Luis Bilbao
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Argentina como clave regional
Argentina como clave regional Dilemas de la transici贸n en Suram茅rica a comienzos del siglo XXI
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Argentina como clave regional
Argentina como clave regional Dilemas de la transici贸n en Suram茅rica a comienzos del siglo XXI
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Argentina como clave regional Dilemas de la transici贸n en Suram茅rica a comienzos del siglo XXI
Luis Bilbao
Fuenap Fundaci贸n Ense帽ar para Aprender
© 2007, Luis Bilbao Derechos exclusivos de edición en castellano reservado para todo el mundo. Diseño de tapa: Ximena Moscoso Lazo © 2007, Fuenap (Fundación Enseñar para Aprender) ISBN: Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin permiso del editor.
Índice I Introducción II Qué viene después del neoliberalismo
11 25
2003: América Latina en el final de una etapa histórica
III Dilemas de la transición
55
2004: Suramérica a comienzos del siglo XXI
IV Argentina como clave regional
75
2005: nuevo cuadro suramericano
V Desagregación nacional y responsabilidad de las izquierdas
99
2006: nueva oportunidad, objetivos de siempre
VI 2007, punto de partida
133
A la deriva
VII Epílogo
153
Apéndice 1. Teoría y práctica del Frente Único Antimperialista
167
2. Teoría y práctica del Partido Revolucionario
181
3. Llamamiento por un Congreso Nacional del Pueblo
201
Luis Bilbao
I Introducci贸n
11
Índice I Introducción II Qué viene después del neoliberalismo
11 25
2003: América Latina en el final de una etapa histórica
III Dilemas de la transición
55
2004: Suramérica a comienzos del siglo XXI
IV Argentina como clave regional
75
2005: nuevo cuadro suramericano
V Desagregación nacional y responsabilidad de las izquierdas
99
2006: nueva oportunidad, objetivos de siempre
VI 2007, punto de partida
133
A la deriva
VII Epílogo
153
Apéndice 1. Teoría y práctica del Frente Único Antimperialista
167
2. Teoría y práctica del Partido Revolucionario
181
3. Llamamiento por un Congreso Nacional del Pueblo
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Luis Bilbao
I Introducci贸n
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Argentina como clave regional
Luis Bilbao «Es tan cierto como prodigioso que verdad y error manan de una misma fuente, por lo cual no se debe con frecuencia hacer daño al error, ya que al mismo tiempo se le hace a la verdad» Johann W. Goethe
Menguada hasta límites impensados, sin timón en el puente de mando, sin motores en marcha allí donde nace la fuerza que todo lo mueve, Argentina es no obstante la clave para el desarrollo futuro de la coyuntura histórica que vive la región. Sólo que, aunque suene paradojal, la condición de país clave reside en su debilidad y no en su fuerza. El destino inmediato deja como opción sumarse a uno u otro de los dos grandes contendientes ya delineados en este momento decisivo de la Historia. Había y sigue habiendo, en el subsuelo de estas tierras potencia más que suficiente para aspirar a un destino diferente. Pero no ocurrió. En otros períodos Argentina ocupó un relevante lugar de avanzada en América Latina. Por ejemplo cuando una naciente clase trabajadora tuvo la lucidez y el vigor necesarios para alumbrar aquel primer periódico socialista, El Obrero, con el ímpetu de un proletariado que a fines del siglo XIX se puso a la vanguardia de la concientización y organización de los trabajadores en el Sur de América. Fueron vanguardia también los estudiantes con la Reforma de 1918, abriendo camino para los universitarios en todo el mundo. Y los obreros que sobre las llamas encendidas por el 17 de octubre de 1945 construyeron el Partido Laborista, mostraron a generaciones futuras la doble lección de la potencia implícita en la unidad social y política de las masas, y el costo a pagar cuando ésta queda bajo el control de las clases dominantes. Ya no en primera línea, pero sí en el pelotón de avanzada mundial, estuvieron trabajadores y estudiantes con la oleada de insurrecciones en el último tramo de los años 1960, que tuvo su expresión mayor en el Cordobazo. A las juventudes que tomaron las armas inmediatamente después, les cabe también el honroso apelativo de vanguardia, en la búsqueda de una sociedad mejor. La sangre hierve al comprobar que tanto sacrificio, tanta esperan12
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Argentina como clave regional
Luis Bilbao «Es tan cierto como prodigioso que verdad y error manan de una misma fuente, por lo cual no se debe con frecuencia hacer daño al error, ya que al mismo tiempo se le hace a la verdad» Johann W. Goethe
Menguada hasta límites impensados, sin timón en el puente de mando, sin motores en marcha allí donde nace la fuerza que todo lo mueve, Argentina es no obstante la clave para el desarrollo futuro de la coyuntura histórica que vive la región. Sólo que, aunque suene paradojal, la condición de país clave reside en su debilidad y no en su fuerza. El destino inmediato deja como opción sumarse a uno u otro de los dos grandes contendientes ya delineados en este momento decisivo de la Historia. Había y sigue habiendo, en el subsuelo de estas tierras potencia más que suficiente para aspirar a un destino diferente. Pero no ocurrió. En otros períodos Argentina ocupó un relevante lugar de avanzada en América Latina. Por ejemplo cuando una naciente clase trabajadora tuvo la lucidez y el vigor necesarios para alumbrar aquel primer periódico socialista, El Obrero, con el ímpetu de un proletariado que a fines del siglo XIX se puso a la vanguardia de la concientización y organización de los trabajadores en el Sur de América. Fueron vanguardia también los estudiantes con la Reforma de 1918, abriendo camino para los universitarios en todo el mundo. Y los obreros que sobre las llamas encendidas por el 17 de octubre de 1945 construyeron el Partido Laborista, mostraron a generaciones futuras la doble lección de la potencia implícita en la unidad social y política de las masas, y el costo a pagar cuando ésta queda bajo el control de las clases dominantes. Ya no en primera línea, pero sí en el pelotón de avanzada mundial, estuvieron trabajadores y estudiantes con la oleada de insurrecciones en el último tramo de los años 1960, que tuvo su expresión mayor en el Cordobazo. A las juventudes que tomaron las armas inmediatamente después, les cabe también el honroso apelativo de vanguardia, en la búsqueda de una sociedad mejor. La sangre hierve al comprobar que tanto sacrificio, tanta esperan12
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Argentina como clave regional
zada entrega, tantas generaciones en pie de combate, desembocaran en este oscuro período de mediocridad y cobardía que por momentos parece constituirse en rasgo nacional; en esta confusión de ideas y valores con que Argentina recorre el primer tramo del siglo XXI. La certeza de que se trata apenas de un instante en la historia no hace menos cruda la realidad. Pero basta cambiar el ángulo y mirar el panorama desde fronteras afuera, para asumir la verdadera dimensión del asunto y aventar cualquier forma de decepción o pesimismo: aquella fuerza eclipsada hoy en Argentina, gravita con potencia incontenible en la región como conjunto y en tres países en particular. «Nada se pierde, todo se transforma», asegura la primera ley de la termodinámica. La inmensa energía producida por las luchas del pasado es parte inseparable del formidable auge revolucionario latinoamericano, a partir del cual discurre cada situación nacional. La lucha de clases en cada país se desenvuelve a partir de una realidad regional que se impone. Esto por cierto no es nuevo. Es sabido que fue bajo el impulso de la lucha de clases en Europa como se edificaron en Argentina –y luego en toda América Latina- los sindicatos obreros en el último cuarto del siglo XIX; así nacieron también las corrientes y partidos socialistas y anarquistas; y nadie desconoce el impacto que tuvo la Revolución Rusa de 1917en la clase obrera, la intelectualidad y las juventudes. No obstante, hay algo decididamente nuevo en la actual coyuntura histórica. En primer lugar, la desagregación y desideologización sin precedentes del proletariado como clase internacional y en cada país. He allí un basamento inédito cuya gravitación cambia de manera dramática el comportamiento de las clases (y por supuesto de los individuos), lo cual a su vez determina por todo un período histórico los márgenes de acción de las clases y sus expresiones políticas. Así se explica en Argentina el estrechamiento hasta la desaparición del peso político de los trabajadores y la sobrevida artificial de partidos burgueses una y otra vez muertos y sepultados. En segundo lugar, a diferencia de lo ocurrido durante siglos, el XXI no tiene el centro de irradiación ideológica y política en Europa. Desde hace por lo menos cinco décadas la inteligencia del viejo continente sólo emite señales de acomodamiento intelectual al sistema, recubierto de formas sofisticadas 14
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y con nada dentro. Ese influjo intelectual se combina con el pragmatismo descarado y ramplón de las burocracias obreras y deja como saldo un vacío total en las ciencias sociales y la teoría política. Al mismo tiempo, es una simplificación autocomplaciente suponer que ese deus ex maquina se ha mudado a América Latina. Hace ya muchos años sostenemos que, efectivamente, en esta región del planeta se da una singular combinación de factores que conforman un cuadro potencial capaz de producir un salto cualitativo en el pensamiento y la acción revolucionaria. A saber: alto desarrollo capitalista imbricado con el más atroz subdesarrollo; poderosos proletariados con elevados niveles de organización sindical y experiencia política; debilidad relativa de las clases dominantes; historial de luchas que involucran a millones de activistas y abarcan todas las experiencias imaginables; fuentes naturales de riquezas que hacen viable un proyecto de revolución social autosustentada y con un punto de partida a nivel de las metrópolis; campo inconmensurable de alianzas internacionales con base en los países del hemisferio Sur y en los inmensos bolsones de pobreza y marginación en los países imperialistas; todo sobre una base de constante e irreversible ingobernabilidad para los partidos del capital. Los últimos siete años de la política latinoamericano-caribeña no hacen sino abonar esta proyección. Pero deducir de allí que basta autoproclamarse vanguardia del planeta, es una manifestación de inconsistencia y oportunismo que, librada a su suerte, sencillamente clausura toda perspectiva histórica. Basta ver la liviandad panegirista con la cual un número de individuos ha tomado la consigna lanzada por Hugo Chávez, «socialismo del siglo XXI», y su reivindicación de la fuerza endógena latinoamericano-caribeña, para precaverse sobre el papel confusionista y destructivo que pueden jugar en este momento los filisteos de la política. Por el contrario, la interpretación rigurosa y la asunción plena de aquella singularidad potente de América Latina, permitirá avanzar en una dinámica que, para decirlo con la formulación clásica de las leyes de la dialéctica, afirme negando, alcance una síntesis superadora que recomponga las fuerzas de la revolución, obre como centro aglutinante en cada país y se proyecte hacia una 15
Argentina como clave regional
zada entrega, tantas generaciones en pie de combate, desembocaran en este oscuro período de mediocridad y cobardía que por momentos parece constituirse en rasgo nacional; en esta confusión de ideas y valores con que Argentina recorre el primer tramo del siglo XXI. La certeza de que se trata apenas de un instante en la historia no hace menos cruda la realidad. Pero basta cambiar el ángulo y mirar el panorama desde fronteras afuera, para asumir la verdadera dimensión del asunto y aventar cualquier forma de decepción o pesimismo: aquella fuerza eclipsada hoy en Argentina, gravita con potencia incontenible en la región como conjunto y en tres países en particular. «Nada se pierde, todo se transforma», asegura la primera ley de la termodinámica. La inmensa energía producida por las luchas del pasado es parte inseparable del formidable auge revolucionario latinoamericano, a partir del cual discurre cada situación nacional. La lucha de clases en cada país se desenvuelve a partir de una realidad regional que se impone. Esto por cierto no es nuevo. Es sabido que fue bajo el impulso de la lucha de clases en Europa como se edificaron en Argentina –y luego en toda América Latina- los sindicatos obreros en el último cuarto del siglo XIX; así nacieron también las corrientes y partidos socialistas y anarquistas; y nadie desconoce el impacto que tuvo la Revolución Rusa de 1917en la clase obrera, la intelectualidad y las juventudes. No obstante, hay algo decididamente nuevo en la actual coyuntura histórica. En primer lugar, la desagregación y desideologización sin precedentes del proletariado como clase internacional y en cada país. He allí un basamento inédito cuya gravitación cambia de manera dramática el comportamiento de las clases (y por supuesto de los individuos), lo cual a su vez determina por todo un período histórico los márgenes de acción de las clases y sus expresiones políticas. Así se explica en Argentina el estrechamiento hasta la desaparición del peso político de los trabajadores y la sobrevida artificial de partidos burgueses una y otra vez muertos y sepultados. En segundo lugar, a diferencia de lo ocurrido durante siglos, el XXI no tiene el centro de irradiación ideológica y política en Europa. Desde hace por lo menos cinco décadas la inteligencia del viejo continente sólo emite señales de acomodamiento intelectual al sistema, recubierto de formas sofisticadas 14
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y con nada dentro. Ese influjo intelectual se combina con el pragmatismo descarado y ramplón de las burocracias obreras y deja como saldo un vacío total en las ciencias sociales y la teoría política. Al mismo tiempo, es una simplificación autocomplaciente suponer que ese deus ex maquina se ha mudado a América Latina. Hace ya muchos años sostenemos que, efectivamente, en esta región del planeta se da una singular combinación de factores que conforman un cuadro potencial capaz de producir un salto cualitativo en el pensamiento y la acción revolucionaria. A saber: alto desarrollo capitalista imbricado con el más atroz subdesarrollo; poderosos proletariados con elevados niveles de organización sindical y experiencia política; debilidad relativa de las clases dominantes; historial de luchas que involucran a millones de activistas y abarcan todas las experiencias imaginables; fuentes naturales de riquezas que hacen viable un proyecto de revolución social autosustentada y con un punto de partida a nivel de las metrópolis; campo inconmensurable de alianzas internacionales con base en los países del hemisferio Sur y en los inmensos bolsones de pobreza y marginación en los países imperialistas; todo sobre una base de constante e irreversible ingobernabilidad para los partidos del capital. Los últimos siete años de la política latinoamericano-caribeña no hacen sino abonar esta proyección. Pero deducir de allí que basta autoproclamarse vanguardia del planeta, es una manifestación de inconsistencia y oportunismo que, librada a su suerte, sencillamente clausura toda perspectiva histórica. Basta ver la liviandad panegirista con la cual un número de individuos ha tomado la consigna lanzada por Hugo Chávez, «socialismo del siglo XXI», y su reivindicación de la fuerza endógena latinoamericano-caribeña, para precaverse sobre el papel confusionista y destructivo que pueden jugar en este momento los filisteos de la política. Por el contrario, la interpretación rigurosa y la asunción plena de aquella singularidad potente de América Latina, permitirá avanzar en una dinámica que, para decirlo con la formulación clásica de las leyes de la dialéctica, afirme negando, alcance una síntesis superadora que recomponga las fuerzas de la revolución, obre como centro aglutinante en cada país y se proyecte hacia una 15
Argentina como clave regional
acción común a escala suramericana y mundial. Es aquí donde Argentina juega un papel clave, aunque no de vanguardia. Porque la arquitectura geopolítica en construcción a escala suramericana tiene aquí una columna insustituible, pero las relaciones de fuerzas internas en el país, el estado de la clase obrera y de las fuerzas revolucionarias, impiden por ahora la asunción de un lugar en la primera línea de combate. A tres lustros del derrumbe de la Unión Soviética, en el marco de un recrudecimiento coyuntural de la crisis estructural e irreversible del sistema capitalista mundial, la noción de vanguardia se expresa hoy traduciendo en una conformación compleja, de difícil aprehensión, la realidad del proletariado mundial. En lugar de un centro desde el cual, con base en una poderosa fuerza social y una neta definición ideológica asumida por ella, se proyecta un accionar político revolucionario, (como pudieron ser en su momento la Revolución Francesa, la irrupción de grandes sindicatos y partidos socialistas o la Revolución Rusa), en la única área del planeta donde refulge la perspectiva de la revolución anticapitalista, la línea de avanzada se desdobla y, aunque aparece más y más como bloque, existe y actúa de manera disgregada, en un conjunto en el cual Cuba es la vanguardia ideológica, Bolivia la vanguardia social y Venezuela la vanguardia política. Una de las contradicciones más estridentes del último período, durante el cual la Revolución Bolivariana apareció y fue imponiéndose gradualmente como fuerza ordenadora, consiste en que durante toda una primera fase las formulaciones de su principal figura excluyeron las definiciones ideológicas; pero además y sobre todo, la clase obrera venezolana estuvo eclipsada o directamente ausente en el escenario político, con apenas apariciones puntuales y efímeras en calidad de bastión de retaguardia. Es comprensible que este entramado llevara a la omisión primero y la confusión después a innumerables cuadros revolucionarios marxistas, que no lograron interpretar (muchos siquiera lo vieron) un fenómeno ausente en la teoría y la experiencia histórica de la revolución social. Déjese de lado a los infaltables epígonos, hablistas compulsivos capaces de invocar al proletariado y la revolución para 16
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vender a su madre: incluso luchadores honestos, que se reclaman marxistas, se mostraron incapaces de ver que en Venezuela irrumpía una revolución que cambiaría el curso latinoamericano. Una contradicción semejante se manifiesta en Bolivia. Allí una poderosa fuerza social rescata la lucha de los indígenas combinada con la más avanzada experiencia de organización y combate político del proletariado suramericano, pero no expresa identidad ideológica y deberá recorrer todo un camino para proyectarse como punto de referencia política. A la inversa de Venezuela, en Bolivia es la unidad social la que impulsa la unidad política, pero estos fenómenos diferentes plasman de manera análoga, dado que sólo se aglutinan y hacen coherentes por el papel de líderes sobre quienes recae el peso de la unidad y el rumbo a tomar. Cuba, mientras tanto, hasta la aparición de la Revolución Bolivariana estuvo poco menos que impedida de traducir más allá de sus fronteras su condición de vanguardia ideológica a los terrenos social y político. A menudo incluso, y por imperio de una insoslayable autodefensa, la expresión política de aquella ubicación de vanguardia fundamental se trastocó al punto de enredar a propios y ajenos respecto de la realidad y el papel histórico de la Revolución Cubana. El formidable proceso de convergencia de estos tres factores clave de la revolución continental, verificado en el primer semestre de 2006 y reafirmado a un nivel superior en el primer tramo de 2007, anuncia la resolución positiva de este momento paradojal. En ese breve lapso, la combinación virtuosa de desigualdades de estas tres revoluciones ha comenzado. El fenómeno en curso tomó cuerpo visible en dos acontecimientos internacionales ocurridos en pocos días, en escenarios tan diferentes como Viena y La Paz. A mediados de 2006 Hugo Chávez, Evo Morales y Carlos Lage en representación de Fidel Castro, se presentaron ante América Latina y el mundo con una propuesta común para este momento de transición: convergencia suramericana, transformación radical de las relaciones entre países y socialismo (1). Casi un año después, al reafirmar la Alternativa 1.- Ver «Recado a Europa» y «El Sur gana otra partida», en América XXI, Nº 15. Caracas-Buenos Aires, junio de 2006. 17
Argentina como clave regional
acción común a escala suramericana y mundial. Es aquí donde Argentina juega un papel clave, aunque no de vanguardia. Porque la arquitectura geopolítica en construcción a escala suramericana tiene aquí una columna insustituible, pero las relaciones de fuerzas internas en el país, el estado de la clase obrera y de las fuerzas revolucionarias, impiden por ahora la asunción de un lugar en la primera línea de combate. A tres lustros del derrumbe de la Unión Soviética, en el marco de un recrudecimiento coyuntural de la crisis estructural e irreversible del sistema capitalista mundial, la noción de vanguardia se expresa hoy traduciendo en una conformación compleja, de difícil aprehensión, la realidad del proletariado mundial. En lugar de un centro desde el cual, con base en una poderosa fuerza social y una neta definición ideológica asumida por ella, se proyecta un accionar político revolucionario, (como pudieron ser en su momento la Revolución Francesa, la irrupción de grandes sindicatos y partidos socialistas o la Revolución Rusa), en la única área del planeta donde refulge la perspectiva de la revolución anticapitalista, la línea de avanzada se desdobla y, aunque aparece más y más como bloque, existe y actúa de manera disgregada, en un conjunto en el cual Cuba es la vanguardia ideológica, Bolivia la vanguardia social y Venezuela la vanguardia política. Una de las contradicciones más estridentes del último período, durante el cual la Revolución Bolivariana apareció y fue imponiéndose gradualmente como fuerza ordenadora, consiste en que durante toda una primera fase las formulaciones de su principal figura excluyeron las definiciones ideológicas; pero además y sobre todo, la clase obrera venezolana estuvo eclipsada o directamente ausente en el escenario político, con apenas apariciones puntuales y efímeras en calidad de bastión de retaguardia. Es comprensible que este entramado llevara a la omisión primero y la confusión después a innumerables cuadros revolucionarios marxistas, que no lograron interpretar (muchos siquiera lo vieron) un fenómeno ausente en la teoría y la experiencia histórica de la revolución social. Déjese de lado a los infaltables epígonos, hablistas compulsivos capaces de invocar al proletariado y la revolución para 16
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vender a su madre: incluso luchadores honestos, que se reclaman marxistas, se mostraron incapaces de ver que en Venezuela irrumpía una revolución que cambiaría el curso latinoamericano. Una contradicción semejante se manifiesta en Bolivia. Allí una poderosa fuerza social rescata la lucha de los indígenas combinada con la más avanzada experiencia de organización y combate político del proletariado suramericano, pero no expresa identidad ideológica y deberá recorrer todo un camino para proyectarse como punto de referencia política. A la inversa de Venezuela, en Bolivia es la unidad social la que impulsa la unidad política, pero estos fenómenos diferentes plasman de manera análoga, dado que sólo se aglutinan y hacen coherentes por el papel de líderes sobre quienes recae el peso de la unidad y el rumbo a tomar. Cuba, mientras tanto, hasta la aparición de la Revolución Bolivariana estuvo poco menos que impedida de traducir más allá de sus fronteras su condición de vanguardia ideológica a los terrenos social y político. A menudo incluso, y por imperio de una insoslayable autodefensa, la expresión política de aquella ubicación de vanguardia fundamental se trastocó al punto de enredar a propios y ajenos respecto de la realidad y el papel histórico de la Revolución Cubana. El formidable proceso de convergencia de estos tres factores clave de la revolución continental, verificado en el primer semestre de 2006 y reafirmado a un nivel superior en el primer tramo de 2007, anuncia la resolución positiva de este momento paradojal. En ese breve lapso, la combinación virtuosa de desigualdades de estas tres revoluciones ha comenzado. El fenómeno en curso tomó cuerpo visible en dos acontecimientos internacionales ocurridos en pocos días, en escenarios tan diferentes como Viena y La Paz. A mediados de 2006 Hugo Chávez, Evo Morales y Carlos Lage en representación de Fidel Castro, se presentaron ante América Latina y el mundo con una propuesta común para este momento de transición: convergencia suramericana, transformación radical de las relaciones entre países y socialismo (1). Casi un año después, al reafirmar la Alternativa 1.- Ver «Recado a Europa» y «El Sur gana otra partida», en América XXI, Nº 15. Caracas-Buenos Aires, junio de 2006. 17
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Argentina como clave regional
Bolivariana para las Américas (Alba) a la que se sumó Nicaragua, mientras Chávez en Venezuela aceleraba decisiones fundamentales para reemplazar el Estado burgués y avanzar hacia el socialismo en su país, aquella conjunción mostró que su potencialidad comenzó a concretarse (2). Allí está trazado, sin equívoco posible, el rumbo por el cual transitará durante todo el próximo período histórico la fuerza de la revolución anticapitalista en el único lugar del planeta donde está planteada como proyecto estratégico, explícito y palpable. Argentina, su clase trabajadora, sus fuerzas revolucionarias, y por supuesto su gobierno, están ausentes en ese pelotón de vanguardia. Ahora bien; frente a este rayo que ilumina el cielo del hemisferio y fulmina todos los discursos de la resignación y la traición, el capital imperialista y local no se rinde ni se rendirá sin combate. Por el contrario, reacciona con su amplísimo arsenal de recursos para trabar, desviar y finalmente aplastar la revolución. Las armas más visibles, inmediatas y peligrosas de esta amenaza imperialista son la agresión constante por medios políticos y la sistemática preparación del ataque militar, hoy apuntado a Bolivia, Venezuela y Cuba. *** En este cuadro de riesgo extremo, el papel de Argentina puede ser decisivo. Todo el accionar diplomático de la Casa Blanca en lo que va del siglo ha consistido en arrastrar al país a un bloque contrapuesto al que gradualmente fue conformándose en dos planos: el del Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas) integrado por Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y el del Mercosur. La incorporación de Venezuela a este último, un bloque originariamente constituido bajo el signo de la maximización del lucro de las multinacionales, dio lugar a un paso más –se verá si es el que determine el cambio cualitativo- en la transformación del Mercosur en heterogéneo basamento de un proceso de integración autónomo. En cada paso de ese sinuoso camino Argentina fue tensionada al 2. Ver "El Alba de la unión suramericana"; América XXI Nº 23, febrero de 2007. 18
punto de desgarramiento por dos fuerzas en ese plano contrapuestas: el imperialismo y sus asociados directos de una parte y los sectores burgueses empeñados en poner límites a la voracidad descontrolada de los centros metropolitanos, entre los cuales se hallan, de manera subordinada, sectores movidos por un proyecto desarrollista de independencia relativa. Corresponde subrayar que en esta prueba de fuerzas, desde mediados de la década de 1990, el proletariado estuvo ausente con voz y perfil propios; mientras que las izquierdas, a la vez responsables y víctimas de esa situación de los trabajadores, se degradaron en todos los sentidos hasta desaparecer por completo del combate político. El hecho es que incluso ante la omisión política de los explotados, no hay hegemonía efectiva por parte de ninguno de los sectores burgueses. Y no la habrá. No habrá resolución hegemónica en la puja entre proimperialistas y mercosuristas; y tampoco entre el sector de estos que sólo busca mejores negocios de corto plazo y aquellos que balbucean un programa de soberanía y crecimiento. En ninguno de estos sub-bloques existe un núcleo con fuerza suficiente para imponerse de manera duradera y estable a los demás. No obstante, aun en ese marco de constante desbalance y ambigüedad, hasta ahora la línea resultante ha sido contraria a la voluntad de Washington, dando lugar a un doble saldo de realineamientos al interior del país y de éste respecto de la región y el mundo. Este dato es esencial en el polígono de fuerzas que define el curso actual y futuro de América Latina. Por eso, nadie que se proponga luchar por una revolución genuina, antimperialista y anticapitalista, podrá soslayarlo a la hora de definir sus tácticas en la ardua labor por alcanzar la unidad social y política de los trabajadores y el conjunto del pueblo. ***
Los capítulos que siguen fueron redactados -y publicados, en versiones ahora actualizadas- en los años que cada uno consigna. 19
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Argentina como clave regional
Bolivariana para las Américas (Alba) a la que se sumó Nicaragua, mientras Chávez en Venezuela aceleraba decisiones fundamentales para reemplazar el Estado burgués y avanzar hacia el socialismo en su país, aquella conjunción mostró que su potencialidad comenzó a concretarse (2). Allí está trazado, sin equívoco posible, el rumbo por el cual transitará durante todo el próximo período histórico la fuerza de la revolución anticapitalista en el único lugar del planeta donde está planteada como proyecto estratégico, explícito y palpable. Argentina, su clase trabajadora, sus fuerzas revolucionarias, y por supuesto su gobierno, están ausentes en ese pelotón de vanguardia. Ahora bien; frente a este rayo que ilumina el cielo del hemisferio y fulmina todos los discursos de la resignación y la traición, el capital imperialista y local no se rinde ni se rendirá sin combate. Por el contrario, reacciona con su amplísimo arsenal de recursos para trabar, desviar y finalmente aplastar la revolución. Las armas más visibles, inmediatas y peligrosas de esta amenaza imperialista son la agresión constante por medios políticos y la sistemática preparación del ataque militar, hoy apuntado a Bolivia, Venezuela y Cuba. *** En este cuadro de riesgo extremo, el papel de Argentina puede ser decisivo. Todo el accionar diplomático de la Casa Blanca en lo que va del siglo ha consistido en arrastrar al país a un bloque contrapuesto al que gradualmente fue conformándose en dos planos: el del Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas) integrado por Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y el del Mercosur. La incorporación de Venezuela a este último, un bloque originariamente constituido bajo el signo de la maximización del lucro de las multinacionales, dio lugar a un paso más –se verá si es el que determine el cambio cualitativo- en la transformación del Mercosur en heterogéneo basamento de un proceso de integración autónomo. En cada paso de ese sinuoso camino Argentina fue tensionada al 2. Ver "El Alba de la unión suramericana"; América XXI Nº 23, febrero de 2007. 18
punto de desgarramiento por dos fuerzas en ese plano contrapuestas: el imperialismo y sus asociados directos de una parte y los sectores burgueses empeñados en poner límites a la voracidad descontrolada de los centros metropolitanos, entre los cuales se hallan, de manera subordinada, sectores movidos por un proyecto desarrollista de independencia relativa. Corresponde subrayar que en esta prueba de fuerzas, desde mediados de la década de 1990, el proletariado estuvo ausente con voz y perfil propios; mientras que las izquierdas, a la vez responsables y víctimas de esa situación de los trabajadores, se degradaron en todos los sentidos hasta desaparecer por completo del combate político. El hecho es que incluso ante la omisión política de los explotados, no hay hegemonía efectiva por parte de ninguno de los sectores burgueses. Y no la habrá. No habrá resolución hegemónica en la puja entre proimperialistas y mercosuristas; y tampoco entre el sector de estos que sólo busca mejores negocios de corto plazo y aquellos que balbucean un programa de soberanía y crecimiento. En ninguno de estos sub-bloques existe un núcleo con fuerza suficiente para imponerse de manera duradera y estable a los demás. No obstante, aun en ese marco de constante desbalance y ambigüedad, hasta ahora la línea resultante ha sido contraria a la voluntad de Washington, dando lugar a un doble saldo de realineamientos al interior del país y de éste respecto de la región y el mundo. Este dato es esencial en el polígono de fuerzas que define el curso actual y futuro de América Latina. Por eso, nadie que se proponga luchar por una revolución genuina, antimperialista y anticapitalista, podrá soslayarlo a la hora de definir sus tácticas en la ardua labor por alcanzar la unidad social y política de los trabajadores y el conjunto del pueblo. ***
Los capítulos que siguen fueron redactados -y publicados, en versiones ahora actualizadas- en los años que cada uno consigna. 19
Argentina como clave regional
Constituyen el seguimiento paso a paso de los hechos que trazaron la desgraciada parábola de Argentina en lo que va del siglo. Hoy resulta imprescindible volver la mirada sobre ese período durante el cual Argentina se degradó en todos los órdenes, ante la pasiva aquiescencia de la clase trabajadora, el derrumbe por abismos sin fondo de la burguesía, el desmantelamiento y corrupción de los partidos de las clases dominantes, y la comisión de errores desmesurados por parte de organizaciones y cuadros que en otros momentos pudieron aparecer como direcciones revolucionarias. Es preciso asumir que ese colapso de los cimientos de la sociedad argentina alcanzó también al conjunto de las fuerzas anticapitalistas. Al compás de ese cataclismo histórico muchos cuadros veteranos de la lucha revolucionaria se derrumbaron. Muchos hombres y mujeres con años de bien ganada autoridad militante, perdieron la brújula política y moral -no faltó quien descendiera a la condición de estafador- en una inconsciente asimilación al curso dominante en la sociedad. Siempre es abusivo atribuirle alcance universal a un rasgo social sobresaliente en una coyuntura determinada. El individuo puede y a menudo logra distinguirse de los trazos dominantes en la cultura y el comportamiento colectivo. Al mismo tiempo es innegable que «la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes». En el conjunto infinito de caracteres y determinaciones individuales que, entrelazados y mutuamente condicionados conforman una cultura nacional, ciertos rasgos se imponen por períodos y sobredeterminan los valores y el comportamiento individual, para dar lugar a factores comunes que atraviesan clases y sectores en una sociedad, en un período dado. Los rasgos distintivos del capitalismo tardío, agudizados por los recursos aplicados por los estrategas del imperialismo para la sobrevivencia del sistema provocaron cambios profundos en la cultura y en la conducta individual del mundo contemporáneo (3). Ese fenómeno ocurrió acelerado y multiplicado en Argentina. Era esperable 3.- Un estudio remarcable en ese sentido es «La corrosión del carácter», Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Richard Sennett, Anagrama, Buenos Aires, 2000. 20
Luis Bilbao
que la descomposición de las clases dominantes, precipitada en el último cuarto del siglo pasado, se tradujera en un conjunto de conductas diferentes, por regla general degradadas, asumidas por el conjunto social como propias. No obstante, los resultados fueron más allá. La fase de declive derritió la hipocresía con la que la burguesía recubre su conducta y puso a luz del día los estragos de la crisis capitalista sobre el comportamiento de las clases dominantes. En ausencia de un modelo alternativo, sin partidos ni dirigentes anticapitalistas con fuerza moral que contrapesara el efecto de derrumbe y bajo el influjo arrollador de los medios de difusión masiva, en especial la televisión, las virtudes y valores del hombre llano fueron arrasados. Para completar el cuadro, la fuerza devastadora de la crisis se extendió alentada por un error de proporciones incalculables de prácticamente todas las corrientes de izquierda, que no sólo imaginaron una revolución centrada en los desocupados, sino que se prestaron a la maniobra estratégica del capital sirviendo de correa de transmisión para la distribución masiva de subsidios. A término, esto trasladó la corrupción a buena parte de la militancia y alimentó en franjas significativas de los sin trabajo una conducta clientelista, ajena a toda conciencia política y definitivamente divorciada de una militancia revolucionaria. Este fenómeno combinado cayó como roca sobre las espaldas de la juventud contestataria. Miles de activistas, arrastrados por la caída social y el ejemplo de personas a las que reconocían como dirigentes, adoptaron con la mayor naturalidad conductas propias de las clases dominantes en su decadencia extrema. Ése es un pasivo insoslayable a la hora de emprender la tarea de recomposición de fuerzas antimperialistas y anticapitalistas. No se trata de tomar al tigre por la cola (la subjetividad individual), sino de reconocer el sustrato político transformado en ideología, que alcanza a innumerables cuadros, sobre todo jóvenes, quienes deberán ser sujetos de la transformación revolucionaria en Argentina. Para eso es imprescindible buscar la responsabilidad política de esta deriva. Y puesto que por definición no puede cargarse responsabilidad alguna a la burguesía y sus partidos, fuerzas motoras de la degradación, es ineludible poner entre el 21
Argentina como clave regional
Constituyen el seguimiento paso a paso de los hechos que trazaron la desgraciada parábola de Argentina en lo que va del siglo. Hoy resulta imprescindible volver la mirada sobre ese período durante el cual Argentina se degradó en todos los órdenes, ante la pasiva aquiescencia de la clase trabajadora, el derrumbe por abismos sin fondo de la burguesía, el desmantelamiento y corrupción de los partidos de las clases dominantes, y la comisión de errores desmesurados por parte de organizaciones y cuadros que en otros momentos pudieron aparecer como direcciones revolucionarias. Es preciso asumir que ese colapso de los cimientos de la sociedad argentina alcanzó también al conjunto de las fuerzas anticapitalistas. Al compás de ese cataclismo histórico muchos cuadros veteranos de la lucha revolucionaria se derrumbaron. Muchos hombres y mujeres con años de bien ganada autoridad militante, perdieron la brújula política y moral -no faltó quien descendiera a la condición de estafador- en una inconsciente asimilación al curso dominante en la sociedad. Siempre es abusivo atribuirle alcance universal a un rasgo social sobresaliente en una coyuntura determinada. El individuo puede y a menudo logra distinguirse de los trazos dominantes en la cultura y el comportamiento colectivo. Al mismo tiempo es innegable que «la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes». En el conjunto infinito de caracteres y determinaciones individuales que, entrelazados y mutuamente condicionados conforman una cultura nacional, ciertos rasgos se imponen por períodos y sobredeterminan los valores y el comportamiento individual, para dar lugar a factores comunes que atraviesan clases y sectores en una sociedad, en un período dado. Los rasgos distintivos del capitalismo tardío, agudizados por los recursos aplicados por los estrategas del imperialismo para la sobrevivencia del sistema provocaron cambios profundos en la cultura y en la conducta individual del mundo contemporáneo (3). Ese fenómeno ocurrió acelerado y multiplicado en Argentina. Era esperable 3.- Un estudio remarcable en ese sentido es «La corrosión del carácter», Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Richard Sennett, Anagrama, Buenos Aires, 2000. 20
Luis Bilbao
que la descomposición de las clases dominantes, precipitada en el último cuarto del siglo pasado, se tradujera en un conjunto de conductas diferentes, por regla general degradadas, asumidas por el conjunto social como propias. No obstante, los resultados fueron más allá. La fase de declive derritió la hipocresía con la que la burguesía recubre su conducta y puso a luz del día los estragos de la crisis capitalista sobre el comportamiento de las clases dominantes. En ausencia de un modelo alternativo, sin partidos ni dirigentes anticapitalistas con fuerza moral que contrapesara el efecto de derrumbe y bajo el influjo arrollador de los medios de difusión masiva, en especial la televisión, las virtudes y valores del hombre llano fueron arrasados. Para completar el cuadro, la fuerza devastadora de la crisis se extendió alentada por un error de proporciones incalculables de prácticamente todas las corrientes de izquierda, que no sólo imaginaron una revolución centrada en los desocupados, sino que se prestaron a la maniobra estratégica del capital sirviendo de correa de transmisión para la distribución masiva de subsidios. A término, esto trasladó la corrupción a buena parte de la militancia y alimentó en franjas significativas de los sin trabajo una conducta clientelista, ajena a toda conciencia política y definitivamente divorciada de una militancia revolucionaria. Este fenómeno combinado cayó como roca sobre las espaldas de la juventud contestataria. Miles de activistas, arrastrados por la caída social y el ejemplo de personas a las que reconocían como dirigentes, adoptaron con la mayor naturalidad conductas propias de las clases dominantes en su decadencia extrema. Ése es un pasivo insoslayable a la hora de emprender la tarea de recomposición de fuerzas antimperialistas y anticapitalistas. No se trata de tomar al tigre por la cola (la subjetividad individual), sino de reconocer el sustrato político transformado en ideología, que alcanza a innumerables cuadros, sobre todo jóvenes, quienes deberán ser sujetos de la transformación revolucionaria en Argentina. Para eso es imprescindible buscar la responsabilidad política de esta deriva. Y puesto que por definición no puede cargarse responsabilidad alguna a la burguesía y sus partidos, fuerzas motoras de la degradación, es ineludible poner entre el 21
Argentina como clave regional
yunque de los hechos y el martillo de la crítica la trayectoria política de cada corriente. Estas páginas pretenden ser una contribución para recorrer ese camino. La cita de Goethe que encabeza esta introducción no es un alarde. Es la certeza de que al descargar el mazazo de la crítica sobre la práctica propia y ajena, el brazo ejecutor debe estar movido por la conciencia de que el error no es lo contrario, sino una parte componente de la verdad, que se construye como una casa, ladrillo por ladrillo, en el transcurso del tiempo y al calor de la lucha de clases. Sin rozar la indeterminación, es preciso partir de esa concepción al esgrimir el arma de la crítica con el objetivo de negar la negación del pensamiento y la acción revolucionaria. Sí, hay que afirmarlo sin rodeos: durante las últimas décadas, en Argentina predominó la negación del pensamiento y la acción revolucionaria, bajo la apariencia de partido y militancia anticapitalista.
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Argentina como clave regional
yunque de los hechos y el martillo de la crítica la trayectoria política de cada corriente. Estas páginas pretenden ser una contribución para recorrer ese camino. La cita de Goethe que encabeza esta introducción no es un alarde. Es la certeza de que al descargar el mazazo de la crítica sobre la práctica propia y ajena, el brazo ejecutor debe estar movido por la conciencia de que el error no es lo contrario, sino una parte componente de la verdad, que se construye como una casa, ladrillo por ladrillo, en el transcurso del tiempo y al calor de la lucha de clases. Sin rozar la indeterminación, es preciso partir de esa concepción al esgrimir el arma de la crítica con el objetivo de negar la negación del pensamiento y la acción revolucionaria. Sí, hay que afirmarlo sin rodeos: durante las últimas décadas, en Argentina predominó la negación del pensamiento y la acción revolucionaria, bajo la apariencia de partido y militancia anticapitalista.
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Argentina como clave regional
yunque de los hechos y el martillo de la crítica la trayectoria política de cada corriente. Estas páginas pretenden ser una contribución para recorrer ese camino. La cita de Goethe que encabeza esta introducción no es un alarde. Es la certeza de que al descargar el mazazo de la crítica sobre la práctica propia y ajena, el brazo ejecutor debe estar movido por la conciencia de que el error no es lo contrario, sino una parte componente de la verdad, que se construye como una casa, ladrillo por ladrillo, en el transcurso del tiempo y al calor de la lucha de clases. Sin rozar la indeterminación, es preciso partir de esa concepción al esgrimir el arma de la crítica con el objetivo de negar la negación del pensamiento y la acción revolucionaria. Sí, hay que afirmarlo sin rodeos: durante las últimas décadas, en Argentina predominó la negación del pensamiento y la acción revolucionaria, bajo la apariencia de partido y militancia anticapitalista.
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Luis Bilbao
II Qué viene después del neoliberalismo
25
Luis Bilbao
II Qué viene después del neoliberalismo
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Argentina como clave regional
Luis Bilbao
2003: América LLatina atina en el final de una etapa histórica Para situarse en el nuevo escenario continental resultante del desmoronamiento de la política anticrisis conocida con “neoliberalismo”, conviene seguir los acontecimientos paso a paso. Ya desde mediados de 2003, sucesivos reveses políticos de Estados Unidos acompañaron el agravamiento de una crisis económica estructural compartida con la Unión Europea y Japón, que continuó su marcha inexorable pese a los esfuerzos por negarla o camuflarla. El inesperado fracaso estadounidense en la reunión de la Organización Mundial de Comercio realizada en Cancún, en septiembre de ese año, dejó como saldo la constitución de un bloque de países (el Grupo de los 20, al que luego anunciaría su adhesión China) capaz de plantarse como límite ante las exigencias de Washington. Como prolongación de la sublevación boliviana y la destitución del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, la denominada Cumbre Iberoamericana produjo poco después, a mediados de noviembre, una declaración opuesta a los ejes fundamentales de la política estadounidense, bajo la presión de un “Encuentro Social Alternativo”, que simultáneamente y en el mismo escenario de Santa Cruz de la Sierra, reunió organizaciones populares y revolucionarias de 15 países. Esa misma fuerza potenció las contradicciones intercapitalistas que desde comienzos de siglo traban el desarrollo del Area de Libre Comercio de las Américas (Alca) y provocó un fracaso apenas disimulado de Estados Unidos en la reunión de cancilleres del Alca, realizada en Miami la semana siguiente (1). Como se verá, el fracaso estadounidense en su intento de imponer el Alca es paradojal en más de un sentido: Washington no logró la aceptación de los mecanismos mediante los cuales pretende, de un lado, cerrar el continente a sus competidores de ultramar; y de otro
26
1.- Desarrollo y significado de ambas reuniones fueron analizadas en “América Latina esboza su propuesta”, Luis Bilbao, Le Monde diplomatique edición Cono Sur; Buenos Aires, diciembre de 2003. 27
Argentina como clave regional
Luis Bilbao
2003: América LLatina atina en el final de una etapa histórica Para situarse en el nuevo escenario continental resultante del desmoronamiento de la política anticrisis conocida con “neoliberalismo”, conviene seguir los acontecimientos paso a paso. Ya desde mediados de 2003, sucesivos reveses políticos de Estados Unidos acompañaron el agravamiento de una crisis económica estructural compartida con la Unión Europea y Japón, que continuó su marcha inexorable pese a los esfuerzos por negarla o camuflarla. El inesperado fracaso estadounidense en la reunión de la Organización Mundial de Comercio realizada en Cancún, en septiembre de ese año, dejó como saldo la constitución de un bloque de países (el Grupo de los 20, al que luego anunciaría su adhesión China) capaz de plantarse como límite ante las exigencias de Washington. Como prolongación de la sublevación boliviana y la destitución del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, la denominada Cumbre Iberoamericana produjo poco después, a mediados de noviembre, una declaración opuesta a los ejes fundamentales de la política estadounidense, bajo la presión de un “Encuentro Social Alternativo”, que simultáneamente y en el mismo escenario de Santa Cruz de la Sierra, reunió organizaciones populares y revolucionarias de 15 países. Esa misma fuerza potenció las contradicciones intercapitalistas que desde comienzos de siglo traban el desarrollo del Area de Libre Comercio de las Américas (Alca) y provocó un fracaso apenas disimulado de Estados Unidos en la reunión de cancilleres del Alca, realizada en Miami la semana siguiente (1). Como se verá, el fracaso estadounidense en su intento de imponer el Alca es paradojal en más de un sentido: Washington no logró la aceptación de los mecanismos mediante los cuales pretende, de un lado, cerrar el continente a sus competidores de ultramar; y de otro
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1.- Desarrollo y significado de ambas reuniones fueron analizadas en “América Latina esboza su propuesta”, Luis Bilbao, Le Monde diplomatique edición Cono Sur; Buenos Aires, diciembre de 2003. 27
Argentina como clave regional
absorber de sus socios subordinados una mayor cuota de la plusvalía hemisférica. Sin embargo, en la medida en que Brasil, a la cabeza de un bloque de países dispuestos a negociar en mejores términos con la Casa Blanca, al no clausurar de modo terminante la posibilidad de que el nuevo tratado en discusión (Alca ligth, descafeinado o alquita, como se lo ha llamado) avance sobre la soberanía de cada Estado nacional, deja abierta la posibilidad de que las burguesías locales involucradas en aquel bloque pierdan en poco tiempo el terreno ganado entre la Cumbre de presidentes suramericanos, en agosto de 2000, y la aludida reunión de Miami. Más importante aún es el hecho de que con Alca o Alca descafeinado, los trabajadores y las masas populares cargarán sobre sus hombros la crisis que tratan de contrarrestar con estos recursos los dueños del capital, metropolitano o local. En todo caso, más visible que estos dos acontecimientos y con mayores consecuencias de carácter político es el curso de la invasión a Irak, donde Estados Unidos comenzó de inmediato a sufrir los efectos de una guerra de resistencia que aceleraría y agudizaría los sentimientos antimperialistas ya reinstalados como factor de peso en el escenario político internacional. Otro factor revelador del curso de la situación mundial es la reversión notable operada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). En su momento subrayamos la peligrosidad extrema del paso dado cuando este dispositivo militar imperialista anunció un drástico cambio de naturaleza y carácter precisamente en el momento en que cumplía medio siglo de existencia. En aquella oportunidad, durante la celebración del aniversario en Washington se anunció que la Otan pasaba de estructura regional defensiva a mecanismo ofensivo y con jurisdicción internacional. Esto significaba no sólo la creación de un aparato militar imperialista único, sino su legitimación para actuar, obviamente bajo el mando inapelable de Estados Unidos, en cualquier punto del planeta. Alemania y Francia no replicaron. Sin embargo, después de septiembre de 2001, cuando Washington intentó utilizar a la Otan según su designio, obtuvo resultados exactamente inversos: la Otan planetaria -es decir, la subordinación directa de las fuerzas armadas europeas a Estados 28
Luis Bilbao
Unidos- se mostró inviable y la Unión Europea aceleró hacia la articulación de una fuerza armada propia, de hecho contrapuesta a la Otan. La invasión a Irak, realizada por Estados Unidos sin legitimación por parte de las Naciones Unidas, con la oposición explícita de Francia y Alemania y acompañada en términos militarmente significativos sólo por Gran Bretaña y España, subraya esta dinámica. Frente a esta suma de factores que golpean con dureza la hegemonía ideológica y política de que gozó Estados Unidos durante los últimos veinte años, los estrategas imperialistas tratan ahora de engañar a la opinión pública internacional respecto del curso de la situación económica planetaria. Mediante la exhibición equívoca de cifras de reactivación económica se pretende contrarrestar la conciencia cada día más extendida respecto de la crisis que vive el capitalismo altamente desarrollado. Esta nueva contraofensiva comunicacional se apoya en la recuperación de los niveles de actividad de la economía estadounidense: 7,2% en el último trimestre de 2003. En Argentina, donde la euforia ha hecho perder todo sentido de las proporciones a los apologistas del nuevo gobierno, se toma el dato como el fin de toda preocupación. Sin embargo, aquella reactivación está alimentada por una situación fiscal que pasó de un superávit del 2,4% durante el último año de gobierno de William Clinton, a un déficit del 3,5% en 2003 y un estimado del 4,3% para 2004 (el mismo período para el cual se impuso a Argentina un superávit del 3%); y por los gastos de guerra, a lo cual corresponde sumar la escandalosa manipulación de índices. Basta un ejemplo: “Si una computadora tiene ahora el doble de capacidad de otra que costaba lo mismo un año atrás, se calcula que el precio ha caído el 50% (...) la inversión en computadoras ha subido en un 54% en términos reales desde 2000. En términos de dólar, el gasto cayó un 8%” (2). No es el objetivo de estas páginas analizar en detalle la marcha de la economía mundial. Es preciso decir, sin embargo, que lejos de contradecir el análisis indicativo de una crisis estructural, estos datos lo reafirman en un nivel superior: el párrafo citado, además de revelar la manipulación estadística, indica a las 2.- “Altogether now”; The Economist, London 22 de noviembre de 2003. 29
Argentina como clave regional
absorber de sus socios subordinados una mayor cuota de la plusvalía hemisférica. Sin embargo, en la medida en que Brasil, a la cabeza de un bloque de países dispuestos a negociar en mejores términos con la Casa Blanca, al no clausurar de modo terminante la posibilidad de que el nuevo tratado en discusión (Alca ligth, descafeinado o alquita, como se lo ha llamado) avance sobre la soberanía de cada Estado nacional, deja abierta la posibilidad de que las burguesías locales involucradas en aquel bloque pierdan en poco tiempo el terreno ganado entre la Cumbre de presidentes suramericanos, en agosto de 2000, y la aludida reunión de Miami. Más importante aún es el hecho de que con Alca o Alca descafeinado, los trabajadores y las masas populares cargarán sobre sus hombros la crisis que tratan de contrarrestar con estos recursos los dueños del capital, metropolitano o local. En todo caso, más visible que estos dos acontecimientos y con mayores consecuencias de carácter político es el curso de la invasión a Irak, donde Estados Unidos comenzó de inmediato a sufrir los efectos de una guerra de resistencia que aceleraría y agudizaría los sentimientos antimperialistas ya reinstalados como factor de peso en el escenario político internacional. Otro factor revelador del curso de la situación mundial es la reversión notable operada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). En su momento subrayamos la peligrosidad extrema del paso dado cuando este dispositivo militar imperialista anunció un drástico cambio de naturaleza y carácter precisamente en el momento en que cumplía medio siglo de existencia. En aquella oportunidad, durante la celebración del aniversario en Washington se anunció que la Otan pasaba de estructura regional defensiva a mecanismo ofensivo y con jurisdicción internacional. Esto significaba no sólo la creación de un aparato militar imperialista único, sino su legitimación para actuar, obviamente bajo el mando inapelable de Estados Unidos, en cualquier punto del planeta. Alemania y Francia no replicaron. Sin embargo, después de septiembre de 2001, cuando Washington intentó utilizar a la Otan según su designio, obtuvo resultados exactamente inversos: la Otan planetaria -es decir, la subordinación directa de las fuerzas armadas europeas a Estados 28
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Unidos- se mostró inviable y la Unión Europea aceleró hacia la articulación de una fuerza armada propia, de hecho contrapuesta a la Otan. La invasión a Irak, realizada por Estados Unidos sin legitimación por parte de las Naciones Unidas, con la oposición explícita de Francia y Alemania y acompañada en términos militarmente significativos sólo por Gran Bretaña y España, subraya esta dinámica. Frente a esta suma de factores que golpean con dureza la hegemonía ideológica y política de que gozó Estados Unidos durante los últimos veinte años, los estrategas imperialistas tratan ahora de engañar a la opinión pública internacional respecto del curso de la situación económica planetaria. Mediante la exhibición equívoca de cifras de reactivación económica se pretende contrarrestar la conciencia cada día más extendida respecto de la crisis que vive el capitalismo altamente desarrollado. Esta nueva contraofensiva comunicacional se apoya en la recuperación de los niveles de actividad de la economía estadounidense: 7,2% en el último trimestre de 2003. En Argentina, donde la euforia ha hecho perder todo sentido de las proporciones a los apologistas del nuevo gobierno, se toma el dato como el fin de toda preocupación. Sin embargo, aquella reactivación está alimentada por una situación fiscal que pasó de un superávit del 2,4% durante el último año de gobierno de William Clinton, a un déficit del 3,5% en 2003 y un estimado del 4,3% para 2004 (el mismo período para el cual se impuso a Argentina un superávit del 3%); y por los gastos de guerra, a lo cual corresponde sumar la escandalosa manipulación de índices. Basta un ejemplo: “Si una computadora tiene ahora el doble de capacidad de otra que costaba lo mismo un año atrás, se calcula que el precio ha caído el 50% (...) la inversión en computadoras ha subido en un 54% en términos reales desde 2000. En términos de dólar, el gasto cayó un 8%” (2). No es el objetivo de estas páginas analizar en detalle la marcha de la economía mundial. Es preciso decir, sin embargo, que lejos de contradecir el análisis indicativo de una crisis estructural, estos datos lo reafirman en un nivel superior: el párrafo citado, además de revelar la manipulación estadística, indica a las 2.- “Altogether now”; The Economist, London 22 de noviembre de 2003. 29
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
claras cómo evoluciona el verdadero nudo del problema: el aumento de la productividad, la caída del valor de la masa de bienes producidos, provoca el derrumbe de la tasa de ganancia y lleva al paroxismo la competencia interimperialista. Un índice menos manipulable reafirma esta evidencia: el Nasdaq, con 5000 puntos y en alza en marzo de 2000, tres años después estaba en 1200 puntos... Por otra parte, en los últimos cinco años Estados Unidos aumentó el gasto a un promedio del 7,7% anual y el plan de incremento en gastos militares de George W. Bush supone un aumento real del 20% para 2020. De acuerdo con estos cálculos, incluso tomando como válidas las proyecciones más optimistas de crecimiento, en los próximos diez años “el presupuesto estadounidense es mucho peor de lo que las previsiones oficiales indican. Entre los expertos independientes de Washington, el consenso es que las cifras oficiales no contemplan un déficit acumulativo de alrededor de 5 billones (5.000.000.000.000). Más que un presupuesto que retorna al superávit hacia 2012, Estados Unidos verá probablemente déficits promedios del 3% durante la próxima década” (3). Para financiar este desbalance fuera de control, Estados Unidos depende más y más del endeudamiento externo. De allí que tenga una particular significación el hecho de que “el ingreso neto de inversiones en bonos y acciones estadounidenses cayó de 50 mil millones en agosto a sólo 4 mil millones en septiembre, el nivel más bajo desde la crisis causada por el colapso de Long Term Capital Management en octubre de 1998” (4). Esta situación está traduciéndose en un sostenido incremento del precio del oro (400 dólares la onza a fines de noviembre de 2003), una caída del dólar frente al euro y podría estar augurando un nuevo colapso bursátil. Alemania, Francia y Japón no distan cualitativamente de este panorama. Habrá que seguir paso a paso el desenvolvimiento económico en los tres centros imperialistas durante el futuro inmediato y extraer de los hechos conclusiones que revaliden o no la afirmación de que, lejos de iniciar su superación, la crisis del capital se agrava a paso 3.- “A flood of red ink”; The Economist, London, 8 de noviembre de 2003. 4.- “Boom or gloom?”; The Economist; London, 22 de noviembre de 2003. 30
acelerado y sin control. De hecho, economistas de diferentes signos sostienen la hipótesis contraria a la nuestra (5). Como quiera que sea, tanto las políticas económicas aplicadas en los centros imperialistas como los resultados y las consecuencias de todo orden en curso en América Latina, llevan a una coincidencia sin fisuras: el neoliberalismo está sepultado: en Estados Unidos, Francia, Alemania y Japón, se apela de manera desenfrenada al déficit fiscal para contrapesar la caída en tirabuzón; en el resto del mundo, si no se hace lo mismo -por imposición del FMI- gobernantes y opositores desechan siquiera retóricamente las recetas hasta no hace mucho glorificadas.
Desafío histórico Desde fines del siglo XX y específicamente desde la caída del gobierno argentino en diciembre de 2001, América Latina transita el fin de la etapa denominada neoliberal, por caminos marcadamente diferenciados, pero con factores comunes que obrarán a favor o en contra del imperialismo según quién conduzca su dinámica: las burguesías locales o genuinos gobiernos de los trabajadores y el pueblo. La batalla por esa preeminencia estratégica está en curso ahora mismo. Entre tantos otros, hechos tales como el XXIIº Congreso de la Internacional Socialista, realizado en San Pablo en octubre de 2003, o la designación de un funcionario de la Central de Trabajadores Argentinos como representante oficial del gobierno ante el Vaticano, deben ser interpretados como movimientos de piezas en el ajedrez de la batalla entablada. Mientras tanto, en 2003 no tuvo lugar la reunión anual correspondiente del Foro de São Paulo. El Encuentro Social 5.- En un texto periodístico, el economista brasileño Theotonio dos Santos sostiene que la economía mundial está en “la primera fase de un nuevo ciclo de crecimiento”. Aun sin explicitarlo ni referirse al tema, parecen coincidir con él economistas argentinos como Eduardo Amadeo y Rubén Lo Vuolo, quienes en sendos libros de reciente aparición (La salida del abismo; Planeta, Buenos Aires, noviembre 2003 y Estrategia económica para la Argentina; Siglo XXI, Buenos Aires, noviembre 2003, respectivamente), desconocen la base internacional sobre la cual edifican sus propuestas para la economía local. 31
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
claras cómo evoluciona el verdadero nudo del problema: el aumento de la productividad, la caída del valor de la masa de bienes producidos, provoca el derrumbe de la tasa de ganancia y lleva al paroxismo la competencia interimperialista. Un índice menos manipulable reafirma esta evidencia: el Nasdaq, con 5000 puntos y en alza en marzo de 2000, tres años después estaba en 1200 puntos... Por otra parte, en los últimos cinco años Estados Unidos aumentó el gasto a un promedio del 7,7% anual y el plan de incremento en gastos militares de George W. Bush supone un aumento real del 20% para 2020. De acuerdo con estos cálculos, incluso tomando como válidas las proyecciones más optimistas de crecimiento, en los próximos diez años “el presupuesto estadounidense es mucho peor de lo que las previsiones oficiales indican. Entre los expertos independientes de Washington, el consenso es que las cifras oficiales no contemplan un déficit acumulativo de alrededor de 5 billones (5.000.000.000.000). Más que un presupuesto que retorna al superávit hacia 2012, Estados Unidos verá probablemente déficits promedios del 3% durante la próxima década” (3). Para financiar este desbalance fuera de control, Estados Unidos depende más y más del endeudamiento externo. De allí que tenga una particular significación el hecho de que “el ingreso neto de inversiones en bonos y acciones estadounidenses cayó de 50 mil millones en agosto a sólo 4 mil millones en septiembre, el nivel más bajo desde la crisis causada por el colapso de Long Term Capital Management en octubre de 1998” (4). Esta situación está traduciéndose en un sostenido incremento del precio del oro (400 dólares la onza a fines de noviembre de 2003), una caída del dólar frente al euro y podría estar augurando un nuevo colapso bursátil. Alemania, Francia y Japón no distan cualitativamente de este panorama. Habrá que seguir paso a paso el desenvolvimiento económico en los tres centros imperialistas durante el futuro inmediato y extraer de los hechos conclusiones que revaliden o no la afirmación de que, lejos de iniciar su superación, la crisis del capital se agrava a paso 3.- “A flood of red ink”; The Economist, London, 8 de noviembre de 2003. 4.- “Boom or gloom?”; The Economist; London, 22 de noviembre de 2003. 30
acelerado y sin control. De hecho, economistas de diferentes signos sostienen la hipótesis contraria a la nuestra (5). Como quiera que sea, tanto las políticas económicas aplicadas en los centros imperialistas como los resultados y las consecuencias de todo orden en curso en América Latina, llevan a una coincidencia sin fisuras: el neoliberalismo está sepultado: en Estados Unidos, Francia, Alemania y Japón, se apela de manera desenfrenada al déficit fiscal para contrapesar la caída en tirabuzón; en el resto del mundo, si no se hace lo mismo -por imposición del FMI- gobernantes y opositores desechan siquiera retóricamente las recetas hasta no hace mucho glorificadas.
Desafío histórico Desde fines del siglo XX y específicamente desde la caída del gobierno argentino en diciembre de 2001, América Latina transita el fin de la etapa denominada neoliberal, por caminos marcadamente diferenciados, pero con factores comunes que obrarán a favor o en contra del imperialismo según quién conduzca su dinámica: las burguesías locales o genuinos gobiernos de los trabajadores y el pueblo. La batalla por esa preeminencia estratégica está en curso ahora mismo. Entre tantos otros, hechos tales como el XXIIº Congreso de la Internacional Socialista, realizado en San Pablo en octubre de 2003, o la designación de un funcionario de la Central de Trabajadores Argentinos como representante oficial del gobierno ante el Vaticano, deben ser interpretados como movimientos de piezas en el ajedrez de la batalla entablada. Mientras tanto, en 2003 no tuvo lugar la reunión anual correspondiente del Foro de São Paulo. El Encuentro Social 5.- En un texto periodístico, el economista brasileño Theotonio dos Santos sostiene que la economía mundial está en “la primera fase de un nuevo ciclo de crecimiento”. Aun sin explicitarlo ni referirse al tema, parecen coincidir con él economistas argentinos como Eduardo Amadeo y Rubén Lo Vuolo, quienes en sendos libros de reciente aparición (La salida del abismo; Planeta, Buenos Aires, noviembre 2003 y Estrategia económica para la Argentina; Siglo XXI, Buenos Aires, noviembre 2003, respectivamente), desconocen la base internacional sobre la cual edifican sus propuestas para la economía local. 31
Argentina como clave regional
Alternativo, realizado en Santa Cruz de la Sierra del 12 al 15 de noviembre del mismo año, tampoco llegó a articularse como bloque antimperialista capaz de gravitar en la contienda señalada , con todo el valor que tuvo esta convocatoria, por primera vez planteada como contraparte frente a la Cumbre Iberoamericana, la instancia prohijada por la Unión Europea. El vacío provocado por esa ausencia está siendo ocupado por propuestas desarrollistas de actualización capitalista. Pero fracasado en la década de 1960, cuando todavía estaba en auge la economía mundial de posguerra y Argentina no había enajenado las palancas fundamentales de su aparato productivo, el desarrollismo no tiene hoy siquiera la chance de intentar un despegue sin antes romper los lazos de sujeción al imperialismo y tomar como punto de partida una muy drástica redistribución de ingresos en favor de las clases desposeídas. No sólo la Historia, sino la comprobación cotidiana, permiten aseverar que nada de esto puede llevar a cabo un gobierno del capital, siquiera en su versión más progresista. La recuperación de la iniciativa política por parte de la burguesía en Argentina no podría ser exitosa a mediano plazo sino al precio de un mayor empobrecimiento del país y una sangrienta derrota de las masas. El cuadro actual deberá necesariamente resolverse en favor de la clase obrera y el arco más amplio de sus aliados estratégicos, o en favor del imperialismo y los socios que se le sometan sin condiciones. Así, se presenta de manera descarnada la urgencia por resolver en los hechos la dialéctica entre clase, organización de masas y dirección revolucionaria, a partir de una realidad determinada por la ausencia de toda instancia de unidad social, ausencia de un genuino partido anticapitalista, ante una sostenida ofensiva local y regional por parte de estructuras y cuadros al servicio de la socialdemocracia y el socialcristianismo. Por todo un período la contradicción entre una crisis sin precedentes del sistema capitalista y el retroceso -también sin precedentes- en la conciencia y la organización del proletariado internacional, se levantó como una muralla para la acción política revolucionaria. El reinado ideológico del capital ya no es lo que fue en los años 1990. De 32
Luis Bilbao
hecho, convulsiones de los más diversos géneros muestran a escala mundial un dato nuevo y determinante: el imperialismo ha vuelto a aparecer ante las masas -y específicamente ante las juventudescomo el gran enemigo. Esa contramarcha puede computarse como una recuperación de terreno por parte de las fuerzas revolucionarias; no obstante, la confusión persiste y la distancia ganada está todavía lejos de plasmar en el terreno político. El agotamiento del llamado neoliberalismo y la reasunción de una conciencia de lucha por parte de sectores sociales afectados replantean aquella contradicción, aunque sigue gravitando con fuerza decisiva el hecho de que el proletariado, a escala mundial y en cada país, lejos de ocupar la vanguardia ideológica y política, o bien se mantiene paralizado, o bien marcha tras otros estamentos sociales, cuando no directamente de la burguesía dependiente del imperialismo. Con excepciones que no rompen la regla, la teoría que se reivindica marxista no da cuenta de esta realidad. Y en no pocos casos se niega a sí misma en un proceso de constante degradación. La propia idea dominante respecto del carácter de la crisis que atravesamos prueba estas afirmaciones. Por convención, la etapa histórica cuyo convulsivo fin se observa a escala mundial y en todos y cada uno de los países de América Latina, se ha dado en llamar neoliberalismo. Ninguna fórmula convencional es inocente. Ésta fue impuesta desde los grandes medios de comunicación, pero adoptada con fruición en la mayoría de los ámbitos de izquierdas y, sin reparo de ningún tipo, por la academia y el periodismo. En la imposición de aquella fórmula, había ya una contundente victoria ideológica de las clases dominantes, que a su vez indicaba qué estaba ocurriendo al otro lado de la frontera social, en las clases explotadas y oprimidas. Se denominó neoliberalismo a un conjunto de medidas apuntadas a contrarrestar la caída de la tasa de ganancia que carcomía los cimientos del imperialismo y lo acorralaba ideológica y políticamente en todo el mundo. Era el medicamento extremo, de destructivos efectos colaterales, aplicado a un cuerpo agónico. Una nueva y más drástica expresión de lo que Marx denominó autofagia del sistema capitalista. No obstante, fue presentada por intelectuales y políticos 33
Argentina como clave regional
Alternativo, realizado en Santa Cruz de la Sierra del 12 al 15 de noviembre del mismo año, tampoco llegó a articularse como bloque antimperialista capaz de gravitar en la contienda señalada , con todo el valor que tuvo esta convocatoria, por primera vez planteada como contraparte frente a la Cumbre Iberoamericana, la instancia prohijada por la Unión Europea. El vacío provocado por esa ausencia está siendo ocupado por propuestas desarrollistas de actualización capitalista. Pero fracasado en la década de 1960, cuando todavía estaba en auge la economía mundial de posguerra y Argentina no había enajenado las palancas fundamentales de su aparato productivo, el desarrollismo no tiene hoy siquiera la chance de intentar un despegue sin antes romper los lazos de sujeción al imperialismo y tomar como punto de partida una muy drástica redistribución de ingresos en favor de las clases desposeídas. No sólo la Historia, sino la comprobación cotidiana, permiten aseverar que nada de esto puede llevar a cabo un gobierno del capital, siquiera en su versión más progresista. La recuperación de la iniciativa política por parte de la burguesía en Argentina no podría ser exitosa a mediano plazo sino al precio de un mayor empobrecimiento del país y una sangrienta derrota de las masas. El cuadro actual deberá necesariamente resolverse en favor de la clase obrera y el arco más amplio de sus aliados estratégicos, o en favor del imperialismo y los socios que se le sometan sin condiciones. Así, se presenta de manera descarnada la urgencia por resolver en los hechos la dialéctica entre clase, organización de masas y dirección revolucionaria, a partir de una realidad determinada por la ausencia de toda instancia de unidad social, ausencia de un genuino partido anticapitalista, ante una sostenida ofensiva local y regional por parte de estructuras y cuadros al servicio de la socialdemocracia y el socialcristianismo. Por todo un período la contradicción entre una crisis sin precedentes del sistema capitalista y el retroceso -también sin precedentes- en la conciencia y la organización del proletariado internacional, se levantó como una muralla para la acción política revolucionaria. El reinado ideológico del capital ya no es lo que fue en los años 1990. De 32
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hecho, convulsiones de los más diversos géneros muestran a escala mundial un dato nuevo y determinante: el imperialismo ha vuelto a aparecer ante las masas -y específicamente ante las juventudescomo el gran enemigo. Esa contramarcha puede computarse como una recuperación de terreno por parte de las fuerzas revolucionarias; no obstante, la confusión persiste y la distancia ganada está todavía lejos de plasmar en el terreno político. El agotamiento del llamado neoliberalismo y la reasunción de una conciencia de lucha por parte de sectores sociales afectados replantean aquella contradicción, aunque sigue gravitando con fuerza decisiva el hecho de que el proletariado, a escala mundial y en cada país, lejos de ocupar la vanguardia ideológica y política, o bien se mantiene paralizado, o bien marcha tras otros estamentos sociales, cuando no directamente de la burguesía dependiente del imperialismo. Con excepciones que no rompen la regla, la teoría que se reivindica marxista no da cuenta de esta realidad. Y en no pocos casos se niega a sí misma en un proceso de constante degradación. La propia idea dominante respecto del carácter de la crisis que atravesamos prueba estas afirmaciones. Por convención, la etapa histórica cuyo convulsivo fin se observa a escala mundial y en todos y cada uno de los países de América Latina, se ha dado en llamar neoliberalismo. Ninguna fórmula convencional es inocente. Ésta fue impuesta desde los grandes medios de comunicación, pero adoptada con fruición en la mayoría de los ámbitos de izquierdas y, sin reparo de ningún tipo, por la academia y el periodismo. En la imposición de aquella fórmula, había ya una contundente victoria ideológica de las clases dominantes, que a su vez indicaba qué estaba ocurriendo al otro lado de la frontera social, en las clases explotadas y oprimidas. Se denominó neoliberalismo a un conjunto de medidas apuntadas a contrarrestar la caída de la tasa de ganancia que carcomía los cimientos del imperialismo y lo acorralaba ideológica y políticamente en todo el mundo. Era el medicamento extremo, de destructivos efectos colaterales, aplicado a un cuerpo agónico. Una nueva y más drástica expresión de lo que Marx denominó autofagia del sistema capitalista. No obstante, fue presentada por intelectuales y políticos 33
Argentina como clave regional
-y aceptada por las masas- como expresión de vigor del sistema y prueba de que no era posible rebelarse contra él. Una respuesta fácil para explicar este resultado aparentemente insólito es atribuírselo a los medios de comunicación, potenciados por el formidable salto tecnológico del último cuarto de siglo. Imputar a la prensa comercial el curso de la política fue uno más de los rasgos culturales que predominarían desde entonces en la intelectualidad: justificación del statu quo, teorización de la impotencia, elaboración minuciosa del “cambio puntual”. En otras palabras: elogio de la irracionalidad y la cobardía (6). Pero la imposibilidad de los escasos equipos revolucionarios para explicar lo obvio y lograr que esto se transformara en acción política tuvo otras razones, de carácter histórico y alcance global, que permitieron convencer al mundo, atravesando clases sociales, culturas y posiciones ideológicas, de algo que sí resultaba evidente para miles de millones de personas: la muerte del socialismo y la victoria definitiva del capitalismo. Como la evidencia del Sol girando en torno de la Tierra, aquélla invertía la realidad. Pero llevaría tiempo descubrir el engaño. Y el capitalismo en su conjunto utilizó al máximo ese plazo extra. Hay una siniestra ironía en el curso de esa inflexión histórica: el “neo” liberalismo no venía a reemplazar al socialismo, sino al keynesianismo. Y éste, se sabe, había sido el antídoto utilizado in extremis en un cuerpo envenenado por el liberalismo (7). ¿Por qué reemplazar al salvador de Occidente precisamente cuando éste se mostraba vencedor y qué tenía de “neo” este sustituto respecto del 6.- Un texto hecho a la medida de esas funciones (y no por acaso recientemente reeditado), fue La sangre derramada –Ensayo sobre la violencia política-, una suerte de justificación pseudofilosófica del espíritu de derrota, claudicación y conversión ideológica que tomaría cuerpo en el Frente Grande-Frepaso-Alianza. Véase por ejemplo este postulado teórico: “Marx, hoy, al no existir el proletariado revolucionario superador, sólo podría enaltecer a la burguesía revolucionaria desde sí misma, como parte de ella”. José Pablo Feinmann, Seix Barral, Buenos Aires 2003. 7.- “Yo las defiendo (las medidas que acentúan la participación del Estado en la economía) porque son el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes” (John M. Keynes; Teoría general del empleo, el interés y el dinero; Planeta-Agostini; Buenos Aires, 1994). 34
Luis Bilbao
liberalismo que, a fines del siglo XIX, mostró con crudeza su impotencia hasta desembocar en la Revolución Rusa en 1917? Inútil preguntarlo: los cultores del flamante comodín verbal -defensores y detractores- se negaron siquiera a tratar el punto. Ahora, menos de dos décadas después, habrá que hacerlo. El neoliberalismo es un perro muerto y a él se le atribuye el cataclismo que sacude al mundo. Ni siquiera altos funcionarios de las finanzas internacionales se privan de denostarlo (8). Pero es precisamente en este punto que recobra fuerza la tramoya lingüística, la victoria ideológica inicial y de gran alcance que permite tergiversar nuevamente el punto de partida para la comprensión de la realidad: el ciclo agotado es... el del neoliberalismo. El paso siguiente está a la vista: en reemplazo se propone algo que teóricos presurosos y buscadores de frases de impacto denominan ya, oh sorpresa, neokeynesianismo; una fórmula menos inocente aún que la anterior, y de más peligrosas consecuencias. Por motivos de comunicación directa con las víctimas de este desenlace puede resultar efectivo apelar a la fórmula neoliberalismo 8.- Es el caso de, entre otros, el Sr. Joseph Stiglitz, prototipo de la irracionalidad del pensamiento económico burgués al que se aferran en su naufragio teórico, político y moral demasiados expertos y comentaristas de la materia. “Aunque nadie estaba satisfecho con el sufrimiento que acompañaba a los programas del FMI, dentro del Fondo simplemente se suponía que todo el dolor provocado era parte necesaria de algo que los países debían experimentar para llegar a ser una exitosa economía de mercado, y que las medidas lograrían de hecho mitigar el sufrimiento de los países a largo plazo. Algún dolor era indudablemente necesario, pero a mi juicio el padecido por los países en desarrollo en el proceso de globalización y desarrollo orientado por el FMI y las organizaciones económicas internacionales fue muy superior al necesario”, dice Stiglitz en su best seller mundial El malestar en la globalización, Taurus, Buenos Aires, 2002. El autor de esta nueva versión de Caperucita Roja es Premio Nobel de Economía. Por su parte, en 1998 escribía Paul Krugman en El teórico accidental: “A finales del siglo XX casi nadie cree que haya alguna buena alternativa a una economía de mercado; a lo sumo podemos esperar aliviar a la gente de los aspectos más crueles de la economía” (Ed. Crítica; Barcelona 1999). Un año después el mismo autor diría: “Olvidamos el asombro que sentimos cuando estos modelos ejemplares comenzaron a perderse en el camino, un asombro que de hecho era totalmente apropiado porque no era de ninguna manera obvio, incluso ahora, cómo pudieron salir tan mal las cosas” (De vuelta a la economía de la gran depresión; Norma, Buenos Aires 1999). 35
Argentina como clave regional
-y aceptada por las masas- como expresión de vigor del sistema y prueba de que no era posible rebelarse contra él. Una respuesta fácil para explicar este resultado aparentemente insólito es atribuírselo a los medios de comunicación, potenciados por el formidable salto tecnológico del último cuarto de siglo. Imputar a la prensa comercial el curso de la política fue uno más de los rasgos culturales que predominarían desde entonces en la intelectualidad: justificación del statu quo, teorización de la impotencia, elaboración minuciosa del “cambio puntual”. En otras palabras: elogio de la irracionalidad y la cobardía (6). Pero la imposibilidad de los escasos equipos revolucionarios para explicar lo obvio y lograr que esto se transformara en acción política tuvo otras razones, de carácter histórico y alcance global, que permitieron convencer al mundo, atravesando clases sociales, culturas y posiciones ideológicas, de algo que sí resultaba evidente para miles de millones de personas: la muerte del socialismo y la victoria definitiva del capitalismo. Como la evidencia del Sol girando en torno de la Tierra, aquélla invertía la realidad. Pero llevaría tiempo descubrir el engaño. Y el capitalismo en su conjunto utilizó al máximo ese plazo extra. Hay una siniestra ironía en el curso de esa inflexión histórica: el “neo” liberalismo no venía a reemplazar al socialismo, sino al keynesianismo. Y éste, se sabe, había sido el antídoto utilizado in extremis en un cuerpo envenenado por el liberalismo (7). ¿Por qué reemplazar al salvador de Occidente precisamente cuando éste se mostraba vencedor y qué tenía de “neo” este sustituto respecto del 6.- Un texto hecho a la medida de esas funciones (y no por acaso recientemente reeditado), fue La sangre derramada –Ensayo sobre la violencia política-, una suerte de justificación pseudofilosófica del espíritu de derrota, claudicación y conversión ideológica que tomaría cuerpo en el Frente Grande-Frepaso-Alianza. Véase por ejemplo este postulado teórico: “Marx, hoy, al no existir el proletariado revolucionario superador, sólo podría enaltecer a la burguesía revolucionaria desde sí misma, como parte de ella”. José Pablo Feinmann, Seix Barral, Buenos Aires 2003. 7.- “Yo las defiendo (las medidas que acentúan la participación del Estado en la economía) porque son el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes” (John M. Keynes; Teoría general del empleo, el interés y el dinero; Planeta-Agostini; Buenos Aires, 1994). 34
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liberalismo que, a fines del siglo XIX, mostró con crudeza su impotencia hasta desembocar en la Revolución Rusa en 1917? Inútil preguntarlo: los cultores del flamante comodín verbal -defensores y detractores- se negaron siquiera a tratar el punto. Ahora, menos de dos décadas después, habrá que hacerlo. El neoliberalismo es un perro muerto y a él se le atribuye el cataclismo que sacude al mundo. Ni siquiera altos funcionarios de las finanzas internacionales se privan de denostarlo (8). Pero es precisamente en este punto que recobra fuerza la tramoya lingüística, la victoria ideológica inicial y de gran alcance que permite tergiversar nuevamente el punto de partida para la comprensión de la realidad: el ciclo agotado es... el del neoliberalismo. El paso siguiente está a la vista: en reemplazo se propone algo que teóricos presurosos y buscadores de frases de impacto denominan ya, oh sorpresa, neokeynesianismo; una fórmula menos inocente aún que la anterior, y de más peligrosas consecuencias. Por motivos de comunicación directa con las víctimas de este desenlace puede resultar efectivo apelar a la fórmula neoliberalismo 8.- Es el caso de, entre otros, el Sr. Joseph Stiglitz, prototipo de la irracionalidad del pensamiento económico burgués al que se aferran en su naufragio teórico, político y moral demasiados expertos y comentaristas de la materia. “Aunque nadie estaba satisfecho con el sufrimiento que acompañaba a los programas del FMI, dentro del Fondo simplemente se suponía que todo el dolor provocado era parte necesaria de algo que los países debían experimentar para llegar a ser una exitosa economía de mercado, y que las medidas lograrían de hecho mitigar el sufrimiento de los países a largo plazo. Algún dolor era indudablemente necesario, pero a mi juicio el padecido por los países en desarrollo en el proceso de globalización y desarrollo orientado por el FMI y las organizaciones económicas internacionales fue muy superior al necesario”, dice Stiglitz en su best seller mundial El malestar en la globalización, Taurus, Buenos Aires, 2002. El autor de esta nueva versión de Caperucita Roja es Premio Nobel de Economía. Por su parte, en 1998 escribía Paul Krugman en El teórico accidental: “A finales del siglo XX casi nadie cree que haya alguna buena alternativa a una economía de mercado; a lo sumo podemos esperar aliviar a la gente de los aspectos más crueles de la economía” (Ed. Crítica; Barcelona 1999). Un año después el mismo autor diría: “Olvidamos el asombro que sentimos cuando estos modelos ejemplares comenzaron a perderse en el camino, un asombro que de hecho era totalmente apropiado porque no era de ninguna manera obvio, incluso ahora, cómo pudieron salir tan mal las cosas” (De vuelta a la economía de la gran depresión; Norma, Buenos Aires 1999). 35
Argentina como clave regional
para explicar su derrumbe. La dialéctica entre las palabras y las cosas obra en uno u otro sentido; y si antes el vocablo encubrió la realidad ahora, arrastrado por ella, puede muy bien obrar como pseudónimo del sistema mismo, cosa que está ocurriendo en diversos escenarios del mundo. Pero la respuesta es diferente cuando el objetivo consiste en afirmar un programa de acción para afrontar la crisis. Sea que se trate de un equipo de propaganda anticapitalista, una fuerza de oposición con peso real o un gobierno empeñado en resolver la demanda de las masas, el diagnóstico de la situación no puede eludir ni maquillar la realidad a la hora de definir qué respuesta habrá de darle; qué medidas de orden económico habrá de proponer o adoptar. Precisamente porque el mundo no asiste al fracaso del neoliberalismo, sino al agotamiento de un recurso del imperialismo frente a la crisis; porque ésta no es otra cosa que la reiteración cíclica de la caída de la tasa de ganancia y la sobreproducción capitalista, no hay espacio objetivo para reformas positivas en la relación entre las clases y la organización social. Y es también por las razones que determinaron el profundo retroceso del proletariado mundial en todos los planos, que toda respuesta deberá partir de un dato decisivo: la ausencia de un factor objetivo clave para abolir el capitalismo: la subjetividad de las masas. Sí: la subjetividad de las masas (y su traducción en formas organizativas y conductas políticas) es un factor objetivo a la hora de definir qué hacer ante la crisis del sistema. En cualquier hipótesis, reforma o revolución no es una opción. No hay espacio real para conquistas duraderas en la actual coyuntura histórica. Lo inverso es verdad: repitiendo en escala ampliada la encerrona de la gran crisis que desembocaría en la II Guerra Mundial, la dinámica del capitalismo actual cierra toda chance de mejoras y replantea la dramática alternativa asumida por los revolucionarios de entonces: socialismo o barbarie. Después del neoliberalismo no viene la simple reiteración de una economía regulada en un cuadro estable de democracia liberal. En Argentina, esa ilusión arrastró a buena parte de la militancia hacia el Frente Grande-Frepaso-Alianza. Cuando tuvieron el gobierno en sus manos, cuadros comprometidos y experimentados no podían comprender el rumbo en que eran arrastrados, resumido en el hecho de que su gobierno convocara 36
Luis Bilbao
como ministro de Economía a Domingo Cavallo, artífice del gran viraje neoliberal. Pero había una lógica consistente detrás de aquella designación, cuya base es la ya señalada: en el actual contexto de crisis mundial la democracia liberal sólo es sostenible para llevar a cabo el plan del gran capital imperialista. Salir de éste implica necesariamente superar aquélla. Por estos días una fantasía semejante a la de la Alianza en Argentina hace estragos en la cúpula del Partido de los Trabajadores de Brasil (en el mismo sector interno que, no por acaso, apoyó públicamente la candidatura de Fernando de la Rúa en Argentina e hizo viajar a Lula a Buenos Aires para comprometerse con semejante posición). Y el fenómeno se repite en Argentina con el gobierno de Néstor Kirchner. La imposibilidad de reformas progresistas duraderas estaba ya planteada desde comienzos de los 80, cuando las dos grandes corrientes de la izquierda se alinearon tras la doble falacia que cerraría el camino a la comprensión de la coyuntura histórica que se abría: adaptación “progresista” al capitalismo triunfante, o adhesión a la supuesta ofensiva proletaria mundial encabezada por los obreros soviéticos... mientras el capitalismo veía avanzar su crisis estructural y los obreros de los países del ex Pacto de Varsovia, en masa, pedían el retorno al capitalismo. Una trampa histórica de la que todavía somos prisioneros. La interpretación de esta coyuntura excepcional y la consecuente conducta de partidos y cuadros que se reivindican marxistas contribuyeron a que las masas fueran ganadas ideológica y políticamente por las clases dominantes. Nada de lo que ocurre hoy puede ser comprendido sin esa victoria del capital. Argentina es también en ese sentido un modelo puro (9). De tal manera, podría decirse que la crisis del sistema penetró en el propio pensamiento anticapitalista, primer paso de una dinámica que en pocos años pulverizaría partidos y organizaciones sociales y produciría volteretas grotescas en dirigentes e intelectuales. No ha 9.- Los textos de Crítica donde se encontrará nuestra posición en aquel debate pueden hallarse en www.geocities.com/nuestrotiempo. Está disponible asimismo la colección completa que hasta la fecha de publicación de este libro consta de 35 volúmenes. 37
Argentina como clave regional
para explicar su derrumbe. La dialéctica entre las palabras y las cosas obra en uno u otro sentido; y si antes el vocablo encubrió la realidad ahora, arrastrado por ella, puede muy bien obrar como pseudónimo del sistema mismo, cosa que está ocurriendo en diversos escenarios del mundo. Pero la respuesta es diferente cuando el objetivo consiste en afirmar un programa de acción para afrontar la crisis. Sea que se trate de un equipo de propaganda anticapitalista, una fuerza de oposición con peso real o un gobierno empeñado en resolver la demanda de las masas, el diagnóstico de la situación no puede eludir ni maquillar la realidad a la hora de definir qué respuesta habrá de darle; qué medidas de orden económico habrá de proponer o adoptar. Precisamente porque el mundo no asiste al fracaso del neoliberalismo, sino al agotamiento de un recurso del imperialismo frente a la crisis; porque ésta no es otra cosa que la reiteración cíclica de la caída de la tasa de ganancia y la sobreproducción capitalista, no hay espacio objetivo para reformas positivas en la relación entre las clases y la organización social. Y es también por las razones que determinaron el profundo retroceso del proletariado mundial en todos los planos, que toda respuesta deberá partir de un dato decisivo: la ausencia de un factor objetivo clave para abolir el capitalismo: la subjetividad de las masas. Sí: la subjetividad de las masas (y su traducción en formas organizativas y conductas políticas) es un factor objetivo a la hora de definir qué hacer ante la crisis del sistema. En cualquier hipótesis, reforma o revolución no es una opción. No hay espacio real para conquistas duraderas en la actual coyuntura histórica. Lo inverso es verdad: repitiendo en escala ampliada la encerrona de la gran crisis que desembocaría en la II Guerra Mundial, la dinámica del capitalismo actual cierra toda chance de mejoras y replantea la dramática alternativa asumida por los revolucionarios de entonces: socialismo o barbarie. Después del neoliberalismo no viene la simple reiteración de una economía regulada en un cuadro estable de democracia liberal. En Argentina, esa ilusión arrastró a buena parte de la militancia hacia el Frente Grande-Frepaso-Alianza. Cuando tuvieron el gobierno en sus manos, cuadros comprometidos y experimentados no podían comprender el rumbo en que eran arrastrados, resumido en el hecho de que su gobierno convocara 36
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como ministro de Economía a Domingo Cavallo, artífice del gran viraje neoliberal. Pero había una lógica consistente detrás de aquella designación, cuya base es la ya señalada: en el actual contexto de crisis mundial la democracia liberal sólo es sostenible para llevar a cabo el plan del gran capital imperialista. Salir de éste implica necesariamente superar aquélla. Por estos días una fantasía semejante a la de la Alianza en Argentina hace estragos en la cúpula del Partido de los Trabajadores de Brasil (en el mismo sector interno que, no por acaso, apoyó públicamente la candidatura de Fernando de la Rúa en Argentina e hizo viajar a Lula a Buenos Aires para comprometerse con semejante posición). Y el fenómeno se repite en Argentina con el gobierno de Néstor Kirchner. La imposibilidad de reformas progresistas duraderas estaba ya planteada desde comienzos de los 80, cuando las dos grandes corrientes de la izquierda se alinearon tras la doble falacia que cerraría el camino a la comprensión de la coyuntura histórica que se abría: adaptación “progresista” al capitalismo triunfante, o adhesión a la supuesta ofensiva proletaria mundial encabezada por los obreros soviéticos... mientras el capitalismo veía avanzar su crisis estructural y los obreros de los países del ex Pacto de Varsovia, en masa, pedían el retorno al capitalismo. Una trampa histórica de la que todavía somos prisioneros. La interpretación de esta coyuntura excepcional y la consecuente conducta de partidos y cuadros que se reivindican marxistas contribuyeron a que las masas fueran ganadas ideológica y políticamente por las clases dominantes. Nada de lo que ocurre hoy puede ser comprendido sin esa victoria del capital. Argentina es también en ese sentido un modelo puro (9). De tal manera, podría decirse que la crisis del sistema penetró en el propio pensamiento anticapitalista, primer paso de una dinámica que en pocos años pulverizaría partidos y organizaciones sociales y produciría volteretas grotescas en dirigentes e intelectuales. No ha 9.- Los textos de Crítica donde se encontrará nuestra posición en aquel debate pueden hallarse en www.geocities.com/nuestrotiempo. Está disponible asimismo la colección completa que hasta la fecha de publicación de este libro consta de 35 volúmenes. 37
Argentina como clave regional
faltado nada en este período: desde la formulación pseudoteórica que propone hacer la revolución sin tomar el poder, la presentación en sociedad de un nuevo pensamiento para tomar el poder y no hacer la revolución, hasta la propuesta de crear un partido piquetero. Cuando esta suma de desvíos culminó en el resultado electoral de abril de 2003 y en la fulgurante aparición de Kirchner, organizaciones, dirigentes y comentaristas que contribuyeron a la confusión y la parálisis no se hicieron cargo de su responsabilidad.
Lo viejo reaparece travestido en las nuevas condiciones En semejante panorama, las clases dominantes ocuparon todo el escenario político y aprovecharon al máximo la ausencia de una estrategia alternativa y la progresiva desaparición o marginalización de las estructuras sindicales y políticas de la clase obrera. Puesto que en definitiva no hay muro capaz de detener la lucha social, ésta se expresaría entonces determinada por la espontaneidad, sin conciencia ni objetivos propios, lo cual en términos leninistas supone que los combates dados no constituían, en rigor, lucha de clases. Pero en términos electorales esto se tradujo en monopolio absoluto del voto proletario por parte de los partidos burgueses tradicionales y la nueva corriente travestida que obraría como red para pescar en aguas revueltas y retornar luego al puerto de partida. Helos allí, en torno al Partido Justicialista. Al otro lado de la barricada, de modo más o menos articulado, más o menos consciente, innumerables tendencias impregnadas por una historia plagada de desvíos, incomprensión y frustraciones, encarnaron la voluntad revolucionaria. La mayoría de estas comenzaron por tomar distancia de la teoría marxista, identificada (por obra de las mejores y las peores intenciones), con aberrantes experiencias organizativas y políticas. A partir de allí se abriría un abanico de posiciones con la predominancia de dos: la adaptación reformista y la búsqueda revolucionaria por caminos diferentes a los hasta entonces tenidos como tales. La negación de la negación, esperable y posible, no tuvo lugar sin embargo: prácticamente la totalidad de las nuevas fuerzas sociales y políticas de masas, aparecidas y consolidadas durante este período, 38
Luis Bilbao
convencidas de estar renovando el anquilosado espectro de las izquierdas, en realidad dieron un fantástico salto atrás, para caer en posiciones teóricas, organizativas y políticas que el movimiento revolucionario internacional experimentó, combatió y superó desde comienzos del siglo XIX (10). Un caso diferente fue el de las corrientes doctrinaristas que invocando a Marx, Lenin o Trotsky (o a los tres), se elevaron al cielo -al mundo metafísico de fórmulas literariamente emparentadas con lo mejor del pensamiento revolucionario, pero enajenadas de la realidad en la misma medida en que se negaron a ver la fase histórica que atravesaba el proletariado mundial- desconocieron las tareas centrales de la época y cayeron en la trampa de sostener que todo estaba dado para la revolución, excepto el Estado Mayor. De allí a considerarse el jefe en torno del cual se aglutinaría ese Estado Mayor, mediaba un paso que más de un cuadro valioso estaría dispuesto a dar, sin comprender la dinámica en la que se vería atrapado (11). Como quiera que sea, lo cierto es que la aceleración de la crisis del sistema capitalista no se vio acompañada por un desarrollo teórico, político y organizativo, de la voluntad revolucionaria. Ese retraso 10.- Ver “Qué frenó la construcción política de masas”; Cristina Camusso, Crítica N° 28, agosto-octubre 2003; y “La gran prueba”, Crítica N° 25, diciembre 2000. 11.- Una penosa parábola arrastró a este tipo de organizaciones y sus dirigentes, que combinaron desviaciones electoralistas y virajes conceptuales y contribuyeron al vaciamiento teórico y el colpaso político: poner a secretarios generales de partidos que se proclaman revolucionarios e internacionalistas a disputar un cargo de Concejal (y festejar como victoria histórica la obtención de ese puesto); aferrarse a una categoría sin fundamento, a la que se denominaría “piquetero” y se le atribuiría la capacidad de crear un partido; utilizar toda expresión de lucha genuina para producir una victoria propia (manipulación en las Asambleas barriales que irrumpieron en diciembre de 2001, intervención ultrista y divisionista en las escasísimas luchas obreras de resistencia). El desenlace está a la vista: rotundo desastre electoral (expresión patética de esto fue que los dos cargos en la Legislatura de Buenos Aires obtenidos por el PC y el PO en la figura de sus secretarios generales fueron perdidos), multiplicación de las luchas intestinas, fraccionamiento extremo de los aparatos “piqueteros” (con ingerencia enorme del Estado mediante el manejo de los fondos con los que se pagan subsidios), degeneración que lleva, como en el caso de la empresa Sasetru, a choques entre obreros donde quienes se suponen vanguardia emplean armas de fuego contra los propios trabajadores. 39
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faltado nada en este período: desde la formulación pseudoteórica que propone hacer la revolución sin tomar el poder, la presentación en sociedad de un nuevo pensamiento para tomar el poder y no hacer la revolución, hasta la propuesta de crear un partido piquetero. Cuando esta suma de desvíos culminó en el resultado electoral de abril de 2003 y en la fulgurante aparición de Kirchner, organizaciones, dirigentes y comentaristas que contribuyeron a la confusión y la parálisis no se hicieron cargo de su responsabilidad.
Lo viejo reaparece travestido en las nuevas condiciones En semejante panorama, las clases dominantes ocuparon todo el escenario político y aprovecharon al máximo la ausencia de una estrategia alternativa y la progresiva desaparición o marginalización de las estructuras sindicales y políticas de la clase obrera. Puesto que en definitiva no hay muro capaz de detener la lucha social, ésta se expresaría entonces determinada por la espontaneidad, sin conciencia ni objetivos propios, lo cual en términos leninistas supone que los combates dados no constituían, en rigor, lucha de clases. Pero en términos electorales esto se tradujo en monopolio absoluto del voto proletario por parte de los partidos burgueses tradicionales y la nueva corriente travestida que obraría como red para pescar en aguas revueltas y retornar luego al puerto de partida. Helos allí, en torno al Partido Justicialista. Al otro lado de la barricada, de modo más o menos articulado, más o menos consciente, innumerables tendencias impregnadas por una historia plagada de desvíos, incomprensión y frustraciones, encarnaron la voluntad revolucionaria. La mayoría de estas comenzaron por tomar distancia de la teoría marxista, identificada (por obra de las mejores y las peores intenciones), con aberrantes experiencias organizativas y políticas. A partir de allí se abriría un abanico de posiciones con la predominancia de dos: la adaptación reformista y la búsqueda revolucionaria por caminos diferentes a los hasta entonces tenidos como tales. La negación de la negación, esperable y posible, no tuvo lugar sin embargo: prácticamente la totalidad de las nuevas fuerzas sociales y políticas de masas, aparecidas y consolidadas durante este período, 38
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convencidas de estar renovando el anquilosado espectro de las izquierdas, en realidad dieron un fantástico salto atrás, para caer en posiciones teóricas, organizativas y políticas que el movimiento revolucionario internacional experimentó, combatió y superó desde comienzos del siglo XIX (10). Un caso diferente fue el de las corrientes doctrinaristas que invocando a Marx, Lenin o Trotsky (o a los tres), se elevaron al cielo -al mundo metafísico de fórmulas literariamente emparentadas con lo mejor del pensamiento revolucionario, pero enajenadas de la realidad en la misma medida en que se negaron a ver la fase histórica que atravesaba el proletariado mundial- desconocieron las tareas centrales de la época y cayeron en la trampa de sostener que todo estaba dado para la revolución, excepto el Estado Mayor. De allí a considerarse el jefe en torno del cual se aglutinaría ese Estado Mayor, mediaba un paso que más de un cuadro valioso estaría dispuesto a dar, sin comprender la dinámica en la que se vería atrapado (11). Como quiera que sea, lo cierto es que la aceleración de la crisis del sistema capitalista no se vio acompañada por un desarrollo teórico, político y organizativo, de la voluntad revolucionaria. Ese retraso 10.- Ver “Qué frenó la construcción política de masas”; Cristina Camusso, Crítica N° 28, agosto-octubre 2003; y “La gran prueba”, Crítica N° 25, diciembre 2000. 11.- Una penosa parábola arrastró a este tipo de organizaciones y sus dirigentes, que combinaron desviaciones electoralistas y virajes conceptuales y contribuyeron al vaciamiento teórico y el colpaso político: poner a secretarios generales de partidos que se proclaman revolucionarios e internacionalistas a disputar un cargo de Concejal (y festejar como victoria histórica la obtención de ese puesto); aferrarse a una categoría sin fundamento, a la que se denominaría “piquetero” y se le atribuiría la capacidad de crear un partido; utilizar toda expresión de lucha genuina para producir una victoria propia (manipulación en las Asambleas barriales que irrumpieron en diciembre de 2001, intervención ultrista y divisionista en las escasísimas luchas obreras de resistencia). El desenlace está a la vista: rotundo desastre electoral (expresión patética de esto fue que los dos cargos en la Legislatura de Buenos Aires obtenidos por el PC y el PO en la figura de sus secretarios generales fueron perdidos), multiplicación de las luchas intestinas, fraccionamiento extremo de los aparatos “piqueteros” (con ingerencia enorme del Estado mediante el manejo de los fondos con los que se pagan subsidios), degeneración que lleva, como en el caso de la empresa Sasetru, a choques entre obreros donde quienes se suponen vanguardia emplean armas de fuego contra los propios trabajadores. 39
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explica a su vez la incorporación de innumerables cuadros a la variante reformista y plantea problemas tácticos y estratégicos de cuya resolución depende la evolución y eventual desenlace de esta coyuntura histórica.
Otraetapa Por todo lo dicho, la coyuntura histórica en que ocurre el fin del neoliberalismo, excluye a la vez reformas significativas y duraderas y una inmediata victoria socialista. Esto no se resuelve exigiéndole a un líder, un partido o un gobierno que rompa amarras con el sistema capitalista. La norma impuesta en no pocas organizaciones izquierdistas (en el sentido que Lenin da a esta palabra) según la cual la sociedad no se divide en explotadores y explotados, sino en traidores y traicionados, es una caricatura grotesca de la teoría revolucionaria. El cambio de posiciones por poses, ha contribuido en mucho al vaciamiento ideológico del que han sido objeto las vanguardias en los últimos años. Así, la defensa intransigente de una estrategia revolucionaria en coyunturas complejas se ha transformado en actitudes histéricas, de incalculable irresponsabilidad, frente al momento crucial que vive el planeta y específicamente América Latina. El cuadro coyuntural condiciona tipo, modo, profundidad de las decisiones, plazos y caminos para cumplirlas. A una fuerza política fehacientemente comprometida con los intereses de las masas nadie podría negarle un margen muy amplio de acción. Esto, que es un axioma en cualquier circunstancia, resulta vital en el inédito período histórico que atraviesan las masas explotadas y oprimidas del mundo. El marxismo no es un catálogo de principios (12), del mismo modo que el pragmatismo no es prueba de mayor capacidad para “hacer política”. De allí se desprende una crucial necesidad teórica y militante para 12.- “Los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que estos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia”. Federico Engels, Anti-Dühring, Obras de Marx y Engels, T 35; Grijalbo, Barcelona 1977. 40
el próximo período: impedir que la respuesta al infantoizquierdismo sea el pragmatismo, y que éste ocupe el lugar de la comprensión científica de la sociedad y la historia. Si las relaciones de fuerza aconsejan medidas transitorias de contenido ambivalente o directamente impiden en una determinada coyuntura la adopción de decisiones que resuelvan en términos prácticos aquella oposición entre remendar el sistema o reemplazarlo, ello no deberá ser eludido con frases grandilocuentes y conductas irresponsables, carentes de toda traducción posible en una política de masas con sentido antimperialista y anticapitalista, pero tampoco asumido como plataforma programática y tanto menos como definición ideológica. El pragmatismo es la tumba de todo proyecto revolucionario. La capacidad para responder de manera concreta a situaciones concretas, la flexibilidad política, no es patrimonio del pragmatismo, así como enarbolar principios frente a la demanda quemante de la realidad no tiene punto de contacto con una teoría revolucionaria. La única estrategia consistente para quienes se comprometan hoy con una respuesta anticapitalista a la eclosión de la crisis consiste en reivindicar y desarrollar la teoría científica de la revolución social (esto es, según la expresión leninista, hacer propaganda; o sea educar a las masas y acerar una vanguardia), y aunar esa labor con los dos corolarios inseparables que de ella se desprenden: formar cuadros y organizarlos en un partido revolucionario que -cuando las masas se muestren dispuestas- quiera, sepa y pueda encabezar el combate por la toma del poder real y el ataque frontal al corazón del sistema. Esta generalidad toma cuerpo en situaciones concretas, diferentes en cada país y aun cada momento. Descubrirlas, intepretarlas y darles respuesta: he allí la tarea pendiente.
Base social y transición política Todo lo anterior conduce a definir la situación actual como período de transición. Este no tiene ni puede tener plazos ni formas predeterminadas; por el contrario, podrá cubrirse en un lapso brevísimo o en largos períodos según el desarrollo de acontecimientos imprevisibles que serán diferentes en cada país. En sustancia, se trata del recorrido necesario para que el proletariado pase, según la expresión de Marx, de “clase obrera en sí, a clase obrera para sí”. No hay manera de 41
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explica a su vez la incorporación de innumerables cuadros a la variante reformista y plantea problemas tácticos y estratégicos de cuya resolución depende la evolución y eventual desenlace de esta coyuntura histórica.
Otraetapa Por todo lo dicho, la coyuntura histórica en que ocurre el fin del neoliberalismo, excluye a la vez reformas significativas y duraderas y una inmediata victoria socialista. Esto no se resuelve exigiéndole a un líder, un partido o un gobierno que rompa amarras con el sistema capitalista. La norma impuesta en no pocas organizaciones izquierdistas (en el sentido que Lenin da a esta palabra) según la cual la sociedad no se divide en explotadores y explotados, sino en traidores y traicionados, es una caricatura grotesca de la teoría revolucionaria. El cambio de posiciones por poses, ha contribuido en mucho al vaciamiento ideológico del que han sido objeto las vanguardias en los últimos años. Así, la defensa intransigente de una estrategia revolucionaria en coyunturas complejas se ha transformado en actitudes histéricas, de incalculable irresponsabilidad, frente al momento crucial que vive el planeta y específicamente América Latina. El cuadro coyuntural condiciona tipo, modo, profundidad de las decisiones, plazos y caminos para cumplirlas. A una fuerza política fehacientemente comprometida con los intereses de las masas nadie podría negarle un margen muy amplio de acción. Esto, que es un axioma en cualquier circunstancia, resulta vital en el inédito período histórico que atraviesan las masas explotadas y oprimidas del mundo. El marxismo no es un catálogo de principios (12), del mismo modo que el pragmatismo no es prueba de mayor capacidad para “hacer política”. De allí se desprende una crucial necesidad teórica y militante para 12.- “Los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que estos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia”. Federico Engels, Anti-Dühring, Obras de Marx y Engels, T 35; Grijalbo, Barcelona 1977. 40
el próximo período: impedir que la respuesta al infantoizquierdismo sea el pragmatismo, y que éste ocupe el lugar de la comprensión científica de la sociedad y la historia. Si las relaciones de fuerza aconsejan medidas transitorias de contenido ambivalente o directamente impiden en una determinada coyuntura la adopción de decisiones que resuelvan en términos prácticos aquella oposición entre remendar el sistema o reemplazarlo, ello no deberá ser eludido con frases grandilocuentes y conductas irresponsables, carentes de toda traducción posible en una política de masas con sentido antimperialista y anticapitalista, pero tampoco asumido como plataforma programática y tanto menos como definición ideológica. El pragmatismo es la tumba de todo proyecto revolucionario. La capacidad para responder de manera concreta a situaciones concretas, la flexibilidad política, no es patrimonio del pragmatismo, así como enarbolar principios frente a la demanda quemante de la realidad no tiene punto de contacto con una teoría revolucionaria. La única estrategia consistente para quienes se comprometan hoy con una respuesta anticapitalista a la eclosión de la crisis consiste en reivindicar y desarrollar la teoría científica de la revolución social (esto es, según la expresión leninista, hacer propaganda; o sea educar a las masas y acerar una vanguardia), y aunar esa labor con los dos corolarios inseparables que de ella se desprenden: formar cuadros y organizarlos en un partido revolucionario que -cuando las masas se muestren dispuestas- quiera, sepa y pueda encabezar el combate por la toma del poder real y el ataque frontal al corazón del sistema. Esta generalidad toma cuerpo en situaciones concretas, diferentes en cada país y aun cada momento. Descubrirlas, intepretarlas y darles respuesta: he allí la tarea pendiente.
Base social y transición política Todo lo anterior conduce a definir la situación actual como período de transición. Este no tiene ni puede tener plazos ni formas predeterminadas; por el contrario, podrá cubrirse en un lapso brevísimo o en largos períodos según el desarrollo de acontecimientos imprevisibles que serán diferentes en cada país. En sustancia, se trata del recorrido necesario para que el proletariado pase, según la expresión de Marx, de “clase obrera en sí, a clase obrera para sí”. No hay manera de 41
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transponer con éxito y de manera duradera la barrera del sistema capitalista sin esta transformación. Quienes creen que la conciencia de clase es un factor dado se equivocan tanto como quienes suponen que sin esa conciencia se puede llevar a cabo una revolución socialista. Dos cuestiones enmarcan esta afirmación. La primera, alude a las formas y plazos que supone la asunción de una conciencia “para sí”. La segunda, a la definición misma de clase obrera. En debate con los hoy eclipsados creadores de un nuevo pensamiento (es difícil alcanzar una síntesis superadora del saber humano mientras se maniobra por obtener una banca de diputado), en agosto de 2000 citábamos en Crítica la definición que Marx da sobre la condición obrera: “Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalismo o que trabaja para hacer rentable el capital. Si se nos permite poner un ejemplo ajeno a la órbita de la producción material, diremos que un maestro de escuela es obrero productivo si, además de moldear la cabeza de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza en vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no alterna en lo más mínimo los términos del problema. Por tanto, el concepto de trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo, sino que lleva además implícita la relación específica social e históricamente dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital” (13). “(...) el carácter específico del trabajo productivo no se halla vinculado para nada al contenido concreto del trabajo, a su utilidad especial, al valor de uso determinado en que traduzca. Cuando Milton, por ejemplo, escribía El Paraíso perdido, era un obrero improductivo. En cambio, es un obrero productivo el autor que suministra a su editor originales para 13.- Carlos Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica; T I, pág. 426 42
Luis Bilbao
ser publicados. Milton produjo El Paraíso perdido como el gusano de seda produce la seda: por un impulso de la naturaleza. Después de lo cual, vendió su producto por 5 llibras esterlinas. En cambio, al autor que fabrica libros –manuales de economía política, por ejemplo- bajo la dirección de su editor, es un obrero productivo, pues su producción se halla sometida por definición al capital que ha de hacer fructificar” (14). Complementaba Marx estas definiciones con lo siguiente: “El campesino, considerado como propietario de los medios de producción (esto vale para todos los cuentapropistas, LB) es un capitalista; considerado como obrero, es su propio asalariado. Como capitalista, se paga a sí mismo su salario, obtiene una ganancia de su capital, se explota a sí mismo como asalariado y se paga con la plusvalía el tributo que el trabajo adeuda al capital (...) Es, gracias a ello, su propio capitalista y su propio obrero asalariado. La separación de estos dos papeles constituye el estado normal en este tipo de sociedad. Cuando no existe, como en este caso, se da por supuesta su existencia, y con razón; la unión se considera puramente accidental, reputándose el desdoblamiento como normal, aunque ambas funciones aparezcan reunidas en la misma persona. En situaciones como éstas vemos de manera tangible cómo el capitalista no es sino el funcionamiento del capital y el obrero el funcionamiento de la fuerza de trabajo. Por lo demás, la ley del desarrollo económico exige que éste asigne estas funciones a distintas personas”. Así, la reversión de aquel desdoblamiento –el aumento en flecha del cuentapropismo- expone una retrogradación muy aguda del sistema como tal. Pero falta todavía voltear otro mito: “En una fábrica, los peones no intervienen directamente en la elaboración de la materia prima. Los obreros encargados de vigilar a los que trabajan en esa faena son ya de una 14.- Carlos Marx, Historia Crítica de la Teoría de la Plusvalía, Editorial Cartago, Tomo IV, pág. 220. 43
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transponer con éxito y de manera duradera la barrera del sistema capitalista sin esta transformación. Quienes creen que la conciencia de clase es un factor dado se equivocan tanto como quienes suponen que sin esa conciencia se puede llevar a cabo una revolución socialista. Dos cuestiones enmarcan esta afirmación. La primera, alude a las formas y plazos que supone la asunción de una conciencia “para sí”. La segunda, a la definición misma de clase obrera. En debate con los hoy eclipsados creadores de un nuevo pensamiento (es difícil alcanzar una síntesis superadora del saber humano mientras se maniobra por obtener una banca de diputado), en agosto de 2000 citábamos en Crítica la definición que Marx da sobre la condición obrera: “Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalismo o que trabaja para hacer rentable el capital. Si se nos permite poner un ejemplo ajeno a la órbita de la producción material, diremos que un maestro de escuela es obrero productivo si, además de moldear la cabeza de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza en vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no alterna en lo más mínimo los términos del problema. Por tanto, el concepto de trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo, sino que lleva además implícita la relación específica social e históricamente dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital” (13). “(...) el carácter específico del trabajo productivo no se halla vinculado para nada al contenido concreto del trabajo, a su utilidad especial, al valor de uso determinado en que traduzca. Cuando Milton, por ejemplo, escribía El Paraíso perdido, era un obrero improductivo. En cambio, es un obrero productivo el autor que suministra a su editor originales para 13.- Carlos Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica; T I, pág. 426 42
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ser publicados. Milton produjo El Paraíso perdido como el gusano de seda produce la seda: por un impulso de la naturaleza. Después de lo cual, vendió su producto por 5 llibras esterlinas. En cambio, al autor que fabrica libros –manuales de economía política, por ejemplo- bajo la dirección de su editor, es un obrero productivo, pues su producción se halla sometida por definición al capital que ha de hacer fructificar” (14). Complementaba Marx estas definiciones con lo siguiente: “El campesino, considerado como propietario de los medios de producción (esto vale para todos los cuentapropistas, LB) es un capitalista; considerado como obrero, es su propio asalariado. Como capitalista, se paga a sí mismo su salario, obtiene una ganancia de su capital, se explota a sí mismo como asalariado y se paga con la plusvalía el tributo que el trabajo adeuda al capital (...) Es, gracias a ello, su propio capitalista y su propio obrero asalariado. La separación de estos dos papeles constituye el estado normal en este tipo de sociedad. Cuando no existe, como en este caso, se da por supuesta su existencia, y con razón; la unión se considera puramente accidental, reputándose el desdoblamiento como normal, aunque ambas funciones aparezcan reunidas en la misma persona. En situaciones como éstas vemos de manera tangible cómo el capitalista no es sino el funcionamiento del capital y el obrero el funcionamiento de la fuerza de trabajo. Por lo demás, la ley del desarrollo económico exige que éste asigne estas funciones a distintas personas”. Así, la reversión de aquel desdoblamiento –el aumento en flecha del cuentapropismo- expone una retrogradación muy aguda del sistema como tal. Pero falta todavía voltear otro mito: “En una fábrica, los peones no intervienen directamente en la elaboración de la materia prima. Los obreros encargados de vigilar a los que trabajan en esa faena son ya de una 14.- Carlos Marx, Historia Crítica de la Teoría de la Plusvalía, Editorial Cartago, Tomo IV, pág. 220. 43
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categoría un poco superior; los ingenieros trabajan principalmente con la cabeza. Pero el resultado es el producto de ese conjunto de obreros, que poseen fuerzas de trabajo de distinto valor. Consideran como fruto simple del proceso de trabajo, este resultado se expresa en mercancías o en productos materiales. Y todos en conjunto, en cuanto obreros, son como máquinas vivas que fabrican estos productos. Del mismo modo, si enfocamos el proceso de producción en su conjunto, vemos que cambian su trabajo por capital y reproducen como capital, es decir, con una plusvalía, el dinero del capitalista. El tipo de producción capitalista se caracteriza, en efecto, por el hecho de separar y encomendar a personas distintas los diversos trabajos, intelectuales y manuales; lo cual no impide que el producto material sea el producto común de todas estas personas ni cada una de estas personas sea, con respecto al capital, un obrero asalariado, un obrero productivo en el sentido más elevado de la palabra” (15). Marx no deja una idea sin exprimirla hasta el final y agrega: “Un actor, incluso un clown, puede ser, por tanto, un obrero productivo si trabaja al servicio de un capitalista, de un patrón, y entrega a éste una cantidad mayor en trabajo de la que recibe de él en forma de salario. En cambio, un sastre que trabaja a domicilio por días, para reparar los pantalones del capitalista, no crea más que un valor de uso y no es, por tanto, más que un obrero improductivo. El trabajo del actor se cambia por capital, el de sastre por renta. El primero crea plusvalía, el segundo no hace más que consumir renta” (16). Es a partir de estas bases teóricas que hablamos de proletariado. Basta trasladar la definición al entorno inmediato para comprobar datos determinantes de nuestra realidad contemporánea: en primer lugar, la clase obrera ha aumentado numéricamente; en segundo lugar, ha elevado cualitativamente su nivel de instrucción y capacitación técnica, teórica y cultural. El hecho de que un ingeniero, un 15.- Ib. Pág. 222 et. pas. 16.- Ib. Pág. 137. 44
Luis Bilbao
profesor de literatura, un abogado, un periodista o arquitecto no se sientan obreros no cambia en absoluto el lugar que objetivamente ocupan en el sistema de producción capitalista en su actual estadio de desarrollo. Tampoco es menos cierto que en condiciones de estabilidad socioeconómica, la falsa conciencia de los técnicos en computación, los ingenieros industriales, los físicos atómicos o cualquier otro profesional proletarizado, tiene un peso relevante, eventualmente decisivo a favor del capitalismo, en el devenir político. De hecho, no hay modo de realizar hasta sus últimas consecuencias un cambio revolucionario socialista mientras esa situación se mantenga. Sin embargo es un error grave concluir que esa falsa conciencia requiere un período histórico para transmutarse, alcanzar una conciencia de clase y asumir las consecuencias políticas que esto supone. A la vez, parece obvio que tales estratos, en el camino de asunción de su realidad social y política, corren el riesgo de pasar por las estaciones del nacionalismo desarrollista, el reformismo socialdemócrata u otras propuestas que camuflan con llamados al cambio la idea de preservar el sistema capitalista. Desde luego, la degradación teórica de ciertas organizaciones y autores que se reivindican marxistas no contribuye para que estos contingentes numérica y cualitativamente decisivos del proletariado tomen conciencia de su condición y se sumen a una propuesta revolucionaria. La debacle teórica de quienes, en busca de lo que denominan “nuevos actores sociales”, recalan en la invención de la categoría “piquetero”, puede medirse por el hecho de que en una actitud demagógica frente a las víctimas más castigadas del capitalismo están proponiendo como vanguardia estratégica al sector más atrasado y socialmente inconsistente del proletariado, enajenando a las franjas obreras con la verdadera capacidad de cambiar el sistema por el simple hecho de que en sus manos está el funcionamiento del mecanismo de producción y distribución de bienes. Semejante política sólo puede conducir a la profundización de las divisiones en el seno de la clase obrera, prólogo de un dramático fracaso que golpearía en primer lugar a los desocupados y de allí al conjunto social. La redención de las masas arrojadas a la marginalidad por la crisis del capitalismo es inviable sin la revolución socialista. Esta a su vez 45
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categoría un poco superior; los ingenieros trabajan principalmente con la cabeza. Pero el resultado es el producto de ese conjunto de obreros, que poseen fuerzas de trabajo de distinto valor. Consideran como fruto simple del proceso de trabajo, este resultado se expresa en mercancías o en productos materiales. Y todos en conjunto, en cuanto obreros, son como máquinas vivas que fabrican estos productos. Del mismo modo, si enfocamos el proceso de producción en su conjunto, vemos que cambian su trabajo por capital y reproducen como capital, es decir, con una plusvalía, el dinero del capitalista. El tipo de producción capitalista se caracteriza, en efecto, por el hecho de separar y encomendar a personas distintas los diversos trabajos, intelectuales y manuales; lo cual no impide que el producto material sea el producto común de todas estas personas ni cada una de estas personas sea, con respecto al capital, un obrero asalariado, un obrero productivo en el sentido más elevado de la palabra” (15). Marx no deja una idea sin exprimirla hasta el final y agrega: “Un actor, incluso un clown, puede ser, por tanto, un obrero productivo si trabaja al servicio de un capitalista, de un patrón, y entrega a éste una cantidad mayor en trabajo de la que recibe de él en forma de salario. En cambio, un sastre que trabaja a domicilio por días, para reparar los pantalones del capitalista, no crea más que un valor de uso y no es, por tanto, más que un obrero improductivo. El trabajo del actor se cambia por capital, el de sastre por renta. El primero crea plusvalía, el segundo no hace más que consumir renta” (16). Es a partir de estas bases teóricas que hablamos de proletariado. Basta trasladar la definición al entorno inmediato para comprobar datos determinantes de nuestra realidad contemporánea: en primer lugar, la clase obrera ha aumentado numéricamente; en segundo lugar, ha elevado cualitativamente su nivel de instrucción y capacitación técnica, teórica y cultural. El hecho de que un ingeniero, un 15.- Ib. Pág. 222 et. pas. 16.- Ib. Pág. 137. 44
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profesor de literatura, un abogado, un periodista o arquitecto no se sientan obreros no cambia en absoluto el lugar que objetivamente ocupan en el sistema de producción capitalista en su actual estadio de desarrollo. Tampoco es menos cierto que en condiciones de estabilidad socioeconómica, la falsa conciencia de los técnicos en computación, los ingenieros industriales, los físicos atómicos o cualquier otro profesional proletarizado, tiene un peso relevante, eventualmente decisivo a favor del capitalismo, en el devenir político. De hecho, no hay modo de realizar hasta sus últimas consecuencias un cambio revolucionario socialista mientras esa situación se mantenga. Sin embargo es un error grave concluir que esa falsa conciencia requiere un período histórico para transmutarse, alcanzar una conciencia de clase y asumir las consecuencias políticas que esto supone. A la vez, parece obvio que tales estratos, en el camino de asunción de su realidad social y política, corren el riesgo de pasar por las estaciones del nacionalismo desarrollista, el reformismo socialdemócrata u otras propuestas que camuflan con llamados al cambio la idea de preservar el sistema capitalista. Desde luego, la degradación teórica de ciertas organizaciones y autores que se reivindican marxistas no contribuye para que estos contingentes numérica y cualitativamente decisivos del proletariado tomen conciencia de su condición y se sumen a una propuesta revolucionaria. La debacle teórica de quienes, en busca de lo que denominan “nuevos actores sociales”, recalan en la invención de la categoría “piquetero”, puede medirse por el hecho de que en una actitud demagógica frente a las víctimas más castigadas del capitalismo están proponiendo como vanguardia estratégica al sector más atrasado y socialmente inconsistente del proletariado, enajenando a las franjas obreras con la verdadera capacidad de cambiar el sistema por el simple hecho de que en sus manos está el funcionamiento del mecanismo de producción y distribución de bienes. Semejante política sólo puede conducir a la profundización de las divisiones en el seno de la clase obrera, prólogo de un dramático fracaso que golpearía en primer lugar a los desocupados y de allí al conjunto social. La redención de las masas arrojadas a la marginalidad por la crisis del capitalismo es inviable sin la revolución socialista. Esta a su vez 45
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
es impensable sin el protagonismo dirigente de los estratos más avanzados del proletariado industrial. El hecho cierto de que grandes contingentes de desocupados estructurales y marginalizados tienen ocasionalmente sectores dispuestos a movilizarse -incluso cuando la clase obrera con empleo elude la lucha, como es el caso en Argentina desde hace una década- no puede confundirse con su capacidad para sostener la movilización, para asumir un programa revolucionario y encabezar a una sociedad que busca convulsivamente alternativas ante el flagelo de la crisis. Por el contrario, como se ve por estos días en Argentina, la dependencia directa y extrema de los desocupados respecto de los subsidios manejados por el Estado, incluso cuando alcanzan algún nivel de organización, los hace víctimas de la manipulación destinada a dividirlos, a servir de base de maniobra a aparatos del capital o ser utilizados como instrumento de provocación. El fenómeno inverso está en curso en Venezuela, donde los obreros petroleros -incluyendo técnicos de máxima calificación, ingenieros, científicos, economistas, abogados, etc- recorren rápidamente el camino hacia la conciencia de clase. Entre ambos extremos puede hallarse toda la gama en los países restantes. El desafío no consiste en ver quién repite más veces que es necesaria la revolución socialista, sino en encontrar los factores comunes que permitan unificar fuerzas sociales y recorrer, tan rápido como sea posible en las condiciones dadas en cada momento y lugar, el camino de la constitución del nuevo proletariado, que resultará de la incorporación de todos sus componentes objetivos. El proletario medio del siglo XXI no es un peón textil o metalúrgico, sino un técnico altamente calificado o profesional con título universitario. Esto, desde luego, reclama organizaciones, métodos y dirigencias necesariamente nuevos, entendiendo por tales una superación efectiva de aquellos a que diera lugar el estadio anterior. La noción de partido leninista no queda abolida, como sostienen quienes abjuran de la revolución social, de la lucha por el poder o de ambos objetivos. Vencer al capitalismo, más centralizado que nunca, requiere instrumentos a la altura del perfeccionamiento alcanzado por el Estado burgués. El nuevo proletariado está en condiciones de forjarlos. Pero es claro que organizar y encabezar 46
este nuevo proletariado requiere algo más que gritos destemplados o buenos afiches electorales con el rostro de quienes se proponen como vanguardia. El impacto del derrumbe de la Unión Soviética (resultado de una derrota con raíces en la década de 1920, pero realizada plenamente recién a fin de siglo), sobre la conciencia de los trabajadores y las juventudes es un factor mayor para comprender la realidad política mundial, regional y nacional. Recuérdese la frase de Marx, tantas veces citadas en nuestros textos: “a una fuerza material sólo puede vencerla otra fuerza material, pero las ideas, cuando penetran en las masas, se transforman en una fuerza material”. Ocurre que en esta fase histórica se materializó como poderosísima fuerza política la idea de que el socialismo era peor que el capitalismo, combinada con el viraje de innumerables cuadros hacia la convicción de que a un capitalismo todopoderoso e invencible sólo se le podía contraponer la lucha por reformas parciales. El mundo está frente al resultado paradojal de aquella contraofensiva global estratégica, que precisamente por haber sido exitosa en todos los terrenos y por haber llevado a casi punto cero la resistencia económica del proletariado industrial mundial, liberó todas las fuerzas inmanentes, autodestructivas, del sistema capitalista, conduciéndolo a la más profunda y extensa crisis general en toda su historia. La destrucción de partidos y sindicatos obreros en todo el mundo, tiene un doble contenido: plasmó y aceleró la desmoralización y desmovilización de los trabajadores con empleo, y a la vez mostró la necesidad histórica -y abrió la oportunidad- de crear nuevas organizaciones a la medida de los nuevos tiempos.
Transición y programa En América Latina el agotamiento del neoliberalismo, en los términos que lo hemos definido, a comienzos de 2004 da lugar a una nueva configuración política regional, con Brasil encabezando, no sin grandes dificultades, un conjunto de países constituido por Argentina, Paraguay, Bolivia y, desde un ángulo propio, Venezuela. El gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha asumido sin rodeos la estrategia del gran capital brasileño relativa a la política económica 47
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Argentina como clave regional
es impensable sin el protagonismo dirigente de los estratos más avanzados del proletariado industrial. El hecho cierto de que grandes contingentes de desocupados estructurales y marginalizados tienen ocasionalmente sectores dispuestos a movilizarse -incluso cuando la clase obrera con empleo elude la lucha, como es el caso en Argentina desde hace una década- no puede confundirse con su capacidad para sostener la movilización, para asumir un programa revolucionario y encabezar a una sociedad que busca convulsivamente alternativas ante el flagelo de la crisis. Por el contrario, como se ve por estos días en Argentina, la dependencia directa y extrema de los desocupados respecto de los subsidios manejados por el Estado, incluso cuando alcanzan algún nivel de organización, los hace víctimas de la manipulación destinada a dividirlos, a servir de base de maniobra a aparatos del capital o ser utilizados como instrumento de provocación. El fenómeno inverso está en curso en Venezuela, donde los obreros petroleros -incluyendo técnicos de máxima calificación, ingenieros, científicos, economistas, abogados, etc- recorren rápidamente el camino hacia la conciencia de clase. Entre ambos extremos puede hallarse toda la gama en los países restantes. El desafío no consiste en ver quién repite más veces que es necesaria la revolución socialista, sino en encontrar los factores comunes que permitan unificar fuerzas sociales y recorrer, tan rápido como sea posible en las condiciones dadas en cada momento y lugar, el camino de la constitución del nuevo proletariado, que resultará de la incorporación de todos sus componentes objetivos. El proletario medio del siglo XXI no es un peón textil o metalúrgico, sino un técnico altamente calificado o profesional con título universitario. Esto, desde luego, reclama organizaciones, métodos y dirigencias necesariamente nuevos, entendiendo por tales una superación efectiva de aquellos a que diera lugar el estadio anterior. La noción de partido leninista no queda abolida, como sostienen quienes abjuran de la revolución social, de la lucha por el poder o de ambos objetivos. Vencer al capitalismo, más centralizado que nunca, requiere instrumentos a la altura del perfeccionamiento alcanzado por el Estado burgués. El nuevo proletariado está en condiciones de forjarlos. Pero es claro que organizar y encabezar 46
este nuevo proletariado requiere algo más que gritos destemplados o buenos afiches electorales con el rostro de quienes se proponen como vanguardia. El impacto del derrumbe de la Unión Soviética (resultado de una derrota con raíces en la década de 1920, pero realizada plenamente recién a fin de siglo), sobre la conciencia de los trabajadores y las juventudes es un factor mayor para comprender la realidad política mundial, regional y nacional. Recuérdese la frase de Marx, tantas veces citadas en nuestros textos: “a una fuerza material sólo puede vencerla otra fuerza material, pero las ideas, cuando penetran en las masas, se transforman en una fuerza material”. Ocurre que en esta fase histórica se materializó como poderosísima fuerza política la idea de que el socialismo era peor que el capitalismo, combinada con el viraje de innumerables cuadros hacia la convicción de que a un capitalismo todopoderoso e invencible sólo se le podía contraponer la lucha por reformas parciales. El mundo está frente al resultado paradojal de aquella contraofensiva global estratégica, que precisamente por haber sido exitosa en todos los terrenos y por haber llevado a casi punto cero la resistencia económica del proletariado industrial mundial, liberó todas las fuerzas inmanentes, autodestructivas, del sistema capitalista, conduciéndolo a la más profunda y extensa crisis general en toda su historia. La destrucción de partidos y sindicatos obreros en todo el mundo, tiene un doble contenido: plasmó y aceleró la desmoralización y desmovilización de los trabajadores con empleo, y a la vez mostró la necesidad histórica -y abrió la oportunidad- de crear nuevas organizaciones a la medida de los nuevos tiempos.
Transición y programa En América Latina el agotamiento del neoliberalismo, en los términos que lo hemos definido, a comienzos de 2004 da lugar a una nueva configuración política regional, con Brasil encabezando, no sin grandes dificultades, un conjunto de países constituido por Argentina, Paraguay, Bolivia y, desde un ángulo propio, Venezuela. El gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha asumido sin rodeos la estrategia del gran capital brasileño relativa a la política económica 47
Argentina como clave regional
consistente en negociar con Washington desde posiciones de fuerza, limar las aristas más gravosas del Alca y lanzarse a la búsqueda y consolidación de un mercado para los productos brasileños y suramericanos que, a los ya existentes en Estados Unidos y la Unión Europea, sume países de Asia y África. Desde la posición de debilidad determinada por la heterogeneidad de su gobierno y la ausencia de base propia, el presidente Néstor Kirchner acompaña ese rumbo. Esta línea de acción encarna la necesidad y única posibilidad de las burguesías suramericanas para afrontar a la vez la descontrolada voracidad imperialista y la demanda creciente de las masas en todos los terrenos. Cuenta además, dentro de ciertos límites, con el respaldo de la UE frente a Estados Unidos. No sin ingenuidad, un alto ejecutivo de una empresa europea define desde su ángulo de visión la tarea planteada: “(Con Lula y Kirchner) los relojes de las dos naciones mayores del sur americano parecen sincronizarse en el proyecto de fortalecer y engrandecer el bloque regional del Mercosur (...) Si bien no faltan sectores que imaginan este nuevo lanzamiento del bloque como un proyecto de proteccionismo ampliado, un amurallamiento destinado a desconectar a la región del vasto proceso de integración económica planetaria que se conoce como globalización, todo hace pensar que no será ésa la resultante real de este nuevo intento, sino, más bien, la búsqueda de un globalismo arraigado en las lógicas productivas de las naciones del Mercosur, de un universalismo en el que éstas no resignen la especificidad de sus culturas e intereses y del que puedan sentirse sujetos, no meras piezas de un ajedrez ajeno” (17). En efecto, el Mercosur es la palanca elegida para negociar desde posiciones de fuerza con Washington y abrir nuevos horizontes a las burguesías locales. Y no cabe duda de que se trata de la única vía posible para huir hacia delante. Era previsible: “Si se confirma la victoria del PT en segunda vuelta el continente estará ante una múltiple derrota de Estados Unidos. La segunda de 17.- “Integrarnos al mundo, arraigarnos en el Mercosur”; Luis Ureta Sáenz Peña, Director general de PSA de Peugeot-Citroen Argentina. Archivos del presente, Buenos Aires, 2003. 48
Luis Bilbao
gran envergadura en cuatro meses en Sudamérica. La burguesía brasileña había trazado ya con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso una línea roja contra el Alca. Esa línea se engrosará a partir de ahora, pese a que un sector del PT está, desde hace tiempo, a la derecha del actual gobierno en relación con este dilema estratégico. “La lucha contra el Alca debe ser cuidadosamente definida porque allí se presenta el punto en el que la lucha antimperialista en sus términos más amplios es tangencial a la política de conciliación de clases. Desde una perspectiva socialista la oposición a la unificación continental que plantea el imperialismo estadounidense no tiene el mismo carácter, la misma dinámica ni el mismo contenido puntual que tiene para las burguesías regionales. Además de la fractura que las divide entre socios menores de Washington y defensores de la industria y el mercado propios, éstas se dividirán en el próximo período entre quienes adoptarán un discurso nacionalista y quienes, con la Unión Europea detrás, pretenderán sostener el marco liberal. Esta será una prueba de fuego; habrá que defender la nación frente a lo que sin duda será una cada día más acentuada presión imperialista -que antes de no mucho se traducirá abiertamente en el terreno militar- y al mismo tiempo tendremos que levantar el estandarte de la democracia de masas como continuidad dialéctica de la democracia liberal burguesa. “Lo opuesto al Alca no es el Mercosur. Esa noción, hoy popularizada en filas de izquierda, carece de todo y cualquier fundamento desde el punto de vista de la clase obrera. Lo contrario al Alca es hoy la defensa de todo aquello que contribuya a instaurar una dinámica en cuyo desenlace histórico aguarda la creación de una Confederación Socialista de las Américas. El Mercosur puede sí ser un ámbito en el que se abroquelen las burguesías regionales para resistir la embestida de un Estados Unidos minuto a minuto más acuciado por su crisis económica. La coincidencia antimperialista, sin embargo, deberá proyectarse en una estrategia y un conjunto de tácticas propias, todas contrapuestas en fundamento y diferenciada en la acción ante las masas a los intereses y políticas burguesas. Es dudoso que el PT pueda resolver eso correctamente en una primera fase. Lo más probable es que se limite a la diplomacia de “un Mercosur ampliado”. 49
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consistente en negociar con Washington desde posiciones de fuerza, limar las aristas más gravosas del Alca y lanzarse a la búsqueda y consolidación de un mercado para los productos brasileños y suramericanos que, a los ya existentes en Estados Unidos y la Unión Europea, sume países de Asia y África. Desde la posición de debilidad determinada por la heterogeneidad de su gobierno y la ausencia de base propia, el presidente Néstor Kirchner acompaña ese rumbo. Esta línea de acción encarna la necesidad y única posibilidad de las burguesías suramericanas para afrontar a la vez la descontrolada voracidad imperialista y la demanda creciente de las masas en todos los terrenos. Cuenta además, dentro de ciertos límites, con el respaldo de la UE frente a Estados Unidos. No sin ingenuidad, un alto ejecutivo de una empresa europea define desde su ángulo de visión la tarea planteada: “(Con Lula y Kirchner) los relojes de las dos naciones mayores del sur americano parecen sincronizarse en el proyecto de fortalecer y engrandecer el bloque regional del Mercosur (...) Si bien no faltan sectores que imaginan este nuevo lanzamiento del bloque como un proyecto de proteccionismo ampliado, un amurallamiento destinado a desconectar a la región del vasto proceso de integración económica planetaria que se conoce como globalización, todo hace pensar que no será ésa la resultante real de este nuevo intento, sino, más bien, la búsqueda de un globalismo arraigado en las lógicas productivas de las naciones del Mercosur, de un universalismo en el que éstas no resignen la especificidad de sus culturas e intereses y del que puedan sentirse sujetos, no meras piezas de un ajedrez ajeno” (17). En efecto, el Mercosur es la palanca elegida para negociar desde posiciones de fuerza con Washington y abrir nuevos horizontes a las burguesías locales. Y no cabe duda de que se trata de la única vía posible para huir hacia delante. Era previsible: “Si se confirma la victoria del PT en segunda vuelta el continente estará ante una múltiple derrota de Estados Unidos. La segunda de 17.- “Integrarnos al mundo, arraigarnos en el Mercosur”; Luis Ureta Sáenz Peña, Director general de PSA de Peugeot-Citroen Argentina. Archivos del presente, Buenos Aires, 2003. 48
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gran envergadura en cuatro meses en Sudamérica. La burguesía brasileña había trazado ya con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso una línea roja contra el Alca. Esa línea se engrosará a partir de ahora, pese a que un sector del PT está, desde hace tiempo, a la derecha del actual gobierno en relación con este dilema estratégico. “La lucha contra el Alca debe ser cuidadosamente definida porque allí se presenta el punto en el que la lucha antimperialista en sus términos más amplios es tangencial a la política de conciliación de clases. Desde una perspectiva socialista la oposición a la unificación continental que plantea el imperialismo estadounidense no tiene el mismo carácter, la misma dinámica ni el mismo contenido puntual que tiene para las burguesías regionales. Además de la fractura que las divide entre socios menores de Washington y defensores de la industria y el mercado propios, éstas se dividirán en el próximo período entre quienes adoptarán un discurso nacionalista y quienes, con la Unión Europea detrás, pretenderán sostener el marco liberal. Esta será una prueba de fuego; habrá que defender la nación frente a lo que sin duda será una cada día más acentuada presión imperialista -que antes de no mucho se traducirá abiertamente en el terreno militar- y al mismo tiempo tendremos que levantar el estandarte de la democracia de masas como continuidad dialéctica de la democracia liberal burguesa. “Lo opuesto al Alca no es el Mercosur. Esa noción, hoy popularizada en filas de izquierda, carece de todo y cualquier fundamento desde el punto de vista de la clase obrera. Lo contrario al Alca es hoy la defensa de todo aquello que contribuya a instaurar una dinámica en cuyo desenlace histórico aguarda la creación de una Confederación Socialista de las Américas. El Mercosur puede sí ser un ámbito en el que se abroquelen las burguesías regionales para resistir la embestida de un Estados Unidos minuto a minuto más acuciado por su crisis económica. La coincidencia antimperialista, sin embargo, deberá proyectarse en una estrategia y un conjunto de tácticas propias, todas contrapuestas en fundamento y diferenciada en la acción ante las masas a los intereses y políticas burguesas. Es dudoso que el PT pueda resolver eso correctamente en una primera fase. Lo más probable es que se limite a la diplomacia de “un Mercosur ampliado”. 49
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Esto deberá ser apoyado, pero entendido como vía de transición hacia formas políticas (Confederación, moneda única) y económicas (planificación de grandes emprendimientos comunes) de asociación suramericana en la cual la clase obrera deberá constituirse como tal y disputar el poder político a esa escala. De modo que, además de bregar con el máximo de nuestras capacidades por darle forma concreta a un bloque antimperialista continental -es decir, que incluya a los trabajadores y los pueblos de Estados Unidos y Canadá, como también propusimos cuando participamos en la fundación del Foro de São Paulo- debemos asumir esas dos magnas tareas históricas: la constitución de la clase obrera latinoamericana como clase para sí, y la conformación de todos los instrumentos necesarios para la lucha por el poder” (18). Dos años después quedó en evidencia quiénes, cómo y cuánto han andado aquel camino. Y la relación de fuerzas resultante de las líneas de acción asumidas quedaron a la vista: tiene más de un significado que el Mercosur haya resuelto designar un Presidente y que el cargo le haya sido entregado a Eduardo Duhalde (19). Posteriormente sorprendería la noticia de que Lula llevó como invitado especial al ex presidente argentino en una larga gira comercial por Oriente. Que Duhalde acompañe al titular del Partido de los Trabajadores de Brasil inmediatamente después de haber expuesto con claridad la necesidad de reprimir las manifestaciones de los desocupados, es un símbolo de la dinámica impresa en esta alianza de clases definida por el PT como única salida a la solución de los problemas de nuestros pueblos. No es menos significativo, sin embargo, el curso tomado desde entonces por la Revolución Bolivariana y su proyección como fuerza actuante a escala suramericana, pese a la imposibilidad verificada hasta el momento de articular sobre bases genuinas y con dinámica de masas un bloque antimperialista continental.
18.- Texto presentado por el autor al IV Congreso de la UMS- Resolución internacional. Eslabón N° 41, Buenos Aires, diciembre de 2001. www.geocities.com/ ums_ar 19.- Prueba adicional de nuestra afirmación de que el de Kirchner es, por su base social y partidaria, una continuidad lineal del de Duhalde, respaldado por Raúl Alfonsín. 50
Luis Bilbao
La resultante es la pérdida de la iniciativa política por parte de Estados Unidos en América del Sur y la conformación de dos grandes corrientes que sin choques públicos pero no por ello con menor crudeza, se disputan la primacía como conducción estratégica efectiva: el gobierno brasileño, acompañado por el gran capital local y respaldado por la socialdemocracia y el socialcristianismo de un lado; y el gobierno del presidente Chávez, sin retorno enfrentado con la clase dominante de su país, respaldado por los movimientos revolucionarios y populares de todo el continente y, naturalmente, por Cuba. En este cuadro de disposición de fuerzas, Washington torpedea con el máximo de brutalidad al gobierno de Chávez y presiona con instrumentos diplomáticos y financieros a Lula, mientras la UE ataca con sordina a la Revolución Bolivariana y saluda con alborozo la “madurez y sensatez” del PT. A su vez, en instancias claves como la reunión de la OMC en Cancún y del Alca en Miami, opera el eje objetivo Brasilia-Caracas e impide a Washington lograr sus objetivos, obligándolo a un retroceso sistemático en esos terrenos. Mientras tanto, la ausencia de Lula en el Encuentro Social Alternativo en Santa Cruz de la Sierra y el discurso programático de Chávez en esa reunión, proyectan en otro plano la diferencia estratégica entre ambas concepciones. Dividir estas dos corrientes de proyección histórica es un objetivo del imperialismo, buscado igualmente por la socialdemocracia y el socialcristianismo. Impedir esa división, buscar sistemáticamente la unidad social y política a escala continental, dar constantemente la batalla ideólogica, política y organizativa, es una tarea estratégica de primera magnitud. Es por estos vericuetos que discurre la transición. Las masas obreras, campesinas, desocupadas y juveniles, no tienen banderas comunes más allá del reclamo de trabajo, tierra, justicia. Hay sí una creciente identificación de un enemigo común: Estados Unidos. No el concepto abstracto de imperialismo, sino la imagen despreciable de Bush. Las masas explotadas y oprimidas no enarbolan como conjunto social una propuesta de sociedad alternativa, aun en sus más elevadas formas de lucha, como quedó claro en las grandes movilizaciones recientes en Ecuador y Bolivia. En Brasil, resulta 51
Argentina como clave regional
Esto deberá ser apoyado, pero entendido como vía de transición hacia formas políticas (Confederación, moneda única) y económicas (planificación de grandes emprendimientos comunes) de asociación suramericana en la cual la clase obrera deberá constituirse como tal y disputar el poder político a esa escala. De modo que, además de bregar con el máximo de nuestras capacidades por darle forma concreta a un bloque antimperialista continental -es decir, que incluya a los trabajadores y los pueblos de Estados Unidos y Canadá, como también propusimos cuando participamos en la fundación del Foro de São Paulo- debemos asumir esas dos magnas tareas históricas: la constitución de la clase obrera latinoamericana como clase para sí, y la conformación de todos los instrumentos necesarios para la lucha por el poder” (18). Dos años después quedó en evidencia quiénes, cómo y cuánto han andado aquel camino. Y la relación de fuerzas resultante de las líneas de acción asumidas quedaron a la vista: tiene más de un significado que el Mercosur haya resuelto designar un Presidente y que el cargo le haya sido entregado a Eduardo Duhalde (19). Posteriormente sorprendería la noticia de que Lula llevó como invitado especial al ex presidente argentino en una larga gira comercial por Oriente. Que Duhalde acompañe al titular del Partido de los Trabajadores de Brasil inmediatamente después de haber expuesto con claridad la necesidad de reprimir las manifestaciones de los desocupados, es un símbolo de la dinámica impresa en esta alianza de clases definida por el PT como única salida a la solución de los problemas de nuestros pueblos. No es menos significativo, sin embargo, el curso tomado desde entonces por la Revolución Bolivariana y su proyección como fuerza actuante a escala suramericana, pese a la imposibilidad verificada hasta el momento de articular sobre bases genuinas y con dinámica de masas un bloque antimperialista continental.
18.- Texto presentado por el autor al IV Congreso de la UMS- Resolución internacional. Eslabón N° 41, Buenos Aires, diciembre de 2001. www.geocities.com/ ums_ar 19.- Prueba adicional de nuestra afirmación de que el de Kirchner es, por su base social y partidaria, una continuidad lineal del de Duhalde, respaldado por Raúl Alfonsín. 50
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La resultante es la pérdida de la iniciativa política por parte de Estados Unidos en América del Sur y la conformación de dos grandes corrientes que sin choques públicos pero no por ello con menor crudeza, se disputan la primacía como conducción estratégica efectiva: el gobierno brasileño, acompañado por el gran capital local y respaldado por la socialdemocracia y el socialcristianismo de un lado; y el gobierno del presidente Chávez, sin retorno enfrentado con la clase dominante de su país, respaldado por los movimientos revolucionarios y populares de todo el continente y, naturalmente, por Cuba. En este cuadro de disposición de fuerzas, Washington torpedea con el máximo de brutalidad al gobierno de Chávez y presiona con instrumentos diplomáticos y financieros a Lula, mientras la UE ataca con sordina a la Revolución Bolivariana y saluda con alborozo la “madurez y sensatez” del PT. A su vez, en instancias claves como la reunión de la OMC en Cancún y del Alca en Miami, opera el eje objetivo Brasilia-Caracas e impide a Washington lograr sus objetivos, obligándolo a un retroceso sistemático en esos terrenos. Mientras tanto, la ausencia de Lula en el Encuentro Social Alternativo en Santa Cruz de la Sierra y el discurso programático de Chávez en esa reunión, proyectan en otro plano la diferencia estratégica entre ambas concepciones. Dividir estas dos corrientes de proyección histórica es un objetivo del imperialismo, buscado igualmente por la socialdemocracia y el socialcristianismo. Impedir esa división, buscar sistemáticamente la unidad social y política a escala continental, dar constantemente la batalla ideólogica, política y organizativa, es una tarea estratégica de primera magnitud. Es por estos vericuetos que discurre la transición. Las masas obreras, campesinas, desocupadas y juveniles, no tienen banderas comunes más allá del reclamo de trabajo, tierra, justicia. Hay sí una creciente identificación de un enemigo común: Estados Unidos. No el concepto abstracto de imperialismo, sino la imagen despreciable de Bush. Las masas explotadas y oprimidas no enarbolan como conjunto social una propuesta de sociedad alternativa, aun en sus más elevadas formas de lucha, como quedó claro en las grandes movilizaciones recientes en Ecuador y Bolivia. En Brasil, resulta 51
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obvio que los trabajadores y las masas desposeídas que llevaron a Lula al gobierno confíen en él, crean en sus argumentos para pedir paciencia y le den tiempo para obtener los cambios esperados; en Argentina, después de la prueba de fuego que expuso la desubicación e incapacidad de las izquierdas, no puede sorprender que el discurso de Kirchner genere expectativas positivas en una mayoría de la sociedad; en Bolivia, no asombra que las mismas masas que depusieron a Sánchez de Lozada le den tregua a su vicepresidente, Carlos Mesa, y que incluso no rechacen de plano la idea de que éste termine su mandato en 2007, para entonces buscar un gobierno propio; en Ecuador no cabe sorprenderse por el hecho de que el poderoso movimiento de masas que catapultó al poder a Lucio Gutiérrez ingrese en una fase de desmovilización, confusión y división; en Venezuela, aun con las pausas y desvíos de la ofensiva revolucionaria lanzada por Chávez, es el único país donde se constata un avance sistemático de las masas en términos políticos e ideológicos y también el único país de la región donde la clase obrera industrial, desde sus estratos más avanzados, comienza -lenta y contradictoriamente, como no podría ser de otra manera- a recorrer un empinado camino de autoorganización y asunción de una conciencia de clase. Cuba, mientras tanto, continúa en su papel de vanguardia ideológica en medio de este panorama donde por un lado resalta la reaparición generalizada de la movilización de masas y por otro el atraso y desagregación. Es a esta transición y en esta coyuntura a la que se debe responder a escala regional. No se trata de una consigna. Sino de un concepto. La noción de Frente Antimperialista es hoy la única herramienta común a los trabajadores y los pueblos suramericanos capaz de permitir pasos concretos hacia la unidad social frente a Estados Unidos, un enemigo que, sin iniciativa política, sumando derrotas y atenazado por la crisis, tiene no obstante un enorme poder destructivo, ya desplegado y a punto de poner en funcionamiento con toda su fuerza letal.
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obvio que los trabajadores y las masas desposeídas que llevaron a Lula al gobierno confíen en él, crean en sus argumentos para pedir paciencia y le den tiempo para obtener los cambios esperados; en Argentina, después de la prueba de fuego que expuso la desubicación e incapacidad de las izquierdas, no puede sorprender que el discurso de Kirchner genere expectativas positivas en una mayoría de la sociedad; en Bolivia, no asombra que las mismas masas que depusieron a Sánchez de Lozada le den tregua a su vicepresidente, Carlos Mesa, y que incluso no rechacen de plano la idea de que éste termine su mandato en 2007, para entonces buscar un gobierno propio; en Ecuador no cabe sorprenderse por el hecho de que el poderoso movimiento de masas que catapultó al poder a Lucio Gutiérrez ingrese en una fase de desmovilización, confusión y división; en Venezuela, aun con las pausas y desvíos de la ofensiva revolucionaria lanzada por Chávez, es el único país donde se constata un avance sistemático de las masas en términos políticos e ideológicos y también el único país de la región donde la clase obrera industrial, desde sus estratos más avanzados, comienza -lenta y contradictoriamente, como no podría ser de otra manera- a recorrer un empinado camino de autoorganización y asunción de una conciencia de clase. Cuba, mientras tanto, continúa en su papel de vanguardia ideológica en medio de este panorama donde por un lado resalta la reaparición generalizada de la movilización de masas y por otro el atraso y desagregación. Es a esta transición y en esta coyuntura a la que se debe responder a escala regional. No se trata de una consigna. Sino de un concepto. La noción de Frente Antimperialista es hoy la única herramienta común a los trabajadores y los pueblos suramericanos capaz de permitir pasos concretos hacia la unidad social frente a Estados Unidos, un enemigo que, sin iniciativa política, sumando derrotas y atenazado por la crisis, tiene no obstante un enorme poder destructivo, ya desplegado y a punto de poner en funcionamiento con toda su fuerza letal.
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III Dilemas de la transici贸n
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2004: Argentina y Suramérica a comienzos del siglo XXI Transcurridos apenas cinco años del siglo XXI, Suramérica como totalidad ha ingresado a una fase histórica cualitativamente diferente de la que determinó su curso durante el largo ciclo precedente. En rigor, esa fase se inscribe en otra mayor, determinada por la crisis general del capitalismo y su principal consecuencia política en el hemisferio: la autonegación y desarticulación de los grandes movimientos nacional-burgueses que dominaron el escenario político de la región durante prácticamente todo el siglo XX. Se trata por tanto, si se permite la imagen, de una transición dentro de la transición. Tomando prestada una expresión de la ciencia económica, podría decirse que la “onda larga” del devenir político iniciada en los ’70 tuvo su primera fase con el debilitamiento y fragmentación de las grandes fuerzas políticas de masas nacional-burguesas en América Latina. Luego los aparatos dirigentes de aquellas fuerzas de masas se autonegaron, y pasaron a servir como ariete imperialista en la aplicación de medidas anticrisis (superexplotación del trabajo asalariado, traslación de la plusvalía de las burguesías locales a los centros metropolitanos mediante argucias financieras, saqueo descarado de las materias primas). La tercera fase está en curso: el movimiento de autodefensa de las burguesías suramericanas es acompañado por un intento de recomposición de formas híbridas de nacionalismo burgués y reformismo clásico. Hay que decirlo para comenzar y sin rodeos: si este proceso desembocara en la reconstitución de movimientos nacional-burgueses o popular-reformistas con respaldo de masas, todo el ciclo de medio siglo de luchas revertiría y los obreros, los campesinos latinoamericano-caribeños sufrirían una derrota histórica, que a su vez repercutiría con efectos devastadores a escala mundial. Simultáneamente, sin embargo, estas formas híbridas hoy dominantes significan un límite que Estados Unidos no puede admitir en ningún sentido. El papel que en ese conjunto juega la Revolución Bolivariana de Venezuela agrega un factor revulsivo, que a la vez 56
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2004: Argentina y Suramérica a comienzos del siglo XXI Transcurridos apenas cinco años del siglo XXI, Suramérica como totalidad ha ingresado a una fase histórica cualitativamente diferente de la que determinó su curso durante el largo ciclo precedente. En rigor, esa fase se inscribe en otra mayor, determinada por la crisis general del capitalismo y su principal consecuencia política en el hemisferio: la autonegación y desarticulación de los grandes movimientos nacional-burgueses que dominaron el escenario político de la región durante prácticamente todo el siglo XX. Se trata por tanto, si se permite la imagen, de una transición dentro de la transición. Tomando prestada una expresión de la ciencia económica, podría decirse que la “onda larga” del devenir político iniciada en los ’70 tuvo su primera fase con el debilitamiento y fragmentación de las grandes fuerzas políticas de masas nacional-burguesas en América Latina. Luego los aparatos dirigentes de aquellas fuerzas de masas se autonegaron, y pasaron a servir como ariete imperialista en la aplicación de medidas anticrisis (superexplotación del trabajo asalariado, traslación de la plusvalía de las burguesías locales a los centros metropolitanos mediante argucias financieras, saqueo descarado de las materias primas). La tercera fase está en curso: el movimiento de autodefensa de las burguesías suramericanas es acompañado por un intento de recomposición de formas híbridas de nacionalismo burgués y reformismo clásico. Hay que decirlo para comenzar y sin rodeos: si este proceso desembocara en la reconstitución de movimientos nacional-burgueses o popular-reformistas con respaldo de masas, todo el ciclo de medio siglo de luchas revertiría y los obreros, los campesinos latinoamericano-caribeños sufrirían una derrota histórica, que a su vez repercutiría con efectos devastadores a escala mundial. Simultáneamente, sin embargo, estas formas híbridas hoy dominantes significan un límite que Estados Unidos no puede admitir en ningún sentido. El papel que en ese conjunto juega la Revolución Bolivariana de Venezuela agrega un factor revulsivo, que a la vez 56
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empuja y frena a los gobiernos de la región obligados a tomar distancia de Washington: si no siguen el ejemplo de las medidas radicales que aplica Hugo Chávez en favor de las masas y en defensa de la soberanía y el crecimiento, estarán amenazados por obreros, campesinos y juventudes embanderados con un proceso que ya ha proclamado la necesidad de transponer el capitalismo y edificar un nuevo socialismo; si intentan emularlo mientras frenan el ímpetu de aquella revolución, día a día más identificada con la Revolución Cubana, corren el riesgo de chocar con sus socios-enemigos y ser derrocados por ellos. En el centro de este dilema, el Departamento de Estado estadounidense no disimula su estrategia: el empleo de la violencia a escala hemisférica, con punto de partida en Venezuela y en Cuba, apoyándose en su dispositivo militar continental. No hay modo de eludir esta evidencia: Suramérica está ante la revolución, la guerra y la contrarrevolución. La batalla está por delante; advertirlo no implica pesimismo y mucho menos duda, sino todo lo contrario: la certeza de que están dadas las condiciones para afrontarla y ganarla. Para ello es preciso ante todo despejar las incógnitas principales, los dilemas teóricos, políticos y estratégicos, a partir de cuya respuesta se podrá orientar la tarea revolucionaria. Se trata de plantear, debatir y resolver, en el fragor de la lucha política diaria, el carácter del momento histórico que vive el mundo; el estado real material, de conciencia, organización y disposición del proletariado internacional; la necesidad/posibilidad de un Frente Antimperialista a escala nacional, regional y mundial; la teoría del partido requerido por una revolución social; la relación Frente Antimperialista-Partido Revolucionario.
Coyuntura histórica La base para interpretar la situación y la dinámica del cuadro político continental está en la crisis del capitalismo a escala mundial, con centro en las metrópolis imperialistas, reaparecida como factor determinante en el último cuarto del siglo XX (1). La profundidad y 1.- “El mundo después de la guerra del Golfo y sin la URSS”, Crítica N° 1, Buenos Aires, octubre de 1991. 58
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magnitud de esa crisis clásica del sistema (sobreproducción de bienes y servicios), se enmarca en un momento histórico sin precedentes, en el cual el capital tiene la iniciativa estratégica a escala mundial y la lucha interimperialista por el control de los mercados se manifiesta de manera constantemente agudizada, gravitando sobre el conjunto de contradicciones que atraviesa el planeta. Lejos de ser una novedad, esta situación se ha repetido cíclicamente desde que el capitalismo se impuso a escala global. Factores nuevos se presentan sin embargo en dos terrenos: # la aceleración de una revolución permanente en la ciencia y la tecnología, que potencia el desarrollo de las fuerzas productivas y transforma sin pausa las formas de producción y las relaciones individuales y sociales; # la inexistencia en la conciencia de las masas proletarias del mundo (geométricamente acrecidas por el avance vertiginoso en la universalización de la ley del valor), de su propia condición de tales y de que la respuesta a los innumerables, crecientes e insoportables sufrimientos materiales y espirituales de la vida contemporánea está en la abolición del capitalismo y la creación de un sistema socialista mundial. La subjetividad de las masas es un factor objetivo para la revolución. La caída de la URSS y la identificación de este cataclismo histórico con el definitivo fracaso del socialismo produjeron un efecto letal en la conciencia de cientos de millones de obreros en todo el mundo, clausurando para la inmensa mayoría todo horizonte más allá del sistema capitalista. Como no podía ser de otra manera, esto redundaría en el debilitamiento de las organizaciones sociales y políticas de la clase trabajadora. Entrelazadas, estas causas y consecuencias permearían a toda la sociedad, ganando masivamente a las juventudes, a la intelectualidad, estableciendo una dialéctica negativa que diezmó organizaciones, personalidades y proyectos socialistas de la más amplia gama. La asunción plena y formal de los programas anticrisis del capitalismo (denominados ‘neoliberalismo’) por parte de los principales partidos socialdemócratas europeos y los movimientos nacional-populistas en América Latina, traduce la magnitud del cimbronazo histórico. 59
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empuja y frena a los gobiernos de la región obligados a tomar distancia de Washington: si no siguen el ejemplo de las medidas radicales que aplica Hugo Chávez en favor de las masas y en defensa de la soberanía y el crecimiento, estarán amenazados por obreros, campesinos y juventudes embanderados con un proceso que ya ha proclamado la necesidad de transponer el capitalismo y edificar un nuevo socialismo; si intentan emularlo mientras frenan el ímpetu de aquella revolución, día a día más identificada con la Revolución Cubana, corren el riesgo de chocar con sus socios-enemigos y ser derrocados por ellos. En el centro de este dilema, el Departamento de Estado estadounidense no disimula su estrategia: el empleo de la violencia a escala hemisférica, con punto de partida en Venezuela y en Cuba, apoyándose en su dispositivo militar continental. No hay modo de eludir esta evidencia: Suramérica está ante la revolución, la guerra y la contrarrevolución. La batalla está por delante; advertirlo no implica pesimismo y mucho menos duda, sino todo lo contrario: la certeza de que están dadas las condiciones para afrontarla y ganarla. Para ello es preciso ante todo despejar las incógnitas principales, los dilemas teóricos, políticos y estratégicos, a partir de cuya respuesta se podrá orientar la tarea revolucionaria. Se trata de plantear, debatir y resolver, en el fragor de la lucha política diaria, el carácter del momento histórico que vive el mundo; el estado real material, de conciencia, organización y disposición del proletariado internacional; la necesidad/posibilidad de un Frente Antimperialista a escala nacional, regional y mundial; la teoría del partido requerido por una revolución social; la relación Frente Antimperialista-Partido Revolucionario.
Coyuntura histórica La base para interpretar la situación y la dinámica del cuadro político continental está en la crisis del capitalismo a escala mundial, con centro en las metrópolis imperialistas, reaparecida como factor determinante en el último cuarto del siglo XX (1). La profundidad y 1.- “El mundo después de la guerra del Golfo y sin la URSS”, Crítica N° 1, Buenos Aires, octubre de 1991. 58
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magnitud de esa crisis clásica del sistema (sobreproducción de bienes y servicios), se enmarca en un momento histórico sin precedentes, en el cual el capital tiene la iniciativa estratégica a escala mundial y la lucha interimperialista por el control de los mercados se manifiesta de manera constantemente agudizada, gravitando sobre el conjunto de contradicciones que atraviesa el planeta. Lejos de ser una novedad, esta situación se ha repetido cíclicamente desde que el capitalismo se impuso a escala global. Factores nuevos se presentan sin embargo en dos terrenos: # la aceleración de una revolución permanente en la ciencia y la tecnología, que potencia el desarrollo de las fuerzas productivas y transforma sin pausa las formas de producción y las relaciones individuales y sociales; # la inexistencia en la conciencia de las masas proletarias del mundo (geométricamente acrecidas por el avance vertiginoso en la universalización de la ley del valor), de su propia condición de tales y de que la respuesta a los innumerables, crecientes e insoportables sufrimientos materiales y espirituales de la vida contemporánea está en la abolición del capitalismo y la creación de un sistema socialista mundial. La subjetividad de las masas es un factor objetivo para la revolución. La caída de la URSS y la identificación de este cataclismo histórico con el definitivo fracaso del socialismo produjeron un efecto letal en la conciencia de cientos de millones de obreros en todo el mundo, clausurando para la inmensa mayoría todo horizonte más allá del sistema capitalista. Como no podía ser de otra manera, esto redundaría en el debilitamiento de las organizaciones sociales y políticas de la clase trabajadora. Entrelazadas, estas causas y consecuencias permearían a toda la sociedad, ganando masivamente a las juventudes, a la intelectualidad, estableciendo una dialéctica negativa que diezmó organizaciones, personalidades y proyectos socialistas de la más amplia gama. La asunción plena y formal de los programas anticrisis del capitalismo (denominados ‘neoliberalismo’) por parte de los principales partidos socialdemócratas europeos y los movimientos nacional-populistas en América Latina, traduce la magnitud del cimbronazo histórico. 59
Argentina como clave regional
El desconocimiento del impacto profundo que en las masas del mundo produjo la consumación del fracaso de la primera revolución socialista (un fracaso que, en rigor, había ocurrido medio siglo antes), es una de las causas principales de los desvíos en equipos y cuadros revolucionarios que sufrieron un vertiginoso distanciamiento de la realidad hasta llegar a la irracionalidad autoalimentada como fuente de todo su accionar. Si una autocrítica debe hacer el autor de estas páginas es que, habiendo señalado este factor desde el primer momento, y pese a haber corregido una y otra vez la magnitud de su alcance, no lo hizo sin embargo en el momento y grado suficientes como para no errar en la previsión de la conducta de las masas obreras, tanto en los países imperialistas como en el mundo semicolonial, lo que naturalmente llevaría a errores en cuanto a la capacidad de los estrategas imperialistas para manejar la coyuntura (2). El hecho es que antes de la Primera Guerra Mundial las masas obreras tenían un horizonte socialista y antes de la Segunda Guerra Mundial aquella esperanza colectiva se bifurcaba en dos líneas (la de quienes la veían realizada en la Unión Soviética y la de quienes, enfrentados con aquélla, proponían la superación del capitalismo por vía evolutiva), pero ambas con el objetivo socialista como definición. Hoy, en cambio, ante la reiteración del cuadro económico planetario que precedió a las dos guerras mundiales, no existe como noción enraizada en las masas la idea de alternativa anticapitalista. Se combinan entonces la proletarización creciente en un marco de ininterrumpida actualización del modo de producción, crisis capitalis2.- Los errores provenientes de esa insuficiente evaluación del estado del proletariado mundial y sus organizaciones sociales y políticas pueden hallarse a lo largo de los 30 volúmenes anteriores de Crítica sobre todo a partir del N° 4, “Perspectivas del socialismo a 25 años de la muerte del Che”, noviembre 1992. Las correcciones realizadas a la luz de los hechos -que también pueden hallarse en nuestras páginas, así como en documentos políticos como los informes a sucesivos congresos de la Unión de Militantes por el Socialismo- fueron sin embargo insuficientes, e impidieron prever éxitos políticos del imperialismo que redundarían en nuevos márgenes para el sostenimiento del capital, lo cual a su vez ahondaría todavía más la desmoralización y desorganización de la clase obrera en todo el mundo, en una dialéctica negativa que aún no ha revertido con eje en el proletariado, aunque comienza a cambiar de signo de una manera que es precisamente el objeto de este trabajo. 60
Luis Bilbao
ta, ausencia de conciencia de clase y ausencia de voluntad socialista en las masas trabajadoras, todo lo cual redunda en un ensanchamiento sin precedentes de la capacidad de acción de las burguesías internacionales y nacionales. A esto se suma la asimilación de las lecciones de la Historia por parte de las clases dominantes, que se manifiesta en líneas de acción destinadas a mantener y ahondar las divisiones y los factores paralizantes en las filas obreras. La cada vez más marcada estratificación salarial -con beneficios a menudo muy elevados para sectores clave del proletariado industrial en detrimento de todo el espectro asalariado, sin excluir a las capas profesionales proletarizadas- gravita tanto más sobre el acontecer político inmediato cuanto más dramático es el número y la situación de los desocupados. Además, como nunca antes, las clases dominantes penetran y actúan en las organizaciones sociales y políticas de las masas, comprando y manipulando cuadros en función de los intereses estratégicos del capital. Como se ha mostrado en el capítulo anterior, la universalización de las relaciones capitalistas y los propios paliativos hallados por las clases dominantes para contrarrestar los efectos de la crisis estructural han resultado en un crecimiento numérico explosivo de la clase obrera en sí; pero a la vez, como resultado de ese mismo aumento arrollador -que proletarizó profesionales, técnicos, científicos y capas medias- combinado con las sucesivas derrotas y frustraciones de la perspectiva socialista, prácticamente ha hecho desaparecer la clase obrera para sí. Éste es a grandes pinceladas el boceto de la coyuntura histórica. Ahora bien, en este ciclo prolongado, los factores que inhiben la respuesta obrera no han impedido el agravamiento sistemático de la crisis del capital. El resultado es que los efectos del recrudecimiento acelerado de esa crisis se dirimen hoy exclusivamente en el terreno de las clases dominantes, que disputan entre sí la captación y distribución de porciones cada vez mayores de la plusvalía mundial sin apenas resistencia por parte de las clases explotadas, que a escala internacional no cuentan con programa, organización, liderazgo ni banderas para ocupar el lugar que la crisis exige. No es posible trazar una estrategia y elaborar un programa 61
Argentina como clave regional
El desconocimiento del impacto profundo que en las masas del mundo produjo la consumación del fracaso de la primera revolución socialista (un fracaso que, en rigor, había ocurrido medio siglo antes), es una de las causas principales de los desvíos en equipos y cuadros revolucionarios que sufrieron un vertiginoso distanciamiento de la realidad hasta llegar a la irracionalidad autoalimentada como fuente de todo su accionar. Si una autocrítica debe hacer el autor de estas páginas es que, habiendo señalado este factor desde el primer momento, y pese a haber corregido una y otra vez la magnitud de su alcance, no lo hizo sin embargo en el momento y grado suficientes como para no errar en la previsión de la conducta de las masas obreras, tanto en los países imperialistas como en el mundo semicolonial, lo que naturalmente llevaría a errores en cuanto a la capacidad de los estrategas imperialistas para manejar la coyuntura (2). El hecho es que antes de la Primera Guerra Mundial las masas obreras tenían un horizonte socialista y antes de la Segunda Guerra Mundial aquella esperanza colectiva se bifurcaba en dos líneas (la de quienes la veían realizada en la Unión Soviética y la de quienes, enfrentados con aquélla, proponían la superación del capitalismo por vía evolutiva), pero ambas con el objetivo socialista como definición. Hoy, en cambio, ante la reiteración del cuadro económico planetario que precedió a las dos guerras mundiales, no existe como noción enraizada en las masas la idea de alternativa anticapitalista. Se combinan entonces la proletarización creciente en un marco de ininterrumpida actualización del modo de producción, crisis capitalis2.- Los errores provenientes de esa insuficiente evaluación del estado del proletariado mundial y sus organizaciones sociales y políticas pueden hallarse a lo largo de los 30 volúmenes anteriores de Crítica sobre todo a partir del N° 4, “Perspectivas del socialismo a 25 años de la muerte del Che”, noviembre 1992. Las correcciones realizadas a la luz de los hechos -que también pueden hallarse en nuestras páginas, así como en documentos políticos como los informes a sucesivos congresos de la Unión de Militantes por el Socialismo- fueron sin embargo insuficientes, e impidieron prever éxitos políticos del imperialismo que redundarían en nuevos márgenes para el sostenimiento del capital, lo cual a su vez ahondaría todavía más la desmoralización y desorganización de la clase obrera en todo el mundo, en una dialéctica negativa que aún no ha revertido con eje en el proletariado, aunque comienza a cambiar de signo de una manera que es precisamente el objeto de este trabajo. 60
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ta, ausencia de conciencia de clase y ausencia de voluntad socialista en las masas trabajadoras, todo lo cual redunda en un ensanchamiento sin precedentes de la capacidad de acción de las burguesías internacionales y nacionales. A esto se suma la asimilación de las lecciones de la Historia por parte de las clases dominantes, que se manifiesta en líneas de acción destinadas a mantener y ahondar las divisiones y los factores paralizantes en las filas obreras. La cada vez más marcada estratificación salarial -con beneficios a menudo muy elevados para sectores clave del proletariado industrial en detrimento de todo el espectro asalariado, sin excluir a las capas profesionales proletarizadas- gravita tanto más sobre el acontecer político inmediato cuanto más dramático es el número y la situación de los desocupados. Además, como nunca antes, las clases dominantes penetran y actúan en las organizaciones sociales y políticas de las masas, comprando y manipulando cuadros en función de los intereses estratégicos del capital. Como se ha mostrado en el capítulo anterior, la universalización de las relaciones capitalistas y los propios paliativos hallados por las clases dominantes para contrarrestar los efectos de la crisis estructural han resultado en un crecimiento numérico explosivo de la clase obrera en sí; pero a la vez, como resultado de ese mismo aumento arrollador -que proletarizó profesionales, técnicos, científicos y capas medias- combinado con las sucesivas derrotas y frustraciones de la perspectiva socialista, prácticamente ha hecho desaparecer la clase obrera para sí. Éste es a grandes pinceladas el boceto de la coyuntura histórica. Ahora bien, en este ciclo prolongado, los factores que inhiben la respuesta obrera no han impedido el agravamiento sistemático de la crisis del capital. El resultado es que los efectos del recrudecimiento acelerado de esa crisis se dirimen hoy exclusivamente en el terreno de las clases dominantes, que disputan entre sí la captación y distribución de porciones cada vez mayores de la plusvalía mundial sin apenas resistencia por parte de las clases explotadas, que a escala internacional no cuentan con programa, organización, liderazgo ni banderas para ocupar el lugar que la crisis exige. No es posible trazar una estrategia y elaborar un programa 61
Argentina como clave regional
eficiente si no se parte de esta comprobación. La estridente paradoja de que esto ocurra precisamente cuando la necesidad y la posibilidad objetivas de la realización del socialismo son mayores que nunca en la historia, no hace menos real la falta de conciencia y la desorganización de la clase obrera mundial. A cambio, asegura que hay fundamentos objetivos más que suficientes para una tarea estratégica de recomposición en todos los planos. Pero hay dos jugadores ante el tablero del ajedrez mundial: frente a las fuerzas de la revolución, están las fuerzas de la contrarrevolución (cosa que desconocen como norma los hablistas atacados por la enfermedad infantil del comunismo). El desenlace de la convulsiva crisis que amenaza al mundo no es fatal. La derrota no ya de las fuerzas revolucionarias, y siquiera de las clases explotadas, sino de la propia humanidad, es una posibilidad cierta. La victoria requiere ciencia, lucidez, energía y audacia sin cortapisas para la acción. La victoria requiere quitarle la iniciativa al imperialismo y las burguesías locales, cambiar la relación de fuerzas, recrear una conciencia de pertenencia clasista y una voluntad revolucionaria en las masas, articular en cada país el accionar de millones y organizar la capacidad de intervención centralizada de cientos de miles de cuadros; requiere crear y enarbolar una bandera común para las víctimas de la crisis en todo el planeta. Considerarse vanguardia en esta fase de la coyuntura histórica exige acometer estas tareas estratégicas y ser capaz de dotarse del conjunto de tácticas para alcanzar tales objetivos (3).
Suramérica como vanguardia internacional Decíamos más arriba que Suramérica ha ingresado en una fase histórica cualitativamente diferente a la que rigió su movimiento 3.- ¿Cómo hacerlo? Si la afirmación de lineamientos para la acción está en discusión y constante corrección, en cambio quedan fuera de discusión aquellos que han de ser rechazados. El conocimiento comienza siempre por la negación: no se podrá sin cortar de un tajo con las rémoras que en el terreno de la teoría, de los conceptos programáticos, así como en las prácticas organizativas y las conductas de acción política, ha dejado el muy prolongado retroceso de la clase obrera internacional. No se podrá sin apartar a charlatanes, aprovechados y cobardes que se presentan como dirigentes políticos revolucionarios y sólo buscan beneficios individuales, cargos rentados, o simplemente un lugar en el mundo que se derrumba. 62
Luis Bilbao
durante el cuarto de siglo precedente. Falta subrayar que ese paso no se verifica en el resto del mundo y precisar (o, más apropiadamente, comenzar la ardua tarea de precisar, con el máximo de detalle y extensión), las características de la nueva fase. La transformación cualitativa se muestra hoy a la vista de todos con el rugido de la Revolución Bolivariana de Venezuela y el realineamiento sistemático y creciente de los países del área en un bloque objetivamente contrapuesto a la voluntad estadounidense para la región. En el ciclo anterior predominó el fenómeno de transformación de las grandes fuerzas políticas de masas, de naturaleza populista nacionalburguesas, en dóciles instrumentos del capital financiero, para afrontar la crisis del sistema mediante partidos con respaldo de masas (el PRI en México, el peronismo en Argentina fueron los principales exponentes de un fenómeno que se puede rastrear en cada país). Ahora se asiste a una rearticulación de aquéllas y otras fuerzas sociales y políticas en torno a un factor determinante: la necesidad de resistir a la descontrolada voracidad imperialista, obligada a su vez por la aceleración de la crisis del capitalismo mundial. Antes de que fuera perceptible, este vuelco potencialmente decisivo era previsible para una teoría que no se limitara a la mera repetición de recetarios y en cambio se abocase a estudiar las corrientes profundas que trazan el curso de la historia. Ahora, en los primeros tramos de la nueva etapa, todos quienes se propongan situarse y actuar en función de una resolución anticapitalista para la gran confrontación en marcha, están obligados a un esfuerzo teórico para adentrarse en el conjunto de contradicciones que determinan la coyuntura histórica e impulsan las fuerzas en pugna. Conviene empezar por decir que, frente a esta necesidad, nada es más letal que adoptar alguna forma de continuidad de las líneas de análisis y acción que, durante las dos últimas décadas, mostraron una total incapacidad para interpretar el curso de los grandes acontecimientos que dieron vuelta como un guante la realidad política internacional y nacional. Es preciso asumir que para recomponer la teoría y la organización de una fuerza anticapitalista en los hechos, se impone trazar un corte 63
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eficiente si no se parte de esta comprobación. La estridente paradoja de que esto ocurra precisamente cuando la necesidad y la posibilidad objetivas de la realización del socialismo son mayores que nunca en la historia, no hace menos real la falta de conciencia y la desorganización de la clase obrera mundial. A cambio, asegura que hay fundamentos objetivos más que suficientes para una tarea estratégica de recomposición en todos los planos. Pero hay dos jugadores ante el tablero del ajedrez mundial: frente a las fuerzas de la revolución, están las fuerzas de la contrarrevolución (cosa que desconocen como norma los hablistas atacados por la enfermedad infantil del comunismo). El desenlace de la convulsiva crisis que amenaza al mundo no es fatal. La derrota no ya de las fuerzas revolucionarias, y siquiera de las clases explotadas, sino de la propia humanidad, es una posibilidad cierta. La victoria requiere ciencia, lucidez, energía y audacia sin cortapisas para la acción. La victoria requiere quitarle la iniciativa al imperialismo y las burguesías locales, cambiar la relación de fuerzas, recrear una conciencia de pertenencia clasista y una voluntad revolucionaria en las masas, articular en cada país el accionar de millones y organizar la capacidad de intervención centralizada de cientos de miles de cuadros; requiere crear y enarbolar una bandera común para las víctimas de la crisis en todo el planeta. Considerarse vanguardia en esta fase de la coyuntura histórica exige acometer estas tareas estratégicas y ser capaz de dotarse del conjunto de tácticas para alcanzar tales objetivos (3).
Suramérica como vanguardia internacional Decíamos más arriba que Suramérica ha ingresado en una fase histórica cualitativamente diferente a la que rigió su movimiento 3.- ¿Cómo hacerlo? Si la afirmación de lineamientos para la acción está en discusión y constante corrección, en cambio quedan fuera de discusión aquellos que han de ser rechazados. El conocimiento comienza siempre por la negación: no se podrá sin cortar de un tajo con las rémoras que en el terreno de la teoría, de los conceptos programáticos, así como en las prácticas organizativas y las conductas de acción política, ha dejado el muy prolongado retroceso de la clase obrera internacional. No se podrá sin apartar a charlatanes, aprovechados y cobardes que se presentan como dirigentes políticos revolucionarios y sólo buscan beneficios individuales, cargos rentados, o simplemente un lugar en el mundo que se derrumba. 62
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durante el cuarto de siglo precedente. Falta subrayar que ese paso no se verifica en el resto del mundo y precisar (o, más apropiadamente, comenzar la ardua tarea de precisar, con el máximo de detalle y extensión), las características de la nueva fase. La transformación cualitativa se muestra hoy a la vista de todos con el rugido de la Revolución Bolivariana de Venezuela y el realineamiento sistemático y creciente de los países del área en un bloque objetivamente contrapuesto a la voluntad estadounidense para la región. En el ciclo anterior predominó el fenómeno de transformación de las grandes fuerzas políticas de masas, de naturaleza populista nacionalburguesas, en dóciles instrumentos del capital financiero, para afrontar la crisis del sistema mediante partidos con respaldo de masas (el PRI en México, el peronismo en Argentina fueron los principales exponentes de un fenómeno que se puede rastrear en cada país). Ahora se asiste a una rearticulación de aquéllas y otras fuerzas sociales y políticas en torno a un factor determinante: la necesidad de resistir a la descontrolada voracidad imperialista, obligada a su vez por la aceleración de la crisis del capitalismo mundial. Antes de que fuera perceptible, este vuelco potencialmente decisivo era previsible para una teoría que no se limitara a la mera repetición de recetarios y en cambio se abocase a estudiar las corrientes profundas que trazan el curso de la historia. Ahora, en los primeros tramos de la nueva etapa, todos quienes se propongan situarse y actuar en función de una resolución anticapitalista para la gran confrontación en marcha, están obligados a un esfuerzo teórico para adentrarse en el conjunto de contradicciones que determinan la coyuntura histórica e impulsan las fuerzas en pugna. Conviene empezar por decir que, frente a esta necesidad, nada es más letal que adoptar alguna forma de continuidad de las líneas de análisis y acción que, durante las dos últimas décadas, mostraron una total incapacidad para interpretar el curso de los grandes acontecimientos que dieron vuelta como un guante la realidad política internacional y nacional. Es preciso asumir que para recomponer la teoría y la organización de una fuerza anticapitalista en los hechos, se impone trazar un corte 63
Argentina como clave regional
más tajante aún que cuando fue necesario enfrentar a quienes, en medio del derrumbe de la Unión Soviética, quedaron paralizados o, en el otro extremo, vieron un formidable avance del proletariado en pos de la revolución socialista mundial, para aunarse unos y otros, una década después, ya en el terreno nacional, confundiendo en 2001 la contraofensiva de un sector del capital en Argentina con una victoria revolucionaria. A la vez, es imperativo tomar distancia de toda simulación charlatanesca de la teoría: en momentos de extraordinaria aceleración histórica, la incapacidad para la acción inhabilita y transforma en su contrario a cuadros o equipos militantes, por muy loables que sean sus intenciones. El punto de partida de “la transición dentro de la transición” en Suramérica está definido ante todo por lo que no es; y no es la respuesta socialista del proletariado y su vanguardia a la crisis sin precedentes del sistema capitalista. Más aún: no es el resultado de la movilización de la clase trabajadora como tal. Los cambios que han determinado el viraje del curso político general en la región, resumibles en el freno y empantanamiento del Alca y la creación de una balbuciente Comunidad Suramericana de Naciones, resultan sobre todo del choque de intereses entre las burguesías regionales y el imperialismo estadounidense (con algo más que el visto bueno de la Unión Europea), en un contexto de prolongada desmovilización de la clase obrera industrial en toda el área (4). Fue por tanto en el marco de la desmovilización de la clase obrera regional como comenzó a tomar cuerpo una de las posibles resultantes del complejísimo choque de fuerzas a escala internacional y, naturalmente, hizo saltar en pedazos los esquemas teóricos que no 4.- En los dos países de mayor desarrollo en Suramérica, Brasil y Argentina, la desmovilización del proletariado no tiene precedentes. Las últimas huelgas de envergadura en Argentina ocurrieron a comienzos de 1991: ferroviarios y metalúrgicos de Villa Constitución. Luego de su derrota, se impuso el plan de convertibilidad y las movilizaciones fueron de trabajadores del sector terciario y de desocupados. En Brasil, el PT ganó las elecciones luego de 8 años sin respuesta obrera a los constantes embates del capital: la última huelga fue la de petroleros en 1995, que terminó derrotada. 64
Luis Bilbao
partían de esa complejidad. Este es sólo uno de los muchos costos a pagar ahora. Porque el giro regional ocurre con la iniciativa política en manos de la burguesía. Y allí donde se instaura una dinámica revolucionaria, como es el caso de Venezuela, ésta no proviene del empuje proletario, sino a la inversa: por todo un período y aun en estos momentos, los trabajadores no han tomado la iniciativa sino en casos puntuales y efímeros. Es esta realidad inobjetable la que impidió a la mayoría de las fuerzas revolucionarias del continente y el mundo comprender el carácter y la dinámica del gobierno de Hugo Chávez. Corregir con cinco años de retraso la caracterización respecto de la Revolución Bolivariana es, al margen de toda consideración, un paso meritorio y extraordinariamente positivo. Pero en tanto no se corrijan las causas que impidieron no sólo comprenderla cuando apareció, sino y sobre todo adelantar que, dada la particular conformación ya señalada del cuadro de situación mundial, el fenómeno como tal adquiría carácter de necesidad, se continuará desconociendo factores determinantes de la realidad política y sosteniendo desviaciones oportunistas o izquierdistas que dificultan la resolución revolucionaria de la crisis. Esto es verdad para el análisis de la situación de conjunto en Suramérica, pero lo será también para la ubicación respecto de los pasos que en el futuro inmediato dé el gobierno venezolano. No es por falta de inteligencia o perspicacia que el grueso de organizaciones y cuadros de definición revolucionaria desconoció el brusco cambio de orientación manifestado a escala regional con la realización de un encuentro de presidentes suramericanos, instancia geopolítica jamás recurrida desde las guerras de emancipación del siglo XIX. Hubo una demora de años hasta comenzar a registrarlo (en la mayoría de los casos para denostarlo). El convocante de aquella reunión, que tendría lugar en Brasilia, el 31 de agosto de 2000, fue Fernando Henrique Cardoso; el principal impulsor de esa nueva instancia fue Hugo Chávez. Como quienes toman las decisiones en el Departamento de Estado estadounidense no miran con anteojeras, ante tal convocatoria vieron la magnitud de lo que estaba en juego e hicieron un movimiento de emergencia, destinado a contrarrestarla y recuperar una iniciativa que se le escapaba de las manos: un día antes de la reunión de 12 presidentes suramericanos en Brasilia, el 30 de 65
Argentina como clave regional
más tajante aún que cuando fue necesario enfrentar a quienes, en medio del derrumbe de la Unión Soviética, quedaron paralizados o, en el otro extremo, vieron un formidable avance del proletariado en pos de la revolución socialista mundial, para aunarse unos y otros, una década después, ya en el terreno nacional, confundiendo en 2001 la contraofensiva de un sector del capital en Argentina con una victoria revolucionaria. A la vez, es imperativo tomar distancia de toda simulación charlatanesca de la teoría: en momentos de extraordinaria aceleración histórica, la incapacidad para la acción inhabilita y transforma en su contrario a cuadros o equipos militantes, por muy loables que sean sus intenciones. El punto de partida de “la transición dentro de la transición” en Suramérica está definido ante todo por lo que no es; y no es la respuesta socialista del proletariado y su vanguardia a la crisis sin precedentes del sistema capitalista. Más aún: no es el resultado de la movilización de la clase trabajadora como tal. Los cambios que han determinado el viraje del curso político general en la región, resumibles en el freno y empantanamiento del Alca y la creación de una balbuciente Comunidad Suramericana de Naciones, resultan sobre todo del choque de intereses entre las burguesías regionales y el imperialismo estadounidense (con algo más que el visto bueno de la Unión Europea), en un contexto de prolongada desmovilización de la clase obrera industrial en toda el área (4). Fue por tanto en el marco de la desmovilización de la clase obrera regional como comenzó a tomar cuerpo una de las posibles resultantes del complejísimo choque de fuerzas a escala internacional y, naturalmente, hizo saltar en pedazos los esquemas teóricos que no 4.- En los dos países de mayor desarrollo en Suramérica, Brasil y Argentina, la desmovilización del proletariado no tiene precedentes. Las últimas huelgas de envergadura en Argentina ocurrieron a comienzos de 1991: ferroviarios y metalúrgicos de Villa Constitución. Luego de su derrota, se impuso el plan de convertibilidad y las movilizaciones fueron de trabajadores del sector terciario y de desocupados. En Brasil, el PT ganó las elecciones luego de 8 años sin respuesta obrera a los constantes embates del capital: la última huelga fue la de petroleros en 1995, que terminó derrotada. 64
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partían de esa complejidad. Este es sólo uno de los muchos costos a pagar ahora. Porque el giro regional ocurre con la iniciativa política en manos de la burguesía. Y allí donde se instaura una dinámica revolucionaria, como es el caso de Venezuela, ésta no proviene del empuje proletario, sino a la inversa: por todo un período y aun en estos momentos, los trabajadores no han tomado la iniciativa sino en casos puntuales y efímeros. Es esta realidad inobjetable la que impidió a la mayoría de las fuerzas revolucionarias del continente y el mundo comprender el carácter y la dinámica del gobierno de Hugo Chávez. Corregir con cinco años de retraso la caracterización respecto de la Revolución Bolivariana es, al margen de toda consideración, un paso meritorio y extraordinariamente positivo. Pero en tanto no se corrijan las causas que impidieron no sólo comprenderla cuando apareció, sino y sobre todo adelantar que, dada la particular conformación ya señalada del cuadro de situación mundial, el fenómeno como tal adquiría carácter de necesidad, se continuará desconociendo factores determinantes de la realidad política y sosteniendo desviaciones oportunistas o izquierdistas que dificultan la resolución revolucionaria de la crisis. Esto es verdad para el análisis de la situación de conjunto en Suramérica, pero lo será también para la ubicación respecto de los pasos que en el futuro inmediato dé el gobierno venezolano. No es por falta de inteligencia o perspicacia que el grueso de organizaciones y cuadros de definición revolucionaria desconoció el brusco cambio de orientación manifestado a escala regional con la realización de un encuentro de presidentes suramericanos, instancia geopolítica jamás recurrida desde las guerras de emancipación del siglo XIX. Hubo una demora de años hasta comenzar a registrarlo (en la mayoría de los casos para denostarlo). El convocante de aquella reunión, que tendría lugar en Brasilia, el 31 de agosto de 2000, fue Fernando Henrique Cardoso; el principal impulsor de esa nueva instancia fue Hugo Chávez. Como quienes toman las decisiones en el Departamento de Estado estadounidense no miran con anteojeras, ante tal convocatoria vieron la magnitud de lo que estaba en juego e hicieron un movimiento de emergencia, destinado a contrarrestarla y recuperar una iniciativa que se le escapaba de las manos: un día antes de la reunión de 12 presidentes suramericanos en Brasilia, el 30 de 65
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Argentina como clave regional
agosto, William Clinton desembarcaría con inusitado despliegue de fuerzas en Cartagena, para lanzar el Plan Colombia. Allí el jefe imperialista exigió que todos los países del área se comprometieran con el dispositivo militar de control regional proyectado por Washington. Apenas horas después, 12 presidentes, lejos de acatar la orden, la desafiaban no ya negándose a integrarse al dispositivo militar, sino denunciándolo como serio riesgo de extensión del accionar bélico a toda la región. Algo fundamental había ocurrido: la crisis capitalista adoptaba la forma de choque entre las burguesías suramericanas -encabezadas por Brasil- y el imperialismo estadounidense. En el centro de ese fenómeno nuevo, sin embargo, estaba la Revolución Bolivariana, lo cual le confería un carácter particular. Dijimos en ese momento “Ya no es una presunción: el cuadro geopolítico hemisférico ha consumado un drástico giro, tras el cual Estados Unidos se ve desafiado -como nunca antes en dos siglos de historia- por un conjunto diverso de países suramericanos, a cuya vanguardia marchan, aunque por carriles diferentes, los gobiernos de Brasil y Venezuela” (5). Washington respondió redoblando presiones y esgrimiendo ya sin ocultamientos la amenaza militar. Al mes siguiente afirmamos: “‘Sudistán’ existe. La república imaginaria diseñada por los estrategas del Departamento de Estado y el Pentágono para ensayar la represión a una sublevación popular, es la inexorable prolongación del Plan Colombia, puesto en movimiento por el presidente William Clinton el 30 de agosto de 2000 en Cartagena. En la percepción de quienes trazan la política exterior de Estados Unidos, ‘Sudistán’ es América Latina. Y el operativo ‘Cabañas 2000’, llevado a cabo en Córdoba (Argentina) con derroche de dinero, tecnología y armamento, es una muestra de lo que espera Washington en la región y de sus aprontes para responder. Pero acaso el factor más alarmante es que urgido por recuperar la iniciativa a escala continental, reubicar bajo su férula a gobiernos arrastrados por una fuerza centrífuga e impedir la consolidación de un bloque regional que escape a su estricto control, la Casa 5.- “Militarización en la política”, publicado por el autor en Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, en septiembre de 2000. 66
Blanca está obrando de modo tal que sus decisiones implican una acelerada desestabilización político-institucional en la región, a la que ofrece como alternativa una variante, aún con perfiles borrosos, de regímenes afirmados sobre la militarización de la vida política” (6). Los hechos admiten siempre diferente interpretación; pero si se los ignora replican cobrando un alto precio: cuatro años y medio después, el fracaso del Alca y la conformación de la Comunidad Suramericana de Naciones dan una idea de la trascendencia de aquel viraje. Desde una perspectiva revolucionaria, obrera y socialista, ¿qué actitud correspondía adoptar en aquel momento frente al obvio rumbo de colisión entre un multiforme y apenas esbozado bloque de gobiernos suramericanos frente a Estados Unidos? ¿Cómo conquistar el corazón y la conciencia de las grandes mayorías sin participar en la primera fila de ese combate?
Frente antimperialista, partido y clase obrera Aquella pregunta no debería dar lugar a duda. En relación con fenómenos análogos la naciente Revolución Rusa, amenazada por la guerra imperialista a escala mundial, teorizó en el IV° Congreso de la Internacional Comunista el concepto de Frente Antimperialista. Pero aquí y ahora ocurrió lo contrario de lo que debía esperarse de quienes se reclaman de aquella tradición: prácticamente sin fisuras, en Argentina las fuerzas del más amplio arco de izquierda coincidieron en desconocer los hechos. Como parte de ese distanciamiento de la realidad, no se le atribuyó significado alguno a la gira de la secretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright por la región algunos meses después ni al efecto de su visita a Buenos Aires. En consecuencia, no se observaron los movimientos producidos en el seno de las clases dominantes en Argentina, que además entraba en ese nuevo cuadro regional en medio de un cataclismo económico. A los fines del balance que intentamos, es obligado repetir una referencia ya citada anteriormente. Un artículo escrito en julio de 2001 para Crítica, bajo el subtítulo ‘Preparativos de recambio patronal’, el autor 6.- “La onda expansiva del Plan Colombia”, Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, octubre de 2000 67
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Argentina como clave regional
agosto, William Clinton desembarcaría con inusitado despliegue de fuerzas en Cartagena, para lanzar el Plan Colombia. Allí el jefe imperialista exigió que todos los países del área se comprometieran con el dispositivo militar de control regional proyectado por Washington. Apenas horas después, 12 presidentes, lejos de acatar la orden, la desafiaban no ya negándose a integrarse al dispositivo militar, sino denunciándolo como serio riesgo de extensión del accionar bélico a toda la región. Algo fundamental había ocurrido: la crisis capitalista adoptaba la forma de choque entre las burguesías suramericanas -encabezadas por Brasil- y el imperialismo estadounidense. En el centro de ese fenómeno nuevo, sin embargo, estaba la Revolución Bolivariana, lo cual le confería un carácter particular. Dijimos en ese momento “Ya no es una presunción: el cuadro geopolítico hemisférico ha consumado un drástico giro, tras el cual Estados Unidos se ve desafiado -como nunca antes en dos siglos de historia- por un conjunto diverso de países suramericanos, a cuya vanguardia marchan, aunque por carriles diferentes, los gobiernos de Brasil y Venezuela” (5). Washington respondió redoblando presiones y esgrimiendo ya sin ocultamientos la amenaza militar. Al mes siguiente afirmamos: “‘Sudistán’ existe. La república imaginaria diseñada por los estrategas del Departamento de Estado y el Pentágono para ensayar la represión a una sublevación popular, es la inexorable prolongación del Plan Colombia, puesto en movimiento por el presidente William Clinton el 30 de agosto de 2000 en Cartagena. En la percepción de quienes trazan la política exterior de Estados Unidos, ‘Sudistán’ es América Latina. Y el operativo ‘Cabañas 2000’, llevado a cabo en Córdoba (Argentina) con derroche de dinero, tecnología y armamento, es una muestra de lo que espera Washington en la región y de sus aprontes para responder. Pero acaso el factor más alarmante es que urgido por recuperar la iniciativa a escala continental, reubicar bajo su férula a gobiernos arrastrados por una fuerza centrífuga e impedir la consolidación de un bloque regional que escape a su estricto control, la Casa 5.- “Militarización en la política”, publicado por el autor en Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, en septiembre de 2000. 66
Blanca está obrando de modo tal que sus decisiones implican una acelerada desestabilización político-institucional en la región, a la que ofrece como alternativa una variante, aún con perfiles borrosos, de regímenes afirmados sobre la militarización de la vida política” (6). Los hechos admiten siempre diferente interpretación; pero si se los ignora replican cobrando un alto precio: cuatro años y medio después, el fracaso del Alca y la conformación de la Comunidad Suramericana de Naciones dan una idea de la trascendencia de aquel viraje. Desde una perspectiva revolucionaria, obrera y socialista, ¿qué actitud correspondía adoptar en aquel momento frente al obvio rumbo de colisión entre un multiforme y apenas esbozado bloque de gobiernos suramericanos frente a Estados Unidos? ¿Cómo conquistar el corazón y la conciencia de las grandes mayorías sin participar en la primera fila de ese combate?
Frente antimperialista, partido y clase obrera Aquella pregunta no debería dar lugar a duda. En relación con fenómenos análogos la naciente Revolución Rusa, amenazada por la guerra imperialista a escala mundial, teorizó en el IV° Congreso de la Internacional Comunista el concepto de Frente Antimperialista. Pero aquí y ahora ocurrió lo contrario de lo que debía esperarse de quienes se reclaman de aquella tradición: prácticamente sin fisuras, en Argentina las fuerzas del más amplio arco de izquierda coincidieron en desconocer los hechos. Como parte de ese distanciamiento de la realidad, no se le atribuyó significado alguno a la gira de la secretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright por la región algunos meses después ni al efecto de su visita a Buenos Aires. En consecuencia, no se observaron los movimientos producidos en el seno de las clases dominantes en Argentina, que además entraba en ese nuevo cuadro regional en medio de un cataclismo económico. A los fines del balance que intentamos, es obligado repetir una referencia ya citada anteriormente. Un artículo escrito en julio de 2001 para Crítica, bajo el subtítulo ‘Preparativos de recambio patronal’, el autor 6.- “La onda expansiva del Plan Colombia”, Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, octubre de 2000 67
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
de estas páginas adelantaba lo siguiente: “Todo indica que está en vías de consolidación una coalición compuesta por el ala alfonsinista de la UCR, el sector de Duhalde en el PJ, la UIA, las dos CGT y la jerarquía de la iglesia con sus múltiples tentáculos, destinado a consolidar un parapeto ante la inexorable explosión del actual esquema de poder (...) Tal parece que ha llegado la hora del realineamiento formal y acaso de conformación de nuevos partidos burgueses” (7). El análisis de la situación argentina a partir de la crisis general del capitalismo, la lucha interimperialista y la creciente confrontación de las burguesías regionales con los centros imperiales, permitía adelantar el golpe de Estado que ocurriría seis meses más tarde. Como sucede habitualmente, quienes en diciembre de 2001 vieron una insurrección espontánea y una revolución popular a la que sólo le faltaba llegar a la Casa Rosada, malinterpretaban de tal manera la situación porque partían de una completa incomprensión de la realidad y la dinámica internacionales. Esa incomprensión no ha cambiado; pero sus consecuencias sí, porque son aún más graves en la nueva coyuntura. Desde antes incluso de la asunción de la Alianza, era posible prever el carácter necesario, para la burguesía, de un cambio drástico de rumbo, razón por la cual el sector hegemónico de aquella coalición, con cada éxito político que obtenía en la carrera electoral y la disputa interna, sólo cavaba más honda su propia tumba. De hecho, no sólo se podía adelantar el inexorable cambio de régimen, sino que se podía prever las fuerzas componentes y el programa que levantarían. Puede leerse en el artículo citado: “Proponer o esperar la salida del desastre en el que está sumida la nación mediante una inyección keynesiana, incluso si está alentada por las mejores intenciones, es una quimera. Y en términos de accionar político, es una quimera reaccionaria: contribuir a una convergencia de 7.- “Cómo enfrentar la depresión económica y la encerrona política”; Crítica de Nuestro Tiempo N° 26, septiembre de 2001. 68
las fuerzas sociales acosadas por la crisis con personajes como Duhalde, Alfonsín, tras un proyecto financiado por Techint y bendecido por la curia, es mucho más que un error: si para los gerentes sindicales (sean de la central que sean) y los partidos de la burguesía es la única posibilidad de aferrarse a un madero en medio del maremoto, para los genuinos dirigentes sindicales (también: sean de la central que sean) y para el activismo sindical o político no comprometido con el capital, es una nueva forma de suicidio, más absurda y dolorosa aún que la de los ‘frentes’ que desembocaron en la Alianza” (8). Nos referíamos a la arrolladora marcha de un bloque munido de un programa keynesiano de reactivación, encabezado por Duhalde y Alfonsín y que aún no tenía como candidato presidencial a quien coronaría más adelante. Resulta tragicómico ver casi cuatro años después cómo están ubicados los protagonistas de las izquierdas que en aquellos momentos gritaban aunados y en desafinado coro “que se vayan todos”: mientras buena parte de ellos integra el gobierno de Néstor Kirchner, el resto denuncia que éste no es sino la continuidad lineal de los de la década anterior. En tanto, en Brasil ganó el PT y en Uruguay el Frente Amplio. Y el mismo fenómeno ocurre en relación con ambos gobiernos dentro y fuera de esos países: subordinación según la noción simplificadora de “enemigo principal” o acelerada toma de distancia respecto de la realidad. Un ejemplo de esto basta para medir la dimensión de lo que está en juego: no se hallará una sola organización revolucionaria que trepide en denunciar la agresividad yanqui corporizada en la amenaza cierta de intervención militar en el continente, a partir de Cuba y Venezuela. Sin embargo, esto aparece como motivo de denuncia, no de articulación de una respuesta efectiva. Es como si la guerra en ciernes fuese un detalle. Se puede parangonar esta alienación deliberada con lo ocurrido, en un contexto muy diferente, en los años ’70 en Argentina: la ofensiva imperialista con las fuerzas armadas y franjas burguesas como vanguardia era vista y denunciada por todos. Pero se persistía en líneas de acción que 8.- Ibid. 69
Luis Bilbao
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de estas páginas adelantaba lo siguiente: “Todo indica que está en vías de consolidación una coalición compuesta por el ala alfonsinista de la UCR, el sector de Duhalde en el PJ, la UIA, las dos CGT y la jerarquía de la iglesia con sus múltiples tentáculos, destinado a consolidar un parapeto ante la inexorable explosión del actual esquema de poder (...) Tal parece que ha llegado la hora del realineamiento formal y acaso de conformación de nuevos partidos burgueses” (7). El análisis de la situación argentina a partir de la crisis general del capitalismo, la lucha interimperialista y la creciente confrontación de las burguesías regionales con los centros imperiales, permitía adelantar el golpe de Estado que ocurriría seis meses más tarde. Como sucede habitualmente, quienes en diciembre de 2001 vieron una insurrección espontánea y una revolución popular a la que sólo le faltaba llegar a la Casa Rosada, malinterpretaban de tal manera la situación porque partían de una completa incomprensión de la realidad y la dinámica internacionales. Esa incomprensión no ha cambiado; pero sus consecuencias sí, porque son aún más graves en la nueva coyuntura. Desde antes incluso de la asunción de la Alianza, era posible prever el carácter necesario, para la burguesía, de un cambio drástico de rumbo, razón por la cual el sector hegemónico de aquella coalición, con cada éxito político que obtenía en la carrera electoral y la disputa interna, sólo cavaba más honda su propia tumba. De hecho, no sólo se podía adelantar el inexorable cambio de régimen, sino que se podía prever las fuerzas componentes y el programa que levantarían. Puede leerse en el artículo citado: “Proponer o esperar la salida del desastre en el que está sumida la nación mediante una inyección keynesiana, incluso si está alentada por las mejores intenciones, es una quimera. Y en términos de accionar político, es una quimera reaccionaria: contribuir a una convergencia de 7.- “Cómo enfrentar la depresión económica y la encerrona política”; Crítica de Nuestro Tiempo N° 26, septiembre de 2001. 68
las fuerzas sociales acosadas por la crisis con personajes como Duhalde, Alfonsín, tras un proyecto financiado por Techint y bendecido por la curia, es mucho más que un error: si para los gerentes sindicales (sean de la central que sean) y los partidos de la burguesía es la única posibilidad de aferrarse a un madero en medio del maremoto, para los genuinos dirigentes sindicales (también: sean de la central que sean) y para el activismo sindical o político no comprometido con el capital, es una nueva forma de suicidio, más absurda y dolorosa aún que la de los ‘frentes’ que desembocaron en la Alianza” (8). Nos referíamos a la arrolladora marcha de un bloque munido de un programa keynesiano de reactivación, encabezado por Duhalde y Alfonsín y que aún no tenía como candidato presidencial a quien coronaría más adelante. Resulta tragicómico ver casi cuatro años después cómo están ubicados los protagonistas de las izquierdas que en aquellos momentos gritaban aunados y en desafinado coro “que se vayan todos”: mientras buena parte de ellos integra el gobierno de Néstor Kirchner, el resto denuncia que éste no es sino la continuidad lineal de los de la década anterior. En tanto, en Brasil ganó el PT y en Uruguay el Frente Amplio. Y el mismo fenómeno ocurre en relación con ambos gobiernos dentro y fuera de esos países: subordinación según la noción simplificadora de “enemigo principal” o acelerada toma de distancia respecto de la realidad. Un ejemplo de esto basta para medir la dimensión de lo que está en juego: no se hallará una sola organización revolucionaria que trepide en denunciar la agresividad yanqui corporizada en la amenaza cierta de intervención militar en el continente, a partir de Cuba y Venezuela. Sin embargo, esto aparece como motivo de denuncia, no de articulación de una respuesta efectiva. Es como si la guerra en ciernes fuese un detalle. Se puede parangonar esta alienación deliberada con lo ocurrido, en un contexto muy diferente, en los años ’70 en Argentina: la ofensiva imperialista con las fuerzas armadas y franjas burguesas como vanguardia era vista y denunciada por todos. Pero se persistía en líneas de acción que 8.- Ibid. 69
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en lugar de aunar a las masas y prepararlas para impedir el golpe de Estado diagramado en Washington, apuntaban a lo inverso: el ahondamiento de la fractura entre vanguardia y masas; la disgregación de éstas por confusión y ausencia de un punto de referencia. Esto ocurre ahora con numerosas organizaciones revolucionarias a escala suramericana. Ahora bien, si la región como tal está a la vanguardia de la situación internacional, si en ese conjunto juegan un papel fundamental los gobiernos de Cuba y Venezuela, el generalizado y prolongado repliegue de la clase obrera, la dilución y confusión de una perspectiva socialista, la inexistencia de organizaciones anticapitalistas con arraigo de masas, facilita lo que está a la vista: la imposición de respuestas a la crisis del sistema, desde el propio sistema. Pero como estas respuestas no lo son sino en términos extremadamente parciales y breves, y como el imperialismo redobla sus ataques para recuperar la iniciativa y el control de la región, resulta que Suramérica marcha a la vanguardia en una confrontación con el imperialismo bajo la hegemonía de fuerzas políticas que, sea por pertenencia de clase, por desvío o por franca degeneración, representan el interés y el programa del capital, es decir, en este punto de desarrollo y crisis del sistema, encarnan una perspectiva anacrónica que en hipótesis alguna puede arribar a una victoria frente al imperialismo. He allí la enorme significación política de la actitud de Chávez, quien desde el 1º de Mayo de 2005 comenzó a plantear que no hay solución en el marco del capitalismo y es necesario recrear el socialismo del siglo XXI. He allí la importancia decisiva del concepto de Frente Antimperialista, es decir, del reconocimiento de una situación en que urge sumar todo lo posible contra la arremetida imperial (y quitarle al enemigo tantos aliados como sea posible), sin deducir de allí que la burguesía local necesariamente asociada y dependiente del capital financiero internacional cuando se ve obligada a confrontar al proletariado- es un “enemigo secundario”. Se trata entonces de una situación que pondrá a prueba a cuadros y organizaciones revolucionarias que, flanqueadas por el oportunismo y el infantoizquierdismo, deben ser capaces de afrontar el comando de una encarnizada lucha antimperialista en función de una estrategia 70
socialista, frente a gobiernos representativos de burguesías regionales en actitud de resistencia al capital financiero internacional.
Sin teoría revolucionaria... Hasta el momento las fuerzas revolucionarias no han respondido apropiadamente a los dilemas estratégicos planteados por ese fenómeno político que hoy define el panorama continental, a saber, la convergencia de gobiernos de diferente naturaleza y carácter en un bloque de resistencia al imperialismo. A la imprevisión primero y el tardío reconocimiento después del viraje suramericano con alcance mundial, le siguieron posicionamientos polares: alineamiento subordinado o llano desconocimiento del cambio encarnado en Argentina por el gobierno de Néstor Kirchner, en Brasil con Lula, en Uruguay con el Frente Amplio, aparte la presencia singular de Hugo Chávez en Venezuela. De un lado están entonces quienes comenzaron por no prever la dinámica que provocaría la necesidad de poner límites al desenfrenado avance destructor del imperialismo, siguieron por desconocer acontecimientos de la magnitud estratégica de la llegada de Hugo Chávez al gobierno de Venezuela, luego desconocieron el significado de las políticas regionales adoptadas por el gobierno brasileño de Fernando Henrique Cardoso -con argumentos incuestionables en la abstracción de un planteo pero relativizados hasta la invalidación en el marco concreto de realineamiento hemisférico-; más tarde desestimaron la proyección de la victoria del PT, mientras en Argentina preparaban el asalto a la Casa Rosada cuando la clase obrera y el conjunto de la ciudadanía les daba ostensiblemente la espalda y abría espacio para la llegada de Kirchner, y finalmente denegaron todo valor a la victoria del Frente Amplio en Uruguay. Del otro lado se encuadran quienes, con las particularidades de cada país, se subordinan y diluyen en las estructuras y los programas de acción de cada uno de los gobiernos señalados y, en el caso Venezolano, se alinean en el flanco de las fuerzas oficialistas que tratan de sofrenar los pasos de Chávez y proponen “ayudar a la gestación de una burguesía nacional”. Estas dos franjas principales en que se divide el grueso de las organizaciones de izquierda 71
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en lugar de aunar a las masas y prepararlas para impedir el golpe de Estado diagramado en Washington, apuntaban a lo inverso: el ahondamiento de la fractura entre vanguardia y masas; la disgregación de éstas por confusión y ausencia de un punto de referencia. Esto ocurre ahora con numerosas organizaciones revolucionarias a escala suramericana. Ahora bien, si la región como tal está a la vanguardia de la situación internacional, si en ese conjunto juegan un papel fundamental los gobiernos de Cuba y Venezuela, el generalizado y prolongado repliegue de la clase obrera, la dilución y confusión de una perspectiva socialista, la inexistencia de organizaciones anticapitalistas con arraigo de masas, facilita lo que está a la vista: la imposición de respuestas a la crisis del sistema, desde el propio sistema. Pero como estas respuestas no lo son sino en términos extremadamente parciales y breves, y como el imperialismo redobla sus ataques para recuperar la iniciativa y el control de la región, resulta que Suramérica marcha a la vanguardia en una confrontación con el imperialismo bajo la hegemonía de fuerzas políticas que, sea por pertenencia de clase, por desvío o por franca degeneración, representan el interés y el programa del capital, es decir, en este punto de desarrollo y crisis del sistema, encarnan una perspectiva anacrónica que en hipótesis alguna puede arribar a una victoria frente al imperialismo. He allí la enorme significación política de la actitud de Chávez, quien desde el 1º de Mayo de 2005 comenzó a plantear que no hay solución en el marco del capitalismo y es necesario recrear el socialismo del siglo XXI. He allí la importancia decisiva del concepto de Frente Antimperialista, es decir, del reconocimiento de una situación en que urge sumar todo lo posible contra la arremetida imperial (y quitarle al enemigo tantos aliados como sea posible), sin deducir de allí que la burguesía local necesariamente asociada y dependiente del capital financiero internacional cuando se ve obligada a confrontar al proletariado- es un “enemigo secundario”. Se trata entonces de una situación que pondrá a prueba a cuadros y organizaciones revolucionarias que, flanqueadas por el oportunismo y el infantoizquierdismo, deben ser capaces de afrontar el comando de una encarnizada lucha antimperialista en función de una estrategia 70
socialista, frente a gobiernos representativos de burguesías regionales en actitud de resistencia al capital financiero internacional.
Sin teoría revolucionaria... Hasta el momento las fuerzas revolucionarias no han respondido apropiadamente a los dilemas estratégicos planteados por ese fenómeno político que hoy define el panorama continental, a saber, la convergencia de gobiernos de diferente naturaleza y carácter en un bloque de resistencia al imperialismo. A la imprevisión primero y el tardío reconocimiento después del viraje suramericano con alcance mundial, le siguieron posicionamientos polares: alineamiento subordinado o llano desconocimiento del cambio encarnado en Argentina por el gobierno de Néstor Kirchner, en Brasil con Lula, en Uruguay con el Frente Amplio, aparte la presencia singular de Hugo Chávez en Venezuela. De un lado están entonces quienes comenzaron por no prever la dinámica que provocaría la necesidad de poner límites al desenfrenado avance destructor del imperialismo, siguieron por desconocer acontecimientos de la magnitud estratégica de la llegada de Hugo Chávez al gobierno de Venezuela, luego desconocieron el significado de las políticas regionales adoptadas por el gobierno brasileño de Fernando Henrique Cardoso -con argumentos incuestionables en la abstracción de un planteo pero relativizados hasta la invalidación en el marco concreto de realineamiento hemisférico-; más tarde desestimaron la proyección de la victoria del PT, mientras en Argentina preparaban el asalto a la Casa Rosada cuando la clase obrera y el conjunto de la ciudadanía les daba ostensiblemente la espalda y abría espacio para la llegada de Kirchner, y finalmente denegaron todo valor a la victoria del Frente Amplio en Uruguay. Del otro lado se encuadran quienes, con las particularidades de cada país, se subordinan y diluyen en las estructuras y los programas de acción de cada uno de los gobiernos señalados y, en el caso Venezolano, se alinean en el flanco de las fuerzas oficialistas que tratan de sofrenar los pasos de Chávez y proponen “ayudar a la gestación de una burguesía nacional”. Estas dos franjas principales en que se divide el grueso de las organizaciones de izquierda 71
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conforman una tenaza capaz de neutralizar a grandes contingentes de luchadores y contribuir de manera decisiva a la derrota de la nueva oleada revolucionaria que se anuncia a escala continental. Frente a esa tenaza del izquierdismo pseudomarxista y los oportunismos de diferente denominación, el pensamiento y la acción revolucionaria están conminados a realizar un supremo esfuerzo para recomponerse y superarse. La primera línea de combate con las posiciones del izquierdismo y el oportunismo reside en el bagaje teórico que asume cada corriente. En franca colisión con una grave -aunque muy seductora- simplificación de la teoría marxista consistente en interpretar la realidad y adoptar posiciones políticas a partir de supuestas “contradicciones principales” y “contradicciones secundarias” (un recurso expositivo de Mao Tse Tung, transformado en lección de filosofía), la teoría consistente propone otra visión de la realidad mundial y, en consecuencia, otra manera de plantear la intervención militante. El mecanicismo implícito en aquella simplificación tiene consecuencias políticas devastadoras. En el ángulo opuesto, la interpretación libresca del marxismo no sólo conduce a iguales resultados, sino que realimenta la idea de entender y actuar según el par “principalsecundario”. Esto último es sanamente lógico puesto que, como resulta fácil comprender, diferenciar lo principal de lo secundario es la primera manifestación de la inteligencia y una función elemental para la sobrevivencia en cualquier circunstancia, tanto más en la lucha política. Si alguien se empeña en una irremediable disputa con su cónyuge en el mismo momento en que entra un asesino a su casa, además de aparecer como un tonto incurable, probablemente terminará perdiendo la vida. Cualquiera comprenderá que no ha sabido “diferenciar la contradicción principal de la contradicción secundaria”. Aunque resulte curioso, abundan aquellos que, en función de dirigentes, actúan de esta manera. Con sobrada razón las personas sensatas se burlan de ellos; pero si éstas están dispuestas de verdad a divorciarse, deberían cuidarse de que el esquema de la “contradicción principal” los arrastre a quedar para siempre amarrados a quienes dicen detestar. 72
Luis Bilbao
Ocurre que el carácter de principal o secundario de una contradicción es constantemente cambiante y que la realidad sólo puede ser aprehendida a partir de un abigarrado conjunto de contradicciones en permanente mutación interrelacionada. Ese movimiento, por lo demás, no tiene idéntica significación y resolución en cualquier situación. Cada factor y su permanente cambio determinará funciones, ubicaciones y desenlaces diferentes. Por lo cual, para mayor complicación, tampoco se puede apelar al recurso de creer que es válido moverse según la noción “contradicción principal-contradicción secundaria” en un momento dado -mucho menos en una etapa. En términos metodológicos, se trata del milenario combate entre la lógica formal y la lógica dialéctica. “La lógica formal es, a la vez, el primer paso de todo conocimiento y el punto de partida de todos los errores”, señaló Trotsky, palabra más o menos, en alguno de sus escritos (aunque sus epígonos insisten en no atender la primera afirmación de la proposición). Pero los problemas teóricos no terminan allí; porque un modo u otro de reflexión se puede apoyar en una concepción materialista u otra idealista. Y aquí, también, aparte las dificultades propias del asunto, en las izquierdas cunde la confusión por otras causas: en medio del cataclismo provocado por la desaparición de la Unión Soviética aparecieron quienes identificaron materialismo dialéctico con stalinismo (??!!) y arrojaron todo junto por la borda. Éste es igualmente un combate de siglos y no se resolverá para facilitar la coyuntura. Con todo, asumiendo que “no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria”, la militancia -y más aún quien se considere dirigente- tiene por delante un arduo camino de estudio, trabajo y elaboración para que su accionar en esta nueva circunstancia histórica contribuya a la derrota del imperialismo y la victoria de la revolución socialista.
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conforman una tenaza capaz de neutralizar a grandes contingentes de luchadores y contribuir de manera decisiva a la derrota de la nueva oleada revolucionaria que se anuncia a escala continental. Frente a esa tenaza del izquierdismo pseudomarxista y los oportunismos de diferente denominación, el pensamiento y la acción revolucionaria están conminados a realizar un supremo esfuerzo para recomponerse y superarse. La primera línea de combate con las posiciones del izquierdismo y el oportunismo reside en el bagaje teórico que asume cada corriente. En franca colisión con una grave -aunque muy seductora- simplificación de la teoría marxista consistente en interpretar la realidad y adoptar posiciones políticas a partir de supuestas “contradicciones principales” y “contradicciones secundarias” (un recurso expositivo de Mao Tse Tung, transformado en lección de filosofía), la teoría consistente propone otra visión de la realidad mundial y, en consecuencia, otra manera de plantear la intervención militante. El mecanicismo implícito en aquella simplificación tiene consecuencias políticas devastadoras. En el ángulo opuesto, la interpretación libresca del marxismo no sólo conduce a iguales resultados, sino que realimenta la idea de entender y actuar según el par “principalsecundario”. Esto último es sanamente lógico puesto que, como resulta fácil comprender, diferenciar lo principal de lo secundario es la primera manifestación de la inteligencia y una función elemental para la sobrevivencia en cualquier circunstancia, tanto más en la lucha política. Si alguien se empeña en una irremediable disputa con su cónyuge en el mismo momento en que entra un asesino a su casa, además de aparecer como un tonto incurable, probablemente terminará perdiendo la vida. Cualquiera comprenderá que no ha sabido “diferenciar la contradicción principal de la contradicción secundaria”. Aunque resulte curioso, abundan aquellos que, en función de dirigentes, actúan de esta manera. Con sobrada razón las personas sensatas se burlan de ellos; pero si éstas están dispuestas de verdad a divorciarse, deberían cuidarse de que el esquema de la “contradicción principal” los arrastre a quedar para siempre amarrados a quienes dicen detestar. 72
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Ocurre que el carácter de principal o secundario de una contradicción es constantemente cambiante y que la realidad sólo puede ser aprehendida a partir de un abigarrado conjunto de contradicciones en permanente mutación interrelacionada. Ese movimiento, por lo demás, no tiene idéntica significación y resolución en cualquier situación. Cada factor y su permanente cambio determinará funciones, ubicaciones y desenlaces diferentes. Por lo cual, para mayor complicación, tampoco se puede apelar al recurso de creer que es válido moverse según la noción “contradicción principal-contradicción secundaria” en un momento dado -mucho menos en una etapa. En términos metodológicos, se trata del milenario combate entre la lógica formal y la lógica dialéctica. “La lógica formal es, a la vez, el primer paso de todo conocimiento y el punto de partida de todos los errores”, señaló Trotsky, palabra más o menos, en alguno de sus escritos (aunque sus epígonos insisten en no atender la primera afirmación de la proposición). Pero los problemas teóricos no terminan allí; porque un modo u otro de reflexión se puede apoyar en una concepción materialista u otra idealista. Y aquí, también, aparte las dificultades propias del asunto, en las izquierdas cunde la confusión por otras causas: en medio del cataclismo provocado por la desaparición de la Unión Soviética aparecieron quienes identificaron materialismo dialéctico con stalinismo (??!!) y arrojaron todo junto por la borda. Éste es igualmente un combate de siglos y no se resolverá para facilitar la coyuntura. Con todo, asumiendo que “no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria”, la militancia -y más aún quien se considere dirigente- tiene por delante un arduo camino de estudio, trabajo y elaboración para que su accionar en esta nueva circunstancia histórica contribuya a la derrota del imperialismo y la victoria de la revolución socialista.
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IV Argentina como clave regional
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2005: Buenos Aires oscila ante el nuevo cuadro suramericano Mientras despliega sus líneas de acción en función de la confrontación estratégica con el bloque regional, el Departamento de Estado hace hincapié en Argentina: si no es pensable a corto y mediano plazos que, aunque por razones diferentes, los gobiernos de Venezuela y Brasil declinen su posición contraria a los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos, esa posibilidad no es descartable en Argentina. Si las clases dominantes, fracturadas y enfrentadas sobre este punto, invirtieran el curso de convergencia con Brasil y Venezuela apuntado a constituir realmente una Comunidad Suramericana de Naciones (ya superada por la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur, constituida aunque no actuante todavía), la ruptura del bloque en gestación y la gravitación sobre países vecinos podría cambiar el sentido actual del movimiento de la región. Ahora bien ¿cuál es la situación de un país al que cabe tan grande responsabilidad? La debilidad estructural de la burguesía local y el estado de confusión, desorganización y parálisis de la clase obrera, da lugar a una situación que rechaza toda simplificación. Es precisamente la simplificación caricaturesca de la realidad argentina lo que conduce a un encadenamiento de errores y desviaciones que contribuyen a dejar por entero el escenario político en manos de una burguesía en extremo escuálida y fragmentada. Esta problemática no comienza con el gobierno Kirchner. Recurriremos a un texto de marzo de 1989 (durante la campaña electoral que daría la victoria al PJ conducido por la camarilla asociada con Carlos Menem), para resumir una metodología que permitió prever el curso de los acontecimientos y hace inteligible el cuadro actual. Así describíamos la situación mientras se derrumbaba el gobierno de Raúl Alfonsín: “Argentina se desliza hacia un colapso histórico. No se derrumba, no cae ruidosamente. Las columnas que sostienen el sistema capitalista se agrietan más y más, los 76
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2005: Buenos Aires oscila ante el nuevo cuadro suramericano Mientras despliega sus líneas de acción en función de la confrontación estratégica con el bloque regional, el Departamento de Estado hace hincapié en Argentina: si no es pensable a corto y mediano plazos que, aunque por razones diferentes, los gobiernos de Venezuela y Brasil declinen su posición contraria a los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos, esa posibilidad no es descartable en Argentina. Si las clases dominantes, fracturadas y enfrentadas sobre este punto, invirtieran el curso de convergencia con Brasil y Venezuela apuntado a constituir realmente una Comunidad Suramericana de Naciones (ya superada por la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur, constituida aunque no actuante todavía), la ruptura del bloque en gestación y la gravitación sobre países vecinos podría cambiar el sentido actual del movimiento de la región. Ahora bien ¿cuál es la situación de un país al que cabe tan grande responsabilidad? La debilidad estructural de la burguesía local y el estado de confusión, desorganización y parálisis de la clase obrera, da lugar a una situación que rechaza toda simplificación. Es precisamente la simplificación caricaturesca de la realidad argentina lo que conduce a un encadenamiento de errores y desviaciones que contribuyen a dejar por entero el escenario político en manos de una burguesía en extremo escuálida y fragmentada. Esta problemática no comienza con el gobierno Kirchner. Recurriremos a un texto de marzo de 1989 (durante la campaña electoral que daría la victoria al PJ conducido por la camarilla asociada con Carlos Menem), para resumir una metodología que permitió prever el curso de los acontecimientos y hace inteligible el cuadro actual. Así describíamos la situación mientras se derrumbaba el gobierno de Raúl Alfonsín: “Argentina se desliza hacia un colapso histórico. No se derrumba, no cae ruidosamente. Las columnas que sostienen el sistema capitalista se agrietan más y más, los 76
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cimientos se resquebrajan, toda la arquitectura social, económica y política se inclina casi imperceptiblemente; pero no se desploma. No hay energía en ninguna de las dos clases que rigen el destino social. Por eso la crisis toma la forma de una lenta, inexorable, desesperante decadencia. (...) Estamos habituados a observar la actitud exitista que considera imprescindible ver avances, triunfos y grandezas allí donde no los hay. O aquella que sólo recurre a la realidad para buscar signos negativos que avalen la renuncia a los presupuestos teóricos del marxismo, la confianza en las masas y la certeza de que la acción decidida y correctamente encaminada de la vanguardia pueden contrarrestar la acción del enemigo de clase. Pero entre el optimismo panglossiano y el pesimismo como recurso para ponerse las pantuflas y ocupar un rinconcito en el edificio resquebrajado del capitalismo, está la posibilidad de esforzarse para tener los pies en la tierra y los ojos en el horizonte, fundar la audacia en la voluntad revolucionaria y en la fuerza de la teoría, asumir la militancia como una condición de vida y subordinar las urgencias individuales a las necesidades del movimiento de masas. (...) La verdad es que en Argentina el deterioro es global. La crisis lo corroe todo: el salario, las condiciones de vida, la educación, la conducta individual, las relaciones humanas. Todo aparece cada mañana peor que el día anterior. La caída económica se manifiesta en la sistemática, creciente e imparable disminución del poder adquisitivo de los asalariados. La declinación política se hace visible en la conducta del gobierno, en la penosa propaganda electoral, la estatura de los candidatos. El hombre, la mujer, el anciano, el adolescente que sufre este proceso de irresistible caída cotidiana, por regla general no lo comprende. Su conducta se va adecuando inconscientemente a los imperativos de la 78
Luis Bilbao
sobrevivencia. Los valores humanos se ponen de lado; los objetivos se achican; la mezquindad se agiganta en la misma medida en que aumentan la insatisfacción individual y la frustración colectiva. ¿Por qué esta degradación? ¿Qué mecanismo la impulsa? ¿Qué fuerzas la alimentan? ¿Cómo detenerla? Seis años atrás, cuando el país salía del espanto de la dictadura, el conjunto social reaccionó como activado por una descarga eléctrica: se puso de pie, levantó banderas de justicia, solidaridad, progreso, libertad. Las elecciones llevaron al poder a la más avanzada de las alternativas que la burguesía pudo ofrecer al electorado. El presidente Raúl Alfonsín constituyó el gobierno republicano más genuino de toda la historia argentina, el régimen comparativamente más respetuoso de las libertades públicas en 170 años. Al lado de esa afirmación terminante se puede decir, sin error, que el suyo fue el peor gobierno de nuestra historia: nunca la entrega al imperialismo fue tan descarada y total; nunca decayó a niveles más bajos la condición de trabajo y de vida de las grandes masas; nunca se llegó a tal punto de clausura de cualquier perspectiva de desarrollo y mejoría. El gobierno que concitó el apoyo y la esperanza de la inmensa mayoría de la población termina unánimemente repudiado; el hombre que se presentó como abanderado de la democracia culmina su mandato enviando al Congreso una ley que trata de darle forma jurídica a la doctrina de la seguridad nacional. Y el conjunto social, a la inversa de lo ocurrido seis años atrás, se muestra aletargado, desconcertado, sin confianza ni esperanza. Así concluye, en apenas un lustro, la alternativa más avanzada y progresista que pudo presentar la burguesía frente a la crisis. Hay que retener esta contradicción porque en ella reside la clave de la situación política nacional. Y en su resolución, reside el futuro del país. La crisis argentina es la crisis del sistema capitalis79
Argentina como clave regional
cimientos se resquebrajan, toda la arquitectura social, económica y política se inclina casi imperceptiblemente; pero no se desploma. No hay energía en ninguna de las dos clases que rigen el destino social. Por eso la crisis toma la forma de una lenta, inexorable, desesperante decadencia. (...) Estamos habituados a observar la actitud exitista que considera imprescindible ver avances, triunfos y grandezas allí donde no los hay. O aquella que sólo recurre a la realidad para buscar signos negativos que avalen la renuncia a los presupuestos teóricos del marxismo, la confianza en las masas y la certeza de que la acción decidida y correctamente encaminada de la vanguardia pueden contrarrestar la acción del enemigo de clase. Pero entre el optimismo panglossiano y el pesimismo como recurso para ponerse las pantuflas y ocupar un rinconcito en el edificio resquebrajado del capitalismo, está la posibilidad de esforzarse para tener los pies en la tierra y los ojos en el horizonte, fundar la audacia en la voluntad revolucionaria y en la fuerza de la teoría, asumir la militancia como una condición de vida y subordinar las urgencias individuales a las necesidades del movimiento de masas. (...) La verdad es que en Argentina el deterioro es global. La crisis lo corroe todo: el salario, las condiciones de vida, la educación, la conducta individual, las relaciones humanas. Todo aparece cada mañana peor que el día anterior. La caída económica se manifiesta en la sistemática, creciente e imparable disminución del poder adquisitivo de los asalariados. La declinación política se hace visible en la conducta del gobierno, en la penosa propaganda electoral, la estatura de los candidatos. El hombre, la mujer, el anciano, el adolescente que sufre este proceso de irresistible caída cotidiana, por regla general no lo comprende. Su conducta se va adecuando inconscientemente a los imperativos de la 78
Luis Bilbao
sobrevivencia. Los valores humanos se ponen de lado; los objetivos se achican; la mezquindad se agiganta en la misma medida en que aumentan la insatisfacción individual y la frustración colectiva. ¿Por qué esta degradación? ¿Qué mecanismo la impulsa? ¿Qué fuerzas la alimentan? ¿Cómo detenerla? Seis años atrás, cuando el país salía del espanto de la dictadura, el conjunto social reaccionó como activado por una descarga eléctrica: se puso de pie, levantó banderas de justicia, solidaridad, progreso, libertad. Las elecciones llevaron al poder a la más avanzada de las alternativas que la burguesía pudo ofrecer al electorado. El presidente Raúl Alfonsín constituyó el gobierno republicano más genuino de toda la historia argentina, el régimen comparativamente más respetuoso de las libertades públicas en 170 años. Al lado de esa afirmación terminante se puede decir, sin error, que el suyo fue el peor gobierno de nuestra historia: nunca la entrega al imperialismo fue tan descarada y total; nunca decayó a niveles más bajos la condición de trabajo y de vida de las grandes masas; nunca se llegó a tal punto de clausura de cualquier perspectiva de desarrollo y mejoría. El gobierno que concitó el apoyo y la esperanza de la inmensa mayoría de la población termina unánimemente repudiado; el hombre que se presentó como abanderado de la democracia culmina su mandato enviando al Congreso una ley que trata de darle forma jurídica a la doctrina de la seguridad nacional. Y el conjunto social, a la inversa de lo ocurrido seis años atrás, se muestra aletargado, desconcertado, sin confianza ni esperanza. Así concluye, en apenas un lustro, la alternativa más avanzada y progresista que pudo presentar la burguesía frente a la crisis. Hay que retener esta contradicción porque en ella reside la clave de la situación política nacional. Y en su resolución, reside el futuro del país. La crisis argentina es la crisis del sistema capitalis79
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ta. En un país con extraordinarios recursos naturales y en un momento en que las conquistas de la ciencia y la tecnología a nivel mundial ponen al alcance de la mano las realizaciones más fantásticas, la única explicación posible del retroceso económico y la degradación de las condiciones de vida de la población es el agotamiento, la incapacidad, la inviabilidad del sistema que rige las condiciones de producción y distribución de la riqueza. Pero la crisis del capitalismo no se resuelve en el terreno económico. El rasgo decisivo de la crisis argentina es que pese al agotamiento irreversible del sistema, no hay lucha de clases. La lucha de clases, en el sentido marxista del concepto, presupone lucha política en función de un proyecto propio de la clase obrera. Quienes miden el nivel de la lucha de clases por los innumerables conflictos sindicales, a menudo heroico, mediante los cuales los asalariados resisten la sostenida ofensiva económica del capital, no sólo confunden un concepto. Al ocultar el problema, cierran toda perspectiva de resolución de la crisis. No hay lucha de clases sin conciencia de clases. Y no hay conciencia de clase sin una organización que, dialécticamente, la recepte, la traduzca en términos políticos, y la lleve de vuelta a las masas. Es precisamente porque no hay lucha de clases que la crisis adopta la forma de decadencia y degradación ininterrumpidas en todos los órdenes, sin excluir a las propias organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores. Por esta vía, la crisis capitalista no lleva a la revolución. Con prescindencia del heroísmo de las masas y la voluntad de su vanguardia. La burguesía no tiene energía porque históricamente es una clase exhausta. Todo lo positivo que el sistema capitalista podía ofrecer a la humanidad ya lo ha dado. Y hace muchas décadas que no sólo no contribuye al desarrollo, sino que es su freno, mientras alimenta la miseria, la enajenación, la violencia, la muerte, y amenaza 80
Luis Bilbao
incluso con el exterminio de la humanidad. Esto que es verdad a escala internacional, referido a las grandes potencias capitalistas, es más evidente y patético en relación con las burguesías de los países dependientes. La clase obrera no tiene energía porque está en un período de transición y aún no asume su papel histórico. Durante décadas, el movimiento obrero en Argentina se expresó políticamente en el peronismo. La esencia del peronismo como ideología es la conciliación de clases. La captación masiva de los asalariados por el populismo burgués, bajo la apariencia de un salto político adelante de los trabajadores representó una trampa histórica que emasculó por décadas la potencia revolucionaria de la clase obrera. Mientras transcurrió la experiencia y el sistema pudo alimentarla con reformas o maniobras políticas, el movimiento obrero traducía su poderosa fuerza de clase a través de los sindicatos y, de tanto en tanto, a través del Partido Justicialista. Se trataba de una fuerza sin destino; o más bien, inexorablemente destinada a fracasar. Pero se expresaba como tal y esa expresión era suficiente para, por un lado, mantener oxigenado el tejido social, y por otro, limitar la voracidad del capital. La contradicción, entonces, consistía en que la inviabilidad final se manifestaba sin embargo en un vigor concreto, capaz de sostener a la propia clase y al conjunto social. La experiencia de sistemáticas frustraciones minó paulatinamente al peronismo como dirección reconocida y confiable para la masa trabajadora. Poco a poco, la clase obrera tomó distancia de su dirección peronista. Hubo saltos cualitativos en este proceso, como por ejemplo el Cordobazo, punto simbólico de ruptura social histórica. Como símbolo, el Cordobazo marca el momento en que el peronismo debe afrontar un papel francamente antiobrero y contrarrevolucionario y la clase obrera deja de ser peronista, en el sentido en que lo fue durante las dos décadas y media anteriores. 81
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ta. En un país con extraordinarios recursos naturales y en un momento en que las conquistas de la ciencia y la tecnología a nivel mundial ponen al alcance de la mano las realizaciones más fantásticas, la única explicación posible del retroceso económico y la degradación de las condiciones de vida de la población es el agotamiento, la incapacidad, la inviabilidad del sistema que rige las condiciones de producción y distribución de la riqueza. Pero la crisis del capitalismo no se resuelve en el terreno económico. El rasgo decisivo de la crisis argentina es que pese al agotamiento irreversible del sistema, no hay lucha de clases. La lucha de clases, en el sentido marxista del concepto, presupone lucha política en función de un proyecto propio de la clase obrera. Quienes miden el nivel de la lucha de clases por los innumerables conflictos sindicales, a menudo heroico, mediante los cuales los asalariados resisten la sostenida ofensiva económica del capital, no sólo confunden un concepto. Al ocultar el problema, cierran toda perspectiva de resolución de la crisis. No hay lucha de clases sin conciencia de clases. Y no hay conciencia de clase sin una organización que, dialécticamente, la recepte, la traduzca en términos políticos, y la lleve de vuelta a las masas. Es precisamente porque no hay lucha de clases que la crisis adopta la forma de decadencia y degradación ininterrumpidas en todos los órdenes, sin excluir a las propias organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores. Por esta vía, la crisis capitalista no lleva a la revolución. Con prescindencia del heroísmo de las masas y la voluntad de su vanguardia. La burguesía no tiene energía porque históricamente es una clase exhausta. Todo lo positivo que el sistema capitalista podía ofrecer a la humanidad ya lo ha dado. Y hace muchas décadas que no sólo no contribuye al desarrollo, sino que es su freno, mientras alimenta la miseria, la enajenación, la violencia, la muerte, y amenaza 80
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incluso con el exterminio de la humanidad. Esto que es verdad a escala internacional, referido a las grandes potencias capitalistas, es más evidente y patético en relación con las burguesías de los países dependientes. La clase obrera no tiene energía porque está en un período de transición y aún no asume su papel histórico. Durante décadas, el movimiento obrero en Argentina se expresó políticamente en el peronismo. La esencia del peronismo como ideología es la conciliación de clases. La captación masiva de los asalariados por el populismo burgués, bajo la apariencia de un salto político adelante de los trabajadores representó una trampa histórica que emasculó por décadas la potencia revolucionaria de la clase obrera. Mientras transcurrió la experiencia y el sistema pudo alimentarla con reformas o maniobras políticas, el movimiento obrero traducía su poderosa fuerza de clase a través de los sindicatos y, de tanto en tanto, a través del Partido Justicialista. Se trataba de una fuerza sin destino; o más bien, inexorablemente destinada a fracasar. Pero se expresaba como tal y esa expresión era suficiente para, por un lado, mantener oxigenado el tejido social, y por otro, limitar la voracidad del capital. La contradicción, entonces, consistía en que la inviabilidad final se manifestaba sin embargo en un vigor concreto, capaz de sostener a la propia clase y al conjunto social. La experiencia de sistemáticas frustraciones minó paulatinamente al peronismo como dirección reconocida y confiable para la masa trabajadora. Poco a poco, la clase obrera tomó distancia de su dirección peronista. Hubo saltos cualitativos en este proceso, como por ejemplo el Cordobazo, punto simbólico de ruptura social histórica. Como símbolo, el Cordobazo marca el momento en que el peronismo debe afrontar un papel francamente antiobrero y contrarrevolucionario y la clase obrera deja de ser peronista, en el sentido en que lo fue durante las dos décadas y media anteriores. 81
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Pero se trata de un desarrollo desigual y sobre todo incompleto. La clase obrera ya no es peronista, pero todavía no es socialista. Rompe con su dirección burguesa pero no construye una propia; descree de sus líderes pero no talla otros o lo hace a su imagen de ese momento: vacilantes, confusos, en muchos casos dispuestos a gestos heroicos pero sin consistencia; desconfía de la conciliación de clases pero no asume la perspectiva política de la lucha de clases; mira de soslayo a Perón y a los candidatos que éste les impone, pero los vota. Aun así, presenta combate. Su sola presión de clase movilizada impide la consolidación de los proyectos burgueses; mina el sistema; inviabiliza las instituciones de la pseudodemocracia capitalista y pone en crisis a la clase enemiga. Esta no es ya capaz de mantener la estabilidad de sus instituciones; pero es todavía suficientemente fuerte para sostener el sistema de explotación. La secuencia de batallas y derrotas desde aquel simbólico 29 de mayo de 1969 (elecciones en 1973, victoria y caída de Cámpora –dos derrotas de diferente signo- huelgas y coordinadoras en junio y julio de 1975, golpe militar en 1976, resistencia y demolición sistemática de la dictadura, elecciones de 1983, conquista de grandes espacios democráticos, recomposición del peronismo mediante los ‘renovadores’, recomposición de la burocracia sindical, impotencia frente a la ofensiva económica y política de la burguesía encarnada en el alfonsinismo, victoria de Menem dentro del peronismo, arribo a las elecciones de 1989 sin alternativa) llevó al límite el descreimiento y alejamiento de las bases obreras respecto de sus direcciones sindicales y políticas peronistas. Pero la contradicción en este caso -visible sobre todo a partir de diciembre de 2003, cuando asume Alfonsínconsiste, a la inversa del período anterior, en que el objetivo cuestionamiento a la dirección burguesa peronista, y en esa medida la posibilidad de que las luchas abran la 82
Luis Bilbao
perspectiva de una victoria real de los explotados frente a los explotadores, se manifiesta en la ausencia de vigor y protagonismo de la clase obrera. El salto histórico deja a los trabajadores momentáneamente sin aliento. Ya no están encuadrados ni se sienten convocados por la dirección peronista. Pero todavía no cuentan con organización y liderazgo propios. La clase obrera no puede sostenerse a sí misma como fuerza gravitante en la sociedad. El capital financiero internacional no tiene contrapeso alguno. Entra en el escenario nacional como un batallón de piratas en una isla habitada por luchadores sin armas, sin organización y sin voluntad de combate. La burguesía carece de fuerza para cualquier otro proyecto que no sea el sálvese quien pueda. He allí el origen y la mecánica de la decadencia permanente” (1). Lejos estábamos en aquel momento de sospechar el punto al que llegaría la caída. Aun así, 16 años después es posible comprobar la diferencia entre una posición basada en el análisis de las clases y su dinámica, frente a las metodologías impresionistas -cuando no deliberadamente mentirosas- para interpretar los acontecimientos y el devenir de la vida social. Fueron la ausencia de la clase obrera como tal ante la embestida imperialista, así como la obligada avidez ciega de la burguesía local, los factores que dieron paso al saqueo y la devastación. Y es cuando ese proceso llega por propio agotamiento a su culminación, cuando el conflicto se replantea: en 2001 un sector de aquella burguesía entregada a la ilusión de su asociación con el imperialismo resuelve, in extremis, cambiar de política. La clase obrera seguía ausente. Quienes ignoraron la realidad en los ’80, a falta de luchas sindicales, descubrirían un “nuevo sujeto social”, al que denominarían piqueteros, siguiendo la iniciativa de la prensa comercial. Y en rara unanimidad, ante la maniobra estratégica del capital un arco casi completo de las expresiones consideradas revolucionarias y progresistas propuso 1.- “Panorama antes de la confrontación”, marzo de 1989; publicado en Argentina siglo XXI: El abismo y el horizonte. Buenos Aires, 1994. Búsqueda Editora. 83
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Pero se trata de un desarrollo desigual y sobre todo incompleto. La clase obrera ya no es peronista, pero todavía no es socialista. Rompe con su dirección burguesa pero no construye una propia; descree de sus líderes pero no talla otros o lo hace a su imagen de ese momento: vacilantes, confusos, en muchos casos dispuestos a gestos heroicos pero sin consistencia; desconfía de la conciliación de clases pero no asume la perspectiva política de la lucha de clases; mira de soslayo a Perón y a los candidatos que éste les impone, pero los vota. Aun así, presenta combate. Su sola presión de clase movilizada impide la consolidación de los proyectos burgueses; mina el sistema; inviabiliza las instituciones de la pseudodemocracia capitalista y pone en crisis a la clase enemiga. Esta no es ya capaz de mantener la estabilidad de sus instituciones; pero es todavía suficientemente fuerte para sostener el sistema de explotación. La secuencia de batallas y derrotas desde aquel simbólico 29 de mayo de 1969 (elecciones en 1973, victoria y caída de Cámpora –dos derrotas de diferente signo- huelgas y coordinadoras en junio y julio de 1975, golpe militar en 1976, resistencia y demolición sistemática de la dictadura, elecciones de 1983, conquista de grandes espacios democráticos, recomposición del peronismo mediante los ‘renovadores’, recomposición de la burocracia sindical, impotencia frente a la ofensiva económica y política de la burguesía encarnada en el alfonsinismo, victoria de Menem dentro del peronismo, arribo a las elecciones de 1989 sin alternativa) llevó al límite el descreimiento y alejamiento de las bases obreras respecto de sus direcciones sindicales y políticas peronistas. Pero la contradicción en este caso -visible sobre todo a partir de diciembre de 2003, cuando asume Alfonsínconsiste, a la inversa del período anterior, en que el objetivo cuestionamiento a la dirección burguesa peronista, y en esa medida la posibilidad de que las luchas abran la 82
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perspectiva de una victoria real de los explotados frente a los explotadores, se manifiesta en la ausencia de vigor y protagonismo de la clase obrera. El salto histórico deja a los trabajadores momentáneamente sin aliento. Ya no están encuadrados ni se sienten convocados por la dirección peronista. Pero todavía no cuentan con organización y liderazgo propios. La clase obrera no puede sostenerse a sí misma como fuerza gravitante en la sociedad. El capital financiero internacional no tiene contrapeso alguno. Entra en el escenario nacional como un batallón de piratas en una isla habitada por luchadores sin armas, sin organización y sin voluntad de combate. La burguesía carece de fuerza para cualquier otro proyecto que no sea el sálvese quien pueda. He allí el origen y la mecánica de la decadencia permanente” (1). Lejos estábamos en aquel momento de sospechar el punto al que llegaría la caída. Aun así, 16 años después es posible comprobar la diferencia entre una posición basada en el análisis de las clases y su dinámica, frente a las metodologías impresionistas -cuando no deliberadamente mentirosas- para interpretar los acontecimientos y el devenir de la vida social. Fueron la ausencia de la clase obrera como tal ante la embestida imperialista, así como la obligada avidez ciega de la burguesía local, los factores que dieron paso al saqueo y la devastación. Y es cuando ese proceso llega por propio agotamiento a su culminación, cuando el conflicto se replantea: en 2001 un sector de aquella burguesía entregada a la ilusión de su asociación con el imperialismo resuelve, in extremis, cambiar de política. La clase obrera seguía ausente. Quienes ignoraron la realidad en los ’80, a falta de luchas sindicales, descubrirían un “nuevo sujeto social”, al que denominarían piqueteros, siguiendo la iniciativa de la prensa comercial. Y en rara unanimidad, ante la maniobra estratégica del capital un arco casi completo de las expresiones consideradas revolucionarias y progresistas propuso 1.- “Panorama antes de la confrontación”, marzo de 1989; publicado en Argentina siglo XXI: El abismo y el horizonte. Buenos Aires, 1994. Búsqueda Editora. 83
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“que se vayan todos”, dejando por completo libre el camino a la operación de recuperación del orden político para la burguesía. Al día siguiente de las elecciones el resultado de tales posiciones estuvo a la vista: “En la mañana del 28 de abril los cómputos oficiales indican que el peronismo de Carlos Menem obtuvo el 24,1%; el peronismo de Néstor Kirchner el 22,0%; el radicalismo y aliados a derecha de Ricardo López Murphy el 16%; el radicalismo y aliados a izquierda y derecha de Elisa Carrió el 14,2%; el peronismo de Rodríguez Sáa el 14,1%; el radicalismo solitario de Leopoldo Moreau el 2,3%; la alianza PC-MST denominada Izquierda Unida el 1,7%; el PS el 1,2% y el llamado PO un 0,6%. El voto en Blanco fue del 0,86% (el más bajo desde 1946!) y el Voto Protesta de 1,62%, sobre una participación del 80% del padrón: el nivel más bajo de abstención y rechazo activo desde 1995. El signo más relevante de estas elecciones es la ausencia de la clase obrera como tal en la disputa política” (2). El entonces presidente Eduardo Duhalde pudo, en buena ley, felicitarse al comparar su desempeño con el de equipos dirigentes de partidos que se consideran de vanguardia revolucionaria: sin ningún obstáculo -sin siquiera un intento de buscar un desenlace diferente por parte de quienes dicen representar los intereses de los trabajadores- las clases dominantes habían recuperado el control institucional del poder. No abundaremos en las citas de sucesivos textos que antes y después de ese período clave entre 2001 y 2003 registran la lucha contra el sectarismo y el reformismo (3). Importa en cambio insistir en que las clases dominantes recuperaron no sólo el control de la sociedad, sino la expectativa esperanzada de una mayoría abrumadora de la población. La burguesía desplazada del poder en diciembre de 2001, así como el imperialismo estadounidense, se cuidaron muy bien de impedir que sus victoriosos rivales llevaran a cabo la faena. Hubo de hecho un frente único de todas las fracciones del 2.- “Quién y cómo pondrá rumbo en una sociedad fragmentada y confundida”; Eslabón N° 45, 29 de abril de 2003. 3.- Pueden ser hallados en las colecciones de Crítica y Eslabón o en sus respectivos sitios de internet: Crítica de Nuestro Tiempo: www.geocities.com/nuestrotiempo Eslabón: www.geocities.com/ums_argentina 84
Luis Bilbao
capital para limitarse a colocar piezas propias en las posibles fórmulas vencedoras, sin chocar de frente con el proyecto ni sus timoneles. Sólo cuando una sucesión de acontecimientos aleatorios puso a Kirchner como candidato primero y como presidente electo después, el capital financiero mostró los dientes el mismo día en que Menem desistió de concurrir a la segunda vuelta: “este es un gobierno para dos años”, dijo en primera plana el diario La Nación, refiriéndose al presidente electo Néstor Kirchner. Pero no comenzaron las dentelladas hasta después de un año, en el primer trimestre de 2004, cuando el gobierno ya se había afianzado y el nuevo presidente contaba con el respaldo de un 70% de la ciudadanía. La tarea estaba cumplida y era posible disputar otra vez la hegemonía sin riesgo de descontrol. Al influjo de una devaluación inicial del 400% y otras circunstancias coyunturales que no es el caso analizar aquí, desde la asunción de Duhalde en 2002 la economía dio un brusco giro ascendente y cambió por completo el panorama nacional. Tras un interregno de saneamiento que devoró un ministro de economía, asumió la cartera Roberto Lavagna con un programa de reactivación de corte keynesiano. Ministro y plan fueron transferidos por Duhalde a Kirchner. Eventuales recambios ministeriales sólo acentuarían éste o aquél rasgo de una política basada inequívocamente en la intervención del Estado para regular y promover el giro económico, mientras se reprogramó y renegoció la deuda externa. Como parte de la reorientación económica, la política exterior se vuelca al Mercosur, a la Comunidad Suramericana de Naciones, desdeña el Alca, choca con los símbolos estadounidenses y se reclina hacia la Unión Europea. Una suma de gestos positivos respecto de Venezuela, en momentos de extrema tensión del gobierno bolivariano con la Casa Blanca, completa un entramado “progresista” en las relaciones exteriores. Todo esto, incluido el cambio del voto contra Cuba por la abstención en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, fueron lineamientos adoptados por el gobierno de Duhalde, quien pasaría luego al cargo de coordinador general del Mercosur. El envío de tropas a Haití fue en cambio decisión de Kirchner (avalada por el Congreso), aunque fuerza es reconocer que en esta medida contraria a todo discurso de 85
Argentina como clave regional
“que se vayan todos”, dejando por completo libre el camino a la operación de recuperación del orden político para la burguesía. Al día siguiente de las elecciones el resultado de tales posiciones estuvo a la vista: “En la mañana del 28 de abril los cómputos oficiales indican que el peronismo de Carlos Menem obtuvo el 24,1%; el peronismo de Néstor Kirchner el 22,0%; el radicalismo y aliados a derecha de Ricardo López Murphy el 16%; el radicalismo y aliados a izquierda y derecha de Elisa Carrió el 14,2%; el peronismo de Rodríguez Sáa el 14,1%; el radicalismo solitario de Leopoldo Moreau el 2,3%; la alianza PC-MST denominada Izquierda Unida el 1,7%; el PS el 1,2% y el llamado PO un 0,6%. El voto en Blanco fue del 0,86% (el más bajo desde 1946!) y el Voto Protesta de 1,62%, sobre una participación del 80% del padrón: el nivel más bajo de abstención y rechazo activo desde 1995. El signo más relevante de estas elecciones es la ausencia de la clase obrera como tal en la disputa política” (2). El entonces presidente Eduardo Duhalde pudo, en buena ley, felicitarse al comparar su desempeño con el de equipos dirigentes de partidos que se consideran de vanguardia revolucionaria: sin ningún obstáculo -sin siquiera un intento de buscar un desenlace diferente por parte de quienes dicen representar los intereses de los trabajadores- las clases dominantes habían recuperado el control institucional del poder. No abundaremos en las citas de sucesivos textos que antes y después de ese período clave entre 2001 y 2003 registran la lucha contra el sectarismo y el reformismo (3). Importa en cambio insistir en que las clases dominantes recuperaron no sólo el control de la sociedad, sino la expectativa esperanzada de una mayoría abrumadora de la población. La burguesía desplazada del poder en diciembre de 2001, así como el imperialismo estadounidense, se cuidaron muy bien de impedir que sus victoriosos rivales llevaran a cabo la faena. Hubo de hecho un frente único de todas las fracciones del 2.- “Quién y cómo pondrá rumbo en una sociedad fragmentada y confundida”; Eslabón N° 45, 29 de abril de 2003. 3.- Pueden ser hallados en las colecciones de Crítica y Eslabón o en sus respectivos sitios de internet: Crítica de Nuestro Tiempo: www.geocities.com/nuestrotiempo Eslabón: www.geocities.com/ums_argentina 84
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capital para limitarse a colocar piezas propias en las posibles fórmulas vencedoras, sin chocar de frente con el proyecto ni sus timoneles. Sólo cuando una sucesión de acontecimientos aleatorios puso a Kirchner como candidato primero y como presidente electo después, el capital financiero mostró los dientes el mismo día en que Menem desistió de concurrir a la segunda vuelta: “este es un gobierno para dos años”, dijo en primera plana el diario La Nación, refiriéndose al presidente electo Néstor Kirchner. Pero no comenzaron las dentelladas hasta después de un año, en el primer trimestre de 2004, cuando el gobierno ya se había afianzado y el nuevo presidente contaba con el respaldo de un 70% de la ciudadanía. La tarea estaba cumplida y era posible disputar otra vez la hegemonía sin riesgo de descontrol. Al influjo de una devaluación inicial del 400% y otras circunstancias coyunturales que no es el caso analizar aquí, desde la asunción de Duhalde en 2002 la economía dio un brusco giro ascendente y cambió por completo el panorama nacional. Tras un interregno de saneamiento que devoró un ministro de economía, asumió la cartera Roberto Lavagna con un programa de reactivación de corte keynesiano. Ministro y plan fueron transferidos por Duhalde a Kirchner. Eventuales recambios ministeriales sólo acentuarían éste o aquél rasgo de una política basada inequívocamente en la intervención del Estado para regular y promover el giro económico, mientras se reprogramó y renegoció la deuda externa. Como parte de la reorientación económica, la política exterior se vuelca al Mercosur, a la Comunidad Suramericana de Naciones, desdeña el Alca, choca con los símbolos estadounidenses y se reclina hacia la Unión Europea. Una suma de gestos positivos respecto de Venezuela, en momentos de extrema tensión del gobierno bolivariano con la Casa Blanca, completa un entramado “progresista” en las relaciones exteriores. Todo esto, incluido el cambio del voto contra Cuba por la abstención en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, fueron lineamientos adoptados por el gobierno de Duhalde, quien pasaría luego al cargo de coordinador general del Mercosur. El envío de tropas a Haití fue en cambio decisión de Kirchner (avalada por el Congreso), aunque fuerza es reconocer que en esta medida contraria a todo discurso de 85
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Argentina como clave regional
soberanía y antimperialismo la presión del gobierno brasileño tuvo un papel decisivo. Mientras tanto, el supuesto “movimiento piquetero” -una de las fantasías más insólitas aparecidas en la literatura de filiación marxista- se evaporó y las cúpulas se fragmentaron hasta configurar un espectro más disperso y más impotente que el de los aparatos que usufructuaron el fenómeno (situación que, dicho sea de paso, plantea ahora como una de las tareas principales la respuesta a los remanentes sanos del activismo en el ámbito de los desocupados, de modo que las urgencias diarias de este sector no se contrapongan con una estrategia de lucha común entre trabajadores con y sin empleo). Paralelamente, la cúpula de la CGT se unificó en inequívoca coincidencia con el gobierno, en tanto la CTA, sombra de sí misma, lidió sin suerte con la imposible tarea de no ser oficialista ni opositora, sino todo lo contrario, y afronta ahora una más de las crisis internas que la vaciaron de contenido en los últimos años. En el mismo período, expresiones de vanguardia clasista, sin definiciones estratégicas ni orientación política, fueron arrastradas por tendencias sectarias a un aislamiento del que ahora, algunas de ellas, pugnan por salir. Todo esto ocurrió sin un solo caso de movilización del proletariado como clase y sin ninguna lucha de envergadura de los obreros industriales. Luchas salariales dispersas, sin programa a la vista para unificarse en un gran movimiento reivindicativo nacional, se perfilaron pese a todo como una posibilidad de reversión del cuadro resumido en este párrafo. En este punto de desmovilización y fragmentación extrema de la clase obrera con y sin ocupación, y de contraataque del capital financiero internacional y sus agentes locales, es cuando reaparece la simplificación mortal del “enemigo principal” o el irresponsable desconocimiento de su existencia y gravitación. Porque, naturalmente, tanto el imperialismo estadounidense como sus socios locales embisten ahora sin subterfugios contra Kirchner y amenazan incluso la continuidad institucional, en la certeza de que ya está desactivada la bomba. El verdadero estado de la clase obrera y el conjunto de la sociedad se intuye al tener en cuenta que tales resultados se obtuvieron 86
mientras la distribución de la renta acentuó vertiginosamente el sentido regresivo que arrastra desde décadas: los asalariados han perdido desde 2001, según el sector de pertenencia, entre el 25 y el 50% de su ingreso real; los desocupados reciben subsidios de $150; aumenta el trabajo en negro y con salarios que no superan los $400; se han pagado más de 10 mil millones de dólares por intereses y amortizaciones de la deuda; el petróleo sigue drenando riquezas rumbo al Norte mediante mecanismos descarados en favor de Repsol. Las exigencias de la deuda externa tensionan otra vez las relaciones con el capital financiero internacional; la producción en aumento recupera los niveles previos a la crisis y la capacidad instalada muestra el límite para un crecimiento sostenido; se anuncia una crisis energética y se replantea la necesidad de recuperar YPF o permanecer impotente; una combinación de forcejeo por la renta y amagues de ‘golpe de mercado’, en un marco de falta de hegemonía en el elenco gobernante y la consecuente debilidad relativa para responder a las presiones, da lugar a incongruencias dentro del propio plan oficial y parálisis ante resoluciones clave (Enarsa, inmóvil desde su creación, es sólo uno entre muchos ejemplos). En una suerte de irrealidad económica autopropulsada, el peso se revalúa frente al dólar empujado por los ingresos extra por exportaciones y exige maniobras destinadas a contrarrestar el efecto, las cuales concurren a alimentar la inflación, mientras el centro de los esfuerzos oficiales en materia de plan económico, aparte la reprogramación de la deuda, consiste en hallar más mercados para las exportaciones primarias de siempre. Todo esto en medio de la caída del valor del dólar y la multiplicación de signos de alarma en el sistema financiero internacional.
Pragmatismo y teoría científica Ante la encrucijada, desde ángulos opuestos el pragmatismo y la enfermedad infantil del comunismo convergen en un mismo punto: Kirchner. ¿Será un revolucionario encubierto o un agente embozado del imperialismo? Puesto el mundo cabeza abajo, la situación objetiva de las clases, su conciencia y estado de ánimo, sus puntos de referencia ideológicos, políticos, sus niveles de organización y participación social, se reemplazan por alabanzas o denuestos respecto de 87
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
soberanía y antimperialismo la presión del gobierno brasileño tuvo un papel decisivo. Mientras tanto, el supuesto “movimiento piquetero” -una de las fantasías más insólitas aparecidas en la literatura de filiación marxista- se evaporó y las cúpulas se fragmentaron hasta configurar un espectro más disperso y más impotente que el de los aparatos que usufructuaron el fenómeno (situación que, dicho sea de paso, plantea ahora como una de las tareas principales la respuesta a los remanentes sanos del activismo en el ámbito de los desocupados, de modo que las urgencias diarias de este sector no se contrapongan con una estrategia de lucha común entre trabajadores con y sin empleo). Paralelamente, la cúpula de la CGT se unificó en inequívoca coincidencia con el gobierno, en tanto la CTA, sombra de sí misma, lidió sin suerte con la imposible tarea de no ser oficialista ni opositora, sino todo lo contrario, y afronta ahora una más de las crisis internas que la vaciaron de contenido en los últimos años. En el mismo período, expresiones de vanguardia clasista, sin definiciones estratégicas ni orientación política, fueron arrastradas por tendencias sectarias a un aislamiento del que ahora, algunas de ellas, pugnan por salir. Todo esto ocurrió sin un solo caso de movilización del proletariado como clase y sin ninguna lucha de envergadura de los obreros industriales. Luchas salariales dispersas, sin programa a la vista para unificarse en un gran movimiento reivindicativo nacional, se perfilaron pese a todo como una posibilidad de reversión del cuadro resumido en este párrafo. En este punto de desmovilización y fragmentación extrema de la clase obrera con y sin ocupación, y de contraataque del capital financiero internacional y sus agentes locales, es cuando reaparece la simplificación mortal del “enemigo principal” o el irresponsable desconocimiento de su existencia y gravitación. Porque, naturalmente, tanto el imperialismo estadounidense como sus socios locales embisten ahora sin subterfugios contra Kirchner y amenazan incluso la continuidad institucional, en la certeza de que ya está desactivada la bomba. El verdadero estado de la clase obrera y el conjunto de la sociedad se intuye al tener en cuenta que tales resultados se obtuvieron 86
mientras la distribución de la renta acentuó vertiginosamente el sentido regresivo que arrastra desde décadas: los asalariados han perdido desde 2001, según el sector de pertenencia, entre el 25 y el 50% de su ingreso real; los desocupados reciben subsidios de $150; aumenta el trabajo en negro y con salarios que no superan los $400; se han pagado más de 10 mil millones de dólares por intereses y amortizaciones de la deuda; el petróleo sigue drenando riquezas rumbo al Norte mediante mecanismos descarados en favor de Repsol. Las exigencias de la deuda externa tensionan otra vez las relaciones con el capital financiero internacional; la producción en aumento recupera los niveles previos a la crisis y la capacidad instalada muestra el límite para un crecimiento sostenido; se anuncia una crisis energética y se replantea la necesidad de recuperar YPF o permanecer impotente; una combinación de forcejeo por la renta y amagues de ‘golpe de mercado’, en un marco de falta de hegemonía en el elenco gobernante y la consecuente debilidad relativa para responder a las presiones, da lugar a incongruencias dentro del propio plan oficial y parálisis ante resoluciones clave (Enarsa, inmóvil desde su creación, es sólo uno entre muchos ejemplos). En una suerte de irrealidad económica autopropulsada, el peso se revalúa frente al dólar empujado por los ingresos extra por exportaciones y exige maniobras destinadas a contrarrestar el efecto, las cuales concurren a alimentar la inflación, mientras el centro de los esfuerzos oficiales en materia de plan económico, aparte la reprogramación de la deuda, consiste en hallar más mercados para las exportaciones primarias de siempre. Todo esto en medio de la caída del valor del dólar y la multiplicación de signos de alarma en el sistema financiero internacional.
Pragmatismo y teoría científica Ante la encrucijada, desde ángulos opuestos el pragmatismo y la enfermedad infantil del comunismo convergen en un mismo punto: Kirchner. ¿Será un revolucionario encubierto o un agente embozado del imperialismo? Puesto el mundo cabeza abajo, la situación objetiva de las clases, su conciencia y estado de ánimo, sus puntos de referencia ideológicos, políticos, sus niveles de organización y participación social, se reemplazan por alabanzas o denuestos respecto de 87
Argentina como clave regional
un equipo gobernante. Y mientras unos ven en Kirchner el punto de apoyo para una estrategia revolucionaria, otros lanzan gritos de terror anunciando una “escalada represiva”. Desconociendo deliberadamente la lógica del sistema y la crisis del capitalismo mundial, quienes se han incorporado al gobierno en situación de absoluta subordinación, proponen programas de reactivación y desarrollo con base en las Pymes, sin ahorrar invocaciones a la necesidad de fortalecer una burguesía nacional. Frente a ellos, y abstrayéndose de la lucha interimperialista, de los realineamientos y la dinámica crecientemente belicista de las disputas intercapitalistas, haciendo completa abstracción de la situación real del proletariado, quienes niegan cualquier diferencia entre este gobierno y los de Menem y De la Rúa, convocan desde la nada a enfrentar y derrocar a Kirchner. Rechazamos este primitivismo teórico disfrazado de revolucionarismo. Y a la vez reiteramos con énfasis lo que advertíamos en 2001 y citamos más arriba: la política keynesiana no sólo es una quimera, es una quimera reaccionaria. Para trabajadores, jóvenes, desocupados y el conjunto de sectores oprimidos de la sociedad, la posibilidad de dar un paso adelante requiere como precondición una franca y tajante ruptura con esa falsa opción. No importa cuán elevado sea el precio de esa ruptura, ella es imprescindible. Si cuadros y organizaciones se dejan llevar por la inercia y se niegan a realizar el drástico replanteo que la coyuntura exige, su papel será negativo, contrario a las urgencias tácticas de la coyuntura y opuesto a las necesidades de la clase obrera y la nación en su conjunto. Sólo los necios -y los agentes del enemigo- pueden desconocer la brutal amenaza estadounidense contra la región y las derivaciones de aquella estrategia sobre la situación Argentina. Los episodios ocurridos en enero de 2005 en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, provocados por la tragedia en la discoteca Cromagnon, cuando ultraderecha y pseudoizquierdas convergieron en un bloque al que denominamos ‘macrizquierdismo’, ilustra hasta dónde puede llegar el desvío pseudorrevolucionario. Enfrente, la votación de las leyes antiterroristas en el Congreso Nacional, indicaba la naturaleza del antimperialismo oficial. 88
Luis Bilbao
El hecho es que no hay espacio para una resistencia antimperialista sostenida y con respaldo de las masas si a la vez se defiende el sistema. La satisfacción de las necesidades mínimas de las mayorías requiere decisiones que ataquen el corazón del mecanismo imperialista y, en el plano interno, dobleguen a las leyes de mercado a favor de la distribución equitativa de riquezas y la planificación económica. Si es cierto que hay un amplio espacio para la adopción de tales medidas sin romper con el sistema capitalista, no lo es menos que, por un lado, la crisis estrecha a un mínimo esos márgenes y, por otro, las clases dominantes son conscientes de la dinámica que instauran tales políticas y están alertas para enfrentarlas con el máximo de beligerancia apenas se insinúan. De allí que las contradicciones interimperialistas, los choques entre el imperialismo y las naciones subyugadas y la lucha burguesía-proletariado se entrelazan y combinan de tal manera que eliminan todo espacio para concepciones etapistas en función de un “enemigo principal”. La noción de Frente Antimperialista –que no debiera ser confundida con una organización formal- es el punto de partida de toda política consistente, así como la contraparte inseparable reside en la existencia de partidos anticapitalistas con enraizamiento en el proletariado industrial y en el conjunto de los asalariados. Pero los objetivos no se alcanzan enunciándolos. Un partido revolucionario genuino es la fusión de la teoría del socialismo científico con el activo de la clase obrera. Y éste no lo es en sentido cabal si no está identificado con los sentimientos y la experiencia cotidiana del conjunto de la clase trabajadora. Por eso no se debe confundir un aparato autoproclamado partido, con la organización resultante de aquella fusión de teoría y masa expresada en una vanguardia real organizada con decisión y metodología revolucionarias. La estrategia del débil, del vacilante, cuando quiere oponerse a algo, es montarse a la abstracción de lo que desea desconociendo por completo el punto de partida y los pasos necesarios para alcanzarlo. Es el comportamiento del adolescente inseguro que, luego de un período de extrema confrontación, culmina con la vuelta a casa. Lo que parece más radical y resulta aparentemente más fácil, es en realidad un camino en redondo, que lleva al punto de partida. En la 89
Argentina como clave regional
un equipo gobernante. Y mientras unos ven en Kirchner el punto de apoyo para una estrategia revolucionaria, otros lanzan gritos de terror anunciando una “escalada represiva”. Desconociendo deliberadamente la lógica del sistema y la crisis del capitalismo mundial, quienes se han incorporado al gobierno en situación de absoluta subordinación, proponen programas de reactivación y desarrollo con base en las Pymes, sin ahorrar invocaciones a la necesidad de fortalecer una burguesía nacional. Frente a ellos, y abstrayéndose de la lucha interimperialista, de los realineamientos y la dinámica crecientemente belicista de las disputas intercapitalistas, haciendo completa abstracción de la situación real del proletariado, quienes niegan cualquier diferencia entre este gobierno y los de Menem y De la Rúa, convocan desde la nada a enfrentar y derrocar a Kirchner. Rechazamos este primitivismo teórico disfrazado de revolucionarismo. Y a la vez reiteramos con énfasis lo que advertíamos en 2001 y citamos más arriba: la política keynesiana no sólo es una quimera, es una quimera reaccionaria. Para trabajadores, jóvenes, desocupados y el conjunto de sectores oprimidos de la sociedad, la posibilidad de dar un paso adelante requiere como precondición una franca y tajante ruptura con esa falsa opción. No importa cuán elevado sea el precio de esa ruptura, ella es imprescindible. Si cuadros y organizaciones se dejan llevar por la inercia y se niegan a realizar el drástico replanteo que la coyuntura exige, su papel será negativo, contrario a las urgencias tácticas de la coyuntura y opuesto a las necesidades de la clase obrera y la nación en su conjunto. Sólo los necios -y los agentes del enemigo- pueden desconocer la brutal amenaza estadounidense contra la región y las derivaciones de aquella estrategia sobre la situación Argentina. Los episodios ocurridos en enero de 2005 en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, provocados por la tragedia en la discoteca Cromagnon, cuando ultraderecha y pseudoizquierdas convergieron en un bloque al que denominamos ‘macrizquierdismo’, ilustra hasta dónde puede llegar el desvío pseudorrevolucionario. Enfrente, la votación de las leyes antiterroristas en el Congreso Nacional, indicaba la naturaleza del antimperialismo oficial. 88
Luis Bilbao
El hecho es que no hay espacio para una resistencia antimperialista sostenida y con respaldo de las masas si a la vez se defiende el sistema. La satisfacción de las necesidades mínimas de las mayorías requiere decisiones que ataquen el corazón del mecanismo imperialista y, en el plano interno, dobleguen a las leyes de mercado a favor de la distribución equitativa de riquezas y la planificación económica. Si es cierto que hay un amplio espacio para la adopción de tales medidas sin romper con el sistema capitalista, no lo es menos que, por un lado, la crisis estrecha a un mínimo esos márgenes y, por otro, las clases dominantes son conscientes de la dinámica que instauran tales políticas y están alertas para enfrentarlas con el máximo de beligerancia apenas se insinúan. De allí que las contradicciones interimperialistas, los choques entre el imperialismo y las naciones subyugadas y la lucha burguesía-proletariado se entrelazan y combinan de tal manera que eliminan todo espacio para concepciones etapistas en función de un “enemigo principal”. La noción de Frente Antimperialista –que no debiera ser confundida con una organización formal- es el punto de partida de toda política consistente, así como la contraparte inseparable reside en la existencia de partidos anticapitalistas con enraizamiento en el proletariado industrial y en el conjunto de los asalariados. Pero los objetivos no se alcanzan enunciándolos. Un partido revolucionario genuino es la fusión de la teoría del socialismo científico con el activo de la clase obrera. Y éste no lo es en sentido cabal si no está identificado con los sentimientos y la experiencia cotidiana del conjunto de la clase trabajadora. Por eso no se debe confundir un aparato autoproclamado partido, con la organización resultante de aquella fusión de teoría y masa expresada en una vanguardia real organizada con decisión y metodología revolucionarias. La estrategia del débil, del vacilante, cuando quiere oponerse a algo, es montarse a la abstracción de lo que desea desconociendo por completo el punto de partida y los pasos necesarios para alcanzarlo. Es el comportamiento del adolescente inseguro que, luego de un período de extrema confrontación, culmina con la vuelta a casa. Lo que parece más radical y resulta aparentemente más fácil, es en realidad un camino en redondo, que lleva al punto de partida. En la 89
Argentina como clave regional
lucha revolucionaria ocurre algo análogo. Y si eso fue siempre verdad (es preciso leer a Marx y Engels escribiendo en la Nueva Gaceta Renana), lo es más aún ahora, ante la ciclópea tarea de revalidar la perspectiva socialista en el cerebro y el corazón de un proletariado nuevo, extraordinariamente estratificado, más culto y avanzado que nunca, más numeroso y poderoso que nunca, pero inexistente como clase para sí. Un Partido Revolucionario no es una universidad para los trabajadores sino una organización de combate. Pero una organización de revolucionarios no será Partido si en la acción no se propone educar a millones de trabajadores desculturizados, enajenados, cosificados por su función social y por el devastador efecto de los medios de difusión masiva en manos de los explotadores. Y si aquella organización no logra transformarse en partido, se transformará en secta y dejará de ser revolucionaria. Con absoluta prescindencia de la voluntad y la mayor o menor conciencia de sus componentes, ésa es la dinámica inexorable planteada en este momento histórico. Desde hace décadas la militancia revolucionaria ha sido educada -a nombre del marxismo- con base en una desgraciada combinación de pragmatismo y metafísica; abnegados luchadores asimilaron nociones a las que se les atribuye carácter de principios y se transforman en fetiches; la realidad deja de ser así el punto de partida y las posiciones se adoptan según presupuestos carentes de todo fundamento objetivo. El análisis materialista-dialéctico se reemplaza por versículos y la entrega militante se equipara a la conducta obsesiva, irracional, sumisa, de un fanático religioso, que irrespeta por definición a sus interlocutores pues asume como propia la superioridad que le atribuye al Señor. Pero el Señor es en este caso una dirección encargada de reproducir ideas basadas en sus ideas, en cuya base está la convicción de que todo el mundo es reformista, contrarrevolucionario y traidor, excepto ellos mismos. La generosidad y la voluntad de sacrificio del militante se transforma así en lo inverso; en una conducta que abre y ahonda sin cesar la brecha entre las ideas de la revolución y la masa a la que se debe fecundar con ellas. Esto no es nuevo pero se agravó en la exacta medida del reflujo del proletariado. Con los criterios y líneas de acción actuales, cualquiera 90
Luis Bilbao
de los que se consideran partidos revolucionarios enviaría a la hoguera a Marx (que, un ejemplo entre mil, escribió la Crítica al Programa de Gotha pero creyó necesario no publicarla, para no trabar el proceso de unificación de los socialistas alemanes); a Engels (que decidió dar a luz ese documento recién 15 años más tarde), a Lenin (un ejemplo en un millón: al instruir a sus delegados a una reunión de autoridades económicas de Europa en Génova explicaba: “nadie debe ser más capitalista que nosotros”), o a Trotsky (cuya conocida frase “en determinadas circunstancias debemos hacer alianzas con el diablo y con la abuela del diablo” sería exorcisada como blasfemia de Belcebú. Como subproducto, tales conductas han provocado además reacciones que inhabilitan de igual o peor manera al militante, al introducir el democratismo, la ausencia de disciplina, la dilución de criterios organizativos y de instancias con capacidad ejecutiva, dando lugar a experiencias destructivas en términos de organización y de cuadros, pues si por un lado se aniquila la idea de organización cohesionada y aguerrida con capacidad de intervención centralizada, por el otro se entroniza a algún individuo o pequeña camarilla que, con el discurso del horizontalismo, actúa de la manera más antidemocrática, apelando a un centralismo que no tiene formal ni realmente ningún punto de apoyo en la participación democrática de la militancia. Ahora, más que nunca, es incompatible la continuidad de aquella cultura política y la actuación como revolucionario. Por una razón muy sencilla: ha llegado la hora de la Revolución. La ‘transición en la transición’ es el prólogo de la confrontación de la que saldrán vencedores y vencidos. Las sectas no luchan por la victoria, por la toma del poder y la ruptura de todas las compuertas que aprisionan a la sociedad. El triunfo de la Revolución no es inevitable, pero es posible a condición de resolver los dilemas que tiene enfrente; y esto exige cambiar de raíz la cultura y la política. Es un momento tan duro y difícil como estimulante para los genuinos luchadores. Al tiempo que militantes experimentados se quiebran como hombres de paja, decenas y cientos de miles de hombres y mujeres acuciados por la crisis comienzan a recorrer el camino de la conciencia, el compromiso y la organización. Al tiempo que se asiste a repugnantes casos de corrupción en individuos que se pretenden marxistas y dirigentes, un 91
Argentina como clave regional
lucha revolucionaria ocurre algo análogo. Y si eso fue siempre verdad (es preciso leer a Marx y Engels escribiendo en la Nueva Gaceta Renana), lo es más aún ahora, ante la ciclópea tarea de revalidar la perspectiva socialista en el cerebro y el corazón de un proletariado nuevo, extraordinariamente estratificado, más culto y avanzado que nunca, más numeroso y poderoso que nunca, pero inexistente como clase para sí. Un Partido Revolucionario no es una universidad para los trabajadores sino una organización de combate. Pero una organización de revolucionarios no será Partido si en la acción no se propone educar a millones de trabajadores desculturizados, enajenados, cosificados por su función social y por el devastador efecto de los medios de difusión masiva en manos de los explotadores. Y si aquella organización no logra transformarse en partido, se transformará en secta y dejará de ser revolucionaria. Con absoluta prescindencia de la voluntad y la mayor o menor conciencia de sus componentes, ésa es la dinámica inexorable planteada en este momento histórico. Desde hace décadas la militancia revolucionaria ha sido educada -a nombre del marxismo- con base en una desgraciada combinación de pragmatismo y metafísica; abnegados luchadores asimilaron nociones a las que se les atribuye carácter de principios y se transforman en fetiches; la realidad deja de ser así el punto de partida y las posiciones se adoptan según presupuestos carentes de todo fundamento objetivo. El análisis materialista-dialéctico se reemplaza por versículos y la entrega militante se equipara a la conducta obsesiva, irracional, sumisa, de un fanático religioso, que irrespeta por definición a sus interlocutores pues asume como propia la superioridad que le atribuye al Señor. Pero el Señor es en este caso una dirección encargada de reproducir ideas basadas en sus ideas, en cuya base está la convicción de que todo el mundo es reformista, contrarrevolucionario y traidor, excepto ellos mismos. La generosidad y la voluntad de sacrificio del militante se transforma así en lo inverso; en una conducta que abre y ahonda sin cesar la brecha entre las ideas de la revolución y la masa a la que se debe fecundar con ellas. Esto no es nuevo pero se agravó en la exacta medida del reflujo del proletariado. Con los criterios y líneas de acción actuales, cualquiera 90
Luis Bilbao
de los que se consideran partidos revolucionarios enviaría a la hoguera a Marx (que, un ejemplo entre mil, escribió la Crítica al Programa de Gotha pero creyó necesario no publicarla, para no trabar el proceso de unificación de los socialistas alemanes); a Engels (que decidió dar a luz ese documento recién 15 años más tarde), a Lenin (un ejemplo en un millón: al instruir a sus delegados a una reunión de autoridades económicas de Europa en Génova explicaba: “nadie debe ser más capitalista que nosotros”), o a Trotsky (cuya conocida frase “en determinadas circunstancias debemos hacer alianzas con el diablo y con la abuela del diablo” sería exorcisada como blasfemia de Belcebú. Como subproducto, tales conductas han provocado además reacciones que inhabilitan de igual o peor manera al militante, al introducir el democratismo, la ausencia de disciplina, la dilución de criterios organizativos y de instancias con capacidad ejecutiva, dando lugar a experiencias destructivas en términos de organización y de cuadros, pues si por un lado se aniquila la idea de organización cohesionada y aguerrida con capacidad de intervención centralizada, por el otro se entroniza a algún individuo o pequeña camarilla que, con el discurso del horizontalismo, actúa de la manera más antidemocrática, apelando a un centralismo que no tiene formal ni realmente ningún punto de apoyo en la participación democrática de la militancia. Ahora, más que nunca, es incompatible la continuidad de aquella cultura política y la actuación como revolucionario. Por una razón muy sencilla: ha llegado la hora de la Revolución. La ‘transición en la transición’ es el prólogo de la confrontación de la que saldrán vencedores y vencidos. Las sectas no luchan por la victoria, por la toma del poder y la ruptura de todas las compuertas que aprisionan a la sociedad. El triunfo de la Revolución no es inevitable, pero es posible a condición de resolver los dilemas que tiene enfrente; y esto exige cambiar de raíz la cultura y la política. Es un momento tan duro y difícil como estimulante para los genuinos luchadores. Al tiempo que militantes experimentados se quiebran como hombres de paja, decenas y cientos de miles de hombres y mujeres acuciados por la crisis comienzan a recorrer el camino de la conciencia, el compromiso y la organización. Al tiempo que se asiste a repugnantes casos de corrupción en individuos que se pretenden marxistas y dirigentes, un 91
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
reclamo profundo por conductas límpidas se afirma en medio de sociedades día a día más degradadas. Y si no faltan ejemplos de cobardía, se multiplica encarnada en millones la voluntad de recuperar el sentido heroico de la vida militante.
Desafío suramericano Hay rasgos diferentes potencialmente decisivos en Brasil y Uruguay, comparados con el panorama argentino resumido en estas líneas. El Partido de los Trabajadores (PT), el Frente Amplio (FA) y el Partido Justicialista (PJ) son tres universos diferentes con apenas nada en común. Las diferencias son aún mayores si la comparación se hace con Venezuela y el gobierno de Chávez. La posterior llegada del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder en Bolivia, hizo aún más complejo el panorama. No obstante, es obligatorio pensar en dimensión hemisférica y aferrarse hasta sangrar las uñas a los puntos de contacto entre estos y otros gobiernos. En nuestra región, Estados Unidos ha perdido la iniciativa; pero multiplicará esfuerzos y argucias para recuperarla: nadie que eluda la tarea clave de impedirlo puede considerarse dirección política de un pueblo. Una de las vías de Washington para lograr ese objetivo estriba en sus socios-amigos y, mediante la manipulación de sus inmensos recursos, las presiones sobre sus socios-enemigos. Si la política a emplear con los primeros no ofrece incógnitas, es otro el caso respecto de los segundos: el arte consistirá en obligarlos a mantener la distancia con Washington sin conceder a cambio nada que ponga en cuestión la independencia en el accionar estratégico de las fuerzas revolucionarias, la clase trabajadora y el pueblo oprimido. Tal vez la tarea estratégica más difícil -por su aridez y prolongación en un tiempo durante el cual todos los frutos serán amargosconsiste en la siembra de una conciencia clasista en la inmensa masa productora de plusvalía que, si no fuese por la agudeza de la crisis, podría vivir la vida entera convencida de que forma parte de las clases dominantes. Desde los técnicos y programadores de computación hasta los médicos, pasando por la amplísima gama de profesionales asalariados, asumirán tarde o temprano su condición de alienados vendedores de su fuerza de trabajo. Y constituirán el ejército más 92
poderoso imaginable. Los tiempos de la conciencia pueden no guardar ninguna relación con el calendario. En Europa y Estados Unidos, cientos de millones de estos nuevos vehículos de la valorización del capital, desde hace ya muchas décadas enajenados como nadie en la historia humana, pueden todavía continuar años convencidos de que su peor enemigo es el colesterol. Aunque incluso allá pueden acelerarse los ritmos. En nuestros países, en cambio, su futuro está prefigurado en plazos perentorios por las columnas de “ahorristas” que en 2002 recorrían las calles de Buenos Aires gritando amenazas contra los banqueros y arremetiendo con lo que tuvieran a mano contra las puertas inexpugnables de los Bancos. Al profanar los templos sagrados del dios mayor de nuestro tiempo estaban, sin saberlo, reconociendo su condición de víctimas inermes del capital, que no contento con extraerle la plusvalía en el trabajo cotidiano, les arrebata mediante otros mecanismo el plus recibido por pertenecer aunque la expresión los horrorice- a la aristocracia obrera. No se trata de cambiar la militancia en la puerta de grandes empresas industriales por las clínicas de los barrios elegantes o los estudios jurídicos o de ingeniería donde ejércitos de asalariados con diploma ajustan tuercas de un mecanismo cuya función desconocen, para maximizar el lucro empresario (4). Se trata de entender que, en los propios conglomerados industriales, donde los obreros rasos son parte de la capa privilegiada de la clase, técnicos, ingenieros y profesionales ocupan el mismo lugar en el proceso de producción e inexorablemente esa realidad se les impone por sobre sus fantasías. Claro que esto hace más compleja la tarea no ya del militante, sino de quienes se proponen como dirigentes de partidos obreros dispuestos a la lucha por el poder, en medio de una crisis sin precedentes del capital y con los estrategas imperialistas programando una guerra inminente contra nuestros pueblos. La tarea misionera de explicar el funcionamiento del sistema capitalista, la naturaleza de la crisis, el significado del trabajo asalariado y la enajenación, la teoría del socialismo científico, es parte inescindible del objetivo de unificar a la clase en su más abarcadora 4.- Cf. Crítica de Nuestro Tiempo N° 24, pág. 51 y N° 29, pág. 16. 93
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reclamo profundo por conductas límpidas se afirma en medio de sociedades día a día más degradadas. Y si no faltan ejemplos de cobardía, se multiplica encarnada en millones la voluntad de recuperar el sentido heroico de la vida militante.
Desafío suramericano Hay rasgos diferentes potencialmente decisivos en Brasil y Uruguay, comparados con el panorama argentino resumido en estas líneas. El Partido de los Trabajadores (PT), el Frente Amplio (FA) y el Partido Justicialista (PJ) son tres universos diferentes con apenas nada en común. Las diferencias son aún mayores si la comparación se hace con Venezuela y el gobierno de Chávez. La posterior llegada del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder en Bolivia, hizo aún más complejo el panorama. No obstante, es obligatorio pensar en dimensión hemisférica y aferrarse hasta sangrar las uñas a los puntos de contacto entre estos y otros gobiernos. En nuestra región, Estados Unidos ha perdido la iniciativa; pero multiplicará esfuerzos y argucias para recuperarla: nadie que eluda la tarea clave de impedirlo puede considerarse dirección política de un pueblo. Una de las vías de Washington para lograr ese objetivo estriba en sus socios-amigos y, mediante la manipulación de sus inmensos recursos, las presiones sobre sus socios-enemigos. Si la política a emplear con los primeros no ofrece incógnitas, es otro el caso respecto de los segundos: el arte consistirá en obligarlos a mantener la distancia con Washington sin conceder a cambio nada que ponga en cuestión la independencia en el accionar estratégico de las fuerzas revolucionarias, la clase trabajadora y el pueblo oprimido. Tal vez la tarea estratégica más difícil -por su aridez y prolongación en un tiempo durante el cual todos los frutos serán amargosconsiste en la siembra de una conciencia clasista en la inmensa masa productora de plusvalía que, si no fuese por la agudeza de la crisis, podría vivir la vida entera convencida de que forma parte de las clases dominantes. Desde los técnicos y programadores de computación hasta los médicos, pasando por la amplísima gama de profesionales asalariados, asumirán tarde o temprano su condición de alienados vendedores de su fuerza de trabajo. Y constituirán el ejército más 92
poderoso imaginable. Los tiempos de la conciencia pueden no guardar ninguna relación con el calendario. En Europa y Estados Unidos, cientos de millones de estos nuevos vehículos de la valorización del capital, desde hace ya muchas décadas enajenados como nadie en la historia humana, pueden todavía continuar años convencidos de que su peor enemigo es el colesterol. Aunque incluso allá pueden acelerarse los ritmos. En nuestros países, en cambio, su futuro está prefigurado en plazos perentorios por las columnas de “ahorristas” que en 2002 recorrían las calles de Buenos Aires gritando amenazas contra los banqueros y arremetiendo con lo que tuvieran a mano contra las puertas inexpugnables de los Bancos. Al profanar los templos sagrados del dios mayor de nuestro tiempo estaban, sin saberlo, reconociendo su condición de víctimas inermes del capital, que no contento con extraerle la plusvalía en el trabajo cotidiano, les arrebata mediante otros mecanismo el plus recibido por pertenecer aunque la expresión los horrorice- a la aristocracia obrera. No se trata de cambiar la militancia en la puerta de grandes empresas industriales por las clínicas de los barrios elegantes o los estudios jurídicos o de ingeniería donde ejércitos de asalariados con diploma ajustan tuercas de un mecanismo cuya función desconocen, para maximizar el lucro empresario (4). Se trata de entender que, en los propios conglomerados industriales, donde los obreros rasos son parte de la capa privilegiada de la clase, técnicos, ingenieros y profesionales ocupan el mismo lugar en el proceso de producción e inexorablemente esa realidad se les impone por sobre sus fantasías. Claro que esto hace más compleja la tarea no ya del militante, sino de quienes se proponen como dirigentes de partidos obreros dispuestos a la lucha por el poder, en medio de una crisis sin precedentes del capital y con los estrategas imperialistas programando una guerra inminente contra nuestros pueblos. La tarea misionera de explicar el funcionamiento del sistema capitalista, la naturaleza de la crisis, el significado del trabajo asalariado y la enajenación, la teoría del socialismo científico, es parte inescindible del objetivo de unificar a la clase en su más abarcadora 4.- Cf. Crítica de Nuestro Tiempo N° 24, pág. 51 y N° 29, pág. 16. 93
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acepción. Las acciones que en función de una lucha salarial o reivindicativa de cualquier tipo chocan con este objetivo y conducen a fragmentar al activo, separarlo del conjunto y dificultar la convergencia social de éste, son, como decía Marx respecto de las sectas, “reaccionarias en esencia”. No se puede vacilar en enfrentar a tales sectarios y llamarlos por su nombre: reaccionarios. Hay un inmenso valor en la vanguardia hoy dispersa en multitud de agrupamientos, parte vital del conjunto social aunque se exprese de manera sectaria, oportunista y aventurera. Rescatar ese acervo político debe ser un objetivo irrenunciable. Pero la vía para hacerlo no es la de las componendas con sus desvíos, sino la perseverancia y la eficiencia en el trabajo con la masa asalariada en pos de su unidad social y política. Repetimos lo que hemos dicho mil veces: no se trata de unir a la izquierda (concepto vago al punto de perder todo significado real); se trata de unir a los trabajadores y el pueblo, con prescindencia de las definiciones ideológicas de sus vertientes. Una vez constituida, esa fuerza social gravitará sobre todas las expresiones sanas o rescatables de las vanguardias, generando una unidad diferente a la quimera que pretende soldar siglas por un imperativo moral y un acto de voluntad. No será superfluo reiterar un fragmento del Manifiesto Comunista que citamos una y otra vez: “¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general? Los comunistas no son un partido aparte, frente a los demás partidos obreros. No tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales [en sucesivas ediciones el adjetivo especiales sería cambiado por ‘sectarios’] según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. Los comunistas sólo se diferencian de los restantes partidos proletarios por la circunstancia de que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales los proletarios destacan y hacen valer los intereses comunes de todo el 94
Luis Bilbao
proletariado, independientes de la nacionalidad; por la otra, por el hecho de que, en las diversas fases de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre el interés del movimiento en general. Por consiguiente, los comunistas son, prácticamente, la parte más decidida de los partidos obreros de todos los países, la que siempre impulsa hacia delante; teóricamente llevan a la masa restante del proletariado la ventaja de su comprensión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: la formación del proletariado como clase, el derrocamiento de la dominación de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado. Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”. Con este arsenal teórico, político e histórico es posible afrontar los desafíos de la nueva fase a la que ha ingresado Suramérica. No hay recetas para actuar en ningún país. La “transición en la transición”, decimos, es el prólogo de la revolución. La revolución genera inexorablemente la contrarrevolución y ésta se anuncia ya en la forma de guerra imperialista. Estados Unidos está repitiendo puntualmente respecto de Suramérica, con eje en Bolivia y Venezuela, los pasos que culminaron con la invasión a Irak. La posibilidad de frenar esa dinámica en curso estriba exclusivamente en la convergencia de los países de la región. Varios de sus gobiernos van, de buen o mal grado, en ese sentido. El punto de partida para relacionarse con ellos está, por un lado, en la convicción de que es cuestión de vida o muerte sumar fuerzas en torno a un bloque antimperialista continental y por otro que sólo organizaciones de masas representativas de los pueblos 95
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acepción. Las acciones que en función de una lucha salarial o reivindicativa de cualquier tipo chocan con este objetivo y conducen a fragmentar al activo, separarlo del conjunto y dificultar la convergencia social de éste, son, como decía Marx respecto de las sectas, “reaccionarias en esencia”. No se puede vacilar en enfrentar a tales sectarios y llamarlos por su nombre: reaccionarios. Hay un inmenso valor en la vanguardia hoy dispersa en multitud de agrupamientos, parte vital del conjunto social aunque se exprese de manera sectaria, oportunista y aventurera. Rescatar ese acervo político debe ser un objetivo irrenunciable. Pero la vía para hacerlo no es la de las componendas con sus desvíos, sino la perseverancia y la eficiencia en el trabajo con la masa asalariada en pos de su unidad social y política. Repetimos lo que hemos dicho mil veces: no se trata de unir a la izquierda (concepto vago al punto de perder todo significado real); se trata de unir a los trabajadores y el pueblo, con prescindencia de las definiciones ideológicas de sus vertientes. Una vez constituida, esa fuerza social gravitará sobre todas las expresiones sanas o rescatables de las vanguardias, generando una unidad diferente a la quimera que pretende soldar siglas por un imperativo moral y un acto de voluntad. No será superfluo reiterar un fragmento del Manifiesto Comunista que citamos una y otra vez: “¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general? Los comunistas no son un partido aparte, frente a los demás partidos obreros. No tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales [en sucesivas ediciones el adjetivo especiales sería cambiado por ‘sectarios’] según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. Los comunistas sólo se diferencian de los restantes partidos proletarios por la circunstancia de que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales los proletarios destacan y hacen valer los intereses comunes de todo el 94
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proletariado, independientes de la nacionalidad; por la otra, por el hecho de que, en las diversas fases de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre el interés del movimiento en general. Por consiguiente, los comunistas son, prácticamente, la parte más decidida de los partidos obreros de todos los países, la que siempre impulsa hacia delante; teóricamente llevan a la masa restante del proletariado la ventaja de su comprensión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: la formación del proletariado como clase, el derrocamiento de la dominación de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado. Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”. Con este arsenal teórico, político e histórico es posible afrontar los desafíos de la nueva fase a la que ha ingresado Suramérica. No hay recetas para actuar en ningún país. La “transición en la transición”, decimos, es el prólogo de la revolución. La revolución genera inexorablemente la contrarrevolución y ésta se anuncia ya en la forma de guerra imperialista. Estados Unidos está repitiendo puntualmente respecto de Suramérica, con eje en Bolivia y Venezuela, los pasos que culminaron con la invasión a Irak. La posibilidad de frenar esa dinámica en curso estriba exclusivamente en la convergencia de los países de la región. Varios de sus gobiernos van, de buen o mal grado, en ese sentido. El punto de partida para relacionarse con ellos está, por un lado, en la convicción de que es cuestión de vida o muerte sumar fuerzas en torno a un bloque antimperialista continental y por otro que sólo organizaciones de masas representativas de los pueblos 95
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de cada país podrán consumar la Unión Suramericana. Los gobiernos representantes o sometidos al capital de cada una de nuestras naciones, están mostrando el límite que el mercado les pone a sus pujos suramericanistas: Brasil y Argentina paralizando el Mercosur por peleas por heladeras, televisores y zapatos, son la prueba de ese límite inexpugnable. Buenos Aires y Montevideo aceptando que un conflicto bilateral vaya más allá de toda lógica y, para colmo, poniéndolo bajo el arbitraje del rey de España, prueban la escualidez de sus gobiernos. Pero estos y otros gobiernos están a su vez cribados por contradicciones internas y con el imperialismo, que en modo alguno deben ser desconocidas. En este sentido, cada caso es diferente. En el nuestro, consideramos un error estratégico de consecuencias potencialmente trágicas la idea de sumarse al gobierno de Néstor Kirchner. A la vez insistimos en que quienes desde el ángulo opuesto identifican a este gobierno con los de la década anterior y desconocen la nueva situación nacional y hemisférica -que incluye la amenaza bélica imperialista- trabajan para que la clase obrera y el conjunto de la población sea neutralizada y en parte recuperada por los aparatos políticos y sindicales tradicionales de la contrarrevolución. Cuando calificamos como reaccionarias a las sectas que actúan de esta manera, queremos decir exactamente lo que el término significa. Como hemos tratado de resumir, la confrontación histórica en curso entre Suramérica y el imperialismo, ya ante la amenaza bélica de Estados Unidos, no encuentra una clase obrera para sí, con conciencia, organización y banderas propias. No obstante, la revolución ha comenzado, con las hibrideces y contradicciones que implica tal punto de partida. Dado el arrastre de confusiones respecto de la relación entre revolución y democracia, y ante la evidencia de que el capital financiero internacional apela a su último argumento, la violencia, y obliga a los pueblos a poner en su propia agenda la necesidad de impedir la guerra y responder el desafío bélico, vale citar una vez más al Manifiesto Comunista cuando afirma que: “El primer paso de la revolución obrera lo constituye la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia” 96
Luis Bilbao
Solamente se conquistará la verdadera democracia cuando la clase obrera ocupe como tal el poder político. Para dar ese primer paso, (no es preciso recalcar que no se limitará a una exitosa contienda electoral), este invencible proletariado contemporáneo, que aún no sabe de su propia existencia, deberá antes reconocerse y disponerse al combate. Lo hará mientras transita un camino del que no hay registro en la cartografía del movimiento obrero internacional. Ser revolucionario en este período histórico significa, ante todo, asumir el riesgo de ese tránsito.
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de cada país podrán consumar la Unión Suramericana. Los gobiernos representantes o sometidos al capital de cada una de nuestras naciones, están mostrando el límite que el mercado les pone a sus pujos suramericanistas: Brasil y Argentina paralizando el Mercosur por peleas por heladeras, televisores y zapatos, son la prueba de ese límite inexpugnable. Buenos Aires y Montevideo aceptando que un conflicto bilateral vaya más allá de toda lógica y, para colmo, poniéndolo bajo el arbitraje del rey de España, prueban la escualidez de sus gobiernos. Pero estos y otros gobiernos están a su vez cribados por contradicciones internas y con el imperialismo, que en modo alguno deben ser desconocidas. En este sentido, cada caso es diferente. En el nuestro, consideramos un error estratégico de consecuencias potencialmente trágicas la idea de sumarse al gobierno de Néstor Kirchner. A la vez insistimos en que quienes desde el ángulo opuesto identifican a este gobierno con los de la década anterior y desconocen la nueva situación nacional y hemisférica -que incluye la amenaza bélica imperialista- trabajan para que la clase obrera y el conjunto de la población sea neutralizada y en parte recuperada por los aparatos políticos y sindicales tradicionales de la contrarrevolución. Cuando calificamos como reaccionarias a las sectas que actúan de esta manera, queremos decir exactamente lo que el término significa. Como hemos tratado de resumir, la confrontación histórica en curso entre Suramérica y el imperialismo, ya ante la amenaza bélica de Estados Unidos, no encuentra una clase obrera para sí, con conciencia, organización y banderas propias. No obstante, la revolución ha comenzado, con las hibrideces y contradicciones que implica tal punto de partida. Dado el arrastre de confusiones respecto de la relación entre revolución y democracia, y ante la evidencia de que el capital financiero internacional apela a su último argumento, la violencia, y obliga a los pueblos a poner en su propia agenda la necesidad de impedir la guerra y responder el desafío bélico, vale citar una vez más al Manifiesto Comunista cuando afirma que: “El primer paso de la revolución obrera lo constituye la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia” 96
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Solamente se conquistará la verdadera democracia cuando la clase obrera ocupe como tal el poder político. Para dar ese primer paso, (no es preciso recalcar que no se limitará a una exitosa contienda electoral), este invencible proletariado contemporáneo, que aún no sabe de su propia existencia, deberá antes reconocerse y disponerse al combate. Lo hará mientras transita un camino del que no hay registro en la cartografía del movimiento obrero internacional. Ser revolucionario en este período histórico significa, ante todo, asumir el riesgo de ese tránsito.
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V Desagregaci贸n nacional y responsabilidad de las izquierdas
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V Desagregaci贸n nacional y responsabilidad de las izquierdas
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2006: nueva oportunidad, objetivos de siempre A comienzos de 2006 bulle bajo la superficie una Argentina diferente a la mostrada por los medios de difusión masiva y asumida como verdadera por dirigencias de todo género. Lejos de la consolidación de una perspectiva de estabilidad política, sostenido crecimiento económico y gradual mejoría de la situación social, es todo lo contrario lo que el país tiene por delante en un horizonte no tan lejano como suponen quienes centran su accionar en preparar candidaturas para 2007 y 2011. Esta afirmación no parte de lo ocurrido en Las Heras, Santa Cruz, en la segunda semana de febrero. Aquella potente sublevación con base en una huelga obrera es un signo por demás elocuente; pero volverán a equivocarse quienes pretendan hacer de esa lucha el centro para interpretar la coyuntura y afirmar una estrategia. A la vista de conductas recurrentes respecto de luchas importantes de los trabajadores, pero excepcionales y aisladas respecto del estado y el curso de la totalidad de la clase obrera y la sociedad argentinas, es obligado subrayar que el fenómeno al que aludimos es más amplio, más profundo y complejo que el mostrado por la huelga y movilización de Las Heras. Se trata, repetimos, del fin de un período histórico en toda América Latina, en un marco de crisis estructural capitalista a escala mundial que una vez más ingresa a una fase de agudización. En Argentina esa fuerza gravita con trazos propios, marcadamente contradictorios, al punto de desdibujar y confundir los rasgos determinantes de la coyuntura. No hay manera de delinear y aplicar una política correcta en Argentina sin partir de aquella realidad mundial y regional. La vacuidad de discursos elaborados a partir de conceptos que apelan a supuestos principios, y eluden el análisis de la situación sobre la que se debe actuar, deriva de la añeja deformación del pensamiento revolucionario que induce a relacionarse con la realidad a partir de supuestos «principios», en lugar de partir de ella observada con una 100
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Luis Bilbao
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2006: nueva oportunidad, objetivos de siempre A comienzos de 2006 bulle bajo la superficie una Argentina diferente a la mostrada por los medios de difusión masiva y asumida como verdadera por dirigencias de todo género. Lejos de la consolidación de una perspectiva de estabilidad política, sostenido crecimiento económico y gradual mejoría de la situación social, es todo lo contrario lo que el país tiene por delante en un horizonte no tan lejano como suponen quienes centran su accionar en preparar candidaturas para 2007 y 2011. Esta afirmación no parte de lo ocurrido en Las Heras, Santa Cruz, en la segunda semana de febrero. Aquella potente sublevación con base en una huelga obrera es un signo por demás elocuente; pero volverán a equivocarse quienes pretendan hacer de esa lucha el centro para interpretar la coyuntura y afirmar una estrategia. A la vista de conductas recurrentes respecto de luchas importantes de los trabajadores, pero excepcionales y aisladas respecto del estado y el curso de la totalidad de la clase obrera y la sociedad argentinas, es obligado subrayar que el fenómeno al que aludimos es más amplio, más profundo y complejo que el mostrado por la huelga y movilización de Las Heras. Se trata, repetimos, del fin de un período histórico en toda América Latina, en un marco de crisis estructural capitalista a escala mundial que una vez más ingresa a una fase de agudización. En Argentina esa fuerza gravita con trazos propios, marcadamente contradictorios, al punto de desdibujar y confundir los rasgos determinantes de la coyuntura. No hay manera de delinear y aplicar una política correcta en Argentina sin partir de aquella realidad mundial y regional. La vacuidad de discursos elaborados a partir de conceptos que apelan a supuestos principios, y eluden el análisis de la situación sobre la que se debe actuar, deriva de la añeja deformación del pensamiento revolucionario que induce a relacionarse con la realidad a partir de supuestos «principios», en lugar de partir de ella observada con una 100
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metodología científica, es decir, materialista y dialéctica. Un siglo y medio atrás Engels denunciaba con mordaz precisión esta deformación: «el pensamiento no puede jamás obtener e inferir esas formas de sí mismo, sino sólo del mundo externo. Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, y la opuesta concepción del señor Dühring es idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que en el mundo y desde la eternidad» (1). El idealismo como concepción inconsciente domina el pensamiento y la acción no sólo de cuadros sindicales y sociales, sino y de manera sobresaliente, de la casi totalidad de las dirigencias de izquierda. Argentina es el modelo perfecto de los resultados que semejante conducta por parte de cuadros y organizaciones revolucionarias produjo sobre la coyuntura nacional: en medio de una profunda crisis económica, con masas en la calle (aunque sin presencia del movimiento obrero como tal) en espontánea rebelión interclasista contra los fundamentos mismos del sistema, licuado el poder político burgués y con las clases dominantes carentes de aparatos políticos y sindicales con capacidad de tomar control de la situación, la coyuntura fue entregada sin disputa al capital, que logró recuperar la iniciativa, recomponer un aparato político e imponer un liderazgo a partir del PJ (con el apoyo silente de la UCR), en detrimento de 1.- Friedrich Engels; Anti Dühring. OME 35/Obras de Marx y Engels; Grijalbo, Barcelona 1977; pág. 36. 102
cualquier variante que reivindique una revolución aun en el más amplio e indefinido de los sentidos de este concepto. Tal inesperado desenlace provocó una mezcla de desaliento en la militancia y confusión en los cuadros medios, y dio lugar a crisis y rupturas en los partidos y organizaciones sin excepción. Esta vez no se trata sin embargo de una crisis más en la inexorable dialéctica de una organización revolucionaria, que se renueva y depura al compás de la lucha de clases. Se trata de la prolongación aumentada de la crisis detonada con el derrumbe de la Unión Soviética dos décadas atrás y que ahora ha llegado a su punto terminal. En Argentina la militancia revolucionaria organizada o semiorganizada en estructuras de tipo partidario suma decenas de millares de militantes formados y abnegados. Es una fuerza potencialmente decisiva frente a la eventual ruptura del equilibrio político entre las clases dominantes y el ingreso del país, nuevamente, en un estado de descontrol. Como veremos más abajo, esa perspectiva no es impensable y ni siquiera es remota. Pensar y actuar la Revolución en Argentina es hoy, ante todo, pensar y actuar para articular de manera efectiva una respuesta política que permita recomponer esa masa militante, esa inmensa fuerza desperdigada y desnortada que, pese a ser una clave en cualquier desenvolvimiento de la vida social, carece de protagonismo político efectivo (y esto es así incluso para aquellas organizaciones y cuadros que se han sumado al gobierno), sencillamente porque carece de estrategia de lucha por el poder. De modo que la búsqueda de una respuesta inmediata pero con largo alcance que resuelva el juego de fuerzas centrífugas, instalado en todas y cada una de las organizaciones que se definen a sí mismas como revolucionarias, constituye una tarea de primer orden de importancia.
Militante, Partido y Sociedad Ninguna de las organizaciones y dirigencias revolucionarias que en 2001 confundieron la operación estratégica de un sector burgués con una ofensiva revolucionaria del proletariado y sus aliados ha hecho una revisión crítica de sus posiciones. El pasaje de aquella supuesta ofensiva revolucionaria a la victoria del PJ en 2003 y la 103
Luis Bilbao
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metodología científica, es decir, materialista y dialéctica. Un siglo y medio atrás Engels denunciaba con mordaz precisión esta deformación: «el pensamiento no puede jamás obtener e inferir esas formas de sí mismo, sino sólo del mundo externo. Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, y la opuesta concepción del señor Dühring es idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que en el mundo y desde la eternidad» (1). El idealismo como concepción inconsciente domina el pensamiento y la acción no sólo de cuadros sindicales y sociales, sino y de manera sobresaliente, de la casi totalidad de las dirigencias de izquierda. Argentina es el modelo perfecto de los resultados que semejante conducta por parte de cuadros y organizaciones revolucionarias produjo sobre la coyuntura nacional: en medio de una profunda crisis económica, con masas en la calle (aunque sin presencia del movimiento obrero como tal) en espontánea rebelión interclasista contra los fundamentos mismos del sistema, licuado el poder político burgués y con las clases dominantes carentes de aparatos políticos y sindicales con capacidad de tomar control de la situación, la coyuntura fue entregada sin disputa al capital, que logró recuperar la iniciativa, recomponer un aparato político e imponer un liderazgo a partir del PJ (con el apoyo silente de la UCR), en detrimento de 1.- Friedrich Engels; Anti Dühring. OME 35/Obras de Marx y Engels; Grijalbo, Barcelona 1977; pág. 36. 102
cualquier variante que reivindique una revolución aun en el más amplio e indefinido de los sentidos de este concepto. Tal inesperado desenlace provocó una mezcla de desaliento en la militancia y confusión en los cuadros medios, y dio lugar a crisis y rupturas en los partidos y organizaciones sin excepción. Esta vez no se trata sin embargo de una crisis más en la inexorable dialéctica de una organización revolucionaria, que se renueva y depura al compás de la lucha de clases. Se trata de la prolongación aumentada de la crisis detonada con el derrumbe de la Unión Soviética dos décadas atrás y que ahora ha llegado a su punto terminal. En Argentina la militancia revolucionaria organizada o semiorganizada en estructuras de tipo partidario suma decenas de millares de militantes formados y abnegados. Es una fuerza potencialmente decisiva frente a la eventual ruptura del equilibrio político entre las clases dominantes y el ingreso del país, nuevamente, en un estado de descontrol. Como veremos más abajo, esa perspectiva no es impensable y ni siquiera es remota. Pensar y actuar la Revolución en Argentina es hoy, ante todo, pensar y actuar para articular de manera efectiva una respuesta política que permita recomponer esa masa militante, esa inmensa fuerza desperdigada y desnortada que, pese a ser una clave en cualquier desenvolvimiento de la vida social, carece de protagonismo político efectivo (y esto es así incluso para aquellas organizaciones y cuadros que se han sumado al gobierno), sencillamente porque carece de estrategia de lucha por el poder. De modo que la búsqueda de una respuesta inmediata pero con largo alcance que resuelva el juego de fuerzas centrífugas, instalado en todas y cada una de las organizaciones que se definen a sí mismas como revolucionarias, constituye una tarea de primer orden de importancia.
Militante, Partido y Sociedad Ninguna de las organizaciones y dirigencias revolucionarias que en 2001 confundieron la operación estratégica de un sector burgués con una ofensiva revolucionaria del proletariado y sus aliados ha hecho una revisión crítica de sus posiciones. El pasaje de aquella supuesta ofensiva revolucionaria a la victoria del PJ en 2003 y la 103
Argentina como clave regional
desaparición electoral de las izquierdas, completada hasta la reducción de éstas a la nada en 2005, no ha merecido una línea de reflexión que busque la causa de estos errores inverosímiles. Tal conducta equivale a admitir que el predominio político de las clases dominantes es fatal; que una alternativa revolucionaria no puede disputar la ideología y la expresión electoral de las masas y que la revolución vendrá por arte de magia. Es el espontaneísmo economicista llevado a su máxima expresión de incapacidad e irresponsabilidad; es la base sobre la cual se crea en el militante un mecanismo de enajenación permanente, que le impide comprender el estado de la conciencia de la clase trabajadora en un momento determinado y, por lo mismo, le cierra el paso a la elaboración y aplicación de tácticas capaces de ensamblar en el proceso vivo, contribuir efectivamente a la evolución positiva del conjunto y su vanguardia natural. En cambio, se produce el fenómeno contrario: militantes y dirigentes se distancian de los sentimientos y la comprensión del obrero, el estudiante o el vecino de un barrio en conflicto; al no comprenderlos es imposible educar, persuadir y organizar, tareas fundamentales de toda militancia verdadera. Así, para relacionarse con el movimiento vivo sólo queda hacerlo a través de imposición, sea por manipulación, maniobra de aparato o autoritarismo. Fatalmente esa conducta hacia el exterior se traslada hacia las relaciones internas de la organización, que en un proceso inconsciente para la mayoría de sus componentes se transforma en un aparato burocrático, ajeno a la noción de partido revolucionario leninista. No importa cuánto se reivindique el nombre de Trotsky y se condene al stalinismo: eso es precisamente la reiteración, mutatis mutandi, del proceso de degeneración que sufrió en los años 1920 el Partido Comunista de la Unión Soviética. Esta dinámica de inocultable degeneración, sin embargo, no admite una respuesta lineal, de contragolpe mecánico, a saber, la negación del papel de vanguardia y del concepto leninista de partido. Existe y debe existir una distancia subjetiva y objetiva del militante revolucionario respecto no sólo del ciudadano corriente, sino incluso de quienes se involucran circunstancialmente en un proceso de lucha. Las diferencias entre un revolucionario socialista y un hombre o una 104
Luis Bilbao
mujer resueltos o empujados a la lucha social, son muchas y muy hondas. La exterioridad del militante en relación con un movimiento de lucha social tiene una base objetiva y reivindicable: al asumir la perspectiva anticapitalista, al dedicar su vida a la revolución, una persona cambia valores y conductas y se distancia del ciudadano común. Negar esa diferencia es propio de quienes encubren con retórica la cobardía o la falta de determinación para romper con el modo de vida burgués. Asumir una existencia de lucha afecta el lugar del individuo en la sociedad, sus relaciones familiares, su cotidianeidad en todos los sentidos, e inexorablemente lo diferencia de su entorno, excepto cuando está entre compañeros, ámbito por definición minúsculo en relación con el conjunto social. Un hombre o una mujer dispuestos a sumarse a una organización revolucionaria, a asumir las reglas que esto implica, a consagrar su vida a la lucha contra el sistema, no es -no puede ni debe ser- igual a quien, con mayor o menor conciencia de ello, trata de lograr un lugar en la sociedad capitalista; no es igual a quien incluso con conciencia de la explotación y la injusticia, en su vida personal está dispuesto a someterse al yugo diario del capital pero rechaza el concepto y la práctica de disciplina revolucionaria. Trazarse objetivos individuales es lo opuesto de asumir una perspectiva de vida revolucionaria. Determina conductas y forja caracteres diferentes. Un revolucionario, decía Rosa Luxemburgo palabra más o menos, vive con un pie en el presente y otro en el futuro. Es decir, vive en un desgarramiento constante. El reformismo resolvió la contradicción integrando organizaciones y militantes al sistema. Ser socialista, desde esa perspectiva, es como no gustar del fútbol o negarse a pasar horas frente a un televisor: una extravagancia sin mayores consecuencias; uno es diferente del compañero de trabajo o del vecino, pero eso no se traduce en una práctica de vida diferente en lo sustancial a la de los demás. Lejos de negar esa diferencia, una genuina dirección revolucionaria debe asumirla como virtud que a la vez es un riesgo constante para la relación del militante con la sociedad en su conjunto y con la clase obrera en particular. «El revolucionario es el escalón más alto en la especie humana», decía el Che. ¿Es incorrecta, o acaso arrogante, esta definición? Filisteos de diferentes congregaciones 105
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desaparición electoral de las izquierdas, completada hasta la reducción de éstas a la nada en 2005, no ha merecido una línea de reflexión que busque la causa de estos errores inverosímiles. Tal conducta equivale a admitir que el predominio político de las clases dominantes es fatal; que una alternativa revolucionaria no puede disputar la ideología y la expresión electoral de las masas y que la revolución vendrá por arte de magia. Es el espontaneísmo economicista llevado a su máxima expresión de incapacidad e irresponsabilidad; es la base sobre la cual se crea en el militante un mecanismo de enajenación permanente, que le impide comprender el estado de la conciencia de la clase trabajadora en un momento determinado y, por lo mismo, le cierra el paso a la elaboración y aplicación de tácticas capaces de ensamblar en el proceso vivo, contribuir efectivamente a la evolución positiva del conjunto y su vanguardia natural. En cambio, se produce el fenómeno contrario: militantes y dirigentes se distancian de los sentimientos y la comprensión del obrero, el estudiante o el vecino de un barrio en conflicto; al no comprenderlos es imposible educar, persuadir y organizar, tareas fundamentales de toda militancia verdadera. Así, para relacionarse con el movimiento vivo sólo queda hacerlo a través de imposición, sea por manipulación, maniobra de aparato o autoritarismo. Fatalmente esa conducta hacia el exterior se traslada hacia las relaciones internas de la organización, que en un proceso inconsciente para la mayoría de sus componentes se transforma en un aparato burocrático, ajeno a la noción de partido revolucionario leninista. No importa cuánto se reivindique el nombre de Trotsky y se condene al stalinismo: eso es precisamente la reiteración, mutatis mutandi, del proceso de degeneración que sufrió en los años 1920 el Partido Comunista de la Unión Soviética. Esta dinámica de inocultable degeneración, sin embargo, no admite una respuesta lineal, de contragolpe mecánico, a saber, la negación del papel de vanguardia y del concepto leninista de partido. Existe y debe existir una distancia subjetiva y objetiva del militante revolucionario respecto no sólo del ciudadano corriente, sino incluso de quienes se involucran circunstancialmente en un proceso de lucha. Las diferencias entre un revolucionario socialista y un hombre o una 104
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mujer resueltos o empujados a la lucha social, son muchas y muy hondas. La exterioridad del militante en relación con un movimiento de lucha social tiene una base objetiva y reivindicable: al asumir la perspectiva anticapitalista, al dedicar su vida a la revolución, una persona cambia valores y conductas y se distancia del ciudadano común. Negar esa diferencia es propio de quienes encubren con retórica la cobardía o la falta de determinación para romper con el modo de vida burgués. Asumir una existencia de lucha afecta el lugar del individuo en la sociedad, sus relaciones familiares, su cotidianeidad en todos los sentidos, e inexorablemente lo diferencia de su entorno, excepto cuando está entre compañeros, ámbito por definición minúsculo en relación con el conjunto social. Un hombre o una mujer dispuestos a sumarse a una organización revolucionaria, a asumir las reglas que esto implica, a consagrar su vida a la lucha contra el sistema, no es -no puede ni debe ser- igual a quien, con mayor o menor conciencia de ello, trata de lograr un lugar en la sociedad capitalista; no es igual a quien incluso con conciencia de la explotación y la injusticia, en su vida personal está dispuesto a someterse al yugo diario del capital pero rechaza el concepto y la práctica de disciplina revolucionaria. Trazarse objetivos individuales es lo opuesto de asumir una perspectiva de vida revolucionaria. Determina conductas y forja caracteres diferentes. Un revolucionario, decía Rosa Luxemburgo palabra más o menos, vive con un pie en el presente y otro en el futuro. Es decir, vive en un desgarramiento constante. El reformismo resolvió la contradicción integrando organizaciones y militantes al sistema. Ser socialista, desde esa perspectiva, es como no gustar del fútbol o negarse a pasar horas frente a un televisor: una extravagancia sin mayores consecuencias; uno es diferente del compañero de trabajo o del vecino, pero eso no se traduce en una práctica de vida diferente en lo sustancial a la de los demás. Lejos de negar esa diferencia, una genuina dirección revolucionaria debe asumirla como virtud que a la vez es un riesgo constante para la relación del militante con la sociedad en su conjunto y con la clase obrera en particular. «El revolucionario es el escalón más alto en la especie humana», decía el Che. ¿Es incorrecta, o acaso arrogante, esta definición? Filisteos de diferentes congregaciones 105
Argentina como clave regional
se apresurarán a decir que sí. Allá ellos, felices con sus pantuflas. Nosotros reivindicamos la superioridad de quien esté dispuesto a la generosidad, la entrega, el sacrificio de vida y muerte que supone esforzarse por comprender las causas de la explotación y la degradación y dedicar la vida a luchar contra ellas. No cejaremos en la tarea de convocar a la juventud a atreverse a ocupar un lugar en ese sitio, que lejos de todo privilegio, por el contrario sólo garantiza la satisfacción del combate colectivo y de una victoria que no es individual ni inmediata. Esta reivindicación intransigente no supone ensalzar la diferencia, sino justamente lo contrario: exige entablar un combate sin tregua por igualar a las masas en la comprensión de las lacras del capitalismo, en la voluntad de luchar contra él, en la integración a instancias organizativas que permitan el desarrollo de la conciencia y la militancia de la clase obrera, las juventudes y el conjunto de la sociedad explotada y oprimida. Una dirección revolucionaria debe saber que las virtudes que hacen excepcional a un militante, no lo eximen de los vicios y debilidades propios de cualquier ser humano; que la generosidad no excluye la mezquindad; que la humildad es lo contrario de la altanería pero que ésta anida en aquélla. Y, sobre todo, que el indispensable conocimiento teórico de la realidad no supone la posesión de respuestas adecuadas en cualquier momento y lugar. A la vez, la respuesta espontánea de un movimiento vivo en situación de lucha puede ser el máximo punto de apoyo para interpretar la realidad y transformarla. La incomprensión de la naturaleza y dinámica de un conflicto determinado puede desatar una cascada de consecuencias aberrantes, en medio de la cual las condiciones distintivas de un militante se transformen en lo opuesto al valor positivo que implica asumir una posición de vanguardia. Eso ocurrió, por ejemplo, durante la erupción de Asambleas como consecuencia del estallido de la convertibilidad y la caída del gobierno de la Alianza, en 2001/2002. En aquella oportunidad el error garrafal de caracterización respecto de la coyuntura en curso -error en cuya base está la inconsistencia teórica y la irresponsabilidad política de direcciones autoproclamadas- puso literalmente a la militancia contra el pueblo. (Empleamos deliberada106
Luis Bilbao
mente esta categoría equívoca para subrayar que en aquella formidable movilización no participó la clase obrera en tanto que tal). Es inseparable la capacidad de la burguesía y el imperialismo de retomar el control de una situación escapada de sus manos, de la conducta de las dirigencias de organizaciones que se consideran revolucionarias. Hoy estructuras tales como Patria Libre (integrado al gobierno), Movimiento Socialista de los Trabajadores (fracturado y sin rumbo), Partido Comunista (reducido a su minimísima expresión luego del cataclismo electoral del cual fue voluntario artífice en las elecciones parlamentarias de octubre 2005), o Partido Obrero (capaz de celebrar un resultado del 0,4% de los votos como una victoria, porque en dos poblados obtuvo concejales con elevada votación, poco antes de que esos mismos concejales rompieran con la organización lanzándole las peores pullas), están cada uno en un sitio por completo diferente del cuadro político actual. Pero todos estuvieron juntos en la realidad invertida del pensamiento idealista, que transformó las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en el prólogo del asalto al poder y, en lógica consecuencia de la concepción respecto del papel de la vanguardia en una revolución, los lanzó a copar la conducción de las Asambleas para barrer a alegados reformistas y traidores y alistar a las masas para ocupar la Casa Rosada. Al menos las direcciones de Patria Libre y del recientemente autodisuelto Partido Comunista Congreso Extraordinario fueron consecuentes y ahora, bajo el comando victorioso del cavallista jefe de gabinete Alberto Fernández y la mirada escrutadora del duhaldista ministro de Interior Aníbal Fernández, entraron por fin a la Rosada y están llevando a cabo su revolución. El resto de aquel espectro se debate en la disgregación de sus filas mientras repite que Néstor Kirchner es idéntico a De la Rúa y toma cada expresión de lucha reivindicativa como prueba contundente de la voluntad de las masas por acabar «con todos» para declarar de inmediato la revolución socialista. En el paroxismo de la incongruencia, este conjunto se fractura a su vez en tres grandes corrientes: una pretende reeditar en Argentina el (hasta hace algunos meses) victorioso modelo frenteamplista uruguayo; otro definió con precisión teórica su objetivo y lanzó la consigna «frente de izquierda 100%»; y un tercero, más 107
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se apresurarán a decir que sí. Allá ellos, felices con sus pantuflas. Nosotros reivindicamos la superioridad de quien esté dispuesto a la generosidad, la entrega, el sacrificio de vida y muerte que supone esforzarse por comprender las causas de la explotación y la degradación y dedicar la vida a luchar contra ellas. No cejaremos en la tarea de convocar a la juventud a atreverse a ocupar un lugar en ese sitio, que lejos de todo privilegio, por el contrario sólo garantiza la satisfacción del combate colectivo y de una victoria que no es individual ni inmediata. Esta reivindicación intransigente no supone ensalzar la diferencia, sino justamente lo contrario: exige entablar un combate sin tregua por igualar a las masas en la comprensión de las lacras del capitalismo, en la voluntad de luchar contra él, en la integración a instancias organizativas que permitan el desarrollo de la conciencia y la militancia de la clase obrera, las juventudes y el conjunto de la sociedad explotada y oprimida. Una dirección revolucionaria debe saber que las virtudes que hacen excepcional a un militante, no lo eximen de los vicios y debilidades propios de cualquier ser humano; que la generosidad no excluye la mezquindad; que la humildad es lo contrario de la altanería pero que ésta anida en aquélla. Y, sobre todo, que el indispensable conocimiento teórico de la realidad no supone la posesión de respuestas adecuadas en cualquier momento y lugar. A la vez, la respuesta espontánea de un movimiento vivo en situación de lucha puede ser el máximo punto de apoyo para interpretar la realidad y transformarla. La incomprensión de la naturaleza y dinámica de un conflicto determinado puede desatar una cascada de consecuencias aberrantes, en medio de la cual las condiciones distintivas de un militante se transformen en lo opuesto al valor positivo que implica asumir una posición de vanguardia. Eso ocurrió, por ejemplo, durante la erupción de Asambleas como consecuencia del estallido de la convertibilidad y la caída del gobierno de la Alianza, en 2001/2002. En aquella oportunidad el error garrafal de caracterización respecto de la coyuntura en curso -error en cuya base está la inconsistencia teórica y la irresponsabilidad política de direcciones autoproclamadas- puso literalmente a la militancia contra el pueblo. (Empleamos deliberada106
Luis Bilbao
mente esta categoría equívoca para subrayar que en aquella formidable movilización no participó la clase obrera en tanto que tal). Es inseparable la capacidad de la burguesía y el imperialismo de retomar el control de una situación escapada de sus manos, de la conducta de las dirigencias de organizaciones que se consideran revolucionarias. Hoy estructuras tales como Patria Libre (integrado al gobierno), Movimiento Socialista de los Trabajadores (fracturado y sin rumbo), Partido Comunista (reducido a su minimísima expresión luego del cataclismo electoral del cual fue voluntario artífice en las elecciones parlamentarias de octubre 2005), o Partido Obrero (capaz de celebrar un resultado del 0,4% de los votos como una victoria, porque en dos poblados obtuvo concejales con elevada votación, poco antes de que esos mismos concejales rompieran con la organización lanzándole las peores pullas), están cada uno en un sitio por completo diferente del cuadro político actual. Pero todos estuvieron juntos en la realidad invertida del pensamiento idealista, que transformó las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en el prólogo del asalto al poder y, en lógica consecuencia de la concepción respecto del papel de la vanguardia en una revolución, los lanzó a copar la conducción de las Asambleas para barrer a alegados reformistas y traidores y alistar a las masas para ocupar la Casa Rosada. Al menos las direcciones de Patria Libre y del recientemente autodisuelto Partido Comunista Congreso Extraordinario fueron consecuentes y ahora, bajo el comando victorioso del cavallista jefe de gabinete Alberto Fernández y la mirada escrutadora del duhaldista ministro de Interior Aníbal Fernández, entraron por fin a la Rosada y están llevando a cabo su revolución. El resto de aquel espectro se debate en la disgregación de sus filas mientras repite que Néstor Kirchner es idéntico a De la Rúa y toma cada expresión de lucha reivindicativa como prueba contundente de la voluntad de las masas por acabar «con todos» para declarar de inmediato la revolución socialista. En el paroxismo de la incongruencia, este conjunto se fractura a su vez en tres grandes corrientes: una pretende reeditar en Argentina el (hasta hace algunos meses) victorioso modelo frenteamplista uruguayo; otro definió con precisión teórica su objetivo y lanzó la consigna «frente de izquierda 100%»; y un tercero, más 107
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consciente de la magnitud de la debacle, trata de tomar distancia del ultraizquierdismo desenfrenado y oscila entre la reiteración morigerada de sus desvíos anteriores y la asunción de una estrategia revolucionaria marxista. Este último sector ha abierto una posibilidad de debate, autocrítica y recomposición, al dar lugar a una «Autoconvocatoria por el reagrupamiento y confluencia política de los luchadores, las fuerzas populares y la izquierda». Aunque en la oscura noche infantoizquierdista todos los gatos son pardos, ésta es sin duda una oportunidad de debate serio en pos de la recomposición del pensamiento y la militancia socialistas. La participación leal en esa instancia tiene sin embargo como condición el rechazo, intransigente e igualmente franco, a la idea de que es posible alcanzar el objetivo clave de recomposición de fuerzas y fundación de un genuino partido apelando a la suma aritmética de las concepciones pseudoteóricas y las conductas políticas con las cuales los equipos dirigentes se hicieron responsables del desastre actual. No hay nombres en el index; pero hay conceptos, conductas, metodologías, que no tienen ni jamás tendrán lugar en un partido capaz de asumir y llevar a cabo las tareas de la revolución socialista en Argentina. Esto es tanto más evidente, cuando aquellos mismos ejemplos se repiten en cada conflicto puntual, en los que el accionar de una línea de vanguardia transforma al militante en lo contrario de lo que debe ser. Allí está, como uno más entre innumerables ejemplos, lo ocurrido en Las Heras. Un conflicto reivindicativo de singular potencialidad, desembocó en lo que la militancia debe tomar como signo de alerta rojo: una vez más en la historia argentina las camarillas internas del peronismo utilizaron la lucha social para dirimir por la violencia sus conflictos internos por el reparto del poder. Una vez más, la mayoría de las fuerzas revolucionarias confundió el significado táctico y estratégico de una batalla puntual. El resultado ha sido por enésima vez que el gobierno, en cuyas filas están los responsables del asesinato del policía, monopolizó la defensa de los derechos humanos y, a través de la burocracia sindical, transformó en victoria propia el resultado victorioso de la lucha reivindicativa. Los capitanes de pacotilla que llevan una y otra vez a la derrota 108
Luis Bilbao
a sus soldados no pueden ser comandantes. Tanto menos si los combatientes son representantes de las nuevas generaciones de obreros que buscan un camino para sus anhelos de reivindicación social, no hay el menor espacio para la transacción con ellos. Una línea política de tal manera errada en medio de cualquier lucha social transforma al activista en irresponsable actor de una frustración con efectos letales para la clase obrera en su conjunto: divide a las bases, desmoraliza a quienes se embarcaron en la lucha, aísla a la vanguardia, fortalece a los aparatos burocráticos y a sus dirigentes. La vanguardia se niega a sí misma en tales condiciones. Si no asume y resuelve este conjunto de contradicciones, una dirección que se pretende revolucionaria no es lo contrario de aquellas que se asumen reformistas, sino la contracara gritona de la asimilación al sistema. En consecuencia, si esta contradicción no es resuelta correctamente desde una comprensión teórica ajustada y con una mano política férrea, el militante es arrastrado a la falsa opción de transformarse en un energúmeno que vocifera y condena mientras a su alrededor crece el vacío, o desistir de edificar una organización de vanguardia. Las vacuidades con las que se condena el concepto y la práctica de vanguardia, haciendo el elogio mentiroso del democratismo y la horizontalidad, calaron en franjas demasiado anchas del activismo en todas partes no sólo porque suenan como música de ángeles a los oídos de la pequeña burguesía conflictuada, impulsada a enfrentar las aristas más descarnadas del capitalismo pero renuente al combate frontal contra el sistema; la penetración de nociones tan primarias es inseparable de la degeneración de la noción de partido revolucionario de vanguardia. El resultado en la coyuntura actual es que la militancia se divide en dos grandes conjuntos: el que apartado de la realidad concreta de las masas se encapsula en un mundo virtual sostenido a fuerza de dogmatismo e irracionalidad, y el consustanciado con el movimiento vivo pero atrapado por él, negado a la organización y a la responsabilidad histórica de la vanguardia, incapaz de dirigir la fuerza espontánea hacia la lucha política de masas y la confrontación efectiva con el poder real. Aquél entrega por omisión la resistencia social a las 109
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consciente de la magnitud de la debacle, trata de tomar distancia del ultraizquierdismo desenfrenado y oscila entre la reiteración morigerada de sus desvíos anteriores y la asunción de una estrategia revolucionaria marxista. Este último sector ha abierto una posibilidad de debate, autocrítica y recomposición, al dar lugar a una «Autoconvocatoria por el reagrupamiento y confluencia política de los luchadores, las fuerzas populares y la izquierda». Aunque en la oscura noche infantoizquierdista todos los gatos son pardos, ésta es sin duda una oportunidad de debate serio en pos de la recomposición del pensamiento y la militancia socialistas. La participación leal en esa instancia tiene sin embargo como condición el rechazo, intransigente e igualmente franco, a la idea de que es posible alcanzar el objetivo clave de recomposición de fuerzas y fundación de un genuino partido apelando a la suma aritmética de las concepciones pseudoteóricas y las conductas políticas con las cuales los equipos dirigentes se hicieron responsables del desastre actual. No hay nombres en el index; pero hay conceptos, conductas, metodologías, que no tienen ni jamás tendrán lugar en un partido capaz de asumir y llevar a cabo las tareas de la revolución socialista en Argentina. Esto es tanto más evidente, cuando aquellos mismos ejemplos se repiten en cada conflicto puntual, en los que el accionar de una línea de vanguardia transforma al militante en lo contrario de lo que debe ser. Allí está, como uno más entre innumerables ejemplos, lo ocurrido en Las Heras. Un conflicto reivindicativo de singular potencialidad, desembocó en lo que la militancia debe tomar como signo de alerta rojo: una vez más en la historia argentina las camarillas internas del peronismo utilizaron la lucha social para dirimir por la violencia sus conflictos internos por el reparto del poder. Una vez más, la mayoría de las fuerzas revolucionarias confundió el significado táctico y estratégico de una batalla puntual. El resultado ha sido por enésima vez que el gobierno, en cuyas filas están los responsables del asesinato del policía, monopolizó la defensa de los derechos humanos y, a través de la burocracia sindical, transformó en victoria propia el resultado victorioso de la lucha reivindicativa. Los capitanes de pacotilla que llevan una y otra vez a la derrota 108
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a sus soldados no pueden ser comandantes. Tanto menos si los combatientes son representantes de las nuevas generaciones de obreros que buscan un camino para sus anhelos de reivindicación social, no hay el menor espacio para la transacción con ellos. Una línea política de tal manera errada en medio de cualquier lucha social transforma al activista en irresponsable actor de una frustración con efectos letales para la clase obrera en su conjunto: divide a las bases, desmoraliza a quienes se embarcaron en la lucha, aísla a la vanguardia, fortalece a los aparatos burocráticos y a sus dirigentes. La vanguardia se niega a sí misma en tales condiciones. Si no asume y resuelve este conjunto de contradicciones, una dirección que se pretende revolucionaria no es lo contrario de aquellas que se asumen reformistas, sino la contracara gritona de la asimilación al sistema. En consecuencia, si esta contradicción no es resuelta correctamente desde una comprensión teórica ajustada y con una mano política férrea, el militante es arrastrado a la falsa opción de transformarse en un energúmeno que vocifera y condena mientras a su alrededor crece el vacío, o desistir de edificar una organización de vanguardia. Las vacuidades con las que se condena el concepto y la práctica de vanguardia, haciendo el elogio mentiroso del democratismo y la horizontalidad, calaron en franjas demasiado anchas del activismo en todas partes no sólo porque suenan como música de ángeles a los oídos de la pequeña burguesía conflictuada, impulsada a enfrentar las aristas más descarnadas del capitalismo pero renuente al combate frontal contra el sistema; la penetración de nociones tan primarias es inseparable de la degeneración de la noción de partido revolucionario de vanguardia. El resultado en la coyuntura actual es que la militancia se divide en dos grandes conjuntos: el que apartado de la realidad concreta de las masas se encapsula en un mundo virtual sostenido a fuerza de dogmatismo e irracionalidad, y el consustanciado con el movimiento vivo pero atrapado por él, negado a la organización y a la responsabilidad histórica de la vanguardia, incapaz de dirigir la fuerza espontánea hacia la lucha política de masas y la confrontación efectiva con el poder real. Aquél entrega por omisión la resistencia social a las 109
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garras político-ideológicas del capital; éste, reiterando el giro clásico del oportunismo y el centrismo, se subordina a las corrientes que, invariablemente, impulsan burguesía e imperialismo para afrontar situaciones de crisis extrema con medidas radicales por definición destinadas a impedir la ruptura con los límites del sistema. De manera que la incomprensión del momento histórico, la corrupción organizativa, la degradación del papel del partido ante la sociedad y la impotencia que deriva de esto, son aspectos inseparables de un mismo fenómeno. Se comprende así la negativa de ciertas dirigencias de izquierdas a observar la propia conducta a la luz de resultados calamitosos: corregir un milímetro en caracterizaciones y tácticas exige cambiar de cuajo todo el discurso táctico y estratégico, todas y cada una de las columnas sobre las cuales estas organizaciones y dirigentes se han sostenido durante décadas. No parece probable esperar que esas dirigencias fallidas se suiciden. Pero es menos probable -y, desde luego, inaceptable- que innumerables militantes y cuadros sinceramente entregados a la causa del socialismo se inmolen por persistir en una actitud ya no acientífica, ajena al pensamiento marxista, sino directamente irracional. Está planteada entonces una revisión profunda y franca de las caracterizaciones que derivaron en posiciones y resultados hoy a la vista de todos. Urge empeñarse en esta tarea. No para proclamar vencedores, sino para hallar explicaciones y respuestas. Para avanzar en la comprensión teórica de nuestro tiempo, del mundo y el país sobre el cual debemos actuar. No es posible que Kirchner y el PJ avancen en la recomposición del poder político de las clases dominantes, que un espejismo burgués conquiste la conciencia de los trabajadores y el pueblo, sin que la militancia (incluidos sectores revolucionarios hoy alineados con el gobierno) se disponga a articular una respuesta eficaz en función de una genuina revolución social.
Táctica y estrategia: en qué basarlas Decíamos antes que pensar y actuar la Revolución en Argentina es hoy, ante todo, pensar y actuar para recomponer la inmensa masa militante revolucionaria neutralizada por su fragmentación y falta de conducción estratégica. Pero este propósito carece de cualquier 110
Luis Bilbao
perspectiva de éxito si se apoya en sí mismo. El llamado «frentismo de izquierda» (forma bastarda del sectarismo, que de los límites de una estructura partidaria única se extiende a unas pocas siglas más), no resuelve una perspectiva para la militancia revolucionaria por la sencilla razón de que no es una solución para la perspectiva de la clase obrera. No es posible organizar, galvanizar y conducir hacia la victoria revolucionaria una vanguardia, al margen de lo que ocurra con aquello que da sentido a ocupar un lugar en la primera línea: la fuerza social de la que se destaca. Aquí hay dos temas: en primer lugar, cuál es la fuerza social a la que se refiere una organización política; en segundo lugar, cómo se relaciona con ella. En los últimos años en Argentina las organizaciones que se denominan marxistas no podrían haber estado más distantes del pensamiento y de la práctica que en su momento asumieron Marx y sus genuinos continuadores: tomaron como base social de la revolución a los desocupados; y con cuadros recién salidos de la Universidad, vestidos de pobres y con pretensiones de protagonismo, se plantaron ante ellos como jefes, para pedir «subsidios» (traducción apenas disimulada de limosna). Por añadidura, no pocas de las organizaciones que en fila pasaron a bautizar organizaciones «piqueteras» (otro dislate conceptual) con siglas idénticas a las de sus partidos y en más de un caso adoptaron el modus operandi propio de lo más corrupto de la partidocracia burguesa, cobrando un porcentaje de aquella limosna. Caricatura de una caricatura, los «movimientos piqueteros» en realidad arrastraron a los partidos que los habían creado. Nadie podría minimizar o relegar la importancia táctica y estratégica de la masa de excluidos por la crisis del sistema. Una organización que incurriera en ese error, quedaría irremediablemente por fuera de una perspectiva cierta de toma del poder político. Con la aparición de organizaciones de desocupados se vieron expresiones de abnegada solidaridad, búsqueda sincera de formas alternativas para la sobrevivencia en momentos de colapso capitalista, y de formas organizativas que prefiguran una línea de trabajo fructífero para la concientización y organización de grandes contingentes humanos 111
Argentina como clave regional
garras político-ideológicas del capital; éste, reiterando el giro clásico del oportunismo y el centrismo, se subordina a las corrientes que, invariablemente, impulsan burguesía e imperialismo para afrontar situaciones de crisis extrema con medidas radicales por definición destinadas a impedir la ruptura con los límites del sistema. De manera que la incomprensión del momento histórico, la corrupción organizativa, la degradación del papel del partido ante la sociedad y la impotencia que deriva de esto, son aspectos inseparables de un mismo fenómeno. Se comprende así la negativa de ciertas dirigencias de izquierdas a observar la propia conducta a la luz de resultados calamitosos: corregir un milímetro en caracterizaciones y tácticas exige cambiar de cuajo todo el discurso táctico y estratégico, todas y cada una de las columnas sobre las cuales estas organizaciones y dirigentes se han sostenido durante décadas. No parece probable esperar que esas dirigencias fallidas se suiciden. Pero es menos probable -y, desde luego, inaceptable- que innumerables militantes y cuadros sinceramente entregados a la causa del socialismo se inmolen por persistir en una actitud ya no acientífica, ajena al pensamiento marxista, sino directamente irracional. Está planteada entonces una revisión profunda y franca de las caracterizaciones que derivaron en posiciones y resultados hoy a la vista de todos. Urge empeñarse en esta tarea. No para proclamar vencedores, sino para hallar explicaciones y respuestas. Para avanzar en la comprensión teórica de nuestro tiempo, del mundo y el país sobre el cual debemos actuar. No es posible que Kirchner y el PJ avancen en la recomposición del poder político de las clases dominantes, que un espejismo burgués conquiste la conciencia de los trabajadores y el pueblo, sin que la militancia (incluidos sectores revolucionarios hoy alineados con el gobierno) se disponga a articular una respuesta eficaz en función de una genuina revolución social.
Táctica y estrategia: en qué basarlas Decíamos antes que pensar y actuar la Revolución en Argentina es hoy, ante todo, pensar y actuar para recomponer la inmensa masa militante revolucionaria neutralizada por su fragmentación y falta de conducción estratégica. Pero este propósito carece de cualquier 110
Luis Bilbao
perspectiva de éxito si se apoya en sí mismo. El llamado «frentismo de izquierda» (forma bastarda del sectarismo, que de los límites de una estructura partidaria única se extiende a unas pocas siglas más), no resuelve una perspectiva para la militancia revolucionaria por la sencilla razón de que no es una solución para la perspectiva de la clase obrera. No es posible organizar, galvanizar y conducir hacia la victoria revolucionaria una vanguardia, al margen de lo que ocurra con aquello que da sentido a ocupar un lugar en la primera línea: la fuerza social de la que se destaca. Aquí hay dos temas: en primer lugar, cuál es la fuerza social a la que se refiere una organización política; en segundo lugar, cómo se relaciona con ella. En los últimos años en Argentina las organizaciones que se denominan marxistas no podrían haber estado más distantes del pensamiento y de la práctica que en su momento asumieron Marx y sus genuinos continuadores: tomaron como base social de la revolución a los desocupados; y con cuadros recién salidos de la Universidad, vestidos de pobres y con pretensiones de protagonismo, se plantaron ante ellos como jefes, para pedir «subsidios» (traducción apenas disimulada de limosna). Por añadidura, no pocas de las organizaciones que en fila pasaron a bautizar organizaciones «piqueteras» (otro dislate conceptual) con siglas idénticas a las de sus partidos y en más de un caso adoptaron el modus operandi propio de lo más corrupto de la partidocracia burguesa, cobrando un porcentaje de aquella limosna. Caricatura de una caricatura, los «movimientos piqueteros» en realidad arrastraron a los partidos que los habían creado. Nadie podría minimizar o relegar la importancia táctica y estratégica de la masa de excluidos por la crisis del sistema. Una organización que incurriera en ese error, quedaría irremediablemente por fuera de una perspectiva cierta de toma del poder político. Con la aparición de organizaciones de desocupados se vieron expresiones de abnegada solidaridad, búsqueda sincera de formas alternativas para la sobrevivencia en momentos de colapso capitalista, y de formas organizativas que prefiguran una línea de trabajo fructífero para la concientización y organización de grandes contingentes humanos 111
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arrojados a la miseria extrema, la ignorancia y la degradación. Sin embargo, incluso esas expresiones nuevas e innovadoras de la lucha contra el sistema, fueron en más de un caso desviadas, manipuladas y esterilizadas por una combinación de desvío teórico y oportunismo político propiciado no sólo por individuos y pequeños grupos a la caza de notoriedad, sino principalmente por organizaciones que hallaron en esa base social la posibilidad de crecer como partidos revolucionarios y lograr un lugar en la vida política nacional. El camino recorrido en pocos años fue de la aparición genuina y espontánea de obreros desocupados y sus familias (principalmente como resultado de la privatización de YPF, en 1992) que apelaron al corte de rutas para hacerse oír, al copamiento de los remanentes de esas luchas y la movilización de desocupados en torno de la demanda de subsidios. Contingentes de familias desesperadas por el hambre eran cotidianamente cargadas en ómnibus para ser trasladadas al centro de Buenos Aires a «hacer piquetes». Se teorizó la práctica de cobrar un porcentaje de los subsidios para sostener «la organización» y se legitimó la idea de que sólo quienes asistían regularmente a las actividades «piqueteros» tenían derecho a las bolsas de alimentos y las remesas concedidas por diferentes estamentos del gobierno. Como cada partido creó su propio «movimiento piquetero» y la práctica contagió a pequeños agrupamientos militantes en el conurbano bonaerense, los cortes de calles y rutas se multiplicaron. Hubo un período en que literalmente todos los días se producían numerosos cortes de calles y accesos a la Capital Federal. Los trabajadores con ocupación no podían llegar a sus lugares de trabajo. En una ciudad donde diariamente se desplazan unos 8 millones de personas son presumibles los conflictos creados por tal metodología de protesta. Una derivación de extraordinario valor potencial, como es la adopción de una identidad por parte del luchador social, se transformó en su contrario: la «identidad piquetera» tomó la forma de hombres y mujeres (la mayoría de ellos jóvenes, con indudable decisión de lucha) encapuchados y esgrimiendo palos que en no pocas ocasiones eran usados contra quienes reclamaban por el derecho a desplazarse y en cualquier caso amedrentaban a buena parte de la sociedad. El hecho extraordinariamente positivo de que un excluido pueda 112
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afirmarse como individuo en una lucha colectiva, se transformó en rechazo individual a la sociedad excluyente mediante una conducta marginal. Lejos de condenarla, los partidos la enaltecieron como expresión de combatividad y desdeñaron cualquier esfuerzo por impedir la fractura social y política que este accionar aceleró. El poder político burgués actuó con habilidad ante el fenómeno: para «mantener el orden», hizo que la policía acordonara un área de varias cuadras alrededor de los «piqueteros», con lo cual a menudo una marcha de 50 ó 100 personas producía la paralización de sectores enteros de la ciudad, por regla general los centros de actividad comercial, administrativa y bancaria. El corte de los puentes de acceso a la Capital impedía o dificultaba el transporte de los trabajadores, que debían disponer de dos, tres o más horas adicionales para llegar a sus trabajos o regresar a sus hogares. Por supuesto y por razones obvias esto nunca ocurría en las zonas ricas de la ciudad, donde viven la burguesía y las clases medias altas. Con el tiempo, los servicios de inteligencia del Estado pasaron de la observación a la acción, armando sus propios grupos «piqueteros», que agredían a ciudadanos no ya como el resultado presumible de la situación, sino como método para ahondar y ampliar la fractura que el caos cotidiano producía en la sociedad en general y, marcadamente, en la propia clase trabajadora. Ajenas a los efectos ideológicos y políticos de mediano y largo plazo que esta deriva social generaría, las dirigencias supuestamente marxistas se aferraron al accionar irracional que promovía un «piquete» por hora y anunciaba un «argentinazo» por mes, mientras la clase obrera como tal, distante en todos los sentidos de los desocupados y cada día más enfrentada objetiva y subjetivamente con los «piqueteros», se mantuvo desmovilizada y por fuera del proceso político en marcha. Los medios de incomunicación social, en su salsa, condenaban a los «activistas» y clamaba por el «orden», echando nafta al fuego del malestar generalizado de una sociedad en la que se hizo patente la fragmentación extrema, al punto de que cada individuo asumió como propia y normal una actitud de enfrentamiento constante con quienquiera tenga en su proximidad. Ahora bien: esto no resultaba de la sublevación de los condenados de la tierra, sino de la práctica cotidiana de lo que dio en llamarse 113
Argentina como clave regional
arrojados a la miseria extrema, la ignorancia y la degradación. Sin embargo, incluso esas expresiones nuevas e innovadoras de la lucha contra el sistema, fueron en más de un caso desviadas, manipuladas y esterilizadas por una combinación de desvío teórico y oportunismo político propiciado no sólo por individuos y pequeños grupos a la caza de notoriedad, sino principalmente por organizaciones que hallaron en esa base social la posibilidad de crecer como partidos revolucionarios y lograr un lugar en la vida política nacional. El camino recorrido en pocos años fue de la aparición genuina y espontánea de obreros desocupados y sus familias (principalmente como resultado de la privatización de YPF, en 1992) que apelaron al corte de rutas para hacerse oír, al copamiento de los remanentes de esas luchas y la movilización de desocupados en torno de la demanda de subsidios. Contingentes de familias desesperadas por el hambre eran cotidianamente cargadas en ómnibus para ser trasladadas al centro de Buenos Aires a «hacer piquetes». Se teorizó la práctica de cobrar un porcentaje de los subsidios para sostener «la organización» y se legitimó la idea de que sólo quienes asistían regularmente a las actividades «piqueteros» tenían derecho a las bolsas de alimentos y las remesas concedidas por diferentes estamentos del gobierno. Como cada partido creó su propio «movimiento piquetero» y la práctica contagió a pequeños agrupamientos militantes en el conurbano bonaerense, los cortes de calles y rutas se multiplicaron. Hubo un período en que literalmente todos los días se producían numerosos cortes de calles y accesos a la Capital Federal. Los trabajadores con ocupación no podían llegar a sus lugares de trabajo. En una ciudad donde diariamente se desplazan unos 8 millones de personas son presumibles los conflictos creados por tal metodología de protesta. Una derivación de extraordinario valor potencial, como es la adopción de una identidad por parte del luchador social, se transformó en su contrario: la «identidad piquetera» tomó la forma de hombres y mujeres (la mayoría de ellos jóvenes, con indudable decisión de lucha) encapuchados y esgrimiendo palos que en no pocas ocasiones eran usados contra quienes reclamaban por el derecho a desplazarse y en cualquier caso amedrentaban a buena parte de la sociedad. El hecho extraordinariamente positivo de que un excluido pueda 112
Luis Bilbao
afirmarse como individuo en una lucha colectiva, se transformó en rechazo individual a la sociedad excluyente mediante una conducta marginal. Lejos de condenarla, los partidos la enaltecieron como expresión de combatividad y desdeñaron cualquier esfuerzo por impedir la fractura social y política que este accionar aceleró. El poder político burgués actuó con habilidad ante el fenómeno: para «mantener el orden», hizo que la policía acordonara un área de varias cuadras alrededor de los «piqueteros», con lo cual a menudo una marcha de 50 ó 100 personas producía la paralización de sectores enteros de la ciudad, por regla general los centros de actividad comercial, administrativa y bancaria. El corte de los puentes de acceso a la Capital impedía o dificultaba el transporte de los trabajadores, que debían disponer de dos, tres o más horas adicionales para llegar a sus trabajos o regresar a sus hogares. Por supuesto y por razones obvias esto nunca ocurría en las zonas ricas de la ciudad, donde viven la burguesía y las clases medias altas. Con el tiempo, los servicios de inteligencia del Estado pasaron de la observación a la acción, armando sus propios grupos «piqueteros», que agredían a ciudadanos no ya como el resultado presumible de la situación, sino como método para ahondar y ampliar la fractura que el caos cotidiano producía en la sociedad en general y, marcadamente, en la propia clase trabajadora. Ajenas a los efectos ideológicos y políticos de mediano y largo plazo que esta deriva social generaría, las dirigencias supuestamente marxistas se aferraron al accionar irracional que promovía un «piquete» por hora y anunciaba un «argentinazo» por mes, mientras la clase obrera como tal, distante en todos los sentidos de los desocupados y cada día más enfrentada objetiva y subjetivamente con los «piqueteros», se mantuvo desmovilizada y por fuera del proceso político en marcha. Los medios de incomunicación social, en su salsa, condenaban a los «activistas» y clamaba por el «orden», echando nafta al fuego del malestar generalizado de una sociedad en la que se hizo patente la fragmentación extrema, al punto de que cada individuo asumió como propia y normal una actitud de enfrentamiento constante con quienquiera tenga en su proximidad. Ahora bien: esto no resultaba de la sublevación de los condenados de la tierra, sino de la práctica cotidiana de lo que dio en llamarse 113
Argentina como clave regional
«movimiento piquetero», que en los hechos involucraba a una franja minúscula, proporcionalmente insignificante, de la masa de desocupados. Esta, mientras tanto, comenzó a invadir silenciosamente la ciudad en cada atardecer, para revolver la basura en busca de comida y restos vendibles. Ese ejército taciturno de seres humanos arrojados a un estado de indigencia y degradación sin mesura también recibió un nombre, que lo identificaría como nuevo actor del colapso argentino: los «cartoneros». Cuando al caer el día la ciudad salía del caos provocado por algunos cientos de «piqueteros», surgían en las sombras decenas de miles de «cartoneros». Inicialmente estos nuevos protagonistas de la cotidianeidad porteña provocaron el espanto del ciudadano común que en la puerta de su casa, en el país de las vacas y los trigales, veía personas comiendo de las bolsas de basura. Del horror a la compasión, y luego al rechazo por los efectos devastadores sobre la higiene urbana, los trabajadores ocupados y las clases medias pasaron finalmente a la indiferencia. El gobierno de la ciudad, progresista, como se sabe, tuvo la iniciativa de proponer que se separara la basura utilizable de la demás, para facilitar la labor de los «cartoneros», a los que además se les daría un uniforme y una credencial. Esta osada línea de intervención no prosperaría. Pero tuvo la virtud de mostrar la capacidad de respuesta social del capitalismo de nuestro tiempo, además de corroborar que, cuando irrumpe la crisis, los reformistas son tan ridículos e inocuos como quienes arrojan brújula y bandera y caen bajo los efectos de la enfermedad infantil del comunismo. Mientras tanto, las usinas ideológicas y políticas del capital local e imperialista avanzaron sistemáticamente en sus planes. Al cabo de un período la propia práctica en las estructuras «piqueteras» hizo una selección a la inversa y los aparatos fueron ganados por el clientelismo. Quienes resistieron esa dinámica, quedaron aislados. Y la sesuda teoría del «partido piquetero» (!!) se reveló en toda su condición visionaria: las estructuras más significativas (y en más de un caso genuinas) de esa base social, se incorporaron al gobierno, donde son ahora el ala combativa del partido que desesperadamente trata de construir la burguesía para salir del cementerio de sus aparatos políticos del pasado. Las que nacieron y existieron como apéndices 114
Luis Bilbao
de aparatos partidarios se disgregaron. Otros agrupamientos, inervados por militantes abnegados y honestos, buscan un camino de salida. Al margen incluso de un juicio de valor, es innegable que el sector numérica y políticamente más significativo de lo que dio en llamarse «movimiento piquetero» fue cooptado por el gobierno y asimilado al sistema. Sus dirigentes son funcionarios; y una porción minúscula de sus bases, clientes del aparato político que intenta formar el sector del capital que se hizo del poder con el golpe de mano de diciembre de 2001. En el otro extremo, los «cartoneros» -es decir, la masa de desocupados y excluidos- sin cesar creciente, es ya parte del paisaje natural de Buenos Aires, con apenas un dato diferenciador, provocado por la reactivación económica: en ese ejército inerme de miserables hay menos hombres adultos, más mujeres y, sobre todo, más niños. Es el rostro espantoso, intolerable, insostenible, de la crisis capitalista. Sólo que, aunque golpea a los ojos de cada habitante, se oculta a la mirada por un fenómeno de negación colectiva, aparece como exactamente lo inverso y domina la percepción social en Argentina y más allá de las fronteras: la supuesta solución de la crisis, atribuida al gobierno Kirchner, sin considerar o comprender hechos tan obvios que subleva tener que repetirlos: el colapso político lo revirtió la burguesía durante el gobierno de Eduardo Duhalde; la recuperación económica no resolvió ninguna de las causas estructurales que provocaron la explosión y… todo el cuadro político actual es inexplicable sin un factor decisivo: el papel de las dirigencias autoproclamadas revolucionarias. Este desenlace, que pone en cuestión el curso de Argentina durante todo un período por delante, tiene responsables. No hablamos de individuos sino de concepciones encarnadas en organizaciones. Y no es posible achacar esa responsabilidad a aquellas que están descartadas por definición, es decir, las que no propugnan la revolución social. Por tanto, hay que buscarlos entre las que, desde los 80 hasta el último período reseñado más arriba, en lugar de procurar a todo precio y por todos los medios la unidad social y política de los trabajadores y sus aliados, por sobre las diferencias ideológicas, culturales y partidarias que naturalmente existen en los millones de 115
Argentina como clave regional
«movimiento piquetero», que en los hechos involucraba a una franja minúscula, proporcionalmente insignificante, de la masa de desocupados. Esta, mientras tanto, comenzó a invadir silenciosamente la ciudad en cada atardecer, para revolver la basura en busca de comida y restos vendibles. Ese ejército taciturno de seres humanos arrojados a un estado de indigencia y degradación sin mesura también recibió un nombre, que lo identificaría como nuevo actor del colapso argentino: los «cartoneros». Cuando al caer el día la ciudad salía del caos provocado por algunos cientos de «piqueteros», surgían en las sombras decenas de miles de «cartoneros». Inicialmente estos nuevos protagonistas de la cotidianeidad porteña provocaron el espanto del ciudadano común que en la puerta de su casa, en el país de las vacas y los trigales, veía personas comiendo de las bolsas de basura. Del horror a la compasión, y luego al rechazo por los efectos devastadores sobre la higiene urbana, los trabajadores ocupados y las clases medias pasaron finalmente a la indiferencia. El gobierno de la ciudad, progresista, como se sabe, tuvo la iniciativa de proponer que se separara la basura utilizable de la demás, para facilitar la labor de los «cartoneros», a los que además se les daría un uniforme y una credencial. Esta osada línea de intervención no prosperaría. Pero tuvo la virtud de mostrar la capacidad de respuesta social del capitalismo de nuestro tiempo, además de corroborar que, cuando irrumpe la crisis, los reformistas son tan ridículos e inocuos como quienes arrojan brújula y bandera y caen bajo los efectos de la enfermedad infantil del comunismo. Mientras tanto, las usinas ideológicas y políticas del capital local e imperialista avanzaron sistemáticamente en sus planes. Al cabo de un período la propia práctica en las estructuras «piqueteras» hizo una selección a la inversa y los aparatos fueron ganados por el clientelismo. Quienes resistieron esa dinámica, quedaron aislados. Y la sesuda teoría del «partido piquetero» (!!) se reveló en toda su condición visionaria: las estructuras más significativas (y en más de un caso genuinas) de esa base social, se incorporaron al gobierno, donde son ahora el ala combativa del partido que desesperadamente trata de construir la burguesía para salir del cementerio de sus aparatos políticos del pasado. Las que nacieron y existieron como apéndices 114
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de aparatos partidarios se disgregaron. Otros agrupamientos, inervados por militantes abnegados y honestos, buscan un camino de salida. Al margen incluso de un juicio de valor, es innegable que el sector numérica y políticamente más significativo de lo que dio en llamarse «movimiento piquetero» fue cooptado por el gobierno y asimilado al sistema. Sus dirigentes son funcionarios; y una porción minúscula de sus bases, clientes del aparato político que intenta formar el sector del capital que se hizo del poder con el golpe de mano de diciembre de 2001. En el otro extremo, los «cartoneros» -es decir, la masa de desocupados y excluidos- sin cesar creciente, es ya parte del paisaje natural de Buenos Aires, con apenas un dato diferenciador, provocado por la reactivación económica: en ese ejército inerme de miserables hay menos hombres adultos, más mujeres y, sobre todo, más niños. Es el rostro espantoso, intolerable, insostenible, de la crisis capitalista. Sólo que, aunque golpea a los ojos de cada habitante, se oculta a la mirada por un fenómeno de negación colectiva, aparece como exactamente lo inverso y domina la percepción social en Argentina y más allá de las fronteras: la supuesta solución de la crisis, atribuida al gobierno Kirchner, sin considerar o comprender hechos tan obvios que subleva tener que repetirlos: el colapso político lo revirtió la burguesía durante el gobierno de Eduardo Duhalde; la recuperación económica no resolvió ninguna de las causas estructurales que provocaron la explosión y… todo el cuadro político actual es inexplicable sin un factor decisivo: el papel de las dirigencias autoproclamadas revolucionarias. Este desenlace, que pone en cuestión el curso de Argentina durante todo un período por delante, tiene responsables. No hablamos de individuos sino de concepciones encarnadas en organizaciones. Y no es posible achacar esa responsabilidad a aquellas que están descartadas por definición, es decir, las que no propugnan la revolución social. Por tanto, hay que buscarlos entre las que, desde los 80 hasta el último período reseñado más arriba, en lugar de procurar a todo precio y por todos los medios la unidad social y política de los trabajadores y sus aliados, por sobre las diferencias ideológicas, culturales y partidarias que naturalmente existen en los millones de 115
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
explotados y oprimidos, propiciaron una respuesta revolucionaria mediante la incorporación de esa masa diversa en todos los sentidos a supuestos «partidos» o «frentes» de izquierda, que no son partidos porque no son parte real de la clase obrera; y por no ser partidos, no pueden tampoco ser un frente real aun cuando se presenten bajo una misma sigla. Simultánea y paralelamente, aquellas líneas de acción chocaron con la tarea primordial en medio de la crisis expresada en última instancia en el desmoronamiento de la URSS y sus derivaciones posteriores en todo el planeta: la recomposición de las fuerzas revolucionarias a escala nacional e internacional. A cambio, la militancia ha asistido al espectáculo de «direcciones» que, tras interpretar que el proletariado mundial estaba a la ofensiva en 1990, en pos de la revolución y el socialismo, por sí y ante sí alumbraron aparatos insignificantes a los que denominaron Internacional. Con la misma técnica que luego se utilizaría en relación con el «movimiento piquetero», cada pseudo partido creó su propia internacional; envió cuadros a «influenciar» a revolucionarios subdotados de otros países, necesitados de la conducción incluso táctica de aquellas direcciones, cuya primera tarea consistió en mostrar que todas las demás eran, en realidad, contrarrevolucionarias al servicio del imperialismo. Cuadros talentosos, con acervo teórico y bagaje práctico de inmenso valor, resolvieron financiar un militante aquí, otro allá, para que su internacional orientara la revolución en cada país. Y de paso, que denunciara a Fidel y el PC de Cuba por su papel contrarrevolucionario dentro y fuera de Cuba. Cuando apareció Chávez en el escenario, se apresuraron a explicar que era un bonapartista al servicio del imperialismo… Parece una mala comedia; pero es el entramado real en el que se formaron y actuaron millares de hombres y mujeres que, justamente, trataban de acceder al «escalón más alto de la especie humana». Las leyes inexorables de la dialéctica producen a menudo resultados crueles: cuanto más abnegado y esforzado el militante, más enajenado su accionar; cuanto más prolongada su vida de luchador y más intensa su participación en los combates de estos años, más consolidadas las deformaciones conceptuales y metodológicas. 116
No hay margen para la ilusión de que este resultado pueda revertirse con revistas de teoría, debates y reuniones. Aunque todo ello sea necesario, sólo la irrupción del movimiento obrero real en la lucha social y política podrá rescatar esa masa militante malograda por la encerrona histórica que tocó en suerte.
Rasgos de la nueva etapa histórica El derrumbe de la URSS dio lugar a un fenómeno múltiple, incomprendido o no asumido en toda su magnitud hasta hoy. En apretada síntesis se puede resumir en dos aspectos determinantes: 1. ruptura de todas las barreras objetivas y subjetivas que condicionaban y limitaban a los países centrales (imperialistas) en la economía mundial capitalista; imposición arrolladora de las expresiones más brutales de la ley del valor en todas las economías nacionales y en todos lo planos de cada sociedad; explosión del desarrollo de las fuerzas productivas mediante la revolución científico-técnica y, en consecuencia, crecimiento absoluto y relativo del proletariado industrial en la sociedad. 2. dilución hasta la desaparición de la noción de socialismo como alternativa al capitalismo; proceso masivo y acelerado a escala mundial de pérdida de la conciencia de los trabajadores; consecuente debilitamiento y/o extinción de partidos obreros en todo el mundo; adaptación de los restantes (con apenas excepciones), a la idea y la práctica de que el capitalismo es invencible y sólo se puede intentar obtener mejoras dentro de él; desarme ideológico, organizativo y moral, de cientos de millones de trabajadores y decenas de millones de revolucionarios en todo el mundo; condena a la confusión, el individualismo y la enajenación a cientos de millones de jóvenes, precisamente en el momento de su incorporación al ejército proletario internacional numéricamente más poderoso de todos los tiempos y en una coyuntura de crisis sin precedentes del sistema. Más rápido aún que la proletarización masiva de profesionales antes independientes y la incorporación aluvional de nuevos proletarios en áreas extremadamente sensibles para el funcionamiento del sistema (como por ejemplo los técnicos y programadores en computación), se produjo el fenómeno de desideologización y alienación completa de más de la 117
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
explotados y oprimidos, propiciaron una respuesta revolucionaria mediante la incorporación de esa masa diversa en todos los sentidos a supuestos «partidos» o «frentes» de izquierda, que no son partidos porque no son parte real de la clase obrera; y por no ser partidos, no pueden tampoco ser un frente real aun cuando se presenten bajo una misma sigla. Simultánea y paralelamente, aquellas líneas de acción chocaron con la tarea primordial en medio de la crisis expresada en última instancia en el desmoronamiento de la URSS y sus derivaciones posteriores en todo el planeta: la recomposición de las fuerzas revolucionarias a escala nacional e internacional. A cambio, la militancia ha asistido al espectáculo de «direcciones» que, tras interpretar que el proletariado mundial estaba a la ofensiva en 1990, en pos de la revolución y el socialismo, por sí y ante sí alumbraron aparatos insignificantes a los que denominaron Internacional. Con la misma técnica que luego se utilizaría en relación con el «movimiento piquetero», cada pseudo partido creó su propia internacional; envió cuadros a «influenciar» a revolucionarios subdotados de otros países, necesitados de la conducción incluso táctica de aquellas direcciones, cuya primera tarea consistió en mostrar que todas las demás eran, en realidad, contrarrevolucionarias al servicio del imperialismo. Cuadros talentosos, con acervo teórico y bagaje práctico de inmenso valor, resolvieron financiar un militante aquí, otro allá, para que su internacional orientara la revolución en cada país. Y de paso, que denunciara a Fidel y el PC de Cuba por su papel contrarrevolucionario dentro y fuera de Cuba. Cuando apareció Chávez en el escenario, se apresuraron a explicar que era un bonapartista al servicio del imperialismo… Parece una mala comedia; pero es el entramado real en el que se formaron y actuaron millares de hombres y mujeres que, justamente, trataban de acceder al «escalón más alto de la especie humana». Las leyes inexorables de la dialéctica producen a menudo resultados crueles: cuanto más abnegado y esforzado el militante, más enajenado su accionar; cuanto más prolongada su vida de luchador y más intensa su participación en los combates de estos años, más consolidadas las deformaciones conceptuales y metodológicas. 116
No hay margen para la ilusión de que este resultado pueda revertirse con revistas de teoría, debates y reuniones. Aunque todo ello sea necesario, sólo la irrupción del movimiento obrero real en la lucha social y política podrá rescatar esa masa militante malograda por la encerrona histórica que tocó en suerte.
Rasgos de la nueva etapa histórica El derrumbe de la URSS dio lugar a un fenómeno múltiple, incomprendido o no asumido en toda su magnitud hasta hoy. En apretada síntesis se puede resumir en dos aspectos determinantes: 1. ruptura de todas las barreras objetivas y subjetivas que condicionaban y limitaban a los países centrales (imperialistas) en la economía mundial capitalista; imposición arrolladora de las expresiones más brutales de la ley del valor en todas las economías nacionales y en todos lo planos de cada sociedad; explosión del desarrollo de las fuerzas productivas mediante la revolución científico-técnica y, en consecuencia, crecimiento absoluto y relativo del proletariado industrial en la sociedad. 2. dilución hasta la desaparición de la noción de socialismo como alternativa al capitalismo; proceso masivo y acelerado a escala mundial de pérdida de la conciencia de los trabajadores; consecuente debilitamiento y/o extinción de partidos obreros en todo el mundo; adaptación de los restantes (con apenas excepciones), a la idea y la práctica de que el capitalismo es invencible y sólo se puede intentar obtener mejoras dentro de él; desarme ideológico, organizativo y moral, de cientos de millones de trabajadores y decenas de millones de revolucionarios en todo el mundo; condena a la confusión, el individualismo y la enajenación a cientos de millones de jóvenes, precisamente en el momento de su incorporación al ejército proletario internacional numéricamente más poderoso de todos los tiempos y en una coyuntura de crisis sin precedentes del sistema. Más rápido aún que la proletarización masiva de profesionales antes independientes y la incorporación aluvional de nuevos proletarios en áreas extremadamente sensibles para el funcionamiento del sistema (como por ejemplo los técnicos y programadores en computación), se produjo el fenómeno de desideologización y alienación completa de más de la 117
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Argentina como clave regional
mitad de la población mundial, es decir, miles de millones de seres humanos. Mientras crecía a ritmo desconocido el proletariado en sí, menguaba hasta extinguirse el proletariado para sí. La negativa a asumir ese momento histórico mundial y, a partir de allí, la coyuntura regional y nacional, redundó en la imposibilidad de comprender el papel objetivo del gobierno de Eduardo Duhalde primero y Néstor Kirchner después: la lucha interimperialista y el ahogo de las sub-burguesías locales asociadas, sobre la base de la completa ausencia de una opción teórica encarnada en la voluntad y la conciencia de millones de ciudadanos, le daba al capital una excepcional vía de escape. El saldo inmediato está a la vista: la burguesía no sólo retomó el control social y la iniciativa política, sino que ganó a buena parte de las organizaciones sociales y políticas identificadas sinceramente con la revolución. A otro contingente, no menos sincero y no menos revolucionario, al menos en las formulaciones e intenciones subjetivas, la burguesía lo arrinconó en el aislamiento sectario. Dejemos de lado en esta oportunidad lo ocurrido a las corrientes e individuos que se dejaron convencer por falacias tales como «el fin del proletariado», la «invencibilidad del capitalismo», la «crisis irreversible del socialismo», entre otras vaciedades dominantes durante los últimos años. Al otro extremo del derrumbe militante, las víctimas de la enfermedad infantil del comunismo, impedidas de comprender la extraordinaria complejidad del mundo real reprodujeron deformaciones históricas del pensamiento revolucionario: espontaneísmo (como vimos se llegó a proponer un ‘partido piquetero’); localismo llevado a límites absurdos (el caso Las Heras, entre tantos ejemplos), idealismo mecanicista como base para el razonamiento (interpretación antojadiza de la realidad mundial, imprevisión primero y ceguera después ante un fenómeno de las dimensiones de la Revolución Bolivariana). En suma, la transmutación del análisis de la realidad por el recurso sistemático al petitio principii, es decir afirmar aquello que se debe demostrar, apelar a formulaciones abstractas válidas para todo tiempo y lugar, impidieron comprender la extraordinaria complejidad de la coyuntura histórica, tanto a escala mundial como nacional. 118
Siempre la complejidad ha sido subterfugio de filisteos para negar lo obvio y eludir la responsabilidad concreta; por eso hay que subrayar que ninguna complejidad debe oscurecer la línea de confrontación y relegar o confundir el dilema que tienen ante sí las clases dominantes en Argentina.
Confrontación no saldada Eduardo Duhalde y luego, en otras condiciones, Néstor Kirchner, llevaron a cabo una exitosa operación política que, en una paradoja sin precedentes, recuperó credibilidad por parte de una sociedad hastiada y en desesperada sublevación, mientras daba una nueva vuelta de tuerca en la traslación de ingresos a favor del capital. Sin embargo, contra la opinión predominante, hay que afirmar que esta operación exitosa carece de base material para prolongarse en el tiempo sin saldar de manera neta la confrontación esbozada en 2001/02. Las causas objetivas y subjetivas que produjeron aquel choque social espontáneo, abortado y transformado en su contrario por la inexistencia de organizaciones capaces de asumir las necesidades de las masas y la complejidad de la lucha revolucionaria, lejos de resolverse, se han agravado en todos los sentidos. Por mucho que la realidad esté distorsionada y disfrazada, la tensión de fuerzas entre burguesía e imperialismo de un lado, trabajadores y conjunto de la población del otro, late en los cimientos de la sociedad; explota aquí y allá de los modos más diversos e inesperados; busca expresión y dirección política de clase; y no encontrándolas corre el riesgo estratégico de invertir su sentido y transformarse en fuerza contraria a la revolución social. Pero permanece bajo la superficie de las relaciones sociales y no deja por un instante de agravarse. Para decirlo todo de una vez: enmarcada en la lucha interimperialista por el reparto de mercados mundiales, Argentina -indiferenciada en ese punto del resto de América Latina- está de lleno en una transición convulsiva dominada por una de las condiciones clave de una situación revolucionaria: los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden vivir como hasta ahora. En su célebre clasificación, Lenin describió cuatro condiciones 119
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
mitad de la población mundial, es decir, miles de millones de seres humanos. Mientras crecía a ritmo desconocido el proletariado en sí, menguaba hasta extinguirse el proletariado para sí. La negativa a asumir ese momento histórico mundial y, a partir de allí, la coyuntura regional y nacional, redundó en la imposibilidad de comprender el papel objetivo del gobierno de Eduardo Duhalde primero y Néstor Kirchner después: la lucha interimperialista y el ahogo de las sub-burguesías locales asociadas, sobre la base de la completa ausencia de una opción teórica encarnada en la voluntad y la conciencia de millones de ciudadanos, le daba al capital una excepcional vía de escape. El saldo inmediato está a la vista: la burguesía no sólo retomó el control social y la iniciativa política, sino que ganó a buena parte de las organizaciones sociales y políticas identificadas sinceramente con la revolución. A otro contingente, no menos sincero y no menos revolucionario, al menos en las formulaciones e intenciones subjetivas, la burguesía lo arrinconó en el aislamiento sectario. Dejemos de lado en esta oportunidad lo ocurrido a las corrientes e individuos que se dejaron convencer por falacias tales como «el fin del proletariado», la «invencibilidad del capitalismo», la «crisis irreversible del socialismo», entre otras vaciedades dominantes durante los últimos años. Al otro extremo del derrumbe militante, las víctimas de la enfermedad infantil del comunismo, impedidas de comprender la extraordinaria complejidad del mundo real reprodujeron deformaciones históricas del pensamiento revolucionario: espontaneísmo (como vimos se llegó a proponer un ‘partido piquetero’); localismo llevado a límites absurdos (el caso Las Heras, entre tantos ejemplos), idealismo mecanicista como base para el razonamiento (interpretación antojadiza de la realidad mundial, imprevisión primero y ceguera después ante un fenómeno de las dimensiones de la Revolución Bolivariana). En suma, la transmutación del análisis de la realidad por el recurso sistemático al petitio principii, es decir afirmar aquello que se debe demostrar, apelar a formulaciones abstractas válidas para todo tiempo y lugar, impidieron comprender la extraordinaria complejidad de la coyuntura histórica, tanto a escala mundial como nacional. 118
Siempre la complejidad ha sido subterfugio de filisteos para negar lo obvio y eludir la responsabilidad concreta; por eso hay que subrayar que ninguna complejidad debe oscurecer la línea de confrontación y relegar o confundir el dilema que tienen ante sí las clases dominantes en Argentina.
Confrontación no saldada Eduardo Duhalde y luego, en otras condiciones, Néstor Kirchner, llevaron a cabo una exitosa operación política que, en una paradoja sin precedentes, recuperó credibilidad por parte de una sociedad hastiada y en desesperada sublevación, mientras daba una nueva vuelta de tuerca en la traslación de ingresos a favor del capital. Sin embargo, contra la opinión predominante, hay que afirmar que esta operación exitosa carece de base material para prolongarse en el tiempo sin saldar de manera neta la confrontación esbozada en 2001/02. Las causas objetivas y subjetivas que produjeron aquel choque social espontáneo, abortado y transformado en su contrario por la inexistencia de organizaciones capaces de asumir las necesidades de las masas y la complejidad de la lucha revolucionaria, lejos de resolverse, se han agravado en todos los sentidos. Por mucho que la realidad esté distorsionada y disfrazada, la tensión de fuerzas entre burguesía e imperialismo de un lado, trabajadores y conjunto de la población del otro, late en los cimientos de la sociedad; explota aquí y allá de los modos más diversos e inesperados; busca expresión y dirección política de clase; y no encontrándolas corre el riesgo estratégico de invertir su sentido y transformarse en fuerza contraria a la revolución social. Pero permanece bajo la superficie de las relaciones sociales y no deja por un instante de agravarse. Para decirlo todo de una vez: enmarcada en la lucha interimperialista por el reparto de mercados mundiales, Argentina -indiferenciada en ese punto del resto de América Latina- está de lleno en una transición convulsiva dominada por una de las condiciones clave de una situación revolucionaria: los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden vivir como hasta ahora. En su célebre clasificación, Lenin describió cuatro condiciones 119
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para reconocer una situación revolucionaria: «Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales (de una situación revolucionaria): 1) cuando es imposible para las clases gobernantes mantener su dominación sin ningún cambio, cuando una crisis, en una u otra forma, en las ‘clases altas’, una crisis en la política de las clases dominantes, abre una hendidura por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle una revolución no basta, por lo general, que ‘los de abajo no quieran’ vivir como antes, sino que también es necesario que ‘los de arriba no puedan’ vivir como hasta entonces; 2) cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente; 3) cuando, como consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación de la actividad de las masas, las cuales en tiempos ‘pacíficos’ se dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como por las mismas ‘clases altas’ a la acción histórica independiente. Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general, imposible (...) la revolución no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados por un cambio subjetivo, como es la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en las épocas de crisis, ‘caerá’ si no se lo ‘hace caer’» (2). Toda clasificación -más si trata de relaciones sociales- tiene 2.- Lenin, Obras Completas, T XXII, pág. 310; Ed. Cartago. Las bastardillas son nuestras. 120
rigideces y limitaciones que la inhabilitan cuando en lugar de ser tomada como síntesis teórico-políticas se la adopta como fórmula matemática. Excluida esa actitud, estas reflexiones de Lenin no sólo constituyen una formidable guía para la acción, sino que, en los dos primeros puntos señalados, calzan con inusual justeza con la realidad argentina actual. Nadie podrá dudar que los de abajo no quieren vivir como lo hacen, y los de arriba no pueden sostenerse como hasta ahora (¡por eso Kirchner es Presidente y el diario La Nación se limita a repetir columnas insultantes, la más de las veces traducidas del inglés!). Sólo algunos propietarios de empresas periodísticas, algunos titulares de organismos encargados de estadísticas públicas y ciertos políticos enajenados, dudan que la segunda condición planteada por Lenin se verifica –en este caso sí- con precisión milimétrica en el país: «los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente». Pero falta, y de manera absoluta, la tercera condición: no hay «una considerable intensificación de la actividad de las masas». Mucho menos está presente «la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno».
Partido y Dirección La contradicción entre la aguda vigencia de las dos primeras condiciones y la no menos estridente ausencia de la tercera ha confundido una y otra vez a la militancia. En los años 1970, con una lectura arbitraria y mecanicista de Trotsky, se concluyó que sólo faltaba «el factor subjetivo», entendido éste como el partido, el cual a su vez era entendido exclusivamente como la existencia de un equipo que se atribuía las capacidades de una conducción revolucionaria. Ahora, cuando el dilema se replantea y con mayor agudeza aun que cuatro décadas atrás, es literalmente de vida o muerte que la militancia revolucionaria no incurra en el mismo error de simplificación (para nada exento de interés individual y corporativo). Es preciso asumir en toda su dimensión y múltiple proyección la afirmación de que «los cambios objetivos son independientes de 121
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
para reconocer una situación revolucionaria: «Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales (de una situación revolucionaria): 1) cuando es imposible para las clases gobernantes mantener su dominación sin ningún cambio, cuando una crisis, en una u otra forma, en las ‘clases altas’, una crisis en la política de las clases dominantes, abre una hendidura por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle una revolución no basta, por lo general, que ‘los de abajo no quieran’ vivir como antes, sino que también es necesario que ‘los de arriba no puedan’ vivir como hasta entonces; 2) cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente; 3) cuando, como consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación de la actividad de las masas, las cuales en tiempos ‘pacíficos’ se dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como por las mismas ‘clases altas’ a la acción histórica independiente. Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general, imposible (...) la revolución no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados por un cambio subjetivo, como es la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en las épocas de crisis, ‘caerá’ si no se lo ‘hace caer’» (2). Toda clasificación -más si trata de relaciones sociales- tiene 2.- Lenin, Obras Completas, T XXII, pág. 310; Ed. Cartago. Las bastardillas son nuestras. 120
rigideces y limitaciones que la inhabilitan cuando en lugar de ser tomada como síntesis teórico-políticas se la adopta como fórmula matemática. Excluida esa actitud, estas reflexiones de Lenin no sólo constituyen una formidable guía para la acción, sino que, en los dos primeros puntos señalados, calzan con inusual justeza con la realidad argentina actual. Nadie podrá dudar que los de abajo no quieren vivir como lo hacen, y los de arriba no pueden sostenerse como hasta ahora (¡por eso Kirchner es Presidente y el diario La Nación se limita a repetir columnas insultantes, la más de las veces traducidas del inglés!). Sólo algunos propietarios de empresas periodísticas, algunos titulares de organismos encargados de estadísticas públicas y ciertos políticos enajenados, dudan que la segunda condición planteada por Lenin se verifica –en este caso sí- con precisión milimétrica en el país: «los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente». Pero falta, y de manera absoluta, la tercera condición: no hay «una considerable intensificación de la actividad de las masas». Mucho menos está presente «la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno».
Partido y Dirección La contradicción entre la aguda vigencia de las dos primeras condiciones y la no menos estridente ausencia de la tercera ha confundido una y otra vez a la militancia. En los años 1970, con una lectura arbitraria y mecanicista de Trotsky, se concluyó que sólo faltaba «el factor subjetivo», entendido éste como el partido, el cual a su vez era entendido exclusivamente como la existencia de un equipo que se atribuía las capacidades de una conducción revolucionaria. Ahora, cuando el dilema se replantea y con mayor agudeza aun que cuatro décadas atrás, es literalmente de vida o muerte que la militancia revolucionaria no incurra en el mismo error de simplificación (para nada exento de interés individual y corporativo). Es preciso asumir en toda su dimensión y múltiple proyección la afirmación de que «los cambios objetivos son independientes de 121
Argentina como clave regional
la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases», y la certeza de que el «factor subjetivo» no puede ser reducido a un equipo de dirección autoproclamada, porque una dirección es inseparable de la masa a la que en teoría debe encabezar, y mientras ésta tenga una subjetividad ajena a la idea de revolución estará faltando un factor objetivo determinante, que cerrará el paso a una dirección revolucionaria real, es decir, real en el devenir diario de la sociedad, del movimiento de masas. Los cambios objetivos son independientes de la voluntad de partidos y clases, pero no de la labor acumulada de los revolucionarios. Ésta, sedimentada en conciencia y organización, va sumando cantidades que en un momento (ése sí independiente de toda voluntad y difícilmente previsible) se transforma en calidad y produce el estallido revolucionario. Hay que subrayar que ese momento teórico difiere en todo y por todo de las cacerolas que atronaron Buenos Aires el 19 de diciembre de 2001 y supuestamente voltearon al gobierno de la Alianza. El subrayado es una advertencia para nada irónica: la confusión de cualquier explosión con una situación revolucionaria acaba con la derrota del movimiento popular sublevado y el aniquilamiento de las organizaciones revolucionarias. En algunos casos, como en los años 70 del siglo pasado, esto lleva al aniquilamiento físico de la militancia. En otros, como el período vivido entre 1983 y 2003, produce el aniquilamiento organizativo de formaciones de definición revolucionaria, lo cual por extensión conlleva la destrucción, desmoralización o neutralización de una fuerza militante clave en la lucha social y política. No es antojadiza la comparación de 1976 con 2003, aun cuando en más de un sentido se trata del desenlace inverso de un período de conmoción social. El 25 de mayo de 2003, con la asunción de Kirchner y la presencia en sendos actos masivos de Fidel Castro y Hugo Chávez, plasmaba un cambio volcánico en sentido positivo de lucha antimperialista y de emancipación social mientras simultáneamente ocurría un reacomodamiento ideológico-político que ubicaba al borde del abismo a las organizaciones asumidas como revolucionarias. A 122
Luis Bilbao
partir de ese momento, éstas se desplazarían para ingresar al gobierno u oponérsele frontalmente y en todos los planos. No es habitual asumir que un mismo fenómeno pueda concentrar trascendentales factores positivos en el mismo nido en el que ocupan lugares de prevalencia los huevos de la serpiente. Menos lo es afirmar que, o se comprende esa ambivalencia brutal, o se clausura el camino para toda comprensión. Sin embargo ése es el mensaje que necesitamos transmitirle a quienes en Argentina han luchado y siguen luchando contra el capitalismo: - el gobierno de Kirchner con los fascistas Gustavo Beliz y José Bordón (para mencionar sólo a los más connotados del Opus Dei entre otros tantos innumerables) y una cantidad igualmente significativa de mujeres y hombres imbuidos de intenciones revolucionarias, abría el 25 de mayo de 2003 un paréntesis dentro del cual se dirimiría nada menos que el curso histórico del país; - Marx sostenía, en un texto citado una y otra vez en estas páginas, que si bien las sectas tienen justificación histórica en períodos de retroceso de las luchas proletarias, cuando éstas reaparecen, aquéllas son «reaccionarias en esencia» (3). La descripción que hemos resumido aquí no deja lugar a dudas respecto del papel reaccionario de las sectas en este período. Una conclusión lineal, por tanto, afirmaría que el colapso de las organizaciones de la izquierda revolucionaria en Argentina, entendido como destrucción de las sectas de izquierda y resultante de la irrupción del kirchnerismo, es un factor históricamente positivo. El hecho es que la ambivalencia del oficialismo actual no niega su carácter de clase, de la misma manera que la relatividad del tiempo no impide que un hombre envejezca y muera. El principio de la indeterminación, fruto y motor del pensamiento idealista, traducido en formulaciones corrientes tales como «éste es un gobierno en disputa», empuja a franjas importantes de militantes a una trampa mortal. No sólo por su origen y composición, sino ante todo por las relaciones sociales de producción de las cuales es heredero y constan3.- Marx a, carta a Bolte, Correspondencia Marx/Engels. Editorial Cartago; Buenos Aires 1987; pág. 260. 123
Argentina como clave regional
la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases», y la certeza de que el «factor subjetivo» no puede ser reducido a un equipo de dirección autoproclamada, porque una dirección es inseparable de la masa a la que en teoría debe encabezar, y mientras ésta tenga una subjetividad ajena a la idea de revolución estará faltando un factor objetivo determinante, que cerrará el paso a una dirección revolucionaria real, es decir, real en el devenir diario de la sociedad, del movimiento de masas. Los cambios objetivos son independientes de la voluntad de partidos y clases, pero no de la labor acumulada de los revolucionarios. Ésta, sedimentada en conciencia y organización, va sumando cantidades que en un momento (ése sí independiente de toda voluntad y difícilmente previsible) se transforma en calidad y produce el estallido revolucionario. Hay que subrayar que ese momento teórico difiere en todo y por todo de las cacerolas que atronaron Buenos Aires el 19 de diciembre de 2001 y supuestamente voltearon al gobierno de la Alianza. El subrayado es una advertencia para nada irónica: la confusión de cualquier explosión con una situación revolucionaria acaba con la derrota del movimiento popular sublevado y el aniquilamiento de las organizaciones revolucionarias. En algunos casos, como en los años 70 del siglo pasado, esto lleva al aniquilamiento físico de la militancia. En otros, como el período vivido entre 1983 y 2003, produce el aniquilamiento organizativo de formaciones de definición revolucionaria, lo cual por extensión conlleva la destrucción, desmoralización o neutralización de una fuerza militante clave en la lucha social y política. No es antojadiza la comparación de 1976 con 2003, aun cuando en más de un sentido se trata del desenlace inverso de un período de conmoción social. El 25 de mayo de 2003, con la asunción de Kirchner y la presencia en sendos actos masivos de Fidel Castro y Hugo Chávez, plasmaba un cambio volcánico en sentido positivo de lucha antimperialista y de emancipación social mientras simultáneamente ocurría un reacomodamiento ideológico-político que ubicaba al borde del abismo a las organizaciones asumidas como revolucionarias. A 122
Luis Bilbao
partir de ese momento, éstas se desplazarían para ingresar al gobierno u oponérsele frontalmente y en todos los planos. No es habitual asumir que un mismo fenómeno pueda concentrar trascendentales factores positivos en el mismo nido en el que ocupan lugares de prevalencia los huevos de la serpiente. Menos lo es afirmar que, o se comprende esa ambivalencia brutal, o se clausura el camino para toda comprensión. Sin embargo ése es el mensaje que necesitamos transmitirle a quienes en Argentina han luchado y siguen luchando contra el capitalismo: - el gobierno de Kirchner con los fascistas Gustavo Beliz y José Bordón (para mencionar sólo a los más connotados del Opus Dei entre otros tantos innumerables) y una cantidad igualmente significativa de mujeres y hombres imbuidos de intenciones revolucionarias, abría el 25 de mayo de 2003 un paréntesis dentro del cual se dirimiría nada menos que el curso histórico del país; - Marx sostenía, en un texto citado una y otra vez en estas páginas, que si bien las sectas tienen justificación histórica en períodos de retroceso de las luchas proletarias, cuando éstas reaparecen, aquéllas son «reaccionarias en esencia» (3). La descripción que hemos resumido aquí no deja lugar a dudas respecto del papel reaccionario de las sectas en este período. Una conclusión lineal, por tanto, afirmaría que el colapso de las organizaciones de la izquierda revolucionaria en Argentina, entendido como destrucción de las sectas de izquierda y resultante de la irrupción del kirchnerismo, es un factor históricamente positivo. El hecho es que la ambivalencia del oficialismo actual no niega su carácter de clase, de la misma manera que la relatividad del tiempo no impide que un hombre envejezca y muera. El principio de la indeterminación, fruto y motor del pensamiento idealista, traducido en formulaciones corrientes tales como «éste es un gobierno en disputa», empuja a franjas importantes de militantes a una trampa mortal. No sólo por su origen y composición, sino ante todo por las relaciones sociales de producción de las cuales es heredero y constan3.- Marx a, carta a Bolte, Correspondencia Marx/Engels. Editorial Cartago; Buenos Aires 1987; pág. 260. 123
Argentina como clave regional
temente reproduce en todos los planos y sentidos, el gobierno encabezado por Néstor Kirchner es un engranaje del mecanismo del sistema capitalista. Esto no supone una opinión respecto de las intenciones del Presidente y es tan obvio como el hecho de que el funcionamiento del sistema requería en medio de la crisis un engranaje con particularidades excepcionales. Esa misma excepcionalidad le será demandada al elenco gobernante por la reaparición, bajo la forma que fuere, de la crisis. Sólo que en la próxima vuelta, este equipo catapultado al poder por la crisis será puesto en cuestión por ésta. Ni en conceptos teóricos o formulaciones programáticas, ni en los hechos puros y duros dio el gobierno durante tres años un solo paso destinado a cambiar las relaciones de clase. De manera sistemática ha ocurrido lo inverso; y está a la vista: desde la distribución del producto excedente hasta los alineamientos con la burocracia sindical, desde el destino de los resultados de la recuperación económica (fácilmente mensurable con el nivel del salario real y la salida de 10 mil millones bajo la forma de pago al FMI) hasta el curso de recomposición política que terminó subordinando cuadros combativos a los restos en descomposición del aparato mafioso del PJ, desde la relación con antiguos y nuevos grupos económicos hasta la que se verifica respecto de la población en los actos públicos del Presidente, no podrá hallarse un solo hecho que permita fortalecer ideológica, política, social o económicamente a los de abajo en relación con las clases dominantes. La idea de «dar poder a los pobres para acabar con la pobreza» no sólo no está en el léxico oficial: tampoco está en sus líneas de acción de corto, mediano o largo plazos. Por eso crece la economía y la pobreza a la vez; aumenta la producción de riqueza y la marginalidad; se recompone el sistema institucional al compás de una degradación vertiginosa de la política: porque el curso del movimiento no va en el sentido de la participación consciente y organizada, en el mejoramiento económico y social, en la educación y el protagonismo de las mayorías, es decir, en el sentido del cambio de relaciones de fuerza y lugar entre las masas, sino en favor del statu quo ante. Estas afirmaciones no encarnan problemas mayores para quienes por convicción, conveniencia o simple ignorancia, creen que la crisis 124
Luis Bilbao
del sistema ha sido superada y sólo resta mejorar los términos de la distribución y la calidad de las instituciones. Quienes tenemos la certeza de lo contrario, sin embargo, debemos poner manos a la obra para afrontar lo que inexorablemente viene. Aquí reaparece el dilema de qué hacer respecto de la legión dispersa de militantes revolucionarios. Pero falta reconocer que tanto la crisis como la respuesta y eventual solución tienen raíz y alcance internacional. Por lo tanto no es posible dar un solo paso si no se analiza qué lugar ocupa el actual gobierno argentino en ese plano. La contradicción que polariza a la militancia y la conduce a un callejón sin salida estriba en la imposibilidad de asumir que un dato esencial de la crisis que envuelve al planeta es la lucha interimperialista e interburguesa, que se desenvuelve en el marco de la desorganización y desideologización de la clase obrera mundial. Sin negar ninguno de los factores que hacen de este gobierno un defensor del statu quo ante, es preciso entender que surge como fruto de la lucha interburguesa en el plano interno y de la lucha interimperialista en el plano internacional. Ese origen es tan determinante de su condición como lo es su naturaleza de clase. Para el pensamiento mágico, para pseudodirecciones irresponsables que no preparan la batalla contra el poder real, esas contradicciones carecen de relevancia. Pero quienes se propongan de verdad desafiar y vencer al capitalismo no pueden desestimar tales contradicciones. La distancia entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte no de una persona, sino de millones y sobre todo de una perspectiva histórica de emancipación y redención social, estriba precisamente en la capacidad para intervenir con estrategia y fuerza propias en la múltiple confrontación que ocurre ahora mismo a escala planetaria. De la misma manera que no es posible avanzar un milímetro en la recomposición de la vanguardia sin partir del estado y la evolución de la clase a la que ésta pertenece y se refiere, es igualmente imprescindible partir de la realidad internacional y regional de la clase obrera y sus aliados. Dar indicaciones para cada país desde un escritorio y enviar portavoces para «influir» en la revolución mundial, es algo más que una caricatura grotesca del 125
Argentina como clave regional
temente reproduce en todos los planos y sentidos, el gobierno encabezado por Néstor Kirchner es un engranaje del mecanismo del sistema capitalista. Esto no supone una opinión respecto de las intenciones del Presidente y es tan obvio como el hecho de que el funcionamiento del sistema requería en medio de la crisis un engranaje con particularidades excepcionales. Esa misma excepcionalidad le será demandada al elenco gobernante por la reaparición, bajo la forma que fuere, de la crisis. Sólo que en la próxima vuelta, este equipo catapultado al poder por la crisis será puesto en cuestión por ésta. Ni en conceptos teóricos o formulaciones programáticas, ni en los hechos puros y duros dio el gobierno durante tres años un solo paso destinado a cambiar las relaciones de clase. De manera sistemática ha ocurrido lo inverso; y está a la vista: desde la distribución del producto excedente hasta los alineamientos con la burocracia sindical, desde el destino de los resultados de la recuperación económica (fácilmente mensurable con el nivel del salario real y la salida de 10 mil millones bajo la forma de pago al FMI) hasta el curso de recomposición política que terminó subordinando cuadros combativos a los restos en descomposición del aparato mafioso del PJ, desde la relación con antiguos y nuevos grupos económicos hasta la que se verifica respecto de la población en los actos públicos del Presidente, no podrá hallarse un solo hecho que permita fortalecer ideológica, política, social o económicamente a los de abajo en relación con las clases dominantes. La idea de «dar poder a los pobres para acabar con la pobreza» no sólo no está en el léxico oficial: tampoco está en sus líneas de acción de corto, mediano o largo plazos. Por eso crece la economía y la pobreza a la vez; aumenta la producción de riqueza y la marginalidad; se recompone el sistema institucional al compás de una degradación vertiginosa de la política: porque el curso del movimiento no va en el sentido de la participación consciente y organizada, en el mejoramiento económico y social, en la educación y el protagonismo de las mayorías, es decir, en el sentido del cambio de relaciones de fuerza y lugar entre las masas, sino en favor del statu quo ante. Estas afirmaciones no encarnan problemas mayores para quienes por convicción, conveniencia o simple ignorancia, creen que la crisis 124
Luis Bilbao
del sistema ha sido superada y sólo resta mejorar los términos de la distribución y la calidad de las instituciones. Quienes tenemos la certeza de lo contrario, sin embargo, debemos poner manos a la obra para afrontar lo que inexorablemente viene. Aquí reaparece el dilema de qué hacer respecto de la legión dispersa de militantes revolucionarios. Pero falta reconocer que tanto la crisis como la respuesta y eventual solución tienen raíz y alcance internacional. Por lo tanto no es posible dar un solo paso si no se analiza qué lugar ocupa el actual gobierno argentino en ese plano. La contradicción que polariza a la militancia y la conduce a un callejón sin salida estriba en la imposibilidad de asumir que un dato esencial de la crisis que envuelve al planeta es la lucha interimperialista e interburguesa, que se desenvuelve en el marco de la desorganización y desideologización de la clase obrera mundial. Sin negar ninguno de los factores que hacen de este gobierno un defensor del statu quo ante, es preciso entender que surge como fruto de la lucha interburguesa en el plano interno y de la lucha interimperialista en el plano internacional. Ese origen es tan determinante de su condición como lo es su naturaleza de clase. Para el pensamiento mágico, para pseudodirecciones irresponsables que no preparan la batalla contra el poder real, esas contradicciones carecen de relevancia. Pero quienes se propongan de verdad desafiar y vencer al capitalismo no pueden desestimar tales contradicciones. La distancia entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte no de una persona, sino de millones y sobre todo de una perspectiva histórica de emancipación y redención social, estriba precisamente en la capacidad para intervenir con estrategia y fuerza propias en la múltiple confrontación que ocurre ahora mismo a escala planetaria. De la misma manera que no es posible avanzar un milímetro en la recomposición de la vanguardia sin partir del estado y la evolución de la clase a la que ésta pertenece y se refiere, es igualmente imprescindible partir de la realidad internacional y regional de la clase obrera y sus aliados. Dar indicaciones para cada país desde un escritorio y enviar portavoces para «influir» en la revolución mundial, es algo más que una caricatura grotesca del 125
Argentina como clave regional
internacionalismo: es una concepción y una práctica provinciana de la política. Eso y nada menos es lo que han practicado y siguen practicando los charlatanes irresponsables que desconocen realidades como la Revolución Cubana, encogen los hombros frente a la Revolución Bolivariana, se solazan con la deriva reformista de Lula, recuerdan que ya sabían cómo es Tabaré Vázquez, explican con suficiencia despectiva el vuelco de la situación en Bolivia, para interpretar lo que ocurre en Perú corren a buscar el ADN de un ex militar y desestiman el curso de los acontecimientos en Ecuador. El provincianismo, en el peor sentido de la palabra, llega al punto de que preclaros dirigentes de la revolución mundial acaban postulándose como concejales… y salen chamuscados! Basta con eso. El internacionalismo es en primer lugar pensar, comprender y actuar desde y para una realidad internacional. La acción revolucionaria internacional implica en primer lugar pensar, comprender y actuar para enfrentar y vencer al centro vital del sistema: el imperialismo estadounidense. En términos históricos, no hay ni podrá jamás haber una revolución victoriosa en un país sin la derrota del imperialismo. No hay ni podrá jamás haber recomposición de la vanguardia sin la afirmación en el tiempo del desarrollo consciente y organizado de la clase obrera, lo cual supone al límite la derrota del imperialismo. La dinámica de convergencia de gobiernos actuales no sólo en América Latina y el Caribe sino en el hemisferio Sur del planeta, es una clave para enfrentar a tamaño enemigo. Se trata de gobiernos de muy diferente naturaleza y condición, pero esa convergencia, aun en su contradictorio desenvolvimiento, va en detrimento del control, la base de sustentación y la capacidad de acción del imperialismo. La revolución necesita ese espacio para abrirse paso y defenderse, en momentos en que la crisis estructural lanza al gendarme mundial contra el mundo, con todo su poder destructivo: tras las invasiones a Afganistán e Irak, el Pentágono prepara una agresión atómica contra Irán y tiende líneas de inequívoca confrontación bélica hacia Suramérica y el Caribe. No es un problema que otro debe resolver. Es el principal problema de los revolucionarios decididos a encabezar una revolución. 126
Luis Bilbao
Ahora bien: no hay modo de adoptar una posición sólida frente al gobierno argentino sin asumir este cuadro internacional. Así como resulta transparente que la política oficial no cambió un ápice las relaciones de fuerza entre las masas y las clases dominantes, es igualmente evidente que sí hubo cambios en las relaciones internas de la burguesía y, por lo mismo, del país respecto del imperialismo estadounidense. El proletariado, las juventudes, la militancia, de uno u otro modo comprenden bien el papel del imperialismo, cuyos estrategas están dispuestos a arrojar una bomba atómica sobre Irán con el objetivo de golpear la conciencia de todo el mundo, para sostener su predominio mediante el único medio que le resta: el terror. La militancia en Argentina no podrá relacionarse con las masas sin ofrecerle una respuesta creíble a esta conducta del máximo enemigo de la revolución. En un contexto análogo -aunque incomparablemente menos grave- se impuso entre la primera y la segunda guerra mundiales la noción teórica de Frente Antimperialista y el accionar político en función de ella; no es un descubrimiento reciente; es una elaboración de la Internacional Comunista en el momento de mayor vigor de la Revolución Rusa y con la participación dirigente de Lenin. Abandonar la política de Frente Antimperialista, sea para reemplazarla con los Frentes Populares o por el sectarismo, es ni más ni menos que abandonar la perspectiva de una revolución verdadera. ¿Alguien recuerda la Plaza del No, el 1º de mayo de 1989? Entonces existía Izquierda Unida, que con todas sus insalvables debilidades (4) era cualitativamente diferente de la caricatura patética que compusieron años después el PC y el MST y expiró por fin el año pasado. En aquella oportunidad, ha ya 17 años, IU convocó a unas 80 mil personas a la Plaza de Mayo. El país enfrentaba una embestida imperialista brutal, que mediante la figura de Menem devastaría la nación durante la década siguiente. Pese a nuestra resistencia fueron designados como oradores quienes habían sido candidatos a presidente y vice meses antes. Habíamos planteado que ese punto era para nosotros condición de 4.- No decimos esto ahora: como parte integrante de IU y Fral señalamos desde el primer momento su inviabilidad en la medida en que no cambiase conceptos y métodos elementales. Ver «El abismo y el horizonte»; Búsqueda, Buenos Aires 1994. 127
Argentina como clave regional
internacionalismo: es una concepción y una práctica provinciana de la política. Eso y nada menos es lo que han practicado y siguen practicando los charlatanes irresponsables que desconocen realidades como la Revolución Cubana, encogen los hombros frente a la Revolución Bolivariana, se solazan con la deriva reformista de Lula, recuerdan que ya sabían cómo es Tabaré Vázquez, explican con suficiencia despectiva el vuelco de la situación en Bolivia, para interpretar lo que ocurre en Perú corren a buscar el ADN de un ex militar y desestiman el curso de los acontecimientos en Ecuador. El provincianismo, en el peor sentido de la palabra, llega al punto de que preclaros dirigentes de la revolución mundial acaban postulándose como concejales… y salen chamuscados! Basta con eso. El internacionalismo es en primer lugar pensar, comprender y actuar desde y para una realidad internacional. La acción revolucionaria internacional implica en primer lugar pensar, comprender y actuar para enfrentar y vencer al centro vital del sistema: el imperialismo estadounidense. En términos históricos, no hay ni podrá jamás haber una revolución victoriosa en un país sin la derrota del imperialismo. No hay ni podrá jamás haber recomposición de la vanguardia sin la afirmación en el tiempo del desarrollo consciente y organizado de la clase obrera, lo cual supone al límite la derrota del imperialismo. La dinámica de convergencia de gobiernos actuales no sólo en América Latina y el Caribe sino en el hemisferio Sur del planeta, es una clave para enfrentar a tamaño enemigo. Se trata de gobiernos de muy diferente naturaleza y condición, pero esa convergencia, aun en su contradictorio desenvolvimiento, va en detrimento del control, la base de sustentación y la capacidad de acción del imperialismo. La revolución necesita ese espacio para abrirse paso y defenderse, en momentos en que la crisis estructural lanza al gendarme mundial contra el mundo, con todo su poder destructivo: tras las invasiones a Afganistán e Irak, el Pentágono prepara una agresión atómica contra Irán y tiende líneas de inequívoca confrontación bélica hacia Suramérica y el Caribe. No es un problema que otro debe resolver. Es el principal problema de los revolucionarios decididos a encabezar una revolución. 126
Luis Bilbao
Ahora bien: no hay modo de adoptar una posición sólida frente al gobierno argentino sin asumir este cuadro internacional. Así como resulta transparente que la política oficial no cambió un ápice las relaciones de fuerza entre las masas y las clases dominantes, es igualmente evidente que sí hubo cambios en las relaciones internas de la burguesía y, por lo mismo, del país respecto del imperialismo estadounidense. El proletariado, las juventudes, la militancia, de uno u otro modo comprenden bien el papel del imperialismo, cuyos estrategas están dispuestos a arrojar una bomba atómica sobre Irán con el objetivo de golpear la conciencia de todo el mundo, para sostener su predominio mediante el único medio que le resta: el terror. La militancia en Argentina no podrá relacionarse con las masas sin ofrecerle una respuesta creíble a esta conducta del máximo enemigo de la revolución. En un contexto análogo -aunque incomparablemente menos grave- se impuso entre la primera y la segunda guerra mundiales la noción teórica de Frente Antimperialista y el accionar político en función de ella; no es un descubrimiento reciente; es una elaboración de la Internacional Comunista en el momento de mayor vigor de la Revolución Rusa y con la participación dirigente de Lenin. Abandonar la política de Frente Antimperialista, sea para reemplazarla con los Frentes Populares o por el sectarismo, es ni más ni menos que abandonar la perspectiva de una revolución verdadera. ¿Alguien recuerda la Plaza del No, el 1º de mayo de 1989? Entonces existía Izquierda Unida, que con todas sus insalvables debilidades (4) era cualitativamente diferente de la caricatura patética que compusieron años después el PC y el MST y expiró por fin el año pasado. En aquella oportunidad, ha ya 17 años, IU convocó a unas 80 mil personas a la Plaza de Mayo. El país enfrentaba una embestida imperialista brutal, que mediante la figura de Menem devastaría la nación durante la década siguiente. Pese a nuestra resistencia fueron designados como oradores quienes habían sido candidatos a presidente y vice meses antes. Habíamos planteado que ese punto era para nosotros condición de 4.- No decimos esto ahora: como parte integrante de IU y Fral señalamos desde el primer momento su inviabilidad en la medida en que no cambiase conceptos y métodos elementales. Ver «El abismo y el horizonte»; Búsqueda, Buenos Aires 1994. 127
Argentina como clave regional
permanencia en la IU; y determinó nuestra ruptura con ella (5). En representación del MAS, Luis Zamora utilizó la tribuna para… condenar a Fidel Castro!! El otro orador expuso -acaso sin saberlola propuesta de lo que desde los años 30, con base en nociones defendidas por Dimitrov ante la ya devaluada Internacional Comunista, el stalinismo denominó Frente Popular (6). No faltan quienes dos décadas más tarde, y a la luz del derrotero recorrido por Zamora desde entonces, sospechan que su discurso fue obra de un agente contrarrevolucionario infiltrado: ¿a quién si no se le ocurre, desde el interior de IU y como diputado de ese frente, ante una multitud inequívocamente identificada con la Revolución Cubana y su dirección, condenar a Fidel Castro y exigir «socialismo mas democracia» en Cuba? Es difícil enfrentar tal interpretación, pero nuestra respuesta es inequívoca: a un sectario. No hace falta ser agente de la CIA. Recuérdese la frase de Marx: «las sectas son reaccionarias en esencia». Tampoco el orador impuesto en aquella oportunidad por el PC se libra de interpretaciones capciosas. Su trayectoria posterior contribuye igualmente a abonar la teoría conspirativa. Pero la respuesta es la misma: eso es el frentepopulismo. No es preciso ser agente secreto del enemigo. El sectarismo y el reformismo desaguan inconscientemente en el territorio de la burguesía y el imperialismo (por eso, dicho sea entre paréntesis, pueden convivir contra toda lógica durante largos períodos en circunstancias determinadas). El hecho es que resulta inseparable de lo ocurrido en el período posterior -la anomia de la sociedad, la parálisis de la clase obrera, la desorientación de la militancia ante lo que el mal periodismo denominaría «neoliberalismo menemista»de lo ocurrido aquel 1º de mayo de 1989. Imposible comprender el vuelco masivo de militancia y grandes sectores del movimiento 5.- Ibid. En ese libro se hallará un documentado relato completo del debate interno en la IU y el Fral. 6.- Véase entre otros «Discurso de resumen ante el VII Congreso de la IC, 13 de agosto de 1935. Jorge Dimitrov, Selección de trabajos. Ediciones Estudio, Buenos Aires 1972, con prólogo elocuentísimo de Victorio Codovilla (téngase en cuenta que este texto fue publicado mientras el PC afrontaba las elecciones del año siguiente con la fórmula Alende-Sueldo. 128
Luis Bilbao
obrero y la juventud hacia lo que sería el Frente Grande, luego Frepaso y Alianza, sin el impacto divisionista, desmoralizador y confusionista que tuvo aquella Plaza del No. Pero esto no es sólo pasado remoto e irreversible (perdimos la batalla y el imperialismo se alzó con la riqueza material y moral del país). Se repitió en Mar del Plata, con motivo de la contracumbre y el acto en el que habló Hugo Chávez; sólo que en esa oportunidad, y ante la imposibilidad de tener un protagonismo rupturista, un conjunto de organizaciones optó por hacer su propio acto (7). Y se reiteró, esta vez como un calco, el 24 de marzo de 2006, en un escenario por completo diferente: en lugar de moverse tácticamente según la estrategia del Frente Antimperialista, las izquierdas súper revolucionarias provocaron un escándalo absolutamente innecesario y rompieron una concentración de mucha gente -tanta como en aquella nefanda Plaza del No- pero ante todo volvieron a actuar contra las bases existentes para un frente antimperialista de enorme y decisiva potencialidad. Es sencillo cargar las culpas sobre columnas identificadas con el gobierno que montaron una provocación adelantándose a ocupar lugares privilegiados en la Plaza. Pero quejarse porque entren en la escena grupos provocadores, equivale a descubrir que existe un enemigo. ¡Resulta que no podemos estar tranquilos en la Plaza! El nudo de la cuestión, sin embargo, está en otro lado: la lectura de un documento -conocido o no por todos los participantes- que obviamente no representaba el común denominador, es una provocación, aun con el signo contrario, equivalente a la del ala oficialista que participó en el acto. Hay que advertir de algo a los dirigentes que reivindican la conducta asumida en esa oportunidad en la Plaza de Mayo: sin necesidad de aliados, y sin enemigos, tampoco es necesaria dirección alguna; sencillamente no hay batalla y mucho menos guerra. Una dirección y una vanguardia organizada son necesarias precisamente porque la revolución social, para ser exitosa, debe vencer poderosísimos enemigos, debe enfrentar innumerables batallas y ganar una 7.- «Teoría y práctica del frente único antimperialista». Crítica Nº 32; Buenos Aires, octubre 2005-marzo 2006. 129
Argentina como clave regional
permanencia en la IU; y determinó nuestra ruptura con ella (5). En representación del MAS, Luis Zamora utilizó la tribuna para… condenar a Fidel Castro!! El otro orador expuso -acaso sin saberlola propuesta de lo que desde los años 30, con base en nociones defendidas por Dimitrov ante la ya devaluada Internacional Comunista, el stalinismo denominó Frente Popular (6). No faltan quienes dos décadas más tarde, y a la luz del derrotero recorrido por Zamora desde entonces, sospechan que su discurso fue obra de un agente contrarrevolucionario infiltrado: ¿a quién si no se le ocurre, desde el interior de IU y como diputado de ese frente, ante una multitud inequívocamente identificada con la Revolución Cubana y su dirección, condenar a Fidel Castro y exigir «socialismo mas democracia» en Cuba? Es difícil enfrentar tal interpretación, pero nuestra respuesta es inequívoca: a un sectario. No hace falta ser agente de la CIA. Recuérdese la frase de Marx: «las sectas son reaccionarias en esencia». Tampoco el orador impuesto en aquella oportunidad por el PC se libra de interpretaciones capciosas. Su trayectoria posterior contribuye igualmente a abonar la teoría conspirativa. Pero la respuesta es la misma: eso es el frentepopulismo. No es preciso ser agente secreto del enemigo. El sectarismo y el reformismo desaguan inconscientemente en el territorio de la burguesía y el imperialismo (por eso, dicho sea entre paréntesis, pueden convivir contra toda lógica durante largos períodos en circunstancias determinadas). El hecho es que resulta inseparable de lo ocurrido en el período posterior -la anomia de la sociedad, la parálisis de la clase obrera, la desorientación de la militancia ante lo que el mal periodismo denominaría «neoliberalismo menemista»de lo ocurrido aquel 1º de mayo de 1989. Imposible comprender el vuelco masivo de militancia y grandes sectores del movimiento 5.- Ibid. En ese libro se hallará un documentado relato completo del debate interno en la IU y el Fral. 6.- Véase entre otros «Discurso de resumen ante el VII Congreso de la IC, 13 de agosto de 1935. Jorge Dimitrov, Selección de trabajos. Ediciones Estudio, Buenos Aires 1972, con prólogo elocuentísimo de Victorio Codovilla (téngase en cuenta que este texto fue publicado mientras el PC afrontaba las elecciones del año siguiente con la fórmula Alende-Sueldo. 128
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obrero y la juventud hacia lo que sería el Frente Grande, luego Frepaso y Alianza, sin el impacto divisionista, desmoralizador y confusionista que tuvo aquella Plaza del No. Pero esto no es sólo pasado remoto e irreversible (perdimos la batalla y el imperialismo se alzó con la riqueza material y moral del país). Se repitió en Mar del Plata, con motivo de la contracumbre y el acto en el que habló Hugo Chávez; sólo que en esa oportunidad, y ante la imposibilidad de tener un protagonismo rupturista, un conjunto de organizaciones optó por hacer su propio acto (7). Y se reiteró, esta vez como un calco, el 24 de marzo de 2006, en un escenario por completo diferente: en lugar de moverse tácticamente según la estrategia del Frente Antimperialista, las izquierdas súper revolucionarias provocaron un escándalo absolutamente innecesario y rompieron una concentración de mucha gente -tanta como en aquella nefanda Plaza del No- pero ante todo volvieron a actuar contra las bases existentes para un frente antimperialista de enorme y decisiva potencialidad. Es sencillo cargar las culpas sobre columnas identificadas con el gobierno que montaron una provocación adelantándose a ocupar lugares privilegiados en la Plaza. Pero quejarse porque entren en la escena grupos provocadores, equivale a descubrir que existe un enemigo. ¡Resulta que no podemos estar tranquilos en la Plaza! El nudo de la cuestión, sin embargo, está en otro lado: la lectura de un documento -conocido o no por todos los participantes- que obviamente no representaba el común denominador, es una provocación, aun con el signo contrario, equivalente a la del ala oficialista que participó en el acto. Hay que advertir de algo a los dirigentes que reivindican la conducta asumida en esa oportunidad en la Plaza de Mayo: sin necesidad de aliados, y sin enemigos, tampoco es necesaria dirección alguna; sencillamente no hay batalla y mucho menos guerra. Una dirección y una vanguardia organizada son necesarias precisamente porque la revolución social, para ser exitosa, debe vencer poderosísimos enemigos, debe enfrentar innumerables batallas y ganar una 7.- «Teoría y práctica del frente único antimperialista». Crítica Nº 32; Buenos Aires, octubre 2005-marzo 2006. 129
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
guerra. Esto sí requiere la capacidad de sostener alianzas y lograr que, si de un lado éstas suman fuerzas en términos materiales, de otro no las resten en sentido estratégico. Es la ciencia y el arte de la política. «A una fuerza material sólo puede vencerla otra fuerza material», decía Marx. Pero este lenguaje es incomprensible para sectarios y reformistas, cada uno empeñado en su propio juego: enfrentar al enemigo con discursos y a los gritos.
El imperialismo a la carga Lo ocurrido en la Plaza de Mayo en una fecha como el 24 de marzo de 2006, así como la sublevación de Las Heras y la posterior explosión en Subterráneos, prefiguran el escenario nacional de corto y mediano plazos. Todo está envuelto en la ilusión sin fundamentos de que el país ha salido de la crisis económica y tiene un prolongado período de desarrollo y estabilidad por delante. El único fundamento para esa ilusión es que las clases dominantes han recuperado la iniciativa en todos los terrenos y, paralelamente, la perspectiva revolucionaria y socialista se ha desprestigiado aún más al compás de los desvíos sectarios y sus efectos de fragmentación y debilitamiento tanto de las organizaciones revolucionarias como del movimiento sindical. Incluso si el elenco gobernante se depurara de sus elementos corruptos, ultraderechistas, mafiosos y proimperialistas y la política oficial se afirmara en dirección a la unidad suramericana y la soberanía nacional, como creen muchos de sus componentes, no habría espacio para la estabilización de ese proyecto. Menos que nunca, en la fase agónica del imperialismo ninguna variante de toma de distancia y asunción de una línea de acción independiente tiene posibilidad de sostenerse sin transponer los límites del capitalismo. Una corriente no articulada de pensamiento político sostiene que la magnitud de la crisis y la cantidad de frentes de combate que se le abren a Estados Unidos en todas las latitudes impedirá que Washington extienda sus garras para detener el proceso en curso en Suramérica, lo cual daría espacio a franjas del capital no monopolista, entrelazadas con otros centros imperiales y economías de gran porte en el mundo para afirmar un programa no subordinado al imperialismo yanqui. Nuestra opinión es la contraria: Estados 130
Unidos se lanza a la guerra. En todo el mundo. Sea el que sea el costo interno y mundial que deba pagar. Procesos históricos de este tipo no se desarrollan y resuelven de un día para otro. Y, puesto que su concreción sería extraordinariamente gravoso para el propio imperialismo, éste mismo intenta evitarlos. Pero no retrocediendo, sino tomando caminos que realicen la tarea de destrucción violenta sin su participación directa masiva. A través de los omnipresentes servicios de espionaje; volcando cifras fabulosas para comprar funcionarios, dirigencias políticas, intelectuales, periodistas; introduciendo cuñas en grietas reales del campo que se le opone (como ocurre con la parálisis del Mercosur a partir del choque entre Argentina y Uruguay y las disputas económicas entre Brasil y Argentina, o con el proceso de aceptación uno a uno de Tratados de Libre Comercio, o, peor aún, alentando situaciones internas tales como las que ocurren con el Estado Zulia en Venezuela o el Departamento de Santa Cruz en Bolivia, para dividir países y eventualmente provocar guerras civiles).
El recurso del fascismo En Argentina este accionar tiene otro terreno donde apoyarse y ya están operando agentes visibles y encubiertos para explorarlos y detonarlos: se trata de la fractura social, no entre burgueses y proletarios, sino entre proletarios y proletarios, a partir de la cual es pensable una derivación de enfrentamientos irreparables por todo un período. Dicho en otros términos: el imperialismo y sus agentes internos promueven el fascismo; en el sentido preciso del término y no en la interpretación predominante que le atribuye sólo el rasgo de la violencia o la represión. Fascismo es el recurso del capital para enfrentar la sublevación del movimiento social con sectores de la propia masa oprimida y explotada. Como en la Alemania de los años 30, un sector de la izquierda contribuye inconscientemente con esa dinámica. Hay también en el gobierno franjas que, en este caso con plena conciencia, marchan en ese sentido. No es la invasión de marines lo que amenaza a Argentina. Es la afirmación de una dinámica ya muy avanzada de disgregación social e impotencia política. Es necesario detener esa dinámica ominosa. 131
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
guerra. Esto sí requiere la capacidad de sostener alianzas y lograr que, si de un lado éstas suman fuerzas en términos materiales, de otro no las resten en sentido estratégico. Es la ciencia y el arte de la política. «A una fuerza material sólo puede vencerla otra fuerza material», decía Marx. Pero este lenguaje es incomprensible para sectarios y reformistas, cada uno empeñado en su propio juego: enfrentar al enemigo con discursos y a los gritos.
El imperialismo a la carga Lo ocurrido en la Plaza de Mayo en una fecha como el 24 de marzo de 2006, así como la sublevación de Las Heras y la posterior explosión en Subterráneos, prefiguran el escenario nacional de corto y mediano plazos. Todo está envuelto en la ilusión sin fundamentos de que el país ha salido de la crisis económica y tiene un prolongado período de desarrollo y estabilidad por delante. El único fundamento para esa ilusión es que las clases dominantes han recuperado la iniciativa en todos los terrenos y, paralelamente, la perspectiva revolucionaria y socialista se ha desprestigiado aún más al compás de los desvíos sectarios y sus efectos de fragmentación y debilitamiento tanto de las organizaciones revolucionarias como del movimiento sindical. Incluso si el elenco gobernante se depurara de sus elementos corruptos, ultraderechistas, mafiosos y proimperialistas y la política oficial se afirmara en dirección a la unidad suramericana y la soberanía nacional, como creen muchos de sus componentes, no habría espacio para la estabilización de ese proyecto. Menos que nunca, en la fase agónica del imperialismo ninguna variante de toma de distancia y asunción de una línea de acción independiente tiene posibilidad de sostenerse sin transponer los límites del capitalismo. Una corriente no articulada de pensamiento político sostiene que la magnitud de la crisis y la cantidad de frentes de combate que se le abren a Estados Unidos en todas las latitudes impedirá que Washington extienda sus garras para detener el proceso en curso en Suramérica, lo cual daría espacio a franjas del capital no monopolista, entrelazadas con otros centros imperiales y economías de gran porte en el mundo para afirmar un programa no subordinado al imperialismo yanqui. Nuestra opinión es la contraria: Estados 130
Unidos se lanza a la guerra. En todo el mundo. Sea el que sea el costo interno y mundial que deba pagar. Procesos históricos de este tipo no se desarrollan y resuelven de un día para otro. Y, puesto que su concreción sería extraordinariamente gravoso para el propio imperialismo, éste mismo intenta evitarlos. Pero no retrocediendo, sino tomando caminos que realicen la tarea de destrucción violenta sin su participación directa masiva. A través de los omnipresentes servicios de espionaje; volcando cifras fabulosas para comprar funcionarios, dirigencias políticas, intelectuales, periodistas; introduciendo cuñas en grietas reales del campo que se le opone (como ocurre con la parálisis del Mercosur a partir del choque entre Argentina y Uruguay y las disputas económicas entre Brasil y Argentina, o con el proceso de aceptación uno a uno de Tratados de Libre Comercio, o, peor aún, alentando situaciones internas tales como las que ocurren con el Estado Zulia en Venezuela o el Departamento de Santa Cruz en Bolivia, para dividir países y eventualmente provocar guerras civiles).
El recurso del fascismo En Argentina este accionar tiene otro terreno donde apoyarse y ya están operando agentes visibles y encubiertos para explorarlos y detonarlos: se trata de la fractura social, no entre burgueses y proletarios, sino entre proletarios y proletarios, a partir de la cual es pensable una derivación de enfrentamientos irreparables por todo un período. Dicho en otros términos: el imperialismo y sus agentes internos promueven el fascismo; en el sentido preciso del término y no en la interpretación predominante que le atribuye sólo el rasgo de la violencia o la represión. Fascismo es el recurso del capital para enfrentar la sublevación del movimiento social con sectores de la propia masa oprimida y explotada. Como en la Alemania de los años 30, un sector de la izquierda contribuye inconscientemente con esa dinámica. Hay también en el gobierno franjas que, en este caso con plena conciencia, marchan en ese sentido. No es la invasión de marines lo que amenaza a Argentina. Es la afirmación de una dinámica ya muy avanzada de disgregación social e impotencia política. Es necesario detener esa dinámica ominosa. 131
Luis Bilbao
VI 2007, punto de partida
133
Luis Bilbao
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Argentina como clave regional
A la deriva Sin distinción de clases, el 24 de junio de 2007 la sociedad argentina emitió una señal anunciando que está a la deriva. No fue en modo alguno la primera pero, en un sentido, sí la más elocuente del último cuarto de siglo. Ese domingo el presidente Néstor Kirchner –único funcionario político con opinión positiva en la población- sufrió una bofetada electoral en dos distritos emblemáticos, Buenos Aires y Tierra del Fuego, en elecciones de segunda vuelta para gobernadores. En la Capital Federal, rica y sofisticada metrópoli con 2 millones y medio de votantes, Mauricio Macri, empresario de la ultraderecha liberal, proveniente del peronismo gobernante en la fatídica década de 1990, aventajó por 22 puntos porcentuales –61 a 39– al hombre puesto por el Presidente para disputar el cargo. En la remota isla del fin del Sur, con menos de 100 mil electores, una mujer de historial progresista le ganó por cinco puntos al candidato oficial. En la Capital Federal Kirchner había asumido como propia la campaña y enfrentó personalmente a Macri; en la Patagonia, su territorio, la derrota tiene un significado real y simbólico que excede la dimensión numérica de esos distritos. De modo que estos resultados golpearon de lleno al Presidente y sembraron el pánico en sus filas. Como el exitismo dominante hasta ese momento en el amplio arco de las huestes oficialistas, la pavura postMacri carece de base. Pero, ya se sabe: aparte las profecías autocumplidas, en elecciones del género que experimenta Argentina desde hace años, donde las campañas las diseñan empresas de publicidad y los discursos de los candidatos más confrontados parecen copias de un mismo original, el ánimo de ciertos círculos puede tener un peso temible a la hora de emitir los votos. Como el aleteo de una mariposa que desencadena el caos. Este es el trasfondo real de una extraña decisión que algunos ven como error gravísimo y otros como genialidad táctica: la renuncia de Kirchner a la reelección. Hacia el atardecer del jueves 28 de junio, en la residencia de Olivos, el presidente Néstor Kirchner, su esposa Cristina Fernández y el jefe de gabinete, Alberto Fernández, ratifica134
ron una línea de acción planeada previamente por ellos mismos: la primera dama sería candidata en las elecciones presidenciales del 28 de octubre. En esa misma reunión se decidió también que el anuncio se haría de inmediato y el lanzamiento formal se adelantaría para el 19 de julio. Basta describir el escenario para calificar el hecho: tres personas resuelven que una de ellas será Presidente. Pero el jefe de gabinete carece de peso para semejante decisión. Y de las dos restantes, una tiene la posibilidad de aspirar a su reelección, además de contar con más apoyo en la sociedad. No obstante opta por no presentarse. Adicionalmente, la elegida es cónyuge del elector. Esta ecuación es suficiente para medir la base política del Presidente y la fortaleza del sistema institucional hoy vigente. Más allá del anecdotario, lo que efectivamente cuenta -y, sobre todo contará, a partir de la asunción de quien ocupe la Casa Rosada en el próximo período- es la causa de fondo de los vaivenes electorales y la designación de candidaturas: la desintegración y corrupción sin límites de los partidos políticos con los cuales las clases dominantes gobernaron el país durante el siglo XX.
Décadas de prórroga Impensable una síntesis más exacta y elocuente de la desaparición de los partidos del capital en Argentina: la candidata peronista Cristina Fernández lleva como aspirante a vicepresidente al radical Julio Cobos; el peronista Roberto Lavagna es secundado por el presidente de la UCR, Gerardo Morales. Más significativo aún es que Fernández y Lavagna disimulan su filiación ideológico-partidaria, mientras Morales expulsa a Cobos de la UCR. No es un fenómeno nuevo. Las instituciones en general, y los partido políticos en particular, con la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista (peronista) a la vanguardia, agonizaban ya a mediados de los años 1960, cuando fue necesario dar paso a las fuerzas armadas para gobernar con un plan de largo alcance. El experimento duró apenas tres años, hasta el estallido social del país entero, con epicentro en Córdoba y el Cordobazo del 29 de mayo de 1969. Luego hubo elecciones en marzo de 1973, el retorno de Juan Perón, el 135
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
A la deriva Sin distinción de clases, el 24 de junio de 2007 la sociedad argentina emitió una señal anunciando que está a la deriva. No fue en modo alguno la primera pero, en un sentido, sí la más elocuente del último cuarto de siglo. Ese domingo el presidente Néstor Kirchner –único funcionario político con opinión positiva en la población- sufrió una bofetada electoral en dos distritos emblemáticos, Buenos Aires y Tierra del Fuego, en elecciones de segunda vuelta para gobernadores. En la Capital Federal, rica y sofisticada metrópoli con 2 millones y medio de votantes, Mauricio Macri, empresario de la ultraderecha liberal, proveniente del peronismo gobernante en la fatídica década de 1990, aventajó por 22 puntos porcentuales –61 a 39– al hombre puesto por el Presidente para disputar el cargo. En la remota isla del fin del Sur, con menos de 100 mil electores, una mujer de historial progresista le ganó por cinco puntos al candidato oficial. En la Capital Federal Kirchner había asumido como propia la campaña y enfrentó personalmente a Macri; en la Patagonia, su territorio, la derrota tiene un significado real y simbólico que excede la dimensión numérica de esos distritos. De modo que estos resultados golpearon de lleno al Presidente y sembraron el pánico en sus filas. Como el exitismo dominante hasta ese momento en el amplio arco de las huestes oficialistas, la pavura postMacri carece de base. Pero, ya se sabe: aparte las profecías autocumplidas, en elecciones del género que experimenta Argentina desde hace años, donde las campañas las diseñan empresas de publicidad y los discursos de los candidatos más confrontados parecen copias de un mismo original, el ánimo de ciertos círculos puede tener un peso temible a la hora de emitir los votos. Como el aleteo de una mariposa que desencadena el caos. Este es el trasfondo real de una extraña decisión que algunos ven como error gravísimo y otros como genialidad táctica: la renuncia de Kirchner a la reelección. Hacia el atardecer del jueves 28 de junio, en la residencia de Olivos, el presidente Néstor Kirchner, su esposa Cristina Fernández y el jefe de gabinete, Alberto Fernández, ratifica134
ron una línea de acción planeada previamente por ellos mismos: la primera dama sería candidata en las elecciones presidenciales del 28 de octubre. En esa misma reunión se decidió también que el anuncio se haría de inmediato y el lanzamiento formal se adelantaría para el 19 de julio. Basta describir el escenario para calificar el hecho: tres personas resuelven que una de ellas será Presidente. Pero el jefe de gabinete carece de peso para semejante decisión. Y de las dos restantes, una tiene la posibilidad de aspirar a su reelección, además de contar con más apoyo en la sociedad. No obstante opta por no presentarse. Adicionalmente, la elegida es cónyuge del elector. Esta ecuación es suficiente para medir la base política del Presidente y la fortaleza del sistema institucional hoy vigente. Más allá del anecdotario, lo que efectivamente cuenta -y, sobre todo contará, a partir de la asunción de quien ocupe la Casa Rosada en el próximo período- es la causa de fondo de los vaivenes electorales y la designación de candidaturas: la desintegración y corrupción sin límites de los partidos políticos con los cuales las clases dominantes gobernaron el país durante el siglo XX.
Décadas de prórroga Impensable una síntesis más exacta y elocuente de la desaparición de los partidos del capital en Argentina: la candidata peronista Cristina Fernández lleva como aspirante a vicepresidente al radical Julio Cobos; el peronista Roberto Lavagna es secundado por el presidente de la UCR, Gerardo Morales. Más significativo aún es que Fernández y Lavagna disimulan su filiación ideológico-partidaria, mientras Morales expulsa a Cobos de la UCR. No es un fenómeno nuevo. Las instituciones en general, y los partido políticos en particular, con la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista (peronista) a la vanguardia, agonizaban ya a mediados de los años 1960, cuando fue necesario dar paso a las fuerzas armadas para gobernar con un plan de largo alcance. El experimento duró apenas tres años, hasta el estallido social del país entero, con epicentro en Córdoba y el Cordobazo del 29 de mayo de 1969. Luego hubo elecciones en marzo de 1973, el retorno de Juan Perón, el 135
Argentina como clave regional
interinato de Héctor Cámpora y una segunda elección presidencial en octubre de 1973, cuando el general moribundo, imposibilitado de establecer un mecanismo que lo sobreviviera, designó a su esposa como vicepresidenta. Que la señora María Estela Martínez tuviera las particularidades de currículum que la distinguían no es un dato menor. Pero el hecho verdaderamente relevante era que un hombre con la lucidez política y el respaldo de masas de Perón, no pudiera sino elegirla a ella para que la carga de dinamita sobre la que estaba parado no explotara en ese mismo momento. Su decisión consistió en huir hacia delante. Con el detalle de que al Presidente que arrasaría en las urnas, le quedaban apenas meses de vida y todos, comenzando por él, lo sabían: delante no había nada. Salvando distancias de personas y circunstancias, la comparación es útil. Los 34 años transcurridos desde entonces, sólo han empeorado el panorama de los partidos del capital. Aparte ese agravamiento desmesurado, tres factores adicionales completan hoy el panorama de entonces: el tifón arrolló también a los partidos de las izquierdas en su gama más amplia, de un extremo al otro; la dictadura militar que sobrevino a expensas del gobierno de Isabel Perón, acabó, literalmente, con las fuerzas armadas; y la CGT se fragmentó y debilitó para dar paso a un panorama de impotencia sindical sin precedentes en la historia nacional. Cabe sumar un cuarto factor que, si bien menos neto en su desmantelamiento, podría tener consecuencias mayores: la complicidad de la jerarquía católica con esos años de terrorismo y saqueo dejaron también exhausta a la iglesia como factor de poder eficiente. Pero volviendo hacia atrás, aquel panorama quedó a la vista cuando a fines de 1982 el PJ fue abatido por un hombre que disimulaba su traje de UCR bajo el manto colorido de otra sigla: Renovación y Cambio. (Dicho sea entre paréntesis: por caso, 25 años más tarde la Señora Fernández lanzó su campaña con la consigna “el cambio recién empieza”). Aunque muchos no lo sepan y otros prefieran olvidarlo, tras su victoria Raúl Alfonsín tuvo el apoyo sincero de una vastísima mayoría de la sociedad y fue un factor aglutinante para una Argentina que ya sufría los efectos de la disgregación e inconscientemente buscaba contrarrestarlos. Pese a esa ansiedad mayoritaria 136
Luis Bilbao
y a las condiciones y capacidades personales de Alfonsín -tan distante como individuo y como gobernante de quienes lo antecedieron y sucedieron- aquel objetivo mínimo, como se sabe, no se logró. Y sobrevino el menemismo, grotesca tara senil del capitalismo local, imprescindible sin embargo para aplicar medidas de la envergadura necesaria para contrarrestar la crisis que carcomía los cimientos del sistema. Ya con una sociedad resignada, despolitizada y crecientemente permeable a la corrupción de las clases dominantes, vencido el movimiento obrero y en ausencia de una conducción revolucionaria real, aquellas medidas postergaron el desenlace y tuvieron la virtud inesperada de convencer a las clases medias y la intelectualidad –y a través de ellas a la clase obrera y el resto de la sociedad- de que la caída de la Unión Soviética era de verdad la victoria final del capitalismo y la apariencia de restauración del equilibrio en Argentina, resultante de la enajenación del país sin contrapartida, era la única alternativa viable. El ensueño duró cinco años, aunque el equipo que lo simbolizó permaneció una década y su caída se produjo mediante elecciones. Como reacción a esto, regresaría la UCR, esta vez camuflada tras el supuesto progresismo de una pareja (Rosa Castagnolo –conocida como Graciela Fernández Meijide- y Carlos Álvarez), sólo imaginables como dirigentes políticos en una sociedad que ya había perdido por completo la brújula. Ella fue el puntal para que el extremo inverso al que representó Alfonsín en la UCR, Fernando de la Rúa, ocupara la presidencia; él sirvió de tobogán para que regresara a su cargo el ministro de Economía de Carlos Menem. Ya la sociedad argentina, sin distinción de clases, había perdido todo quicio. Dos factores dominaban este devenir, uno invisible, el otro incomprendido: la ausencia política de la clase trabajadora y la crisis estructural del capitalismo. Pero carecer de conciencia política no supone quedar al margen de ésta, así como ignorar ley de gravedad no impide caerse si se pierde el equilibrio. Todo estalló a fines de 2001. Nada semejante había ocurrido jamás en Argentina. No obstante el desenlace no sería algo nuevo: definitivamente impresentables la UCR y el PJ, regresó sin embargo el peronismo, primero bajo la forma 137
Argentina como clave regional
interinato de Héctor Cámpora y una segunda elección presidencial en octubre de 1973, cuando el general moribundo, imposibilitado de establecer un mecanismo que lo sobreviviera, designó a su esposa como vicepresidenta. Que la señora María Estela Martínez tuviera las particularidades de currículum que la distinguían no es un dato menor. Pero el hecho verdaderamente relevante era que un hombre con la lucidez política y el respaldo de masas de Perón, no pudiera sino elegirla a ella para que la carga de dinamita sobre la que estaba parado no explotara en ese mismo momento. Su decisión consistió en huir hacia delante. Con el detalle de que al Presidente que arrasaría en las urnas, le quedaban apenas meses de vida y todos, comenzando por él, lo sabían: delante no había nada. Salvando distancias de personas y circunstancias, la comparación es útil. Los 34 años transcurridos desde entonces, sólo han empeorado el panorama de los partidos del capital. Aparte ese agravamiento desmesurado, tres factores adicionales completan hoy el panorama de entonces: el tifón arrolló también a los partidos de las izquierdas en su gama más amplia, de un extremo al otro; la dictadura militar que sobrevino a expensas del gobierno de Isabel Perón, acabó, literalmente, con las fuerzas armadas; y la CGT se fragmentó y debilitó para dar paso a un panorama de impotencia sindical sin precedentes en la historia nacional. Cabe sumar un cuarto factor que, si bien menos neto en su desmantelamiento, podría tener consecuencias mayores: la complicidad de la jerarquía católica con esos años de terrorismo y saqueo dejaron también exhausta a la iglesia como factor de poder eficiente. Pero volviendo hacia atrás, aquel panorama quedó a la vista cuando a fines de 1982 el PJ fue abatido por un hombre que disimulaba su traje de UCR bajo el manto colorido de otra sigla: Renovación y Cambio. (Dicho sea entre paréntesis: por caso, 25 años más tarde la Señora Fernández lanzó su campaña con la consigna “el cambio recién empieza”). Aunque muchos no lo sepan y otros prefieran olvidarlo, tras su victoria Raúl Alfonsín tuvo el apoyo sincero de una vastísima mayoría de la sociedad y fue un factor aglutinante para una Argentina que ya sufría los efectos de la disgregación e inconscientemente buscaba contrarrestarlos. Pese a esa ansiedad mayoritaria 136
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y a las condiciones y capacidades personales de Alfonsín -tan distante como individuo y como gobernante de quienes lo antecedieron y sucedieron- aquel objetivo mínimo, como se sabe, no se logró. Y sobrevino el menemismo, grotesca tara senil del capitalismo local, imprescindible sin embargo para aplicar medidas de la envergadura necesaria para contrarrestar la crisis que carcomía los cimientos del sistema. Ya con una sociedad resignada, despolitizada y crecientemente permeable a la corrupción de las clases dominantes, vencido el movimiento obrero y en ausencia de una conducción revolucionaria real, aquellas medidas postergaron el desenlace y tuvieron la virtud inesperada de convencer a las clases medias y la intelectualidad –y a través de ellas a la clase obrera y el resto de la sociedad- de que la caída de la Unión Soviética era de verdad la victoria final del capitalismo y la apariencia de restauración del equilibrio en Argentina, resultante de la enajenación del país sin contrapartida, era la única alternativa viable. El ensueño duró cinco años, aunque el equipo que lo simbolizó permaneció una década y su caída se produjo mediante elecciones. Como reacción a esto, regresaría la UCR, esta vez camuflada tras el supuesto progresismo de una pareja (Rosa Castagnolo –conocida como Graciela Fernández Meijide- y Carlos Álvarez), sólo imaginables como dirigentes políticos en una sociedad que ya había perdido por completo la brújula. Ella fue el puntal para que el extremo inverso al que representó Alfonsín en la UCR, Fernando de la Rúa, ocupara la presidencia; él sirvió de tobogán para que regresara a su cargo el ministro de Economía de Carlos Menem. Ya la sociedad argentina, sin distinción de clases, había perdido todo quicio. Dos factores dominaban este devenir, uno invisible, el otro incomprendido: la ausencia política de la clase trabajadora y la crisis estructural del capitalismo. Pero carecer de conciencia política no supone quedar al margen de ésta, así como ignorar ley de gravedad no impide caerse si se pierde el equilibrio. Todo estalló a fines de 2001. Nada semejante había ocurrido jamás en Argentina. No obstante el desenlace no sería algo nuevo: definitivamente impresentables la UCR y el PJ, regresó sin embargo el peronismo, primero bajo la forma 137
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Argentina como clave regional
de emergencia desesperante con Eduardo Duhalde, luego disimulado en la sigla Frente para la Victoria. A mediados de 2007 el panorama es inequívoco: la burguesía recuperó el equilibrio en el ejercicio del poder, acentuó la fragmentación, despolitización y parálisis de la sociedad y concurre sin sobresaltos a la disputa electoral. Pero no avanzó un milímetro en la recomposición de los instrumentos políticos necesarios para el ejercicio estable y duradero en su función de clase dominante. Bien por el contrario, las dos fórmulas que el 28 de octubre escenificarán la comedia de la democracia política anuncian a gritos la desaparición de la Argentina del siglo XX y la ausencia de energía social para afrontar el crucial desafío del siglo XXI.
Interregno diferente El abismo ante el cual se bambolea Argentina, sin embargo, no deviene de aquella ineptitud histórica de la burguesía local, sino de la inédita omisión social y política del proletariado. Nada de lo que siguió a la explosión de 2001 se hubiese sostenido sin dos condiciones fundamentales: la desarticulación, desmovilización y desmoralización profundas de los trabajadores en todo el mundo y en particular del movimiento obrero argentino; la imposibilidad del conjunto de equipos y cuadros que en la coyuntura histórica se reivindicaron como revolucionarios para remontar esa corriente de furiosa adversidad. Pero faltaba algo más, y ocurrió: cuando ya se agotaba el impacto poderosísimo de la reactivación económica provocada por una devaluación del 400% (y el consiguiente saqueo a los asalariados, de dimensiones siderales, que en pequeña porción fue desviado para surtir y cooptar con limosnas a la masa de desocupados), en coincidencia con el pase del sillón presidencial por medio de elecciones, llegó a la economía argentina el efecto de otra reactivación, esta vez del mercado mundial, que respaldó la angustiosa necesidad local de negar la realidad y convencerse con sucedáneos de cualquier especie, que en esta oportunidad aparecieron en el espejismo palpable de dólares puros y duros, ingresados en torrentes por exportaciones acrecidas de, como siempre, materias primas. Pocos repararon que esta vez, esos borbotones de bienes prima138
rios que hacían subir en flecha el saldo de la balanza comercial incluían petróleo y gas, ya en manos de empresas privadas. Sumadas a los servicios públicos privatizados y en manos de capitales extranjeros, ese conjunto continuó remesando a sus casas matrices divisas provenientes de las exportaciones y cuantiosas ganancias derivadas de la reactivación en la economía. Pese a todo, la combinación de miedo y esperanza, argamasa que las clases dominantes saben utilizar para su sostén político, permitió una vez más cegar a la ciudadanía sin distinción de clases y reemplazar realidad por ilusión: Argentina iniciaba el camino de la salvación milagrosa, el crecimiento económico, el fin de las tragedias que en los últimos 50 años hicieron retroceder un siglo al país. El poder enajenante de este fetiche llega a tal punto que, a comienzos de agosto, en su exposición ante el Council of the Americas, el jefe de gabinete Alberto Fernández no dudó en sostener que Kirchner deja al país “a las puertas del Paraíso”.
¿Qué es el kirchnerismo? Resultante de una operación audaz de un grupo de cuadros peronistas provenientes de la JP de los años ’70, el kirchnerismo llegó al gobierno a causa de la división profunda de las clases dominantes en 2001 y la imposibilidad del dúo Duhalde – Alfonsín de conducir la transición por los carriles previstos en su golpe de mano de diciembre de aquel año. Todo en el marco del colapso de la representación política histórica del conjunto del capital y la imposibilidad de éste de recurrir a las fuerzas armadas para el ejercicio del poder. De tal manera, el gobierno Kirchner nació como instrumento por descarte para la reorientación económica planeada por Alfonsín, Duhalde, la iglesia, un sector del capital y un ala del sindicalismo. Ese objetivo fue logrado en gran medida por la labor de un mismo ministro de Economía para la transición y el nuevo equipo gobernante, Roberto Lavagna. Como recurso desesperado y temporario Kirchner fue aceptado bajo protesta por el ala de la burguesía integrada al capital financiero internacional. Pese a su ostensible derrota política, este último sector ubicó sin embargo algunas piezas clave en el nuevo elenco gobernante, entre otros, el vicepresidente, el ya destituido 139
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Argentina como clave regional
de emergencia desesperante con Eduardo Duhalde, luego disimulado en la sigla Frente para la Victoria. A mediados de 2007 el panorama es inequívoco: la burguesía recuperó el equilibrio en el ejercicio del poder, acentuó la fragmentación, despolitización y parálisis de la sociedad y concurre sin sobresaltos a la disputa electoral. Pero no avanzó un milímetro en la recomposición de los instrumentos políticos necesarios para el ejercicio estable y duradero en su función de clase dominante. Bien por el contrario, las dos fórmulas que el 28 de octubre escenificarán la comedia de la democracia política anuncian a gritos la desaparición de la Argentina del siglo XX y la ausencia de energía social para afrontar el crucial desafío del siglo XXI.
Interregno diferente El abismo ante el cual se bambolea Argentina, sin embargo, no deviene de aquella ineptitud histórica de la burguesía local, sino de la inédita omisión social y política del proletariado. Nada de lo que siguió a la explosión de 2001 se hubiese sostenido sin dos condiciones fundamentales: la desarticulación, desmovilización y desmoralización profundas de los trabajadores en todo el mundo y en particular del movimiento obrero argentino; la imposibilidad del conjunto de equipos y cuadros que en la coyuntura histórica se reivindicaron como revolucionarios para remontar esa corriente de furiosa adversidad. Pero faltaba algo más, y ocurrió: cuando ya se agotaba el impacto poderosísimo de la reactivación económica provocada por una devaluación del 400% (y el consiguiente saqueo a los asalariados, de dimensiones siderales, que en pequeña porción fue desviado para surtir y cooptar con limosnas a la masa de desocupados), en coincidencia con el pase del sillón presidencial por medio de elecciones, llegó a la economía argentina el efecto de otra reactivación, esta vez del mercado mundial, que respaldó la angustiosa necesidad local de negar la realidad y convencerse con sucedáneos de cualquier especie, que en esta oportunidad aparecieron en el espejismo palpable de dólares puros y duros, ingresados en torrentes por exportaciones acrecidas de, como siempre, materias primas. Pocos repararon que esta vez, esos borbotones de bienes prima138
rios que hacían subir en flecha el saldo de la balanza comercial incluían petróleo y gas, ya en manos de empresas privadas. Sumadas a los servicios públicos privatizados y en manos de capitales extranjeros, ese conjunto continuó remesando a sus casas matrices divisas provenientes de las exportaciones y cuantiosas ganancias derivadas de la reactivación en la economía. Pese a todo, la combinación de miedo y esperanza, argamasa que las clases dominantes saben utilizar para su sostén político, permitió una vez más cegar a la ciudadanía sin distinción de clases y reemplazar realidad por ilusión: Argentina iniciaba el camino de la salvación milagrosa, el crecimiento económico, el fin de las tragedias que en los últimos 50 años hicieron retroceder un siglo al país. El poder enajenante de este fetiche llega a tal punto que, a comienzos de agosto, en su exposición ante el Council of the Americas, el jefe de gabinete Alberto Fernández no dudó en sostener que Kirchner deja al país “a las puertas del Paraíso”.
¿Qué es el kirchnerismo? Resultante de una operación audaz de un grupo de cuadros peronistas provenientes de la JP de los años ’70, el kirchnerismo llegó al gobierno a causa de la división profunda de las clases dominantes en 2001 y la imposibilidad del dúo Duhalde – Alfonsín de conducir la transición por los carriles previstos en su golpe de mano de diciembre de aquel año. Todo en el marco del colapso de la representación política histórica del conjunto del capital y la imposibilidad de éste de recurrir a las fuerzas armadas para el ejercicio del poder. De tal manera, el gobierno Kirchner nació como instrumento por descarte para la reorientación económica planeada por Alfonsín, Duhalde, la iglesia, un sector del capital y un ala del sindicalismo. Ese objetivo fue logrado en gran medida por la labor de un mismo ministro de Economía para la transición y el nuevo equipo gobernante, Roberto Lavagna. Como recurso desesperado y temporario Kirchner fue aceptado bajo protesta por el ala de la burguesía integrada al capital financiero internacional. Pese a su ostensible derrota política, este último sector ubicó sin embargo algunas piezas clave en el nuevo elenco gobernante, entre otros, el vicepresidente, el ya destituido 139
Argentina como clave regional
ministro de justicia y el embajador en Estados Unidos. Pero apenas se recompuso el poder de las clases dominantes, la guerra interburguesa volvió a desatarse, incluso en el seno de la fracción vencedora en 2002. Ése es el significado de la salida de Lavagna del gabinete de Kirchner luego de las elecciones legislativas de 2005 y su posterior candidatura con el respaldo, precisamente, de Alfonsín y Duhalde. Otro efecto aún no verificado puede sin embargo preverse con alto grado de certidumbre: en un futuro cercano –que dependiendo de la coyuntura puede ser incluso antes de las elecciones presidenciales- las dos alas de la burguesía, incluida la que in extremis lo promovió y sostuvo, tenderán a unirse contra Kirchner. El dato clave de esta situación es que el conjunto variopinto liderado por Kirchner tiene mucho más de oportunismo político en situación de sálvese quien pueda, que de real representación de fracciones de clases. Hay, como siempre en el peronismo, dirigentes burgueses y sindicales entrelazados. Pero con una diferencia crucial respecto del pasado: ni unos ni otros representan fehacientemente a las franjas sociales en las que formalmente se apoyan. Para intentar cubrir ese talón de Aquiles, desde su asunción Kirchner ensayó tres vías de acción. Primero proclamó la “transversalidad” e intentó corporizarla en torno a su FpV. A poco andar comprobó que esa táctica apenas alcanzaba para sumar oportunistas desahuciados de diferentes vertientes y enrumbó en dirección opuesta: el ingreso al PJ en un intento de cohexistencia con Duhalde mientras buscaba la hegemonía. Ese paso incluyó la aproximación al sector cegetista comandado por Hugo Moyano, quien en combinación con el peronismo abroquelado en los municipios del Gran Buenos Aires sería una pieza clave para la lucha interna en el PJ y la “gobernabilidad”. La base de sustentación de este entramado de emergencia fue la reactivación económica. Desde allí, una vez desplazado Duhalde y adoptado el antiguo aparato del PJ como centro para el ejercicio del poder, el escuálido FpV obró como mera palanca para maniobrar en ese universo convencionalmente denominado “peronismo”, que es en realidad un instrumento de poder y corrupción adaptable a cualquier circunstancia política, incluida la dictadura. Durante esta fase Kirchner obró como centro aglutinante median140
Luis Bilbao
te una completa asimilación al bando contrario. Duhalde perdió el control visible del PJ; sus hombres clave (José Pampurro, José Díaz Bancalari, Aníbal Fernández, entre los más destacados) pasaron a ser piezas al servicio de la gobernabilidad kirchnerista (en operación siempre sospechada de táctica de infiltración comandada por el propio Duhalde); el eje del poder se trasladó al antiguo aparato del PJ en el Gran Buenos Aires, corporizado en el ex intendente de La Matanza, Alberto Balestrini, al comando de la Cámara de Diputados; los sectores de izquierda y combativos sumados al gobierno fueron sistemáticamente marginados. El dirigente de uno de ellos, Luis D’Elía, proveniente de organizaciones de desocupados, cuando este viraje comenzaba denunció que “un 40% de los intendentes incorporados al Frente para la Victoria (FpV) son mafiosos”. Tan rotunda afirmación responde estrictamente a la verdad. A partir de esta táctica Kirchner afirmó más su figura cuando menos tierra conservó bajo los pies. El saldo está a la vista: el kirchnerismo no logró afirmarse en un ningún sector social definido y sólo puede ganar elecciones aliándose con sus peores enemigos, a quienes debe ceder el resultado real para poder exhibir la imagen fugaz de vencedor. Sin base social definida no puede haber estrategia verdadera. Y viceversa. Sin lo uno ni lo otro, no hay programa de acción. La política se transforma en un ejercicio de manotazos a uno u otro lado, definidos según circunstancias que cambian a cada instante. Excluido el recurso de llamar a la movilización constante de las bases, Kirchner se limitó a cabalgar la ola. Pero la ausencia de un movimiento obrero en pie de lucha y de organizaciones revolucionarias con arraigo y fuerza reales, no dejaba dudas hacia dónde arrastraría la corriente. Como resultado, en lugar de lograr cohesión en sus cuadros Kirchner obtuvo lo contrario: acelerado divorcio entre grupos y personalidades sumadas a su gobierno, aumento de la rivalidad interna y -efecto inseparable- agravamiento descontrolado de la corrupción. El saldo de mayor trascendencia, sin embargo, consistió en el debilitamiento de su papel dirigente frente a decenas de miles de activistas que inicialmente creyeron en 141
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ministro de justicia y el embajador en Estados Unidos. Pero apenas se recompuso el poder de las clases dominantes, la guerra interburguesa volvió a desatarse, incluso en el seno de la fracción vencedora en 2002. Ése es el significado de la salida de Lavagna del gabinete de Kirchner luego de las elecciones legislativas de 2005 y su posterior candidatura con el respaldo, precisamente, de Alfonsín y Duhalde. Otro efecto aún no verificado puede sin embargo preverse con alto grado de certidumbre: en un futuro cercano –que dependiendo de la coyuntura puede ser incluso antes de las elecciones presidenciales- las dos alas de la burguesía, incluida la que in extremis lo promovió y sostuvo, tenderán a unirse contra Kirchner. El dato clave de esta situación es que el conjunto variopinto liderado por Kirchner tiene mucho más de oportunismo político en situación de sálvese quien pueda, que de real representación de fracciones de clases. Hay, como siempre en el peronismo, dirigentes burgueses y sindicales entrelazados. Pero con una diferencia crucial respecto del pasado: ni unos ni otros representan fehacientemente a las franjas sociales en las que formalmente se apoyan. Para intentar cubrir ese talón de Aquiles, desde su asunción Kirchner ensayó tres vías de acción. Primero proclamó la “transversalidad” e intentó corporizarla en torno a su FpV. A poco andar comprobó que esa táctica apenas alcanzaba para sumar oportunistas desahuciados de diferentes vertientes y enrumbó en dirección opuesta: el ingreso al PJ en un intento de cohexistencia con Duhalde mientras buscaba la hegemonía. Ese paso incluyó la aproximación al sector cegetista comandado por Hugo Moyano, quien en combinación con el peronismo abroquelado en los municipios del Gran Buenos Aires sería una pieza clave para la lucha interna en el PJ y la “gobernabilidad”. La base de sustentación de este entramado de emergencia fue la reactivación económica. Desde allí, una vez desplazado Duhalde y adoptado el antiguo aparato del PJ como centro para el ejercicio del poder, el escuálido FpV obró como mera palanca para maniobrar en ese universo convencionalmente denominado “peronismo”, que es en realidad un instrumento de poder y corrupción adaptable a cualquier circunstancia política, incluida la dictadura. Durante esta fase Kirchner obró como centro aglutinante median140
Luis Bilbao
te una completa asimilación al bando contrario. Duhalde perdió el control visible del PJ; sus hombres clave (José Pampurro, José Díaz Bancalari, Aníbal Fernández, entre los más destacados) pasaron a ser piezas al servicio de la gobernabilidad kirchnerista (en operación siempre sospechada de táctica de infiltración comandada por el propio Duhalde); el eje del poder se trasladó al antiguo aparato del PJ en el Gran Buenos Aires, corporizado en el ex intendente de La Matanza, Alberto Balestrini, al comando de la Cámara de Diputados; los sectores de izquierda y combativos sumados al gobierno fueron sistemáticamente marginados. El dirigente de uno de ellos, Luis D’Elía, proveniente de organizaciones de desocupados, cuando este viraje comenzaba denunció que “un 40% de los intendentes incorporados al Frente para la Victoria (FpV) son mafiosos”. Tan rotunda afirmación responde estrictamente a la verdad. A partir de esta táctica Kirchner afirmó más su figura cuando menos tierra conservó bajo los pies. El saldo está a la vista: el kirchnerismo no logró afirmarse en un ningún sector social definido y sólo puede ganar elecciones aliándose con sus peores enemigos, a quienes debe ceder el resultado real para poder exhibir la imagen fugaz de vencedor. Sin base social definida no puede haber estrategia verdadera. Y viceversa. Sin lo uno ni lo otro, no hay programa de acción. La política se transforma en un ejercicio de manotazos a uno u otro lado, definidos según circunstancias que cambian a cada instante. Excluido el recurso de llamar a la movilización constante de las bases, Kirchner se limitó a cabalgar la ola. Pero la ausencia de un movimiento obrero en pie de lucha y de organizaciones revolucionarias con arraigo y fuerza reales, no dejaba dudas hacia dónde arrastraría la corriente. Como resultado, en lugar de lograr cohesión en sus cuadros Kirchner obtuvo lo contrario: acelerado divorcio entre grupos y personalidades sumadas a su gobierno, aumento de la rivalidad interna y -efecto inseparable- agravamiento descontrolado de la corrupción. El saldo de mayor trascendencia, sin embargo, consistió en el debilitamiento de su papel dirigente frente a decenas de miles de activistas que inicialmente creyeron en 141
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él, y el distanciamiento del ciudadano de a pie. Sin cuestionar las sinceras intenciones revolucionarias de un número significativo de quienes integran y conducen el FpV, tras el giro de Kirchner hacia los restos del aparato peronista, esa sigla se convirtió en “un aguantadero temporario”, según la expresión de un periódico marxista. Por su composición y su lógica, en ninguna hipótesis el FpV podrá transformarse en estructura estable para el ejercicio regular del poder político de las clases dominantes. Por el contrario, mientras usufructúan las concesiones que arrancan a un gobierno estructuralmente débil, no ya la burguesía aliada al imperialismo, sino los propios capitales que dieron el golpe de mano en 2001, preparan la sucesión de este elenco inesperado y no chocan de frente con él sólo porque el equipo alternativo en gestación (la alianza PJUCR de Lavagna-Morales) no goza precisamente de la confianza popular y su ingreso forzado al poder podría provocar otra vez el descontrol político, con consecuencias más graves que en 2001/2002. Pero si para la burguesía el FpV no es ni será un instrumento de poder efectivo en función de sus intereses estratégicos, tampoco está planteada esa posibilidad para las clases populares. Ni qué decir respecto del movimiento obrero. La negativa en grado absoluto del equipo presidencial a movilizar, concientizar y organizar a los oprimidos y explotados, ha ido a la par con la subordinación al antiguo aparato corrupto del PJ. Basta comparar la relación de constantes enfrentamientos públicos entre Kirchner y su esposa con el vicepresidente Daniel Scioli apenas un año atrás, transformada ahora en un idilio y la designación de éste como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, para comprender la dinámica interna de este supuesto germen de partido popular y revolucionario. Scioli es un vástago directo de Menem; su segundo, Balestrini, es un entenado de Duhalde. Esa candidatura es una lápida para las corrientes y cuadros comprometidos con una política antimperialista y anticapitalista en las filas del FpV y el gobierno, pero es también una sentencia inapelable para el propio Kirchner. Si faltaba un ejemplo para afirmar esa dinámica, el apoyo en Córdoba a Juan Schiaretti en clara confrontación con Luis Juez y los sectores sindicales y políticos que lo respaldan, completa esta vuelta de campana. 142
Luis Bilbao
Al margen de otras posibles interpretaciones de orden subjetivo – algunas de ellas bien fundadas- esto se explica porque la distancia entre el peso personal de Kirchner y la capacidad electoral de la estructura que lo acompaña es abismal. En cuatro años el FPV, la organización política creada por el Presidente para los comicios de 2003, pudo atribuirse la victoria lograda con diferentes alianzas en la renovación parcial de ambas Cámaras en 2005, pese al traspié en la Capital Federal, donde salió tercero con el 21%. Pero en ocho elecciones provinciales posteriores, el FpV no ganó ninguna. El caso del referendo en Misiones, en octubre de 2006, fue grave porque también allí se involucró directa y personalmente la figura presidencial: el obispo Joaquín Piña, a la cabeza de una coalición progresista superó al gobernador Carlos Rovira por 56,6 contra 43,4%. Antes, también con intervención directa de Kirchner, había sido derrotado el justicialismo al que apoyó en Santiago del Estero: el radical Gerardo Zamora se impuso con el 46,5%. Ya este año, en la constituyente de Corrientes (18/2), al igual que las elecciones para gobernador en Catamarca (11/3), Entre Ríos (18/3) y Río Negro (20/3), el FPV perdió aunque ganaron figuras del justicialismo o de la Unión Cívica Radical aliados al carro vencedor de Kirchner pero crudamente enfrentados con su estructura. Luego el Presidente perdería sin atenuantes ante fuerzas explícitamente enfrentadas con él en Neuquén (3/6), antes de rodar en Buenos Aires y Tierra del Fuego. Posteriormente, el 5 de agosto, el kirchnerismo tuvo una derrota más: su postulante a la intendencia de la capital de San Luis perdió frente la candidata de la familia Rodríguez Saá, por 50,18 a 41,85%, derrota no compensada por la victoria de un dudoso aliado en San Juan, José Luis Gioja, el 12 de agosto. El domingo siguiente en la pugna por la gobernación de San Luis, Alberto Rodríguez Saá se impuso por el 82,82%. Con esa base, es candidato presidencial en representación del peronismo ortodoxo. En el lapso que va de la redacción de estas páginas a su metamorfosis en libro, se habrá recorrido un calendario complicado: el 26 de agosto Kirchner obtendrá una rotunda victoria en Tucumán. Luego, el 2 de septiembre la suerte se juega en dos provincias clave: Santa Fe y Córdoba. En la primera los pronósticos anuncian la 143
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él, y el distanciamiento del ciudadano de a pie. Sin cuestionar las sinceras intenciones revolucionarias de un número significativo de quienes integran y conducen el FpV, tras el giro de Kirchner hacia los restos del aparato peronista, esa sigla se convirtió en “un aguantadero temporario”, según la expresión de un periódico marxista. Por su composición y su lógica, en ninguna hipótesis el FpV podrá transformarse en estructura estable para el ejercicio regular del poder político de las clases dominantes. Por el contrario, mientras usufructúan las concesiones que arrancan a un gobierno estructuralmente débil, no ya la burguesía aliada al imperialismo, sino los propios capitales que dieron el golpe de mano en 2001, preparan la sucesión de este elenco inesperado y no chocan de frente con él sólo porque el equipo alternativo en gestación (la alianza PJUCR de Lavagna-Morales) no goza precisamente de la confianza popular y su ingreso forzado al poder podría provocar otra vez el descontrol político, con consecuencias más graves que en 2001/2002. Pero si para la burguesía el FpV no es ni será un instrumento de poder efectivo en función de sus intereses estratégicos, tampoco está planteada esa posibilidad para las clases populares. Ni qué decir respecto del movimiento obrero. La negativa en grado absoluto del equipo presidencial a movilizar, concientizar y organizar a los oprimidos y explotados, ha ido a la par con la subordinación al antiguo aparato corrupto del PJ. Basta comparar la relación de constantes enfrentamientos públicos entre Kirchner y su esposa con el vicepresidente Daniel Scioli apenas un año atrás, transformada ahora en un idilio y la designación de éste como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, para comprender la dinámica interna de este supuesto germen de partido popular y revolucionario. Scioli es un vástago directo de Menem; su segundo, Balestrini, es un entenado de Duhalde. Esa candidatura es una lápida para las corrientes y cuadros comprometidos con una política antimperialista y anticapitalista en las filas del FpV y el gobierno, pero es también una sentencia inapelable para el propio Kirchner. Si faltaba un ejemplo para afirmar esa dinámica, el apoyo en Córdoba a Juan Schiaretti en clara confrontación con Luis Juez y los sectores sindicales y políticos que lo respaldan, completa esta vuelta de campana. 142
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Al margen de otras posibles interpretaciones de orden subjetivo – algunas de ellas bien fundadas- esto se explica porque la distancia entre el peso personal de Kirchner y la capacidad electoral de la estructura que lo acompaña es abismal. En cuatro años el FPV, la organización política creada por el Presidente para los comicios de 2003, pudo atribuirse la victoria lograda con diferentes alianzas en la renovación parcial de ambas Cámaras en 2005, pese al traspié en la Capital Federal, donde salió tercero con el 21%. Pero en ocho elecciones provinciales posteriores, el FpV no ganó ninguna. El caso del referendo en Misiones, en octubre de 2006, fue grave porque también allí se involucró directa y personalmente la figura presidencial: el obispo Joaquín Piña, a la cabeza de una coalición progresista superó al gobernador Carlos Rovira por 56,6 contra 43,4%. Antes, también con intervención directa de Kirchner, había sido derrotado el justicialismo al que apoyó en Santiago del Estero: el radical Gerardo Zamora se impuso con el 46,5%. Ya este año, en la constituyente de Corrientes (18/2), al igual que las elecciones para gobernador en Catamarca (11/3), Entre Ríos (18/3) y Río Negro (20/3), el FPV perdió aunque ganaron figuras del justicialismo o de la Unión Cívica Radical aliados al carro vencedor de Kirchner pero crudamente enfrentados con su estructura. Luego el Presidente perdería sin atenuantes ante fuerzas explícitamente enfrentadas con él en Neuquén (3/6), antes de rodar en Buenos Aires y Tierra del Fuego. Posteriormente, el 5 de agosto, el kirchnerismo tuvo una derrota más: su postulante a la intendencia de la capital de San Luis perdió frente la candidata de la familia Rodríguez Saá, por 50,18 a 41,85%, derrota no compensada por la victoria de un dudoso aliado en San Juan, José Luis Gioja, el 12 de agosto. El domingo siguiente en la pugna por la gobernación de San Luis, Alberto Rodríguez Saá se impuso por el 82,82%. Con esa base, es candidato presidencial en representación del peronismo ortodoxo. En el lapso que va de la redacción de estas páginas a su metamorfosis en libro, se habrá recorrido un calendario complicado: el 26 de agosto Kirchner obtendrá una rotunda victoria en Tucumán. Luego, el 2 de septiembre la suerte se juega en dos provincias clave: Santa Fe y Córdoba. En la primera los pronósticos anuncian la 143
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derrota oficialista frente a una alianza del Partido Socialista y la Unión Cívica Radical. En la segunda, Kirchner abandonó a última hora a su hombre más próximo en la provincia, Luis Juez, para aliarse como ya se ha señalado con Schiaretti, candidato del actual gobernador José De la Sota –acérrimo enemigo del Presidente– y ex mano derecha de Domingo Cavallo, el ministro de Economía de los años 1990. El 16 de septiembre Kirchner previsiblemente ganará en Chubut con candidato propio, pero perderá en Chaco ante la UCR. La elección en el resto de las provincias coincide con el comicio presidencial. Y allí Kirchner cuenta con Buenos Aires, cuyo decisivo peso electoral puede garantizarle la victoria.
Después de octubre Si Kirchner recupera la iniciativa, es improbable que la oposición ultraconservadora, disgregada y sin base de sustentación popular, logre pasar a una segunda vuelta, instancia en la cual podría aspirar a unirse contra Cristina Fernández y vencerla. El problema será gobernar después de octubre. Aunque de manera distorsionada, las advertencias del electorado reflejan cuestiones de fondo irresueltas, que se agudizarán de ahora en adelante. Estados Unidos asecha, presiona y chantajea para sacar a Argentina de la convergencia suramericana. Antiguos y nuevos cuadros políticos respaldados por los grandes medios de difusión ven ahora la oportunidad de dar el zarpazo. Muchos de ellos fingen como aliados al Presidente. En sentido inverso, no menos elocuente es la explosiva reaparición de Sergio Acevedo, figura clave en el primer período del actual gobierno, que con motivo de la prórroga de concesiones petroleras a empresas extranjeras en Santa Cruz y Chubut, sostuvo que “se está profundizando la matriz económica menemista” y anunció su decisión de “dejar de pertenecer al espacio kirchnerista”. Este oleaje se agigantará en el próximo período, al margen de los resultados electorales. Para afrontar ese futuro inmediato la burguesía no cuenta, como se ha reiterado, con partidos, sindicatos, fuerzas armadas ni iglesia en condiciones de garantizar la gobernabilidad. De su lado, Kirchner ha transformado la transversalidad en “Concertación Plural”. Esto es la Alianza con otro nombre. No sólo 144
Luis Bilbao
por el grueso de sus protagonistas, sino por su concepción y su programa. En un encuentro en Tarija con sus pares de Bolivia y Venezuela, el 10 de agosto, Kirchner dio una definición ideológica tan inusual en él como significativa por la circunstancia en que lo hizo: “Con una clara visión neokeynesiana, nosotros creemos que cuando se gasta en inversión pública (…) eso no es gasto público, eso es dignificar a nuestros pueblos para que tengan el nivel y la calidad de vida que nuestros pueblos merecen. Esa es la diferencia central que tenemos con el neoliberalismo”. No es poca cosa proclamarse “neokeynesiano”. Es mucho más subrayar que “la diferencia central con el neoliberalismo” consiste para Kirchner en considerar inversión lo que otros llaman gasto. Pero lo verdaderamente importante en esa declaración de fe es que marcó, por primera vez, una tajante delimitación ideológica de Hugo Chávez y Evo Morales, quienes escucharon inmutables sus palabras, acaso dirigidas a protagonistas ausentes de ese escenario histórico. Esto es desarrollismo tardío. Y como se verá a poco andar, más impotente aún que el de fines de los años 1950, que llevó al colapso del frondizismo en 1962 y el posterior golpe de Estado militar en 1966. Con el agravante para el capital de que hoy no están Perón, Illia, ni los sindicatos, ni las fuerzas armadas de entonces. La «Concertación Plural» no es otra cosa que la repetición de un intento ya fracasado en los ’70 con el Gran Acuerdo Nacional de Perón y Balbín, en los ’80 con el Tercer Movimiento Histórico de Alfonsín y en los ’90 con el Frepaso-Alianza. Usufructuando de la ausencia de una alternativa revolucionaria, el capital vuelve a intentar la recomposición de un aparato político a su servicio. La vacuidad de los discursos en el lanzamiento de la fórmula Fernández-Cobos, el 14 de agosto en el Luna Park, no logra ocultar que esta «concertación» tiene el mismo programa que sustentó a la Alianza, pero menos base militante, menos cohesión interna y muchísimo menos impacto que aquélla. Mientras tanto, el programa de la otra fórmula peronista-radical, Lavagna Morales, se diferencia sólo porque asume de manera frontal lo que Fernández insinúa con dobleces: su distancia de la Revolución Socialista Bolivariana y su estrategia de intimidad con el imperialismo 145
Argentina como clave regional
derrota oficialista frente a una alianza del Partido Socialista y la Unión Cívica Radical. En la segunda, Kirchner abandonó a última hora a su hombre más próximo en la provincia, Luis Juez, para aliarse como ya se ha señalado con Schiaretti, candidato del actual gobernador José De la Sota –acérrimo enemigo del Presidente– y ex mano derecha de Domingo Cavallo, el ministro de Economía de los años 1990. El 16 de septiembre Kirchner previsiblemente ganará en Chubut con candidato propio, pero perderá en Chaco ante la UCR. La elección en el resto de las provincias coincide con el comicio presidencial. Y allí Kirchner cuenta con Buenos Aires, cuyo decisivo peso electoral puede garantizarle la victoria.
Después de octubre Si Kirchner recupera la iniciativa, es improbable que la oposición ultraconservadora, disgregada y sin base de sustentación popular, logre pasar a una segunda vuelta, instancia en la cual podría aspirar a unirse contra Cristina Fernández y vencerla. El problema será gobernar después de octubre. Aunque de manera distorsionada, las advertencias del electorado reflejan cuestiones de fondo irresueltas, que se agudizarán de ahora en adelante. Estados Unidos asecha, presiona y chantajea para sacar a Argentina de la convergencia suramericana. Antiguos y nuevos cuadros políticos respaldados por los grandes medios de difusión ven ahora la oportunidad de dar el zarpazo. Muchos de ellos fingen como aliados al Presidente. En sentido inverso, no menos elocuente es la explosiva reaparición de Sergio Acevedo, figura clave en el primer período del actual gobierno, que con motivo de la prórroga de concesiones petroleras a empresas extranjeras en Santa Cruz y Chubut, sostuvo que “se está profundizando la matriz económica menemista” y anunció su decisión de “dejar de pertenecer al espacio kirchnerista”. Este oleaje se agigantará en el próximo período, al margen de los resultados electorales. Para afrontar ese futuro inmediato la burguesía no cuenta, como se ha reiterado, con partidos, sindicatos, fuerzas armadas ni iglesia en condiciones de garantizar la gobernabilidad. De su lado, Kirchner ha transformado la transversalidad en “Concertación Plural”. Esto es la Alianza con otro nombre. No sólo 144
Luis Bilbao
por el grueso de sus protagonistas, sino por su concepción y su programa. En un encuentro en Tarija con sus pares de Bolivia y Venezuela, el 10 de agosto, Kirchner dio una definición ideológica tan inusual en él como significativa por la circunstancia en que lo hizo: “Con una clara visión neokeynesiana, nosotros creemos que cuando se gasta en inversión pública (…) eso no es gasto público, eso es dignificar a nuestros pueblos para que tengan el nivel y la calidad de vida que nuestros pueblos merecen. Esa es la diferencia central que tenemos con el neoliberalismo”. No es poca cosa proclamarse “neokeynesiano”. Es mucho más subrayar que “la diferencia central con el neoliberalismo” consiste para Kirchner en considerar inversión lo que otros llaman gasto. Pero lo verdaderamente importante en esa declaración de fe es que marcó, por primera vez, una tajante delimitación ideológica de Hugo Chávez y Evo Morales, quienes escucharon inmutables sus palabras, acaso dirigidas a protagonistas ausentes de ese escenario histórico. Esto es desarrollismo tardío. Y como se verá a poco andar, más impotente aún que el de fines de los años 1950, que llevó al colapso del frondizismo en 1962 y el posterior golpe de Estado militar en 1966. Con el agravante para el capital de que hoy no están Perón, Illia, ni los sindicatos, ni las fuerzas armadas de entonces. La «Concertación Plural» no es otra cosa que la repetición de un intento ya fracasado en los ’70 con el Gran Acuerdo Nacional de Perón y Balbín, en los ’80 con el Tercer Movimiento Histórico de Alfonsín y en los ’90 con el Frepaso-Alianza. Usufructuando de la ausencia de una alternativa revolucionaria, el capital vuelve a intentar la recomposición de un aparato político a su servicio. La vacuidad de los discursos en el lanzamiento de la fórmula Fernández-Cobos, el 14 de agosto en el Luna Park, no logra ocultar que esta «concertación» tiene el mismo programa que sustentó a la Alianza, pero menos base militante, menos cohesión interna y muchísimo menos impacto que aquélla. Mientras tanto, el programa de la otra fórmula peronista-radical, Lavagna Morales, se diferencia sólo porque asume de manera frontal lo que Fernández insinúa con dobleces: su distancia de la Revolución Socialista Bolivariana y su estrategia de intimidad con el imperialismo 145
Argentina como clave regional
europeo para ganar oxígeno frente a Estados Unidos.
Nuevos tiempos, nuevas tareas Visto desde la disyuntiva estratégica que afronta Argentina como clave regional, si el cuadro actual no sufre un drástico cambio, el papel de nuestro país sólo puede deteriorarse. Si en octubre es favorecida Fernández, tendrá menos peso específico aún que su esposo para afrontar el cúmulo de contradicciones interburguesas y del capital como conjunto frente a los trabajadores y el pueblo, que se desatarán inexorablemente y a corto plazo. Si por una aceleración del deterioro previo a las elecciones tuviera lugar una segunda vuelta y la oposición burguesa unificada lograra arrastrar tras de sí a una parte suficiente de la población desnortada como para ganar la presidencia, el país ingresaría de inmediato en una situación de ingobernabilidad. En uno u otro caso, la moneda de cambio para comprar milímetros de estabilidad sería el distanciamiento de Argentina del bloque suramericano. Existe sólo una alternativa para eludir esta encerrona histórica: edificar una herramienta política de masas, de definición antimperialista y conducta consecuente con esa ubicación, que integre a las mayorías explotadas y oprimidas de la población y sume cuadros y militantes de todo el espectro afirmado en esa definición –sin excluir a nadie, lo que implica apertura para integrantes honestos y consecuentes del actual elenco gobernante- que en el escenario que las circunstancias indiquen esté resuelto a tomar el poder con el pueblo como protagonista pleno en todos los niveles. Las premuras de la inmediatez pueden arrastrar a optar entre un retroceso brutal si con Lavagna u otro candidato la burguesía y el imperialismo lograran imponer su candidato, o sumarse a esta corte de los milagros como hacen quienes buscan independencia con candidaturas menores en la provincia de Buenos Aires y en la misma boleta electoral llevan nombres innombrables como los de Scioli, Balestrini y Cobos, para sostener a Fernández. Son comprensibles los desgarramientos políticos y morales de la militancia ante semejante alternativa. Sólo una racionalidad con base 146
Luis Bilbao
histórica y mirada estratégica podrá evitar que esa falsa opción impida una vez más, en una coyuntura histórica irrepetible como la que tenemos delante en América Latina y el mundo, que las masas populares explotadas y oprimidas logren su independencia y su unidad social y política. Aunque la tarea parezca inalcanzable, como afirmamos en las primeras páginas de este trabajo, todo el panorama se transforma cuando en lugar de mirarlo desde dentro, se lo entiende desde la perspectiva suramericana. Con la irrupción de un partido que provisionalmente, hasta su plena constitución se denomina Socialista Unido de Venezuela, puede darse por clausurada una fase de reacción sin precedentes en la historia e inaugurada la que le sigue, en la que se retoma la marcha, pletórica de promesas y, por supuesto, también de riesgos. No es en absoluto casual que en las tres últimas décadas América Latina haya albergado los dos ensayos más potentes de recomposición ideológica, política y organizativa de las mayorías sociales: el PT en Brasil, desde 1978, y el Psuv en Venezuela, a partir de ahora mismo. Imposible soslayar el hecho de que esta pujante prueba de una fuerza subterránea, casi siempre invisible, se manifiesta en el mismo período histórico en que por vía de la desagregación y corrupción, o por el camino de un anacrónico renacimiento de fundamentalismo religioso, se impone el fenómeno inverso en el resto del mundo. Es tan incontrastable el significado de estos ejemplos, que en su reciente viaje a Brasil, el titular del mayor partido político del mundo, Benedicto XVI, asume una consigna que reivindicamos desde hace mucho tiempo –excluyendo, dicho sea de paso, cualquier atisbo de chovinismo regional: “América Latina es la esperanza del mundo”, dice el supremo inquisidor, Joseph Ratzinger, adecuando a su léxico una evidencia que, sin embargo, apunta como un torpedo contra el núcleo mismo de su milenario poder. Sostuvimos esta afirmación cuando arreciaban los vientos helados de la contrarrevolución en todo el mundo. Y con la misma crudeza con que afirmábamos en octubre de 1991 que era preciso aprontarse para una resistencia extremadamente difícil, decimos hoy que aquella fase ha terminado. Y que es preciso alistarse para el contraataque. Después de quince años de brega, el 147
Argentina como clave regional
europeo para ganar oxígeno frente a Estados Unidos.
Nuevos tiempos, nuevas tareas Visto desde la disyuntiva estratégica que afronta Argentina como clave regional, si el cuadro actual no sufre un drástico cambio, el papel de nuestro país sólo puede deteriorarse. Si en octubre es favorecida Fernández, tendrá menos peso específico aún que su esposo para afrontar el cúmulo de contradicciones interburguesas y del capital como conjunto frente a los trabajadores y el pueblo, que se desatarán inexorablemente y a corto plazo. Si por una aceleración del deterioro previo a las elecciones tuviera lugar una segunda vuelta y la oposición burguesa unificada lograra arrastrar tras de sí a una parte suficiente de la población desnortada como para ganar la presidencia, el país ingresaría de inmediato en una situación de ingobernabilidad. En uno u otro caso, la moneda de cambio para comprar milímetros de estabilidad sería el distanciamiento de Argentina del bloque suramericano. Existe sólo una alternativa para eludir esta encerrona histórica: edificar una herramienta política de masas, de definición antimperialista y conducta consecuente con esa ubicación, que integre a las mayorías explotadas y oprimidas de la población y sume cuadros y militantes de todo el espectro afirmado en esa definición –sin excluir a nadie, lo que implica apertura para integrantes honestos y consecuentes del actual elenco gobernante- que en el escenario que las circunstancias indiquen esté resuelto a tomar el poder con el pueblo como protagonista pleno en todos los niveles. Las premuras de la inmediatez pueden arrastrar a optar entre un retroceso brutal si con Lavagna u otro candidato la burguesía y el imperialismo lograran imponer su candidato, o sumarse a esta corte de los milagros como hacen quienes buscan independencia con candidaturas menores en la provincia de Buenos Aires y en la misma boleta electoral llevan nombres innombrables como los de Scioli, Balestrini y Cobos, para sostener a Fernández. Son comprensibles los desgarramientos políticos y morales de la militancia ante semejante alternativa. Sólo una racionalidad con base 146
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histórica y mirada estratégica podrá evitar que esa falsa opción impida una vez más, en una coyuntura histórica irrepetible como la que tenemos delante en América Latina y el mundo, que las masas populares explotadas y oprimidas logren su independencia y su unidad social y política. Aunque la tarea parezca inalcanzable, como afirmamos en las primeras páginas de este trabajo, todo el panorama se transforma cuando en lugar de mirarlo desde dentro, se lo entiende desde la perspectiva suramericana. Con la irrupción de un partido que provisionalmente, hasta su plena constitución se denomina Socialista Unido de Venezuela, puede darse por clausurada una fase de reacción sin precedentes en la historia e inaugurada la que le sigue, en la que se retoma la marcha, pletórica de promesas y, por supuesto, también de riesgos. No es en absoluto casual que en las tres últimas décadas América Latina haya albergado los dos ensayos más potentes de recomposición ideológica, política y organizativa de las mayorías sociales: el PT en Brasil, desde 1978, y el Psuv en Venezuela, a partir de ahora mismo. Imposible soslayar el hecho de que esta pujante prueba de una fuerza subterránea, casi siempre invisible, se manifiesta en el mismo período histórico en que por vía de la desagregación y corrupción, o por el camino de un anacrónico renacimiento de fundamentalismo religioso, se impone el fenómeno inverso en el resto del mundo. Es tan incontrastable el significado de estos ejemplos, que en su reciente viaje a Brasil, el titular del mayor partido político del mundo, Benedicto XVI, asume una consigna que reivindicamos desde hace mucho tiempo –excluyendo, dicho sea de paso, cualquier atisbo de chovinismo regional: “América Latina es la esperanza del mundo”, dice el supremo inquisidor, Joseph Ratzinger, adecuando a su léxico una evidencia que, sin embargo, apunta como un torpedo contra el núcleo mismo de su milenario poder. Sostuvimos esta afirmación cuando arreciaban los vientos helados de la contrarrevolución en todo el mundo. Y con la misma crudeza con que afirmábamos en octubre de 1991 que era preciso aprontarse para una resistencia extremadamente difícil, decimos hoy que aquella fase ha terminado. Y que es preciso alistarse para el contraataque. Después de quince años de brega, el 147
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
momento del contraataque ha llegado.
Dos vertientes Hay mucho en común, y mucho diferente, entre el PT y el Psuv. Ambos son expresión abrupta, casi espontánea, de una necesidad quemante que no sigue lineamientos previsibles en su concreción específica para la teoría y el accionar conciente de las vanguardias, por lo que uno y otro nacen más como prolongación lineal de la lucha cotidiana, cargados del vigor espontáneo proveniente de los entresijos más remotos del cuerpo social y llevando consigo, inseparable de ese poderoso motor, los riesgos del pragmatismo y las formas que éste adopta en materia de organización y acción política. El PT es fruto de inéditas luchas obreras en Brasil (1). El Psuv surge de una revolución apoyada en las masas populares desposeídas. Aquél tuvo un líder obrero. Éste uno de origen militar. Aquél definido por el socialismo en su Congreso Fundacional y llegado al gobierno muchos años después. Éste fruto de una insurrección de masas en 1989, de una sublevación militar en 1992, de una victoria electoral en 1998 y de ocho años de gobierno bajo el acoso constante de la contrarrevolución. Aquél prohijado por lo más avanzado, lúcido y resuelto de la vanguardia revolucionaria brasileña. Éste abandonado por intelectuales y partidos de izquierda, salvo excepciones que confirman la regla. Aquél nacido en el período inmediato anterior a la gran debacle mundial y la entronización de la reacción a escala planetaria. Éste promovido luego de que, sus propios gestores, fueran actores principales del cambio de época tras la marcha del desierto. Ambos nacidos como resultado de la crisis estructural del capitalismo mundial, pero aquél en el momento en que esa crisis se manifestaba, de manera paradojal, mediante el derrumbe de la Urss, y éste luego de que ese tremendo trauma histórico ha sido a medias asimilado por las masas y cuando el sistema capitalista ya no puede en modo alguno disimular su agonía en sus metrópolis. Ambos con el punto de partida de una victoria previa a cualquier plan estratégico: el logro de la unidad social y 1.- PT Brasil. Una respuesta latinoamericana al desafío imperialista. Luis Bilbao; Búsqueda Editora, Buenos Aires, septiembre de 1990. 148
política de los trabajadores, las juventudes y el conjunto del pueblo. Uno, ganado a poco andar por franjas de la intelectualidad y dirigencias obreras que con fundamentos diferentes, declinaron sus banderas ante los ronroneos de la socialdemocracia internacional y el chantaje multicolor del Vaticano. El otro, acaso porque tuvo en esas dos fuerzas a sus peores enemigos inmediatos antes y después de su llegada al gobierno, vacunado en primera instancia contra esas dolencias de la contemporaneidad. El hecho es que esas dos vertientes claves de la realidad hemisférica encarnan hoy, desde su condición de centros de unidad social y política indiscutible, dos estrategias con caminos circunstancialmente paralelos y destinos contrarios: reforma y revolución.
Dialéctica Innecesario decirlo: no todo en el PT es reformista; no todo en el Psuv es revolucionario. Cabe sí subrayar un dato clave: la propuesta y la dinámica del naciente Psuv encarnan la estrategia de la revolución latinoamericana. La propuesta y la dinámica del PT encarnan la estrategia del reformismo. Esto en la hora misma en que en términos concretos, muy a menudo la propuesta reformista coincide con la que propugnan, desesperadamente, los jefes de la reacción local e internacional. Por eso, a la vez que son dos fuerzas claves para toda estrategia antimperialista y anticapitalista, se contraponen mientras marchan a la par, y en más de una oportunidad esos choques son y serán frontales, ubicando a uno y otro en posiciones irreconciliables. Que en esta circunstancia Hugo Chávez haya resuelto convocar a la fundación del Psuv es indicativo de una asunción cabal de las exigencias de la coyuntura: la transición al socialismo es impensable sin una herramienta política poderosa, aceitada y disciplinada. Mucho menos es imaginable la réplica de la revolución a la inexorable acometida imperialista, ya a la vista, sin las masas conscientes, organizadas, capaces de presentar batalla en el terreno que sea. El Psuv está estructurándose con los mayores esfuerzos de su núcleo 2.- «El gran debate»; América XXI Nº 24, marzo de 2007; «Tomar partido», América XXI Nº 25, abril de 2007; «Movilización nacional para la construcción de un nuevo partido»; América XXI Nº 26, mayo de 2007. 149
Luis Bilbao
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momento del contraataque ha llegado.
Dos vertientes Hay mucho en común, y mucho diferente, entre el PT y el Psuv. Ambos son expresión abrupta, casi espontánea, de una necesidad quemante que no sigue lineamientos previsibles en su concreción específica para la teoría y el accionar conciente de las vanguardias, por lo que uno y otro nacen más como prolongación lineal de la lucha cotidiana, cargados del vigor espontáneo proveniente de los entresijos más remotos del cuerpo social y llevando consigo, inseparable de ese poderoso motor, los riesgos del pragmatismo y las formas que éste adopta en materia de organización y acción política. El PT es fruto de inéditas luchas obreras en Brasil (1). El Psuv surge de una revolución apoyada en las masas populares desposeídas. Aquél tuvo un líder obrero. Éste uno de origen militar. Aquél definido por el socialismo en su Congreso Fundacional y llegado al gobierno muchos años después. Éste fruto de una insurrección de masas en 1989, de una sublevación militar en 1992, de una victoria electoral en 1998 y de ocho años de gobierno bajo el acoso constante de la contrarrevolución. Aquél prohijado por lo más avanzado, lúcido y resuelto de la vanguardia revolucionaria brasileña. Éste abandonado por intelectuales y partidos de izquierda, salvo excepciones que confirman la regla. Aquél nacido en el período inmediato anterior a la gran debacle mundial y la entronización de la reacción a escala planetaria. Éste promovido luego de que, sus propios gestores, fueran actores principales del cambio de época tras la marcha del desierto. Ambos nacidos como resultado de la crisis estructural del capitalismo mundial, pero aquél en el momento en que esa crisis se manifestaba, de manera paradojal, mediante el derrumbe de la Urss, y éste luego de que ese tremendo trauma histórico ha sido a medias asimilado por las masas y cuando el sistema capitalista ya no puede en modo alguno disimular su agonía en sus metrópolis. Ambos con el punto de partida de una victoria previa a cualquier plan estratégico: el logro de la unidad social y 1.- PT Brasil. Una respuesta latinoamericana al desafío imperialista. Luis Bilbao; Búsqueda Editora, Buenos Aires, septiembre de 1990. 148
política de los trabajadores, las juventudes y el conjunto del pueblo. Uno, ganado a poco andar por franjas de la intelectualidad y dirigencias obreras que con fundamentos diferentes, declinaron sus banderas ante los ronroneos de la socialdemocracia internacional y el chantaje multicolor del Vaticano. El otro, acaso porque tuvo en esas dos fuerzas a sus peores enemigos inmediatos antes y después de su llegada al gobierno, vacunado en primera instancia contra esas dolencias de la contemporaneidad. El hecho es que esas dos vertientes claves de la realidad hemisférica encarnan hoy, desde su condición de centros de unidad social y política indiscutible, dos estrategias con caminos circunstancialmente paralelos y destinos contrarios: reforma y revolución.
Dialéctica Innecesario decirlo: no todo en el PT es reformista; no todo en el Psuv es revolucionario. Cabe sí subrayar un dato clave: la propuesta y la dinámica del naciente Psuv encarnan la estrategia de la revolución latinoamericana. La propuesta y la dinámica del PT encarnan la estrategia del reformismo. Esto en la hora misma en que en términos concretos, muy a menudo la propuesta reformista coincide con la que propugnan, desesperadamente, los jefes de la reacción local e internacional. Por eso, a la vez que son dos fuerzas claves para toda estrategia antimperialista y anticapitalista, se contraponen mientras marchan a la par, y en más de una oportunidad esos choques son y serán frontales, ubicando a uno y otro en posiciones irreconciliables. Que en esta circunstancia Hugo Chávez haya resuelto convocar a la fundación del Psuv es indicativo de una asunción cabal de las exigencias de la coyuntura: la transición al socialismo es impensable sin una herramienta política poderosa, aceitada y disciplinada. Mucho menos es imaginable la réplica de la revolución a la inexorable acometida imperialista, ya a la vista, sin las masas conscientes, organizadas, capaces de presentar batalla en el terreno que sea. El Psuv está estructurándose con los mayores esfuerzos de su núcleo 2.- «El gran debate»; América XXI Nº 24, marzo de 2007; «Tomar partido», América XXI Nº 25, abril de 2007; «Movilización nacional para la construcción de un nuevo partido»; América XXI Nº 26, mayo de 2007. 149
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Argentina como clave regional
promotor principal para que se edifique desde las bases, con métodos democráticos, con la participación de millones y con definiciones sin remilgos revolucionarias (2). A no dudarlo, habrá sinuosidades en el camino. Pero la línea de marcha está trazada. Ahora bien: como en cada momento crucial de una revolución, su suerte no se juega sólo, ni principalmente, fronteras adentro. La Revolución Socialista Bolivariana de Venezuela está acompañada en grados diferentes por otros países. Tiene en primer lugar, como inapreciable punto de referencia ideológico-político y base de apoyo concreto a la Revolución Cubana. Los procesos en Bolivia y Ecuador tienden a converger en un mismo haz antimperialista y anticapitalista. Los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay se pliegan a la orientación de Caracas porque saben que el choque frontal con la estrategia de la revolución daría inicio a la cuenta regresiva acelerada de sus propios pueblos, pero responden a intereses de burguesías incapaces de un mínimo de consecuencia en la lucha antimperialista. Están entre la pared imperial y la espada de Bolívar, símbolo hoy de millones de latinoamericanos y caribeños en su afán por la emancipación. Los gobiernos de Colombia, Perú y, desde otro ángulo, Chile, están francamente alineados con Estados Unidos. Todos acordaron, no obstante, integrar Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), hecho relevante de la coyuntura hemisférica y elocuente respecto de las fuerzas que surcan bajo la superficie. Pero este conjunto de fuerzas en pugna, en todos los países involucrados -con excepción de Cuba- ocurre sin la participación consciente y organizada de la clase obrera (3). Dicho de otro modo: la enorme potencia del fenómeno político en curso en América Latina y el Caribe, la riqueza y vigor sin precedentes de un cuadro regional que avanza hacia una situación revolucionaria generalizada, adolece de una extrema timidez de las fuerzas obreras para la acción. Y a esto se suma la ausencia de organizaciones políticas que en cada país establezcan la dialéctica entre clase, partido y dirección, capaz de concluir en una fuerza continental en condiciones de 3.- Remitimos a nuestras reiteradas afirmación en este mismo volumen respecto de qué significa hoy esta categoría. 150
enfrentar la batalla (final, medida en términos históricos), contra el imperialismo y el capitalismo.
Qué hacer Por eso es impostergable la intervención urgente, audaz, generosa y con mirada de largo alcance, de quien se sienta comprometido con la lucha antimperialista y anticapitalista, con el objetivo de edificar en cada país instrumentos políticos capaces de avanzar tras la unidad social y política de las grandes masas, con un programa a la vez unificador y de neta definición revolucionaria. Pero si esto urge en todas partes, en Argentina es cuestión de vida o muerte. Y entiéndase esta frase de manera literal. No hay excusa posible para involucrarse en la tarea concreta de organizar las fuerzas no ya de los revolucionarios marxistas, sino de todos quienes desde la ideología que sea estén resueltos a “cambiar de raíz la cultura y la política” y a organizarse en partidos revolucionarios de masas, democráticos, antiimperialistas y anticapitalistas (4). En la actual coyuntura mundial y regional, tales partidos no pueden sino tener, desde su nacimiento mismo, una definición latinoamericanista. Por eso está planteado en cada país, a la escala y con las formas que cada situación permita, capítulos de un único partido revolucionario latinoamericano-caribeño, que adopte un programa de acción antimperialista y anticapitalista y asuma, simbólica y efectivamente, como dirigencia de esa fuerza regional en gestación, a Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Ése es, al promediar 2007, el nuevo punto de partida para la militancia revolucionaria en Argentina.
4.- Ver Apéndice 2. 151
Luis Bilbao
Argentina como clave regional
promotor principal para que se edifique desde las bases, con métodos democráticos, con la participación de millones y con definiciones sin remilgos revolucionarias (2). A no dudarlo, habrá sinuosidades en el camino. Pero la línea de marcha está trazada. Ahora bien: como en cada momento crucial de una revolución, su suerte no se juega sólo, ni principalmente, fronteras adentro. La Revolución Socialista Bolivariana de Venezuela está acompañada en grados diferentes por otros países. Tiene en primer lugar, como inapreciable punto de referencia ideológico-político y base de apoyo concreto a la Revolución Cubana. Los procesos en Bolivia y Ecuador tienden a converger en un mismo haz antimperialista y anticapitalista. Los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay se pliegan a la orientación de Caracas porque saben que el choque frontal con la estrategia de la revolución daría inicio a la cuenta regresiva acelerada de sus propios pueblos, pero responden a intereses de burguesías incapaces de un mínimo de consecuencia en la lucha antimperialista. Están entre la pared imperial y la espada de Bolívar, símbolo hoy de millones de latinoamericanos y caribeños en su afán por la emancipación. Los gobiernos de Colombia, Perú y, desde otro ángulo, Chile, están francamente alineados con Estados Unidos. Todos acordaron, no obstante, integrar Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), hecho relevante de la coyuntura hemisférica y elocuente respecto de las fuerzas que surcan bajo la superficie. Pero este conjunto de fuerzas en pugna, en todos los países involucrados -con excepción de Cuba- ocurre sin la participación consciente y organizada de la clase obrera (3). Dicho de otro modo: la enorme potencia del fenómeno político en curso en América Latina y el Caribe, la riqueza y vigor sin precedentes de un cuadro regional que avanza hacia una situación revolucionaria generalizada, adolece de una extrema timidez de las fuerzas obreras para la acción. Y a esto se suma la ausencia de organizaciones políticas que en cada país establezcan la dialéctica entre clase, partido y dirección, capaz de concluir en una fuerza continental en condiciones de 3.- Remitimos a nuestras reiteradas afirmación en este mismo volumen respecto de qué significa hoy esta categoría. 150
enfrentar la batalla (final, medida en términos históricos), contra el imperialismo y el capitalismo.
Qué hacer Por eso es impostergable la intervención urgente, audaz, generosa y con mirada de largo alcance, de quien se sienta comprometido con la lucha antimperialista y anticapitalista, con el objetivo de edificar en cada país instrumentos políticos capaces de avanzar tras la unidad social y política de las grandes masas, con un programa a la vez unificador y de neta definición revolucionaria. Pero si esto urge en todas partes, en Argentina es cuestión de vida o muerte. Y entiéndase esta frase de manera literal. No hay excusa posible para involucrarse en la tarea concreta de organizar las fuerzas no ya de los revolucionarios marxistas, sino de todos quienes desde la ideología que sea estén resueltos a “cambiar de raíz la cultura y la política” y a organizarse en partidos revolucionarios de masas, democráticos, antiimperialistas y anticapitalistas (4). En la actual coyuntura mundial y regional, tales partidos no pueden sino tener, desde su nacimiento mismo, una definición latinoamericanista. Por eso está planteado en cada país, a la escala y con las formas que cada situación permita, capítulos de un único partido revolucionario latinoamericano-caribeño, que adopte un programa de acción antimperialista y anticapitalista y asuma, simbólica y efectivamente, como dirigencia de esa fuerza regional en gestación, a Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Ése es, al promediar 2007, el nuevo punto de partida para la militancia revolucionaria en Argentina.
4.- Ver Apéndice 2. 151
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Apéndice 1. TTeoría eoría y práctica del frente único antimperialista
167
Teoría y práctica del frente único antimperialista
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Luis Bilbao
III Cumbre de los pueblos y IV Cumbre de las Américas Entre los días 2 y 5 de noviembre de 2005, en el desarrollo de las llamadas Cumbre de las Américas y Cumbre de los Pueblos, se pusieron a prueba los conceptos teóricos y las líneas de acción estratégica de las organizaciones que se consideran revolucionarias. Argentina vive un proceso tal de degradación política generalizada, como para asistir, por ejemplo, al hecho de que personas autoproclamadas dirigentes marxistas, hagan campaña electoral con su sola foto multiplicada en un alud de afiches, obtengan entre el 0,1 y el 0,6% de los votos (uno por cada 10 mil afiches, grosso modo) y luego no sólo rehúsen un balance objetivo de lo actuado, sino que incluso lleguen a proclamarse victoriosos. De manera que no asombra encontrarse con esos mismos dirigentes eludiendo toda responsabilidad ante el hecho de no haber previsto y no formar parte y ni siquiera tomar cuenta de acontecimientos tales como la confrontación brutal del imperialismo con el Mercosur más Venezuela, o la realización de un acto con más de 40 mil personas en el cual el único orador, Hugo Chávez, a su vez participante de la reunión de presidentes, proclame que la opción de este momento histórico es “socialismo o barbarie”. Esta completa enajenación de individuos y organizaciones que enarbolan posiciones de los autores clásicos del marxismo revolucionario y se comprometen con una revolución socialista es extraordinariamente gravosa para el desenvolvimiento objetivo de la acción revolucionaria. Cuadros valiosos y miles de militantes sinceramente entregados a la causa socialista se inmolan políticamente, restándose de una fuerza en gestación que estará al frente de la inexorable confrontación con el imperialismo y el capitalismo; un combate ya visible en el horizonte y en marcha a toda velocidad. Frente a esa militancia, en este momento de crisis y recomposición urge el debate sobre un concepto clave de la teoría revolucionaria marxista, forjado precisamente por una revolución victoriosa y en marcha –la Revolución Rusa y la Internacional Comunista: el 169
Teoría y práctica del frente único antimperialista
frente único antimperialista. Crítica publicó en sus ediciones 23, 24 y 25 los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, precisamente porque en su labor de difusión, educación y debate, consideró imprescindible asumir la experiencia de los líderes teóricos, políticos y militares de la Revolución Rusa de 1917. Hemos recordado una y otra vez que en esa instancia –el mayor laboratorio de la teoría revolucionaria que jamás existió- con la victoria en Rusia, el múltiple ataque imperialista y la necesidad de avanzar en la realización efectiva del concepto de revolución mundial, los revolucionarios de entonces encabezados por Lenin llegaron a cambiar la clásica consigna del Manifiesto Comunista: “Proletarios de todos los países, unios”, para enarbolar en su lugar un concepto adecuado a la realidad mundial: “Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, unios”. Los revolucionarios de hoy tenemos todavía un desafío mayor. No sólo debemos asumir esa extensión socio-geográfica del bloque de fuerzas necesario para enfrentar y vencer al capitalismo en su fase actual, sino que nuestro punto de partida no cuenta con aquello que hacía articulable la noción de “unión de los proletarios de todo el mundo”. La degeneración, transfiguración y desarticulación de prácticamente todos los partidos socialistas y comunistas y el proceso paralelo de transformación de los sindicatos en todo el mundo, deja sin sustento material inmediato en términos organizativos a la consigna estratégica. En 1848 los destinatarios (casi exclusivamente europeos) del llamado al combate anticapitalista contaban con organizaciones de clase, con alcance de masas. En 1917/24, ya había partidos socialistas y comunistas de masas en todo el mundo. Hoy, casi sin excepciones, no existe ni lo uno ni lo otro. Peor aún: aquellos nombres, cuando se los halla con realidad organizativa y política, casi invariablemente representan lo contrario de lo que sus nombres significaron originalmente. Esto potencia un fenómeno siempre presente, pero que en nuestro tiempo adquiere relieve mayor: la ubicación en posiciones ambiguas, políticamente alineadas con formaciones burguesas e ideológicamente identificadas con el antimperialismo e incluso el anticapitalismo, de 170
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amplios sectores populares y de capas medias, representados en la emergencia de intelectuales y dirigentes intermedios de extrema inconsistencia en todo sentido. El frente único antimperialista parte de la certeza de que, sobre todo en momentos de crisis aguda del sistema capitalista mundial, sectores de la propia burguesía –incluso en el poder en países semicoloniales- ven aparecer contradicciones severas con los centros imperiales. Si esto era verdad en los años 20 del siglo pasado, ahora lo es mucho más: los avances científico-técnicos que dieron lugar a lo que vulgarmente se ha llamado “globalización”, permiten al capital financiero internacional apropiarse de la plusvalía –y de las fuentes de plusvalía- de las burguesías subordinadas en todo el mundo. Cuando se derrumbó la Unión Soviética la exacción interburguesa (que supone además la lucha interimperialista) se agravó al extremo. Es obvio que aquellas interpretaciones que en 1990 anunciaron una ofensiva mundial del proletariado revolucionario no podrían situarse correctamente frente a los acontecimientos que sobrevendrían, como tampoco podrían hacerlo aquellas que arrojaron la teoría revolucionaria marxista por la borda y desde entonces navegan al garete. Quince años después, cuando la revolución se instala otra vez en la orden del día, ha llegado la hora de que cuadros, cuadros medios y militancia de las organizaciones comprometidas con la revolución exijan a sus direcciones un balance objetivo de sus caracterizaciones y acciones desde entonces. Ahora sí, se han agotado todos los plazos. Y un error respecto de lo que está en curso no se limita a provocar un posicionamiento equivocado: lisa y llanamente coloca a quien lo comete al otro lado de la barricada en la lucha continental y mundial contra el capitalismo y el imperialismo.
Las “cumbres” de Mar del Plata En la denominada Cumbre de las Américas se fracturó estrepitosamente la burguesía continental, el imperialismo estadounidense perdió el control de la situación, se vio impedido de retomar una iniciativa cedida desde hace cinco años, así como de imponer el Area de Libre Comercio de las Américas (Alca), recurso imprescindible para contrarrestar la crisis estructural del sistema y la competencia 171
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interimperialista. Con la negativa a incorporarse de inmediato al Alca, el Mercosur desoyó la perentoria orden de Washington y se plantó frente a frente con el imperialismo y quienes lo acompañaron. El abroquelamiento de los gobiernos de Brasil, Uruguay y Paraguay en torno al discurso de Néstor Kirchner es un hecho inequívoco, indicativo de la honda fractura abierta entre el imperialismo estadounidense y las burguesías dependientes. Este alineamiento es tanto más significativo cuando se toma en cuenta que simultáneamente Tabaré Vázquez se comprometía con un tratado bilateral con Estados Unidos, Nicanor Duarte venía de dar inmunidad a tropas yanquis en su país y de chantajear a sus socios en la Comunidad Suramericana de Naciones con la amenaza de pasarse al lado del imperialismo y Lula preparaba en ese mismo instante la cita que tendría al día siguiente con Bush, donde se esforzaría por mostrarse con gesto aquiescente. El propio Kirchner, lejos de mantener en su gobierno una clara posición antimperialista, en los hechos ratifica cada día y en todos los terrenos una línea contraria a la ruptura con los centros de poder mundial y la afirmación de una línea de acción consecuente hacia la unidad suramericana, la organización de la nación para la resistencia y el enfrentamiento a los imperios. Lejos de desmentir nuestra afirmación, son precisamente estas actitudes demostrativas de temor y voluntad conciliacionista las que subrayan la importancia de lo ocurrido en el cónclave presidencial y la naturaleza objetiva de las causas que provocaron el enfrentamiento. Prolongada y amplificada luego de la cumbre con la pelea entre Kirchner y el presidente de la Coca Cola mexicana Vicente Fox, la fractura producida en Mar del Plata es un dato crucial de la realidad y el futuro inmediato a escala continental. Sin partir de esa fractura será imposible comprender el complejísimo cuadro de situación y actuar como factor de peso desde las posiciones de la revolución socialista. Quienes de verdad estén dispuestos a librar la guerra contra el imperialismo no pueden desconocer aquella fractura. Más aún, puede afirmarse que de la posición que se adopte frente a ella depende el desenlace del combate. Mientras tanto a pocas cuadras, en la así llamada IIIª Cumbre de los pueblos, aunque sin contornos definidos, se perfilaba la base social, 172
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organizativa y programática de un frente único antimperialista. Los días de sesión de ese encuentro, que más allá de circunstancias presumibles se organizó y desarrolló con criterio democrático, constituyeron una prueba irrefutable de que el curso objetivo del movimiento de las clases y sectores frente a la constante agudización de la crisis no está en las previsiones y la caracterización de prácticamente ninguna de la organizaciones que se autoproclaman revolucionarias. Un conjunto numerosísimo de organizaciones sociales y políticas, articuladas en torno al Serpaj (Servicio de Paz y Justicia) y con notoria intervención de la CTA, fue el que durante meses organizó la tercera edición de estas “cumbres”, nacidas de una iniciativa en la que pesó particularmente el Partido Comunista de Cuba y a la que se sumaría luego el gobierno revolucionario de Venezuela. Dicho de otro modo: esta dinámica de frente único antimperialista viene de fuera de Argentina y, al presentarse la oportunidad de plasmar aquí, lo hizo en torno a estructuras en las que no predominan las organizaciones revolucionarias marxistas. Por el contrario, muchos de quienes se consideran tales se mantuvieron fuera hasta el final, ajenos y contrapuestos al hecho relevante que ahora debe ser materia de análisis y debate: el acto de cierre en el estadio mundialista de Mar del Plata, donde las organizaciones partipantes de la IIIª Cumbre de los pueblos convergieron con contingentes puestos en movimiento por sectores del propio gobierno. La multitud que acudió a escuchar al presidente venezolano y el impacto nacional que tuvo su discurso, centrado en la lucha frontal con el imperialismo y en la perspectiva de la revolución socialista, son prueba irrefutable de que la línea estratégica de frente único antimperialista –defendida desde su fundación por la Unión de Militantes por el Socialismo (UMS)- es la única capaz de afirmar los cimientos para lograr tres objetivos clave en este momento histórico: - afirmar un eje conceptual y político de unificación de las masas explotadas y oprimidas; - abrir un camino de articulación efectiva de fuerzas sociales y políticas en la perspectiva de afirmación de una herramienta política de masas de signo antimperialista y anticapitalista; 173
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- ofrecer el marco social y político para que las tendencias y cuadros marxistas genuinamente comprometidos con la edificación de un partido revolucionario y con la lucha de masas contra el imperialismo y el capitalismo, puedan avanzar en la teoría y la práctica por el camino de recomposición de fuerzas. El hecho es que mientras en la reunión de presidentes Kirchner definía una línea que más allá de toda interpretación abroqueló a cuatro países (Venezuela, también sumada, no dependía de eso, sino al contrario) en oposición a la exigencia imperialista; mientras Chávez participaba en la clausura de la IIIª Cumbre de los pueblos, en el estadio (y en todo el país, porque el acto y el discurso fue transmitido por dos cadenas televisivas y seguido con entusiasmo por centenares de miles, acaso millones de personas), plasmaba un frente antimperialista que amplificaba más allá de toda previsión la derrota estratégica que sufrió el imperialismo en la persona de George Bush. La incorrecta caracterización que impidió comprender el fenómeno objetivo por el cual cayó el gobierno de la Alianza y más tarde hizo posible el arribo de Kirchner al gobierno, impide ahora interpretar lo que está ocurriendo a escala suramericana y el lugar que Argentina juega en esa dinámica. Pero ocurre que esa incomprensión, más que inhabilitar a una dirección política para trazar una correcta línea de acción en función de los intereses de las masas y la revolución, en realidad empuja hacia el campo enemigo. No son palabras: los minúsculos grupos que el sábado 5 de noviembre, luego del acto de masas en el estadio, quisieron hacer su propio acto y dieron lugar a acciones que resultaron en enfrentamientos, detenciones y algunos casos de rotura de vidrieras y saqueos, hicieron mucho más que involucrarse en acciones tácticamente insostenibles y sin otra consecuencia que el repudio de las mayorías y el gesto satisfecho de un sector burgués que se infiltró con grupos provocadores. Más que eso, las dirigencias sin brújula que intentaron encubrir su desconcierto con medidas estridentes, trazaron una línea de acción que, en caso de ser seguida por sus bases, alejará a miles de militantes del movimiento social y político allí naciente, conceptualmente definible como frente único antimperialista, restando la voz, las ideas y la fuerza de una perspectiva revolucionaria marxista en el seno de esa dinámica viva 174
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cuyo devenir de masas es inexorable. Algo semejante ocurrió cuando una década y media atrás nació el Congreso de Trabajadores Argentinos. Pero transcurrido el período histórico que ese lapso encerró (es decir, el cambio de retroceso generalizado a comienzo de un auge mundial de las fuerzas antimperialistas y anticapitalistas), aquel error hoy reiterado no tendrá sólo consecuencias por la negativa: será un factor gravitante a favor de la contrarrevolución. Es el destino fatal de los cuadros y organizaciones alcanzados por la enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo. Por eso es tarea impostergable de los revolucionarios marxistas combatirlos en la teoría, en la práctica política y en el desarrollo organizativo.
Exigencias de la coyuntura Un frente único antimperialista hegemonizado por cuadros y corrientes centristas, tanto más si éstas son parte de un gobierno, no puede dar lugar al desarrollo y consolidación de una línea de acción consecuentemente antimperialista y anticapitalista. Pero las corrientes centristas, expresión de flancos de la burguesía y de otros sectores no proletarios, son por definición parte del frente único antimperialista cuando la crisis del capitalismo se agudiza. Para quienes se limitan a graznar o garabatear obviedades anticapitalistas la fractura en la Cumbre de las Américas y el punto de unificación en la Cumbre de los Pueblos carecen de significación. Pero para quienes se consideren parte de la lucha sin retorno entre el imperialismo y las masas del mundo, se trata de la diferencia entre la posibilidad de victoria y la certeza de la derrota. Unir, organizar y concientizar a millones de personas contra el imperialismo es, en efecto, cuestión de vida o muerte. En cambio, para quienes comprenden que Estados Unidos ha trazado una línea de acción estratégica que supone la invasión de Venezuela y Cuba y la militarización del continente, la fractura en la cumbre y el discurso de Chávez equivalen al toque de Diana en la jornada del combate. Por eso, sin desatender el debate y la lucha teórica contra el izquierdismo, en la medida en que se muestren capaces de atraer a genuinos luchadores, el centro inconmovible del 175
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accionar en todos los terrenos es la participación en las formas larvales del frente único antimperialista con el propósito de contribuir a su efectiva articulación y afianzamiento, y con la determinación de actuar en su seno como destacamento comunista dispuesto a defender la estrategia de revolución socialista, lo que equivale a decir organización propia de los trabajadores y recomposición de las fuerzas marxistas en un genuino partido revolucionario. Por la naturaleza de la coyuntura y por el ya mencionado hecho de que el frente único antimperialista prefigurado en la llamada Cumbre de los pueblos tiene su origen fuera de argentina y reúne fuerzas de toda América Latina y el Caribe, la acción deberá desarrollarse a esa escala. El conjunto reunido en la IIIª Cumbre de los Pueblos puede constituirse en punto de apoyo para la constitución de un bloque antimperialista continental y la declaración de Mar del Plata en base para una plataforma programática. Precisamente una plataforma programática y la decisión de consolidar un bloque continental contra el imperialismo, deberían ser el único cedazo para la inclusión de aliados. El acto de clausura en el estadio mostró cómo al sumarse fuerzas integrantes del gobierno, los recursos de éste se pueden convertir en palanca para maniobras que desvirtuen la naturaleza de una movilización. Esto requiere resguardos organizativos; no obstante, ese riesgo deberá ser siempre asumido ante acciones concretas. No se trata de arrastar al oficialismo a posiciones que no tiene, sino de tomar sus contradicciones internas tal cual son y, mediante acciones de inequívoco contenido antimperialista, dejar que sean ellos mismos quienes las resuelvan y las evidencien ante la juventud, los trabajadores y el pueblo. El problema no es ni será qué hace o deja de hacer Kirchner, sino qué hacen o dejan de hacer las fuerzas revolucionarias involucradas en un frente único antimperialista. Aun sin considerar el hecho de que la agudización de la crisis en todos los planos saltará al centro del escenario político argentino en el próximo período, ya en el cuadro actual resulta evidente la imposibilidad para el gobierno de sostenerse sobre la base de la ambigüedad y el doble discurso. Las tendencias e individualidades que, con definiciones antimperialistas y anticapitalistas, se incorporaron 176
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al oficialismo, envueltas ya en el torbellino de una lucha desigual que las acorrala, las corrompe y las desgaja, en su doble papel de legitimar al gobierno ante franjas del activismo e introducir demandas populares en el discurso oficial, constituyen un exponente frágil por demás. Sin base social genuina y sin otra fuerza organizativa que la que deviene del usufructo del Estado, estas tendencias -además duramente enfrentadas entre sí- no tienen la más remota posibilidad de influenciar -no digamos ya neutralizar- las decisiones centrales del gabinete ministerial. Quienes apelando a un método subjetivista sostienen que en la voluntad de Kirchner está el propósito de afirmar un gobierno defensor de la soberanía nacional y de realizar profundas transformaciones sociales, deben comprender sin embargo que aun admitiendo esa presunción, el objetivo es inalcanzable con base en los minúsculos aparatos y las desprestigiadas figuras del flanco izquierdo del oficialismo. Hacer crecer y fortalecer una tendencia revolucionaria al amparo del jefe de gabinete es un error mayor que el cometido por la tendencia revolucionaria del peronismo en 1973/74. Si por voluntad o exigencia de las circunstancias, para defender su propia existencia el gobierno decidiera sostener una línea de confrontación con el imperialismo, su única alternativa sería la apelación a la movilización obrera, juvenil y popular. En tal hipótesis, las tendencias e individualidades de izquierda oficialista serían incapaces de proponer y defender una línea de independencia programática de las masas frente al gobierno. Harían, en una escala mayor y con efectos completamente diferentes lo que hicieron en el estadio de Mar del Plata: lanzar golpes de mano para adueñarse de una movilización que no gestaron e imponerse a un sentimiento colectivo y un programa de acción contrapuesto por el vértice al del gobierno. Hay que tener en claro que si no hubiese sido por el contenido central del discurso de Chávez, el enorme esfuerzo de la IIIª Cumbre de los Pueblos hubiese sido abortado por la irresponsabilidad oportunista de pequeños aparatos financiados por el gobierno. De modo que una perspectiva consecuente de frente único antimperialista requiere la afirmación de una base programática y una organización propias, lo cual plantea la necesidad de impedir que la 177
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mano oficialista se imponga y esterilice el formidable proceso en curso de convergencia antimperialista. Esto vale también para la CTA, fracturada por tendencias diferentes, en cuyas filas gravitan individuos y pequeños aparatos dependientes del gobierno, que en circunstancias especiales pueden hegemonizar esa organización cada día más fragmentada y vaciada de trabajadores. Pero una base programática y una organización propia de los trabajadores, las juventudes, el conjunto de sectores afectados por la crisis del capital e incluso alas radicales del gobierno requiere a su vez de un motor revolucionario con potencia de ideas y capacidad de intervención. El frente único antimperialista se entrelaza así con la edificación de una herramienta política de masas en un proceso de constante contradicción y lucha interna, que a su vez es el único terreno en el que puede germinar una organización revolucionaria que resulte de la recomposición de fuerzas marxistas. Desde luego este conjunto de tareas es más complejo que pegar afiches con fotos de dudosa estética implorando un voto. Es también más complejo que inventar estructuras “piqueteras” para cobrar subsidios del Estado y edificar una ficción capaz de engañar a sus propios promotores hasta que la voluntad de los trabajadores y las masas desposeídas demuestran qué lugar tienen tales fabricaciones en la conciencia y la acción de las masas. Pero es el único camino que lleva a la articulación de un bloque antimperialista continental; el único camino que puede forjar miles de cuadros dirigentes reales de movimientos reales, en condiciones de encarnar la unión de las ideas científicas de la revolución social con la fuerza viva de las masas explotadas y oprimidas; el único camino para librar con éxito la gran batalla histórica que se avecina contra el imperialismo y el capitalismo, en Argentina, en Suramérica y el mundo. Amarrar tanto cuanto sea posible las manos del imperialismo y apelar a todas las instancias imaginables para minimizar los efectos devastadores de sus zarpazos agónicos; contribuir a la educación, concientización y organización de las juventudes y los trabajadores; defender incondicionalmente las revoluciones de Cuba y Venezuela contra la escalada bélica de Washington; continuar bregando sin descanso por la construcción de una herramienta política de los 178
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trabajadores y las masas; aplicar dosis letales de teorĂa y polĂtica contra la enfermedad infantil del comunismo y contra el oportunismo, que como ya subrayara Lenin son dos caras de una misma medalla; acelerar la marcha para recomponer las fuerzas marxistas... he allĂ las tareas impostergables de la hora.
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