La naturaleza del periodismo ambiental

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TALLER DE COBERTURA DE TEMAS AMBIENTALES Con Arturo Larena Larena Caracas, 14 al 17 de noviembre de 2006 LA NATURALEZA DEL PERIODISMO AMBIENTAL Por Maye Primera Garcés mprimera@talcualdigital.com ¿Qué somos los periodistas ambientales? ¿Somos ecologistas militantes? ¿Somos educadores? ¿Peleamos por una información de calidad? ¿Caemos demasiado en el catastrofismo, en el enfoque sencillo, en la superficialidad? ¿Somos capaces de buscar nuestros propios temas? ¿Pensamos globalmente y actuamos localmente? ¿Buscamos todas las fuentes necesarias para que nuestra información sea completa y honesta? ¿Escribimos para los ciudadanos o para las elites? Sobre la base de estas preguntas, quince periodistas ambientales de América Latina, reunidos en Caracas bajo la conducción del maestro Arturo Larena Larena, buscaron definir su propia naturaleza. La naturaleza de un oficio que, según opina el periodista Joaquín Araújo, ganador en 1991 del Premio Global 500 de la ONU, es también una pasión, “es como respirar, básico e imprescindible”, el problema es que “casi nadie se da cuenta”, y ése es su mayor obstáculo para hacerse un lugar dentro del mundo de las noticias. El maestro “Soy periodista ambiental”. Arturo Larena Larena lo confiesa como si estuviera en una terapia de alcohólicos anónimos, sólo que sin arrepentimientos. “Soy un periodista ambiental y no lo siento”. Junto a la fuente científica, dice, esta es una de las especialidades del periodismo que permite aprender y crecer cada día a quien se dedica a ella, es un lujo. “No siempre he sido periodista ambiental, pero es de lo único de lo que sigo presumiendo”. Larena Larena llegó a esta especialidad a finales de los años ochenta, cuando fue becado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España para especializarse en periodismo científico. Con ese impulso, comenzó a trabajar estos temas a través de la sección de “cultura y ciencia” de la Agencia de Noticias EFE, que hace diez años se transformó en “ciencia, medio ambiente y educación”. En la actualidad, Arturo Larena Larena dirige la Delegación Xeral de EFE en Galicia; y durante los diecisiete años en que ha trabajado para la agencia, también dirigió las delegaciones de Extremadura y Madrid. Es miembro fundador de la Asociación de Periodistas Ambientales de España – APIA– y, de manera privada y altruista, desarrolla contenidos vinculados al ambiente a través de la página web wwww.infoecologia.com. Para él, la corriente del periodismo que eligió “es como una droga, como el alcohol: nos da satisfacciones, a veces un ‘subidón’ y otras veces nos da un dolor de cabeza terrible”. Es un veneno, de cuyo efecto no ha querido ni podido librarse. La naturaleza del oficio, y viceversa Un periodista ambiental, según la definición de Arturo Larena Larena, es un renacentista del siglo XX; un profesional que debe conocer un poco de cada ciencia –de


biología, de química, de leyes, de genética, de botánica, entre tantas– y que, además, le caracteriza un compromiso y una sensibilidad especial para con su oficio que lo distingue de sus colegas de la redacción. El periodismo ambiental, si la idea fuera ensayar un concepto más simple, es aquella especialidad que se ocupa de la actualidad relacionada con el ambiente y que tiene que ver, en particular, con la información asociada a la degradación del entorno. Su objetivo o premisa básica es ofrecer al ciudadano información útil y práctica para que pueda decidir u opinar con conocimiento de causa respecto a los sucesos que afectan el ámbito que le rodea. Más que responder por igual a las interrogantes de las “seis w” –what, who, how, where, when, why– el periodismo ambiental se ocupa de indagar en el por qué de las cosas: de ofrecer al lector las claves que explican por qué se ha llegado a una situación determinada y las razones por las cuales se debe actuar en consecuencia para revertir dicha situación. En la medida en que los ciudadanos estén mejor informados, lo cree Larena, podrán adoptar mejores decisiones que redundarán en beneficio de su vida cotidiana, de su entorno y del futuro. Es allí donde los periodistas ambientales deben jugar un papel determinante al dar a conocer la información con la mayor claridad y honestidad posible. Lo que no se cuenta, no se conoce y para lo que no se conoce, es casi imposible identificar soluciones. Al menos en España, se comenzó a hablar de periodismo ambiental en los años setenta del siglo XX, como una especialidad muy vinculada al movimiento antinuclear español. Para la época, el dictador Francisco Franco planeaba construir una amplia red de centrales nucleares que, en teoría, le garantizarían la independencia energética a su país. El anuncio generó como respuesta un movimiento alternativo, aunque minoritario, que bajo el lema “Nuclear, no gracias” caló paulatinamente en la sociedad. Se construyeron 7 con nueve reactores. Algunos medios, como el diario El País, comenzaron a contar estas historias y quienes las escribían, recuerda Larena, “eran considerados los hippies, los melenudos de la redacción”. Era un periodismo combativo, tenía cierta ideología, prácticamente militante. “Había una identificación muy palpable entre la fuente de información –en este caso, el movimiento antinuclear o el movimiento ecologista puro y duro– y quienes se dedicaban a encauzar esta información”. La denuncia era la noticia, en un periodo en que la normativa ambiental de España era excesivamente flexible y el suceso –vertidos contaminantes en ríos, escapes de fábricas, postales de peces muertos– era motivación fundamental de la información. El ejercicio del periodismo ambiental en aquel momento se caracterizó también por la dificultad para encontrar fuentes, para que fuesen diversas. En consecuencia, las organizaciones no gubernamentales coparon la tribuna: tenían una capacidad de reacción muy superior a la de otros actores de la “información verde” y solían ser mucho más accesibles que sus contrapartes del gobierno o de las empresas. Diez años más tarde, en los ochenta, el periodismo ambiental había evolucionado. La muerte de Franco, ocurrida en 1975, abrió las puertas a la libertad de prensa y, en consecuencia, a nuevas disciplinas del periodismo. Una nueva generación de reporteros, que no estaba involucrada en el activismo antinuclear o ecológico, marcó el comienzo de un ejercicio más aséptico. Sin embargo, en líneas generales, la de medio ambiente siguió siendo una especialidad casi anónima durante algunos años más. Fue gracias a la


Cumbre de la Tierra de 1992, realizada en Río de Janeiro, que el gremio periodístico y los medios de comunicación social tornaron su mirada hacia la reportería ambiental más específicamente. Más de ocho mil periodistas fueron enviados a Río a cubrir la Conferencia de Naciones Unidas de Medio Ambiente y Desarrollo. En España, se sintió el efecto de esa movilización: quienes ejercían el periodismo ambiental plantearon la necesidad de asociarse como corriente independiente del científico, con el objeto de otorgarle entidad, representación y carácter de interlocutores al centenar de profesionales que trabajaban en estos temas. Así, en 1994, se fundó la Asociación de Periodistas Ambientales de España –APIA–, con la idea de impulsar el periodismo de calidad y defender el ejercicio de sus asociados. Hoy en día, APIA cuenta con 140 integrantes de toda España. “Ahora el periodismo ambiental es más informativo, más profesional y más aséptico. Ya no se identifica tanto con las fuentes y, sobre todo, reivindicamos un papel de igualdad con el resto de los periodismos especializados de las redacciones. Es tan digno y tan importante como el que hace sucesos, economía, política o información local. Pero en general, se nos sigue viendo como periodistas de segunda, no es un periodismo que de momento dé gran prestigio ni que abra los informativos de televisión, conquiste las portadas o los grandes titulares de los medios, salvo cuando se produce una catástrofe. En contraposición, lo que hacemos tiene que ver con nuestro futuro y con la supervivencia de nuestro planeta. La gente no lo sabe, pero realmente ésa es la información importante”. ¿Por qué hablar de medio ambiente? Algo está ocurriendo. Cada año, el mundo pierde 18 millones de hectáreas de bosque. Se calcula que hay unas dos mil especies en peligro de extinción, que el 42% de la capa del Ártico se ha desvanecido. Los niveles de CO2 alcanzan hoy los valores más altos que se hayan registrado en los últimos 20 años, a pesar del protocolo de Kyoto y de las cumbres del clima. Y en caso de que todos los países del mundo lograsen alcanzar el modelo occidental de vida –la tan anhelada globalización– requeriría 250 veces más recursos de los que hasta ahora consumimos. Además, los fenómenos adversos se están multiplicando como nunca antes: tsunamis, terremotos, inundaciones. Son señales inequívocas de que algo pasa: el debate está en la sociedad, en los medios, pero también en la naturaleza y debemos preguntarnos: ¿Estamos haciendo algo para evitarlo? Cada uno debe responder, pero no vale ser hipócritas. Todo tiene un costo. Incluso reunir a quince periodistas de toda América Latina en Caracas también lo tuvo: las emanaciones de CO2 que generaron los quince traslados, las que produjo el aire acondicionado del salón, el consumo energético de quince computadores portátiles trabajando al mismo tiempo. Pero en lugar de concentrarse en el fundamentalismo, Arturo Larena Larena cree más provechoso hacer que ese costo valga la pena. El progreso es imparable y el gran reto, en ese contexto, es lograr un desarrollo sustentable. Y desde la comunicación es posible enarbolar esa bandera, aunque la capacidad de los medios sea limitada. Si miramos en los últimos años podremos identificar situaciones en las que, gracias a la información, la ciudadanía ha adoptado hábitos más responsables y, en consecuencia, ha influido de manera positiva sobre el medio ambiente. El ejemplo más cercano es la


cadena de reacciones que se generaron una vez que se hizo público, a mediados de los setenta, que había un agujero en la capa de ozono: el protocolo de Montreal determinó que los cloro fluorocarbonos eran generadores de la degradación; científicos y organizaciones no gubernamentales denunciaron los efectos nocivos que la radiación podía ejercer sobre los seres humanos; los medios reflejaron estas informaciones; la ciudadanía reaccionó a través de las asociaciones de consumidores, que produjeron un boicot contra las empresas que utilizaban estos componentes en sus aerosoles; y la industria, finalmente, tomó medidas y apostó por productos más limpios. Como cosecha de esos años y de las experiencias en las que la comunicación ha influido de manera positiva en los hábitos de consumo de la ciudadanía, ahora existen la publicidad verde, organizaciones de consumidores más fuertes y empresas que encuentran beneficios en enunciar las excelencias ambientales de sus marcas. Hay una generación de jóvenes que ha crecido con ese mensaje. Y de a poco, la sociedad se fue transformando en otra ambientalmente más responsable. Pero aún queda mucho camino por andar. Aunque ciertamente ha aumentado el espacio que se le dedica al tema ambiental en la prensa impresa y en los audiovisuales, todavía prima la discrecionalidad de los responsables de las redacciones en la decisión de publicar o no noticias vinculadas a esta fuente. El periodismo ambiental sigue siendo una disciplina secundaria, que no ocupa las portadas de los periódicos ni abre los noticiarios de radio y TV, salvo en casos de “emergencia natural”. La crónica social, el último gol de Ronaldo, la boda de una súper estrella o el amorío del Presidente, suelen tener espacio garantizado. No así la noticia ambiental. ¿Es que acaso no hay mercado para este tipo de información? Larena apunta una respuesta: “Soy de la idea de que estas cuestiones sí que interesan. Hay mercado para la información general de ambiente. Y para la información especializada lo hay si encontramos la fórmula adecuada para que la gente se interese por estos temas. Es decir, si la gente se puede interesar por publicaciones informáticas, de motor, de sociedad, ¿por qué no triunfan determinados programas de medio ambiente? Cuando se ha hecho bien y se ha sabido conectar con la gente, la información ambiental funciona. El problema es que a lo mejor no lo estamos haciendo bien y en ese sentido sí que soy crítico. Hay que mirar hacia adentro y al momento de escribir preguntarse: ¿si yo fuera el lector de esto, me interesaría?”. El reto de armar historias El periodismo no se aprende estudiando en las universidades. Es un oficio y como todos los oficios se cultiva trabajando en la calle, pateando el asfalto, observando lo que ocurre en nuestro entorno y en esto el periodismo ambiental no es una excepción. Muchas de las historias pueden descubrirse con sólo mirar alrededor. No se trata de tremendas y grandes noticias con titulares dramáticos, pero sí de pequeñas cuestiones que interesan a la gente. Y al fin y al cabo, lo que debemos procurar es contar historias que se conecten con el público. El gran reto del periodista ambiental es encontrar esas buenas historias que, en primera instancia, convenzan a los editores y que luego cautiven al lector. En este campo, los reporteros ambientales deben combatir con las mismas armas que utiliza el resto de la redacción y lograr enfoques atractivos, sin traicionar el rigor informativo, la


documentación o a las fuentes. “Que las palabras no desvirtúen ni transformen la realidad. Hay que utilizar lo que se tiene: los hechos, los antecedentes, los estudios, y articularlo todo de manera tal que lo compre el editor”. Como en todas las corrientes del periodismo, ofrecer el contexto es fundamental. Es un error común del periodista, cuando se está muy involucrado con una historia, pensar que el resto del mundo conoce el tema tanto como quien lo escribe. Humanizar la noticia ambiental también es una buena clave para llegar al público. El mensaje suele conmover más cuando hablamos de personas que cuando hablamos de especies animales o de ecosistemas. Y aun cuando no siempre hay un rostro humano en las historias de ambiente, es posible convertir al ejemplar de una especie, por ejemplo, en personaje de una trama. Es importante ser divulgativos, explicar las cosas de manera que las pueda entender quien por la mañana trabaja en un tractor y el catedrático de una universidad. Escribir para comunicar y no “para quedar bien”. Suele ocurrir que los periodistas dedicados al ambiente, inclusive en medios generales, acaban escribiendo para una elite de científicos, políticos y activistas interesados y no para el ciudadano común. Es un defecto que en gran medida se deriva de la utilización de un lenguaje técnico, que dificulta la comprensión de los textos para los lectores menos involucrados con estos temas. Es preciso, entonces, lograr un punto de equilibrio entre las formas técnicas y las coloquiales, un léxico variado, pero comprensible, que además sea ágil, conciso y fluido. “No sirve de nada ser pedantes y utilizar los tecnicismos más complejos. De alguna manera hay que bajar el nivel, para hacer accesible la información pero sin caer en la vulgarización”. Entre la eco-catástrofe y la “noticia-sorbete” Los periodistas ambientales se encuentran “bajo el síndrome de la catástrofe” y eso les ha labrado fama de sensacionalistas. Es tal vez un legado de los tiempos en que el periodismo ambiental se nutría sólo de la denuncia y seguía al pie de la letra la máxima periodística que indica que “la mala noticia es la buena noticia”; un prejuicio que, además, debe su vigencia a que el tema ambiental sólo recibe atención de portada cuando estalla algún desastre ambiental. Aunque revelar lo que no funciona es labor fundamental de los medios, con la denuncia constante se corre el riesgo de caer en el amarillismo, de conformarse con lo sencillo en lugar de revelar aspectos aún más profundos de un tema a través de la investigación. La denuncia, y siempre hay que tenerlo en cuenta, es apenas el punto de partida para la construcción de una historia. En la acera contraria al escándalo está la “noticia-sorbete”, recuerda Larena: la reseña amable, edulcorada, el divertimento que contribuye a desengrasar las crisis económicas, la pobreza, los cierres de fábricas con los que a menudo llenamos los medios. La que no cuestiona ni polemiza. Entre ambos extremos es necesario alcanzar también un punto de equilibrio, una agenda propia de información con historias novedosas. ¿La fórmula para lograrlo? “Ambientalizar” las historias y las redacciones y comenzar a considerar que las buenas noticias también son noticias.


Impregnemos a todas las secciones Cada día son más frágiles las fronteras entre el periodismo ambiental, el económico y el de sucesos, lo que abre la posibilidad de encontrar enfoques “verdes” en temas que tradicionalmente eran abordados desde otras perspectivas. Vista de cerca, casi toda clase de información puede tener una lectura que se relacione con estos componentes y, en la medida en que el periodista ambiental los descubra, dejará de ser una isla en medio de la redacción. “No basta que nosotros tengamos esa sensibilidad si nuestros compañeros consideran que la información ambiental es información de segunda categoría. Cada vez es más sencillo colocar en las historias el enfoque ambiental. ¿Cómo? Cualquier vía es buena para hacerlo. Lo importante es no desaprovechar ninguna oportunidad”.

Algunos dilemas del periodismo ambiental Militar o no militar El pecado original del periodismo ambiental, al menos en España y en el criterio de Arturo Larena Larena, es la militancia. En los años posteriores al nacimiento de esta corriente aguerrida y directamente vinculada a los movimientos ecológicos, los reporteros de las generaciones que siguieron han tenido que demostrar su “pureza de sangre” y sus “buenas intenciones” para convencer a muchas fuentes de que no son militantes ni están contaminados por una determinada eco-ideología; que, por el contrario, buscan desarrollar un ejercicio objetivo y aséptico, en la medida de lo posible. Entre abanderar un ejercicio militante o no hacerlo, Larena elige la segunda opción como principio. “Soy partidario de que no debemos militar, de que somos profesionales como cualquier otro periodista de la redacción”. Educar o no educar El artículo 19 de la Declaración de Estocolmo de 1972 señala: “Es esencial que los medios de comunicación de masas eviten contribuir al deterioro del medio humano y difundan, por el contrario, información de carácter educativo sobre la necesidad de protegerlo y mejorarlo, a fin de que el hombre pueda desarrollarse en todos los aspectos”. Otras peticiones comunes que se le hacen a su trabajo son la de crear conciencia ecológica en los ciudadanos y divulgar los grandes problemas en este campo; sensibilizar a gobierno y administraciones; llevar al ánimo de la gente la preocupación por la protección de la biodiversidad y los recursos; crear conciencia pública sobre la necesidad de conseguir un equilibrio entre industrialización y medio ambiente; contribuir al desarrollo de una educación ambiental de carácter informal para un inmenso segmento de la población que no tiene acceso a los niveles educativos; y glosar y exponer el valor del paisaje como “un recurso de enorme importancia económica y social”. Dicho de otro modo, al periodista ambiental se le exige lo que a ningún otro: que sea capaz de educar a través de sus informaciones. Esta labor docente, sin embargo, no debe considerarse una obligación sino un efecto colateral que se deriva de su trabajo. “A la hora de formar y educar existen los cauces adecuados para hacerlo. Si queremos ser periodistas y reivindicar el periodismo con igualdad frente al resto de nuestros compañeros, tenemos que reivindicar un periodismo informativo más que formativo. No estoy diciendo con esto que haya que renunciar a educar, pero sí que queremos ser como


los demás”. La misión primordial de un periodista, y que es común a todas las fuentes, es la de comunicar y hacerlo con la mayor honestidad y claridad posibles. El problema de la especialización A pesar de que los mecanismos de la información han variado tanto y que hoy en día existen infinitas posibilidades de comunicar, las estructuras de las redacciones –en prensa, agencias y medios audiovisuales– siguen siendo las mismas del siglo XXI: divididas por secciones, en las que el control lo suele tener un redactor jefe y un editor. Para hacer más operativas las salas de redacción y más dinámico el flujo de la información habría que cambiar ese sistema por una unidad de coordinación multimedia especializada, que pudiera ver lo que se produce desde el propio medio y a la vez observar lo que generan otros medios; este podría ser un mecanismo efectivo para enfrentar la saturación de información a la que está expuesto el público, al poder precisar qué informaciones se dejan de dar y cuáles son aún necesarias. El periodismo ambiental no es una excepción en esa avalancha informativa. Gracias a Internet, el lector puede acceder a los temas de su interés con mucha más facilidad. Antes, el periodista era exclusivamente la única vía que tenía el ciudadano común para enterarse de ciertas noticias y ahora, desde que existen los buscadores, los periodistas ya no somos tan necesarios. Sin embargo, puede haber una ventaja en todo esto, y es que el público está más preparado para procesar algunos contenidos y, en consecuencia, le exigen al periodista que tenga una mejor preparación. De no cumplir con esta expectativa, con un público que maneja más información, difícilmente podremos los periodistas satisfacer las demandas de quienes nos leen. Pero lejos de afrontar este reto, es cada vez más frecuente que los medios de comunicación privilegien la formación de periodistas “todo terreno”, por encima de la especialización. Aún más grave es que, al menos en España, la figura del periodista está siendo sustituida por la del redactor de mesa, que se limita a retocar comunicados y procesar notas de prensa. Un estudio realizado por la Universidad de Santiago de Compostela (USC) ilustra esta situación: según sus informes, al menos un 60% de los contenidos publicados en los periódicos procedía de notas de prensa y, en muchos casos, las informaciones adolecían de escaso contraste o verificación. Un grave error, señala Larena, porque sólo el periodismo especializado puede aportar un salto diferencial de la calidad de la información, que difícilmente puede ofrecer alguien que está formándose. “La especialización es importante y más en esta disciplina que estamos trabajando es fundamental porque es la única forma de que demos las claves, que contemos con las fuentes que realmente pueden aportar los datos diferenciados que van a permitir que nuestra información tenga más calidad”. En función de esto, en España ha habido intentos por parte de las universidades para darle rango académico al estudio del periodismo ambiental. La Universidad de Navarra, en Pamplona, convoca cada año a un curso de información ambiental; y en los cursos de periodismo científico de la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, la información ambiental era uno de los temas. Desde APIA también partió la iniciativa de organizar el congreso de periodismo ambiental, a través del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): cada dos se celebra esta reunión de comunicadores ambientales con temas diferentes que se desarrollan a través de mesas redondas, ponencias magistrales e


intercambio de experiencias. Ello nos ha permitido “detectar que hay un gran interés por parte de la gente que estudia ciencias ambientales, más que por parte de los periodistas”. APIA, además, impulsa un programa de becas dentro de España en colaboración con la Fundación EFE: una en periodismo ambiental, dos en la especialización de periodismo y energía, y cinco de periodismo ambiental en el ámbito local; todas ellas dotadas con una dieta de 600 euros mensuales. El problema de las fuentes y la investigación Los periodistas vivimos gracias a las fuentes. Una de las más habituales del periodismo ambiental son los científicos y aquí se plantea un problema recurrente de comunicación: Cuando al periodista le corresponde explicar cosas que, a veces, a él mismo le cuesta entender. En ese contexto, existe la tentación de presentar el medio ambiente como una cuestión alejada de la ciencia, cuando por asociación natural la ciencia y el ambiente están íntimamente unidos. Otra salida fácil es tender a la simplificación y a evitar aspectos que son esenciales para la historia pero que preferimos omitir si tenemos dificultades de comprensión. Esto lo que oculta es nuestra propia incapacidad para explicar la información como debería ser y transmitirla a los ciudadanos de forma rigurosa y comprensible. ¿A qué se debe esto? Las razones son variadas. Una de ellas es la dificultad para acudir a las fuentes más cualificadas, bien porque no tengamos los conocimientos para identificarlas o porque en un momento determinado no estén disponibles. Pero en ocasión la culpa no es sólo de las fuentes sino de los periodistas: porque carecemos de los instrumentos, los conocimientos y las capacidades más adecuadas para enfrentarnos a la transmisión de un determinado hecho o, incluso, para determinar quiénes son los interlocutores válidos para tratar algún tema. Cuando esto ocurre existe el peligro de caer en manos de fuentes oportunistas. No hay que olvidar que las fuentes, en general, suelen ser interesadas y, por lo tanto, intentarán mostrar una visión parcial de la información, con el objetivo de que el periodista la recoja y la refleje en su información. Y eso representa un riesgo tremendo. En la medida en que el periodista le dé cabida a determinados voceros, éstos van a terminar por consolidarse como interlocutores autorizados –salvo que, evidentemente, los datos que ofrezca carezcan de toda solidez– y por efecto “bola de nieve”, otros compañeros pueden acabar utilizándolo también como fuente. Es decir, al recurrir a una fuente podemos correr el peligro de otorgarle prestigio a una persona u organización que tal vez no lo merezca, o porque no tiene nada qué aportar o porque simplemente hace propaganda. Es por eso que en la selección de las fuentes de información hay que ser, siempre, extremadamente rigurosos; e incluso aquellos voceros que, en teoría, son los más confiables, hay que ponerlos en salvaguardia cada tanto. ¿Qué debemos pedir a nuestras fuentes? Lo que se le pide a una fuente es que sea fiable, que ofrezca datos objetivos, reales y en lo posible novedosos. Pero también el periodista debe estar en capacidad de evaluar a quién ofrece la información y cotejar hasta qué punto es creíble. Por otra parte, hay informantes que con el tiempo pierden vigencia y es por eso que el periodista debe buscar siempre nuevas voces. Otras veces, hay que poner a trabajar a las viejas fuentes: si están en capacidad de suministrar una información determinada, al menos pueden servir de orientadores y facilitar otras opciones a las que se pueda recurrir en su lugar.


También es importante que el periodista ambiental cuente con el suficiente bagaje para poder identificar a cada uno de los actores de una historia y determinar el rol que juega. No siempre hay un malo en la historia y no siempre se cumplen los roles. Un ejemplo: aunque de partida las empresas suelen ser las villanas de la acción, no siempre ocurre así. Con respecto a las organizaciones no gubernamentales, que en los inicios del periodismo científico solían ser informantes casi exclusivos, es necesario aprender a diferenciar las fortalezas e intereses de cada una. “No todas las ONG son iguales y hay que saber distinguir entre las que están por amor a la causa y las que están por negocio”.

Preguntas / respuestas / preguntas ¿A la gente le interesa el tema ambiental? En España, tradicionalmente se han hecho estudios acerca de qué temas interesan más al lector de periódicos y entre esos temas siempre salía a relucir el medio ambiente. Sin embargo, en la mayor parte de los medios no existe la sección de medio ambiente, que por lo general está incluida en la sección de sociedad. Recientemente hay otro fenómeno: el de la economía. Cada vez la economía está dando más espacio a la información ambiental y eso creo que es bueno: primero, porque la información económica tiene un marchamo de calidad que no suelen tener otro tipo de periodistas. Además, ellos le dan el toque un poco diferente al tradicional, con lo cual se puede ver que es posible hablar de información ambiental sin caer continuamente en el enfoque negativo o catastrofista. Este tipo de información también la leen quienes toman las decisiones en las esferas de poder. ¿Cómo se puede exaltar el atractivo de la información ambiental? Hay que buscar una “percha” de la que colgar la información para que resulte atractiva. A través de esa percha se puede desarrollar todo el material: las opiniones de los científicos, la documentación, los últimos estudios publicados hasta el momento. Muchos medios acabamos contando lo que cuenta todo el mundo. Para salir del cartel acudes al espectáculo cuando debe ser la diversidad lo que debe enriquecer. Pocos nos atrevemos a ir más allá de la rueda de prensa. Hay que preguntarse por los problemas que interesan al ciudadano: el destino de la basura, el calentamiento global, energías alternativas, tratamiento de los residuos, ecosistemas, marea roja, deforestación, residuos industriales, minería, guerra por el agua, energía nuclear como alternativa, contaminación atmosférica, especies endémicas. Cualquier cosa que afecte el bolsillo del ciudadano en materia de consumo siempre puede tener un atractivo adicional. Es interesante buscar esos aspectos que en un momento determinado puedan afectar a la economía de los ciudadanos. ¿Qué se necesita para encontrar una buena historia? Buena preparación para identificarla y, sobre todo, olfato periodístico. Y si falla el olfato, hay que buscar en ellas ciertas características muy de manual: actualidad, novedad, relevancia, y proximidad, conflicto, impacto, empatía, relevancia o prominencia y grado de compromiso.


¿Se puede hablar de periodismo ambiental en positivo cuando la situación de los países, en general, es negativa? Lo primero es una etapa de denuncia. Lo que no podemos hacer los medios es evadir la realidad. Los hechos negativos hay que denunciarlos. Pero sí se puede hacer un esfuerzo para buscar otros enfoques. También hay que preguntarse: ¿realmente tiene sentido hablar de desarrollo y de información ambiental cuando cada día mueren millones en el mundo por falta de medios para subsistir? ¿Qué hacemos hablando de información ambiental cuando hay gente muriendo de hambre? Y hay que recordar que el componente ambiental también tiene que ver con los derechos humanos y que no podemos abstraernos de los modelos económicos de los países. ¿Cuál es la clave para que los científicos se conviertan en fuentes accesibles? Los científicos solían ver a los periodistas como peligrosos y no necesitaban de ellos para transmitir sus conocimientos. Pero ahora esto ha cambiado: ellos requieren financiamiento para sus investigaciones y para obtenerlo necesitan transmitirle a la sociedad determinadas cosas. Por lo tanto, empezamos a ser elementos esenciales de su trabajo. A medida que hemos sido capaces de transmitir a la sociedad de manera comprensible lo que ellos están haciendo, ha aumentado su confianza. Pero la única forma de verificar si lo que dice un científico es cierto es consultar más fuentes. En el periodismo también hay que consultar segundas opiniones. ¿Qué papel pueden jugar las agencias de noticias en el incremento de la pauta ambiental? La de agencia es una información que como periodistas debemos utilizar, muchas veces porque es información publicable en sí misma, y otras veces porque nos da pistas, nos da ideas, temas que a lo mejor no son directamente del ámbito territorial en el que trabajamos, pero que nos ayudan a lograr un enfoque sobre aquello en lo que trabajamos. Las ideas hay que sacarlas de muchos sitios, y las agencias de noticias internacionales son un mecanismo muy potente a la hora de conseguirlas. Además, tienen un poder de tirar de los temas, de hacer de locomotora, muy importante. Saber por dónde va la agencia con antelación te permite, como medio, marcar un poco las diferencias y enfocar las noticias por otro lado. Un caso singular a destacar es el de la Agencia EFE que, desde hace más de una década, apostó por este tipo de información especializada y cuenta con una sección y periodistas que trabajan exclusivamente en este campo. ¿Es posible la objetividad? La comunicación puede ser honesta, más que objetiva. Somos esclavos de nuestra historia, de nuestra formación. Por lo tanto debemos ser honestos y rigurosos. Podemos tener nuestras debilidades pero a la hora de hacer la información debemos buscar el equilibrio. La información no deja de ser interpretación: entre lo que ocurre y lo que se transmite siempre hay una pequeña diferencia. ¿Se apuesta por una información ambiental? Poco o nada. Sin embargo, que estemos aquí significa que algo se empieza a mover y hay razones para la esperanza. Si hay un color para el futuro, ese es verde.


Algunas máximas a tener en cuenta -“¡No seáis fundamentalistas!”. Debemos tener una mentalidad abierta y no adoptar planteamientos ambientales dogmáticos. -“Hay que buscar nuevos enfoques, hay que humanizar las historias y hay que involucrar en el tema ambiental a la gente que sí tira del público”. -“Somos humanos y los humanos nos equivocamos. Y si nos equivocamos, rectificamos lo antes posible. Cuanto más tardemos en rectificar va a ser peor. Rectificar no va en detrimento de nuestro trabajo sino todo lo contrario. Es signo de seriedad y rigor”. -“Debemos acostumbrarnos a trabajar en equipo: compartir ideas con otros compañeros, discutir soluciones, titulares, enfoques”. -“En el periodismo ambiental hay que tener mucho cuidado con los titulares: a veces se tiende a condensar tanto el titular que se desvirtúa el sentido de la información, aún cuando el cuerpo de la noticia sea correcto”. -“Es recomendable volver a hacer de vez en cuando una lista de las fuentes con las que se cuenta y evaluarlas: su crédito informativo no es ilimitado. Hay que preguntarse: ¿han respondido? ¿Ha sido de calidad la información que nos han suministrado? ¿Nos han dado pistas para ponernos en contacto con otras fuentes? Y si nos engañan, aunque sea una sola vez, hay que ponerlos en la lista negra”.

Nota: Esta relatoría pertenece a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Podrá ser divulgada con previa autorización escrita de la FNPI. Deberán darse los créditos al autor, así como a los organizadores del taller.


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