97.1B.6 La aristocracia criolla y el barrio de la candelaria en el siglo XIX

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LA ARISTOCRACIA CRIOLLA Y EL BARRIO DE LA CANDELARIA EN EL SIGLO XIX

Revisando por estos días un material sobre acontecimientos en los cuales tuvo activa participación nuestra progenie en los albores y finales del siglo XIX, capítulo que forma un fragmento de las memorias que estoy escribiendo, me he encontrado con una amena crónica de “Don José María Plata y su Época” en donde se dibuja el comienzo de una nueva sociedad, como evolución social en la Nueva Granada, que dejaron honda huella y el inicio de unas familias que poblaron, “mandaron” social, económica y políticamente en la naciente república, estirpes que se asentaron en el aristocrático barrio de La Candelaria. Desde ese rincón colonial, con sus calles adoquinadas, se manejaba el país y no es exagerado aceptar la definición del desaparecido comandante Chávez cuando hablaba de la “rancia oligarquía” del vetusto rincón de nuestros abuelos que se rodearon, fueron actores principales, por decenios, del ornato y el poder que empezó a vislumbrarse en los comienzos de vida republicana a partir de la tercera década del siglo XIX. Por estas épocas, la capital mantuvo su aspecto típico de aldea castellana. Las tres calles del comercio, feúchas y torcidas, señalaban los linderos de relativa prosperidad; al oriente, y teniendo como límite la iglesia de La Candelaria, buscó refugio una sociedad aristócrata y adusta; el riachuelo de San Agustín, ya para ésa época, dividía a dos castas enemigas cuya pureza de sangre era causa de pendencias no siempre varoniles; por la calle de San Juan de Dios, al occidente, de vez en cuando una racha de vida daba a las costumbres aspecto de modernismo y al norte, se extendía una barriada pobre y sucia que abrigó a la hez del pueblo. El presidente Santander, envuelto en su capa española, el sombrero caído sobre la oreja y en la mano el bastón de mando, solía después de la cena concurrir a la tertulia del altozano de la catedral en donde se cruzaba con su pariente José Joaquín Suárez y Serrano, casado con una prima hermana del general, doña Cleófe Fortoul y Sánchez-Osorio; con Soto, Azuero y de cuando en vez el cronista Cordovéz Moure. La figura de Santander y más que ella su carácter, conservaron siempre huellas de provinciano, señales cursis a los ojos criticones de los bogotanos. Eran Soto y Azuero secretarios del “Hombre de las Leyes” y compadres en “vainas” de la política, mientras que José Joaquín Suárez era su “gallo” tapado para sucederlo en el mando cuando lo sorprendió la muerte en 1832.Otros que solían asistir eran los banqueros Montoya, mientras que en asuntos de amoríos , los Arrubla sabían más de la cuenta.


Al caer la tarde en las callejas, lugar propicio para citas y estacazos, el chiste irónico, el sarcasmo y la crítica, como aves nocturnas de portal en portal llamaban a las casas, mientras los viejos de la tribu discutían arrellenados en el interior de las tiendas sobre fardos de telas, envueltos en el humo acre de los cigarros y el olor picante de especierías. A la hora de queda, contados faroles repartían su luz verdosa sobre las fachadas de esas casonas amuralladas, los pasos presurosos de algún galán extraviado no eran extraños y en el interior de las alcobas, el resplandor de un velón desteñido, la voz mística de la dama de rodillas ante un cristo quiteño, en actitud vencida, imploraba paz para sus hijos, agua para la sementera, salud para el enfermo, y el coro sordo y dormido de la servidumbre, luego de suspirar con temor, hacía firme propósito de enmienda. Los enemigos de Santander, que no eran pocos, lo llamaban “El Buchón”, sus familiaridades con el populacho y su afición a las fiestas de iglesia sirvieron de tema obligado en el círculo inconforme de los bolivarianos. A su vez, los Santafereños, que parecían dormir en profundo letargo, despertaron sobresaltados ante la primera invasión de la provincia. Es así como fueron llegando al aristocrático barrio de la Candelaria rancias familias de provincia, las cuales, en un futuro inmediato se fueron cruzando con lo más granado de la sociedad santafereña de entonces. Ernesto Cortés Ahumada en su ameno libro “El Barrio de la Candelaria” hace un recuento de las primeras doscientas familias que se afincaron allí y fueron el poder político, social y económico de la nueva nación. Con la tendencia que tienen algunos capitalinos de “ser de mejor familia” es muy dado, sobretodo en Bogotá, el hablar del barrio de La Candelaria, “de donde son mis abuelos, ala”!.., elucubrar sobre “nobles arruinados” y otros tiempos mejores, simplemente les recomiendo leer el libro y sinceramente, los que no estén allí es porque “no son” lo que dicen ser! .., tal como lo comentaba graciosamente Francisco “Pacho” Nieto O´leary, íntimo amigo de mi padre, en los años veintes del siglo pasado. A manera de ejercicio, así suene algo presuntuoso por supuesto, hago una lista de algunos de nuestros antepasados que poblaron este amable rincón, comenzando con la familia número 91 de las primeras 200 que se afincaron en el barrio de La Candelaria y que corresponde a Don Cristóbal González del Frade y Carrillo que llegó del principado de Asturias, España, y se radicó allí en 1774. Don Cristóbal fue el hermano mayor de Don Pedro González del Frade, quien a la postre invirtió los apellidos, dejando como primero el apellido Frade, y después el González, padre a su vez de las gemelas María Luisa Gonzaga y María Josefa de los Dolores Frade Bustamante y Layseca. Doña María Luisa, nacida el 20 de Junio de 1812 y fallecida en septiembre de 1872, tuvo un hijo legítimo con Don Gabriel Díaz Granados y San Diego, hijo del prócer Miguel Díaz Granados y Núñez Dávila, que fue nuestro bisabuelo Miguel Díaz Granados Frade, abogado


Rosarista, gobernador de Panamá y de la provincia de Chiriquí, catalogado dentro de los Cien Costeños Meritorios e Ilustres de la época, escritor de gran calibre y diputado, casado con la dama Cartagenera Jacinta Rodríguez-Torices y de la Torre, nieta del prócer Manuel Robustiano de los Dolores Rodríguez-Torices y Quirós, primer Presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada en 1815 y del Estado Soberano de Cartagena, padres de Teresita Díaz Granados y Rodríguez-Torices, casada con el arquitecto de Oxford José Asunción Suárez y Perou de la Croix , mis abuelos. La quinta hermana de las Frade Bustamante, María de Jesús Josefa Petronila Frade, nacida el 15 de enero de 1817, tuvo un hijo con Don José Asunción Silva y Fortoul, Ricardo, padre del poeta José Asunción Silva Gómez. Antonio María y José Asunción Silva y Fortoul, eran hijos del primer matrimonio de María Cleofe Fortoul y Sánchez-Osorio, prima hermana del general Santander, casada en primeras nupcias con Don Juan Nepomuceno Silva y Ferreira, acaudalado comerciante, prócer de los primeros años de la revolución, quien luego de enviudar ,casó en segundas nupcias con el doctor José Joaquín Suárez y Serrano, mi tatarabuelo paterno. Los Silva y Fortoul eran en esa época los mas adinerados comerciantes de la Nueva Granada, dueños de la hacienda de “Hato Grande”, hoy casa campestre de la presidencia de la República ,y varias ricas estancias que se unieron a otras prósperas heredades de los Suárez como Teusaquillo, La Magdalena, Palermo y El Egido, que heredó mi abuelo José Asunción en 1893 y que comprendía desde la carrera 30 de hoy con Avenida Jiménez hasta lo que es actualmente “Timiza” , en donde colindaba con otra hacienda, ”Techo” que era de don Antonio Restrepo Santa María y sus hermanos, esposo de Doña Paulina Suárez y Perou de la Croix. Los Silva y Fortoul eran hermanos medios de mi bisabuelo Diego Suárez y Fortoul quien junto con sus hermanos Manuel, María del Rosario, Paulina, Joaquín y Veturia Suárez y Fortoul tomaron posesión de estos bienes luego de la muerte de estos. En resumen, los Suárez y Fortoul una vez agrupados todos los bienes tanto propios como los de sus hermanos medios expresados en tierras, ganados e inmuebles pasaron a poseer una de las tres grandes fortunas de Colombia a mediados del siglo XIX. Por otra parte, también llegamos a la conclusión de que Ricardo Silva Frade, padre del poeta y Miguel Díaz Granados Frade eran primos hermanos por lo Frade y mi bisabuelo Diego era tío abuelo de José Asunción Silva por lo Fortoul. La familia Número 103 fue la de Don Juan Agustín de Umaña y Gutiérrez, proveniente de San Gil, Nuevo Reino de Granada que llegó en 1780.Don Juan Agustín fue el abuelo de Don Enrique Umaña Santa María esposo de Tulia Suárez Santander, nieta del hombre de las leyes y de José Joaquín Suárez y Serrano, tronco de las familias Umaña Suárez, Vargas Suárez, Gómez De Brigard, De Brigard Silva, Vargas Nariño, Carrizosa Umaña; entre otras.


La familia del Doctor Crisanto Valenzuela y Conde fue la número 115 en 1790 procedente de Gámbita, Nuevo reino de Granada; abogado de la Real Audiencia, prócer y mártir, secretario de Relaciones Exteriores de la Nueva Granada; Crisanto era tío abuelo de Francisco María Valenzuela y Mutis, nacido en Julio de 1803 y fallecido en 1870, sobrino nieto del sabio José Celestino Mutis y esposo de María del Rosario Suárez y Fortoul, genitores de las familias Valenzuela Suárez, De la Torre Narváez, Scholss Valenzuela, Scholss Pombo, Argáez Valenzuela, Dordelly Estrada ,Valenzuela Navarro y De Vengoechea Valenzuela. Bajo el número 149 de la lista arribó en 1819 el general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de La Gran Colombia y posteriormente presidente de la Nueva Granada, héroe máximo de la revolución granadina, procedente de villa del Rosario, casado con doña Sixta Tulia Pontón y Piedrahita, con descendencia en las familias Suárez Santander, Freyre Santander, Fonnegra Suárez, Restrepo Suárez, Suárez Lacroix, Suárez Costa- Miranda, Suárez Díaz Granados, Suárez Borrero, Carrizosa Suárez, Coronado Suárez, De Brigard Suárez, Umaña Suárez, Caicedo Suárez ,Valenzuela Suárez, Vargas Suárez y Vargas Nariño; de este tronco se encuentra la generación actual con representación en las familias Suárez Niño, Suárez Williamson , De Castro-Palomino Suárez, Suárez UribeHolguín, Darnalt Restrepo, Gaviria Coronado entre otras. La familia número 159 fue la del doctor Jorge Vargas y Nieto de Paz, procedente de Charalá, padre del eminente profesor y cirujano Jorge Vargas Heredia, casado co n Hortensia Suárez y Perou de la Croix con descendencia en las familias Vargas Suárez, De Brigard Gómez, De Brigard Silva, De Brigard Pineda ,Vargas Lleras y Umaña De Brigard. El Doctor José Joaquín Suárez y Serrano con Doña María Cleofe Fortoul y Sánchez-Osorio fueron la familia número 161; vicepresidente de la Convención Granadina, presidente del Senado y de la Cámara de Representantes, presidente de la Corte Suprema de Justicia y Magistrado de las Altas Cortes, arribaron en el año de 1823. José Joaquín era el “alfil” del general Santander, mientras estuviese en el exilio ,para la presidencia de la república y sería enfrentado a José Ignacio de Márquez cuando lo sorprendió la muerte en enero de 1832, después de un fuerte debate en el senado contra Urdaneta representante de los bolivarianos. El doctor José Joaquín y la bella Cleofe fueron el tronco principal junto con la sangre del general Santander de todas las familias enumeradas anteriormente, además de haberse cruzado con la sangre de los próceres Louis Perou de la Croix, Francisco de Miranda ,Antonio Nariño y Álvarez del Casal, Pedro Fortoul y Sánchez-Osorio ,Miguel Díaz Granados y Núñez Dávila, Manuel Robustiano de los Dolores Rodríguez-Toríces y Quirós, Juan Nepomuceno Niño y Muelle y Carlos Soublette y Xerex de Aristeguieta, entre otros.


Con el número 178 arribó Don Agustín Carrizosa y Martínez en 1834, procedente de Barichara. Don Agustín era el padre de Don Manuel Antonio Carrizosa Pardo, nacido en 1843 y fallecido en Julio de 1897, casado con María Cleofe de los Dolores Suárez y Perou de la Croix, nacida el 24 de diciembre de 1850, con descendencia en las familias Carrizosa Suárez, Herrera Ricaurte, Herrera Carrizosa, Camacho Reyes, Herrera Umaña, Umaña De Brigard, Umaña Mallarino, Ricaurte Carrizosa y De la Torre Cortés. Bajo el número 192 llegó Don Francisco Valenzuela y Mutis con sus hijos Valenzuela Suárez y su esposa María del Rosario Suárez y Fortoul mencionados anteriormente. Se instalaron en el año 1836, procedentes de Girón Santander, Don Francisco era primo hermano de Dolores Mutis Amaya, ambos sobrinos nietos del sabio José Celestino Mutis. Casada con el General Louis Perou de la Croix y Massier edecán del libertador y célebre autor del “Diario de Bucaramanga”. Una de sus hijas, Hortensia Perou de la Croix y Mutis era nuestra bisabuela, esposa de Don Diego Suárez y Fortoul. Don José Caicedo y Rojas, Ministro de relaciones exteriores, instrucción pública, presidente de la academia de la lengua y de historia, escritor y político de gran renombre, esposo de doña Paulina Suárez y Fortoul, se afincó hacia el año 1846, siendo la familia número 196 ; fueron tronco de los Caicedo Suárez, Calvo Cabrera, Caicedo Collins, Samper Sordo y Durán Obregón, entre otras. Era tanto el poder de esta “rancia oligarquía criolla de La Candelaria” que se llegó a afirmar que a Colombia lo gobernaban 40 apellidos, los cuales se cruzaron entre sí, extendiendo sus tentáculos hacia otras regiones del país en donde a la vieja usanza monárquica, unieron su sangre con los terratenientes y poderosos de esas tierras. La figura presidencial por aquellas calendas era meramente decorativa y los que gobernaban realmente era la Junta del Comercio en cabeza de Don Diego Suárez y Fortoul. La logia de marras, se dio el “lujo” de elegir varios presidentes como Manuel Murillo Toro, Santos Acosta, Santos Gutiérrez, Eustorgio Salgar, Santiago Pérez, Aquileo Parra, José Eusebio Otálora, Carlos Holguín, Miguel Antonio Caro y José Manuel Marroquín. Como quien dice, cualquier parecido con la realidad de hoy, es “mera” coincidencia, ¿no es cierto, doctor Sarmiento Angulo ? El deseo de hallar campo mas amplio a su energía, cultura para el padre, ciencia para el hijo, hizo que la sangre vigorosa de los patriarcas de Rionegro , Medellín y Santa Fe de Antioquia se desbordara fecunda por la altiplanicie de la sabana. Con no disimulado empeño abandonaron sus lares; el jefe de la familia, caballero en rocín de triste estampa; la madre en continua vigilia, el rezo en los labios, jineta en perezoso buey, de pesuña dura, y fatigoso andar; adelante, cinco, seis y hasta nueve chiquillos colocados como racimos de frutas sobre las espaldas negras y


sudorosas de los cargueros, impacientes por llegar al tambo que hacía de improvisado albergue; a retaguardia la nodriza esclava que vio nacer allá en la montaña a esa niñez habladora y para cerrar la caravana el mayordomo guardián de las petacas y haberes; por caminos de peñascos, sobre desfiladeros, y torrentes que solo en verano daban paso, los noveles conquistadores de piel tostada, nariz judía, cabello que fue rubio, ojos claros y espesa barba, descendieron de sus riscos al valle ardiente del rio grande de La Magdalena para trepar luego por escarpada trocha hasta la cuchilla del Roble, lugar donde la vista se dilata en la llanura verde y los mayores de treinta años, entumecidos por el viento y el frío que sopla del Tablazo, a hurto de las damas, probaban del aguardiente comprado en Honda y destilado en olla. Al llegar a la ciudad, esos hombres de figura hidalga, apegados al recuerdo de los abuelos montañeses, de trato austero, silenciosos, honrados en la vejez por noble descendencia, en un principio ocuparon casa aparte donde practicar con religioso amor su fe y su cariño. Mas las hijas encendieron el fuego de la pasión en el corazón de los mozos, y pese a la cara hosca de los raizales de vieja edad, sentaron sus reales dentro del hogar bogotano. Los Restrepos, los Tamayos, los Fonnegra, los Santa Marías, los Uribes, los Montoyas , los Sáenz ,los Álvarez del Pino, de la provincia de Antioquia; los Mallarinos y los Pombos, del Cauca grande; los Samperes, de Guaduas y Honda; los Vargas, los Suárez, los Silvas ,los Carrizosas de San Gil y Barichara; los Camachos, de Casanare ; los Valenzuelas , los Mutis, de Bucaramanga y Girón; los Sotos y los Plata de Pamplona y Cúcuta , vivificaron la sangre retraída de la sociedad Santafereña. En política se mostraron partidarios de la idea federalista, grata a sus recuerdos hogareños en contraste lógico con el sentimiento unitario y dominador de la capital; en la intimidad y al exterior practicaron todas las virtudes y el fruto de su trabajo, dejó empresas de largo alcance. Los hijos a su vez fundaron casas al pie de Monserrate y escogieron por compañeras de sus días a las herederas de abolengo colonial: Marroquines, Alvarez del Casal, Niños, Castros, Vergaras, Lagos, Caicedos, Ricaurtes, Mutis, Valenzuelas, Nariños, Herreras, Paris, Ribas (Rivas), Caballeros, Osorios, Pontones, Frades …” Al calor de esa unión feliz nació una generación esencialmente bogotana, que caracterizó la extraordinaria actividad de Alberto Urdaneta con su “Papel Periódico Ilustrado”, en donde Roberto y Joaquín Suárez La Croix, al igual que Ricardo y José Asunción Silva, sus sobrinos, eran protagonistas de primera línea. Uno de los célebres cuentos costumbristas de Ricardo Silva Frade, padre de José Asunción “La Niña Salomé “, fue dedicado especialmente a su primo Miguel Díaz Granados Frade. Las correrías de alcanfores y mochuelos, los paseos al salto de Tequendama, la lectura de Chateaubriand y Lamartine y la aparición simultánea en los bailes, de los guantes de cabritilla y la flor de las camelias. Generación de


verdaderos caballeros en la más rigurosa acepción de la palabra, que no desdeñó hacer el elogio del trabajo y comprendió el misterio que encierran los ojos de una mujer bella, ante la cual supo expresar su admiración con palabras respetuosas y castizas. De esas casas Granadinas de techumbre de teja, ventanas veladas y pesadas puertas con aldabón, de esos patios floridos con aljibe, salas tapizadas de damasco rojo o amarillo, muebles de caoba pulida en las aristocráticas y de pino en las modestas, arañas de cristal ingles para algunas pocas, velas de sebo en lo común; de esos centros cordiales y románticos, quedó un recuerdo informe y en los desvanes los retazos de una reminiscencia desvanecida y triste. De ese espíritu que animó a las reuniones, las penas y la risa de las familias granadinas de un siglo considerado como estúpido por aquellos que desconocen su valor, conservaron los hijos el ejemplo y después de varios cambios de índole diversa, terminó por desaparecer a través de imitaciones no siempre afortunadas. Los últimos años del siglo XIX – etapa caduca y enconada, oculta bajo un velo tenue de refinamiento importado de Francia- y esa sed insaciable de snobismo que trajo consigo el nuevo siglo, juzgaron con desprecio e ignorancia la tradición sencilla que inspiró a esa sociedad ingenua en apariencia; castellana, austera y religiosa hasta la médula. El amor y la pobreza presidieron esa condensación creadora de la mentalidad granadina; el amor, reflejo arrancado del alma colonial, acogedor y severo, bendecido en la cuna, guardado con esmero en la enseñanza materna y transmitido como don precioso hasta la aparición brusca del automóvil de dos puestos y el uso cotidiano de los cocktails. A su vez, la miseria se cambió de holgura; paso a paso la noción del dinero abrió las puertas con recelo , surgió pujante y brutal con el doctor Núñez y en los billetes y monedas del banco nacional, apareció la efigie muy bella de un amor pecaminoso: Doña Soledad Román, cuya estampa fue refrendada en New York por la casa comercial Camacho & Roldán, en franca lambonería con el presidente, fundida en plata de ley 835 , razón por la cual mi bisabuelo Miguel Díaz Granados Frade aprovechó para apodar “el sátiro” al doctor Núñez y de paso pasarle la cuenta de cobro por haber “vendido al glorioso partido liberal, carajo!..” ,poniéndose la camiseta de los “godos “ y hacerse reelegir en forma continua… ¡AH!.. cualquier parecido con la realidad hoy en día….

Mientras esto sucedía, Doña Soledad que fue repudiada en su mayoría por la alta sociedad Bogotana, solamente encontró en doña Hortensia Perou de la Croix de Suárez a una amiga incondicional que la distraía en las tardes grises de la Candelaria, invitándola a su mansión, hoy sede del Palacio Cardenalicio, para


escuchar el piano en las virtuosas manos de sus hijas Hortensia y María ; la maravillosa voz de soprano de Paulina las distraían y entretenían en unas veladas inolvidables…. De esos tiempos agitados por la política que llenaron las figuras varoniles de Santander, Obando y Mosquera, de tertulias, amores, cabalgatas por el paseo de la Alameda, de aquellas muchachas de quince años que revolucionaron la ceremoniosa etiqueta santafereña, con el tiempo quedaron, una que otra anciana de tez marchita y los nombres dispersos de una sociedad olvidada. Entonces, sobre esas ruinas del recuerdo, doña Soledad Román ocupó los salones del Palacio de San Carlos y las familias de los viejos radicales, ofendidas y humilladas perdonaron acaso la ruina de sus dioses pero jamás la presencia de la intrusa. La sociedad neogranadina pasó con la misma discreción en que vivió a los umbrales de la historia.

JOSE ASUNCION SUAREZ NIÑO- MAYO DE 2013

Fuentes : - Molina Lamus , Leonardo. La Familia de Santander, Banco Popular,1970 - Tamayo, Joaquín “Don José María Plata y su época”, 1933. - Cortés Ahumada, Ernesto. El Barrio de La Candelaria, BCH ,1982. - Cordovez Moure, José María. Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, 1932 - Pardo Umaña, Camilo. Haciendas de la Sabana, Aguilar 1938. - Urdaneta, Alberto. Papel Periódico Ilustrado, 1881- 1885 - “ El Relator”, 1888- 1892 - Quijano Wallis, José María. Memorias Autobiográficas –Histórico políticas y de Carácter Social- Editorial Orientale ,Uruguay, 1919.


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