Socialismo, Ecología y Revolución ¿Un Nuevo Paradigma? Autor:
Daniel Feldman A lo largo de la historia, la humanidad ha transitado por diversos paradigmas o modelos, puntos de referencia a los cuales mirar para el accionar del día a día, o utopías generalmente liberadoras a desarrollar. Es más, las sociedades se mueven generalmente en planos multiparadigmáticos, más allá de la dominancia de uno de ellos, o de la alternancia en la hegemonía. ¿Cuál es hoy el paradigma de la izquierda? ¿O de las izquierdas? ¿Hay un solo paradigma? ¿Existe una sola izquierda? ¿Hemos pasado de la meta, esbozada por Marx, de una sociedad sin explotados ni explotadores en la cual cada uno aportaría según su capacidad y recibiría según sus necesidades a la de lograr lo posible dentro de las limitaciones propias de la economía de mercado? Señala Eric Hobsbawn que cien años después de la fundación de la II Internacional, los partidos socialistas y de trabajadores se encuentran desorientados. A toda hora se preguntan con tristeza por su futuro y es lógico que así sea. Sin embargo, esta incertidumbre no es sólo patrimonio de nosotros, los socialistas. ¿Qué otros partidos, qué otros sectores de la sociedad saben realmente cómo será el futuro? ¿Quién está hoy seguro de algo si no es musulmán, cristiano o judío fanático? (1) La caída del “campo socialista” generó, si no un cambio de paradigma, sí el descreimiento y la ausencia de uno para amplios sectores de la izquierda clásica; tanto para aquellos defensores a ultranza del modelo soviético como para sus críticos más acérrimos. Señala también Hobsbawn en el mismo artículo que los trabajadores se están disolviendo en grupos con intereses divergentes y contradictorios. Tal vez sea necesario que la izquierda realice un nuevo análisis de las clases sociales y supere la visión ortodoxa y de lectura literal de los trabajos de Marx. ¿Es lícito hoy hablar del proletariado en los términos clásicos en que lo concebíamos hace dos o tres décadas nada más? ¿No sería más correcto referirnos a los trabajadores en general, aquellos que venden su fuerza de trabajo por una remuneración, independiente en primera instancia de cuánto sea ésta? La propia definición que hacía Marx del proletariado no era cuantitativa, no estaba en función de su remuneración –la cual era mísera- sino que era cualitativa y surgía de su posición y relación frente a la propiedad de los medios de producción y su participación en el proceso productivo. Hoy día, tal vez fuera más correcto hablar de propietarios y no propietarios, categoría esta si no me equivoco, también definida por Marx. Pero no sólo han cambiado aquellos que venden su fuerza de trabajo, también lo han hecho quienes poseen los medios de producción. Ya no se trata más de la
industria fabril; hoy los verdaderos propietarios son los dueños del capital financiero, que no tiene una localización física ni una identidad nacional. Pero, retomando lo sostenido por Hobsbawn referente a los intereses divergentes dentro de la propia “clase trabajadora” conviene interrogarnos si, aunque suene paradójico, esa misma clase no es policlasista. ¿Qué tienen en común un gerente, administrador o mando medio de una multinacional, que gana miles de dólares al mes con un trabajador metalúrgico no especializado de una fábrica, cuya remuneración asciende a unos pocos miles de pesos uruguayos? Ambos son asalariados, ambos venden su fuerza de trabajo y ambos generan plusvalía. Posiblemente uno viva en un acomodado barrio, tenga su propio vehículo, mande a sus hijos a un colegio privado y disfrute de muchos etcéteras. Muy probablemente el otro viva en un asentamiento o al límite de él, y su mayor preocupación sea llegar a fin de mes con sus menguados ingresos. Ambos son trabajadores. ¿Son los mismos sus intereses? Carlos Blanco define a los primeros –si bien lo hace para lo que fueron las castas burocráticas del “socialismo real” creemos que es aquí válidocomo una parte del aparato social dominante, muchas veces desligada de una relación jurídica directa sobre los medios de producción… gente que no tiene por qué ser dueña de nada, salvo de resortes cognitivos, de capacidad para incoar o mantener una determinada estructura de procesos productivos que son, a la par, procesos de control, sometimiento y dominación sobre las personas y sobre la naturaleza. (2) Un análisis semejante podríamos hacer respecto a los propietarios de diferentes medios de producción. En la sociedad actual, muchos pequeños propietarios están –y estarán de por vida- en una situación económica mucho más incómoda que unos cuantos asalariados. Asistimos al desarrollo del postmodernismo. La sociedad “moderna” ha sido superada o por lo menos fuertemente cuestionada, fruto de sus propias contradicciones. Ello implica superar viejos discursos, tanto estéticos, éticos o filosóficos. Implica también la búsqueda de un nuevo paradigma, y tal como sostiene Marilyn Ferguson, atendiendo a la noción de paradigma de Kuhn, un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar antiguos problemas. (3) La izquierda, que en el imaginario colectivo la podríamos definir como aquella versión política que busca desarrollar una práctica liberadora en pos del bienestar y el desarrollo más amplio posible del ser humano, ha estado inmersa ella misma en el paradigma modernista y en general no ha conseguido superar o separarse de la visión mecanicista, cartesiana o incluso “galileana” de los procesos naturales y / o sociales. Es más, el determinismo histórico fue parte de su concepción política. El proyecto de la modernidad apostaba al progreso. Se creía que la ciencia avanzaba hacia la verdad, que el progreso se expandiría como forma de vida total y que la ética encontraría la universalidad a partir de normas fundamentadas racionalmente. No obstante, las conmociones sociales y culturales de los últimos decenios parecen contradecir los ideales modernos. La modernidad, preñada de utopías, se dirigía hacia un mañana mejor. Nuestra época –desencantada- se desembaraza de las utopías, reafirma el presente, rescata fragmentos del pasado y no se hace demasiadas ilusiones respecto al
futuro. (4) La izquierda no fue ajena –ni lo es actualmente- al análisis que realiza Díaz. Su discurso continúa apostando al progreso, como si este por sí solo resolviera las contradicciones del propio método de producción y se tratara únicamente de una cuestión de distribución de riquezas generadas. Independientemente de que donde gobierne la izquierda se puedan lograr mejores condiciones de vida para los sectores más postergados –aunque ello no sea condición sine qua non- la propia concepción racionalista, mecanicista y reduccionista que campea en su discurso no garantiza un pleno desarrollo de las potencialidades del ser humano. También, esa visión determinista que señalábamos más arriba, lleva muchas veces a postergar anhelos en aras de un futuro que será pleno. El capitalismo es desde hace ya unos siglos el modo de producción dominante y, como expresa Wallerstein tiene una necesidad imperiosa de expansión en términos de producción total y en términos geográficos, a fin de mantener su objetivo principal, la acumulación incesante. (5). Partiendo del propio Marx, tal vez aún no haya generado el desarrollo suficiente de sus propias contradicciones para ser superado, más allá de que los gérmenes de su propia destrucción puedan haber nacido ya. Las experiencias del “socialismo real” no lograron trascender al capitalismo, y, amén de sus barbaries sociales y políticas, su modo de producción tuvo la impronta capitalista. ¿Qué decía Lenin respecto al socialismo? Que era el poder de los soviets más la electrificación de toda Rusia. En el fondo, y no tanto, estaba imbuido de esa misma mística del “progreso” a toda costa; la expansión de las fuerzas productivas significaba el sometimiento de la naturaleza para extraer lo más posible de ella. Ejemplo de ello son todos los desastres ecológicos, no sólo producidos por el capitalismo sino también por el socialismo real. Ellos no constituyeron desvíos de la idea socialista original, ya que no se encuentra una elaboración teórica por parte de los pensadores revolucionarios respecto al tema, salvo algunas honrosas excepciones. Esa misma concepción “modernista” y “desarrollista” llevó a una hipervalorización del trabajo. Como ya cité en un material anterior (6) a diferencia del resto de los animales, el hombre no toma simplemente de la naturaleza lo que necesita, sino que él mismo produce, reproduce, crea y recrea los medios reales con los que subsiste. El trabajo crea un mundo superorgánico que se expande al mismo tiempo que lo hace el reino de las necesidades. El trabajo por tanto no es una necesidad, sino un medio de satisfacer algunas necesidades al margen del mismo. Hoy, escuchamos a diario que una persona es excelente porque trabaja 14 horas al día. Salvo, supongo algún fanático de los que siempre hay, creo que a nadie le gusta trabajar 14 horas al día, y cuando lo hace es por la mera necesidad de poder sobrevivir para… para nuevamente poder trabajar 14 horas el día siguiente. La verdad, en lo que me es personal, detesto el trabajo tal cual está concebido en la sociedad actual, donde lo único que persigue es la propia continuidad y reproducción de esa fuerza de trabajo para beneficio de unos pocos. Aspiro a que una fuerza de izquierda tenga como estandarte la erradicación del mismo y su objetivo sea el que podamos desarrollar un ocio creativo, el cual puede implicar sí trabajo, pero que éste signifique la realización del individuo. ¿Qué virtud intrínseca tiene el trabajo? Esa propia concepción, esbozada por Marx, del trabajo como primera necesidad vital en una sociedad
comunista, más allá del contexto en que se tome, interpretada dogmáticamente ¿no apunta a continuar con la alienación del trabajador? Si analizamos el trabajo de la mayoría de la gente, ¿a qué apunta? En definitiva a una esclavización del individuo, a perpetuar un estado de cosas, a la necesidad de trabajar para conseguir un salario para poder reproducir esa misma fuerza de trabajo y, en el mejor de los casos poder ingresar a la sociedad del consumo, profundizado esto en una economía globalizada, que si bien puede permitir la mejora de algunos sectores o países, su diseño apunta a maximizar la riqueza y el poder de quienes hoy lo detentan. Sin embargo, no podemos hacer abstracción de la realidad, en un mundo con 6.000 millones de habitantes, globalizado, donde para una gran porción de la población lo que está en juego es su propia supervivencia. Pero más allá de ello, también debemos pensar en el futuro, en nuestros hijos y nietos ó, tal vez, como una tribu india que estableció lo que llama la visión “diacrónica”, que implica pensar en la séptima generación: los tataranietos de los bisnietos. La izquierda, gobernante en muchos países, se ve enfrentada a una contradicción, más allá de que muchas veces ésta no se manifieste. En general la llegada al gobierno se da en el marco de una propuesta de mejores condiciones de vida, aumentar el empleo y las remuneraciones. En la actualidad ello implica, ante la imposibilidad de detener la marcha, la apuesta al “crecimiento” económico. Ese crecimiento llevaría a una mejora en el mercado de trabajo y a la vez a una redistribución más justa o equitativa. Sin embargo, en esa visión de progreso, más allá de qué se plantee hacer con el excedente, casi todas las tendencias políticas tienen una visión coincidente, la cual conduce al sabotaje de nuestro hábitat. La incapacidad para pensar el futuro fuera del paradigma del crecimiento económico permanente es, sin duda, la falla principal del discurso oficial sobre el desarrollo duradero o sustentable. (7) esta incapacidad no escapa a la propia izquierda, y muchas veces cuando se esbozan dichas preocupaciones se las tilda de deformaciones pequeño burguesas o hippismo trasnochado. Generalmente no vemos el colapso ambiental como una amenaza real. Sentimos sí como amenazas el peligro de una confrontación mundial o los terrorismos porque creemos –paradigma del progreso- que la naturaleza está cada vez más dominada. Podemos entonces hablar de ecología política pero para ello debemos comprender, como afirma Leff (8) que la ecología no es política en sí. “Si la política es llevada al territorio de la ecología es como respuesta al hecho de que la organización ecosistémica de la naturaleza ha sido negada y externalizada del campo de la economía y de las ciencias sociales. El constante crecimiento y aumento de la producción no se da en función de las necesidades humanas sino para maximizar la ganancia, más allá de que en los países sub desarrollados el crecimiento económico sea en muchos casos una necesidad para poder subsistir o mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados. Pero ¿hasta cuándo es posible crecer? ¿Deben seguir creciendo los países desarrollados?
En el año 1996 William Rees y Mathis Wackernagel, de la School for Community & Regional Planning de la Universidad de Columbia Británica, definieron el concepto de “huella ecológica” el cual es un indicador ambiental del impacto que ejerce una comunidad humana dada (país, ciudad, región, etc.) sobre su entorno y determina el área de terreno necesaria para producir los recursos que se consumen y asimilar los residuos generados por esa comunidad. Tomando en cuenta la superficie terrestre y la población, una civilización duradera (asumiendo que la población del planeta se mantuviera estable en las cifras actuales) necesitaría 1,4 hectáreas por habitante. De acuerdo a las pautas de vida del presente, cada ciudadano de Estados Unidos consume 8,6 hectáreas, un habitante de Canadá 7,2 y uno de Europa 4,5. Es decir, si todos consumiéramos como los estadounidenses, necesitaríamos aproximadamente 6 planetas Tierra. Muchas veces lo que hace la izquierda es criticar el carácter de la economía dominante de EE.UU., pero aspira a que se avance hacia pautas de consumo semejantes. Ya estamos en déficit; se calcula que se gastan un 20% más, en lo que respecta a combustibles fósiles, que lo que la tierra tiene capacidad de regenerar anualmente. No es entonces posible, ni realista –para tomar un término de actualidad- plantearse un crecimiento económico ilimitado en un mundo donde los recursos, por definición, son limitados. Es así que incluso ha surgido una corriente que plantea el decrecimiento, o según algunos el “acrecimiento”, fundada por el rumano Georgescu-Roegen y cuyo principal exponente hoy día es el francés Serge Latouche. Se hace necesario concebir, tal como sostiene James Lovelock, autor de la teoría de GAIA, a toda la biosfera como un sistema único, y para ello debemos cambiar un montón de paradigmas. La sociedad es fruto de la interacción de todos los individuos y de su medio. Los procesos sociales por ende también son fruto de esa interacción. La política podría ser una buena catalizadora de los procesos de cambio, para acabar con los compartimientos estancos. Sostiene René Passet refiriéndose a la economía, que un subsistema no puede regular a un sistema que lo engloba. Dicho de otra manera, la regulación del conjunto, del sistema vivo, no se puede realizar a partir de un nivel de organización inferior. (9) Creo que el primer gran paradigma que debemos sustituir es el reinado del valor de cambio por el valor de uso. Evitar que todo, hasta los más elementales derechos (y deberes) humanos sean una mercancía. Para ello es necesario partir de que la naturaleza no puede ser considerada un valor de cambio, ya que es patrimonio de toda la humanidad. Otro gran paradigma a cambiar es el que abarca al desarrollo de las ciencias. La ciencia, al no ser en teoría dogmática, debe estar dispuesta a revisar sus presupuestos. No se trata sólo de predecir fenómenos o comportamientos, sino fundamentalmente, comprender. Como señala Fritjof Capra (10) los físicos se han dedicado a buscar los “bloques básicos” de construcción de la materia y han expresado sus teorías en términos de principios “básicos”, ecuaciones “fundamentales” y constantes “fundamentales”. Cuando han tenido lugar revoluciones científicas importantes, se ha tenido la sensación de que los cimientos de la ciencia se tambaleaban. Tal vez sea hora
ya de que hagamos tambalear los cimientos de nuestras propias estrecheces ideológicas, construyendo un “entramado” ideológico, una red, al mejor estilo de las redes neuronales, donde la elaboración vaya y venga en todas direcciones, sin tener que partir de un axioma ideológico o un cimiento intocable. Los procesos sociales y políticos no están conformados por entidades independientes, más allá de análisis parciales o muestreos que puedan hacerse aislando uno o varios. Vale aquí la analogía, utilizada en diversas áreas, del océano y las olas. Se puede considerar a la ola como una entidad individual y sin embargo es inseparable del océano, ella misma es el océano. Debido a la fuerte impronta reduccionista que prima a nivel de todas las ciencias, muchas veces caemos en una excesiva “objetivización” de los fenómenos y no percibimos que estos no podrían ocurrir sin nuestra presencia, somos parte indisoluble de ellos. Según Roland Fisher, por ejemplo, la dulzura que gustamos con el azúcar no es una propiedad del azúcar ni de nosotros mismos. Nosotros producimos la experiencia de la dulzura en el proceso de interacción con el azúcar (11). Es más, agregaría que para cada uno de nosotros es diferente ese proceso. ¿Dónde radica entonces la singularidad de un pensamiento? Aunque parezca contradictorio o paradójico, en su generalidad o posibilidad de generalización. Sin embargo, vivimos en un mundo de súper especialización, no sólo en la ciencia y la técnica sino a todo nivel. Analicemos por ejemplo el caso del gobierno: muchas veces un determinado ministerio actúa o pretende hacerlo como un compartimiento estanco y desde afuera, se critica a determinado ministro como si el mismo fuera una entidad independiente, como si no fuera una ola del océano que teóricamente cohesiona el presidente. Algunos critican la política económica, como si esta fuera sólo económica y no política. Esto nos lleva a formularnos una nueva pregunta: ¿es posible aplicar la lógica a los procesos políticos? Esta es muy bonita cuando nos referimos a sistemas lineales de causa y efecto, pero en el mundo político estamos inmersos en redes multicausales y describir éstas en términos lógicos puede generar paradojas, con su consiguiente insolubilidad. La lógica es atemporal y en la causalidad interviene la variable tiempo. ¿A qué pretendo apuntar? No es idea de este trabajo declarar el fin de las ideologías o dar por superadas las teorías históricas que han sustentado a la mayoría de los movimientos de izquierda. Menos aún someternos a la lógica de la praxis política ni a la concepción TINA (12). Las concepciones predominantes tanto en las ideologías, como en las ciencias o la vida cotidiana son fruto de sus épocas, y las épocas, en gran medida, son fruto de la acción de la humanidad. La época actual, dominada por el excesivo consumo y opulencia de una parte del mundo, y por la miseria, necesidad y / o aspiración de entrar al mercado de otra gran parte, lleva inexorablemente al agotamiento de las bases materiales para la sustentabilidad de cualquier sistema. No debemos esperar a que el capitalismo explote por los aires a raíz de sus prácticas devastadoras, ya que esa explosión nos arrastraría a todos. La izquierda debe asumir un compromiso ambiental de primer orden, y no como una mera práctica de “manejo racional de los recursos”, ya que si seguimos sometidos al criterio del crecimiento incesante para lograr mejores distribuciones, lo más factible serán los triunfos efímeros. En gran medida el
ambientalismo debe ser su ideología. Esto no implica únicamente preocuparse por una especie en vías de extinción o las consecuencias de la instalación de una determinada industria; es una postura, una actitud ante la vida, el presente y el futuro. ¿Implica esto la necesidad de la construcción de un “partido ambientalista” como vanguardia de los procesos de liberación? No, no necesariamente. En primer lugar, aunque no viene al caso su discusión aquí, creo que el concepto de vanguardia ha sido superado. En segundo lugar, el ambientalismo jugaría un papel de redefinir al propio concepto de izquierda. Por un lado, porque atraviesa a todo el espectro político y social, redefiniendo muchos esquemas y prejuicios. La sociedad ha cambiado y por lo tanto los movimientos políticos deben cambiar. ¿Qué es lo que subyace en una comunidad sustentable? Al decir de Capra no es el crecimiento económico, el desarrollo o las ventajas competitivas, sino la red de vida de la cual nuestra supervivencia a largo plazo depende. (13) Esa red nos tendría que llevar a pensar en términos de relaciones, conexiones y contexto. El paradigma actual de la ciencia (el de la izquierda también) se basa fundamentalmente en la mensurabilidad. Las redes no pueden ser medidas; no nos encontramos frente a un desafío cuantitativo sino cualitativo. Debemos cambiar la calidad de la política. Para ello, la calidad de la izquierda debe cambiar.
Bibliografía (1) (2) (3) (4) (5)
(6) (7)
Hobsbawn, Eric. ¿Adiós al movimiento obrero clásico? En “Polémicas: desde el mortero de Krupp al rayo láser”. Blanco, Carlos X. Comunismo y progreso. 2007 Morales García, Gerardo. Fritjof Capra, contestación posmoderna y paradigma ecológico. Díaz, Esther. Posmodernidad. Editorial Biblos, 2ª edición, Buenos Aires, 1999. Wallerstein, Immanuel. Ecología y costes de producción capitalistas: No hay salida. Trabajo presentado en las jornadas PEWS XXI, “The Global Environment and the World System”, Universidad de California, Santa Cruz, 3 al 5 de abril, 1997. disponible en http://www.inisoc.org/ecologia.htm. Feldman, Daniel. Socialismo, marxismo y mayonesa. Voces del Frente, Harribey, Jean-Marie. Alternativas: por una sociedad ahorrativa y solidaria. Publicado en Le Monde Diplomatique, disponible en http:www.rebelion.org/noticia.php?id=4293.
(8)
(9) (10) (11) (12) (13)
Leff, Enrique. La Ecología Política en América Latina. Un campo en construcción. Trabajo presentado en la reunión del Grupo de Ecología Política de CLACSO, Panamá, 17 – 19 de marzo, 2003. Passet, René. Principios de Bioeconomía. Economía y Naturaleza 5. fundación Argentaria. Visor Dist., 1996. Capra, Fritjof. Sabiduría insólita, p.74, Ed. Kairós, 2ª ed., España, 1994. Ídem. TINA. There Is No Alternative. Capra, Fritjof. Ecoliteracy: The Challenge for Education in the Next Century. Liverpool Schumacher Lectures, march 20, 1999.