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En qué creemos

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Fe en crecimiento

Fe en crecimiento

En qué creemos

La segunda venida de Cristo

¡No está aquí!

¿Está listo para sumarse a la comunidad de los que anhelan lo que aún les falta?

Por qué me siento tímido, incluso un poco avergonzado, sobre la pronunciación de estas palabras? Parece un tabú expresarlas en círculos cristianos. La idea de que Dios está presente se ha incorporado tanto a nuestro pensamiento mediante sermones, testimonios y cánticos, que nos parece problemático reconocer también que puede estar oculto y en silencio.

Aun así, hablo periódicamente con creyentes que entienden y dicen como verdad: «No está aquí». Veo jóvenes que dejan la iglesia porque se les dice que deberían experimentar la presencia de Dios en sus vidas. Pero cuando luchan para satisfacer las expectativas, encuentran tan solo lo opuesto: su ausencia. Experimentan su silencio y ocultamiento como una derrota personal y espiritual. Si la presencia de Dios es una señal de su favor, pero solo experimentamos su ausencia, ¿por qué continuar entonces con fe si él nos ha dado la espalda?

EL OCULTAMIENTO DE DIOS EN LAS ESCRITURAS

Al leer los profetas, percibo que lucharon con preguntas similares. En efecto, podían ser más bien francos respecto del silencio y el ocultamiento de Dios. Por si no lo notaron, observen ejemplos como los de Isaías 45:15; 59:1, 2; Ezequiel 39:21-24, 27-29; Daniel 8:13; Habacuc 1:2; o Zacarías 7:11-14. Sí, las razones de su silencio y ocultamiento son complejas. Deuteronomio 31:17 y 18 expresa que Dios puede ocultar su rostro debido a los pecados humanos. Pero los hijos de Coré protestan y sostienen que no han pecado para merecer el silencio y el ocultamiento de Dios (Sal. 44:18-20, 24, 25).

En la cruz, Jesús mismo tomó prestadas estas palabras de David: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me

has desamparado?» (Mat. 27:46; Sal. 22:2). La afirmación angélica documentada en tres ocasiones ante la tumba vacía cuando dijeron «No está aquí» (Mat. 28:6; Mar. 16:6; Luc. 24:5) resume la victoria de Cristo sobre la muerte. Eso podemos celebrar. No obstante, ¿qué decir de la primera parte de la afirmación angélica de la ascensión, de que fue tomado de nosotros (Hech. 1:11)? Jesús mismo dijo que «Si me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que yo» (Juan 14:28, NVI). Y entonces tenemos el enigma de Juan 16:7: «Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes» (NVI). ¿Hay alguna ventaja en que Cristo se vaya? ¿Qué espacio hay en nuestra fe para confesar también que «no está aquí» y que «ha sido tomado» de nosotros? ¿Qué espacio tenemos para declarar que Dios está en silencio y oculto?

QUÉ HACER ANTE LA ESPERA

La promesa de que Jesús regresará en forma tan concreta como cuando ascendió al cielo es una promesa aún no cumplida. Después de dos mil años, es razonable preguntarse cuánto necesitaremos esperar (Isa. 6:11; Dan. 8:13; 12:6; Hab. 1:2; Zac. 1:12; Apoc. 6:10). Los cristianos se han relacionado en forma diferente a esta promesa no cumplida a lo largo de la historia.

El movimiento cristiano primitivo surgió del vacío posterior a la ascensión de Jesús. Su crecimiento explosivo fue impulsado por un anhelo intenso de la segunda venida de Cristo. Pero cuando pasaron las décadas y los siglos, la iglesia se estableció en el mundo. El énfasis cambió. La iglesia tuvo que ofrecer una experiencia de la presencia de Dios. Algunos afirmaron que Jesús ya había regresado en forma invisible y que el milenio había comenzado. Se le dijo a la gente que el cuerpo y la sangre de Cristo estaban realmente presentes en el pan y el vino; que Dios estaba en todas partes. A través de ejercicios espirituales daban la sensación de su presencia, y la segunda venida fue explicada como el encuentro que todos tienen al morir, mediante la inmortalidad del alma. También se les dijo que el clero y otros líderes espirituales podían sustituir la función de Cristo y el Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Sin embargo, los inspiradores rituales, las tradiciones atesoradas, las publicaciones sofisticadas, la arquitectura, el arte y la música exquisitas no pueden satisfacer el anhelo más profundo de nuestro corazón.

AÚN ESPERANDO

La Iglesia Adventista del Séptimo Día nació en momentos en que el intenso anhelo del regreso de Cristo estaba en la vanguardia de las ideas y corrientes. Y sí, puede que también nos ha atraído la satisfacción de estar establecidos en este mundo mediante edificios, instituciones, la cantidad de miembros o las verdades que confesamos. Pero hay poder en confesar que «no está aquí», aunque vendrá pronto.

Una y otra vez en la historia, hemos visto una fuerza mayor en el amor y el anhelo del que pronto vendrá. Lo opuesto de la presencia es la ausencia. Pero para mí, la Biblia prefiere hablar de Dios como el que está «con» nosotros, y Cristo «en» nosotros. Los escritores bíblicos nunca vieron una contradicción entre hablar de que Dios está oculto y silencioso, y de que él está «con» y «en» nosotros. No existe una inconsistencia inherente entre los dos. Que Dios está «con» y «en» nosotros no necesariamente es sinónimo de cómo nos hemos acostumbrado a hablar de su presencia. Que Dios se oculte no significa que esté ausente. Que Dios esté silencioso no significa que no existe. Y confesar que Dios está en ocasiones oculto y silencioso no excluye que también responde oraciones, actúa, comunica y nos acompaña. Estamos agradecidos por esas señales de su parte, como estrellas guías en el inmenso espacio, tanto como anhelamos la salida del sol.

Que Dios se oculte no significa que esté ausente. Que Dios esté silencioso no significa que no existe.

La esperanza del regreso de Cristo no nace de la insatisfacción, un deseo o una necesidad, sino de las promesas que Dios nos ha dado. Son las promesas de su regreso lo que definen nuestra esperanza. En lugar de una comunidad avergonzada ante su silencio y ocultamiento, ¿no deberíamos en cambio confesarlo abiertamente? En lugar de crear problemas y espantar a otros que lo buscan, ¿no deberíamos aceptarlos en la comunidad de los que anhelan lo que aún les falta? ¿Deberíamos proclamar que «no está aquí» y que «ha sido tomado» de nosotros con más libertad, para así captar más plenamente el anhelo y la esperanza de que regresará? ¿No deberíamos reconocer libremente que nos falta lo más esencial de la vida; de que aún vivimos en el exilio? Jamás aquietaremos nuestro corazón hasta que podamos compartir una comunión directa con él, dialogar con él en el fresco del día, y verlo cara a cara. Entonces, un día, podremos finalmente decir:

«¡He aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará. ¡Este es Jehová, a quien hemos esperado! Nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación» (Isa. 25:9).

Kenneth Bergland es pastor de las congregaciones de Vesterålen y Harstad en el norte de Noruega, donde vive con su esposa Marianne y su hija Åsne.

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