Inmaculada Ortiz GarcĂa
EL CASTIGO
Y de pronto la tierra se despereza, se sacude y al mirar a su alrededor se harta de permanecer sumisa dejando que aquel parásito que es el hombre la destruya. Ella, poderosa, se alza contra el humano y decide castigarlo. No tiene piedad, ni hace distinción, aunque ha decidido no ensañarse con los más pequeños. Quizás aún quede algo de esperanza, ellos aprendan la lección y ella pueda salvarse. Los hombres, asustados, indefensos ante este repentino ataque de ira, se confinan en sus guaridas y esperan temerosos un futuro incierto. Los animales y las plantas libres al fin de la opresión aprovechan para
recuperar lo que es suyo y el ser humano se maravilla de pronto ante tanta belleza olvidada, se regocija aspirando el aire límpido y se deleita al observar las noches oscuras de cielos cuajados de estrellas que hacía años no veía.
Pero son tiempos oscuros, de miedo, de incertidumbre.
Todos pierden algún ser querido: Un padre, un hermano, un amigo… Y al cabo de un tiempo el hombre empieza a entender aquel castigo. Solo desea algo que no se consigue con dinero: la libertad. Y empieza a añorar detalles en los que antes no reparaba: un beso, una caricia, un abrazo. Echa de menos a los amigos, sus risas, su compañía. Llora a sus muertos en absoluta soledad con el desconsuelo de no haber podido despedirse de ellos. Algo se rompe en su interior para siempre. Y entonces la Tierra, que en el fondo es bondadosa, decide que ya es suficiente, que la lección está aprendida, y
repliega sus garras… pero no para siempre. A partir de ahora se mantendrá alerta y si vuelve a recibir el más mínimo daño esta vez no tendrá compasión.