Trilogía bomberos ardientes - 03

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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos Al Staff Excomulgado: Dahiana, Dg Kaleigh, Kamilita, Marijf22, Marisaruiz, Mdf30y, Nelly Vanessa, Pau Belikov y Taeva por la Traducción; de nuevo, Pau Belikov por la Yorky_d por la Corrección; Laavic por la Diagramación y Leluli y Mokona por la Lectura Final de este Libro para El Club De Las Excomulgadas… A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan siempre. A Todas…. ¡¡¡Gracias!!!

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Corrección de la Traducción; Alatariel, Pily1 y

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El Club de las Excomulgadas Aviso Excomulgado El Club de Las Excomulgadas ha realizado este proyecto de fan traducción Sin

Está hecho por Fans para Fans, Siendo su Distribución Complemente Gratuita. No ha tenido en ningún momento el objetivo de quebrantar la propiedad intelectual del autor o reemplazar el original. Su Único fin es incentivar y entretener con la lectura en nuestro idioma. Así mismo las Incentivamos a Comprar Las Obras de Nuestras Autoras Favoritas, ya sea en el idioma original o cuando estén disponibles en español, para seguir disfrutando de estas grandes novelas.

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Ánimo De Lucro Alguno.

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El Club de las Excomulgadas

Argumento Un Toque Enciende. El Fuego Quema. Y El Calor Acaba de Comenzar. El herido bombero Connor MacKenzie ha llegado a lo profundo de las frescas y verdes montañas de Adirondack para reconstruir la cabaña de 100 años de antigüedad de la familia MacKenzie; y para estar a solas. Un incendio terrible le ha equipo de bomberos no importa lo que se necesite, y cualquier mujer que se aventure demasiado cerca no se quedará mucho tiempo. Ginger Sinclair ha sido quemada por un tipo diferente de fuego. Después de haber escapado de un mal matrimonio, se retiró a la seguridad de un pueblo vacacional junto a un lago en el Estado de Nueva York para comenzar una nueva vida. Ha terminado con los hombres, con las relaciones, con el peligro de los deseos que pueden arder fuera de control; hasta que inesperadamente se encuentra con Connor MacKenzie. Cuando un verano caluroso en el lago se hace cada vez más caliente, se encuentran compartiendo una cabaña y un romance que rápidamente se los tragará a ambos.

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dejado cicatrices por dentro y por fuera y certeza sobre dos cosas: Va a volver a su

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Uno Connor MacKenzie deslizó su auto de alquiler en el camino de grava detrás de la vieja cabaña de madera y estaba sacando las llaves del contacto, cuando el barato llavero de metal raspó contra la palma de su mano. Maldijo, cuando este lo mordió en la piel desigual y llena de cicatrices, todavía se sentía demasiado tirante cada vez que flexionaba sus manos o hacia un puño. Sin embargo, hoy era uno de los días buenos. Durante todo el vuelo y el había sido capaz de sentir todo lo que tocaba. Los peores días eran en los que el entumecimiento ganaba. Días en los que le tomaba toda su fuerza combatir los rugidos de ira, cuando se sentía como un león herido hacinado en una jaula de 1 x 1 en algún zoológico, a la espera de la oportunidad de escapar y correr libre de nuevo. Para ser el rey de la selva otra vez. Su mano picó cuando se quitó el cinturón de seguridad y cerró la puerta del lado del conductor. Tenía que salir a donde pudiera ver el agua, respirarla. Calmarse de una puta vez. Este lago, en el corazón del denso bosque de Adirondack, enderezaría su rumbo. Tenía que hacerlo. Había venido de otro lago, de doce años de luchar con incendios forestales en Lake Tahoe, California. Pero no podía quedarse allí otro verano, no podía soportar ver a su hermano y amigos salir a combatir incendio tras incendio mientras él iba a terapia física y trabajaba con los novatos en el salón de clases, enseñándoles sobre los libros y tratando de no notar la forma en la que se quedaban mirándole las gruesas cicatrices que subían y bajaban por sus brazos debido a sus múltiples injertos.

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viaje de dos horas desde el aeropuerto a través de sinuosas carreteras secundarias,

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El Club de las Excomulgadas Venir a Blue Mountain Lake había sido idea de su hermano. —Dianna y yo queremos casarnos en Poplar Cove a finales de julio —había dicho Sam. Habían estado planeando una gran boda para finales de otoño, al final de la temporada de incendios, pero ahora que Dianna estaba embarazada, su agenda se había movido varios meses—. Después de todos estos años, especialmente con los abuelos en Florida a tiempo completo, estoy seguro de que la cabaña necesita trabajo. Podría ser un buen proyecto para las próximas semanas. Mejor que pasar el rato por aquí, de todos modos.

que accedieran a firmar su enésima ronda de papeles de apelación, los papeles que lo pondrían de nuevo en su equipo de Hotshot de Tahoe Pines. Había estado saltando a través de un aro del Servicio Forestal tras otro durante dos largos años, trabajando como loco para convencerlos de que estaba listo, mental y físicamente, para reincorporarse a sus funciones como Hotshot. Hasta ahora habían dicho que había demasiado riesgo. Pensaban que era muy probable que se bloqueara, que no sólo se haría daño a sí mismo, sino que a un civil también. Mentira. Estaba listo. Más que listo. Y estaba seguro que esta vez su apelación sería aprobada. Sin embargo, Sam tenía razón. Venir a la cabaña de madera con una sierra, un martillo y un pincel, recorrer los senderos alrededor del lago y tomar largos y refrescantes baños, podía hacer algo con la agitación que había estado corriendo por sus venas desde hace dos años. Las cosas iban a ser diferente aquí. Este verano iba a ser mejor que el anterior, una apuesta segura de que sería un infierno mucho mejor que los dos que había pasado en el hospital. Este verano, el mono que se había aferrado a su espalda, el monstruo persistente que había estado lenta pero constantemente estrangulando a Connor, por fin iba a dejarlo solo de una puta vez.

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Connor había querido acampar fuera de la sede del Servicio Forestal hasta

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El Club de las Excomulgadas Moviéndose fuera del camino de grava de la entrada, Connor pasó más allá del césped y a través de la arena hasta llegar a la orilla del agua. Miró hacia el calmado lago, la superficie reflejando las nubes blancas y las verdes montañas que lo rodeaban, esperando la liberación en su pecho, la disolución del puño en sus entrañas. Una lancha cigarrillo1 vino a toda velocidad hacia la bahía, creando una estela enorme en la silenciosa orilla, y el agua fría salpicó alto, por encima de los zapatos de Connor, empapándolo hasta las rodillas.

¿A quién estaba tratando de engañar? No estaba para risas este verano. Estaba allí para pasar más allá del dolor persistente en sus manos y brazos. Estaba allí para forzarse a sí mismo a la máxima forma física, para demostrar su valía al Servicio Forestal cuando volviera a California después de la boda de Sam. Estaba aquí para renovar la vieja cabaña de madera de cien años de edad de sus bisabuelos, para trabajar largas y duras horas en ello y así cuando se durmiese correría más rápido que sus pesadillas, evadiría los terribles recuerdos del día en que había estado a punto de morir en la montaña en Lake Tahoe. Estaba aquí para estar solo. Completamente solo. Y no importa lo que tuviese que hacer, iba a encontrar la calma interior, el control que siempre había sido tan fácil y tan innato antes del incendio en Desolation. Alejándose del agua, miró de nuevo hacia la cabaña. Las palabras Poplar Cove estaban grabadas en uno de los troncos, el nombre que sus bisabuelos le

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Mierda.

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El Club de las Excomulgadas habían dado el campo de Adirondack en el año 1910. Se obligó a buscar sus defectos, todo lo que había que derribar y reconstruir este verano. La pintura se estaba pelando por debajo del porche en el frente, allí donde golpeaban las tormentas. Algunas de las tejas estaban torcidas. Pero incluso mientras trataba de ser imparcial, vio la detallada precisión que su bisabuelo había puesto en la cabaña hace cien años: los troncos perfectos sosteniendo las esquinas pesadas de la construcción, los troncos más pequeños y las ramas que enmarcaban el porche casi artísticamente.

con Sam y sus amigos, bajo la atenta pero amorosa mirada de sus abuelos. Los únicos que faltaban eran sus padres. En una ocasión le había preguntado a su madre por qué ellos no venían, pero había puesto esa mirada jadeante y de ojos llorosos que él odiaba ver, la misma que tenía generalmente cuando hablaba con su padre acerca de sus largas horas de trabajo, de modo que lo había dejado pasar. No podía creer que ya hubiesen pasado doce años. Después de firmar para ser un Hotshot a los dieciocho, los veranos de Connor habían estado llenos de combatir incendios forestales. Cualquier primero de julio normal de esta última década lo habría vivido en un bosque de la costa oeste, con una mochila de 68 kilos en su espalda, una motosierra en su mano, rodeado de veinte hombres, el equipo de bomberos forestales. Pero el último par de años había sido cualquier cosa menos normal. Connor nunca había pensado unir la palabra discapacidad junto a su nombre. Setecientos treinta días después de quedar atrapado en un estallido en el desierto de Desolation y aún no podía. Sin embargo, a pesar de pertenecer a Tahoe haciendo retroceder las llamas, mientras estaba de pie en la arena, con el aire húmedo haciendo que su camiseta se adhiriera a su pecho, sentía en sus huesos lo mucho que había extrañado Blue Mountain Lake.

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Había pasado dieciocho veranos en esta cabaña. Diez semanas cada verano

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El Club de las Excomulgadas Regresó a su auto, recogió su mochila de la camioneta, se la colgó de un hombro y se dirigió por los escalones hacia el porche que se extendía de un lado a otro de la casa. Cuando era niño y había tenido que pasar tiempo dentro de la casa lo había hecho en este porche, protegido de los insectos y la lluvia, pero abierto a la brisa. Sus abuelos habían servido todas sus comidas en la mesa de formica del porche. No le había importado que sus dientes hubiesen castañeado en las mañanas frías a principios del verano mientras se bebía un tazón de cereal ahí afuera. Él y Sam habían vivido en camisetas y pantalones cortos, independientemente de los frentes

Uno de los escalones del porche casi se rompe bajo su pie y frunció el ceño cuando se inclinó para inspeccionarlo. La culpa roía sus entrañas mientras reconocía en silencio que sus abuelos podrían haberse hecho daño en estos escalones. Tendría que haber venido aquí, en la temporada baja, debería haber revisado que todo estuviera bien. Pero el fuego siempre había estado primero. Siempre. Algo rechinó y le hizo recordar que los huesos de la cabaña eran troncos sólidos. Había escuchado las historias un centenar de veces de cómo su bisabuelo había cortado cada uno de los troncos por sí mismo del denso bosque de pinos a un kilómetro del lago. Sin embargo, el tiempo hacia mella en todos los edificios, no importa cuán bien construidos estuvieran. Subiendo el resto de los escalones de a dos a la vez, listo ahora para ver qué otros problemas le esperaban en el interior, Connor tomó el pomo de la puerta de tela metálica. Pero en lugar de girarla, se detuvo en seco. ¿Qué demonios? Una mujer estaba bailando delante de un caballete, girando alrededor lo que

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fríos que con frecuencia soplaban dentro.

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El Club de las Excomulgadas parecía un pincel, cables blancos colgando de sus orejas mientras cantaba en un tono muy fuera de sintonía. Cada pocos segundos se sumergía en su pintura y daba un golpe fuerte en el lienzo de gran tamaño. No podía creer lo que estaba viendo. Alguna extraña mujer cantando y pintando en su porche era la última cosa con la que quería tratar hoy. Sin embargo, no pudo evitar notar lo bonita que era cuando hizo un pequeño trompo antes de arrojar más pintura sobre su caballete y barrer su pincel por encima. Estaba lo suficientemente cerca para ver que no llevaba sujetador y la V profunda entre sus pechos con un trapo blanco, su cuerpo respondió de inmediato con un doloroso recordatorio debido al mucho tiempo que había pasado desde que estuvo con una mujer. Se llenó rápidamente con el resto de la imagen sensual e inesperada. Pelo rizado apilado en la parte superior de su cabeza y sujeto con una especie de pinza de plástico, jeans cortados, piernas bronceadas y brillantes uñas de color naranja en sus pies descalzos. Le tomó mucho más tiempo de lo que debería encajarse a presión fuera de la bruma de lujuria animal que se estaba envolviendo alrededor de su pene. En otro tiempo, podría haber caminado dentro con una sonrisa y encantado las bragas directamente fuera de ella. Pero no había venido al lago para echar un polvo. Una mujer no tenía cabida en su verano, no importa lo bien que llenara cada una de las casillas en su lista. Por alguna razón, la mujer estaba invadiendo. Y tenía que irse. ***** Era, Ginger pensó con una sonrisa mientras mezclaba rojo cinabrio y azul

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debajo de su camiseta roja sin mangas y cuando se secó la piel húmeda en su cuello

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El Club de las Excomulgadas océano, un perfecto día de verano. Lo había comenzado con un paseo por la playa, luego tomó una rosquilla al final del muelle para picar mientras leía un sexy libro de bolsillo, y ahora estaba pintando como loca en el porche. La canción de pop sonando en sus oídos a todo volumen golpeó el crescendo del gran coro final y tuvo que dejar de pintar por completo para tocar la batería en el aire y cantar la armonía. Se sentía tan feliz, tan despreocupada, esto la golpeó de repente y con más fuerza que nunca, nunca podría haber hecho esto en su antigua vida.

pudieran verla ahora. Toda su vida había sido perfectamente abotonada, demasiado arreglada y compuesta, vestida con elegancia a pesar de que la etiqueta de su ropa había estado siempre en la decena en lugar de un solo dígito. Descontando el hecho de que su cuerpo se negaba a reducir, incluso si comía nada más que cabezas de lechuga, en todo lo demás había sido la perfecta chica rica convertida en la esposa de un hombre de negocios. Pero ya no. No en Blue Mountain Lake. No tenía que ser esa mujer aquí. Claro, todavía estaba haciendo mucho por recaudar fondos para el programa de arte de la escuela, pero le encantaba saber que estaba ayudando a la gente. Además, siempre había sido buena en hacer que las personas metieran la mano en sus bolsillos para hacer el bien. Grandiosa en ello, en realidad. La broma en casa, ¿no debería dejar de pensar en la ciudad como ―casa‖?, era que todo lo que tenía que hacer era entrar en una habitación llena de millonarios y ellos empezarían a tirar dinero hacia ella tan rápido como pudiera recogerlo. Ayudar en las escuelas de Blue Mountain Lake había sido una gran manera de involucrarse con el pueblo, para no sentirse tan sola mientras comenzaba de nuevo. Lo que los locales carecían en dólares lo compensaban en entusiasmo. Y así, a pesar de que había llegado a este pequeño pueblo para concentrarse en la

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Oh, la forma en que su ex marido y sus ―amigos‖ habrían reaccionado si

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El Club de las Excomulgadas pintura, no pudo evitar ser arrastrada por su trabajo con los niños y padres. El día que se había mudado a Poplar Cove se había comprometido a no perder el tiempo buscando en su pasado. Prefería vivir el momento. Tomar cada día como venía. Y todo sería realmente perfecto, aunque sólo tuviese una... La canción terminó y en el silencio entre los temas podía oír una mamá pájaro anunciando su llegada a un nido lleno de pájaros bebés en la parte inferior del alero. Ginger se inclinó hacia delante para ver como una pequeña cabeza asomaba fuera del nido y tomaba la comida desde el pico de su madre en lo que

Otra activa canción pop comenzó, pero Ginger se sacó sus auriculares. Ya no estaba de ánimo. Miró fijo hacia su lienzo, pero en lugar de ver la pintura en la que había estado trabajando todo el día, vio una imagen del lindo bebé que había estado jugando en la playa durante su paseo. La niña había estado positivamente alegre mientras clavaba una pala de color rosa en la arena, sus mejillas redondas y dulces, y regordetas piernas saliendo de su traje de baño rosa a lunares. Su madre había lucido cansada, casi agotada, y sin embargo, mientras observaba a su hija jugar en la playa, perfectamente contenta, al mismo tiempo. Su marido, Jeremy, la había retenido durante años. —Un día —era lo que le decía—. Cuando sea el momento adecuado, entonces veremos. Para cuando se dio cuenta que el momento adecuado nunca llegaría, que su ―un día‖ no funcionaba para ella, había tenido que hacer frente al hecho de que el matrimonio tampoco. Últimamente, se preguntaba más y más cuando iba a pasar. Si es que iba a pasar. Conocía a un montón de mujeres que habían tenido que hacer in vitro a los treinta. Tres años después de eso, Ginger se preguntaba a veces si sus huevos

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parecía un beso.

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El Club de las Excomulgadas viables estaban secándose de uno en uno. Pero había más. Como si estuviera en uno de sus estúpidos estados de ánimo románticos (que suelen involucrar varias copas de vino), la verdad era que todavía quería un marido maravilloso con quien tener una familia. Sí, su primer matrimonio no había sido genial. Pero eso no significaba que el segundo no pudiera ser el amor que había estado buscando. Este era quizás el único problema de instalarse en un pueblo pequeño como una mujer soltera. Los hombres disponibles (que no eran pedidos en el menú

Había sido metida en una cita, por uno de los locales, con Sean Murphy, quien era copropietario de la posada con su hermano menor, pero no había habido química. Sí, era un tipo de buen aspecto. Alto, moreno, cincelado. Pero a pesar de que había disfrutado de su compañía, no podía sacudirse lo mucho que le recordaba a su hermano mayor. Un día, en un futuro no muy lejano, iba a tener que levantar campamento de nuevo, ¿simplemente por la oportunidad de formar una familia? Suspiró. Tal vez era hora de rellenar su té helado. Estaba bastante caliente después de todo. Y le quedaban tan sólo treinta minutos para pintar antes de que tuviera que salir para su turno en el restaurante. No tenía sentido partirse la cabeza pensando en qué pasaría si, y preocuparse cuando debería estar disfrutando el tiempo para ella misma. Pero justo cuando estaba a punto de apoyar su pincel, la puerta mosquitera a su izquierda se abrió bruscamente. Se dio la vuelta para ver a un hombre alto parado en la puerta, su rostro tenso y sombrío, sus ojos entrecerrados. El miedo la golpeó en el medio del pecho. ¿Cuánto tiempo había estado de pie en los escalones? ¿Había estado observándola?

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principal) eran bastante escasos.

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El Club de las Excomulgadas Nunca lo había visto antes. No era el tipo de hombre del que se habría olvidado. Así que, ¿por qué la miraba de esa forma, como si hubiera venido a vengarse? Oh Dios, sus padres le habían dicho que esto sucedería, ¿verdad? Le habían dicho que era una locura vivir tan lejos en el bosque. Sus vecinos más cercanos estaban casi a una hectárea de distancia, lo suficientemente lejos como para no ser capaces de oír sus gritos. Quizás, pensó salvajemente, el mayor problema de ser una mujer sola en un pequeño pueblo no era tener problemas para encontrar citas, era ser asesinada.

pincel como un arma a pesar de que sabía que no haría una pizca de daño golpeando la pared de músculo mirándola. — ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? Se trasladó todo el camino hacia el porche, la puerta golpeando tras él. — ¿Qué estás haciendo en mi casa? ¿Su casa? ¿De qué estaba hablando? Enorme y chiflado. No era una combinación muy buena. Estaba en un gran problema aquí. Demasiado lejos del teléfono como para realizar una llamada de emergencia a un amigo, o incluso a la policía. ¿Era su única opción tratar de engañarlo con algún acto de chica dura? Estaba frita. Ampliando su postura, levantando el pincel como si fuera un cuchillo, le gruñó: —Fuera de mi porche —justo entonces el sol se movió de detrás de una nube y se posó en su torso. Tomó una fuerte respiración. No había sido capaz de ver sus brazos y manos

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Ginger tragó aire, tragó saliva y trató de recordar cómo respirar. Agarró el

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El Club de las Excomulgadas con claridad al principio, pero ahora no podía apartar los ojos de ellos. Su piel era un desastre, por debajo de las mangas cortas de su camiseta, elevada y accidentada, cubierta de rojos latigazos y líneas. En la luz del sol resplandeciente que entraba por mosquitera del porche, se veían frescas, crudas y terriblemente dolorosas. —Oh, Dios mío, ¿qué te pasó? —dejó caer su pincel y se acercó a él. De alguna manera, su expresión se volvió aún más feroz.

Continuó a través del porche. Era obvio que estaba en estado de shock. En la negación del dolor que tenía que sentir. —No tienes que fingir que estás bien. Puedo ver tus brazos, ellos... Para entonces no estaba a más que un puñado de pasos de él, lo suficientemente cerca para ver el verdadero daño. Se tragó el resto de sus palabras cuando sus ojos y cerebro finalmente hicieron la conexión. Simplemente había cometido un terrible error. Sí, había sido herido. Muy mal. Pero no era reciente. Eran viejas heridas. Sus palabras fueron bajas y duras. —Me quemé hace dos años. Ahora estoy bien. Se mordió el labio. Asintió. —Oh. Sí. Puedo ver eso ahora. Es sólo que cuando el sol te alcanzo, pensé… —debería dejar de hablar ahora; el agujero que había cavado ya era lo suficientemente grande—. Lo siento. No era mi intención hacer una gran cosa acerca de tus... tus cicatrices. El silencio que siguió a sus horribles palabras fue largo. Bordeando lo doloroso. Debía odiar cuando la gente se asustaba por sus cicatrices y aquí ella

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—Estoy bien.

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El Club de las Excomulgadas prácticamente había estado envolviendo gasa alrededor de ellas. Y, por supuesto, ahora no podía dejar de preguntarse cómo había conseguido ser tan gravemente quemado. Incluso aunque no era su asunto. Por último, dijo: —Soy Connor MacKenzie. Y esta es mi casa. Pensé que estaba vacía. Acabo de volar todo el camino desde California. Debería estar vacía.

— ¿Estás relacionado con Helen y George MacKenzie? —Son mis abuelos. Exhaló su primer suspiro de alivio. No era un asesino en serie. Estaba relacionado con el propietario de la cabaña. —Soy Ginger. Por qué no entras —sonrió tentativamente—. ¿Tal vez podamos empezar de nuevo y podría ofrecerte un vaso de té helado? No le devolvió la sonrisa. — ¿Cómo es que conoces a mis abuelos? ¿Se daba cuenta que cada palabra que salía de su boca sonaba como una acusación? Como si hubiera jodido todos sus grandes planes aun cuando no sabía lo de Adam. —Estoy alquilando esta cabaña. ¿No te lo han dicho? La miró fijamente durante un buen rato, y tuvo la incómoda sensación de que estaba tratando de determinar si le estaba diciendo la verdad. —No. Había habido un momento en el que un hombre grande, fuerte y de pocas

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Su nombre se registró rápidamente. Por fin, algo tenía sentido.

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El Club de las Excomulgadas palabras como este la habría tenido temblorosa y débil de rodillas. Habría supuesto que era la única equivocada incluso cuando tenía claramente todos los derechos. Afortunadamente, mucho había cambiado en este último año. Y, francamente, no estaba de humor para ser empujada. —Espera aquí —sesenta segundos más tarde estaba de vuelta con el contrato firmado—. Aquí está. Tomó el documento y mientras lo leía, ella fue capaz de tomar un buen vistazo por primera vez. Pelo castaño dorado, piel muy bronceada, gruesas cubierta de rastrojo de medio día. Ahora que ya no estaba preocupada de que la fuera a atacar, en un nivel elemental, su cuerpo de repente reconoció su belleza. Su poder innato. De cerca, no sólo era increíblemente apuesto, sino que era aún más grande de lo que creyó en su primera impresión. Entre la gran amplitud de su pecho y los músculos flexionándose por debajo de su camiseta, el tamaño de sus bíceps y la forma cónica de su pecho hacia caderas delgadas y apretadas, podía sentir su aliento poco a poco dejando su cuerpo, rápidamente siendo reemplazado por algo que se sentía incómodamente como deseo. No fue sino hasta varios momentos más tarde que se dio cuenta que él estaba mirándola fijo. Sus ojos estaban haciendo una ruta perezosa desde su cara a sus pechos cubiertos parcialmente, a continuación, más abajo a sus caderas y piernas antes de moverse lentamente de vuelta a su cara. De repente, se acordó de lo que llevaba puesto. O, mejor dicho, de lo que no estaba usando. Nunca salía en público sin un sostén, pero aquí, en la intimidad de su propia casa, hacia lo que quería. Era una de las cosas que más disfrutaba de tener su

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pestañas, una carnosa aunque masculina boca y una fuerte barbilla, en la actualidad

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El Club de las Excomulgadas propio lugar. La libertad de no sólo hacer lo que quisiera, sino de llevar lo que quería. Una camiseta sin mangas y jeans cortados nunca habían sido parte de su ropa de ciudad. Pero aquí en el lago, sobre todo cuando estaba tranquila y sucia con sus pinturas, cuando el termómetro marcaba veintisiete grados y la humedad estaba subiendo todo el día preparándose para una tormenta, le gustaba la sensación bohemia de sus jeans cortados. No entusiasmada sobre deslumbrar a un desconocido, aún menos los brazos sobre sus pechos para detener el espectáculo. Pero entonces se dio cuenta de que no le había devuelto el contrato de arrendamiento todavía, así que tuvo que descruzar un brazo y estirarse por éste. Las esquinas de los papeles se arrugaron en su puño. Maldita sea, ya había interrumpido la mayor parte de su disminuido tiempo de pintura por la tarde. No estaba de humor para juegos. Cambiando a la actitud severa que había sido conocida por hacer temblar a los multimillonarios en sus Ferragamo2 cuando se “olvidaban” de dar a una de sus obras de caridad el dinero que habían prometido públicamente, dijo: —Ahora que tienes tu prueba, apreciaría mucho si me devolvieras mi contrato de arrendamiento. Pero este hombre no tembló. No se sacudió. En cambio sus ojos continuaron sosteniendo los suyos y estaba casi segura que vio un desafío en las profundidades azules. Y su corazón empezó a saltar dentro de su pecho. Supuso que era algún tipo de respuesta instintiva a la combinación de sus devastadoras miradas y la amenaza que claramente planteaba a su perfecto verano en el lago.

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Ferragamo: Marca de zapatos italianos.

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entusiasmada acerca de él tomando cualquier placer subrepticio en mirarla, cruzó

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El Club de las Excomulgadas —Afortunada —dijo arrastrando las palabras—. Conseguir este lugar sólo para ti este verano. Fue tomada por sorpresa por la forma en que su voz baja y áspera resbaló y se deslizó a través de sus venas tan seductoramente. ¿Cómo demonios se las había arreglado para casi hacerla curvar los dedos de los pies en el piso del porche con nada más que unas pocas palabras? Hasta ahora había sido duro. Inquebrantable. Definitivamente no tenía un estado de ánimo de negociación. Pero ahora que no sólo había apostado sino su

reclamo,

parecía

que

había

decidido

cambiar

de

táctica

impresionándola con toda la fuerza de su poder sensual. Bueno, sólo porque le gustaba lo que veía (tendría que ser drenada de todas las hormonas para no hacerlo), no significaba que tuviera la intención de tocar. Lo que significaba que era inmune. En su mayoría, de todos modos. —Tienes razón —asintió, y aunque normalmente no sentiría la necesidad de frotarse en su victoria sobre un desconocido, no pudo evitar añadir—: Es impresionante. Miró hacia el lago. —No muchas vistas son así de buenas, incluso en este lago. Mi abuelo solía llamarla la playa del millón de dólares. Cuando se volvió hacia ella sus labios estaban curvados en un lado en lo que podría haber sido una media sonrisa en otras circunstancias. Pero justo en ese momento estaba más coloreada como una mueca que no estaba conectada para nada con la felicidad. —Me pregunto. ¿Cómo supiste que mis abuelos estaban pensando en alquilarla cuando ni siquiera recordaron decírselo a su propia familia?

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probado

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El Club de las Excomulgadas Fue un golpe bajo. Oh, no, no iba a salirse con la suya. Ginger Sinclair ya no tenía miedo de la mierda de la gente. Y este tipo estaba rebosante de ella. — ¿Me estás acusando de algo? La media no sonrisa se redujo. —Sólo si tienes algo de que sentirte culpable. Jesús. ¿Qué pasaba con los tipos guapos? ¿Estaban tan acostumbrados a salirse con la estado de ánimo les golpeaba? Alguien debería haberle bajado los humos a éste hace mucho tiempo. Parecía que el trabajo era todo suyo. Torciendo su boca en esa misma media sonrisa, media mueca con la que él acababa de adornarla, dijo: —Bueno, dado que ya he estado viviendo aquí durante ocho meses sin tu conocimiento, sin duda ha sido mucho tiempo desde que has tenido una charla con tus abuelos. Parece que no soy la única que debería sentirse culpable. Se preparó para su siguiente ataque, pero en su lugar estaba ese destello en sus ojos, no enojado ahora, más bien intrigado. La forma en que su pulso aumentó la confundió, haciéndole sentir que su cabeza daba vueltas. ¿Qué tenía este hombre que hacía a su cuerpo volverse un traidor? Tenía que ser el clima húmedo. Todo el baile en el porche debió haber agotado sus electrolitos. Estaba deshidratada. Eso era todo. —Tienes razón —dijo finalmente—. Tengo que llamarlos. Ginger no lo podía creer. ¿Estaba realmente de acuerdo con ella? Bueno, eso era todo. Ahora que lo habían aclarado, se iría y la dejaría sola. Bien. No podía esperar.

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suya todo el tiempo que pensaban que podían decir y hacer lo que quisieran, siempre que el

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El Club de las Excomulgadas Pero entonces, notó el gran bolso a sus pies, presumiblemente lleno de ropa. Claramente, había estado planeando quedarse esta noche en la cabaña. Porque había creído que estaba vacía. Lo cual significaba que no tenía otro lugar para quedarse. Oh, no. Miró hacia su cara otra vez, de inmediato quedando atrapada en sus ojos azul oscuro.

Esta cabaña de madera era suya y sólo suya. El reloj cucú sonó cuatro veces sobre la chimenea en la sala de estar y fue golpeada por una súbita oleada de ira ante su día perfecto cayéndose a pedazos. —Mira, lamento que no supieras que alguien estaba viviendo en la casa, pero tengo un contrato de doce meses, por lo que vas a tener que encontrar otro lugar para alojarte —esta noche y a partir de entonces, muchas gracias—.¿Y me temo que voy a llegar tarde al trabajo, si no me voy pronto, así que... Miró hacia la puerta, dejando perfectamente claro que ya era hora de que se fuera. Él asintió, recogió su bolso y dijo: —Está bien. Estaba a medio camino de liberar la respiración que había estado sosteniendo cuando él añadió: —Volveré mañana. Para que podamos descubrir algo que funcione para ambos. ¿Qué? ¿Iba a volver?

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Definitivamente no.

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El Club de las Excomulgadas Tendría que haber sabido que un tipo como este no daría marcha atrás tan fácilmente. —Lo diré una vez más. Tengo un contrato de arrendamiento durante todo el verano. Adiós. Ahí. No podía haber sido más clara. Pero todavía no se iba. En su lugar sus ojos estaban escaneando la cabaña y entonces se fue caminando hacia un tronco que sostenía el muro entre el porche y

Medio gritó sorprendida. — ¿Qué demonios estás haciendo? Tranquilo como si nada, utilizó sus dedos para espantar las astillas de madera derrumbadas. — ¿Ves eso? Tragó saliva. —Acabas de hacer un agujero en el tronco. Un perfecto agujero del tamaño del puño. ¿Qué tan fuerte tenía que ser para pegarle así sin siquiera pestañear? —Este tronco podrido es sólo una de la media docena de formas en la que esta antigua casa podría caerse alrededor de tu cabeza —se volvió de nuevo hacia ella y levantó una ceja—. Estoy seguro de que mis abuelos estarían encantados de darte un reembolso. Su corazón aún latía de la conmoción de verlo golpear un enorme trozo del tronco. Pero estaba atada y decidida a no dejar que sus tácticas de miedo funcionaran.

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la sala de estar. Sin previo aviso, le dio un puñetazo.

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El Club de las Excomulgadas —No voy a ninguna parte. —Entonces hablaremos mañana. La puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de él cuando se fue. Ginger no pudo evitar moverse sobre el tronco para obtener una mejor visión de este. Y mientras ponía la mano en el agujero que había dejado, odiaba la forma en que Connor la había hecho mirar con otros ojos la cabaña que había sido su refugio.

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Ahora la miraba con duda.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Dos La mayoría de los días, los ocho kilómetros que Ginger conducía hacia la pequeña franja del centro al lado opuesto de Blue Mountain Lake era un agradable y relajante paseo. Mientras el invierno había dado paso a la primavera y la primavera al verano, los árboles se habían llenado de nuevos y brillantes brotes verdes que nunca se cansaba de admirar.

¿Qué demonios iba a hacer con Connor? ¿Sobre el hecho que él, claramente, quería tener pleno acceso a su casa? no estaba lista para que su idilio frente al lago llegara a su fin. Finalmente, le había tomado la mano a, bueno, pasar el rato. Sus pinturas estaban empezando a lucir a como las veía en su cabeza. Y Blue Mountain Lake, pero especialmente Poplar Cove, se sentía más como un hogar que cualquier otro lugar en el que hubiera estado antes. Era un mundo totalmente diferente aquí afuera, en el bosque, en comparación con su vida anterior en Nueva York. Le encantaba todo lo relacionado con ello. Los últimos ocho meses en Poplar Cove habían sido los más felices de su vida. El entorno, por supuesto, era espectacular, pero su alegría se basaba en algo más que el bello hábitat natural. La libertad era una revelación. Por primera vez en su vida, no tenía que responder a nadie más que a sí misma. Ni a un marido, ni a sus padres, ni a los miembros de los comités de las incontables juntas de caridad. Claro, había tenido que conseguir un trabajo sirviendo mesas en el pueblo para pagarse los lienzos, las pinturas y las provisiones, y le había tomado algo de tiempo acostumbrarse a tomar pedidos y servirlos, pero ser camarera era un pequeño precio a pagar por no tener que pedir dinero a sus padres mientras su ex

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Hasta hoy.

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El Club de las Excomulgadas marido mantenía su dinero bloqueado gracias a sus abogados. Mientras aparcaba su auto detrás de la cafetería y salía al aire fresco, se tomó unos segundos para respirarlo recordándose a sí misma que no había ninguna razón para ponerse frenética. Así que el nieto del dueño había aparecido de la nada. ¿Y qué? Lo más importante era que se había mantenido firme. Y seguiría haciéndolo. Por desgracia, tenía que admitir que había hecho un buen trabajo dejando en claro sus puntos

Isabel, su mejor amiga en el pueblo, quien también era la propietaria del Restaurante Blue Mountain Lake, siempre daba buenos consejos. Si alguien sabría qué hacer en una situación como esta, esa era Isabel. Ginger estaba a mitad del aparcamiento cuando Josh, el hijo de quince años de Isabel, casi la derribó cuando pasó junto a ella para encontrarse con una guapa rubia en la acera. Ginger lo saludó, pero no la escuchó mientras doblaba la esquina. Se empujó a través de la puerta trasera hacia la cocina para encontrar a Isabel cortando un par de pimientos en rodajas finas. — ¿Quién era esa preciosa chica con la que Josh se estaba yendo? Él no podía apartar los ojos de ella. Isabel suspiró, sin levantar la vista de su tarea. — ¿Quién sabe? Soy la última persona a la que se la presentaría. Desde el principio, Ginger había estado impresionada por lo atractiva que era Isabel. Delgada y rubia, con casi cincuenta años, fácilmente parecía una década más joven. Hoy, sin embargo, se veía cansada. Exhausta. Probablemente porque las cosas habían sido difíciles últimamente entre ella y su hijo adolescente. — ¿Qué pasó esta vez?

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sobre la vieja cabaña. Algo tendría que hacer sobre eso.

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El Club de las Excomulgadas Las palabras de Isabel salieron apresuradas. —Dio un portazo, a pesar de que le he dicho, por lo menos cien veces, que va a sacar la puerta de sus goznes, y cuando le pedí que sacara los cubiertos del lavavajillas, me dijo que no iba a trabajar hoy. Durante los últimos meses, Josh había estado ayudando un par de horas por la tarde para ganar un poco de dinero para sus gastos. Aparte de tirar una bandeja de copas de vino, lo había hecho muy bien. Un poco perezoso a veces, pero sólo

—Hmm —Ginger no quería tomar partido, aunque sonaba como que Josh se había pasado de la raya—. ¿Dijo por qué? —Evidentemente, su padre le ha dicho que debería estar divirtiéndose con sus amigos, porque ya tendrá tiempo suficiente para trabajar cuando sea mayor — Isabel dejó escapar un suspiro enojado—. Voy a matar a Brian. Se siente culpable porque sólo ve a su hijo un puñado de semanas al año y no tiene ni idea de lo difícil que hace mí día a día con toda su inagotable generosidad. Deberías haber oído a Josh anoche contar todas las cosas "totalmente impresionantes" que hizo con su padre en la ciudad el pasado par de semanas. —Debe ser difícil competir con eso. —Imposible. Así que le dije a Josh que era mejor que se quedara o se iba a enterar y, ¿a que no adivinas lo que me dijo el pedazo de mierda? Ginger tenía una muy buena idea de lo que a un chico de quince años podría ocurrírsele. Sobre todo, después de trabajar con ellos durante los últimos meses en la escuela. —Dijo que la única forma en que se iba a quedar era si yo lo encadenaba a la cocina. Y luego salió de aquí a toda prisa, con esa chica, para ir a ver una película.

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tenía quince años.

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El Club de las Excomulgadas Ginger se inclinó sobre la encimera. —Todavía tengo pesadillas sobre mis quince años. Brackets. Acné. Todo lo que necesitaba era la cola de caballo y las gafas para completar el aspecto. Los diez kilos de más no eran ninguna ayuda, tampoco. Isabel gruñó y Ginger supo que no estaba siendo de ninguna ayuda. —Lo que estoy tratando de decir es que, los quince es una edad difícil para todos. Y tienes que saber que Josh es un gran chico. Todo el año en la escuela Había un chico al que casi golpeé un par de veces cuando repetidamente arrojaba pintura en el… —se dio cuenta de que se estaba saliendo por la tangente y se centró de nuevo en Josh—. De todos modos, en comparación con algunos de los otros chicos, Josh es prácticamente un ángel. Toda la agresividad pareció dejar a su amiga. —Gracias por eso. Ayuda saber que no se convertirá en un completo idiota. Mucho, en realidad. —No hay de qué. Me gustaría poder ayudar más, pero sin haber tenido un hijo propio para practicar solo estoy aquí tirando humo. Sabiendo que este era un tema delicado, Isabel dijo: —Oh, cariño, no debería quejarme. Es solo que días como este, me hacen desear tener un compañero en toda esta cosa de ser padre. Alguien con quien compartir las decisiones. Para hacerlo todo más fácil. Pensé que era difícil cuando Josh era un bebé y estaba despierta toda la noche, luego tenía que fingir a la mañana siguiente ser un ser humano a pleno rendimiento. Pero te diré que, este malhumorado adolescente, es aún peor. —Y totalmente normal —Ginger tuvo que recordarle. Isabel asintió.

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cuando di arte en su clase, siempre fue muy educado. Sorprendentemente centrado.

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El Club de las Excomulgadas —Tienes razón. Si sigo dejándome llevar por estas pequeñas cosas voy a estar completamente loca para el momento en que se vaya a la universidad. Recuérdame darte cinco centavos del tarro de las propinas más tarde. Sesión de orientación oficialmente terminada. Ginger dudó por un momento, a pesar de que era su señal para ir al almacén a dejar su bolso y ponerse sus pantalones negros y su camisa. Había esperado hablar con Isabel sobre Connor. Pero estaba claro que su

No era gran cosa. Mucho había cambiado en los ocho meses que Ginger llevaba en el lago. Había aprendido a defenderse. A no dejar que la gente la avasallara. Había sido clara con Connor. Poplar Cove podría haber sido su casa cuando era niño, pero era su casa ahora. Si algún trabajo iba a ser hecho mientras tenía un contrato de arrendamiento, ella diría cuándo y cuánto. No necesitaba a Isabel para que le dijera eso. ***** El tráfico era una locura en la calle principal y Connor tuvo que aparcar en el otro extremo de la calle de la Posada Blue Mountain Lake. La calle principal tenía sólo una manzana, pero a pesar de que no había estado en el lago en más de una década, se sentía como retroceder en el tiempo. Algunas de las tiendas eran más nuevas, más brillantes de lo que recordaba, y no había habido aceras pavimentadas cuando era un niño, pero las enormes cestas de flores aún colgaban de las farolas de época y la ferretería y la tienda de suministros estaban exactamente donde siempre habían estado. Capturó un vistazo de sí mismo en el escaparate de una tienda de lanas. Jesús, parecía que estaba refugiándose de una tormenta, encorvado y tenso. El vuelo de las cinco a.m. a través del país le estaba pasando factura. Connor estaba acostumbrado al constante traqueteo, no a estar en un agobiante y pequeño asiento durante tantas horas. Una dura y larga carrera ayudaría a quemar algo de las

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amiga ya tenía suficiente en su mente con su hijo.

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El Club de las Excomulgadas exasperaciones del día. Pero primero tenía que conseguir una habitación en la posada. Sólo por esta noche. Para mañana él se aseguraría de encontrar una manera para volver a su propia maldita cabaña frente al lago. Caminando por el frente de la posada, recordó las noches de palomitas y piano en el gran salón con una chimenea lo suficientemente grande como para que una media docena de ellos pudieran estar de pie en su interior. Mirándola ahora, casi no podía creer que era el mismo lugar. Lucía ventanas aislantes, una nueva ala

Abrió la puerta y se sorprendió al ver a su viejo amigo Stu Murphy de pie detrás del mostrador de recepción. Ambos habían sido grandes fans de los cómics de superhéroes y habían pasado interminables horas en el desván de Poplar Cove leyendo con una linterna. Pero Connor no estaba de humor para rememorar nada. Tendría que habérselo pensado mejor antes de venir al pueblo, a la posada, donde se encontraría a toda esa gente que lo conocía desde niño. En un pueblo pequeño donde todo el mundo sabía todo acerca de todos, querrían saber sobre sus cicatrices. Sobre lo que estaba haciendo aquí. —Connor MacKenzie. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —dijo Stu—. Me alegro de verte de nuevo en las montañas de Adirondack. Connor intentó disimular su mal humor mientras estrechaba la mano de su amigo. — ¿Ahora trabajas aquí? —En verdad, soy el propietario. Sean y yo compramos la posada hace un par de años atrás —Stu le dio una segunda mirada a las cicatrices de Connor y palideció—. Escuché que eras bombero en el oeste.

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en la parte posterior, y amplias zonas verdes.

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El Club de las Excomulgadas —Síp. Sam y yo somos Hotshots en Lake Tahoe. —Parece genial —dijo Stu relajadamente, su alivio por no hablar del tema era palpable. Justo como Connor había sabido que sería. El día que salió del hospital, mientras se ponía la ropa de calle, Connor había tomado la decisión de que no iba a ocultar sus cicatrices a nadie, incluso si la mayoría de la gente probablemente deseara que lo hiciera. Siempre había estado más cómodo con camisetas. Era caluroso, incluso en climas fríos, siempre lo había

Sus quemaduras no eran una especie de cicatrices de guerra para llevar con orgullo, pero tampoco se avergonzaba de lo que había pasado. Los bomberos a menudo se quemaban. Ese era el riesgo del trabajo. Pero, también lo era, la descarga de adrenalina, razón por la cual estaban allí afuera. Porque no había nada mejor que poner de rodillas a un puto incendio, nada más satisfactorio que saber que había salvado otro bosque, otra casa, otra vida. Sin embargo, no se había dado cuenta de lo incómoda que la mayoría de la gente estaría con sus cicatrices. Incluso los que había creído que eran sus amigos. Ginger era una de las pocas personas con la que alguna vez se había encontrado, que no había fingido no darse cuenta. En cambio, había soltado lo primero que le vino a la cabeza. Su reacción casi se sentía como un cambio bienvenido. —Así que, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Stu. —Sam se va a casar aquí a finales de este mes. Estaba planeando pasar las próximas semanas arreglando Poplar Cove. Una vez que consiguiera que Ginger le diera acceso a su propia casa, claro. —También me voy a casar —Stu se apartó del mostrador y metió la cabeza en la oficina que había detrás de la recepción—. Rebecca, ¿tienes un minuto? Hay

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sido.

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El Club de las Excomulgadas un viejo amigo que me gustaría que conocieras. Una guapa morena salió y le estrechó la mano. —Hola —dijo, mientras Stu hacía las presentaciones—. Siempre es agradable conocer a otro de los amigos de Stu. Estoy segura de que crearon un montón de problemas cuando eran niños. En ese momento sonó el móvil de Stu.

tener aquí. Nunca más. La prometida de Stu bajó la voz, sonriendo mientras él se alejaba. —Por lo menos ahora sé exactamente el tipo de novia que no quiero ser — inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Has venido solo para ver a Stu, o necesitas algo más? —Necesito una habitación. Sólo por esta noche. Su rostro cayó. —Oh, lo siento mucho, Connor. Me gustaría que tuviésemos una, pero esta boda nos tiene completos. Tenemos ocupadas todas las habitaciones individuales. Incluso esas que no solemos alquilar. Hay personas prácticamente instaladas en los armarios de suministros. Y todos los B&B3 locales también están reservados por los próximos días. Pero puedo hacer un par de llamadas a algunos de los pueblos cercanos, si tienes un momento. No pasó mucho tiempo para que le confirmara que la habitación más cercana estaba a una hora de distancia en un motel en Piseco Lake, en el extremo sur de las montañas de Adirondack. —No te preocupes —dijo— ya se me ocurrirá algo. 3

Bed and Breakfast, hospedaje económico que dan cama y desayuno.

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—Dispara. Es la novia de nuevo. Juro que es la última boda que vamos a

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El Club de las Excomulgadas Maldita sea, debería estar durmiendo en Poplar Cove. Sólo podía imaginarse la cara de Ginger si lo encontraba en su porche, con los pies en alto y una cerveza, cuando saliera del trabajo, cómo se agrandarían sus ojos, la forma en que sus mejillas enrojecerían por la indignación. ¿En qué estaba pensando? La acababa de conocer. No sabía nada sobre ella. Y aparte de conseguir que estuviera de acuerdo en dejarle arreglar la cabaña, no tenía ningún plan. No era más que una mujer cualquiera, que resultó estar viviendo en la casa del lago de su familia.

mujer tan suave y con aspecto de artista tuviera tal temple, pero eso era irrelevante. La novia de Stu, evidentemente, no podía soportar la idea de no tuviera un lugar para pasar la noche. —Estoy segura de que Stu no querrá que hagas todo el camino hasta Piseco. Si no te importa dormir en su sofá, podrías quedarte con él hasta que una habitación quede libre, cuando esta boda haya terminado. Reconocía una buena oferta cuando la oía y después de que lo llevara escaleras arriba y le mostrara la habitación de Stu y su sofá, se puso rápidamente su ropa de deporte. Cinco minutos más tarde estaba corriendo lejos de la calle principal. Debería haber sabido que este viaje se convertiría en un completo montón de mierda. Durante veintiocho años, todo lo que había querido lo había conseguido. El trabajo perfecto. Mujeres hermosas. La vida había sido fácil. Divertida. Estimulante. Dos años después de su accidente, todo debería estar de nuevo en marcha. No enredándose más cada día. Cuantas veces en Lake Tahoe había querido meterse en su auto y sólo conducir. A cualquier lugar. Sólo escapar. Para sacarlo de su cabeza. Dejar atrás lo que había ocurrido en la montaña. Especialmente en esas noches en las que el sueño no llegaba, cuando lo único que podía hacer era

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El hecho era que había algo intrigante en ella; no había esperado que una

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El Club de las Excomulgadas reproducir esos sesenta segundos en el desierto de Desolation cuando todo había cambiado. Pero esa era la salida del cobarde. Así que, se había mantenido firme. Esperando que el Servicio Forestal hiciera lo correcto y lo enviara de nuevo con su equipo. Esperó hasta esta mañana, cuando se había embarcado en el avión. ¿Era mucho pedir un poco de paz y tranquilidad? ¿Conseguir un poco de espacio para aclarar sus ideas y empujar su cuerpo hasta que finalmente se diera por vencido e hiciera lo que debía hacer? ¿Era demasiado querer ayudar a su hermano con su boda y traer de nuevo la

Sus pulmones estaban ardiendo, pero era una buena clase de ardor, el tipo de dolor que le recordaba la suerte que tenía de estar vivo. Correr de esta manera era lo que lo había sacado de ese sendero en Lake Tahoe con nada más que las manos, brazos, y algunas desagradables cicatrices en sus hombros y cuello. Y por eso estaba corriendo más allá del dolor, corriendo hasta que estuviese demasiado cansado como para notarlo. Dos horas más tarde, cojeó escaleras arriba en un estado cercano a la extenuación que había estado deseando y encontró un mensaje en la nevera de Stu diciéndole que agarrara lo que quisiera. Se tomó una cerveza antes de ducharse y ya estaba a mitad de la segunda mientras se encaminaba hacia el final del largo muelle de la posada. Buscando un lugar con cobertura para su móvil. Ginger había tenido razón en una cosa. Hacía mucho tiempo que no se ponía en contacto con sus abuelos. De pie en el borde del muelle, en la penumbra de la tarde, vio un pequeño barco de vela a la deriva. Sólo había pasado un par de horas corriendo entre cedros y álamos, pero realmente no había prestado atención a su entorno, todavía. Toda su vida había sido dinámico, una persona de acción. Pero a veces cuando era niño, tarde por las noches, después que las fogatas de los campamentos

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cabaña de sus bisabuelos a su antigua gloria?

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El Club de las Excomulgadas se apagaran y la luna estuviera alta en el cielo, había aprendido a quedarse quieto. Sentarse en silencio y escuchar el grito de los patos. Ver el agua moverse suavemente hacia la orilla. Justo ahora, en este momento de perfecto silencio en el lago, debería sentir lo mismo en el centro de su pecho. Pero no lo hacía. No podía.

—Residencia MacKenzie. —Soy Connor. — ¿Quién? Solía tener un nieto con ese nombre. Pero no he sabido nada de él en tanto tiempo que lo he olvidado por completo. No estaba de humor para darle a su abuela la disculpa que estaba pidiendo. No después de que hubiera alquilado Poplar Cove a sus espaldas. —Estoy en el lago. En la posada. Dónde voy a dormir en el sofá de Stu Murphy. —Terminemos con eso, Connor. Tú y tu hermano no han utilizado la cabaña desde que eran niños. Y, ¿esa es forma de hablarle a tu abuela? Debería haber sabido que no lo iba a dejar salirse con la suya siendo un imbécil. Infiernos, había controlado a dos alocados y activos niños todos los veranos durante dieciocho años. Una pequeña mujer, que era engañosamente dura. Le traía sin cuidado si tenía tres o treinta años. Ella no iba a aguantar sus tonterías. —La joven a la que le alquilamos venía altamente recomendada por la chica Miller. Ya sabes, ¿la que gestiona todas las casas de veraneo? En cualquier caso, ha sido una bendición saber que alguien está ahí para asegurarse de que la casa no se venga abajo.

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Sacando el teléfono de su bolsillo, llamó a sus abuelos en Florida.

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El Club de las Excomulgadas Su reprimenda era fuerte y clara. Dado que sus abuelos vivían ahora a tiempo completo en Florida y habían dejado de hacer el viaje de ida y vuelta a las montañas de Adirondack cada seis meses, tenía sentido alquilar el lugar. No porque sus abuelos necesitaran el dinero, sino porque la cabaña de madera no había sido construida para permanecer vacía durante años y años. Poplar Cove era el tipo de lugar por el que los niños deberían estar correteando, mojando el porche con sus bañadores húmedos, dejando un rastro de arena desde las escaleras a los dormitorios. Y, desde un punto de vista más práctico, ciertamente no hacía daño tener a alguien en casa que pudiera avisar a los

— ¿Has conocido a nuestra inquilina? —preguntó—. ¿Es bonita? —Sí, la he conocido —dijo, sin molestarse en responder la segunda pregunta. Su abuela tendría demasiada satisfacción al saber lo bonita que era Ginger. — ¿Qué piensa de ti? —Poca cosa. Me dijo que saliera de su porche. —Bien por ella. Suena como una chica con la cabeza sobre los hombros. —El lugar necesita reparaciones, abuela. Muchas reparaciones. Puedo decirte, que me llevará la mayor parte del mes que viene tenerlo todo arreglado. Su abuela hizo un sonido de irritación. —Este es el acuerdo, chico. La Srta. Sinclair tiene un contrato de arrendamiento con nosotros hasta el Día del Trabajo y pretendo cumplirlo. Hizo rodar el apellido de la mujer alrededor de su lengua. Sinclair. Sonaba sofisticado. Elegante. Incluso un poco snob. Era curioso cómo ninguna de esas etiquetas parecía encajar con la escasamente vestida y desafinada cantante con pinceles y rizos salvajes.

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propietarios si algo se había roto y necesitaba ser reparado.

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El Club de las Excomulgadas —Si realmente crees que necesitas ir allí a arreglar algo —continuó—: ponte de acuerdo con ella. Y para tu información, si esta llamada es parte de tu estrategia, te recomendaría que usaras algo del encanto por el que solías ser famoso —de fondo podía oír a su abuelo hablando—. Es la hora del aperitivo, cariño, tengo que irme. ¡Te quiero! Connor colgó el teléfono, mirando hacia la puesta del sol sobre el lago mientras reflexionaba sobre la inesperada complicación en sus planes para el verano.

lo que quería sería desenterrar de los escombros el viejo encanto Connor. Pero hacía mucho tiempo desde que había estado con una mujer, desde los días cuando todo lo que tenía que hacer era sonreír y caían en sus brazos. Esa primera vez que había ido de nuevo a uno de los lugares que frecuentaban las fans de los bomberos, después que sus injertos se habían curado, apenas había estado en el bar diez minutos cuando se dio cuenta que ya no pertenecía allí. No porque las mujeres pareciesen rechazarlo, a pesar de que sabía que eso sucedería si se acercaban demasiado y cometían el error de pasar sus dedos por sus cicatrices. No pertenecía a ese lugar, porque ya no combatía contra el fuego. Y no pertenecería a ese mundo de nuevo hasta que convenciera al Servicio Forestal de que lo enviara de regreso con su equipo. El sol seguía descendiendo, las nubes volviéndose de un brillante color rojo anaranjado que le recordaban tan bien a su infancia. Pero entonces, de repente, las nubes desparecieron. Eran llamas rojo—anaranjadas. Estaba de vuelta en California, en la montaña, en el calor mortal, corriendo, corriendo y corriendo, pero no llegaba a ninguna parte. No se alejaba.

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Su abuela tenía razón. Su mejor apuesta para conseguir que Ginger le diera

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El Club de las Excomulgadas Dios, nunca había sentido un calor como ese. Nunca había corrido tan rápido. Sus pulmones se estaban llenando de humo y se estaba ahogando, jadeando, sus pulmones estaban dejando de funcionar mientras trataba de respirar el oxígeno que no había. Eso era todo. Finalmente había encontrado el fuego del que no podía escapar. Prácticamente podía oír a las llamas riéndose mientras lo derribaban, tirando al infierno. Oh mierda, sus manos se estaban derritiendo. El dolor tomó el control mientras cada maldita célula se desintegraba y lo único que podía pensar era mierda. Mierda. Mierda. La muerte sería una dulce liberación de esta tortura, pero no la deseaba, estaba luchando con todas sus fuerzas. Aún no estaba vencido, ¡maldita sea! Y entonces, se dio cuenta que ya no podía sentir sus manos, no podía aferrarse a su Pulaski4. Se le cayó de las manos, con un fuerte golpe... Connor de repente se encontró de pie en el muelle. La botella de cerveza vacía yacía sobre el muelle entre sus pies. La brisa se había levantado, enfriando el sudor que cubría su rostro. ¿Qué había sucedido exactamente? En un momento estaba mirando el lago y al siguiente... Jodido trastorno de estrés postraumático. Los episodios habían comenzado de inmediato, no antes que el dolor de sus injertos de piel se hubiera vuelto 4

Herramienta empleada en incendios forestales, que se caracteriza por contar en su cabeza con un hacha para corte y una azada para cavar o remover tierra.

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de él, arrastrándolo hacia atrás, arrastrándolo hacía bajo, llevándolo directamente

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El Club de las Excomulgadas insoportable. Con su primera petición de reingreso denegada por el Servicio Forestal, se habían vuelto peores. Con cada apelación que había sido denegada, sus episodios se habían vuelto mayores, más intensos.

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Y había tenido que luchar más y más fuerte para negar su existencia.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Tres —Oye cariño, me trajiste el pastel equivocado. Ginger miró hacia la gruesa rodaja de merengue de limón que acababa de colocar frente al Sr. Sherman. Era uno de los clientes habituales del restaurante, un anciano cuya esposa había fallecido mucho antes de que Ginger llegara a Blue Mountain Lake. O no sabía cocinar o no quería hacerlo. Casi todas las noches, llegaba a las seis de la tarde en punto y se sentaba en la mesa situada en la esquina carne y puré de patatas. Un pastel de cereza era lo que siempre ordenaba como postre. —Lo siento, Sr. Sherman —dijo mientras recogía el plato infractor—. No sé dónde está mi cabeza esta noche. Una mentira flagrante. Ginger tomó la tarta de limón de nuevo, la cambió por una rodaja de la de cereza, se la dio al Sr. Sherman, y estaba limpiando el mostrador con más fuerza de lo necesario cuando las campanas de la puerta del frente sonaron. Dejó el trapo y estaba extendiendo la mano hacia la caja de los menús cuando levantó la vista. Y lo vio. Connor. El instinto inmediato de alisarse el pelo y comprobar su camisa en busca de manchas fue tan fuerte que sus manos estaban a medio camino hacia su cabeza para el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba preocupada por impresionar a Connor? Esa parte de su vida, aquella en la que se aseguraba de acicalarse y arreglarse por si acaso se encontraba con un conocido en un supermercado cursi y caro, había

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trasera. A veces se le unía un amigo. Esta noche, estaba cenando solo un pastel de

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El Club de las Excomulgadas acabado. Simplemente iba a mostrarle a Connor un asiento, tomar su pedido y luego entregar su comida como lo haría con cualquier otro cliente. Y no importa qué, no iba a tener ningún tipo de reacción hormonal a sus anchos hombros o a su mandíbula cincelada. Fría como el hielo. Esa era ella. Se sentó justo enfrente, luciendo tan peligroso como lo había hecho en su

—Estás aquí. Ginger Sinclair. Nunca había oído a nadie decir su nombre de esa manera, casi como si fuera una maldición, pero con una vibración distintivamente sensual por debajo. Su corazón dio un salto en respuesta y vio con horror como sus ojos se enfocaban en el pulso en su cuello. Y entonces, mientras Elvis cantaba acerca de cómo no podía evitar enamorarse, juró que podía oír la respiración de Connor acelerarse al observar la reacción de su cuerpo ante su proximidad. Se sintió inclinarse hacia él, lo vio moverse más cerca en el taburete de la barra, incluso cuando sus dedos estaban ansiosos por estirarse, para tocarlo y ver si se sentiría tan caliente como parecía. El menú que había estado sosteniendo chocó contra la parte inferior del mostrador y la sacó del loco hechizo justo a tiempo. Connor parecía un poco aturdido también. ¿Qué acababa de pasar con ella? ¿Con ambos? ¿Se habían convertido en participantes involuntarios de una especie de experimento de química de algún científico loco para combinar al Hombre A con la Mujer B y ver lo rápido que entraban en combustión? Molesta por su ridícula falta de auto—control, Ginger golpeó con el menú el mostrador de formica brillante, ruidosamente y con más fuerza de lo que había planeado.

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porche.

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El Club de las Excomulgadas —El especial de esta noche es el pastel de carne y puré de patatas. Te voy a dar unos minutos para mirar el menú y decidir lo que quieres. Pero en lugar de mirar el menú, dijo: —Sé exactamente lo que quiero. Sabía que tenía que estar hablando de comida, y sin embargo, la forma en que lo dijo se sentía como…

que esperar hasta mañana para verte de nuevo. Oh. Oh Dios. Una media docena de ventiladores de techo mantenían el restaurante fresco. No debería estar sintiéndose tan caliente. —He estado esperando para decirte que fui un completo idiota esta tarde. Podía sentirse ablandándose, derritiéndose desde su núcleo hacia el exterior. Pero entonces lo miró y se dio cuenta de que su reacción era probablemente lo que había estado esperando. Esta tarde podría haber jurado que él quería echar su cuerpo fuera del porche. Tenía que tener otro motivo. Un segundo después, éste le golpeó. — ¿Supongo que hablaste con tus abuelos? —Lo hice. Pero mi abuela no es la única que piensa que me porté mal. Antes me preguntaste si podíamos empezar de nuevo. ¿Hay alguna posibilidad de que la oferta siga en pie? Su cuerpo gritó ―¡Sí!‖ exactamente en el mismo momento en que su cerebro gritó ―¡Ni se te ocurra, está jugando contigo!‖. Francamente, correctamente.

confiaba

mucho

más

en

su

cerebro

para

guiarla

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—No sabía que trabajabas aquí. Me alegro de que lo hagas. Ahora no tengo

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El Club de las Excomulgadas Pensaba que podía venir aquí con su olor a jabón fresco y hojas de pino y parpadear hacia ella con sus ojos sorprendentemente azules y hacer que accediera como una tonta a cualquier cosa que quisiera. Como el infierno. Podría estar diciendo todas las cosas correctas, pero dudaba mucho que su corazón estuviera en ello. Quería Poplar Cove. Punto.

—Basta con el encanto. Vayamos al grano. ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí? —Poplar Cove no ha sido revisada en dos décadas por lo menos. Los troncos necesitan ser reemplazados antes que se desmoronen. El techo está a punto de caerse. Tengo que entrar ahí, hacer el trabajo. Se alegraba de que por fin hubiera dejado caer cualquier pretensión de tratar de arreglar su mal comienzo. Podía tratar con una discusión honesta. No podía hacerlo con esa cosa ardiente, ese intento de hacer que ella se desmaye. Sin embargo, no había manera de que fuera a dejarlo pasar el rato en la cabaña día tras día, semana tras semana. —La cabaña se ha mantenido todo este tiempo —insistió—. Estoy segura de que va a conseguirlo unos pocos meses más. — ¿Alguna vez usaste la estufa? ¿El horno de microondas? ¿Un secador de pelo? Sabiendo que sus preguntas tenían que ser un truco, que con cada palabra que decía su verano perfecto iba desapareciendo día a día, hora a hora, de mala gana, dijo: —Por supuesto, todos ellos.

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Entrecerró los ojos, ampliando su postura detrás del mostrador.

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El Club de las Excomulgadas —El cableado es antiguo. Cualquiera de esos aparatos podría provocar un incendio. Ni siquiera notarías que la casa está ardiendo al principio. Las chispas comenzarían detrás de las paredes. No arderán a toda marcha hasta que estés dormida. Ahí será cuando el humo empezara a inundar la habitación. Hizo una pausa. Le dio tiempo de sobra para imaginar lo que acababa de esbozar. —Lo más probable es que nunca despiertes.

casa. Para tenerla él. Se inclinó más cerca por encima del mostrador, demasiado enfadada como para recordar mantener su distancia de todos esos músculos, de todo ese calor. —Estabas seguro de que no sería capaz de decir que no a eso, ¿no? — especialmente cuando él era prácticamente un cartel caminante sobre la necesidad de seguridad contra incendios—. Bueno, ¿adivina qué? La respuesta sigue siendo no. Puedo contratar un electricista para trabajar en la cabaña. No te necesito a ti para hacerlo. —Mis abuelos no van a pagar para volver a re—cablear el lugar desde el principio. No cuando estoy aquí y soy capaz de hacer el trabajo de forma gratuita. Desafortunadamente, tampoco tenía el dinero. Ya no, maldita sea. No a menos que les pidiera a sus padres un préstamo, lo cual definitivamente no haría. —Bien —le espetó, lo suficientemente alto como para que un par de clientes levantaran la vista de su plato para ver cuál era el problema—. Puedes volver a realizar el cableado. Y luego quiero que te vayas —apoyó la punta de su lápiz lo suficientemente fuerte contra el papel como para hacer un pequeño agujero—. Ahora, ¿qué quieres comer? Pero en lugar de mirar el menú, dijo:

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Lo estaba haciendo otra vez. Tratando de asustarla para que renunciara a su

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El Club de las Excomulgadas —Aún no terminamos. No sólo estoy aquí para arreglar los problemas de seguridad de la cabaña. — ¿Hay más? —dijo, sorprendida por su descaro. Casi impresionada por ello, de hecho. —La prometida de mi hermano está embarazada. Fue un largo camino para ellos llegar allí. —Bien por ellos. Pero dado que no conozco a tu hermano o a su prometida cedido en lo de permitirle rehacer el cableado—: me falta la parte donde eso tiene que importarme a mí. —Quieren casarse en la playa de Poplar Cove. A finales de julio. ¿Cómo era que parecía saber exactamente dónde apuntar para golpear sus puntos más vulnerables? Tenía que hablar de matrimonio, ¿verdad? Ese escurridizo ―felices para siempre‖ que todos estaban buscando. Que ella estaba buscando. Porque a pesar de que su propio matrimonio se había derrumbado en pedazos, en el fondo de su corazón todavía quería creer que la felicidad duradera era posible. Peor aún, después de haber vivido en Blue Mountain Lake durante ocho meses estaba de acuerdo en que Poplar Cove sería el lugar perfecto para celebrar una boda. Frustrada más allá de lo posible, las palabras: —Lo siguiente que sé que me vas a decir es que no pudiste conseguir una habitación en la posada —salieron destiladas. —Tienes razón. Una gran boda la ha ocupado. Oh no, se había olvidado por completo de que su amiga Sue dijo que una

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—dijo, sabiendo que estaba siendo dura, pero odiándose a sí misma por haber

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El Club de las Excomulgadas Noviecilla5 había ocupado todo durante los próximos días. — ¿Qué pasa con uno de los B&B? —intentó, sintiendo la situación deslizarse más allá de sus manos. —Nop. No hay nada en el lago. Pero hay una habitación disponible en Piseco. — ¿Piseco? Es a una hora de distancia.

El movimiento atrajo la mirada hasta sus manos y se sorprendió por lo malas que eran sus cicatrices de cerca. No podía quitar sus ojos de estas, no podía evitar pensar en la cantidad de dolor que debía de haber sufrido no sólo debido a las quemaduras, sino también por los injertos. Y entonces, él se frotó la mano izquierda con la derecha, como si estuviera tratando de disolver las torceduras de los músculos y tendones bajo la piel áspera. —Cuando era una niña —se encontró diciendo con una voz mucho más suave— me estiré por encima de la cocina y tiré una olla de agua hirviendo sobre mi hombro. Todavía recuerdo lo mucho que dolía. Había sido sólo una quemadura de primer grado, y la cicatriz había desaparecido casi por completo a estas alturas, pero había sido una de las experiencias físicas más dolorosas de su vida. —Durante mucho tiempo después de eso —continuó—: me dolió. Muchísimo. ¿Tus manos siguen doliendo? Cuando no contestó, volvió a levantar la mirada hacia una expresión tan intensa que su piel se erizó, sus palmas comenzaron a sudar. No podía apartar la mirada mientras los ojos de él se dilataban, el negro empujando casi todo el azul hasta cubrirlo. Contuvo la respiración, esperando su respuesta. Y entonces la oyó, 5

Mezcla de novia y godzilla, es el mote que se les da a las novias molestas.

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—Por lo menos —estuvo de acuerdo, finalmente levantando el menú.

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El Club de las Excomulgadas baja y cruda. —Sí. Por las líneas de tensión de sus hombros y el tendón que saltaba en su frente, pudo ver lo mucho que esa admisión le había costado. Y fue entonces cuando se dio cuenta, por primera vez, que no era sólo un tipo grande y magnífico que tenía la intención de arruinar su verano.

Era un hombre que obviamente había sobrevivido a algo terrible, que estaba tratando de hacer frente a lo que la vida le había arrojado. Tuvo que preguntarse por qué había decidido que tenía que actuar como una perra sobre el hecho de permitirle trabajar en la cabaña. Incluso en dejarle quedarse allí un par de noches hasta que la posada abriera. ¿Estaba siendo fuerte? ¿Grosera? ¿Adoptando una postura, afirmando lo que era suyo porque ya no era una pusilánime? ¿O, y esta era la peor opción posible, era todo lo contrario? ¿Tenía miedo de sí misma? ¿Temerosa de que su nueva vida no estuviera tan resuelta y sólida como pensaba? ¿Y que la adición de un extraño en su capullo podría romperlo todo por completo? No, se dijo. La vida que se estaba construyendo en Blue Mountain Lake era una buena. Y cuando se puso a pensar en ello, cayó en cuanta que Connor había venido todo el camino desde California sin tener ni idea de que sus abuelos habían alquilado su casa. Bajo las luces fluorescentes podía ver lo cansado que estaba. —Sabes qué, esto es estúpido. No vas a conducir todo el camino hasta Piseco esta noche. Hay un montón de habitaciones vacías en el piso superior en Poplar Cove. Hasta que la posada esté vacía de nuevo. Se quedó en silencio por un momento, y aunque había estado esperando ver la victoria en sus ojos, no hubo ni siquiera un indicio de ello.

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Connor era humano.

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El Club de las Excomulgadas —Te lo agradezco, Ginger. Sabía que se estaba repitiendo, pero quería asegurarse de que estaba siendo perfectamente clara, no sólo por su bien, sino también por el de ella, le dijo de nuevo: —Pero sólo hasta que encuentres un nuevo lugar para alojarte. —Por supuesto —sonrió, luego, por primera vez, y a pesar de que fue apenas una curva en sus labios, se quedó sin aliento—. Sólo hasta entonces. Y voy

Volviendo a la cocina, le dio la orden a Isabel, luego dijo: —Necesito un poco de aire —y salió por la puerta de atrás hacia el estacionamiento. El sol se había puesto y en la oscuridad Ginger miró hacia las densas nubes que estaban cubriendo el cielo mientras el viento azotaba su cola de caballo contra su cara. Una tormenta estallaría pronto. Esta noche. Normalmente, Ginger amaba el clima cambiante. Le provocaba una gran emoción cada vez que veía el trueno en duelo con el relámpago mientras se sentaba a salvo y cómoda bajo una manta gruesa en el porche. Pero ya no se sentía segura. Todos estos meses había pensado que estaba tan perfectamente establecida. Que Blue Mountain Lake era un refugio impenetrable. Se había dicho que nada podría sacudirla otra vez, que era firme ahora, que era la que tenía el control. ¿Había estado viviendo una fantasía?

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a pedir el especial.

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El Club de las Excomulgadas Y, sin embargo, pensar en Connor sentado en el mostrador esperando a que volviera con su comida envió un repentino escalofrío de anticipación a recorrerla. Casi como si una parte secreta, en el fondo, esperara tener problemas. Que algo sacudiera su idilio a la orilla del lago. Lo que era una locura. Estaba muy feliz. Por supuesto que no estaba buscando nada, ni a nadie, que agitara las cosas. Pero si eso era totalmente cierto, tenía que preguntarse, ¿por qué zumbaba

***** La deseaba. En el momento en que entró en el restaurante y vio a Ginger de pie detrás del mostrador, el deseo había golpeado de lleno a Connor en la ingle. Y mientras hablaban, mientras había estado martillándole para poder entrar en Poplar Cove, el sexo había estado corriendo como una corriente constante entre ellos. Se había quitado el combo de la camiseta y el pantalón corto que había tenido más temprano, pero la camisa blanca ajustada y los pantalones negros no estaban tan mal tampoco, logrando resaltar muy bien sus grandes senos. Las paredes de medio espejo le daban una buena oportunidad para apreciar la curva de sus caderas, el leve rebote de sus pechos mientras discutía con él. Ginger no solo era su tipo perfecto, exuberante, suave y seguro que sería salvaje en la cama, sino que era claramente inteligente. Ruda. No podía dejar de apreciar, a pesar de su irritación por tener que trabajar por ello, lo rápido que le cortaba el intento de ser encantador, cuando cualquier otra mujer se habría ablandado ante su disculpa inicial. Y luego estaba la forma en que había respondido a sus cicatrices, el hecho de que hubiera experimentado algunos de los demonios que él había vivido personalmente.

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desde la cabeza hasta los pies al pensar en Connor durmiendo bajo su techo?

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El Club de las Excomulgadas Nadie sabía lo mucho que todavía le molestaban sus manos. Nadie tuvo el coraje de preguntarle directamente si le dolían. Había estado bastante sorprendido por la pregunta. Y después, se sintió realmente decepcionado cuando su conversación terminó y ella se fue a la cocina. Desde la pubertad, había tenido mucha experiencia con la lujuria, pero rara vez cualquiera de sus atracciones fue más allá de lo superficial, más allá del

Mierda. No podía permitirse ninguna distracción de sus objetivos finales para el verano: primero: continuar con su intenso programa de entrenamiento así estaría en mejor estado físico para su próxima reincorporación al Servicio Forestal; y segundo: arreglar Poplar Cove para la boda. No había espacio para un tercero. Sacó un billete de veinte de su cartera y lo arrojó sobre el mostrador, luego se largó como el infierno del restaurante.

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dormitorio.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Cuatro Durante toda la noche, Isabel había estado pensado que había algo con Ginger, que no estaba bien. No había sido capaz de poner el dedo en la llaga. Solo que se veía diferente. Más brillante, de alguna manera. Pero también, inestable. Hacía ocho meses, cuando conoció a Ginger por primera vez, había tenido la misma impresión, que era una mujer con una extrema necesidad de tranquilidad. Vivir en Blue Mountain Lake había hecho, claramente, maravillas a los nervios de tiempo suficiente como para adaptarse al lento ritmo de vida de la zona. Así pues, ¿qué demonios podría haberle pasado a Ginger para ponerla de nuevo en ese estado de inestabilidad? Diciéndole a Scott, su cocinero, que vigilara la cocina por un momento, fue tras Ginger. — ¿Qué pasa? Ginger se apartó de la cara un rizo que se había escapado de su cola de caballo. —Tuve una visita inesperada esta tarde. Los visitantes inesperados eran bastante comunes en un lugar tan hermoso como Blue Mountain Lake. Amigos de la ciudad que habían decidido pasarse por un par de días y familiares en busca de una playa privada, donde dejar a sus hijos mientras ellos asaltaban el mueble de las bebidas, eran lo normal. Pero Ginger no se vería tan preocupada si una pandilla de amigas hubiera caído sobre ella. — ¿Quién? No me digas que tu ex vino hasta aquí. Ginger le había contado todo sobre su matrimonio con Jeremy, que su relación se había desvanecido casi inmediatamente después de que su nuevo

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Ginger, tal como lo hacía para la mayoría de las personas que se quedaban el

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El Club de las Excomulgadas marido le deslizara el anillo de bodas en su mano izquierda. Y a pesar de que Ginger dijo que era culpa de ambos por no haberlo hecho funcionar, Isabel se había pintado un cuadro bastante vívido en su imaginación del ex marido como un acosador obsesionado consigo mismo, que había estado enmascarado, muy brevemente, con el Sr. Perfecto. No tenía una mejor imagen de los padres de Ginger. Ginger hizo una mueca. —No, Jeremy no vendría todo el camino hasta aquí para verme. Por lo que hundidos. Y mi madre, estaría absolutamente pérdida aquí, con todos los insectos, así que ninguna posibilidad de eso. Y, sin embargo, Isabel notó que en las mejillas de Ginger aumentaba el rubor a medida que hablaba. —Su nombre es Connor. Connor MacKenzie. Sus abuelos son dueños de Poplar Cove. Pensaba que se podría mudar allí hoy. Hasta que me encontró en el porche. Está aquí ahora, en el restaurante. Sentado en el mostrador. Isabel oyó su propia y repentina inspiración y tuvo que preguntarse por qué se sentía como si su mundo acabara de ser sacudido, por qué estaba estirándose para agarrarse del capó del auto más cercano, con un agarre de muerte. Así que, uno de los nietos de sus vecinos estaba de visita en la ciudad. ¿Y qué? — ¿Sabes por qué Connor regresó al lago? —Quiere arreglar la cabaña para la boda de su hermano. Isabel sintió una roca hundirse profundamente en sus entrañas. Bodas significaban familia. Madres. Y padres.

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he oído, ya se ha mudado con una pequeña morenita de nariz de botón y pómulos

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El Club de las Excomulgadas — ¿Cuándo es la boda? —El treinta y uno de julio. Cuatro semanas. Tiempo suficiente, Isabel calculaba, para obtener un nuevo corte de pelo. No, una transformación completa. Asegurarse que deslumbraba a Andrew cuando lo viera. Si lo veía.

Historia pasada. Tenía una completa y maravillosa vida; un negocio próspero, muchos amigos, y un hijo estupendo. —Connor me dijo que la casa no es segura. Que tiene riesgo de incendio y que tiene que arreglarlo. Pero a pesar de que, probablemente tenga razón, me está desquiciando tener a un hombre a mí alrededor. Especialmente a él. — ¿Por qué? —preguntó Isabel, sintiéndose muy protectora con su amiga—. ¿Qué ha hecho? ¿Ha intentado algo? Ginger se sonrojó. —Oh Dios, no. Por supuesto que no. Es sólo que... — ¿Qué? Puedes decírmelo —entonces Isabel entraría de nuevo al restaurante y lo mataría. Lo último para lo que estaba preparada era para que Ginger dijera: —Oh Isabel, simplemente hay algo en él. No sólo es grande, fuerte y maravilloso, es como si hubiera una extraña conexión entre nosotros. Como si se supusiera que estamos... Isabel intentó pensar en cómo habría respondido normalmente si no conociera a los MacKenzie. Probablemente, habría animado a Ginger a romper su

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Dios, ¿qué le pasaba? No había visto al padre de Connor en treinta años.

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El Club de las Excomulgadas año de celibato con el tipo. Afortunadamente, Ginger ya se estaba riendo de sí misma. —Escúchame. Pensaras que tengo quince años otra vez y tengo un enamoramiento con el quarterback del equipo de futbol. Hablando de cómo las estrellas se han alineado para unirnos. ¿Podríamos olvidar que he dicho algo de eso? Pero la cosa era, que Isabel recordaba el buen aspecto de los chicos Los hombres MacKenzie eran un grupo a tener en cuenta. Cuando era adolescente, Isabel medio se había preguntado si el padre, incluso, podía controlar las estrellas. —Hey, tu familia ha vivido al lado de los MacKenzie durante mucho tiempo. ¿Hay algo que debería saber acerca de ellos? ¿Algún tipo advertencia que deberías darme sobre él? Isabel negó con la cabeza, pero puso tal fuerza en ello que terminó sintiéndose mareada. —Bueno, Helen y George son estupendos. Pero ya sabes eso de hablar con ellos por teléfono. Debería detenerse ahí, cerrar la boca. Pero por algún motivo, no podía. —Conocía al padre de Connor, Andrew. Salimos durante un tiempo. Hace mucho. Viendo el interés en la cara de Ginger, Isabel habló para acabar rápidamente. —Éramos unos niños. Al igual que Josh y la chica con la que fue al cine. No he pensado en él en años. Probablemente, ni siquiera lo reconocería si entrara en el restaurante.

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MacKenzie. Había una razón para los ojos brillantes y la piel enrojecida de Ginger.

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El Club de las Excomulgadas Se dio cuenta, demasiado tarde, que sonaba como si estuviera tratando insistentemente de convencer a Ginger de que era algo que no le importaba. Un caso claro de "la que protesta demasiado". Afortunadamente, Ginger estaba demasiado concentrada en sus propios problemas como para prestar mucha atención. —Supongo que será mejor que entre antes de que los clientes inicien un motín.

—Sí, claro —con voz calmada. Pero cuando volvió a la cocina y recogió el cuchillo, le temblaban las manos. Este era, generalmente, el momento del día que más le gustaba, cuando la multitudinaria cena estallaba en un caos organizado; pero hoy le era difícil concentrarse, incapaz de impedir que su cerebro volviera hacía atrás, rememorando las circunstancias que la habían llevado hasta allí. A este restaurante en el lago. Habían pasado diez años desde el día en que había comprado el edificio destartalado en la pequeña calle principal de Blue Mountain Lake. En ese momento, el pueblo no había sido más que, una tienda de comestibles, una oficina de correos, una tienda de licores y una gasolinera. Últimamente, sin embargo, si salía a echar una carta se sorprendía de cuanto había crecido el pequeño pueblo. Una bulliciosa cafetería, que frecuentemente tenía música en vivo, ocupaba una antigua casa blanca con la estructura de madera a la vista, en la esquina. El supermercado de Anderson, una tienda de comestibles que había estado allí desde que sus abuelos habían construido su cabaña en el lago, había hecho importantes mejoras en los últimos dos años, llegando tan lejos como para tener frutas y verduras orgánicas durante todo el año, no sólo en julio y agosto para satisfacer a los veraneantes. En la posada habían plantado gran cantidad de flores de brillantes colores a lo largo de la valla que bordeaba la calle.

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Isabel dijo:

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El Club de las Excomulgadas Únicamente, la tienda de lanas mostraba signos de deterioro. Isabel recordaba aprender a tejer en los cómodos sofás en el centro de la tienda, un verano, cuando Josh todavía era un bebé, principalmente por las manos extra que le ayudaban con el bebé, ya que no tenía ninguna afinidad con los ovillos. Después de su divorcio, lo único que tenía sentido era dejar la ciudad e instalarse permanente en Blue Mountain Lake. Su corazón siempre había estado allí, esperando desde septiembre hasta mayo por el quince de junio, para volver de nuevo. Para el momento en que ella y Brian se habían separado, había sido una madre a tiempo completo durante cinco años, pero todo cambió una vez que se

Josh había atravesado su infancia y adolescencia relativamente indemne, en gran parte, creía, porque Blue Mountain Lake era un mundo aparte del ajetreo de la ciudad donde había crecido. Ayudaba mucho que los teléfonos móviles no hubieran llegado al pueblo hasta hace poco. Debido a los espesos bosques que atravesaban las montañas Adirondack, y a una total falta de voluntad por alquilar las tierras para las torres de telefonía, por parte de los residentes, la recepción de los móviles, había sido poco o nada en la mayor parte del pueblo. Con los años, cuando los móviles se habían vuelto cada vez más populares, Isabel, a menudo, tenía que contener la risa frente los veraneantes de pie en medio de una canoa en el lago agitando sus teléfonos en el aire tratando desesperadamente de mantenerse en contacto con la acelerada vida de sus hogares. ¿No era ese el objetivo de venir a Blue Mountain Lake? ¿Alejarse de todo lo que necesitaban olvidar? Eso era lo que había hecho. Su primer día de regreso en el pueblo había visto el cartel de SE VENDE en la antigua cafetería y una bombilla se le encendió. Cocinar siempre había sido su pasión, la mejor manera de tranquilizar sus nervios al final de un día largo e irritante.

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quitó su anillo de bodas. No estaba bien dejar que su ex los mantuviera más.

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El Club de las Excomulgadas Afortunadamente, vivir a tiempo completo en la cabaña frente al lago, le había permitido usar sus ahorros para alquilar y arreglar la vieja cafetería. Y al final, haber descubierto la manera de cocinar, día tras día, y cobrar por ello, aprender cómo contratar a otros cocineros y camareros y ser un buen jefe, fue la manera perfecta para recuperarse de su divorcio. Para superarlo. Las largas horas tras la cocina o inclinada sobre su ordenador en la oficina revisando las nóminas la ayudó a disminuir el volumen de las cosas que ella y Brian se habían dicho el uno al otro al final, las horribles acusaciones que él había hecho.

¿Hubo alguna vez suficiente espacio en tu corazón para mí y para él? La humedad se deslizó entre sus pechos y por su frente. La Gran M6 se acercaba. Cada vez más a menudo se encontraba enredada entre sábanas sudorosas en medio de la noche. No le importaba en absoluto la idea de no volver a tener un periodo. Esa nunca había sido su mejor semana del mes. Lo qué le molestaba, era la sensación de que ya no iba a ser una mujer de verdad. Que cuarenta y ocho se convertirían en cincuenta en un abrir y cerrar de ojos y no sería nada más que una vieja mujer reseca. Que sus mejores años, habían quedado muy atrás. Mientras andaba por la cocina hacia el interior de la dichosamente fresca cámara refrigerada para comprobar las existencias, sabía que no era justo pintar su pasado tan mal. Cuando era niña, había pasado muchas tardes de lluvia felices en el mostrador de la antigua cafetería, bebiendo batidos y maltas, riéndose tontamente con sus amigas mientras echaban un vistazo a los chicos guapos. Treinta y cinco años después, el panorama no había cambiado mucho. Cada verano, las chicas a punto de convertirse en mujeres en toda regla, entraban por sus puertas, con jeans cortados y chatitas y se reían tontamente con sus amigas mientras echaban un vistazo a los chicos que habían visto ese día en la playa. 6

Se refiere a la menopausia.

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— ¿Alguna vez realmente me amaste, Isabel? —le había preguntado—.

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El Club de las Excomulgadas A veces, en sus sueños, todavía se sentía como una de esas chicas. A diferencia de Ginger, sus quince años no habían sido malos. De hecho, habían sido todo lo contrario. A los quince era cuando había conocido... bueno, no tenía sentido ir allí de nuevo. Caitlyn, un encanto de veintidós años, quien tenía una habilidad especial con las verduras, asomó la cabeza por la puerta.

quedado abierta. Isabel sabía que debía parecer una loca parada en el refrigerador con la mirada perdida. Agarró un par de berenjenas y un puñado de zanahorias de una estantería metálica, los llevó al fregadero y los lavó. Se estaba secando las manos con un paño de cocina de brillantes dibujos cuando Ginger volvió a entrar en la cocina con un especial. — ¿Hay algo malo con la comida? —preguntó Isabel. —No. Era el de Connor. Pero se ha ido. En ese momento, Isabel oyó un fuerte crujido detrás de ella. Se dio la vuelta, justo a tiempo, para ver la bisagra superior de la puerta trasera de la cocina, finalmente, salirse de la pared, dejando un agujero oxidado en la puerta blanca. Mientras estaban allí, observando la oscilante puerta ir y venir sin orden sobre el resto de sus bisagras, Isabel no pudo dejar de sentir que eso era un mal presagio. ***** La película de terror había sido un asco. De alto nivel. Pero a Josh Wilcox no le importaba. No se podría haber concentrado en esta de todos modos. No con Hannah sentada a su lado. Le había agarrado el brazo durante una escena donde le

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—Oh, Isabel, estás aquí. Sólo me aseguraba de que la puerta no se hubiese

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El Club de las Excomulgadas arrancaban la cabeza a la preciosidad de la película y la sangre brotaba por todas partes. Había sido impresionante. Todo el mundo tenía que llegar a casa después de la película, pero Josh sabía que su madre estaría en el restaurante hasta las once, por lo menos. Tenía un montón de tiempo antes de que tuviera que estar en casa. —Está bastante oscuro —dijo Hannah cuando sus amigos los dejaron en la calle principal.

modos se atrevió a decir; — ¿Quieres que te acompañe a casa? Le sonrió y se dirigieron hacia la playa. La casa de Hannah no estaba lejos de la calle principal, a diferencia de la suya, que estaba al otro lado del lago. Podía hacer el camino al pueblo en bicicleta dormido. Había varias fogatas y Hannah dijo: — ¿Puedes creer que nunca he comido un s'more7? Se volvió y trató de no mirarla como un idiota. — ¿En serio? —Extraño, ¿no? —dijo, un poco avergonzada—. ¿Tal vez podrías enseñarme cómo hacer uno, alguna vez? Sus latidos aumentaron mientras asentía, de una manera que sabía que era demasiado entusiasta. Pero no podía evitarlo. No cuando ésta era su oportunidad de lucirse. Porque, todo el mundo sabía, que era un maestro haciendo s'more. —Por supuesto —estaban casi en su casa—. ¿Qué tal esta noche? —entonces 7

Un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta.

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No estaba seguro de si le estaba lanzándole una indirecta, pero de todos

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El Club de las Excomulgadas se le ocurrió—. Aunque, es probable que no tengas los ingredientes. Pero asintió y dijo: —En realidad, sí. Se sentó en el muelle mientras ella corría a su casa y regresaba con galletas, malvaviscos, chocolate y fósforos. —Sígueme —caminando hacia unos árboles, señaló el suelo—. En primer delgado, no demasiado corto, no demasiado largo. Y tiene que tener una punta fina para que se puedas pinchar el malvavisco en este. Recogió un palo. — ¿Qué tal este? Lo miró y sonrió. —Eso es la suerte del principiante. Es perfecto. Se sonrojó ante su cumplido. —Gracias. ¿Y ahora qué? —Ahora encendemos el fuego. Había estado haciendo fogatas toda su vida y la que más le gustaba era la técnica de la pirámide. Minutos más tarde, el fuego estaba ardiendo. Rápidamente, agarró su propio palo. —Prácticamente, la parte más importante de un s'more es la forma de cocinar el malvavisco. Debería quedar crujiente y dorado por fuera, pero completamente pegajoso y derretido por dentro. De esa manera, el chocolate se derrite al hacer contacto con este. Lo peor es, que accidentalmente tu malvavisco arda con el fuego, porque sólo carbonizaría el exterior, pero el resto estaría todavía

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lugar, tienes que encontrar el palo perfecto. No demasiado gordo, no demasiado

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El Club de las Excomulgadas crudo —hizo una mueca—. Los niños pequeños tienden a hacerlo con mucha frecuencia. —Wow —dijo ella— eso suena algo complicado. Tal vez simplemente deberías hacerme uno. —Nah —dijo, encogiéndose de hombros— es bastante fácil. Una vez que controles el fuego, serás una verdadera profesional. Pinchando un malvavisco en el extremo de cada uno de los palos, se puso en

—Lo mejor es tostarlo lentamente en las brasas. Tarda un poco más, pero vale la pena. Cuando Hannah se arrodilló a su lado, sintió que su estómago se relajaba. Asaron en silencio hasta que sus malvaviscos alcanzaron un perfecto dorado, con un aspecto burbujeante en el exterior. —Creo que están listos —dijo. Volvieron a donde habían dejado la bandeja de galletas y el chocolate. Rompiendo una galleta por la mitad, puso un bloque de chocolate en esta y dijo—: Ahora es cuando lo pones todo junto. Extiende tu palo. Usando las dos mitades de la galleta, sacó lentamente el malvavisco del palo, con cuidado de no dejar caer el chocolate. —Adelante, pruébalo. Observó atentamente mientras daba un bocado. Sus ojos se cerraron y su rostro parecía estar en completo éxtasis. Nunca había sentido esto por una chica. Nunca quiso ver el placer en su rostro mientras hacía algo totalmente aburrido como comerse un s'more. Pero podría haber estado sentado allí observando a Hannah para siempre. — ¿Cómo está? —preguntó, sus palabras saliendo un poco rasposas.

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cuclillas al borde de la gran hoguera.

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El Club de las Excomulgadas Abrió los ojos y le sonrió. —Totalmente increíble. Y entonces, justo cuando estaba tratando de averiguar si debía intentar besarla, dijo: —No puedo creer que hayas crecido aquí. Tienes mucha suerte. Y es genial que tu madre sea la propietaria del restaurante. Debes conocer a todo el mundo.

aquí, que cada vez que voy a la oficina de correos la señora Hendricks me pregunta si he crecido un poco más. Hannah se rio. — ¿Lo hiciste? —Tal vez, un par de centímetros —se echó a reír de nuevo—. Pero en serio, esto es tan aburrido. Dejó de reír y él se apresuró a decir: —Quiero decir, no estar contigo ni nada de eso. Es sólo que, he estado en el lago durante tanto tiempo. Y mi madre está constantemente encima de mí. —Mis padres y yo comimos en el restaurante cuando estábamos buscando un lugar para veranear y tu madre salió a hablar con nosotros por un rato sobre cómo se vive aquí. Fue realmente genial. Muy agradable con nosotros. Se encogió de hombros. —Síp, es guay, supongo. — ¿Tiene novio? —No.

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—Uf. Eso es lo que me gusta de la ciudad. El anonimato total. No como

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El Club de las Excomulgadas — ¿En serio? Pero es muy bonita. ¿Al menos tiene citas? Pensó sobre ello, intentado imaginarse a su madre de cualquier otra manera que no fuera como su madre. —Nop. No tiene citas. Tal vez, ese era el problema. Su madre no tenía vida propia. No era de extrañar que estuviera metiéndose en sus asuntos y siempre le estuviera pidiendo

El fuego estaba empezando a apagarse cuando la madre de Hannah la llamó desde el porche. —Tengo que irme —dijo—. Gracias por la lección de s'mores. Mientras caminaba por la playa, de vuelta hacia donde había dejado su bicicleta esa tarde, pasó junto a un par de tipos de aspecto sombrío. — ¿Quieres fuegos artificiales? Casi siguió caminando, ignorándolos, pero luego se detuvo. Hannah estaría totalmente impresionada si la invitaba para el Cuatro de Julio y tenía su propio alijo de fuegos artificiales. Sacando su billetera, les entregó un fajo de dinero que su padre le había dado.

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que salieran en el bote de remo o a dar una caminata.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Cinco Después de agarrar su bolso de la posada y dejar una breve nota para Stu, Connor regresó a Poplar Cove. Una parte de él se sentía mal por dejarle creer a Ginger que tendría que ir todo el camino hasta Piseco cuando el sofá de Stu era suyo para que lo tomara. Pero rápidamente anuló eso. Poplar Cove era suya. Él pertenecía allí, no hacinado en un sofá en la posada. Se paró en el porche mirando hacia el agua durante varios minutos. Después como en casa. Tal vez era porque podía sentir la presencia de sus abuelos a su alrededor. La manta para cubrir la silla que su abuela había hecho, la forma en que se volvía loca si él o Sam ponían barro sobre esta. Las estanterías que habían construido con su abuelo cuando tenía diez años, el mismo año en que su abuelo finalmente lo había dejado usar la mesa de la sierra eléctrica. De alguna manera se las había arreglado para conservar todos sus dedos. Su mirada se movió hacia la pintura de Ginger, a medio terminar en el caballete al otro extremo del porche. Nunca había sido el tipo de hombre de ir a museos, nunca había tenido la tentación de capturar una escena para la posteridad, no cuando prefería estar entre árboles, tierra y agua. Y, sin embargo, algo en la pintura resonaba dentro de él. Dirigiéndose al segundo piso, automáticamente se giró en la primera puerta a la izquierda, la habitación que siempre había sido suya. El aroma lo golpeó primero, era el de Ginger, el débil toque de vainilla mezclado con algo terroso y sexy. El color arremetió después. Brillante ropa colgaba de los ganchos en la pared y vívidos lienzos se agolpaban entre sí por el espacio sobre las cuatro paredes. La parte superior de la antigua cómoda de pino estaba cubierta de botellas, joyas y tarjetas postales apoyadas contra el espejo.

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de doce años en Lake Tahoe no había esperado que en Poplar Cove se sintiera

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El Club de las Excomulgadas Su antiguo dormitorio se había transformado en un vibrante arco iris y la energía era palpable. La cama, ahora cubierta con una colcha impresa brillante en lugar de la de mezclilla azul que siempre había tenido, estaba sin hacer. Sólo ver las sábanas arrugadas lo agitó como si ella estuviera allí en la habitación, desnuda y haciéndole señas. La antigua habitación de sus abuelos era la más alejada, al final del pasillo. Pero no sentía correcto ocupar su habitación. En su lugar, se movió a la habitación de invitados, que compartía una pared con la de Ginger.

contra el viento. Mover su cuerpo sería su única oportunidad de dormir... tan fuerte como para contener sus pesadillas mientras él y Ginger compartieran el mismo techo. ***** A las diez, Ginger se desató el delantal y lo colgó en su taquilla. Ya había pasado mucho más tiempo limpiando del que por lo general se tomaba. La mayoría de los días de la semana, después del turno de la cena, estaba en casa por esta hora. Esta noche, había tratado de aliviar sus horribles pensamientos con un trapeador y una esponja. Isabel salió de la oficina en la que había estado trabajando en la computadora y miró los relucientes pisos y encimeras de acero inoxidable. —Wow. Podrían ser fotografiados para una revista —le lanzó una mirada a Ginger—. ¿Tienes dudas sobre dejar que Connor se quede en tu casa durante un par de noches? Ginger suspiró. La cabaña de madera realmente no se sentía como su casa. Lo cual era exactamente su problema. En algún lugar en el camino había olvidado que Poplar Cove era sólo un respiro temporal de su vida normal. Por mucho que quisiera pretender que la cabaña era suya, y que podía vivir allí en paz y

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Tenía que escapar, tomar un kayak, salir al lago e impulsarse con fuerza

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El Club de las Excomulgadas dichosa para siempre sin tener que enfrentarse a la habitual vida de tensiones, no era así. —Cuando mi contrato de arrendamiento acabe, él probablemente querrá la cabaña de regreso. — ¿Eso es lo que realmente te molesta? ¿Qué tengas que buscar un nuevo lugar para vivir en unos meses? Estoy segura de que podrías encontrar otra cabaña frente al lago para entonces.

manera de poner sus sentimientos en palabras—. Esto puede sonar extraño, pero por primera vez en mi vida siento como si pudiera ser yo misma. Sus padres no estaban aquí diciéndole cómo comportarse. Su ex marido no estaba aquí criticándola. Había encontrado un lugar donde la gente estaba llegando a conocerla a ella y no solo por quién era su padre o cuánto dinero tenía. —Y en muchos sentidos Connor me recuerda a mi ex marido. Había esa misma atracción inicial. Ese mismo acto de macho alfa viniendo a tomar lo que es suyo. —Teniendo a Connor en la cabaña, tendré que vigilar cómo me veo. Qué me pongo. Lo que digo. Ya había comenzado. Mírala, haciendo cualquier cosa para evitar ir a casa. — ¿Por qué crees que tienes que hacer algo de eso? —Isabel argumentó—. ¿Por qué no sigues exactamente cómo estás y si no le gusta, a quién le importa? Realmente viniste sola aquí. Me resulta difícil creer que un hombre pueda hacerte olvidar eso. — ¿Sabes qué? —dijo Ginger lentamente, mientras las palabras de Isabel se filtraban—. Creo que tienes razón. Estaré bien.

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—Tienes razón —admitió Ginger—. Es sólo que... —trató de encontrar la

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El Club de las Excomulgadas Si había una cosa que había aprendido en los últimos ocho meses, era que tenía que vivir una vida que la hiciera feliz. Usar lo que quisiera. Hacer lo que quisiera. Decir lo que quisiera. Así que Connor estaría entrando y saliendo de su espacio en las próximas semanas, estaría durmiendo en una de las habitaciones vacías durante un par de noches. ¿Y qué? El viento estaba soplando aún más duró cuando Ginger fue hacia su auto. Mientras conducía hacia la cabaña, las palabras de Isabel se repitieron en su desviarse del curso. Saliendo del auto detrás de la cabaña de madera, cruzó sobre el parche de hierba al lado de la casa. De pie bajo el gran grupo de viejos árboles de álamo que daban sombra a la casa la mayor parte del día, estiró los brazos para dejar que el frenético viento azotara su pelo y moviera su ropa. Le encantaba estar aquí, le encantaba el clima crudo y salvaje que soplaba dentro y fuera casi al azar. Vivir en la cabaña de madera la hacía sentirse de la misma manera, como si constantemente estuviera rodeada de un bosque en lugar de cuatro paredes. De repente hubo un ruido chirriante por encima de su cabeza. Las advertencias de Connor sobre lo peligrosa que era la cabaña se dispararon en su cerebro justo cuando escuchó un ensordecedor crujido. Intentó moverse, correr, pero no sabía qué camino tomar, apenas parecía poder mover los pies. De pronto, manos y brazos fuertes apretaron alrededor de sus costillas levantándola y tirándola por la arena. Connor. Aterrizó duro sobre su costado una fracción de segundo antes de que él

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cabeza, trabajando para establecerse correctamente cuando había estado a punto de

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El Club de las Excomulgadas saltara sobre ella, cubriéndola con su cuerpo. Lo sintió entonces, el impacto de algo golpeándolos con fuerza. Su estómago se sacudió como si estuviera en un ascensor en caída libre, y la parte posterior de su brazo detrás de su codo le picó, pero mientras su cerebro trabajaba para procesar los últimos treinta segundos, supo que era Connor quien se había llevado la peor parte... de lo que sea que los había golpeado.

La respiración de Connor era tan desigual como la suya. Podía sentir cada latido de su corazón mientras golpeaba duro contra el suyo. No contestó su pregunta, apenas dijo entre dientes: — ¿Estás herida? En la oscuridad, los dedos de él corrieron por su cara, desde su frente a sus pómulos, a su boca como si necesitara comprobar por sí mismo que todo estaba intacto. —No —dijo, temblando ante su toque, incluso cuando se lo preguntó otra vez—: ¿Qué nos golpeó? Sus palabras retumbaron desde su pecho al de ella mientras le decía: —Fue una fabricante de viudas. Casi cae justo encima de ti. Casi te aplasta. — ¿Una fabricante de viudas? Los movió un poco, pero seguía manteniéndola anidada en sus brazos. Nadie la había sostenido nunca de esa forma, como si la fuese a proteger hasta su último aliento. Ni siquiera el hombre con el que se había casado. A pesar del viento frío, la presión de los músculos duros de Connor en su contra hizo que el calor se juntara en sus pechos.

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— ¿Qué acaba de suceder? —jadeó contra su clavícula.

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El Club de las Excomulgadas Entre sus piernas. Había sabido que sería duro, pero no se había dado cuenta de lo pequeña que se sentiría presionada contra él, que sus curvas casi se fundirían en su fuerza. Su cabeza y entrañas giraron y se arremolinaron mientras él señalaba hacia arriba al gran bosque de álamos. —Un fabricante de viudas es una rama muerta o salida que descansa sobre

En la penumbra de la luz de la luna asomándose entre las nubes, vio una enorme extremidad tumbada en la playa a no más de 30 cm. de distancia de ellos. Tenía por lo menos 30 cm. de grueso. Sólo podía adivinar cuánto pesaba, lo cerca que había estado de convertirse en otra víctima. —Si no la hubieras visto, si no te hubieras movido tan rápidamente… — Empezó a temblar al darse cuenta de lo que podría haber sucedido si no hubiera sido por Connor—. Gracias por salvarme la vida. —La vi esta tarde. Debería haberla derribado de inmediato —maldijo, atrayéndola más cerca—. ¿Qué demonios estaba esperando? Espera un minuto, ¿estaba culpándose a sí mismo por esto? —Fue un accidente. —Podrías haber salido lastimada. Mucho. —Lo juro, no lo estoy. Sólo un rasguño, eso es todo —dijo, mostrándole su brazo, queriendo que supiera que no había sido su culpa. No estaba preparada para sus dedos moviéndose hacia su codo para frotar suavemente su piel magullada. — ¿Dónde más te duele? Se encontró a sí misma diciendo:

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las vivas. Cada año cientos de personas mueren debajo de ellas cuando caen.

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El Club de las Excomulgadas —Mi rodilla —a pesar de que estaba apenas palpitando, simplemente porque quería que la acostara de nuevo. Y cuando lo hizo, cuando él le acarició suavemente la pierna, no pudo reprimir un gemido de placer. La mano se detuvo en su rodilla. — ¿Estás segura de que estás bien? Sus brazos y piernas estaban bien. Era otra parte la que dolía. Por más de él.

—Sí, estoy bien —y luego lo siguiente que supo era que la estaba arrastrando a sus pies y alejándose. El viento sopló entre ellos mientras decía—: ¿Qué estabas haciendo aquí afuera tan tarde? Estremecida por su abrupta pregunta, y por la pérdida de su calor y fuerza contra sus miembros, su mente se quedó en blanco por un momento. —A veces acabo quedándome después de trabajar en el turno de la cena — especialmente esta noche después de pasar varias rondas pensando en él—. Y me encanta el lago en noches como ésta cuando una tormenta está rodando. Eso la golpeó, ¿cómo había estado allí para salvarla? — ¿Por qué estabas en el exterior? ¿Cómo me viste? —Estaba en el kayak, remando de regreso a la orilla cuando te vi caminando en la playa y parándote bajo el árbol. Fue entonces cuando oí la rama moverse. — ¿Estabas remando con el kayak durante la noche? ¿Por qué? Dio un paso más lejos de ella. —No he estado aquí en doce años. Quería salir al agua. — ¿No podías haber esperado hasta mañana? —fue su primera pregunta y

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Dijo:

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El Club de las Excomulgadas cuando no respondió, hizo otra—: Doce años es mucho tiempo para estar lejos. ¿Venías mucho al lago antes de eso? ¿Cuándo eras niño? —Todos los veranos. No cuadraba. —Es tan hermoso aquí. ¿Cómo pudiste haber estado ausente durante tanto tiempo?

Una pieza del rompecabezas encajó en su lugar. —Así es como conseguiste quemarte, ¿no es cierto? No respondió, sólo retrocedió completamente fuera de la luz de la luna para que su cara quedara en las sombras. —Buenas noches, Ginger. Grandioso. Lo había hecho de nuevo. Había dejado que la curiosidad la guiara, a sus cicatrices. Probablemente pensaba que era la única cosa que había notado de él. Caminó de regreso a la cabaña y se fue arriba, se dio una ducha para limpiar el olor de la grasa en su cabello y piel, se cepilló los dientes y se metió en la cama. Pero al mismo tiempo, todavía podía sentir el fuerte latido del corazón de él contra su pecho, la forma en que había pasado sus dedos tan suavemente sobre su cara y sus miembros cuando pensó que había sido lastimada. ***** Después de diez años como Hotshot, Connor conocía sus límites. Se había empujado duro hoy, más duro que de costumbre y sus músculos estaban gritando por descanso, por un par de horas para reconstruir lo que había

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—Pelear contra el fuego era más importante.

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El Club de las Excomulgadas arruinado. Pero era infernal tratar de dormir a una pared de distancia de Ginger. Especialmente ahora que sabía cómo se sentía al abrazarla. No podía dejar de reproducir la escena en su cabeza. Ver a Ginger parada bajo los árboles. Oír el cambio y agrietamiento de la rama, saber que iba a aplastarla.

tiempo. Sudó de nuevo ante la idea de lo cerca que había estado, pateó fuera la delgada manta que cubría su cuerpo desnudo. Finalmente, cuando el viento sopló fuerte lluvia sobre el techo, Connor se durmió. ***** Ginger estaba envuelta profundamente en un sueño oscuro y turbulento donde corría a través de un bosque lleno de fabricantes de viudas cayendo cuando un cruce entre un grito y un rugido la despertó. Sentándose en la cama, con la mano en el corazón, le tomó solo un segundo darse cuenta de que el sonido venía de la habitación de Connor. Su estómago se encogió de miedo mientras se ponía una sencilla bata y salía disparada de su habitación. Dios mío, ¿qué podría estar pasándole? Empujó la puerta de él abriéndola. Desde la penumbra en el pasillo podía ver que no estaba en la cama, sino de pie, balanceándose en el aire como una bestia torturada, con los ojos cerrados, su hermoso rostro sumido por la rabia. Y un profundo, profundo dolor. Sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que las cicatrices en sus nudillos sobresalían en

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Saltar de su kayak y correr a través del agua orando por llegar a ella a

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El Club de las Excomulgadas un fuerte relieve y su corazón se rompió en mil pedazos mientras veía a este gran y fuerte hombre luchando como el infierno contra algún demonio en su cabeza. Una voz en el fondo de su mente le dijo que se fuera. Que lo dejara pelear sus batallas solo. Que probablemente la partiría en dos, si se involucraba y no despertaba. Pero no podía hacer eso.

noche. No después de que había tomado la fuerza del golpe en su propia espalda. No después de que había sido tan gentil y tan protector con ella en la playa, apenas unas horas antes. Corrió hacia Connor, algunos pensamientos del miedo se fueron. Puso la mano en su brazo y tan pronto sintió su toque, él la tomó del antebrazo en un férreo agarre y la atrajo contra él, su bata se abrió y cayó de sus hombros. Oh Dios, la estaba apretando con tanta fuerza, que gritó con todo el aire que pudo encontrar. — ¡Connor! Soy yo. Ginger. Estás teniendo una pesadilla. Es sólo un sueño. Por favor, despierta. Abrió los ojos, pero podía decir que no la veía, que todavía estaba atrapado en su propio infierno personal. Y entonces, en un instante, sus ojos se aclararon y se volvieron hacia ella, a su dormitorio, a Poplar Cove. Su pecho subía y bajaba con fuerza contra el de ella y mientras sus pieles desnudas se frotaban juntas, en el fondo de su mente registró que él estaba desnudo y ella casi lo estaba. Pero no importaba. No cuando acababa de verlo pasar por algo tan horrible, no cuando estaba tan preocupada por él. — ¿Qué estás haciendo aquí? —sus palabras fueron tan bruscas y duras

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No después de que se había apresurado a salvarla de la rama cayendo esa

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El Club de las Excomulgadas como lo habían sido cuando lo encontró por primera vez en el porche. —Tuve que venir, cuando escuché el… —se interrumpió al darse cuenta de lo mucho que él odiaría que lo hubiera visto así—. Tenía que ayudarte. Sus manos, que la habían agarrado con tanta fuerza de los hombros se movieron, ligeramente al principio, por encima de sus omoplatos, luego más abajo por su espalda, hacia sus caderas. Sus siguientes palabras fueron tan bajas que casi no pudo distinguirlas.

Apenas podía respirar, claramente no podía moverse, no cuando él aún la sostenía con tanta fuerza. No cuando salir de sus brazos era lo último que quería su cuerpo. Y entonces una de sus manos se apretó en su pelo, su cabeza fue inclinada hacia atrás y él estaba besándola. Cada parte de ella quería aprovechar este momento y ceder a esto. Ceder a él. Connor necesitaba sanar más que nadie que jamás hubiera conocido, y encarcelada en sus brazos, con su boca devastando la suya, mientras sus manos tomaban su trasero como si fuera su dueño, quería ser la mujer que lo curara. Durante todo el tiempo supo que esto no era solo ceder, era tomar, que estaba buscando su propio placer también. Y entonces sus manos estaban moviéndose hacia arriba desde sus caderas para ahuecar sus pechos y ya no se reconoció a sí misma, a esta mujer que gemía mientras sus dedos rozaban sus pezones. Su piel se sentía deliciosamente áspera e irregular en su contra, y el sonido de placer vino directamente desde el centro de ella. Oh, sí, por favor, más. No había estado tan cerca de deshacerse en brazos de un hombre en años y lo deseaba tanto que cuando abruptamente maldijo y se empujó lejos de ella, fue una sorpresa total.

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— ¿Y pensaste qué esto era lo que me podía ayudar?

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El Club de las Excomulgadas Se dejó caer duro sobre la cama. ¿Qué acababa de suceder? En un momento sus manos estaban por todas partes, al siguiente, no quería tocarla. Era tan tentador ir al lugar donde sus sentimientos estaban heridos, donde podría decirse a sí misma que a él no le gustaban las chicas grandes como ella. Todos y cada uno de sus instintos trataban de llevarla allí, pero luchó duro contra ellos. Simplemente no tenía sentido. La había deseado, sabía que lo hacía. Lo que

Completamente fuera de control para los dos. No podía haber cambiado de opinión. No sin una buena razón. Así que, por una vez, en lugar de correr con el rabo entre las piernas, envolvió su bata a su alrededor y se quedó dónde estaba. — ¿Qué pasó? ¿Qué está mal? Fue como mirar una roca, estaba tan carente de emoción mientras permanecía de pie frente a la ventana. Casi como si se negara a dejarse sentir algo en absoluto. —Me dije que no te tocaría. Jesús, eso estuvo completamente fuera de control. Podría haberte lastimado. Daba miedo, pero tenía que decirlo, tenía que decirle la verdad. —Deseaba eso tanto como tú —había estado tan fuera de control como él. Ceder a su deseo por Connor era lo más imprudente e impulsivo que jamás había hecho. Sabía que debía estar aliviada de que él la hubiera detenido, de que no hubieran cometido un error más grande que ese. Pero no lo estaba. No estaba aliviada en absoluto.

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había estado a punto de suceder era elemental.

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El Club de las Excomulgadas Aún no la miraba. Seguía mirando fijo hacia la pared detrás de su cabeza mientras decía: —No podía sentirte. ¿No podía sentirla? —Por supuesto que podías. Fue… —la palabra increíble estaba en la punta de su lengua, pero antes de que pudiera decir algo más, sus ojos se quedaron fijos

—Mis manos. Estaban entumecidas. Había tanta oscuridad en esas profundidades azules que le quitó el aliento. —No podía sentirte.

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en los suyos.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Seis Connor no podía creer que acabara de decirle eso. Nadie sabía sobre sus manos entumeciéndose a excepción de los médicos que había visitado en secreto. Había conseguido ser tan bueno fingiendo en estos dos últimos años, asegurándose de no agarrar nada si no estaba absolutamente seguro de que podía aferrarlo, pero justo ahora, cuando no pudo resistir tocar su piel desnuda, había perdido toda sensación.

Quería que lo dejara solo. Salir como el infierno de aquí. Encontrar una realidad alternativa donde esta mierda dejara de suceder. Donde sería normal; infiernos, donde estaría sano de nuevo. — ¿Qué estabas soñando? ¿Cuándo entré? Mierda. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Es por eso que ella estaba en su habitación en primer lugar. Porque había estado atrapado en una escena retrospectiva. El orgullo picó en su interior, haciendo sus palabras brutas y crueles. —No me conoces. No te conozco. Dejó que sus ojos se movieran a través de sus muslos asomando de su bata, absolutamente seguro de que podía ver que estaba completamente desnudo; y que su cuerpo todavía la deseaba a pesar de todo. —No confundas el deseo sexual con algo más. Está bien. En cualquier momento se bajaría de su cama y correría de regreso a su habitación. Pero a medida que los segundos pasaban y se quedó justo donde

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Mierda.

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El Club de las Excomulgadas estaba, la frustración lo devoró, incluso mientras la sensación volvía a sus manos, con el peor caso de alfileres y agujas que había tenido. —Tienes que irte. Ahora. Pero no se inmutó. En cambio, su mirada fue firme. —Si ya terminaste con tu cosa de lobo grande y malo, realmente creo que te sentirías mejor si hablamos de lo que pasó.

como el cielo. —Nadie sabe acerca de tus pesadillas, ¿verdad? No respondió, pero sólo porque sabía que no era necesario. Esta mujer sentada en su cama veía demasiado, sus grandes ojos verdes miraban todo lo que no quería que viera. Todo lo que otra gente no veía. —Estabas soñando con el incendio, ¿no es así? Con el incendio que le hizo eso a tus manos. La siguiente cosa que supo, fue que estaba fuera de la cama y acercándose a él. Tomó una de sus manos, dándole la vuelta en sus propias y pequeñas manos. — ¿Siguen estando entumecidas? —le preguntó en voz baja—. ¿O puedes sentir esto ahora? Pasó su dedo suavemente por la peor de las cicatrices, la que cortaba su palma en dos. —Puedo sentir eso. Su sonrisa fue grande. Hermosa. Como un rayo de sol disparándose a través del techo. Dijo:

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Se humedeció los labios. Esos hermosos y carnosos labios que habían sabido

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El Club de las Excomulgadas —Bueno. Me alegro —y luego—: ¿Qué pasó? No esta noche, sino hace dos años. Cuando te quemaste. No había razón para contarle sobre el incendio. Por dos años había mantenido la historia firmemente bloqueada en su interior. Se había dicho a sí mismo que hablar de ello no serviría absolutamente de nada. Pero nadie más había sido testigo de ninguna de sus pesadillas. Sólo Ginger lo había visto en su peor momento.

Y no se molestaría en evitarle los detalles sangrientos. Cuándo terminara, ella lamentaría haber preguntado. —Los bomberos se queman todo el tiempo. El fuego es una perra meticulosa —dijo, sin molestarse en cuidar su boca. Si no le gustaba, podía irse. —Sin embargo, no pensar hace que te duela menos. Una visión del incendio en Desolation se estrelló en su contra como un tren fuera de control. El fuego extendiéndose sobre la montaña como una ola. Denso y oscuro humo elevándose hacia el cielo, tomando el relevo del azul tan completamente que casi no podía ver el estrecho sendero bajo sus pies. —Estábamos en el desierto de Desolation, donde mi equipo tiene su base. Había escalado ese sendero cientos de veces. Mi hermano y el jefe del escuadrón estaban fuera despejando un área. El fuego era nada. Queríamos un incendio real, algo real en donde hundir nuestras hachas. Pero no había habido otro incendio. No para él, de todos modos. Sam había regresado de inmediato. Connor habría hecho lo mismo si Sam hubiera estado metido en una camilla. Se habría dirigido directamente de regreso para obtener su venganza. Para ahogar el fuego con sus manos por acabar con su propia sangre.

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Bien. Le daría las respuestas que buscaba.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué pasó? ¿Cómo cambió el fuego a algo peor? Era la pregunta que él mismo se había hecho un millar de veces. —El viento debió haber cambiado. Dejó caer una chispa. Logan lo vio primero, se dio cuenta de que estábamos en la parte superior del fuego. Lo primero que le enseñas a un novato, es que el fuego sube. El noventa y nueve por ciento del tiempo correrá más rápido que tú. Logan debería haberse salvado a sí mismo. En cambio, bajó por la colina hasta llegar a mí y a Sam. Nos dijo que dejáramos todo y

Jesús, todavía recordaba aquel momento tan bien. Estaba pasando su motosierra a través de un gran grupo de arbustos secos con todo su enfoque en la cuchilla cortando a través de la madera. Por la esquina de sus ojos le pareció ver a Sam agitando los brazos y apagando su motor. Sam apoyó su motosierra y dijo dos palabras: — ¿Una explosión? —Logan asintió y sin decir nada más, los tres se echaron a correr hacia arriba en una pendiente casi vertical. —Estábamos tragando polvo y chispas, atravesando pilas de ceniza blanca. Empecé a toser y ellos se detuvieron para asegurarse que estuviéramos juntos, pero aun así seguimos, pensando que íbamos a sentarnos con los chicos y reír sobre eso en el bar esa noche. Su respiración era rápida. El sudor comenzó a gotear entre sus pectorales. Ginger estaba apretando su mano, y la sensación de su piel suave ayudó a calmarlo, a traerlo de vuelta a la cabaña, al dormitorio donde había casi perdido el control con ella. Había estado tan silenciosa que se había olvidado que estaba allí. Pero ahora que lo recordaba, sabía que si tiraba de ella contra él y la besaba de nuevo, podría dejar de hablar, podría hacer que se olvidara por completo de su historia, él mismo podría incluso olvidarse por unos minutos.

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que empezáramos a correr.

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El Club de las Excomulgadas Consideró su suave piel, sus deliciosas curvas, sus rizos cayendo sobre sus hombros, y estuvo tentado, muy tentado de probarla otra vez. El sexo sería más fácil que hablar, mucho más directo y al grano, mucho menos peligroso que esta chispa de conexión más profunda. Pero la parte de su mente que aún podía pensar con claridad; la parte que no estaba totalmente hipnotizada por su olor, por la sensación de su mano en la suya, sabía que sólo sería un respiro temporal. Porque tan pronto como terminaran, tan pronto como se hubieran hartado,

—El viento azotaba y era como mirar directamente hacia una pared de fuego. —No puedo imaginarlo —susurró. —No. No puedes. Y luego las llamas se extendieron y me atraparon, me tiraron hacia abajo. Su nombre salió de los labios de Ginger en un susurro de emoción, su mano apretó la suya. —Sam y Logan estaban muy por delante. Me escucharon caer. Vinieron por mí —todavía no podía creer que lo hubieran hecho—. Vinieron por mí. —Por supuesto que lo hicieron. —No —la palabra fue prácticamente un rugido—. Casi mueren. Deberían haberse ido. Haberme dejado —en su lugar, lo habían levantado entre ellos y habían corrido como el infierno—. Logan divisó una roca lo suficientemente grande como para guarecernos. Al final, el fuego golpeó la roca y se volvió sobre sí mismo. No recordaba mucho después de eso, sabía que se había desmayado, pero había oído a las enfermeras hablar en el hospital mientras entraba y salía de la

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vendría a él con sus preguntas de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas inconsciencia ese primer día. —Mi equipo se había derretido en mis brazos. Los médicos terminaron tomando la mayor parte de este en las sábanas —desde los codos hasta abajo, su piel había sido arrancada. Señaló la parte superior de sus muslos—. Tomaron la mayor parte de la nueva piel de mis piernas, sólo la pelaron como si fuera una manzana. Miró abajo hacia las cicatrices en sus muslos.

oírlo—. No había notado esas cicatrices. Su boca se torció. —Todo lo que dicen de los injertos de piel es cierto. Duelen como una perra. Sus brazos y manos dolían menos, probablemente debido a los nervios dañados. Sin embargo, sus muslos donde habían cosechado la nueva piel, habían dolido mucho por un par de meses. En cualquier momento que se movía o la tela rozaba sus miembros había querido llorar como un bebé. Los médicos habían tratado de que tomara medicamentos, analgésicos, pero odiaba sentirse en una niebla, como si todo fuera en cámara lenta. Fue entonces cuando comenzaron las pesadillas. —La mayoría de la gente no tiene el coraje de considerar ser un bombero en primer lugar —dijo Ginger en voz baja— mucho menos volver a eso después de algo así. Él solía devorar la admiración de la gente. Especialmente de las mujeres hermosas. Pero ya no era ese hombre. Movió su mano.

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—Yo… —se detuvo, tragó lo suficientemente duro como para que él pudiera

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El Club de las Excomulgadas —Puedes guardarte tus alabanzas. No he estado allí en dos años. El Servicio Forestal se ha asegurado de ello. Dio un paso hacia atrás, sorprendida. —Pero pensé que habías dicho… —Estoy en mi última apelación. Oh mierda, él mismo no lo había creído. No hasta que acabó de decir las había nacido. Y si lo alejaban de él, entonces, ¿qué? —Tienen miedo de que me congele ahí. Posiblemente de que me mate a mí mismo, o peor, que me lleve a un civil también. — ¿Pero sin duda verán lo interesado que estás? ¿Cuánto lo deseas? Era lo mismo que había estado diciéndose a sí mismo, la razón por la que se levantaba cada mañana a las cinco y corría dieciséis kilómetros cada maldito día. — ¿Saben acerca de tus pesadillas? ¿Acerca de tus manos? Metió la mano en su bolso sobre la cómoda y se puso un par de pantalones cortos. — ¿Qué crees? —No, supongo que no se los diría, si quisiera volver al trabajo —no había juicio en sus palabras, ni piedad tampoco. Sólo comprensión—. ¿Cuándo se supone que escucharás sobre tu apelación? La vio apretarse la bata alrededor de la cintura, deseándola a pesar de todas las razones para mantenerse alejado. Un beso más. Eso era todo lo que se necesitaría. Y entonces estarían en su cama, estaría sobre ella, deslizándose dentro, hasta que ambos estuvieran completamente perdidos en la piel del otro, con sudor y

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palabras en voz alta. Esta era su última oportunidad de hacer el trabajo para el que

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El Club de las Excomulgadas sexo, su pesadilla sería olvidada por unos pocos y bienaventurados segundos. Pero después de la forma en que lo había escuchado, de la comodidad que le había dado, se merecía algo mejor que una noche de sexo caliente con algún bombero fuera de servicio que tenía noches al azar llenas de terror y las manos que iban de mucha sensibilidad a ninguna en absoluto. —Este verano. Lo miró fijamente durante un largo momento antes de girarse y caminar

—Realmente espero que consigas lo que buscas. Buenas noches, Connor. Dejándose caer al suelo hizo una flexión. Y luego otra, y otra para ahuyentar el vacío que lo esperaba. Había conseguido todo el sueño que tendría esta noche.

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hacia la puerta. Por encima de su hombro dijo suavemente:

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Siete Durante el resto de la noche mientras Ginger entraba y salía del sueño, la historia de Connor corría a través de su cerebro. Todas las imágenes que él había pintado. Todas las que no había pintado pero que podía imaginar fácilmente. Interminables visitas al hospital. Sin saber si podría usar sus manos otra vez. Y luego tener que luchar con el Servicio Forestal para recuperar su empleo después

Su angustiosa historia la había tocado profundamente. Cada palabra había atravesado el núcleo de quien era ella. Había sufrido por él mientras hablaba. Había tenido que estirarse por su mano, para dejarle saber que no estaba solo, para tratar de absorber parte de su dolor, aunque sólo fuera por un segundo. Despertándose durante la noche, se encontró preocupada, preguntándose si habría conseguido dormir, esperando que otra pesadilla no le llegara en cuanto bajara la guardia. Por primera vez en años fue despertada por su alarma, más que con los primeros rayos del sol. A las seis a.m., había asumido que Connor todavía estaría dormido, pero su puerta estaba abierta. ¿Dónde podría estar? ¿Podría haber decidido que ya estaba harto de sus preguntas y empacado sus cosas para regresar a California? Su estómago se retorció ante la idea de eso, incluso aunque su partida había sido exactamente lo que había deseado la tarde anterior, tuvo que ir a su habitación para ver si sus cosas seguían allí. Ver su bolso sobre la cómoda la alivió. No se había ido. Todavía no. Y a pesar de que no tenía ni idea de a dónde podían ir las cosas entre ellos después de lo que había sucedido anoche, se alegró. Duchándose y vistiéndose rápidamente, bajó para engullir una taza de café antes de dirigirse al restaurante. Y fue entonces cuando miró por la ventana de la cocina y lo vio en la playa,

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de haber sacrificado tanto.

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El Club de las Excomulgadas poniéndose en lo que parecía ser un entrenamiento intenso. Estaba haciendo flexiones en uno de los árboles en el borde de la arena dorada y blanca frente a la cabaña. Verlo trajo la sensación de su cuerpo contra el de ella, la dura calidez de sus músculos, el deslizamiento de sus dedos contra sus pechos. Nunca había estado tan atraída físicamente por nadie, nunca había querido ser poseída. En la luz del sol sus cicatrices se destacaban en relieve. Y mientras lo miraba, vio el horrible incendio en Lake Tahoe pasar por su mente, casi como si

¿Qué tan difícil, se preguntó, habría sido llegar a este punto, donde podía soportar la presión de envolver sus manos llenas de cicatrices alrededor de la rama de un árbol y levantarse a sí mismo? ¿Y lo difícil que debía ser seguir haciéndolo? A pesar de que se había entrenado en diferentes disciplinas de arte, nunca se había sentido especialmente atraída por la escultura hasta ese mismo momento. Si sólo tuviese barro al alcance de sus manos, sentía que podía hacer algo verdaderamente grandioso. Simplemente porque estaba totalmente inspirada. ***** Cada vez que trabajaba en el turno del desayuno—almuerzo Ginger estaba sorprendida por cuán rápido podían desaparecer las siete horas. —Entonces —finalmente dijo Isabel cuando fueron las dos últimas en el restaurante—. ¿Cómo te fue anoche con Connor? Ginger sabía que Isabel se había estado muriendo por preguntar todo el día. Igual que ella había estado muriéndose por confesar. —La única palabra que se me ocurre es seriedad.

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hubiera estado allí con él.

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El Club de las Excomulgadas Isabel agarró su brazo y tiró de ella hacia abajo en una de las sillas del vacío comedor. — ¿De qué estás hablando? —Hablamos ayer por la noche —entre otras cosas—. Por un largo rato. Todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos y estaría allí, en su habitación, viéndolo tratar de luchar contra su dolor mientras le contaba sobre el

—Ha pasado por tantas cosas, ha trabajado muy duro para llegar a donde está. Es realmente un hombre extraordinario. —Pensé que te recordaba a tu ex marido. Oh síp, había dicho eso, ¿no? — ¿Crees que las primeras impresiones pueden ser equivocadas? ¿Qué una vez que aprendes más acerca de alguien, una vez que tienes la oportunidad de ir más profundo, todo puede cambiar? —Puede ser. O tal vez es sólo nuestra manera de tratar de convencernos a nosotras mismas de que podemos tener la única cosa de la que sabemos deberíamos mantenernos alejadas —dijo Isabel deliberadamente—. Además, ¿cuán profundo podrías haber ido en una noche? Ginger al instante se delató con un profundo rubor. — ¿Me estás diciendo que te acostaste con él? ¿Con el mismo hombre con el que no querías tener nada que ver ayer? —No —dijo, feliz de poder decirle a su amiga la verdad—. Me salvó de una rama de árbol que estaba cayendo y entonces más tardes nos besamos, pero… —Oh Ginger —Isabel se pasó una mano por la cara—. No quise decirte

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incendio.

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El Club de las Excomulgadas nada anoche. Tenía la esperanza que no tendría que hacerlo, no cuando fuiste tan clara acerca de mantener tu distancia. Pero realmente creo que deberías ser cuidadosa con Connor. — ¿Por qué? —Isabel era la que había estado presionándola para que saliera en citas—. ¿Lo conociste de niño? —No. En realidad, casi nunca los vi ni a él ni a su hermano. Sólo cuando tenían hogueras en la playa o hacían esquí acuático. Sólo estoy tratando de

—Te lo agradezco —dijo Ginger lentamente, y lo hacía, pero la advertencia de Isabel no le cayó del todo bien. Si Connor fuera alguien más, ¿su amiga no la habría animado a vivir un poco? ¿A dejar de aferrarse a la seguridad y a tomar un riesgo por una vez en su vida? Otra posibilidad la golpeó. — ¿Qué tan serio fue lo tuyo con su padre? ¿Un par de citas? ¿O fue algo más? El dolor se dibujó en el rostro de Isabel con tanta rapidez que inmediatamente lamentó su pregunta. Ginger había sido una flor tan encogida durante tantos años que a veces tenía la sensación de estar compensándolo. Primero con Connor y ahora con Isabel, empujando y empujando hasta que los obligaba a decirle cosas que preferirían mantener enterradas. Pero antes de que Ginger pudiera decirle a su amiga que lo olvidara, que la pregunta de sondeo estaba fuera de los límites y que estaba agradecida de saber que Isabel estaba velando por su bienestar, Isabel dijo: —Fuimos bastante serios. Muy serios, en realidad. Y así, Isabel comenzó a hablarle del padre de Connor. *****

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asegurarme de que no salgas herida.

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El Club de las Excomulgadas A los quince años, con sus miembros largos, delgados y bronceados en un vestido de verano, Isabel esperaba en la acera en la esquina de la calle principal y la Primera. Había montado en su bicicleta hasta el pueblo desde la cabaña de sus padres. Se suponía que su amiga Judy la encontraría allí, pero incluso aunque había estado parada en la acera fuera de la cafetería por una media hora, Judy no había aparecido todavía. Isabel no se había molestado con su amiga, cuyos padres podían

Después de todo, era otro día perfecto de verano, y había estado esperando ir a la pequeña tienda general de la esquina y probarse algunas sandalias que había visto en la vidriera. Tal vez, pensó con una sonrisa, sus padres le comprarían un par por su cumpleaños, que estaba a unas pocas semanas. Como músicos, no tenían mucho dinero de sobra, pero nunca se había sentido como si fueran pobres. ¿Cómo podrían serlo, cuando tenían una increíble cabaña a la que iban todos los veranos en Blue Mountain Lake? Su abuelo la había construido en su adolescencia y de sus cinco hermanos mayores, ella era la más pequeña de la familia, una ―maravillosa sorpresa‖ era lo que su madre decía, había pasado sus veranos en la playa a las afueras de la puerta principal. El verano entero se extendía ante ella. Sin clases. Sin lecciones. Nada más que diversión en el sol. Sonriendo para sí, dejó su bicicleta apoyada contra la pared de ladrillo de la cafetería y se dirigió por la calle. En años anteriores, había traído amigas de la ciudad por una semana o dos, pero ninguna de ellas lo apreciaba tanto. Llamaban a Blue Mountain Lake ―un lugar en medio de la nada‖, y lamentaban la falta de tiendas y de muchachos. Pero en lo que se refería a Isabel, había un montón de lugares para mirar vidrieras de regreso en la ciudad, los otros nueve meses del año. Junio, julio y agosto eran todo sobre estar al aire libre, tiempo familiar, y diversión.

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ser reticentes sobre Judy yendo al pueblo sola en bicicleta.

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El Club de las Excomulgadas Y en cuanto a los chicos guapos, sólo había uno que le importaba a Isabel. Su nombre era Andrew. Vivía al lado. Y no parecía darse cuenta de que ella estaba viva. A los diecisiete años, estaba construido más como un hombre que como un niño, con hombros anchos y pelo castaño claro que captaba la luz del sol en mechas rubias con cada semana que pasaba de verano. Se había enamorado de él cuando tenía diez años.

exactamente lo que diría para impresionarlo la primera vez que hablara con ella. Andrew era su príncipe azul, estaba absolutamente segura de eso. Un día, por fin voltearía y la notaría. Un día la besaría, se sonrojó solo de pensarlo, y luego, cuando se diera cuenta de que no podía vivir sin ella, se casarían y vivirían felices para siempre. Miró a ambos lados antes de cruzar la calle, Isabel estaba jadeando cuando llegó a la puerta principal del almacén general. Una casa de dos pisos que se había convertido en tienda cuando ella era apenas un bebé, era el único lugar en el pueblo para ir si necesitabas ropa interior, pantuflas o platos. Con su mano todavía en la puerta, se detuvo para leer un cartel que decía, SE BUSCA CAJERO A TIEMPO PARCIAL. Reflexionando sobre si podría ser divertido pasar un par de horas a la semana registrando compras, ganando así un poco más de dólares para batidos y paletas en la playa con sus amigos, se sorprendió cuando un brazo fuerte y bronceado llegó a su alrededor y abrió la puerta. Se quedó sin aliento cuando miró hacia arriba a los ojos de Andrew. —Oh, lo siento, no debería estar aquí bloqueando el tráfico —balbuceó, sus palabras tropezando una sobre otra para incrementar su mortificación.

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Cinco años de buscar. Cinco años de soñar. Cinco años de planificar

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El Club de las Excomulgadas Pero el chico que siempre había amado desde la distancia no pareció ni un poco impaciente. En cambio, sonrió, sus ojos verdes se arrugaron en las esquinas, sus dientes blancos en un hermoso contraste con su piel profundamente bronceada. —No te preocupes —dijo, su voz grave le envío escalofríos de entusiasmo—. No tengo ninguna prisa. ¿Tú sí? Sus mejillas se sintieron tan calientes que tuvo miedo de que su cabeza fuera a estallar en llamas.

emocionada por su sencilla conversación. Al darse cuenta de que todavía estaba sosteniendo la puerta para ella, se apresuró dentro, el aire fresco en la tienda era un cambio bienvenido para el calor recorriéndola. Tal vez para esta noche, su corazón dejaría de golpear como un pequeño tambor militar. Pero en lugar de moverse más allá, simplemente se quedó parado a su lado, con la misma sonrisa en los labios. Sus ojos recorrieron su rostro durante un buen rato y se olvidó de respirar hasta que él dijo: —Vivimos al lado, ¿no? —su cola de caballo rebotó arriba y abajo mientras asentía. Muchas veces había reproducido este momento. Había planeado ser atractiva, pero tímida, contenta de tener su atención, pero lo suficientemente distante como para mantener su interés. En cambio, estaba actuando como un perrito, desesperada por una palmada en la cabeza. Pero a pesar de que no tenía experiencia con el sexo opuesto, ningún beso, ni tomarse de las manos, ni siquiera una ida al cine, alguna voz interior que nunca había oído antes le dijo que desacelerara, que permitiera que él hiciera el primer movimiento. Tomando una respiración profunda, encontró una pequeña sonrisa para reflejar la suya.

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—No —dijo finalmente, su voz sonando demasiado fuerte, muy, muy

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El Club de las Excomulgadas —Sí, lo hacemos. Soy Isabel. —Andrew —dijo, tendiéndole la mano. Le encantaba la forma en que lo dijo, como si no supiera su nombre, como si no hubiera estado babeando por él durante los pasados cinco años. Con cada gramo de fuerza de voluntad que poseía, le estrechó la mano, entonces dijo:

departamento de ropa de mujeres. Agarrando un suéter al azar del estante más cercano, se precipitó en un vestidor, cerró la puerta, y se sentó en el suelo, completamente aturdida. Su corazón todavía corría a toda velocidad y cuando levantó la vista hacia el espejo, vio que sus mejillas estaban color rosa brillante. Por suerte, no era una apariencia poco favorecedora, pero estaba segura de que a pesar de su frío adiós, Andrew sabía exactamente qué tan grande era el flechazo que tenía por él. Razón por la cual se quedaría en este vestidor hasta que pudiera estar absolutamente segura de que él se había ido. Pasados varios minutos, llamaron a la puerta. —Perdón, señorita, ¿está bien ahí dentro? Isabel se levantó rápidamente, se pasó las manos por el pelo y abrió la puerta. —Sí, gracias —sosteniendo el suéter, dijo— sin embargo, me temo que esto no se ve del todo bien en mí. Entregándole a la empleada de ventas el suéter, Isabel vio por primera vez

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—Nos vemos —y fue campante pasándolo por las escaleras hacia el

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El Club de las Excomulgadas que estaba bordado con ocho renos y un Santa Claus sonriendo en el centro. Era un suéter que incluso su abuela no usaría ni muerta. Una vez más, una rápida salida parecía lo mejor. Decidiendo mirar las sandalias otro día, salió de la tienda y estaba corriendo de nuevo a través de la calle para llegar a su bicicleta cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Un fuerte trueno vino después y supo que era mejor buscar algún techo. Demasiado avergonzada como para volver a la tienda, se dirigió al cobertizo al final del muelle público. Esperaría allí que pasara la tormenta.

y miró hacia las crestas de las olas a través del lago, la fuerte lluvia dejaba marcas momentáneas a través de la superficie del agua. Aspiró el fresco aire de la montaña, el dulce olor de la lluvia, y finalmente se relajó. Una parte de ella quería reproducir, saborear, su encuentro con Andrew. Pero otra parte deseaba poder olvidarlo por completo. En el mejor de los casos, él simplemente pensaría en ella como una niñita. En el peor, se reiría con sus amigos acerca del gran enamoramiento que tenía por él. Subiendo las rodillas hasta su barbilla, envolvió sus manos alrededor de sus piernas y suspiró. No era raro qué los cantantes siempre estuvieran diciendo que el amor dolía. Lo hacía. Realmente lo hacía. Especialmente cuando era total y completamente no correspondido. — ¿Te importa si me uno a ti? La voz la sobresaltó y giró la cabeza con un jadeo. La sonrisa de Andrew era cálida, tal vez incluso con un poco de disculpa. —No quise sorprenderte —le tendió un cono de helado—. ¿Tal vez pueda hacer las paces contigo con esto? Su cabello estaba todo húmedo y había lluvia goteando de sus mejillas.

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Sentándose en los tablones de madera pintados, se inclinó contra una pared

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El Club de las Excomulgadas Isabel no pudo contener la enorme sonrisa que se formó en su cara. ¿Cómo podría estar molesta, cuando cada uno de sus sueños se estaba haciendo realidad? Pero cuando tomó el helado que goteaba, repentina timidez ató su lengua de nuevo, haciéndole imposible hablar. —Un buen lugar para esperar fuera de una tormenta eléctrica —dijo él mientras se sentaba a su lado, estirando sus largas y bronceadas piernas frente a él. Lamió su helado y asintió, demasiado insegura de sí misma para decir una palabra. ¿Por qué, se preguntó, la habría buscado? ¿Era porque sentía pena por ella, la chica haber otra razón? ¿Habría alguna pequeña posibilidad de que en realidad le gustara? —Entonces —dijo él casualmente— ¿a qué grado irás el año que viene? Tragó un bocado de su cono de vainilla con tanta rapidez que fue directamente a su frente e hizo una mueca ante el súbito dolor de cabeza. —A tercer año —lo miró por el rabillo de sus ojos, pero era tan guapo que hacía que le girara la cabeza. Volviendo su mirada hacia el agua, le preguntó—: ¿Qué hay de ti? —Empezaré en la NYU en el otoño. No vivía lejos del campus. —Felicitaciones —dijo—. Esa es una gran escuela —arruinando sus nervios un poco más, le preguntó—: ¿Sabes lo que quieres estudiar? —Ingeniería Industrial. Pero no para edificios. Sino para barcos. Construiré un barco y navegaré alrededor del mundo. Se encontró asintiendo, sonriéndole. —Oh, me encanta navegar. No hay nada como eso.

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de cara roja de la tienda cuyo mundo había sacudido totalmente con sólo hablarle? O, ¿podría

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El Club de las Excomulgadas La miró a los ojos. —Suena como que haríamos un muy buen equipo, ¿no? A mitad de una lamida, estuvo a punto de dejar caer el cono. Había tenido un enamoramiento de él durante tanto tiempo, que sabía que estaba leyendo señales erróneas en todo lo que decía. Pero la miraba con tanta atención, que no sabía qué pensar, hasta que él

—Tienes un poco de helado justo aquí —y entonces sus dedos fueron a su mejilla y él estaba acariciando su piel, y su cuerpo entero estalló con piel de gallina por su toque. Sintió su boca caer abierta justo a tiempo para cerrarla. No sólo había hablado con ella, sino que la había tocado. Y luego, tan rápido como comenzó la tormenta, terminó. Pronto, el sol brillaba fuera del agua, el vapor elevándose desde la superficie del lago. —Parece que es seguro volver a casa ahora —dijo mientras se ponía de pie. Ayudándola a levantarse, le preguntó—: ¿Puedo darte un paseo de vuelta a casa? Apuntó hacia su bicicleta, triste de tener que rechazar la mejor oferta que había tenido jamás. —Encajará en mi maletero, no hay problema. Caminando juntos para conseguir su bicicleta del frente de la cafetería Blue Mountain, lo siguió a un increíble auto de aspecto clásico. Abrió el maletero, tratando de sonar indiferente. —Lo arreglé yo mismo. Quería tenerlo listo para el verano.

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dijo:

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El Club de las Excomulgadas Levantando fácilmente su bicicleta, la introdujo en el enorme maletero, luego caminó hacia el lado del pasajero y abrió la puerta para ella. —Eres mi primer pasajero. Más allá de emocionada, Isabel se deslizó sobre los asientos de cuero frío, juntando fuertemente sus manos sobre su regazo para que no delataran sus nervios. Pero en lugar de entrar tras el volante, Andrew se inclinó en el auto y encontró una manivela junto al asiento de atrás. Momentos después, el techo estaba bajando.

—Wow. ¡Qué auto! Una vez más, le sonrió, el placer en sus ojos verdes le quitó el aliento. —Me alegro que te guste. Y me alegro de que me ayudaras a bautizarlo. Por primera vez desde que había tropezado con él en las escaleras del almacén general, se olvidó de estar nerviosa. ¿Cómo podría tener miedo cuando la miraba de esa manera, como si fuera la chica más hermosa en el mundo? Nunca nadie la había mirado así antes. Era más allá de emocionante. Andrew salió al camino y poco a poco condujeron por la calle principal, notó a más de una persona admirando su auto. A medida que tomaban la carretera junto al lago fuera del pueblo hacia sus cabañas, soltó su cola de caballo y cerró los ojos mientras el viento corría a través de su pelo. Nunca se había sentido tan feliz. Tan viva. El viaje de ocho kilómetros pasó demasiado rápido y antes de que estuviera lista para que su momento con Andrew llegara a su fin, estaba aparcando su auto en el pequeño estacionamiento de grava detrás de la cabaña de sus padres. —Te acompañaré de regreso a tu cabaña —le ofreció e incluso aunque ella podía atravesar fácilmente los doscientos metros a la suya, no lo rechazó. Hizo

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Sintiendo su orgullo, dijo:

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El Club de las Excomulgadas girar su bicicleta entre ellos mientras caminaban por el denso bosque de árboles que separaban las dos cabañas. —Gracias por el viaje —dijo en voz baja mientras los álamos se adelgazaban y la cabaña de sus padres aparecía a la vista—. Y por el cono de helado. Por primera vez, él era el único que se veía nervioso. Isabel se sorprendió al sentir el cambio entre ellos, incluso más sorprendida

A punto de gritar, ―¡Sí!‖ antes de que pudiera siquiera hacer la pregunta, se mordió la parte interior de su mejilla para dejarlo hacer el primer movimiento. —Yo, eh… —se aclaró la garganta— me encantaría volver a verte, Isabel. —A mí también me gustaría eso —dijo en voz baja, luego antes de que pudiera detenerse, subió sobre sus puntillas y rozó un beso contra sus labios. Corrió por el bosque el resto del camino hacia su casa, dejando a Andrew parado solo, aún sosteniendo su bicicleta. ***** El reloj en forma de botella de coca—cola detrás de la barra sonó, tres veces, sacando a Isabel de sus recuerdos. —No puedo creer que te haya mantenido aquí una hora, hablando hasta las orejas de mi vieja historia. Ginger protestó, diciendo que no, por supuesto que quería oírla, pero Isabel podía ver las manchas oscuras debajo de sus ojos. Sea lo que sea que hubiera o no sucedido con Connor anoche, Ginger claramente no había dormido mucho. Empujando su silla hacia atrás, Isabel dijo: —Salgamos de aquí.

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cuando se dio cuenta de que estaba a punto de pedirle algo.

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El Club de las Excomulgadas —Pero aún no me has contado lo que pasó, por qué rompieron —dijo Ginger—. Quiero decir, eso sonaba como verdadero amor, como que los dos estaban destinados a estar juntos. — ¿Qué tal si te lo digo en diez palabras o menos? —Está bien. —Él me engañó. Ella quedó embarazada. Se casó con ella.

Todo lo que Isabel pudo hacer fue reír. Hace mucho tiempo había decidido que era mucho mejor que llorar.

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—Wow —dijo Ginger—. Diez palabras exactamente.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Ocho No había nada que se le pareciera a nadar durante una hora en el lago de aguas cristalinas y sin embargo, Connor no se sentía tan suelto y relajado como debería. No después de anoche, después de las cosas que le había dicho a Ginger, el hecho de que prácticamente había tenido que encadenar su puerta para mantenerse lo más lejos posible de ella. Gracias a Dios estaba en el trabajo. Le daría unas cuantas horas para sostener su mano no había sacudido su mundo más que el sexo con cualquier otra mujer. No tenía nada que darle a nadie más en este momento. Tal vez si la hubiera conocido hacía dos años ellos podrían haber… mierda. ¿Por qué estaba siquiera yendo allí? Nunca había sido creyente del amor ni del matrimonio, no después de ver a sus padres rasgarse entre sí en pedazos toda su vida. Le gustaba todo sobre las mujeres, la manera en que se movían, en que olían, en que se venían, pero nunca había estado cerca de encontrar a una mujer lo suficientemente especial como para hacer que quisiera reconsiderar su opinión sobre las relaciones. Con una toalla de playa alrededor de sus caderas mientras subía por las escaleras, sus pies ligeramente espolvoreados de arena, en lugar de pasar más allá de la habitación de Ginger, se detuvo, distraídamente frotó una de las bufandas colgando sobre la puerta entre su pulgar e índice. Todavía podía sentirla, suave y cálida, mientras la había abrazado. Y todavía podía recordar la forma en que lo había mirado mientras le había contado su historia, como si hubiera experimentado suficiente oscuridad y entendiera la suya. Nadie, ni su hermano, ni el resto de su equipo, ni los psicólogos contratados por el Servicio Forestal, lo habían escuchado como ella. Realmente

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conseguir un poco de control. Para tratar de convencerse de que simplemente

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El Club de las Excomulgadas solo escuchar sin juzgar, sin ninguna agenda propia. Arrancándose de su puerta, se puso algo de ropa seca y convincentemente empujó a Ginger fuera de su cabeza. Durante la hora siguiente, caminó a través de la casa e hizo una larga lista de todo lo que había que hacer para tener el lugar al día. Con miles de incendios en su haber, lo veía todo a través de los ojos de un bombero. Su primera tarea sería rehacer el antiguo cableado eléctrico y conseguir una nueva cocina para reemplazar la vieja unidad de dos quemadores y horno de la

Necesitaban alarmas de incendio en cada habitación, junto con un extintor de incendios y escaleras de escape en los dormitorios y baño de la parte de arriba. Tenía que ir a la ferretería para empezar a comprar suministros, pero primero era hora de deshacerse del auto de alquiler. Para el trabajo que haría, sobre todo cuando tuviera que sustituir los troncos podridos alrededor de la sala de estar, necesitaba una camioneta. Tomando el teléfono, llamó al único lugar en el pueblo donde podías conseguir un auto. Se sorprendió cuando Tim Carlson contestó el teléfono. Maldita sea, sus viejos amigos continuaban apareciéndose en cada esquina. Y hoy estaba aún de peor estado de ánimo para una ronda de ponerse al día. Sin embargo, necesitaba una camioneta y diez minutos más tarde estaba aparcando frente a una granja recientemente pintada de blanco. Acababa de salir del auto cuando una linda niñita con coletas corrió a saludarlo. — ¡Hola! —gritó, su regordeta mano agitándose arriba y abajo. En cuclillas a su nivel, mientras veía su sonrisa de un solo diente y grandes ojos marrones, una sonrisa ganó sobre su mal humor.

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que su abuela había estado tan orgullosa cuando era un niño.

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El Club de las Excomulgadas —Hola, bonita dama. Soy Connor. La niña balbuceó algo que supuso era su nombre justo cuando su amigo, Tim, vino y la levantó en sus brazos. Ella se rio mientras la alzaba sobre su cabeza, luego se la entregó a su madre, que acababa de salir para unirse a ellos. —Me alegro de verte de nuevo —dijo Tim, dándole a Connor un abrazo antes de presentarle a su esposa—. Kelsey, este es Connor —mientras se daban la mano, su amigo añadió—: ahora ves por qué esperé hasta que nos casáramos para presentarte a este chico. Connor y su hermano Sam hacían que resto de nosotros

Riendo, movió al bebé a su otra cadera. —Esta es Holly —Holly bostezó y se frotó los ojos—. La acostaré para que tome su siesta de la mañana. Cuando terminen de jugar con las camionetas, el almuerzo estará listo. Connor vio rápidamente que Tim dirigía Carlson Construcción y que ahora era uno de los principales constructores de viviendas en el pueblo. Hace cinco años se había casado, tirado su vida de la ciudad y puesto en marcha el negocio en un pueblo pequeño. Por un lado, arreglaba viejas camionetas y cuando había conseguido alrededor de una docena, su esposa le había dicho que bien podría comprar el lote de autos también. Y así lo hizo. Teniendo en cuenta el ánimo en que había estado cuando había conseguido salir del auto, Connor se sorprendió al notar que estaba casi relajado mientras caminaban por un campo recién segado donde un trío de caballos se alimentaba. Había pasado un largo tiempo desde que había compartido con un chico que no fuera un bombero, que no siempre le recordara todo lo que no estaba haciendo. —Bonita familia la que tienes ahí —dijo Connor. —Gracias. Somos felices. Y estoy contento de que Holly juegue afuera en la hierba y en la tierra, en lugar de en las aceras y parques con cercas de cadenas —le

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pareciéramos alternativas lamentables.

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El Club de las Excomulgadas disparó a Connor una mirada especulativa—. ¿Qué diablos le pasó a tus manos, hombre? Connor estaba empezando a pensar que debía mandarse hacer una camiseta que dijera: LOS INCENDIOS FORESTALES SON UNA PERRA. —Tengo que aprender a correr más rápido. —Claro —dijo Tim— no necesitas entrar en todos los detalles. Debes estar

Pero la verdad era que realmente no había hablado de ello con nadie. No hasta ayer por la noche con Ginger. De repente, Connor se dio cuenta de que estaba cansado de actuar como si no hubiera pasado nada cuando cualquiera que tuviera ojos podía ver que sí. —La versión corta es que fue un muy mal día en la montaña. Me quedé atrapado en un lugar en el que no debería haber estado —levantó sus manos—. Y pagué el precio. — ¿Y ahora? —Debería estar escuchando al Servicio Forestal decir que puedo volver a mi equipo de Hotshot pronto. Hasta entonces, estaré aquí trabajando en Poplar Cove para la boda de Sam. Asegurándome de tener todo listo para el treinta y uno de julio. — ¿Hay alguna posibilidad de que consideres mudarte aquí a tiempo completo? —preguntó Tim—. Ya sabes, unirte al equipo local de bomberos. Mi negocio está creciendo rápidamente y siempre fuiste un genio construyendo cosas. Sin duda me vendría bien la ayuda. Connor ni siquiera tenía que pensar en ello. —Mi vida está de regreso en Tahoe —no podía imaginar dejar el equipo de Hotshot de Tahoe Pines para siempre. Nunca había imaginado nada más para sí

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enfermo de hablar de ello.

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El Club de las Excomulgadas mismo, nunca lo había deseado. Por otra parte, tampoco había imaginado conocer a una mujer como Ginger. —Síp —Tim estuvo de acuerdo— es tan húmedo en las montañas Adirondack, que estoy seguro que la acción que verías aquí afuera no es nada en comparación con la que puedes conseguir en el Oeste. No puedo pensar en la última vez que una cabaña se quemó en el lago. Dieron vuelta a un gran taller y Connor silbó bajo, entre dientes, hacia la

—Toda una configuración la que tienes aquí. Caminando hasta la más cercana, una abollada y rayada Ford rojo cereza con asientos encintados, Tim dijo: — ¿Crees que funcione por el verano? Ya está golpeada como el infierno, por lo que no tendrás que preocuparte por tirar chatarra ni herramientas en ella. Además, no tengo tiempo para trabajar en esta hasta el otoño. —Iba a ofrecer pagarte por ella, pero ahora creo que me guardaré mi dinero. —De nada —dijo Tim, claramente sonriendo con el pensamiento de Connor paseando por el pueblo en el viejo cacharro—. Ahora volvamos a la cocina antes de que los crepes de arándanos de Kelsey se enfríen —se frotó el vientre ligeramente redondeado—. Ahí hay una gran razón para casarte. Grandiosa comida. Pero hablar de su apelación al Servicio Forestal lo había agitado. —Gracias, pero estoy bien agarrando algo de comer en el pueblo. Había una amenaza en los ojos de su amigo. —Los sentimientos de Kelsey se verán afectados si te vas ahora. Minutos después Connor estaba sentado en la barra del desayuno excavando

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media docena de viejas camionetas Ford actualmente en proceso.

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El Club de las Excomulgadas en los platos de comida colocados a través de la encimera de cerámica. Todavía comiendo mucho después de que Tim y su esposa terminaron, su amigo frunció el ceño y dijo: — ¿Cómo demonios comes así y no ganas peso? Kelsey se burló de su marido. —Mi conjetura es que hace más ejercicio que pasear el perro al árbol más

—Entonces si estás arreglando Poplar Cove para la boda de Sam —preguntó Tim— ¿dónde se está quedando Ginger? —En Poplar Cove. Kelsey y Tim se dispararon entre sí una mirada significativa. —Hey, Connor—preguntó Kelsey— dime, ¿hay una cosita linda de regreso en tu casa languideciendo por ti? —No. Infiernos no. Connor supuso que era su señal para irse antes que se pusieran de casamenteros con su trasero. —Gracias por la buena comida —levantó las llaves—. Y por la camioneta. Haré mi mejor esfuerzo para no envolverla alrededor de un árbol. —Te seguiré en el auto de alquiler —Tim ofreció. Mientras se dirigían conjuntamente al pueblo, Connor notó que a su alrededor, la gente estaba en pareja. Sus amigos, Tim y Stu. Su hermano, Sam. Su jefe de escuadrón, Logan. De la nada, una imagen de Ginger sosteniendo su mano en la habitación lo golpeó directamente en el intestino.

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cercano antes de irse a la cama.

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El Club de las Excomulgadas Todavía podía recordar lo bien que se había sentido al tener sus pequeños dedos acariciando suavemente sus cicatrices. Calmándolo. ***** Dirigiéndose dentro de la tienda de comestibles después del trabajo, Ginger omitió la pila de cestas de plástico azul para agarrar uno de los carros con ruedas. Estaba a medio camino a través del pasillo de productos cuando se preguntó qué una bolsa entera de manzanas o un gran manojo de bananas. Cinco minutos con un hombre bajo su techo y se había convertido en la Vieja Madre Hubbard8. Connor no era un invitado real. No tenía que darle de comer. O limpiar tras él. Era un niño grande. Podía cuidar de sí mismo. Encontrar su propio alimento. Cocinar sus propias comidas. Pero cuando empezó a poner de nuevo las bananas en la pila no pudo evitar sentirse como una perra. Necesitaba alimentarse de todos modos. Así que, realmente, ¿cuál era el gran problema con hacer suficiente para dos? Se sentiría horrible sentándose en el comedor mientras él se moría de hambre. Sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que se ejercitaba. Si hubiera sido una mujer quien hubiera aparecido en su porche ayer, ¿habría actuado de la misma manera? No, por supuesto que no. En realidad, se dijo mientras ponía las bananas de nuevo en su carro y 8

Vieja Madre Hubbard: Referencia a la historia de una anciana que trabajaba muy duro para cuidar de su mascota, un perro.

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diablos estaba haciendo comprando toda esta comida. Ciertamente no necesitaba

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El Club de las Excomulgadas continuaba por el pasillo de la carne, recogiendo un asado y un poco de pavo molido, siempre le había gustado cocinar. Y las comidas para uno podían volverse un poco aburridas, a menos que no te importara tener toneladas de sobras. Por los siguientes días, tendría la oportunidad de hacer algunas de las nuevas recetas que había arrancado de la revista Cooking Light. Eso sería divertido. Y luego él se iría y ella volvería a su vida habitual. La cabaña toda para sí misma. Libre para hacer lo que quisiera, cuando quisiera, sin dejar entrar a nadie

Es curioso cómo eso ya no sonaba tan bien como una vez lo había hecho. Treinta minutos más tarde se detuvo en Poplar Cove junto a una camioneta Ford clásica. Adivinando rápidamente que Connor la había cambiado por su auto de alquiler, se sorprendió gratamente por su elección. Habría supuesto que un bombero elegiría una de esas camionetas monstruosas de enormes llantas, las que necesitabas una escalera para subirte en ellas. No algo con abolladuras y arañazos. No pudo evitar sonreír mientras miraba dentro por la ventanilla y veía cinta adhesiva sobre todos los asientos. Todo volvía a las primeras impresiones y cuán incorrectas podían ser. Porque aquí había más pruebas de que Connor no era para nada como su ex marido. Jeremy no habría sido capturado ni muerto en una vieja camioneta destartalada. Con sus bolsas de comestibles en la mano, Ginger subió por las escaleras del porche hacia los sonidos de martillazos. Su corazón dio un vuelco ante el pensamiento de un hombre que realmente sabía hacer algo más que atornillar una bombilla. Diciéndose a sí misma que había un montón de cosas más sexys que un hombre que sabía cómo usar las herramientas de mano, aunque justo en ese momento no se le ocurrió ninguna, respiró hondo y se dirigió a la cocina. No se dio cuenta de ella al principio y por una buena razón. Había

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más.

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El Club de las Excomulgadas arrancado la vieja cocina de la pared y estaba arrodillado frente a un panel de cables de aspecto muy confuso. No queriendo que se electrocutara a sí mismo, estaba a punto de darse la vuelta y salir cuando levantó la vista. Y entonces, antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, tomó las bolsas de las compras y comenzó a vaciar el contenido sobre las encimeras de formica. Su ex nunca había hecho eso. Había sido muy claro sobre cuáles eran las funciones de la mujer y lo que era trabajo de hombres. Por otra parte, Jeremy no había sabido cómo martillear un clavo o rehacer fuera de la oficina? ¿Por qué no había pensado alguna vez en pedirle lo que quería? —Debería haber hablado contigo antes de empezar a romper la cocina en pedazos —dijo Connor, y agradeció las disculpas tras sus palabras—. Afortunadamente, el refrigerador tiene un interruptor diferente. Al darse cuenta de que estaba allí de pie como una idiota, se movió a su lado para empezar a guardar la carne y el queso. En la pequeña cocina, captó su aroma embriagador, el olor a limpio de un hombre trabajando duro para hacer las cosas seguras. Abriendo la nevera, se alegró por el frío del aire. Entre los dos, la tarea de poner todo en su lugar se hizo rápidamente, dejándole una sensación incómoda. Tomó un destornillador y se puso en cuclillas sobre la caja eléctrica cuando ella sacudió su pulgar por encima del hombro. —Saldré de tu camino. Estaba a punto de salir al porche a pintar. En el porche, organizó sus pinturas y lienzos. Por lo general, en cuestión de segundos, estaba trabajando duro. Hoy, sin embargo, pasaron unos buenos cinco minutos antes de que se diera cuenta de que todavía estaba mezclando rojo y naranja, los colores habían formado un feo marrón.

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un sistema eléctrico tampoco. ¿Por qué, se preguntó, le había permitido hacer tan poco

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El Club de las Excomulgadas Se volvió y miró por encima del hombro hacia la cocina. Estaba en silencio mientras rehacía el cableado, y suponía que podía fingir que las cosas estaban de vuelta a la normalidad, que estaba sola y contenta en la cabaña frente al lago. Pero la presencia de Connor era tan grande, tan abrumadora, que sus pensamientos seguían moviéndose de nuevo hacia él. Tal vez debería empacar sus cosas y salir de la cabaña para pintar, encontrar un terreno llano para pararse y conseguir estar de nuevo en su elemento. Pero no podía huir de él todo el verano. Si ese era su plan, bien podría mudarse.

profundas cuando oyó a Connor patear en la cocina y murmurar una maldición. Abrió los ojos y con una sonrisa en sus labios, tomó el pincel y comenzó a moverlo, casi con voluntad propia, en grandes trazos anchos de vibrante color. ***** El estómago de Connor gruñó, pero quería terminar el cableado del panel eléctrico de la cocina antes de detenerse por hoy. Mañana, tiraría a la basura la vieja cocina e iría al pueblo para recoger una nueva. Cada treinta minutos más o menos, cuando se ponía de pie para estirar sus piernas y espalda, sus ojos eran atraídos al porche. A Ginger. Sus manos se movían rápidamente mientras pintaba, eran movimientos ágiles y llenos de color. Era increíblemente talentosa, cualquiera podía ver eso, incluso un hombre como él, que no sabía nada sobre arte. La vio acumular sus rizos en la parte superior de su cabeza mientras el calor de la tarde se hacía presente y los rayos del sol se movían por el porche. No pudo dar un paso más lejos antes de que lo notara de pie en el marco de la puerta. Trató de cubrir el lienzo con sus brazos como si quisiera ocultarlo.

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Cerrando los ojos, estaba tratando de relajarse tomando varias respiraciones

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El Club de las Excomulgadas —No está terminado. No estoy segura de que sea bueno todavía. —Es bueno. El color corrió a sus mejillas por su cumplido. —Gracias. Mirando fijo hacia su pintura, se dio cuenta de que por fin veía la quietud que había estado buscando en el muelle esa primera noche.

— ¿Hacer qué? Apartó la mirada de la pintura, atrapando la desconcertada mirada de Ginger, y se dio cuenta de que había hablado en voz alta. —No importa. —No —dijo ella— ibas decir algo sobre mi pintura. Levantó las manos. —No sé nada de arte. —Sólo escúpelo ya —dijo, claramente frustrada—. ¿Qué ibas a decir? —El lago. Las montañas —odiaba esto, sentirse como un idiota. Cada vez que estaba con ella, algo sucedía. Sus manos se adormecían. Hablaba demasiado—. No conozco a nadie más que los vea así. — ¿Así cómo? —presionó ella. ¿Por qué no podía dejar las cosas como estaban? —Vivos —gruñó él—. Se ven con vida.

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— ¿Cómo lo hiciste?

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El Club de las Excomulgadas Sus ojos se agrandaron mientras movía una mano sobre su corazón. — ¿Lo puedes ver? ¿Lo que estoy pintando? —Te lo dije. No sé de qué estoy hablando. Su aliento quedó atrapado en su garganta cuando ella sonrió de regreso hacia él; sus mejillas eran de un color rosa, su pelo estaba recogido en su cabeza dejando al descubierto su cuello largo y delgado.

energía que está dentro y alrededor de este todos los días. Y nadie jamás realmente ve… —sacudió la cabeza—. Con el arte abstracto, la mayoría de las personas piensan que es sólo un montón de colores al azar. Oh mierda. Esta conversación, esas sonrisas, eran lo contrario de lo que debería estar haciendo. —Limpiaré mis herramientas y saldré de tu vista por un rato. Parpadeó ante el abrupto cambio, antes de decir: —No te vayas —viéndose nerviosa, agregó— haré tacos turcos. ¿Tienes hambre? —Estoy muerto de hambre —admitió— pero puedo comer algo en el pueblo. Ya se estaba moviendo por delante suyo hacia la cocina, sacando pimientos, salsa y aceitunas negras. —No es problema. Terminaría con sobras de todos modos. Pensando en cómo Tim había dicho que Kelsey se sentiría insultada si no se comía el desayuno que había hecho, Connor se dijo a sí mismo que no tenía más remedio que aceptar.

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—No. Quiero decir, sí, así es. Tienes razón. Estoy pintando el lago. La

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El Club de las Excomulgadas Golpeó sus nudillos contra la cocina. —Probablemente necesites esto, ¿verdad? —Una cocina sin duda sería muy útil. Dulce señor, la cocina era tan pequeña que estaban prácticamente uno encima del otro. Apretando sus dedos alrededor del borde de la cocina lo suficientemente duro como para volver blancos sus nudillos, empujó la cocina a su lugar contra la

—Me limpiaré y bajare a ayudar. Encendiendo el grifo, entró en el agua helada antes de que las viejas tuberías tuvieran la oportunidad de calentarse y decidió dejarla fría. La cena sería una lección de autocontrol. O un purgatorio. La mesa verde de comedor estilo rural en el porche estaba puesta y llena de comida para el momento en que regresó a la planta baja, con una cerveza delante de cada plato. Sentándose en lados opuestos de la estrecha mesa, ninguno de los dos habló mientras se concentraban en prepararse sus tacos. Después de tomar un bocado, Connor tuvo que decirle: —Esto está muy bueno, Ginger. Espantando sus elogios con la mano, dijo: —No es nada. Sólo son tacos. Terminó el primer taco, y comenzó otro. —Deberías estar en la cocina, no sirviendo mesas. —Servir mesas es sólo por dinero. Prefiero pintar.

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pared.

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El Club de las Excomulgadas Ver como succionaba su labio inferior debajo de sus dientes superiores hizo que no sólo la ingle de Connor reaccionara, sino también algo en su pecho. Y a pesar de que se había dicho a sí mismo una y otra vez que debía mantener las distancias, se encontró con que quería saber más de ella, quería tratar de resolver ese misterio. Tal vez entonces dejaría de ser tan malditamente intrigante. — ¿Por qué estás aquí?

—La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de Blue Mountain Lake. Apoyó su taco a medio comer. —Me divorcié. Y sólo para que quede claro, fui la que quiso acabar. Pero una vez que todo terminó supe que ya no podía quedarme allí. — ¿Dónde es allí? —En la Ciudad de Nueva York. La imagen fue volviéndose más clara. —No atendías mesas en la ciudad, ¿verdad? —No. Hacía un montón de recaudación de fondos —levantó las cejas—. Más de lo que pensarías que es humanamente posible, en realidad. Otra pieza del rompecabezas se deslizó en su lugar. No se vestía como una niña rica, pero había una sofisticación en la forma en que se movía. —La mayoría de la gente no se aleja del dinero. Tomó un largo trago de su botella de cerveza, luego dijo:

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Parpadeó, claramente fuera de balance por su abrupta pregunta.

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El Club de las Excomulgadas —Sé que esto va a sonar como si fuera una pobre niña rica, pero me encanta lo diferente que Blue Mountain Lake es de mi vida anterior. Mis padres piensan que estoy loca por querer estar aquí, no pueden creer que esté atendiendo mesas por nada, pero es mi decisión. Esperé treinta y tres años por esto, por algo que fuera todo mío, por usar mis propias manos y cerebro en lugar de que todo me lo entregaran en bandeja de plata —hizo una pausa, lo miró directamente a los ojos—. Vine aquí para conseguir finalmente que todo esté bien. En cualquier otro momento, a cualquier otra persona, la habría dejado en paz. Pero la forma en la que Ginger lo había presionado a hablar sobre el fuego, infierno por creer que eso era todo. En lugar de cien por ciento fascinación. — ¿Por qué se desmoronó tu matrimonio? En vez de acobardarse ante su pregunta directa, le devolvió la mirada. — ¿Qué es esto, veinte preguntas? —Ayer por la noche me hiciste preguntas. Ahora es mi turno. Pareció considerarlo antes de asentir. —Bien. Pero te ahorraré los detalles sangrientos. Jesús, ya había sentido que lo entendía anoche, pero ahora parecía que casi había estado en su cabeza también. —Te los sacaré de todos modos. La tensión giró de nuevo hacia el calor, de nuevo a la química sensual que no podían empujar hacia abajo. —Fue lujuria a primera vista. Jeremy y yo nos conocimos en la cena de una fiesta dada por un amigo de la familia. Nos fuimos temprano para tener sexo en su casa de la fraternidad.

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sobre sus manos, todavía le picaba. Lo llamaría retribución, y trabajaría como el

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El Club de las Excomulgadas ¿Lujuria? Chispas de celos se dispararon a través suyo. Parecía que tenía razón. No quería los detalles sangrientos, después de todo. —Tenía veintidós años. Una virgen en su último año de universidad, la chica buena que había estado guardándose a sí misma para el Sr. Perfecto. Tan ingenua que no lo creerías. En pocas semanas su anillo estaba en mi dedo. Mis padres lucharon contra ello, me dijeron que redujera la velocidad, pero simplemente pensé que estaban siendo los habituales ricos cautos, que eran unos snobs porque él no tenía una gran cuenta bancaria. Así que rompí el acuerdo empresa se lo di sin hacer la debida diligencia. Estaba tan ciega y estúpidamente enamorada —torció la boca—. Y entonces un día me di cuenta de que no había sido amor en absoluto. Sólo muy buen sexo que se fue tan rápido como llegó. Bastante bien, pero no tan grandioso o fantástico como debería. Connor hizo los cálculos. —Debes haber estado con él diez años. —No me lo recuerdes. Qué desperdicio. Diez años que pasé tratando de fingir que todo estaba bien, tratando de convencerme a mí misma que no había hecho la elección equivocada, que no había fracasado. — ¿Por qué te fuiste? Cerró sus ojos con fuerza. —Preferiría no hablar de eso. Un buen tipo lo habría dejado pasar. Pero había perdido a ese tipo en el fuego. —Hablé anoche. Lo justo es justo. Sin abrir los ojos, dijo:

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prenupcial que ellos querían que él firmara y cuando quiso dinero para iniciar una

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El Club de las Excomulgadas —Estábamos en una de las subastas que había organizado. A Jeremy le gustaba ser el subastador, era bastante bueno en realidad. Excepto que esa noche, había estado bebiendo. Y cuando bebía se volvía... cruel. Los puños de Connor se apretaron. — ¿Te lastimó? Sus ojos se abrieron.

cita” y yo era una de las mujeres a ser subastada. Hizo una broma. —Una broma. —Sobre una vaca —dos puntos brillantes de color se extendieron a través de sus mejillas—. Sobre como que si viviéramos en la India, yo sería el premio de la noche. Que debía haber algún tipo por ahí al que le gustaran —levantó sus manos para hacer comillas alrededor de sus palabras— las chicas grandes como yo. Y luego hizo una mueca para mostrar cuán repugnante pensaba que era. Connor no conocía al tipo, pero quería hacerlo pedazos con sus propias manos. —Mi padre lo tiró fuera del escenario. No recuerdo exactamente cómo llegué a él a través de todas las mesas y sillas —sonrió entonces, un giro amargo de sus labios—. Pero nunca olvidaré lo bien que se sintió abofetearlo. El sonido que hizo cuando la palma de mi mano golpeó su mandíbula. Y luego se volvió hacia mí con ambos puños en alto, me habría golpeado si uno de los amigos de mi padre no me hubiera sacado del camino a tiempo. Tomó aire, pareció regresar al porche, a la mesa del comedor. —Esa fue la gota que colmó el vaso. ¿Cuál era el punto de seguir pretendiendo? Todo el mundo ya podía ver el desastre que era mi matrimonio. Así que terminé. Y salí como la mierda de allí.

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—No —sacudió su cabeza—. Sí. Fue una de esas subastas de “comprar una

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El Club de las Excomulgadas —Tu marido era un idiota. Sonrió, casi parecía sorprendida por eso. —Estás en lo cierto. Lo era. Lo es. —Y estaba equivocado. Sobre ti, sobre tu apariencia. —Connor, no tienes que hacerlo. Me llevó mucho tiempo, pero por fin estoy empezando a llegar a un acuerdo con mi cuerpo. Con mi forma —otra sonrisa, esta gordos. —Whoa. Es una broma, ¿verdad? —Cada verano tenía que pasar el rato con cincuenta de mis mejores amigos con sobrepeso. Podría citar el manual de calorías textualmente. Odiaba todo lo relacionado con la idea de un campamento para gordos. Sobre todo cuando no había nada malo con Ginger. Nada en absoluto. —Todavía no lo entiendo. ¿Por qué te enviarían a ti a…? No, no diría las palabras. No cuando no encajaban con ella. En la superficie Ginger parecía tan fuerte. No se había dejado afectar por nada de su basura, en cambio le había devuelto los ataques cada vez. Pero ahora, por primera vez, vio un atisbo de la fragilidad que había estado escondiendo. —Supongo que mis padres pensaban que la vida sería más fácil para mí si era más bonita, si podía usar las mismas cosas que todas las demás. Pero como dije, lo superé —extendió sus brazos—. Después de mi divorcio, me di cuenta que era

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vez más triste que feliz—. Pasé un montón de veranos en campamentos para

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El Club de las Excomulgadas hora de un nuevo enfoque. De decir esta soy yo. Lo tomas o lo dejas. Jesús, no entendía, lo mucho que él quería tomarlo. Tomarla. La ira se precipitó a través de él al pensar en lo que ese idiota de su ex marido le había dicho, por la forma en que sus padres habían menospreciado su belleza; se olvidó de su promesa de permanecer en territorio neutral. —Desde el primer momento en que te vi de pie en el porche con tus

***** Ginger empujó su silla hacia atrás tan rápido que el fuerte roce de la silla se hizo eco a lo largo del porche. Agarró sus platos. —Voy a limpiar esto. Pero la cocina no estaba lo suficientemente lejos, no le daba el espacio que necesitaba para reagruparse de nuevo. Había estado a punto de arrojarse a él, a punto de suplicarle que le hiciera el amor, quitar los platos y la comida de la mesa del comedor y tirar de él hacia abajo sobre ella como agradecimiento no sólo por decir algo tan increíblemente dulce, sino por captar su arte de una manera que muy pocas personas alguna vez lo habían hecho. Sólo que, acababa de contarle toda su triste historia. Si algo sucedía, se sentiría como si fuera por compasión. Entró en la cocina con el resto de los platos, su gran presencia parecía aspirar todo el aire de la habitación. —Estuve fuera de lugar. En este momento y anoche. Sabiendo que ambos estaban tratando de mantenerse por encima de la línea

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pantalones cortados y apretada camiseta, te deseé.

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El Club de las Excomulgadas de lo que había sucedido, se limitó a decir: —No te preocupes por eso, Connor. No pasa nada. Saliendo de un pasado que involucraba mucha charla, ella con propósito se movió a un tema más inocuo. —Me encantaría saber cómo era el lago cuando eras niño. Siempre soñé con venir a un lugar como este.

—Aprendí a nadar cuando tenía tres años y mi hermano me empujó del final del muelle —ante su jadeo, dijo—: no te preocupes. No habría dejado que me ahogara. Eso es lo que dice, de todos modos. El resto del verano apenas salíamos del lago, salvo para tripular con mi abuelo en su Sun Fish. — ¿Y, cuando eras un adolescente, todavía era tan divertido? —Claro —dijo, su voz más tranquila de lo que se la había escuchado—. Sam, algunos amigos y yo pasamos un verano reconstruyendo un barco de fiesta descompuesto a partir de cero. Hizo anillos de espuma en el medio del lago hasta que el guardabosque salió a darnos una multa por conducción temeraria. — ¿Cómo pudiste estar alejado durante tanto tiempo? —preguntó—. Obviamente te encanta estar aquí. Sus manos se quedaron quietas en el agua jabonosa. —Ya te lo dije. Tenía un trabajo que hacer. —Por supuesto extinguir incendios es importante —estuvo de acuerdo— pero, ¿qué pasa con el resto de tu vida? No puedes ser superhéroe veinticuatro— siete. Sin duda, el Servicio Forestal no espera que renuncies a todo por el trabajo. —Nadie me obligó a continuar ahí —ahora estaba a la defensiva, raspó la

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Se acercó al fregadero, abriéndolo para lavar los platos a mano.

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El Club de las Excomulgadas esponja en el ya limpio plato—. Fue mi elección. Nunca he deseado otra cosa en mi vida. No quería nada más. — ¿En serio? ¿No hay nada más que desees? ¿Nada? Después de anoche, se había dicho a sí misma que no iba a presionarlo tan duro otra vez, pero no podía evitarlo. No cuando no podía comprender plenamente lo que estaba diciendo.

—Después del incendio vi lo rápido que todo podía convertirse en humo. Cuán malditamente fácil sería para mí salir por la puerta una mañana y no volver. No me gustaría dejar una familia detrás. Y no puedo vivir sin los incendios. Así que, síp, ya hice mi elección. Ahora fue su turno de pedir disculpas. —Es muy loable. Elegir extinguir incendios por encima de todo lo demás. No era mi intención hacer que sonara como que tu elección es incorrecta. Simplemente no estoy segura de si yo podría hacer lo mismo. Golpeó un plato en el escurridor. — ¿No crees que he pasado por esto cientos de veces? Qué tal si me hubiera tomado un tiempo libre, conseguido dormir más, pasado un tiempo con alguien que no estuviera también viviendo y respirando fuego, ¿podría haber escapado de las llamas? —Lo que ocurrió en Lake Tahoe no fue tu culpa, Connor. —Uno de nuestros hombres murió en ese incendio. Jamie. No era más que un chico. Un novato encantado de trabajar en su primer par de incendios durante el verano. Quiso poner sus brazos alrededor de él, pero después de anoche tocarlo

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— ¿No quieres una familia? ¿Hijos? ¿Algo más allá de tu trabajo?

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El Club de las Excomulgadas parecía la peor opción posible. No, a menos que quisiera terminar en sus brazos de nuevo. Cosa que deseaba. Agarró fuerte la toalla de los platos. —Estoy segura de que tú y tu equipo hicieron todo lo que posible para salvarlo.

Jamie cuando estalló la bomba. Tal vez podría haber visto que algo no estaba bien y haberlo sacado a tiempo. En su lugar, estaba allí solo, sin una posibilidad en el infierno. Debería estar agradecido de poder estar aquí de pie y lavar los platos. Puedo correr y nadar, volver a salir al bosque cada vez que quiera. Pero todo lo que puedo hacer es quejarme de mis manos, por no haber sido autorizado a hacer mi trabajo. Salió de la habitación y ella quiso ir tras él, obligarlo a ver que estaba haciéndolo lo mejor que podía, mejor que la mayoría, y que tenía que dejar de golpearse a sí mismo por ser humano. Pero algo le decía que no la oiría. No esta noche. Todavía no. Tal vez nunca. No se sorprendió cuando lo escuchó encender su camioneta y conducir lejos. El teléfono sonó y había estado tan profunda en sus pensamientos que estuvo a punto de dejar caer el plato que había estado sosteniendo. —Siento molestarla esta noche —dijo un hombre— pero, me preguntaba, ¿de casual esta mi hijo allí? La historia de Isabel volvió a ella al instante, junto con el final infeliz, Él me

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—Se quedaron sin un hombre. Yo. Debería haber estado allí fuera con

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El Club de las Excomulgadas engañó. Ella quedó embarazada. Se casó con ella. —Debe ser Andrew. —Sí. No me di cuenta que mis padres alquilaban la cabaña. ¿Ha disfrutado de estar allí? Es extraño cuán diferente era esta conversación con el padre de Connor que cualquiera que hubiera tenido con su hijo. Connor no gastaba palabras, mientras su padre le parecía tan extremadamente suave. Y, sin embargo, ninguno de los dos familia más cercana del mundo. —Poplar Coves es maravillosa, gracias. Y, sí Connor se está quedando aquí, pero acaba de salir. A algún lugar, a cualquier lugar para alejarse. Porque todo lo que ella había dicho le recordaba su propio dolor. — ¿Podría decirle a Connor que llamé? ¿Qué me gustaría mucho hablar con él? Se preguntó si oía cosas que no estaban allí, por el toque de desesperación en la voz de Andrew. —Por supuesto. Se lo diré. Después de colgar, tomó una nota adhesiva de la nevera y escribió, ―Tu padre llamó‖, en esta. Decidiendo rápidamente que podría no verla en la nevera, se dirigió hacia arriba con la nota y por el pasillo hacia su dormitorio. Se detuvo en el umbral, pensando en lo que había sucedido en la habitación no hacía veinticuatro horas, su cuerpo había respondido con un flujo de deseo. De anhelo. No era ciega a todas las razones para no enamorarse de Connor.

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sabía que Helen y George habían decidido alquilar la cabaña de madera. No era la

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El Club de las Excomulgadas Quería niños y una familia. Él no. Estaba buscando equilibrio. Él le había dado toda su atención a los incendios, y sólo a ellos. Pero cada vez que estaba con él, no podía evitar ver, no sólo lo diferente que era Connor de su superficial ex marido, sino lo diferente que era de alguien que jamás hubiera conocido antes. Era un héroe y sin embargo no podía perdonarse a sí mismo por no ser el hombre que una vez fue. Todo en ella dolía por sanar su dolor. Su arrepentimiento. Tirar de él en sus brazos y abrazarlo fuerte hasta que finalmente pudiera dejar que todo se fuera.

vez más, recordarse a sí misma que no había llegado al lago para involucrarse con un hombre fuera de los límites, se sintió como si estuviera viendo un accidente a punto de ocurrir en su espejo retrovisor. Y no había nada que pudiera hacer para detenerlo. Porque no estaba segura de querer hacerlo.

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Mientras ponía la nota sobre su almohada, incluso mientras intentaba, una

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Nueve Ginger corrió todo el día siguiente con los cambios de turnos en el restaurante, para una lección de arte privada en la casa de uno de sus estudiantes favoritos, y finalmente para la noche de tejido del jueves con el grupo en el Lake Yarns en Main. Sus amigas ya estaban allí. Rebecca y Sue de la posada. Kelsey tomándose unas pocas horas lejos de su niña. Un par de madres con quienes estaba en el tablón

—De hecho, lloré cuando me enteré —confesó la mujer—. He aquí que pensé que había terminado con los pañales, que todos estarían en la escuela durante el día, y ¡zas! Esos sueños se convierten en humo. Ginger estaba contenta de que todas las demás estuvieran hablando a la vez, alternativamente consolando y felicitando a la mujer, porque simplemente no podía hablar por el nudo amargo en su garganta. Dios, no debía picar tanto ver a alguien conseguir todo lo que ella quería. No sólo un niño, sino cuatro. Pero de ninguna manera trató de replanteárselo, todavía picaba como loco. Una vez que el vino había sido servido, los brownies pasaron alrededor, y todas finalmente habían sacado sus diversas obras en progreso, Rebecca se volvió hacia ella en el pequeño sofá que las dos estaban compartiendo con Kelsey. — ¿Te hiciste algo en el pelo, Ginger? Te ves diferente. Era gracioso, cuando se había mirado en el espejo esa mañana, había hecho una doble mirada de sí misma. Dejó caer sus agujas, una de ellas chasqueó en el suelo. —No. Todo está igual que siempre.

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de arte de la escuela, una de las cuales se quejó de estar embarazada por cuarta vez.

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El Club de las Excomulgadas Sólo que no lo estaba. No, en absoluto. Kelsey levantó la vista de la bufanda en la que estaba trabajando, había un brillo en sus ojos. — ¿En serio? ¿Exactamente igual? ¿Incluso con Connor quedándose contigo? Ginger no pudo controlar el rubor que le pegó justo en medio de las mejillas.

—Recogió uno de los autos de Tim. —Y yo lo conocí en la posada —añadió Rebecca. Ginger tuvo un deseo loco de pegarle a cada una de sus amigas con una aguja. —Stu iba a darle el sofá de su habitación hasta que la novia del infierno se fuera, pero… Kelsey terminó su frase: —Supongo que consiguió una mejor oferta. —No me dijo sobre el sofá de Stu —dijo Ginger—. Lo hizo sonar como que tendría que ir todo el camino hasta Piseco. La sonrisa de Rebecca se hizo más grande. —No se puede culpar a un hombre por estirar un poco la verdad. —No cuando luce de esa forma, de todos modos —bromeó Kelsey. Esta vez, Ginger no pudo resistirse a golpear en cada uno de sus brazos. — ¡Ay! —dijeron ellas a coro.

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— ¿Cómo sabes de Connor?

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El Club de las Excomulgadas —Estás irritable —dijo Rebecca—. Definitivamente algo está cocinándose. Treinta y tres años de sentir una cosa y decir otra la tenían al borde de sostener a sus amigas en la ignorancia con un En serio. Nada está pasando, nada en absoluto. Pero esta no era su antigua vida, estas no eran sus viejas amigas con quienes todo se suponía debía permanecer superficial. Estas eran las mujeres con las que se había relacionado con demasiadas del pasado, así era cómo sabía que el pasado de Rebecca tampoco había sido precisamente color de rosa. Sus amigas no la juzgarían. Y tal vez, si hablaba de lo que estaba sintiendo con ellas, podrían ayudarla a conseguir tener la cabeza bien puesta. Sin embargo, no quería que todo el mundo en la tienda de lana supiera sus asuntos, por lo que bajó la voz y mantuvo su cabeza sobre un suéter a medio terminar. —Tienen razón. Algo cambió. Había estado pensando todo el día en esto, sin embargo, todavía era difícil encontrar la manera de ponerlo en palabras. —Toda mi vida he hecho lo más seguro, siguiendo las reglas de los demás. Lo único impulsivo que hice fue casarme con Jeremy, pero eso fue sólo una extraña señal en la pantalla del radar, algo que creo que hice más para molestar a mis padres, para mostrarles que podía tomar mis propias decisiones. Y entonces tuve diez años más de seguridad. De aburrimiento. —Lo seguro no siempre funciona, ¿verdad? —murmuró Rebecca, sus dedos volaban sobre la lana y las puntas de madera mientras hacía la pregunta. —No —dijo Ginger—. Nunca me llevó a ninguna parte. Lo mejor que hice

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margaritas en un barco de fiesta. Habían derramado lágrimas juntas por sus errores

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El Club de las Excomulgadas alguna vez fue dejarlo todo y venir aquí. Miró hacia las agujas y la lana en sus manos, dándose cuenta de que no había hecho una puntada de punto o de revés todavía. — ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —preguntó Kelsey, sin molestarse en ocultar la emoción en su voz. Por supuesto, todas sus amigas veían a Connor como el magnífico bombero.

Sabiendo que tenía que ser honesta, no sólo con sus amigas, sino con ella misma sobre todo, Ginger dijo: —Las probabilidades de que todo se resuelva a largo plazo con Connor son de escasas a ninguna. Regresará a California pronto y ya ha dejado perfectamente claro que no tiene el menor interés en una esposa e hijos. Pero… Ahora sus amigas también habían dejado de tejer, todas las sonrisas habían desaparecido mientras escuchaban atentamente. —Estoy harta de intentar con tanta fuerza tomar las decisiones correctas todo el tiempo —asintió hacia la mujer embarazada por cuarta vez a través de la sala—. Tiene todo lo que quiero. Pensé que si seguía todas las reglas, lo conseguiría también —la amargura llegó de nuevo—. Tengo treinta y tres años. Estoy harta de esperar el momento perfecto, la situación perfecta, el hombre perfecto. Todo lo que sé es que nunca he sentido una atracción como esta antes. Respiró hondo. Y luego otra vez. —Todo lo que sigo pensando es que incluso si todo termina siendo un gran error, al menos sabré que realmente viví, por una vez en mi vida. Porque maldita sea, esta vez quiero dar un salto. No para cabrear a alguien. Ni para demostrarle nada a nadie. Sino simplemente porque todo en su cabeza, corazón, y cuerpo señalaba hacia Connor.

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Pero era mucho más complicado que eso.

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El Club de las Excomulgadas Había satisfecho a todo el mundo durante mucho tiempo. Y esta vez, quería algo para sí misma. Rebecca tomó su mano derecha. —Entonces yo digo que deberías saltar. Kelsey le tomó la mano izquierda.

***** A la mañana siguiente, Connor deslizó su sierra en la suave madera del tronco en el que había perforado un agujero ese primer día en el porche y comenzó el laborioso proceso de cortar las partes podridas. Había terminado la mayor parte del recableado anoche y disfrutaba el hundirse en el extenuante trabajo de cortar los troncos a mano, igual que siempre había disfrutado trabajar como un Hotshot en la tala de un bosque de arbustos y árboles muertos. Si no podía combatir el fuego, quería estar sudando de otras maneras. Después de sólo cuatro días de trabajo en la cabaña, estaba impresionado con el trabajo que sus bisabuelos habían puesto en la construcción de esta casa. Si la renovación llevaba tal sudor, estaba seguro que construirla de cero, sin la ayuda de carpinteros y arquitectos, era mil veces más difícil. Y aún más satisfactorio. Un día, había empezado a pensar que, le gustaría construir su propia cabaña de madera en Lake Tahoe. Trabajar en Poplar Cove era como tomar una clase práctica, la mejor manera de aprender lo que había que hacer. Trabajar en la cabaña le daba un montón de tiempo para pensar. Tiempo suficiente para llegar a un plan para tratar con Ginger. Durante el día mantendría su cabeza en la cabaña, centrado en el trabajo

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—Y sabes que vamos a estar aquí para atraparte si nos necesitas.

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El Club de las Excomulgadas que tenía que hacer. No más comidas compartidas. No más acogedoras conversaciones. Y por la noche, cuando un día lleno de deseo reprimido le haría estallar las costuras, se iría como la mierda fuera de Poplar Cove, se mantendría alejado hasta estar seguro de que Ginger estaba a buen recaudo en la cama. Ayer por la noche, se había dirigido hacia el abrevadero local al final de Main. Los preparativos del Cuatro de Julio estaban muy en marcha a lo largo de la calle principal con grandes grupos de niños y padres trabajando para decorar carrozas. Había sido uno de esos niños una vez, había esperado el desfile y los

Convertirse en Hotshot había cambiado los fuegos artificiales para él. Incluso antes de que se hubiera quemado, las dos primeras semanas de julio eran ásperas. Con incendios constantes, tanto accidentales como intencionales. No había disfrutado de un espectáculo del Cuatro de Julio en años. Pero el verano pasado había sido el peor, sabiendo que habría incendios y que no estaría allí para apagarlos. No tenía ganas del espectáculo de esta noche, ya estaba pensando en salir al techo y al muelle y diluirlos. Se tensó al oír la puerta mosquitera abrirse, sabía que era el momento de poner su plan en acción. Permanecer en su lado de la habitación. Mirando el reloj, vio que eran sólo las 11 a.m. Ginger debió servir sólo el desayuno hoy. ¿Por qué estaba siguiendo su horario tan de cerca? Apoyó su bolso en la silla más cercana y sonrió. —Hola. La opresión en su pecho se abrió cuando la vio.

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fuegos artificiales durante todo el año.

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El Club de las Excomulgadas Se la bebió, olvidando todo por el momento, excepto el placer de estar en la misma habitación. Se acercó, miró hacia el nuevo agujero en la pared. —Wow, realmente vas a sustituir los troncos, ¿no es así? Un mechón de pelo estaba en su boca y lo siguiente que supo es que estaba enganchando un dedo en este, sus nudillos deslizándose contra la mejilla de ella. Se

—Me dije que no te iba a tocar. —No —dijo en voz baja— esto es bueno. Tenemos que hablar sobre esto. De lo que hay entre nosotros. —No puede haber nada entre nosotros. Asintió, pero dijo: — ¿Por qué no? Antes de que pudiera recordar alguna de las razones, estaba acercándose a él, diciendo: —No, no me lo digas. Ya sé por qué no deberíamos hacer esto. Pero, ¿de verdad piensas que podemos detenerlo? No podía apartar la mirada de su boca, de la suave y rosada carne. No había suficiente auto control en el mundo para mantenerlo alejado, pero justo antes de que se rindiera a lo que más deseaba, oyó su voz en su cabeza: —Perdí treinta y tres años. Vine aquí para conseguir finalmente que todo esté bien. Involucrarse con él sería hacer todo mal. —Tenemos que detenerlo.

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obligó a alejarse.

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El Club de las Excomulgadas El dolor brilló en sus ojos tan rápido que casi se lo perdió. Pero no del todo. No podía dejar que creyera que no era deseable como el idiota de su marido había dicho. —No creas que no te deseo, Ginger. Te he deseado desde el primer momento. Sabes eso. La vio tragar, lamerse los labios. —Lo sé. Pero no sé por qué tienes que estar tan empeñado en hacer lo no se preocuparían de las consecuencias. —Me gustas —dijo lentamente, sabiendo que estaba tratando de recordarse a sí mismo tanto como a ella sus razones—. Si nos hubiéramos conocido en un bar, si supiera que nunca te vería de nuevo, si no fuéramos a compartir esta cabaña por el próximo mes, si no supiera acerca de tu matrimonio, entonces las cosas serían diferentes. Pero ambos sabemos que regresaré a Tahoe pronto. Los dos sabemos que esto no va a funcionar. Pero incluso mientras lo decía, estaba perdiéndose en sus ojos, podía sentir sus dedos comenzar a arder con la necesidad de tocarla. Sería tan fácil perderse en Ginger. Una y otra vez sacaba cosas de él que nunca le había dicho a nadie, lo obligaba a mirar las cosas que creía que sabía a ciencia cierta con una nueva luz. Y cuando había intentado devolverle la pelota haciéndola confesar sus propios secretos, en lugar de cerrar el intrigante círculo, aprender más de ella había volado el misterio de par en par. Claro, había tenido dinero. Pero no le había hecho la vida más fácil. No había hecho que su marido fuera menos imbécil. Toda su vida había sido un maestro del control. No había razón para que

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correcto. La mayoría de los chicos solo acabarían tomando lo que pueden obtener y

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El Club de las Excomulgadas Ginger fuera algo diferente. Sólo necesitaba tomar las riendas. —Te doy mi palabra de que no te tocaré de nuevo. Nunca había sido un mentiroso. Y hasta este momento no había pensado en que alguna vez se convertiría en uno. Pero tenía mucho miedo de haber hecho exactamente eso. Porque después de sólo haber probado el más pequeño sabor de su dulzura, podía ver que mantener su palabra podría ser imposible. Era tan fácil de leer, su expresivo rostro diciéndole que estaba decepcionada. algo más que solo seguir con su enfoque en la lucha contra el fuego, en volver con su equipo. Le gustaba mucho como para usarla, como para ceder a la urgencia de tomarla cuando apenas tenía un pie en la puerta. Le gustaba demasiado como para ser un imbécil más en su vida. La vio soltar un suspiro tembloroso, mirar al suelo, y decir en voz baja: —Esto en cuanto a tomar riesgos. Cuando miró de nuevo hacia él, sus ojos una vez brillantes se habían atenuado. —Entonces, ¿qué está en la agenda de la cabaña después de cambiar los troncos? Odió ver la vida pasar de ella, pero sabía que era para mejor, que tenían que permanecer en territorio neutral. —Tendré que remover entre los troncos, luego quitar el hollín viejo para poder revestirlos. Había estado esperando llegar a los muebles también, ver lo que podía hacer para arreglarlos como una sorpresa para mi abuela. Ahora, no sé si eso pasará. Hizo un sonido de placer que desencadenó otra chispa inextinguible detrás

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Pero después de su última discusión, mantenerse alejado se había convertido en

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El Club de las Excomulgadas de su esternón. —En realidad, he estado muriendo por tener en mis manos algunos de los muebles antiguos. Todos son tan clásicos y hermosos y sé que con un lijado suave y una capa de pintura fresca, es probable que algunas de las mesas laterales y aparadores se vean como nuevos. Sus palabras salieron a toda prisa. —Y he visto algunas telas retro realmente preciosas en el pueblo que se mucho tiempo. Los muebles realmente necesitaban reformas, pero algo le decía que era una mala idea. Que una vez que Ginger pusiera su marca permanente en las cosas de su familia, sería como si fuera una parte de ella. Y eso sólo haría más difícil dejarla atrás cuando volviera a Lake Tahoe. —Gracias por la oferta, pero no me sentiría bien pidiéndote que hicieras eso. Ya estás pagando por vivir aquí. —Por favor, Connor —dijo en voz baja, sus ojos brillando de nuevo ante la idea de renovar el acabado de los muebles que su bisabuelo había construido a mano—. Me gustaría ayudar. — ¿Y tú pintura? —En realidad, estoy pensando y planeando un par de ellas en este momento. Podría ser bueno trabajar en algo más por unas pocas horas. ¿Qué tal si empiezo vaciando y repintando la cómoda en mi habitación? Fue la mejor idea del día, enviarla al taller en el bosque. Lejos de la cabaña. Lejos de él. —Iré arriba y la traeré. La pondré en el taller para que puedas trabajar.

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verían muy bien en los cojines. No es difícil hacerlo y probablemente no tomaría

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El Club de las Excomulgadas — ¿El taller? Oh, ¿te refieres al granero rojo en el bosque? —cuando asintió, dijo—: He caminado junto a este muchas veces, y aunque deseaba entrar y mirar alrededor, se sentía como invadir. Estuvo contento por el gran peso de la cómoda de cuatro cajones, por el hecho de que cargarla por las escaleras y a través del bosque estaba haciendo que sus manos le dolieran como el infierno. Cualquier cosa para distraerlo de lo que le hacía sentir estar cerca de Ginger.

aserrín y el aceite fue fuerte cuando entraron en el granero oscuro. Connor apoyó la cómoda fuera de las grandes puertas, sus palmas ardiendo. Después de abrir una, encontró el interruptor de luz en la pared y lo encendió para iluminar las filas de luces que colgaban del abierto techo de vigas. —Wow, este lugar es increíble —dijo mientras lentamente caminaba por el gran espacio—. Cada vez que pasaba sentía que había magia en el interior. —Sam y yo siempre pedíamos venir aquí cuando éramos niños —le dijo, tratando de no hacer una mueca mientras recogía de nuevo la cómoda para ponerla dentro—. Ese era el torno donde mi abuelo solía convertir todo en las patas de sillas, mesas y camas. Me enseñó cómo usarlo cuando tenía cinco años. Sus ojos se abrieron. — ¿Cinco? ¿No le dio miedo que te lastimaras a ti mismo? —Creía en que aprenderíamos de nuestros errores. Saber que podíamos cortarnos una mano era una motivación bastante grande como para no jodernos al utilizar sus herramientas. Además —dijo, pasando la mano por la herramienta polvosa— quería ser igual que él. — ¿Qué hacía el resto del año? —Era director de la escuela secundaria. Mi abuela enseñaba francés y

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El taller estaba a unos cuatrocientos metros detrás de la casa y el olor del

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El Club de las Excomulgadas alemán. El último par de años ambos estuvieron complacidos de que siguiera sus pasos. Finalmente. Inclinó la cabeza hacia un lado. — ¿También eres maestro? —Desde el accidente, eso es lo que he estado haciendo. Enseñarle a novatos sobre las cuerdas, dirigir seminarios de seguridad. Mis cicatrices los asustan lo suficiente como para que realmente presten atención. El mismo principio con el que

Se detuvo delante de un barco de vela a medio construir que estaba volteado boca abajo en el centro de la habitación. — ¿Qué es esto? —Un barco que mi abuelo nunca terminó de construir. Siempre estuvo justo ahí. Sam y yo le ofrecimos terminar de construirlo por él un par de veces, pero dijo que no, que lo haría él mismo. Supongo que nunca llegó a hacerlo. Se acercó a una gran caja rodante de herramientas que estaba contra la pared y abrió varios cajones, el oxidado metal protestando por su rudo toque. —Aquí hay un poco de papel de lija para empezar. Hazme saber si necesitas más. Puedo recoger un poco de pintura de la ferretería cuando estés lista para ello. Y entonces se largó fuera como el infierno antes de que pudiera llegar a una excusa para estar cerca de ella un poco más. A lo largo de su carrera, había sido llamado héroe infinidad de veces, pero esta era la primera vez que Connor se preguntó si tendría en él lo que se necesitaba para hacer lo correcto.

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mi abuelo trabajaba, adivino.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Diez Ginger sacó el primer cajón y comenzó el laborioso trabajo de lijar las asperezas para pelar la pintura, asegurándose de desgastar cada centímetro de la superficie para que la nueva impresión y pintura se secara. Uno por uno, trabajó en los cajones. Era bueno, el trabajo duro. El proyecto perfecto para llevar su mente lejos de

Supuso que debería haber estado avergonzada por lo que le había dicho sobre su frustración acerca de su total respeto por ella, pero no lo estaba. Una vez más, se sentía sorprendentemente bien ponerle voz a lo que quería. Aunque ser rechazada planamente había sido un golpe bastante aplastante. Por otra parte, se dio cuenta de repente, ¿no había sabido todo el tiempo que estaba a salvo? Que Connor era tan condenadamente noble que no había manera alguna de que se aprovechara de ella. De la misma manera que la madera se había revelado debajo las grietas de pintura, sus horas de lijado lentamente habían descubierto la verdad: No se había arriesgado para nada. No cuando había sabido todo el tiempo que Connor sería un héroe. Más allá de lo irritada que estaba con el tren de sus pensamientos, tiró con fuerza del último cajón atascado. Oyó un fuerte ruido. —Oh, no —exclamó, al instante suponiendo que había roto un trozo de madera vieja. Pero cuando tiró del cajón sacándolo por completo y poniéndolo en el suelo, se sorprendió al ver una pila de cartas atadas con una cadena que estaba en la parte inferior del armazón ahora vacío de la cómoda. Como un secreto romántico, quien siempre había tenido un alijo de novelas

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Connor.

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El Club de las Excomulgadas de romance escondidas en una bolsa en su armario para leer cuando no había nadie en casa, los dedos de Ginger temblaron de emoción mientras tomaba el paquete. Cartas de amor. Tenían que ser cartas de amor. De lo contrario, ¿por qué alguien las mantendría escondidas? Los papeles parecían manchados de agua y crujientes, la cuerda estaba dura y quebradiza. A pesar de que tomó el paquete con cuidado, la blanca unión se derrumbó en sus manos. Una se abrió y, sin poder evitarlo, empezó a leer la

Andrew, Estas han sido las dos peores semanas de toda mi vida. No puedo dormir. No puedo comer. Todo lo que quiero es estar contigo. Anoche cuando me llamaste a casa, les rogué a mis padres que me permitieran volver al lago. No estoy lo suficientemente bien como para ser una profesional ni nada, así que, ¿por qué tengo que ir lejos, al campamento de tenis durante tres semanas? Les dije que me gustaría mucho más estar fuera en el lago pasando el tiempo con ellos. No me creyeron y dijeron que no. Creo que sospechan de nosotros. Incluso aunque hemos sido muy cuidadosos. No sé lo que harían si se enteraran de que estamos pasando tanto tiempo juntos. Todas las noches me despierto en la cama pensando en cuando me escabullí y fuimos en auto hasta el estanque. ¿Puedes creer que he pasado quince veranos en Blue Mountain Lake y nunca supe que estaba allí? Me alegro tanto de que me lo mostraras. Me encantó nadar de noche contigo. Y también me encantó todo lo demás que hicimos esa noche. Sobre todo la forma en que me besaste y me dijiste que sería tuya para siempre. Con amor, Isabel Oh, Dios mío. Accidentalmente había encontrado las cartas de amor que su amiga Isabel le había escrito al padre de Connor. Ginger sintió una sorpresiva emoción correr a través suyo. Debería dejar de leer ahora mismo, especialmente teniendo en cuenta que sabía que estaba invadiendo la privacidad de su amiga. Pero sus manos y ojos parecían tener voluntad propia.

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ordenada letra cursiva.

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El Club de las Excomulgadas Andrew, Anoche tuve un sueño en el que ya estábamos en nuestro barco e íbamos al otro lado del mundo. Bebíamos cocos, con la brisa cálida y salada sobre nuestra piel. Fue el cielo. A veces pienso que deberíamos simplemente empacar un par de maletas y marcharnos. Olvidarnos de la universidad. Olvidarnos de todo lo que no sea andar por ahí y vivir nuestro sueño. Juntos. Te amo, Isabel

Andrew, te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Isabel Oyó la voz de Connor detrás suyo. —Se está poniendo oscuro. Y oí en el pueblo que ha habido una gran cantidad de avistamientos de osos en estos bosques. No quería que caminaras sola de regreso. Levantó la vista desde donde había estado sentada con las piernas cruzadas, las cartas estaban tiradas en el suelo a su alrededor. Oh—oh. No había pensado en ser descubierta leyéndolas. No había podido pensar en nada más que no fuera la historia de amor de Isabel con el padre de Connor. — ¿Qué es eso? —Se cayeron de la parte trasera de la cómoda —recogiendo rápidamente las cartas, las apiló una encima de la otra, hasta juntar el paquete—. No quería leerlas, pero se abrieron al caerse y... no pude evitarlo. Son tan hermosas que perdí la noción del tiempo. No me extraña que tu padre las conservara. — ¿Mi padre?

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Ginger no sabía cuántas cartas había leído en el momento en que llegó al,

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El Club de las Excomulgadas Tomó las cartas de ella, comenzando a explorar la que estaba encima que decía te amo una y otra vez, su postura y su rostro eran cada vez más duros con cada segundo que pasaba. —Sabía que él e Isabel habían salido por un tiempo —dijo ella— que fue muy serio, pero… Sus ojos se levantaron de las cartas.

— ¿No sabías nada de lo de tu padre e Isabel? —Por supuesto que no. —Se conocieron cuando eran adolescentes. Fue amor a primera vista. Estas deben ser cartas que le escribió cuando era una adolescente. De repente se dio cuenta de lo que había dicho, había hecho un gran alboroto sobre el padre de Connor amando a una mujer de la que su hijo no había sabido nada. Tenía que picarle. —Mi ex siempre decía que tenía la mala costumbre de decir cada pensamiento que pasaba por mi cabeza —dijo medio disculpándose—. Debe ser raro leer cartas de amor escritas a tu padre por alguien que no fuera tu madre. Casi como una traición. El hombre de piedra dura y fría que había visto en su dormitorio esa primera noche estaba de vuelta. —Lo que sea que hizo antes de casarse con mi madre no es mi asunto. Pero no se creyó eso. Ni por un solo segundo. Si fuera cierto, no estaría actuando de esa manera. —Puedo entender por qué las cartas te molestarían.

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— ¿De qué estás hablando?

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El Club de las Excomulgadas — ¿No escuchaste lo que dije? No me importan. Dio un paso hacia él. Le dejaría enojarse, pero no le dejaría mentirle. —Seguro te ves enfadado para un hombre al que no le importa. Se acercó a ella, entonces, cerrando el resto del espacio entre ellos, sus labios tan cerca de los de ella que casi podía probarlos. — ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?

conocido, no hacía siquiera una semana, y sin embargo... —Estoy en lo correcto, ¿verdad? Sus ojos estaban en su boca de nuevo, sus ojos oscuros e intensos, y ella lo sintió venir, otro beso como el de su dormitorio, violento, consumidor. Y en ese momento, mientras su calor se filtraba en sus poros, no deseó nada más. Pero en lugar de besarla, se dio la vuelta y caminó hacia el barco a medio construir. Se encontró luchando con otra ola de decepción cuando él dijo: —Nunca conocí a nadie como tú, Ginger. No sonaba como un cumplido, pero rápidamente decidió que estaba bien. Porque sabía que acababa de tropezarse con un capítulo muy importante de la historia de Connor. Y no podría haber dejado de girar las páginas aunque su vida dependiera de ello. — ¿Cómo es tu padre? Pasando una mano sobre una tabla de oro rojo, Connor dijo: —Tenso. No puedo imaginar a nadie escribiéndole una carta así a él —

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Estaba en lo cierto. No debía tener ningún sentido. Recién se habían

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El Club de las Excomulgadas recordó lo suave que Andrew le había parecido a través del teléfono. Buscó la ocupación correcta. — ¿Es cirujano? ¿Profesor? —Abogado. — ¿Cómo se sintió acerca de que te conviertas en un Hotshot? Se echó a reír, pero fue un sonido hueco.

—Imposible. Es tu padre. Tiene que importarle. —Cuando tenía cinco años, mi madre tuvo que irse lejos para ayudar a su hermana con un nuevo bebé. Se suponía que me recogería a mí y a Sam de la escuela. Todos los días de esa semana, lo olvidó. Cuando tenía diez años la liga de fútbol le llamó para ver si podía reemplazar al entrenador regular por una práctica. Les preguntó si tenían idea de lo que valían dos horas de su tarde. En el momento en que se perdió mi graduación de la secundaria, ya había aprendido a aceptar quién era. Y quién nunca sería. —Pero, sin duda después de tu accidente, debió haberlo intentado más duro. —Por supuesto. Unas cuantas llamadas telefónicas. Un par de cervezas. Eso le recordó. —Recibiste el mensaje de que te llamó, ¿no? Te lo puse en la almohada. —No pude perdérmelo. No dijo nada más sobre eso, Ginger tenía la sensación de que estaba aún más cerrado sobre su padre de lo que había estado sobre el incendio forestal que le había quemado las manos.

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—Puedo honestamente decir que le importó una mierda.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué harás con las cartas? —Estoy seguro de que alguien necesitará encender una hoguera esta noche para el Cuatro de Julio. La idea de las cartas de amor en llamas la horrorizó. Se abalanzó sobre los viejos papeles, sosteniéndolos seguros contra su pecho. — ¡No puedes hacer eso! ¿Qué pasa si tu padre las quiere de regreso?

—El hecho de que las mantuviera en primer lugar muestra cuánto le importaban. —Síp, le importaban mucho. Igual que Isabel. Muy bien, tenía un punto. Sin embargo, Ginger no podía conciliar al hombre de las cartas, al hombre que Isabel había amado profundamente, con tanta pasión, con el padre del que Connor hablaba. Su padre debió haber tenido, por lo menos en su juventud, algunas cualidades que lo redimieran. La gran pregunta era, ¿qué pasó una vez que se casó con su esposa y se convirtió en padre? Y entonces se dio cuenta de que Connor no había leído lo suficiente como para saberlo. —Ese era el barco de tu padre. Él e Isabel estaban construyéndolo juntos. Se apartó del barco. —Algo más para la hoguera. — ¡Connor!

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—Las dejó aquí desde hace más de treinta años. ¿Qué le importan?

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El Club de las Excomulgadas Le lanzó una mirada dura. —Quieres mantener las cartas, adelante. No me importa lo que les suceda. Pero todo lo relacionado con las líneas rígidas de su cuerpo, la forma en que

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repetidamente apretaba y abría sus puños, le decían que si le importaba.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Once Connor estaba irritado. No con Ginger por sus habituales rondas de interminables preguntas. Sino con él mismo. Así que su padre había recibido cartas de una chica. ¿Entonces qué? Claro, Connor era protector de su madre, pero había tomado el control de su propia vida un par de años atrás cuando le había pedido el divorcio. Estaba saliendo con un

Pero lo enfadaba, leer las acarameladas palabras que Isabel había escrito. No podía imaginar que alguien se sintiera así por Andrew. Francamente, no conocía lo suficientemente bien a su padre como para ver quién podría haber sido cuando tenía diecinueve años. Sabiendo que era tiempo de cambiar de tema, hizo un gesto hacia la cómoda. —Estoy impresionado de que lijaras casi todos los cajones. Eso es un gran trabajo. Sus ojos sostuvieron los suyos y casi pudo verla sopesando los pros y los contras de mantenerse tras él sobre lo de su padre o dar marcha atrás. Finalmente, estiró los brazos, inclinó su cabeza de un lado a otro, y era una locura, pero estuvo casi decepcionado por su elección de dejarlo ir. Se había acostumbrado a tenerla hurgando alrededor, cuestionándolo a cada paso. —Estoy cansada. Pero un buen tipo de cansancio. Pero tienes razón, probablemente debería volver a trabajar en el caballete. Mi primera muestra de arte será pronto. Justo antes de la boda de tu hermano. Voy a tener que empezar a pintar todo el día si no termino un par de grandes esta semana.

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buen tipo que quería que se mudara con él a Florida. Estaba bien.

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El Club de las Excomulgadas Salieron del taller y regresaron a través del bosque, cada paso que daba al lado de Ginger le confirmaba que debía mantener su distancia. Permanecer fuera de sus asuntos. Sólo que no podía evitar querer saber más sobre lo que la hacía marchar. Aún estaba conmocionado por la forma en que se había insinuado sobre su deseo por él. Pero era más que eso, más que la forma en que sus cuerpos inevitablemente respondían el uno al otro. De alguna manera, parecía saber cuándo estaba mintiendo, no sólo a ella,

— ¿Siempre quisiste pintar? —Siempre. —Pero no lo hiciste, ¿no hasta que te mudaste aquí? —No. En realidad, no. — ¿Por qué no? —No lo sé. No dejaría que él le mintiera. Él no permitiría eso tampoco. —Sí lo sabes. Se detuvo junto al tronco de un árbol, envolvió sus brazos alrededor, apoyándose en este. —Tenía miedo de no ser lo suficientemente buena. Pensé que todo el mundo sabía más que yo. Pensé que necesitaba escuchar sus consejos, que tenía que creer en ellos cuando me decían que estaba haciéndolo todo mal. Les dejé moldearme, incluso cuando las voces en la parte de atrás de mi cabeza estaban gritándome que no lo hiciera. Al final, no tomé mis pinceles durante tres años.

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sino a sí mismo también.

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El Club de las Excomulgadas —Eso es mucho tiempo para estar lejos de algo que amas —lo sabía de primera mano. —No fue hasta que llegué aquí el pasado octubre, cuando desempaqué mi caballete y lo puse en el porche de tus abuelos, que me di cuenta que lo había tenido en mí todo el tiempo. Las palabras de Ginger se atrincheraron detrás de su plexo solar. Era justo lo que el Servicio Forestal le había estado diciendo durante tanto tiempo. Que ya no era lo suficientemente bueno. Que necesitaba escuchar sus consejos y entrenar para

—Ginger —dijo, incapaz de evitar el cerrar la brecha entre ellos a pesar de sus mejores intenciones—. Yo… El resto de su oración fue interrumpida por una fuerte explosión desde la playa. —Alguien debe estar encendiendo fuegos artificiales frente a la cabaña. Corrió a través del resto de los árboles y encontró a los chicos justo a la derecha de la playa de Poplar Cove. En la propiedad de Isabel. La mujer que había sido la novia de su padre. —Esos fuegos artificiales son ilegales. Los dos adolescentes apenas si lo miraron. —Amigo, es Cuatro de julio. Estamos teniendo un poco de diversión —la chica, sin embargo, pareció un poco preocupada. Extendió una mano. —Dame el resto. Me desharé de ellos por ustedes. Pero en lugar de dárselos, el chico de cabello oscuro sacó un encendedor y

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alguna otra cosa.

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El Club de las Excomulgadas empezó a prender uno. Connor tomó la parte posterior del cuello del chico en un apretón de muerte, tan rápido, que el chico dejó caer los fuegos artificiales casi encendidos en la arena. — ¿Alguien alguna vez te dijo por qué son ilegales? El chico se encogió de hombros, tratando de actuar valiente. —Déjame ir.

carbonizados de uno de los fuegos artificiales— por lo general arranca un dedo o dos —recogió otra envoltura—. Pero este —silbó bajo—Éste es una belleza real. Tiene tendencia a estallar abriéndose desde la parte posterior, explotándote en la cara. Normalmente te ciega, aunque a veces, después de bastantes cirugías, si tienes suerte, no quedarás totalmente ciego. —Mierda, hombre —dijo el asustado chico a su amigo— dijiste que eran seguros. Decidiendo que había hecho todo lo posible para asustarlos, Connor dejó que el chico más audaz se retorciera lejos. —Este viejo amigo está tratando de asustarnos. Probablemente está inventando estas cosas. Connor se encogió de hombros y dijo: —Todo depende de si quieres descubrirlo por ti mismo —pero los chicos ya estaban corriendo hacia la playa, dejando atrás los fuegos artificiales. Recogió las envolturas, se dio la vuelta y se estrelló contra Ginger. Tuvo que dejar caer los fuegos artificiales para tomar sus costillas y evitar que se cayera. Se quedaron así parados durante varios segundos, ambos respirando con dificultad.

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—Este —dijo Connor, sin dejar ir al chico mientras recogía los restos

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El Club de las Excomulgadas Lucía furiosa como el infierno. —Asustaste a Josh y a sus amigos casi hasta la muerte, Connor. —Bien. —Son sólo chicos. —No quiere decir que puedan salirse con la suya actuando como estúpidos. — ¡Eso es lo que hacen los chicos, Connor! Cometen errores y aprenden de

—Puesto que ya lo sabes todo, ¿por qué no me dices qué pasa si el error es demasiado grande? ¿Si uno de esos fuegos artificiales se lleva algo de ellos, algo que nunca pensaron perder? ¿Qué, entonces? Las manos de ella se movieron a su rostro, manteniéndolo inmóvil, calmándolo como haría con un animal salvaje. —Sé lo mucho que debe haber dolido. Qué tan mal te duele todavía. Pero va a estar bien, Connor. Un día no muy lejano. Tendrá que estarlo. El violento auge de trueno en el cielo oscuro por encima de ellos fue su única advertencia antes que la lluvia comenzara a caer. —Por lo menos ahora no tendrás que preocuparte por los fuegos artificiales. —No de ese tipo, de todos modos —dijo, luego inclinó la cabeza hacia la de ella. Sus labios eran suaves, tan malditamente suaves que quiso devorarla, empezando por su boca y siguiendo hasta sus pechos, pero aun así, estaba trabajando como loco para controlarse a sí mismo, para detenerse antes de que las cosas se pusieran realmente fuera de control. Y entonces, su lengua se movió contra la suya, y se perdió.

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ellos.

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El Club de las Excomulgadas Chispas de calor trabajaron a través de él mientras ella enredaba sus dedos en su pelo y tiraba de su cabeza hacia abajo más cerca para besarlo, su lengua moviéndose al ritmo de la suya, sus senos apretados contra su pecho. Gimió suavemente contra su boca y lo único que pudo pensar era que se sentía tan bien en sus manos, de la manera en que una mujer debía sentirse, suave calidez en lugar de afilados huesos y ángulos duros. Mientras sus manos se movían sobre sus caderas, hacia su cintura, habrías pensado que cuatro días habían sido cuatro años, la deseaba tanto. Jadeó cuando sus dedos encontraron la piel desnuda en la base de su camiseta y él quería olvidar

Pero incluso mientras su extrema pasión amenazaba con hacerse cargo de todo lo demás, sabía que tenía que darle una última oportunidad de alejarse. —No deberíamos hacer esto. No tengo nada que darte, Ginger. Nada en absoluto. ***** Ginger no podía respirar. Connor parecía conocer su cuerpo mejor que ella. Sabía exactamente dónde quería ser acariciada, dónde quería ser besada. Cuatro días de anhelo contenido desbordaron en su interior mientras aspiraba su olor terroso por la madera con la que había estado trabajando, tan limpio y frío como la lluvia contra su piel caliente. En algún lugar a través de la niebla lo había oído decir que deberían detenerse, que no podía hacerle ninguna promesa. Pero no le creyó. No en lo profundo de su corazón. La necesitaba. La necesitaba para envolver sus brazos alrededor de él y mostrarle que a alguien le importaba. No podía huir, no podía darle la espalda. —Llévame de vuelta a tu habitación. A tu cama.

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su promesa de quedarse lejos de ella, quería olvidar todo menos el placer.

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El Club de las Excomulgadas Pero en vez de hacer lo que le había pedido, simplemente rozó la yema de su pulgar contra su labio inferior. Se dio cuenta de que sus manos estaban temblando, mi Dios, ¿alguien alguna vez la había deseado tanto? y ella le dio un beso en la piel con cicatrices que cubría la punta, su lengua arremolinándose mientras lo succionaba entre sus labios. —Te prometí que no haría esto —dijo, con voz ronca. Áspera por el deseo. —No quiero tu noble promesa, Connor. Quiero esto. Te deseo a ti. Nunca me he sentido así con nadie más. Quiero explorarlo. Por favor, sólo por una noche,

Gimió, y dijo: —Sólo tú me pedirías hacer eso —y entonces la estaba besando de nuevo. Entrelazó sus dedos con los de él para arrastrarlo a través de la lluvia torrencial, por las escaleras. En el porche, la levantó, cargándola a través de la sala de estar, por las escaleras y pateó la puerta de su habitación abriéndola. La dejó en el suelo, asegurándose de que hubiera un deslizamiento lento de su cuerpo contra el suyo. Tomó el dobladillo de su camiseta y con esmerada lentitud levantó el delgado y húmedo algodón por encima de su estómago, luego por su caja torácica, y finalmente, sobre sus pechos. Sus pantalones salieron a continuación, con la misma lentitud, y ella disfrutó cada sensación única. La rugosidad de la tela contra su piel sensible. La suavidad de sus manos. El calor de su cuerpo, que le quemaba de la manera más deliciosa. Y entonces estaba de pie frente a él en nada más que su sujetador y bragas, e incluso aunque había estado prácticamente desnuda esa primera noche, esto se sentía diferente. Más real, de alguna manera. Lo suficientemente real como para

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no seas el héroe.

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El Club de las Excomulgadas que todas las inseguridades que habían estado persiguiéndola durante treinta y tres años decidieran tomar ese momento para correr en el dormitorio y volar a su alrededor, susurrando cosas crueles sobre sus arrugas y celulitis. Pensó que había corrido más rápido que su pasado, dejando atrás los años de odio hacia sí misma. Se sorprendió al darse cuenta de que se había equivocado.

—Dios, eres hermosa —y la reverencia en sus palabras funcionó como magia para despojarla de sus miedos, la convicción en la voz de Connor hizo que Ginger creyera, por primera vez en su vida, que realmente era hermosa. Acarició con sus pulgares a través de la curva superior de sus pechos, donde se hinchaban sobre las copas de su sujetador. —Eres tan suave —el placer onduló a través suyo ante su toque suave, Ginger cerró los ojos y se arqueó hacia atrás ligeramente, sus manos buscando sus caderas para poder sostenerse a sí misma en un terreno cada vez más inestable. Él deslizó fuera una correa y luego la otra. Sin nada que sostuviera el encaje, sus pezones saltaron sobre el borde, hacia sus manos en espera. —Tan perfecta. Sus pulgares rodearon sus tensas protuberancias, tensándose aún más ante su caricia burlona. Todo su ser se centró en dos centímetros cuadrados de piel. Nunca había sentido un placer tan exquisito, nunca había sabido que sus senos podían estar tan increíblemente sensibles. La erección de Connor se apretó dura contra su vientre y sintió un calor responder entre sus piernas. —Durante cuatro días te he saboreado en mi lengua. Y quise más. Mucho más. Un estremecimiento la atravesó en el mismo momento en que su boca

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Quería alejarse, esconderse detrás una manta gruesa, pero entonces él dijo:

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El Club de las Excomulgadas descendió sobre sus pezones. Ahuecando sus pechos, los juntó para poder moverse fácilmente de uno a otro, lamiéndolos con movimientos largos y suaves de su lengua. —Connor —gimió mientras se arqueaba aún más cerca de su increíble boca. Al oír su nombre, tomó uno de sus pezones entre los labios y lo succionó en su boca, sus dientes tanteando suavemente la sensible carne. Una mano todavía ahuecando sus pechos, la otra se movió hacia su trasero, extendiéndose sobre una de sus nalgas y arrastrándola con más fuerza contra su eje mientras deslizaba un

Cuando movió su atención al otro pezón, su excitación se hizo tan intensa que no pudo evitar moverse a sí misma en contra de la dura columna de su pierna. La alentó con su brazo, ayudándola a moverse a un ritmo perfecto con su lengua y labios en sus pechos. Y luego, sus dedos estaban sobre su vientre, moviéndose rápidamente hacia su humedad. Y entonces, dulce Señor, sus dedos encontraron su clítoris. Abrió sus piernas para él mientras se mecía contra sus dedos, queriendo desesperadamente que siguiera tocándola, justo así, allí mismo, en donde se sentía tan bien. Estaba tan cerca, justo a punto de romperse en pequeños millones de piezas, cuando él apartó la mano y dio un paso hacia atrás. Lejos de ella. La pérdida de su calor, de su toque, la hacían sentir como si embistiera directamente contra un iceberg. Pero entonces, la golpeó lo que debió haber sucedido. Se estiró hacia él. — ¿Ocurrió de nuevo? Tus manos, ¿se entumecieron? Se miró las manos, apretadas en puños. —No. Puedo sentirte. Demasiado bien —hizo una mueca—. No puedo controlarme contigo, Ginger. Soy demasiado rudo. Te lastimaré. Dios, no quiero

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muslo entre los suyos.

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El Club de las Excomulgadas hacerte daño. Apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿Realmente le estaba pidiendo disculpas por querer tan duramente hacer el amor con ella que estaba perdiendo el control? —Soy más fuerte de lo que parezco. Tenía que dejarle saber a Connor lo mucho que deseaba esto, que estaba desesperada por sus dedos, manos y boca en ella. Rápido o lento, no le importaba. Lo único que le importaba era el placer de tocar y ser tocada por él. Alcanzando su

—Me encantó lo que estabas haciéndole a mis pechos —dijo con voz ronca antes de retroceder y quitarse las bragas. Audazmente tomó su mano y la puso sobre su montículo, temblando cuando sus dedos ásperos hicieron contacto con su piel tan excitada, tan llena de deseo. —Me encantó lo que estabas haciendo justo aquí también. Hazlo de nuevo, Connor. Llévame más alto, llévame todo el camino sobre el borde —se puso de puntillas y le susurró al oído— y no te preocupes por mí. Puedo manejarte. Se movió tan rápido de estar parado en el medio de la habitación a tumbarla de espaldas en la cama que ella perdió el aliento. Un instante después, su cabeza estaba entre sus piernas, su boca reemplazando su mano. Gritando, se arqueó hacia sus labios mientras su lengua se deslizaba en su humedad, luego a su clítoris, luego de vuelta a lo largo de sus labios. Sus manos sostuvieron sus caderas firmes mientras ella se olvidaba de respirar, de pensar, de la manera de hacer otra cosa excepto sentir. Y entonces, oh Dios, allí estaba, un pico más alto del que jamás había trepado antes, y estaba explotando debajo de él, su cuerpo se sacudió con espasmos de éxtasis. A través de todo, siguió lamiendo, chupando y sumergiéndose con su

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espalda, se desabrochó el sujetador y dejó que cayera al suelo entre ellos.

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El Club de las Excomulgadas lengua, sin dejarla, no hasta que había escurrido hasta la última gota de placer de su cuerpo. Las lágrimas pincharon sus ojos, no sólo por el placer, sino por las intensas emociones que la atención de Connor despertó en su cuerpo. La forma en que la tocaba, la besaba, la acariciaba, la hacía sentirse hermosa. Especial. —No lo sabía —dijo cuando por fin pudo hablar—. No sabía que podía ser

Dejando besos a lo largo de la parte interior de sus muslos, luego hacia arriba por su vientre y costillas, encontró de nuevo sus pechos con sus manos y boca. —Tengo que estar dentro de ti —sus ojos sostuvieron los de ella en la cercana oscuridad—. Ahora. Antes de explotar. Juntos arrancaron sus pantalones y él se quitó la camiseta para estar apalancado sobre ella, completamente desnudo. Ginger estaba segura de que nada ni nadie se había sentido alguna vez tan bien. Quería tocar y besar cada centímetro de él, tomarse su tiempo explorando su perfección. Pero esas exploraciones tendrían que esperar, porque él estaba presionando sus muslos aparte con una rodilla y levantándose a sí mismo de su cuerpo de modo que la cabeza de su pene se apretaba contra sus pliegues abiertos. Y entonces, antes de que pudiera tomar su siguiente respiración, estuvo dentro de ella, en un embiste largo. —Estás tan apretada —gimió, quedándose completamente quieto mientras su cuerpo se extendía para aceptar su grueso miembro—. Tan mojada. Podía sentirlo palpitando contra su útero, su cuerpo respondiendo con más humedad y revoloteando en lo profundo en su vientre.

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así.

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El Club de las Excomulgadas —Por favor, Connor —rogó, sin saber las palabras correctas para pedirle lo que quería, pero sabiendo que estaba esperando lo mismo. Pero esas dos simples palabras fueron mágicas, porque un momento después, comenzó el largo y lento deslizamiento hacia fuera, luego de vuelta dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Dentro. Una y otra vez hasta que estuvo loca de deseo y el pico que había coronado sólo unos minutos antes estuvo, sorprendentemente, de vuelta a su alcance. Tiró de la cara de él hacia la suya para poder mostrarle con sus besos lo Estar con él era mucho más que cualquier cosa que hubiera sentido antes. Y mientras se besaban, se hizo más grande aún en su interior hasta el momento en que sintió que el control sobre su cuerpo cedía de nuevo a otro alucinante orgasmo y él estaba latiendo y pulsando dentro de ella, empujando más duro, más alto, más profundo, mientras ambos se corrían. Jadeando duro, su piel todavía resbaladiza por la lluvia, pero sobre todo por el intenso calor que habían generado, Connor cambió su peso para que su espalda estuviera sobre el colchón y la cabeza de ella se acunara sobre su pecho. Uno de sus brazos fue por encima de su cadera, una pierna estacada contra ella, el agotamiento se apoderó de Ginger, el perfecto tipo de cansancio que venía después de haber dado todo de sí misma. Era similar a cómo se sentía después de una maratón de pintar todo el día, pero mucho más especial. Porque no estaba sola. ***** Connor la aspiró, el delicioso aroma que era único de Ginger. Su nombre lo decía todo; dulce y picante mezclados juntos en el paquete perfecto. No había tenido intención de atacarla de esa manera. No había tenido

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mucho que esto significa para ella. Eso era todo lo que había estado esperando.

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El Club de las Excomulgadas intención de enterrar la cara en sus pechos, entre sus piernas. No había tenido la intención de golpearla con fuerza en el colchón. Pero no había podido contenerse. Era la primera vez que había perdido por completo el control con una mujer. Y sin embargo, mientras yacía allí con Ginger cálida en sus brazos, sabía que había sido algo más que solo hacerla correrse, mucho más que solo amar la sensación de su suave piel en sus manos. Era tan increíblemente hermosa, por dentro y por fuera. Había sentido su campamentos para gordos, todas las cosas horribles que su marido le había hecho. Sabía que nunca encontraría las palabras, pero aquí en su cama, en la oscuridad, le podía mostrar lo especial que era. Cerrando los ojos, respiró hondo varias veces para tratar de estabilizar el latido de su corazón, contando hacia atrás desde cien para dejar que se durmiera, pero en algún lugar alrededor de treinta, estaba besándola de nuevo y ella estaba respondiendo frotando sus senos contra su pecho. Queriendo ir más despacio esta vez, la besó a lo largo de la frente, en sus pómulos, en su barbilla, luego en el cuello y en la clavícula. Sus manos pasaron suavemente por encima de sus pechos, hacia su cintura y caderas. Rodándola por encima para que estuviera acostada sobre él, dijo: —Me vuelves loco, Ginger —su voz era áspera por el deseo, y entonces estaba meciéndose en su contra, trayéndolo de vuelta en un tiempo récord—. Tú. Estos —ahuecó sus pechos juntos, entonces cerró los ojos e inclinó su rostro para frotarse contra ella como un león con su compañera—. No hay palabras —dijo finalmente un momento antes de succionar un tenso pezón entre sus labios. Se arqueó hacia atrás para darle un mejor acceso y él estaba lamiendo sus dos pechos a la vez, su lengua como un dardo, sus dientes ligeramente tanteando sus pezones, su barba rozando contra su piel enrojecida.

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sorpresa cuando se lo había dicho, y tenía tantas ganas de borrar todos esos años de

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El Club de las Excomulgadas Podía sentir cuan lista estaba mientras se mecía contra su erección y entonces él estaba empujando en ella de nuevo, sonidos que no podían controlar saliendo de sus bocas, y todo estaba conectado, su boca en sus pechos, sus manos en sus caderas mientras lo montaba más rápido, más duro, su deseo por ella era cada vez más grande, más fuerte que cualquier cosa que hubiera creído posible. Y entonces, estaba gritando, golpeándose contra él mientras alcanzaba la cima y comenzaba a caer. Su orgasmo fue tan dulce que él juró que podía oír a los ángeles cantar mientras ella se corría, y entonces dejó de tratar de aferrarse a su autocontrol y se

Minutos más tarde, con las curvas de Ginger presionadas contra él, su respiración suave y uniforme mientras la tormenta rugía por encima de ellos, Connor cayó en el sueño más profundo que había tenido en dos años.

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entregó por completo al puro placer.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Doce Fragmentos de la noche anterior llegaron poco a poco a Ginger mientras se despertaba. Recuerdos de placer intenso. La boca de Connor en ella. Gemir y gritar su nombre mientras se corría. Y luego, cada vez más despierta se dio cuenta que estaba en su cama, y todavía estaba allí con ella, sus grandes brazos sujetándola fuertemente contra él. Estaba pasando la punta de sus dedos sobre sus caderas, la parte baja de su su lengua, y ahora era lo que más quería, así que puso sus manos sobre su pecho y dijo: —Quiero darte placer. Gimió y sacudió la cabeza. —Cariño, no sé si puedo permitirte… Esta vez, terminó su frase con un beso, empujándolo de espaldas sobre la cama. —Eres tan hermoso —le susurró mientras corría besos por su cara, sus hombros, su pecho. Los músculos profundamente surcados en su estómago ondularon y se apretaron mientras cepillaba sus dedos sobre los picos y valles. Su erección golpeó en su antebrazo y movió su atención hacia abajo, hacia su impresionante pene. Su boca se hizo agua y no lo pensó, simplemente hizo lo que era natural y se inclinó para saborearlo. Su cabello rozando contra él lo hizo gemir de nuevo y entonces estaba presionando sus labios sobre la piel suave y caliente de la cabeza de su polla. Nunca había pensado en la palabra antes, pero era la descripción perfecta para su magnífica erección. Sus manos se enroscaron en su cabello, ayudándola a tomarlo más

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espalda, el costado de sus pechos. Pero todavía no lo había probado con sus labios,

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El Club de las Excomulgadas profundo. Estaba asombrada por lo sexy que era esto, lo bien que se sentía al darle tan profundo placer. Movió su boca lentamente hacia arriba, luego por él, una vez, luego dos veces. Con cada empuje de su lengua, se hizo más grande, más duro. Y entonces, estaba de espaldas sobre la cama y él estaba conduciéndose entre sus muslos, y ella estaba gritando su nombre. ***** Yacieron juntos en silencio durante varios minutos mientras la luz del sol entraba a raudales por la ventana. Decir que Ginger había sacudido su mundo ni de su esternón, una que quería pasar por alto, pero no podía. Se había prometido a sí mismo que mantendría su distancia. Lo último que quería era lastimarla. En cambio, no sólo había estado en todas partes sobre ella la noche anterior, sino que habían estado tan apurados las tres veces, que no habían utilizado un condón. No había hecho ni una sola cosa para prevenir enfermedades. O un embarazo. —Ginger, tenemos que hablar. Se deslizó lejos de él, tiró de la sábana para cubrir sus maravillosas curvas. —Sabía que ibas a decir eso. Fue entonces cuando vio la pequeña cicatriz en su hombro. —Justo ahí —dijo, pasando dos dedos sobre la piel ligeramente descolorida, desde su clavícula hasta el final de la parte inferior de su pecho izquierdo—. Ahí es donde te quemaste. Asintió y él se inclinó más a deslizar besos por su piel. —Lamento que tuvieras que sentir eso. Sus dedos se enroscaron en su pelo.

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siquiera cortaba la superficie. Sin embargo, una luz de advertencia apareció detrás

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El Club de las Excomulgadas —Estoy bien ahora —dijo—. Perfectamente bien. Con el sabor de ella todavía en su lengua, de alguna manera se las arregló para decir: —No usamos nada. No he estado con una mujer en un tiempo y la última vez que la estación de bomberos nos hizo las pruebas, estaba limpio. —Yo también.

Jesús, estaba rompiendo a sudar sólo de pensar en las probabilidades de convertirse en padre así. Todo porque no podía mantener sus manos fuera de ella. — ¿Es este el momento adecuado del mes para…? Pero ella ya estaba sacudiendo su cabeza y diciendo: —No. No creo que esté ovulando. No se ruborizó cuando lo tomó en su boca, pero ahora que estaban hablando acerca de las repercusiones del demoledor sexo que acababan de tener, ambos se sentían incómodos. —Mi ciclo es bastante inconstante, pero dudo seriamente que estemos en peligro de algo por el estilo. Alivio se disparó a través de él y finalmente pudo sonreír. —Bien. —Síp —dijo, incluso aunque no estaba sonriendo en respuesta—Es muy bueno. —Tendremos que tener más cuidado la próxima vez.

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— ¿Qué hay de…?

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El Club de las Excomulgadas Sus ojos volaron hacia los suyos. — ¿La próxima vez? —Me dije que iba a permanecer lo más lejos posible de ti, pero era una mentira, Ginger. Hasta la última cosa sobre ti me quita la razón. No creo que pueda mantener mis manos alejadas, aun si lo intento. Se estremeció, estirándose hacia él.

Dios, odiaba la necesidad de exponer todo como era. Pero no había otra manera. Porque si iban a ir hacia adelante, tenía que estar absolutamente seguro de que estaban en la misma página. —Sabes que voy a regresar a Lake Tahoe después del verano para reunirme con mi equipo, ¿verdad? —Por supuesto que lo harás. Van a tener la suerte de tenerte de vuelta. Era tan condenadamente dulce, que casi parecía que quería que fuera un Hotshot de nuevo tanto como él lo hacía. La luz de advertencia detrás de su esternón se movió cuando fue empujada a un lado por algo completamente distinto. Algo que no podía reconocer. Sabía que no debía acercarse hasta que terminaran de hablar, pero no pudo evitarlo y la deslizó sobre su regazo de todos modos. — ¿Podríamos disfrutar el uno del otro durante el verano y acordar seguir siendo amigos cuando vayamos por caminos separados? No dijo nada durante varios minutos, confirmándole que estaba pidiendo demasiado. Ginger debería estar guardándose a sí misma para un buen hombre,

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—No quiero que lo hagas.

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El Club de las Excomulgadas para alguien que pudiera darle un futuro. No perdiendo el tiempo en un callejón sin salida. Pero luego, cuando le sonrió y dijo: —Suena perfecto —estaba tan contento que la levantó y la llevó al cuarto de baño para sellar el trato, apenas recordando en el último minuto llegar a su cómoda para agarrar un condón.

su cintura, sus pechos. Se estiró por encima de su hombro. — ¿Qué te parece si te enjabono? Se movió por detrás de él y comenzó a correr el jabón entre sus omóplatos, por su espalda, a lo largo de sus brazos. Seguro, habían hecho el amor varias veces. Había sostenido sus manos, las acarició, pero tomarse el tiempo para pasar una barra de jabón sobre las partes de él que estaban tan dañadas, bueno, no pediría eso de nadie. Sobre todo cuando sabía muy bien cuán enfermas se ponían otras mujeres al hacer mucho menos. —No tienes que hacer eso. Sus manos se quedaron quietas. — ¿Por qué no iba a querer hacerlo, Connor? Su garganta se anudó, haciéndole difícil decir: —Sé cómo luce mi piel. Qué tan grave es. Se movió de nuevo para estar frente a él. — ¿Qué tan malo crees que es?

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Encendiendo la ducha con su mano libre, pasó sus manos sobre sus caderas,

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El Club de las Excomulgadas —Es un desastre —gruñó—. No tienes que demostrarme nada. Lo que hemos hecho ya es suficiente. Tenía que serlo. Pero no parecía estar escuchando, porque ya había dejado caer el jabón al suelo y estaba levantando sus dos manos hacia sus labios. Le besó los nudillos y entonces la piel gris plata donde lo habían cosido, los parches levantados y desiguales de donde se había desprendido la piel con los guantes derretidos.

presionando sus palmas planas para que pudiera sentir el latido de su corazón por debajo de su esternón. —No te atrevas a tratar de decirme lo que no debería hacer, Connor. Soy una chica mayorcita. Y no estoy asustada de ti. De ninguna cosa acerca de ti. Incluso si piensas que debería estarlo. Entonces la besó, y mientras la tomaba una vez más, no podía dejar de pensar de dónde podría haber venido una mujer así de increíble. Y qué diablos iba a hacer cuando llegara el momento de regresar a California. Sin ella. ***** Ginger no podía recordar haberse sentido así de agotada. O de eufórica. Connor era su amante de fantasía hecho realidad. Grande y fuerte, casi cruel en su pasión. Se había corrido violentamente cada vez, y aun cuando no había creído que pudiera mejorarlo, lo había hecho. Estaba envolviendo una toalla a su alrededor, con la boca en su cuello, enviando escalofríos de emoción corriendo por la superficie de su cuerpo, cuando se dio cuenta que el teléfono estaba sonando. Quienquiera que fuese, simplemente lo ignoraría. Lo que sea que quisieran, trataría con ello más tarde.

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Y luego estaba poniendo sus manos llenas de cicatrices contra su pecho,

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El Club de las Excomulgadas Pero en lugar de parar, el teléfono seguía sonando y sonando. Una y otra vez hasta que Connor finalmente levantó la cabeza de ese punto justo entre sus pechos donde podía correr su lengua por ambos a la vez. —Suena como que habría que atender eso. Más que un poco irritada por la interrupción, se metió la toalla debajo de los brazos y se dirigió a su habitación para recoger el teléfono inalámbrico.

Una voz masculina la saludó en el otro extremo. —Hola. Perdona que te moleste, pero soy Sam MacKenzie. ¿De casualidad mi hermano está allí? Connor estaba caminando más allá de su puerta hacia su dormitorio, una toalla colgada baja alrededor de sus estrechas caderas. —Sí, está. Lo pondré en la línea. —Para Connor dijo—: Es Sam. Connor levantó una ceja sorprendido mientras tomaba el teléfono. — ¿Qué pasa? No podía oír lo que Sam estaba diciendo, pero cuando vio la expresión de Connor cambiar de regreso a la roca helada que había visto más de una vez, su preocupación se transformó en completo terror. —Lo entiendo —dijo finalmente—. Nop. Está bien. Hablamos más tarde. — ¿Connor? —se movió más cerca—. ¿Pasó algo? No dijo nada por un buen rato, solo se quedó allí parado. Su rostro estaba apartado para que no pudiera leerlo cuando dijo: —El Servicio Forestal ha estado tratando de contactarme. Llamaron el

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—Hola.

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El Club de las Excomulgadas jueves, dejaron un par de mensajes en mi casa y en mi móvil. Cuando no recibieron respuesta, un amigo nuestro llamó a Sam para asegurarse de que yo estaba manejando bien la noticia. Oh Dios, sabía lo que iba a decir. — ¿Cuál era la noticia? —Estoy fuera. Para siempre.

Las puntas de sus dedos estaban entumecidas mientras marcaba a su correo de voz para escuchar el mensaje del director del Servicio Forestal. —Después de revisar su caso nuevamente, el Servicio Forestal ha decidido no ponerle de nuevo en el campo. Y, como estoy seguro que es consciente, se encuentra al final del proceso de apelación. Un miembro de nuestro programa de reorganización se comunicará con usted dentro de unos días para hablar de sus nuevas opciones dentro de la familia del Servicio Forestal. Una vez más, esperamos que decida quedarse con nosotros. Ha sido un gran activo para nuestra organización durante la última década y estamos seguros que será igual de grande en el futuro en el nuevo rol que tome. ¿Nuevas opciones? ¿Futuro? Desde el día en que se graduó de secundaria, Connor había estado en las montañas persiguiendo incendios forestales. ¿Qué diablos se suponía que iba a hacer consigo mismo ahora? ¿Enseñar en base a un libro por el resto de su vida? ¿Usar un traje, obtener una barriga y contar las mismas historias sobre los ―buenos viejos tiempos‖ a los novatos? Sintió la bomba que había estado construyéndose en su interior durante los últimos dos años comenzar a detonar, lento pero seguro. La negrura estaba

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*****

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El Club de las Excomulgadas arremolinándose desde lo más profundo de sus entrañas, una oscuridad que no había querido enfrentar, ni siquiera en los días más oscuros de sus quemaduras e injertos de piel, como tinta espesa absorbiéndose directamente en sus células. Hace dos años, todo había sucedido tan rápido que no había tenido ocasión de prepararse para el golpe. Considerar la pérdida de todo lo que era su mundo, literalmente, cayendo fuera de su eje, estaba casi llegando a cámara lenta. Pero al mismo tiempo que la agonía se prolongaba, le dio tiempo para tratar de encontrar algo a que aferrarse, cualquier cosa, con tal de mantener su cabeza

Entonces los brazos de Ginger llegaron a su alrededor, y mientras le murmuraba cuánto lo lamentaba, se dio cuenta que la respuesta estaba justo aquí. Siempre y cuando pudiera seguir perdiéndose a sí mismo en Ginger, podría ser capaz de mantener a los demonios a raya.

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fuera del agua por un tiempo.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Trece Ginger nunca había sentido tanto la necesidad de consolar a alguien como lo hacía en ese momento después de que Connor escuchara las malas noticias. Trató de pensar en lo que querría que él hiciera si sus posiciones estuvieran invertidas, si una organización controladora se llevara todas sus pinturas y lienzos para siempre. Habría querido enterrarse en su calidez, dejar que sus lágrimas se derramaran sobre su pecho mientras la acariciaba y le decía que todo iba a estar bien.

alrededor. Las lágrimas pinchaban en sus ojos mientras lo abrazaba y, aunque sus brazos la rodearon también, a pesar de que él no la apartó, después de unos momentos se dio cuenta de que no se estaba aflojando en absoluto, ni estaba cediendo a la confusión interna que debía estar destrozándolo. Probablemente sólo necesitaba algo de tiempo para digerir la noticia, eso se dijo a sí misma mientras su día trascurría. Dibujó bocetos para algunas nuevas pinturas en el porche; él trabajó en la cabaña. Al mediodía, la tormenta había volado del pueblo, dejando atrás cielos azules brillantes y destellos cegadores a través de la superficie del agua. Pero la tensión subyacente en la cabaña era sofocante. Incluso después del almuerzo, cuando había dicho que era momento del postre y entonces la había levantado sobre la mesa de comedor interior y le hizo el amor, aunque el placer era tan intenso como lo había sido durante toda la noche y en la mañana, no podía dejar de sentir que lo que había entre ellos había cambiado. Por un lado, era obvio que la necesitaba más que nunca. Sus constantes caricias y besos en las horas después de la llamada de teléfono eran prueba de ello. Pero al mismo tiempo, sentía que había comenzado a retener trozos de sí mismo.

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Así que había dado un paso hacia él y luego otro, y puso los brazos a su

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El Club de las Excomulgadas Trató de decirse a sí misma que sólo lo había conocido durante cinco días, que no lo conocía bien, pero no importaba como intentara verlo, de cualquier manera en que lo mirara, su comportamiento no tenía sentido. Debería estar gritando. Arremetiendo. Todavía recordaba cómo se sintió esa noche en la subasta cuando Jeremy dijo esas horribles cosas, cómo finalmente había soltado todo lo que había estado conteniendo durante tanto tiempo. Sus sonrisas dieron paso a la ira. Y, oh, se había sentido tan bien dejar que todo se derramara. Sin preocuparse por el desorden que

Y porque la situación de Connor se sentía tan similar, y porque ya se preocupaba tan profundamente por él, que quería provocarle eso, quería obligarlo a llorar, a enfrentar realmente lo que había pasado, que empezara a llegar a un acuerdo con su nuevo futuro. Lo que fuera que ese futuro trajera. Tenía que haber un montón de personas sufriendo por él. Su hermano obviamente lo hacía. Y sus padres, cuando por fin se enteraran, probablemente también estarían devastados. Pensar en los padres de Connor finalmente la hizo recordar. Las cartas de amor. Todo había sucedido tan rápido después de que habían dejado el taller la noche anterior. Los chicos encendiendo los fuegos artificiales. Besar a Connor en la lluvia. Los pensamientos sobre él habían gastado hasta la última célula de su cerebro hasta ahora. Tenía que ver a Isabel. Darle la pila de cartas. Y tal vez, mientras estuviera fuera, Connor podría empezar a llegar a un acuerdo con el cambio radical que

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dejaba atrás, porque ya se había ido. Ya estaba empezando de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas había tomado su vida y podría estar más dispuesto a hablar con sobre eso cuando regresara. Afortunadamente, había escondido de nuevo las cartas en la cómoda, en el taller. Si las hubiera tenido cuando salieron del taller se habrían empapado. Connor la vio agarrar las llaves y su bolso. — ¿Vas a salir?

Se sentía casi como mentir, no decirle que iba a darle las cartas a Isabel, pero no creía que mencionar eso ahora mismo mejorara su día en absoluto y, al menos por hoy, parecía más importante protegerlo de más dolor. —Ven aquí primero. La orden en su voz, junto con la promesa sensual en sus ojos, la hizo caminar hacia él en un estado casi aturdido. Y entonces, cuando apenas estuvo al alcance, la tomó en sus brazos, sus dedos enredándose en su pelo, su boca descendiendo sobre la de ella. Su beso la consumió y se sintió caer, dirigiéndose cada vez más y más profundamente bajo su hechizo. Finalmente, la dejó respirar. — ¿Estás segura de que tu recado no puede esperar? Y a pesar de que una voz en su cabeza le decía que hacer el amor con él de nuevo sólo le estaba ayudando a esconderse de todo a lo que tenía que hacer frente, no pudo alejarse. No sólo porque ceder de esa manera era la mejor, y única, manera que se le ocurría para darle el consuelo que necesitaba desesperadamente. Sin embargo, en una nota menos altruista, también lo hacía porque lo que más quería era pasar cada hora posible con él.

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—Acabo de recordar un recado que tengo que hacer.

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El Club de las Excomulgadas Para el momento en que Ginger entró en el restaurante, con las viejas cartas a salvo en su gran bolso, Isabel estaba girando el cartel a CERRADO. —Esta es una agradable sorpresa. No esperaba verte hoy. ¿Tienes hambre? —No. Ya he almorzado —y algo más. — ¿Qué sucede? —Isabel dejó de juguetear con las persianas, y miró con más atención la cara de Ginger—. ¿Es Connor? ¿Algo más ocurrió desde la última

Ginger no había venido aquí para hablar de Connor, pero ahora que su amiga estaba preguntándole simplemente no podía aguantarlo. —Nosotros... él... y luego... Isabel la agarró del brazo, llevándola a un taburete frente a la barra. —Café. Eso es lo que necesitas. Y entonces podrás contarme todo. —Pero, ¿qué hay de lo que me dijiste sobre permanecer lejos de él? —No estoy segura de haber dicho eso exactamente, pero tenías razón. El hecho de que yo tenga un pasado con su padre, no quiere decir que me moleste con Connor. Si dices que es genial, estoy segura de que lo es —puso una taza delante de Ginger—. Entonces, ¿cuán genial es? Ginger se sonrojó y trató de ganar tiempo tomando un sorbo. —No importa. Creo que ya tengo la esencia de ello, sólo con mirarte. Pero Ginger quería tratar de poner lo que estaba sintiendo en palabras. Tal vez entonces lo entendería mejor. —Es como si algo en él simplemente tirara de mí. Y cada segundo que estamos juntos, sólo... —puso la mano sobre su corazón—. Aquí mismo. Lo siento aquí.

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vez que te vi?

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El Club de las Excomulgadas Isabel dio la vuelta al mostrador, y se sentó junto a Ginger. —Estás en lo profundo, ¿verdad? No tenía sentido mentirse a sí misma al respecto. —Sí. Y no sé cómo detenerlo. —Eso sólo importa si quieres detenerlo.

—No hay razón para que el verano no pueda convertirse en otoño —sugirió Isabel. De repente, Ginger recordó que habían hecho ese acuerdo cuando pensaban que iba a volver a trabajar para el Servicio Forestal de California. Pero ahora que todo había cambiado, se dio cuenta de que cada día que pasara con Connor iba a empezar y terminar con la esperanza de tener un día más. De tener más de él. Incluso después de que le había dicho que no tenía nada para dar. —Estás asustada, ¿verdad? Ginger miró hacia su amiga, vio el amor y la preocupación en sus ojos, y supo que se podía confesar. —Más asustada de lo que jamás he estado. Y al mismo tiempo, estoy tan increíblemente feliz. Casi como si pudiera explotar debido a ello. Isabel apoyó la cabeza en el hombro de Ginger, dos amigas sentadas en un restaurante vacío, compartiendo confidencias. —Me gustaría saber qué decirte. Darte el consejo perfecto para sacarte de la confusión. Pero me temo que estás hablando con alguien que no sabe nada acerca de hacer que las relaciones funcionen.

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—Es sólo una aventura de verano. —Eso habían acordado.

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El Club de las Excomulgadas Maldita sea, pensó Ginger. Se había olvidado de las cartas de nuevo. —En realidad, he venido a darte algo —Ginger metió la mano en su bolso y las sacó—. Encontré esto metido detrás de uno de los cajones de mi cómoda. El rostro de Isabel se puso blanco por la conmoción. —Mis cartas para Andrew —frotó sus dedos sobre los papeles—. Las guardó.

empecé a leer, no pude detenerme. Pero Isabel no parecía escucharla. —Era tan joven —dijo en voz tan baja que fue casi un susurro—. Estaba sentada aquí, al igual que ahora. Tan enamorada que casi no podía ver bien. Las palabras de Isabel casi golpearon a Ginger fuera de su taburete. No creía que Isabel hubiera oído siquiera lo que acababa de decir, de tan enfrascada que estaba en las cartas. Pero ahora que estaba allí, amor, oh Dios, ¿podría ser eso lo que significaba esta atracción?, Ginger no podía alejar ese pensamiento. —No puedo creer que haya escrito esas cosas —estaba diciendo Isabel—. Tenía todo el futuro planeado —apretó los labios. Suspiró—. Chica estúpida. —Todavía no lo entiendo —dijo Ginger, tratando como loca de centrarse en lo que su amiga estaba diciendo, en lugar de en la masa arremolinada de emociones empujando en su interior—. ¿Cómo pudo todo esto —gesticuló hacia las cartas— convertirse en diez terribles palabras? Isabel se encogió de hombros. —Quién demonios lo sabe. Andrew y yo éramos unos niños que no conocían nada mejor, supongo.

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—Isabel, lo lamento —espetó Ginger— pero una cayó abierta y luego que

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El Club de las Excomulgadas — ¿Va a ser raro verlo cuando venga para la boda de Sam? —Mucho—admitió Isabel—. Pero al menos tengo un par de semanas para prepararme para ello, ¿cierto? —dijo con una sonrisa triste— no deberías estar perdiendo demasiado tiempo en esto —empujándose fuera del taburete, indicó—: sé que tienes un montón de pinturas que terminar. Gracias por traérmelas. Entendiendo que su amiga quería estar a solas con las cartas, y alegrándose de tener un poco de tiempo para pensar, Ginger se fue.

viaje a casa, su cerebro insistió en reproducir un montaje de imágenes. Él protegiéndola de la rama cayendo, su corazón latiendo violentamente contra su espalda, aún más fuerte que el de ella porque había tenido tanto miedo de que algo le sucediera. La angustia de Connor la noche en su habitación cuando sus dedos se habían entumecido mientras la acariciaba. Sosteniendo su mano, pero sintiendo que realmente ella ya estaba sosteniendo su corazón. La forma en que había mirado sus pinturas y visto inmediatamente lo que ella estaba tratando de poner en el lienzo, entendiéndola de forma en que pocas personas alguna vez lo hicieron. Y, por supuesto, todas esas preciosas, y dulces horas en sus brazos. Una fuerte sensación de alivio la atravesó cuando llegó a casa y vio que la camioneta roja se había ido. Aun no podía enfrentarlo. No cuando la posibilidad de estar enamorada era todavía tan nueva para ella, cuando se sentía como si estuviera atrapada en un tren fuera de control al que ni siquiera podía recordar subirse. Caminando para pararse frente a sus lienzos, miró fijo hacia la pintura en la que había estado trabajando.

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¿Era posible que ya se hubiera enamorado de Connor? Durante su corto

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El Club de las Excomulgadas "Antes del Amor", era lo que parecía ahora. ¿Cómo, se preguntó, veía las cosas de manera tan diferente después de pasar tan poco tiempo con Connor? ¿Después de pasar sólo una noche increíble en sus brazos? Y, sin embargo, no podía negar que incluso los colores en su paleta eran más intensos ahora. Más profundos. Una voz en su cabeza le dijo que debería estar viendo el hecho de enamorarse de Connor como un desastre, el más grande de su vida. Pero esa atemorizante voz sonaba tan igual a la que le había dicho durante muchos años que hermoso. Recogió su pincel y entonces, antes de que posiblemente pudiera estar lista para ello, todo el infierno se desató, sus dedos, manos y brazos, todo la empujaba a pintar tan rápido como pudiera. Las imágenes llegaron tan rápido como podía ponerlas en los lienzos, una tras otra. Y mientras que había similar movimiento, color y energía en las pinturas que había hecho desde su llegada a Poplar Cove hacía ocho meses, había algo más en estas pinturas. Más emoción. Más ternura. Cuando por fin dio un paso atrás para recuperar el aliento, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba pintando a Connor en todas las formas en que lo veía. Nadando a través del lago, haciendo abdominales en la playa, pero también desnudo y descendiendo sobre ella en la cama, sus ojos llenos de deseo mientras le decía que era hermosa. Ella estaba pintándolo como un héroe, salvando al mundo en solitario. Y luego, de pie en medio de las llamas, fundiéndose por dentro, pero haciendo todo lo posible por ocultarlo.

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ella no sabía cómo pintar, que no podía seguir su propio corazón y crear algo

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El Club de las Excomulgadas Saltó cuando un sonido agudo la tiró fuera de la zona. Al darse cuenta que era el teléfono, dejó caer su pincel y corrió a atenderlo. Después de esta mañana, el teléfono se sentía como un portador de malas noticias. ¿Qué noticias podrían venir ahora? Rogaba que no fuera algo que lastimara más a Connor. —Ginger, cariño, soy yo. Ah, su madre. Ella se dejó caer en una de las sillas de la cocina más cercana. estaba en absoluto interesada en las idas y venidas de un grupo de amigas de su madre, se alegraba de la relación cada vez mayor con ella. Sorprendentemente, en los ocho meses desde que se había ido de la ciudad, habían hablado más por teléfono de lo que lo habían hecho en persona durante todo su matrimonio cuando vivían en la misma calle. —Lamento no haber estado en contacto desde la semana pasada. Como sabes, he estado muy ocupada con la recaudación de fondos para la próxima temporada de ópera. Su madre se aclaró la garganta y Ginger tuvo la extraña sensación de que estaba incómoda. Alexandra Sinclair nunca se sentía incómoda y eso envió un destello de inquietud por la columna de Ginger. —En todo caso, querida, tenía que llamarte y contarte la noticia. Antes que la oyeras de alguien más. Ginger pudo oír a su padre diciendo algo en el fondo. —No, ahora no puedo colgar sin decirle —le susurró su madre a él, antes de decirle a Ginger— cariño, cuando estuve en el almuerzo hoy me enteré de que Jeremy y su nueva novia...

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A Alexandra le gustaba contarle todos los chismes. Y a pesar de que Ginger no

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El Club de las Excomulgadas No fue difícil para Ginger llenar los espacios en blanco. —Ellos se van a casar. Honestamente, estaba contenta de que su ex pudiera encontrar la felicidad con otra persona. Todo el mundo merecía tener una oportunidad en el amor. Incluyéndola a ella. Y a Connor, también. —Sí, se van a casar —su madre hizo un pequeño sonido de angustia—.

Connor entró en la cocina cuando ella dijo: —Oh. Ya veo. Un bebé —podía sentir sus piernas temblando, sus ojos comenzando a aguarse—. Pero él nunca quiso… —Oh, cariño, estás mejor sin él. Siempre lo estuviste. —Mmm —fue todo lo que Ginger pudo pasar por el nudo en su garganta. Afortunadamente, su madre no era una gran fanática de las escenas emocionales. —Si yo fuera tú, no le daría más vueltas. —No. No lo haré —mintió Ginger—. Te hablaré pronto, mamá. —Ginger —la llamó Connor, sus ojos oscurecidos con preocupación mientras se acercaba a arrodillarse frente a ella—. ¿Qué sucede? —Mi madre llamó. Mi ex marido va a tener un… La última palabra se perdió en su lengua, se negó a salir, pero obviamente él había oído lo suficiente de la conversación para adivinarlo. — ¿Un bebé?

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Debido a que están esperando un bebé.

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El Club de las Excomulgadas Ella asintió con la cabeza, odiando la lágrima que rodó por su mejilla. —Quieres un bebé —dijo él una vez más, y un abrumador deseo la golpeó antes de que pudiera prepararse a sí misma. —Más que nada. — ¿Él era estéril? ¿Era ese el problema? ¿Es por eso que no tienes ninguno todavía?

perfectamente sincronizada, tan perfectamente Connor, que no pudo dejar de ahogar una. —No —dijo ella, una fracción de segundo antes de que su sonrisa se desvaneciera—. Ese no era el problema. —Entonces, ¿qué era? —Por un lado, nuestro matrimonio apestaba. —Un montón de personas tienen hijos cuando sus matrimonios apestan. Mira a mis padres. Fue lo único que hicieron bien juntos. —Jeremy no quería un bebé —no, eso ya no era cierto—. No conmigo, de todos modos. —Sé que he dicho esto antes, pero suena como una mierda estúpida. ¿Por qué demonios te casaste con él? Ella igualó la ira de sus palabras con las suyas. —Porque yo pensaba que él era lo mejor que podía conseguir. Porque no podía creer que realmente me quisiera. Que me hubiera elegido en lugar de una de las chicas perfectas de hermandad que se le arrojaban. Es por eso que no me fui durante tanto tiempo. Porque pensé que nunca conseguiría nada mejor.

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La risa era lo último que había esperado, pero su pregunta fue tan

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El Club de las Excomulgadas — ¿Y realmente querías tener un niño con este tipo? Jesús, Ginger, ¿no tienes ningún sentido en absoluto? ¿Qué diablos es lo que ves cuando te miras en el espejo? ¿Quién crees que eres? La respuesta era fácil. Una niña que nunca había sido lo suficientemente buena para cualquier persona, sin importar lo mucho que lo intentara. —Te vienes conmigo. Agarrando su mano, la sacó de la cocina, subió por las escaleras, entró en su entero, con la espalda de ella contra su parte frontal. —Yo nunca le he admitido esto a nadie antes —dijo él en voz baja— pero ¿sabes lo duro que fue mirar mis quemaduras la primera vez? Ella tragó saliva, cubriendo instintivamente sus manos y brazos con los suyos, acariciando suavemente las cicatrices en relieve. —Cuando desenvolvieron las vendas esa primera vez y vi los restos de lo que una vez habían sido perfectamente buenas manos, con piel en perfecto estado, tuve ganas de llorar como un bebé. Pero no podía. No con todo el mundo mirando. No cuando todo el mundo esperaba que fuera el bombero rudo. Ella nunca había pensado en lo difícil que era para hombres como Connor lesionarse y sentirse como si no pudieran romperse, ni siquiera una vez. Mirando fijamente a los dos juntos en el espejo, Ginger sintió que sus preocupaciones acerca de su peso eran increíblemente pequeñas. Cómo podía haber pasado tanto tiempo preocupándose por su tamaño cuando su cuerpo era, en esencia, perfecto. Claro, tal vez ella no encajaba en las normas culturales actuales de perfección, pero podía correr, saltar, nadar y pintar. ¿Qué diablos tenía ella para quejarse? Connor le acarició el pelo fuera de la cara.

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dormitorio, sin detenerse hasta que estuvieron de pie delante del espejo de cuerpo

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El Club de las Excomulgadas —Si estás pensando que acabo de decirte todo eso para invalidar tus sentimientos, te equivocas. —Pero es la verdad. Mis problemas no son nada en comparación con lo que tú has pasado. Él la apretó con más fuerza por la cintura, atrayéndola contra su pecho y muslos duros como una roca. —Así es como yo lo veo. He tenido un par de años difíciles con mi cuerpo, cuán bien construido estaba. Tan loco como me parece a mí, tengo la sensación de que nadie te ha dicho nunca esas cosas a ti antes de ahora —sosteniendo sus ojos en el espejo, él preguntó—: ¿Qué ves? El pecho de Ginger se cerró y tensó. —Sólo a mí. — ¿En serio? ¿Eso es todo lo que puedes ver, cariño? ¿No hay nada más? Tener a un hombre tan grande y fuerte siendo tan amable con ella... podía sentirse a sí misma derritiéndose en sus brazos. —No sé —susurró—. No sé lo que veo. Con sus manos y brazos todavía envueltos apretadamente alrededor de ella, le susurró: —Entonces, ¿qué tal si te digo lo que yo veo? Eres fuerte —su respiración se aceleró cuando él presionó un beso justo encima de su oreja izquierda—. Eres hermosa —él le hizo dar vuelta para que lo enfrentara y le ahuecó la cara entre sus grandes manos. Ella parpadeó hacia él y se perdió en sus ojos azules—. Y cada vez que te miro, me dejas completamente sin aliento.

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pero antes de eso todo el mundo me decía lo bien que me veía, lo fuerte que era,

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El Club de las Excomulgadas Poco a poco, la desnudó y ella absorbió cada toque, cada caricia, cada camino de sus dedos a través de su piel. Él pasó sus labios, su lengua, sus dedos por encima de cada centímetro de su piel con reverencia mientras sus ropas parecían desaparecer y ella temblaba en cada lugar donde la tocaba. Cuando por fin estuvo desnuda, él dijo: —Date la vuelta, cariño. No podía hacerlo. No con años de auto odiarse inundándola. Ella estaba tan segura de su triunfo. Pero él ya la estaba girándola entre sus fuertes manos, obligándola a ver algo que deseaba poder esconder para siempre; tal y como ella lo había obligado a verse a sí mismo la noche anterior. Dios, cómo odiaba este temor. Así que se obligó a mirar. Y perdió el aliento. —Me veo tan pequeña en comparación contigo —susurró. Con Connor detrás suyo, con todo su metro noventa, se veía diminuta. Nunca antes había pensado en esa palabra en relación consigo misma. Pero él era tan grande, tan amplio, que en lugar de tomar nota de sus protuberancias y bultos, ella vio sus senos, pesados por la excitación, la forma en que su piel brillaba por el sol de la tarde que la cubría en el porche mientras pintaba, el hecho de que sus exuberantes curvas eran el contraste perfecto a los músculos duros de Connor. —Dime qué más ves. —Una mujer que no creo haber visto nunca. —Es hermosa, ¿no es así?

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atónita. Había pensado que había derrotado a la bestia en su interior, había estado

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El Club de las Excomulgadas Mirándose a sí misma directamente a los ojos, probó esa palabra en su cabeza primero para asegurarse de que era verdad. —Sí. —Déjame mostrarte lo hermosa que eres, Ginger. Déjame amarte. La palabra de cuatro letras explotó en su cabeza, llenándola por completo. Ya no había ningún lugar a dudas. No con Connor viendo su belleza como también. Sería fácil, mucho más fácil sólo decirse a sí misma que estaba confundiendo sexo con amor como lo hizo con su ex marido. Pero ya no era esa niña ingenua. Ella era una mujer que conocía su propia mente, una mujer que conocía su propio corazón. Y sí, oh sí, lo amaba. Volviéndose de nuevo en sus brazos, lo atrajo hacia ella y entonces estuvo en la cama y él estaba deslizándose dentro suyo en una embestida gruesa, trabajando para sanarla con su cuerpo como ella había tratado de curarlo con el suyo. Con su nombre en sus labios mientras se mecían juntos, ella se perdió en el desplazamiento y deslizamiento de sus cuerpos, en la deliciosa fricción de su piel sobre la de ella, en la forma en que la llenaba por completo. Y cuando la envió tambaleándose sobre el borde fue la cosa más natural del mundo llevárselo con ella. Se quedó dormida en sus brazos, completamente satisfecha de escuchar los latidos de su corazón debajo de su oreja mientras sus ojos se cerraban y dejaba que el agotamiento la inundara. Ahora se despertó sola en la cama mientras el sol se ponía, con el sonido del teléfono sonando de nuevo, sola en la cama otra vez.

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nunca nadie lo había hecho. No cuando él quería desesperadamente hacerla verla

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El Club de las Excomulgadas Al final, pasó una buena hora al teléfono, recogiendo llamadas no sólo del hermano de Connor, sino de una docena de sus amigos de su equipo de Hotshot. Tantas personas que se preocupaban por él. Tantas personas que querían estar ahí para él. Por cada llamada que recogió, otro correo de voz entró. La madre de él sonaba como si hubiera estado llorando y Ginger estuvo egoístamente agradecida de no haber contestado esa llamada. Ella no habría sabido qué decir. Justo cuando pensaba que la pausa en las llamadas podría significar que la carrera había

—Hola, lamento molestarte de nuevo. Soy el padre de Connor. ¿Está él ahí? Pensó en todo lo que Connor le había dicho sobre su padre, mostrándole a continuación las cartas que Isabel le había escrito y la forma en que ella había reaccionado al ver de nuevo las páginas desvanecidas en el taburete de la barra en el restaurante. Ginger ni siquiera había conocido al hombre, y sin embargo, extrañamente, sentía que ya lo conocía tan bien. —Lo siento mucho, Sr. MacKenzie. Está fuera, pero le prometo que le haré saber que usted llamó en el momento en que entre. —Por favor —dijo el padre de Connor— sólo dile que estoy en camino. Voy a tomar el vuelo nocturno desde San Francisco. Colgó bruscamente el teléfono y ella se aferró a éste durante unos momentos antes de darse cuenta de que estaba mirando fijamente hacia fuera a la puesta de sol sobre el lago a través de la ventana de la cocina, con el receptor todavía en la mano. ¿Cómo, se preguntó, iba a reaccionar Connor a la llegada de su padre? Sin duda, Isabel iba a enloquecer. En lugar de tres semanas para prepararse tendría ocho horas. Ginger llamó al restaurante, pero cuando nadie atendió supo que debían estar trabajando como locos esa noche.

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terminado, el teléfono sonó una vez más.

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El Club de las Excomulgadas Ella estaba a punto de dejar un mensaje diciéndole a su amiga que la llamara. Esta noche. Cuando fuera. Pero justo cuando estaba a punto de colgar, decidió, que no, no era justo simplemente no escupirlo. —Andrew está viniendo, Isabel. Está tomando el vuelo nocturno esta noche. Pensé que te gustaría saberlo. Dejó el mismo mensaje en el teléfono en casa de Isabel, y después, cuando colgó el teléfono por lo que parecía la millonésima vez, ella vio un destello de luz

Alguien estaba ahí afuera con una linterna. Mirando por la ventana, reconoció la figura oscura como la de Connor, pero no podía entender lo que estaba arrastrando detrás de él. Una manguera, adivinó enseguida, aunque no podía entender por qué. Un par de minutos más tarde, cuando ella llegó a la arena tuvo que hablar en voz alta para hacerse oír por encima del ruido del agua pulverizándose por la manguera. — ¿Connor? ¿Por qué estás regando el bote? —Van a disparar fuegos artificiales esta noche. Sabía que el cinco de julio era el día en que se lanzaban los fuegos artificiales si llovía durante el cuatro. Sin embargo, no entendía que tenía que ver nada de eso con lo que estaba haciendo él en ese momento. —Pero todo está todavía mojado por la tormenta. No paró de llover hasta tarde esta mañana. —Nunca se puede ser demasiado cuidadoso. Finalmente, ella lo entendió. Aunque él estaba tratando de fingir que todo estaba bien, que podía rodar con los golpes, sin problema, no podía dejarlo pasar.

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en la playa en frente de la casa.

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El Club de las Excomulgadas El fuego no había quemado sólo sus manos. Era como si lo estuviera quemando por dentro también. Ella sabía exactamente lo que tenía que hacer para ayudarlo, había sabido todo el tiempo que la necesitaba para ayudarle a aceptar lo que había sucedido. —Tuviste un montón de llamadas telefónicas mientras no estabas. — ¿De quién?

tono de su voz. —Tu hermano llamó de nuevo, quería hacerte saber que tus amigos del equipo llamarían pronto. Y ellos llamaron, Connor. Tantos de ellos que no puedo recordar sus nombres, pero los escribí. Tu madre también dejó un mensaje —ella hizo una pausa—. Y tu padre, volvió a llamar también. Esperó a que él respondiera, pero cuando lo único que hizo fue asentir y continuar rociando agua sobre la madera y la lona ya empapadas, ella dijo: —Él quería que te dijera que está viniendo hacia aquí. En el vuelo nocturno. Estará aquí mañana. —Tienes que estar bromeando. Finalmente, una reacción. —Apaga la manguera, Connor. Habla conmigo. Por favor. Él apoyó la manguera, y ella se llenó de esperanza de que tal vez, sólo tal vez, él estuviera finalmente listo para dar su primer paso hacia la curación. —Ven a nadar conmigo, Ginger. Su cabeza dio vueltas ante el abrupto cambio, pero también por ser recogida en sus brazos. Porque ahora que sabía que lo amaba todo parecía tan diferente.

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Tan tranquila como su voz parecía, ella no se perdió el ligero cambio en el

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El Club de las Excomulgadas Más grande. Más dulce. Cien veces más intenso. Unas mil veces más aterrador. — ¿Nadar? —le preguntó estúpidamente. —Nadar de noche. Ahora mismo. Aquí. En la oscuridad, bajo los fuegos artificiales. Ella trató de sacudir su cabeza, trató de poner voz a la palabra no. El sexo y su boca estaba sobre la suya, tomando, dando, y ella no pudo hacer nada excepto seguirle la corriente. Y luego sus dedos también se estaban moviendo, tirando de su ropa, deseando quitarla más rápidamente, deseando que entre ellos no hubiera nada, queriendo estar tan cerca de él como fuera posible. Deslizando sus dedos entre los de ella, la llevó hasta el borde del muelle. — ¿Lista para saltar, cariño? Fue el cariño lo que lo hizo, lo que se llevó cualquier posibilidad de protesta. Y luego estaban saltando en el cálido aire de la tarde antes de chapotear y sumergirse, el agua fría quitándole el aliento que le quedaba. Y, sin embargo, el agua no se comparaba a Connor, quien había quitado su aliento desde el primer momento en que lo conoció. ***** Connor estaba haciendo todo lo posible para ahogarse en ella, para seguir perdiéndose a sí mismo en la suavidad de su piel, en el sabor de su boca, en la sensación de su lengua contra la suya. Y aún así, minuto a minuto, podía sentirse fuera de control, como una cuerda que se desenrollaba desde adentro hacia afuera, estrangulando sus entrañas en las vueltas mientras giraba más y más rápido.

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no resolvería nada para él. Pero sus manos ya estaban en su cuerpo, desnudándola,

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El Club de las Excomulgadas Le estaba costando todo lo que tenía mantener la calma. Durante toda su vida, sus instintos habían sido mantenerse en movimiento, usar la sangre y el sudor para superar los problemas. Pero esto era un infierno de problema. Y en este momento, lo único que tenía sentido era ir a un lugar donde lo único que importaba era la sensación. Donde su único objetivo era conducir a Ginger más alto, utilizar las manos y su boca para volverla suave y flexible debajo de él, oírla gritar su nombre mientras se corría. La llevó a una parte profunda en el lago donde podía pararse, pero donde Ginger envolvió sus brazos alrededor de su cuello y él no la besó con fuerza, no esta vez. Quería que este momento durara para siempre, quería que el resto del mundo se mantuviera a un infierno de distancia. Sólo aquí, con Ginger, mientras su lengua se deslizaba y bailaba contra la suya, sentía que el profundo dolor en su interior comenzar a retroceder. Sólo aquí, mientras sus manos se movían para ahuecar su rostro, se permitió aceptar que estar con ella era algo más que solo buen sexo, que estaba temblando por el poder de su conexión. Sólo aquí, en el agua fría y oscura, mientras Ginger lo guiaba a su interior con un jadeo de placer, y él se dejaba caer completamente en ella, podía ver alguna luz en absoluto.

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ella tenía que envolver sus piernas alrededor de él para mantenerse fuera del agua.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Catorce Isabel entró por su puerta delantera justo cuando los fuegos artificiales habían terminado. Ella dejó caer sus llaves en la mesa principal, no oyó nada de música golpeteando desde la habitación de su hijo y se preocupó por un segundo antes que se diera cuenta que él estaba probablemente aún en el centro divirtiéndose con sus amigos. Subió a su habitación para irse a la cama, su corazón palpitando mientras se el restaurante, toda la noche mientras servía decenas de comidas, sólo había estado a medias allí. Había querido sacar las cartas unas cien veces. Pero tenía un restaurante que dirigir. Yendo hacia el lugar en su armario donde había dejado caer su bolso, metió la mano y sacó el fajo de papeles. Todavía no podía creer que Andrew las hubiese conservado a todas. Eso significaba más para ella de lo que debería. Especialmente dado que había quemado todas las de él. Deslizándose por debajo de sus sábanas, encendió su lámpara de noche. Y mientras leía una carta tras otra, dos años de amor joven quemando las páginas, todo volvió a ella. Navegar junto a él, volcar el barco a propósito para que pudiera tirar de ella contra él en el agua, besarla hasta que otro barco venía alrededor de la curva hacia donde estaban flotando y se veían obligados a alejarse el uno del otro y dirigirse a su embarcación. Caminar por los bosques frondosos, sosteniendo su mano en la parte superior de la colina, todo el mundo a sus pies, amando cuando la apretaba contra el áspero tronco de un árbol temblando mientras sus dedos se movían debajo de su camisa, hacia su sujetador, llorando mientras sus grandes palmas la ahuecaban, la acariciaban.

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cepillaba los dientes, se lavaba la cara, se ponía el pijama. Durante toda la tarde en

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El Club de las Excomulgadas Remar hacia la isla y yacer en sus brazos bajo la luna llena, escuchando el latido fuerte y constante de su corazón mientras estrellas fugaces caían del cielo. Ella se acurrucó más profundamente bajo sus mantas mientras leía, deseando que estos dulces recuerdos fueran solo eso, temiendo el conocimiento de que no lo eran. Porque simplemente conocía demasiado bien la carta que iba a encontrar en la parte inferior de la pila, lo que diría.

La mañana llegó demasiado rápido e Isabel estaba tomando su primer sorbo de café para el día mientras se deslizaba sobre sus zuecos cuando vio la luz intermitente en su antiguo contestador automático. Estaba apoyada en la puerta delantera solo escuchando a medias, cuando por fin se dio cuenta de lo que Ginger había dicho. —Andrew está viniendo, Isabel. Está tomando el vuelo nocturno esta noche. Pensé que te gustaría saberlo. No. Dios no. El único truco era el que su corazón le estaba jugando. Ella deseaba tanto no perder su respiración, hacer que la sala dejara de girar, pero ya era demasiado tarde, y tuvo que poner una mano contra la puerta delantera para sostenerse a sí misma mientras su recuerdo más profundamente reprimido volvía a la vida en brillante tecnicolor. ***** Durante los últimos dos años, Isabel se había acostumbrado a salir a hurtadillas por la noche para estar con Andrew. Durante los veranos en el lago era más fácil cuando él estaba allí, justo al lado y podían reunirse en la isla o junto al viejo carrusel tarde en la noche. Pero el resto del año, cuando estaban de vuelta en la ciudad, mientras ella iba a la escuela secundaria y él asistía a clases en la Universidad de Nueva York, era más difícil verlo sin conseguir charlas

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―Tú la deseas. Puedes tenerla. Para siempre‖.

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El Club de las Excomulgadas interminables de sus padres. Deseaba que sus padres entendieran sus sentimientos, deseaba que pudieran ver lo perfecto que era para ella. En su lugar, decían cosas como: ―Eres demasiado joven‖. ―Tienes toda la vida por delante‖. Y su favorito: ―El primer amor no dura para siempre, cariño‖. Como si lo que sentía por Andrew fuera nada más que un enamoramiento infantil. Afortunadamente, él se había asegurado que el pequeño apartamento que compartía con un par de amigos estuviera cerca de la casa de sus padres. Cada vez involucrados en cosas de la música local, ella llenaría su cama con mantas para que pareciera un cuerpo antes de que irse por la escalera de incendios en la parte trasera, solo en caso de que llegaran a casa temprano y fueran a mirar. Andrew siempre estaba esperando allí por ella. Era un barrio seguro, solo madres con autitos y niños jugando a la pelota, hombres de negocios llegando tarde a casa del trabajo. Habría estado bien caminando las cuatro cuadras hasta su apartamento, pero él decía que nunca se perdonaría si algo le pasaba. Si ella se lastimaba viniendo a él. A veces irían a tomar un café y charlarían durante horas, o registrarían minuciosamente tiendas de libros usados que la gente había escrito sobre navegación, pero siempre terminarían de vuelta en su pequeño dormitorio, yaciendo juntos en su pequeña cama. La desnudaría hasta su sujetador y bragas y le diría cuánto la amaba. Cómo no podía esperar a que ella cumpliera dieciocho para que pudiera aceptar el anillo de compromiso que él le había dado, el que ella mantenía guardado en su cajón de los calcetines, y ponérselo en el dedo. Lo mucho que quería hacer el amor con ella, para hacer algo más que solo besarla y acariciarla. A veces, cuando las cosas se volvían demasiado intimas, cuando ella quería ir con él más de lo que quería respirar, apenas se separaban a tiempo. Se sentaban en lados opuestos de la cama, mirando los mapas náuticos clavados en su pared y planeaban su viaje alrededor del mundo hasta que recuperaban la respiración.

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que sus padres estaban fuera, lo cual era a menudo, ya que ambos estaban muy

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El Club de las Excomulgadas Pero a pesar de todas las reglas que rompía cada vez que se escapaba con él, Isabel había oído hablar de varias niñas en su escuela secundaria que habían tenido abortos, y nunca había querido estar en esa horrible posición. Pero últimamente, cuando ella se apartaba, había visto algo en los ojos de Andrew, una decreciente paciencia. No podía culparlo, no cuando eran los mismos ojos que la miraban fijo en el espejo cuando llegaba a casa desde su casa. Doliendo.

Unas mil veces, había imaginado lo que se sentiría. El largo y duro deslizamiento de él dentro de ella. Llenándola con su calor. Con todo lo que era. La ponía caliente sólo pensar en ello. Pronto, ella decidió. Antes de que los dos se volvieran locos. Pero no quería apresurarse, tener que ponerse rápidamente su ropa después de eso para llegar a su casa. Deseaba quedarse dormida en sus brazos, pasar una noche entera con él, despertar con él por la mañana y ver la luz del sol jugar en su rostro. Así que cuando sus padres le dijeron que habían sido invitados a tocar en un concierto fuera de la ciudad, y querían que ella fuera, se inventó la excusa de demasiada tarea, que necesitaba tener lista para sus exámenes. No podía esperar para decirle a Andrew sus planes, para compartir la deliciosa anticipación con él. No habían planeado verse uno al otro esa noche, pero después de decirles a sus padres que iba a encontrarse con una amiga, ella se dirigió a su apartamento. Tuvo que golpear con fuerza un par de veces para hacerse oír por encima de la música a todo volumen. Siempre había pensado que sus compañeros de cuarto eran un poco extraños, pero pasaba tan poco tiempo con ellos, que realmente no importaba.

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Anhelando.

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El Club de las Excomulgadas James abrió la puerta, sus ojos inyectados en sangre, su aliento oliendo a vino barato. —Hola, nena —le dijo, mirándola, como siempre lo hacía, ligeramente lascivo—. ¿Traes algunas de tus calientes amigas colegialas contigo? —No —dijo ella secamente, mirando alrededor de la habitación por Andrew. Pero él no estaba allí. Dirigiéndose a través de una nube de humo, más allá de una pareja besándose en el sofá raído, otra contra la encimera de la cocina,

La puerta de Andrew estaba cerrada y ella sonrió ante la idea de encontrarlo allí, inclinado sobre sus libros de ingeniería industrial mientras que la fiesta bramaba a un pasillo de distancia. Él le había dicho que era lo más cercano a obtener un grado en la construcción de barcos y cuando había observado a través de sus libros y vio todas las extrañas ecuaciones y gráficos, había estado muy impresionada. Ella no llamó. ¿Por qué lo haría, cuando había pasado tantas horas en su dormitorio? Su corazón pateó de nuevo ante la idea de lo que estaba a punto de decirle mientras giraba el pomo y abría la puerta. Ella ya sabía cuál sería su reacción, que la tomaría en sus brazos y la besaría hasta dejarla sin aliento. Pero a medida que la puerta se abría, en vez de encontrarlo en su escritorio, concentrándose en la tarea, vio a dos figuras moviéndose juntas en la penumbra. La sábana había caído y había tanta piel desnuda, más de lo que jamás había visto. Estaban mirando hacia atrás en la cama, como si hubieran tenido demasiado prisa para descubrir cuál era la forma correcta. Su primer pensamiento fue que no podía ser él. Pero lo era, oh Dios, ¿cómo podía?, y lo único que podía pensar en torno a la desesperación y la traición que rápidamente estaba tomando cada célula de su cuerpo, era que se suponía que debía ser ella debajo de él, no una chica hermosa con bronceada piel, de pelo largo y oscuro retorciéndose en la cama, gritando su nombre.

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entró en el oscuro pasillo.

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El Club de las Excomulgadas Pero en última instancia, fue la expresión de la cara de él lo que sabía que nunca sacaría de su cabeza. El intenso placer de la liberación, de todos esos años reprimidos de frustración sexual finalmente siendo liberados. Con otra chica. ***** Josh la encontró allí, apoyada contra la puerta delantera, sintiendo las

—Mamá, ¿qué estás haciendo? Ella parpadeó con fuerza, tuvo que trabajar como el infierno para alejar la visión de Andrew haciendo el amor con otra persona. —Nada —finalmente logró decir—. Sólo estoy preparándome para ir a trabajar. Él la miró como si estuviera loca. —Lo que sea. Viéndolo caminar a la cocina para buscar un tazón de cereal, volvió a pensar lo mucho que odiaba cómo las cosas habían estado tensas entre ellos desde aquella tarde en el restaurante cuando él la había volado. Forzando una sonrisa, le preguntó: — ¿Tienes algún plan divertido para hoy? Él se encogió de hombros. —Nop. Solo pasar el rato. Por supuesto que él no quería hablar con ella. Ya nunca lo hacía. Se mordió la lengua, sabiendo que tratar de forzarlo sólo le haría callarse más.

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mismas náuseas ahora como lo había hecho hacía muchos años atrás.

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El Club de las Excomulgadas Su hijo estaba creciendo. Y no había nada que pudiera hacer al respecto. Además, ¿no había querido que sus padres se quedaran con el programa cuando tenía su edad? Lo que, había descubierto a menudo en los últimos años como madre, tenía una inquietante tendencia a entrar en razón. La solución era fácil. Necesitaba relajarse. Retrocede un poco. Sin embargo, no podía irse sin pasarse y darle un beso en la cabeza, aunque él se apartó a mitad del beso. Agarrando sus llaves de la encimera, se dirigió al pueblo para abrir el Andrew fuera de su cabeza. Y convencerse de que no le iba a doler como el infierno verlo de nuevo. ***** Andrew MacKenzie nunca había planeado volver a Poplar Cove. Y sin embargo, acababa de llegar al Aeropuerto Internacional de Albany, tomó un auto de alquiler y voló a través de las mismas carreteras fuera de pistas que había recorrido tantas veces con sus padres cuando era un niño. Cuando niño, prácticamente había contenido su respiración hasta que su cabaña de madera entraba en la visión, saliendo a toda velocidad del auto en cuanto estacionaban. Ahora, al igual que entonces, su corazón latía con fuerza cuando hizo el desvío fuera de la carretera de dos carriles, pero por razones completamente diferentes. Ya no era un niño con toda su vida por delante. En cambio, era un hombre dirigiéndose hacia los cincuenta como una bala. Y todo lo que tenía para mostrar era un matrimonio fracasado, la jubilación forzosa de la firma de abogados a la que le había dado un centenar de horas a la semana, y un par de niños que apenas conocía. Esa era la peor parte. No conocer a sus hijos, tener que escuchar de extraños

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restaurante, trabajar horas extras, la única forma, para empujar los recuerdos de

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El Club de las Excomulgadas lo heroicos que eran, que eran dos en un millón, lo mejor de lo mejor. Ya debería saberlo, maldita sea, había hecho una promesa a Dios hace dos años cuando su hijo menor había acabado en la UCI, inconsciente y quemado, que si Connor se ponía bien, si salía del hospital en una sola pieza, Andrew haría cualquier cosa. Se convertiría en un mejor esposo. Pasaría menos tiempo en la oficina. Se acercaría a sus hijos. Pero no había funcionado así en absoluto. Connor era un superviviente de principio a fin, gracias a Dios, pero Elise le había presentado los papeles de divorcio acercado a Sam y Connor una y otra vez, ninguno de ellos había querido tener nada que ver con él. No hasta el año pasado, cuando Sam se había enamorado de una bella personalidad de la televisión de San Francisco. De repente, las líneas se habían abierto. Andrew sabía que tenía que dar las gracias a Dianna por ello, que había alentado a Sam a regresarle algunas llamadas, a aceptar un par de invitaciones a cenar. Connor, por otro lado, era un hueso mucho más duro de roer. A través de Sam, Andrew se había enterado de lo mucho que se identificaban con sus trabajos. Ser un Hotshot no era sólo algo que pagaba las cuentas, era lo que eran, todo el camino hasta la médula. Razón por la cual Andrew había ofrecido varias veces ayudar a Connor con el proceso de apelación al Servicio Forestal, pero su hijo nunca le había hecho caso. Y entonces ayer, Sam le había contado a Andrew la mala noticia. El Servicio Forestal pensaba que el accidente de Connor era demasiado extremo. Él nunca combatiría el fuego de nuevo. Andrew recogió el teléfono y compró el primer boleto a Albany. Connor lo necesitaba. Por una vez no le fallaría. El auto se acercó a Poplar Cove entre las cabañas, el lago brilló tan azul que casi pensó que lo estaba imaginando. Incluso con gafas de sol tenía que entrecerrar

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prácticamente el mismo día que Connor dejó el hospital. Y a pesar de que se había

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El Club de las Excomulgadas los ojos. Treinta años había pasado en San Francisco, y ni una sola vez tomó un fin de semana largo para ir de excursión, para lanzar una caña de pescar en la parte trasera de su auto y encontrar un lago bien surtido. Su pecho se apretó. Dios, cómo había extrañado este lugar. Frenó el auto para poder mirar el agua, las montañas, los familiares campos viejos. Por un momento, se olvidó de todo excepto su intenso placer por estar de vuelta en Blue Montain Lake.

ocurrió, poderosamente, que a pesar de que había estado experimentando una gran sensación de déjà vu desde el aterrizaje en Albany, el quid de la cuestión era que nada era lo mismo de lo que había sido hace treinta años. Claro, el viaje en auto era prácticamente el mismo. Los campos eran todavía como siempre lo fueron. El lago estaba lleno de barcos. Pero todos los sueños de Andrew estaban enterrados tan profundos que ya no podía decir qué era lo que ese chico de diecinueve años de edad, que una vez había sido, realmente quería. Todo lo que sabía era que no lo había conseguido. Un auto tocó la bocina detrás suyo y él puso su pie en el pedal del acelerador, el aparcamiento de grava detrás de Poplar Cove llegando finalmente a la vista. Deteniéndose, vio un auto y una camioneta. Durante la breve conversación que había tenido con sus padres, le dijeron que estaban alquilando la cabaña a una mujer joven. Asumió que la camioneta pertenecía a Connor quien, evidentemente, estaba trabajando en la cabaña para la boda de Sam. Saliendo del auto, tomó las escaleras hasta el porche y llamó a la puerta. Cuando miró dentro pudo ver a una mujer joven y bonita de pie delante de un caballete. Ella parecía estar bailando junto a algo, pero no podía escuchar ningún tipo de música. —Disculpe —dijo, pero ella no se giró, parecía no haberlo escuchado—.

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Pero mientras estaba sentado en su auto en medio de la carretera, se le

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El Club de las Excomulgadas Disculpe —dijo de nuevo, esta vez más fuerte, y esta vez, ella se volvió justo cuando Connor salió al porche. —Papá —dijo, no precisamente luciendo complacido de verlo. Sin embargo, Andrew no pudo evitar sonreír. Ir desde donde su hijo había estado, tendido bajo una sábana blanca conectado a máquinas a este hombre fuerte y joven... era un milagro. —Connor, te ves muy bien —dijo, todavía de pie al otro lado de la puerta

La mujer pasó junto a Connor y abrió la puerta. —Hola, soy Ginger. ¿Por qué no entras? Él entró y le estrechó la mano extendida. Pensó en caminar hacia su hijo y abrazarlo, pero no lo había abrazado desde que Connor era un niño pequeño. Andrew rápidamente desechó la idea como una mala. — ¿Cómo estuvo tu vuelo? —le preguntó Ginger mientras el silencio se alargaba varios latidos. —Bien —se aclaró la garganta—. Grandioso. Ella lanzó una mirada a Connor, e incluso desde esta distancia, Andrew pudo sentir una fuerte conexión entre los dos. —Debes estar agotado. —No, estoy bien. Descansé de un par de horas en el avión. El reloj de pulsera de Ginger sonó y ella lo miró con evidente consternación. —Lo siento, pero tengo que ir a trabajar —otra mirada rápida hacia su hijo—. Si quieres algo de comer, Connor sabe donde está toda la comida. Estoy segura de que él podría calentar algo para ti.

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mosquitera.

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El Club de las Excomulgadas Se dio la vuelta para dirigirse a la casa, rozándose contra Connor mientras pasaba. Andrew vio la reacción de su hijo, la forma en que sus dedos se extendieron para rozar los de ella. Andrew recordó cómo se sentía estar con una chica que podía noquearte con nada más que una mirada, con el suave toque de sus dedos sobre su piel. Había sido la mejor sensación del mundo. — ¿Quieres una Coca Cola? —preguntó Connor.

Connor alzó las cejas. —Está bien. Voy a conseguir una. ¿Ya se había enojado, por nada más que un refresco? Debería haber tomado lo que fuera que su hijo le ofreciera. Mientras Connor se dirigía a la cocina, Andrew miró alrededor de la vieja cabaña de madera. Lucía casi idéntica a la forma que tenía cuando era un niño. Algunos muebles nuevos, un tono más claro de verde en el porche, pero por lo demás era como si el tiempo se hubiera detenido. Ginger bajó las escaleras, entró en la cocina, le dijo algo a Connor que no pudo entender. No queriendo ser Tom el mirón9, retrocedió, pero no antes de que la alcanzara a ver ponerse de puntillas para besar a su hijo. —Espero verte más tarde —le dijo a Andrew mientras caminaba hacia la puerta mosquitera. Connor se sentó con su Coca Cola y Andrew deseó tener algo que hacer con sus manos, incluso si solo era abrir la pestaña de la lata.

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Tom el mirón, un personaje de la leyenda de Lady Godiva que no pudo resistir la tentación de mirar a la mujer por un agujero.

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—Ya he tenido suficiente cafeína para que me dure la semana.

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El Club de las Excomulgadas Había sido así el día que Connor había nacido, sus manos temblando mientras él iba a recogerlo. Los recién nacidos lo asustaban. Eran tan pequeños, tan indefensos, y en cada momento dependían de ti. Y aunque Connor era un par de centímetros más alto que él ahora, Andrew se sintió tan incómodo, tan inseguro de sí mismo. — ¿Cómo va el trabajo en la cabaña? —El cableado era un desastre. Los troncos se están pudriendo. El techo

Andrew asintió con la cabeza, trató de pensar en qué decir a continuación. — ¿Te quedas en el pueblo o...? —Aquí. Me estoy quedando aquí. —Eso es genial. Ginger parece una hermosa chica. Mierda, otra dura mirada de su hijo. Él era un abogado, debería saber cómo llevar una conversación en la dirección que él quería que fuera. — ¿Te has encontrado con alguno de tus viejos amigos? —Vamos a cortar el rollo. ¿Por qué estás aquí? Andrew se erizó ante el tono de su hijo, olvidándose de su intención de ser el tipo agradable. —Poplar Cove no es tuya, es de tus abuelos. Lo que la hace mía también. Tengo todo el derecho de estar aquí. —Te equivocas —Connor se levantó, miró hacia abajo en él—. Esta es la casa de Ginger ahora. Solo estás aquí porque ella te dejó entrar. Y eso es sólo porque ella no sabe absolutamente nada de ti. Andrew también se levantó, se enfrentó con su hijo. Él no era tan ancho por

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cayéndose.

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El Club de las Excomulgadas años de agotador trabajo físico, pero tenían la misma estructura básica. Aparte de los veinte años de diferencia entre ellos, estaban bastante igualados. — ¿Qué tal si cortamos derecho, entonces? Andrew había pensado que tenía que andar con cuidado. Al diablo con eso. Si Connor iba a venir hacia él a toda velocidad, iba a ver que su padre era lo suficientemente fuerte como para bloquearlo. —Tu hermano me llamó. Me contó lo que pasó. Que el Servicio Forestal míos. —Estoy bien. Por primera vez en mucho tiempo, Andrew se vio a sí mismo en su accidentado hijo. Él había hecho esa misma cosa una vez, trabajó como el infierno para convencer a todos, pero sobre todo a sí mismo, que el abrupto cambio que su vida había tomado era lo que él quería. —Toda mi vida he trabajado en hechos y datos por sí solos —le dijo a su hijo—. Estos son los hechos. Siempre has querido ser un bombero y nada más. Y ahora tu futuro ha sido jodido por un montón de trajeados. Desde una perspectiva legal, Andrew comprendía por qué el Servicio Forestal no podía arriesgarse a tener a un hombre herido en el campo que podía congelarse en un momento crucial. —Eso es un golpe brutal, Connor. Uno al que vas a tener que hacer frente tarde o temprano. —Te lo dije. Estoy bien. —No acabo de volar aquí en un vuelo nocturno de mala muerte para escucharte decir esa basura de negación.

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había rechazado tu apelación final. Es por eso que estoy aquí. Para cuidar de los

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El Club de las Excomulgadas La boca de Connor giró a un lado. —Ahora ese es un sufrimiento real. Un vuelo nocturno. Un sonido de frustración se propagó de la garganta de Andrew, dos años de invitaciones rechazadas para conectarse con su hijo todos viniendo a él a la vez. —Tus tests de coeficiente intelectual estaban por las nubes. Podrías haber sido cualquier cosa que quisieras. Sólo tienes treinta. No es demasiado tarde para volver a la escuela, convertirte en un médico o un profesor. Demonios, he oído que

—Piensa cuánto más fácil habría sido decirme eso por teléfono en vez de venir hasta aquí. —Maldita sea, Connor, soy tu padre. Hice a un lado todo lo demás en mi vida para venir aquí. Para ayudarte. —Tonterías. Nunca quisiste que Sam y yo fuéramos bomberos, no te cansabas de decir que era un trabajo sin futuro. Debes sentirte muy complacido de tener finalmente la razón. Andrew tenía que tomar un descanso, reevaluar, acercarse a Connor desde un ángulo diferente, pero antes de que pudiera hacer nada de eso, Connor estaba diciendo: — ¿Engañaste a mamá? ¿Qué demonios? — ¿Engañar a tu madre? ¿De qué estás hablando? Yo podría haber hecho un montón de cosas, pero nunca hice eso. —Yo ya sé de Isabel. Andrew abrió la boca, la cerró con tanta fuerza que sus dientes resonaron

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has sido un infierno de maestro para los novatos Hotshots estos dos últimos años.

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El Club de las Excomulgadas juntos. Ahora tenía sentido por qué Connor había estado tan enfadado desde el momento en que había puesto un pie en el porche. Con los dientes apretados, él dijo: —Conocí a Isabel antes... Todo estaba tan entrelazado. Andrew estuvo tentado a mentir, pero algo le decía que sólo volvería a morderle en el culo más duro.

querido a Isabel de vuelta después. A pesar de que había sido imposible. — ¿Fue Isabel la razón por la que no pudiste hacer que tu matrimonio funcionara? —Sí —él negó con la cabeza—. No. Todo fue hace tanto tiempo. Lo intentamos, Connor. Te lo juro. Tu madre y yo tratamos de hacer que funcionara. —Ella trató —Connor se puso de pie—. Tú no lo hiciste. La aflicción se estrelló contra Andrew mientras su hijo se alejaba, el botón de rebobinado en su cabeza llevándolo a través de los últimos minutos, resaltando todos los aspectos que había jugado mal. Algo le decía que si dejaba ir a su hijo ahora, habrían acabado. Completamente. Lo que significaba que tendría que jugar su última carta. El amor de Connor por su hermano. —Por favor, Connor —dijo, extendiendo la mano para agarrar el brazo lleno de cicatrices de su hijo—. Entiendo que no soy tu persona favorita en el mundo, que te gustaría echarme en el siguiente avión de regreso a San Francisco. Pero Sam y Dianna me pidieron que si puedo llevarla hasta el altar y quiero ser parte de la boda de Sam, hacer lo que pueda para ayudarlos a prepararse para ello. Se tragó todo lo demás. Quiero ser parte de tu vida. Llegar a conocer finalmente al

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—Salimos antes de conocer a tu madre —y él desesperadamente había

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El Club de las Excomulgadas hombre en que te has convertido. Tal vez estar para ti un día en tu boda. Connor no quería oír nada de eso. El silencio se prolongó lo suficiente para que Andrew sintiera riachuelos de sudor empezar a correr por su pecho. Y luego, finalmente, Connor se encogió de hombros. —Haz lo que quieras. No supone ninguna diferencia para mí —Connor agarró sus zapatillas de correr del porche—. Voy a salir a correr.

correr por la arena, desesperado por alejarse de él.

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Andrew se quedó de pie solo en el porche de la cabaña, viendo a su hijo

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Quince El cielo estaba azul brillante, el lago como el cristal cuando Josh desató la lancha de su madre desde el muelle en frente de su casa. Cinco amigos, incluida Hannah Smiley, se encontraban a bordo, abriendo las latas de refrescos y hablando de las enormes llamas de la fogata de anoche. Los conocía a todos ellos, con excepción de Hannah, desde que tenía cinco años. Algunos de ellos estaban a tiempo completo como él, otros sólo venían durante el verano.

ocho kilómetros por hora en la bahía y se disparó lejos del muelle, su enorme estela rápidamente lavando sobre la orilla golpeando los botes de sus vecinos en sus muelles. Hannah era la única razón por la que esta semana pasada no había sido completamente un desastre. Si no fuera por ella, habría más bien vuelto al loft de su padre en la ciudad, yendo a ruidosos y concurridos restaurantes, jugando a los últimos juegos de video en el horrible sistema de juego de su padre, bebiendo cerveza con los amigos de su padre en la noche de póquer mientras apostaba, y perdía, dinero real de sus apestosas manos. Volver a Blue Mountain Lake era como entrar en arenas movedizas. Pequeño. Aburrido. ¿Podría el restaurante de su madre ser más diferente de la animada oficina con diseño de arquitectura de su padre en la ciudad? Decoración roja y blanca de los cincuenta frente a vidrio y acero. ¿Cómo demonios habían conseguido juntarse alguna vez sus padres? Claro, él amaba a su madre y todo eso, pero ella era tan pueblerina. Mientras que su padre tenía los trajes más elegantes, los jeans y zapatos más geniales, incluso varios pares de modernas gafas que cambiaba toda la semana para que coincidieran con su estado de ánimo. Él miró por encima de su hombro hacia Hannah de una manera casual, no

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Poniéndose detrás del timón, hizo caso omiso de la velocidad permitida de

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El Club de las Excomulgadas para que ella se diera cuenta que estaba mirándola, a pesar de que sin duda lo estaba. Ella se veía bien con sus pantalones cortos blancos y camiseta amarilla. Mejor que bien en realidad. Todavía no podía creer que ella hubiera querido salir en su barco. No es que él fuera el perdedor del pueblo o algo, pero no salía con la multitud fiestera tampoco. Hannah tenía el aspecto de encajar con el grupo, pero de alguna manera, había elegido pasar el rato con él en su lugar. Genial. —Hombre, tu barco es genial —dijo su amigo Matt—. No puedo creer que

Josh se encogió de hombros. Síp, el barco estaba bien, pero había estado viajando alrededor de este lago desde que tenía cinco años. Tenía casi dieciséis. Ya no era un niño. Él estaba listo para un cambio, y para la oportunidad de mostrarle a Hannah el tipo duro que realmente era. Sobre todo después de que ese tipo en la playa hubiera enloquecido por sus fuegos artificiales. —Toma el timón —dijo, poniéndose de pie y saliendo a la proa. —Amigo, eso es ilegal —dijo Ben. Claro, pensó Josh, su madre enloquecería si lo viera montando la proa, pero ella siempre estaba encerrada en su restaurante al otro lado del lago. — ¿Cuándo fue la última vez que un guardabosque salió al lago y arrestó a alguien? —él miró a Hannah y sacudió la cabeza como para decir: ―Deberíamos haber dejado este perdedor en la orilla‖. Arrastrándose a través de la fibra de vidrio blanca, lo hizo hasta la barandilla de metal en la punta más lejana del barco. Colgando sus piernas por debajo de esta, él le gritó a Matt: — ¡Acelera!

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tu mamá te permitiera sacarlo sin ella.

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El Club de las Excomulgadas Una sonrisa malvada estaba en la cara de Matt cuando su amigo golpeó el motor a toda marcha, lo suficientemente rápido que los ojos de Josh se aguaron y la piel de su rostro sopló hacia atrás como si fuera un perro de caza. Demonios síp, esto le gustaba más. Adrenalina. Velocidad.

Ellos se movieron en un círculo cerrado para evitar un velero y estaban girando hacia la bahía cuando Matt casi apagó el motor en seco. — ¿Qué infiernos...? La palabra se detuvo en su garganta cuando miró hacia arriba. Su madre estaba de pie en su playa. Y estaba claramente gritando. Mierda. ¿Cuáles eran las probabilidades? Nunca salía del restaurante en mitad del día. Qué suerte la suya, ella tuvo que escoger el momento en el que había una chica en el barco. Inclinando la cabeza hacia abajo para que el pelo cayera sobre su rostro, evitó el contacto visual con Hannah. No quería verla riéndose de él. ¿Cómo diablos iba a vivir con eso? Sintiéndose repentinamente torpe, desenredó sus miembros de la barandilla y se arrastró de vuelta a través de la proa. —Dame el volante —gruñó y Matt saltó fuera del camino. —Estoy muy jodido si mi madre se entera de que estaba conduciendo tu barco —dijo su amigo. Matt se mordió las uñas, apenas a un paso de succionar su

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Peligro.

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El Club de las Excomulgadas pulgar como había hecho hasta los seis años. —Fue mi idea —dijo Josh—. Tomaré todas las críticas. Sin embargo, a pesar de que no quería que sus amigos o Hannah pensaran lo contrario, su estómago se retorcía y luchaba contra el impulso de vomitar. A principios del verano, su madre había dejado muy en claro para él que conducir su barco venía con responsabilidades. Estaba bastante seguro que romper la ley no era una de ellas.

pronto como empezó a atarlo, sus amigos saltaron. Saliendo última, Hannah se detuvo junto a él. — ¿Necesitas algo de ayuda? Sin levantar su cara para mirarla, él negó con la cabeza. —Nop. Nos vemos más tarde. Él podía ver los pies de Hannah en sus sandalias negras, las uñas de los dedos de sus pies pintadas de color púrpura. Durante un largo rato, ella se quedó parada allí en silencio, como si estuviera esperando a que él dijera algo más. O, tal vez, que la mirara de nuevo. Deseó que se fuera ya y lo dejara morir de humillación solo. —Um, tu madre está viniendo, así que supongo que será mejor que me vaya. Te veré por ahí. Tragó saliva por el enorme nudo en su garganta. ¿Por qué había decidido montar la proa hoy? ¿Por qué no podía simplemente haber llevado a todos a un paseo por el lago, pasándola bien? Los pasos de su madre eran fuertes y rápidos mientras caminaba por el largo muelle de madera para masticar su culo. Bloqueando el sol con su sombra mientras

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Él tomó un cuidado extra al llevar el barco al muelle sin chocarlo, y tan

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El Club de las Excomulgadas se paraba por encima de él, sus primeras palabras fueron: —Podrías haber muerto. Levantó la mirada hacia su madre, tomó nota de la forma en que su voz temblaba, y supo al instante lo asustada que había estado de que algo le pasara. Pero, ¿no lo entendía? Él ya no era un niño. No había manera de que se hubiera caído, y aunque lo hubiera hecho, él sabía nadar profundo para evitar ser masticado por la hélice.

Su expresión pasó del miedo a la ira en un santiamén. — ¿Eso es todo lo que tienes para decirme? Ningún, “Lo siento, mamá, no voy a hacerlo de nuevo”. Ningún, “Oh vaya, no sé lo que estaba pensando”. ¿Sólo que saliste vivo de ello? Sabiendo que sería mejor comenzar a actuar arrepentido, dijo: —No sé lo que estaba pensando. No volverá a suceder. —Me asustaste demasiado, chico. —Lo sé. Ella lo miró durante un largo momento. —Parece que fue ayer que eras un niño. Se apartó de ella y recogió las toallas que había dejado en el extremo del muelle. Esto era exactamente a lo que él quería llegar. Necesitaba que ella entendiera. —Ya no soy un niño. Ella respiró hondo, luego suspiró.

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—No morí. Estoy bien.

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El Club de las Excomulgadas —Lo sé. Y es por eso que voy a tener que tratarte como un hombre joven, en vez de un niño —ella le tendió la mano—. Dame las llaves. Él se quedó quieto, sus dedos instintivamente cerrándose en torno a las llaves. —Te lo dije, no voy a hacerlo de nuevo. —Te creo. Pero necesitas aprender una lección. Y ya que soy tu madre, soy la que va a tener que enseñarte —ella arrancó las llaves fuera de su mano—. El

La indignación se disparó a través de él. — ¿Qué demonios se supone que debo hacer en este estúpido pueblo sin mi barco? —Mi barco —respondió ella—. Y ahora son dos semanas. Primero lo había avergonzado delante de Hannah. Ahora, ¿lo estaba castigando por una pequeña estúpida transgresión? —Apestas. Ella dio un paso hacia delante, empujado el dedo índice en su pecho. —Ahora mismo, tú también. La rabia le alcanzó, empujó las palabras. —Me gustaría todavía estar en la ciudad con papá —quería que ella se sintiera tan mal como él—. No me extraña que no quisiera quedarse contigo. No es de extrañar que se divorciara de ti. Pero cuando por fin consiguió lo que había estado buscando, vio el dolor en los ojos de su madre, en lugar de victoria sólo había un vacío. Sin saber cómo decir que lo sentía, no queriéndolo realmente tampoco, se fue corriendo del muelle.

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barco está fuera de los límites por una semana.

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El Club de las Excomulgadas Sería mejor para todos si se comenzaba a planear su fuga a la ciudad de Nueva York. Sólo que esta vez, iba a quedarse allí. Para siempre. ***** Andrew tenía la intención de regresar a su auto de alquiler, conducir al pueblo y encontrar una habitación en la posada. Sentarse y trazar un plan para conseguir que su hijo confiara en él. Pero cuando llegó a la hierba al final de las escaleras del porche y miró hacia el bosque que separaba su campamento del de

El camino trillado entre Poplar Cove y el campamento Sunday Morning había crecido a lo largo y las ramas lo arañaban a través de sus pantalones y camisa de manga larga abotonada. Vestía de manera equivocada para el lago. Cuando niño nunca había llevado otra cosa que pantalones cortos y camisetas. Se sentía como una persona vieja mientras poco a poco se abría camino a través del bosque, el tipo de persona del que se habría burlado cuando era niño, un novato total. Tropezó con un grueso tronco muerto y maldijo en voz alta mientras se sostenía a sí mismo en uno de los muchos álamos por los que sus abuelos habían nombrado a su campamento. Sus palabras no hicieron una gran impresión en el bosque, no como lo habían hecho durante tres décadas en la sala del tribunal. Recordó hacía dos meses, cuando el engreído joven Douglas Wellings, de treinta y cinco años, lo llamó a la sala de juntas. Allí estaba sentado el resto de la nueva guardia, una gran cantidad de niños que creían que todo lo que necesitaban para ganar los casos era rapidez y conexiones. Había unos cuantos viejos como él sentados allí también, pero ninguno le devolvía la mirada. Y fue entonces cuando él lo supo. Veinticinco años le había dado a la firma. Y todo se ha ido en un instante. Todos sabemos lo mal que está la economía. Tenemos que hacer algunos recortes en alguna parte. Es tan difícil tomar esta decisión. Gracias por su servicio. Ahora di adiós, abuelo. Durante días hizo planes. Demandaría por discriminación por edad. Por

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Isabel, como tirado por un imán, sus pies empezaron a dirigirse por ese camino.

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El Club de las Excomulgadas despedirlo sólo para que pudieran darse la vuelta y contratar a alguien más barato. Él se quedó despierto toda la noche en internet, estudió minuciosamente a través de sus libros, y estaba casi listo para entregar los documentos cuando Sam y Dianna le habían pedido reunirse en la ciudad. Ellos se iban a casar. Querían que llevara a Dianna al altar. Él torpemente había parpadeado para contener las lágrimas en el sofá de su sala de estar. Les dio las gracias profusamente por el honor, sabía que los había

Dejando su casa, se dio cuenta de que no estaba luchando contra su despido tan duro porque realmente quisiera su trabajo de vuelta. Se trataba simplemente de que quisiera demostrar que era digno de algo. De alguien. De cualquier persona. Aumentó el agarre sobre el tronco del árbol, sin darse cuenta que la corteza estaba cavando en su carne hasta un momento demasiado tarde. Otra maldición salió de sus labios cuando vio un hilo de sangre en su palma. Treinta años alejado de este lugar lo habían hecho un novato con manos suaves. Mañana a primera hora iría a la tienda para conseguir un nuevo conjunto de ropa para el lago. Chupando su mano con su boca, siguió haciendo su camino a través de los árboles. Los destellos de color azul entre los troncos y ramas se volvían más y más grandes hasta que el bosque dio paso a la arena. El sol se reflejaba en el agua y lo cegó momentáneamente. Y entonces la vio. Isabel. Ella estaba sentada en el borde de su muelle, con las piernas colgando en el agua, y su corazón dejó de latir en su pecho. Desde donde estaba parado, el tiempo se había detenido, y podía haber jurado que estaba mirando a la chica de quince años de edad, de la que había caído locamente enamorado. Su pelo rubio lacio todavía rozaba el borde de sus hombros y su contextura

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hecho sentir incómodos.

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El Club de las Excomulgadas era tan delgada como lo había sido cuando era una adolescente. Sin pensarlo, sus pies lo llevaron hacia ella. Una lancha rápida voló en la bahía y sus elegantes líneas modernas bruscamente lo catapultaron al presente. Jesús, ¿qué estaba pensando? ¿Qué podía volver a Blue Mountain Lake y rebobinar treinta años? ¿Qué podía ser todo como él deseaba que hubiera sido, en lugar de la forma en que había sido en realidad?

debajo de ella para ponerse de pie. Andrew trabajó como loco para encontrar una vía de escape. ¡Sólo date la jodida vuelta y corre, idiota! Pero sus pies no se moverían. En cambio, lo único que podía hacer era quedarse quieto como una estatua y ver como Isabel se daba la vuelta. Y lo veía. ***** Isabel cerró los ojos con fuerza, se obligó a tomar un respiro. Entre anoche y esta mañana, su cabeza se había vuelto más difusa y borrosa. Y luego, cuando Ginger había llegado a trabajar en el turno del almuerzo y dijo que acababa de conocer a Andrew, Isabel había sido golpeada por un intenso dolor de cabeza. Ella nunca habría soñado con dejar el restaurante en medio de la fiebre del almuerzo si no hubiera estado a punto de vomitar todo sobre las cebollas salteadas. Scott le había asegurado una y otra vez que tenía la situación bajo control. Ginger la había acompañado a su auto, le dijo que iría a verla más tarde, a ver si necesitaba algo. Y ahora, como si las cosas no estuvieran ya malas mientras Isabel se tambaleaba por su confrontación con Josh, Andrew decidió hacerle una visita.

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Justo en ese momento, Isabel se movió en el muelle, empujando sus pies

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El Club de las Excomulgadas Todavía sentía náuseas, pero estaba mareada ahora también. Había intentado convencerse de que verlo de nuevo no sería doloroso, que no importaría. Pero cuando abrió los ojos de nuevo y miró hacia Andrew MacKenzie, el primer chico que había amado, el dolor fue tan intenso que la dejó sin aliento. Treinta años había pasado diciéndose a sí misma que lo había superado. Pero ahora... ahora sabía la verdad. Lo sabía tan bien como conocía su propio cuando le había acariciado el pelo como un niño para que pudiera volver a dormir en medio de la noche después de un mal sueño. Ella nunca había superado a Andrew MacKenzie. Y ahora, aquí estaba él, de pie en su playa, mirándola como si hubiera visto un fantasma. Se llevó las manos a la garganta mientras trataba de recordar cómo respirar, mil inseguridades surgiendo a la superficie a la vez. Los diez kilos que había ganado, sobre todo en su estómago después de tener a Josh. Las líneas en su frente, al lado de sus ojos, alrededor de su boca y en su cuello. Las hebras grises que habían estado librando una guerra con las rubias y ganando sin luchar. Los jeans arrugados y la vieja camiseta que llevaba en la cocina, manchada de pesto y salsa de tomate que había hecho esa mañana. Tuvo la tentación de saltar al lago y nadar lejos, pero iba a tener que lidiar con Andrew alguna vez. Mejor acabar de una vez. Ella no se apresuró por el muelle, no puso una sonrisa en su cara, no tenía la voluntad para nada tan falso. Pero no frunciría el ceño tampoco, optando por ninguna expresión en absoluto, una cara en blanco que esperaba le dijera al hombre en su playa que no significaba nada para ella más que cualquier extraño. Cuando poco a poco, él se acerco, su cara camisa de botones prensada y pantalones ajustándosele a una T, aunque parecían ridículamente fuera de lugar en

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rostro en el espejo. Así como conocía la forma de la cabeza de Josh bajo su mano

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El Club de las Excomulgadas la orilla. Treinta años habían hecho mella en él también. Su cabello castaño claro estaba mayormente gris y parecía que no había dormido una noche entera en una década, pero eso era todo material superficial. Por mucho que ella deseara lo contrario, podía ver el magnífico joven que había sido alguna vez. Claramente, él todavía estaba en buena forma y ella supuso que invertía horas en el gimnasio para mantener su físico. Sus manos seguían siendo grandes, sus hombros aún amplios.

Oír su nombre en sus labios otra vez hizo que sus pies vacilaran debajo suyo y tuvo que cavar hondo para seguir moviéndose. Levantó la barbilla, encontrándose directamente con sus ojos. —Andrew. —Dios mío, eres todavía tan hermosa. Su aliento abandonó sus pulmones en shock, su boca abriéndose y cerrándose con el choque de sus palabras. —Te ves exactamente igual, Isabel. —Detente —ella levantó ambas manos, vio que estaban temblando y las metió en sus bolsillos—. No lo hagas. Ella tenía que cortarle el paso antes que dijera cualquier otra cosa, necesitaba dejar claro dónde estaban los límites. Y que él no tenía derecho a ninguna parte de su corazón. —Supongo que estás aquí para tener lista Poplar Cove para la boda de tu hijo. Él no respondió durante un buen rato, su mirada cada vez más intensa.

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—Isabel.

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El Club de las Excomulgadas Finalmente, asintió. —Sí. Y para ayudar a Connor también —se aclaró la garganta—. Está pasando por una mala racha en este momento. Tengo que estar aquí para él. Escuchar a Andrew hablar de su hijo con tanto amor apretó su interior. Él estaba demasiado cerca, lo suficientemente como para hacer estallar un millar de mariposas de sus capullos. Y, estúpidamente, no podía dejar de notar la ausencia de un anillo de bodas en su mano izquierda. Como si importara si estaba o no casado.

No había oído ese apodo en treinta años. No habría soñado con dejar que nadie la llamara Izzy. Sus oídos empezaron a sonar, un gemido agudo. No podía escuchar más de esto, no ahora, no en el muelle en frente de su casa, no en el mismo lugar en que él le había dicho que la amaba por primera vez. —No me llames así —dijo, pero las nubes dibujaban una cortina en el sol, convirtiendo la luz del día en la noche. Ella sintió que caía, quería que fuera en cualquier lugar, excepto en sus brazos.

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—Pero Sam y Connor no son la única razón por la que volví, Izzy.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Dieciséis Andrew levantó a Isabel y corrió por la playa hacia su casa. Verla perder el conocimiento de esa manera lo había asustado y aunque sus párpados ya estaban parpadeando abiertos, sus ojos trabajando para centrarse en su cara, él todavía estaba sacudido. —Estoy bien —intentó decir ella, pero las palabras sonaron débiles,

—Shh —dijo él, por instinto presionando sus labios contra su frente—. Te tengo —dijo mientras tomaba los escalones a donde recordaba estaba el antiguo dormitorio principal cuando era niño. Empujando la puerta con una rodilla, vio que de hecho Isabel había tomado cargo de la habitación de sus padres, la había transformado como si fuera suya. Gentilmente la puso en la cama, se trasladó al otro lado de la habitación y recogió una manta de un cofre en la esquina. La llevó de vuelta a la cama, la cubrió con esta, se sentó en el borde y le acarició el cabello. Un millar de emociones corrieron a través de él mientras la miraba, acostada en la cama, su pelo rubio desplegado en la almohada. No tenía sentido desear poder haber despertado junto a ella de esta manera una y mil veces en los últimos treinta años. Pero lo deseó de todos modos. Y luego ella estaba moviéndose por debajo de la manta, pateándola fuera para alejarse de él y sentándose en la cabecera de madera gruesa, sosteniendo su cabeza entre las manos. — ¿Qué quieres, Andrew? Lo recordaba ahora, ella nunca había sido una persona tímida, nunca había tenido miedo de decirle exactamente lo que pensaba. Pero estaba preocupado por la forma en que había caído en la playa, tenía que asegurarse de que no estaba enferma.

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totalmente diferente a ella.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Estás enferma? —No —la palabra fue un fuerte disparo de sus labios. —Te desmayaste. Se masajeó las sienes. —Tengo dolor de cabeza. No dormí bien —ella dejó caer las manos, mirándolo fijo—. ¿Por qué diablos estás aquí?

—Ya te dije que no me llames así. Respirando, descubrió que sus pulmones no querían tomar, o dar, ningún respiro. —He venido a decirte que lo siento. Ella parpadeó una vez, dos veces, casi como si estuviera tratando de averiguar exactamente qué juego estaba jugando. —Está bien. Él estuvo sorprendido por su respuesta. Tenía que haber más allí, ¿no? Pero ella ya estaba balanceando sus piernas por el lado opuesto de la cama. Él extendió una mano para detenerla. —No, espera. Él bajó la mirada hacia donde se estaban tocando, sintiendo la misma fuerte oleada de la electricidad que siempre había estado entre ellos. Sabía que debería alejar su mano, pero simplemente no podía dejarla ir. No cuando había esperado tanto tiempo para volver a tocarla.

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—Izzy...

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El Club de las Excomulgadas —Por favor. Necesito decir estas cosas. Su pecho subía y bajaba rápidamente cuando ella retiró su mano. —Está bien —se movió más lejos de él en la cama—. Adelante. No había tenido tiempo de ensayar esto, odiaba tratar de ganársela sin un plan. —La jodí, Isabel. Sé que ya sabes eso, pero he querido que me escucharas emborraché esa noche y... —Y te acostaste con alguien más —dijo ella, terminando rápidamente su oración—. La dejaste embarazada y te casaste. Él se quedó completamente rígido. —Tú fuiste la única que amé. Siempre. —Deberías haber pensado en eso antes de tener relaciones sexuales con ella. —Yo era un niño estúpido. Lleno de hormonas. No sabía qué hacer con ellas. — ¿En serio? —desafió—. ¿No pudiste encontrar nuevas excusas en los últimos treinta años? ¿No pudiste pensar en nada más que cuán duro estabas porque yo no te calmaría? Eso es triste, Andrew. Muy triste. —Te lo juro, si hubiera sabido la forma en que esto pondría nuestras vidas del revés, si hubiera podido ver cómo iba a salir todo, yo nunca lo hubiera hecho. —Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Crees que terminamos porque la dejaste embarazada, ¿no? ¿Por qué tenías que hacer lo correcto y casarte con ella? Crees que si hubiera sido solo una noche sin consecuencias, entonces yo eventualmente te habría perdonado.

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decirlo durante tanto tiempo. No sé lo que pasó hace treinta años atrás, por qué me

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El Club de las Excomulgadas Ella estaba de rodillas ahora en la cama, en el calor de su furia. —Pues te has equivocado. Rompiste mi confianza, Andrew. Nunca podría haberte perdonado, incluso si no hubiera habido un bebé involucrado. Observó impotente cómo se levantó de la cama, fue a su armario y volvió con un puñado de papeles. Los empujo en su pecho. —Aquí. Esto es tuyo —ella señaló la puerta—. Ahora vete.

había escrito, las que había mantenido en la cómoda en Poplar Cove. La desesperación lo desgarró. No podía dejarla ir tan fácilmente. No ahora que finalmente estaba con ella de nuevo. — ¿No te acuerdas de lo que era para nosotros, Izzy? ¿No te acuerdas de que íbamos a dejar todo atrás y dar la vuelta al mundo en un barco que construiría? ¿No puedes recordar lo mucho que me amabas? — ¡A ti, a ti, a ti! Ella estaba gritando ahora, viniendo hacia él desde el otro lado de la habitación, sus puños golpeando su pecho. Tuvo que poner sus manos sobre sus hombros para sujetarlos a ambos firmes. — ¡Yo, yo, yo! Cada cosa que has dicho hasta ahora ha sido sobre ti. Acerca de la cantidad de dolor que llevas adentro. De lo mucho que necesitas perdón. Acerca de cuánto has cambiado. Acerca de cómo debería mirar hacia las cartas como prueba de lo mucho que te amé. —Izzy, lo siento, yo no quería... — ¡No! ¡No más! —ella se apartó de él—. No quiero oír nada más. ¿Crees que debería estar impresionada de que siempre me amaras más que a tu esposa? —Ella es mi ex esposa ahora.

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Él miró abajo, dándose cuenta que estaba sosteniendo las cartas que ella le

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El Club de las Excomulgadas —Por supuesto que lo es —se burló—. ¿No entiendes que un hombre de verdad habría aceptado el desastre que hizo de sí mismo y tomado la responsabilidad? ¿No ves que un hombre de verdad habría dado hasta la última gota de sí mismo a su esposa e hijos y se hubiera asegurado de olvidarse de una chica que dejó atrás? Sus palabras fueron un lanzamiento a cien kilómetros por hora directamente a su estómago. Había tratado de ser ese hombre, entregarse a su esposa e hijos, pero cada año se hacía más duro hasta que un día simplemente no podía hacerlo más.

esto: Tú fuiste un infiel hijo de puta. La cagaste. Seguimos adelante con nuestras vidas. Así que si te hace sentir mejor, y consigue que te largues como el infierno fuera de mi vida, entonces voy a decir lo que necesitas tan desesperadamente oír. Te perdono. De hecho, simplemente no me importa en absoluto, cual sea la crisis de madurez que estás teniendo. Tengo una gran vida aquí en Blue Mountain. Una vida que he construido enteramente por mí misma, y no necesito que vengas al pueblo tratando de meterte en el medio de todo. Hizo una pausa, tomó un par de respiraciones temblorosas, luego juntó sus manos delante de ella. —Ahora bien, si hemos completamente terminado aquí, apreciaría mucho que te fueras. —Me iré —dijo en voz baja, a pesar del tamborileo rabioso de su corazón ante el conocimiento de lo mucho que todavía lo odiaba—. Te dejaré sola. Pero primero tengo que decir una cosa más. Sus ojos eran piedra fría cuando él dijo: —Realmente lamento lo que hice. Si pudiera cambiar el pasado, lo haría. Pero tienes razón, nunca me olvidé de ti. Y aunque sé que crees que eso me hace menos hombre, he pasado treinta años echándote de menos, Isabel. Treinta años amándote. Y a pesar de lo que sientes por mí, me voy a pasar los próximos treinta

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—Qué te parece si tú y yo dejamos nuestra pequeña reunión improvisada en

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El Club de las Excomulgadas sintiéndome de la misma manera. Él se alejó, sus ojos llorosos ahora, un cuadro perfecto de un hombre de mediana edad roto, mientras se abría camino por las escaleras. Ginger entró por la puerta principal de Isabel, exclamando con sorpresa cuando lo vio. —Oh, no esperaba que estuvieras aquí. Solo venía a comprobar... Ella se detuvo y él sabía que debía haber leído todo lo que estaba sintiendo

Ella le puso la mano en su brazo. — ¿Es la primera vez que ves a Isabel desde...? Jesús, incluso la novia de Connor sabía lo idiota que era su padre. —Está arriba —fue lo único que pudo decir—. Cuida de ella. Por mí. ***** — ¿Qué ha pasado? Isabel miró desde donde estaba todavía de pie, congelada, mientras Ginger se precipitaba por la puerta. — ¿Por qué estaba Andrew aquí? —preguntó Ginger—. ¿Por qué estaba al borde de las lágrimas? — ¿Estaba a punto de llorar? —Sí. Isabel estaba sorprendida por cuán cerca estaba la rabia de la tristeza. Sería mucho más fácil si pudiera aferrarse a su furia, envolverse en ella como una armadura.

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en su rostro. Debía haber visto la vergonzosa humedad en los bordes de sus ojos.

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El Club de las Excomulgadas Se suponía que el tiempo lo curaba todo.

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No lo hacía peor.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Diecisiete Después de meter a Isabel en la cama con un par de pastillas para la migraña, Ginger regresó a Poplar Cove, increíblemente sacudida por lo que acababa de ver. Andrew e Isabel obviamente se habían amado profundamente una vez. Y entonces alguien había cometido un error, lo suficientemente grande como para separarlos. Antes de hoy, Ginger habría asumido que treinta años eran suficientes

Los pensamientos de Ginger giraron de nuevo hacia Connor, al hecho de amarlo. No saber a dónde iba ese amor, si alguna vez podría aceptarlo. Si él podría alguna vez devolvérselo. Y cómo se sentiría ella en treinta años, si él no podía hacerlo. ¿Estaría rota como Isabel y Andrew? ***** Connor estaba dentro de la cabaña lijando los troncos a mano cuando ella entró. El corazón le dio un vuelco al verlo trabajar durante unos momentos de tranquilidad, el ch—ch—ch del papel áspero pulverizando lo viejo para descubrir la nueva y fresca vida escondiéndose debajo. Se dirigió derecho hacia él, lo apartó de los troncos para atraer su boca hacia la suya, lo besó como si hubiesen pasado semanas en lugar de horas desde que lo había visto. Cada momento con él era tan precioso. No iba a dar un solo segundo por sentado. No cuando ella acababa de ver una prueba de lo rápido que podría desaparecer. Que todo podría desaparecer en un instante. Ella debería soltarlo ahora, permitirle volver al trabajo, pero no podía.

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para superar el amor perdido. Ahora sabía lo equivocada que estaba.

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El Club de las Excomulgadas Todavía no. Le pasó una mano por el pelo, por un lado de la frente. — ¿Puedes tomar un descanso por unos minutos? No sonrió entonces, sólo deslizó su mano en la de ella, permitiéndole llevarlo por las escaleras hasta su dormitorio. Ella había decorado la habitación desvergonzadamente

femenina

y

colorida,

y

sin

embargo,

él

encajaba

perfectamente en medio de todo. La pieza faltante para hacer que todo se uniera, el intenso balance masculino que no había visto que fuera necesario.

de su pecho, levantando el dobladillo para presionar besos por donde sus manos vagaban. —Ginger —dijo, su nombre un sonido crudo, áspero en sus labios— ¿tienes alguna idea de lo que me haces? ¿Cuánto te necesitaba justo cuando entraste? Tirando de la camiseta por encima de su cabeza, apoyó la mejilla contra su pecho, y escuchó los latidos de su corazón. —Si es algo parecido a la forma en que yo te necesitaba —dijo suavemente contra su piel— entonces sí, lo hago. Las manos de él se enredaron a través de su pelo, inclinó su boca de nuevo hacia la de él mientras movía sus manos hacia sus jeans, haciendo estallar el botón, bajando el cierre y empujándolos fuera de sus caderas para que cayeran al suelo. Con sus manos, sintió su erección presionando el frente de sus bóxers. La lengua de él se deslizó en su boca y ella lo acarició a través de la fina tela, envolviendo su mano alrededor de su gruesa longitud mientras su lengua encontraba la suya. Pero entonces él apartó sus dedos con los suyos. —No así —él le quitó sus pantalones y bragas, antes de tirar de ella hacia abajo sobre la alfombra—. Justo así. Y entonces, él estaba empujando dentro de ella, sus caderas acunadas entre

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Ella deslizó sus manos bajo su camiseta, pasando sus manos sobre la pared

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El Club de las Excomulgadas sus muslos, hasta que palpitaba contra su centro. Sus ojos eran oscuros y calientes mientras se sostenía a sí mismo allí, por encima de ella, completamente inmóvil. —Dulce Ginger —susurró antes de besarla suavemente. Con ternura—. Yo... No dijo nada más, pero él no tenía que hacerlo. Podía sentir lo mucho que le importaba en la forma en que la besó, en la forma en que era tan cuidadoso con

—Lo sé —dijo Ginger, y luego su boca estuvo sobre la de ella otra vez y ellos estaban volaron. Y después de eso mientras yacía en el suelo debajo de él, tan perfectamente completa, sabía que aunque Connor en realidad nunca dijo la palabra amor en voz alta, al menos en ese momento con ella en el suelo de su dormitorio, él lo sentía. Esa noche, mientras cenaban en el porche, ella tuvo que preguntar. — ¿Cómo te fue con tu padre? —Él quiere ayudar con la cabaña. — ¿En serio? ¿Esa es la única razón que te dio por venir aquí? Connor se quedó en silencio por un largo momento. —Sam le llamó. Le dijo la noticia. Estaba preocupado. La noticia. Eso era todo lo que diría acerca de la llamada telefónica que había cambiado su vida. — ¿Qué le dijiste? Él levantó su cerveza, bebió de esta antes de responder.

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ella, incluso cuando pensaba que estaba siendo rudo.

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El Club de las Excomulgadas —Lo mismo que he estado diciéndole a todo el mundo. —Que estás bien. —Así es. Ginger se mordió la lengua en un esfuerzo por mantener su boca cerrada. Pero después de lo que acababa de pasar arriba se sentía tan cerca de él, demasiado preocupada como para seguir escuchando la misma mentira una y otra vez.

—Di eso de nuevo. Sus palabras eran frías. Duras. Pero ella no podía echarse atrás. No esta vez. —Sigues diciendo que estás bien. Pero tú y yo sabemos que no es cierto. No lo estás. No podrías. Todavía no. No cuando todo lo que alguna vez quisiste fue simplemente alejado de ti. —Jesús —dijo Connor, estrellando su botella sobre la mesa con tanta fuerza que una grieta apareció en el lugar que golpeó—. ¿Qué diablos pasa con ustedes? Creen que es un crimen mirar el lado positivo. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer? ¿Ver cómo el mundo es mi maldita ostra ahora? Ahora que la lucha contra el fuego no me está atando, no está tomando cada maldito segundo de mi vida, ¿no debería estar viendo las infinitas posibilidades? —Sí, Connor. Sí a todo eso. Pero eso no significa que no puedas llorar en primer lugar, dejar salir todo. Incluso si es sólo por cinco minutos. — ¿No lo entiendes? —él se apartó de la mesa—. Yo puedo viajar por el mundo, ver las siete jodidas maravillas. Seguir adelante hasta que me sienta como dando vueltas y vuelva a empezar. —Pero eso no es lo que quieres —lo desafió de nuevo.

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— ¿Alguien te cree todavía?

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El Club de las Excomulgadas — ¿Cómo diablos sabes lo que quiero? Ella empujó su silla hacia atrás, se acercó a él, y le tomó las manos entre las suyas. —Porque te conozco. Sé quién eres en realidad. Y quiero ayudarte. Por favor, déjame ayudarte, Connor. —Está bien. ¿Quieres ayudarme? Te mostraré exactamente cómo puedes

Él le dio la vuelta y la empujó en los troncos a sus espaldas, clavándola con fuerza contra la pared con sus muñecas agarradas firmemente en sus manos por encima de su cabeza. Él estaba respirando con dificultad y ella jadeó atónita de sorpresa ante su tratamiento brusco. —Sé que no quieres decir eso —dijo ella un segundo antes de que él le cubriera los labios con los suyos en un beso tan rudo que ella probó sangre. No estaba segura de si era de él o de ella, y la verdad torcida era que mientras su boca devoraba la suya, a ella no le importaba. No cuando lo único que quería era seguir enredando su lengua contra la suya. No cuando ella con mucho gusto tomaría el siguiente aliento de sus pulmones. Pero un segundo después estaba apartando su boca de la de ella y apretando su agarre sobre sus muñecas, lo bastante fuerte que gritó. Podía sentir la ira salir de él en ondas, como si estuviera incluso más enojado ahora, porque no había huido de él. Empujó su muslo entre los de ella, con tanta fuerza que una oleada de miedo la recorrió. Trató de apartarse de él, arrancar sus muñecas de su férreo control, pero él se limitó a sostenerla con más fuerza. —Háblame, Connor —le rogó. —Crees que sabes lo que quiero —dijo, sus palabras eran duras, totalmente

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ayudar. La única manera en que puedes ayudar.

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El Club de las Excomulgadas en desacuerdo con el sonido suave de las olas en la orilla—. Te equivocas. Esto es lo que quiero. Todo lo que quiero. Ella lo sintió dejar caer una mano de sus muñecas, pero en vez de dejarla ir, le arrancó su vestido de verano con un movimiento rápido. No podía ver sus ojos claramente en la oscuridad, sólo las sombras debajo de sus pómulos, los planos de su rostro, que era tan hermoso para ella. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido para encontrar alguna palabra para detenerlo, demasiado rápido que ni siquiera sabía si eso es lo que quería, y entonces él estaba con el intenso calor que siempre se vertía desde su cuerpo. Su cuerpo reaccionó al instante a su toque, abriéndose para dejarlo entrar, humedad rápidamente revistiendo sus delgadas bragas, la parte superior del muslo de él. —Connor —ella jadeó mientras instintivamente se frotaba contra él, buscando el placer que sabía era esperado en sus brazos, incluso ahora. Y entonces su mano estaba entre sus piernas. Sus caderas instintivamente se movieron hacia sus dedos, buscando más, pero incluso mientras empujaba dos dedos dentro de ella, incluso mientras ella respondía a su toque como siempre lo había hecho, fue golpeada con la sensación de que él estaba atrapado en el espacio entre la realidad y una pesadilla. Al igual que aquella noche en su habitación cuando había corrido para ayudarlo y Connor había tirado de ella con fuerza contra él. Y al igual que entonces, su temor se fue tan rápido como había llegado. Porque incluso con este borde áspero y desigual, ella sabía que él nunca le haría daño deliberadamente. ¿Cómo podía tener miedo de él, cuando en su núcleo Connor era el hombre más decente, más heroico que había conocido?

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cubriendo uno de sus pechos con su palma, apretándola rudamente, marcándola

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El Club de las Excomulgadas Una palabra de ella y él se detendría. Pero Ginger no quería que él lo hiciera. —Esto es lo que soy ahora —dijo él, las palabras crudas mientras salían de su garganta, su boca moviéndose a su cuello, chupando y mordiendo al mismo tiempo. Soltó sus muñecas con su otra mano y la movió hacia sus pechos, rodando un pezón erecto entre su pulgar e índice, haciéndola jadear de nuevo con otro golpe de puro placer—. Esto es en lo que me he convertido. Y ahora que has visto al

—Puedes tratar de convencerme cien veces —se las arregló para decir con el poco aire que le quedaba en los pulmones— y nunca te creería. Pero en lugar de calmarlo, sus palabras parecían enviarlo aún más cerca del borde mientras sus dedos se movían dentro, luego fuera de ella, el pulgar presionando contra su clítoris, su palma agarrando su pecho. Y entonces los temblores estaban apoderándose de su cuerpo, tensándose alrededor de sus dedos, sus ojos cerrándose, su cabeza cayendo hacia atrás contra un tronco. Cuando se corrió, su orgasmo duro lo que parecieron horas y él le susurró al oído: —Es tu elección, nena. Tómame justo así. O déjame jodidamente en paz. A través del aturdimiento del deseo, podía ver lo que él estaba haciendo, estaba tratando de usar el sexo como un arma. Tratando de romperla con este, empujando sus límites para ver si podía hacerla huir. Y tal vez si no hubiera estado huyendo durante muchos años, si no estuviera tan condenadamente cansada de ir en círculos y no llegar absolutamente a ninguna parte, podría haber dejado que la asustara. ¿No sabía que ella ya había hecho su elección? ¿Que lo elegiría cada vez? No sólo por la forma en que su cuerpo iba en espiral fuera de control cada vez que la tocaba.

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verdadero yo, es el momento de hacer tu elección.

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El Club de las Excomulgadas Sino porque amar a Connor era lo que su corazón sabía, era la emoción más verdadera que jamás había sentido. Nunca había pensado en anunciar sus sentimientos a él de esta manera, contra la pared, atrapada en su calor, su fuerza abrumadora, pero ahora veía que así era cómo habían sido las cosas con Connor desde el principio. Salvajes.

Aterradoras. Pero hermosas y totalmente preciosas, todo al mismo tiempo. —Te amo, Connor. El alivio de finalmente confesar lo que sentía, aceptándolo plenamente, fue tan dulce que tuvo que decirlo de nuevo. —Te amo con todo lo que soy. —No —sus ojos eran oscuros. Salvajes—. No lo haces. No puedes. —Lo hago. Puedo. Ella le acercó la cara con las dos manos, haciendo que la mirara. —Así que si esto es lo que quieres de mí, si esto es lo que necesitas para abrirte paso hacia el otro lado, entonces tómalo. Estoy entregándome a ti libremente. Él cerró los ojos, todavía luchando una guerra contra sí mismo, la misma que había estado luchando durante dos años. — ¿Me has oído, Connor? He hecho mi elección. Entregarme a ti. Porque te amo.

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Inesperadas.

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El Club de las Excomulgadas Y luego, por debajo de sus pestañas, vio salir una lágrima, sus dientes, su mandíbula apretadas contra esta, incluso mientras caía en un sendero lento sobre su pómulo, luego en su boca. Ella movió sus labios hacia los suyos, probando la sal allí. —Tómame, Connor —susurró contra su boca—. Soy tuya. *****

palabras de Ginger “te amo, Connor‖ se arremolinaron alrededor de su cerebro, envolviéndose alrededor de su pecho, el lugar vacío donde debería estar su corazón. Ella no podía amarlo. Allí no había nada para amar. No era más que un cascarón ahora. Un cascarón vacío. Trató de abrirse camino de vuelta a la cima, pero nunca se había enfrentado a una amenaza tan grande, ni siquiera en el fuego que había quemado su piel. Sintió la humedad debajo de sus dedos cuando ella suavemente tocó su cara. No había llorado en la montaña, no había llorado en el hospital, no había llorado después de la llamada telefónica. No había llorado hasta que empujó a Ginger en la pared, la hizo correrse para él, debajo de sus dedos, y luego la oyó decir... El dolor desgarrador en su pecho era tan intenso, que envolvió sus manos alrededor de sus caderas más duro, hundiendo sus dedos en su suavidad. —Ginger. Oyó la violencia en su nombre, la miró a los ojos, vio el amor en ellos, y sabía que tenía que parar. Alejarse. Dejarla en paz. Antes de que hiciera algo por lo que nunca se perdonaría a sí mismo. Y aún así, lo único que pudo decir fue: —No puedo dejarte ir.

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La oscuridad lo estaba tragando, tirando de él hacia abajo, cuando las

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El Club de las Excomulgadas —No tienes que hacerlo, Connor. Ya te lo he dicho. Nunca había luchado tan duro, y sin embargo, segundo a segundo, se iba más lejos, en el agujero negro en el centro de la resaca. Ningún fuego lo había asustado así, abrumándolo por completo. Su pasión por Ginger, el deseo sin fin que crecía a cada segundo que pasaba con ella, cada vez que la tocaba, era la fuerza más intensa que jamás había conocido. —Nunca debí haberte tocado. Debería haberte dejado sola. Tienes que huir

Estaba tan hueco como un tronco podrido, desmoronándose en el exterior, nada más que aire en su centro. —No debería hacer esto. Lo que estoy a punto de hacer. Fue la única advertencia que tenía. Lo único que podía hacer era esperar que ella fuera lo suficientemente fuerte para salvarlos a ambos, lo suficientemente inteligente como para huir rápidamente. Pero en vez de huir, en lugar de empujarlo lejos, sintió sus dedos rasgando sus pantalones justo cuando él arrancaba la ropa de ella. Él forzó las palabras: —No, Ginger —incluso cuando silenciosamente suplicaba, Sí. Por favor, no me dejes ahora. Y entonces, como si pudiera oír su oración silenciosa, ella dijo: —No voy a ninguna parte —y abrió más las piernas, sus pantorrillas viniendo alrededor de sus caderas. Sintió que la mano de ella se movía hacia abajo a sus bragas para hacerlas a un lado una fracción de segundo antes de que empujara sus talones contra su culo, llevándolo dentro.

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de mí. Tan rápido como puedas.

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El Club de las Excomulgadas —Déjate ir —susurró Ginger contra su frente—. Solo deja que se vaya. Y luego estaba envolviendo sus piernas más apretadas alrededor de su cintura para montarlo tan duro como él la montó, tomándolo más profundamente de lo que nunca había hecho antes. Pero cuando él rugió su liberación, fue el latido de su corazón contra su pecho lo que más sintió. —Me mudaré esta noche. Sus piernas todavía estaban envueltas alrededor de su cintura, sus brazos un idiota que acababa de hacer algo que nunca pensó que podría. Le había hecho daño, había oído su grito de dolor cuando la empujó contra la pared. E igual no se había detenido. No podía haberse detenido. Bruscamente, ella se desenredó de él. Lo empujó. Y fue entonces cuando vio los moretones en sus muñecas, visibles incluso en la tenue luz del porche. Moretones. De sus manos. —Escucho todo lo que dices —dijo ella—. Incluso las cosas que no dices. Especialmente esas. Pero no has oído una maldita cosa de lo que he dicho, ¿verdad? Ella era la única razón por la que había sido capaz de mantener las piezas juntas, y él se lo devolvía robándole su dulzura. Se lo devolvía haciéndole daño. —Yo te obligué, Ginger. Hice que me follaras. Aquí. Así. Se sentía perdido sin ella presionándose contra él, un hombre en una isla con nada más a qué aferrarse. Miró su vestido arruinado en el suelo, se subió los jeans con las manos temblorosas. —Fui un animal.

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alrededor de su cuello, el sudor goteando entre sus cuerpos semidesnudos. Y él era

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El Club de las Excomulgadas Un sonido de rabia brotó de su garganta. —Sí, querías hacerlo jodidamente. Querías tomar lo que hay entre nosotros y hacerlo feo y despreciable, pero no pudiste. ¿No ves eso, Connor? No pudiste. —Te hice correr. Puse mis manos sobre ti y te controlé. Ella agarró sus manos, metió una en sus pechos, la otra entre sus piernas. — ¿Crees que puedes hacer que me corra con sólo ponerme las manos

Ella le apartó las manos, dio media vuelta, su piel enrojecida por la ira. —Si me hubieras hecho daño, si realmente hubieras estado tratando de controlarme, yo no habría tenido un orgasmo como ese. Estoy enamorada de ti, Connor, pero eso no quiere decir que sea una marioneta de la que estás sosteniendo las cuerdas. —Tus muñecas. Le hice eso a tus muñecas. Ella se detuvo en seco y miró sus brazos. —Siempre me he magullado fácilmente —dijo con desdén, antes de mirar hacia él—. ¿Estás escuchando una palabra de lo que estoy diciendo? Te amo. Así como eres. Todo lo que quiero es que me hables. Que me dejes entrar. Él estaba tratando de captar sus palabras, estaba tratando de procesar la fuerza de su emoción, todo lo que estaba ofreciéndole, pero tan pronto como oyó la palabra amor de nuevo, lo golpeó, un golpe bajo en el centro de su estómago: sólo había una cosa peor que perder el uso de sus manos, sólo una cosa peor que perder toda su identidad como un bombero. Permitirse amar a Ginger... y perderla también. Porque ahora que todo de lo que había estado completamente seguro

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encima? ¿Simplemente frotándote contra mí? ¿Me estoy corriendo ahora? ¡No!

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El Club de las Excomulgadas durante treinta años se había convertido en humo, lo único que sabía con certeza era que todo lo bueno al final se le escapaba de las manos. Era la única verdad que sabía. La única cosa de la que podía tener la certeza. La frustración de ella se hizo eco desde el porche, a la playa, el agua rompiendo en la orilla. —Nunca pensé que fueras un cobarde, Connor. Nunca. Pero si te vas esta noche, sabré que lo eres. Es posible que te hayas demostrado a ti mismo ser un demostrármelo a mí.

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héroe cien veces en un incendio forestal. Bueno, esta es tu oportunidad de

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Dieciocho Fue una noche difícil. Andrew nunca había necesitado tanto el sueño, como abogado litigante, a menudo estaba levantado hasta altas horas de la noche estudiando detenidamente los escritos, sólo para despertar al amanecer para defender a su cliente, pero había despertado desorientado y confundido en la pequeña habitación de la cabaña en la posada. Preparándose una taza de café en la cafetera automática sobre la encimera

La noche anterior había pasado horas sentado en la oscuridad en el porche de su cabaña en las orillas de Blue Mountain Lake. Tras pasar su tarjeta de crédito y entregarle una gran y antigua llave, Rebecca, la bonita posadera, había dicho: —Me temo que nuestro restaurante aquí ya está reservado para la noche, pero si tiene hambre, puedo recomendarle altamente el Restaurante Blue Mountain. Isabel hace un trabajo fantástico con la comida allí. Aunque estaba muerto de hambre, no creía que Isabel agradecería verlo aparecer en su restaurante esta noche. O cualquier otra noche. Notando la fruta y las galletas en el aparador del salón, dijo: —Gracias, pero estaré bien con esta comida. Luciendo poco convencida, ella había dicho: —Sabe qué, ¿qué tal si meto mi cabeza en la cocina y veo si el cocinero puede preparar algo sencillo para usted y enviarlo hasta la cabaña en aproximadamente una hora? Fue lo más agradable que alguien había sido con Andrew durante todo el día, además de Ginger. Pero él no se encontraba bajo cualquier equívoco en cuanto a por qué estaba siendo tan maravillosa. No era porque él era un gran tipo. No era

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de la cocina, se puso de pie junto a la ventana y miró fijo hacia el agua.

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El Club de las Excomulgadas porque se merecía su bondad. Rebecca simplemente no lo conocía. Y ser agradable era su trabajo. Se había sentado en una silla de Adirondack10, mirando hacia el lago, observando los veleros, lanchas y kayaks pasar, pero en realidad no viendo a ninguno.

hijo, en el rostro de Isabel, como si cada uno de ellos enumerara todas las formas en que los había herido, todas las formas en que les había fallado. Pero no podía esconderse en la cabaña para siempre. Y extrañamente, a pesar de la discordia del día anterior, por primera vez en años, se sentía como si estuviera en casa. Treinta años había estado lejos sin ver este lugar. Treinta años se había mantenido al margen de sus errores. O pensaba que lo había hecho, de cualquier forma. Sin embargo, Blue Mountain Lake era una parte de su alma que no podía ser simplemente desechada u olvidada. Él había sido un bebé de verano, nacido en el pequeño hospital a cuarenta y cinco minutos de distancia. Se preguntaba si su vieja cuna todavía estaba en el ático de Poplar Cove, o si sus padres se habían librado de esta tan pronto como a Connor le había quedado pequeña. Todos los veranos cuando era un niño ellos habían venido al lago, una gran familia que incluía a sus abuelos también. Él había crecido jugando en la playa, nadando en las aguas frías a veces, navegando en cabrillas11, 10

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Las sillas Adirondack o Muskoka tienen un diseño cómodo para usar al aire libre. Ellas se construyen típicamente de tablones de madera lijados y acabados para mantener la silla suave y protegida de las partículas. Son de sentado bajo, semi- reclinadas y perfectas para descansar en un jardín. Cabrillas (también conocido como epostracismo, hacer patito, hacer la rana, hacer sapito o la chata) es un pasatiempo practicado al menos desde tiempos de la Antigua Grecia, pues Homero escribió sobre él. El objetivo del juego es lanzar un guijarro contra la superficie del agua de forma que rebote una o más veces antes de hundirse. Hay competiciones en las que gana el que más rebotes consigue antes de que el canto se sumerja.

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Durante toda la noche, lo único que podía ver era el odio en el rostro de su

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El Club de las Excomulgadas asando malvaviscos en palitos. Había estado tan seguro de la forma en que su vida se desarrollaría. Había planeado construir barcos. Veleros hechos a mano. Para dar la vuelta al mundo con una hermosa mujer a su lado. Se apartó de la ventana de la cabaña, sirviéndose una taza de café. Era demasiado tarde. Había perdido demasiado tiempo siendo un mártir, pasó los mejores años de su vida tratando de impresionar a la gente equivocada.

equivocado. De lo contrario no tenía sentido quedarse allí, no tenía sentido tratar de hacer crecer un par de bolas y volver a intentarlo con su hijo. Pero primero, comenzaría su día en el Blue Mountain Lake de la forma en que siempre hacía cuando era niño. Con un chapuzón en el lago. Rápidamente poniéndose su traje de baño, trotó hacia la playa vacía, por el muelle de la posada, y cayó al agua. Él estaba agradecido por la descarga de adrenalina que se disparó a través suyo cuando se sumergió bajo las aguas frescas. Una vez fuera del agua, miró hacia arriba y vio a Rebecca de pie en el porche de la posada mirándolo. Claramente avergonzada de haber sido capturada, ella sonrió y saludó, luego desapareció en el interior del edificio. Lo más gracioso sobre el descontento, Andrew había descubierto en los últimos años, era que él tendía a observarlo en otras personas, especialmente las personas que estaban tratando de ocultarlo. Algo en los ojos de la posadera, en el conjunto de su boca, le dijo que ella no era feliz. No, por supuesto, que fuera de su incumbencia. Sin embargo, él sabía lo que era buscar la felicidad y salir con las manos vacías. Después de una ducha rápida y afeitarse, se vistió y se dirigió al pueblo a pie. La posada estaba al final de la calle principal. El restaurante de Isabel estaba en el extremo opuesto del centro de dos cuadras del pueblo. Se había prometido que no la molestaría, pero eso no significaba que no podía parase en la calle, ver lo que

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Pero incluso mientras lo pensaba, esperaba como el infierno que estuviera

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El Club de las Excomulgadas ella le había hecho al lugar. Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban mientras pasaba por las pequeñas tiendas para turistas, el escaparate de una tienda de helados, el café/librería, la tienda de tejidos, el muelle público que dirigía las históricas excursiones en barco del lago, y un puñado de oficinas de negocios. Al llegar al restaurante, se sorprendió por su transformación. Cuando él e Isabel eran niños, el lugar había sido el centro de reunión de adolescentes en decadencia. Desde donde estaba parado casi parecía que ella había reconstruido niña, ella había sido notable. Inteligente, divertida y talentosa. Por no hablar de tan hermosa que casi dolía mirarla. Ella todavía lo era. Y todavía dolía. Una multitud de personas estaba reuniéndose afuera y cuando atrapó los fragmentos de conversación sobre cómo el restaurante nunca estaba cerrado a esta hora, Andrew se preguntó si algo pasaba. Un cartel escrito a mano en la puerta decía: CERRADO TEMPORALMENTE – ABRIRA EN BREVE. Y entonces la oyó, la voz de Isabel, frustrada, unas pocas maldiciones arrojadas al azar por añadidura. Antes de que pudiera pensarlo mejor, él estaba cruzando la calle y yendo detrás del edificio. Isabel estaba arrodillada junto a un tubo abierto que estaba vertiendo agua por todo el estacionamiento, una llave en sus manos. — ¿Dónde está la llave de paso? Mirándolo, su rostro se contrajo por la sorpresa; y luego irritación. —A dos pies de donde estás parado. No pude conseguir girarla. Aquí.

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todo el maldito lugar desde el principio. ¿Por qué estaba sorprendido? Incluso cuando

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El Club de las Excomulgadas Ella arrojó la pesada llave hacia él, y él la agarró una fracción de segundo antes de que lo golpeara entre los ojos. En otro momento, estaría encantado de dejarla conseguir algo de debida satisfacción al tirar su ira sobre él con una herramienta de mano, pero justo ahora necesitaba conseguir cerrar el agua antes que su pozo se vaciara por completo. Alguien había pintado sobre la válvula cerrada y tuvo que empujar duro para poder girarla. Agradeció ir religiosamente al gimnasio, de lo contrario se habría visto como el mayor perdedor en el mundo frente a la única mujer que más quería impresionar, giró hacia abajo la válvula hasta que ni siquiera un hilo estaba

—Gracias. La palabra podía haber sido gruñida, pero sabía que lo merecía. —No hay de qué —él trató de sostenerle la mirada, hacerle ver lo mucho que quería su perdón, pero ella se negó a mirarlo—. Yo estaría encantado de ir a la ferretería por un tubo nuevo, si lo deseas. —Esto ha ocurrido antes. Hice que el fontanero me dejara algunos de repuesto. —Lo haré por ti. Ella no se molestó en detenerse mientras caminaba por la puerta trasera. —No, gracias. Vi cómo él lo hizo la última vez. Puedo cuidar de mí misma. Pero no podía dejarla ir tan fácilmente. No cuando se negaba a creer que la noche anterior había sido por ellos. —Hay una fila en la acera frente al restaurante. Necesitas alimentar a esa gente. Tendré tu agua funcionando rápidamente. Yo sé cómo hacer esto, lo prometo.

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goteando del grifo.

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El Club de las Excomulgadas Ante la palabra ―prometo‖ sus ojos se estrecharon. Maldita sea, tal vez no había sido la palabra más adecuada para usar. —Por favor, Izzy, déjame ayudar. —Isabel —cerró la puerta de un portazo. ¿Por qué no podía, sólo una vez, decir lo correcto? Pero entonces la puerta se abrió de nuevo e Isabel arrojó una bolsa de

—No metas la pata. Cuando la puerta se estrelló detrás de ella otra vez, Andrew sonrió. Dejarle arreglar su caño no era una gran cosa, pero era algo. Un paso en la dirección correcta. Y un infierno mucho mejor que ser arrojado fuera de la propiedad. Él tomaría lo que pudiera conseguir y trabajaría desde allí. Un auto se detuvo en el estacionamiento y Ginger salió. Después de la forma en que ella lo había encontrado ayer en la casa de Isabel, el orgullo lo hacía querer irse antes de que lo viera. Pero eso era lo que él hubiera hecho antes. Lo que había hecho antes no había funcionado. Ya era hora de dejar de repetir los mismos patrones de joderla y aprender otros nuevos. Cuando Ginger estaba a una distancia de audiencia, el dijo: —Buenos días. Ella dio un salto. —Me asustaste. —Lo lamento. Sólo estoy ayudando a Isabel con algunas tuberías rotas.

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plástico a sus pies.

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El Club de las Excomulgadas Ella frunció el ceño en obvia confusión. —Oh. Eso es muy agradable de tú parte. Él notó las manchas oscuras debajo de sus ojos, sus párpados hinchados. Sería más fácil simplemente fingir que no lo había notado. Pero entonces recordó la forma en que ella había llegado a él a lo de Isabel. — ¿Todo bien?

firmeza. Sólida. Esta mañana, sin embargo, parecía encogida, lucía como alguien que simplemente había arrojado la toalla. Ella tragó saliva. Sacudió la cabeza. —No. Pero voy a estar bien —asintió con la cabeza hacia el restaurante—. Será mejor que entre allí. *****

¿Por qué estaba dejando que la ayudara?, se preguntaba Isabel. Ella podría haber arreglado las tuberías por sí misma. Y sin embargo, sus pies la habían llevado de nuevo adentro, sus manos habían agarrado los elementos y se los habían dado a él. Ella no había estado mintiéndole ayer. No lo iba a perdonar. Incluso si el rehacía el sistema de plomería del restaurante entero. Su cocinero entró desde el restaurante donde había estado bebiendo su primera Coca Cola del día. —Las personas están a punto de causar disturbios ahí afuera. ¿Puedo dejarlas entrar? Isabel asintió con la cabeza y momentos más tarde, un mar de rostros agradecidos se apresuraron a tomar sus asientos habituales. Y aunque sabía que

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No era una mujer grande, pero hasta ahora lo había golpeado por su

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El Club de las Excomulgadas todo el mundo dentro del restaurante seguramente estaría más feliz si ella tenía agua para hacer sus desayunos y café, una parte de ella esperaba que Andrew no fuera capaz de arreglarlo. Siempre había sido muy práctico, incluso cuando adolescente. Con los autos, las cañerías, los martillos. Sólo una vez, quería verlo fallar en algo. Pero unos minutos más tarde, cuando por un momento olvidó que el agua estaba cerrada y abrió el grifo, este funcionó a la perfección. Andrew, una vez más, había tenido éxito. Él había llegado sin previo aviso apuros. Maldito sea. Las órdenes se vertieron y pronto cada hornalla estaba cubierta y ella estaba en la zona donde lo único que debería estar pensando era en el siguiente pedido. Y, sin embargo, cada segundo estaba en guardia, esperando a que él llegara a través de la puerta de atrás, triunfante. Esperando su agradecimiento. Pensando que podían olvidar todo lo que había sido dicho. Pero el desayuno se convirtió en el almuerzo, y aun así no vino. A mitad de la carrera, sonó el teléfono en su oficina. Scott lo atendió y se lo entregó a ella, a pesar de que no estaba de humor para ser amable con quien fuera que estaba en la línea. —Restaurant Blue Mountain Lake. Habla Isabel. —Oh, bien. Me alegro de haberte atrapado. Mi nombre es Dianna Kelley y esperaba que me pudieras ayudar. El servicio de catering para mi boda acaba de retirarse y después de preguntar por ahí, he oído que eres una chef increíble. —Yo normalmente no hago bodas —dijo Isabel, más brusca de lo normal—. ¿Cuál es la fecha?

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como un caballero en su brillante caballo blanco para salvar a la damisela en

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El Club de las Excomulgadas —Treinta y uno de julio. Esa era la misma fecha en la que el hijo mayor de Andrew se iba a casar. Dejándose caer pesadamente en su silla de la oficina, preguntó: — ¿Tienes familia en el lago? —No, pero mi prometido pasaba los veranos allí cuando era niño. ¿Tal vez conozcas su cabaña? Poplar Cove. Sé que es en poco tiempo, y entendería totalmente si no puedes acomodarnos, pero Sam y yo apreciaríamos muchísimo si

La mujer acababa de darle a Isabel una salida clara. Lo lamento, estoy demasiado ocupada. Temo que simplemente no es posible. Entonces, ¿por qué no estaba diciendo que no y colgando el teléfono? La respuesta la golpeó clara entre los ojos: porque no era una cobarde. Así que no iba a huir. En su lugar, iba a enfrentar directamente sus miedos. Iba a triunfar, maldita sea. Unos minutos más tarde ellas habían resuelto los detalles iniciales. Isabel iba a atender boda del hijo de Andrew.

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por lo menos lo consideraras.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Diecinueve Durante toda su vida, la gente le había dicho a Connor lo valiente que era. Y él les había creído. Había hecho cosas que nadie más podía hacer, enfrentado riesgos imposibles, y salido sonriendo del otro lado. Había rozado la superficie de los mejores momentos de la vida. Se movía de una victoria a otra. Sin duda, el fuego en Desolation había sacudido su mundo. Era su primer roce con su mortalidad. La primera vez que se le ocurrió que no era Superman. Y, afuera las cosas serían como habían sido antes. Que no temería a nada. Que todavía sería invencible, y cuando la presión le empujara él todavía sabría cómo tomar todas las decisiones correctas, en cada ocasión. La llamada del Servicio Forestal había sido el comienzo de su caída. Pero fue el escuchar a Ginger decir "Te amo" lo que lo había enviado todo el camino por encima del borde. Porque la verdad era que, nunca había deseado nada, nunca había necesitado a nadie como necesitaba a Ginger. Nunca había estado completamente dominado por algo que no podía controlar. Incluso el fuego tenía reglas. Claro que de vez en cuando éste te aturdía, pero en su mayor parte sólo pagabas el precio cuando empujabas los límites. Pero lo que sentía por Ginger no tenía límites. Razón por la cual había tratado de alejar de una puta vez lo que sentía por ella. Era por eso que había intentado hacer que huyera. Y cuando no lo hizo, había hecho lo mismo que había temido desde el principio, lo mismo que él había visto venir. Le había hecho daño.

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sin embargo, había pensado —no, había sabido— que una vez que regresara allí

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El Club de las Excomulgadas — ¿Por qué no has subido? —le había preguntado ella esa mañana cuando había bajado a la sala de estar. Él se enderezó en el sofá, aturdido de ver a Ginger parada al pie de la escalera mientras la débil luz del sol entraba por las ventanas. Dios, era hermosa. Tan malditamente hermosa. —No puedo confiar en mí, contigo.

amaba. Cuando él menos se lo había merecido. Se puso de pie, diciéndole: —No puedo correr el riesgo de lastimarte otra vez. Eres la última persona en el planeta a la que hubiera querido hacer daño. Ella vino a él como si no lo oyera, no entendía que estaba tratando de protegerla de la profunda y oscura rabia que no podía aplacar. No había sabido lo mala que era hasta la noche anterior. Los moretones en las muñecas de ella le habían mostrado la verdad. Se detuvo a pocos centímetros, tan cerca que lo único que podía pensar era en atraerla hacia él, en rogarle que lo perdonara con su boca, sus manos, adorarla de la forma en que debía haberlo hecho la noche anterior. —He estado esperando que vengas a la cama, Connor. Toda la noche. Que subas y hables conmigo. Que me hables. No quería tener que hacer esto. Bajar hasta aquí y obligarte. De repente, ella pareció darse cuenta de lo cerca que estaban, y retrocedió un paso, luego otro. Cada centímetro que puso entre ellos hizo que el dolor en su pecho se volviera más grande.

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No después de la noche anterior. Y, sin embargo, ella le había dicho que lo

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El Club de las Excomulgadas Y luego sus manos se movieron a su pecho, casi como si estuviera protegiéndose de él y dijo: —Quería que abrirte conmigo fuera tu elección. —La vio salir por la puerta, escuchó su auto encenderse, salir por el camino de grava de la entrada. Todo había sido un borrón desde que ella se había ido. Había ido al taller, agarró el hacha más pesada que pudo encontrar, y comenzó a golpearla en el grueso tronco de un árbol. Pero todo el sudor en el mundo no podía empujar a Ginger fuera de su cabeza, no podía borrar la sensación de que todo lo que quería

Sólo que, al final, no tenía ni una condenada idea de cómo aferrarse a nada de eso. ***** Saliendo de su auto de alquiler detrás de Poplar Cove, Andrew vio a Connor arrastrando el enorme tronco de un árbol desde los bosques hacia la playa. Se apresuró para ayudar. —Yo agarraré este extremo. Connor no dijo nada, pero esperó a que Andrew agarrara el tronco. Dulce Señor, pensó Andrew cuando alzó el árbol desde el suelo, que pesado era. En cuestión de segundos estaba respirando duro, sudor goteando en sus ojos. Era todo lo que podía hacer para tratar de mantener el ritmo de su hijo. Al mismo tiempo, saboreó el trabajo. Esta era la primera vez que él y Connor habían trabajado juntos como un equipo. Finalmente, dejaron el tronco frente a la cabaña. Andrew quería tirarse en la arena y descubrir cómo respirar otra vez, pero Connor ya se dirigía de vuelta al bosque.

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estaba justo a su alcance.

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El Club de las Excomulgadas Cuando se había ofrecido a ayudar con la cabaña, había estado pensando en un martillo y clavos. No en estas cosas de He-man12. Tiempo de aguantar, decidió rápidamente al ver a su hijo desaparecer entre los árboles. Sin embargo, dos horas más tarde, Andrew estaba bastante seguro de que iba a tener un ataque al corazón. El dolor en sus brazos, hombros y piernas era implacable. Un gruñido acompañaba cada paso que daba. Pero se negó a darse por

Y entonces, Connor dejó caer el tronco que estaban cargando, tan de repente que casi rompió el pie de Andrew. Maldiciendo mientras saltaba fuera del camino, le frunció el ceño a su hijo. —Maldita sea, deberías haber dicho algo antes de soltarlo de esa manera. Pero en vez de contestarle con una réplica, Connor permaneció de pie en la arena apretando sus manos en puños, luego flexionando sus dedos una y otra vez. Oh mierda. Las manos de Connor. Habían quedado destrozadas después del incendio, cicatrizando lentamente, ahora Andrew había asumido que estaban bien. Debido a que Connor nunca había dicho lo contrario. Y nunca le había preguntado. Moviéndose junto a su hijo, dijo: —Son tus manos, ¿no es así? —Viene y se va —gruñó Connor. 12

He-Man and The Masters of The Universe, conocido como He-Man y los Amos del Universo en Latinoamérica y He-Man y los máster del Universo en España, fue una serie de dibujos animados de principios de los años 80. Transcurría en el fantástico planeta Eternia, donde HeMan, el hombre más poderoso del Universo, luchaba contra Skeletor para proteger los secretos del Castillo de Grayskull. Este personaje ficticio, parece estar inspirado a dos personajes míticos como Hércules y Sansón de la Biblia, sobretodo por los poderes que ambos personajes poseían para defender y luchar a favor de su pueblo.

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vencido, a ceder, a demostrarle a su hijo lo débil que estaba.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué? —El entumecimiento. El dolor. El primer instinto de Andrew fue proteger a su hijo. Encargarse de él en todas las formas en que no lo había hecho cuando era un niño. —Deberíamos contratar a alguien para hacer esto. —Como el infierno lo haremos.

—No es que no puedas hacerlo todo. Sé que puedes. Es sólo que tal vez sea más fácil si… —A la mierda con lo fácil —dijo Connor. Pero Andrew había visto el dolor en el rostro de Connor. —No seas idiota. Podrías hacerle más daño a tus manos. —Estoy bien. —No —dijo Andrew, mirando a su hijo directamente a los ojos—. No lo estás. Connor empezó a alejarse, pero Andrew agarró el brazo de su hijo y no lo soltó. — ¿Tienes alguna idea de lo que fue verte en ese hospital? Tumbado allí envuelto en vendas. Sin saber cuán malo era el daño. Si alguna vez serías capaz de utilizar tus manos de nuevo o si ya eran inútiles. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es ver a tu propio hijo conectado a esas máquinas sufriendo todo ese dolor?

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Andrew casi saltó hacia atrás ante la ferocidad en la voz de su hijo.

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El Club de las Excomulgadas Decir las palabras hizo que todo reviviera de nuevo, eso absorbió a Andrew de nuevo a esas primeras horas horribles, donde lo único que hizo fue hacer tratos con Dios. —Quería estar allí, en tu lugar. Le dije a Dios que me daría a mí mismo por ti, que me tomara en ese momento si tan sólo pudiéramos cambiar de lugar, pero él no estaba escuchando, no parecía importarle que mi hijo estuviera allí tendido allí inconsciente. Lo vi todo tan claramente. Todos esos años, todos esos partidos de las Ligas Pequeñas, los disfraces de Halloween, todo se había ido.

el cielo, a quien había maldecido tan a fondo, por que Connor estuviera aquí. —No quiero perder los próximos treinta años también. Connor se sacudió de su mano. —Quisiste volver aquí, ser un héroe, decir cuánto lo sientes. Pero a veces lamentarlo no es suficiente. Yo debería saberlo. El mensaje de su hijo no podía haber sido más claro. No importaba lo que dijera, o lo mucho que lo intentara, Connor no iba a perdonarlo. Bien, entonces no había razón para andarse con tiento alrededor. No había olvidado lo molesta que Ginger había lucido en el estacionamiento del restaurante esa mañana. — ¿Qué pasó contigo y tu novia? Connor había comenzado a alejarse, pero ahora se detuvo en seco, y se dio la vuelta. — ¿De qué demonios estás hablando? —Vi a Ginger esta mañana. En el restaurante. Se veía molesta. Algo pasó entre ustedes dos, ¿no es así?

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Apretó su agarre sobre el brazo de Connor, dio gracias en silencio a Dios en

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El Club de las Excomulgadas — ¿Quieres saber qué demonios pasó? Ayer por la noche me preguntó cómo habían ido las cosas contigo. — ¿Conmigo? —A ella no le gustó mi respuesta. No creyó una palabra de lo que dije. Y cuando tuvo razón en todo, perdí el control. La ataqué. Andrew reconoció el remordimiento que asolaba a su hijo. Treinta años

—Estabas enojado conmigo, ¿así que la lastimaste? —Enojado con cada maldita cosa. Esta conversación era como arena movediza. Pero eso era bueno. Porque eso significaba que él y Connor iban a pasar un infierno de tiempo tratando de salir de ello sin la ayuda del otro. — ¿Qué más pasó, Connor? Dime. —Ella dijo que me ama. —Connor estaba parado completamente inmóvil ahora, casi como si estuviera preparándose para el impacto—. Ella no puede amarme. No es posible. —Jesús, Connor. No puedes pensar así. No puedes entrar en una relación con una mujer maravillosa pensando que el amor es imposible. Ve con ella. Dile que lo arruinaste. Dile que lo sientes. Que vas a pasar el resto de su vida recompensándola por ello. Eran todas las cosas que había querido decirle a Isabel. Pero ya había sido demasiado tarde para entonces. Porque la madre de Connor había venido a él con la noticia de que estaba embarazada. — ¿De verdad esperas que siga tu consejo acerca de las relaciones?

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atrás, había sido él, odiándose a sí mismo con cada respiración.

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El Club de las Excomulgadas Y esta vez, cuando su hijo se alejó, Andrew tuvo que dejarlo ir. Debido a que Connor tenía razón.

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Él no sabía nada sobre el amor.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veinte El restaurante estuvo poblado durante el desayuno y el almuerzo, pero cuando el último comensal salió, Isabel dijo: —Parece que es momento para nuestra regular charla de la tarde, ¿no? Sin esperar la respuesta de Ginger, Isabel puso su mano en la pequeña

—Vamos a hacerla por el lago esta vez. Tengamos un pequeño cambio de escenario. Las familias estaban jugando a lo largo de la orilla. Los bebés chapoteando. Las mamás haciéndoles cosquillas. Los papás animando a sus hijos a nadar hasta la boya. Hermanos y hermanas burlándose de todo en los muelles flotantes en el agua, estallando con risas mientras se empujaban unos a otros. —Eso es lo que quiero —dijo Ginger con nostalgia. Isabel levantó una mano para cubrir sus ojos del sol. —No siempre es perfecto, ya sabes. Más tarde, en la noche, los chicos estarán peleándose en el asiento trasero, mientras el esposo y la esposa discuten por algo estúpido. —No estoy pidiendo algo perfecto —dijo Ginger—. Solo la oportunidad de tener algunos pocos momentos como esos. — ¿Qué pasa con Connor? ¿Hay alguna razón por la que él no pueda darte todo esto? Ginger medio rió entonces. —Vine aquí luciendo así —gesticuló hacia sus ojos todavía hinchados, su

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espalda de su amiga y la empujó a través de la puerta.

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El Club de las Excomulgadas piel manchada—. Y tú en verdad me preguntas eso. Como si hubiera alguna forma de que regresara a casa hoy y encontrara a Connor esperándome con rosas. —Las rosas no son tu estilo. Si él te conociera, te estaría esperando con un manojo de flores silvestres. —Créeme, no habrá flores. —Dime algo, al principio cuando te involucraste con Connor, ¿qué pensaste que iba a suceder? Porque, corrígeme si me equivoco, pero no tuve exactamente la más como el villano que venía a saquear Poplar Cove. Ginger retrocedió a la primera noche. A su pesadilla. —Tienes razón —dijo lentamente—. Supe desde el comienzo quién era él. Quien posiblemente no podría ser. —Y elegiste pasar el tiempo con él, de todos modos. Dormir con él. Sí. Había sido su elección. La misma que ella había hecho una y otra vez, la elección de estar con Connor. Él nunca le había mentido. Nunca le había hecho promesas que no iba a cumplir. Desde esa primera noche, hasta ahora, había sido brutalmente honesto. ―No deberíamos estar haciendo esto. No tengo nada que darte, Ginger. Nada de nada‖. Ella se había dicho que siempre que entrara en los brazos de Connor con los ojos bien abiertos, entonces no dolería. Se había permitido enamorarse de él sabiendo que no podría corresponderle. Pero

entonces,

la

noche

anterior,

cuando

se

le

había

ofrecido

completamente, casi sangrando de amor por él, algo había cambiado alrededor y

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sensación que venía cabalgando en su blanco corcel como el Príncipe Azul. Era

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El Club de las Excomulgadas dentro de su corazón. Porque, aunque le había dicho una y otra vez que lo quería tal como era, él todavía se mantenía alejado. Isabel la estudió en silencio. —Mira, sé que tienes sentimientos fuertes por él. Tal vez inclusive lo amas. Pero cariño, mereces mucho más que esto, lo sabes. Creía que ya te habías dado cuenta, que mudarte a Blue Mountain Lake y comenzar de nuevo tu vida, te había mostrado lo fantástica que eres. Cualquier hombre con quien estés bien debería

Ginger colocó sus rodillas bajo su barbilla, y envolvió sus brazos alrededor de sus piernas. —Después de dejar a Jeremy, me prometí que la siguiente vez sería diferente. Que esperaría pacientemente hasta que el hombre correcto llegara. Pensé que con seguridad me daría cuenta de la cosa real cuando la viera. Y entonces Connor había salido por la puerta y ella se había perdido. —Todas pensamos eso —dijo Isabel con una sonrisa arrepentida. —Y aunque lo sé bien —Ginger se encontró diciendo en voz alta— una parte de mí sigue esperando que Connor se convierta en ese hombre. Si solo le diera suficiente tiempo. Si solo lo amara lo suficiente. La mirada cuidadosa de Isabel se intensificó con preocupación. —No. No. Y no. Escúchame, no puedes cambiarlo. Él es el único que puede hacer eso. Y fue entonces cuando Ginger vio el problema real, tan claro para ella como el cielo azul, la espuma de las olas o los sonidos felices alrededor de ella. Tal como se lo había dicho a una y otra vez, no estaba herida por el modo en que ella y Connor se habían unido la noche anterior. Él no había sido tan brusco

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considerarse la persona más afortunada del mundo.

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El Club de las Excomulgadas como había pensado y ella realmente era más resistente de lo que parecía. El problema ni siquiera era que había herido sus sentimientos al escoger quedarse en el sillón de la planta baja en lugar de abrir su corazón a ella. No, ella estaba herida por otra razón. Y acababa de volverse tan dolorosamente obvia que se preguntaba cómo es que había llegado hasta este punto sin haberla visto. El problema real no era el modo en que Connor la había tratado. Era la

Ella se dolía tanto por él, quería tanto ayudarlo a curar sus heridas, que no había gastado ni un segundo en pensar en sí misma. Había puesto a Connor primero, de la misma manera en que siempre había puesto a su ex marido, a sus padres, a sus causas. Solo que esta vez era peor. Porque secretamente había creído que Connor vería todo lo que estaba haciendo por él y la recompensaría con su amor. Un amor que ella quería más que nada en el mundo. — ¿He cambiado en algo, Isabel? —preguntó ahora—. ¿Desde que me conociste por primera vez? —Mucho. He estado tan orgullosa de ti. Especialmente porque sé de primera mano cuán duro puede ser empezar de nuevo después de un divorcio. Has hecho un gran trabajo siguiendo adelante, Ginger. —Si eso es cierto, entonces ¿por qué estoy cayendo en las mismas trampas? ¿Por qué estoy trabajando tan duro para hacer que todos los demás sean felices? ¿Por qué se había dicho a sí misma que podría alimentarse de las sobras? ¿Qué un poco de afecto era mejor que ninguno? El brazo de Isabel la rodeó. —Oh cariño, eso es solamente la naturaleza humana. No te puedes culpar

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forma en que se había estado tratando a sí misma.

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El Club de las Excomulgadas por eso. Todo lo que puedes hacer es esperar que tal vez sea más fácil. — ¿Lo es? —preguntó Ginger a su amiga—. ¿Es más fácil la próxima vez? Isabel resopló. —Estoy casi segura que no quieres escuchar la respuesta. —Creo que ya la sé. Las imágenes todavía estaban con Ginger: Andrew viéndose perdido Ginger alguna vez había pensado ver a su fuerte amiga. —Si te hace sentir algo mejor —dijo Isabel— me he estado dando el mismo consejo desde ayer cuando Andrew me sorprendió en mi casa. Estoy trabajando como el infierno justo ahora para no culparme por todavía tener estos estúpidos sentimientos por un hombre que no he visto en treinta años. Estaba tan segura que sería diferente esta vez. Que solo pondría una pared que él no podría cruzar. Que no dolería tanto el solo estar cerca de él. —Lamento tanto que lo haga —dijo Ginger a su amiga, estirándose para abrazar a Isabel de regreso. —Yo también. Especialmente desde que he aceptado hacer el catering de la boda de su hijo. El mismo hijo con el que embarazó a esa chica la noche que me engañó. — ¿En serio? —En serio. ***** Isabel estaba parada en el pasillo de pinturas de la ferretería mirando hacia una docena diferente verdes que parecían iguales cuando Connor dobló la esquina

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mientras se alejaba de la casa de Isabel, Isabel más pálida y nerviosa de lo que

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El Club de las Excomulgadas rápidamente. Por un momento estuvo atónita por el parecido con su padre, tener una imagen clara de cómo se habría visto Andrew veinte años atrás le quitó la respiración. Connor estaba claramente preocupado, apenas mirando hacia ella mientras decía: —Lo lamento, no te vi. Lucía cansado y agobiado. De la misma manera en que Ginger había estado

Se dijo que debía mantener su nariz fuera de asuntos ajenos, pero maldita sea, se preocupaba mucho por Ginger para estar callada. Ginger no era solamente una amiga, era casi como una hija. —Connor. Finalmente se dio cuenta quién era ella. —Isabel. No fue hasta entonces que se preguntó si él sabría sobre ella y Andrew. Pero juzgando por cuán descontento lucía al verla, supuso que sí. Lo tomó como que ningún chico quería pensar en su padre teniendo sentimientos por nadie que no fuera su madre, sin importar lo viejo que fueran. — ¿Cómo está yendo el trabajo en Poplar Cove? —Muy bien —dijo—. Tú sabes cómo son esas viejas cabañas. Ella asintió, eligió una muestra de pintura, pensando en una manera diplomática de decirle lo que necesitaba oír. —Ginger es realmente importante para mí. Un músculo se movió en su mandíbula.

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a lo largo del desayuno y el almuerzo.

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El Club de las Excomulgadas —Sé que lo es. —Venir aquí luego de un mal divorcio. Empezar de nuevo. Sé lo duro que eso puede ser. El lago ha sido bueno para ella. Este pueblo. Esta gente. Todos la aman. Hizo una pausa, le permitió asentir, asegurarse que había captado lo que ella estaba diciendo. —Ginger es una persona maravillosa, Connor. Ella merece mucho más de lo

Él no se movió, apenas pestañeó, pero el destello de tormento en sus ojos casi la hizo arrepentirse de decirle estas cosas. Porque en el instante de un latido, Isabel había visto lo mucho que se preocupaba por Ginger. Y sabía que si terminaba dañando a su amiga, no sería porque no tenía un corazón. No sería porque no le importaba Ginger. A él le importaba. Pero Isabel también sabía muy bien que algunas veces amar a alguien no era suficiente. ***** El teléfono estaba sonando cuando Connor entró en la cabaña y casi lo arrancó de la pared cuando lo contestó. La voz de su hermano se oyó a través de la línea. —Tenía que chequear, ver cómo están yendo las cosas con papá. — ¿No pudiste impedirle que viniera?

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que pide.

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El Club de las Excomulgadas —No había nada que lo parara. Él era un hombre con una misión. Era la primera vez que hablaban desde el mensaje de Sam del Servicio Forestal y Connor sabía que era lo que venía a continuación. —Entonces, ¿cómo está todo por allí? —La cabaña se está trabajando bien. —No estoy hablando de la cabaña. Tú. ¿Cómo te está yendo a ti?

—Mal. La respuesta de Sam fue igual de corta y al punto. —Mierda. —Estoy jodiendo todo. —Me importa una mierda la cabaña. Tendremos la boda en algún otro lado. —No hablo de Poplar Cove. Sino de Ginger. — ¿La inquilina? ¿Te has involucrado con ella? Connor tenía que saber. — ¿Qué hace a Dianna diferente? —Todo. Connor no podía preguntarle a nadie más que a su hermano. — ¿Cómo lo supiste?

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No podía mentirle a su hermano.

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El Club de las Excomulgadas —No podía sacarla de mi cabeza. Cada maldito segundo, ella estaba conmigo. La relación de Sam y Dianna había abarcado diez años. No una semana, un golpe de martillo cayó inesperadamente en el centro del corazón de Connor. —Te llamaré más tarde —le dijo a Sam. No podía pasar otro segundo en esta cabaña, no cuando no podía empujar a

Isabel había puesto los puntos sobre las íes. Su advertencia no podía haber sido más clara. Deja a Ginger sola. Déjala ser feliz. Sin ti. Jesús. ¿Cómo iba a encontrar la fuerza para hacer eso? El viento era fuerte una vez más. Frío y mordiente, perfecto para su estado de ánimo. Necesitaba estar afuera con el velero Laser, dejar que el oleaje lo rodeara golpeándolo. Se dirigió al embarcadero, se desvistió y se puso uno de los trajes colgando de un gancho en la pared. El velero estaba polvoriento mientras lo llevaba profundo hasta la cintura en el agua hacia la boya. Sus abdominales se esforzaron mientras que se balanceaba encima del bote, desenrolló y elevó la vela y la enganchó en su sitio. Tan pronto como desenganchó el clip de la boya, el Laser se disparó a través del agua. Le tomó solo unos segundos encontrar su ritmo. Mientras más se alejaba de la orilla, más rápido abatía el viento. Sentía el martilleo hueco del casco de fibra de vidrio golpeando las olas crecientes, esperando que eso adormeciera su mente. La lluvia había comenzado a caer y le dio la bienvenida a la tormenta incluso cuando las gotas se volvieron gránulos. Agarró fuerte el timón mientras volaba sobre el agua, deseando por el momento cuando lo único que sintiera fuera el granizo sobre su piel, el rudo golpe

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Ginger de su mente.

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El Club de las Excomulgadas del agua por debajo del casco. Pero Ginger estaba allí todavía, en cada remolino de espuma en el que se estrellaba. Justo como Sam se había sentido con Dianna, Connor no podía quitar a Ginger de su cabeza. Cada segundo estaba con él. El viento cambio de dirección y apenas capturó el boom13 a tiempo antes que se estrellara en su cabeza. La lámina picó en su mano, pero apenas la sintió. No mierda de su nervio habitual. Pero entonces se dio cuenta que no eran solo sus manos entumeciéndose, era todo su brazo. Todo el camino hasta su hombro. En el fugaz segundo que perdió su concentración, el viento volteó el bote. Se expulsó tan lejos como pudo, su cuerpo paralelo al agua, sus abdominales duros, sus muslos flexionados mientras que se enganchaban a la parte inferior de la cubierta. Trató de enderezar el bote, pero una vez la quilla ya no estuvo en el agua perdió toda tracción. El velero ya estaba arrastrándose dentro del agua, sumergiéndose, volteando el bote completamente boca abajo. Perdió su agarre sobre el lado de la cubierta mientras se sumergía y tenía que nadar fuerte para evitar que el viento moviera el bote fuera de su alcance. Jesús, el agua estaba muy fría en el medio del lago y no tenía suficiente grasa corporal para resistirlo por mucho tiempo. Una y otra vez se arrastró sobre el casco tratando de alcanzar el centro del bote, pero estaba muy resbaladizo, tan condenadamente liso que sus manos no conseguían tracción.

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El boom es un palo largo que se mueve y que tiene una vela fijada a este.

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podía decir si sus manos estaban entumeciéndose simplemente por el frío o si era la

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintiuno La cabaña estaba vacía cuando Ginger llegó un rato más tarde. Mirando hacia la playa, notó que el velero ya no estaba atado a la boya. Pensar en Connor allá afuera con vientos como estos la tuvo instantáneamente preocupada. No, se dijo a sí misma. Él había crecido en este lago. Sabría cuándo era seguro salir y cuándo no lo era.

Después de cambiarse la ropa por una sudadera y jeans sucios con pintura, Ginger llevó su caballete adentro desde el porche ventoso y se paró en frente. Este momento era una prueba. Una prueba que ella desesperadamente necesitaba vencer. La aclamada muestra de Arte de Blue Mountain Lake iba a ser en dos semanas y éste era el comienzo de su semana libre para estar lista. Las buenas noticias eran que acababa de vender otra de sus pinturas de la pared del restaurante esta mañana durante el desayuno, pero significaba que tenía una pintura menos que poner en la muestra. Toda la semana necesitaría pintar como un remolino para tener todo hecho a tiempo. Especialmente dado que había entregado muchas horas de la semana pasada al placer de estar en los brazos de Connor. A la vez, pensó, estaba agradecida por la forma en que el tiempo con él la había estimulado. Unos cuantos dulces días en sus brazos, amándolo, habían proporcionado a su trabajo una sensibilidad emocional mucho más profunda. Pero si su creatividad estaba intrínsecamente atada a él estaba completamente perdida. Tomando una profunda respiración, levantó un pincel y decidió que no podía dejar que Connor tomara esto de ella también. Él ya tenía su corazón.

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Necesitaba parar de pensar en él a cada segundo.

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El Club de las Excomulgadas Merecía guardar algo para sí misma. No fue un comienzo fácil, pero Gracias a Dios, finalmente empezó a perderse dentro de sus pinturas. No sabía cuánto tiempo había estado trabajando, el tiempo simplemente se desvanecía cuando agarraba el ritmo, cuando levantó la mirada de su caballete y vio que el viento se había convertido en una tormenta llena de granizo y lluvia. Y fue cuando se dio cuenta que Connor todavía estaba afuera.

Corrió fuera de la cabaña, por la playa hacia el muelle. La cubierta estaba todavía sobre el bote a motor y la jaló, rompiéndose un par de uñas en su desesperación. La tormenta había enviado una densa niebla adicionalmente a la lluvia y al viento. Con el bote descubierto lo suficiente para que pudiera sentarse detrás del timón, rápidamente desató las cuerdas que lo sostenían al muelle y giró la llave del encendido. Quería ir rápido, cruzar todo el lago para encontrar a Connor, pero apenas podía ver a metro y medio de distancia delante suyo y tenía que navegar despacio. ¿Dónde estaba él? Rezó, más duro de lo que nunca lo había hecho antes, y entonces lo vio, un rápido destello de algo que parecía como el casco blanco de un bote invertido, y se dirigió hacia éste. Tuvo que acercase a seis metros antes de poder ver claramente el bote. No vio a Connor al principio. Perdió el agarre del timón cuando el shock de perderlo casi la destruye, pero entonces, un segundo después vio su cabeza y sus hombros, moviéndose arriba y abajo en el agua mientras trataba de treparse sobre el casco invertido. Connor estaba entrenado para salvar gente. Ginger no. Pero ahora que sus posiciones se habían invertido, sabía que necesitaba no solamente extraer de su

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En la clase de tormenta que podía destruir un pequeño bote de vela.

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El Club de las Excomulgadas propia fuerza, sino también de la de él. Firmemente, arrastró el bote junto a él, necesitando acercase tano como pudiera sin golpearlo. Con el viento y el enorme oleaje meciéndolos a ambos alrededor del lago, era difícil, pero se negaba a dejarse amilanar, dejarse llevar por el miedo que trataba de quebrarla. La vio entonces, yendo por él. Ella apagó el motor y se inclinó tanto como pudo fuera del bote sin caerse en el agua. Él estaba fuera de su alcance, más allá de sus dedos, pero sabía que no podía lanzarse al agua, no podía dejar que el bote de fueron capaces de atrapar los suyos. Jalándolo con una fuerza que no sabía que tenía, envolvió sus manos frías alrededor de su carne casi congelada y lo alejó del bote de vela. Él apenas podía cerrar sus dedos, y ella sabía que la combinación de frío y humedad junto con el daño en su nervio debía de estar haciendo que hasta el más pequeño movimiento incluso sea casi imposible. Pero entonces, fue él quien la jalaba y cuando los dos botes chocaron, saltó al bote de motor. No debía dudar de su fortaleza, aún en condiciones como éstas. Se obligó a mantener su enfoque hasta que tuvo el bote de motor seguramente atado al muelle. Ellos se preocuparían por recuperar el bote de vela más tarde. Solamente entonces se permitió mirarlo, poner sus brazos a su alrededor. Oh Dios, su piel había perdido el color. Estaba tan frío y temblando. De alguna manera necesitaba meterlo dentro de la cabaña, abrigarlo, asegurarse de que estaba bien. Pero él tenía mucha más fuerza de la que alguien más tendría; cuando ella salió del bote y se estiró para ayudarlo a salir, él estuvo rápidamente sobre el muelle, moviéndose con ella a través de la granizada hacia la cabaña. En el minuto que estuvieron dentro lo desnudó, luego jaló una colcha gruesa

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motor se alejara de ellos. Trató de alcanzarlo nuevamente y esta vez sus dedos

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El Club de las Excomulgadas de una de las sillas cercana y la envolvió alrededor de él. De alguna manera, había quedado atrapada en la manta, su cuerpo presionado fuerte contra el de él, pero cuando trató de zafarse para ir a hacer un té para calentarlo, se dio cuenta que sus brazos la sostenían otra vez. —Me asustaste —susurró en su cuello. Estaba temblando, más del miedo por casi haberlo perdido que por el frío. —Me salvaste.

hielo contra ella, sus manos y brazos estaban rígidos mientras trataba de volverlos a la vida masajeándolos con sus dedos. —Necesitas entrar en calor. Afortunadamente, el cuarto en la parte de atrás de la casa tenía ducha, de manera que no tenían que subir las escaleras. Segundos después, estaban parados juntos bajo la ducha, abrazados, Connor desnudo, Ginger completamente vestida. Se calentaron rápidamente, y ella nunca había estado más feliz de lo que estaba ahora de sentir sus labios en los suyos mientras que él doblaba su cabeza para besarla. Sus pezones se endurecieron contra su pecho y cuando él empezó a quitarle la ropa, la única cosa en la que podía pensar era que esto debía significar que él tenía sensaciones en sus manos. Y entonces estuvo desnuda también y Connor la estaba hundiendo sobre el piso azulejado de la ducha y ella estaba yendo con él. Una última vez, era todo en lo que podía pensar mientras sentía la gruesa cabeza de su polla presionar en ella, mientras la llenaba suavemente con su calor. Se concentró en memorizar cada última cosa sobre él, la pasión en sus ojos azules,

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Su piel todavía estaba tan fría, sus fuertes músculos eran como bloques de

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El Club de las Excomulgadas la emoción grabada en su cara. Un día encontraría otro hombre para casarse. Tendría hijos. Y trabajaría como el infierno para ser feliz. Pero nunca habría nadie como Connor. Después de lo que acababa de pasar, se merecía estos últimos momentos robados en sus brazos.

Jadeó de placer cuando él envolvió sus manos alrededor de sus caderas y la jaló fuerte hacia abajo, todo el camino sobre él. No quería dejarlo, no quería renunciar a Connor mientras le decía lo mucho que la deseaba, la necesitaba, cómo tenía que tenerla. Sus músculos comenzaron a contraerse alrededor de él y su gruñido de placer vibró todo el camino hasta el centro de ella. Una última vez. ***** Gracias a Dios ella estaba de nuevo en sus brazos. Era justo donde pertenecía, la única manera en que podía sentir cualquier clase de paz. Connor no podía creer lo estúpido que había sido para salir en el velero en medio de una tormenta como esa sin un chaleco salvavidas. La peor parte de esto era que no solamente había puesto su propia vida en peligro, sino que también había arriesgado la de Ginger. Ella no debería haber salido en esa tormenta para salvarlo, pero lo había hecho. La sintió moverse en sus brazos y, egoístamente, casi no la dejó irse. Pero sus brazos eran fuertes mientras se alejaba de él y se paraba. La miró salir de la ducha y envolverse en una toalla, entonces él cerró el

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Y luego sería fuerte.

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El Club de las Excomulgadas agua e hizo lo mismo, su corazón latiendo fuerte. —Connor. Necesitamos hablar. Oh mierda. Podía sentir lo que estaba por venir, lo que tenía que venir después de la forma en que él se había comportado anoche y esta mañana. Queriendo desesperadamente evitar que ella lo dejara, dijo: —Tenías razón. Cuando dijiste que estaba mintiéndole a todo el mundo. poner la pérdida en palabras—. Es peor que la manera en que me sentí cuando me desperté en el hospital. Sabía que mi piel volvería a crecer. Pero no conseguiré regresar de nuevo a la montaña, nunca conseguiré sentir nuevamente esa fiebre de enfrentar las llamas. Pasó una mano por su cabello mojado, forzándose a decir: —Estaba avergonzado de lo mucho que dolía. Es por eso que no quería hablar sobre ello. No había regreso ahora. Era el momento de dejarlo salir todo. —Si no es muy tarde, si piensas que puedes alguna vez perdonarme por ser un completo imbécil, no quiero perderte. Lo miró fijo. En cualquier otro momento hubiera sido capaz de leer lo que ella estaba sintiendo en su cara. No esta vez. — ¿Por cuánto tiempo? Él sacudió su cabeza, no entendía su pregunta, especialmente después de su difícil confesión. — ¿Cuánto tiempo?

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Saber que no puedo volver a mi trabajo, a mi equipo… —Se detuvo, tratando de

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El Club de las Excomulgadas — ¿Cuánto tiempo quieres tenerme? Oh mierda. Esta vez lo entendía, pero eso no quería decir que tenía una respuesta para ella. —Esto es más que solo una aventura de verano. Sabes eso. —Está bien entonces, coloca el otoño también. ¿Entonces qué? Ginger era muy consciente del hecho que él no tenía exactamente el futuro de plan. —No lo sé. Ella se volteó y dejó el baño. Él quería jalarla nuevamente en sus brazos, retroceder cinco minutos, empezar esta conversación de nuevo. Mejor aún, olvidar toda la conversación y solamente perderse en ella. —Cuando empezamos esto —dijo cuando los dos estaban en la sala de estar— pensé que podía hacerlo. Que una aventura de verano funcionaría para mí, que si era realmente afortunada tal vez podría durar hasta el otoño. El invierno tal vez. Sé que teníamos un acuerdo. Soy la que te dijo que no seas un héroe. Soy la que prácticamente te rogó que me hicieras el amor. Soy consciente que de repente estoy cambiando todas las reglas. Pero no puedo seguir adelante con esto. No puedo pretender que dos o tres estaciones son suficientes. No abrazarla mientras ella hablaba era la cosa más dura que jamás había tenido que hacer. —Lo quiero todo. Pasión. Devoción. Hijos. Amor. —Su mirada no titubeó—. Quiero un marido y un compañero. Quiero un hombre que quiera imaginar nuestros planes y un futuro juntos. —Jaló la toalla más fuerte alrededor de sí misma—. Quiero estar con un hombre que me ame tanto como yo lo amo. Connor habría dado cualquier cosa por hacer que las palabras salieran. Por

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planeado en este momento, que se estaba moviendo en el día a día sin ningún tipo

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El Club de las Excomulgadas ser capaz de decirle todo lo que ella necesitaba escuchar. Porque ella tenía razón, se merecía todas esas cosas y más. Las palabras de Isabel sonaron en sus oídos: ―Ginger es una persona maravillosa, Connor. Ella merece mucho más de lo que pide‖. Maldita sea, él no quería pensar en ella en los brazos de algún otro hombre, mirando atrás hacia su verano con él con una distante sonrisa de remembranza. Debería ser tan fácil. Dos pequeñas palabras. Eso era todo lo que necesitaba

Pero no podía decirlas. Mierda. ¿Qué estaba mal con él? Una mujer increíble le estaba dando la oportunidad de estar con ella, de pasar los siguientes setenta años amándola y siendo amado por ella. La miró entonces, sus rizos mojados y chorreando sobre sus hombros desnudos, su piel sonrosada del calor de la ducha y de haber hecho el amor, y aún así sus ojos verdes estaban vidriosos con lágrimas no derramadas, la determinación de esperar por la clase de amor que se merecía brillaba a través de ellos. De repente, él supo la verdad. Había estado enamorado de Ginger desde su primer beso, desde la primera noche en Poplar Cove cuando ella había sostenido su mano después de su pesadilla y se negó a dejarlo ir. Todo de lo que había estado tratando esconder se estrelló como un puño en su estómago, sacó el aire de sus pulmones. Porque ahora que sabía que la amaba, era imposible negar el resto. La amaba demasiado para pretender que no había un mejor hombre para ella allá afuera. Necesitaba estar con un hombre que ya tuviera el futuro decidido. Merecía un hombre que no estuviera trabajando como el infierno solo para hacerlo de un

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decir y ella sería suya.

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El Club de las Excomulgadas minuto al siguiente. Pertenecía a un hombre que no se mantendría tomando y tomando de ella hasta que no tuviera nada que dar. —Tienes razón —se forzó a decir, su garganta tan seca e inflamada como si hubiera tragado fuego—. Te mereces todas esas cosas, Ginger. Y yo necesito dar un paso al costado para que puedas tenerlas. Ella se encogió como si sus palabras fueran un golpe físico. Él nunca se había sentido peor, nunca se había sentido tan bajo. Especialmente después de la

—Eres una increíble mujer, Ginger. Nunca he conocido a nadie tan fuerte como tú. Tan preciosa. La parte egoísta peleó como el infierno para hacerlo decir cuánto la amaba. Rogarle que siguiera entregándose a él, aunque no tuviera ninguna maldita cosa que darle. —Si yo pudiera amar a alguien —finalmente se permitió decir— sería a ti. Ella aspiró temblorosamente. —Si yo pudiera dejar de amar a alguien —dijo suavemente— sería a ti.

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manera en que ella había arriesgado su vida para salvarlo.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintidós La tensión, la miseria, que impregnaba cada pulgada de Poplar Cove era tan pesada que Andrew estaba casi asfixiado con ella. No se tenía que ser un genio para ver que las cosas entre Connor y Ginger habían ido de mal a peor. No más roces accidentales entre los dos. No más miradas de complicidad. No más besos de despedida. Cuatro días se volvieron cinco mientras cada uno trabajaba en sus esquinas. nuevos troncos, Ginger pintando rápido y furiosamente. Connor apenas dijo dos palabras. Ginger trajo sándwiches, pero no los acompañó mientras comían. Andrew deseaba como el infierno poder ondear una varita mágica y hacer que estos chicos regresaran a donde era tan obvio que necesitaban estar, pero sabía que no era fácil. Se mantendría esperando que lo resolvieran, que la siguiente mañana regresaría y todo estaría bien. Justo cuando no creía que pudiera soportarlo más, cuando estaba de hecho considerando encerrarlos en el closet de abrigos y no dejarlos salir hasta que lo resolvieran, ambos dejaron la cabaña, cada uno yendo en direcciones opuestas de la playa. Fue tal el alivio de tener el lugar para sí, que casi se sintió culpable. Pero tanto como Andrew se preocupaba por su hijo, Connor no era el único con problemas. Aquí estaba él, finalmente cerca de Isabel, y no podía pensar en una sola excusa plausible para ir a verla. No cuando ella había dejado perfectamente claro que él necesitaba estar malditamente lejos. Sentía al reloj avanzando, y aún cuando un puñado de días añadidos a los treinta años no debería importar, sabía que sí lo hacía. Verla de nuevo, sostenerla en sus brazos, lo había llevado de regreso al chico de diecinueve años que había estado tan enamorado de ella.

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Connor cortando los viejos troncos podridos de la pared, Andrew lijando los

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El Club de las Excomulgadas Estaba resellando un par de nuevos troncos cuando el teléfono sonó en la cocina y sin pensar en ello —ésta había sido su casa una vez, después de todo— lo contestó. —Josh nunca apareció. Era Isabel y sonaba agobiada. Irritada. En pánico. Reconoció el nombre de Josh inmediatamente.

—Andrew. ¿Por qué diablos estás contestando el teléfono de Ginger? ¿Y cómo diablos es que sabes el nombre de mi hijo? Había sido incapaz de evitar mantenerse al tanto de ella todos estos años mientras estaba en California. Pero éste no era el mejor momento para contarle eso. —No importa —continuó antes que él pudiera contestar— no tengo tiempo para esto ahora. Necesito hablar con Ginger. Tan pronto como sea posible. —Se ha ido. También Connor. ¿Qué es lo que necesitas? —No puedo creer que esto esté sucediendo —dijo primero, luego—: Se suponía que Josh sería mi lavaplatos. Estamos a punto de ser sepultados bajo platos sucios. Si no encuentro a alguien pronto daré el día por terminado. —Estaré justo allí. Colgó antes que ella pudiera discutir, rompió el límite de velocidad todo el camino hacia el pueblo. — ¿No podías conducir más rápido? —le disparó antes de sacudir su pulgar hacia el fregadero cuando él entró por la puerta trasera—. Te enseñaré cómo funciona el Hobart.

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— ¿Tu hijo? ¿Algo está mal?

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El Club de las Excomulgadas Luego de su demostración de la gran máquina plateada que pulverizaba, lavaba y secaba los platos, copas y vajilla, ella preguntó: — ¿Alguna pregunta? —Ninguna —dijo, rápidamente poniéndose a trabajar en las enormes pilas de platos y copas sucios, tantos que rebalsaban del mostrador de acero inoxidable hasta el piso. Lado a lado trabajaron en silencio, su ritmo tan bueno como si no hubieran pasado estos treinta años separados, hasta que la situación estuvo

E incluso aunque nunca hubiera pensado que llegaría el día en que disfrutaría de algo como lavar platos, la verdad era que no se había sentido tan bien en años. Simplemente porque estaba cerca de Isabel. Horas después cuando el último cliente se había ido y estaba pasando el trapeador por el piso de la máquina, estuvo sorprendido de escucharla decir: —Gracias por tu ayuda. Odio decirlo, pero salvaste el día completamente. Y no apestas lavando platos, tampoco. —Sabes algo, realmente lo disfruté —se encogió de hombros y dijo—: Había olvidado cuánto placer puede haber en un trabajo bien hecho. Cualquier trabajo. Aclarando su garganta, ella dijo: —Iré a traer algo de dinero de la caja para pagarte. Su risa sonó fuerte por toda la cocina. —No quiero tu dinero, Isabel. Solamente quería darte una mano. Su espalda se puso rígida. —Sé que probablemente tienes un trabajo elegante… —Ya no.

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parcialmente equilibrada.

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El Club de las Excomulgadas Pareció estupefacta por eso. —Me despidieron. Lo llamaron retiro anticipado, pero esas solo son palabras elegantes. —Así que por eso estás aquí. —No tener un trabajo hace que haya sido más fácil venir —acordó— pero ya te dije porqué estoy aquí. Mi hijo me necesitaba.

Sus palabras estaban demasiado cerca de acertar para la comodidad de Andrew y empezó a abrir su boca para discutir, pero en lugar de ello, se encontró diciendo: —No he hecho ninguna labor manual en treinta años. Mi cuerpo me está matando. Ejercitarse cinco días a la semana en el gimnasio no te prepara para martillar clavos durante ocho horas seguidas. —Solías amar martillar clavos. Le impactó, poderosamente, que solamente Isabel supiera eso sobre él. —Tienes razón. Lo hacía. Y estoy aprendiendo a hacerlo de nuevo —asintió hacia el Hobart—. No sé si lavar platos tiene la misma magia, pero es bueno solo usar mis manos nuevamente. Sin importar para qué las estoy usando. Ella se dio la vuelta rápidamente, pero no antes que él viera cómo su piel había comenzado a enrojecer, la manera en que ella había aspirado aire rápidamente. Dios, quería tanto arrastrarla hacia él. Correr sus manos a través de su pelo, sobre su piel. Pero era demasiado pronto. Podía ver la verdad de esto aún a través de la fuerza de su deseo. Tenía que irse antes que hiciera algo estúpido, pero al mismo tiempo tenía que asegurarse que podía verla nuevamente.

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—Debe ser bonito venir y jugar al héroe.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Tienes a alguien que te ayude para la cena? Podía decir que ella no quería responder, vio lo mucho que odió decirle: —No, no tengo. — ¿A qué hora debería estar aquí? Ella recogió un cuchillo, lo pasó bajo el agua, luego lo secó con una tela limpia.

Tomó la luz reflejándose en la hoja de acero inoxidable como su indicación para irse. —No llegues tarde. Y no pienses que porque estoy permitiendo que laves mis platos significa que te he perdonado. —No lo haré —dijo por lo primero, aunque esperaba que pudiera cambiar lo segundo. ***** Tres horas más tarde, luego de hacer una cantidad de encargos en el pueblo a pie, incluso aunque era otro día caluroso y ventoso, para el momento en que Isabel regresó al restaurante no podía esperar para sacarse su suéter y abrigo. Si sus calores conseguían ponerse peor tendría que pasar toda la tarde en la habitación frigorífica. No, pensó, mientras que preparaba una media docena de pimientos naranjas y amarillos, realmente no había motivo para mentirse. Andrew le había hecho esto. La había hecho estar caliente. Esa tarde, de hecho, había deseado por un estúpido segundo que solo dejara de hablar, que no le

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—Cinco y treinta.

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El Club de las Excomulgadas permitiera decirle que se apartara, y la tomara allí mismo sobre la encimera de acero inoxidable. No debería haberla suavizado verlo parado junto al lavavajillas, usando el grueso mandil de plástico, los grandes guantes amarillos, pero lo hizo. Y saber que estaría de vuelta en cualquier momento para hacerlo todo nuevamente, para salvar su trasero, solo ponía sus nervios más en el filo. Y la llenaba de enfermiza anticipación.

motivos, buscar el verdadero significado detrás de sus palabras suaves. Planeando asar los pimientos, encendió el gas en su cocina y recogió el encendedor, moviéndolo sobre el gas. Las llamas saltaron más alto de lo que esperaba y estaba a punto de dar un paso hacia atrás cuando unas manos fuertes se envolvieron en su cintura, levantándola fuera del camino. Reconocería el toque de Andrew en cualquier parte. Nunca había tenido una reacción tan intensa con nadie más, al mismo tiempo que se le ponía la piel de gallina su interior estaba ardiendo. Se sacudió de sus brazos, aunque todo dentro suyo quería acercarse. — ¿Qué diablos estás haciendo? Un músculo latió en su mandíbula. —Necesitas ser más cuidadosa. Bueno, él no era el único que estaba furioso. —Éste es mi jodido restaurante. ¿No crees que se cómo operar mi propia cocina?

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La única manera en que se podía proteger era seguir sospechando de sus

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El Club de las Excomulgadas —Jesús, Isabel. Esas llamas estaban a solo unos centímetros de tu cara. Te podrías haber quemado. Ella abrió la boca para decirle dónde podía meterse, cuando sus palabras finalmente penetraron en su cerebro. Quemado. Había tenido temor que ella fuera a quemarse. Como su hijo. —Ver a tu hijo quemado. No puedo imaginar cómo se debe haber sentido —

Parpadeó como si solo recién se diera cuenta de la reacción extrema que había tenido cuando ella prendió el gas de la cocina. —Lo siento. Tienes razón. Exageré. Comenzó a estirarse hacia él, y fue solo en el último segundo cuando se detuvo. Un toque, un solo segundo de piel con piel, no sería suficiente. —Es solo que desde el accidente de Connor… Tragó duro y ella vio todo el amor, todo el miedo que sintió por su hijo, impreso en las líneas de su rostro. —No puedo soportar los fuegos. Cualquier clase de fuego. Chimeneas. Parrillas. Aún ver las fogatas que la gente hace cerca del lago me enferma. —Eso tiene perfecto sentido. —Perdí mucho tiempo, Isabel. Debería haber venido aquí con Connor y Sam cuando eran niños. Debería haber estado allí afuera enseñándoles a navegar en lugar de haberlos dejado con mis padres para que les mostraran lo increíble que era el lago.

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dijo antes de poder evitar decir las palabras.

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El Club de las Excomulgadas No sabía qué decir, no cuando había estado egoístamente contenta que él no hubiera venido. ¿Cómo habría enfrentado la posibilidad de ver a Andrew cada verano con su mujer y sus hijos? —Estás aquí ahora. —Sin embargo, me temo que puede ser muy tarde. —Entonces trata de nuevo. Y sigue tratando. Porque eso es lo que hacen los padres. Incluso cuando nuestros hijos actúan como si no nos quisieran o necesitan mismo, deja de preocuparte por cómo te sentiste una vez. Y simplemente haz lo que tienes que hacer por él. —Gracias por recordármelo —dijo susurrando e Isabel instantáneamente supo que recién había saltado mucho más profundo de lo que debería haber hecho. —Necesito prepararme para abrir. Él asintió, se movió de regreso a la estación de lavado sin ninguna otra palabra. Pero ella sabía que solamente era una prórroga temporal. Afortunadamente, el restaurante había estado increíblemente ocupado e Isabel no tuvo ocasión de dejar su tarea. El único problema era que no podía posiblemente decirle a Andrew que se fuera a casa temprano. Pero incluso aunque no estaba sola en la cocina con él —Caitlyn y Scott, más dos de sus camareras estaban allí— él estaba muy cerca para su comodidad. Luego de entregar su orden final, se empujó por la puerta de atrás, desesperada por un poco de aire. El viento se había levantado y solo estaba usando una camiseta, pero le dio la bienvenida al frío. Caminando a través del estacionamiento hacia el agua, vio a una pareja de jóvenes besándose y se detuvo en seco. Ese era su hijo. Y la chica rubia con la que había ido al cine hace solo unos días.

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nuestro cariño, allí es cuando lo necesitan más. Así que deja de preocuparte sobre ti

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El Club de las Excomulgadas No notó que Andrew estaba a su lado hasta que dijo: — ¿Puedes creer que así de jóvenes nos veíamos cuando recién nos conocimos? —Ese es mi hijo. No sabía que tenía una novia. —Tampoco queríamos que nuestros padres supieran sobre nosotros. Pensábamos que éramos tan grandes —dijo suavemente—. Pero al verlos a esos dos

Mirando de nuevo hacia su hijo abrazando tentativamente a su novia, de repente vio cuánta razón tenía Andrew. Su hijo ni siquiera estaba cerca de ser un adulto. Inevitablemente, cometería algunos errores en los siguientes años mientras crecía y cambiaba. Por primera vez en treinta años, su pasado con Andrew estuvo pintado con un brillo diferente, la neblina negra en el que había estado sepultado por tanto tiempo, de repente se empezó a aclarar por las esquinas. Se volteó para mirarlo, observando las líneas en su cara, las canas en su cabello, y se dio cuenta, aún así, que era más hermoso de lo que había sido como un perfecto joven de diecinueve años. —No teníamos idea de lo que estábamos haciendo, ¿no? —susurró. —No, no la teníamos —acordó—. Especialmente yo. La manera en que el timbre ronco de su voz alcanzó su pecho la asustó. —Necesito entrar. Ella medio esperaba que se estirara y la detuviera. En lugar de eso él simplemente dijo:

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ahora… —Sacudió su cabeza—. Solo éramos unos niños, ¿no?

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El Club de las Excomulgadas —Bien. Vete. Pero un día no serás capaz de encontrar una razón para huir de mí. Eso puso su espalda rígida, justo como él debió anticipar que lo haría. Aun así, no podía tragarse las palabras. —No estoy huyendo. — ¿Estás segura de eso?

—No tengo ninguna razón para huir de ti. — ¿Entonces qué tal que si te doy una? Y así sus labios estuvieron en los de ella y un cohete se encendió dentro de su vientre. Oh Dios, ¿cómo es que alguna vez pude haber olvidado lo increíble que era su boca, cómo de dulces eran sus besos? Sus manos la envolvieron a continuación, una en su cintura, la otra en su pelo, jalándola más cerca, y pronto no fueron solo sus labios los que se estaban tocando, sino sus lenguas, arremolinándose juntas en un baile que era tan natural, tan perfecto, que se encontró gimiendo con placer mientras se acercaba más. Él la inclinó contra el capó de un auto, presionándose fuerte contra ella, y ella gustosamente le siguió la corriente, queriendo más de su calor, más de esa dulce explosión que solamente Andrew podría darle. El sexo con su esposo había sido bueno, pero ahora que estaba de nuevo en los brazos de Andrew tenía que preguntarse cómo es que alguna vez se había conformado con algo menos que ésta pasión que todo lo consumía. ¿Cómo podía haber aceptado cualquier cosa menos que la necesidad de tomar la siguiente respiración de su amante como la suya propia?

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Una rápida explosión de furia la hizo moverse más cerca de él.

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El Club de las Excomulgadas Sus manos estaban sobre él ahora, tan hambrientas, tan llenas de necesidad. Su erección presionándola y no podía evitarlo excepto frotarse contra él. Dolía por entregarse completamente a este momento, por dejar que Andrew la tome tan lejos como ella pudiera ir. Se estiró debajo de su camiseta, sus dedos explorando su caja torácica antes de presionar sus dos palmas sobre sus senos, su corazón estaba latiendo fuerte contra sus manos.

— ¿Mamá? Estaba muy lejos para procesar la voz como la de su hijo hasta que él dijo: —Mierda. Esa es mi mamá. Haciéndolo sobre el auto con algún tipo. Oh Dios. Josh. Andrew se movió primero, sacó sus manos de debajo de su camiseta antes que su hijo pudiera ver. Ella se movió tan rápido como pudo con miembros que se sentían como mantequilla derretida, trató de pararse para ir tras su hijo, pero antes que pudiera hacerlo él dijo: —Me enfermas. —Y se fue. Andrew trató de poner una mano en su espalda para consolarla y ella se estremeció ante su toque. ¿Cómo podía haber hecho eso? ¿Cómo podía haber besado a Andrew? Y si su hijo no los hubiera encontrado allí, ¿cuán lejos habría ido? Pero ya sabía la respuesta. Andrew siempre había sido la única persona que podía hacerle perder el control. Y aún así, aunque él había sido quien la había besado en primer lugar, nada de esto era su culpa. Ella lo había deseado tanto como

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Y entonces, a través de la densa neblina del deseo, ella escuchó:

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El Club de las Excomulgadas él. Había estado deseando más que tumbarlo sobre ella en mitad de un estacionamiento. —Sabes que lo superará. El que te haya visto besándome. —Simplemente no sé lo que estoy haciendo. Él solía decir que yo era la mejor mamá en todo el mundo. Éramos amigos. Nos divertíamos juntos. Ella quería llorar. Gritar. Dormir por una semana.

—Pero ahora parece que no puedo decir o hacer nada bien. Siento que lo estoy perdiendo. Y eso me está matando. —Él está tratando de descubrir cómo ser un hombre. Sé por experiencia propia lo duro que es. Andrew era la última persona en la tierra con la que ella debería estar desahogándose, y aún así se sentía tan natural. Como si, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos, él siguiera siendo la persona que mejor la entendía. — ¿Tus hijos pasaron por esto? El dolor se mostró en su cara bajo la luz de la luna. —No lo sé —dijo, y ella estaba sorprendida por la cruda emoción de sus palabras—. Siempre estaba trabajando, siempre en un viaje de negocios. Un día me fui y ellos eran niños, regresé a casa y eran hombres. Hombres que no querían saber nada de su padre. —Lo lamento. —Yo también. Pero tenías razón esta mañana. No puedo regresar y cambiar el pasado, pero si tengo suerte, si no me acobardo, podría ser capaz de trabajar en un futuro. Aquí. Ahora. Con Connor. Quiero que ellos sepan lo mucho que me

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Besar nuevamente a Andrew.

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El Club de las Excomulgadas importan. —Sus ojos encontraron los de ella, se sostuvieron—. Pero también entenderé si no lo ven así. Si no pueden verlo así. Porque algunas veces, si es que lo has jodido lo suficiente, no hay manera de arreglar lo que has hecho. Todo regresó a ellos. Cada uno de los momentos. —Así que esa experiencia de primera mano sobre muchachos tratando duramente de convertirse en hombres, de la que te estaba hablando, es toda mía. El aire se le quedó atrapado en la garganta mientras que él continuaba

—Sé que no quieres escucharme decirlo de nuevo, Isabel, pero yo era un niño estúpido que no sabía dónde estaba parado. Ella ya no sabía más qué decirle. Habían ido más allá de los gritos. Más allá de sus desesperados intentos para frenarlo con rabia o sarcasmo. Más allá de alejarse cuando no sabía qué más hacer. Pero no más allá de perdonarse. Aclarándose la garganta, él dijo: —Debería irme, ¿no? No lo miró, no podía mirarlo. —Sí, deberías. ***** — ¿Qué es lo que está mal contigo? Josh se dio cuenta que Hannah estaba prácticamente corriendo para alcanzarlo en la playa. No podía creer lo que recién había visto, no podía dejar de reproducirlo en su cabeza, ese tipo estaba prácticamente follando a su mamá sobre el capó de un auto.

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diciendo:

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El Club de las Excomulgadas Se sentía enfermo del estómago. —Mi mamá no debería estar haciendo eso. En público, o en ningún lado. Nunca. —Creo que fue un poco romántico, de hecho. Tu mamá ha estado soltera por un buen tiempo, ¿no? ¿No crees que sería lindo si ella encontrara a alguien? —No fue romántico. Fue desagradable.

— ¿Por qué? Había algo en su voz, una advertencia de tener cuidado en cómo respondía a su pregunta, pero él estaba demasiado cabreado para importarle. —Ella es mi mamá. No debería necesitar hacer… eso. —Pero me dijiste que tu papá tiene citas todo el tiempo. —Está bien para él. — ¿Cómo? ¿Por qué es hombre? ¿Mientras que ella se supone que solamente sea feliz y realizada siendo tu madre por el resto de su vida? Eres quien continúa diciendo cómo desearías que ella tenga una vida y te deje solo. Y entonces cuando lo hace actúas como un completo idiota. Se volvió y empezó a alejarse. —Hannah, ¿por qué estás molesta conmigo? Apenas se paró, solamente volteó su cara a medio camino para decir: —Porque has tratado a tu mamá como basura. Y no quiero estar con un mocoso mimado.

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Hannah paró de caminar.

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El Club de las Excomulgadas ***** Isabel estaba esperando a Josh cuando él llegó a casa. —Lo que viste esta noche. No es lo que piensas. —Claro que lo es —dijo ceñudo—. Estabas prácticamente haciéndolo sobre un auto con un tipo. La bilis se elevó en su garganta por lo que su hijo había visto. Al mismo deseos sexuales normales. Aún así, quería que supiera que no había recogido a cualquier tipo del pueblo. —Lo conozco. Hace mucho tiempo. Andrew y yo crecimos juntos. En Poplar Cove. Salimos. —Las palabras: tenía tu edad y lo amaba, salieron de su boca antes que se diera cuenta con quién estaba hablando. Vio con horror como la expresión de Josh cambió de rabia y disgusto a pura sorpresa. —Papá fue el único hombre que alguna vez amaste. Oh no. No había pensado lo duro que sería para Josh escuchar que ella tenía una vida antes de él, antes de su padre. —Amé a tu padre. Y aunque ya no estamos juntos, siempre lo querré porque me dio a ti. Pero Josh no estaba escuchando. —Te vi esta noche. Vi lo que estabas permitiendo que ese tipo te hiciera. La única persona de la que deberías estar enamorada es de mi papá, no de algún imbécil que solía vivir junto a tu casa. Y ahora Hannah me odia por tu culpa.

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tiempo, no se sentía correcto pedirle disculpas por ser un ser humano normal con

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El Club de las Excomulgadas Razonó a partir de lo que su hijo había dicho, que no habría estado haciendo esas cosas con Andrew si no estuviera todavía enamorada de él. —No lo amo —dijo casi para sí misma, incluso mientras la última parte de su frase finalmente se registraba—. ¿Hannah? ¿Tu novia, dices? ¿Por qué es que te odia? Pero él había terminado con ella. —Por qué no regresas con tu amante y te olvidas de mí. Parece obvio que es

La última cosa que escuchó fue la puerta de su dormitorio cerrarse con un golpe y la música a un volumen altísimo. Se le ocurrió entonces, que todo lo que le había dicho a Andrew sobre Connor alejándolo justo cuando necesitaba más a su padre era también cierto para ella y Josh. Cuanto él más se alejaba, más le decía que la odiaba, más necesitaba que ella estuviera para él. Sí, Isabel comprendía las dificultades de crecer, recordaba muy bien lo duro que había sido tener quince y sentir que todo tu mundo se estaba volteando. Pero incluso aunque sabía que necesitaba alejarse un poco para permitir que encontrara su camino, eso no significaba que no pudiera estar allí para él si se caía. Lo cual haría. Porque todos lo hacían. Cada uno de ellos.

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el único que realmente te importa.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintitrés Durante extremos incendios forestales, Connor a veces llegaba a estar setenta y dos horas durmiendo poco o nada. Había seguido funcionando con nada más que la adrenalina y puñados de alimentos altos en calorías, sabiendo que cuando todo hubiera terminado podría derrumbarse, satisfecho por un trabajo bien hecho. La última semana había tenido las mismas pocas horas de sueño, pero no

Todo el día, todos los días, mientras trabajaba en el cambio de los troncos, Ginger no estaba a sólo a una habitación de distancia, estaba allí con él en su cabeza a cada segundo, sus palabras: ―Quiero un marido y un compañero. Quiero un hombre… que me ame tanto como yo lo amo‖, repitiéndose constantemente. Nunca creyó que se alegraría tanto de tener a su padre alrededor. Los días eran más fáciles con Andrew como una barrera silenciosa entre ellos. Pero después que su padre se iba, tan pronto como el sol daba paso a la oscuridad, la resolución de Connor caía en un terreno peligroso. Ni siquiera había intentado dormir en la cabaña. No cuando todo lo que necesitaba era un momento de debilidad y estaría arriba, pateando la puerta de Ginger para robar otros minutos con ella, haciendo cualquier cosa que pudiera convencerla de estar con él una vez más, y luego una más después de esa. Cada noche había desaparecido en el taller tan pronto como el sol se había puesto. La primera noche había hecho elevaciones, abdominales y flexiones hasta que estuvo goteando sudor por todo el frío piso de cemento. Pero no había servido absolutamente de nada para aclarar su cabeza. Así que se había ido a correr. El primer kilómetro, su cuerpo se sentía débil. Pesado. Como si le hubieran atado pesas de plomo en sus extremidades. Lo que sólo lo hizo más decidido a empujar a través del dolor, a correr más rápido. Kilómetro tras kilómetro pasó mientras se

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había ninguna satisfacción viniendo al final.

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El Club de las Excomulgadas escapaba de Poplar Cove, su paso ganando velocidad con cada nuevo de tramo de terreno que cubría. Pero Ginger se quedó con él en cada paso del camino. Su hermoso rostro. La forma en que se veía por la mañana, sus rizos desplegados en abanico alrededor de ella en la sábana, su suave, exuberante y tan besable boca. La forma en que lo había mirado cuando le había dicho que lo amaba en el porche, la verdad en sus ojos diciéndole que no eran sólo palabras dichas en el

Había regresado al taller, ninguno de sus trucos habituales había valido para nada. Y fue ahí cuando se había encontrado parado delante del velero de su padre. Era un trabajo hermoso, incluso inacabado. La tormenta por la que había pasado había arruinado el viejo velero de sus abuelos. La mañana después de que Ginger hubiera pedido todo lo que él no le podía dar, había sacado la lancha rápida para recuperar la pequeña embarcación. Estaba meciéndose rota contra la orilla lejana, casi partida en dos de golpear una y otra vez contra las rocas. No podía restaurar el barco de sus abuelos de nuevo, pero podría terminar de construir éste. Después de una búsqueda minuciosa, encontró los planos para el barco, doblados con esmero en el fondo de un cajón. Se convirtió en su meta, su foco durante los días difíciles en la cabaña con Ginger. Trabajar en el velero no la sacaba de su mente, pero al menos era una manera de pasar las horas hasta que el sol se elevaba otra vez y podía en secreto mirarla pintar en el porche, respirarla cuando pasaba por allí. Cada día, la agitación que había llevado alrededor desde su accidente en Desolation, que sólo cuando estaba con Ginger se había aliviado, se multiplicaba exponencialmente. El par de horas que dormía sobre alguna gruesa lona en el taller estaban plagadas de pesadillas. Sus manos pasaron de estar muy sensibles a entumecerse cada vez más, y tenía que estar constantemente atento para no dejar

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calor de la pasión.

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El Club de las Excomulgadas caer el martillo, la pistola de clavos y la lijadora. Estaba inclinado sobre el velero, dando los últimos toques. El sol estaba casi elevándose y tenía la intención de arrastrarlo afuera, al agua. Casi rezaba por otra tormenta, para que el universo los forzara a él y a Ginger a estar juntos otra vez. Pero como sabía que eso no pasaría, sintió la tentación de darle martillazos y volver a empezar de nuevo. Porque cuando acabara con el barco, ¿qué demonios iba a tener para enfocarse en mantenerse lejos de ella?

madera había enviado a un par de tipos a la ferretería para ver el trabajo de Connor. Claramente impresionado, el hombre había mencionado que era prácticamente imposible encontrar a cualquiera que trabajara así en un lugar como éste, que los contratistas actuales sólo querían destruir las cabañas y empezar de nuevo con un equipo Lincoln Log14. Le preguntó a Connor sobre sus planes en el futuro, si podía considerar echar una mano en sus hogares a algunos de los otros propietarios de cabañas de troncos en el lago. Aunque Connor disfrutaba del trabajo, incluso aunque había sido algo enormemente satisfactorio pasar una broncha sobre un tronco con movimientos suaves, recubriéndolo con una fina capa de barniz tanto para proteger al tronco, como para sacar su dorado brillo natural, a pesar de que ver la cabaña de sus bisabuelos volver a la vida era un subidón, no podía quedarse aquí y trabajar arreglando viejas cabañas a jornada completa. No porque no le gustara pensar en convertirse en carpintero, ni siquiera porque no pensara que sus manos podrían tomar el trabajo, sino porque no se podía quedar en Blue Mountain Lake si Ginger estaba allí también. Verla casada con otro hombre, teniendo a sus hijos, sería el infierno sobre la tierra. Preferiría saltar en un pozo de llamas a quedarse para ver eso. Lincon Logs es el nombre de un juguete para niños que consiste en troncos en miniatura con muescas, que se utiliza para construir fortalezas y edificios en miniatura. 14

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El día anterior, un vecino del lago, que también tenía una vieja cabaña de

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El Club de las Excomulgadas ***** Andrew yació en la cama de su cuarto de la posada por horas, mirando al techo, Isabel estaba allí con él en su cabeza, en su cuerpo durante todo el tiempo. Recordó su suavidad presionándose en él, el sabor salado y dulce de su lengua deslizándose contra la suya, el modo en que lo había empujado sobre ella, tirándolo más cerca. Cuando para las cinco de la mañana sus ojos seguían abiertos, decidió que una zambullida en el lago se la quitaría de encima. Pero aunque el agua estaba fría, hubieran pasado treinta segundos en vez de horas desde que había visto a Isabel. El sol estaba comenzando a salir cuando regresó a su auto y se dirigió hacia Poplar Cove. Pero cuando se acercó a la cabaña, se dio cuenta que era demasiado temprano para molestar a Ginger o a Connor. No podía simplemente sentarse aquí afuera en su auto, por lo que salió y comenzó a hacer el camino que conocía de memoria hacia el único lugar que había logrado evitar desde que había regresado a Blue Mountain Lake. El santuario de su abuelo, su lugar más preciado de todo Poplar Cove: el taller. De pie fuera del viejo granero rojo, el que su abuelo había conservado de la propiedad original cuando la compraron en 1910 y comenzó la construcción de la cabaña en la orilla, Andrew casi podía ver sus sueños perdidos deslizarse fuera de la tierra como gusanos, las hojas secas en el suelo moviéndose debajo de él tan rápido que perdió el equilibrio. Con el corazón palpitando, puso la mano en el ancho pomo de la puerta y la abrió. Allí estaba, su balandro de madera en el otro extremo del granero, justo donde lo había dejado hacía algo más de treinta años atrás. No podía creer que nadie lo hubiera desmontado para usar la madera para otros proyectos, o por lo menos, haberlo apartado del camino. ¿Por qué demonios estaba todavía allí?

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y él físicamente cansado, sus entrañas todavía zumbaban y chascaban como si

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El Club de las Excomulgadas Y entonces se dio cuenta de que no estaba solo, que su hijo estaba en cuclillas al lado de la embarcación. — ¿Connor? —dijo, acercándose. Y fue entonces cuando se fijó que el barco ya no estaba a medio construir—. ¿Tú hiciste esto? ¿Terminaste de construir mi barco? —Era un desperdicio de estupenda madera de la forma que estaba. A pesar de las palabras sin emoción de Connor, Andrew estaba dedos sobre la madera lisa y dorada que tan minuciosamente había lijado y pulido siendo joven. No había sido mucho mayor que el hijo de Isabel cuando había comenzado a construir el barco, pero había sido su sueño ganarse la vida navegando desde que podía recordar. Su padre lo había puesto sobre un velero tan pronto como pudo caminar y habían pasado horas juntos en el lago en el Sun Fish y luego en el Laser. Andrew siempre había asumido que terminaría en el lago con un barco que construyera el mismo, con sus propios hijos. —Tienes razón —dijo finalmente—. No debí dejarlo sin terminar durante todos estos años. —Es sólo un barco —dijo Connor y Andrew supo que su hijo estaba tratando de dirigirlos fuera de la zona gris. Pero no había ninguna razón para tratar de mantenerse alejado de la tormenta. No cuando esta les encontraría, sin importar lo duro que trataran de esconderse. —No, no era sólo un barco. Me encantaba navegar. Era lo que iba a hacer, construir barcos y navegarlos. Iba a navegar alrededor del mundo. — ¿Por qué diablos no volviste entonces? —Dios, desearía haber vuelto, desearía poder cambiar todo, pero era

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increíblemente conmocionado mientras se arrodillaba junto al barco, pasando sus

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El Club de las Excomulgadas demasiado cobarde para enfrentar mis errores. —Entiendo que tenías algo con Isabel, pero a quién le importa. Podrías haber venido de todos modos con mamá. Podrías haber pasado tiempo conmigo y Sam. Podrías habernos enseñado a navegar en vez del abuelo. —No era así de simple. —No veo cómo podría haber sido un poco más simple. Tenías una esposa e

—Iba a casarme con Isabel —admitió Andrew antes de poder retirar las palabras—. Tan pronto como ella se graduara del instituto, mientras estuviéramos ambos en la universidad, íbamos a estar juntos. En cambio conseguí que tu madre quedara embarazada. Una noche estúpida de borrachera. Y justo así jodí la vida de todo el mundo. La comprensión alboreó en los ojos de su hijo, y luego la rabia que Andrew había visto, incluso en aquellos primeros días en la cama del hospital cuando la frustración de Connor había sido una cosa palpable. — ¿Mamá estaba embarazada de Sam? ¿Por eso te casaste con ella? —No me habría casado si no hubiera tenido sentimientos por ella. —Pero nunca la amaste como a Isabel, ¿verdad? Andrew sabía que tendría que esforzarse como un loco para hacer que su hijo entendiera. —Nunca quise que tu madre se sintiera como si fuera la segunda. Y cuando quedó embarazada, ninguno podía solo seguir caminos separados y hacer lo mejor. No era la forma en que habíamos sido criados. No era lo correcto. Tomamos la decisión de ponernos un anillo en nuestros dedos y tratamos como el infierno de hacerlo funcionar. No quisimos que Sam, o tú, crecieran en un hogar roto.

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hijos que te necesitaban.

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El Club de las Excomulgadas —Tomaron la decisión equivocada. —Lo sé ahora —trató de decir, pero Connor le cortó. —Nunca te importó una mierda cualquiera de nosotros, ¿verdad? Algo en Andrew se rompió. Había terminado con sentarse allí y aceptar la mierda de su hijo. — ¿Cómo te atreves a darme lecciones sobre el amor? Sobre todo cuando

Había asesinato en los ojos de Connor, pero a Andrew no le importó. No iba a callarse hasta que todo estuviera dicho y hecho. —Hice todo lo que pude para ser un buen padre cuando tú y Sam eran pequeños, pero la casa era una zona de guerra, el territorio de tu madre, ella prácticamente me obligó a esconderme en el trabajo. Cada vez que me presenté en un partido de béisbol, me echaba en cara sobre las otras cinco veces que no había ido. No había ninguna manera de ganar. Levantó la mano para evitar que Connor lo interrumpiera de nuevo. —Un hombre más fuerte habría sido un buen padre a pesar de ello. Y yo no lo era. Pero no los habría cambiado por nada del mundo. Y estoy empeñado en ser ese mejor hombre ahora. Y por eso no voy a dejar que te pases conmigo hasta que me digas qué, en el nombre de Dios, hay mal entre tú y Ginger. Las manos de Connor eran duros puños, y Andrew se preguntaba si iban a llegar a los golpes. Casi esperaba que lo hicieran, podía dejar que Connor soltara su frustración, llevándose un poco de su culpa con él. Pero en vez de lanzarse sobre él, Connor dijo: —Ella merece más de lo que puedo darle.

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estas demasiado asustado para dejar que esa hermosa muchacha tuya te ame.

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El Club de las Excomulgadas Eran unas palabras simples, palabras que no deberían haber significado mucho. Pero el dolor detrás de ellas le sacó el aire de los pulmones. Hace treinta años no había ninguna salida para él, o para Isabel o para Elise. Pero su hijo aún tenía tiempo para hacerlo bien. —Nunca te he visto dar marcha atrás ante un desafío. ¿Has intentado siquiera darle lo que quiere? — ¿No me oíste? —gritó Connor—. ¡No puedo hacerlo! No puedo vivir mi preocupándome de que algo vaya a pasarle. —La amas. —Por supuesto que la amo —dijo Connor, su voz ronca, áspera por la emoción—. Pero le he hecho daño una y otra vez. Sólo seguiré haciéndolo. Andrew quería alcanzar a su hijo, pero no sabía cómo. —Todos nos equivocamos en un momento u otro. Nos hacemos daño unos a otros. Pero el gran error no es equivocarse. El gran error es perder el tiempo estando amargado. Estando enfadado. Dejando que la culpa te coma por dentro. Dejando que un momento estúpido te cambié a alguien que nunca quisiste ser. — ¿No lo entiendes? —gruñó Connor—. No tengo nada que ofrecerle. Se merece a un hombre completo que pueda darle todo lo que se merece ahora mismo. No dentro de cinco o diez años. No debería tener que esperar a que yo averigüe mi futuro. Ver incluso si tengo uno. —Todo eso son sólo excusas, Connor. Lo sabes tan bien como yo. Por supuesto que eres lo suficientemente bueno para la mujer que amas. Ella no te amaría si no lo fueras. Connor no respondió y cuando un silencio espeso quedó colgando entre ellos, Andrew se dijo que lo había intentado. Que había hecho todo lo que podía.

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vida pensando en ella a cada segundo, deseándola tanto que no puedo ver bien,

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El Club de las Excomulgadas Estaba a punto de alejarse, para darle a su hijo un poco de espacio, cuando las palabras de Isabel llegaron a él: “Inténtalo otra vez. Y síguelo intentando. Porque eso es lo que los padres hacen. Deja de preocuparte por cómo te sientes por una vez. Y haz lo que tengas que hacer por él”. Había regresado al lago para demostrarles a todos, sobre todo a él mismo, que lo tenía todo para ser un mejor hombre. Había estado tan seguro que todo lo que tenía que hacer era decidir hacer lo correcto y todo sería tan simple. Había esperado que todas las relaciones que había necesitado treinta años para fastidiar

Ese primer día de regreso en el dormitorio de Isabel, le había dicho que era un hombre nuevo. Pero no lo había sido. Todavía estaba preocupándose por sí mismo primero. Había pasado mucho tiempo para cambiar eso. —No tienes que ser un Hotshot, Connor. No necesitas incluso tus manos. La vida es lo que tú haces. Y todavía tienes el mundo a tus pies. Junto a una joven y bella mujer para amar. Y la única cosa que sé con certeza es que si la dejas ir, nunca te lo perdonarás. Y entonces, cuando su fuerte hijo estuvo de pie al lado del velero luciendo completamente perdido, Andrew supo lo que tenía que hacer. Fue uno de los movimientos más aterradores que jamás había hecho, dar esos primeros pasos hacia su hijo, y sólo empeoró cuanto más cerca estaba. Pero no estaba en esto para ver lo que podría conseguir para sí mismo. Su felicidad ya estaba perdida. Haría cualquier cosa para ayudar a Connor a salvar la suya. Andrew puso sus brazos alrededor de su hijo y se negó a sentir la más mínima vergüenza por las lágrimas que corrían por sus mejillas mientras hablaba.

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quedaran amarradas con pequeños lacitos para este momento.

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El Club de las Excomulgadas —Sé que no te he dicho esto las veces suficientes, pero te quiero. Sé que fui un padre de mierda, que la cagué de cien formas diferentes, y aunque no supiera

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cómo demostrarlo, siempre te ame. Y siempre lo haré.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veinticuatro Ginger gimió cuando el teléfono la despertó de un raro pedazo de sueño. La última semana había sido completamente agotadora. La preocupación de tocar accidentalmente a Connor cada vez que pasaba por delante, sabiendo que era todo lo que necesitaba para arrojarse en sus brazos, y olvidarse de todo lo que tanto estaba tratando de recordar. Tratando tan fuerte de ser madura, de no ser rencorosa en las pequeñas cosas, como hacerse un sándwich sólo para sí misma en el

Cada noche había esperado que él subiera las escaleras, su corazón latiendo como una tonta enamorada. No importaba lo mucho que intentara darse vuelta y dormirse, se quedaba tendida allí despierta, esperando y rezando para que esta fuera la noche en que él girara el pomo, entrara, y se pusiera de rodillas para pedirle perdón, para decirle que estaba equivocado y que después de todo la amaba. Pero nunca lo había hecho. ¿Por qué tenía que doler tanto tratar de ser feliz? ¿Y por qué seguir adelante después que enamorarse de Connor había sido tan malditamente difícil? Recogiendo el teléfono de la mesa, apenas había gruñido un hola cuando Isabel dijo: —Ginger, no te desperté, ¿verdad? —No te preocupes por eso —dijo. Fue a sentarse en la cama, pero cuando se movió su estómago comenzó a revolverse con náuseas. —Juré que no te llamaría, sé cuánto tienes que centrarte esta semana en tu pintura, pero, ¿podrías venir? Le pedí a Scott que me cubriera en el restaurante. Voy a hacerte el desayuno.

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almuerzo.

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El Club de las Excomulgadas La idea de comer cualquier cosa hizo que la bilis subiera a la garganta de Ginger, pero dijo de todos modos: —Por supuesto. Allí estaré. Tantas veces desde que había llegado a Blue Mountain Lake, Isabel había estado allí para ella. Primero con un trabajo y luego con su amistad. Así que, incluso una súbita gripe estomacal no iba a impedirle ayudar a Isabel. Pero tan pronto como entró en la casa de su amiga y olió huevos friéndose

Isabel la encontró allí, vomitando. —Oh, Dios mío —dijo su amiga, mientras le retiraba el pelo de la cara, y lo enroscaba en un moño—. La única vez que tuve esa clase de reacción al desayuno fue cuando yo… —Hizo una pausa, terminando con una voz suave—: Ginger, ¿podrías estar embarazada? Ginger ni siquiera había tenido la oportunidad de limpiarse la boca aun cuando una segunda ronda la atacó. Un par de minutos más tarde mientras se recostaba contra la fresca pared del cuarto de baño, limpiándose la cara con una toalla de manos húmeda, que Isabel le había dado, encontró que no podía decir nada. Ni siquiera decirle a su amiga que no podía ser cierto. ¿Cuántas veces ella y Connor habían estado demasiado apurados para usar un condón? Casi todas las veces, se dio cuenta ahora. Había estado tan hambrienta por su toque, tan desesperada por estar con él, que aparte de su única conversación sentida sobre la utilización de protección, no le había dado otro pensamiento. —Voy a comprarte una prueba —dijo Isabel—. Iré al pueblo siguiente para que nadie piense nada.

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en la cocina, tuvo que correr al cuarto de baño.

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El Club de las Excomulgadas Algo sonó en la parte posterior del cerebro de Ginger. Lentamente, como si el pensamiento estuviera siendo arrastrado a través del barro por su pelo, dijo: —Tú necesitabas algo. Dime lo que es, Isabel. Vine aquí por ti. Pero su amiga ya había agarrado sus llaves y bolso. —Mi asunto puede esperar. Averiguar sobre el tuyo no. No vayas a ninguna parte hasta que vuelva —apuntó un severo dedo hacia ella— sobre todo no a Poplar Cove. Voy a tirar los huevos de camino al auto. Ve a tomar una ducha a mi cuarto

Ginger se alegró de tener las indicaciones de Isabel. Permaneció en la ducha hasta que se quedó helada, se envolvió en una toalla, se puso su ropa de nuevo y volvió a sentarse en el sofá de la sala de estar de Isabel en la planta baja para esperar. Había un montón de revistas y libros que podría haber hojeado, un centenar de canales de televisión por cable que mirar, pero sus pensamientos en curso ya estaban proporcionando más que suficiente estímulo. Había querido un bebé durante tanto tiempo, que no podía dejar de rezar para que Isabel estuviera en lo cierto, que estuviera embarazada. Pero al mismo tiempo, no vivía en un mundo de fantasía. Ya no, de todos modos. Había sido tan firme en cuanto a no usar el dinero de sus padres, sobre no querer usar el dinero de su marido, sobre mantenerse sola. Pero había una gran diferencia entre alimentarse con sobras del restaurante y criar bien a un niño. Quería ser capaz de pagar lecciones de ballet e ir a ver a los piratas en parques de atracciones. Quería asegurarse que siempre podría enviar a su hijo a los mejores médicos, las mejores escuelas, darle a él o a ella lo mejor de todo. Incluso Isabel, una de las personas más fuertes que Ginger había conocido, había dicho lo difícil que era criar a un niño sola, que a menudo había querido tener a un compañero para compartir las cargas y las alegrías de ser padres.

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de baño y luego trata de relajarte. Conduciré rápido. Te lo prometo.

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El Club de las Excomulgadas Examinando sus pensamientos, uno por uno, Ginger sabía desde el principio que estaba excluyendo lo más importante. Connor. Isabel entró cargando una bolsa de plástico blanco. —Compré dos. Sólo para asegurarnos. Ginger se llevó las pruebas al cuarto de baño. Dos minutos más tarde, un

Alegría, pura alegría diferente a cualquiera que hubiera experimentado alguna vez fuera de los brazos de Connor, rugió a través de ella. Desgarrando la otra caja, reunió más orina y esperó otra vez. El tic tac de su corazón, golpeando tan fuerte que casi pensó que sus costillas podrían romperse desde dentro. Pero mucho antes de que los dos minutos pasaran, el óvalo abierto en el palito blanco leyó EMBARAZADA en letras azules brillantes. Atrapando una visión de sí misma en el pequeño espejo oxidado del cuarto de baño, vio las lágrimas de alegría corriendo por su rostro. Había deseado un bebé durante tanto tiempo, y ahora, totalmente por accidente, había logrado quedar embarazada. No más mirar a madres recientes tratando de meter el carrito por la estrecha puerta del restaurante y desear ser ella. No más mirar el futuro y preguntarse cuándo, si acaso, ella llegaría a tener un niño. Pero entonces, la golpeó, ¿realmente había sido un accidente? Si se hubiera acostado con alguien más salvo Connor, ¿no habría tenido más cuidado? ¿Se había enamorado tan rápido, tan fuerte, que en secreto había querido quedar embarazada con el bebé de Connor cada vez que estaban juntos? Isabel llamó a la puerta.

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signo positivo azul le devolvió la mirada.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Estás bien ahí? Ginger salió del cuarto de baño siendo capaz de decir una sola palabra. —Embarazada. Isabel gritó, echó sus brazos alrededor de ella, y la abrazó con fuerza. —Estoy tan feliz por ti —dijo primero, después—: Todo estará bien, pase lo que pase.

Isabel asintió. — ¿Quieres que vaya contigo? —No. Esto era entre ella y Connor, nadie más. Alegría y miedo peleaban entre sí una y otra vez mientras se abría camino a través de la playa de Isabel hacia Poplar Cove. Y entonces lo vio de pie en la playa y sus piernas casi le fallaron. Todo iba a estar bien, se repitió varias veces en su cabeza, antes de tomar una respiración profunda y dirigirse hacia él. Había llegado el momento de decirle a Connor que iba a ser papá.

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—Tengo que ir a decírselo. Ahora mismo.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veinticinco El corazón de Connor saltó cuando vio a Ginger caminando por la playa hacia él. Había pensado que el camino más fuerte era alejarse de ella, tratar con sus demonios por sí mismo. En su mundo, un Hotshot nunca se rendía, nunca admitía debilidad. Pero, ¿por eso todos eran tan rudos? ¿O era porque sabían que había otros diecinueve chicos respaldándolos en la montaña? ¿Un experto equipo de amigos y familiares

Un repentino pensamiento lo golpeó con fuerza en el plexo solar: Ginger era su equipo. ¿Cómo no lo había visto antes? Ella lo había apoyado, lo comprendía, había arriesgado su vida por él. Se había entregado por completo. Y en lugar de hacer lo mismo por ella, él había huido. Mil veces se había enfrentado a amenazas físicas, pero esta era la primera vez que su corazón había estado en la línea. Esta era la primera vez que se había enamorado, más fuerte y más profundo de lo que había sabido fuera posible. Su padre tenía razón. Todas sus razones para abandonar a Ginger eran sólo excusas. Al igual que ella siempre había estado ahí para él, quería estar para ella. Sostener su mano cuando estuviera lastimada. Celebrar sus éxitos. Amarla sin importar lo que el futuro deparara. Y dejar que Ginger lo amara de nuevo sin duda. Ya no iba a huir asustado. Y haría lo que fuera para recuperarla. Mientras avanzaba hacia ella, era casi como si todo se moviera a cámara lenta. Podía sentir los granos de arena bajo sus pies descalzos, el calor del sol sobre sus hombros, escuchar los patos llamándose uno al otro a través del lago.

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que sacarían sus culos fuera de las llamas, si es que alguna vez lo necesitaban?

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El Club de las Excomulgadas Finalmente, ella estaba de pie justo en frente de él. Saboreó la vista. Parecía cansada. Como si hubiera estado llorando. Pero radiante al mismo tiempo. —Te he echado de menos, Ginger. La observó sorprenderse ante sus palabras, luego mirar hacia abajo en la arena, cerrar los ojos y tomar una respiración profunda.

—Ginger, por favor. Solo déjame decir algo primero. —No —insistió—. Tengo que decir esto —enderezó sus hombros, levantó la barbilla—. Estoy embarazada. El sol salió de detrás de un árbol y lo cegó momentáneamente. —Dilo de nuevo. —Voy a tener un bebé —su voz estaba temblando—. Nuestro bebé. —Estás embarazada —necesitaba un segundo para procesar la noticia impactante. —Debe de haber sucedido la pri… —ella tropezó con la palabra—. La primera noche. O esa mañana siguiente. El calendario funciona bien. Él se preparó, se preguntó si las paredes se iban a ir cerrando. Un bebé significaba que su vida como él la conocía se terminaba para siempre. En cambio, fue sorprendido por el alivio. Y la alegría pura. Tomó sus manos entre las suyas, entrelazando sus dedos con los de ella.

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—Tengo que decirte algo, Connor.

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El Club de las Excomulgadas —Te amo. Ella bajó la mirada hacia sus manos, luego hacia él, sus cejas se fruncieron en un profundo ceño. Y entonces, de repente sacó sus dedos de los suyos. Dio un paso atrás. —No digas eso ahora, sólo porque… Se estiró alcanzándola de nuevo, pero esta vez la atrajo contra él.

a la que le he dicho eso. —También te apuesto a que soy la primera mujer que has dejado embarazada. ¿Qué demonios estaba pasando aquí? ¿Acababa de confesar sus verdaderos sentimientos hacia ella y ella estaba regresándolos en su cara? —No lo entiendo. Pensé que esto era todo lo que querías. Un bebé. Un hombre que te ama. —No veo flores silvestres. — ¿Qué diablos tienen que ver las flores silvestres con todo esto? —Ya te pedí todo —gritó—. Y tú ya dijiste que no. Así que no te atrevas a decirme que me amas ahora y esperar que te crea. Su pecho estaba cayendo y levantándose y tenía la cara enrojecida. Visiblemente trabajando para calmarse, ella dijo: —Esto no tiene que cambiar nada. Te irás a California pronto. Podemos pensar en algo que tenga sentido. Sé que este es tu hijo, también, y me aseguraré de que tengas un montón de tiempo con él o ella. —Y una mierda que esto no cambia nada. Todo es diferente ahora. Vas a

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—Maldita sea, Ginger. Te acabo de decir que te amo. Eres la primera mujer

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El Club de las Excomulgadas tener un hijo. Mi hijo. Y ningún niño mío crecerá sin un padre. —Si dices la palabra con M voy a derribarte de un golpe. —Tienes razón, el matrimonio no necesariamente tiene sentido. Pero, ¿y si mi deseo de casarme contigo no tiene nada que ver con tener un hijo? ¿Qué pasa si quiero casarme contigo porque no puedo imaginar una vida sin ti? Su boca se abrió en una pequeña ―o‖ de sorpresa en una fracción de segundo

—No tengo amnesia. Hace cuatro días estabas haciéndote a un lado — remarco las palabras con comillas en el aire— dándome la oportunidad de encontrar al Señor Correcto. Ahora estás tratando de dar un paso dentro de sus zapatos. Sus manos se cerraron sobre sus hombros. — ¡Son mis zapatos, maldita sea! ¿Cómo había sucedido esto? ¿Los dos parados aquí en la playa gritándose el uno al otro? Trabajó como el infierno para calmarse. — ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que te amo antes de que lo creas? —No sé, Connor. Simplemente no lo sé —puso una mano sobre su estómago—. Todo esto es demasiado para mí hoy. Todo. Necesito algo de tiempo para pensar las cosas. — ¿Cuánto tiempo? ¿Y cómo demonios no iba a perder la cabeza hasta que se decidiera? —No lo sé. Todo lo que sé es que no puedo hablar contigo ahora mismo. Sus posiciones acababan de invertirse. Esta vez era él pidiendo todo... y ella dejándolo sin eso.

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antes de que la irritación se hiciera cargo.

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El Club de las Excomulgadas ***** Josh esperó hasta que oyó a su madre salir de la casa para llamar a su padre. —Hey Josh —dijo su padre— no esperaba tener noticias de ti. En especial, no tan temprano. Miró el reloj, se dio cuenta que eran apenas las 7:30 am. Pero había esperado tanto tiempo como pudo.

Hubo un silencio en la línea. — ¿Quieres decir que quieres venir para una visita de nuevo? —No. Quiero vivir contigo a tiempo completo. — ¿Has hablado con tu madre acerca de esto? —No, pero probablemente estará feliz de tenerme fuera del camino para que ella y ese tipo puedan terminar lo que estaban haciendo sobre el capó de ese auto. — ¿Hay un tipo? ¿Sobre el capó de un auto? —Ella estaba besuqueándose con algún imbécil del que dijo que solía estar enamorada. —Andrew. —Síp —dijo Josh, cada vez más y más frustrado con esta conversación. ¿Por qué su padre no estaba diciéndole que empacara sus maletas ya?—. Así que está bien que me mude, ¿verdad? —Oye chico, sabes que me encantaría tenerte conmigo, pero voy a estar en Asia la mayor parte del mes que viene.

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—Quiero ir a vivir contigo.

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El Club de las Excomulgadas —Puedo pasar el rato por mi cuenta —dijo Josh, pero en ese momento oyó la voz de una chica y luego a su padre contestando—: Es mi hijo, cariño. Enseguida regreso. Sólo su hijo. El mensaje no podía haber sido más claro. Sus padres estaban demasiado ocupados jodiendo para que les importara una mierda él.

***** Isabel acababa de entrar en el restaurante cuando Scott le pasó el teléfono. —Es Brian. Se estaba poniendo mejor y mejor. Primero Andrew. Luego Josh. Ahora Brian. Todos los hombres de su vida conspirando contra ella. — ¿Qué pasa? —Yo sabía que él volvería por ti. — ¿Quién? ¿De qué estás hablando? —Acabo de hablar por teléfono con nuestro hijo. Me dijo que Andrew está de vuelta. ¿Cómo es que después de diez años, siempre que el tema de Andrew surgía, su ex se las arreglaba para sonar herido? Y ella todavía se las arreglaba para sentir culpa. Pero Andrew no era asunto de Brian. — ¿Por qué llamo Josh?

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—Olvídalo —dijo Josh justo antes de golpear el teléfono.

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El Club de las Excomulgadas —Quiere vivir conmigo. A tiempo completo. —No. —No te preocupes —dijo rápidamente—. Ya le dije que no iba a funcionar. —Jesús, Brian. ¿Es así como lo dijiste? ¿Te diste un segundo para pensar como lo haría sentir eso? — ¿Y tú? ¿Cuándo estabas sobre el capó del auto con el ―hace tanto tiempo

Vete a la mierda peleó con touché en la punta de su lengua. —Gracias por la advertencia —fue lo que finalmente logró manejar—. Tendré una charla con Josh esta tarde. Colgó el teléfono, su corazón pesado por su hijo, por lo difícil que estaban siendo los quince años. Al mismo tiempo, su corazón estaba pesado por ella misma. No importaba si alguna vez llegaba más allá del perdón con Andrew, si alguna vez aprendía a confiar en él de nuevo. Porque no había manera de que su hijo alguna vez lo aceptase. Tal vez si Josh no los hubiera visto en el estacionamiento, tal vez si ella no hubiera admitido que Andrew fue una de las grandes razones por las que su matrimonio no había funcionado, entonces las cosas podrían ser diferentes. Pero no eran diferentes. Y nunca lo serían. ***** Josh toqueteó el paquete medio vacío de cigarrillos en su bolsillo. Los había

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perdido‖ Andrew, estabas pensando en tu hijo entonces?

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El Club de las Excomulgadas robado del nuevo escondite del lavavajillas hacía unos días, se dijo que el tipo no echaría de menos los últimos pocos en la caja. Había pasado mucho tiempo desde que había robado algo, cuando tenía cinco años y había metido en su bolsillo la pistola de agua que su madre no le compraría en la tienda. No había sido atrapado, pero como lo había hecho entonces, se sentía culpable. Saliendo por la puerta trasera de su casa, se dirigió a través de los árboles, hacia la pila de madera entre su propiedad y Poplar Cove. La casa del imbécil que había estado deshuesando a su madre mientras

Josh odiaba sentirse culpable por robar los cigarrillos. Tanto como odiaba sentir que nada de lo que hacía era correcto ya, no importaba dónde se encontraba, no encajaba. Había intentado llamar a Hannah, pero ella seguía dejando que pase al buzón de voz. Y lo peor de todo era que, sabía que era su culpa, se había disgustado por la forma en que explotó ante su mamá. Porque esa era la cosa, había veces que podía verlo todo tan claro, cuando podía ver que su madre estaba haciendo todo lo posible y él lo estaba arruinando. Pero, otras veces, no podía conseguir un control sobre su ira, su frustración. Los cigarrillos y el paquete de fósforos rebotaron en su bolsillo y los sacó, los sostuvo en su palma sudada. Realmente no lo estaba sintiendo ahora, pero sólo un perdedor se iría sin al menos fumar uno, ¿verdad? Golpeando uno fuera del paquete como había visto hacerlo a la gente en las películas, encendió un fósforo y lo acercó al cigarrillo. Con suerte encendería el lado correcto del mismo, pensó mientras ponía el otro lado entre sus labios. De pie en el bosque, con un cigarrillo encendido en su boca, por un segundo se sintió completamente rudo. Como si estuviera finalmente en control de su propio destino.

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crecía.

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El Club de las Excomulgadas Y entonces dio una calada. El cigarrillo salió volando de su boca hacia las hojas secas cuando tosió y se atragantó. Mierda, eso era lo más repugnante que jamás había probado. ¿Cómo podía la gente realmente fumar eso a propósito? Humo azotó alrededor de sus pies, las hojas secas rápidamente ardiendo cerca de las suelas de goma de sus zapatillas, y cuando sus ojos dejaron de lagrimear se dio cuenta que las hojas se estaban incendiando, todas sus estúpidas

En pánico, hizo una danza de la lluvia en encima de las hojas y la tierra, sintiéndose como el idiota más grande que jamás había existido, lo único que quería era ir al restaurante de su madre, sentarse en el mostrador con un cómic, y que ella le hiciera un triple batido de chocolate espeso. Al igual que lo había hecho cuando era un niño. Finalmente, cuando había sellado el pequeño fuego por completo, se fue a casa y enterró el paquete de cigarrillos y los fósforos en la parte inferior de la basura de la cocina antes de ir al cuarto de baño para ducharse del olor a humo.

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fantasías infantiles yéndose con el humo también.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintiséis Gracias a Dios, Ginger pensó mientras trabajaba rápidamente en los toques finales de su pintura. Ella podía estar emocionalmente confundida como nunca había estado, pero por lo menos no había perdido su talento. Todo lo que quería era centrarse en su arte en lugar de todas las locuras que Connor le había dicho en la playa.

¿Qué pasa si quiero casarme contigo porque no puedo imaginar una vida sin ti? ¿No sabía que ella ya lo había borrado? ¿Que él no podía simplemente levantarse y hacer un giro radical sobre todo y esperar que ella no lo interrogue? Dejó su pincel. Se estaba mintiendo a sí misma. No estaba en la zona en absoluto. ¿Cómo podía estarlo cuando todo su futuro pendía de un hilo? ¿Cuándo Connor estaba esperando su respuesta? Su primer gran muestra de arte era en menos de una semana, un espectáculo que había estado esperando con impaciencia por meses. Por Dios, tenía que sacar el máximo provecho de esto. Con o sin el hombre que amaba a su lado. Estaba estirándose por su pincel de nuevo cuando notó el olor a humo pasar flotando. Extraño. ¿Por qué alguien habría encendido una fogata en medio de un día soleado? Y luego, en un instante, eso la golpeó. No estaba oliendo una fogata; algo estaba ardiendo. Su mano se dirigió inmediatamente a su estómago. Trabajando en mantener la calma, deslizó sus pies en zapatillas antes de salir corriendo a la playa para tratar de averiguar qué estaba ardiendo. Su mano cubrió su boca cuando estuvo de pie en la orilla del agua y miró

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Te amo.

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El Club de las Excomulgadas hacia arriba. Los árboles detrás de Poplar Cove estaban echando humo y cada pocos segundos una nueva explosión naranja de llamas aparecía por encima de la línea del techo. Su primer pensamiento, su único pensamiento, fue sobre Connor. Lo molesto que estaría si la cabaña se quemaba. Él había derramado su corazón renovándola, pero más que eso, su casa de verano había sido un lugar feliz para él cuando era un niño, y mantenía sus mejores recuerdos dentro de sus paredes de madera.

Corrió hacia la casa, en busca de una manguera y una escalera, incluso aunque sabía lo que Connor le diría si estuviera aquí. —Aléjate de la construcción. Llega tan lejos del fuego como puedas y permanece a salvo. Y lo haría. Pero primero tenía que hacer lo que pudiera para salvar a la cabaña de su familia. Acababa de apoyar la escalera contra la pared lateral, abriendo plenamente la manguera, cuando Josh vino corriendo a través de la playa, obviamente atraído por el humo. —Regresa a tu casa y llama al 911 —gritó—. Llama a tu madre. Y llama a Connor y a su padre. Los ojos del chico estaban muy abiertos por el miedo mientras gritaba: —Está bien. —Y corrió de regreso a su casa para hacer las llamadas. Era la cosa más extraña, pero incluso aunque el fuego estaba tan cerca que podía sentir su calor, no tenía miedo de subir al techo mientras cargaba una pesada manguera. No cuando ella tenía un propósito tan claro.

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No podía dejar que se queme.

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El Club de las Excomulgadas Necesitaba salvar Poplar Cove. Por Connor. No sabía cuánto tiempo había estado allí arriba, pero se estaba volviendo más caliente rápidamente y lleno de humo mientras el fuego se abría camino por la montaña hacia la cabaña, saltando árboles uno tras otro como la yesca. Las montañas Adirondack eran conocidas por sus tormentas repentinas, por la enorme cantidad de agua que podía, de pronto, caer del cielo sin advertencia durante quince minutos y luego desaparecer con la misma rapidez. Pero desde la tormenta que había volcado el velero de Connor había estado caluroso y seco, con

Oh, cómo deseaba que una de esas tormentas decidiera rodar en este momento para darles a todos una buena mojada. Pero cuando miró hacia el cielo, detrás de la capa de humo y ceniza todo lo que podía ver era cielo azul, sin una nube a la vista. No tenía que ser bombero para saber que era el día perfecto para un incendio forestal. Moviéndose tan rápido como podía, mojó todo el techo. Aún no había oído las sirenas, y no tenía ni idea de lo lejos que estaban los bomberos voluntarios. Se quedaría tanto tiempo como pudiera, pero se aseguraría de bajar antes de que estuviera en algún peligro real. Cuando oyó gritar, miró hacia abajo para ver a Andrew subiendo por la escalera hasta el techo. Ella estaba en el borde trasero de la construcción, tan cerca de los árboles que prácticamente podía agarrar uno y saltar encima. — ¡Ginger! —el rostro de Andrew era una imagen de pánico—. Tienes que bajar del techo. ¡Ahora! Ella abrió la boca para contestarle, para decirle que todavía estaba bien, cuando sintió un agudo e inesperado silbido de viento en su espalda.

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temperaturas de casi treinta y ocho grados.

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El Club de las Excomulgadas La brisa nunca había estado tan caliente, así de espesa. El fuego se había movido más rápido, más cerca de lo que había calculado. —Deja caer la manguera y corre —gritó Andrew por encima del crepitar de las llamas y ella estaba a punto de soltar la manguera cuando vio una gruesa chispa de llamas saltar por encima de su cabeza. Parecía uno de esos pequeños petardos con los que los niños estaban jugando en la playa el Cuatro de Julio. A pesar de sus esfuerzos por mantener el techo húmedo, las chispas atraparon y encendieron las baldosas de madera, una pared de llamas separándola

Mientras las llamas bailaban delante suyo, sólo podía pensar en una cosa: Ella iba a morir sin nunca terminar su conversación con Connor. Había pensado que tenía mucho tiempo para pensar las cosas, para cavilar todo lo que él había dicho, para sopesar ambos lados. Había pensado que se merecía al menos un puñado de horas para estar enfadada, para hacerlo sufrir de la manera en que lo había hecho él. Pero el fuego había llegado tan rápido. Y ahora, pensó, mientras empezaba a toser y no podía parar, parecía que podría estar falta de tiempo. A menos que Connor encontrara la manera de llegar a ella antes que lo hicieran las llamas. ***** Sí, Connor entendía que Ginger había necesitado tiempo, pero eso no quería decir que había accedido a sentarse y esperar. Durante toda su vida, había ido por lo que él quería. Haciendo que suceda.

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de Andrew o cualquier forma de bajar.

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El Club de las Excomulgadas No planeaba perder a Ginger. No ahora que por fin había sacado la cabeza de su culo y se dio cuenta que su vida no valdría una mierda sin ella. Isabel era una de sus amigas más cercana. La necesitaba de su lado. No mucho después de que Ginger lo dejara en la playa, estaba entrando al restaurante por primera vez desde que se enteró de la relación de su padre con Isabel. Ella estaba haciendo café detrás del mostrador cuando levantó la vista y lo vio.

—Ginger está embarazada —dijo, sin molestarse con una pequeña charla—. Yo la amo. Ella no me cree. Ayúdame a encontrar una manera de convencerla. Isabel no parecía tan sorprendida como debería estarlo. —Ella se hizo la prueba en mi casa. Ah, por eso ella caminaba de regreso por la playa esa mañana. —Sé que me ama. —Sí —dijo Isabel—. Lo hace. —Está siendo terca. —Le hiciste daño. —Lo sé. Y quiero pasar el resto de mi vida recompensándoselo. —En verdad vas a tener que arrastrarte. —Confía en mí, voy a estar arrastrándome como nadie ha visto nunca. Isabel finalmente sonrió. Y por primera vez desde que Ginger se había alejado de él, se sentía como que tal vez todo podría funcionar después de todo.

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—Connor.

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El Club de las Excomulgadas Y entonces el teléfono sonó justo mientras alguien decía: —Hay un incendio. Al otro lado del lago. Connor salió corriendo, levantó la vista hacia el cielo y tuvo que parpadear un par de veces para aclarar su vista. El humo todavía estaba ondulando arriba de los árboles al otro lado del lago. Justo en el lugar donde estaba asentada la cabaña de sus bisabuelos.

la puerta del lado del pasajero. —Voy contigo. Salió del estacionamiento en una ráfaga de polvo bajo sus neumáticos. El límite de velocidad era de cuarenta y cinco en el camino alrededor del lago, pero su velocímetro seguía subiendo. Sesenta. Sesenta y cinco. Setenta. Setenta y cinco. Y, sin embargo, Connor intentó conducir más rápido, porque cuanto más se acercaban a Poplar Cove, peor parecía la situación. Por favor, rezó en silencio, necesito saber que Ginger está a salvo. Por favor, deja que esté a salvo. En todos sus años de luchar contra el fuego, nunca había rezado más fuerte, nunca deseó más la seguridad de alguien. Ginger era todo para él. Todo. Y si, por alguna horrible casualidad, quedara atrapada en el fuego... No, no podía permitirse pensar eso. Si lo hiciera, estaría perdido. Completamente perdido. —Están ahí afuera, combatiéndolo —fue lo único que dijo Isabel durante su viaje, el terror de sus palabras llenando el auto, imposibilitando a Connor

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Él estaba medio en su auto cuando se dio cuenta que Isabel estaba abriendo

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El Club de las Excomulgadas responder, para calmar sus temores. Finalmente deteniéndose junto a la cabaña, saltó fuera del auto. Ginger. ¿Dónde diablos estaba Ginger? Sus ojos recorrieron la propiedad rápidamente, tal como lo haría en cualquier otro fuego, sólo que esta vez estaba intentando con todas sus fuerzas

No podía verla. ¿Dónde diablos estaba? Alguien agarró su brazo, pero no era Ginger así que no rompió su paso, no desvió su atención de su búsqueda. —Connor, ella está allí arriba. En el techo. Está atrapada por las llamas. Y ya ha inhalado mucho humo. Finalmente, registró que su padre estaba hablando. —Traté de sacarla —dijo su padre, pero Connor ya estaba a mitad de una escalera apoyada contra el costado de la cabaña. Él no tenía ningún atuendo y llevaba zapatillas que se derretirían casi al instante si se encontraba cara a cara con el fuego, pero nada de eso importaba. Lo único que importaba era conseguir sacar a Ginger del techo lo más rápido posible. Segundos después estaba en el techo, mirando fijamente a las llamas. Y entonces, cuando la brisa de la tarde llegó, buena y fuerte, moviendo el humo y las llamas lejos por una fracción de segundo, la vio. Ginger estaba de pie en la esquina trasera del techo, sujetando una manguera, todavía manejándola para tratar de combatir las llamas a pesar de que

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mantener el pánico a raya. Tratando de evitar volverse loco.

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El Club de las Excomulgadas estaba en peligro mortal. Demasiado alto de la tierra para saltar y con fuego yendo hacia ella por ambos lados, Connor sabía que alguien más habría estado gritando. Llorando. Pidiendo ayuda. Sin embargo, incluso a través de las llamas vacilantes, podía ver su enfoque, su determinación por salvar a la cabaña de su familia.

Con el uniforme, tal vez podría haber corrido a través de las llamas para alcanzarla. Pero si lo intentaba con sus pantalones cortos y zapatillas, ambos morirían allí arriba. Tenía que encontrar un camino hacia ella, y rápido, ya que las llamas crecían más calientes, el humo más grueso con cada segundo que pasaba. Sabía que debería estar en marcha, mirando, buscando, pero de repente sus pies no se movían. Jesús, estaba congelado. Una escalofriante ola de pánico se movió a través de sus células una a una, paralizándolo aún más, haciendo difícil para él respirar, pensar. Su pecho se apretó mientras la idea de que todo estaba perdido se hacía cada vez más real. Y entonces, oyó una voz gritando su nombre. La voz de Ginger. Seguido por el horrible sonido de su tos por el humo que estaba inhalando. Humo y llamas nublaron su visión, pero solo escuchar su voz, escuchar su grito para que él se vaya, baje del techo, se salve; rompió el hechizo mortal que había intentado envolverse a su alrededor. Una inesperada sonrisa cruzó sus labios. Nunca en su vida había pensado amar a alguien tanto como la amaba. La salvaría. Y a sí mismo.

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Increíble. Ella era increíble.

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El Club de las Excomulgadas Porque ellos se merecían una vida juntos. Con todo el miedo dejándolo, fue a un lugar de puro instinto y memoria muscular, un lugar donde todo lo que había aprendido en su década de experiencia luchando contra incendios mortales entró en juego. Rápidamente escaneando su entorno de nuevo, decidió que su mejor opción era hacer un salto rápido hacia el gran álamo directamente junto a la casa. Era el mismo árbol que había dejado caer el fabricante de viuda sobre ellos. Pero ahora, le dio las gracias por ello. Midiendo la distancia entre el canalón y el árbol, hizo a un lado las voces o

Cuando aterrizó, la corteza mordió sus palmas y la piel de sus rodillas desnudas con tanta fuerza que podía sentir gotear la sangre caliente por su espinilla. Manteniendo el enfoque, trepó por una de las ramas y luego sobre la siguiente, una y otra vez, hasta que estuvo lo más cerca de Ginger que podía. —Momento de bajar del techo, cariño. Saltando de la rama sobre la que estaba, aterrizó en el techo de nuevo, sólo que esta vez, podía sentir el calor de las baldosas debajo de las suelas de sus zapatos. Ella corrió hacia él, le echó los brazos alrededor. —Sabía que vendrías. Que su fe en él pudiera ser tan firme cuando le había fallado tantas veces, lo puso en marcha más que cualquier cosa jamás lo hizo. Ella empezó a toser de nuevo y tomó hasta la última gota de control mantener su voz tranquila. —Y sabía que estarías aquí arriba con una manguera —dijo, empujando las palabras burlonas más allá del nudo en su garganta con la esperanza de mantenerla en calma—. Voy a necesitar que te aferres a mí y no me sueltes. —Está bien —ella arañó, tosiendo incluso mientras se subía sobre su

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pensamientos que no lo conseguiría desde allí y saltó.

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El Club de las Excomulgadas espalda, sus brazos y piernas apretadas alrededor de su cuello y cintura. Su suave calidez contra su espalda lo hizo sentirse invencible, como si no hubiera nada que no pudiera hacer. ¿Cómo, se preguntó incluso mientras corría por el techo, no lo había visto antes? Bombero. No bombero. ¿A quién le importaba? Eran todos detalles. Porque mientras Ginger estuviera a su lado, él podía hacer cualquier cosa.

cuenta que había juzgado mal sus pesos combinados y que estaban cayendo más rápido de lo que había planeado. Afortunadamente, Ginger estaba un paso por delante de él, y la sintió soltarse un instante antes de que pudiera detenerla. Juntos agarraron la única rama que quedaba para salvarlos de los últimos cinco metros al suelo. Justo cuando sus manos fueron alrededor del árbol, oyó el golpe de aire del cuerpo de Ginger cuando ella se estrelló en la rama. Apretando su mano derecha en el árbol, estiró su izquierda para agarrarla. Quería decirle mil veces más lo mucho que la amaba, pero colgando de un árbol, mientras un fuego rugía a su alrededor no era exactamente una gran coordinación. Especialmente desde que dos docenas de personas se apresuraban debajo del árbol, hablando todos a la vez, arrojando una escalera contra el tronco, tratando de alcanzarlos. Tendría que ser feliz con uno solo. —Te amo —dijo mientras la ayudaba bajar por la escalera. Sus labios se abrieron, pero todo lo que salió fue más tos irregular, y entonces los paramédicos se la llevaron. Todo en él quería aferrarse a ella, pero no podía negar años de experiencia en desastres. Los médicos necesitaban comprobarla lo antes posible, tenían que hacer algo para calmar su tos, para asegurarse que el bebé se quedaba con ella a

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Alcanzando el árbol, saltó. Pero una vez que estaban en el aire, se dio

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El Club de las Excomulgadas través del shock. Uno de los bomberos voluntarios locales estaba diciéndoles a todos que despejaran la zona. Los espectadores volvieron a sus barcos que estaban parados en la costa, pero su padre se mantuvo a su lado mientras el equipo de bomberos voluntarios corría hacia la playa con sus uniformes y comenzaba el trabajo de evitar que el fuego se propague. Connor no dejó a Ginger fuera de su vista, ni por un segundo, ni siquiera

— ¿Esta es tu casa? Incluso cuando Andrew dijo sí, Connor sabía lo que el jefe iba a decir. —Tenemos que poner nuestra atención en apagar el fuego actual, de manera que no se extienda a las otras casas por el lago. Mi instinto es que su cabaña ya está demasiado lejos, pero si tenemos la mano de obra para trabajar en ella más tarde… Connor sabía que si se quedaba a ayudar, con solo un conjunto más de manos y piernas, él podía ser capaz de inclinar la balanza a favor de mantener la casa. Pero tenía que hacerse cargo de la mujer que amaba. Los paramédicos la habían recostado en una camilla y cuando la levantaron en la ambulancia, sus ojos estaban fijos en él. —Tengo que ir —dijo a su padre—. Tengo que estar con Ginger. Esperaba oír la angustia de su padre mientras su campamento familiar se quemaba delante de ellos. En cambio, Andrew le dijo: —Ginger te necesita mucho más que un montón de troncos antiguos quemándose. Connor se abrió paso a la parte posterior de la ambulancia justo cuando estaban cerrando las puertas.

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cuando el jefe de bomberos se acercó a Connor y a Andrew en la arena.

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El Club de las Excomulgadas —Oye, no puedes… —Uno de los paramédicos empezó a decir, pero la suave voz de Ginger cortó a través de sus protestas. —Lo necesito —logró decir antes de perder su respiración de nuevo y uno de los paramédicos cubrió su boca y nariz con una máscara de oxígeno. —Estoy aquí, cariño —dijo mientras se deslizaba en el asiento a su lado. Él le tomó de la mano, le acarició el pelo. Estaban poniendo una vía intravenosa y sus ojos ya estaban cerrándose mientras el oxígeno y la hidratación

—Está embarazada —advirtió a los paramédicos—. Sean muy cuidadosos con ella. Estaba durmiendo en el momento en que llegaron al centro de atención local. Los paramédicos rápidamente la llevaron para ser examinada por un médico y, aunque sabía que no podía estar allí, lo mataba estar lejos. Quería estar a su lado cuando abriera los ojos. Quería mantenerla a salvo en sus brazos y nunca dejarla ir. Connor estaba paseándose por la pequeña sala de espera cuando Isabel, Josh, y Andrew se precipitaron dentro. Isabel le echó los brazos alrededor. —Tú la salvaste. Ella no estaba llorando mientras lo decía, pero estaba claro que apenas se había detenido. — ¿Estás bien? —No, no lo estoy. No hasta que sepa Ginger está bien. —Y el bebé. Todo lo que pudo hacer fue asentir. —Ginger es un hueso duro de roer —dijo Isabel mientras le apretaba la

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hacían su camino en su agotado sistema.

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El Club de las Excomulgadas mano—. Ella va a estar bien. Ambos lo harán. En ese momento, Josh tiró de la manga de su madre. Su rostro estaba pálido, sus ojos muy abiertos, sus puños apretados.

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—Mamá. Tengo que decirte algo.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintisiete —Yo inicié el fuego —dijo Josh. Era casi la única cosa que podía haber sacado a Connor de su ansiedad por cómo lo estaba haciendo Ginger. — ¿Qué ocurrió?

—Salí a la pila de madera detrás de nuestras casas. Para fumar. La boca de Isabel estaba apretada, su rostro pálido por el horror. Con miedo. Andrew se situó detrás de ella, puso una mano sobre su espalda, y Connor tuvo la sensación de que el apoyo de su padre era la única razón por la que ella era capaz de permanecer en pie. —Pero me provocó nauseas, así que lo arrojé bajo mis pies. Las hojas comenzaron a echar humo y arder así que las pisoteé. —Josh tomó una inestable respiración—. Pero supongo que no lo apagué del todo. Connor había hecho eso cientos de veces, escuchado la confesión de un pirómano accidental, trabajado para calmar a la persona. Pero era diferente esta vez. Cuando su cabaña estaba ardiendo. —Ginger podría haber muerto allí arriba. El chico realmente comenzó a llorar entonces, tuvo que limpiarse la nariz con su sudadera. —Lo siento mucho. Fue un accidente, lo juro. No pretendía herir a nadie. Especialmente a Ginger. Ella es genial. Nunca querría que nada le ocurriera. Ya eran dos, pensó Connor con rabia mientras Andrew se movía entre ellos.

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El chico entrecerró los ojos, un par de lágrimas escurriéndose.

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El Club de las Excomulgadas —Iré con él para hablar con el jefe de bomberos. Para asegurarme de que no dice nada que ellos puedan retorcer más tarde para encasquetárselo de otra forma que no sea un accidente —puso su brazo alrededor de los hombros de Josh, que estaba temblando con miedo y arrepentimiento—. Isabel, también deberías estar allí. Ella asintió, girándose para decirle a Connor: —Lo siento tanto —antes de que siguiera a su hijo y a Andrew de regreso al

La recepcionista se aclaró la garganta desde detrás de su escritorio. —Disculpe, ¿es usted Connor MacKenzie? La Señora Sinclair ha pedido que regrese para verla. Toda su vida, pensó Connor mientras se movía desde la sala de espera por el pasillo hacia la zona de examen, había sido el equilibrado. El chico con el que todo el mundo podía contar para mantener la calma. Incluso después de su paso por la unidad de quemados, había sido una roca. Era casi como si los acontecimientos de estas pasadas dos semanas hubieran sido puestos en marcha para ponerle a prueba, para ver de qué estaba hecho. La llamada del Servicio Forestal. Perder el control cada vez que tocaba a Ginger. Descubrir que iba a ser padre. Ginger lanzándole de regreso sus palabras de amor. Poplar Cove ardiendo, cientos de años de historia, convirtiéndose en humo. Y ahora, Ginger yaciendo en una cama de hospital. Las cortinas estaban echadas y cuando tiró una hacia atrás para acercarse, su

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auto.

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El Club de las Excomulgadas corazón se detuvo ante la visión de ella conectada a una intravenosa, sostenida por almohadas, yaciendo bajo una delgada manta blanca. —Hola —dijo ella con una pequeña sonrisa. Fue sólo entonces que su corazón comenzó a latir de nuevo. Ella sonaba bien y su color era bueno. Pero no había forma de que pudiera verla como otra simple víctima del fuego, no había forma de que pudiera evaluar sus estadísticas y estar satisfecho de que estaba bien.

podía dejar de besarla, no podía evitar acercarla más a él. Su garganta estaba seca y agrietada cuando preguntó: — ¿Cómo está el bebé? —sus manos automáticamente se movieron hacia su estómago todavía plano—. Está... Ella puso sus manos sobre las suyas. —Perfectamente bien. La respiración que había estado conteniendo salió en un ruidoso zumbido de aire. —Gracias a Dios —dijo, y después— al verte allá arriba en el techo… nunca he estado tan asustado. Y cuando me percaté de que no había forma de llegar a ti... —había sido el peor momento de su vida—. Nada más importaba excepto bajarte de ese techo. —Tenía que intentar salvar la cabaña —dijo ella—. Aunque sabía que estarías furioso conmigo por no irme ante la primera señal de fuego. —Prométeme que nunca harás algo tan valiente, o estúpido, de nuevo. Ella hizo una mueca ante el ―estúpido‖, pero se mantuvo firme.

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Se dijo que debía ser amable con ella, pero una vez estuvo en sus brazos, no

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El Club de las Excomulgadas —No puedo hacerte esa promesa, Connor, no cuando lo que amo podría estar en juego. ¿Serán capaces de salvar la cabaña? —Probablemente no. Una lágrima rodó por su mejilla. —No es justo que la primera oportunidad que has tenido para luchar contra el fuego en dos años sea porque tu propia casa está ardiendo. Lo siento mucho,

—No me importa nada de eso. Ni la cabaña. Ni siquiera combatir incendios. La cabaña estuvo allí cuando la necesitamos, para unirnos, para hacer imposible que ignoremos nuestros sentimientos el uno por el otro. No iba a reprimir las palabras ni un segundo más. —Te amo, Ginger. Por favor, cásate conmigo. No porque estés embarazada, sino porque somos el uno para el otro. Ella no retiró sus manos de las de él, pero sintió que sus dedos se tensaban. —No quiero que repitamos los mismos errores, Connor, hacer lo mismo que tus padres y simplemente casarnos porque estoy embarazada. —Mi padre estaba enamorado de alguien más cuando dejó embarazada a mi madre. Yo estoy enamorado de ti, Ginger. Él tenía diecinueve años. Yo tengo treinta. Él realmente no estaba preparado para casarse, no con mi madre, de todas formas. Pero yo estoy listo para esto, Ginger. Estoy listo para ti. Para una vida contigo. Con nuestros hijos. La observó tratar de asimilar todo lo que estaba diciendo, pero incluso así sabía que tenía que darle más. Después del modo en que la había lastimado, se merecía hasta el último pedazo de él, sin importar lo duro que hubiera luchado para mantenerse lejos de todos durante tanto tiempo.

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Connor.

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El Club de las Excomulgadas —Cuando esa noche me dijiste que me amabas, las sensaciones me abrumaron, nunca me había sentido así. Ni siquiera cuando mis manos se estaban derritiendo. Me asustó, Ginger. Más que cualquier otra cosa a la que me hubiera enfrentado antes. Parecía más fácil entumecerse. Él llevó las manos de ella a su corazón, y las sostuvo allí. —Pero ahora sé que preferiría sentir demasiado que nada en absoluto.

Ginger se había dicho a sí misma que no repetiría los mismos errores, incluso aunque su corazón no estaba realmente en ello. Era sólo para asegurarse que cubrían todos los ángulos. Así sabría que habían dicho todo. Porque cuando miraba en lo más profundo de su propio corazón, creía que él la amaba. Connor no era el tipo de hombre que mentiría sobre estar enamorado simplemente para conseguir lo que quería, para que aceptara casarse con él. Connor nunca intentaría mantenerla en una prisión emocional como tantos otros habían hecho. Connor era su primer amor. Su amor verdadero. —Yo tampoco me he sentido de esta forma antes —admitió—. Mis sentimientos por ti también me asustan. Eres parte de mí ahora. Tan hondo que nunca seré simplemente yo otra vez. Y todo en lo que podía pensar cuando estaba en el techo y el fuego se estaba acercando era en que nunca tendría la oportunidad de decirte que sí. Nunca nada la había movilizado tanto como el puro placer en la cara de Connor. — ¿Sí? ¿Cómo sí, te casarás conmigo?

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*****

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El Club de las Excomulgadas —Nunca hubo ninguna otra respuesta, Connor. Ni otra elección que hubiera podido posiblemente hacer. Te he amado casi desde el primer momento en que entraste en el porche. Cada vez que perdías el control, yo estaba justo allí contigo, ya perdida. Pero esta mañana en la playa, mis sentimientos fueron heridos. Quería hacerte pagar por ello. —Créeme, nadie va alguna vez a trabajar tan duro como lo haré yo para hacerte feliz. —No, Connor, no tienes que hacer nada excepto ser quién eres. Ser el adelante, nunca dudaré de tu amor por mí de nuevo. No cuando siempre sabré que ambos estamos dando todo el uno al otro. Entonces, él la besó, lento y dulce. —Los bomberos llaman esto nuestra lista de despedida. — ¿Lista de despedida? —Cuando sabes que no hay salida, si el fuego se está acercando y fueras a morir, ¿a quién harías tú última llamada telefónica? —Querrías llamar a las personas a las que más amas, para decírselo una vez más. —Hace dos años, Sam y mi madre encabezaban esa lista. — ¿Y ahora? —Tú, Ginger. Siempre serás tú.

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hombre al que ya amo. Porque no importa lo que ocurra entre nosotros de ahora en

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintiocho Isabel nunca se había sentido tan rendida, tan sumamente agotada. Había parecido que el día nunca llegaría a su fin mientras el jefe de bomberos interrogaba a Josh y, luego el investigador de incendios, Andrew permaneció de pie junto a él todo el tiempo. Protegiendo a su hijo. Josh había quemado Poplar Cove. Ginger y Connor casi habían muerto. Gracias a Dios, Andrew había estado allí para recordarles a todos una y otra vez nada le iba a ocurrirle a Josh, que nada iba a registrarse de forma permanente en su historial, y ningún cargo podía ser presentado por el investigador. Para cuando el sol se puso, Josh ya estaba profundamente dormido en su habitación. Andrew estaba sentado en su cocina, sosteniendo una taza de café y ella se sorprendió de encontrar que él lucía simplemente correcto. De alguna forma, se ajustaba bien al mundo a las orillas del lago que había creado para su hijo y ella misma. —Ha sido un infierno de día, ¿verdad? Era el eufemismo del siglo. Todo lo que Isabel quería era alejarse de todo durante un rato. — ¿Qué tal si remamos hacia la isla? Miró hacia la habitación de Josh, preguntándose durante un momento si debería quedarse en la casa sólo por si se despertaba, pero lo cierto es que sabía que era una simple excusa para no estar sola con Andrew otra vez. Porque estaba muerta de miedo por la profundidad de sus sentimientos hacia él. Especialmente después de hoy. Andrew agarró un par de toallas grandes del porche mientras caminaban

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que había sido un accidente. Le había asegurado al menos una docena de veces que

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El Club de las Excomulgadas hacia su muelle y subían al bote de remos. Los remos de madera silbaron a través del agua negra, bajo un cielo igualmente negro. No hablaron mientras él remaba y ella apenas podía verlo en la negra oscuridad, pero la calmó, la complació, saber que estaba justo allí con ella, sentado sólo a unos metros de distancia. Hacía treinta años, él había sido el único hombre que había querido en su bote salvavidas en una emergencia.

ese hombre de nuevo. Después de subir el bote a la orilla, él extendió la mano y ella le permitió guiarle a su playa ―privada‖, el lugar especial donde se escabullían como adolescentes cuando querían estar solos. Y conforme caminaba a su lado, su mano cálida en la suya, ella esperaba que los recuerdos volvieran, uno tras otro, todos los recuerdos que no había querido reproducir. Pero en lugar de volver sobre sus viejos pasos, se percató de que estaban dando unos nuevos. Nunca olvidaría el pasado, pero finalmente podía ver que él no había regresado al lago para revivirlo. Estaban juntos aquí para construir un futuro. Extendieron las toallas sobre la arena y fue la cosa más natural del mundo apoyar su cabeza sobre el hombro de Andrew. —Siento mucho que perdieras tu cabaña —dijo y mientras se apretaba más contra él, finalmente a salvo en sus brazos, se dejó desmoronarse—. Casi te pierdo hoy. Arriba en el techo... —No podía conseguir decir nada más, no cuando el simple pensamiento de Andrew siendo alcanzado por el fuego le revolvió el estómago. Andrew los movió para que su cabeza estuviera acunada bajo su fuerte

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Por primera vez en tres décadas, se preguntó si era posible que pudiera ser

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El Club de las Excomulgadas antebrazo y él mirando hacia ella. Su pulgar rozó suavemente su mejilla mientras amablemente limpiaba sus lágrimas. —No llores, Izzy. Todavía estoy aquí. Y no voy a ninguna parte, lo prometo. —Nunca seré capaz de disculparme lo bastante por lo que mi hijo hizo. Antes de que se fuera a dormir me dijo que estaba equivocado sobre ti. Que no eres un mal tipo después de todo. Espero que puedas encontrar la forma de perdonarlo

—No me malinterpretes, todavía no se ha establecido que Poplar Cove ha desaparecido, pero no puedo evitar preguntar si todo esto fue para mejor. — ¿Cómo puede ser para mejor? —Bueno, por un lado, es un nuevo comienzo para Connor y para mí. Dios sabe que ambos lo necesitamos. —Ginger también —murmuró Isabel. Y ella también, admitió silenciosamente. No se había dado cuenta hasta el regreso de Andrew lo anclada que había estado al pasado. —Ahora Connor y yo podemos tener una oportunidad de reconstruir la cabaña, juntos. Pasar unos meses trabajando como un equipo en algo que nos importa a los dos. Tal vez Josh pueda ayudarnos, trabajar la culpa a través de un martillo y una sierra. Podría ser también un buen modo de quemar algo de esa energía adolescente, de mantenerle fuera de problemas durante un tiempo. — ¿Estás planeando quedarte? ¿Y, realmente, consideraría pedirle a su hijo que trabajara con él después de lo que había hecho? —Quiero hacerlo, Izzy. Más que nada. Pero no quiero herirte de nuevo, así

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un día.

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El Club de las Excomulgadas que si tú no quieres... Ella puso un dedo en sus labios para detenerlo. —Cuando mi hijo nos encontró... —Su rostro se sonrojó—. Bueno, cuando nos encontró besándonos, me porte mal contigo. Sólo porque él no pudiera hacer frente a que su madre se comporte como un adulto normal no significaba que yo debía actuar como que no hubiera ocurrido. —Sus ojos se movieron a su rostro y sostuvieron su mirada—. Porque la verdad es que quería que ocurriera. Quería que

— ¿Querías? —Sí. Quería. Más de lo que jamás he deseado algo. Pero estaba indecisa porque aún no estaba segura de si alguna vez podía volver a confiar en ti. Hasta hoy, cuando te vi con mi hijo, el modo en que protegiste a Josh, incluso aunque él era el responsable de tu pérdida. —Sólo es un chico que cometió un error. Uno malo, pero aún así un error. —Observarte con él me hizo ver que puedo confiar en ti. Confío en ti. Realmente, tu error y su error no eran tan diferentes. Dos chicos que no sabían qué hacer con toda su energía. Su pasión. Seguí pensando sobre esas cosas que te dije el primer día que pasaste por el restaurante, cuando dije que un hombre verdadero lo habría hecho mejor en tu situación. —Tenías razón. Toda la razón. —Tal vez la tenía —dijo— pero si puedo repartirlo, debería ser capaz de aceptarlo, ¿verdad? Porque ahí estaba yo diciendo que tu deberías haber descubierto una manera de hacer que tu matrimonio funcionara, pero ¿hice que el mío funcionara? No. Para nada. Porque todo el tiempo que debería haber estado amando a mi esposo, el padre de mi hijo, todavía estaba enamorada de ti. — ¿Me amas?

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tú me besaras.

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El Club de las Excomulgadas —Siempre te he amado, Andrew. Nunca dejé de amarte, ni siquiera un segundo, ni siquiera cuando estaba tan enfadada contigo que quise ir hacia ti con un cuchillo de cocina. Ella lo escuchó reírse ante su honestidad, y luego suspiró: —Mi dulce Izzy, cómo te amo —un momento antes que su boca bajara sobre la suya. Su beso fue dulce, suave, y entonces, sin aviso, ambos estaban tomándose, verano de desesperación alejando cualquier duda o paciencia. Y entonces, él la reposicionó, tendiéndola sobre su espalda sobre la toalla y mientras le quitaba la ropa, ella miró arriba hacia la luna a través de los árboles, el aroma de los arbustos de arándano llenando el aire con su dulce perfume. Cada zona de piel que sus dedos tocaban la hacía gemir de placer: conforme quitaba su camiseta y luego su sujetador, y entonces se movían hacia la cinturilla de sus pantalones. Él ahuecó sus senos y ella se inclinó hacia sus maravillosas manos enormes queriendo más, tanto como pudiera darle. Su boca la encontró a continuación, su lengua moviéndose en largas caricias entre sus piernas y ella olvidó dónde estaba otra vez, sólo podía concentrarse en el hombre dándole el tipo de placer que no había sentido en ningún otro lugar. Más y más alto iba escalando mientras él la amaba con su boca, pero quería que lo compartiera con ella, así que alcanzó sus hombros y tiró de él hacia arriba sobre su cuerpo. Con sus manos temblando, torpemente fue hacia sus pantalones, pero entonces él la estaba besando otra vez y ella no podía descubrir cómo hacer que sus dedos obedecieran sus instrucciones. Andrew le relevo donde lo había dejado y pronto sus ropas también estaban fuera y se apoyaba sobre ella de nuevo, desnudo esta vez. En otro momento se detendría, respiraría, miraría y aprendería de nuevo cada centímetro del cuerpo de él. Pero ahora, todo lo que importaba era tenerlo

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saboreándose y probándose el uno al otro con lenguas, labios y dientes, todo un

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El Club de las Excomulgadas dentro, abrirse para él y sentir la larga penetración de su eje dejarla sin respiración. Él se quedó inmóvil y preguntó: — ¿Cómo voy a tener alguna vez suficiente de ti? —Y entonces estaba empujando, agarrando uno el cuerpo del otro, intentando acercarse más, moviéndose juntos a un ritmo que era dulcemente familiar, y sin embargo, totalmente nuevo. Estaba besándola como si hubiera estado esperando toda su vida para encontrarla y ella se entregó completamente a él en el momento en que se llevaron el uno al otro por encima del borde. Su rugido de placer fue tragado por los

Y cuando regresaron a la tierra, yaciendo sudorosos y jadeantes en la retorcida toalla, ella puso las manos en su rostro y lo besó de nuevo con todo el amor de su corazón. No más remordimientos. No más ira. Después de treinta años, el amor era lo que quedaba.

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árboles y luego por la boca de ella mientras lo besaba.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Veintinueve Dos semanas más tarde... Arte en las montañas Adirondack había sido un día espectacular para Ginger. Afortunadamente, había guardado la mayor parte de sus lienzos terminados en el sótano del centro de recreación de Blue Mountain Lake, junto con un puñado en exhibición en las paredes del restaurante, así que aunque había perdido varias de

Connor la había ayudado a colgar el cartel encima de su blanca y pequeña tienda abierta: "Las pinturas de Ginger Sinclair", y cada vez que miraba hacia este había empezado a sonreír como una idiota. Cada vez que un desconocido se paraba frente a uno de sus lienzos y le decía lo mucho que le gustaba... francamente, ni siquiera importaba si compraban uno o no. Ser parte de una comunidad de artistas era suficiente placer. Mejor aún fue el hecho de que no solo había vendido casi todo, también le habían pedido hacer varios encargos para distintos propietarios de Blue Mountain Lake. Estaba encantada de que sus sueños de convertirse en pintora a tiempo completo estuvieran haciéndose realidad, pero la mejor parte de esto era compartir su alegría con Connor. Cada día él había salido y recogido flores silvestres para ella. Jarrones de flores silvestres llenaban todas las habitaciones de su casa de alquiler, pétalos eran esparcidos a través de las sábanas. Y ahora, acababa de presenciar la boda más hermosa en la isla en el medio del lago. Se sentía completamente privilegiada al sentarse en una toalla en la arena y escuchar los conmovedores votos de Sam y Dianna. Tan pronto como Sam y Dianna habían sido informados sobre el incendio, habían cambiado sus horarios para volar antes hacia el lago. Con Poplar Cove hecho un montón de brasas, el lugar de la boda tuvo que ser cambiado. Andrew fue quien había sugerido la isla, y todo el mundo había de estado de inmediato de

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sus pinturas más recientes en el fuego, tenía suficiente para mostrar.

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El Club de las Excomulgadas acuerdo en que era el lugar perfecto. No había sido fácil conseguir llevar tanta gente, decoraciones y alimentos a la isla, y todos ellos habían estado orando para que la lluvia aguantara hasta después de la boda, pero de alguna manera la prisa por conseguir todo listo había formado parte de la diversión. Y Ginger estaba encantada de saber que iba a estar relacionada con Sam y Dianna en un futuro cercano. Más probablemente muy cercano, pensó mientras ponía una mano sobre su estómago. Ella y Connor no podían ver ninguna razón para esperar, no con un

Sintió un familiar calor apurarse a través suyo, y levantó la vista para encontrar a Connor, que estaba de pie junto a su hermano haciendo de padrino, sonriéndole. Él articuló: “Te amo” y su estómago hizo un pequeño flip flop de alegría mientras él seguía a los novios hacia el altar informal. Ella le lanzó un beso, luego se puso de pie para ayudar a Isabel a servir el almuerzo. ***** Flanqueado por sus hijos mientras el fotógrafo tomaba fotografías para el álbum de la boda, Isabel nunca había visto a Andrew lucir más feliz. Olvidando que sostenía una bandeja de entremeses de gambas a la plancha mientras los miraba, se sorprendió cuando una voz suave preguntó: — ¿Puedo ayudarte en algo? La ex esposa de Andrew, Elise, tomó la bandeja de las manos de Isabel de repente flojas. —Gracias por hacer tanto para que esta boda suceda. Y la comida está

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bebé en camino.

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El Club de las Excomulgadas maravillosa. —De nada —contestó Isabel, poderosamente agradecida de que el hielo por fin hubiera sido roto. Finalmente se permitió tomar una larga mirada a la mujer con la que Andrew había estado casado por treinta años, Elise seguía siendo una mujer hermosa, delgada con corte bombé castaño oscuro y gran sentido de la moda, Isabel sonrió y dijo:

—Lo estoy. —Estuvieron paradas juntas en silencio durante unos instantes, observando a los tres hombres—. He querido hablar contigo durante mucho tiempo —admitió Elise en una voz suave—. He querido decirte que lamento lo que pasó hace más de treinta años. Isabel encontró la mirada de la mujer. —Yo también lo siento. —Pero no lo cambiaría. No cedería a mis hijos por nada. La pieza final del rompecabezas se deslizó en su lugar en el interior de Isabel. Todo sucedió por una razón. —No podría estar más de acuerdo —dijo con una sonrisa—. Y si no te importa, me gustaría una mano con la comida. Elise le devolvió la sonrisa y, aunque nunca serían amigas, Isabel se alegró de saber que nunca volverían a ser enemigas. ***** Ver a su ex esposa acercarse a Isabel era lo más cerca que Andrew había llegado de tener un ataque al corazón. A pesar de todo, siguió sonriendo para el

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—Has criado dos buenos hijos. Debes estar muy orgullosa.

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El Club de las Excomulgadas fotógrafo, pero su corazón no comenzó a latir de nuevo hasta que las dos mujeres se sonrieron una a la otra. ¿Qué diablos acababan de decirse una a la otra? fue su primer pensamiento, rápidamente seguido por: Sólo alégrate de que el agua parece estar corriendo bajo el puente. Era un bastardo con suerte, había pensado eso desde el momento en que Isabel lo besó. Y estas dos últimas semanas, con Connor y Sam juntos, finalmente había tenido la oportunidad de navegar por el lago con sus hijos en el barco que soñado todos esos años atrás. Esperaba navegar el lago Blue Mountain con ellos, y sus hijos, muchas veces más en los próximos años. Después de que Connor fuera retirado por el fotógrafo para una foto con Ginger, Sam dijo: —Fuiste más allá de hacer posible esta boda, papá. Andrew sabía que esforzarse por hacer que esta boda suceda en la isla apenas compensaba los errores que cometió. Pero ellos no estaban más hablando sobre el pasado. Estaban avanzando, hacia un futuro mucho mejor y mucho más brillante. —No había nada que hubiera preferido estar haciendo. —Dianna, su nueva nuera, los saludó desde donde estaba hablando con el oficiante y le dijo a su hijo—: Me alegro mucho por ti y por Connor. —Entonces —dijo Sam lentamente— aparte de estar aquí para ayudar a reconstruir la cabaña, ¿cuáles son tus planes exactamente? Andrew había terminado de ocultar cosas de sus hijos. —Me voy a casar con Isabel. Sam lo sorprendió riendo a carcajadas.

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Connor había ayudado a construir. Había sido incluso mejor de lo que había

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El Club de las Excomulgadas —Infiernos, deberíamos haber hecho una boda triple. Esa niebla que había estado recubriendo la vista de Andrew todo el día retrocedió. —No creo habértelo dicho todavía hoy, pero te quiero, hijo. Y por primera vez desde que era un niño pequeño, Sam dijo “Te quiero” de regreso.

Connor envolvió sus brazos alrededor de Ginger desde atrás. —No creo haber visto jamás a mi hermano y a mi padre reír juntos. Inclinando su cabeza hacia atrás en su pecho, ella dijo: —Sé que él no fue un gran padre, pero apuesto a que será un gran abuelo para nuestro hijo. La atrajo más cerca y apoyó sus manos sobre su estómago. —Nuestros hijos. Atrapando la mirada de su abuela a través de la franja de playa, supo que ella también había visto a su hijo y nieto conectar dada la alegría en su rostro. Sorprendido como siempre por la rapidez con que sus abuelos se movían, sonrió mientras su abuela barrió a Ginger en un abrazo. —Estamos muy emocionados de que vayamos a tener otra nieta de ley pronto. Cuando él les había dicho acerca del compromiso su abuela había dicho simplemente: —Yo sabía que esto iba a suceder. ¿No fuimos inteligentes en alquilar Poplar

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El Club de las Excomulgadas Cove? Él y Ginger había decidido mantener su embarazo para sí hasta el segundo trimestre, y podía ver lo mucho que su prometida quería derramar el secreto. De alguna manera, sin embargo, sintió que su abuela ya sabía sobre el bebé. Ella siempre había tenido ojos en todas partes. Es evidente que nada había cambiado desde que él era un niño. Su abuelo se aclaró la garganta y metió su mano en el bolsillo de la

—Le hemos dado a tu hermano la escritura del lote vacío al lado de Poplar Cove. Y esta, le tendió un trozo de papel, es para ti. Tu padre nos dijo que tu renovación hizo que la cabaña de madera luciera como nueva. Tu abuela y yo creemos que ya la has hecho tuya. Esto simplemente hace que sea oficial. El día después del incendio, Connor se había unido al equipo de voluntarios para limpiar la estructura. Cada uno de los chicos en el equipo se había acercado a Connor en un momento u otro para decirle que deseaba que hubieran sido capaces de salvar su cabaña y cómo lamentaban que se hubiera quemado. Estaba profundamente contento de haber estado allí durante las últimas horas de la casa. Y estaba muy ansioso por reconstruirla en los próximos meses, junto con realizar otros trabajos para varios propietarios de cabañas de madera en el lago. Ya había reservado todas las horas que estaba dispuesto a trabajar. Él y Ginger habían alquilado una casa en el extremo de la bahía y se quedarían allí hasta que Poplar Cove estuviese de pie otra vez. El fotógrafo alejó a sus abuelos un momento después y Ginger dijo: —Estoy tan feliz por ti, Connor. Sé lo mucho que amabas Poplar Cove. Ahora es tuya. Le dio la vuelta en sus brazos hacia él.

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chaqueta.

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El Club de las Excomulgadas —No es mía. Es nuestra. La primera cosa que haremos el lunes por la mañana será ir a la corte para poner tu nombre en esto. Juntos, vamos a construir una nueva vida aquí. Esta misma mañana, mientras había hecho algunos recados de última hora para la boda, había visto un anillo en forma de flor, cada pétalo de un color diferente y brillante en una vidriera en la calle principal. Metió la mano en su bolsillo y se lo tendió.

—Cuando vi este anillo supe que estabas destinada a usarlo, que había sido hecho para ti —lo deslizó en su dedo anular entonces enredó sus dedos con cicatrices a través de los suaves de ella—. Toda mi vida pensé que necesitaba el fuego para sentirme vivo. Pero ahora sé que todo lo que necesito eres tú, cariño. Este anillo es una promesa de mi parte de que te voy a amarte, y cuidarte, para siempre. Y que ella lo besara para sellar el acuerdo, fue la cosa más natural del mundo donde sus desesperadas palabras de semanas atrás en el porche florecieron en algo verdaderamente hermoso. —Tómame, Connor. Soy tuya.

Fin

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—Una flor silvestre —susurró ella con asombro.

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El Club de las Excomulgadas Serie Bomberos de Elite 01 - Calor Salvaje Él es un bombero forestal HotShot adicto al riesgo. Ella es la sensual belleza que nunca vio venir.

Arriesgar su vida diariamente es lo que hace Logan por la mañana. Como líder del equipo de bomberos forestales de élite de Tahoe Pines, no dará marcha atrás de un incendio -o de la hermosa y letal Maya Jackson. Ella puede haberlo seducido con sus lágrimas y su pasión, pero será un frío día en el infierno antes de que Logan se permita bajar la guardia otra vez. Hasta que la vida de Maya se ve amenazada. Con sus instintos natos de héroe pateando, Logan jura proteger a la mujer que juró acabar con él. Y a medida que el deseo vuelve a inflamarse, nada -ni el fuego asesino o el asesino ardiente en su estela- puede apagar las llamas...

02 - Caliente Como El Pecado Sam MacKenzie es un bombero HotShot como pocos. Es totalmente intrépido; y sin nadie esperándolo en casa, no hay razón para no arriesgarlo todo. De la nada, la única mujer que amó, la misma que hizo trizas su corazón hace diez años, aparece suplicándole ayuda. La hermana de Dianna está en un gran problema en algún lugar de las escabrosas Montañas Rocosas de Colorado, y él es la única persona que conoce con las habilidades para localizarla. Trabajando juntos en la búsqueda de la hermana de Dianna, pronto se dan cuenta que hay un asesino suelto y su verdadero objetivo no es la hermana de Dianna... es Dianna misma. Usando sus extremas habilidades al aire libre, Sam tiene que encontrar al asesino, antes que pierda para siempre a la mujer que ama.

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Maya Jackson no se acuesta con desconocidos. Hasta que el dolor de la noche la envía al bar más cercano y a los brazos del amante más explosivo que ha tenido. Seis meses más tarde, la dedicada investigación de incendios provocados llega cara a cara con él. El hermoso y sonriente Logan Caín. Su error más grande. Ahora su sospechoso número-uno en una serie de incendios forestales mortales.

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El Club de las Excomulgadas 03 - Nunca Demasiado Caliente Un Toque Enciende. El Fuego Quema.

El herido bombero Connor MacKenzie ha llegado a lo profundo de las frescas y verdes montañas de Adirondack para reconstruir la cabaña de 100 años de antigüedad de la familia MacKenzie; y para estar a solas. Un incendio terrible le ha dejado cicatrices por dentro y por fuera y certeza sobre dos cosas: Va a volver a su equipo de bomberos no importa lo que se necesite, y cualquier mujer que se aventure demasiado cerca no se quedará mucho tiempo. Ginger Sinclair ha sido quemada por un tipo diferente de fuego. Después de haber escapado de un mal matrimonio, se retiró a la seguridad de un pueblo vacacional junto a un lago en el Estado de Nueva York para comenzar una nueva vida. Ha terminado con los hombres, con las relaciones, con el peligro de los deseos que pueden arder fuera de control; hasta que inesperadamente se encuentra con Connor MacKenzie. Cuando un verano caluroso en el lago se hace cada vez más caliente, se encuentran compartiendo una cabaña y un romance que rápidamente se los tragará a ambos.

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Y El Calor Acaba De Comenzar.

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