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EDUARDO CONTRA LOS LADRONES DEL TIEMPO
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Eduardo se tiró en el sofá y soltó todo el aire de sus pulmones. Miró alrededor y contempló la infinidad de aparatos electrónicos que había en la sala: Smart TV con aplicaciones de dibujos animados, películas y series, videojuegos, un celular cargando la batería y el PC Gamer de su hermano más grande. Esas cosas eran un sueño para cualquier chico, pero ya se habían pasado casi la mitad de las vacaciones y Eduardo sentía que no había hecho nada interesante. Los días pasaron rápidamente, uno después del otro, dejando apenas una torre de sentimientos de vacío, fastidio y un toque de ansiedad.
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En aquellas vacaciones, sus padres no habían logrado que los liberaran de sus trabajos y, por eso, la familia no pudo viajar. Fue entonces cuando la abuela de Eduardo lo llamó para que pasara unos días en su casa, donde podría visitar a algunos primos que vivían en aquella pequeña ciudad. Él pensó en la propuesta y terminó diciendo que “no”; pues la señal de internet en la casa de la abuela era muy débil y sin duda no iba a poder jugar con sus videojuegos ni mirar sus programas favoritos. Le restó quedarse en casa, teniendo como compañía a los aparatos electrónicos que le habían devorado cada día de sus vacaciones, hasta ese momento.
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Un día antes, su vecino Leonardo lo había llamado para andar en bicicleta y jugar al fútbol en la cancha del barrio, pero Eduardo le dijo que lo iba a pensar y, en aquel exacto momento, estaba buscando fuerzas para dejar la comodidad del confort del sofá de su sala para ir a aventurarse afuera.
-Eduardo, ¿vienes? -gritó una voz desde la vereda.
Era Leonardo, con la cara apretada entre las rejas del portón de la casa.
-Deja de ser perezoso, ¡vamos a jugar a la pelota!
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Con cierto esfuerzo, Eduardo se levantó. Salió por la puerta del fondo, se puso las zapatillas, se colocó el casco y agarró la bicicleta.
-¿Pudiste vencer a los ladrones del tiempo? -le preguntó Leonardo, cuando su amigo salió por el portón.
Eduardo puso cara de no haber entendido. Entonces, Leonardo le explicó:
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-Mi papá me dice que el montón de aparatos electrónicos en nuestras casas es un “Ladrón del tiempo”. Es decir, una cosa que, si nos descuidamos un poquito, nos come todo nuestro tiempo y nos saca nuestra energía.
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Eduardo sonrió, y cada uno subió a su bicicleta. Anduvieron por las calles del barrio, disputando para ver quién llegaba primero a la canchita de fútbol. Cuando llegaron, otros amigos ya estaban allí y jugaron un lindo partido. Eduardo corrió, hizo dos goles, le hicieron una falta y se raspó la rodilla derecha. Al final del partido, acompañó a Leonardo hasta la casa de la abuela del amigo, donde comieron una rica torta de zanahoria.
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Cuando el sol quedó rojizo en el horizonte, Eduardo estaba cansado y recostado en una de las hamacas paraguayas que tenían en el jardín de la casa. Su padre llegó del trabajo, le dio un beso en la frente y le preguntó cómo había sido el día.
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-Fue diferente a los otros -le dijo Eduardo. -Parece que finalmente me divertí e hice algo bueno en estas vacaciones.
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Después de conversar un poco, Eduardo le dijo que quería pasar más tiempo haciendo actividades afuera de la casa, con sus amigos del vecindario. Aprovechó para conversar con su papá sobre el tiempo que todos ellos estaban desperdiciando con televisores, celulares y videojuegos; y que él creía que sería muy bueno que hicieran muchas más cosas juntos. La mamá, que escuchó parte de la conversación, estuvo de acuerdo y acordaron en hacer un paseo durante el fin de semana, lejos de cualquier “Ladrón de tiempo”.
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Al amanecer, Eduardo se despertó con buena disposición y con dos decisiones bien definidas: la primera, llamar a sus amigos para hacer juntos algo interesante; la segunda, coordinar con sus padres para ir a pasar unos días en la casa de la abuela, pues estaba extrañándolos mucho, tanto a ella como a sus primos. Se levantó de la cama con la plena seguridad que no sería ese montón de aparatos electrónicos “ladrones del tiempo” quien lo vencería ni le consumiría todos los días de sus vacaciones.
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