, quienes me abrieron las bibliotecas de sus casas y me permitieron indagar y consultar cantidad de libros históricos sobre Cartagena, de difícil adquisición ya que no se han vuelto a editar. A mi primo querido Roberto Carlos Martínez Méndez quien fue el que con su entusiasmo me ofreció abiertamente el árbol genealógico que tío Ramón Méndez Cabrales, su abuelo, pacientemente había hecho a mano. Roberto Carlos convirtió en realidad un sueño que parecía imposible. Además siempre empujándome y animándome para escribir el libro. A Enrique Martín Franco, el hombre del computador, que con su alegría y energía, estuvo muy involucrado para poder sacar adelante esta obra. Y entre los “amigos nuevos” que quiero mencionar están: Alvaro Lecompte Luna, Rocío Sánchez del Real, Chola Benedetti Jiménez, Alfonso Ibarra Villarreal, Xaime Ibarra Merlano, Norma Castelblanco Grau, Reynaldo Borda Martelo, Maty Tono Lemaitre, Miguel Francisco de la Espriella, Alfredo El Mono Villalba Bustillo, Martha Luna Franco, Marta Zúñiga de Ziegbert,
Manera de identificar a sus familiares: Para poder darle lectura más fácil al desarrollo generacional, voy a colocar como ejemplo a la familia Martínez: Generación No. 1 1 1. PEDRO MARTÍNEZ se casó con MARÍA DE LOS SANTOS MAIJEL. Nacida hacia 1735 en Torrecilla de Camero, Ebro, Castilla La Vieja. Noten que Pedro, tiene el número 1 al lado de su nombre, eso significa que él es la primera generación. Que se sepa tuvieron un hijo: 2 2. i. JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, n. hacia 1762, Cartagena de Indias; f. Octubre 19, 1812, Mompox. José Casiano, tiene el número 2 al lado de su nombre, él viene siendo la segunda generación. Generación No. 2 2 1 2. JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL (PEDRO MARTÍNEZ) se casó con MARÍA MANUELA DE LOS SANTOS FERNÁNDEZ-Y-HERRERA en Julio 02, 1775 en la Iglesia de Santo Toribio, en Cartagena de India. Hijos de JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL y MARÍA MANUELA DE LOS SANTOS FERNÁNDEZ-Y-HERRERA son: 3 i. MANUELA MARCELINA MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, n. hacia 1776, Cartagena de Indias. Sin descendencia. 3. ii. DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, n. hacia 1780, Cartagena de Indias.
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Los hijos con un número al comienzo de la línea, son los que han tenido descendencia. Solamente estas personas aparecerán en la siguiente generación. Generación No. 3 3 2 1 3. DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ (JOSÉ CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, PEDRO MARTÍNEZ) se casó con AGUEDA DEL-CASTILLO. Nacida en Cartagena de Indias. Hijos:
7.
4
i. MANUEL MEDARDO MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO, n. hacia 1800, Cartagena de Indias. ii. AMALIA MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO, n. hacia 1802, Cartagena de Indias.
Generación No. 4 4 3 7. AMALIA MARTÍNEZ-DEL-CASTILLO (DIEGO MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ, JOSÉ 2 1 CASIANO MARTÍNEZ-MAIJEL, PEDRO MARTÍNEZ) nació hacia 1802 en Cartagena de Indias. Ella tuvo con DOMINGO ROMERO un hijo nacido en Sincelejo: 8.
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i. PEDRO MARTÍNEZ-ROMERO.
La secuencia numérica no establece un parentesco sanguíneo de hermanos. Solo indica generaciones. Así que van a encontrar secuencias numéricas con personas que no están relacionadas consanguíneamente entre sí.
Introducción Breve recuento de la historia de Cartagena de Indias. El nombre de “Biografías de Personajes Cartageneros a través de la Historia” es inspiración que me produce el hecho de solo pensar en tantas generaciones de hombres, mujeres y niños que vivieron en esta ciudad. Sobrevivieron una y otra vez tantos ataques, saqueos, sitios, bloqueos, en donde les destruían los techos de sus casas, les robaban todas sus pertenencias, tenían que huir al monte a esconderse cada vez que un ataque era inminente, y a pesar de todo esto, estamos aquí los cartageneros, vivitos y coleando, para echar el cuento. Un hecho que me ha conmovido mucho, ya que esta clase de historia es difícil de encontrar debido a la falta de documentación, es el siguiente. Cartagena como siempre sitiada por el General Francisco Carmona, año de 1842. El personaje, doña Candelaria Eckart Rubio. Día: Enero 5, 1842. Ella, recién casada con don José María de Pasos Ugarriza, con su única hija, una niña en brazos, Josefa de Pasos Eckart. Escena: doña Candelaria, hablando con su vecina de balcón a balcón en la Calle Lozano (hoy Román), sobre la “bendita” guerra que estaban sufriendo. Doña Candelaria, se despide, entra al salón de su casa, entrega la niña a su “aya”, y de pronto, una bala de cañón disparada desde el Cerro San Felipe, rompe la pared de su casa e impacta directamente a doña Candelaria, falleciendo en el acto. Dato: tomado de Historias, Leyendas y Tradiciones de Cartagena. Dr. Arcos, 1914. Son estas historias personales que en lo posible, y gracias a nuestra gran tradición oral, se mencionarán bajo el perfil de cada uno. Gracias a los cartageneros quienes se volcaron tan generosamente, es que muchas de estas historias han podido salir a la luz. He aquí un breve recuento sobre la historia de Cartagena, para que situemos a nuestros familiares dentro de este Corralito de Piedra tan amado por nosotros.
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A diecinueve años de fundada Cartagena en 1552 hubo un incendio, que arrasó con todas las casas y la Catedral que se habían edificado después de la Conquista. Inicialmente estas casas fueron hechas con los materiales que se encontraban a mano, bahareque (paredes de caña y tierra), y para el techo madera y palma para refugiarse del sol canicular y las lluvias torrenciales. . De ahí en adelante las leyes nuevas motivaron a construir los edificios y casas de habitación en cal y canto o mampostería. Para este fin se importaron de España carpinteros, albañiles y canteros. Entre ellos el muy conocido Simón González, Maestro Mayor, quien tuvo a cargo la construcción de muchos edificios como la Catedral y la Casa de la Aduana,
En la foto la casa que se cree fue construida por don Pedro de Heredia. Estuvo localizada en la esquina de la Plaza de la Gobernación y Plaza de Bolívar de hoy día. Fue absorbida por el Palacio de la Gobernación durante la Alcaldía de don Daniel Lemaitre Tono en 1948. Nos cuenta María del Carmen Borrego Plá, en su libro Cartagena en el siglo XVI, que finalizando ese siglo y después del ataque del pirata Francis Drake en 1587, ya Cartagena tenía alrededor de unos 300 habitantes. Esto, unido al creciente comercio y enriquecimiento de los vecinos, les hizo construir casas semejando palacios que estuvieran más acordes a sus ingresos. Eran grandes, cómodas y frescas diseñadas para soportar el inmenso calor de la ciudad. Las casas serían de cal y canto o mampostería y tejas de barro. Aparecerían los balcones volados de madera en las callecitas estrechas.
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Una de las primeras casas de piedra fue edificada alrededor de 1560 y está localizada frente a la Catedral, (en la foto abajo) se dice que fue esta la casa elegida por el Pirata Francis Drake para su alojamiento una vez hizo su entrada a Cartagena. Para amedrentarnos, desde esa casa disparó una culebrina al techo recién terminado de la Catedral derrumbándolo en parte.
Casa frente a la Catedral, Foto de María Victoria García Azuero El Pirata Drake entró por un pedacito de tierra, que separaba al mar de La Caleta. A este pedazo de tierra le habíamos hecho pequeña trinchera, (se puede apreciar en el mapa). A la trincherita se le abrió un foso y hacía que el agua de mar y la Caleta se comunicaran. Pero piratas al fin y al cabo, esto no les hizo ni pizca de mella! Como les venía contando la natural construcción de las casas comenzó en el área alrededor de la Plaza de la Aduana. Nuestras callecitas Aduana, Landrinal, Cochera del Gobernador y Candilejo se les llamaban Calles Reales, La Amargura tenía otro nombre. Donde está el Convento de San Pedro Claver, en su momento estuvo localizada la Carnicería de la ciudad. Y todas estas callecitas, tenían por frente las olas del mar, por el norte, o La Caleta, al oeste. Detrás de la Carnicería, de ese entonces, se construyó en 1555, el primer muelle de la Ciudad de Cartagena, llamado “Muelle Viejo”. Debido a que quedaba muy lejos e incómodo para cargue y descargue, se trasladó justo frente a la Casa de la Aduana y se le llamó el “Muelle Nuevo”; este comprendía de un pretil de cal y canto y troneras para su defensa. Serviría también para desembarcar a los pasajeros que llegaban en botes desde las naves fondeadas en el Resurgidero (o Base Naval de hoy día). Las murallas las comenzamos a levantar a partir de 1608, o sea veinte años después del saqueo del Pirata Drake.
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De las primeras casas, la Casa de la Contaduría. Esta es la misma que llamábamos la Casa de la Isla. Llamada así porque la sola construcción de la casa consistía de toda la cuadra.
En la foto la Casa de la Isla en 1897. Foto tomada de un escrito sobre don Juan Bautista Mainero. Óleo de Gilberto Hernández Posada. Colección del Museo del Palacio de la Inquisición, Cartagena. La Casa de la Isla fue vivienda de Gobernadores y Virreyes. También ahí, se alojó el Barón de Pointis cuando asaltó y saqueó a Cartagena en 1697. Esta casa fue demolida en 1920, y en su lote se construyó el Edificio Andian, hoy Banco de Comercio.
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En este mapa se puede apreciar La Caleta o cuerpo de agua que casi tocaba el mar; el Caño de San Anastasio dividiendo las dos islas de Getsemaní y Cartagena, y el Puente de San Francisco. A la derecha, la lengua de tierra por la cual entró el Pirata Drake.
Cuando Cartagena era una Isla. La isla de Cartagena se comunicaba con la de Getsemaní por el puente de San Francisco, llamado así por el Convento de San Francisco el cual había sido construido en 1534 (se puede apreciar en el mapa). Poco a poco, las murallas fueron rodeando toda la islita de Cartagena; a la Isla de Getsemaní, las murallas comenzaban desde el Baluarte de Barahona (hoy demolido y donde está localizado el Centro de Convenciones), le daban toda la vuelta hasta llegar al Baluarte de San Miguel de Chambacú, o final de la Avenida Luis Carlos López, formando así La Media Luna, de ahí su nombre. La única entrada a la ciudad que comunicaba con Tierra Firme era atravesando la Isla de Getsemaní, por un camino primitivo, que llegaba al Revellín de la Media Luna. Este revellín, era un terraplén con tres fosos de agua, uno frente a la puerta de entrada con un puente levadizo; éste se abría en la mañana y se cerraba en la tarde. También se podía cerrar de inmediato a la vista de un ataque enemigo. El otro foso pasaba al frente de la tronera del revellín que quedaba en la mitad del terraplén, y que tenía dos cañones. Y al final antes de llegar a tierra firme, estaba el tercer foso. Encima de los tres fosos había unos puentecitos de madera que se destruían ante un ataque inminente. A los cartageneros no le gustaban las murallas de Getsemani porque les dificultaba la entrada del contrabando.
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Puerta de la Media Luna con el Revellín todavía en pie. Se pueden apreciar los tres fosos.
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La puerta de entrada a la Isla de Cartagena se le llamaba La Boca del Puente. Esta también tenía un Puente Levadizo que se abría en las mañanas y se cerraba en las noches.
Fotos de la Darien Expedition del Comodoro Selfridges, tomadas en 1870. Entrada principal a la Isla de Cartagena. Se aprecia la Boca del Puente, o entrada principal, y la puerta a su izquierda, fue abierta en 1803. Al frente de la Boca del Puente existieron unas edificaciones donde estuvo localizado el Mercado de Cartagena. Estas fueron demolidas por el Pacificador Morillo, porque le impedían la vista hacia Getsemaní y no quería tener imprevistos. Luego edificamos iglesias y conventos: el Convento y la Iglesia de San Francisco en 1555, la Catedral 1584; (El Pirata Drake le destruyó el techo recién terminado), la Iglesia de Santo Domingo, (el Almirante Vernon le destruyó el campanario de la izquierda en 1741, que nunca se reconstruyó); la Iglesia de Santo Toribio, (también sufrió con una bala de cañón de Vernon que entró por una ventana, y se incrustó en la pared del frente); el Convento e Iglesia de San Agustín (hoy Universidad de Cartagena) en 1603; el Convento de Santa Teresa y Santa Clara; el Convento de la Popa; y en Getsemaní, las Iglesias de San Roque y la de la Santísima Trinidad. Cuentan que los fieles cartageneros estaban en misa en la Iglesia de Santo Toribio, rogando a Dios para terminar con la pesadilla de Vernon, y en ese momento una de las asistentes se desmayó. Acabando de retirarla de su silla, justo entró una bala de cañón por la ventana, cayó en ese lugar, y rebotó, incrustándose en la pared de enfrente. Fue una de las últimas balas disparadas por Vernon para desquitarse de los cartageneros por no haber podido tomarse la ciudad. Vernon fue otro que destruyó mucho tejado para desquitarse por la vergüenza sufrida. Debido a su ubicación estratégica, Cartagena se convirtió desde su inicio en una ciudad muy llamativa para los piratas. Con decirles que en 1543 y a los 10 años de fundada, fue objeto del primer ataque pirata, durante los preparativos de la boda de una sobrina de Don Pedro de Heredia. Los muebles coloniales, las vajillas, las joyas, todo esto se lo llevaban los piratas. Si hasta las camas se llevaban! Lo que no les cabía en los galeones piratas, lo destrozaban y lo botaban al mar. Una cosa que si devolvió Luis XIV, el Rey Sol de Francia, fue un ataúd de plata sin sus campanillas de oro, que se llevó el Barón de Pointis en su saqueo a la ciudad. Éste había sido donado por la señora doña María de Caraballo, para celebrar el Santo Entierro en Semana
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Santa. Y es gracias a sus gestiones ante el Rey Sol, que éste le fue devuelto al Convento de San Agustín donde siempre se guardaba. Cien años más tarde este ataúd de plata se convertiría en monedas de plata, junto con todo el oro y la plata donada por los cartageneros, para subvencionar la guerra de la Independencia. José P. Urueta en Cartagena y sus Cercanías.
Vida cotidiana y costumbres La Armada de los Galeones, hacía su primera escala en Cartagena de Indias a su paso para Portobelo en Panamá teniendo la ventaja de recibir la mercancía que llegaba de España, de primera mano. Para esa época a la Feria bajaban los comerciantes desde Quito, Popayán y Santa Fe de Bogotá a comprar artículos como ropa y demás, y regresar lo más rápido posible, en mula, a sus tierras, antes de que estos mismos artículos, fuesen transportados por arrieros a mula a través del Istmo de Panamá, y luego en barco hasta Guayaquil, Quito y Lima. Hacíamos tanto negocio, que las ganancias nos duraban hasta la próxima Armada. Durante la Feria se arrendaban casas, se armaban tiendas y “chacitas”, corría el dinero a manos llenas, todo el mundo coronaba. Con esta población flotante de navegantes y comerciantes del interior, aumentaban todos los precios de consumo de alimentos, los esclavos trabajaban a jornal, y con eso podían comprar su libertad. Acabada la Feria, llegaba el “tiempo muerto”, se acababa el bullicio, las trifulcas, los fandangos, llegaba el silencio y la tranquilidad.
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La Casa Colonial
La casa colonial era el sitio de vivienda y negocios. En los altos habitaba la numerosa familia, con parientes cercanos, tías solteronas, tíos viudos, se criaban sobrinos, o hijos huérfanos de algún pariente cercano, estaban los abuelos. En fin gran cantidad de personas. En los bajos funcionaba todo lo comercial, vivienda de sirvientes, caballerizas, toda clase de animales domésticos, no faltaban las gallinas. El aljibe área central desde donde se abastecía de agua a toda la casa. En la huerta en el traspatio árboles frutales y hortalizas tropicales. En la entrada el portón gigantesco con su postigo, pequeña puertita para entrar al zaguán. Este postigo tiene una ventanita pequeñita para ver quien toca el aldabón. Por las mañanas, en ese silencio se oye cuando se quita el cerrojo de alguna puerta vecina. Subiendo las escaleras
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monumentales estaba la antesala y el tinajero, donde se conservaba el agua para saciar la sed, luego estaba el salón principal con balcón a la calle, fresco, se podía visitar a la vecina, sin tener que salir a la calle; un corredor largo con balconada que daban hacia los dormitorios y la señora de la casa divisaba todo lo que sucedía abajo; al fondo del corredor estaba el comedor, la cocina a base de carbón y chimenea, y hacia lo alto el minarete o mirador subiendo por una escalera de madera para coger el fresco de la tarde, mirar el horizonte y explayarse.
Alimentación Dice don Antonio de Ulloa en su “Noticias de América” cuando nos estuvo visitando en 1735 que los cartageneros nos alimentábamos básicamente de “bollo” de maíz su contextura era blanca e insípida. En las casas pudientes se amasaba con leche. Y con cazabe, hecho de las raíces de la yuca, el ñame y el moniato, que por ser insípidos también se consumían con miel. El trigo no se cultivaba todavía en 1700 y la harina la traían de España. Por consiguiente era extremadamente cara. Sólo los europeos consumían el pan y a la “muerte de un obispo”. Los criollos desde la cuna ya se acostumbraban a los nuevos gustos de los frutos que se encontraban por acá. Antonio de Ulloa describe el coco como “fruta de poco uso”, del cual se tomaba el agua, sabrosa, cuando estaban verdes para refrescar la sed. Cuando el coco ya estaba maduro, se le extraía la leche “al igual que las almendras”, y con eso, se preparaba el arroz. (Figúrese ustedes nosotros comiendo arroz con coco desde esa época) El desayuno, se hacía con platos fritos con manteca de puerco, (el aceite sólo se conseguía cuando llegaba la Flota de la Armada de los Galeones) y con pasteles en hoja, hechos de “masa de maíz” tomado con chocolate o cacao, como le llamábamos. Hacer las onces, consistía en tomar aguardiente, antes del almuerzo para preparar el estómago ya que se debilitaba mucho con el calor. Con la harina del maíz hacían “otras pastas”, posiblemente la empanada con huevo…“y aderezan varios manjares muy sabrosos y saludables”. El plátano se consumía también en vez del pan, y cocinados servían de acompañantes de los “guisados y manjares”. Quizá se refiere al plátano maduro. Del sancocho dice lo siguiente: “El agi-aco”… “es rara la mesa donde falta”… y continúa hablando de “la abundancia de especies que lo componen para hacerlo gustoso”. Son sus ingredientes “puerco frito, aves, plátanos, pasta de maíz y otras varias cosas”. Parecería estar hablando de nuestro sancocho! Las mesas de las casas “de distinción y comodidad” eran servidas con “gran decencia, ostentación y esplendidez”. Había desayuno, onces, almuerzo, refresco, comida a las 5 de la tarde y por último a los ocho de la noche, el chocolate con queso, buñuelos, y carne salada. El cacao era producido en las riberas del río Magdalena y era de fácil acceso a las provincias.
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Vestimenta Esta figura fue tomada del El Viaggero Universal, 1793, para Guia de Forasteros, de Giorgio Antei Las mujeres cartageneras nos cuentan don Antonio de Ulloa, se vestían con telas muy delgadas por el clima tan caluroso. Utilizaban una “pollera” de colores, de tafetán de seda y sin forro, hasta los tobillos. En la parte de arriba, una blusa blanca ajustada al cuerpo, que le decían “jubón o almilla blanca”, pero sólo en la época de las brisas o verano. En invierno o época de lluvia y calor, no se lo aguantaban y solo “se fajaban para abrigar el estómago”. Me imagino una blusita con tiritas por el hombro. La “basquiña” era una sobre falda de seda, nunca de color negro, que se colocaban por encima de la “pollera”. Esta “basquiña” tenía un tipo de ojalillos para lucir la “pollera”. Se cubrían la cabeza con un “pañito”. Este consistía en una tela blanca, muy fina, llena de encajes y almidonada, que le llamaban la “mitra”, pues se le formaba una punta tiesa por encima de la frente; en los hombros lucían una mantilla española. Nunca salían de sus casas sin el “pañito” ni la mantilla. Este “pañito” se utilizó hasta finales de 1800, ya no tan sofisticado ni tan almidonado, como lo muestran las pinturas de la época. Por zapatos, se usaba unas “chinelas” con taconcito, donde sólo les cabía la punta del pie. Dentro de la casa andaban con el “pantuflo”, el cual se lo quitaban con frecuencia, por el calor. Es costumbre todavía hoy día, andar descalzos dentro de las casas cartageneras, para refrescarse. Que niño no anda a “pie pela’o” por la calle, correteando y jugando, sin prestarle atención a las piedrecitas!
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Los hombres usaban saco o “chupas de Bretaña”, un estilo de saco ajustado al cuerpo, con manga larga y faldita. De tela ligera y fresca, y de todos colores. No utilizaban peluca por el calor. Sólo el Gobernador, y para actos oficiales muy importantes. No llevaban corbata, sino camisa de cuello con botones de oro. La camisa, la usaban “desabrochada” por el calor. El sombrero era blanco, hecho de paja. Los españoles en Cartagena, llevaban el cabello corto a ras del sombrero, debido al clima, y abanicos de paja, para “echarse fresco”. En el Interior del país, si se usaba la colita de caballo, la cual José Manuel Groot describe tan bien en su libro “Historia de Cuadros de Costumbres”. En un capítulo completo, comenta la costumbre de la colita de caballo y la importancia de cortársela después de la Independencia. Los esclavos hombres, usaban un pedazo de tela rodeandoles la cintura y por entre las piernas. Las esclavas vestían faldas y blusa de lienzo, y salían a vender bollo de mazorca y cazabe. A sus bebés los llevaban amarrados a las espaldas para tener los brazos libres. Con la llegada de los extranjeros después de la Independencia, se sorprendieron tanto con la belleza de esta tierra que comenzaron a retratar y a dibujar todo lo que veían a su alrededor. Aparecen los campesinos de la costa con camisas manga larga y pantalones a media pierna, blancos, aparece el sombrero “voltiao”. Las mujeres ribereñas del río Magdalena, con faldas azules de lienzo de algodón, y camisas blancas, sin mangas. Muchos, a pie descalzo o con sandalias, parecidas a las abarcas, y alpargatas blancas hechas de algodón con suela de fique.
Costumbres Nos continúa contando don Antonio de Ulloa, que las mujeres acostumbraban ir a misa, muy arregladitas, pero de madrugada a las tres de la mañana, para evitar el calor de la mañana con la salida del sol. Las visitas, se recibían sentadas en un sofá o en hamacas, y tenían lugar entre cinco de la tarde y ocho de la noche. Los hombres generalmente no asistían a las visitas. Esto eran cosas de mujeres!
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Imagen tomada del libro de Acuarelas de Mark del Banco de la República. Estando en sus casas se la pasaban todo el día sentadas en las hamacas, meciéndose para “coger fresco”. Las hamacas eran el centro de atención y generalmente habían varias de ellas colgadas en los salones. En esta acuarela se aprecian tres niñas elegantísimas y distinguidísimas, sentadas en una hamaca, y otras dos sentadas en sillas de madera con “vaqueta” o cuero, jugando a las cartas. El fumar calilla era aceptado en la Colonia en las mujeres de distinción pero solo dentro de sus casas. Se hacía de una manera muy particular. La parte de la calilla encendida se la metían dentro de la boca manteniéndola así por largo rato. Esto lo aprendían de sus “ayas” o niñeras. La calilla se envolvía en las mismas hojas del tabaco, luego se encendía y este mismo lo hacían circular entre los asistentes. Si alguna persona ajena o extraña a la familia lo rehusaba, era considerado como una descortesía y un desaire a los anfitriones. Cuando llegaban los europeos a vivir a Cartagena, enseguida cogían la costumbre de fumar. Yo recuerdo ver a Celestina, quien trabajó en la casa de mi mamá durante 20 años, fumando de esa manera.
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Esta acuarela está firmada por ‘J. Brown, delin. J.M. Castillo pinx’, sobre posible original de J.M. Groot. Está en la Royal Geographical Society, en Londres. La acuarela muestra “a una pareja de damas de la clase alta de la sociedad de Bogotá fumando cigarros y chismoseando de una manera por lo demás ‘plebeya’”, protestó William Wills, inglés que vivía en Bogotá. Tipos y Costumbres de Nueva Granada, Malcom Deas, Efraín Sánchez, y Aída Martínez. Joseph Brown estuvo en la Nueva Granada desde 1825 a 1841.
Los Bailes o Fandangos El baile o fandango en Cartagena ha sido una usanza muy arraigada celebrando días de fiestas. Además, los fandangos se intensificaban cuando la Armada de los Galeones, guarda costas y navíos del correo, anclaban en el puerto, formando sus tripulantes, una algarabía, un bullanguicio, y un desorden, nunca vistos. En las casas de la elite, se bailaban las danzas españolas, pero habrían puesto de moda los bailes locales, los cuales “son de bastante artificio y ligereza” nos cuenta don Antonio de Ulloa, y acompañados de canciones, duraban hasta la madrugada. Algún parecido con nuestras fiestas? Cuando se firmó el Acta de Independencia, en 1811, hubo un jolgorio en la casa de José María García de Toledo, que duró tres días….
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Los Velorios En las casas de la elite, nos continúa contando don Antonio de Ulloa, se hacían los duelos con mucha “grandeza y señorío”. En el salón principal se colocaba un féretro suntuoso. Las plañideras, que eran las mujeres de baja esfera, llegaban vestidas de negro, y tenían la costumbre de llorar al muerto durante toda la noche. La costumbre era, que entre gritos arrebatados y sollozos, recitar todas las cosas buenas y malas que había vivido el difunto. Lo hacían de una manera tan detallada y “sin mudar de tono y desapacibilidad” que más se parecía a una confesión general. Se plañía por turnos y cuando se cansaba el primer grupo, les tenían una mesita con una botija de aguardiente y vino. (De ahí no vendrá el famoso: “Aguardiente y vino para Marcelino…). Cuando terminaban las plañideras, les tocaba el turno a las esclavas y después a “las familiares de la casa” hasta que amanecía. Después del entierro la puerta de la casa permanecía abierta durante nueve días con sus noches, para recibir el pésame. Los familiares y amigos de la familia debían permanecer todas las noches, acompañando a los dolientes, hasta la salida del sol.
Las Basuras Para 1586 se pasan unas ordenanzas, entre las cuales, estaban la de los lugares donde desechar las basuras. Las personas que vivían desde la Carnicería (San Pedro Claver hoy día) hasta el Puente de San Francisco (Camellón de los Mártires hoy día) deberían echar las basuras en el caño de San Anastasio para que la corriente se las llevara mar adentro. Los vecinos que vivieran desde el Convento de Santo Domingo hasta el Humilladero, o Baluarte de la Merced, (Cruz que había en los pueblos) tendrían que botar la basura directamente al mar. Los que habitasen desde el Convento de Santo Domingo hasta el barrio de los Jagueyes (San Diego) lo harían detrás de la casa del pobre señor “Jiménez Rebollo”, quien vivía en la cienagueta del Cabrero. (Maria del Carmen Borrego Plá, Cartagena en el siglo XVI).
Los Regatones (Chacitas y Vendedores Ambulantes) Llamados los “regatones”, su lugar de preferencia era la Plaza del Mar, o Plaza de la Aduana de hoy. Allí llegaban las mercancías que descargaban los bajeles al Muelle Nuevo, y quedaba muy cerca del Puente de San Francisco que llegaba a la Boca del Puente, entrada principal de la ciudad. Esto permitía una gran concentración de gente, lo cual aprovechaban los regatones pare vender al menudeo sus mercancías. Los regatones armaban sus “chacitas” en las calles vecinas llamadas Calles Reales, hoy día serían Cabal y Candilejo y Aduana, Landrinal y Cochera del Gobernador. Esto conllevó, nos cuenta María del Carmen Borrego Plá en su libro Cartagena de Indias en el Siglo XVI, a que se diera una ordenanza en la cual prohibían, bajo multas, que los vecinos colocaran “tenderetes con palos y tierra” (nuestras “chacitas” del día de hoy), en estas calles, “ya que dificultaban el tránsito de las caballerías, dada la estrechez de las calles”. Será que nuestras “chacitas” son tan viejas como Cartagena?.
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Los Jagueyes y Aljibes
Siendo San Diego la parte más alta de la Isla de Cartagena era el sitio más indicado donde los indios se abastecían de agua, sacándola de unos pozos que les llamaban “jagueyes”. Debido a que Cartagena carecía de la cercanía a un río, para abastecerse de agua, los cartageneros recurrieron en principio a los jagueyes y con el tiempo en todas las casas se construyeron con los aljibes. En los aljibes se recogían las aguas de lluvia con lo cual las casas se autoabastecían para el diario vivir. Estos aljibes fueron hechos además de las casas particulares, en las iglesias, murallas y castillos. Con esto tendrían agua de lluvia suficiente, recogida en los aljibes, en caso de que la ciudad fuese sitiada.
Los Fantasmas de Leyendas Cartagena es una ciudad mágica definitivamente y no nos podían faltar los fantasmas. Los cuentos de fantasmas fueron pasando de generación en generación y nos llegaron intactos hasta hace poco. Estos fantasmas han sido citados por nuestros grandes escritores quienes les dedicaron páginas y es por ello que los quiero mencionar yo también. Con decirles que hasta cuentan con nombre propio! El fantasma de la calle de Quero. Como les parece que cuenta la leyenda que en esta calle vivía un señor muy avaro, llamado Miguel Quero. El tenía un baúl de hierro repleto de oro, y era tan avaro, que se le daba por contar sus piezas con frecuencia. Una día bien entrada la noche don Miguel Quero oyó un ruido dentro de su casa, “hizo luz con su candil” y se acercó al baúl donde atesoraba todo su oro; abre la pesada tapa… Pero la pesada tapa de hierro se le viene encima, dándole un golpe mortal a la cabeza. Pasaron los días y los vecinos comenzaron a sentir un muy mal olor proveniente de la casa Quero. Ya se imaginarán el resto. A esta casa no había inquilino que la viviera por el miedo que le producía el Fantasma de Quero; así se mantuvo deshabitada durante muchísimos años, debido a este tenebroso fantasma que tenía atemorizados a los vecinos del barrio.
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El fantasma del Husillo. Figúrense ustedes que por el husillo, o canal de desagüe, que pasaba por debajo del baluarte de Santo Domingo hacia la playa, salía todas las noches un mohán, que se metía en el aljibe de una casa de la Calle de Gastelbondo. Una vez dentro armaba un bullanguicio tal, que no dejaba dormir a los vecinos. Y este otro fantasma, el de la calle de Santo Domingo. Que a las doce en punto de la noche, salía de una casa en un coche con dos caballos enormes y un cochero, todos prendidos en llamas; arrancaba a toda velocidad y entraba a otra casa en la calle de la Factoría donde se desaparecía! Pero este no se queda atrás. Este no es un fantasma es el mismísimo Lucifer. Como el diablo no pudo tumbar la torre de la iglesia de Santo Domingo, que estaban construyendo solo la pudo torcer. Tanta fue la furia que cogió y le echó azufre al agua del pozo que quedaba en la mitad de la plaza de Santo Domingo, para que los vecinos no lo pudieran utilizar. Este pozo todavía subsiste, pero tapado con una plancha de concreto, donde hoy día está una jardinera con árbol y todo. Ahí los artesanos ofrecen su arte a los turistas. Estos fantasmas y el cuento del diablo, los refiere don Raúl Porto en su libro Plazas y Calles de Cartagena Los fantasmas de La Casa de los Calabozos del Palacio de la Inquisición. Cuenta mi abuelita Tulita Martínez Martelo de Azuero, que cuando niñas, iban del Pie de la Popa a Cartagena, a pasar las vacaciones de diciembre con su abuela, Misiá María de la O, Jiménez de Martelo o Mamacita quien vivía en los altos de la Casa de los Calabozos. Uno de los recuerdos de Tuly en esa casa era el terror de tener que ir al baño por la noche. Resulta que el cuartito del baño quedaba al final de los dormitorios en los altos de la casa, y cuando una de las hermanas quería ir, hacían luz con un candil, se agarraban de las manos todas, y aterradas llenas de pánico, caminaban hasta el fondo de la casa. Cuentan Tuly y tía Teresita Martínez Martelo de de la Espriella, una de sus hermanas, que por las noches, se oían gritos, lamentaciones y cadenas que se arrastraban. Cuando entré a esa casa un día hace poco y le eché el cuento al celador, éste me dijo, que el celador del turno de la noche oía cosas raras también. Se puso nervioso y no me quiso comentar más.
El fantasma de la Mina. Hasta mediados del siglo XX, para los vecinos de a pie del barrio del Cabrero que transitaban para el Centro amurallado tenían que hacerlo escalando por una escalera de piedra hasta La Tenaza, luego subían por el Túnel de La Mina, desembocando en la parte alta de las Bóvedas, y bajaban por el terraplén siguiendo su camino. Don Álvaro Angulo Bossa, cabrerano, nos cuenta en su libro Crónicas y Añoranzas de Cartagena, que el Fantasma de la Mina aparecía en las noches dentro de ese Túnel. Se dice que este fantasma era un mosquetero que venía en busca de su amada. Don Daniel Lemaitre Tono en uno de sus Corralitos dice que a la cocinera de su casa, que vivía en el Cabrero, no le gustaba pasar de noche por el Túnel de la Mina, porque ella no quería ver al penitente que tenía manos de yuca. La fantasma de las trenzas abundantes y un pajecito que aparecía en la Casa del Marqués de Valdehoyos. Este pajecito negrito caminaba detrás de ella, y ambos se asomaban a la ventana del entresuelo donde vivían unos parientes de Don Daniel Lemaitre Tono, el cual refiere este cuento en uno de sus Corralitos. Yendo de visita a la mencionada casa, doña Juana Bonoli de Paz, vio a la niña con las trenzas abundantes y al pajecito, asomados a la ventana. Cuando la sirvienta la abre la puerta, doña Juana Bonoli, le pregunta que quien era esa niña asomada a la ventana. La sirvienta sonrió, y le contestó, que era el fantasma de las trenzas abundantes y el pajecito negrito. Doña Juana Bonoli de Paz, cayó al suelo desmayada.
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