METAMORFOSIS Manuel Francisco García García
METAMORFOSIS Manuel Francisco García García
La sugestión que me produjo “Invitación al viaje” de Baudelaire me hizo salir a callejear la noche, como un lobo estepario en busca de alguna emoción que me sacara del hastío y la rutina. Deambulaba las calles solitarias entre los juegos de luz difusa de las farolas, cuando siguiendo un taconeo lejano y algo desacompasado llegué hasta una calleja estrecha alumbrada al final por una luz vívida. Me dirigí hasta ella y me encontré a las puertas de un bar del que salía una suave melodía de jazz. Entré por curiosidad y por frío.
Era un antro que estaba casi lleno de gente que reía y mantenía conversaciones cruzadas, con la barra a la derecha y unas pocas mesas a la izquierda. Encontré hueco al final de la barra, junto a un tipo delgado con pelo ensortijado y pedí una copa de algo fuerte, ron mismo. Ron Matusalem, sí. Prueba alguna de estas, si quieres -me dijo la bella camarera señalando un plato con pastas mientras servía la copa. Tenía hambre y comí una, que me supo como a menta y a hierba. Un sabor raro pero agradable. Tomé otra más con un trago de ron. Al girarme para mirar el local con más detenimiento me quedé en éxtasis ante lo que veía: Una especie de obispo sentado ante un escritorio con galerías a los lados, un león en una de ellas, un pavo real y una perdiz en primer
plano, unas zapatillas, libros por doquier, un gato, unas llaves, bonsáis….pero todo pulcramente ordenado y envuelto en una luz dorada. Sentía las notas de jazz volando por el aire hasta entrar y flotar por aquel recinto amplio y profundo del que no podía apartar la vista y que, según su cartela, se titulaba “San Jerónimo en su estudio”. Autor: Antonello da Messina, pintado entre 1474-1475. National Gallery London. Parece que te atrae mucho esa obra, me dijo el del pelo rizado mientras me miraba profunda e inquisitivamente a los ojos. Es como si viera el interior de un mundo misterioso en el que ese tío está tranquilamente leyendo junto a un león como si tal cosa, respondí. ¡Anda, sígueme!, dijo tras estrecharme la mano y presentarse como Julio Vaquero, pintor. Abrió una
puerta que había al fondo del bar por la que accedimos a un cuchitril lleno de trastos para pintar, y en el que me mostró otro cuadro de San Jerónimo en un estudio similar al anterior pero lleno éste de papelotes por el suelo o en grandes bolsas de plástico y con las ventanas altas del aposento invadidas por plantas que colgaban de ellas. Lo que en el otro cuadro era orden, era caos en este. Además, parecía difuminado y como sin terminar. Lo llamo “La estancia de Antonello” (*). Es San Jerónimo mientras está confeccionando la Biblia conocida como Vulgata, de ahí el desorden y el papeloteo que tiene montado, jajajaja. Lo último que recuerdo después de eso es que la bella camarera se me aproximó con taconeo algo desacompasado
para
decirme:
“Lo
siento,
tenemos que cerrar ya”. La miré a sus ojos sonrientes y le pregunté el nombre. María José. Antes, José Maria. Le deseé buen día y salí a la madrugada que ya se iba llenando de gente, mientras el rumor impersonal de la calle me pareció
una
música
de
jazz
en
continuo
movimiento.
Manuel Francisco García García
https://www.juliovaquero.com/?portfolio=la-estancia-de-antonello
Vaquero, Julio La estancia de Antonello, 1993.