Diario de una cuarentena, de Mª Nieves Ruiz López

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Mª Nieves Ruiz López



Aceptación Un mes ya desde que comenzó el aislamiento, y me sigo despertando con la misma sensación de estar viviendo una película con un final incierto.

Abro los ojos a diario y mi cerebro sigue dedicando unos segundos para procesar una misma certeza: no, esto no ha sido un sueño. Y es que, la incredulidad de los primeros días ha dejado paso a la realidad, y ésta a su vez, a la aceptación. El ser humano es capaz de adaptarse a las situaciones más complicadas con una relativa facilidad, y me doy cuenta, de que gozo sin problemas de ese singular poder de adaptación. Aunque si lo pienso,

tampoco es que sea algo tan meritorio. ¿Tan difícil es quedarse en casa con comida, agua, calefacción y entretenimiento?

Esperanza Un día más, un día menos, me repito una y otra vez. Cumplido ya, con

suerte, la mitad de este confinamiento, procuro mantener el ánimo de espíritu, y a pesar de la prolongación de las ausencias que tanto duelen, de los temores que amenazan con cerner sobre mí toda clase de malos augurios, sigo diciéndome: pasará, esto pasará, y dentro de unos meses todo quedará reducido a un mal recuerdo. El después, da tanto miedo como el ahora, y eso no es demasiado alentador, pero hay que mantener la

esperanza.


Gratitud Miro la vida pasar detrás de esta ventana, intento leer y escribir en los ratos libres, trabajar... aunque está resultando ardua tarea. Difícil concentrarse y evadirse de esta realidad que nos ha tocado vivir. Se suceden los días desde nuestros hogares sin otro proyecto que vivir el presente. Días casi idénticos que transcurren sin sobresaltos, sin novedades, sumidos en la monotonía...

Aquí dentro intentamos protegernos y proteger a los que más queremos, y mientras tanto, ahí fuera, un ejército de hombres y mujeres tienen que salir de casa sin remedio, sin armas, con el miedo metido en el cuerpo por ellos, y por sus familias. Todos los días, minutos antes de las ocho, salimos de nuestras casas todos

los vecinos, como conejos de sus madrigueras, y a las ocho en punto comienzan las palmas. No sé a quién le aplauden ellos, pero yo dedico mis aplausos a mis hermanos. En esos rostros tan conocidos y parecidos al mío deposito mi ovación. Pienso en ellos, y al hacerlo, pongo rostro a los miles de sanitarios que trabajan para intentar paliar los efectos de esta pandemia, para intentar salvar el mayor número de vidas posible. Aplaudo,

aplaudo sonoramente con todo lo fuerte que puedo, como si hubiese sido testigo de una maravillosa obra de teatro. Aplaudo a esos grandes actores, desde esta cómoda butaca que es mi casa. Pienso en ellos, y no puedo evitar emocionarme cada tarde; en ellos, enfundados en capas y más capas, que ojalá sirvan para protegerles. En ellos, solos desde hace semanas, lejos de su familia, sin salir de casa salvo para ir a trabajar,

rodeados de enfermedad y angustia. Los imagino, como soldados en la primera línea de batalla, intentando ocultar sus miedos entre todas esas


capas de plástico y tela, intentando esconder sus temores tras una sonrisa. Aplaudo, y me recreo en ese momento tan especial de cada día, en ese minuto en el que todos nos unimos en un mismo acto, en un mismo sentimiento, como si con ese gesto remáramos todos a una, unidos para intentar parar esta pesadilla. "Ya sé quiénes son mis héroes, mamá. Los tíos", me dijo hace unos días mi hijo. Pues sí, aunque ellos no quieren serlo,

estamos muy orgullosos de nuestros héroes... Tristeza y Emoción Cientos de muertos, cientos de historias diferentes que tienen en común la soledad, el dolor inenarrable, completo, todo para sí, sin posibilidad de compartirlo, sin abrazos en esos durísimos momentos. A medida que pasa

el tiempo vamos poniendo nombre y apellidos a esos fallecidos de los que se habla en los telediarios. Me emociono con las imágenes de televisión de enfermos saliendo de las UCIs o de los hospitales. Sonríen bañados en lágrimas, llenos de gratitud por haber vuelta a la vida, por haber ganado una batalla que creían perdida, rodeados por sus salvadores que les despiden con aplausos, y con una felicidad desbordada, celebrando cada

enfermo recuperado como una auténtica victoria. Amor Es curioso que, aunque separados, este virus esté haciendo que estemos más unidos que nunca. "Te echo muchísimo de menos", le dice mi pequeño a través de la pantalla a su abuela, mientras ella lo mira casi al punto del

llanto. Es ahí, justo en ese instante irrepetible cuando me digo: Sí, definitivamente, esto nos servirá para apreciar lo verdaderamente importante...



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