Cuentos de navidad

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CUENTOS DE NAVIDAD Cuentos cortos para leer


La leyenda de la araĂąa de Navidad


“Hubo una vez hace mucho, mucho tiempo, un hogar alemán en el que la madre se encargaba de limpiar la casa para celebrar el día más maravilloso del año. Era el día en el que nacía Jesús, el día de la Navidad. Ella limpiaba y limpiaba para que no pudiera ser encontrada ni una sola mota de polvo. Incluso limpió esos rincones en donde en muchas ocasiones al hacer mucho tiempo que no se limpia suelen aparecer minúsculas telas de araña. Las pequeñas arañas, viendo sus telas destruidas, huyeron y subieron a algún rincón del ático. En esa casa colocaron y decoraron con mucho orgullo y alegría el árbol, y la madre se quedó junto a la chimenea, esperando que sus hijos bajaran de sus habitaciones. Sin embargo, las arañas, que habían sido desterradas tras la ardua limpieza de la madre, estaban desesperadas porque no iban a poder estar presentes en la mañana de Navidad. La araña más vieja y sabia sugirió que podían ver la escena a través de una pequeña rendija en el vestíbulo. Silenciosamente, salieron del ático, bajaron las escaleras y se escondieron en la pequeña grieta que había en el vestíbulo. De repente la puerta se abrió y las arañas asustadas corrieron por toda la habitación. Se escondieron en el árbol de Navidad y se arrastraron de rama en rama, subiendo y bajando, buscando esconderse en las decoraciones más bonitas. Cuando Santa Claus bajó por la chimenea aquella noche y se acercó al árbol, se dio cuenta con espanto que estaba lleno de arañas. Santa Claus sintió lástima de las pequeñas arañas, porque son criaturas de Dios, sin embargo pensó que la dueña de la casa no pensaría lo mismo que él. De inmediato, con un toque de magia, golpeó un poco el árbol y convirtió a las arañas en largas tiras brillantes y luminosas. Desde entonces, en Alemania, todos los años, los abuelos les cuentan a sus nietos la leyenda de las Arañas de Navidad, y colocan con ellos las guirnaldas brillantes de colores en el árbol. Y cuenta la tradición que siempre hay que incluir una araña en medio de cada decoración”.


La brĂşjula de Santa Claus


“Esta historia comienza un 24 de diciembre en el Polo Norte. Los elfos empaquetaban los últimos regalos. Papá Noel estaba subido en el trineo tirado por sus seis renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja. Cuando comprobó que todo estaba listo cogió las riendas del trineo y les dijo a los renos: ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todas las casas del mundo! Se cruzaron con estrellas fugaces, auroras boreales… Cuando iba a comprobar la brújula se dio cuenta de que estaba estropeada. ¡No puede ser era la única brújula que me quedaba! Rodolfo se acercó a Papá Noel y le dijo: Tranquilo, llegaremos bien, con mi nariz roja se podrá ver en la oscuridad. Y siguieron su camino. A Rodolfo le costaba situarse en medio del cielo. Pero su ilusión esa noche era tan grande que dirigió el trineo perfectamente. Empezaron en una casa muy pequeña y con muchos niños, entró por la chimenea y miró alrededor. El salón era frío y casi no tenían muebles, pero en un rincón había un pequeño árbol, casi sin adornos. Papá Noel dio una palmada y dijo: ¡Ha quedado un salón perfecto! Ahora tenía muebles preciosos y un gran árbol con adornos y bombillas. Dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo por todas las casas de la ciudad. Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas, bajas… ¡Uf! ¡Qué noche! – dijo Papá Noel. Estoy cansadísimo pero aún así he dado los regalos a los niños. Miró a sus renos y les dio las gracias. Rodolfo guíanos de vuelta a casa, dijo Papá Noel. Llegaron muy rápido. En la puerta le estaban esperando todos con un pequeño regalo, lo abrió y se rió. ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor: ¡Rodolfo! Le llamó con gran voz, el reno se acercó y le dio con el hocico en la barriga. Los dos sabían que esa noche les haría amigos inseparables”.


El perrito


“Había una vez un perrito abandonado que vivía muy triste y solito porque nadie le quería. Era el más feo de sus hermanos y ningún niño le había querido adoptar. Comía lo que encontraba por la calle y siempre tenía miedo porque a veces los niños le tiraban piedras. Un día vio a unos señores con unos trajes muy bonitos y como parecían que tenían bastante comida y tenían cara de ser buenos, se puso a seguirles. Pasaron montañas y ríos, desiertos y bosques. El perrito estaba ya cansado y se preguntaba cuándo llegarían a su casa aquellos señores. Algunas veces pensaba que se debían haber perdido porque no sabían seguir, hasta que veían una estrella en el cielo y se ponían a seguirla. Una noche, llegaron hasta un pueblo pequeño, y al final, llegaron hasta una casa un poco rota. La estrella estaba brillando encima de la casa. Dentro estaba una señora muy guapa y un señor con barba y, en una cunita de paja había un niño pequeño que no paraba de llorar. Había mucha gente que entraba y dejaba alguna cosa en el suelo: un pan, unas frutas, una manta… y el niño seguía llorando. Los tres señores sacaron tres cajitas y se las dieron también, pero el niño no dejaba de llorar. Sus papás parecían preocupados. Entonces se acercó el perrito con mucho cuidado hasta la cunita y le puso el hocico encima, moviendo la cola. José, que así se llamaba el señor de la barba le iba a echar de allí, pero entonces el niño miró los ojitos del perrito, dejó de llorar y luego se puso a reír, reír y a reír… El perrito sintió que por fin tenía una familia de verdad y el niño sintió que aquél era su mejor regalo”.


El arbolito de Navidad


“Erase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad, ellos no sabían como celebrarla sin dinero. Entonces el padre de la familia empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero para pasar la noche de Navidad compartiendo un pavo al horno con su familia, disfrutando de la velada junto al fuego. Decidió que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así, al día siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos pinos. Subió a la montaña, cortó cinco pinos y los cargó en su carroza para venderlos en el mercado. Cuando sólo quedaban dos días para Navidad, todavía nadie le había comprado ninguno de los pinos. Finalmente, decidió que puesta que nadie le iba a comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas más pobres que su familia. La gente se mostró muy agradecida ante el regalo. La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un arbolito pequeño. Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había dejado eso en su puerta. Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que haber sido concedido por la buena obra que él había hecho regalando los abetos que cortó en la montaña”.


AHORA TÚ… Atrévete a soñar y a escribir


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