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ÍNDICE El espejo.....................6 Por Hermes A. Alvarado R.
La sombra del condenado.......10 Por Fernando León Castro.
Acósmosis................14 Por Uriel Díaz G.
Amargo día.............18 Por Claudia Marleen Velázquez Sánchez
Los pozos..................22 Por Yesenia García.
El jurado calificador del primer concurso de cuento corto de horror del Festival Internacional de Cine de Horror de Guanajuato AURORA estuvo formado por la Dra. Elba Margarita Sánchez Rolón, la Mtra. Lilia Solórzano y el Lic. Carlos Ulises Mata. Todos ellos profesores del Depto. de Letras Hispánicas de la Universidad de Guanajuato. Corrección de estilo: L. L. Rita Vergil Guerrero Diseño editorial: L.D.G. Rodrigo Gamba Vazqueznieto
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también era idéntica a ella, pero Aneli no se la iba a dar. Ilena tuvo entonces celos de Muñeca, unos celos profundos y negros como el estanque, lodosos como el pantano. Celos de muerte, muerte a la trilliza intrusa que estrelló el espejo. Entonces Ilena tomó a Muñeca y le arrancó la cabeza. Aneli gritó. Un grito agudo, estridente, que terminó de romper el espejo, lo que de él quedaba. Ilena lanzó a Muñeca al fondo del estanque; morir ahogada fue el castigo de la condenada.
El espejo Por Hermes A. Alvarado R.
El arrepentimiento de Ilena fue entonces un dragón en el centro de su pecho, ardiente y horroroso. Demasiado tarde quiso tomar a Aneli de la mano, porque ésta se arrojó sin apenas pensarlo al fondo del estanque; el ilógico rescate de un amor condenado.
neli e Ilena son gemelas. A diario juegan junto al estanque
de
aguas oscuras del pantano que está en el centro del bosque
negro. Aneli e Ilena son como la ilusión de un espejo, a la vez idénticas y diferentes. Las dos juegan juegos reflejadas la una en la otra. Ambas hacen girar la cuerda en el mismo sentido por horas para otra compañera imaginaria. Ambas corren en círculos concéntricos y se tienden sobre el piso húmedo a observar nubes gemelas que a la vez avanzan y retroceden. Un día junto al estanque Aneli encontró una muñeca vieja de madera vestida con un raído trozo de tela vieja. La muñeca era idéntica a las niñas, una trilliza intrusa en un perfecto mundo de espejo. Aneli tomó a la muñeca, la nombró Muñeca y la amó y la mantuvo consigo. Ilena primero quiso a Muñeca para sí, pues 6 6
Aneli se sumergió lentamente mientras las aguas podridas la rodeaban por completo. Apenas podía ver a Muñeca hundirse en el agua malsana del estanque, a medida que ella misma descendía por los abismos de la inconsciencia. Aneli contempló una cascada invertida de burbujas que salían de su propia boca, pero ya no podía subir, el agua la arrastraba irremediablemente. Al fondo, Aneli divisó un resplandor, y recortado contra él, la silueta de Muñeca que seguía sumergiéndose tristemente, la cabeza apenas unida por hilachos al cuerpo. Al fin Aneli alcanzó a Muñeca y la estrechó contra su pequeño cuerpo. Juntas llegaron entonces hasta una hermosa luz, brillante, que otorgaba una deliciosa sensación de paz. Demasiado tarde Aneli contempló al horroroso pez del que provenía la luz, diez veces más grande que ella y cien veces más viejo, que la contemplaba con ojos ciegos y 7
muerte en los dientes.
Ilena supo que jamás podría abandonar la orilla del estanque, no
—No podrás salir nunca más— le dijo el pez con una voz como de
mientras Aneli flotara ingrávida sobre su superficie.
cien bramidos de oso marino. La desdicha de lo irremediable llenó entonces a la indefensa
Aneli e Ilena son gemelas. A diario juegan junto al estanque de
Aneli, que comenzó a llorar, sus lágrimas amargas fundiéndose
aguas oscuras del pantano que está en medio del bosque negro.
con el agua del estanque. Entonces el pez engulló enteras a Aneli
Aneli e Ilena son como una ilusión de un espejo, a la vez idénticas
y a Muñeca.
y diferentes. Una juega a reflejarse en la muerte, otra a reflejarse en la vida. Ambas sentadas una frente a la otra juegan al secreto
Horas, días, semanas. Ahora Ilena lloraba todo el tiempo junto
espejo que hay entre el mundo de los vivos y el mundo de los
al estanque. El único espejo que ahora encontraba era su propio
muertos. Aneli e Ilena son ahora una sola y pequeña alma distendida
reflejo en la superficie del agua quieta. A veces creía escuchar
entre dos tierras lejanas.
a Aneli hablarle a través de la bruma, pero era sólo su propio
Pero el espejo puede formarse nuevamente. Aneli le tiende una
corazón negándose a detenerse.
mano a Ilena. Ambas voltean hacia el estanque y tomadas de la
Un día, mucho después, cuando la tristeza era ya una carga
mano caminan lentamente. Muy lentamente.
habitual, vio a Aneli, etérea, flotar sobre el centro del estanque: la imagen espantosa de una ahogada. Primero quiso escapar, correr hasta desaparecer y no regresar jamás al estanque. Pero entonces vio que Aneli lloraba con mirada perdida, sus lágrimas ascendiendo lentamente, como pequeñas burbujas en un estanque. Ilena, con el corazón en la mano, llamó a Aneli. La llamó a través de la bruma, a través del tiempo, a través de universos paralelos. Y Aneli volteó y fijó su vista perdida y muerta en los ojos de Ilena. De algún modo Ilena supo que Aneli no se iría, que su alma anclada al fondo del estanque perduraría. Ilena fue hasta Aneli y abrazó su etéreo cuerpo mientras ambas lloraban. Un llanto a través de la niebla y de una desigual e insalvable distancia. De este modo, 8
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pretencioso retrato del “generalísimo” Francisco Franco mientras daban la orden de fusilamiento, como si se tratase de izar la bandera o hacer formación para presentar armas. Recuerdo el frío de las paredes y el olor a puro disolviéndose en el ambiente. El eco de la rigidez castrense dispersa entre voces, papeles y máquinas de escribir. A mí me faltaban tan sólo un par de semanas para terminar el servicio militar. Pero el azar, esa incomprensible aritmética, me había escogido para estar ahí
La sombra del condenado Por Fernando León Castro.
de guardia, aquel sábado. Precisamente ese día, en que habían decidido ejecutar a un desertor y asesino. Todo viene a mi mente como si fuera ayer, estos recuerdos malditos siempre me tienden una emboscada. La mirada del condenado
onozco a mi asesino. Desde hace cuarenta años es
inundada de meticuloso rencor mientras se fumaba un cigarrillo
huésped asiduo de mis pesadillas. Sé que me busca y que
-su última voluntad- antes de que le vendaran los ojos, como si
terminaremos encontrándonos nuevamente en una hora ya fijada,
pretendiera buscarnos y castigarnos cuando todo acabara, como
sé también que sólo quedo yo. El resto del pelotón ha muerto.
si ello fuera posible.
Entiendo que puede parecer que he dedicado demasiado tiempo a
Al final, todos tiramos a matar. No había lugar para el error o la
pensar la vida como un lance perdido. Quizá todo comenzó aquel
duda si no querías correr la misma suerte. Justo después de jalar
malhadado día, en el invierno del cuarenta y cuatro. Después de
el gatillo miré al cielo intentando escapar de ahí aunque fuera con
esa fecha con frecuencia me sentí atrapado en un círculo, pensando
la mirada. No pude, volví los ojos al reo mientras caía. Despacio,
en las tristes cartas que me repartió la vida. Sin embargo, alguna
como en un sueño. Imaginé su mirada apagándose bajo la venda,
vez pensando en ese desdichado, juré que las jugaría lo mejor que
casi pude sentir cómo su cuerpo se iba convirtiendo en el hueco
pudiera. Que yo no acabaría como él. Pero aún después de tantos
que deja la vida.
años no estoy seguro de haber cumplido aquel distante juramento.
Nadie volvió a hablar del tema jamás, pienso que mientras
Recuerdo todavía la oscura altanería en la mirada de aquellos
marchábamos hacia el camión que nos había llevado al descampado,
oficiales frente al escritorio y detrás de ellos -al centro- un
todos en silencio, ya habíamos decidido olvidarlo. Ninguno de
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nosotros le había disparado antes a nadie.
En este instante lo he oído acercarse, se ha detenido frente a mi
Algún día, quizá se vuelva realidad la recurrente pesadilla y sus
puerta, los pasadores ceden a su voluntad, la llave gira retirando
vacíos pasos y la lenta voz que le he asignado en mis delirios me
el cerrojo. Casi puedo distinguir ya la sombra del condenado
alcancen por fin.
dibujarse minuciosa sobre el mosaico.
En esa quimera me veo durmiendo un sueño intranquilo y, de
Afuera, la lluvia ha cesado.
pronto, me despierta el olor a cigarro y una voz nombrándome. Me niego a abrir los ojos porque sé que ahí está él, sentado junto a mi cama, tranquilo, con la misma tranquilidad con que enfrentó la muerte aquella tarde. Al final lo miro y me horrorizo al descubrir que lleva puesta en los ojos la misma venda de aquel día. Intento levantarme pero él lo hace primero y me ordena: “Vámonos, es tiempo”. Salimos, y el patio de mi casa se transforma en el del viejo cuartel. No hay nadie más, también en el sueño todos – arrastrados por el tiempo- han muerto. Me acerca el cigarrillo a punto de terminar como si también fuese mi último deseo, no lo acepto y él esconde apenas la ironía del instante en una media sonrisa que termina de agitar mis miedos. Después se quita la atadura, me la ofrece y puedo finalmente ver sus ojos, pero en ellos no hay nada solamente unos zócalos vacíos, sin vida. Tomo la venda y la aprieto, entonces despierto y me veo sujetando mis sábanas. Pero esta noche todo parece diferente, mientras llueve puedo escuchar en el patio el ritmo y el aplomo de unos pasos marchando al compás de los rayos y los truenos. Una y otra vez ha recorrido las baldosas con su paso marcial, mientras espera que crezca la noche para llevarme de una vez por todas a su infierno. 12
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de poner su voz por encima del llanto y tratando de que el Señor le respondiera, pero obteniendo tan sólo ese innoble silencio que no dejaba de atormentarlo. Así pasaban todas las noches, cuando el templo se quedaba vacío. Mientras tanto, la gente se encontraba agitada por un conflicto que parecía llevar un camino funesto, y frente al templo los líderes se paraban a juntar a la gente que salía de misa, a recordarles que
Acósmosis Por Uriel Díaz G.
por su patria debían ir a la guerra, que debían morir por sacar a aquellos hombres de su vida en pecado, que ante la presencia del Señor sabrían que hicieron bien. Con cada batalla que ganaban se reunían frente al templo para festejar en compañía del Sacerdote,
“¡Lo hice todo como me lo mandaste, Señor!” decía el Sacerdote tratando de amordazar su desesperación “¿Por qué entonces me castigas así? Bien sabes que me sepultarán bajo los guijarros más filosos. Bien sabes que no escucharán, que sus almas débiles no comprenderán que estaba obedeciendo tu voluntad… ¡Haz callar ese llanto infernal…! Responde, Señor, como lo hiciste en aquel momento, y dame aliento para soportar, para enfrentar el juicio de los hombres. Dame consejo, ¿qué debo hacer con aquella maldita criatura que ha de condenarme al abismo?” Pero lo único que podía escuchar era el suspiro de la tormenta y el llanto que se deformaba con la resonancia de las cavernosas bóvedas, escapando por detrás del altar, bajo las efigies sangrantes de los mártires, e inundaba el templo perturbando la llama de las veladoras escarlata. “Danos la vida y la fuerza para ver otro amanecer”, repetía casi gritando aquella oración del Libro Sagrado, tratando 14 14
quien se dirigía a ellos para darles nuevos ánimos. Un día y desde entonces, el Señor habló al Sacerdote durante los breves silencios en la misa, y le decía: “Debiste ofrendarme su sangre cuando te lo ordené. Aquella mujer que intentaste curar por unión carnal, como te mandé, nunca estará ante mi presencia por tu debilidad. Ahora que es tarde me avergüenzo de ti, y te condeno al abismo”. El Sacerdote se quedó un momento como el mármol, mientras veía la luz de las velas crecer en intensidad y su calor aumentar rápidamente. Pero la gente no parecía darse cuenta de lo que sucedía, y sólo lo miraba, agitado en el altar y abriendo los ojos como si se le fueran a salir, mientras un terror inefable le anegaba el alma y le tensaba todos los músculos. “¡Todos ellos lo saben ahora!” pensaba, y temía a sus miradas, siempre fijas sobre él, sabiéndolo todo, pero sin decir nada. Pasaron los años, y la odiada criatura, ese niño que de su sangre 15
descendía, fue creciendo, y su rostro se fue igualando al de él. El
esconderse temblando detrás de las cajas astilladas que hacían de
único lenguaje que el Hijo poseía era la repetición de las oraciones
cama, dejando la puerta abierta, por la que entraba una luz que le
y lecturas del Libro Sagrado, cada vez con mayor exactitud. A pesar
parecía maravillosa y como hipnotizado avanzó hacia ésta, aunque
de que desconocía el significado de lo que estaba diciendo, de
lentamente, seducido y a la vez temeroso de los desconocidos
algún modo lo hacía coincidir con acusaciones para el Sacerdote,
dominios del Diablo. El Sacerdote no vio nada más que las piedras
y éste, abrumado por la sensación de ver su rostro usando sus
rojizas ennegrecidas por los hongos, mientras temblaba en aquel
palabras en su contra, lo tomaba de los cabellos y lo arrastraba
rincón, hasta que un estruendo que cimbró todo el edificio lo
hasta el rincón más oscuro del sótano, entre las piedras heladas,
hizo moverse de aquel lugar. Su imaginación se encontraba tan
habitado tan sólo por alimañas y sombras y el Hijo, mantenido
infectada por el miedo que creyó que había despertado la furia
siempre en la no-vida, lejos de la luz, del viento y de la lluvia,
del Señor, y se alejó más hacia la oscuridad gritando “¡piedad,
apenas con un conocimiento vago del mórbido fulgor que se
piedad!”. Pero ignoraba que el ejército enemigo había irrumpido
filtraba por la puerta, temiendo mirar más allá, donde sólo existía
en el templo y estaba destruyéndolo por completo. El techo del
el Diablo esperando hambriento a su próxima víctima.
sótano se resquebrajó y toneladas de piedras cayeron sobre él,
En cada misa le hablaba el Señor al Sacerdote, mientras en los
mezcladas con estatuas y piezas de oro, y huesos y cenizas que se
ojos de la gente aparecían los de Él llenos de ira. Cuando debía
guardaban en los muros. Con él quedaron sepultados sus crímenes,
asistir a los festejos fuera del templo sentía cómo el calor del
sus secretos y su Señor, a quien sólo él podía escuchar.
sol se volvía más intenso, hasta quemarle la piel como una llama directa, y desde lo alto la voz del Señor le decía: “¡Ahora que es tarde te condeno al abismo!”. Hasta que una mañana, antes de salir a la misa de cinco, comprendió que el Señor estaría vigilándolo en donde quiera que la luz pudiera llegar, que no encontraría refugio en ninguna penumbra, que su secreto debía desaparecer con él en el fondo de las verdaderas tinieblas si quería vivir. Encontró el lugar perfecto bajo el altar, y entró, sin importarle nada, sin pensar en nada más que escapar del resplandor lacerante del Señor y poder vivir tranquilo. El Hijo lo vio entrar desesperado y 16
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que hacen sus fiestas y les llevamos sus canastas llenas de quesos y jamones que nos piden que traigamos de la tienda de mi padre. Eso de respetar protocolos de convivencia es otra de las cosas que odio y que deberé evitar cuando viva solo. Lo peor es que ellos creen que son como nosotros. Debo confesar que todas las mañanas al despertar me examino minuciosamente en el espejo para cerciorarme de que no me estoy
Amargo día Por Claudia Marleen Velázquez Sánchez
derritiendo como ellos. ¿Qué haría yo con la nariz colgando hasta las rodillas? ¿O con los párpados confundiéndose con mis labios? ¡Ah, qué asco!
I Cuántas veces me he mirado al espejo esta semana? Las suficientes para saber que los lunares en mi cara no se han movido. Estos días han estado soleados, de pronto todos brillan por tanto sudor. Odio las sonrisas de la gente cuando está acalorada, odio ver sus cortinas de dientes ensalivados y sus frondosos pómulos; todos huelen a plástico quemado. Mi madre me ha dicho incontables veces que no odie tanto, que se me secarán el corazón y el cuerpo entero y que cuando tenga 40 años no seré más que un montón de cecina refunfuñante. A esto sólo me queda reír y pensar que algún día cambiaré para entonces amarlo todo. Amarlo todo menos las caras derretidas de todos mis vecinos; son de verdad repugnantes, ¿quién podría amarlas? Yo creo que hasta mi madre las desprecia, pero nos tenemos que tragar el asco cada 18 18
II Me he despertado abruptamente. ¿Qué hora es? Apenas las 2 de la mañana. Malditos sueños, han estado repitiéndose desde hace tres días: el mismo par de viejas que acarician mis manos, que no dejan de mirarme y que poco a poco se acercan a mi cara y comienzan a lamerme las mejillas. Todo pasa tan lento, que su baba tarda en escurrir y se enfría, y al enfriarse dejo de sentir mi cuerpo. Entonces despierto. Tengo que lavarme la cara. Pasa el tiempo y no puedo dormir, veo cómo mi cuarto se va llenando de claridad. Me tengo que ir a la escuela. Llego y… ¿qué carajos está pasando? ¿En dónde están sus ojos? ¡¿Qué les ha pasado a sus ojos?! Grito aterrorizado, corro al baño 19
y me veo en el espejo, aliviado, suspiro, estoy completo. Me niego
Agarro del piso distintas partes del espejo, esperando encontrar
a salir, no quiero estar con ellos, con sus caras sin ojos.
mi boca en alguna de ellas, pero es inútil, ahora me doy cuenta
Regreso a casa, busco a mi madre, no puedo parar de llorar.
de que mis lunares también se han ido, junto con mis cicatrices de
Al no encontrarla me meto a mi cuarto y me hago bolita en la cama.
varicela, mis cejas y mi ojo derecho.
Pienso que tal vez todo es una pesadilla, o mejor aun, una broma.
Mi rostro desaparece frente a mí.
Una muy buena con grandes efectos especiales.
Me rindo totalmente, recorro con mis dedos cada parte de mi faz y
Sigo esperando que llegue mi madre y en la espera me quedo
lo único que logro palpar es un extraño vacío.
dormido. Siento a las viejas acercarse lentamente, respiran muy fuerte, me toman las manos, me miran fijamente y continúan su despreciable ritual de lamerme las mejillas. Ansío que llegue la parte del frío para poder despertar. Abro los ojos y corro a vomitar, las viejas apestan, ojalá no volvieran jamás. Alguien toca la puerta, me siento abrumadoramente aturdido, me asomo por la ventana de mi cuarto y veo que es uno de los horribles vecinos. ¿Qué es lo que quiere? ¡Lo odio! ¡Lo odio tanto! Me dirijo a la entrada de la casa, pero antes agarro el martillo y al abrir, él no espera que lo quiera matar a golpes ¡Maldita deformidad! Lo dejo tirado al pie de la puerta, estoy temblando, busco un espejo y me percibo demasiado pálido. Estoy enfermo… estoy enfermo ¿a dónde se fue mi madre? Me vuelvo a mirar en el espejo y esta vez no encuentro mi boca. Quiero vomitar de nuevo, me siento mal. Caigo al suelo como si fuera una gran carga, no me puedo levantar. El espejo se ha roto, tomo uno de los pedazos y me vuelvo a mirar… ¿en dónde diablos está mi boca? 20
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pondrían flores, cruces. Cuando llegué a su pueblo no había ni un alma. Toqué en varias casas y no me abrieron. Me quemaba el sol la cara mientras corría por otra calle gritando, recordando la voz de Mariano tapándose la nariz y diciendo: -Son 57.
Los pozos Por Yesenia García.
Yo manoteaba por las moscas, me resistía a respirar el tufo. -Son 57 -volvió a decir-, ocho niños contando esos de las mujeres encintas. Vi las panzas respingadas. El cuerpo de uno de dos años, de cuatro,
Vine aquí a olvidar y a que me olvidaran. Vine hasta aquí sólo a eso. Tengo que olvidar a mucha gente, muchos nombres, muchos gestos y miradas. Los vivos se olvidan pronto, cuando se deja de pensar en ellos es porque ellos ya no se acuerdan de nosotros. Los muertos no. Ellos te persiguen a través de una calle, un color, una palabra. Hay unos que se aparecen en los sueños. Pero los peores son los que te persiguen y te hablan. No queda más que responderles. Porque es peor si los evitas, si no les respondes, si haces como que no están ahí se te encabronan y rompen cosas, se te aparecen a medio día en la puerta del baño o te miran tras la ventana de tu cuarto, sin habla, ahí todos amontonados en la ventana esperando que les digas algo. “Fui con la vieja”, les contesto. Ella dijo que irían por ustedes. Que los enterrarían. Que les 22 22
de seis; una niña. -No quedó nadie- aulló Mariano-. Luego yo vomitaba entre los magueyes. Seguí gritando por las calles silenciosas. Por fin vi una puerta abierta. Adentro un montón de veladoras que llenaban el piso. Llamé. Me sudaba el cuerpo. La vieja surgió tras el cristal de una ventana en el fondo como si naciera de la nada. -¿Dónde están todos? -Aquí no hay nadie. -Pero, ¿y Mariano, dónde está mi hermano? Y abriéndose camino para llegar hasta mí, se detuvo a un paso y nos miramos. Vi sus arrugas muy cerca de mi cara, no dijo nada, salió y la seguí. 23
Caminaba rápido y vaporosa hasta la orilla de la calle, la alcancé
cruces. Escóndete, vete pa’ los Yunaites y no vengas nunca.
cuando se detuvo en la entrada de la mina, me llevó hasta los tiros.
Y no volví.
Unos pozos que servían de respiradero para las minas; tan hondos
Lo que no me dijo la vieja es que todos sus muertos iban a seguirme.
que luego de unos metros todo es una negrura que te entumece
Que mi hermano iba a seguirme.
las piernas y te dobla las corvas.
Que ella misma iba a pararse en mi portal, atravesaría las paredes
La vieja arrojó una piedra en el que tenía más cerca, la oímos
de esta casa que ya no es quieta ni tranquila; me seguiría, entrando
rasgar el aire varios segundos hasta chocar con el agua del fondo.
la noche, como una doble sombra bajo las luces de las calles,
Luego me miró.
su espíritu helado me rozaría la espalda. Golpearía mis puertas.
-Ayer vinieron a tirar a tu hermano.
Arañaría mis corvas. Me gritaría desde su boca-pozo, “ven sácanos,
Me doblé en la orilla, por un momento caí cientos de metros. Me
Vicenta, ellos no cumplieron su promesa, nos aventaron con ellos
aferré a la tierra con las uñas y me vino la bilis hasta el nacimiento
a los tiros, ¿no te acuerdas de los tiros?”.
de la lengua.
Esa vieja se montaría a media carretera cuando girara en una curva
La vieja se agachó a mirarme. Tu hermano nunca va a salir de
o cuando fuera al moll, caminaría a mi lado en silencio cada día
aquí. El único muerto que ha salido fue el gringo que se cayó hace
hasta verme caer en cama, entonces esa vieja jija se recostaría a
años. Vinieron rescatistas y buzos de San Miguel, trabajaron por
mi lado con todo el frío que se carga, bajo mis sábanas mirando el
semanas día y noche hasta hallarlo entre el hueserío que guardan
techo hasta que yo abriera los ojos entumida, y así recostada junto
estos pinches hoyos. Nadie preguntó por ellos, nadie dijo nada.
a mí, me miraría más de cerca. “No te puedes morir, Vicenta”.
Han venido a desaparecer gente de muy lejos.
Todos esos muertos tras la ventana, amontonados; miradas
Nosotros vivimos aquí entre estas fosas, cualquier día nos avientan
punzantes que me harían levantar y pensar en volver a ese pueblo
a media noche, ¿y quién va a saber? ¿Quién va venir a sacarnos si
polvoriento, silencioso, con las vías y la estación ya derruidas; a
un día amanecemos aquí amontonados y podridos?
destapar los pozos de su insospechado secreto miserable.
Vete Muchacha. Nos dijeron que nos darían los cuerpos si nos quedábamos quietos. Vete, en un año nadie dirá ya nada, ni los periódicos, ni los rumores de pueblo, ni los ofendidos de las desgracias ajenas. En un año nadie se acordará de nada. Podremos sepultarlos, poner flores, 24
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Memorias de Stregoicavar se termin贸 de imprimir en el mes de agosto de 2012 con un tirage de 1000 ejemplares. Guanajuato, M茅xico.
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