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‘’La felicidad’’– Michelle Fleischer

Estaba tranquila, caminando por el parque en una tarde gris de agosto. Podía oír el cantar de los pájaros y las hojas de los árboles moverse por el fuerte viento. No había mucha gente por la calle y de hecho yo lo disfrutaba, ya que en ocasiones la soledad es mejor compañía que otras. Uno cuando está solo puede reflexionar acerca de su vida y las cosas que van sucediendo, uno se toma su tiempo para sí mismo y fundamentalmente para gozar del silencio que la soledad implica. Todo marchaba en orden, mi caminata era leve. Hasta que llegó él, para romper con todos mis esquemas y para demostrarme que la verdadera felicidad, sin duda alguna, existe. −Disculpá, se te cayó este billete –se agachó y lo levantó un muchacho simpático que pasaba por el parque caminando. −Gracias, ¡no había por qué! –contesté, agradecida por el gesto. −Claro que sí. Y, decime, ¿por qué estás sola por acá? –me preguntó. −Es que… en verdad, detesto la gente. Todo detesto. Las películas románticas que dicen que el amor es eterno, las filas largas en los supermercados, odio que mi profesor de inglés me desapruebe. Pero en especial odio llevar esta injusta vida. −¡Oh! Veo que tenemos mucho en común –dijo riendo−. Muchísimo gusto conocerte. Soy Matías, ¿vos cómo te llamás? −Olvidé mencionarte que mi nombre también lo detesto. Me llamo Griselda. −Emm, en verdad a mí me gusta mucho ese nombre. Si querés, te anoto mi número en un papel y cuando quieras podemos vernos. −Sería lindo, pero no tengo celular ni nada de eso. Me ponen nerviosa los aparatos tecnológicos y en exceso.


−¡Uh! Quizás podríamos encontrarnos en este mismo parque algunos días en la semana por la tarde –propuso él. −Idea aprobada entonces. Para que quiera algo y que me hayas convencido de esa manera, es porque te ganaste mi cariño rápido. −Mejor entonces –me guiñó el ojo–. Gri, nos vemos pronto. Esa tarde de agosto que comenzaba siendo gris, por fin el sol salió. Con la cabeza en alto, mis ojos se iluminaban con la luz del día y de una vez por todas sonreí. Hacía tiempo que no me sentía así y no pude encontrar una respuesta a dicha felicidad. Llegué a mi casa. O, tal vez un intento de casa. Las paredes se rompían, la heladera estaba vacía, mi cama estaba toda sucia y las sillas de la cocina se caen a pedazos lentamente. Me daba asco mi propio hogar. Además que mi madre llegaba siempre tarde del trabajo. Ella era panadera y hacía años que se dedicaba a la cocina. Papá Oscar falleció cuando yo tenía apenas cinco años, por eso es que mi madre tuvo que ocuparse de mi hermano Henry que tiene veinte y de mí, que con mis diecisiete años no le llevo tanto a él. Pero la relación entre nosotros dos no fue, no es y tampoco será del todo buena; de modo tal que siempre surge una mínima discusión. Siempre tuve odio hacia mi casa y también hacia mi familia. No les importa en lo absoluto nada de lo que le pasa al otro. Por este motivo y por otros más, confirmé que soy invisible. Abrí la heladera y solamente encontré un tomate partido al medio. Lo comí con asco, me hice una trenza en el pelo y me fui a dormir. Me hubiese cepillado los dientes pero no tenía ni pasta ni cepillo porque ambos estaban rotos. Así era mi vida, una rutina de desgracias. Me acostumbraba de a poco a vivir con mala suerte. Por cierto, algo aburrida, como para agregar. Mi única diversión, honestamente, fue conocer a Matías. Me cambió por completo y comencé a disfrutar los pequeños momentos de la vida. Por ejemplo; salir


de compras, ir al cine, visitar museos, caminar por el parque o tomar un rico helado. Felicidad pura es lo que describe cuando lo veía cada día. Irradiaba una energía que es sólo suya y tiene una gran facilidad para la compresión, los consejos. Pasaron los meses y me fui enamorando de él. Un día, justamente el de mi cumpleaños, sonó el timbre de mi casa. −Permiso, ¿se encuentra Griselda Charmelo? –preguntó. Le abrí la puerta sin dudarlo y lo recibí con un beso en la mejilla, acompañado de un cálido abrazo. −¡Feliz cumpleaños Griselda! Me diste el abrazo más lindo que me hayan dado en mis diecinueve años de vida. −Muchas gracias –dije vergonzosa–, lo mismo opino. −Ahora que cumpliste tu legalidad y ya tenés dieciocho, ¿podría invitarte formalmente a salir? −Claro –contesté entre risas−, acepto. −Desde que te vi no dejo de pensarte ni un solo segundo. Mi vida tomó otro rumbo y te siento parte de él –confesó Matías. −Gracias de nuevo por tus preciosas palabras, en serio Mati. Yo creo que desde aquella tarde de agosto algo me pasó, no podía olvidarme de vos jamás –acoté. −¿Por qué dejamos pasar tanto tiempo? ¿Por qué no admitíamos esto que sentimos? –me preguntó. −No sabría decirte. No tengo la respuesta, pero lo que sí te puedo decir es que quiero congelar este momento para siempre. −Me gustás mucho, mucho más de lo que te podés imaginar. No tengas dudas de que estoy enamorado de vos. Juro cuidarte y nunca dejarte ir.


Por fin nos besamos. Me sentí una chica especial para alguien, por lo menos un tiempo. Fue apasionante lo que pasó. Me llevó a comer mi comida favorita: pizza de verdura con berenjenas y queso. Podría apodar esa noche como “La noche mágica”. O no tanto, porque su regalo fue inesperado para mí. −Tomá, es para vos. Ahora que sos mayor de edad podés probar, ¿no te gustaría? – me interrogó lanzándome un paquete de cigarrillos. −Es que, no sé si quiero. No hace bien a la salud y me trae malos recuerdos familiares… −No tengas miedo, linda, probá un poquito. Si no te gusta, después no fumás más, pero no perdés nada solamente con probar –dijo presionándome. −Está bien, voy a probar. Sólo por vos y únicamente por esta vez, quiero que lo sepas. Probé un cigarrillo y no me gustó. Ya el olor me provoca rechazo así que lo escupí de forma despectiva. −Te encantó mi regalo por lo que veo. Valió la pena gastar tanta plata por vos, ¿no? –me gritó Matías, agresivo. −Sí. De hecho, es el mejor regalo que me dieron durante años –contesté con ironía. Siempre detesté el cigarrillo. Mi padre se había muerto por consumirlo desde joven, lo que provocó una infección en sus pulmones y garganta. Tanta tristeza me dio que me entregara ese pobre regalo, que la imagen positiva que tenía de él se perdió esa noche. Volví a mi casa caminando. Si bien él se ofreció a llevarme hasta mi casa, no podía permitir que me llevara en un estado ebrio y fumando a mi lado, por supuesto. ¿Qué por qué probé el cigarrillo? No lo sé. A lo mejor me sentí excluida si no lo consumía delante


suyo. Si no me animaba, iba a quedar como una extrema cobarde, que es algo que no suelo ser. En el último tiempo, mi “novio” (ya apodándolo de ese modo), se estaba comportando un tanto extraño. Ya no era el mismo de antes, en definitiva, era otra persona. Estaba distante cuando salíamos, últimamente estaba tomando mucho alcohol y tenía un cigarrillo en la mano cada cita. Cuando lo conocí era más amable, quizás por eso ya no me atrapaba tanto como en aquel momento. Fueron pasando los meses y nuestra relación se tornaba aburrida, era más de lo mismo. Siempre salíamos, comíamos un sándwich y me trataba de invitar a fumar. A pesar de todo, nunca logró incentivarme para que lo hiciera porque yo no quería y no me dejé llevar. Pensé seriamente en terminar con esta relación que no daba para más. Ya me sentía incómoda y el ambiente en el cual se juntaba él me traía bastantes malos recuerdos del pasado. Cuando fui a buscar a Matías a la casa, no lo encontré. Sus padres dijeron que podía ser que estuviera en un patio de comidas almorzando con su pandilla de amigos. Me decidí y finalmente terminé yendo a dicho sitio. Pero lamentablemente no lo vi en ninguna parte, así que debí recorrer todo Formosa para encontrarlo. Estuve el día entero en busca de él: cada calle, shopping, cada casa y no hubo resultado alguno. Tan sólo visitar un lugar me faltaba y era el parque. El de siempre, en donde nos conocimos. Ahí sí que obtuve respuesta, pero no de las mejores. En medio del pasto había un papel con el sello de Matías. Abrí la hoja que dejó tirada en el suelo, la levanté y leí en voz alta la carta: ‘’Griselda: Este parque tan lindo. Tan nostálgico y maravilloso. Pasamos juntos un año y medio acá, compartiendo nuestro noviazgo. Me hiciste muy feliz, resistí a todo mal y soledad. Por primera vez en mi vida creí no sentirme solo, que había una persona del otro


lado amándome como yo a ella. Es una lástima no poder decírtelo de frente y mirándote a tus ojos color miel. Pero creeme que escribirte es la mejor opción en este momento, no me quedó otra alternativa. Tu sonrisa me cautivó, ese cabello rubio lacio, la boca especial que tenés… pero por sobre todas las cosas, ser vos. Ser tan diferente al resto, que te hacés amar casi sin buscarlo. Eso me pasó a mí. Me di cuenta que todo este tiempo fuiste una gran compañía. Pero sí, solamente eso y nada más. Yo ahogué mis penas sumergiéndome en vasos de alcohol y vendiendo drogas por toda la ciudad (quiero suponer que recién en este momento te enterás de eso). Quise alejarme para dejar de hacerte daño, porque sé que no me merecés en lo absoluto. Vos valés mucho y yo… bueno, yo no tengo valor de nada. Mi vida es una total miseria, tengo padres ausentes y una casa que se cae a pedazos, con una vida que no soy capaz de sostener. Sí, como vos. Que también tenés tus altibajos, pero ¿sabés cuál es la diferencia entre nosotros? Que vos sí seguís adelante a pesar de todo, no como yo. Perdón. Espero que algún día comprendas el dolor que invade mi cuerpo, mi alma, mi vida entera. Desde el cielo, te pido por favor que me mandes un beso. Prometo mirarte y devolvértelo. Por siempre en mi corazón estarás, espero estar en el tuyo. Matías. ‘’ Leyendo la carta, entre lágrimas en los ojos, simplemente acepté, aunque me costó, que a veces las personas generan una felicidad temporal en nuestra vida. Esa pequeña felicidad que es por momentos, no dura por siempre. Hay que aprender a no aferrarse a nada ni nadie, y conocer la felicidad por uno mismo a medida que la vida nos va llevando por el hermoso viaje que vamos recorriendo día a día. Una persona puede hacernos felices,


pero hay que aprender a buscar la felicidad en todo sentido: ya sea con un beso, un abrazo, comer un simple chocolate o dar una vuelta por la calle. Somos unos privilegiados de estar llevando una vida por delante, por eso es que lamento la decisi贸n de Mat铆as, pero uno sabe lo que hace y yo hoy, apuesto a seguir adelante.


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