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Solo quedó el miedo - Servando Clemens

SOLO QUEDÓ EL MIEDO

En cadena nacional, el presidente anunció con bombo y platillo que toda la población podía salir libremente a Servando Clemens MÉXICO la calle.

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Helena se quitó el pijama, se puso ropa deportiva y decidió ir a correr como lo hacía antes de la cuarentena, la cual había durado siete largos e insufribles meses. Al salir, sintió que la luz solar le lastimaba los ojos. Se sorprendió al ver la ciudad convertida en un desierto. Miró cómo la hierba crecía entre las ranuras del concreto. Distinguió a uno que otro malviviente que rondaba por los callejones como si se tratara de mapaches asustados. La población tenía miedo a salir, todos temían enfermarse y morir en un hospital. Helena trotó unos cuantos metros y sintió que le faltaba el aire, la boca se le secó, una punzada en su ahora abultado abdomen hizo que se doblara casi por completo. Colocó una rodilla en el pavimento y trató de respirar lentamente para que el dolor pasara. —¿Estaré enferma? —dijo Helena—. Será mejor regresar y esperar unos días más… o quizá un par de meses más si es necesario. Caminó unos pasos hasta llegar a la tiendita de la esquina y se sorprendió al ver que estaba cerrada con dos candados y una tranca. El negocio quebró y sus dueños regresaron a su pueblo natal. Avanzó dos manzanas más hasta llegar la cafetería donde solía tomar café con sus mejores amigas y no pudo creer en lo que se había convertido su lugar favorito: una bodega para resguardar despensas que algún día entregaría el gobierno (si es que lo hacían). De pronto, Helena creyó que le faltaba algo muy importante, se tocó la cara y descubrió que le hacía falta su cubrebocas y los lentes protectores. —¡Qué irresponsable soy! ¿Qué pensarán los demás de mí? Helena vio una patrulla de la policía municipal que doblaba por la esquina y se sintió la peor de las criminales por el sólo hecho de andar afuera como si nada. Ella regresó corriendo a su departamento, entró a su dormitorio, puso llave a la puerta, se miró en un espejo, pestañeó varias veces y sintió rasquera en todo el cuerpo. Luego concluyó que ya no la llamarían de la oficina, pues su jefe ya no le regresaba las llamadas y ya no le habían depositado las últimas tresquincenas a pesar de que ella había trabajado desde su casa. ¿Cómo le haría para sobrevivir? ¿Dónde buscaría trabajo? ¿Cómo pagaría sus deudas? Helena se dejó caer encima de la cama, revisó por enésima vez el teléfono y se percató de que las cosas jamás volverían a ser igual que antes. 64

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