La peña ramiro

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LA PEÑA RAMIRO Y EL GAVILÁN Santiago Garrigó Tortajada


LA PEÑA RAMIRO Y EL GAVILÁN Bastantes siglos antes de cumplirse el primer milenio del calendario cristiano ya existían Las Alcublas; grupos de viviendas rurales cuyos moradores se dedicaban a las labores agrícolas dentro del perímetro del

actual

termino municipal,

enmarcado entre los puntos geográficos conocidos hoy como El Codadillo, La Montanera, El Alto y la Peña Ramiro. El indicado territorio estaba repartido en aquella época entre cuatro Señores que tenían sus respectivos castillos en los indicados puntos. En el Alto estaba ubicado el Señor de Los Altos y desde allí dominaba las vertientes de las Rochas y los llanos de Liria, y podía divisar el mar en los días de cielo claro y limpio. En el Castillo del Codadillo vivía el Señor de los Llanos y desde ese lugar dominaba, por un lado, todas las Hoyas Ciberas hasta los confines de la Boragila, de la Masía de Cucalón y del Cerro Pedroso y, por el otro, todo el pueblo y las tierras que lo circundan. Este Señor era extraordinariamente duro y violento y por tal motivo se le apodaba El Cruel. El Castillo de la Montanera era propiedad del Señor de los Vientos, que dominaba todas las tierras que rodean, por una parte, el monte Montmayor y, por la otra, el gran llano de la Balsilla. Según la leyenda, también dominaba los vientos a su antojo, que usaba para castigar a sus súbditos y a sus enemigos en las batallas. En la Peña Ramiro se levantaba otro gran castillo en el que habitaba Don Ramiro, que era el más sabio de todos los señores, el más justo y el que trataba con mayor humanidad a sus súbditos, por lo que se le conocía también por el sobrenombre de El Culto. Era una época de continuas guerras entre los grandes Señores terratenientes , cuya voracidad por acumular más tierras a sus posesiones era insaciable y les mantenía en constante lucha. Entre ellos se dividía la población rural que ocupaba aquellas tierras, las trabajaba y vivía de sus cosechas y a la que tenían sometida como


esclava más que como súbdita y a la que debían proteger y a la que, por el contrario, le exigían como tributo un importante porcentaje de sus cosechas, cuyo producto destinaban a aumentar el número de sus guerreros mercenarios y a la compra de armas. Los pequeños ejércitos, así formados, de que disponían dichos Señores estaban constantemente hostigando a los Señores de los castillos mas próximos y los agricultores, sus súbditos, ya estaban acostumbrados a trabajar sus tierras acompañados del fragor de sus batallas, con la natural zozobra y angustia por los desastrosos efectos de las mismas sobre sus personas, sus tierras y sus bienes. Las fuerzas de estos cuatro Señores eran parejas, motivo por el cual se temían unos a otros y, para poner fin a la más larga y cruel de sus batallas, llegaron a un gran acuerdo por el que se establecieron los limites definitivos de sus respectivos territorios, límites que a partir de su fijación se dedicaron a defender a toda costa contra las perturbaciones de sus vecinos. El tiempo de paz y tranquilidad que siguió al gran acuerdo fue aprovechado por Don Ramiro para emprender un largo viaje a caballo, acompañado de un pequeño séquito, con el que llegó a la India, después de haber visitado otros países de Asia. Con este viaje amplió notablemente sus sabiduría con nuevos conocimientos en todos los ámbitos de la Ciencia, y muy especialmente en el de la Magia, fruto de sus contactos con los grandes Magos de los países orientales que, además de sus conocimientos, le transmitieron grandes poderes mágicos entre los cuales se contaba el poder de encantamiento. Mientras Don Ramiro se encontraba por territorios muy lejanos a Las Alcublas , los Señores del Codadillo, Los Altos y La Montanera se dedicaron a hostigar a los súbditos de aquél, robándoles sus cosechas y sus mujeres a la vez que alteraban los límites del territorio, cuya superficie iban reduciendo en beneficio de sus respectivas posesiones .


Cuando regresaba Don Ramiro de su viaje, en los lindes de su territorio le salió al encuentro

una comisión de sus súbditos

que le puso en conocimiento del

comportamiento de los tres Señores indicados. Las noticias indignaron a Don Ramiro,

que prometió hacer justicia inmediatamente y acompañado de los

comisionados se dirigió a su territorio. Cuando llegaron a la cumbre de la Peña Ramiro los acompañantes de Don Ramiro quedaron sorprendidos y admirados al darse cuenta de que ya no se divisaban los castillos de los otros tres Señores; sólo existían de ellos unas pocas ruinas que indicaban su anterior existencia. Al mismo tiempo observaron que tres grandes aves, de anchas alas, sobrevolaban Las Alcublas en dirección al lugar en el que se encontraban y al llegar a presencia de Don Ramiro se posaron juntas sobre una gran piedra y a la vez abrieron y cerraron sus grandes alas por tres veces en señal de acatamiento y sumisión a sus poderes. Una de las aves de rapiña era el Señor del Alto convertido en Búho Real, otra el Señor del Codadillo convertido en Halcón y la última el Señor de la Montanera convertido en gavilán. Don Ramiro, en aquel mismo momento, se transformó él mismo en Águila Real, al tiempo que con grave voz decía así: “Por los poderes que me han sido concedidos y en castigo de vuestra deslealtad y traición os he convertido por encantamiento en aves de rapiña bajo mi mandato e imperio, y os he destruido vuestros castillos, dispersado vuestras huestes guerreras y desposeído de todos vuestros bienes condenándoos, desde ahora, a sobrevolar pacíficamente los cielos de vuestros antiguos territorios, que quedan unificados en uno solo bajo mi protección y amparo, para buscar vuestro alimento asignándoos las hendiduras y cortes de la escarpada pared de esta peña para que anidéis y viváis en ellas por los tiempos de los tiempos”. Concluido el discurso Don Ramiro emprendió camino hacia su castillo, en compañía de la comisión de súbditos quedando todos sorprendidos y obnubilados al observar que el Castillo de Don Ramiro el Culto también había desaparecido sin


dejar rastro de su pasada existencia. Al mismo tiempo oyeron una voz, que Don Ramiro reconoció como la del Gran Mago que le había otorgado poderes de encantamiento, que dijo: “Ramiro, tu también acabas de ser castigado por hacer mal uso de los poderes que te conferí, abusando de ellos para saciar tu codicia sobre los territorios de Las Alcublas apropiándote de ellos y sometiendo a vasallaje a todas sus gentes. Te retiro los poderes que te otorgué y en lo sucesivo serás el Águila, en la que tú mismo te has convertido, que cuidará del gobierno y protección de todas las aves de rapiña que vengan a cobijarse en los recovecos de esta peña”. Así fue como las gentes y los territorios de Las Alcublas recuperaron su libertad y se unieron para administrarse y organizar sus vidas para el logro de un progresivo bienestar, que ya no fue jamás perturbado por Señor alguno. Y así, desde aquellos remotísimos tiempos, la Peña Ramiro tomó su actual configuración y ha estado siglos y siglos poblada de aves de rapiña, especialmente de gavilanes que los lugareños han visto sobrevolar aquellos contornos hasta nuestras fechas. De esta historia no hay referencias ni noticias escritas en jeroglíficos manuscritos en antiguos papiros o documentos escritos en pergamino, o en viejos libros conservados en antiquísimas bibliotecas, ni en lugares ocultos y secretos descubiertos por prestigiosos arqueólogos o historiadores. La historia la conocí en mi juventud, transmitida de viva voz por un viejísimo gavilán que recogí herido en el barranco de la Peña Ramiro. De joven iba con mucha frecuencia a visitar ese lugar provisto de una vieja escopeta de un sólo cañón, del calibre 16, que me dejaba el tío Salvador, hijo de la tía Manuela la Germana. En aquellas fechas yo andaba sin un céntimo en el bolsillo y era mi madre la que me facilitaba los fondos para proveerme de cartuchos, que compraba en el estanco del pueblo regentado por el tío Gabino quien, además de tabaco, proveía a sus clientes de las cosas más variadas e insólitas .Yo intentaba


cazar algún gavilán de los muchos que volaban y se anidaban en la famosa Peña; pero lo único que hacía era gastar cartuchos sin conseguir mi propósito, pues las rapaces tenían una extraordinaria habilidad y astucia para situarse en su vuelo fuera de tiro de mi escopeta. Tantos fueron lo cartuchos que llegué a gastar que mi madre, ya cansada de dispendios, me dijo: - Se ha acabado el darte dinero para cartuchos. Sólo te daré veinticinco pesetas por gavilán que me traigas a casa. Tal cantidad era justamente lo que valía una caja de cartuchos en aquella época. Me quedé profundamente preocupado, pues por los resultados conseguidos hasta la fecha veía muy difícil conseguir dinero para la compra de más cartuchos. Con esta preocupación me fui al estanco y hablé con el tío Gabino, que era un gran cazador y un magnífico tirador. El tío Gabino me escuchó y me dijo: - No te preocupes. Ya te acompañaré yo. Pasa a recogerme mañana por la tarde, a las cuatro. Así lo hicimos y una vez los dos en la cima de la Peña Ramiro, el tío Gabino logró abatir un gavilán que cayó al fondo del barranco, descendió a buscarlo y me lo entregó herido en un ala; cuando lo cogí me arañaba el brazo fuertemente con sus garras y me picoteaba con su acerado pico. Yo comencé a acariciarlo pasándole la mano suavemente por su plumaje; él cesó en sus acometidas contra mí y, ante mi asombro y el del tío Gabino, después de fijar sus ojos en los míos, comenzó a hablarme. En su parlamento se lamentó de que, después de mas de mil años de vida en aquellos riscos, hubiera ido a caer en manos de tan joven e inexperto cazador y seguidamente me contó la historia que aquí ha quedado escrita Quien la lea se la puede creer u opinar que no es creíble; pero en ningún caso discutiré la opinión del incrédulo. El gavilán no volvió a hablar; sanó a los pocos días de su herida, le abrí la puerta de la jaula en que lo cuidé, y recuperó su libertad volando directamente hacia la Peña


Ramiro. Ya nunca supe de 茅l; pero estoy seguro de que, sin reconocerlo, alguna vez lo he visto inm贸vil en el cielo azul de aquellos parajes, con la alas desplegadas al acecho de alguna presa.


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