Cartas a la luna

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CARTAS A LA LUNA Lo que nos animamos a escribir, pero no a enviar

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Señor La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo A. PIZARNIK

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Dedicado a todas las personas que me acompañan día a día. Mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis primos y mis amigas.

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INTRODUCCIร N

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Una tarde, mientras buscaba entre los libros de mi hermana algo para leer, me encontré con un montón de cartas atadas con hilo sisal. No tenían destinador ni destinatario. Todas parecían pertenecer a épocas diferentes, entonces la llamé, quizás eran de un manuscrito que nunca publicó. O tal vez les pertenecían a nuestros padres. Pero no importaba de dónde vinieran, tenían mucha magia contenida. Ella me dijo que ninguna hipótesis era correcta. Me contó que una vez, mientras salía de la universidad, vio un paquete debajo de uno de los pupitres. Quiso alcanzar a la compañera que se lo dejó, pero no pudo. Y nunca volvió a verla. “Fue como en las películas” dijo, “cuando sabés que algo increíble puede pasar”, rió. Mi hermana siempre fue de las personas que ven arte en todos lados. Comenzó a leer las cartas y notó que eran de épocas diferentes, y estaban dedicadas a distintas personas o entidades, como si alguien las hubiese estado coleccionando. “La antología de los corazones rotos” le llamó en secreto. Dice mi hermana que en esos entonces andaba mal de amores, así que se sintió totalmente identificada. Creía que las cartas eran a todos los amores perdidos. Así fue como decidió escribir una carta por cada estación del año, para agregarlas a las originales y dejar el paquete en algún lugar, cuando estuviera lista. “¿Y qué pasó?” le pregunté. “La vida” dijo ella, “volví a enamorarme, me mudé, comencé a formar una familia y me olvidé totalmente de ellas”. Le pregunté si podía armar un pequeño libro con esas cartas, ella dijo que sí. Así fue como salió el pequeño manuscrito de Cartas a la luna. Tiene un poco de magia de anónimos, de mi hermana y de mí. Recoge todo lo necesario para romper y arreglar un corazón abandonado.

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OTOร O

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Cuando llegó el otoño y estaba sin vos, los suspiros empezaron a caerse de mis manos. Y me quedé como un árbol, sólo con la certeza de algunas raíces.

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Hoy me vestí de otoño

Hoy me vestí de otoño para salir a dar una vuelta por el pueblo. Subí al colectivo pensando en que el viento ha dejado de llevarse el sonido de tu risa, porque ya me ha dejado del todo. Me vestí de otoño y te quiero todavía, pero ya no te extraño, y eso no es del todo malo en alguien como yo. Hoy me vestí de otoño y salí a caminar con un piloto y un café en la mano, estaba caliente, y el viento estaba frío. Hoy estaba como nosotros en las mañanas, y el café era como yo, y el viento como vos. Y descubrí que nunca pude descifrar tus ojos cuando caía la tarde. Hoy me vestí de otoño y me senté a orillas del río, con esas botas marrones que se parecen a las hojas que caen de los árboles, y me acordé de nosotros siendo niños, y me pregunté por qué la vida tuvo que llevarte lejos, pero no lloré, en serio, solo fue una pregunta al azar. Hoy me vestí de otoño y comí una mandarina bajo el sol de mayo, me acordé cuando hacíamos eso a la sombra de los árboles de la plaza y me dio un poco de nostalgia. Debo confesar que te extrañé, y me di cuenta que sonreías muy poco antes de irte de esta parte del universo. Hoy me vestí de otoño y quise ser primavera, porque por más que suspiraba por verte, no puedo, ni debo extrañarte. Y me di cuenta que fueron pocas las veces que te brillaron los ojos estando a mi lado, supe que quizás no estabas tan cerca cuando llamaste esa noche para decirme que me amabas. Hoy me vestí de otoño, te quise mucho, y en contra de todos los pronósticos que me inventé, te extrañé una banda.

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A tu recuerdo

Una noche me prometí a mí misma que no volvería a pensarte o escribirte nunca más. Pero sigo sin saber qué hacer con los suspiros cuando se me caen de las manos. Es desconocido a mi tacto, a mi memoria, esto de no recordarte en lo absoluto, y las cosas empeoran cuando llega el otoño, porque vos siempre fuiste lo que viene después. Y cuando llega esta época del año en la que los suspiros se hacen agua y las lágrimas son de sal, parece que los sentimientos florecen, a medida que los árboles dejan morir a sus hojas. Entonces me encierro en casa y le escribo a las raíces de la luna, mi vieja y melancólica amiga, y los suspiros se ahogan en el trono del fuego. Eras especial ¿sabías? Eras especial porque nunca quisiste ser plural, y andabas por ahí, errando, como una coma que no sabe después de qué palabra debe colocarse. Y yo también era especial, pero de una forma diferente, porque bebía de noche y estrellas en la cornisa de la muerte, y te quería, a mi manera. Escribimos nuestros nombres en el vidrio empañado de un colectivo, y al final nos volvimos cenizas. Planeamos fogatas y noches de cine en el bosque, pero la oscuridad de los dos terminó de apagar todo. A veces te recuerdo. En serio que lo hago. Te recuerdo como un sueño de otoño y labios paspados. Otras veces escribo, y me entrego a la muerte en la danza celestial de la sangre.

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A la tristeza

La noche tembló en un suspiro de cielo, y el alma de un músico olvidado se convirtió en pedazos de estrellas. El suicidio de las esperanzas de la luna se transformó en un beso robado. Y estuve triste hoy. Me dice mi madre que no puedo llorar los sábados, y que no debo ser triste los viernes, pero el violín del dolor juega con las notas escritas a los muertos. Soy un espíritu con las alas rasgadas, y los quilombos hierven en mi cabeza cuando hay mucha humedad. ¿Qué vamos a hacer cuando las sonrisas se mueran en los vacíos de una noche sin amor? ¿Qué va a pasar cuando dejes de escribirme cartas de alma en las tardes de otoño? Yo te cielo, dijo Frida. Pero a vos no puedo cielarte, el firmamento es esa eternidad que nos da miedo cuando las pupilas se tiñen de mar. Nosotros nos almamos, porque somos eso. Yo te almo, porque es esa la eternidad que me ultraja el pecho y me regala un vacío negro en noches violetas. Te almo con todo lo desnudo de mis manos y con todo lo tapado de ese trozo de carne que late en el lado izquierdo de mi pecho. Y si estoy triste, es porque mi naturaleza me lo permite. Y si te almo es porque representas eso con lo que tengo miedo de encontrarme la noche en que quiera suicidarme.

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A las estrellas

Las luces en el cielo y los suspiros de la gente sola en esta tarde de abril. Los te quiero ahogados en un pequeño susurro sobre la cama de alguien en medio de la ciudad y los llantos de una chica con el corazón roto durante las tardes frías de otoño. Vos dirías que a nadie le importan las luces cuando se apagan, y el brillo de un corazón que fue pintado de negro. Y yo digo que de alguna manera a mí sí me importa, y me entristece ver una estrella menos en el cielo. Las luces de la ciudad y mi risa suave, calmada, controlada, para fingir que no pasa nada en este lugar, pero el vacío me come el sentimiento. Las hojas de otoño en el suelo y el “estoy bien” de alguien que murió de tristeza por la soledad. Vos dirías que nadie se fija ya en esas cosas. En los ramos de flores tirados en un cesto de basura o las cartas de amor embarradas por la lluvia. Pero yo te digo que a mí me importa, y me da dolor en el lugar en el cual a los demás se les forman las soledades. Las millones de estrellas en el cielo, o en el techo de la pieza de alguien que suspira de amor por la luna, y las gotas de lluvia que caen de las ventanas de él, a quién le dijeron que no merecía ser feliz. El sonido de una balada que duele más que una espada en el alma. Y vos dirás que a nadie se le ocurre pensar en estas cosas, que cada uno vive en su mundo, que cada quien tiene sus dolores, y que hay que ser felices con lo que uno tiene. Pero yo te digo que lo hago, y que ella me duele en los ojos, y él me parte el alma en las tardes de abril. Y aunque nadie vea ya esos pequeños detalles, esas pequeñas grietas en sus ojos, o en su alma. Yo puedo verlos, y me duele. Me duele porque todos los espacios que quedaron entre el suspiro y el corazón se han roto, y los hilos no volverán a sanarse.

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A nuestro (des)amor

Amantes en la noche anuncian que las estrellas estarán escondidas hoy. Las nubes grises siempre me agradaron, y caminar bajo ellas vuelve más pura mi alma. Quizás cuando dijimos adiós las cosas no iban bien, aunque fingíamos que sí. Los dos nos dimos la vuelta esa noche, con lágrimas en el corazón y una herida en el alma. Porque no nos animamos a sentir, querido. Pienso que las hojas de otoño le dan cierta magia a los días como hoy, y también pienso en el ángel que escribió en mis ojos y borró los nudos de mi memoria. Mientras yo intentaba olvidarte leyendo poemas en bares oscuros y cantándole a la luna. Las noches se han vuelto el refugio de mi alma, que tiene el ala herida por los vacíos. Una leve sonrisa se forma entre el paraguas y las lágrimas del cielo en esta noche sin estrellas. El repicar de unos tacones que jamás usé, la mueca de felicidad que recorre mi semblante, olor a tierra mojada en un café de algún lugar de la ciudad. A veces creo que yo era arte, pero estaba rota. Y vos no buscabas eso, querías a alguien que tuviera el corazón entero. Así que seguramente así estamos, yo sigo siendo una joven que intenta repararse mientras duerme sobre un costal de sangre, olvidada en medio de una ciudad plagada de monstruos, y vos un encantador chico, con sus éxitos palpables en las noches soleadas. Quizás el tiempo dirá que tuviste razón. Tal vez con el pasar de los años creeré que quien decía la verdad era yo. Las cosas no fueron bien, yo era alma encantada de magia, y vos un mago con un par de trucos. Yo era el café, la música, los amigos. Y vos simplemente fuiste literatura barata.

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Te quise, te quiero y tal vez te querrĂŠ, pero vamos, amigo, no nacimos para estar juntos. Amantes en la noche anunciaron tu llegada, y fueron ellos mismos quienes predijeron mi partida.

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INVIERNO

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Cuando el invierno llegó y estaba sola, se me secó la sangre y me quedé hecha un bollo sobre la nieve.

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Hoy me vestí de invierno

Hoy me vestí de invierno, cariño. Aunque todavía no sé si me vestí de él o lo fui. Pasé toda la mañana en la cama, como si estuviese en un ataúd, recordando lo que solíamos ser y la soledad con la que vivíamos cuando estábamos juntos. Es extraño eso de estar solo cuando se supone que estás con alguien. Te recordé con el corazón hecho un bollo, preguntándome si seré capaz de repararme de todo esto, porque estoy hundida hasta el fondo. Vos solías decirme que siempre descendía al final de la tierra antes de empezar a volar alto, pero esta vez me cortaste las alas. Hoy me vestí de invierno, querido, y recordé las charlas nocturnas a la luz de las velas, y cómo tus ojos eran universo de hojas de otoño, y tus labios sabían a caramelo de cereza. Y rememoré tu sonrisa antes de besarme, esa que me hacía sentir en casa. Me quedé en cama y me acordé mucho de vos, querido, y de todas aquellas veces en las que me regalabas el cielo, y tu sonrisa se confundía con las estrellas. Hoy me vestí de invierno y usé el saco de lana que me tejió mi abuela cuando salíamos juntos, me hice un poco de café y me quedé descalza, para sentir el frío del piso, para sentirme viva en algún punto. Repasé en mi mente todos los recuerdos olvidados y las colillas de cigarrillo de abajo de tu cama y no pude dejar de recordar cuando te regalé los lunares de mi espalda, y vos te dedicaste a ponerle nombre a cada uno de ellos. Hoy me vestí de invierno, amado mío, y fui un invierno de Noruega, sin nada que decir, con las manos plagadas de escarcha y un corazón que tiene una herida sangrante. Abrí las cartas que me enviaste y las leí dos veces cada una, pero terminé llorando tanto que tuve que bañarme y volver a la cama. Tengo los pies fríos, querido, y a mi lado una carta que nunca me animé a enviarte. Hoy me vestí de invierno, y fui el más crudo y deprimente de todos, sólo espero llegar a la primavera.

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Al vacío

Los pensamientos se hicieron agua de nuevo y no sé cómo se supone que debo congelarlos. El vacío se apodera de mi cuerpo y es más grande que mis manos. Me he convertido en un pequeño cachorro atado a un puente aislado en el medio del campo. Los sentimientos se han vuelto cadenas, y no sé qué hacer con los nudos de olvido dentro de mí. El profundo hueco de lavanda en invierno suele suicidarse en los lagos de la memoria. Y yo todavía no sé qué se hace con los sentimientos ahogados en las noches de viernes, cuando se supone que todos son felices, pero a mí me crecen las raíces quemadas. Todavía me duelen el alma y la sombra de tanto arrastrarlas por el abismo. Ojos de invierno y raíces sin sol, manos de hielo y corazones violetas en los suspiros muertos. ¿Qué haré con las palabras cuando me arranquen los sueños? ¿Qué haré con el llanto en mi pecho? El alcohol no cura las heridas, sólo las adormece, y luego duelen un poco más. Nunca supe qué hacer con las cosas que no se dicen, quiero esconderlas en una caja, pero los suicidios no me dejan. Se me florecen las manos en intentos desesperados de primavera, y el recuerdo de tus ojos me arde en los labios. Es un desborde esto que siento, y cada vez se hace más grande, más difícil de ocultar. La capa de vacío mide dos metros, y yo sólo mido uno y medio. Se me sale por los pies y se arraiga en la cama cuando menos lo espero. En casa todo está en orden, la habitación tiene los libros en sus estanterías y la ropa en el placar. En el mundo las risas suenan en la ciudad, y los enamorados se besan con el reflejo del sol partiendo sus labios. Adentro, en mi mente, el mundo es un desastre, y los besos se han roto en mi pecho. “Abrazame, que afuera es un quilombo”, dicen algunos, los normales, los que les temen a las risas de medianoche. Y

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yo te pido que me abraces, porque adentro es un caos, y no puedo controlar mis pensamientos matadores de sueños. ¿Qué haré con las preguntas no dichas en medio de la turbulencia de una ciudad ausente? ¿Qué haré con el miedo al borde del precipicio suicida? ¿Qué haré con las muertes de verano instaladas en mi pecho seco? Quizás todos ellos se pulvericen en mi boca y terminen de matarme los ojos.

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A la muerte

Cuánto le costó al tiempo que yo pudiese olvidar la oscuridad de tus pensamientos plasmados en sonidos. Le costó tanto que todavía sueño con violetas cada vez que te oigo cantar en los campos de la muerte. Y mis labios siguen callados desde que me dejaste sola en esta vida tan desierta, en esta existencia tan horrible que no tiene agua. Me dejaste sola en un mundo hostil, que es negro y se viste de naranja. Cuánto le costó a la muerte borrar tu sonrisa de mi alma. Y todavía no puede hacerlo porque cada vez que te veo atrapado en una fotografía, un nudo con el color del fuego se apodera de mi cuerpo, la lluvia brota a borbotones de mis ventanas, y el desierto se hace mar. Y no puedo borrar tus labios de mi mente, y mis ojos no quieren abrirse desde que decidiste dejarme sola en esta vida ajena a la que no le pertenezco. Cuánto le costó a la vida que supere tu ida a otro mundo. Y no pude hacerlo porque cada vez que tu nombre suena en algún lugar, ya sea que te nombren a vos o nombren a otro, ya sea que suene la radio, o la voz de una niña muda, yo me vuelvo blanca y negra, y mi alma se marchita poco a poco. Y quiero escuchar el último susurro de tu vida, aunque sepa que desde hace mucho tenías la muerte instalada. Cuánto le costó a todos que yo quisiera volver a vivir, y no pudieron lograrlo porque cada noche de mi vida muero de una manera diferente desde que decidiste dejarme sola en este mundo de gente que no me comprende, esta gente extraña, que habla mucho y no siente nada. Querido, no podrás imaginarte cómo de violeta es mi vida sin tus ojos negros mirando mi acantilado. Querido, mi alma se llena de muerte cuando veo que tu nombre tuvo un fin. Que tuvo un punto final. Así, como un vaso que cae al suelo y se parte. Ruido seco. Final tosco. Me dejaste. Rompiste la promesa que tanto susurraste cuando tus lágrimas llegaban al mar. Me dijiste que seríamos fuertes, me Página | 20


prometiste que éramos diferentes, que nosotros no estábamos muertos. Cariño, no sé si llegue a avisarle a mi madre que lo que estoy haciendo es irme con vos. Cuánto le costó a la muerte apagar mi amor, le costó tanto que no pudo hacerlo. Y a pesar de que me dejaste sola en este mundo al que mis ojos no le pertenecen, estoy yendo a acompañarte. Esperame allí unos minutos más, veinte minutos diría yo, que eso tardará mi cuerpo en vaciarse de esta sangre que me mantiene dormida. Mi amor, estoy viendo tus ojos una vez más. Y no podré llegar del baño a la cocina, no podré avisarle a mi madre que estaré bien.

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Al suicidio

Una vez, mientras me cortaba las uñas con un alicate a las dos de la madrugada, me di cuenta de que soy noche, pero no de la noche que te invita a salir de fiesta, reír con amigos, beber y escuchar música divertida para pasar el rato, sino de la noche que se queda en casa a ver una película bajo las sábanas de julio y los calores de salamandra, o quizás bajo las estrellas de verano y los vientos cálidos de mis pupilas. Otra vez, mientras me depilaba las cejas con una pinza que huía de mis dedos cada tanto, me di cuenta de que soy una canción triste de los años noventa, o de los ochenta quizás. De esas que suenan cuando todos se fueron de casa y nos quedamos limpiando solos. Cuando la radio quedó prendida y nadie se atreve a cambiar de estación porque de alguna extraña manera, nos atrae esa música melancólica y oscura, y sin darnos cuenta, nos sentimos a gusto con ello. Y quizás eso está bien. Una mañana, mientras preparaba en casa un té de canela con leche, me di cuenta de que soy tan recuerdo que la gente suele olvidarme cuando estoy cerca. Saben que estoy allí, pero intentan ignorarme para que yo no les duela, y me echan de menos cuando estoy lejos. Y es curioso que alguien tan extraña como yo pueda ser recuerdo y no olvido, pero así es como suceden las cosas. Una tarde, mientras hacía abdominales para que mi vientre estuviese plano, me di cuenta de que no soy bonita como una chica de revista, pero por alguna razón soy atractiva. Como esa canción que acabo de nombrar, como la noche, da miedo, pero a todos nos atraen sus garras con luces que iluminan la oscuridad en brazos de los árboles. Otra vez, mientras miraba en la heladera para ver qué había de comer que no fuera comida de dieta, me di cuenta de que soy un libro. Página | 22


Pero no de esos libros baratos cuya portada es bonita pero por dentro son todos iguales de tontos, iguales de melosos, iguales de iguales. Yo soy de los libros antiguos, de esos que quizás no son muy buenos, pero son interesantes, aunque por fuera no sean del todo bonitos y agraciados. Hoy, mientras estoy sentada en el techo de casa con un suspiro en los ojos y un soplo en las manos, mirando a la luna de sonrisa malévola, me doy cuenta de que soy suicidio. Soy depresión, y noté que cada vez que estoy sola vengo acá, con un puñado de pastillas en la mano y pensamientos que asesinan a mi alma. Y me pregunto, me pregunto si hoy es el verdadero final. El final oficial. Porque yo, hace tiempo he dejado de ser.

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Al cielo

Mi pecho sube y baja con exagerado movimiento mientras lágrimas extrañas se deslizan desde mis ojos hacia mi cabello, mezclándose con mis rizos en rulos líquidos. Hacen su curso, están calientes y tocan mi piel, y el corpiño me aprieta la espalda. El cielo es demasiado celeste esta mañana, puedo sentir cómo todo a mí alrededor se derrumba de a poco mientras intento calmar las respiraciones, mientras trato de no sentir esta opresión en la parte izquierda de mi pecho, mientras recuerdo a mis amigos, y la soledad que me regalaron. Mi corazón late con fuerza y sin embargo no puedo sentir nada más que un pequeño gran vacío en la boca del estómago. Mis ojos van directo al cielo y no puedo pensar nada más que en ese momento que arruinó mi vida, siento un peso muerto sobre mi pecho, a la vez que un nudo me oprime el sentimiento. Un suspiro aplomado, las lágrimas siguen cayendo como gotas de lluvia, las aves siguen cantando una lejana pero conocida melodía, todo es tan etéreo esta mañana, todo es tan extraño hoy. Una pequeña nube blanca comienza a aparecer por acá, no entiendo si siguen siendo las siete o ya es mediodía, pero no puedo sentir nada, quizás unas pequeñas ganas de ir al baño, quizás una molestia en el ojo, pero es leve, como una picazón que apenas se asoma. Mi respiración se ha calmado, el pulso es más bajo cada vez, las pastillas siguen tiradas en el césped, la botella de vodka está en mi mano todavía, pero ya no la aferro con fuerza, simplemente la he dejado ahí. Todo está calmo, y el cielo está tan celeste hoy, y todo es tan extraño. Es como si volara. Sonrío con paz sublime. Todo es feliz ahora. A lo lejos, muy a lo lejos, puedo escuchar la voz de una mujer, ella pronuncia mi nombre, está gritando, y el cielo es tan musical hoy.

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Ya no siento nada, la veo a ella, creo que es mi madre. Está llorando, se inclina sobre mí y grita palabras que no comprendo. Todo está tan tranquilo. Y el cielo está tan celeste que el etéreo vuelo de las aves me hace sonreír. El aire golpea mi cuerpo, mi pecho ya no sube y baja, mi corazón ya no late tan fuerte, mi mamá está llorando, y yo... yo siento que vuelo.

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PRIMAVERA

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Quise morir en invierno, pero por alguna mala ironĂ­a del destino, he llegado a la primavera. Y quizĂĄs poco a poco, voy floreciendo.

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Hoy me vestí de primavera

Hoy me vestí de primavera y caminé hasta aquel lugar en el río que visitábamos siempre, vi que al frente están construyendo una casita, es bonita y sus dueños son amables. Me recuerdan mucho a nosotros por aquellos días, jóvenes, enamorados y con ganas de ser felices. Quisiera volver al momento en que te perdí y tomarte de la mano camino al cielo, al menos ahora estaríamos sentados en una nube observando que nuestros nombres siguen grabados en ese árbol y que el río que rodea ese mágico lugar de ensueño ha sido descubierto por otras parejas y familias. Ya no es lo que antes presumía ser, igual que yo, que me vestí de primavera aunque mi alma esté de luto constantemente. Quisiera viajar a lo alto del firmamento y darte ese beso de buenas noches que nunca te di, o reírme de tus horribles chistes, o sonreírle a la cámara cuando me tomabas fotos sin mi consentimiento. Y decirte, decirte que de noche me gustabas verano y los domingos te amaba invierno. Hoy me vestí de primavera, con un vestido floreado y la sonrisa plantada en los labios y fui a pasear a las vías del tren, esas que recorríamos en las tardes más frescas de enero y evitábamos por las noches frías de julio. Quisiera cerrar los ojos y mandarte un beso de sábado por la mañana, de esos que saben a café y medialunas dulces, quisiera volar a las estrellas, para suspirar en tu cabello como una noche cálida de marzo. Quisiera dejar de pensarte cuando leo poesía o quisiera olvidarte la noche de mi cumpleaños, cuando todos se van y no hay nadie a mi lado. Quisiera, pero no puedo, porque hoy me vestí de primavera. Me vestí de primavera, sí, pero mi corazón se ha convertido en el invierno más crudo, y mis ojos son otoño, quizás porque era tu época favorita del año, quizás porque te extraño.

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A la soledad

Dulces y auténticas soledades son las que evoco cada vez que recuerdo la noche en que te conocí. Soledades que a veces me traen al corazón el sabor de una velada plagada de sueños, soledades que a veces me recuerdan el color de tus ojos, y me cuentan, me rememoran, que no he podido volverte a ver. Puedo hoy mismo recitar una poesía con todo lo que se me ocurrió por la mente aquella vez. Puedo hoy mismo pensar que no han pasado más que unas pocas horas de ese día, aunque el tiempo es lo único que he podido sentir desde esa noche de brillos plateados. Estaba yo sentada en el banco de la terminal de colectivos, esperando a alguien, o quizás deseando que el tiempo me trajera alguna buena fortuna, esperando un café, quizás, o que dejara de llorar el cielo, cuando unos ojos tremendamente tristes me observaron desde la lluvia. Te vi en ese instante, estabas mojado y debajo de un árbol, solo, sin animarte todavía a acercarte a la civilización, que se mantenía amontonada bajo el techo que nos cubría de la tempestad. Me miraste durante tanto tiempo, que por alguna extraña razón me animé a acercarme. Ninguno se atrevió a hablar demasiado, pero me observaste y dijiste: − ¿Tenés fuego?− ambos sabíamos que alguien como yo nunca tiene fuego. Negué y junto a mí caminaste hacia el quiosco de la terminal, pediste un encendedor y fumaste un cigarrillo. Nunca me agradaron los olores a humo, pero esa noche no me revolvió el estómago, simplemente me quedé allí. Pasamos la noche hablando de cosas profundas y sin sentido, no recuerdo tu nombre y seguramente no recordarás el mío. Ni siquiera puedo pensar con claridad cuando me atacan las memorias de aquella vez, pero sé que seguramente ninguno dio a conocer cómo se llamaba. Me arrepiento de no haberte dicho: “Ey, podríamos seguir en Página | 29


contacto”. Pero dudo que usaras redes, te la pasaste diciendo que no entendías este mundo, que todos estábamos perdidos. Y quizás tenías razón, por eso lograste atraparme. Y cuando las noches lloran y son aterradoras, puedo ver a lo lejos tus ojos observando, esos ojos que suelen venir en sueños a decirme que estás en algún lado, que la tierra no te ha tragado. Cuando las noches están llenas de horror en mis insomnios, puedo pensar en tu voz como una extraña guía que me cuenta que no soy tan rara como todos ellos. Dulces y auténticas soledades son las que evoco cada vez que recuerdo la noche en que te conocí. Soledades que a veces me traen al corazón el sabor de una velada plagada de sueños, soledades que a veces me recuerdan el color de tus ojos, y me cuentan, me rememoran, que no he podido volverte a ver.

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A nosotros, los sensibles

Mi querida pequeña de ojos marrones, las lágrimas se asoman a mis ojos cuando veo en los tuyos esa decepción tan común en alguien de tu edad. Me reprendo a mí misma por no habértelo enseñado antes, por no mostrarte que a veces nadie quiere ayudarnos a juntar los pedazos de esta mierda que ellos llaman madurez. Es asqueroso, lo sé, yo lo he vivido igual que vos. Y sí, por eso Peter Pan no quería crecer. A nosotros, los sensibles, pequeña, nos pega mucho más fuerte que a los demás, y eso no es para nada bonito de ver. El mundo conspirará en tu contra, y depende de vos repararte sola o dejar que ellos te rompan. Sé que es muy doloroso el proceso, y que creerás que nadie puede ayudarte. Pero acá estoy yo, una extraña y reparada jovencita que vivió lo mismo que vos. Ellos jamás podrán entender a alguien tan sensible como nosotras, por eso es que te cuento esto, para que aprendas ahora a arreglarte sola. Lo primero que tenés que saber, es que al ser sensible todo nos afecta el doble, pero no podemos vivir de sufrimientos y corazones rotos, por eso hay que crear una armadura. Sí, como la de los héroes que vemos en la televisión. La armadura debe ser muy dura, quizás con un poco de sarcasmo, indiferencia y desdén, para que los demás crean que ya lograron moldearnos. Y mejor si creen que no sos una buena persona, y mejor aún si ellos creen que no tenés corazón. Pero recordá, esto solo debe ser una armadura, no un cuerpo, ni un corazón. Cuando ya tengas la armadura deberás fortalecerla con la experiencia, y aunque dentro de ella estés llorando, la armadura te ayudará para que los de afuera no se den cuenta. Después tendremos que hacer un muñeco que se asemeje a vos, mi pequeña, deberá ser como una máscara que te va a socorrer en este camino. Tiene que estar siempre sonriente y caminando, y debe ser

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exactamente igual a vos, para que ellos no sepan que se trata de un muñeco. A este lo llevarás en tu bolsillo cada día de tu vida, y cuando alguien te empuje, o te clave un puñal por la espalda, pondrás por delante de tu cuerpo al muñeco, así creerán que seguís caminando, y todo está bien. Sé mi querida niña de ojos cafés, que el muñeco es una mentira, pero te voy a decir algo que no quiero que olvides nunca. A ellos no les importa si vos te caes en el camino, mejor para ellos porque llegarán más rápido a su meta. Y si te ven tirada y pidiendo ayuda, te cortarán las piernas. Por eso, cuando nos caemos, hay que hacer de cuenta que seguimos en pie, y más sonrientes que nunca, por eso el muñeco. Mi último consejo es que, al llegar a casa, te quites la armadura y guardes tu muñeco, ahí es cuando podés llorar o mostrar tus heridas, cuando podés volver a ser sensible y blanda, es cuando podés ser buena como sé que sos, cuando está permitido ser vos. Porque yo voy a estar esperándote, con mi muñeco guardado y sin mi armadura, para fundirnos entonces en un abrazo que recargue nuestras energías.

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A los colores

Me muero con cada instante gris, porque los colores me gustan fuertes, ruidosos, quilomberos. No puedo vivir sabiendo que hay gente que se levanta solo para irse a trabajar. ¿Dónde quedaron los mates con los viejos, la novia, el hermano o los hijos? ¿Dónde quedaron las charlas de madrugada y sol sobre la punta de la nariz? No, la verdad no me gustan los grises, porque mi hermano es azul, y tiene una tristeza tremenda sobre los ojos, y se le parte el alma con la gente violeta. Mi hermana, por ejemplo, es fucsia, y siempre se pinta los labios de rojo. ¿Ves? ¿Quién se pintaría los labios de gris? Nadie. Porque los colores son toda la vida que fuimos muriendo cuando creíamos que no nos estábamos extinguiendo. No me gustan los días grises. Porque cuando salís al patio y el sol te pega en la cara sentís algo, o una extrema felicidad que te da fueguitos en el pecho, o una bronca terrible, porque odias el color amarillo. Todo se trata de colores en esta vida, que yo veo verde. ¿Por qué será que la vida es verde? ¿Porque es el color de la naturaleza?, ¿de lo que no está muerto? ¿O porque es una convención social? Capaz porque el amor es rosa y rojo, aunque para mí se ve anaranjado y amarillo. Quizás porque la muerte es violeta. Tal vez no me gusta el gris porque representa el olvido, el abandono, el polvo, ese que dejaste cuando te fuiste de casa y sólo me quedaron las tardes nubladas de invierno. Fui gris por un tiempo, después muté a un violeta infernal, luego al azul. Pero ahora me visto de un magenta que me queda hermoso, y los grises ya no me gustan, Quizás porque son aburridos, quizás porque me recuerdan a tus ojos.

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A quienes no saben abrazar

El primer paso que debe seguirse para que el abrazo se vuelva real es tener a dos personas o más, no importa el sexo, pueden ser dos mujeres, dos hombres o mitad y mitad. Tampoco importa religión, raza o nación. Sólo necesitamos a personas, con su presencia en el lugar, dispuestas a realizar un contacto sumamente espiritual que romperá con toda barrera de seguridad y superficialidad impuesta por alguien con anterioridad. El segundo paso es mirarse a los ojos. Sólo eso. Conectar las almas por un rato y fijarse si el otro está muy feliz, muy triste, muy amargado o muy muerto. El contacto de los ojos debe hacerse con mucho cuidado, no se le puede pasar a nadie ni un mínimo detalle que pueda arruinar el ritual que se llevará a cabo. Entonces las personas sin sexo, credo, raza o nación contactan sus almas a través de los ojos. Advertencia: se puede pestañear en la conexión de las almas, pero no se puede mirar sin ver. El tercer paso para un abrazo perfecto es respirar hondo. Esto solo consiste en inhalar el oxígeno que pulula en el aire y contenerlo en los pulmones por dos simples y normales segundos, luego el oxígeno se libera en forma de dióxido de carbono de manera pausada en tres segundos eternos y simples también. No hay más ciencia que respirar profundo en este paso, es el más fácil. El cuarto paso es rodear el cuerpo de la otra persona con mis brazos. Una persona abrazará por la cintura y la otra por la espalda. Quizás alguna de las personas palmee levemente las espaldas de la otra, eso se hace para liberar la tensión acumulada en cada uno de los cuerpos. Las personas sin sexo, credo, raza o nación podrán quedarse el tiempo que necesiten en esa posición. Inhalando el perfume del otro, ambos con la cabeza apoyada en el hombro de la otra persona. Ahí es cuando la magia comienza y sin darnos cuenta las almas se unen Página | 34


formando una sola por unos segundos. En ese justo momento es cuando escucharemos a uno de los dos sollozar o reír, o podremos ver cómo sonríen o callan sus labios. El quinto paso es el más difícil, pues nuestras personas cuyo sexo, credo, raza o nación no interesan deberán separarse y mirarse nuevamente. Ahí es cuando uno o ambos reaccionan ante las lágrimas o sonrisa del otro. Quizás alguno de ellos le transmitió su energía o nervios, o tristeza o felicidad al otro. Y es en ese momento cuando los dos corazones laten al mismo tiempo. El sexto y último paso es sonreír, ambos deben hacerlo, sin importar sexo, credo, raza o nación, las dos personas deben sonreír. No hay excepción alguna ante la última regla, es de oro. Entonces, sólo si cumplieron hasta el último paso, es entonces cuando el abrazo ha sido completamente real y perfecto. Es en ese momento cuando nuestras personas pueden irse tomadas de la mano, o riendo de algo. Pueden ir juntas o separadas, porque ya están reparadas.

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VERANO

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Cuando llegó el verano y estaba sin vos, me di cuenta que las heridas habían empezado a cerrarse, y quizás te estaba olvidando.

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Hoy me vestí de verano

Hoy me vestí de verano. Me vestí de verano e hice un intento macabro de sonrisa, me miré en el espejo antes de salir de casa, y me di cuenta que no me había salido tan mal. Mientras mi reflejo observaba mi interior sin pudor alguno, me di cuenta de que ya casi te estoy olvidando. Al menos, he olvidado tu rostro. Hoy me vestí de verano, y no fui invierno, ni otoño, ni primavera, fui verano. Estaba más radiante que cuando me conociste, y menos triste que cuando te fuiste. Hoy me vestí de verano y, mientras tomaba un licuado en ese barcito al que íbamos para contarnos nuestros males, leí las cartas que tantas veces nos escribimos. Grises, tus ojos eran grises. Y todo tu recuerdo también se ha vuelto gris. Hoy me vestí de verano y visité ese lugar en el río en el que tallamos nuestros nombres prometiendo que estaríamos juntos por siempre. Cortaron el árbol. Me dio un poco de tristeza ver que los recuerdos, al igual que los momentos, se van desmoronando con el pasar del tiempo. Se desmoronan y se olvidan. Hoy me vestí de verano, y por la noche fui tormenta, fui huracán, de esos que a veces parecen llevarse el cielo en febrero. Y conté todas las sonrisas de verano que trae consigo el mes de febrero. Hoy me vestí de verano, y me di cuenta que casi te estoy olvidando.

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A mí misma

Con las botas llenas de barro en esta noche de lágrimas vuelvo a casa, al origen, al inicio, a mi lugar de refugio. Me he cansado de luchar con bestias que rompen mis zapatos, y que desgarran mi pecho como si se tratara de una simple vestidura. Con los ojos al suelo vuelvo al lugar que era mi hogar, y que he abandonado para batirme en duelo con eso que los demás llaman esperanza y sueños dulces. Y te digo, amiga, que me he cansado de luchar con los ladrones del tiempo, esos a los que les encanta suspirarte el alma y te sacan hasta las ganas de vivir. Con los brazos caídos retomo camino a los lugares que tenían calor en sus leños y sonrisas en sus ojos. Y te cuento, mi pequeña hermana, que estoy agotada de mostrar una sonrisa ante esos estafadores que no hacen más que bailar conmigo hasta llevarme a lugares sombríos y plagados de mugre y oscuridad. Con la espalda encorvada y el corazón hecho un bollo vuelvo a mi origen, a las raíces que antes parecían fuertes, vuelvo a ese pequeño lugar con ojos de alma y manos de amor. Porque me he cansado de mostrar la sonrisa y que me la quieran robar, estoy agotada de luchar en el barro con esos ladrones de esperanzas y esos arruinadores de sueños lejanos. Vuelvo con el entusiasmo desgarrado y un pedazo de corazón arrastrado en la lluvia de mis ojos. Y no sé si vuelvo a casa para que me pregunten todos porqué me fui si sabía que el camino estaba lleno de bestias desconocidas o para que mi madre me abrace, me prepare un café, una ducha, y me diga que todo va a estar bien mientras con un hilo negro cose las heridas y me convida de su tiempo en un sueño de primaveras soleadas.

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Al recuerdo de mi madre

Cuando era pequeña mi mamá me contaba historias sobre un niño llamado “el joven de las estrellas”. Recuerdo que cada día, al caer la noche, esperaba ansiosa por saber alguna nueva aventura de aquel travieso joven, me había enamorado de él quizás, porque siempre me preguntaba con insistencia dónde estaría escondido. Mi madre comenzaba todas las noches con una frase que rezaba: “no era especialmente bello el joven de las estrellas, pero su sonrisa tenía el color de…” y siempre cambiaba el final, a veces decía que tenía el color de los helados las noches de verano, o los cafés calientes las tardes de domingo, y muchas cosas que lograban que cada vez soñara más con aquel personaje de fantasía. A medida que el tiempo pasó me olvidé del joven de las estrellas, me dije que tales personajes no eran reales, los chicos de mi edad eran realmente idiotas, pero a pesar de mi negativa ante los de mi especie, nunca dejé de anhelarlo en secreto. Nunca perdí por completo la esperanza de verlo alguna vez, al joven del que todos los cuentos de mi madre hablaban. Recuerdo que una noche mis amigas me habían obligado a ir a una fiesta, estaba realmente enojada porque me dejaron tan aburrida y sola que comencé a observar a mi alrededor, en busca de alguien que no fuera como todos los que allí estaban, entonces lo vi. El joven del que todos mis sueños hablaban. Era real, y estaba mirando directo a mis ojos. Estaba aislado y sus ojos eran hermosos, aunque no era especialmente bello, pero su sonrisa tenía el color del río en las madrugadas. No, no era especialmente bello, pero su sonrisa tenía el color del rocío en verano, su sonrisa tenía el color de la guerra que recién acaba, tenía el color de las nubes, de la tierra, de la luna.

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No era especialmente bello el joven de las estrellas, pero su sonrisa tenĂ­a el color de los sueĂąos.

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A las fiestas

Después de una fiesta todo se vuelve feo, los olores que salen de la heladera son raros, la ventana en verano nos provoca un calor ahogado que a nadie le gusta. El despertar no es lo más lindo que podemos vivir, la cara tiene grasa debido a los excesos de comida y bebida que cometimos la noche anterior. Nos sentimos sucios, un ventilador hace su trabajo con un constante ruido que a cierta hora comienza a molestarnos los oídos, sensibilizados por la inercia de los sonidos fuertes. Después de las fiestas nos levantamos indecentes, con los pies negros, y las sábanas nos molestan. Nos lavamos los dientes y la cara como si estuviesen hace años sin limpiar. Toda la casa es un desorden y hay gente que no vive con nosotros durmiendo en nuestras camas o sillones. Hay vasos en la mesa ratona y el piso está pegoteado vaya a saber uno con qué sustancia, hay alguien durmiendo cerca del televisor que está prendido en un canal con una comedia barata y la música de la noche anterior explota nuestra cabeza. Después de las fiestas nos duele la cabeza y tenemos sueño, sin embargo estamos levantados, tratando de mantener una conversación con alguien que anoche no podía ser tomado en serio porque bailaba sobre una silla o contaba chistes tan malos que nos reíamos de lo malos que eran. Al terminar las fiestas nos quedamos los de siempre y algunos se van. Nos despertamos a la una o a las dos de la tarde, todos estamos despeinados, con ropas que no nos hacen ver bonitos como lo estábamos hacía tan solo unas horas atrás. Nos saludamos y no hablamos mucho, no desayunamos porque es tarde, y algunos deciden irse al patio para tomar aire fresco mientras que otros calientan la comida que sobró de ayer. Los dueños de casa andan en pijamas improvisados y las camas siguen sin hacerse. Página | 42


El día después de las fiestas no es para nada bonito, pero hay algo que me hace disfrutarlo un poco, es esa unión que tienen las personas que se quedan a comer al día siguiente, aunque hayamos engordado tres kilogramos y nos hayamos tomado todo lo que había. Hay algo que me hace ver un poco mejor a los días después de las fiestas, y son tus ojos siguiendo mis lentos movimientos mientras sonreís de lado, disfrutando de mi desastroso peinado y mi pantalón suelto. Quizás son tus labios con hoyuelos en los cachetes los que hacen que siga de pie a tu lado después de las fiestas. Porque a pesar de todo ese desorden tan descuidado y asqueroso que nos dejan las fiestas, tus ojos ordenan parte de mi mundo y me limpian un poco el corazón. Quizás es por eso que me quedo siempre a tu lado después que pasan las fiestas.

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A los sueños

Había una vez un sueño, el deseo de corazón de una niña de siete años que quería ser aventurera. La jovencita vivía sus días en el encierro de una mente con tanta imaginación que abrumaba a los demás. Su cama no era un bello colchón en el que se acostaba a dormir, a veces era un barco pirata con aguas peligrosas alrededor, otras era un avión que iba por un cielo tormentoso, distintas veces deseaba que fuera un ring de pelea, en el que derrotaba al gigante más grande de los nueve mundos. Había una vez un sueño, plantado en aquella pequeña de ojos de universo. Un sueño de ser la más famosa de todas las acróbatas, y la hamaca del patio era su lugar preferido para practicar todas las disciplinas con las que saldría en televisión. Pero a veces se caía, se largaba en llanto con los sueños lisos y al suelo, entonces su perro le lamía la cara. Y ya no era su perro, sino el dragón que vivía en la cueva del miedo, y ella lo vencía en una lucha de cosquillas y besos. Había una vez un sueño, que estaba arraigado en el corazón de una jovencita de doce años. Ella quería ser la bailarina que conquistara los nueve mundos de abajo de su cama. Y la pollera larga de su madre era la tela de esperanzas violetas en la que bailaba para el gobernador del reino del orgullo, y todos tenían la curva de la nariz mirando al cielo, y ella se reverenciaba con respeto, mirando al precipicio de los prejuicios. Y alguien le cortó en pedazos uno de sus sueños, pero ella pensó que tenía muchos más. Había una noche un sueño, estaba escondido en un cofre de la habitación de una jovencita de dieciséis años. Lo ocultaba ahí porque no quería que nadie más lo cortara, ella intentaba que nadie supiese que todavía tenía uno sobreviviendo. Las personas que estaban a su alrededor siempre le mataban esas pequeñas gotitas de sueño de miel.

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Había una vez un sueño, uno que había sido sembrado en el corazón de una jovencita de veinticinco años, ese pequeño trozo de esperanzas había sobrevivido a todas las cortaduras y destrucciones masivas de buenos deseos. Ella había pedido al universo ser escritora, y cuando era pequeña quería ser la mejor en los nueve mundos de adentro de su ropero. Pero fue entonces que ya no era un simple sueño en el interior de sus ojos de verano, sino que se había convertido en realidad. Y ya no era una semilla pequeña, no estaba lejano en los nueve mundos, era un árbol gigante, y estaba acá, cerquita. Y todos los sueños volvieron a la vida. Y todos se cumplieron cuando un lápiz y un papel los ayudaron.

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EL SEGUNDO INVIERNO

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Cuando llegó el segundo invierno y estaba sin vos, no pasó nada. Me miré en el espejo y sonreí como alguien que acaba de enamorarse por primera vez.

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Hoy no me vestí de nada

Hoy es invierno, cariño. Y me alegra decirte que hoy no me vestí de nada, no quise ser algo más de lo que soy. Hoy no me vestí de nada, porque me ha costado una tempestad y varios huracanes esto de no extrañarte, pero con el tiempo me he dado cuenta de que debía empezar a quererme a mí misma antes de eso. Hoy decidí salir de casa con el ánimo renovado, he pasado todo un año encerrada en las sombras, y con un poco de hilo y aguja he ido cosiendo las heridas. Fui a ese lugar al que solíamos ir juntos, ese banco que está posicionado en el sitio perfecto para admirar las sierras por las tardes. Era antes el peor de los sentimientos imaginarnos ahí, en algún pasado feliz, pero el presente tiene una sonrisa hermosa en este momento. Me alegré cuando recordé lo que pasamos juntos, y poco a poco fui olvidándome de lo malo, para recordarnos en lo bueno. Hoy no me vestí de nada, cariño, y me compré ese tapado que tanto estuve anhelando. El frío me reconfortó el alma, y los ojos sonrieron cuando compré un café con leche en el pueblo. Los labios ya no están paspados, ahora llevan labial de color marrón, y mi sonrisa es naranja. Hoy no me vestí de nada, y fui invierno, porque es mi estación favorita del año. Fui uno de esos inviernos que se pasan al calor de las mantas y con buenas películas en la televisión. Salí a caminar con esas botas color otoño que alguna vez alguien me regaló, e inhalé el aire fresco de una mañana plagada de besos de azúcar y lágrimas tiernas. Me gusta estar así, tan radiante, pensando en mí. Hoy no me vestí de nada, y me mire en el espejo mientras me amaba un poquito más que ayer. Invité a mi hermana a casa y alquilamos una de esas comedias románticas baratas para reírnos un poco, nos acostamos en la cama grande y comimos chocolate, mientras nos sonreía un poco el corazón. Hoy no me vestí de nada querido, y fui a dar una vuelta al río, aunque el frío te congele hasta el alma. El sol me calentó suavecito los ojos y fui feliz mientras veía los pájaros beber el agua que corría pacífica. Página | 48


Hoy no me vestí de nada, y al llegar a casa fui ese bello invierno en el que comí mandarinas bajo el sol con mi abuela y mi primita se rió de alguna pavada que hice con mi cabello. Fui feliz hoy, cariño, y cuando la noche se abrió paso en mis labios no estuve triste, después de tantas lluvias y tormentas que pasé. Hoy no me vestí de nada, y fui invierno. Un invierno que se olvidó las partes grises en otro lugar, fui feliz de verdad, y no porque no recordara los detalles de tu cuerpo, o los lunares que tenés cerca de las costillas, sino porque ahora sí me quiero, y voy a empezar con darme una oportunidad.

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Nota final

Bueno, han llegado al final. Espero que se hayan sentido identificadxs con lo que humildemente se narra acá. La verdad, mucho de lo que cuento en este pequeño libro es ficción, pero otro poco, los sentimientos, son reales. Antes de armar esto tuve muchas inseguridades. Fantasmas que me perseguían diciendo que nunca sería lo suficientemente buena para que alguien me lea. Al original, le saqué tanto relatos y páginas que me quedé sólo con algunos, los que representaban la esencia del momento en que escribí todo esto. Es la primera vez que decido publicar en forma de libro y llevarlo a cabo hasta el final. Me cansé de corregir, pero me dije que sólo debía animarme. Y lo hago de manera online por dos cosas: una, estamos en cuarentena y no sabemos qué hacer, ya cocinamos, vimos series, lloramos y reímos; y dos, está bueno llegar a todxs, nunca tuve un mango para pagar la edición, y tal vez es mejor que sea gratuito, para que la mayor cantidad de gente pueda leerlo. Muchas gracias por todo, les agradezco si comparten, suben frases etiquetándome, y se curan conmigo.

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Índice

Introducción……………………………………………………………… 5 Otoño……………………………………………………………………… 7 Invierno…………………………………………………………………… 15 Primavera…………………………………………………………………. 26 Verano…………………………………………………………………….. 36 El segundo invierno……………………………………………………… 46 Nota final………………………………………………………………….. 50

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