N˚ 17 ASOCIACIÓN DE EGRESADOS Y GRADUADOS PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ
S/.
DOSSIER
FUTBOL
20
E TO D INÉDI VALLO O L U R ARTÍC TINO CA AN T S N O
C
• Miguel Humberto Aguirre • Luis Carlos Arias Schreiber • Leopoldo Caravedo • Constantino Carvallo • César Gutiérrez • Eduardo Ismodes • Alejandro Morales • Jorge Moreno • Roberto Polack • Abelardo Sánchez León • Efraín Trelles • Fernando Tuesta
BRÚJULA EDICIÓN ESPECIAL ÍNDICE
CARTA DE NAVEGACIÓN 3 / ASÍ ES EL FÚTBOL / El Director 8 / EL ÚLTIMO GOL / Redacción 10 / TRES VECES CHALLE / Constantino Carvallo Rey
BITÁCORA 19 / EL FÚTBOL PERUANO Y LA INOCENCIA PERDIDA / Abelardo Sánchez León Ledgard 24 / LA PARÁBOLA DEL FÚTBOL / Fernando Tuesta Soldevilla 28 / EL BALÓN ENLOQUECE: UNA MIRADA AL ESPEJO FUNDACIONAL / Efraín Trelles Aréstegui 42 / QUE LEVANTEN LAS MANOS / Miguel Humberto Aguirre Guajardo 46 / ¿CÓMO CLASIFICAR AL PRÓXIMO MUNDIAL?/ Luis Carlos Arias Schreiber Barba
CUADERNO DE RUTAS 51 / REFLEXIONES NO NECESARIAMENTE DEPORTIVAS SOBRE EL DEPORTE / Leopoldo Caravedo Molinari 60 / ¿ASOCIACIÓN CIVIL, SOCIEDAD ANÓNIMA O MECENAZGO? Un análisis breve del Proyecto de Ley Nº 2542/2007-CR / Alejandro Morales Bolognesi 66 / EL FÚTBOL PERUANO Y LA POLÍTICA / Roberto Polack Quispe
MAPAMUNDI 69 / “HOY ES UN DÍA HISTÓRICO, HIJO” / Jorge Moreno Matos 72 / MI COLEGA LOLO FERNÁNDEZ / César Gutiérrez Muñoz 75 / EL ABUELITO JONÁS / Eduardo Ismodes Cascón
LOS DE A BORDO 79 / Relación de autores
BRÚJULA
Revista de ideas de la Asociación de Egresados y Graduados de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Año 9
Nº 17
DIRECTOR Alejandro Sakuda Moroma CONSEJO DE REDACCIÓN Beatriz Boza Dibós Roque Benavides Ganoza Javier Recuenco Murillo Antonio Blanco Blasco Alejandro Sakuda Moroma COORDINACIÓN Solange Hernández Blas PRODUCCIÓN EDITORIAL Miluska Soko Rengifo CORRECCIÓN DE ESTILO Juana Iglesias López REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN AEG-PUCP, Pontificia Universidad Católica del Perú Av. Universitaria 1801 San Miguel, Lima 32, Perú Telf. (51-1) 626-2000, anexo 3500 Correo electrónico: asocegre@pucp.edu.pe PRODUCCIÓN GRÁFICA Fimart SAC Editores e Impresores (51-1) 424-0662
2
AEG-PUCP CONSEJO DIRECTIVO PRESIDENTE Juan Carlos Crespo L. de C. (Historia) VICEPRESIDENTE Roque Benavides Ganoza (Ingeniería) SECRETARIO Alberto Varillas Montenegro (Derecho) TESORERA Sheyla Blumen Cohen (Psicología) VOCALES Jorge Antonio Rodríguez Hernández (Ingeniería) César Gutiérrez Muñoz (Archivero) Patricia María Escobar Cáceres (Educación) JUNTA CALIFICADORA DE ASOCIADOS PRESIDENTE Juan Carlos Ibarra Schambaher (Derecho)
ISBN 1813 – 5110 Depósito legal 2001 – 1304
MIEMBROS Isabel Victoria Landa Fitzgerald (Química) María del Carmen Esteves Ostolaza (Física)
Los artículos solo expresan la opinión de sus autores. La Dirección se reserva el derecho de selección y publicación de las colaboraciones recibidas. La publicación de las colaboraciones está supeditada a disponibilidad de espacio. No se devolverán las colaboraciones recibidas.
REPRESENTANTES DE LA PUCP Aldo Italo Panfichi Huamán (Ciencias Sociales) Eduardo Ismodes Cascón (Ingeniería)
Carta de navegación
Así es el fútbol A estas alturas del partido uno no sabe si el fútbol es deporte, pasión, arte, negocio o, como lo quisiéramos siempre, la luminosa vitrina donde se exhibe la belleza de una actividad física que encandila a multitudes. Aunque nuestro fútbol esté de capa caída, este deporte tiene una presencia muy importante en nuestras vidas, en detrimento de otros que en opinión de algunos especialistas son más formativos, como el atletismo, al que se califica como el deporte más completo, o el ajedrez, del que se suele decir que desarrolla el intelecto, por citar solo dos disciplinas. El tema tiene todos los componentes para hacerlo interesante, lo que sumado a las circunstancias por las que atraviesa en el país, con jugadores y dirigentes envueltos en escándalos y con un pobre nivel técnico, justifica que Brújula le dedique este número especial donde diversas personalidades de las profesiones más variadas escriben y dan su opinión, o cuentan sus anécdotas, sobre este deporte que acapara los espacios de los medios de comunicación más que el anuncio mismo de la creación del Ministerio de Cultura, del que, además, ya nadie ha vuelto a comentar nada. Será porque, como se dice en los predios publicitarios, “la cultura no vende”, aunque dicho sea de paso el fútbol también es parte de nuestra cultura. Hoy es más visto como negocio... que igualmente forma parte de nuestra cultura. Si revisamos los medios de comunicación, sea prensa, radio o televisión, nos encontramos con que no hay muchos espacios dedicados a la cultura, pero sí abundantes secciones deportivas, que no son más que páginas y
BRÚJULA Nº 17
3
páginas dedicadas exclusivamente a la promoción del fútbol, aunque esté pasando por uno de sus peores momentos. Nadie cuestiona el hecho de que el componente negocio tenga presencia en el fútbol, tal como se aprecia a simple vista, pues no hay equipo que no haya vendido su camiseta, sus pantalones y hasta sus calcetines para llenarlos de propaganda, además de los estadios plagados de publicidad. Ni qué decir sobre la venta de jugadores por millones de euros o dólares. Pero si se le considera un negocio debería por lo menos manejarse empresarialmente, pues no se aprecia una labor gerencial ni una planificación adecuada que nos permita ver el futuro, saber qué se quiere y a dónde se pretende llegar. Ni siquiera se piensa que ese negocio debería tener productos de calidad para que sea rentable. Si se tratara de una empresa habría preocupación porque sea eficiente y exitosa, cuidando de que sus profesionales se superaran día a día, tratando de tener siempre los mejores cuadros del mercado. El panorama de este deporte en el Perú es tan sombrío como hace décadas. O sea, seguimos en las mismas. Eso explica que ocupemos el último lugar a nivel sudamericano y el puesto 73 a nivel mundial, según la propia FIFA. Es que envuelto en escándalos y actos vergonzosos, antes que como una actividad con perspectivas de calidad, que constituya una herramienta para contribuir a formar física y psicológicamente a las personas, el fútbol ha devenido en una práctica que frustra las aspiraciones de un pueblo y le quita las esperanzas a niños y jóvenes. De allí que el pesimismo nos embargue a todos. Como el fútbol no es ni entretenido ni divertido, sino más bien aburrido, las tribunas suelen estar vacías, confirmando lo que dijo alguna vez el entrenador Juan Carlos Oblitas: “Nunca fuimos nadie, nunca ganamos nada. Nunca hemos sido potencia en fútbol”. Ciertamente, es la mejor definición de una realidad evidente. Pero también es cierto, como dicen los optimistas, que con esa mentalidad no iremos a ninguna parte, mucho menos a un mundial, que es el sueño máximo de todo aficionado. Y sin embargo, el fútbol peruano, con todos sus defectos, es el tema reiterado de conversación de cada fin de semana. Es que no hay persona que no
4
se identifique con algún equipo y eso, sin duda, le inyecta vida a este deporte tan venido a menos. El fútbol, y quizás eso sea lo que lo hace atractivo, se juega en equipo. Un equipo es la conjunción de once hombres con habilidades diferentes, pero que buscan armonizar, articular, unir esfuerzos en la consecución de lo que es el leitmotiv de este deporte: el gol. Como dice Eduardo Galeano: “El gol es el orgasmo del fútbol”, aunque añada después –sin duda, con pesar– que “como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”. Pareciera que Galeano hablara específicamente del fútbol peruano, tan improductivo e ineficiente, que hoy produce bostezos antes que aplausos. No hay goles, no hay espectáculo, no hay deporte y el resultado sigue siendo el que vemos desde hace muchos años: escaso público, mínima recaudación, decepción de los hinchas; aunque generoso en proporcionar abundante material para los programas televisivos de chismes y escándalos. También los jugadores están venidos a menos. Los pocos que emigran, contados con los dedos de la mano, lo hacen porque el medio local no les permite desarrollar sus habilidades ni llenar sus bolsillos. Aquí se quedan los que no hacen goles, los que no son virtuosos para el fútbol, más aún cuando este deporte implica belleza, espectáculo, goles, alegría. Pareciera que escucháramos la sentencia del rey Lear: “¡Tú, despreciable jugador de fútbol!”. Desde luego no siempre fue así, pues cuentan los que saben, y está registrado en cientos de páginas de los diarios, que había jugadores que llenaban los estadios, hacían goles y sumaban cada vez más hinchas a este deporte que, además, se juega con los pies. Y con los pies destacaron jugadores como Lolo Fernández, Alejandro Villanueva, Campolo Alcalde, Guillermo Delgado, Juan Joya, Miguel Loayza, Huaki Gómez Sánchez, Alberto Terry, Titina Castillo, Tito Drago, Vides Mosquera, Caricho Guzmán, Teófilo Cubillas, César Cueto, Pitín Zegarra, Roberto Challe y tantos más. Ellos son los que mantienen viva la pasión por el fútbol. Lástima que todo eso sea solo historia. No hay, en la actualidad, aquel jugador cuya sola mención llene los estadios. Al contrario, cuando aparece la alineación de los equipos, el aficionado comprende que no debe ir al estadio
BRÚJULA Nº 17
5
porque sabe que se aburrirá y no disfrutará de espectáculo alguno, porque intuye que la razón de ser del fútbol, que es el gol, estará ausente. Tiene además el temor de tropezar con los integrantes de las temidas e irresponsables barras bravas. De fútbol se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. Habrá quienes lo aborrezcan a tal punto que concuerden con lo que alguna vez dijera Jorge Luis Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Tampoco le parecía correcto que se enfrentaran dos equipos, porque para él: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. Sin embargo, fue el huancaíno Juan Parra del Riego quien con su “Polirritmo dinámico a Gradín, jugador de fútbol”, rindió homenaje al deporte de las multitudes al escribir uno de los más hermosos poemas dedicados a futbolista alguno. Entre otras cosas, diría: Ágil, fino, alado, eléctrico, repentino, delicado, fulminante, yo te vi en la tarde olímpica jugar. Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante, pero cuando rasgó el pito emocionante y te vi correr... saltar... Y fue el ¡hurra! Y la explosión de camisetas, tras el loco volatín de la pelota, y las oes y las zetas del primer fugaz encaje de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje, otro nuevo corazón de proa ardiente, cada vez menos despacio se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.
6
Y te vi, Gradín bronce vivo de la múltiple actitud, zigzagueante espadachín del golkeeper cazador, de ese pájaro violento que le silba a la pelota por el viento y se va, regresa y cruza con su eléctrico temblor. ¡Flecha, víbora, campana, banderola! ¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va! Billarista de esa súbita y vibrante carambola que se rompe en las cabezas y se enfila más allá... Esa emoción desbordante es lo que motiva, finalmente, que Brújula dedique este número al fútbol. Porque este deporte tiene detractores y admiradores. Cada uno lo ve a su manera. Lo defiende o lo ataca. Pero una cosa es cierta: el fútbol gusta a todos. Abrigamos la esperanza de que haya un renacer de este deporte y que los futbolistas sean auténticos deportistas profesionales que sepan desarrollarse en un ambiente propicio para lograr el fortalecimiento de sus capacidades y se ganen el respeto y la admiración de los aficionados, constituyéndose además en paradigmas de nuestros niños y adolescentes. Desde luego, todo eso debe ir aparejado con una nueva promoción de dirigentes que piensen en el largo plazo y que velen por el desarrollo del fútbol, así como por el prestigio y los intereses del país, antes que por los suyos propios. En tanto llegue ese momento, que esperamos sea más temprano que tarde, lo invitamos a compartir estas páginas de Brújula. Busque usted su mejor ubicación y sienta que se encuentra cómodamente sentado en una tribuna del estadio, y que su lectura constituya, como esperamos, un gol de media cancha. El Director
BRÚJULA Nº 17
7
R e d a c c i ó n
El último gol Constantino Carvallo era de esos hombres lúcidos, inteligentes y creativos que hacen que uno se sienta orgulloso de ser su amigo. Con amplitud de miras, con una visión política envidiable, sabía colocar el punto allí donde era necesario ponerlo para darle coherencia a las cosas. Se hizo, con justicia, de un prestigio que todos celebrábamos. Hombre querido, admirado, tenía ese don de sintonizar con los educandos, sin importar la edad que tuvieran, porque sabía llegar a ellos con sencillez, con amabilidad, con grandes dosis de bondad. Con los amigos era realmente amigo, en toda la extensión de la palabra. Lo que todos admiraban era su lucidez para enfocar los temas, cualquiera fuera su índole, porque siempre señalaba el derrotero u orientaba la discusión. Lástima que se haya ido tan temprano, cuando tenía aún mucho por ofrecer al país. Mientras preparábamos la edición de Brújula dedicada íntegramente al fútbol, su nombre apareció casi de inmediato. Y cuando se le convocó fue uno de los primeros, si no el primero, en aceptar colaborar.
8
Su artículo llegó el 4 de agosto y nadie podía imaginar que sería el último escrito por él, pues dos semanas después nos dejó sumidos en la tristeza al alejarse del estadio de la vida. Con la calidad y la lucidez con que enfocaba las cosas, su última entrega periodística es un repaso de una parte de su vida donde, paradójicamente, al recordar cuando conoció al futbolista Roberto Challe, ídolo de su infancia, declara que ese encuentro “vivirá eternamente en este terco corazón que no quiere aún dar su último latido”. Ironías de la vida. Fue su terco corazón el que lo abandonó el 18 de agosto último.
BRÚJULA Nº 17
En su artículo, Carvallo demuestra su manera de ser: un hombre que sabía perdonar y que no guardaba rencores. Era hincha del Alianza Lima pero la colaboración que nos envió, y que publicamos en esta edición, no giró alrededor del club de sus amores ni de ningún jugador aliancista, sino de ese Challe que deslumbró con la camiseta de la U y llegó a ser entrenador del Alianza. Será que, sin proponérselo, quiso decirnos que el fútbol es a fin de cuentas uno solo y que poco importa ser hincha de la U o del Alianza, pues simplemente se es hincha del fútbol. Gracias por todo, Constantino
9
C o n s t a n t i n o
C a r v a l l o
R e y
Tres veces Challe (ficción)
Primera ¿Qué nos lleva a idealizar a nuestros semejantes, a conferirles una existencia distinta, a proyectar en ellos las virtudes que compensan nuestras fragilidades? Desde que era niño y hasta hace algunos años, los futbolistas eran como seres de otro mundo. De un mundo mejor, claro. Antes aún de tener uso de razón he asistido a los estadios y he sido ganado por algo que no puede ser descrito simplemente como una afición a un deporte. Lo mío era una fascinación, una glorificación, a la que no puedo encontrarle origen en mi memoria. Se pierde en el magma anterior a la palabra. Sentado en la tribuna, pequeñito, podía contemplar esa dimensión magnífica del campo verde sobre el que exhibían los jugadores sus cuerpos transmutados por la mera prohibición de usar las manos. Yo vivía en el mundo contingente y tedioso de la vida horaria, del colegio, del dolor y la soledad, de la insignificancia. Ellos, los futbolistas –que no por nada, como los Titanes, apare-
10
cían por un túnel que comunicaba con el subsuelo–, eran habitantes de un universo fantástico, encarnaciones de la vida esplendorosa, propietarios de una destreza y de una capacidad que superaban, por su belleza e imaginación, a todos los santos de las estampas y a todos los héroes de la patria de mis enciclopedias escolares. Yo los amaba, los soñaba, intentaba imitarlos en los patios del colegio y poco a poco, impotente, fui haciéndome consciente de un deseo incontenible, de una obsesión por acercarme a ellos. Una idolatría, un vicio sagrado. A los once o doce años adquirí permiso para tomar solo los colectivos hacia Lima. Podía ir al estadio llevado por esos inmensos automóviles y no dependía ya del Peugeot 304 de mi madre. Y comencé a merodear por las inmediaciones del estadio para ver a los jugadores entrar o salir tras los partidos. Por razones difíciles de explicar aquí ya era hincha del Alianza Lima. Pero cualquier jugador producía en mí ese sentimiento de extrañeza porque no éramos parte del mismo espacio, del mismo tiempo ni de la misma vida. Ellos eran estrellas; todos los demás, incluidos mi padre y mi madre, éramos seres opacos, sin luz propia, sin auténtico atractivo. Buscaba el autógrafo, sus firmas en un pioner de hojas amarillas en las que pegaba luego las fotos que recortaba de las páginas deportivas de los diarios. Quería algo más que nunca conseguía, quería unas palabras, una conversación.
BRÚJULA Nº 17
Pero ellos pasaban apurados cargando sus chimpunes y en cuanto me firmaban, sin poner mi largo nombre, salían apurados, hacia el monte Olimpo o de regreso a ese mundo subterráneo del que ascendían cada tarde de domingo. Luego extendí esta actividad a los hoteles en los que se alojaban los futbolistas del Botafogo, del Santos, del Peñarol, del Independiente, que venían a jugar contra los nuestros. Aguardaba largas horas en la puerta del Bolívar, del Crillón, pero sobre todo del ahora siniestro Hotel Savoy. Tenía las firmas de todos los jugadores importantes de la época y también el recuerdo de sus palmaditas y sus frases de aliento, de las horas tediosas aguardando en las fruterías de la esquina. Y nunca un diálogo, un tiempo de intimidad con un auténtico jugador de ese idealizado fútbol que miraba el domingo entero sentado en las bancas del Estadio Nacional. Mejoró todo cuando nombraron ministro al padre de un primo. Y le dieron carro y chofer. Dada su timidez no me costó mucho incorporarlo a la obsesión. Era hincha de la U, lo cual importaba poco porque si bien no simpatizaba con ese equipo no hacía distingos en el tipo de relación que establecía con los jugadores. Todos, hasta los del KDT Nacional o el Carlos Concha, eran habitantes del planeta fútbol y a todos les tenía conmovedora admiración. De modo que no esperaba ya en la esquina sino dentro del poderoso Chevrolet, cortesía de Acción Popular. Íbamos a las
11
concentraciones, a los campos en los que entrenaban, husmeábamos, esperábamos el momento de acercarnos a esos dioses. Era verano, no había colegio. El chofer, como yo, era hincha del Alianza y conocía a algunos jugadores, o fanfarroneaba no lo sé, pero estaba bien dispuesto para acompañarnos a esta cacería dos o tres veces por semana en las horas en las que el tío ministro, un hombre trabajador y honesto, no salía de su despacho. Así terminé un día en el estadio de Universitario de Deportes, en la calle Odriozola, en Breña. Era quizá enero de 1966 y el equipo entrenaba para un partido amistoso internacional. El documento del chofer abría todas las puertas y nos dejaban sentarnos en las bancas de madera a mirar el partido de práctica. Al acabar paseábamos por las instalaciones y en los escalones de una cancha de básquet encontramos a algunos jugadores. A un lado cinco o seis de ellos. Solo, a tres metros del grupo, un recién llegado que no tenía aún veinte años: Roberto Challe. Allí estaba aparentemente tímido, alejado, sin amigos. Era la oportunidad. Lo rodeamos y nos invitó a sentarnos. Tenía el pelo mojado por las duchas y sus brazos me parecieron demasiado delgados para enfrentar el peso de futbolistas profesionales. Había destacado en el Centro Iqueño y para mí era ya un futbolista, un cuerpo venerado. Él habló, contó no recuerdo qué sobre su pasado pero fue amable y afectuoso con unos idiotas de trece años como nosotros.
12
« Allí estaba
aparentemente tímido, alejado, sin amigos. Era la oportunidad. Lo rodeamos... »
Se sentía un crack, esto estaba claro. Y yo veía el aura de triunfo que lo rodeaba. Estaba embobado escuchándolo cuando del otro grupo se escucharon risas, esa actitud de mofa que conocía bien del colegio. Se estaban burlando de él y de nosotros. Entonces le pregunté: “¿Por qué no estás con ellos?”. Y él, levantando la voz, dijo: “Porque no me junto con negros feos”. Escucho la frase, el tono de su voz y siento temor aún hoy mismo. Se paró y miró a Alejandro “Pelé” Guzmán, un moreno fortísimo, mayor, centro delantero de la U y goleador desde hacía muchos años, quien era el promotor de la chanza. Hubo unos segundos de tensión hasta que Ángel Uribe y Víctor Calatayud se llevaron a Guzmán para evitar los golpes. El casi niño Roberto Challe se sentó y nos dijo: “Nunca hagan caso a los matones”. Y se quedó hablando dos horas más de todo lo que queríamos conocer, preguntas tontas que no recuerdo ahora. Solo conservo el instante de silencio que antecede a la violencia, ese miedo que conocía bien, y mi corazón latiendo intensamente junto al joven héroe.
Yo regresé ese día a mi casa en una nube. Había conocido a un futbolista, a ese Roberto Challe que era una promesa conocida y a quien la U había contratado con la seguridad de que sería un jugador importante. Y lo fue, extraordinario, no cabe duda.
Segunda Muchas veces vi a Roberto Challe jugar en los siguientes dos años. Se convirtió en un gran jugador, un mito popular, y yo en un alumno mediocre y en un adolescente lleno de inseguridades. No destacaba en nada. Me había vuelto tímido y poco sociable de tanto pensar exclusivamente en el fútbol o quizá no fuese esa la causa, como me lo decían, sino el refugio para una incapacidad ya existente. El fútbol era mi único entusiasmo. No tenía otro interés y ya estaba casi por abandonar el colegio. Challe era el ídolo de todos. Por su talento y por su conducta. Porque jugaba de igual a igual con todo el mundo. El año 68 era ya un crack que de haber vivido en estos tiempos habría sido transferido al Barcelona por treinta millones de dólares. Era símbolo del ímpetu y de la valentía juvenil, un futbolista sin complejos que había impulsado a su equipo esas noches en las que derrotaron en Buenos Aires, en casi cuarenta y ocho horas, al River Plate y al Racing que, poco después, sería campeón del mundo. Una hazaña. Tenía, de esa mañana del 66, su firma con una dedicatoria cariñosa: “Para Constantino –por fin mi
BRÚJULA Nº 17
nombre– con afecto, Roberto Challe”. No la enseñaba porque no enseñaba ya nada. Casi no hablaba, iba de mi mundo interno al estadio y regresaba. Y aunque todos comentaban los goles de Challe, sus jugadas, yo no decía que lo conocía porque no me creerían y porque cualquiera podía haber escrito esa dedicatoria en mi infantil pioner de hojas amarillas. Mi único testigo, mi primo, estudiaba en otro colegio. Ese año, quizá el 68, se organizó en Lima un campeonato interescolar sudamericano. Y hubo un torneo nacional para definir al colegio que llevaría la camiseta peruana. Mi colegio, sin mí, claro, jugó y perdió. Y el Guadalupe obtuvo el honor de vestirse con los colores del país. Mi tío seguía siendo ministro de modo que conseguí diez invitaciones para la tribuna preferencial. Participaban casi todos los países de América del Sur y tras el primer partido que ganó Perú todos querían ir. “Yo tengo entradas”, dije. Y los futbolistas de mi clase me convirtieron momentáneamente en su amigo. Y les di las entradas y quedamos en partir juntos, con mi primo, en el carro del ministro, bien apretados. Como las entradas eran para la zona protegida debíamos coger el ascensor. Presioné el botón, la luz se puso en rojo y de pronto la puerta metálica se abrió. Y allí estaba, dos años después, solo en el ascensor y vestido como un muchachito, unos jeans, una chompa blanca, el ya consagrado Roberto Challe. Un crack, un ídolo. Hubo un silencio respetuoso. Nadie
13
se animó a entrar como si de él emanara una energía que nos alejaba del pequeño recinto del ascensor. Nos miró con indiferencia, se inclinó para apretar el botón y seguir, cuando me vio. No lo creerán y él no lo recordará. Pero sonriéndome me dijo: “Caramba, ¿C-o-n-s-t-a-n-t-i-n-o no? (así, deletreando perfectamente mi nombre). ¿Qué ha sido de tu vida?”. Eso fue todo. Palabra de ángel. “Hola”, respondí y entramos.
res entre él y yo. Fue extraordinario. Me elegían para los partidos del recreo, me ubiqué siempre cerca del arco, recibía los pases del crack y empujaba nomás la jugada que ellos fabricaban. Eran los goles del amigo de Challe. Me invitaban a las fiestas y las chicas eran más gentiles y cariñosas. Gracias Roberto, donde quiera que estés, te debo ese valor que repentinamente adquirí antes de terminar el colegio.
No recuerdo nada más, ni lo que hablamos en el ascensor ni el partido mismo, solo su palmadita amistosa al despedirse y el bienvenido hielo con el que trató a mis petulantes compañeros. No tiene idea, a sus sesenta y tantos años, cuánto le agradecí esa noche mientras intentaba, en el dormitorio de la casa familiar en San Isidro, cerrar los ojos y abandonar esa ensoñación que no me soltaba. Había sido mi noche de gloria. Todo el resto del año estuve recibiendo las preguntas sobre mi amistad con esa estrella del deporte rey. Y, ahora ya no tímido sino soberbio, nunca respondía. No daba datos, minimizaba la amistad, dejaba sospechas de cosas mayo-
Tercera
« Eran los goles
14
del amigo de Challe. Me invitaban a las fiestas y las chicas eran más gentiles y cariñosas »
Yo sé ahora qué se esconde tras esta admiración, este amor idealizado. Lo que uno quiere de los futbolistas no es su habilidad sino su gloria. Y ella consiste en ser mirado. Como si la felicidad residiera en ese reconocimiento que tienen cuando andan por la calle. Uno busca, dice Freud, un ideal en relación con el padre. El gozo narciso de ser visto con pasión, ad-mirado por ese padre distante que tiene los ojos hacia otro lado. El ídolo es lo que queremos ser: un objeto contemplado. Esto es lo que observa Sartre al referir que el que nos mira es quien nos construye, “me miran, luego existo”, escribe. Sin la mirada del otro simplemente no existimos y el futbolista, esto es lo que fascina, tiene la piel repleta de miradas y por ello su existencia, imaginamos, es plena, más real, sobrehumana. No lo volví a ver. Lo había visto en realidad solo dos veces, en Odriozola y en el ascensor del Nacional. Punto. Lo demás era un mito que mantuve hasta salir del
colegio. Él se transformó en el “Niño Terrible”, ganó la clasificación en La Bombonera con su coraje y su desparpajo para provocar y destruir la seguridad argentina. Su imagen poniéndole la pelota en la cabeza a Rulli, un feroz marcador de Racing que le había dado duro en los enfrentamientos de la Copa Libertadores, es el símbolo supremo de la osadía y de la falta de complejos que tuvieron esos jugadores animados por este extrañado vigor moral del joven Challe. Él era el temple, la fibra del equipo. Clavó un golazo en el mundial del setenta y jugó maravillosamente, con elegancia a lo Cruyff, hasta que se le agotó el cuerpo. Se retiró y la caída lo golpeó porque los futbolistas, esto lo aprendí luego, mueren dos veces. Y la primera, el adiós a las canchas, a la tribuna, al éxtasis semanal, a las miradas, duele más que la muerte insípida que nos toca a todos. Es muy duro perder esa admiración, encontrarse tan tarde con el ser auténtico que no sirve ya para reflejar las exaltadas proyecciones ajenas. Porque la luz del ídolo no es propia, proviene de los espectadores, de este deseo de apropiarse del triunfo que se mira, sin esfuerzo, desde la tribuna. No pueden los futbolistas, como los actores o los cantantes, evitar el tempranísimo ocaso del músculo y la fama. Este crepúsculo es cruel, traidor, y mucho más para quien reverberaba el resplandor más intenso. Pasó por malos momentos, supe que hacía taxi en su Fiat blanco y soñaba con encontrármelo en alguna calle de Lima y
BRÚJULA Nº 17
pagarle el triple. Muchos años después, casi en los noventa, fui al Estadio Unión de Barranco para verlo jugar por los ex de México 70 contra un equipo bancario. La entrada costaba dos soles y yo estaba en la pequeña tribuna repleta al borde del campo. Él tenía ya una prominente barriga y no corría si la pelota no le llegaba al pie. Los espectadores, sobre todo uno, comenzaron a hostigarlo y en un pase largo no corrió y este tipo que lo molestaba le gritó: “Corre pues, Challe” y agregó un adjetivo fuerte. Roberto, insólitamente, paró, regresó hacia la tribuna en la que estaba yo a dos metros del sujeto y le dijo con mucha tranquilidad: “Oye, zambito, por dos soles ¿qué quieres? ¿Ver a Ronaldo y a Ronaldinho juntos? No seas abusivo: exige como pagas”. Y lo dijo de tal modo que la tribuna entera se rió, el tipejo no supo cómo responder y efectivamente dejó de fastidiarlo. Y yo pensé en las gradas de Odriozola, en su grito a “Pelé” Guzmán y aprecié una vez más su valor, su gracia, su temple. Con los años entré, como dirigente, al Alianza Lima que había amado deseando devolver toda esa dicha y ese consuelo que para mí había sido la afición al fútbol. Trabajé con las divisiones de menores desde el año 1995 y en el 2005 acepté un cargo en el directorio del club. El equipo era un desastre, perdía todo. Los dirigentes de la Comisión de Fútbol no sabían qué hacer y como evaluaron que había des-
15
« ...durante todo
el partido este estuvo dando de saltos con sus matracas, gritando profecías y echando humaradas por la boca »
moralización pensaron que necesitaban lo que llamaban un “entrenador motivador”. Y al vicepresidente a cargo –porque el presidente se escapaba en momentos de fracaso– se le ocurrió que el hombre era Roberto Challe. Y lo trajo. Una mañana entró a la sala del directorio en la que yo estaba sentado. Éramos pocos dirigentes y él pasó para ser presentado y para exponer su plan de trabajo. Ya no me conocía, habían pasado cuarenta años desde la noche aquella en el ascensor del Nacional. Yo, en cambio, lo conocía y lo reconocía. Y sabía además lo que había significado un día en mi adolescencia. Así que le di, por tercera vez en mi vida, la mano y le deseé, sinceramente pero con poca esperanza, mucho éxito; sin decirle nada más regresé al complicado trabajo con los menores. Ya no sentía su presen-
16
cia, ni la de ningún otro futbolista, como una experiencia arrobadora; mi ilusión, tras varios años de alternar con ellos, se había quebrado y ya solo encontraba, en la mayoría, sus poco escondidos pies de barro. Él fue gracioso, no cabe duda. Su ingenio levantó el ánimo. Cuando llegó octubre, como señala la tradición, jugaron con camisetas moradas y el equipo fue a la procesión. Pero Challe trajo además un chamán a la tribuna y durante todo el partido este estuvo dando de saltos con sus matracas, gritando profecías y echando humaradas por la boca. El equipo ganó 1 a 0. Los dirigentes, avergonzados y disgustados por el espectáculo del chamán, le llamaron la atención a Challe. Pero el lunes, durante la rueda de prensa, un periodista le preguntó. “¿Y, Roberto? ¿Ganaron gracias al chamán?”. “Oiga, cómo va a decir eso, más respeto… –respondió un aparentemente indignado Challe–, …no fue el chamán. Ha sido fifty-fifty con el Señor de los Milagros”. Y todos rieron, todos reían siempre. Una noche, siendo todavía Challe el entrenador del Alianza Lima, que volvió a perder y siguió perdiendo, me llamaron para que mirase un programa de espectáculos en la TV. Y allí estaba el jugador R, acompañado de J y de mi querido A. S. Los dos primeros eran jugadores trajinados, con más de treinta años, con cuentas bancarias que aseguraban su futuro; pero A. S. era un chico que empezaba y, lo más
grave para mí, un caso conmovedor que yo había tomado de manera personal. Casi me decía papá, yo casi le decía hijo. Había pasado su infancia en una casa de cartón en el Callao, de niño tuvo que limpiar lunas de carros para comprar pasta básica para sus familiares. No había ido casi al colegio, era de una flacura de muerte y cuando lo conocí, allí en esa polvorienta calle del Callao, me impactó la miseria en la que vivía. Varios años había costado empujarlo hacia adelante, alimentarlo, sacarlo de ese barrio, recomponer su vida familiar. Y lo habíamos logrado, pero siempre rondaban esas sombras del pasado de modo que había que tenerlo bien controlado. La televisión confirmaba mis sospechas, estaba tomando alcohol, rodeado de mujeres, a las tres de la mañana, en una discoteca de mala muerte. Yo sabía que esos jugadores mayores malograban nuestro trabajo y lo venía diciendo. No me hacían caso. Pero aquí estaba la prueba. Era miembro de la Comisión de Disciplina y el acuerdo unánime fue separarlos de la institución. Había que dar un mensaje claro a los menores o se nos escapaban de las manos. El presidente no aceptó la decisión y tuvimos que renunciar a esa comisión. Se nos dijo que en adelante sí se sancionaría y nos pidieron que permaneciéramos en el club. Yo lo creí. Pero un mes después el mismo jugador R, el que invitaba, volvió a salir amaneciéndose en otra discoteca y entonces exigimos que se fuera.
BRÚJULA Nº 17
No vale la pena explicar todo lo que pasó. La intervención oculta pero decisiva de un empresario, los negocios que se perjudicaban con sacarlo, la hipocresía y la cobardía de unos dirigentes. Yo denuncié el hecho públicamente, me fui y allí acabaría esta historia, pero quienes veían afectados sus intereses hablaron con un incómodo Roberto Challe, le cargaron la escopeta y él salió a la prensa, a la televisión, para hablar de mí. Dijo que yo me rasgaba las vestiduras ante unos traguitos porque quería figurar y así vender mi libro o conseguir alumnos para mi colegio. Me declaró además profesor de “pastrulos”. Y no le contesté, ni me molestó. Era una paradoja de la vida, yo no podía despojarme del recuerdo del jugador de diecinueve años que un día me trató tan bien y al que le debía satisfacciones más grandes que vender un libro. Él continuaba siendo el chiquillo del verano del 66,
« Varios años
había costado empujarlo hacia adelante, alimentarlo, sacarlo de ese barrio, recomponer su vida familiar »
17
seguía también admirándolo porque oculto, profundamente oculto en ese cuerpo adulto, tras esas palabras ofensivas, vivía todavía el ídolo, el que recibió mi admiración, mi candoroso apego, el “Niño Terrible” que guapeó a “Pelé” Guzmán, que se puso una tarde la blanquiazul, que jugó como danzando, que humilló a Rulli y a toda la selección argentina en la hostil Bombonera. Porque no hay nada que pueda hacer el hombre Roberto Challe Olarte para disolver en mi memoria esa imagen del príncipe valiente que una noche, en plena gloria, dentro de un sucio ascensor, me saludó como si yo fuera un íntimo, un amigo querido. Un dirigente, enterado de esas declaraciones, me informó que había hablado con él, que lo encontraba arrepentido y hasta podía disculparse. “¿Quieres una carta, una cita con él, quieres que lo despida? Tú dime”.
18
Lo miré recordando la larguísima intriga a la que respondía todo esto y le contesté: “A Challe no, no despidas a Challe”. “¿A quién entonces? –retrucó –. Dime qué hacemos para que no te vayas así, tú sabes cuánto te aprecio”. Mentía, él quería que me fuera, esto está claro en unos correos suyos que leí más tarde; lo que intentaba era que mi salida no tuviera efecto en los medios, su terror máximo. Y era él mismo, quien debía largarse, el que me preguntaba, hipócritamente: “¿A quién despido?”. “No despidas a nadie, vete tú que estás destrozando el club”, pensé decirle. Pero no tengo el desenfado de Roberto Challe. Y me fui, le dije adiós al fútbol, a su decepción, pero nunca a esa mañana soleada del 66 que vivirá eternamente en este terco corazón que no quiere dar aún su último latido. Y que aguarda todavía –espíritu infantil – otro grandioso engaño, otra cegadora ilusión, maestro Challe.
dise単o: gmsrl1@gmail.com
Bitácora
A b e l a r d o
S á n c h e z
L e ó n
L e d g a r d
El fútbol peruano y la inocencia perdida Primera parte Yo llegué al estadio por un descuido de mi padre. No es que a él le fastidiara que fuera, pero no era aficionado a los deportes y prefería, de lejos, el teatro, la música o la literatura. El estadio, para mí, fue el descubrimiento de un mundo popular en plena ebullición: la multitud, los gritos, la gracia acompañaban los desplazamientos de los jugadores en el terreno de juego. Me gustó mucho ir al estadio, al único conocido de Lima, el Coloso de José Díaz, el gran Estadio Nacional, remodelado por el general Odría en 1952. Mi amistad con Raúl Aramburú se acrecentó bastante con aquella posibilidad de tener un cómplice en mi nueva experiencia urbana y los dos nos entreteníamos presenciando
BRÚJULA Nº 17
19
los partidos del domingo, desde las once y media de la mañana hasta las seis de la tarde, hora en que terminaba el triplete. No se pueden imaginar lo feliz que era en la tribuna de oriente, en aquella tribuna “clasemediera” que no asustaba tanto a los padres que nos daban permiso. Mi padre gozaba de mi compañía y prefería que lo acompañara a las veladas teatrales antes de verme partir rumbo al estadio. Pero a partir de cuarto de media me iba nomás, dejándolos solos, porque un adolescente debía pisar la calle, hacerse hombrecito, hinchar por un club, gritar en el estadio y gorrear el tranvía que todavía existía en esos tiempos. Dejé de lado, pero luego las recuperé, felizmente, las gratas conversaciones de sobremesa con Héctor Velarde y Sebastián Salazar Bondy. Pero no había vuelta que darle: la mejor literatura necesitaba del grito informal y popular y enardecido de las tribunas. Nosotros solamente veíamos el fútbol que se jugaba en el Coloso de José Díaz. El fútbol del torneo relámpago y el de las dos ruedas de aquel torneo de diez clubes: el de los cinco grandes y el de los cinco chicos. Más tarde, cuando ya estábamos en 1967, una vez que funcionó el torneo Descentralizado, empezamos a reconocer también a los grandes cracks del continente. Y qué cracks: Pelé, Didí, Vavá, Zito o Djalma, apelativos que son más fáciles de retener que los apellidos de los jugadores argentinos o uruguayos del Boca, River o Peñarol. Y esos partidos eran de noche,
20
« la mejor
literatura necesitaba del grito informal y popular y enardecido de las tribunas »
además. Porque los encuentros del torneo local eran casi siempre de día. De mañana y de tarde, pero rara vez de noche. El estadio iluminado era distinto. No tenía el sol eventual de algunas tardes y nunca su luz permitía que surgiera alguna sombra en las esquinas del terreno. Bueno, vayamos rápido por ese camino desconcertante que es el tiempo: los partidos de fútbol más recordados de la televisión son, para mí, los del Sudamericano de 1959, en Buenos Aires, vistos de puntillas entre tanta gente de la familia Fernández Stoll, porque no todo el mundo tenía televisión en casa y no a todo el mundo le gustaba tanto el fútbol como a mi tío Mañuco. Vi, así, los partidazos contra Brasil y Uruguay. El tiro al palo de Juan Joya y el empate inútil contra Bolivia. Años más tarde sufrí con el memorable partido en La Bombonera cuando eliminamos a la Argentina con los dos goles de… de… de ese jugador que se ha convertido en el punto culminante de un deporte que perdió,
entre nosotros, su inocencia una vez que empezamos a participar en las grandes ligas, cuando clasificamos enfrentados no solo contra Argentina y Bolivia, sino contra el árbitro venezolano Chechelev, como si fuese un emisario de Simón Bolívar y un anticipo de la figura polémica de Hugo Chávez; cuando corrían rumores de que el juez chileno había sido sobornado por los argentinos y que al enterarse de que el partido se jugaba en La Bombonera, local vetado para ese tipo de competencias, se pasó por alto el supuesto soborno; luego nos enteramos, perdida por completo nuestra inocencia, que en el partido contra Argentina en el Mundial de 1978, el general Videla, el de la dictadura, estuvo en el vestuario de los peruanos y que Henry Kissinger merodeaba por el ambiente. Después supimos del tremendo lío que hubo en el camarín peruano cuando jugábamos frente a Polonia, en el Mundial de España de 1982, antes de perder 5 a 1, cuando al entrenador Tim lo despojaron de su autoridad y los dirigentes y los jugadores tramaban la creación del puntero mentiroso, ya en un mar de mentiras, enredos, intrigas y disputas entre jugadores, entrenadores y dirigentes, que hizo trizas lo que quedaba del fútbol peruano y, de paso, de nuestra inocencia. Pienso que después de la goleada del Perú en Rosario no puede haber dignidad en la casaquilla que visten las próximas generaciones. Ah, la edad de la inocencia. La inocencia perdida. El final de la infancia. Chau
BRÚJULA Nº 17
Raúl Aramburú. Adiós definitivo a ese torneo local, limeño, pequeño, sin grandes ambiciones y honesto, sobre todo honesto, de entre casa, donde vi jugar hasta la vejez a Tito Drago, hasta el cansancio a Toto Terry y hasta la enfermedad a Valeriano López, cuando culminó su carrera en el Mariscal Castilla, aquel equipito de casaquilla verde, y a jugadores cuyos nombres han caído en el más profundo olvido, como Juan Anglas, Santiago Caycho, Eddie Chiock, por no mencionar a Humberto Arguedas (no corría nunca, casi jugaba caminando) a “Huaranga” Daga o al “Chueco” Guzmán. O a… lista interminable… Después, pasado el tiempo, nuestro fútbol se desenganchó del mundo y, muerto de vergüenza por haber perdido completamente la inocencia en el 6 a 0 contra Argentina en Rosario y en el 5 a 1 contra Polonia en el Mundial de España, decidió revolcarse en la más profunda mediocridad. De la inocencia pasamos, sin mayor trámite, al cinismo y a la corrupción, hasta llegar al 6 a 0 contra Uruguay en estas eliminatorias del 2010, sin color ya en el rostro, con los integrantes de un cuadro enfrentados entre sí, porque la selección peruana ha hecho suya aquella terrible sentencia: “No hay peor enemigo de un peruano que otro peruano”, expresión que repite, cada vez que puede, Julio César Uribe. Los clubes fueron tomados literalmente por pandillas de bribones que no dejaron ladrillo sobre ladrillo, cuando había ladrillos porque, por lo general, se trata
21
de instituciones fantasmales, sin canchas, sin vestuarios, sin socios. Los dirigentes no acostumbran pagar sus planillas, utilizan la modalidad del doble contrato o del contrato por lo bajo y, como no deben dar explicaciones públicas, los clubes de fútbol peruano se mueven en la más completa informalidad.
Segunda parte Pero no ahondemos tanto, tampoco, en un tema trillado: el fútbol peruano se ha quedado rezagado en relación al fútbol del continente y se encuentra a siglos de distancia del europeo. Sí, es verdad, hubo una vez un país que tenía una selección que le ganó a Francia en París, en el estadio de los Príncipes, porque contaba con unos jugadores que las generaciones actuales creen que les hemos inventado. En ese encuentro todos los jugadores peruanos vieron por anticipado la película de Martin Scorsese, La edad de la inocencia, porque semanas después la perderían también cuando empresarios privados compraron, por así decir, a la selección nacional. La selección peruana fue privatizada. El Equipo de Todos realizó una gira pavorosa y lo hicieron deambular por territorios extensos, tanto que llegaron al Mundial de España ya sin ganas, con los músculos agarrotados, listos a embarrarse, una vez más, porque después del escándalo en el vestuario de Rosario en 1978, qué quedaba. No olvidemos que sin alma no hay camiseta y que sin camiseta no hay selección.
22
¿Sigo? ¿Llamaremos a Roberto Criado, a Max Hernández, a Saúl Peña, a Jorge Bruce? ¿A Leopoldo Caravedo? Antes llamaban a Leopoldo Caravedo por aquello del alma perdida del pueblo peruano, porque la selección necesitaba de un psicólogo, pero ahora a quien llaman es a un representante, a un hombre de negocios que le sugiere al entrenador o al dirigente la cantidad de dinero que deben recibir por partido ganado, empatado o perdido, si la camiseta del Bayern Munich o la del Shalke 04 vale más que la blanquirroja que, valgan verdades, a estas alturas vale muy poco. El hombre de este negocio llamado fútbol es el representante. Él decide las alineaciones, el nombre del entrenador, los partidos amistosos, los premios. Deberíamos invertir el orden de los factores y antes de decir que se trata de un deporte, de un espectáculo y de un negocio, la cosa es absolutamente al revés. Primero es un negocio. Pero en el Perú está mal llevado o solamente sirve a los intereses de algunos dirigentes. La inocencia perdida ha dado lugar a una serie de actitudes cínicas en relación a la conducta de los jugadores fuera del terreno de juego. Los escándalos se repiten, las argollas brillan, la ley de la “camina” para desalojar a un entrenador es una práctica común y el abandono del estado físico es una constante. En nuestro torneo participan jugadores que no han hecho la pretemporada, futbolistas que lucen unas pancitas inmensas o, simplemente, no duran los noventa minutos de juego. Las ar-
« la lógica
consiste en correr lo menos posible, cometer la mayor cantidad de faltas para cortar el ritmo »
timañas de los dirigentes son tan escandalosas que los propios futbolistas (para nada inocentes) les han perdido el respeto. Juan Jayo Legario renuncia al Alianza Lima por iniciativa propia, después de una absurda despedida a Reimond Manco, que terminó en indisciplina, y los propios dirigentes desean que vuelva porque necesitan que se vista de corto. Desde la amnistía de Alberto Fujimori a Andrés “Balán” González, no ha habido en las autoridades deportivas el talento para ejercer el derecho al castigo de manera recta y honorable. Si estamos dispuestos a asistir a encuentros donde los protagonistas se han puesto
BRÚJULA Nº 17
de acuerdo para simular de la mejor manera posible un partido de fútbol, podemos ir a los estadios. Partidos donde la lógica consiste en correr lo menos posible, cometer la mayor cantidad de faltas para cortar el ritmo, no disparar al arco, atascarse en el medio campo, no cuidar los terrenos de juego con la idea de que el balón rote menos, demorar el juego, hacerse el lesionado, insultar al árbitro. Podremos gozar con ese espectáculo llamado fútbol a la peruana: previsible, lentón, lateral, sin potencia, etc. Se puede hacer. A veces agotan los partidos de la Premiere League (demasiado vigorosos), los de la Liga Española, los del torneo argentino y nos decidimos por un Alianza-Bolognesi o un Cristal-Boys o un Universitario-Áncash. Y nos dormimos, lo sufrimos, lo gozamos a nuestra manera. En todo caso, gracias al paso de los años y a la inmensa nostalgia que me invade los domingos, pienso que los partidos de mi adolescencia, con los maníes de la chacra de Cubillas, fueron mejores. Y Raúl Aramburú me habla en sueños de unos nombres que me parecen salidos de la literatura fantástica: “Marciano” Bassa, Colunga, Daga, Earl. Y duermo en paz.
23
F e r n a n d o
Tu e s t a
S o l d e v i l l a
La parábola del fútbol A Constantino Carvallo, aliancista
En el último minuto del partido se cobra un tiro libre al borde del área. La barrera se coloca en su lugar, al igual que el arquero. El jugador da un par de pasos y con la pierna zurda pega al balón, que se dirige a aquel lugar en donde no llegan los arqueros. El estadio estalla con el grito de gol, el jugador enloquece, se quita la camiseta haciéndola rotar por encima de su cabeza, mientras la barra salta y grita con el cántico: “¡Dicen que estamos locos de la cabeza!”. Ese gol existe.1 La belleza y perfección del tiro, que dibujó una parábola, salía del pie del “Poeta de la zurda” César Cueto a Universitario de Deportes. ¿Cómo entender esa locura por el fútbol, esa pasión de multitudes, incluso en países como el nuestro en donde la vitrina de las copas y medallas es tan pequeña como vacía?
1
24
Se toma del título del libro Ese gol existe (Una mirada al Perú a través del fútbol). Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 2008, editado por el sociólogo Aldo Panfichi. Es el mejor texto sobre fútbol, que compila 13 estupendos ensayos desde una mirada multidisciplinaria.
No es el opio del pueblo, ni una mercancía con solo valor de cambio. El fútbol es más que un deporte y una recreación moderna. Es la manifestación simbólica de la vida misma, que se muestra en una competencia y rivalidad, envuelta en mitos, ritos y símbolos2. En el fútbol hay mucho de primario y tribal, manifestándose en la propia lucha por vencer, en la dicotomía de la victoria y la derrota, en la adhesión de las barras convertidas en tribus con gritos de guerra, creando ídolos y héroes populares. El fútbol es recuerdo, memoria y emoción. Sin embargo, el fútbol no es solo lucha, es también el intento constante de forjar una comunidad creadora de armonía, por lo que se celebran goles que provienen de múltiples toques. O creadora de belleza, que solo lo logran unos pocos para algarabía de muchos. Pero esa adhesión no es una membresía formal sino una de carácter pasional. Por todo esto, a través del fútbol también se puede entender un país y muchos rasgos de su cultura3. Los aficionados e hinchas se adhieren a través de identidades que van desde el territorio (barrios), las regiones, las clases o etnias, pero generalmente concentrados en dos equipos. Eso crea una especial rivalidad, que se llama el clásico del fútbol, y que en el Perú lo expresan Alianza Lima y
3
2
« Jugué grandes
partidos, con espectaculares jugadas, en pistas, parques y, sobre todo, en mis sueños »
Universitario de Deportes. A través de esta rivalidad se organiza también mucho del mundo del fútbol. En mi caso, como todos, me gustó el fútbol desde pequeño. Jugué grandes partidos, con espectaculares jugadas, en pistas, parques y, sobre todo, en mis sueños. Lo mejor que hice fue ser hincha del Alianza Lima. Fue una decisión que no provino de herencia, sino de una sabia irracionalidad. Esos sueños eran facilitados por las narraciones de radiales, sobre todo por Ovación de Radio el Sol, con Pocho Rospigliosi y Pregón Deportivo de Radio Unión, con Óscar Artacho, así como lo que se leía en los diarios La Tercera y Última Hora. Gracias a un buen amigo de barrio frecuenté gratis el Estadio Nacional ingresan-
Ver para el caso argentino Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez. Cuestión de pelotas (Fútbol, deporte, sociedad y cultura). Buenos Aires: Atuel, 1996. Ver Vicente Verdú. El fútbol (mitos, ritos y símbolos). Madrid: Alianza Editorial, 1980.
BRÚJULA Nº 17
25
do desde pequeño, pero por la puerta 4, para ver los tripletes dominicales. Cuando el tío de mi amigo ya no trabajó más me desplacé como buen hincha a tribuna sur, aunque no existían las barras de hoy. Nunca olvidaré la primera delantera íntima que por suerte estaba formada por Baylón, “Perico”, “Pitín”, Cubillas y “Babalú”, a quien vi en numerosas jornadas, así como los primeros partidos de César Cueto como puntero izquierdo. Celebré campeonatos y fui feliz muchos fines de semana al ver a mi equipo y ser parte de esa tribu blanquiazul. En cada lugar que estuve había ese hincha aliancista, con quien compartí la misma identidad. Estuve en ese día de fiesta que fue la inauguración del Estadio de Matute, en 1974, de la misma forma como en el partido del homenaje a los caídos en el Fokker, trece años después. Acompañé a mi equipo en su larga recuperación, para darme alegría en la última década celebrando cinco campeonatos. Me hice socio hace casi dos décadas, lo que me permite tener el asiento 15 de la fila 24 –junto a mi hijo– y desde hace una década participo más cercanamente en el club, donde he encontrado a amigos y conocido a otros. Tuve la inmensa alegría de ser parte de la directiva en el centenario de mi querido club4. Ese mismo año, como para recordarlo toda mi vida, fui invitado a dar un “play de honor” en
4
26
« en el fútbol
me gusta la belleza, porque es un equipo popular y alegría de una tradición afroperuana »
un clásico que ganamos con gol de Juan Carlos Bazalar. Soy aliancista porque en el fútbol me gusta la belleza, porque es un equipo popular y alegría de una tradición afroperuana. Esa cultura popular que hizo que Felipe Pinglo Alva y Mario Cavagnaro escribieran canciones al Alianza Lima; que Fiesta Criolla, Lucha Reyes, Arturo “Zambo” Cavero y Óscar Avilés le cantaran a la blanquiazul; y que Rubén Blades y José Alberto “El Canario” le dedicaran parte de la letra de alguna de sus canciones. He visto fútbol en el Atahualpa de Quito, en el Estadio Monumental de Colo Colo, pasando por La Bombonera de Boca Juniors, el Estadio Monumental de River Plate, el Estadio de La Romareda de Zaragoza, el Neu Camp de Barcelona, el Estadio Santiago Bernabeu del Real Madrid,
Libro de oro de Alianza Lima. Lima: Empresa Editora El Comercio, 2001.
el Olympiastadium de Münich, hasta el mítico Maracaná de Río de Janeiro. Soy hincha de estadio, que es como se debe ver el fútbol. He salido en caravana para celebrar tres clasificaciones del Perú al mundial y un campeonato sudamericano. Pero si bien nada de esto es para llenar de palmarés a nadie, el fútbol me ha dado felicidad. Como la mía, seguramente muchas historias parecidas. En la medida en que el fútbol es un deporte –como ningún otro– capaz de movilizar todos los sentimientos y pasiones en el mundo entero, crea un vínculo estrecho
BRÚJULA Nº 17
con la historia y el presente. Por eso entenderlo, así como develar sus contenidos más significativos, es tan importante como promoverlo. Mientras tanto, el recuerdo se fija hace exactamente tres décadas, cuando otra pelota dibujaba en el aire una parábola más grande, lanzada desde el medio campo por el genial César Cueto, incrustándose en el arco, ante la impotente mirada del entonces arquero del Sporting Cristal, Ramón Quiroga. Ese gol también existe y el fútbol seguirá siendo una parábola de la vida.
27
E f r a í n
Tr e l l e s
A r é s t e g u i
El balón enloquece: una mirada al espejo fundacional Acabado de llegar de Beijing 2008, a contrapelo del cambio de hora y en plena dicha del retorno, acometo este grato encargo de reflexionar en torno al fútbol desde lo más festivo y privado hasta lo masivo y nacional. No es poca cosa – habiendo dejado hace 22 años la breve enseñanza en la PUC para pasar de la crónica a la crónica deportiva– volver por un instante a la crónica misma. Es un retorno muy grato para mí. En cuanto al aporte de estos años de haber cruzado el río, tengo claro que el balón enloquece. Eso es casi todo. Pero habrá que dar algunas explicaciones. La historia, por cierto, viene de mucho más atrás, los años cincuenta pueden parecer el escenario escarlata, el perfecto blanco y negro del ayer, la línea de partida desde
28
la cual se ha reconstruido nuestro tiempo. Pero esta historia, como he dicho, viene de más atrás, cuando –por ejemplo– el recordado Jorge Salazar me aseguraba que muchos de los resultados del famoso Rodillo Negro, del Alianza invencible y multicampeón de principios de siglo eran inventados. Antes de subir al tren de retorno, se ponían de acuerdo en el score final y hasta en los detalles del partido. Así se expresaba Jorge y yo le llamaba la atención por levantar falso testimonio, le pedía pruebas. Entonces el Negro me miraba de arriba abajo y me decía: “El que estaba al tanto de todo eso y me lo ha contado es mi padre”. En nuestro fútbol la distancia entre la realidad y las percepciones ha sido casi siempre muy grande. Vivimos apoyados en mitos y ninguno más nebuloso que el de creer una generación de aficionados que el fútbol pasa por una etapa increíblemente singular y salpicada de cosas nunca antes vistas. Por eso invoco a la memoria larga. Lo invito, lector, a examinar un tiempo auroral. Visitemos juntos la primera actuación oficial de un seleccionado peruano. Copa América de 1927, toda una pacarina; el alumbramiento de la bicolor. Magia de balón y Republica Aristocrática. La Lima que organizó por primera vez una Copa América estaba fuertemente marcada por la aparente pujanza de los sucesivos gobiernos de Augusto Bernardino Leguía. Se respiraba confianza. No había aún presagio alguno de la gran crisis del año 1929. Los peruanos le rendíamos
BRÚJULA Nº 17
culto a la obra pública y soñábamos con un crecimiento perpetuo bajo la conducción del así llamado Gigante del Pacífico, el chiclayano presidente. Vivíamos la era del progreso. El reconocido título de Ciudad Jardín le fue conferido precisamente a esta Lima de Leguía con su Parque de la Exposición y su apertura urbana omnidireccional. Unas semanas antes del inicio de la Copa América 1927, por ejemplo, se celebró el Día del Camino y se inauguraron la avenida Argentina, donde se ofertaban lotes nuevos con agua a dos soles el metro cuadrado, y la prolongación Leguía, que unía Miraflores con Barranco. Los tranvías de sangre de antaño, tirados por mulas choconas, habían cedido su lugar al Ford T, cariñosamente llamado Fotingo a rima del pingo de antaño, y numerosas líneas de buses interconectaban el casco urbano. Era Lima la pujante, Lima la sólida y multitudinaria, donde el cable nos permitía vivir a ritmo de Morse los grandes acontecimientos deportivos de un siglo aún joven pero con temprano amago cosmopolita. Fútbol y multitudes. La Lima optimista de 1927, la verdadera Ciudad Jardín, aguardaba con gran expectativa la realización, por primera vez en el Perú, de una Copa América. El fútbol estaba a las puertas de iniciar su reinado entre los diversos espectáculos de masas. Hasta ese momento las grandes taquillas habían sido recaudadas por el cine. Para entonces el récord de asistencia en el Forero, hoy tea-
29
tro Segura, todavía le correspondía a Chaplin con El pibe, y databa de 1922: 38.423 personas. Luego venían Quo vadis y El gran rajah en el Excélsior, y Sangre y arena y La monjita en el San Martín. Taquillas comparables solamente se podían encontrar en las temporadas folclóricas del Coliseo Nacional, donde hormigueaba una Lima con temprana impronta andina. Lima la moderna. El día del debut peruano en la Copa América, 1º de noviembre de 1927, un aviso del Hotel Maury ofrecía, en primera plana, pollos a la brasa que repartía a domicilio, en una canastilla de mimbre, a quienes llamasen a un teléfono de cuatro dígitos. Delivery auroral. El seleccionado peruano que debutó en la Copa América 1927 era entrenado por el uruguayo Pedro Olivieri, y los futbolistas fueron concentrados por primera vez en la Escuela de Hidroaviación de Ancón. Acuartelados. Magallanes, Villanueva, Maquilón, Saldarriaga. Entregados al footing. Pardón, Ulloa, Dañino. Devotos del drill. Sarmiento, Montellanos, Aranda. Todos ellos seleccionados de una bicolor apenas naciente y de sedas de rayas listadas. Eran otros tiempos, sin duda. Aún se conserva el testimonio de los cronistas que visitaron a los seleccionados luego de esa suerte de pretemporada auroral. Para llegar al lugar de concentración había que tomar el tranvía que lo dejaba a uno en la estación de Ancón sobre las 11 de la mañana. A esa hora los seleccionados se encontraban corriendo en la playa. Hasta allí fueron los
30
cronistas. Lo que conmueve, con el paso del tiempo, es que casi todos ellos concluyeron, contentos, que lo que más alegría daba era ver cómo la mayoría de jugadores de la selección había subido visiblemente de peso, lo que permitía abrigar esperanzas ante la inminente Copa América que iba a jugarse en Lima. Para entonces, del vapor “Orazio” habían desembarcado ya las delegaciones de Argentina, Uruguay y Bolivia. Los orientales, que venían cargados de fama por haber ganado el título olímpico, se hospedaron en San Miguel, donde después funcionó el Bertolotto. Los argentinos, en cambio, se sintieron muy cómodos en La Punta. Acabados los trabajos de Ancón, los peruanos se acuartelaron en el Modelo, allá en Bellavista, a la espera del debut ante los maestros del Uruguay. Y vamos ya a la crónica. Agárrese amigo lector, nos toca ver fútbol. Vaya tarde la de aquel 1º de noviembre de 1927 en el recién remodelado Stadium de Lima. Pasada la emoción del inicio, la afición empezó a aplaudir los movimientos de una oncena peruana capaz de irse sin goles al entretiempo, pese a todos los arrestos mostrados por los olímpicos. Es verdad que no pudimos atacar mucho, pero el rumor de maravilla continuaba todavía por los aires cuando la oncena regresó a jugar el segundo tiempo. Fue entonces que el viento cambió de dirección: muy temprano, el capitán Ulloa desvió tontamente un balón y batió su propio arco.
Derecho de piso ante los campeones olímpicos Perú: 0 Uruguay: 4 (Ulloa [autogol], Sacco [2], Castro) 1º de noviembre Stadium de Lima Asistencia: 22.000 espectadores Juez:
Foino (Argentina)
Perú:
Pardón; Saldarriaga, Moscoso; Basurto, García, Ulloa; Muro, Villanueva, Aranda, Montellanos, Lavalle. Uruguay: Capuccini; Tejera, Canavessi; Andrade, Fernández, Vanzzino; Arremond, Sacco, Castro, Anselmo, Figueroa. Así se acabó el encanto, y el latigazo de la desmoralización hizo carne en el equipo. Sacco, de cabeza, volvió a liquidar a Pardón; luego, Arremond y Castro pusieron las cifras definitivas a un marcador favorable a los uruguayos y bastante más cercano a la realidad futbolística de ambos países. El público terminó reconociendo la superioridad de los orientales con una sentida ovación final, mientras los nuestros se retiraban confundidos y preguntándose qué se podía hacer para levantar cabeza ante Bolivia. La tarde caía enrojecida sobre ese verde fundacional y las multitudes, nuevas y ondulantes, calibraban la intensidad de esa fiesta nueva del fútbol, Copa América, pasión de todos.
Nuestra primera multitud Reparemos, lector, en el perfil de esa primera tarde de masas, tarde inaugural del
BRÚJULA Nº 17
Perú-Uruguay. Es muy grato notar la sorpresa de los cronistas de entonces ante la aparición de escenas inesperadas, plenas de aglomeración y movimiento. Hoy son el pan de cada día, pero aquella tarde de Todos los Santos de 1927 representaron el resultado inesperado de la primera incursión en el paisaje urbano de 20 mil personas en jolgorio y de miles más que se quedaron sin entrada y revoloteando por los alrededores. A la salida, era cosa de pararse a contemplar cómo el público se dividía en múltiples ramales y empezaba a fluir, como a la ida, por todas las calles y avenidas que rodean el estadio. Los automóviles de plaza (así se llamaba antes a los taxis) y los ómnibus eran virtualmente atacados por los pasajeros. Por lo menos así parecía en esa tarde auroral, aunque hoy estemos acostumbrados al cotidiano “ataque”. Los bocinazos, que ahora a lo mejor ya ni nos incomodan, encrespaban la sensibi-
31
lidad de quienes observaban la conducta del naciente soberano del siglo XX: la multitud urbana. Los autos particulares avanzaban hacia la ciudad, decían, precedidos por el aviso de su claxon. Claro, el estadio quedaba fuera del radio urbano. Los tranvías de la línea a Chorrillos, donde luego se excavaría el lecho de la Vía Expresa, eran igualmente tomados por asalto. Quienes no conseguían vehículo avanzaban hasta el paseo Colón, donde se disputaban los asientos en las líneas urbanas que lo llevaban a uno desde ese sector hasta cualquier punto a reencontrarse con los suyos y contar, de modo interminable, las incidencias de un encuentro que ni la radio había podido todavía transmitir.
Dos goles del boliviano Bermúdez pusieron al cuadro peruano y a su afición contra la pared de la adversidad. Nadie podía creerlo: ni el dandy presidente ni el chino vendedor de maní. Hasta que Alfonso El Sereno Saldarriaga, oficial de mar, se desprendió de atrás, a lo Chumpi, se llevó a cuatro bolivianos y puso en juego a Neyra. Aranda jalaba la marca y Neyra, ya en posesión del balón, dominó con elegancia a Méndez, eludió a Chavarría y anotó, con remate certero, el primer gol peruano. Un Perú transformado se lanzó en busca del empate. Siempre con Saldarriaga empujando, esta vez apoyado por Aranda, el grandazo de Huacho que aguantó
Un triunfo sufrido y viniendo de atrás Perú: 3 (Neyra, Sarmiento, Montellanos) Bolivia: 2 (Bustamante [2]) 12 de noviembre Stadium de Lima Asistencia: 15.000 espectadores Juez: Perú: Bolivia:
Foino (Argentina) Pardón; Maquilón, Moscoso; Ulloa, Saldarriaga, Dañino; Sarmiento, Montellanos, Aranda, Neyra, Lavalle. Bermúdez; Lara, Chavarría; Soto, Rangel, Valderrama; Soto, Bustamante, Toro, Méndez, Alcorta.
el acoso de Rangel y puso a Neyra con el mundo a sus pies. Buscar a Cochoy y encontrarlo fue un solo movimiento para Neyra. Chavarría salió en plan de cacería, pero a Cochoy le alcan-
32
zó el arte para girar hacia dentro, encarar en nombre de todos y decretar el empate 2 a 2 con el respaldo de su celebrada diestra. La dicha se completó cuando Saldarriaga combinó con Lavalle y el José María,
tras amagar desborde, la filtró en cortada para Montellanos. El engaño funcionó; la justicia poética también. Montellanos, el hombre que se había perdido dos goles cantados al comienzo del encuentro, conseguía el tanto de una jubilosa victoria viniendo desde atrás y remontando de manera contundente un marcador adverso, como ocurrió bastante más tarde, en el Mundial de México 70.
El Argentina-Uruguay fue el primer clásico continental escenificado en Lima. Los aficionados llegaron de todas partes. Desde el norte chico un grupo de hinchas había fletado un tren exclusivo para poder asistir al partido. La gracia les había costado 80 libras peruanas, 800 soles: un platal en Huacho y en cualquier parte. Pero ahí estaban los huachanos en mancha, y no eran los únicos. Desde Ica, Cañete y otras ciudades
Primer clásico platense en Lima: trenes, camionadas y mucha ilusión Argentina: 3 (Recanatini, Luna, Cannavessi [autogol]) Uruguay: 2 (Scarone [2]) 20 de noviembre Stadium de Lima Asistencia: 26.000 espectadores Juez: Thurmer (Gran Bretaña) Argentina: Díaz; Bidoglio, Recanatini; Evaristo, Sumelzu, Monti; Carricaberry, Maglio, Ferreira, Seoane, Luna. Uruguay: Capuccini; Tejera, Canavessi; Andrade, Fernández, Vanzzino; Arremond, Scarone, Petrone, Castro, Figueroa. intermedias del sur se registraba una gran afluencia de automóviles y camiones. Nadie quería perderse el partido, y desde las 11 de la mañana empezaron a desfilar los camiones con su festiva carga humana. Otros se las agenciaron para contratar trenes extraordinarios procedentes de Chosica y Ancón. Y el tren de la sierra, el tren grande, el tren “macho” (porque se paraba donde quería), había bajado la noche previa lleno de pasajeros y anunciaba retorno para el lunes a primera hora.
BRÚJULA Nº 17
Jornada de lujo. Las puertas del Stadium se abrieron a las 12:30 p.m. y la gente empezó a ingresar de manera continuada. Los cronistas de la época, atentos a los detalles que llamaban la atención, solían sorprenderse de ver a tanta gente ingresando con “almuerzos fríos en las manos”. El sandwich era un concepto demasiado futurista para el léxico de entonces, y no se diga nada de la “lonchera”. En las populares solían llenarse primero las filas de arriba. No solamente por una
33
cuestión de perspectiva, sino también por un tema de seguridad y joda. Mientras más arriba se sentase uno, menos posibilidad de que le cayese una cáscara de naranja o, peor todavía, el cuerpo bamboleante de algún parroquiano distraído y retrasado, que era rodado de lo alto en medio de las más sonoras carcajadas. Tiempos idos, cuando nada parecía más grato que matizar los preliminares tirando naranjas al paisanaje. Las entradas volaron y el mercado negro floreció, aunque ese día fueran arrestados treinta revendedores. Por último, un fatal antecedente: a las tres y media de la tarde había tanta gente en el estadio que la policía dispuso que se cerraran las puertas. Toda esa expectativa sirvió de marco para un partido en el que los argentinos se impusieron a los uruguayos por 3 goles a 2. El encuentro no fue bueno: se llenó de juego brusco, penales protestados y una bronca de padre y señor mío que agitó las aguas por nueve larguísimos minutos. Scarone fue la muerte para los argentinos pues vulneró su valla dos veces. Pero los goles de Recanatini y Luna, más uno en arco propio de Canavessi, determinaron el resultado y prácticamente le otorgaron a la Argentina el título de campeón de la Copa América 1927.
Cuando el partido se sigue jugando en las calles Terminada la primera edición limeña del clásico Argentina-Uruguay, la masa humana
34
se dispersó por las avenidas que conducían al centro de la ciudad. Escenas nuevas, propias de un siglo todavía por vivir, dominaban el horizonte y llamaban la atención de los cronistas aurorales, asombrados con la visión de peatones excitados zigzagueando entre los automóviles o festivamente aturdidos por el timbre sonoro de los comentarios en voz alta compitiendo con el ruidoso sonar de las bocinas. Alguna frenada brusca cargada de cambios de mirada y reproche distraía un segundo, pero luego todo era nuevamente comentar el partido. Y la palabra. Siempre la palabra, triunfal, prolongando el placer una vez salvado el peligro vial. Daba la impresión de que todos los automóviles de la ciudad habían salido a las calles. En la plaza de la Exposición aguardaban los coches de pasajeros con sus destinos múltiples. Dentro del estadio quedaba gente, especialmente las damas. La prudencia aconsejaba dejar pasar los minutos hasta que la multitud se dispersase. Aunque cuando la segunda oleada de aficionados ganó las calles, los comentarios a voz viva y el hormigueo de la gente prosiguieron. Los huérfanos alumnos de los Salesianos y escolares que asistieron invitados al encuentro salieron al final. Marchaban todos en correcta formación y acompañados por las Hermanas de la Caridad y sus profesoras. Iban en dos filas y también comentando el partido, aunque con voz de pajarito. Volvían a sus respectivos colegios y cada uno llevaba pintada en el rostro la alegría. Qué partidazo, qué copa.
De pronto los rezagados volvieron a estallar en una ovación extrema. Aclamaban a los argentinos que en un bus grande tomaban rumbo a sus cuarteles en La Punta. El público estaba feliz y volvía a aplaudir, esta vez a los uruguayos que se retiraban, aclamados y admirados, a sus aposentos del Bertolotto. A estas alturas del partido –mejor dicho, del interminable minuto 91–, a las inmediaciones del estadio había acudido multitud de gente que no había visto el juego y que se enteraba del resultado escuchando a los aficionados ubicados en los techos de sus casas, la privilegiada tribuna-azotea, o prestando oído al sabio comentario de quienes habían apreciado el lance bamboleándose en la magna copa de los árboles. Por doquier se iban formando nutridos grupos que comentaban en voz alta y con pasión las incidencias del lance. La radio todavía no transmitía los partidos, pero media hora después
comentaba los detalles de estos para unos pocos privilegiados, en una transmisión a cargo del escritor Nemo Catanzaro. Fue la increíble tarde de Miles Poindexter, futbolero embajador estadounidense invitado a dar el play de honor. Don Miles lanzó el balón al campo argentino, donde la tomó Recanatini, quien de inmediato habilitó a Ferreira; este emprendió veloz incursión y terminó batiendo de lejos a Pardón. De nada sirvieron los reclamos. Solo quedaba buscar el empate con rabia redentora. Cochoy Sarmiento amagó el “pericoteo”, pero optó por un preciso cambio de juego a Lavalle quien, por izquierda, le ponía son de marinera al desborde final. El centro de José María fue tomado por Villanueva, quien de impecable golpe de cabeza consiguió el anhelado gol de empate para Perú. Una afición ebria de goce vivía así sus cinco minutos de gloria. Una eternidad si quieren, pues,
Cae el telón en la tarde de un play de honor inédito Perú: 1 (Villanueva) Argentina: 5 (Maglio, Ferreira [2], Orsi, Carricaberry) 27 de noviembre Stadium de Lima Asistencia: 15.000 espectadores Juez: Cariboni (Uruguay) Perú: Pardón; Maquilón, Moscoso; Basurto, Saldarriaga, Dañino; Sarmiento, Neyra, Villanueva, Montellanos, Lavalle. Argentina: Bosio; Bidoglio, Recanatini; Evaristo, Sumelzu, Monti; Carricaberry, Maglio, Ferreira, Seoane, Orsi.
BRÚJULA Nº 17
35
como habría de cantar un famoso poeta décadas después: “¡La vida es eterna en cinco minutos!”. El desenlace llegó por la vía de la bola muerta, la temible jugada de táctica fija. El tiro libre lo cobró Orsi, y Ferreira conectó de cabeza un remate inapelable: Perú: 1, Argentina: 2. Aunque el golpe fue duro, por un instante dio la impresión de que Perú podría reaccionar. Cuentan que Cochoy Sarmiento se puso diablo en dos jugadas, pero los centros del Chino no pudieron ser aprovechados por ninguno de sus compañeros. Pasada la media hora, los argentinos Orsi y Maglio lograron dos goles más. Era un vendaval que ya no se podía contener. Antes de que los equipos se fueran al descanso, Carricaberry marcó el quinto. El tanto de Villanueva fue considerado el gol de la copa, pero el público se rindió en aplauso a los nuevos campeones. Era la primera vez que Argentina obtenía la Copa América fuera de Buenos Aires. ***
El fantasma de la seguridad Si usted piensa que el odioso tema de la falta de seguridad es cosa de hoy, tome aire. Volvamos al tiempo de la ensoñación. La seguridad: ayer, hoy y siempre. Los grandes eventos de masas siempre cobran, a la hora de la hora ingrata, un perfil individual y absolutamente personal. Conoz-
36
camos a Alejandro Villalobos, chiclayano, trabajador de las obras del Parque de la Reserva. Ese martes, Alejandro había terminado sus labores y, por ser feriado, tuvo que desplazarse en dirección a Colón en busca de un urbano que lo llevase al centro de la ciudad. Pero no llegó. De improviso se dio con un grupo de gente que corría delante de un cabo a caballo que emprendía, sable en mano, encarnizada persecución contra todo tipo de espectador que intentase ver el partido de Perú desde la copa de algún árbol o ventajosamente encaramado en alguna tapia. Acompañaban a este empeñoso Atila cuatro jinetes más. Pero en su arremetida el mentado cabo hirió a Villalobos con el sable abriéndole un tajo de cinco centímetros sobre el pómulo derecho, muy cerca del ojo. Otros cayeron de los árboles y quedaron malheridos. Miguel Donaire, de ape-
« un cabo a caballo
que emprendía, sable en mano, encarnizada persecución contra todo tipo de espectador que intentase ver el partido de Perú »
nas 21 años y con domicilio en San Carlos 350, terminó con golpes en el muslo y la ceja, y fue llevado a la asistencia. Allí coincidió con Julián Rodríguez, de 27 años, adornado por múltiples heridas y lesiones producidas al caer desde la elevada copa de los árboles (algunas de estas acogedoras copas todavía se pueden disfrutar hoy). El más contuso, y también el más osado, era Luis Ríos, domiciliado en el 768 de la célebre calle de Monopinta. Sus lesiones eran diversas y a lo mejor se las había ganado en su ley. Desafiando todo criterio, este vecino de Monopinta pretendió ingresar al estadio sin entrada. Mejor dicho, lo logró y fue perseguido un rato largo por la policía en el interior del recinto. Y cuando le cayeron, le cayeron todos. No basta portarse bien, sin embargo. A veces la fatalidad lo busca a uno de manera gratuita. Don Teodosio Colareta, por ejemplo, mandó a los medios una carta indignada denunciando haber sido pisado por un caballo cuando hacía cola en el Stadium con su entrada en la mano, como buen ciudadano.
Cada hincha un director técnico Y hay más perfiles de esta Copa América 1927 que son absolutamente contemporáneos. Luego del debut ante Uruguay y antes del partido con Bolivia, cada opinante se convirtió en entrenador de fútbol a la hora de indicar en voz alta cuál debía ser la on-
BRÚJULA Nº 17
« cada opinante
se convirtió en entrenador de fútbol a la hora de indicar en voz alta cuál debía ser la oncena correcta »
cena correcta. Y, como siempre, se discutía con pasión de camiseta doméstica. El propio técnico Pedro Olivieri habría de declarar, poco antes de abordar el vapor que lo alejaría del Perú, que uno de los problemas centrales era que en el ánimo del jugador pesaba más la camiseta del club que la de la selección. Y el aficionado parecía ver las cosas de la misma manera. Quizá como siempre. “¡Sobran jugadores de Alianza!”. “¡Falta más gente del Chalaco!”. En un mundo oral, donde la tertulia vecinal era por igual cotidiana e interminable, no era todavía tan común trasladar el debate a la esfera pública y masiva. Aunque no faltaron unos pocos pioneros que se animaron a enviar sus cartas a las redacciones de los diarios, no importa si apelando o no a seudónimos. Un tal Hus, por ejemplo, se preguntaba cómo discutir todavía el valor superior del
37
arquero Segalá, del defensa Maquilón y del cimbreante Cochoy Sarmiento, que no habían sido considerados por el seleccionador. Nadie podía cuestionar la superioridad de Segalá sobre Pardón. El juego de Maquilón era de por sí admirable, y si bien Sarmiento tenía sus altas y sus bajas, solía dejar de lado la apatía ante los grandes.
Expresa), y conocido entonces como “La Posada Sangrienta”.
Benjamín Villalón, desde Miraflores, añadía argumentos al debate y señalaba, contundente, que Muro y Villanueva nunca podrían igualarse a Sarmiento y Neyra, y que Filomeno García estaba por debajo de Saldarriaga.
Esa tarde del Perú-Argentina representaba su última opción de recaudar, de manera que Barrientos decidió jugárselas todas. Provisto de una escalera y de una docena de ladrillos, Pepe subió al techo del departamento ocupado por Juan José Soto Lugones y, sin más trámite, procedió a acomodar espectadores por la nada despreciable suma de veinte centavos cada uno. Las entradas volaron y pronto no se podía encontrar ladrillo disponible. Entonces el portero, astuto, decidió hacerse de tablones para instalar una segunda tribuna, cobrando el doble a quienes ocupaban las remodeladas instalaciones con su nuevo aforo.
Joyitas aurorales Y la actual prensa verraca de a medio sol hubiera disfrutado un rato largo una noticia como la siguiente: “Percance en La Posada Sangrienta”. Ya conocemos la manera poco edificante en que los hombres de la caballería arremetían sable en mano contra el follaje de los árboles. No caían manzanas ni ramas desgajadas, sino aficionados generalmente jóvenes, que pretendían apreciar las incidencias del partido desde ese otro verde de copas. La otra modalidad libre, la de los techos, tampoco resultaba del todo segura llegada la hora de la verdad. Así ocurrió durante el encuentro entre peruanos y albicelestes, y el destino, a veces mordaz, quiso que la fatalidad escogiera un inmueble ubicado en la calle Unanue, esquina con la carretera de Chorrillos (hoy Vía
38
El vivo en esta historia de caídos resultó ser José Barrientos. Pepe El Vivo se desempeñaba como portero del inmueble, y desde el comienzo de la copa había calibrado las perspectivas “marketeras” que se abrían en su camino.
Las posibles ganancias de Barrientos alcanzaban un rango de cinco a seis soles, suma que seguramente terminó por enceguecerlo. Todo iba bien hasta que empezó el partido, vino el golazo de Villanueva... y las vigas se cimbrearon, dando todos con el cuerpo a tierra en medio de la polvareda, los ayes, los quejidos y los escombros. Carlos Gutiérrez Mejía, José Iparraguirre y Carlos Calle, los más lastimados, fueron conducidos de inmediato al Hospital Dos de Mayo, a la Sala Santo Domingo donde,
adoloridos de cuerpo y alma, se enteraron de los goles argentinos.
El técnico: un problema de siempre En general la crítica había sido severa con el seleccionado. Las plumas dejaban entrever que había cierto favoritismo de clubes. Mucha gente de Alianza y muy pocos del Chalaco, para citar a los protagonistas de turno de lo que han sido y serán las argollas. Como si los protagonistas solamente cambiaran y los temas fueran los mismos de siempre, al término de la Copa América el sector más reposado de la crítica llegó a la conclusión de que la modernización del fútbol –de progreso se hablaba en la Lima de Leguía– no era posible con jugadores ya contaminados. Y así como habían mandado a jubilarse a José María Lavalle tres años antes de su
« pero no tuvo
BRÚJULA Nº 17
el tiempo de demostrarlo y está por verse si había logrado entender o no la forma de ser de los peruanos »
baile mundialista en el Centenario, invocaban los críticos a trabajar desde cero. A empezar de nuevo con los jóvenes y con la preparación especializada que se había intentado aplicar por primera vez con esa oncena del 27, solamente que muy tarde y sin el éxito deseado. Al uruguayo Olivieri lo pasearon los dirigentes con su calidad de siempre. El sueño (como ahora) era formar una selección permanente y para ello se planteaba la continuidad del técnico uruguayo que estaba dispuesto a tomar el mando más allá del corto plazo. ¿Era Olivieri buen técnico? A lo mejor sabia mucho pero no tuvo el tiempo de demostrarlo y está por verse si había logrado entender o no la forma de ser de los peruanos. Cuando la mecida dirigencial se tornó evidente, agarró el primer vapor y no se le vio más. Hubo medios aquí que lamentaron su ausencia y otros como La Crónica que se limitaron a informar su viaje y a ignorarlo. El Comercio le hizo una entrevista extensa en la cual el uruguayo dejó un par de verdades. Éramos infieles todavía en materia de preparación y faltaba evangelizarnos un rato más aún. Con él o con el que viniera luego era preciso trabajar solamente con los jóvenes entre los 18 y 20, para estar a salvo de toda contaminación. Un poco más y nos tilda de arcaicos, como parece acaba de descubrir Aldo Panfichi. La mayor dificultad encontrada en el trabajo de aquella copa de 1927 era que los jugadores en ningún momento pensaban y actuaban como
39
« el mayor
pecado era el poco cuidado del físico y recomendaba no solamente una mejor conducta sino una mejor ingesta alimentaria »
grupo de selección, sino básicamente en función de su equipo de origen. La selección, para Olivieri, se volvió un tema de “los de Alianza”, “los del Chalaco”. Y finalmente el técnico charrúa advirtió que el mayor pecado era el poco cuidado del físico y recomendaba no solamente una mejor conducta sino una mejor ingesta alimentaria. “No puede ser que a todo le pongan mostaza”, fue su sentencia culinaria. Durante un tiempo pensé que el buen uruguayo ni se había dado cuenta de que aquello era ají y no mostaza, pues echarle ají a todo vaya y pase. Hasta uno lo hace si lo dejan. Pero esa observación habría sido satirizada por los críticos contrarios a Olivieri. A lo mejor es cierto que a los jugadores se les dio por ponerle mostaza a todos los alimentos, del mismo modo y por las mismas razones seculares por las
40
que los muchachitos de México 70, en su cuarto de hora, optaron por tomarse el agua y el limón de los aguamaniles. Saque si quiere ganar… la idiosincrasia no se cura fácilmente.
Diagnóstico de la crítica Bueno. Casi hemos llegado al final. Falta la cereza. No tendría sentido el derrotero si no reparamos en la conclusión central de la crítica deportiva de 1927, a copa concluida. El desaire al técnico y a los planes modernizantes fue total. Hasta en dos ocasiones se reunieron los dirigentes, mientras La Prensa aseguraba que esa noche se optaría por oficializar la contratación de Olivieri y el fútbol peruano tomaría por fin la ruta del progreso. Mecidas, tan solo mecidas. Al final el desaire al buen sentido fue tan fuerte que llevó a un redactor de La Prensa, de seudónimo Amateur, a franquearse, a descargar su conciencia y dejarnos expresiones que son excepcionales. “Todos esperaban –dice– que tras los deseos de Olivieri de permanecer en el país todo el tiempo que fuera necesario sus servicios serían contratados en definitiva para iniciar así la era de progreso de ese deporte. Pero con gran sorpresa se ha visto que los dirigentes le han dado la espalda para dar lugar a que se marchara de Lima”. Y Amateur no se contuvo felizmente. “Se ha formado un círculo vicioso en torno al cual giran apetitos insaciables que
jamás quieren apartarse del manejo de los deportes. Año a año ellos mismos renuevan sus nombramientos y luego eligen a sus adláteres que han de hacer causa común con ellos”. Casi un vidente del siglo, Amateur concluye (acaso como usted o yo alguna vez) en empezar desde abajo. “Se impone la necesidad de renovar el edificio institucional desde sus cimientos para así centrar las bases del progreso del deporte en nuestro país”. El mito de eterna refundación, la sensación de pretender sostenerse en arenas movedizas. Lo que usted quiera lector, pero ante todo relájese. Recupere la conciencia. Este no es el peor mundillo futbolero, es solamente el mundillo que co-
BRÚJULA Nº 17
nocemos. Hemos llegado a destino. Tengo más crónicas pero para otra vez será. En este viaje inaugural lo hemos llevado a lo más remoto, al tiempo fundacional, y estoy seguro de que usted se ha sentido muchas veces en el presente. Cuánta razón tenía don Jorge Basadre cuando advirtió que toda historia es contemporánea, pues por lejano que sea el tiempo pasado al que uno se remonta… esa época siempre será vista con los ojos del presente. Solamente que en este espejo de 1927 la resemblanza contemporánea nos escupe desde el espejo. Cálmese. Las cosas vienen de mucho más atrás, solamente que el balón enloquece. Recupere el sentido hasta el siguiente pitazo inicial.
41
M i g u e l
H u m b e r t o
A g u i r r e
G u a j a r d o
Que levanten las manos “Que levante la mano” fue el pedido en fusas y semifusas, en negras y blancas, corcheas y semicorcheas hecho por Lucho Paz y su Banda Brava primero, y luego por muchos otros como el Grupo 5. Todos la hemos cantado, como todos nos hemos lamentado del momento de nuestro fútbol. ¿Pero podremos “levantar nuestra mano” y decir: “conmigo no”, destacando nuestra inocencia? De una u otra forma, en la crisis del fútbol, todos hemos contribuido. Unos por no hacer nada, otros por muy pasivos y otros por negativos totales. Siempre, y por muchos años, hemos vivido el fútbol recordando. Nuestra existencia era pasado. Pensamos en lo pasado y creemos que, para el fútbol nacional, eso ya es historia. Los malos e insustanciales instantes que se están viviendo son el resultado de un prolongado rosario de errores y equivocaciones que se dan en todos los escenarios abiertos para el balompié.
42
Dirigentes, futbolistas, reglamentos, autoridades nacionales y también la prensa han contribuido para llegar al momento vivido en estos días y para el cual no se ve la solución inmediata. Nos ha dominado y sigue en vigencia la mediocridad. Mediocridad en el material disponible, mediocridad en quienes dirigen la actividad y mediocridad en no ver las cosas a un plazo relativo, pero sí imponiendo lo personal. El fútbol peruano perdió hace mucho tiempo su identidad y hoy es mas fácil vivir de recuerdos que atacar el presente y salir en busca de los caminos más transitables para un futuro de posibilidades y un presente esperanzador. Los equipos peruanos –nos referimos a los identificados con el hincha semanal– perdieron toda mística y cada día los “once”, con diferentes camisetas, resultan poco competitivos. Las satisfacciones internacionales nos están prohibidas. Negadas. Vedadas. Tenemos un fútbol donde los niños, los menores, son los primeros olvidados; un fútbol hecho por academias de verano pero jamás por un planificado trabajo realizado en clubes que tienen sus propias canteras. El trabajo con menores, con infantes que a futuro pueden ser sus propios defensores en las divisiones inferiores, resulta deficiente. Es frecuente que para dirigir a los niños se busque a una persona de buena volun-
BRÚJULA Nº 17
« perdieron
toda mística y cada día los “once”, con diferentes camisetas, resultan poco competitivos »
tad. Que guste del fútbol. Esto tiene que ser diferente. El mejor entrenador del club debe ser el conductor de los infantes. Entre nosotros es al revés. El técnico, el monitor del niño debe ser el más completo. Muy preparado. Al chico lo hacen jugar para ganar y le imponen responsabilidad desde el primer día. El niño debe comenzar por divertirse. Entretenerse. Dentro y fuera del campo debe ser tratado como niño y no como adulto. Un vez, en pleno torneo, vi a un “entrenador de menores” –insisto, en pleno torneo– obligando a los chicos a subir y bajar las tribunas de su estadio: un bestia humana. No cabe otra expresión y les ruego perdonarme. Por los jóvenes, en nuestro fútbol, nunca hubo preocupación. Las canteras de la mayoría de los equipos son, como ya se ha dicho, muy deficientes y allí está una de las grandes carencias de nuestro
43
fútbol. Siempre, ayer y hoy, tuvimos figuras de surgimiento espontáneo. Así se estableció el poderío de un fútbol que lo llevó a triunfos en copas sudamericanas y, también, por última vez, a un torneo mundial. Fue el de España 1982. Han pasado 26 años. Los muchachos, la mayor parte de las veces, son incluidos en los primeros equipos sin valorizar conceptos, técnicas ¿Otra razón de la actual realidad? Un sistema de organización, muy parecido en casi toda esta parte del mundo, donde los dirigentes se eternizan. Donde son amparados por un organismo internacional que, fracasados o no, los defiende tapando su ignorancia y desaciertos. El fútbol ha carecido, durante un largo período y temporadas, tan largo como los fracasos, de una planificación. El balompié
« toman su
44
lugar, muy apoltronados, en cómodos sillones, sin el menor proyecto, idea o programa que fije un futuro »
en Perú tiene más dueños de cargos que dirigentes. Son eternos propietarios, también podríamos llamarlos herederos de puestos. Todos toman su lugar, muy apoltronados, en cómodos sillones, sin el menor proyecto, idea o programa que fije un futuro y un mañana para lo que significa el fútbol como actividad. El dirigente figurón fue y, en muchos casos, continúa siendo nuestro y a ello debe sumarse al fracaso de un deporte seguido por todos o por una mayoría, muchas veces con una pasión total y que, ante un fracaso, termina totalmente remecida. La crítica ha sido benevolente con sus intereses y muy dura, en su gran mayoría, cuando está en la barricada del frente Respetamos ambas pero nos preocupa que, en uno y otro lado, se tengan demasiados frentes por atacar y no se deje algo para las modificaciones deseadas, para ver si vamos cambiando. Nos hemos quedado en este frente. Ya ni en los colegios existen los profesores de gimnasia, infaltables en tiempos pasados. Nosotros, por ejemplo, debemos urgentemente tomar nuevos rumbos en la preparación física. En Argentina, con sus jugadores dueños del “chiche” y del fútbol de arte, tuvo que ingresar por sobre todo la velocidad en la preparación física. La velocidad está ausente en nuestro balompié. Se juega a
50 kilómetros por hora cuando selecciones que nos rodean lo hacen a 100 y 200. La velocidad, en el fútbol actual, es la capacidad física determinante y también la que se suma a la técnica, la fuerza, la resistencia y la toma de decisiones. Conseguir dirigentes. Buscar semilleros. Cambiar sistemas de entrenamientos. Trabajos psicológicos con el origen del jugador. Conocimientos de
BRÚJULA Nº 17
los perfiles metabólicos funcionales y neuromotrices. En resumen: organización, detección, formación y proyección profesional son las etapas por “quemar” antes de llegar a un fútbol profesional con respuesta y sabores de triunfos. No se hace de la noche a la mañana. Nada caerá del cielo. “Que levante la mano” quien, en materia de fútbol, no atornilló al revés.
45
L u i s
C a r l o s
A r i a s
S c h r e i b e r
B a r b a
¿Cómo clasificar al próximo mundial? Una propuesta arriesgada: que los seleccionados peruanos no representen al fútbol peruano; es más, que se alejen cuanto sea posible del embrujo incomparable de la tierra que los vio nacer. La lista de deudas pendientes que arrastra el fútbol peruano con morosidad imperturbable es bastante amplia. Entre los puntos más resaltantes está la necesidad de convertir a los clubes de primera división en instituciones sólidas, con infraestructura propia y un número considerable de socios; la organización de torneos competitivos a nivel nacional en divisiones menores; la profesionalización de los dirigentes que manejan este deporte, hoy –en el mejor de los casos– hinchas entusiastas sin mayores conocimientos de gestión deportiva; la ausencia de títulos en la Copa Libertadores (certamen continental que se disputa anualmente hace casi medio siglo y que no ha podido ser ganado solo por clubes de Perú, Bolivia y Venezuela); la urgencia de que los futbolistas asuman con seriedad su
46
profesión, mucho más allá de la mediocridad que puedan encontrar en el medio; y aquí nomás paremos para no hacer esta enumeración interminable.
publicado por la FIFA en agosto del 2008, Perú se ubica en el puesto 69 (comparte el noveno lugar entre los sudamericanos, junto a Bolivia).
Sin embargo, si hay una deuda en especial que le quita el sueño al fútbol peruano es la de clasificar a una copa mundial de mayores. Con postergaciones sucesivas que se han convertido casi en un trauma nacional, desde el Mundial de España 1982 se aplaza este pago, se acumulan los intereses y las selecciones blanquirrojas se arrastran por las eliminatorias sudamericanas, casi con la única esperanza de las “posibilidades matemáticas” después de que han llegado las primeras derrotas de rigor. ¿Qué podemos hacer para acabar con este martirio?
En el ranking mundial de clubes elaborado por la IHFFS (Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol), en agosto del 2008, Cienciano es el mejor club peruano en el puesto 68; le siguen San Martín en el 122 y Bolognesi en el 125. En estos rankings mundiales a cargo de la IHFFS, solo el que califica a las ligas locales de fútbol nos da ciertas esperanzas al colocar al campeonato nacional peruano en el puesto 29 (séptimo entre los diez de Sudamérica). Estas estadísticas pueden ser muy discutibles, pero lo cierto es que nos dan una idea en números de lo lejos que estamos de entrar a una copa del mundo, certamen al que clasifican cada cuatro años 32 selecciones (cuatro o cinco sudamericanas). Para llegar a un mundial, entonces, el camino espinoso, difícil, de muy largo plazo, indica que a grandes rasgos hay que mejorar el fútbol peruano.
La respuesta obvia es que la clasificación a un mundial tiene que merecerse y que para eso el fútbol peruano debe mejorar. En el ranking mundial de selecciones
« lo cierto
BRÚJULA Nº 17
es que nos dan una idea en números de lo lejos que estamos de entrar a una copa del mundo »
Volviendo a las deudas pendientes del inicio de este artículo, eso quiere decir que debemos fortalecer los clubes, trabajar en las divisiones menores, invertir en infraestructura deportiva, profesionalizar a los dirigentes, cambiar la mentalidad de los futbolistas, entre otras acciones que demandan plazos demasiado largos para esta espera angustiosa de ver a la selección peruana en una copa del mundo. Sin querer decir que debamos abandonar esas
47
grandes tareas, aquí proponemos un camino arriesgado pero más directo que podría llevarnos, digamos, a participar en el Mundial de Brasil 2014.
« consiste en
Perú made in Europa La propuesta consiste en tratar de hacer que la selección peruana no represente al fútbol peruano. Si no estamos perdidos. Ya ha sido probado a lo largo de los últimos 25 años: con nuestros clubes, con nuestros dirigentes, con nuestros torneos, con nuestros partidos del día a día en el Campeones del 36 o en el Rosas Pampa de Huaraz, no estamos para pensar en participaciones mundialistas. Dicho con un ejemplo concreto: un país que tiene como su mejor club al Cienciano (que no cuenta con cancha propia ni divisiones menores, ni masa social, ni más de tres dirigentes reconocibles) no puede pretender llegar a un mundial. La puerta de escape a esta realidad nos la puede dar la globalización del fútbol y este fenómeno que hace que los futbolistas emigren cada vez más jóvenes, ya no como figuras relativamente consagradas en su torneo local, sino como prospectos que son pulidos en centros de alto rendimiento de Europa. El Bayern Munich, el Barcelona o el Manchester United, entre tantos otros, buscan a sus figuras de la próxima década tanto en las canteras organizadas de sus ciudades como en los campos perdidos de África, Asia o Sudamérica.
48
tratar de hacer que la selección peruana no represente al fútbol peruano. Si no estamos perdidos »
Lo hemos escuchado decir muchas veces en los últimos meses: “Si tuviéramos cinco o seis jugadores como Paolo Guerrero, seguro podríamos pelear nuestra clasificación al mundial”. De acuerdo. Y bien, Paolo Guerrero quizá sea el jugador que menos representa al fútbol peruano dentro de la selección. Se fue a Alemania siendo un juvenil, nunca jugó un partido de primera división en el Perú; no sabe lo que es pisar las canchas sintéticas de Chiclayo o Chimbote, ni que le tiren corontas de choclo desde las tribunas de Huancayo o el Cuzco; no compartió entrenamientos ni viajes, ni concentraciones, ni juergas, con sus colegas mayores de Alianza Lima. Y es seguramente –usando un lenguaje deshumanizado– el mejor producto que tiene hoy por hoy el fútbol peruano. Nuestra segunda esperanza se llama Reimond Manco, otro juvenil que ya se nos estaba descarriando en Lima, pero que felizmente ha partido al PSV Eindhoven de Holanda,
donde se desarrollará en otro entorno que debe potenciar sus innegables cualidades. ¿No creen que por ahí se nos abre una ventana que nos da ciertas ilusiones para pensar que con estos jugadores podemos clasificar a un mundial? El Mundial de Brasil 2014 puede ser una gran oportunidad. El anfitrión no participará en las eliminatorias, con lo que serán nueve las selecciones sudamericanas que competirán por cuatro (o tres y media) plazas mundialistas. Esas eliminatorias deben disputarse del 2011 al 2013. Los “jotitas”, aquel grupo guiado por Juan José Oré que clasificó al Mundial Sub 17 el año pasado, tendrán entonces de 21 a 23 años. De ellos, solo Manco ya zarpó a Europa, pero es probable que en los próximos meses otros de sus compañeros también den el salto al exterior (¡por favor, que sus representantes se apuren!). Paolo Guerrero, Jefferson Farfán y Juan Vargas bien podrían mantenerse hasta entonces en clubes de Europa, y ya con 27-29 años tendrían la experiencia suficiente para liderar al grupo. Se pueden sumar otros jugadores de generaciones intermedias como Carlos Zambrano, Daniel Chávez o Hernán Rengifo, que igualmente ya están jugando en el fútbol europeo. Allí ya tenemos a un grupo base que en los próximos años podría permanecer relativamente ajeno a las influencias del fútbol peruano. ¿Quién debería ser el entrenador de esa selección? Para ser coherentes con la propuesta, un técnico extranjero, de
BRÚJULA Nº 17
muy buen nivel, que ni siquiera tenga que pasar mucho tiempo en el Perú. Alguien a quien no se le vayan los días tratando de conocer la idiosincrasia del futbolista peruano, ni relacionándose bien con la prensa local, ni tratando demasiado con los dirigentes de la Videna, ni monitoreando el trabajo de las selecciones menores, ni yendo al estadio para ver los partidos del torneo local en busca de una improbable aguja en el pajar. Si quiere que ni pruebe el cebiche ni pose para los fotógrafos con sonrisa congelada cargando una camiseta de la selección peruana en la conferencia de presentación. Que lo suyo sea seguir a los seleccionables peruanos en Europa y trabajar con ellos de alguna manera de acuerdo a la máxima dramática que dejó Carlos Salvador Bilardo cuando los clubes europeos no le dejaban tiempo disponible para que practicara con los seleccionados argentinos antes del Mundial de Italia
« un técnico
extranjero, de muy buen nivel, que ni siquiera tenga que pasar mucho tiempo en el Perú »
49
1990: “Burruchaga tira el centro en Francia y Ruggeri lo cabecea en España”, era la explicación de Bilardo para los entrenamientos individuales que hacía visitando a los jugadores en sus propios clubes. Que trabaje así esta selección peruanoeuropea, casi sin pisar la Videna, juntándose en alguna ciudad de Alemania o Italia, y que venga a Lima prácticamente solo para jugar sus partidos de local. De acuerdo. Quizá sea difícil que el público se identifique con jugadores que no frecuenten los salsódromos de La Victoria, pero ese puede ser otro punto a favor. ¿No se quejan ahora los seleccionados de que el aficionado limeño es muy frío y de que los equipos visitantes juegan aquí sin
50
presión? Pues bien, que la selección peruana juegue también en Lima casi como visitante, sin presión. Siguiendo este camino, seguro no mejoraremos el fútbol peruano, pero deberíamos estar más cerca de Brasil 2014 de lo que estamos ahora de Sudáfrica 2010. Es una propuesta arriesgada, surgida desde la desesperación. No apunta a un trabajo serio de largo plazo –que es lo que debe hacerse en el fútbol peruano– sino a la búsqueda de un objetivo específico. Sin embargo, sacando cuentas y viendo resultados, parece más disparatado creer que podamos estar en Brasil 2014 manteniendo el actual esquema de la selección.
Cuaderno de rutas
L e o p o l d o
C a r a v e d o
M o l i n a r i
Reflexiones no necesariamente deportivas sobre el deporte La psicología deportiva en el Perú es algo más que solo deportiva. Esta es una idea que intento transmitirles a mis alumnos y a todos a quienes he conocido en este apasionante y creativo campo del deporte. Muchos tienen la expectativa de que trasladar mecánicamente la aplicación de técnicas psicológicas al entrenamiento deportivo va a preparar a los deportistas para que ganen sus competencias de una manera casi milagrosa.
BRÚJULA Nº 17
51
Hoy tenemos en España e Italia dos ejemplos de una apuesta seria y sostenida por el deporte y, en particular, por los aportes que la psicología le puede ofrecer. Estos países entendieron que el trabajo psicológico no es una especie de toque mágico, sino que se trata de permitir que un proceso se despliegue, y que la fortaleza mental y emocional en un deportista es el resultado de un trabajo a largo plazo. No es casual que podamos apreciar un altísimo rendimiento en las diferentes disciplinas deportivas. Quienes las practican vienen trabajando desde hace años con equipos de psicólogos y se ha dado todo un desarrollo de la psicología deportiva que ha hecho escuela. Este desarrollo se refleja en la proliferación de facultades de esta especialidad en las universidades, de asociaciones de psicólogos deportivos, congresos sobre psicología deportiva, etc.; poniendo de manifiesto otro aspecto muy importante: que esta visión tiene que estar integrada en la sociedad y en la mentalidad colectiva, ya que las posibilidades de producir un cambio no se pueden sostener sobre un trabajo individual o aislado. Ojalá aquí pudiésemos tener algo similar, pero hay muchas cosas por hacer previamente. Espero que en estas líneas pueda transmitirles, a partir de lo que viví, algunas ideas de lo que se puede hacer. Las personas estamos atravesadas por nuestra cultura, por nuestros afectos y por nuestras creencias. Durante mucho tiem-
52
po ha sido una idea bastante extendida en nuestra sociedad que los chicos que no rendían bien académicamente en el colegio o aquellos dispersos, distraídos, que interrumpían las clases, se dedicaran mejor al deporte, estableciéndose una relación equivocada entre esta práctica y falta de inteligencia. Naturalmente, entonces, muchos de los propios deportistas asumieron que no eran inteligentes. Nada más errado. Para ser deportista hay que ser inteligente y, para ser un mejor deportista, hay que ser más inteligente aún. Por lo tanto, si queremos tener buenos deportistas tenemos que apostar precisamente a desarrollar su capacidad intelectual. Mary Joe Fernández, destacadísima tenista norteamericana, decía que entre las diez primeras tenistas “ranqueadas” en la ATP no había prácticamente variantes en su preparación física y técnica, y que la diferencia la marcaban la capacidad y la preparación mental. Lo emocional y lo cognitivo interactúan directamente en la capacidad de evolución de cualquier deportista. Los aspectos de la personalidad pero también los del entorno, físico, social, familiar, etc. intervienen para favorecer o limitar los potenciales. ¿De qué nos sirve la transmisión sistemática de técnicas y la reiteración permanente de indicaciones si no hay al otro lado quien reciba sus beneficios? ¿Qué mejoras podemos obtener si los deportistas no pueden funcionar como interlocutores
« Los frutos
de este trabajo se pueden apreciar tanto en el número de jugadores que hoy destacan en la escena nacional, como en los que emigraron »
que reciban los mensajes de los preparadores, entrenadores, psicólogos, etc.? En el año 2001, junto con el sociólogo Marco del Mastro, tuvimos un programa en Radio Gol, que duró dos años. Lo llamamos “Caja de Herramientas”. Con el formato de conversaciones, ya fuera con profesionales de distintas disciplinas e intelectuales invitados, así como entre los conductores, intentábamos en este espacio que se valorara el deporte como producto y productor de cultura. Tuvimos en una ocasión la visita del profesor José Chiarella, quien nos contó una anécdota muy ilustrativa. En uno de los equipos que entrenó tuvo el caso de un jugador que parecía totalmente impermeable a sus indicaciones, las cuales no obedecía ni tomaba en cuenta. Grande fue su sorpre-
BRÚJULA Nº 17
sa cuando el preparador físico le informó que dicho jugador era analfabeto. No tenía las herramientas para entender el concepto de lo que se le decía. Probablemente muchas personas considerarían un desperdicio preparar, por ejemplo, a un futbolista en el uso del lenguaje; ¿pero cómo podría ese atleta o deportista o futbolista entender lo que le dicen, entender el sentido de lo que se espera que haga, si no puede operar con las palabras y con los conceptos? ¿Cómo podrá comprender y comprenderse y, por lo tanto, transformar y transformarse? La experiencia que inició hace algunos años el Club Alianza Lima con sus divisiones menores, con Aldo Panfichi y Constantino Carvallo como impulsores del desarrollo académico, intelectual y emocional de los menores, fue un esfuerzo encomiable. Muchos de los jugadores que actualmente militan en primera división formaron parte de ese proyecto. Tuve la experiencia de colaborar en él junto con otros diez psicólogos simpatizantes e hinchas de Alianza, educadores, asistentes sociales, etc., por espacio de dos años. Los frutos de este trabajo se pueden apreciar tanto en el número de jugadores que hoy destacan en la escena nacional, como en los que emigraron y triunfan en el exterior. Desgraciadamente ese entusiasmo no pudo continuar, pero ha dejado una profunda lección: la formación de los jóvenes deportistas debe ser integral. Al lado del aspecto físico están también el mental, el emocional y el social; todos necesitan ser
53
tomados en cuenta, ser estimulados y permitir su desarrollo. El campo de la psicología aplicada al deporte es complejo. Hoy se puede acceder desde diferentes puntos de partida: lo pedagógico, lo organizacional o lo clínico, de acuerdo al requerimiento y al momento de que se trate. Quizás sería más apropiado hablar de equipos psicológicos de trabajo. Cuando uno revisa las páginas web de algunos clubes europeos y mexicanos se puede apreciar que hay de seis a ocho psicólogos por categoría. La tarea es inmensa pero los resultados se pueden ver claramente, y la razón que el tiempo le da a este tipo de esfuerzos.
Érase una vez en 1993 Si bien había apoyado anteriormente a algunos deportistas, fue en el año 1993 que tuve la oportunidad de vivir una experiencia mayor en relación al mundo deportivo de nuestro país, cuando fui convocado para trabajar con la Selección Peruana de Fútbol como psicólogo. Esta experiencia me confrontó con dos realidades en simultáneo: por un lado, con la constatación del déficit de preparación psicológica de nuestros deportistas y, por otro, con la sensación de lo mucho que había por hacer en ese terreno, sensación que viví con ilusión. Ya desde esa época era, y continúo siendo, un convencido de que, desde la perspectiva deportiva, se puede
54
« se puede llegar
a influenciar a muchísimas personas, especialmente a través del trabajo y la preparación de las divisiones de menores »
llegar a influenciar a muchísimas personas, especialmente a través del trabajo y la preparación de las divisiones de menores. Es un espacio privilegiado, porque se puede influir no solo a quien practica el deporte sino a todo su entorno familiar y social, el que a su vez va a ser determinante en su rendimiento deportivo. En una encuesta hecha hace muchos años a deportistas olímpicos se resaltaba lo importante que había sido para estos atletas el apoyo de sus padres. Probablemente –no tengo datos estadísticos específicos– en nuestro medio hallaríamos esta misma constatación, pero en el sentido inverso; es decir, nos encontraríamos con una serie de problemas al interior de las familias que socavan el rendimiento de los deportistas: ausencia del padre, violencia familiar, etc.; es decir, familias de origen disfuncionales.
¿Esto querría decir que no podemos hacer nada? Por el contrario, de lo que se trata es de tenerlo en cuenta, pero para pensar en alternativas y ser conscientes de las necesidades específicas que hay que enfrentar para sobreponernos a la adversidad desde la que parten estos deportistas. Quizá la experiencia del Alianza Lima en las divisiones de menores, con la idea de la formación desde la escuela, puede ser un camino por indagar. Creo que voy dejando traslucir que el ámbito deportivo es y debe ser multidisciplinario; lo que equivale, por otro lado, a desarrollar un espacio de diálogo entre los diversos actores de dicho campo. En el 93, pasaron cinco meses desde el día en que me convocaron hasta que terminó mi vinculación con la Selección Peruana de Fútbol. Como se recordará, en aquella época las eliminatorias eran cortas y constaban de cuatro equipos por grupo. A nosotros nos correspondió definir el pase con Argentina, Colombia y Paraguay. Para esos mismos tiempos teníamos una participación en la Copa América por desarrollarse en Ecuador. En ese campeonato nos correspondió el llamado “grupo de la muerte”, junto con Brasil, Paraguay y Chile. El lugar donde se desarrollaría esta competencia era Cuenca, una bellísima ciudad del ande ecuatoriano. Para aclimatarnos se eligió Arequipa, que tenía la misma altura que Cuenca. Estuvimos una semana trabajando en Lima y luego nos fuimos a la Ciudad Blanca por dos semanas más.
BRÚJULA Nº 17
¿Qué se podía hacer en este período? La figura del psicólogo, intuí, no sería bien recibida en un inicio. Tenía la información de que, luego de la participación de la Sub 23 en un campeonato en Paraguay, donde se había realizado un trabajo psicológico, algunos historiales clínicos de los jugadores aparecieron publicados en un periódico, lo cual lógicamente convocó mucha desconfianza sobre la figura del psicólogo. Por ello consideré que el primer paso debía ser entonces trabajar para crear una relación de confianza, desarrollar lo que en la jerga psicoanalítica se conoce como “alianza de trabajo”. Fue una tarea delicada, pues requería de tres bases: a) Conocer a los jugadores y que ellos me conocieran. b) Favorecer un espíritu de integración en todos los miembros del equipo, incluido el comando técnico.
« trabajar
para crear una relación de confianza, desarrollar lo que en la jerga psicoanalítica se conoce como “alianza de trabajo” »
55
c) Desarrollar vínculos de confianza, sin los cuales no es posible emprender ninguna tarea colectiva. El tiempo era muy corto, las necesidades muy grandes y las posibilidades de acción estrechas. Recuerdo mucho el consejo del preparador físico de aquel momento, quien me dijo: “Doctor, poco y contundente”. Se refería a que en otras selecciones, algunos colegas habían entendido que tenían que copar todos los espacios libres de los jugadores, abrumándolos en lugar de que pudieran apreciar un aporte. Este comentario me ayudó mucho a ubicarme y, a partir de eso, propuse un número de horas para reuniones grupales e individuales. Mi enfoque y mi lectura de las situaciones estuvieron siempre centrados en el terreno simbólico: no en la esfera de lo manifiesto, de las conductas observables y de las motivaciones aparentes, sino en los afectos
y las imágenes que subyacían las relaciones de los futbolistas consigo mismos y con el grupo, así como con el entorno más amplio, incluyendo nuestro país al que representaban. Es decir, en ayudarlos a entender que la relación con uno mismo y con los otros está mediada por una estructura discursiva y simbólica que nos envuelve y nos marca, para que así pudieran ellos integrarse y ubicarse como parte de un conjunto. Un ejercicio muy significativo fue el de la “construcción de una arenga”, en el que todo el grupo reunido, y con la suma de sus aportes individuales, construyó una idea motivadora e integradora, que al mismo tiempo sin embargo nos mostraba las fisuras y las diferencias que no son solo externas, sino que se expresan en la manera como está ubicado cada uno en un discurso. Este ejercicio se apoyaba en el valor de la narrativa en nuestro campo de trabajo, como herramienta para expresar y para entender:
“Fe, garra, unión, ganas, fuerza, ayuda, compañerismo, amistad, alegría, confianza, amor propio, un solo equipo. Vamos Perú, con corazón. Hasta arriba, tener ganas. ¡Perú campeón! Ganar, ratificar nuestras condiciones. Lealtad. Somos 11 contra 11. Que Dios los bendiga y con fe”.
56
Como podemos apreciar, la arenga contiene invitaciones a la elevación del ánimo, construye y expresa sentimientos, valores, motivaciones; pero quisiera detenerme en la última frase: “Que Dios los bendiga y con fe”, escrita por uno de los miembros del equipo. Lo que llama la atención es el enunciado en tercera persona, colocándose en una situación de externalidad, como si las cosas le fueran a ocurrir a otros, no a un nosotros. Más allá de las significaciones individuales de esta autoexclusión, me preguntaba, escuchando a este grupo, si sería esta una construcción social que tenía que ver con nuestro país; si quizás el gran reto que tenemos como nación es la construcción de un nosotros, en primera persona, sintiéndonos parte de un mismo discurso que nos contenga y compartiendo un mismo sentimiento que nos entrelace, es decir, que cree lazos entre nosotros. La Copa América comenzaría con nuestra clasificación a la segunda ronda en el primer lugar del “grupo de la muerte”, cuando nadie daba nada por nosotros al llegar. El viaje de Cuenca a Quito para nuestros siguiente partidos marcó un cambio en la perspectiva: nuevamente nuestro fútbol gitano y la sensación de que los acontecimientos se alineaban en nuestra contra. De vuelta a Lima, y de cara a las eliminatorias, las cosas no mejorarían. Habíamos perdido los dos partidos como locales frente a Argentina y Colombia. Nos tocaba viajar a Asunción y el equipo estaba francamente deprimido; sin embargo, fui
BRÚJULA Nº 17
notificado de que no viajaría con el grupo. El lugar del psicólogo, que en ningún momento había sentido yo que era realmente entendido y apreciado como parte importante del comando técnico, a pesar del aprecio que podían haberme manifestado el entrenador y sus colaboradores, había pasado a ser un rol más secundario incluso ante los resultados adversos. Lejos de comprenderse la mayor necesidad de sostener un trabajo psicológico en esas circunstancias, probablemente algunos directivos, defraudados porque el aporte psicológico no había funcionando “mágicamente”, juzgaron que no había inconveniente en que mi espacio en el viaje fuera asignado a otras personas. A pesar de que no viajaría y que mi posición dentro del equipo técnico iba quedando cada vez más debilitada y sin respaldo, me pareció muy importante intentar operar sobre el ánimo de la delegación y coordiné con el entrenador que la noche anterior al viaje separara un espacio para que yo pudiera hacer una tarea con ellos. Creí en ese momento, y todavía hoy lo veo así, que lo que los jugadores necesitaban era expresar su dolor y no recibir una charla de las llamadas “motivacionales”. Considero que cuando el ánimo es muy intenso opera como una barrera a las palabras. Organicé una actividad en la que ellos trataran de expresar su malestar. Intuí lo que iba a escuchar, pero me pareció necesario de todos modos que lo pudiesen enunciar sin críticas ni discursos lógicos.
57
Les repartí unos pedazos de papel en donde les pedí que escribieran la razón por la que ellos pensaban que, después de haber trabajado tan seriamente, las cosas no estaban funcionando. Les pedí que lo hicieran anónimamente, pues en el tiempo que había compartido con ellos había conocido de su gran dificultad para hablar en primera persona. Luego de unos minutos recolecté los papeles y los redistribuí para dar la sensación de mayor anonimato, pidiéndoles que fueran leyendo su contenido de uno en uno. Me interesaba sobre todo el sentir grupal. Así fueron leyendo: 1. “Mala suerte”. 2. “Mala suerte”. 3. “Mala suerte”. 4. “Mala suerte”. 5. “Mala suerte”. 6. “Yo creía que no existía la mala suerte, pero ahora estoy comenzando a creer en ella”. 7. “Mala suerte”. … Y exactamente lo mismo siguió hasta el final. Una vez terminada la lectura les dije: “Vamos a hacer algo que se hace desde miles de años: vamos a quemar la mala suerte”. Y procedí a quemar uno de los papeles y ponerlo en un cenicero grande. Uno a uno se fueron incorporando los jugadores e imitaron mi gesto. Entre tanto, un grupo comenzó a hacer sonidos de
58
« que era posible
revertir su destino pero, sobre todo, el valor de los lazos de afecto; que eran un equipo, que no estaban solos en esto »
tambor como si estuviésemos en una reunión tribal. Se había producido un clima muy intenso de integración. Escuché decir: “O’e compare, esto parece tribu”. Al finalizar este pequeño ritual les deseé buena suerte y les reiteré que los acompañaba con mi aprecio. Cuando nos fuimos despidiendo, los abrazos y el afecto expresados fueron genuinos. Por supuesto que no esperaba que esto tuviese un efecto mágico y se produjera el triunfo. Solo intentaba transmitirles que ellos se tenían a sí mismos, que era posible revertir su destino pero, sobre todo, el valor de los lazos de afecto; que eran un equipo, que no estaban solos en esto. Fue una intervención que se propuso acompañarlos desde un mundo “imaginario” y “mágico”, para poder ir construyendo un pasaje a lo simbólico. Hasta ahí llegó mi participación con el seleccionado. Imagino que cinco meses de
trabajo fueron considerados por los directivos un período suficientemente prolongado. Ahora, cuando veo otras experiencias cercanas, me entristece apreciar que el trabajo sobre lo concreto y lo conductual más externo ha ganado de nuevo terreno y que, paradójicamente, ese afán de trabajar con lo evidente es lo que impide comprender que –en nuestro medio por lo menos– se requiere de una mirada que pueda abarcar además otras dimensiones. No se trata de excluir las intervenciones concretas sobre la conducta o la motivación más conscientes en la práctica psicológica en el deporte, sino de comprender que las directivas y técnicas psicológicas no pueden ser viables si no tomamos en cuenta los contenidos subyacentes, que son los que sostienen y moldean lo que vemos externamente.
Epílogo Mientras escribía estas líneas, recibí la ingrata noticia de la muerte de Constantino Carvallo. Para él mi recuerdo por el esfuerzo que hizo no solo por los chicos
BRÚJULA Nº 17
del Alianza, sino por todos aquellos que prestaron atención a su propuesta y pudieron haber sido influidos por su experiencia para adoptar las iniciativas que él desarrolló en sus propios clubes e instituciones. Cuando tuve la oportunidad de colaborar en ese proyecto se hizo muy evidente que trabajar en el futuro del fútbol requiere de la convergencia de educadores, asistentes sociales, médicos, profesores de educación física, nutricionistas, sociólogos y psicólogos, como parte de una mirada multidisciplinaria. En la experiencia del Alianza dialogábamos, es decir, no solo hablábamos sino, muy importante, escuchábamos. Para que se desarrolle la psicología deportiva en nuestro medio es necesario que los psicólogos escriban, estudien, compartan, intercambien, se acompañen, aprendan, exploren. Para ello precisamos dirigentes que sean capaces, que a su vez estén dispuestos a aprender y que no se queden mirando solo sus propias ideas. Como diría Fernando Pessoa: “Uno es del tamaño de lo que ve”… y hay que poder ver lejos.
59
A l e j a n d r o
M o r a l e s
B o l o g n e s i
¿Asociación civil, sociedad anónima o mecenazgo? Un análisis breve del proyecto de ley Nº 2542/2007-CR El 26 de junio de 2008 se presentó en el área de trámite documentario del Congreso de la República el proyecto de ley Nº 2542/2007-CR denominado “Ley de Reestructuración del Fútbol Profesional”, suscrito por los miembros del Grupo Alianza Parlamentaria en apoyo al congresista Yonhy Lescano Ancieta. En dicho proyecto se propone, básicamente, efectuar cambios radicales en los clubes de fútbol, buscando que se constituyan en entidades privadas con fines lucrativos y que sean administradas eficientemente, para lo cual tendrían que dejar de ser asociaciones sin fines de lucro que, a tenor del proyecto de ley, son inconvenientes y sin la capacidad de efectuar actividades lucrativas para la propia institución1.
60
La discusión sobre la forma de constitución de los clubes o instituciones dedicados al fútbol, es decir si deben continuar siendo asociaciones civiles o transformarse en sociedades anónimas, es de mucha actualidad, pero no solo debe analizarse desde el aspecto deportivo sino desde el aspecto financiero y legal. Sería muy ligero seguir la opinión mayoritaria, y a veces poco informada, que considera que únicamente siendo sociedades anónimas se podrán fortalecer económica, social, administrativa y deportivamente. Las instituciones deportivas, en su mayoría, se encuentran constituidas como asociaciones civiles, dedicadas al fútbol o a varias disciplinas deportivas, bajo el amparo del artículo 2, inciso 13 de la Constitución Política de la República del Perú de 19932, el cual establece que toda persona tiene derecho a asociarse en diversas formas de organización jurídica sin fines de lucro y sin autorización previa, las cuales no pueden ser disueltas por resolución administrativa. Al estar constituidas como asociaciones civiles, su principal ingreso son las aportaciones ordinarias mensuales de sus asociados; pero si bien por doctrina y legislación no tienen fines de lucro, eso no significa que no puedan efectuar
1
2
3
« no puedan
efectuar actividades lucrativas... que les generen renta, sino que los asociados no pueden servirse de las ganancias de la asociación »
actividades lucrativas o, mejor dicho, que les generen renta, sino que los asociados no pueden servirse de las ganancias de la asociación. De lo contrario asociaciones civiles como colegios y escuelas, iglesias, organizaciones vecinales o comedores populares no podrían obtener ingresos para subsistir e incluso desarrollarse y crecer. El ánimo de lucro hace mención al interés de obtener ganancias patrimoniales a costa de terceros3, donde la diferencia entre las sociedades de fines lucrativos y las
Lescano Ancieta, Yonhy. Proyecto de ley Nº 2542/2007-CR. Lima, Congreso de la República, 2007, p. 3. Landa Arroyo, César y Ana Velasco Lozada. Constitución Política del Perú 1993, séptima edición. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1993, p. 20. De Belaunde, Javier, Beatriz Parodi y Walter Albán. Selección de textos de personas jurídicas. Lima, Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997, p. 161.
BRÚJULA Nº 17
61
asociaciones sin fines de lucro estriba en el hecho de que, en el caso de las primeras, los ingresos son distribuidos entre los asociados, mientras que en la segunda no se distribuyen sino son utilizados discrecionalmente en beneficio de la persona jurídica, en este caso un club de fútbol o de cualquier otra disciplina deportiva. Por tanto, es errada la aseveración, indicada en el proyecto de ley que nos ocupa, de insinuar que las asociaciones civiles sin fines de lucro, lo cual es redundante, al realizar actividades que les generan ganancias estarían yendo contra su naturaleza; es un error jurídico expresarlo, tal como hemos mencionado anteriormente, pues el ánimo de lucro va dirigido a los miembros o asociados de la asociación civil mas no a la persona jurídica en sí. Enfocando nuestra atención en los clubes deportivos dedicados al fútbol, es cierto que la realidad de nuestro país nos hace pensar que su constitución como asociaciones civiles constituye la principal razón por la que no “despegan” económicamente; sin embargo, existen ejemplos en Sudamérica y Europa que contradicen esa afirmación. En España tres de las principales instituciones deportivas donde se practica el fútbol, además de otros deportes, el Fútbol Club Barcelona, el Real Madrid Club de Fútbol y el Athletic Club de Bilbao, han permanecido siempre en la primera división bajo la constitución de asociaciones civiles. Además son los más “coperos”,
62
tanto en copas del rey, como en campeonatos de liga. Y siendo asociaciones civiles sus principales ingresos son los aportes de los asociados, además de los auspiciadores, pues hoy en día el márketing deportivo es una de las principales herramientas de ingresos para fortalecer las instituciones, mas no los intereses personales de los asociados. A manera de ejemplo podemos estudiar cómo se consolidaron grandes instituciones en Sudamérica, como los clubes Atlético River Plate y Atlético Boca Juniors de Argentina, o el Club Nacional de Fútbol de Uruguay, entre otros, y nos daremos cuenta de que muchas siguen como asociaciones civiles encabezadas por una capaz y responsable dirigencia y por el número de asociados que han ido incorporando en el transcurso de los años. Esto no significa que las instituciones deportivas dedicadas al fútbol no puedan fortalecerse en sus diferentes aspectos al
« encabezadas
por una capaz y responsable dirigencia y por el número de asociados que han ido incorporando... »
constituirse como sociedades anónimas, pero al igual que una asociación civil las entidades o personas naturales que deseen comprar acciones van a considerar la rentabilidad de la institución y si posee una administración responsable y con proyección de futuro. La libertad de asociación les brinda a sus asociados la posibilidad de transformar sus instituciones en las diversas formas societarias posibles, siempre en búsqueda del beneficio social; sin embargo, esta no debe ser impuesta como se pretende efectuar con el proyecto de ley Nº 2542/2007-CR, al forzar de algún modo la disolución de las asociaciones civiles para constituirse en sociedades anónimas, lo cual resulta inconstitucional pues, como bien analiza Marcial Rubio Correa4, la administración pública no puede disolver las asociaciones, solo pueden hacerlo sus asociados de acuerdo a sus estatutos. Esto mismo es enfatizado por Mario Seoane Linares5, quien menciona la autonomía legal de las asociaciones civiles y los diversos principios legales y constitucionales que regulan su funcionamiento, siendo sus asociados quienes deciden su devenir, precisando que no deben repetirse actos de los poderes públicos que generen obligaciones contra la autonomía legal. Por tanto, el mencionado proyecto de ley no
4
5
« se encuentran
en crisis por no haber tenido una política responsable de captación de socios ni de conformación de juntas directivas »
solo no ha tomado en cuenta diversos aspectos que rodean la vida institucional de los clubes deportivos, sino que tendría vicio de inconstitucionalidad. Las instituciones deportivas peruanas se encuentran en crisis por no haber tenido una política responsable de captación de socios ni de conformación de juntas directivas de acuerdo a sus necesidades, así como por carecer de administraciones con visión empresarial que busquen consolidar a la “institución” como un producto prestigioso y agradable para los auspiciadores, inversionistas e incluso para los hinchas que son los potenciales asociados. En el Perú los clubes de fútbol tienen un número muy bajo de asociados y solo
Rubio Correa, Marcial. Estudio de la Constitución Política de 1993. Tomo 1. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999, p. 327. Seoane Linares, Mario. “Fútbol y derecho de asociación”. En: Jurídica, Suplemento de Análisis Legal del Diario El Peruano. Lima, martes 29 de julio de 2008, pp. 4-5.
BRÚJULA Nº 17
63
algunos superan el millar, situación que difiere de la realidad de otros países de Sudamérica como Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, donde incluso los equipos considerados “chicos” agrupan a más de dos mil asociados y poseen además sedes deportivas y campos de entrenamiento. Difícilmente podemos hablar de un profesionalismo real en el fútbol peruano pues no existen instituciones sólidas que cuenten con un número adecuado de asociados o accionistas. En el Perú, un ejemplo de institución deportiva que ha demostrado que puede mantenerse en actividad y en crecimiento, constituida como asociación civil, es el Club de Regatas Lima, que empezó con un muelle colocado por sus propios asociados fundadores, quienes practicaban “la boga” o “remo” y año a año fueron aportando más, dependiendo de los requerimientos de la institución, para su mantenimiento y su crecimiento. La situación de este club evidencia la ligereza con que se ha diseñado el proyecto de ley Nº 2542/2007-CR, pues debe ser de conocimiento de los miembros del Grupo Alianza Parlamentaria que el Club de Regatas Lima cuenta con un equipo de fútbol que participa en la Copa Perú buscando su ascenso a la segunda división, y por qué no a la primera, por lo que sus asociados tendrían que disolver una forma societaria que ha funcionado desde 1875 de manera eficiente, algo que sería una contradicción para el objetivo que se busca de fortalecer
64
las instituciones deportivas al constituirse en administraciones eficientes. La realidad del Club de Regatas de Lima debería ser la de nuestros clubes de fútbol, pues estos en otros países no se centran en una sola disciplina, sino que participan activamente en otras más. Debemos tomar en cuenta que las instituciones deportivas dedicadas al fútbol profesional en el país no han sido sustentadas económicamente por las aportaciones de sus asociados, pues además de ser muy pocos tampoco cumplen con pagar las cotizaciones que les corresponden, sean ordinarias o extraordinarias. Por lo general las instituciones han subsistido con los aportes de mecenas golondrinos, quienes en lugar de consolidarse como inversionistas deportivos y efectuar sus actos en concordancia con los asociados, se han servido de los contados éxitos para obtener beneficios económicos persona-
« Difícilmente
podemos hablar de un profesionalismo real en el fútbol peruano pues no existen instituciones sólidas »
les, hechos que han violentado la figura de las asociaciones civiles y que los asociados han debido denunciar ante las autoridades administrativas y judiciales, pues van en contra del Código Civil Peruano y, peor aún, de la Constitución Política de la República del Perú. Es cierto que, para consolidarse, toda institución deportiva requiere de aportes económicos; sin embargo, estos deben ser captados y utilizados siguiendo las normas institucionales y no a través de actos individuales que no busquen su consolidación, Los clubes de fútbol en el Perú son débiles por el mecenazgo y la actitud ”resultadista” de la afición. Nunca les interesó constituir instituciones deportivas estables, sino únicamente obtener resultados positivos coyunturales sin proyección de futuro; por ello, en la actualidad la responsabilidad es compartida no solo por los dirigentes e hinchas, sino incluso por la prensa deportiva y los entendidos del fútbol que no vieron que el éxito se consigue no solo por el aporte económico golondrino para una competencia internacional o local,
BRÚJULA Nº 17
sino consolidando instituciones sólidas que transciendan y se mantengan en el futuro. Reitero, entonces, que todo depende de las administraciones de los clubes, que deben tener la visión, el profesionalismo y la responsabilidad para hacerlos crecer y de ese modo incentivar a los hinchas a asociarse y poder disfrutar de un proyecto serio, que tenga como resultado la posesión de instalaciones propias, donde su equipo de fútbol pueda entrenar y los socios puedan practicar deportes. En conclusión, el proyecto de ley Nº 2542/2007-CR, más allá de constituirse en una solución a la problemática de los clubes deportivos peruanos, y en especial a los dedicados al fútbol, podría ser un grave problema y un atropello a estos. Más bien debe tenerse claro que toda institución, sea asociación civil o sociedad anónima, depende en cuanto a su existencia y permanencia del aporte de sus asociados o de sus accionistas según sea el caso; y por supuesto de las inversiones que puedan conseguir sus directivas, las cuales solo llegaran si hay proyectos serios y con proyección de futuro.
65
R o b e r t o
P o l a c k
Q u i s p e
El fútbol peruano y la política El manejo del fútbol peruano se parece cada día más a la politiquería; infelizmente el parecido (¿o parentesco?) copia con esmero la satrapía oscura y hedionda de lo inmoral. El ingeniero Woodman quiere autoerigirse como el adalid de nuestro fútbol, sin embargo reacciona tarde en su intento por hacer respetar la reglamentación del deporte que debió cautelar de modo diligente; Burga no mostró el mínimo rubor cuando decidió postular a ganador para continuar dirigiendo la FPF, y el gobierno, sopesando la coyuntura adversa, postergó las medidas de fuerza contra él, demostrando que todos juegan un partido distinto; probando que, como en la política, en nuestro fútbol los cadáveres tampoco existen y que Manuel Burga Seoane puede vivir tranquilo conviviendo con sus antiguos detractores. El fútbol peruano está ausente desde 1982 de los mundiales, hace diez años que no estamos en una final de Copa Libertadores (Sporting Cristal perdió 1 a 0 ante Cruceiro
66
en 1997) y tuvieron que pasar 25 años para que ocurriera (Universitario perdió ante Independiente la final de 1972). Es probable que existan ilusos que arguyan a favor de la campaña del club Cienciano, campeón de la Copa Sudamericana 2003; sin embargo esto hace más palmaria la anarquía y falta de planificación que impera en nuestro fútbol, pues ninguno de estos hechos fue fruto de un plan maestro que señale la ruta del balompié. Cada club, a su buen entender, inició una etapa, teniendo como parámetro la renga ley del deporte y la poca solvencia económica; así es como se gestaron nuestros triunfos, ni más ni menos. Todos hablan del trabajo de bases, de la clase dirigencial mediocre, del peso y talla de nuestros futbolistas y de su pobre alimentación, del grass sintético, de las cábalas, del nuevo oráculo de nuestro fútbol: Magaly Medina. Todos tienen una receta distinta, que no es más que un antibiótico que calma el síntoma pero no cura la enfermedad. ¿Acaso alguien se dedicó a integrar las tesis, a homogeneizar los criterios, a dejar de lado la estupidez obcecada de creerse dueño de una verdad que no existe? El fútbol no va a volver a ser exitoso cuando la FPF adecue sus estatutos al IPD. No vamos a emerger del fracaso luego de que Burga renuncie a la federación. Si esto ocurre llegará una brisa de decencia a nuestro ámbito deportivo que pronto desaparecerá, pues el discurso opositor no es visionario ni sistémico, se basa en una oposición sorda, sin estrategia, sin futuro, vulgar.
BRÚJULA Nº 17
Sudáfrica 2010 – Las uvas están verdes Si existiera un control técnico, físico, institucional; una superintendencia democrática, profesional y decente no tendríamos el fútbol que padecemos ni los dirigentes profesionales de la derrota, expertos de la eliminación, eruditos del recurrente casi, que amenaza perennizarse en nuestro balompié. Si tuviéramos mayor apego al periodismo probo, que nunca da un paso atrás, solemnemente casado con la verdad, no magnificaríamos pírricas escaramuzas ni venderíamos el cielo cuando hace tiempo moramos en el averno del fútbol. Si tuviéramos hinchas contestatarios, con el amor de siempre pero con ira revolucionaria, no le cantaríamos avemarías cada tarde gris de fútbol a esos once
« esto hace más
palmaria la anarquía y falta de planificación que impera en nuestro fútbol, pues ninguno de estos hechos fue fruto de un plan maestro »
67
imprecisos, áulicos, huérfanos de talento, que merced a un trato misterioso se visten la gloriosa aquella que no se mancha, por la que morimos un poco cada tanto, “hay cosas más altas que llorar amores perdidos” (gracias por la frase, Manuel Scorza) Si tuviéramos memoria, agenda y cuidado respecto de los males de nuestro fútbol, no viviríamos la historia una y otra vez y le otorgaríamos cabal sentido al término profesional (olvidado adjetivo). Si nos atreviéramos a firmar un TLC del fútbol con las primeras potencias, hartos del tercer mundo del balompié, ajustando el trabajo físico, la alimentación y la educación técnico-táctica de menores, el “roce deportivo”, la infraestructura, una operación manos limpias en la dirigencia; en suma, la apuesta profunda, concienzuda e inteligente, pondríamos el pequeño vagón de nuestro fútbol en el riel que lleva a buena estación. Pero luego de 27 años seguimos añorando los goles de
68
Cubillas, los pases mágicos de Cueto y la dictadura implacable de José Velásquez en la media cancha. Continuamos aguardando la resurrección de “Lito” Salinas para que gobierne el fútbol, y la vuelta de los mecenas que subvencionaron el hoy alicaído deporte con buena voluntad pero sin afán visionario, postergando la tendencia de las sociedades anónimas que ya capitalizaban en el balompié del primer mundo. Las recetas son simples, pero la idiosincrasia criolla, el afán patológico por buscar el orificio protervo por el cual escapar de la ley, el santuario vacío de paradigmas y el alma antideportiva de quienes dirigen nuestro deporte ponen la zancadilla ruin al magro puntero mentiroso trasnochado que se aventuraba por la banda para tirar un centro con la cabeza “enterrada”. 1986, 1990, 1994, 1998, 2002, 2006... No son números acumulados al azar para los amantes del fútbol,
Mapa Mundi
J o r g e
M o r e n o
M a t o s
“Hoy es un día histórico, hijo” * Mis padres siempre estaban discutiendo. El final de la jornada para mi padre era el inicio de una nueva de discusiones. Fue cuando todos desarrollamos la sana costumbre de ir a la cama temprano. Una noche me llegó el rumor lejano de una de esas tantas discusiones. Pude darme cuenta de que el rumor crecía, se acercaba. Abría la puerta. “Déjalo tranquilo”, fue el ahogado reclamo de mi madre, y la réplica firme y decidida de mi padre encendiendo la luz: “No, esto es importante”. Desde que traspasaron el umbral supe que esta discusión no era de las de siempre. “Hijo, despiértate”, porfiaba
* Fuente: Jorge Moreno Matos / Empresa Editora El Comercio S.A.
BRÚJULA Nº 17
69
mi padre. “Vístete”, ordenó cuando seguí el teatro de despertarme y hacer de cuenta que no sabía nada, lo cual no me costó mucho trabajo. Pese a oponerse a que saliera a esa hora de la noche, noté un aire de resignada tranquilidad en sus palabras. “Mañana tiene que ir al colegio”, insistía sin mayor esfuerzo mi madre. Y yo sin saber de qué se trataba todo esto. Pero de pronto surgió la primera sorpresa de aquella noche: “No, viene conmigo”. ¿A dónde? ¿Para qué? Mi padre sacó el auto y enrumbó hacia la Vía Expresa. Entonces me asusté. Me percaté de que el tráfico en nuestro carril era gigantesco, mientras que del otro lado no había un alma. Parecía como si todo Lima escapara al mismo sitio. “¿A dónde vamos?” pregunté, y entonces vino la segunda sorpresa de la noche. Mi padre, que no es de hablar mucho, empezó una larga, eufórica disertación sobre la historia del Perú, la importancia de esa noche y que, por memorable, nunca la olvidaría. What?
« empezó una
70
larga, eufórica disertación sobre la historia del Perú, la importancia de esa noche »
Cuando el auto no pudo avanzar más, mi padre, al igual que todos, abandonó la Vía Expresa y buscó un lugar donde estacionarlo. “Bájate, iremos a pie”, ordenó. Caminando como podíamos entre una muchedumbre que corría desesperadamente hacia el mismo punto al cual me llevaba mi padre de su mano, mientras reiniciaba su agitada disertación sobre la historia del Perú y todo eso, llegó la tercera sorpresa de aquella noche. En medio de toda la confusión pude reconocer nítidamente la enorme silueta del Estadio Nacional. Terriblemente asustado, deseé lo que todo ser normal y en sus cabales desearía en un instante de desesperación como ese: quería a mi mamá. Cuando llegamos a una de las puertas mi padre tuvo que cargarme, de lo contrario hubiera sido un número más en las estadísticas de menores desaparecidos. Subíamos como podíamos las escaleras cuando se desató el caos general: alguien gritó que ya estaban llegando. Mi padre recorrió el tramo hasta las tribunas en tres segundos como si de eso dependieran nuestras vidas, ubicó dos lugares para nosotros y empezó a saludar, a abrazar y vuelta a saludar a todos como si los conociera de toda la vida y ellos a él. Entonces, cuando divisó el ómnibus entrando a la cancha del estadio, mi padre se volvió hacia mí y con lágrimas en los ojos me dijo: “Hoy es un día histórico, hijo”. Mi padre lloraba, ellos lloraban, todo el mundo lloraba y yo también, pero por
razones muy distintas a las de ellos, que habían ido a recibir a la selección peruana de fútbol que había conquistado la Copa América frente a Colombia en Venezuela y que del aeropuerto había sido conducida directamente al estadio, a recibir el homenaje de la afición. Una multitud que cantaba el himno nacional una y otra vez sin que nadie se lo ordenara. Mi padre no se equivocó: esa fue una noche memorable para un niño de diez años que andando el tiempo se convirtió en historiador. Esto recordaba el miércoles pasado peleándome con mi hijo de siete años por la
BRÚJULA Nº 17
televisión. Él quería ver a los Power Rangers y yo el partido de Cienciano en Buenos Aires. La pelea estuvo en su punto más alto en los últimos diez minutos cuando él asestó un golpe de gracia que estuvo a punto de provocarme un infarto: se apoderó del control remoto. Pedí, rogué, amenacé, pero nada lo conmovía. Le dije que ese partido era importante y él me preguntó por qué. He esperado 28 años para responderle, desde mis remotos 10 años, de la única manera posible y contundente, casi atávica, ancestral: “Hoy es un día histórico, hijo”. Y afortunadamente entendió.
71
C é s a r
G u t i é r r e z
M u ñ o z
Mi colega “Lolo” Fernández* A la memoria de Pedro Zegarra Fonseca
Este martes 20 de mayo “Lolo” Fernández hubiese cumplido noventa años de edad. Teodoro Oswaldo Fernández Meizán, hijo natural de Tomás Fernández Cisneros y de Raymunda Meizán Malásquez, nació en 1913 en la hacienda Hualcará (Cañete), a las seis de la mañana, a manos de la partera Manuela Luyo. En su casa natal, ubicada en la actual Cooperativa Agraria de Usuarios “La Fortaleza” Ltda., vive hoy don Eugenio Caro Ríos. Aunque el dormitorio del alumbramiento se ha convertido en comedor, entrar en él emociona profundamente. No en vano nació allí el mejor futbolista peruano de todos los
* La primera versión de este texto fue publicada en Católica Deportes (Lima: PUCP, 15.5.2003, N° 8, pp. 3-4) y la segunda en El emilio archivístico N° 119 (Lima: 20.5.2003).
72
tiempos, según comprobó una encuesta a través de Internet hecha por Deporte Total, suplemento del diario El Comercio de Lima, y publicada el 28 de diciembre del 2000 (pp. 6-7). “Lolo” ingresó a fines de 1930 a la U, que había sido fundada el 7 de agosto de 1924 con el nombre de Federación Universitaria de Fútbol, llamándose desde el 31 de enero de 1933 Club Universitario de Deportes. Como señala Todo Sport (Lima: 11.9.1997, p. 2), se calcula que anotó 1.248 veces con la casaquilla crema en 23 años y en muchos partidos. Puso 29 veces la pelota en el arco aliancista en los 48 clásicos que disputó. Su madre Raymunda y su cuñada Raquel Fernández tejieron sus características redecillas. El miércoles 14 de octubre de 1953 fue su partido de despedida. Comenzó a las 9:45 de la noche. Más de treinta mil aficionados asistieron al Estadio Nacional. El notable jugador, “auténtico símbolo del más puro sportmanship”, recibió merecidamente una larga y fuerte ovación. Dejó su puesto al joven delantero Manuel Arce Zambrano, ex alumno del colegio San Andrés (antes Anglo-Peruano). Al día siguiente, el diario El Comercio, en su edición de la tarde, comentó: “Se ha hecho, pues, justicia a un hombre que supo dar enormes satisfacciones al público peruano, y cuya conducta es norma para la juventud toda del país. La actuación de Teodoro Fernández por los campos del fútbol pasará a la historia como la más brillante del deporte popular”.
BRÚJULA Nº 17
« a un hombre
que supo dar enormes satisfacciones al público peruano, y cuya conducta es norma para la juventud toda del país »
“Lolo” fue mi colega, no porque yo juegue al fútbol, sino porque él –el gran “Cañonero”– fue archivero en la aduana entre 1954 y el 1 de setiembre de 1978, fecha en que renunció. En su tiempo los jugadores no tenían los sueldos de ahora; se les ayudaba ubicándolos en puestos municipales o gubernamentales. “Lolo” llegó al Callao reasignado de la Municipalidad de Lima. Sin dejar de jugar, estudió en el Instituto Ponce Rodríguez, donde se diplomó de contador en 1935. Era un hombre jovial, amiguero y listo a servir. Buen compañero, conversador, lleno de anécdotas, bromista. Tenía las piernas tan fuertes, tan duras, que los aduaneros le decían “Pata de mesa”, saludándolo con efusividad y cariño: “¿Cómo estás ‘Lolo’?”, “¡Hola ídolo!”. “Lolo” fue la atracción y la distracción en la oficina. Todo el mundo tenía que hacer con él.
73
Era puntual en el trabajo, no faltaba, aunque solía repetir permisos para ayudar al prójimo. Recibía los documentos para el archivamiento transitorio (hasta 15 días), temporal (hasta tres meses) o definitivo. Luego los clasificaba por asunto. Preparaba estadísticas de los llegados del interior del país. Se agenciaba su propio sistema para guardar adecuadamente y encontrar rápido los papeles. Con una letra muy linda. Usaba mangas y una gorra tipo jockey para protegerse del polvo. Su principal enemigo era la humedad marina, aunque también lidiaba con no pocos roedores y otros bichos impertinentes.
Santé, donde permaneció siete años y medio. Está enterrado en el cementerio Parque del Recuerdo (Lurín) con su mujer Elvira Fernández, con quien se casó en 1937 y tuvo dos hijos: Teodoro y Marina. Ya es tiempo de elaborar su biografía, antes de que se pierdan las fuentes orales y para que su ejemplo cunda en las nuevas generaciones, pues bien lo vale este extraordinario hombre, devoto de Santa Rosita. Por lo pronto, “Cuatacho” (Guillermo Cortez Núñez) le dedicó un entretenido libro: Lolo, su vida, sus goles. (Lima: Editorial El Deporte, 1958, 93 p.), que hay que buscar y leer.
Falleció en Lima el martes 17 de septiembre de 1996 en la clínica Maison de
Lolo se hizo archivero después de la pelota, pero siguió pateándola mientras pudo.
74
E d u a r d o
I s m o d e s
C a s c ó n
El abuelito Jonás El partido empezó cuando las manecillas del reloj marcaban las 15:07 horas, y toda la familia, la vecindad, la provincia, el país, esperaba ansiosamente ver a nuestros jugadores alzarse con otro más de esos triunfos de trascendental importancia para la nación. Momentos antes nos habíamos emocionado al escuchar las notas del himno patrio, cantado y masticado con chicle por nuestros ídolos y realzado con avisos del lavavajillas de pintitas coloradas y betún Serún, el betún que saca brillo a las estrellas. Aunque me equivoco, no exactamente toda la familia, no toda la vecindad, no toda la provincia ni todo el país estaban aguardando con impaciencia el inicio del partido: el querido abuelito Jonás, indiferente a la expectación general, chupaba unos gajos de mandarina a la par que hablaba despectivamente acerca de los negocios en el fútbol y la estupidez de los hinchas. Nos divertimos escuchando sus senilidades y le fastidiamos cariñosamente llamándole don Amargo hasta que, al ponerse en movimiento la pelota, dejamos de prestarle atención para poder dedicarnos a observar los movimientos de los jugadores de los equi-
BRÚJULA Nº 17
75
pos adversarios, los cuales al comienzo mostraron un natural nerviosismo. Poco a poco los nuestros se fueron calmando y salió a relucir la excelente preparación recibida a lo largo de cinco meses de giras y concentraciones, tiempo durante el cual nos habíamos enterado de sus resfriados, de sus diarreas, del resbalón sufrido por el puntero Rolando al salir de un hotel (y que pudo haber tenido consecuencias funestas según las lucubraciones de los periodistas). Imposible olvidar el día en que agotamos la edición de El Mundo, al leer –entre admirados y envidiosos– que el “Zambo” Matías se había casado en secreto con una princesa belga y aunque la noticia resultó falsa, eso no impidió que El Mundo y sus escandalosos titulares siguiera siendo nuestro diario favorito. El partido fue tomando el color de nuestra camiseta (la gloriosa blanquirro-
« renacieron las
76
esperanzas cuando de un puntazo clavó la pelota (con arquero incluido) en el fondo de las redes »
ja) gracias a varios tiros que fueron contra el arco enemigo y que merecieron ingresar. Por eso nos cayó como una cachetada en pleno rostro el gol que nos encajaron por culpa de un inocente error de nuestra defensa. Los nuestros reaccionaron y se lanzaron como un vendaval contra el campo enemigo, y ya esperábamos el reparador gol del empate cuando por culpa de un contraataque nos quedamos fríos cuando el marcador se puso dos a cero. Al abuelito se le ocurrió informarnos que se sentía mal, de modo que le dimos un calmante. Para nuestra desesperación, el equipo nacional se fue apagando y comenzaron las críticas y los insultos. Sucedió una escapada del genial Rolando y renacieron las esperanzas cuando de un puntazo clavó la pelota (con arquero incluido) en el fondo de las redes. El abuelito Jonás, que últimamente se complacía en ser el centro de nuestras atenciones, dijo que se sentía mal del corazón y que los nuestros perdían porque eran un conjunto de bestias. Indignados por sus palabras (aunque comprendiendo que la causa era su edad) le dimos más calmante para silenciarlo. El primer tiempo terminó. Aparecieron más anuncios patrióticos, traseros en blue jean y champú. Escuchamos las recomendaciones táctico-psicológicas de
« Alcancé a ver
la repetición del feo, pero para nosotros hermosísimo, autogol cometido por uno de los defensas adversarios »
los comentaristas y luego se reinició el encuentro. Acababan de darse los primeros pases de pelota cuando el habilidoso Escipión (el “Chinchano”) dribleó a cuatro adversarios y, previo túnel al arquero, anotó uno de esos tantos que pasan a ser parte de la historia nacional. Eufóricos, gritamos y saltamos. Durante los minutos siguientes perdimos la noción del tiempo y del lugar. El abuelo Jonás, sumamente pálido, pidió que le ayudaran a acostarse y mi hermano (mascullando insultos) lo llevó a su cuarto, lo tiró sobre la cama con cierta brusquedad y regresó velozmente a la sala. Un rato más tarde me llamó el abuelo, pero yo no hice caso. Mi madre fue la que tuvo que cargarlo hasta el baño. En una jugada de poca importancia nuestro arquero quiso lucirse, se le escapó la pelota y nos metieron otro gol. Sentimos una puñalada en la espalda. Pero no nos
BRÚJULA Nº 17
amilanamos y cargamos con todo contra el enemigo. A decir de los narradores, se entabló una lucha digna de los dioses del Olimpo. Rugimos furiosos y clamamos muerte contra el árbitro porque no cobró ese penal que todos sentimos en la pierna izquierda cuando derribaron y patearon dentro del área a nuestro querido “Chivita” Silva. El abuelo pidió ayuda para volver a la cama y esta vez me tocó ir, pues mi padre me miró con cara asesina cuando le dije que fuera él. Con lentitud exasperante avanzó el tarado del abuelo. Se quejaba del pecho, del corazón y de no sé qué más, pero aun así lo abandoné sin pena en la puerta de su cuarto al escuchar que alguien había anotado un tanto. Alcancé a ver la repetición del feo, pero para nosotros hermosísimo, autogol cometido por uno de los defensas adversarios. Faltaban quince minutos para terminar el partido y el cargoso Jonás nuevamente pidió ayuda, pero nadie, ni siquiera mi madre, le hizo caso. Estábamos pegados a los asientos, atentos a las jugadas, electrizados, indignados con los codazos arteros del enemigo, complacientes frente a los suaves empujones de los nuestros e irritados con las equivocaciones del árbitro. El maldito Jonás gritó que se moría y casi va a verle mi padre, pero se quedó para participar junto con nosotros y con el “Zambo” Matías en la jugada con la cual casi hicimos el cuarto gol a nuestro favor. Los últimos minutos fueron angustiosos. Los enemigos arreciaban en sus ataques, el
77
abuelito Jonás gritaba y gritaba hasta que de repente se quedó callado. El árbitro dejaba pasar el sobretiempo y cuando iba a tocar el pitazo final, justo nos hacen un gol y nos acabaron de ganar el partido. Quedamos exhaustos, defraudados, aunque convencidos de que habíamos ganado experiencia para el futuro.
De repente se inició un griterío, mi madre nos llamó a voces a todos diciendo que el abuelito estaba mal, así que fuimos corriendo al cuarto y lo encontramos a un costado de la cama, tirado en el piso, como durmiendo. Mi padre lo auscultó y luego, con voz grave, dijo:
Mi madre se acordó de las llamadas y fue a ver al abuelo mientras que nosotros comentábamos que nos faltaba todavía un poco de roce internacional, que tal vez otro entrenador, que el público no había gritado lo suficiente...
Nos pusimos a llorar como condenados, todos queríamos al abuelito Jonás, así que nos dio mucha pena. Yo, que era su nieto preferido, lo lamenté más que nadie, de modo que me encargaron los preparativos para el velorio y el funeral.
78
–Se nos murió el abuelo.
Los de a Bordo
Miguel Humberto Aguirre Guajardo.- Destacado periodista de nacionalidad chilena, con una amplia trayectoria en diferentes emisoras de su país, entre ellas Radio Cooperativa y Radio Minería. Tuvo el privilegio de trabajar con Pablo Neruda en Radio Magallanes. Fue subdirector del diario La Nación. Tras la caída del gobierno de Salvador Allende vino al Perú y trabajó en varios diarios y en Radio Programas del Perú (RPP), donde hasta la fecha es jefe de contenidos. Luis Carlos Arias Schreiber Barba.- Egresado de la especialidad de Lingüística y Literatura de la PUCP (1996). Ha trabajado desde 1992 en las secciones deportivas de diferentes medios de prensa escrita, televisiva y radial, como los diarios El Mundo y El Sol, los canales América Televisión y Cable Mágico Deportes, y la revista Don Balón, de la cual fue editor general. Participó en el libro Ese gol existe. Una mirada al fútbol peruano publicado por el Fondo Editorial de la PUCP (2008). Actualmente es jefe de la Oficina de Producción Escrita de la Dirección de Comunicación Institucional de la PUCP. Leopoldo Caravedo Molinari.- Psicólogo clínico y psicoanalista. Egresado de la Universidad Ricardo Palma y graduado como psicoanalista en el Instituto de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y, como psicoterapeuta, en el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima. Egresado de la Maestría de Estudios Teóricos de Psicoanálisis por la PUCP. Es profesor en el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima y en las universidades de Lima y del Pacífico. Ganador del Premio de Psicología Deportiva 2008 otorgado por el Colegio de Psicólogos del Perú. Fue psicólogo de la Selección Peruana de Fútbol en el año 1993 y fundador del Centro de Orientación Deportiva (COD). Actualmente preside el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima y la Asociación Peruana de Psicoterapia Psicoanalítica de Grupo. Constantino Carvallo Rey.- Filósofo formado en la PUCP y destacado educador. Fundó en 1978 el colegio Los Reyes Rojos y lo dirigió hasta el 2008, apostando por la innovación y el distanciamiento frente a la educación tradicional. Integró el Consejo Nacional de Educación. Autor del libro Diario educar: tribulaciones de un maestro desarmado, una mirada – no exenta de esperanza – a las dificultades que enfrenta el maestro en nuestro país. Contribuyó con diversos artículos y columnas en revistas y diarios. Recibió las Palmas Magisteriales póstu-
BRÚJULA Nº 17
79
mas por su gran aporte a la educación en el Perú. Ex director e hincha acérrimo del club Alianza Lima. César Gutiérrez Muñoz.- Director fundador del Archivo Histórico RivaAgüero (PUCP, 1975-1979). Secretario ejecutivo de la Asociación Latinoamericana de Archivos, ALA (1980-1982). Jefe del Archivo General de la Nación (1986-1988). Presidente del Comité de Archivos del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, IPGH (1990 - 1997). Miembro de número y secretario de la Academia Nacional de la Historia (1998) y correspondiente de la Real Academia de la Historia (España) y de la Academia Nacional de la Historia (Argentina). Ha publicado materiales de enseñanza y participado en diversas reuniones nacionales e internacionales de su especialidad. El 10 de mayo de 2006 recibió la Medalla de Honor del Archivo General de la Nación. Actualmente se desempeña como archivero de la PUCP. Eduardo Ismodes Cascón.- Ingeniero mecánico y magíster en Comunicaciones por la PUCP. Profesor universitario, especializado en temas de electricidad y energía eólica. Fue uno de los fundadores de la especialidad de Ingeniería Electrónica en la PUCP, así como del Centro de Innovación y Desarrollo (CIDE) y del Sistema Organizacional E-QUIPU. Ha sido director académico de investigación y decano de la Facultad de Ciencias e Ingeniería de la PUCP. Alejandro Morales Bolognesi.- Abogado egresado de la PUCP. Participante del XXXIII Programa Externo de la Academia de Derecho Internacional de La Haya efectuado en diciembre de 2005. Actualmente es gerente general de la empresa Aviation Ramp Service Peru S.A.C, así como adjunto de docencia del profesor Juan José Ruda Santolaria en el curso Sujetos de Derecho Internacional en la Facultad de Derecho e investigador del Instituto de Estudios Internacionales (IDEI) de la PUCP. Ha participado en la edición y publicación de diversas publicaciones del IDEI y otras instituciones, así como de la revista de ciencia política Tiempos de cambio (1997-2000). Jorge Moreno Matos.- Historiador formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), con estudios de archivística en España y de documentación periodística en Chile. Ejerce el periodismo desde hace veinte años. Ha sido jefe de la Biblioteca y Archivo del Museo de Arte de Lima y administrador del Instituto Raúl Porras de la UNMSM. Como historiador ha orientado sus investigaciones al estudio del periodismo en el Perú y al impacto de las tecnologías de la información en la investigación histórica. Ha concluido una maestría en Periodismo en la Universidad de San Martín de Porres. Desde hace doce años trabaja
80
en el Centro de Documentación Periodística del diario El Comercio de Lima, en donde también publica crónicas y notas de divulgación histórica. Roberto Polack Quispe.- Periodista egresado de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Martín de Porres y guionista cinematográfico. Director de comunicaciones de la ONG Clorinda Matto de Turner en Lima. Productor radial y creativo de proyectos especiales en radio. Catedrático de la especialidad de producción radial. Colaborador de diversas publicaciones escritas y de páginas web. Actualmente labora en diversas producciones de Frecuencia Latina – Canal 2. Abelardo Sánchez León Ledgard.- Sociólogo por la PUCP. Ganador de las becas Guggenheim y Fulbright. Es profesor principal de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP y coordinador de la especialidad de Periodismo. Poeta, novelista, cronista y periodista. Dirige la revista Quehacer y tiene una columna semanal en el diario El Comercio. Efraín Trelles Aréstegui.- Historiador por la PUCP. En 1983 obtuvo al grado de Masters of Arts por la Universidad de Texas (Austin), donde ha sido profesor asistente. Ha desempeñado este mismo cargo en el Postgrado de Ciencias Sociales de la PUCP y ha sido docente de las Escuelas Campesinas de la Confederación Campesina del Perú. También ha desarrollado la faceta de comentarista deportivo radial y escribe en importantes medios de comunicación del país. Fernando Tuesta Soldevilla.- Doctor y magister en Sociología. Realizó estudios de doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha sido jefe de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) entre el 2000 y 2004, conduciendo ocho procesos electorales. Es consultor internacional de IFES, CAPEL, Centro Carter, Idea Internacional en materia de democracia, partidos políticos y elecciones. Ha publicado una docena de libros y numerosos artículos en revistas académicas nacionales y extranjeras. Actualmente es profesor ordinario de la especialidad de Ciencia Política y director del Instituto de Opinión Pública (IOP) de la PUCP.
BRÚJULA Nº 17
81