Descubramos el Espíritu de Profecía
Las oraciones de la mensajera del Señor Desde las profundidades del pozo de agua viva
L
a Biblia registra fielmente las oraciones de patriarcas o profetas como Abraham, Jacob, Moisés, David, Salomón, Jeremías, Pedro, Pablo y, especialmente, Jesús. Vemos un ejemplo de ello en la hermosa oración del Señor en Juan 17. Elena White también fue una persona de oración, lo que representó una parte vital de su experiencia cristiana. Cuando aún era adolescente, Elena cobró el valor de orar públicamente en el hogar de su tío en Portland (Maine). Recordó esa experiencia transformadora con estas palabras: «Mientras oraba, desapareció la pesadumbre angustiosa de mi alma que durante tanto tiempo había sufrido, y las bendiciones del Señor descendieron sobre mí como suave rocío. Alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón».1 Así fue como se llenó de seguridad y confianza en Dios. Esto la llevó a compartir su testimonio con otros adventistas que aguardan el pronto regreso de Cristo. UN TESTIMONIO IMPRESIONANTE
En sus últimos años, la oración siguió siendo un componente indispensable tanto de su experiencia pública como privada. H. M. S. Richards, fundador del ministerio radial 18
Mayo 2022 AdventistWorld.org
La voz de la profecía, recordó vívidamente una oración que elevó Elena White en una reunión en Boulder (Colorado), cuando él tenía solo quince años: «Estaba sentado a su izquierda, a unos cinco metros. La plataforma tenía unos treinta centímetros de altura […] y ella tenía una gran Biblia, mientras predicaba, dando fielmente el mensaje de Dios». Después de concluir su mensaje, ella y la audiencia se arrodillaron para orar. «Puedo escucharla. No dijo: “Padre nuestro” sino “Oh, mi Padre”. Y a partir de ese momento fue una comunión personal entre ella y su Padre celestial. En un minuto o dos, pareció venir un poder tan grande sobre ese encuentro que lo sentí. Yo era solo un muchacho […], pero sentí ese poder, hasta que tuve miedo de levantar la vista por temor de que Dios estuviera allí a su lado. Ella le hablaba. Se había olvidado de nosotros y estaba en la presencia del Señor […]. Pasó un minuto o dos y se pudo oír que la gente gemía y lloraba por sus pecados. Un tremendo reavivamiento –realmente, un reavivamiento espiritual–, el gran poder de Dios». Richards efectuó entonces una profunda observación: «Cuando predicaba, Dios la bendecía como predicadora.