LA
MEMORIA DE
LAS
PIEDRAS
Textos e ilustraciones Alberto MartĂnez Texto de introducciĂłn Judith Lerin 2015
Ciego, camino de piedras ¿Piedras? Forman parte de la historia, de los pasos, son agua, son escombros, incluso pueden legar a ser molestas en nuestros riñones. Son parte del entorno, del espacio, incluso de la ausencia. Son silencio, pero ahí están, presentes bajo nuestros pies.
En las afueras de la pequeña ciudad de Teruel, hay una zona muy especial, conocida como “El Salto del Ojo”, ya que desde lo alto de la montaña más cercana, los caminos que la cruzan forman un ojo, que parece llorar sin descanso, y es que hay un pequeño salto de agua, el cual se aprovechaba antaño para generar energía eléctrica.
Ya casi nadie recuerda las historias que allĂ sucedieron, salvo los habitantes mĂĄs longevos de la zona; un anciano pastor, y las casas de piedra, que igual de ancianas, permanecen todavĂa en pie.
El pastor, llamado Santiago, es el Ăşltimo encargado de cuidar el lugar que habita, del mismo modo en que cuida de su rebaĂąo. Un hombre de aspecto tan firme como contorsionado, con la piel similar a la corteza de un ĂĄrbol, y una voz tan profunda como la oscuridad de la noche.
Sus fieles compaĂąeros, una amplia familia canina, son los encargados de patrullar el lugar para asegurarse de mantener el orden y la tranquilidad. Durante el dĂa deambulan con total parsimonia, y al llegar la noche, se retiran a contar ovejas.
Un buen día, un muchacho llegó paseando, atraído por el singular aspecto de la zona, y decidió explorar todas y cada una de las casas. Estas, que hacía años que no hablaban con nadie, se emocionaron tanto con la visita que comenzaron a contarle, con gritos silenciosos, todas y cada una de las historias que desde hacía años conservaban.
Le hablaron de cómo la gente que allí vivió, trabajaba duro cía a día, cuidando del ganado, preparando las tierras de cultivo, o manteniendo en función la pequeña estación eléctrica que aprovechaba el pequeño salto de agua para producir energía.
El joven quedó tan sorprendido por los relatos que le habían mostrado, que no se dió cuenta de que la cuadrilla canina le vigilaba atentamente, desconfiando de lo que pudiese tratar de hacer.
En vista de la tensión que generaba su presencia, decidió abandonar para permitir que todo continuase con su habitual calma. Fue entonces cuando conoció al anciano pastor, quien, con su canto profundo, había encandilado a las ovejas, que descansaban sobre la fresca hierba.
El pastor, muy cordial se interesó por el joven visitante, y el motivo de su tránsito por aquel lugar. Este, le explicó su pasión por lo antiguo y por la naturaleza, y que por primera vez en mucho tiempo, se había sentido como en casa, al cruzar los destartalados portones de aquellas ancianas casas.
Viendo que el chico sentía admiración por su hogar, y que no había malas intenciones en sus visitas, le invitó a volver siempre que quisiera, y tras la puesta de sol, se retiró al calmado paso de su rebaño. Desde ese día, el joven tuvo claro que siempre que se sintiese mal, acudiría al Salto del Ojo, para relajarse escuchando a las ancianas de piedra.
Las visitas se sucedieron a lo largo de los años, y el muchacho se convirtió en hombre. En ese camino, aprendió a valorar el potencial de cuanto le rodeaba, guiado siempre por la sabiduría de la piedra, la firmeza de la madera, y el calor de la tierra.
Igual que corre el agua, pasaron los aĂąos, y surgieron historias nuevas, que las piedras se encargaron de preservar. El que una vez fue un muchacho curioso, alcanzĂł la vejez, recogiendo el testigo del ancestral pastor, y como la llama de la hoguera, se extinguiĂł poco a poco, cediendo parte de su calidez a los nuevos visitantes.
Las historias nacen, se comparten, se disfrutan, y en algĂşn punto del transcurso del tiempo, empiezan a vibrar con menor intensidad. Pero siempre habrĂĄ piedras dispuestas a cobijarlas, hasta que no queden ya ojos en el mundo para escucharlas.
Muchas gracias a las piedras por sus relatos, y a las personas que me han ayudado a saber quĂŠ hacer con esas historias.