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UNA SÚBITA OPORTUNIDAD
Un sábado por la tarde decidí ir de compras a un centro comercial cercano. Como parte de mi ejercicio diario quería ver si podía llegar a pie. Sin embargo, me perdí y ya se hacía de noche. Las calles se oscurecían, y me empecé a poner nerviosa, pues andaba sola.
Mientras caminaba me di cuenta de que delante de mí había una pila de hojas o basura o algo así.
De repente, ¡la pila se movió!
Primero apareció una rodilla, ¡luego asomó un pie! Me costaba creer que se tratara de un ser humano. Estaba tan lisiado que parecía más bien una araña. Se movía completamente descoordinado, con los brazos y piernas retorcidos. Su columna vertebral había perdido toda funcionalidad.
Al principio, quedé helada. Luego vi una latita a su lado y me di cuenta de que probablemente su familia lo había puesto en la calle para que mendigara plata a los transeúntes. Me compadecí de él.
Mientras caminaba hacia él abrí mi bolso y saqué la billetera. Le puse en la mano un billete bastante grande.
No esperaba mayor respuesta de él, pero para mi sorpresa el joven levantó la vista y me miró con lucidez y claridad, directamente a los ojos. Me di cuenta de que allí había un alma humana. Tan viva y con tantas sensibilidades como yo. Más tarde reflexioné sobre lo sucedido y me alegré de haber decidido ir a pie al centro comercial y hasta de haberme perdido. De haber ido en auto no habría visto a aquel joven en la calle.
Jesús albergó una profunda compasión por los pobres y los oprimidos cuando estuvo en la Tierra. Tanto es así que a veces se desviaba kilómetros de Su camino para atender a alguien. Aunque yo no podría hacer un milagro de curación como Él, sí podía demostrarle compasión y amor a aquel joven. Las compras eran lo de menos; aquello era mucho más importante.
G.L. Ellens fue misionera y docente en el sureste asiático durante más de 25 años. Pese a que se jubiló, aún realiza labores voluntarias, además de dedicarse a escribir. ■