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Héctor Peña Díaz Dionisio Espejo Miguel Ángel Herrera Zgaib Juan Lara Juan David Cruz Duarte Raymundo Gómezcásseres John Jairo Osorio
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Rubén Jaramillo Vélez Enrique Santos Molano
50 55
Carlos Mario Peña Díaz
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Gabo boga en la vaga barca de la gloria La selva alegórica de Macondo Un Gabo personalísimo, tejido de recuerdos Historia de un fragmento de memorias descartado La breve vida de una historia con García Márquez La consagración de la ordinariez Bolívar: entre el laberinto de Gabo y la carroza de Rosero ENTREVISTAS Cien años de soledad y la modernidad en Colombia Cien años... la estrella que ocultó las demás obras de Gabo CRÍTICA DE CINE Gabo y el cine
Luca D΄Ascia Juan Carlos García Lozano Juan David Palacios Boeri Amado Juan Lara
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ENSAYOS Y CRÓNICAS El imperio de los refugiados (Una lectura desde la Eneida) El camino de San Juan Crónica de Ankara Por estas y otras razones Consideraciones de un editor improvisado
Alfredo Arango Ramiro Cárdenas Antony Rodríguez
86 89 95
CUENTOS El canto del cisne Dos veces la muerte. El regreso. Los condenados
59 67 101 103 105 106
POEMAS Midnight Dreams Mareas de odio Soy mi cuerpo Meditaciones HGZ30-Ángel Praga no existe
José Asunción Silva Alejandro Veramar Elvira Alejandra Quintero Luis Carlos Domínguez Carlos López Gerardo Guinea Diez Mario Lamo Christian Castaño Carlos José Reyes
RESEÑAS 108 Mancha de la tierra 112 En brazos de la mujer madura 116 Soledades públicas IN MEMORIAM 118 Baudelaire 150 años
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Gabo boga en la vaga barca de la gloria Por Héctor Peña Díaz
Por Luisa Rivera
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I estas alturas de la vida breve es difícil decir algo que no sea un lugar común sobre García Márquez. Da la impresión de que se agotaron los adjetivos para ensalzar su obra como para denigrar o alabar su persona. Mares de palabras se escriben, no tanto sobre su obra literaria (a la que hay que volver siempre), sino a propósito de cualquier tópico de su vida como si se tratara de un artista de la farándula. De cualquier modo es imposible ignorar a García Márquez. Pero vamos por partes, sobre todo, ahora, que a tres años largos de su muerte empiezan a surgir algunas pregun-
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tas: ¿resistirá el paso del tiempo la obra de Gabo? ¿Qué les dicen sus novelas y cuentos a las nuevas generaciones de lectores? No hay mucha información al respecto, pero si nos atenemos a los índices de lectura de nuestro medio no hay inmortalidad asegurada para ningún escritor. Hace unos meses dicté una charla a un curso de más o menos ochenta estudiantes de ciencias humanas de la Universidad Nacional sobre el legado de García Márquez y como iba a hablarles de Cien años de soledad, hice una encuesta informal y pregunté cuántos habían leído la novela y no fueron más de diez estudiantes los que levantaron la mano y de estos
la mayoría lo habían hecho como lectura obligatoria en el bachillerato. Debo confesar que me sentí abrumado y repliqué en voz alta que siendo uno colombiano, no se trataría solo de un placer literario, sino de un deber ciudadano, haber leído alguna obra de García Márquez, en particular, Cien años de soledad. La complejidad de una vida se resiste a las clasificaciones, pero para efectos de lo que quiero interpretar en este texto, dividiré la vida de García Márquez en tres grandes periodos: El primero desde su nacimiento hasta Cien años de Soledad, el segundo desde Cien años… hasta la concesión
del Nobel de literatura y el tercero desde el Nobel hasta su muerte acaecida en ciudad de México en abril de 2014. Alguien diría que es inútil escarbar en la vida de un escritor y que hay que dejar que hablen sus obras por él. Que lo que hizo o dejó de hacer Plutarco nos dirá poco sobre sus Vidas paralelas. Que casi nada sabemos sobre la vida de Shakespeare en su natal Stratford-upon-Avon y ello no resta un ápice a la compresión de sus dramas y comedias. Y en esa línea de argumentación insistirá: lo que no nos dicen sus obras no nos lo dirá su vida. Quizás tenga razón, pero es apenas un punto de vista. Tratándose de personajes como García Márquez (o León Tolstoi o Víctor Hugo para hablar de pares comparables) que ejercieron una gran influencia en su tiempo y en varias generaciones, que desbordaron los límites de lo privado, que fueron escritores comprometidos con causas controvertidas, es comprensible un interés más allá de lo literario. II La irrupción de Cien años de soledad en 1967 generó dos interrogantes, que aún hoy siguen dando vueltas en el mundo editorial: cómo fueron los trucos que hicieron posible la magia de esa novela y quién era el mago, de dónde venía. Esas dos vertientes han ocupado muchísimas páginas de la crítica literaria y de los intentos biográficos. Sobre esa primera mitad de su vida se han escrito varios textos empezando por sus propias memorias Vivir para contarla que rememora desde los días de su infancia hasta el momento en que se queda en Europa después del cierre de El Espectador a mediados de los años cincuenta del siglo pasado.
Está también El viaje a la semilla, el notable trabajo de investigación de Dasso Saldívar que indaga las fuentes de su literatura y como su título lo indica se sumerge en las raíces de la vida de Gabo y su familia para mostrarnos parte del secreto que lo lleva de Aracataca a Cien años de Soledad. Y en esa misma dirección apunta la biografía de Gerald Martín, el biógrafo consentido de Gabo1. Detengámonos un tiempo en esos primeros cuarenta años del Gabo desconocido. El niño camina de la mano del abuelo en los albores de la revolución en marcha, cuando el partido liberal ha recuperado el poder después de casi cincuenta años de hegemonía conservadora. Es un mundo y un país que están cambiando, es la época de la gran depresión (una de las crisis periódicas del capitalismo), empiezan a formarse la clase obrera y las industrias que la hacen posible. El país es una bestia que con sus patas delanteras araña la modernidad pero su cabeza enfermiza sigue enclaustrada en el miedo sagrado y en las formas feudales de la propiedad. El país sigue siendo dirigido por una élite neogranadina que se encaramó en el poder desde la independencia, organizó sus feudos provinciales, expropió a sangre y fuego las tierras de los pueblos indígenas y los expulsó hacia las montañas. No hay nada en apariencia que pueda arraigar la experiencia del escritor: ni una tradición cultural ni una biblioteca familiar. Las pre1 Hay obras como Historia de un deicidio de Vargas Llosa o Tras las claves de Melquiades de Eligio García que abundan en este periodo, pero es imposible enumerar la cantidad de ensayos y aproximaciones a la obra y a la vida de García Márquez, incluso hay libros dedicados exclusivamente a estudiar el acervo bibliográfico.
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carias condiciones económicas de la familia apenas solventan el día a día de la vida y el mayor de los hijos encontrará en una beca para estudiar el bachillerato su camino a Damasco. Paradójicamente son las políticas paternalistas del gobierno liberal expresadas en ese tipo de subsidios a los estudiantes pobres, las que le permitirían al adolescente García Márquez terminar la secundaria. Esos primeros veinte años en la vida del muchacho costeño son como la puesta en escena de una vida en tres grandes momentos: la infancia al lado de los abuelos maternos, la vida con los padres y hermanos en Sucre, y el bachillerato en Zipaquirá. Esos son los mismos años en que se suceden el nacimiento, vida y muerte de la república liberal con sus esperanzas sociales truncas y el inicio de la destorcida conservadora. Podría decirse que ese tímido esfuerzo reformista de la república liberal le fue cobrado al pueblo colombiano con sangre y fuego. Quizás sea una tarea inútil tratar de identificar un acontecimiento en particular en la vida de García Márquez, que constituya el parteaguas de su vocación de escritor. Casi siempre es un proceso con muchas 2017
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DOSSIER GABO estaciones, entre otras cosas, porque hay una vida inconsciente que nos acompaña como un polizón en el tren de aterrizaje de un avión. Si nos atenemos a lo que siempre dijo Gabo, es la imagen del niño de la mano del abuelo Márquez, la punta del iceberg de la gran masa de su literatura. De allí se desprenden sus principales historias que desembocan en Macondo. Esa imagen primordial está revestida de una doble nostalgia: la del abuelo Nicolás por un mundo que ya solo existía en sus recuerdos y la del niño Gabito feliz de la mano del abuelo por las calles de Aracataca. Pero será el Gabo adulto el que tendrá la responsabilidad de no dejar morir esos mundos que se vivieron o se añoraron: un modo de recuperar al abuelo perdido cuando de la noche a la mañana fue desalojado del paraíso cataquero para irse a vivir con sus Padres. Llevará esa nostalgia encerrada en su corazón como si fuera un gusano de seda que algún día volará y se convertirá en una mariposa de letras2. El qué, 2 Venero
Cómo es el mar abuelo. El mar es un cielo de agua.
El niño no suelta la mano del abuelo./ Mientras caminan por la plaza/oye su voz ronca que le gusta tanto/como las tortugas de Manaure./Vamos a ver los alcaravanes/que son tan bravos como tu abuela,/ dice bajito como si ella pudiera oírle. / No se cambia por nadie en el mundo/ mientras tenga en la suya la mano del abuelo./El día es un largo sueño despierto/llegan a la casa casi de noche/el abuelo desaparece y queda sólo/la voz de Mina y la sombra de las mujeres./ Una mañana por la carrilera/llegan a la estación abandonada./Aquí venía el tren, Gabito, dice el viejo Nicolás/como acordándose de un tiempo florido/en el que todo era rubio: el banano,/el sol y las esposas de los gringos./Otra mañana
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aunque amorfo, oscuro y entreverado en sus entrañas, estaba completo y el problema (que es el desafío de cualquier escritor) era el cómo hacerse a un modo que abriera esos viejos portones que no lo dejaban pasar (ni contar) el mundo de Macondo. Gabo insistió mucho en que todo lo que había en Cien años de soledad es una trasposición poética de su propia vida, que cada suceso contado allí tenía una correspondencia secreta con la realidad de su experiencia familiar, que ese era su secreto y por más que los críticos se desvelaran intentando descifrarlo jamás lo lograrían. Sabemos que todo escritor de ficciones es por naturaleza un ladrón de vida, que no hay experiencia propia o ajena que esté exenta de saqueo para ser llevada a su cocina literaria. El bachiller del Liceo Nacional de Varones aterriza en la Colombia de carne y hueso. La destorcida conservadora da sus primeros pasos con la elección de Ospina Pérez, después el país se anegará en una ciénaga de sangre y muerte. Como muchos humanistas colombianos que después derivaron hacia su verdadera vocación, García Márquez inicia sus estudios de derecho en la Universidad Nacional, en cuyas aulas se sentó otro destacado se tropiezan con el alcalde:/¿Nada en el correo? le pregunta de paso,/primero vuelve la compañía, brama el abuelo. El niño quiere ser como el abuelo/y el abuelo vuelve a ser un niño. /Le gusta mirar los payasos en el circo, /la negra que vende mandarinas y limones, /le asusta el farmaceuta de ojos amarillos. /El niño sabe que todo pasará y una nostalgia, /un gusano de seda en su estómago duerme/hasta que muchos años después/vuele una mariposa de letras… —Alejandro Veramar
hombre de la historia colombiana: el padre Camilo Torres Restrepo, quien moriría en combate veinte años más tarde en las montañas de Santander. La bienvenida a la juventud plena de Gabo, es nada más ni nada menos que el Bogotazo, aquella irrupción de la furia del pueblo por la muerte de Gaitán. Este acontecimiento en el plano personal lo obliga a interrumpir sus estudios y regresar a Cartagena. Allí comienza su andadura de periodista (una adarga para los años difíciles) y escritor (una pluma que conquistará la gloria literaria). III Se ha especulado mucho sobre la influencia de Bogotá en la vida de García Márquez. El propio autor en diversas ocasiones se refirió a la ciudad como un albergue frío de gentes tristes y monótonas, contraponiéndola frente a la espontaneidad y alegría de las gentes costeñas. Incluso en una entrevista sintetiza su primera experiencia en la ciudad: «Desde entonces Bogotá es para mí aprehensión y tristeza. Los cachacos son gente oscura y me asfixio en la atmósfera que se respira en la ciudad»3. Esa ambivalencia de García Márquez frente a Bogotá, expresa a su vez una contradicción mayor y es la de cómo se gestó ese señorío de la ciudad sobre el resto del país, a través de qué mecanismos se consolidó su poder centralista que ha sido determinante en la configuración de las instituciones y el “carácter nacional”. Por ejemplo, cuando en Cien años de soledad cuenta de dónde viene Fernanda del Carpio, nos dice que «había nacido y creci3 Entrevista Por Daniel Samper Pizano, El Tiempo, diciembre, 1968.
. Por Oniriq Studio
do a mil kilómetros del mar, en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueteaban todavía, en noches de espantos, las carrozas de los virreyes». Y en El general en su laberinto abunda en los contrastes entre chachacos y caribes, identificándose con el Libertador en su conflicto con Santander. En las gratitudes de esa novela, García Márquez se congratula de no ser cachaco y de haber tenido la suerte de nacer en la costa y recuerda sus viajes a la Bogotá «lejana y turbia, donde me sentí más forastero que en ninguna otra desde la primera vez». García Márquez después del nueve de abril vivirá cinco años en las dos ciudades principales de la costa caribe: Cartagena y Barranquilla que serán años de aprendizaje literario y en los cuales afianzará su vocación de escritor. Regresará a Bogotá y trabajará como reportero en El Espectador durante año y medio antes de su viaje a Europa. En la Roma del neorrealismo y el París de Sartre y Camus, en la Europa de la guerra fría, vivirá dos años y medio en los cuales parirá unas de sus más bellas novelas: El coronel no tiene quien le escriba. Luego en Venezuela será testigo de
la caída de Pérez Jiménez y un año después, el triunfo de los barbudos en Cuba será una escuela de aprendizaje político, sobre todo, en su trabajo en Prensa Latina. Más tarde el arribo a México después de su retiro de la agencia de prensa, los años difíciles de guiones cinematográficos y oficios varios, la aparente sequía literaria y finalmente el parto prodigioso de la criatura centenaria que asombró al mundo de la literatura. Estos primeros cuarenta años de la vida del escritor seguirán siendo objeto de pesquisas biográficas y literarias porque allí están las “claves de Melquiades”. El que emerge en 1967 con su obra maestra es el que conocimos los colombianos de mi generación y, por decirlo de algún modo, es el García Márquez que más nos gusta, el que aprendimos a querer y el que además ejerció una particular influencia en la conciencia política de la América Latina de aquellos años setenta. Escribiendo este ensayo me llegó un texto de alguien que se lamentaba de que García Márquez no hubiese escrito una novela sobre los años de la denominada “violencia” entre liberales y conservadores después del nueve de abril y que según este anónimo tendría este comienzo: «Muchos años después, inerme ante la bandada de buitres, Gabriel García Márquez había de recordar aquel día lejano en que su pluma lo llevó a conocer el mundo. Colombia era entonces una aldea de dos partidos de odio y sectarismo construidos a la orilla de un río de sangre inocente que se precipitaba por un cauce de olvido impune, triste y delirante como los sueños oligárquicos. Colombia era tan injusta que no había tiza ni tableros y quien osara denunciarlo se exponía al corte de franela. Cada dos años, por el mes de marzo, una familia de
vampiros instalaba sus toldos electorales y con la algarabía propia de las mentiras daban a conocer la lista de los salvadores de la patria. Primero revivieron los muertos. Un enjambre de hombres armados que se presentó como los garantes de la democracia hizo una demostración pública de lo que le podía ocurrir a quien disintiera. Fueron de casa en casa recogiendo cédulas, esculcando baúles, y ante el espanto de la gente vieron a los abuelos salir de sus urnas funerarias para depositar su voto en las urnas eternas del poder. Liberales de toda la vida, que incluso habían ofrendado su vida por el partido, resucitaban como Lázaro convertidos en godos de camándula y, en menos que canta un gallo, el país entero amaneció conservador. «Las cosas son como son» —dijo el presidente electo— ante las miles de voces que cuestionaban la legitimidad de su mandato, y al que no quiera caldo se le dan dos tazas —remató con áspero acento. Y para que no quedaran dudas de que sus palabras eran dictadas por un dios implacable, se inició la más feroz persecución de la que el país tenga memoria». IV El sismo de Cien años… pone muchas cosas en su sitio y por lo tanto, quita otras tantas que estaban mal colocadas en la historia oficial. Deja en evidencia la medianía de una literatura insípida e inodora que, o se había limitado a decorar la compleja realidad colombiana, o a denunciar las inequidades y los frutos podridos del régimen bipartidista (pero casi siempre atrapada por los límites de las coyunturas políticas y sociales), o a ser vanguardias trasnochadas; o en otros casos, era una literatura de huida como si una avestruz escribiera con la cabeza enterrada en la arena. El viento de Macondo barre los pe2017
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destales de muchos autores consagrados por la crítica benevolente del establecimiento literario y no solo es un viento de costado que invisibiliza a una generación de escritores, que va de atrás hacia adelante, congela en el pasado algunas grandes obras (María, La vorágine, etc.) y no deja nacer otras que se estaban gestando. Es como si Cien años de soledad y García Márquez hubiesen sido un agujero negro que concentrara para sí toda la luz editorial y no dejara espacio alguno a otras creaciones. Ya con medio siglo de distancia se puede afirmar de modo inequívoco que al lado, antes y después de Cien años hubo y hay un conjunto de narraciones, una buena parte ignoradas, que merecen ser leídas (v.g. La selva y la lluvia y Todas las estrellas son negras de Arnoldo Palacios; La tejedora de coronas de Germán Espinoza y Sin remedio de Antonio Caballero). Pero más allá de estas hipótesis sobre el cataclismo que implicó la publicación de la novela de Macondo, me interesa detenerme en la personalidad del demiurgo: un plebeyo y mestizo de cuarenta años que de la noche a la mañana se convierte en un interlocutor de la vida colombiana, un hombre que se ha hecho a sí mismo con un gran esfuerzo y disciplina personal, alguien que le debe poco o nada a los dueños del establecimiento y por lo cual, es muy difícil de cooptar para sus intereses, por la sencilla razón de que “resultó” socialista o en sus propias palabras «un comunista que no tiene dónde sentarse». Un régimen frentenacionalista bipolar que había excluido a millones de colombianos de la vida política, que había empujado o justificado el alzamiento en armas de esos sectores marginados, que en cierto modo, les habían robado la palabra, 8
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pues al fin y al cabo si alguien apela a las armas es porque la palabra no sale de los labios y si lo hace, no es escuchada. Por ejemplo, ahí se resume la tragedia del padre Camilo Torres, compañero de aulas de García Márquez en la Universidad Nacional. García Márquez crea un “frente” de palabras, ante el cual las voces más conspicuas del establecimiento colombiano se ven desbordadas, dada la amplitud de la caja de resonancia que tiene más allá de las fronteras parroquiales el autor de Macondo. García Márquez confronta un orden de cosas injusto, el modelo social y económico en que se asienta, denuncia las dictaduras en América Latina y se declara partidario de la revolución en nuestro continente; tres buenos ejemplos son su promesa de no escribir mientras estuviera Pinochet en el poder, la donación del dinero recibido por el premio Rómulo Gallegos al Movimiento Amplio al Socialismo de Venezuela y su defensa sin ambages de la Revolución Cubana. García Márquez, en el alba de su gloria es consciente de que sus energías deben estar puestas en lo literario al servicio de sus propios desafíos como escritor después de Cien años de soledad y en lo político a la causa de los oprimidos. Pero no desestima los riesgos de la fama y el dinero y se pregunta entre ingenuo y optimista: « ¿Qué hago con esta fama?.., me la gasto en política, es decir: la pongo al servicio de la revolución latinoamericana» y de un modo profético visualiza el destino de muchos intelectuales y rebeldes que fueron comprados en el camino: «Al contrario de las izquierdas, la oligarquía se alimenta de los hombres de otras clases, siempre que estén dispuestos a servir sus intereses».
Las elites y sus corifeos no le perdonan a García Márquez su osadía. No lo quieren porque consideran que es corroncho y mal vestido, le endilgan vulgaridad a su manera descarnada de hablar; le critican su dinero porque ahora lo tiene a raudales por las ediciones y las traducciones de sus obras. Pero en el fondo su discrepancia esencial es que el hijo de Aracataca no pertenece a su clase y además, en el discurso, es contrario a sus intereses. Hay ambivalencia mutua: las elites bogotanas siempre han desconfiado del “costeño cimarrón”, pero no se les escapa el reconocimiento universal a su obra y el provecho que podrían derivar de ello; García Márquez quizás (y esto es una conjetura) padeció en su temprana experiencia bogotana el profundo racismo y clasismo que caracterizan a estas gentes cachacas y es posible que se haya sentido excluido de ese mundo, pero ya con la fama a cuestas y el dinero en la bolsa es probable que sintiera la necesidad de ser admitido plenamente en esos mundos que se escondían tras una alambrada como las casas de los gringos en la zona bananera. No de otro modo se explicaría su “amistad” con López Michelsen y otras yerbas del pantano bogotano ni tampoco los giros y vueltas que fue dando su vida en las que se fue desvaneciendo el rebelde que alguna vez fue nuestro querido escritor. Hay dos hechos que contribuyen a explicar ese viraje que en su momento no era visible, pero hoy con Gabo en los raros cielos de la gloria literaria podemos develarlo. Uno, la persecución política y criminal del Estado colombiano cuando quisieron detenerlo por sus presuntos vínculos con el M-19 obligándolo a refugiarse en la embajada de México y haciéndole sentir que el
establecimiento no se está con remilgos cuando de eliminar un obstáculo se trata (ejemplos históricos sobran pero bastaría mencionar el atentado a Bolívar, los magnicidios de Uribe Uribe y Gaitán). El segundo es nada más ni nada menos que la concesión del Premio Nobel por su obra literaria, frente al cual diez años antes había dicho críticamente que «el Nobel se ha convertido en una monumental lagartería internacional». En conclusión: el primero le señaló unos límites y el segundo se los franqueó. En esa misma dirección bastaría contrastar sus experiencias editoriales con dos revistas de actualidad política: Alternativa (1974-1980) y Cambio (1998-2006). Alternativa fue una apuesta arriesgada desde una perspectiva de izquierda hasta el punto de que su sede fue objeto de un atentado con explosivo y siempre tuvo dificultades financieras por la renuencia de las empresas a pautar publicidad en ella. Durante sus años de vida fue una voz insular en la selva de medios oficiales y contribuyó con sus crónicas e investigaciones a revelar el carácter de las políticas de los gobiernos de López y Turbay Ayala. En cambio Cambio fue un negocio que resultó de las platas olvidadas del Nobel y su paso por el mundo editorial fue tan soso y anodino que terminó en manos del Tiempo de Planeta. Eran o dos Gabos distintos o un solo Gabo en dos épocas distintas, saquen ustedes las consecuencias.
dad de conocerlo personalmente en Valledupar en abril del año 1983. Recién galardonado con el Nobel había sido nombrado jurado del festival vallenato. Me encontraba impulsando la creación de oficinas de derechos humanos al interior del Nuevo Liberalismo, movimiento al que pertenecí un par de años. Lara Bonilla, uno de sus líderes me había apoyado para que viajara a la Costa y me entrevistara con los dirigentes regionales con ese propósito. Llegué a Valledupar después de visitar a Riohacha y Santa Marta y me hospedé en la casa de una de las aliadas del movimiento. Allí me fue presentado Gilberto Villarroel, periodista boliviano de Potosí, quien editaba junto a su mujer Lolita Acosta, El diario vallenato, único medio impreso de la ciudad y que como algo fuera de lo común no estaba al servicio de la clase política local. Villarroel, no obstante provenir de semejantes alturas, era un vallenato más en su forma espontánea y alegre de comunicarse. Villarroel se unió a mi causa de periodista independiente, pues con ocasión del festival vallenato entrevisté a Leandro Díaz, Alejo Durán y otros juglares para una ra-
DOSSIER GABO dio nicaragüense. Un día me dijo: quiero que conozcas a la Cacica y llegamos a la casa de los Araujo en plena parranda. Allí estaba eufórico al lado de Escalona tarareando sus canciones: Gabriel García Márquez. Villarroel me presentó como un abogado bogotano dedicado a los derechos humanos y el Nobel sin dejar de cantar la casa en el aire me dio la mano, yo le respondí con la siguiente estrofilla de la canción y nos reímos. Gabo estaba algo copetón, pidió a su mujer que le trajera un frasco de Milanta pues tenía acidez estomacal, luego me preguntó: ¿los derechos humanos para todo el mundo? Claro que sí, fue mi respuesta. Todo esto no duró más de tres minutos. Seguimos un rato en la parranda y quedó en mi cabeza la última imagen de García Márquez preguntándole a un propio si Julio Mario ya le había enviado el avión a Valledupar. En otra ocasión, ya en Bogotá, circulaba con un amigo por la circunvalar cuando a la altura de la calle 79 por el barrio Los Rosales vimos parqueado un Mercedes Benz con chofer, último modelo, color verde oliva y el amigo señaló un edificio y me dijo: allí vive García Már-
Por Luisa Rivera
V Voy a contar unas cuantas experiencias y anécdotas personales relacionadas con el Nobel, aunque aclaro que fuera de ser un lector agradecido de sus obras, no he tenido otra relación con García Márquez. Sin embargo, tuve oportuni2017
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DOSSIER GABO quez cuando viene por aquí y ese es el carro que se acaba de comprar como si fuera un general de tres soles. Años más tarde, paseando con mi hija en una de las embarcaciones que viajan a diario hacia las Islas del Rosario, el barquero que también fungía de guía, nos dijo al pasar por una de ellas: está es la casa de Gabo, esta otra es de Gloria Valencia, la de allá es de Pedro Gómez…. Algunos años después de presentar la revista Escarabeo en la librería Abaco caminé a mis anchas por el corralito de piedra y me detuve en una de sus esquinas frente a Marbella a observar con detenimiento la casa que el arquitecto Salmona le diseñó al Nobel. Un rey costeño mirando el Caribe desde de su torre de marfil (pero no la torre abolida del príncipe de Aquitania) podría titularse una crónica al respecto. Muchos años después, lo que son las coincidencias secretas de la vida, trabajaba yo en la consejería presidencial de derechos humanos, cuando el consejero de entonces me pidió que escribiera un documento sobre el tema, texto que se envió por fax a García Márquez que lo requería con urgencia para una intervención pública. Todo este anecdotario podría no indicar nada en particular o quizás trazar una tendencia en el mapa de los pasos del ilustre Cataquero; podría hacernos pensar que Gabo terminó pareciéndose (o queriéndose parecer) a esas elites que tanto detestaba cuando era “feliz e indocumentado”. Sabemos, porque alguna vez lo anunció, que falta la segunda parte de sus memorias, aquella destinada a contar sus relaciones con el poder, sus mediaciones de conspirador en muchos procesos políticos de América Latina, en particular en más de una iniciativa de paz 10
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en Colombia. Recordamos que en una ocasión prometió ponerse la camiseta para coadyuvar en una supuesta revolución educativa en el gobierno de Pastrana junior, lo cual visto retrospectivamente no deja de ser una tomadura de pelo. Lo cierto de todo esto es que a García Márquez le costó mucho administrar su gloria y su fama y que los temores que tenía inicialmente se vieron corroborados por los hechos de su vida; que la pretensión de permanecer inmaculado, como cuando no tenía un peso y era un escritor desconocido, no era más que un deseo ingenuo; que una cosa era sentarse en la soledad de su gabinete de narrador a darle voz y cuerpo a los fantasmas de la imaginación, y otra lidiar consigo mismo sometido a una presión dulce de halagos y juguetes con los que el sistema distrae y compra a los espíritus rebeldes.
ficarle, hacer una diatriba política y enrostrarle hasta la saciedad, por ejemplo, su amistad con Fidel Castro. Hasta el punto de que un reconocido ensayista mexicano dedica un extenso artículo4 a demostrar que en la relación de Gabito con su abuelo Márquez está la génesis de su admiración acrítica por los gobernantes autoritarios y su “fascinación frente al poder”. El otoño del patriarca, sería para este especulador, entre otras cosas, una mirada benévola y una justificación de los dictadores. VII No se sabrá en definitiva cuál es el hechizo de Cien años de soledad, ni cuál es el secreto que ha cautivado a tantos lectores en el mundo. García Márquez dijo muchas cosas contradictorias entre sí sobre la novela, pero mago y todo, la criatura salida de su genio toma vida propia en la cabeza de los lectores y por lo tanto, nadie ni el autor mismo tiene la última palabra. La experiencia como lector de Cien años de soledad me permite formular, a mano alzada, algunas hipótesis sobre su singularidad. La primera de ellas, que Cien años es un tren verbal por desfiladeros y abismos a punto de descarrilarse, que la saga de los Buendía y su rosario de anécdotas están tan enlazadas a la música de las palabras que solo bajo ese solfeo, que en sus raíces viene del Siglo de Oro, pudo ese tren hacer esa compleja travesía por la geografía de Macondo. García Márquez utiliza una especie de ritornelo cada vez que siente que ese tren puede descarrilársele y lo trae a los rieles de la narración con la sutileza de un poeta. Hay parra-
VI No se sabe quiénes hacen más daño: si los áulicos o los detractores de oficio. Los primeros, por lo menos en nuestro medio, “farandulizaron” a García Márquez e impidieron en la práctica unos estudios más serios de su obra, hasta el punto de que si se revisa la bibliografía colombiana al respecto, con algunas notables excepciones, nos encontramos con un mar de lugares comunes como si la desmesura de Cien años de soledad (en ella una virtud), se hubiera regado como la peste de las babas, como si lo que parecía fácil en la pluma de Gabo pudiera transmitirse por el solo hecho de elogiar a su persona y su obra. Los detractores, que son más políticos que literarios, son hijos de lo que pudiera llamarse el “vargallosismo” imperante, que sacan con pinzas a Gabo 4 . h t t p : / / w w w. l e t r a s l i b r e s. c o m / del bosque de sus letras para cruci- mexico-espana/gabriel-garcia-marquez-la-sombra-del-patriarca
fadas enteras que son una sucesión de endecasílabos, heptasílabos y liras clásicos, un aliento poético sostiene y singulariza en su potencia y belleza la historia. Es como si el autor estuviese componiendo una sinfonía de palabras y las soluciones que debe encontrar no solo fueran literarias sino también musicales. Podría decirse que García Márquez es a la prosa, lo que José Asunción Silva es a la poesía, ambos hallaron en las minas del castellano unas raras joyas de música verbal y parieron criaturas literarias desconocidas hasta entonces, enriquecieron el idioma con unas formas que nunca se habían usado, como se percibe por ejemplo en los versos de los Nocturnos y en los ritornelos de Cien años de soledad. Bajo el peso de tantas historias y de tantos personajes macondianos es muy posible que a cualquier otro autor se le hubiese desplomado el edificio de Cataca, pero como hay una nostalgia de fondo en el alma del escritor, un río secreto de melancolía que le da vueltas a ese niño que quedó abandonado en la infancia remota5, ese sentimiento se convierte en la argamasa que sella con pluma de oro el mundo de Aracataca. En un país de tierra caliente manejado siempre por elites de tierra fría (eso incluye mentes e in5 Vargas Llosa en Historia de un Deicidio expresa que «A falta de algo mejor, Aracataca vivía de mitos, de fantasmas, de soledad y de nostalgia. Casi toda la obra literaria de García Márquez está elaborada con esos materiales que fueron el alimento de su infancia. Aracataca vivía de recuerdos cuando él nació; sus ficciones vivirán de sus recuerdos de Aracataca» (Pág. 13). Asimismo, señala que para García Márquez fue definitivo «acompañar a su madre a Aracataca, para vender la casa de don Nicolás: enfrentarse con su infancia hizo de él, definitivamente, un escritor» (Pág. 53).
tereses), la aparición de Cien años de soledad, supuso por un lado una bofetada a la historia oficial, un develamiento de las mentiras con las que había construido el relato de nuestra nacionalidad; puso al frente de nuestra mirada un espejo de ojo de pescado en el que las deformidades de la vida social no eran ya anomalías de la naturaleza, el punto ciego era el modelo social y político que le había sido impuesto al pueblo desde la independencia. Muchos colombianos se dieron cuenta de que no sabían en qué país vivían, de que las incontables desgracias en que se habían visto sumidas las gentes del común y su imposibilidad de superarlas, no solo estaban en el dominio a hierro de las elites eclesiásticas y terratenientes, sino en la incapacidad del pueblo de superar un bloqueo cultural que le abriera la puerta a la solidaridad, al encuentro fraterno con los otros, al imperativo de construir racionalmente las instituciones de la convivencia y privilegiar el bien común sobre los intereses particulares de las elites. Ese es el drama fundamental de los Buendía, no poder dejar de mirarse el ombligo, vivir como niños grandes sometidos a sus caprichos, vivir en la anomia, su condena a la soledad. Cien años de soledad elabora y ofrece una metáfora que ayuda a explicar esos destinos implacables que parecían castigo de los dioses, cuando no han sido otra cosa que expresiones de la lucha de clases en las que infortunadamente todavía nos debatimos. Hay otra vertiente metafórica de la novela, con la que hay que tener cuidado y es la de buscar una explicación “macondiana” a los desajustes de nuestra sociedad. Somos así, porque esa es la inclinación de nuestra naturaleza; la violencia haría parte de ese ser macondiano; se
confunden los límites de una sociedad aldeana y en tránsito hacia la modernidad con supuestas tendencias arcaicas; la falta de secularidad con arraigos ancestrales; el desorden de la sociedad con la necesidad de dominio de unos pocos. Es como si lo macondiano fuera la explicación mágica de nuestros males en contraste con una seria investigación histórica y antropológica que contribuya al desciframiento de la igualdad e injusticia reinantes. Pero más allá de lo que se diga, de lo que se ha dicho, de lo que se dirá sobre Cien años de soledad, esta novela sobrevivirá a su autor y a nuestro tiempo, será un referente del idioma castellano como lo es Don Quijote de la Mancha; en primer lugar, porque es una historia tan bien contada como Las mil y una noches y en segundo lugar, porque lo que sucede con los Buendía trasciende los límites del espacio y tiempo en que fue creada la historia para convertirse en un espejo universal como el que llevó a Macondo el gitano Melquiades y con el que fantaseaba José Arcadio Buendía.
Héctor Peña Díaz. Escritor y poeta bogotano. director de Escarabeo. El bicho literario. Ha publicado los libros Días que son la vida (crónicas), Bogotá, 2003, Juguete de poderes extraños (ensayos), Magna Terra, Guatemala, 2002, y Luz de la noria (poesía), Magna Terra, Guatemala, 2001 2017
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LA SELVA ALEGÓRICA DE MACONDO
Por Edith López Salazar
Por José Dionisio Espejo Paredes
Introitus
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noche acabé la lectura de Cien años de soledad. Esta tarde he comenzado de nuevo a leerlo. Quién sabe, a lo mejor lo he hecho por encontrarme nuevamente con las palabras de Úrsula, la Madre, o para darle una segunda oportunidad a Macondo, a la casa, a la condena de una familia, de un pueblo y una humanidad. Como no conozco el “desfiladero” hacia el pasado he vuelto automáticamente al principio del libro, a esa segunda oportunidad que está clamando en la memoria del lector, porque creo que tras la lectura de esta enorme alegoría, todos hemos aprendido algo sobre las relaciones humanas y sobre la voluntad de dominación que las regula. Hemos reflexionado sobre la medida de la propia ambición, sobre la autenticidad y resolución de nuestros deseos. Pero también sobre la responsabilidad de la 12
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desdicha, la individual y la colectiva. Mientras tanto he descubierto aquello que me tiene atrapado del relato de García Márquez: el manejo de los recuerdos, y de las visiones convertidas en imágenes dialécticas. El libro se revela como una alegoría plagada de imágenes dialécticas. Una imagen dialéctica es en primer lugar alegórica porque presenta esa dualidad entre lo percibido y lo otro a lo que esa imagen remite. Esa es su dificultad y su electricidad mágica. Es sabido que cada percepción multiplica las imágenes con las que nos hacemos nuestras representaciones, pero cuando seleccionamos una de estas imágenes, la transformamos en ideas; Eidos, que hacía referencia a imagen, pasó con Platón a ser Idea. Pero nosotros tratamos esa imagen seleccionada, dialéctica, no como un modelo ideal o arquetipo sino como
una revelación de estratos ocultos de un determinado proceso histórico. Un instante, un recuerdo, un sueño, un objeto, se convierten en imágenes dialécticas y saltan del continuum de la historia, no haciéndose eternas sino verdaderamente temporales, desvelando su oculta, invisible, procedencia. Probablemente Freud inspiró a Walter Benjamin en su tratamiento de las alegorías como imágenes dialécticas, pero no podemos confundirlas con imágenes psicológicas transhistóricas, sino que debemos tratarlas como huellas. (Precisamente el debate sobre este concepto “imagen dialéctica” expresa toda su complejidad en la correspondencia que Benjamin y Adorno mantienen durante los años 30). De este modo la imagen mítica, arcaica o simbólica se contrapone a la imagen dialéctica, que es histórica. Frente al idealismo de la operación hermenéutica, se sitúa el materialismo de los hechos, de los procesos. La imagen es una unidad o átomo que contiene lo universal condensado o comprimido y que solo salta en la comprensión del lector. La imagen muestra dialécticamente figuras en contraste, tiempos y espacios separados por la evidencia, por el sentido común, pero unidos por esa imagen. Nietzsche escribe acerca de una genealogía que desvele una voluntad primitiva, pero no original, no se trata de lo originario como lo pensaba Heidegger. La imagen dialéctica se resiste a lo arcaico de la misma forma que se posiciona frente a lo primigenio como esencia incorrupta. A veces tales imágenes cristalizan en algunos objetos o cosas que han perdido su valor de uso, alienadas del sentido que las produjo, de este modo revelan significaciones nuevas que ponen en un nuevo valor el contexto y las circunstancias en las que se dieron originalmente. Se tornan extrañas y a veces fantasmales, esa es su alienación. Al tratarlas como imágenes dialécticas se explicita una significación, oculta para el proceso, en el que aparecían
como cosas “útiles”, con sentido. Su propia alienación revela la alienación del mundo en el que se presentan. Recuerdos compartidos
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través de la lectura de Cien años de soledad entramos en un territorio plástico, maleable, temporal. Los recuerdos del coronel Aureliano Buendía “frente al pelotón de fusilamiento”, según reza en el principio del relato, se han ido convirtiendo poco a poco en mis propios recuerdos. Y esa rememoración nos transporta a un tiempo primigenio en la novela: el origen de los tiempos, o quizá tan solo a nuestra infancia, un momento “donde todo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre”, un tiempo de esperanza, donde todo estaba por hacer. Fue solo un instante, luego se precipitó la tormenta, la peste y la guerra. No solo leemos pertrechados con los recuerdos de los personajes sino con los propios nuestros, que se funden con ellos en una indiferenciada interioridad. En esa arcádica infancia, no en vano el nombre del protagonista es José Arcadio, todos podemos evocar una casa, más o menos idealizada, por la que pululan varias generaciones, en ella recordamos a nuestra madre, nuestros abuelos…Las primeras frases ponen en marcha un arsenal de vivencias en el terreno de lo ficcionado por el novelista y en el de lo que se halla en las profundidades de nuestro inconsciente. Si la magdalena de Proust hacía de En busca del tiempo perdido un paradigma de esa memoria involuntaria que se desata en instantes concretos dentro del relato, los trucos narrativos de García Márquez juegan con los recuerdos de los personajes de modo que acaban confundiéndose con nuestros propios recuerdos, fuera del relato. Precisamente la evocación inicial del coronel Aureliano Buendía es un recuerdo de infancia: “aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Tal rememoración es un hecho arquetípi-
co, se trata de una evocación del reconocimiento, que el propio padre, José Arcadio, asume como fundamental en la relación con sus hijos, pero que es decisivo porque es allí donde el hijo es reconocido por el padre, y aceptado por él. Es un momento de asunción de la propia identidad masculina, de superación del Edipo que planea por las cabezas de todos los niños, de reconciliación con el padre. Pero no hay que hacerse muchas esperanzas, precisamente el hecho de que la unión fraternal esté asociada a la imagen del hielo es significativo, es una metáfora que se refiere a la forma de relacionarse de los miembros de la familia. El descubrimiento confeso del padre hacia los hijos, y viceversa, viene así caracterizado por un distanciamiento insular que planea por la novela, como el hielo de la indiferencia, en la relación entre cada uno de los personajes. Su soledad tendrá que ver con la fría temperatura de sus afectos.
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olo ahora, tras finalizar la lectura, soy capaz de redimensionar el personaje de Melquiades, un alter ego del padre, que como toda vieja mitología infantil de la aventura viene en una troupe de gitanos, su figura dando vueltas por los misterios del mundo y su estancia en el corazón de una casa que es una alegoría del espacio-tiempo de la vida. Como para Don Quijote, las excentricidades de Melquiades-José Arcadio se resuelven en una relación literaria. Y es precisamente en el libro de Melquiades en el que están los secretos que nosotros vamos a leer o recordar a lo largo de nuestra experiencia receptiva. Estos manuscritos sánscritos, redactados en la soledad del corazón de la casa, hacen de la lectura en Cien años de soledad una gigantesca alegoría. Una tarde de Marzo, posiblemente Lunes, ¿Siempre es Marzo y Lunes?, algunos días después de concluir la primera lectura, me encontraba en una plaza del centro de la Cartagena Mediterránea, con aromas de jazmi-
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nes y brisa portuaria, con mi libro entre las manos, cuando a mi lado se sentó un hombre…parecía el mismísimo Gabo, no me resultó extraño, así reconocí una mañana de paseo a María Kodama junto a Jose María Álvarez y recuerdo haber encontrado también a mi añorado abuelo Matías en uno de aquellos atardeceres. Tenía la intención de escribir a propósito de la novela, no como en una investigación convencional, con un escrupuloso aparato bibliográfico sino preguntando a eventuales lectores con los que me encontrase. Aproveché la ocasión de conversar con mi compañero de banco, se llamaba Luca, aunque su rostro coincidía con la “daguerrotipia”, que yo tenía en la memoria, del mismísimo Gabo. Se trataba de recordar algunas imágenes que se hubieran adherido a la propia materia psíquica a propósito de la lectura. Mi vecino no había leído la novela, pero era la memoria viva de montones de víctimas cuyos cuerpos se habían empastado en hormigones que cimentaban los hermosos edificios de la ciudad portuaria como un libro viviente. Bajo esas circunstancias se me presentaba la identidad del acto literario. Leer es algo más que un simple acto de contacto con determinada información o un mero acto ocioso, leer es poner en marcha un pasado que está en vísperas de desaparecer. Pero también es compartir el proyecto colectivo de un pueblo y un idioma. De este modo la lectura se convierte en un acto redentor: salvamos a los muertos de su desaparición, de su segunda muerte, del olvido, pero también a nosotros mismos que multiplicamos nuestras vidas posibles. El libro aparece como una “garantía” de supervivencia, de aquellos que no queremos que mueran, en esa muerte llamada olvido. La literatura puede ser una intervención política, o crónica, que actúa como terapia contra la “enfermedad del insomnio” que amenaza con la existencia real de un pueblo, especialmente cuando es masacrado por defender 2017
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sus derechos frente a la empresa bananera. Los escritores son la memoria que actúa contra el olvido en el que finalmente cae el nombre de Aureliano Buendía, contra el olvido que cae sobre el destino de la familia y el país, entre los habitantes de Macondo en los tiempos del último Aureliano. Saber el valor del libro, el hecho literario, su compromiso con la memoria, constituye nuestra experiencia primordial de reminiscencia, donde escribir es algo así como permitir que nuestra memoria esté viva y sea compartida por lectores que son invitados a esa experiencia mítica de dejar huellas que hagan a otros descubrir los rastros de la memoria y de la vida. Pero cuando no hay esperanza, la literatura se convierte en parodia de su propia soledad, también la literatura está sola, abandonada y olvidada con todos sus muertos como palabras dibujadas en páginas cerradas. Por eso los libros eran también un artefacto contra la indiferencia de los lectores: “No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente…”. Sí, porque cuando la gente olvida se convierte en puro objeto, juguete caprichoso del destino, mercancía sin huellas, intercambiable. Aunque está próxima a alegorías como la de Auto de Fe de Canetti, sin embargo, Cien años de soledad es selvático, barroco, es más cervantino que kafkiano. Es cosmológico como el laboratorio medieval de Melquiades o de Dante. Es un texto que más que una novela parece la obra narrativa completa de un escritor. Se trata de un conjunto de historias que parecen comenzar a cada momento centrándose en personajes nuevos, y sin embargo conforme avanzamos vamos encontrándonos con el recuerdo constante de aquello que fue relatado con antelación. Es un ejercicio que acaba por confundirnos, de modo que la evocación de un episodio, o sentimiento, o palabra, que leímos algunas páginas antes, pero que de alguna for14
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ma empezó a formar parte de nuestros recuerdos, se vuelve a presentar como ya nuestra. Así despertamos al sueño de espectadores, consumidores silenciosos de “cultura”, y somos vapuleados por las imágenes que a la vez que nos poseen nos ponen en marcha. De este modo cuando el narrador nos vuelve a recordar, repitiéndolo, cualquier episodio, es como si conversara con nosotros en la evocación de un recuerdo que ya forma parte de nuestra memoria porque lo leímos o lo vivimos con anterioridad. Esa confusión entre recuerdo de lo leído y de lo vivido se va acentuando conforme avanza la novela. Por esta razón no solo la leemos, sino que entra en el sutil territorio de nuestra memoria. El hecho de la reminiscencia literaria va reconstruyendo poco a poco la conciencia del lector, llamándolo a formar parte de la familia de Macondo, pero también para enjuiciar la dialéctica de la dominación que ensombrece el destino de la comunidad. Poco después de terminar la primera lectura del relato, mientras se va definiendo la obra no como un documento histórico sino como un motor de activación de la memoria, de la literatura, de infinidad de referentes, pero también de la propia experiencia psicológica íntima alojada en la memoria, me dediqué a preguntar a los otros lectores qué recordaban de la novela de García Márquez. Si la novela activa la memoria del lector, a veces también lo invita a convertir en relato su propia visión y sus recuerdos. Mientras brotan los sueños de la novela se despiertan y buscan hacerse relato los recuerdos silenciados del pasado del lector. Se despierta una nueva necesidad de comunicarse y compartir los mundos de cada cual. Recordar para los personajes de la ficción es como para los interlocutores reales del diálogo. García Márquez nos introduce en su obra de una forma semejante a como lo hace Velázquez al reflejarnos en el espejo que hay al fondo del salón, por un instante podemos
ser el rey o la reina que visitamos la estancia donde se retrata a la infanta. Pero no todo lector asume los recuerdos como tales, como materiales interiorizados, depósito de lo vivido, sino que evocan la novela como un conjunto de acontecimientos. Probablemente incluso mis recuerdos, con la sombra del tiempo, sean arañados por la sombra del olvido. Curiosamente ningún lector consultado durante estos días recordaba la estratificación de la memoria en la imaginación y en el discurso de los personajes, nadie había valorado el hecho de que toda la novela es un acto de reminiscencia. Los personajes envejecen, sus miradas entretejen una memoria colectiva, es un gran relato lleno de microrecuerdos de cada uno de ellos. Por eso nuestros imaginarios se cruzan y asimilan a los de los protagonistas, allí, en la lectura, un hombre o una mujer que no sea un completo tronco es poseído por Pepito Grillo, urgido al levantamiento. A cada pregunta me encontraba más seducido por los recuerdos de los otros. En aquel momento me vino aquella frase de Georges Perec que para María José Benito es el acto fundador del hecho literario: <je me souviens>. Yo iba buscando recuerdos, casi buscando una máquina de recordar como la que se referencia en el libro. Sin embargo, me encontré con el procedimiento fundamental de la alegorización contemporánea que tiene que ver con los tiempos vividos, pero sobre todo con la ficción derivada. Cuando a un depósito de la memoria lo armamos con “otra” figura, aparece esa imagen dialéctica que está en el canon literario del arte de la vanguardia. Utopías tecnológicas: la Historia como progreso
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omo todo relato también tiene este cierta resonancia del Ingenioso hidalgo manchego. José Arcadio Buendía es una suerte de Quijote desde el primer momento. Si Don Quijote se entregaba al cultivo de la
modernísima tecnología que era el libro, José Arcadio buscaba la novedad y el progreso en los imanes, las brújulas…el hielo, y demás inventos que traían ocasionalmente Melquiades y sus “heraldos del progreso”. Su abandono con Melquiades en el laboratorio es una forma de hacer que las aventuras selváticas que le llevan al pantano donde fundan Macondo se replieguen a los tiempos iniciales de Don Quijote en su biblioteca fantástica. Es un Don Quijote invertido, “fascinado por una realidad inmediata que entonces le resultó más fantástica que el vasto universo de su imaginación”. La muerte de José Arcadio Buendía sin embargo es una parodia no solo de la tragedia sino incluso de la dignidad concedida por Cervantes a su héroe en el momento de la muerte. La frustración de José Arcadio culmina en el ataque de furia que hace que lo aten a un árbol hasta su muerte. Esta es su rebelión contra la soledad o el aislamiento de un pueblo, contra la creencia en un progreso que se debe cumplir como destino de una humanidad que no puede, o no debe, olvidarse de Macondo. Pero esa obsesión fundadora, de progreso, es contradicha constantemente por el tiempo y la realidad: “<nunca llegaremos a ninguna parte>, se lamentaba ante Úrsula”…y ella lo acusa de sus “alocadas novelerías”. Ciertamente el desarrollo no está destinado a producirse por igual en todos los pueblos, no hay una justicia universal, por eso José Arcadio Buendía duda de un Dios que no puede ser fotografiado. Un último intento de integrar a Macondo en el mapa del progreso viene con Gastón, el marido belga de Úrsula Amaranta, y su pretensión de que lleguen los vuelos. Desde la óptica colonial, para la Europa industrializada, África, que es adonde envían el aeroplano, o Latinoamérica son intercambiables. Eran tierras para el saqueo de “piratas, filibusteros y bucaneros”, para consolidar la riqueza de las naciones…coloniales. En la
memoria de Úrsula estaba el saqueo que Francis Drake y sus cañonazos perpetraba en las ciudades costeras, incursiones que habían provocado tal susto en su bisabuela, que habíamos comprendido en sus posaderas quemadas, el destino de Latinoamérica tal y como Marx había explicado en el primer volumen de El Capital. Las pesadillas de la recordada bisabuela son premonitorias. La ciudad vive sepultada por proyectos frustrados. La familia es una semilla sin abono, o un sexo de mujer estéril por un accidente (como la bisabuela), tragedia que no podemos evocar sin una sonrisa. Aunque la obra recuerda las sagas familiares como la de Thomas Mann: Los Buddenbrook, la decadencia de una familia, sin embargo, el recorrido por la familia y cada uno de sus personajes no se parece al de Mann, es más, podríamos considerarla como una parodia de las sagas familiares, de Sófocles a T. Mann. En Cien años de soledad cada episodio y cada personaje, cada espacio y cada instante, nos remiten a una figura caleidoscópica de un solo sujeto multiplicado, cuya psique ha estallado en mil pedazos, y esos son las múltiples figuras que constituyen el suelo de Macondo. Por muchas razones estilísticas el proceder de García Márquez recuerda a B. Brecht, pero especialmente por el paralelo entre Macondo y Mahagonny. Ascensión y Caída de la ciudad de Mahagonny es una ópera brechtiana de 1927 que trata de la fundación de una ciudad en un paraje inhóspito de la América desértica y californiana. Como los habitantes de Macondo que “prosperaban en el escándalo”, así era también la contra-utopía brechtiana de la ciudad del placer, que fue consumida por su propia lógica interna. Pero Mahagonny no es Macondo, aunque recuerda a ella; es su contraste radical. Si la primera es el ejemplo de la ciudad americana o europea del progreso, la segunda es una ficción de la otra. Mahagonny caerá por la lucha de clases, tal y como anticipa Marx,
Macondo cae por la desconexión entre lo imaginario y su falta de consistencia o de realidad. Macondo es una apariencia de ciudad capitalista e industrial sin los recursos productivos de los centros industriales, allí ni la riqueza ni la pobreza se delimitan como en la metrópolis burguesa. Como para Don Quijote, la industrialización presente en los campos llenos de molinos es una apariencia que se asienta en una fábula, para los Buendía, todos los signos del desarrollo son anécdotas sin posible trascendencia. Naufragio del sentido unívoco: alegoría, dialéctica y mestizaje
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os encontramos frente a un relato histórico que va a cuestionar la Historia, como el Ángel de la Historia, a través del relato contemplamos el pasado desde el Apocalipsis. Esas hormigas evocan ciertas plagas que anunciarían el final de los tiempos y aquí nos señalan el final de una saga familiar. No es un libro histórico desde lo racional científico sino desde el recuerdo personal, desde lo sentido. Eso hace que no haya descripciones, sino solamente impresiones que se cuentan como en un relato histórico, pero hacen saltar la presunta objetividad histórica a cada momento. El texto de García Márquez hace historia en la misma forma que gustaba al gato de Cortázar, T.W. Adorno y su amigo Walter Benjamin: a través de imágenes dialécticas. La imagen tiene dos extremidades que conviven en el mismo plano espacio-temporal. Tales imágenes se producen por contrastes y constituyen las alegorías o mestizaje que encontramos con frecuencia en la novela. La historicidad o temporalidad, las imágenes que articulan lo arcaico y lo moderno, o lo pasado y lo presente, son las figuras fundamentales del carácter alegórico de las imágenes dialécticas. Para constituir este plano alegórico nos remitimos a la consideración espacio temporal presente en la construcción 2017
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Por Oniriq Studio
narrativa. Igual que durante cien años se cruzan las vidas de los protagonistas, también se cruzan infinidad de parejas dialécticas, cuya conectividad es tanto o más importante que los diversos emparejamientos que se van produciendo entre ajenos y familiares. Lo simbólico no nos ayuda en la comprensión de los nudos fundamentales del relato ni de sus imágenes. “La misa”, “el chocolate espeso” y “la levitación del padre Nicanor”, “la ascensión de”,…o José Arcadio atado al tronco del árbol…no son símbolos de nada, no requieren de una semiótica, son imágenes dialécticas o alegóricas. En esas imágenes están el cuerpo y su sombra, lo visible y lo invisible, la mercancía fetichizada y los oscuros sótanos de la inconfesable servidumbre…junto a otras tantas imágenes dialécticas. Aunque este no es el lugar de tratar de tales diferenciaciones, debemos traer aquí la distinción entre símbolo y alegoría; sin embargo, es conveniente diferenciar entre símbolos como el hielo e imágenes alegóricas como las mariposas amarillas que rodean la presencia de Mauricio Babilonia. Los últimos forman parte de complejos “mapas” alegóricos, plagados de imágenes o conceptos 16
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dialécticos donde se conectan dos elementos no lógicos sino sensibles. Llamaremos a esta forma de alegoría o imagen dialéctica una figura mestiza. El primer mestizaje o mixtura que funda una imagen dialéctica es la realidad fundamental latinoamericana, la tensión entre lo europeo y lo indígena. Y no solo, también pululan árabes por la calle de los turcos, y una cantidad indeterminada de mestizos afroamericanos. Son dos pasados diferentes y por lo tanto dos futuros, ambos extremos se mezclan en la novela, no solo en el recuerdo de los antepasados de Fernanda (evocados con orgullosa nostalgia), sino en personajes de procedencia europea como el catalán y el músico italiano. El mestizaje alcanza a la esencia dialéctica de la novela y lo encontramos por doquier. Sin presentar ordenadamente las mixturas o parejas dialécticas, vamos a ir identificándolas conforme aparecen a nuestra memoria. Así podemos encontrarnos con una dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo en la voz narrativa. Es una forma dialéctica que percibimos en la estructura interna del relato. Es decir, se trata de la distinción entre lo que se siente, emanado directamente del sentimiento o
pensamiento del personaje, y lo que se enuncia desde la voz del narrador. Pero muchas veces la distancia de la voz narrativa, más próxima a lo objetivo, se subjetiva hasta convertirse en poesía pura. De este modo podemos encontrarnos ocasionalmente una mezcla entre lo periodístico y lo lírico. Así sucede cuando José Arcadio, recientemente instalado con Rebeca, es asesinado en la casa de Arcadio, entonces leemos: “Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle…se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan…” Se produce un desplazamiento habitual en el relato a través de la animación de un cuerpo sin voluntad, como la sangre, que alcanza el estado de volición de un sujeto consciente. Así se accede directamente al plano alegórico. Vamos a intentar recordar algunas de esas mezclas o cruces que hacen saltar algunas veces la lógica de lo convencional y de todo sentido común. Otra de las mixturas que proporciona la novela es la de lo histórico y lo natural, esta quizá es la que lo presenta más cercano al materialismo dialéctico que fluye subterráneamente por toda la obra de García Márquez. Ese mestizaje lo vemos constantemente y especialmente en la imagen dialéctica de la ruina, es en la ruina donde lo natural reconquista su espacio, la casa se vuelve selva, o la forma en la que los hombres se convierten en muebles. La ruina es una de las imágenes más elocuentes de la tradición barroca, y romántica, y alcanza nuevas dimensiones en la narrativa de escritores como Carpentier, Lezama Lima o Cortázar. La ruina es lo que contempla el Angelus Novus de Klee según Benjamin. La ruina es la esperanza de lo orgánico que se niega a ser aniquilado por lo histórico. Y Macondo es el espacio propio de lo que se precipita continuamente hacia la ruina. La ruina es la que se muestra en la casa, en la familia, en
el pueblo, en el país, en la América latina que con tanto amor se evoca en estas páginas. Porque donde hay tanta belleza es un delito permitir la ruina, la soledad o el olvido. Construir, crear, amar, asociarse o recordar es casi un hecho revolucionario frente a la desidia y el abandono, frente a la ruina. Esa doble mixtura o mestizaje fundamental de la novela es la que la convierte en un enjambre de alegorías. Si a propósito de los surrealistas, de Brecht o de Kafka, podíamos identificar una alegoría alrededor de la que se construía el relato, la dramaturgia o la construcción icónica, con García Márquez se multiplican estas posibilidades o figuras alegóricas presentes a lo largo de toda la obra. Razón por la que una sola alegoría pierde la relevancia, la centralidad, que podía tener en una novela de Kafka. Aquí la forma alegórica recupera su sentido barroco, es decir es convertida en un recurso más de la construcción artística, no como en Kafka, Brecht o Buñuel donde la alegoría es el centro que da coherencia a la totalidad del discurso. Aquí esas figuras aparecen fragmentadas, dispersas, en forma de situaciones o incluso de personajes. Se ha llamado mágica a esa realidad (categoría comercial) y no a la de Gregorio Samsa o Joseph K. porque aquí la alegoría emerge y se sumerge de nuevo mientras en Kafka está presente desde el principio hasta el final, constante, idéntica, no desaparece en ningún momento y arrastra a la realidad convencional hasta el desenlace que propicia la coherencia de su figura alegórica. Si hubiéramos de encontrar algo totalizador, como el insecto de Kafka, en esta novela, tal figura es la del libro, el manuscrito que desde el principio compone Melquiades en su solitaria estancia, el mismo manuscrito que probablemente tengamos en las manos mientras leemos. También una novela como El coronel no tiene quien le escriba funciona bajo esa imagen alegórica totalizadora
que aprendimos en Kafka. Aquí la soledad se muestra en la relación entre el coronel y su mujer respecto a una estructura burocrática y social que ha abandonado al protagonista a su suerte, que es lo mismo que abandonarlo a su desgracia, en un lejano eco de El Proceso. Y esta novela, como también La hojarasca, es una nueva ventana ante la que podemos continuar la historia de algunos personajes de Cien años de soledad. La soledad de los olvidados
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na de las más poderosas imágenes dialécticas, de las que enlazan con esta realidad temporal que quiere expresarse en la obra, es la de la enfermedad del olvido: “la peste del insomnio”. El olvido que alcanzará al final de la obra a los nombres de la familia, y a la familia entera, en la última generación de Buendía. Esta “enfermedad” es una catástrofe que arriesga la supervivencia del grupo, como la guerra o el diluvio. Pero el olvido también es algo inducido por historiadores y periodistas que fabrican unas ficciones más poderosas que las de cualquier novela. Eso sí que son mentiras: las que llenan páginas de noticiarios y enciclopedias. Los trabajadores de la empresa bananera asesinados son no solo víctimas de los fusiles sino de la operación ficcional elaborada por los medios. Al final se hace una reflexión sobre la realidad, sobre la verdad y la mentira. La máquina de recordar, a la que se alude en algún momento, es el libro, el libro como tecnología de nuestro mundo moderno, y como esperanza. El libro, que, cincuenta años después de la publicación de la novela está en vísperas de desaparecer sustituido por la tecnología digital que lo está cambiando radicalmente, así como nuestras prácticas lectoras. Por ahí se apunta a la nueva tecnología del olvido, de una percepción sin experiencia, de una atenta desconcentración. Varias veces se refieren las visiones
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de tal o cual personaje a través de un mecanismo introspectivo, el nombre de las cosas evoca las imágenes, pero nunca son verdaderamente externas, son más bien de los adentros. En medio de los recuerdos los personajes recuerdan, en medio de los relatos los personajes relatan: Úrsula sentada junto al castaño habla a José Arcadio, primero le contaba lo que ocurría, después le mentía para no entristecerlo, aunque… “Llegó a ser tan sincera que ella misma acabó consolándose con sus propias mentiras”, de modo que el relato cambia a los sujetos involucrados. No solo se confunde la verdad y la mentira, también lo visible y lo invisible, lo consciente y lo inconsciente. Los recuerdos de Úrsula, sus relatos, son los mismos que conocemos nosotros, pero nosotros conocemos varios niveles de verdad. Caleidoscópicamente se nos presentan las perspectivas de cada uno de los miembros de la familia, y sobre ellos, el narrador paciente que contempla el acontecer desde la eternidad. Las imágenes dialécticas son como las asociaciones primitivas, intuitivas, de un saber mítico. Se producen con frecuencia: el pretendido suicidio del coronel Aureliano Buendía lo anticipa Úrsula al abrir la olla de la leche en el fogón, que no comenzaba a hervir, por encontrarla llena de gusanos. No nos sorprende que exclame: ¡Han matado a Aureliano! ni que se dirija al patio a hablar con el difunto patriarca, empapado y viejo, al pie de su árbol; se está actualizando un procedimiento que creíamos olvidado después de la Divina Comedia. La experiencia de las visiones no es solo respecto a los conocidos que están ausentes, sino también de aquellos miembros de la familia que no conocieron a antepasados que se les “aparecen”, como sucede al joven Aureliano Segundo que leía en el estudio y conversaba con un rejuvenecido Melquiades con su sombrero de alas de cuervo: “… lo reconoció de inmediato, porque aquel recuerdo hereditario se había 2017
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transmitido de generación en generación, y había llegado a él desde la memoria de su abuelo”. En esa época comenzaron las entrevistas entre ambos que duraron años. La soledad del muchacho se encuentra con la soledad del recordado, y parece como si el recuerdo, solo el recuerdo, confabula la soledad. Estos encuentros son decisivos, solo aquí descubrimos los manuscritos en sánscrito, manuscritos que la sombra de Melquiades postula que “Nadie debe conocer su sentido mientras no se hayan cumplido cien años”. Los miembros de la familia tienen ese tiempo para encontrar su camino, pero ni cien años son muchos para enderezar el destino. El final de la novela produce un temblor cuya intensidad se acelera progresivamente, es allí donde la alegoría de los manuscritos de Melquiades, el libro, se convierte en la presencia más inquietante del relato. La novela concluye en la forma de una enorme alegoría: ¿No es la traducción sánscrita de la historia de una familia? La infinidad de alegorías palidecen frente a esa alegoría que se revela solo en el último momento… Solo al final Aureliano logra transcribir el “libro” que se ha conservado en el estudio desde el principio, se trata de una traducción del texto en sánscrito de donde saldría la historia de la familia y sus “Cien años de soledad”. Solo en este momento nos preguntamos: ¿Quién es el autor del texto? García Márquez vuelve a tirar la baraja con que Cervantes había jugado al principio de la historia del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha explicando la autoría del texto. Al final de la novela se produce una inesperada revelación acerca del autor y de todos los recuerdos de los que nos hemos ido alimentando a lo largo de la lectura: los cien años de historia estaban ya escritos en su origen, así sabe el último de los Buendía que su amada no era hermana suya… ¿No estamos, en realidad, leyendo la traducción del manuscrito de Melquiades? y, en definitiva, ¿no 18
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es nuestra historia la que estaba escrita desde el principio? Aunque más bien valdría reconocer que lo que ha sucedido es que el último Buendía descubre su carácter de personaje, de este modo, a lo mejor se podría volver a escribir la historia como insinúa Pirandello en algunos de sus juegos teatrales. Lo alegórico aparece en una jugada final: ante el horror de la naturaleza que se cobra, en las fauces de un hormiguero, al último vestigio de la familia, está la ironía de este personaje cuyo dolor cristaliza, helado, en la, ahora elocuente caligrafía del “manuscrito” cual simple ficción. El arte de recordar lo vivido o lo soñado
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ero los personajes “viven”. De una manera caprichosa sus recuerdos se confunden con los nuestros, aquellos que están en la voz del narrador o en la de alguno de los protagonistas. La confusión se produce cuando algunos hechos narrados se vuelven a contar o recordar, es ese recurso del recordatorio lo que crea la ilusión del deja vu del lector. Ese recuerdo o evocación que se repite con cierta frecuencia nos permite reconocer lo que habiendo sido enunciado con anterioridad ahora lo percibimos como ya sabido. De modo que no sabemos si lo hemos vivido o leído o soñado. Precisamente la ausencia de descripciones convierte el relato en un conjunto de imágenes que se confunden inmediatamente con nuestras propias imágenes. Los recuerdos parecen relacionarse con lo pasado, sin embargo, son la huella visible y anticipada del futuro, como los rastros de la memoria que determinan lo venidero. Si el hielo es un poderoso recuerdo para Aureliano y Jose Arcadio, el del fusilado era el recuerdo fundamental de José Arcadio Segundo, ambos son figuras determinantes en el devenir de los respectivos personajes, pero también del pueblo entero. Los recuerdos pueden estar en las cosas mismas, ser huellas o ser el aliento
sutil de un sueño. También en la novela aparecen este tipo de recuerdos donde la ensoñación se parece demasiado a la muerte. El libro, la muerte, el olvido, el sueño: se trata de figuras dialécticas que se combinan entre sí de modo que saltan los tiempos y las asociaciones trilladas por la inteligencia. Pero también a veces salta la materialidad de lo alegórico en un proceso de simbolización. Se producen dos movimientos de dirección inversa, hacia lo inmanente por parte de lo alegórico y hacia lo trascendente por parte de lo simbólico. En realidad, es una tensión dialéctica que va pareja de la de lo apolíneo-dionisiaco, la de la inmanencia de la ensoñación o la de su trascendencia “mística”. Como ejemplo de trascendencia de lo corpóreo, su simbolización, es especialmente interesante cuando los sueños se mezclan o confunden con la realidad. A veces el relato se presenta expresamente como un sueño como el que se cuenta antes de la muerte de Jose Arcadio Buendía: “Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro igual…y así hasta… el infinito, hasta que retrocedía y… encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad”, Prudencio, su enemigo, que ahora “iba dos veces al día a conversar con él”. Comenzar a soñar es ponerse en los límites de la vida, como estar durmiendo es metáfora de estar muerto. Precisamente la objetividad de la muerte, el cuerpo zarandeado, el carpintero tomando medidas para el ataúd, se encuentra con lo lírico de una llovizna, que se convierte en tormenta, de flores amarillas. Ese proceso nos evoca no tanto un objeto sino un sentimiento, una expresión del deseo o del temor. Porque la novela nos enseña que no siempre lo que vemos pertenece al mundo objetivo de lo visible, sino que algunas veces es una proyección del sentir más íntimo del que contempla. Como sucedió con la muerte de su padre, la muerte del coronel Aureliano también se conecta con un sueño, y
La persistencia de la memoria. Salvador Dalí
también en este caso las figuras de ese sueño se vinculan a una casa: “vacía, de paredes blancas, y que lo inquietaba la pesadumbre de ser el primer ser humano que entraba en ella. En el sueño recordó que había soñado lo mismo la noche anterior y muchas noches de los últimos años, y supo que la imagen se habría borrado de su memoria al despertar, porque es el sueño que recurrente tenía la virtud de no ser recordado sino dentro del mismo sueño.”, murió justo junto al tronco del castaño en el que estuvo atado su padre, sin embargo, murió sin verlo, y sin saberlo. Su hermana Amaranta sin embargo preparó cuidadosamente su muerte, supo de ella, llevó cartas para los muertos. La escritura, como el libro, se convierte aquí en una presencia perenne, es la sombra de un recuerdo que persiste más allá de las cinco generaciones de una familia. Un poderoso signo mortuorio de anticipación son las mariposas amarillas que acompañaban a Mauricio Babilonia, joven enroscado en amores con Meme, hija de Aureliano Segundo y de Fernanda, precisamente la que propició su desgracia, como un ladrón de gallinas, “atormentado por los recuerdos y por las mariposas amarillas”. Los recuerdos son la materia con la que se alimentan los vivos y los muertos en esta novela, no hay signo más perentorio de la soledad que la profusión de recuerdos. Aunque la soledad es en realidad una expresión de la voluntad de dominación que vive en todos los personajes a excepción de Remedios la bella. Son cien años de soledad, lo que es lo mismo que cien años de recuerdos. En este complejo juego con los recuerdos aparecen materiales de muy diferentes procedencias, se recuerda lo percibido, lo acontecido, pero también se recuerda lo pensado y lo soñado. Úrsula, como su hija Amaranta, prepara su muerte, espera que pase la lluvia. Mientras tanto su sentido de la realidad se esfumaba y “confundía el tiempo actual con épocas remotas de su vida”, “llegar a
revolver de tal modo el pasado con la actualidad, que en las dos o tres ráfagas de lucidez que tuvo antes de morir, nadie supo a ciencia cierta si hablamos de lo que sentía o de lo que recordaba.” Esa confusión blanda podría triturar la fuerza de los recuerdos que se aparecen como presencias revolucionarias sin confundirse con los sueños. Lo corpóreo muere con el sueño. El recuerdo, como el sueño, es, para algunos, un territorio blando como los relojes de Dalí, ese es un pasado sin futuro, un estar muerto o en el olvido. Esa forma de recuerdo no es la del afecto, personaje o acontecimiento, es solo el recuerdo del propio deseo, de la irreductible soledad. La persistencia de los deseos borra todas las presencias que no se encuentran con la realización de su ansia, temor, anhelo. Los sueños se imponen más allá de la propia voluntad, no responden a una exigencia racional. Por eso consideramos que la memoria nada tiene que ver con la blandura daliniana, puro deseo. Los personajes cuando se preparan para la muerte sospechan que sus huellas pueden borrarse blandamente. Las sombras podrían caer en el sueño, eso podría borrar su materialidad. Pero los recuerdos son la vocación de
eternidad de los personajes. Esa otra forma de memoria, creo que es la que busca el narrador. Es la de un pasado que atrapa, recoge, y es abreviatura de la historia entera, del pasado, el presente y el futuro, pero no en una idea vaga como el aleteo de la mariposa sino como el recuerdo rabioso de José Aureliano Segundo. Si la historia puede ser alterada por los sueños también puede ser alterada por una campaña de control de la opinión pública. Sabemos que nuestra vida está enroscada con nuestros sueños, pero aquí soñar es ponernos al otro lado de la vida, en el terreno de la sombra, en el mundo de los que serán sombras en vísperas de un posible olvido. Esa inmaterialidad psicológica del sueño se acopla bien con la memoria, pero esta es caprichosa y se deja llevar por los afectos, es selectiva, aunque a veces en esas visiones nos encontramos con aquellos a los que no quisimos y ahora vienen a conversar con nosotros. La memoria se exterioriza en forma de recuerdos o de sueños, pero también a través de la escritura, con los sueños del narrador, y con el lector que los evoca y vivifica. Los protagonistas del relato dependen de nosotros, sus lectores. A lo 2017
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mejor somos precisamente nosotros, sus lectores, un sueño de Melquiades o de algún Aureliano de la novela. Espacio y territorio
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i ante un cuadro de Malevich como Negro sobre Blanco debemos olvidarnos del objeto y dirigirnos a la subjetividad pura, los aprioris de la sensibilidad como dejó claro Immanuel Kant, ante este trabajo de García Márquez nos encontramos con algo similar, se trata de una antirepresentación, o de una forma elemental de la sensibilidad expuesta con palabras. No es un espacio categorizado a través de minuciosas descripciones, es un espacio sentido. La novela se aleja de las formas al uso del relato, de las descripciones…El espacio se convierte en cuerpos, y con frecuencia en partes de ellos, en genitales. Los cuerpos humanos aparecen objetivados, como una geografía física…Para la constitución de cualquier imagen dialéctica se precisa un espacio determinado, y precisamente por su dimensión alegórica, contemplamos un aspecto de la imagen, pero no su paralelo dialéctico, su otro invisible. El espacio primordial es limitado al reconocimiento de un sujeto, sobre ese espacio se acumulan huellas que conectan directamente con la memoria, ese espacio es la casa. Toda la historia transcurre alrededor de una casa familiar. Si hay algo que podamos decir que caracteriza la soledad es el espacio multiforme de la casa a través de las generaciones, su presencia silenciosa. De la casa sabemos sus reformas, que recibe muebles vieneses, cristalería de Bohemia…casi un inventario sustitutivo de las descripciones, más bien las impresiones que suscitan. Dispuestos a la fiesta de inauguración de la casa solo sabemos que huele a resinas y cal húmeda, conocemos la existencia de corredores de helechos y begonias, y de la sala de
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visitas sabemos eso: es una sala de visitas, con la pianola en el centro cubierta por una sábana blanca. Nada m{as. Los personajes se identifican con los espacios. Precisamente la descripción de Crespi es también muy particular, solo conocemos que es joven y rubio, también que su indumentaria no es adecuada al calor sofocante del lugar. Las descripciones se tornan aún más paradójicas ante personajes como Rebeca, que como todos los habitantes de la casa es “solitaria”; tenemos al-
Por Paul Klee (Angelus Novus)
guna aproximación psicológica, pero sobre todo está caracterizada por sus acciones, signos externos de una personalidad ante la que cualquier descripción palidece, se dice que se chupa el dedo y come tierra y cal de las paredes. Lo inanimado se anima y viceversa, precisamente con un “La casa se llenó de amor” intuimos de forma inmediata las situaciones en las que nos introduce el relato. Pero la casa es un espacio plagado de señales, rastros, adheridos a la construcción o superpuestos en su estructura. El espacio va a ir acumulando sombras superpuestas adheridas a muros, muebles… visibles para algunos. Pero el espacio
no es un ser abstracto, solo se realiza en el devenir temporal, es una de las condiciones de cualquier imagen, y aún más de la alegoría. Un devenir que es el de la vida y la muerte. Por eso Macondo no empezó a ser “real” hasta que no tuvo su primer muerto que fue Melquiades. Esa muerte hace real el sentimiento de una vida que está siempre en otra parte, de una vida incompleta, solitaria, una casa vacía: “Como si aquella casa de locos que tantos dolores de cabeza y tantos animalitos de caramelo había costado, estuviera predestinada a convertirse en un basurero de perdición”. La ciudad, la calle, pero también la región, son territorios físicos, el país sin embargo es una abstracción, y en la novela nunca se nombra el país. El espacio no es un ente matemático sino una superficie donde se registra el paso del tiempo, es el lugar de la huella, o mejor la huella misma. El cuarto de Melquiades es varias veces ocupado a lo largo de las generaciones: es el espacio de algunos hombres de la casa, del patriarca, de su hijo Aureliano, de José Arcadio Segundo y del joven Aureliano…Allí siempre era Marzo y Lunes, era un fragmento de tiempo que se había quedado atrapado en aquel espacio, de modo que el patriarca era “el único que había dispuesto de bastante lucidez para vislumbrar la verdad de que también el tiempo sufrió tropiezos y accidentes, y podía por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada.” El cuarto de Melquiades está en el principio y el final de la historia, la eternidad repetida en el bucle de un espacio cerrado. En aquella estancia José Arcadio Segundo le enseñó al muchacho, ultimo de la saga, la diferencia entre la verdad y la mentira, entre el relato y la historia, pero como el resto de la familia su sombra se adhirió a la temporalidad cíclica de ese espacio mítico. El joven Aureliano vivió encerrado en aquel cuarto con los
“conocimientos básicos de un hombre medieval” que le proporcionaron sus conversaciones con Melquiades. La muerte de Melquiades, a la vez que funda la “realidad” de Macondo, inaugura una nueva forma de presencia, un existir en forma de sombra. Solo Pilar Ternera se sitúa entre el cuerpo y la sombra, Pilar Ternera es un alter ego de Melquiades, ella ve el pasado y el futuro en el mismo instante. Después de la muerte de Melquiades, el primer Jose Arcadio en su estudio investiga con sus tecnologías, allí aparece Prudencio Aguilar, muerto antes del inicio de la Historia, pero envejecido como la nostalgia del protagonista que lo asesinó y que lo contempla: “Después de muchos años de muerte, era tan intensa la añoranza de los vivos, tan apremiante la necesidad de compañía, tan aterradora la proximidad de la otra muerte que existía dentro de la muerte, que Prudencio Aguilar había terminado por querer al peor de sus enemigos.” Los muertos, las sombras buscan el recuerdo de los vivos, precisamente la segunda muerte es el olvido. Hasta la muerte de Melquiades no estaba Macondo en el mapa de los muertos, la muerte de Melquiades pone a Macondo ante la necesidad del recuerdo, hace que la imagen sea temporal. Es en ese momento donde se inicia una nueva temporalidad: “¿Qué día es hoy?…sigue siendo Lunes…también hoy es Lunes…” De la muerte solo se salva el hombre por el recuerdo, pero como dice Bécquer: ¡Qué solos se quedan los muertos! (Aunque José Luis Panero corrige a Bécquer con aquel Que solos se quedan los locos) Jose Arcadio llora por la soledad de todos aquellos que es capaz de recordar, la soledad de los muertos. Esa revelación transforma la vida corporal de Jose Arcadio y lo lleva al orden alegórico: después de la destrucción de todo lo que encuentra, es
reducido y atado al castaño del patio. Qué sentimiento tan complejo es la soledad, no se trata simplemente de estar sin nadie, puedes estar acompañado, un hombre de la multitud, rodeado de gente y solo. La mirada intencionada del otro te saca de la soledad momentáneamente. Uno puede moverse solo y sentirse acompañado por el afecto de los otros, o moverse en compañía y sentirse solo. La soledad se produce cuando nadie te recuerda, o cuando nadie espera nada de ti. La soledad se siente entre la multitud o en el silencio…la soledad es la que
Por Kasimir Malévich
proporcionan ciertas formas de olvido, pero requiere de la autoconciencia de ella. Jose Arcadio Buendía decide asumir su propia soledad en vida, no es capaz de encontrarse con tantas sombras solitarias sino al precio de asimilarse a ellas. No puede aceptar una mera compañía con la que no tiene nada que compartir. Como el Ángelus Novus de P. Klee, según Benjamin, Jose Arcadio Buendía, siente la soledad de su mirada retrospectiva sobre los montones de cuerpos asesinados, pero también siente la incapacidad de recomponer la ruina que contempla. Está solo porque es el único superviviente, por eso está muerto. El propio García Márquez se expresa de
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la siguiente manera en su discurso de la Academia Sueca: “la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.” La voluntad de poder: las mujeres y la tierra
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tra imagen dialéctica se presenta a la contemplación de las mujeres de la familia: Remedios la bella, un personaje inocente, de una belleza turbadora, sin moral, se quedó “vagando por el desierto de la soledad” y esto se repite en otros momentos: “sin cruces a cuestas”, “…sueños sin pesadillas”, “…sin horarios”, “…sin recuerdos”. Se trata de una serie de repeticiones que nos llevan al episodio de la levitación o ascensión: “viendo a Remedios la bella, que decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre los altos aires donde no podían alcanzarla los más altos pájaros de la memoria.”. Es un milagro o ensoñación en medio del prosaico imperio bananero gringo que llegó con el ferrocarril, o frente a Fernanda “refunfuñando en los rincones porque se habían llevado las sábanas”. De nuevo una imagen dialéctica construida sobre la emoción pura que suscita el personaje. Es una imagen dulce y triste, Remedios la bella despierta nuestros sentimientos, pero no los de su familia. Los hombres la contemplan fascinados y la desean, pero ella parece carecer de conciencia y por ello parece que es la única persona desprovista de recuerdos, y probablemente de sueños. Ella no puede morir, no puede estar sola porque tampoco desea, sino que simplemente es deseada o despreciada. Su elevación cuasi milagrosa la convierte 2017
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en una figura del delirio silencioso del soledad en la que vivía. Únicamente con la que el joven llegó a Macondo narrador. Está desconectada del resto cuando los demás se fueron se eviden- fue considerada por este como una de los miembros de la familia, ya le- ció el auténtico estado de Fernanda. “victoria de la voluntad”, a propósito vita antes de su milagrosa ascensión, El origen de la soledad está en el sen- de lo que Úrsula dice: “lo mismo que levitaba para el resto de los miembros timiento de vacío que se respira en el Aureliano. Es como si el mundo estude la familia y de los vecinos. Es el pa- espacio donde los que lo pueblan son viera dando vueltas”. Quizá asumir la radigma de la soledad, pero no porque solo juguetes en manos de la voluntad frustración en la competición podría esté sola sino porque los que la rodean del otro. El único fin que da sentido haberle permitido a José Arcadio Seson incapaces de sentir nada hacia ella, a la familia es el de dominar el terri- gundo desgarrar su “gen solitario”, sin así se eleva como si se evaporara el torio, dominar los cuerpos, y las vo- embargo, no admite la derrota en su único ser cuya cálida temperatura no luntades. La soledad del poder frente carrera. La soledad del poder es como puede permanecer entre el hielo. Sal- a la naturaleza salvaje, las tecnologías, la de la muerte y el coronel se purifica ta fuera de una familia que está unida las mujeres, los hijos: la ambición no de la soledad del poder en la soledad por la incapacidad de querer lo que no reconoce a nadie como igual. El poder del estudio armando pescaditos de sea su prosperidad, pues lo que lo que ciego, el orgullo y el deseo de domina- oro. Pero también es consecuencia realmente une a las generaciones que ción del coronel Aureliano Buendía es de un intento de no olvidar, estar solo se suceden era la “impermeabilidad a una forma de Macbeth caribeño, en él siempre con los propios recuerdos los afectos”, y probablemente esa es la se expresa “la embriaguez del poder”, como los de José Arcadio Segundo verdadera fuente de la soledad. Qui- pero también la soledad del inmenso con la huelga de los trabajadores del zá la ascensión de Remedios sea una poder, y en consecuencia la revelación banano que, después de la guerra, es alegoría de la soledad el episodio sangriento que planea por la novela, más clamoroso de la no por la soledad de ella novela. Más aún cuan«Los narradores como García misma, el único personado frente al relato de la Márquez describen la violencia criminal del je que no juega las cartas guerra este recuerdo no de la voluntad de domi- mismo poder, no como historiadores, sino como entrará en la historia: nación que caracteriza la acusadores. Son muchas memorias solitarias las una masacre del poder saga de los Buendía, sino frente a su pueblo que que intentan recordar todavía exterminios porque actúa como imaserá borrada de la mecolectivos sin crónica en Colombia». gen donde se transparenmoria: “Aquí no ha hata la soledad de los otros. bido muertos”, un banSin embargo, Fernanda “Se humani- de que toda guerra, toda conquista do informaba que los trabajadores “se zó en la soledad”, su propia soledad le se hace por alcanzar nuevas cotas de habían disuelto pacíficamente.” “La permitió dejar de vivir sometida por poder. En la carrera por alcanzar el versión oficial, mil veces repetida y convenciones y reglas, sus emociones primer puesto todos son adversarios, machacada por todo el país por cuanrígidas por la conciencia moral reci- la competencia te deja solo. Da igual tos medios de divulgación encontró bida se relajaron y le permiten sentir. qué ideales políticos se tengan, sean el gobierno a su alcance, terminó por Primero vivió la soledad de la mentira liberales o conservadores, lo único que imponerse…<En nuestro pueblo no y después la soledad de la verdad, la importa es el poder. Cuando el coronel ha pasado nada…Este es un pueblo primera está desprovista de concien- es consciente de esto es cuando des- feliz> Así consumaron el exterminio cia, como la crueldad de un niño y cubre el sentido de su lucha sanguina- de los jefes sindicales”. De este modo la racionalidad egoísta de un ancia- ria que no se dirigía hacia la dignifi- el olvido alcanza el nivel de holocausno. La suya es una soledad propicia- cación de los hombres y mujeres sino to criminal. La indiferencia se conda por el vacío, por el sinsentido de a la realización de la propia ambición. vierte en un delito. El asesino desprelas costumbres y las preocupaciones Esta voluntad de dominio se presenta cia la memoria de sus delitos, aunque de su rango, diríamos que estamen- como una pulsión primitiva, incluso los recuerda morbosamente en secreto tal. No es la soledad de un pueblo como una obsesión hereditaria. Así se mientras sueña con futuras atrocidaabandonado y sin esperanza, sino de plantea a propósito de la obsesión de des. En este caso el poder político está una mujer que siente solo cuando los Jose Arcadio Segundo, que renueva el manchado de sangre y aunque legal, demás ya no están, mientras tanto sueño de su abuelo, de establecer un ha perdido toda legitimidad. Los lisu rigor le bloqueaba cualquier emo- servicio de navegación. Ni siquiera bros de historia describen la violencia ción. Su intransigencia dirigida ha- el fracaso de la empresa fue asumido legítima del poder, son sus cómplices. cia los demás le ocultaba la profunda como tal, sino que la balsa de troncos Los narradores como García Már22
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quez describen la violencia criminal había encontrado Úrsula en el vaso una abreviatura enorme del pasado del mismo poder, no como historia- donde estaba la dentadura postiza y el futuro simultaneados. El eterno dores, sino como acusadores. Son de Melquiades.” La ruina es testigo retorno parece la espiral que articula muchas memorias solitarias las que de la soledad, pero también alberga estructuralmente la novela. Esta aleintentan recordar todavía exterminios todas las huellas del pasado, y per- goría temporal, la de los tiempos sucolectivos sin crónica en Colombia. petúa en el espacio la posibilidad del perpuestos, estratificadamente, en un El único superviviente de aquella ma- recuerdo. El tiempo permanece ad- mismo plano, es la misma que enconsacre está solo, más solo que ningún herido a los fragmentos que se des- tramos en la explicación freudiana de otro miembro de su familia, no pue- prenden de la totalidad y en ocasiones la psique o en la de Benjamin sobre el de compartir su recuerdo con nadie. alcanza nueva vida en otros espacios. devenir temporal, es la que nos hace sentir que todo el futuro está en el La soledad se convierte en una expasado, solo la conciencia de esto nos periencia terrible de incomunicación Alegorías temporales salva de la condena de su repetición. y de injusticia. Por eso José Arcadio ien años de soledad es un can- En Macondo, como en toda periferia, Segundo “llegó a la conclusión de to a la memoria, a los recuerdos conviven los dos tiempos, el del proque el coronel A.B. no fue más que un farsante o un imbécil”, la absurda y al pasado, pero evoca con furia la greso y el de la circularidad. Contraheroicidad de cualquier guerra queda necesidad de la esperanza, la urgente dictorios, enfrentados dialécticamenen evidencia frente a la atrocidad de inminencia de la transformación de te, como los siervos a sus señores, cien la masacre de los obreros. Hace falta un país, la denuncia de la clamorosa años son el ensayo donde se establela soledad del cuarto de Melquiades y soledad de un pueblo y su destino. La cerá el triunfo de alguno de los dos modelos: el progreso lila lluvia de cuatro años para neal o la naturaleza cíclica. templar los sentimientos y Cuando Aureliano Triste los recuerdos sin compañía «La tragedia de esta historia, su posible, sin interlocutor. La conciencia de aplastante soledad procede y José Arcadio Buendía hablaron de traer el ferroimposibilidad de compartir los recuerdos es la forma de la conciencia del tiempo que adquieren carril “Úrsula confirmó la poco a poco cada uno de los protagonistas impresión de que el tiemmás extrema de soledad, el po estaba dando vueltas en propio narrador actúa como a través de los recuerdos» redondo”. Justamente una analista de las relaciones mujer, anciana, como Úrentre los personajes: “De modo que Aureliano y Gabriel están historia no es una simple crónica de sula es la que parece haberse convervinculados por una especie de com- lo acontecido, es la materia misma tido en la conciencia de la familia, su plicidad, fundada en hechos reales del pensamiento y de la acción. Po- ceguera la acerca al prototipo de saber en los que nadie creía, y que habían cas veces el territorio de la memoria oracular: Tiresias. En su juventud, sin afectado sus vidas hasta el punto de ha sido tan fecundo como en esta ex- embargo, Úrsula concebía linealmenque ambos se encontraban a la deri- periencia literaria. El ciclo temporal te el tiempo, solo después, pasados va en la resaca del mundo acabado, que se hace presente poco a poco en los años, va adquiriendo poco a poco del que sólo quedaba la nostalgia.” la novela revela, en su repetición, el esa conciencia de la repetición, de la Sola la ruina es el antídoto contra la engaño de las promesas de renovación circularidad. Si la mujer sabe de pevoluntad de dominio, las ruinas de la de tantos políticos. Esa es la soledad, riodos cíclicos, Úrsula los siente en el casa son el rastro de la frustración pe- estar atrapado en un bucle del que no comportamiento de su familia: “se esrenne de todo ejercicio del poder. El se puede salir: “la historia de la fami- tremeció con la comprobación de que tiempo devuelve a la naturaleza los lia era un engranaje de repeticiones el tiempo no pasaba, como ella lo acatestimonios de las conquistas pasadas: irreparables, una rueda giratoria que baba de admitir, sino que daba vuel“La casa se precipitó de la noche la hubiera seguido dando vueltas hasta tas en redondo.” Por eso Úrsula, tiene mañana en una crisis de senilidad. Un la eternidad, de no haber sido por el conciencia de la caída en la que se musgo tierno se trepó por las paredes. desgaste progresivo e irremediable del precipita la casa, “siempre en la ruina Cuando ya no hubo un lugar pelado eje.” Antes de que la filosofía se hicie- y siempre espantándola…Abriendo en los patios, la maleza rompió por ra postmoderna y recogiera el testigo y ventilando”, en contraste con Ferdebajo del cemento del corredor, lo del concepto de temporalidad cíclica nanda que cerraba y aislaba. En rearesquebrajó como un cristal, y salie- de Nietzsche, nuestra novela presenta lidad, existen varias temporalidades, ron por las grietas las mismas flore- una visión del tiempo y de la historia hay una temporalidad de progreso, la citas amarillas que casi un siglo antes cíclica donde cada presente no es sino de la esperanza juvenil donde todo es
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posible, de renovación completa de la vida, pero esa es solo la que gestionan los poderosos que tienen en sus manos al resto de los mortales. Pero hay otra, la de los millones de hombres y mujeres, para ellos no hay otra imagen del progreso que la última generación de tecnologías digitales, el tiempo en este caso es el de la naturaleza, estacional, periódica, circular. Memoria y conciencia de lo real y de su materialidad radical son imprescindibles para evaluar, conceptualizar o describir los tiempos. Un aquí y ahora es alegóricamente la historia entera, el pasado y el futuro encontrados en un mismo instante. El recuerdo, la evocación del pasado es la única forma de tener posibilidad de futuro, de vida, especialmente para no repetirlo. La visión literaria se abre a una nueva conciencia moral. Lo contrario, el olvido, es solo la muerte. Lo vemos infinidad de veces en la novela, los muertos no mueren, quedan en los lugares donde los percibíamos habitualmente, tanto en el amor como en el odio los recordados viven una segunda vida después de la muerte. Cuando son olvidados su rastro desaparece, su presencia intangible se esfuma. Una gran alegoría nos sitúa a Melquiades en el centro del relato, dándole la significación de un patriarca bíblico, se trata de la peste del insomnio: “una especie de idiotez sin pasado”. Se describe como una forma marxis24
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ta de alienación: “…están todo el día soñando despiertos…evasiones de la memoria…Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconociera las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad…así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita… en todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos”. Melquiades, “que venía de un mundo donde todavía los hombres podían dormir y recordar” resuelve el problema con un filtro mágico como en las viejas leyendas medievales: el bebedizo que traía e hizo beber a Jose Arcadio Buendía. “José Arcadio Buendía decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos de los gitanos”. En varias ocasiones se propone esa máquina que nosotros descubrimos en la esencia misma de la novela, pero que también encontramos en alguna forma de prensa más o menos independiente. Ese olvido puede ser voluntario o involuntario, el olvido voluntario es el que cae sobre todas las víctimas de la historia, el que promueven los vencedores. Hannah Arendt lo denuncia como forma de exterminio, operación limpia del aparato del poder, lo vemos a propósito de la masacre de huelguistas: “…se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.” El tiempo del olvido es solo la pesadilla de la repetición, que para un individuo puede ser más o menos satisfactorio, pero para un pueblo es su condena. Leemos que Fernanda “había convertido los atuendos reales en una máquina de recordar”, las ropas la transportaban a otros tiempos. Pero de la misma forma que hay dos ol-
vidos también hay dos formas de recuerdo, el de Fernanda es un recurso al origen sublimado, noble, se trata de una idealización del pasado. Entre las máquinas de recordar que se citan en la obra la más convencional es la de la fotografía, así se cuenta una de las visitas de Melquiades: “Ahora venía con un laboratorio de daguerrotipia…con ello fotografió todo…y Jose Arcadio quiso fotografiar a Dios.” La cámara fotográfica, una apasionante tecnología del recuerdo, no retrata ideales ni utopías, retrata cosas, cuerpos, no a Dios, pero también identifica la soledad del retratado posando frente al objetivo fotográfico. La tragedia de esta historia, su conciencia de aplastante soledad procede de la conciencia del tiempo que adquieren poco a poco cada uno de los protagonistas a través de los recuerdos. Nuevamente surge la imagen del Ángel de la Historia, tiene las alas extendidas, la boca abierta, sus ojos miran fijamente ruinas y los escombros, que se levantan hasta el cielo. El tiempo circular, atascado en un punto siempre idéntico, las ruinas, son solo consecuencia de una ilusión que hace de unos víctimas y de otros verdugos, lo que para unos es prosperidad para otros es desgracia, por eso hay dos tiempos, igual que hay dos destinos.
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a historia parece organizarse en la forma de Ciclos temporales: Peste, guerra, diluvio, diferenciados por ciertas particularidades, pero repetidos en su esencia. Esos momentos críticos son los que evidencian la crisis de lo temporal, su apariencia de progreso. Entonces se presenta como tiempo detenido, tiempo de espera, años de guerra, cuatro años de lluvia, y especialmente la peste del insomnio. De Petra Cotes se dice que “sus ojos se habían vuelto tristes y mansos de tanto mirar la lluvia”, de tanto esperar en solitario. A diferencia de la peste del insomnio y de las guerras, la lluvia, el Diluvio Bíblico, posterior a la gran masacre olvidada, había posibilitado
una reconquista del material vegetal sobre lo urbano, que convertía en orgánico lo inorgánico haciendo renacer la vida como un nuevo ciclo. Así la mula de Petra Cotes se había alimentado de su rabia, y de las cortinas, sábanas y tapices del dormitorio donde se solazaba con Aureliano Segundo. “Macondo estaba en ruinas”, la ruina, de nuevo la destrucción de cuanto había sido construido, energías gastadas para nada, resignación milenaria que se vuelve a sumergir en el sueño y el desencanto: “Al otro lado de la lluvia, la mercancía de los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los mostradores socavados por el comején y las paredes carcomidas por la humedad, pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar en la misma actitud de sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre, tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste el insomnio y de las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía”. Y después de la última catástrofe, la soledad real del joven Aureliano, criado en el encierro del cuarto alquimista por su abuela, se cicatriza en la librería del sabio catalán. La ruina campea y tritura todo el material de la memoria, la primera alegoría de la destrucción total, casi solución final, está en este hombre que vuelve a Cataluña y re-
comienda a los jóvenes amigos que se caguen en Horacio: “que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua es irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.” Es ahora cuando el Ángel arrastrado se ve incapaz de detenerse y recomponer las ruinas, es el momento en el que sopla un viento que tiene atrapadas las alas del Ángel. Es cuando no solo se disuelven los recuerdos sino cuando se borran las huellas y hasta sus sombras. Entonces es necesario el relato, volver a comenzar la lectura de una Biblia, tan ficticia como La Biblia, sobre una tierra llamada Macondo. La librería desmantelada nos lleva de nuevo al cuarto de Melquiades con su manuscrito: “predispuesto para empezar la estirpe otra vez por el principio”. El último Buendía dejó a su neófito junto a la madre desangrada “buscando un desfiladero de regreso al pasado”, pero el viento tenía atrapadas las alas y no podía encontrar el camino de regreso. Solo le quedaba el horror de contemplar su esperanza despedazada y arrastrada por “todas las hormigas del mundo”. En el libro, pergamino de Melquiades, al ser finalmente descifrado, estaba la ruina completa de la ciudad de Macondo y todos sus recuerdos. Su lectura, la contemplación
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de una verdad revelada por el pasado, suponía la destrucción de todo relato posible, o al menos de aquellos que podrían haber contado lo sucedido, pues con su muerte se producía un terremoto en el que sucumben infinidad de relatos imposibles de contar. Finale
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alí de mi cuarto. ¿Era Lunes?, (estoy seguro de que ya era Abril), salí de los libros y de los recuerdos de otros. El encuentro estaba motivado por una comida de amigos en la capital murciana. Seguí preguntando a cada uno de ellos por los recuerdos de la lectura. Me encontré con Pedro, un apasionado de El amor en tiempos del cólera, pero que no había leído Cien Años de soledad, Sofía se planteaba la lectura de la novela como proyecto futuro, Paco Antonio sonreía amablemente con su copa de buen tinto en la mano. Mientras me embargaba una dulce forma de soledad, la imposibilidad de compartir mis recuerdos o los de Gabo, o los de Melquiades, con mis contertulios, divisé, a través de las cristaleras del local en el que nos encontrábamos, un restaurante de frente, con el nombre de Macondo. Manuel me decía que lo regentaba una señora con acento argentino que explicaba minuciosamente la composición de cada uno de los platos servidos. Acabé mi comida de recuerdos con una profunda satisfacción. Un pueblo que participa de un arsenal tan rico de recuerdos tiene esperanza.
Dionisio Espejo. Profesor de filosofía, escritor y ensayista español, especializado en crítica musical y estética del espectáculo teatral y cinematográfico, con proyectos de investigación vinculados hacia una genealogía del discurso moderno. Correo: dionisioespejo@yahoo.es
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Dos historias singulares
UN GABO PERSONALÍSIMO, TEJIDO DE RECUERDOS Por Miguel Ángel Herrera Zgaib.
«Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar». J. L. Borges.
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n el cultivo de un proyecto colectivo literario, cultural y político, siempre hay estaciones, y su director las marca buscando acertar en la escogencia de los temas. A partir de estos, Héctor, en Escarabeo procura persuadir a los potenciales escritores de la revista de su vida, sitiada por los bárbaros aqueménidas, de salvarnos del olvido siguiendo el ejemplo del mítico Eneas. No fui la excepción, aunque estuve todo este tiempo previo, de transición entre la guerra interior y la paz exterior, gravitando atraído por dos personalidades de las letras ameri-
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canas, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, tan cercanas en apariencia, capaces de recrear dos mundos idos, para fijarlos en la eternidad del tiempo contado, con movimientos contrarios. Pienso que, ambos escritores subyugados, igualmente, pero emulando con creces, a su modo, con dos modelos imperecederos, frutos de un solo artista, el inmortal Homero, cuando la humanidad salió de la inocencia. Esta América les ofreció ahora, a los gemelos literarios, el privilegio de fijar tal salida, entre la Ilíada y la Odisea, para avanzar más allá del finisterrae.
“En la página 22 de la Historia de la Guerra Europea, de Liddell Hart, se lee que una ofensiva de trece divisiones británicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería) contra la línea Serre-Montauban había sido planeada para el veinticuatro de julio de 1916 y debió postergarse hasta la mañana del día veintinueve.” J.L. Borges. Sí, Gabriel García es el escritor genial de nuestra Ilíada, una vida común pulsada, sufrida, sentida de manera casi imperceptible entre muchas guerras, en especial la de los mil días, la más larga, que heredan huérfanos y jubilados sin esperanza alguna, ahogándose después en cien años de soledad e indiferencia que alguien debía contar. Juan, con nombre de evangelista, por suerte buscada, hace el retorno alucinante a la semilla del México moderno, nacido de una revolución hecha con la sangre y el empuje de los subalternos, la miríada de campesinos irredentos en procura de la tierra prometida por un puñado de jacobinos burgueses venidos del norte. La visita es a Comala, donde Juan Preciado busca con avidez la saga de un padre déspota y todopoderoso, un gran cacique, con la guía de su verdugo, Abundio, quien resultó ser también su hermano, el exacto revés de Caín. La tierra del comal es un paraje árido y sombrío, distinto de Macondo; pero en cualquier caso, parecidos los dos, Comala y Macondo, con visión de paralaje, al jardín de los senderos que se bifurcan. El último de ellos tocado también, barrido por las lluvias torrenciales que todo lo purifican desde Lousiana hasta el Putumayo. Pero este retorno es desgarrador, el de Preciado. Es revelador de un apocalipsis vivido en privado y rumiado en medio de recuerdos y pesadillas edípicas. Es el presente del México posrevolucionario, leído por un hijo de Guadalajara, descreído de la gran revolución que arrancó intempestivamente, sorprendiendo a los invasores, hijos del gesticulador de Rodolfo Usigli, esa bola de cabrones,
en 1910. Llevándoselos a casi todos con la fuerza de un huracán; soplado al estilo del ángel de la historia pintado por Paul Klee, y consumido entre las brasas de la simulación. ulfo estaba acostumbrado a ver el mundo desde las alturas del alpinista, y a fijarlo al instante con el ojo cultivado del fotógrafo que no ahorra detalles, tampoco los contrastes apocalípticos. Nos muestra a México en sus entrañas, el peso muerto de su pasado, expuesto en la piedra sacrificial, un comal calentado en brasas. Juan es también una suerte de águila mexicana encarnada, pero tardía, que lo fija todo en letras, porque la palabra está hueca, que leen el cambio fugaz. Todo visto a través de los ojos de un campesino que busca entre sombras la herencia negada por su bastardía. Gabo, oriundo de Aracataca, en lugar de cultor de la fotografía del instante, quiso ser rey de las películas, de la larga duración hecha de cuadros estáticos como la misma muerte. Empujado también por la madre como Juan (Rulfo) se fue a la capital, y vivió en las goteras. La gélida Zipaquirá, parte del Tibet andino, lejos muy lejos de la costa Caribe, le dio armazón a los relatos ancestrales, viejos y nuevos que habitaban su memoria inconsciente. Después de allí, García Márquez paró por un tiempo en Roma, la varias veces milenaria que ya conocía en clave de derecho romano en las clases de la facultad de derecho. Después, la Roma de Eneas, presa del crimen ancestral y los criminólogos, la provocativa y provocadora milhoja que encantó a Sigmund Freud, quien la comparó con el inconsciente repleto de sorpresas que nos vuelven a nuestra infancia. Hasta allí voló Gabo, en procura de una voz primordial, que desatara, al fin, una inocencia continental siempre sostenida entre el Escila y el Caribdis, de un sentimiento oceánico, navegado por Ulises; y enfrentado con la fascinante impotencia del huérfano Eneas, donde la figura del padre tutelar genera una tiranía imborrable que cuentan las obras épicas de largo aliento escritas por la
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genialidad de la voz común llamada Homero, intuida a pedazos, en los fragmentos de latín y griego enseñados en la normal de Zipaquirá, destetado de Luisa Santiaga Márquez Iguarán y Aracataca. En América, la castellana, cruzan armas con la fatalidad, Héctor y Ulises, dos estirpes perdidas, oxidadas en la guerra, donde la patria soñada y la mujer amada son un pretexto en el que se juntan deseo e idea para forjar una cosmovisión donde razón y mito reinventan el mundo de los vencidos que estaba ahí. De la mano de dos intelectuales desclasados, antimodernos, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, se recrea otra epopeya que no canta los triunfos sino las resistencias, más allá del bien y del mal, propensa al ateísmo irrenunciable de la carne palpitante. Un dilema Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. J.L.Borges. Resolví este dilema, si caminar por los surcos yermos de Rulfo, o vadear los ríos y las selvas inhóspitas con Gabo, a favor del segundo. Quizá porque a Rulfo no lo conocí en persona, jamás lo ví. En cambio, mis encuentros con Gabo fueron reales en dos oportunidades, separados por un buen rosario de años de experiencia. A Rulfo lo volví a descubrir en la secuencia de fotografías que publicó Lecturas de El Tiempo, con la lupa memoriosa de Elena Poniatowska. Aunque en ambos casos, el descubrimiento de estos dos americanos singulares fue primero que todo literaria, quizá libresca, ¿cómo no? Estuvo inducido, propiciado por las clases de español y literatura que recibíamos en los años sesenta en el Colegio Departamental Atanasio Girardot recién inaugurado, donde cursé todo el bachillerato desde el año 1964.
Un profesor de español y literatura, Fulvio Córdoba, chocoano para más señas, con tamaño de jugador de baloncesto, prefecto de disciplina en el colegio por varios años, fue quien disparó mi imaginación por el camino del castellano, contrariando la resistencia a la lectura por obligación. El laboratorio provocador de esta vocación fueron las figuras del boom latinoamericano y los suplementos literarios de el Espectador y el Tiempo; sumada a la invitación de algunos escritores colombianos, a quienes escuchamos, empezando con Fanny Buitrago en los amplios y ventilados salones del Hotel Tocarema, el minarete californiano del que se ve a Girardot, otrora rica, altiva y rebelde. El nuevo trato con las bellas letras fue abonado por los primeros pasos literarios, erráticos, que probé antes con mis condiscípulos en el año uno de esta odisea formativa. Cuando leí y resumí de cabo a rabo, a golpes de capítulos, La María, en unas jornadas extenuantes. Escribía en casa de una familia amiga que nos brindó su hogar para hacer más llevadera la ausencia definitiva de mi padre arrebatado por un cáncer silencioso y desvastador. Estaba yo cursando primero de bachillerato, en la ardiente Girardot, un paisaje nada parecido a las bucólicas escenas del romántico paraíso de Jorge Isaacs. Allá, él cruzaba a golpes de pluma, tradición y modernidad, olorosas a caña y sudor esclavo las planicies del Valle del Cauca. Por allí rondó la imago de este cazador de la fortuna, forjado por una
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errancia radical y una prosapia milenaria, quien alguna vez pasó por el puerto de Girardot, siguiendo la senda abierta por Elbers.
esde aquellos comienzos, en la D búsqueda de la voz propia para dar cuenta de mis vivencias recogía
nuevos estímulos y desafíos. Ellos provenían también de mis incursiones libres en la biblioteca que había dejado mi padre, un abogado provinciano, que amaba las letras y la justicia. En esos anaqueles no encontré ningún ejemplar de aquella obra tan ponderada y tan poco leída por esos días. Tuve que ir a comprar un ejemplar en la librería Católica que se dedicaba con éxito a la venta de textos y útiles escolares. Mi padre coleccionó obras importantes al lado de los códigos y tratados que acompañaron y nutrieron su quehacer profesional, su magisterio, y su desempeño como juez de la república, hasta que su magistratura en el Tribunal de Cundinamarca se frustró por una traición. A su muerte, quedaron preservados todos esos tesoros en tres bibliotecas que conservó mi madre. Trasladándolas de la oficina del Banco de la República al apartamento en que viví en su compañía, con menguados bienes de fortuna. Ellos me permitieron viajar a plenitud, a bajo costo monetario entre poesía, filosofía, literatura, y astronomía, gracias a algunos tomos de Camille Flammarion, y a un Atlas del Mundo, con la figura mítica repujada en la solapa de aquel libro maravilloso. El encuentro con El Quixote La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz… J.L. Borges En vida, Marco Aurelio, mi padre, compartió, a mi hermana y a mí, mi hermano estaba muy pequeño todavía, con la complaciente mirada de mi madre, las sorpresas que guardaban las solapas grandes, duras
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y verdes de El Quijote. Él nos leía, en las noches, en pijama, sin camisa, después de la comida familiar que terminaba a las 7.30 pm., generalmente. Este ritual, trato de recordarlo, empezó cuando yo tenía cinco años. Aún no conocía los misterios de la lectura por cuenta propia. Vivía eso sí atraído por las ilustraciones de Augusto Doré, los grabados en blanco y negro de trazos alucinantes. Impresiones que no pocas veces poblaron mis sueños, mezcladas con otras sinrazones. Recuerdo todavía
forjaban las primeras amistades por fuera del hogar, y los prematuros enamoramientos. En medio de berrinches, me las ingeniaba para pasar la tarde en la oficina, junto a mi padre, donde, de fijo dormía en un sofá de hule rojo, y sudaba durante una hora. Así comenzaba mi actividad febril que iba de una máquina verde a otra negra, que estaban en el centro de la espaciosa oficina que era mi coto de caza. Alejadas a distancia prudencial del escritorio, donde el abogado Marco Aurelio, acompañado por una “bretaña”, mientras tanto, revisaba expedientes, recibía visitantes gratos e ingratos, y escribía memoriales. Luego del azotar febril de las teclas mudas, yo exigía acceso a una de las bibliotecas, donde me topaba con la Historia del mundo de José Pijoan. Eran varios tomos de lomos rojos, tersos con letras doradas que conservaban los secretos de las eras de la tierra. Me detenía ensimismado, en uno de estos libros misteriosos, para contemplar y rayar las figuras gigantes de los dinosaurios. Las marcaba con mi proto-escritura de marañacos en lápiz rojo, cuando burlaba la vigilancia de los adultos. ¿Por qué lo hacía? Aún no lo se, pero Por Pablo Ortiz Larra quedaron tales aruños como huella. al Quijote andrajoso y delirante en Tampoco sé por qué con furia desla cueva, junto al magnánimo y so- trocé el cuerpo principal de un micarrón Sancho, así como las cabezas croscopio que distraía mi curiosidad de los condenados que viajan en una en aquellas tardes de iniciación, casi carroza desvencijada. solo en la casa, a merced de la comBatallaba yo, un poco a ciegas, con placencia de las muchachas del serlos misterios de la escritura, suma- vicio doméstico. dos a la repetición de algunas pa- El dominio de las letras leídas y relabras en inglés. Orientado por las conocidas no llegaba todavía. Pero audacias y la seducción de una joven sí la magia tonante de las palabras pedagoga gringa de cabellos dora- atemperadas de un orador nocturno, dos, en el kínder del Gimnasio San- como lo era mi padre; otras veces ta Clara. Esta era la nueva morada, leyéndonos párrafos del Quijote, sea la que llegué luego de ser despren- ductoramente, en lugar de la Biblia. dido con lágrimas de las seguridades Él era un librepensador gnóstico y de mi casa. La función terminaba masón. Hacía discursos desde su todos los días, de lunes a viernes, al juventud, florecida en los bares de mediodía. La Mesa de Juan Díaz, donde lueegresaba con mi cuaderno de go de unas “polas,” encaramado en reporte, una maleta de cuero, una mesa, arengaba a sus hermanos plastilinas, crayones, y un álbum y amigotes, gozándose su retórica de trabajos hechos hands on en cla- pueblerina. se, y con algunos remembranzas de Entre palabras y deseos de redenlo acontecido, jugado y peleado en ción para los trabajadores de la tieaquellos días de ensueño, donde se rra caliente, el joven Marco Aurelio
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Olaya Herrera era una personalidad de la generación del centenario, animador del fugaz republicanismo que introdujo las reformas de 1910, incluida la acción de inconstitucionalidad de la que tanto se ufanan los juristas nacionales. De hecho, para ser elegido adoptó la fórmula de la concentración nacional, que fue reclamada por el expresidente Carlos E. Restrepo. Todo ocurría en un tiempo signado por las revoluciones, en la cercana México y en la lejana Rusia, cuyos ecos llegaron también a Colombia, y su principal amplificador fue el Partido Socialista Revolucionario, que había aceptado las 21 condiciones propuestas por Lenin en la Internacional Comunista para insurreccionarse, y desaparece en aquel año del triunfo liberal, y le dio paso a la institucionalización del partido comunista según los dictados del padrecito Stalin. El comienzo de una aventura sin fin
l universo (que otros llaman BiE blioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito,
de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. J.L. Borges. Con los primeros enamoramientos, y la armada de los consabidos versos de carpintería, pasé a otro trato con
la literatura latinoamericana. Ahora me proyectaba como autor torpe pero decidido a escribir relatos, versos, y a dibujar bellas y estilizadas mujeres en papel terciopelo de colores intensos. Leyendo la vida de Gabo en su bachillerato de Zipaquirá encontré entusiasmos parecidos de aquel volantón que escribía poemas y los ilustraba de su propia mano. Hasta una novela intentó, y yo hice otro tanto, y escribí versos que circularon por las manos de mis compañeros de curso. Uno los utilizó para cortejar a su enamorada, y otro tuvo la audacia de recitar un poema de mi autoría, en una inolvidable izada de bandera un viernes al inicio de la jornada matutina. Estando en cuarto de bachillerato vino el encuentro literario con García Márquez. El profesor nos repartió novelas, para que escogiéramos. No lo recuerdo bien, pero creo que escogí Cien Años de Soledad, que acababa de publicarse. Así lo informaban los suplementos que leía como parte de las exigencias de las clases de español. Aún conservo ese ejemplar de editorial Sudamericana, que hoy es un tesoro, la primera edición hecha en Buenos Aires con ilustraciones de Vicente Rojo. Cada uno leímos una novela diferente, para hacer una reseña escrita, y comentarla luego en clase. Casi de inmediato, hecha mi elección, llamé
Por Filipe Almeda
abrazó el socialismo reformista. Orlada su pasión libertaria por la compañía juvenil de una flor del trabajo, se unió después de la Convención de Ibagué a la reconquista liberal, sometido el pueblo liberal, como estaba, al régimen autoritario de la ya maltrecha cuasi monarquía constitucional conservadora. Este engendro de 1886 era fustigado por los discursos de Gabriel Turbay y Jorge Eliécer en la Cámara de representantes, quienes denunciaban la masacre de las bananeras; un orden amenazado por el levantamiento fracasado de los bolcheviques del Líbano, quienes querían repetir los sucesos de la lejana Rusia, dirigidos en un plan insurreccional por el general liberal Leandro Cuberos Niño y el tribuno Tomás Uribe Márquez, de credo comunista, más los socialistas revolucionarios de Mahecha, Torres Giraldo, y María Cano. Preparaban un levantamiento para el 20 de julio de 1929, junto con los venezolanos que resistían la dictadura de Juan Vicente Gómez, pero el plan fue abortado, y el último reducto fue la población cafetera y comercial del Líbano, donde el zapatero Pedro Narváez resistió heroicamente tres días la arremetida del ejército. Mi padre saludó la figura monumental del mono Olaya Herrera. Lo recibió cuando aquel paró en la estación de San Javier, rumbo a Bogotá, el 26 de enero de 1930. Viajaba en hidroavión y en tren como lo había aprendido de F.D. Roosevelt, intuyo, cuando el guatecano fue el embajador de Colombia en Washington, hasta que lo llamaron a ser el candidato del liberalismo, aprovechando la división conservadora que ni la iglesia católica pudo zanjar aquella vez. Es un recuerdo al que le pude dar imagen y cierto realismo, cuando mi tío, Jorge Enrique, cualquier día, siendo yo un universitario dedicado al periodismo amateur en La H´Onda, sacó de su billetera una foto marcada por muchos días. Allí aparecía mi padre arengando a la audiencia roja en la legendaria jornada de reconquista con Olaya como líder de esta campaña desarmada, a su paso por la estación del ferrocarril.
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a Bogotá, a mi hermana Elsa, para que con mi cuñado me compraran el libro. Lo trajeron en la próxima visita de fin de semana a Girardot. El tiempo de entrega del trabajo para la clase corría. Avancé en esa lectura cautivante, sobre todo, pensando en cumplir con el trabajo, haciéndolo con cuidado y esmero. Sin embargo, ésta no era la misma sensación que cuando leí años atrás la colección de poemas de Federico García Lorca, acompañando a mi educación sentimental, secreta y discreta, o cuando había leído Bonjour Tristesse, por recomendación de mi madre. Sentí alivio y sorpresa cuando llegué hasta la última línea del libro. Empecé a escribir mis impresiones, y a hilar mis primeros juicios de semejante obra, que algo me recordaba al Quijote de mi niñez; pero cuyas escenas tenía que imaginarme, las de Cien Años de Soledad, porque no tenían las ilustraciones de Doré, sino una sobria combinación de azul y blanco en la portada y contraportada, con signos tipográficos adentro. i imaginación tenía que despacharse sin apoyaturas para reconstruir esa aldea que yo de inmediato ubiqué en la confluencia de los ríos Cuello y Magdalena que visité cualquier día acompañando a mi padre en una de esas correrías que tenían que ver con linderos y sucesiones litigiosas, y aquella vez tuve oportunidad de ver una babilla recién capturada en medio de esa manigua, arrullada por el ruido torrentoso de la corriente tropical. Unas imágenes auditivas y visuales que después me permitieron gozar con la lectura de los poemas de Álvaro Mutis, amigo y cómplice de las andanzas del Gabo. Poemas que descubrí en mi lectura de la Mansión de Araucaima, repletos de exhuberancia y pasión desbordantes. Al leer sobre la suerte de los Buendía, hice lo propio con mi familia paterna, los Herrera, de quienes no sabía mucho, pero empecé los rastreos preguntando a los informantes de mi familia, quienes me fueron dando pistas de su recorrido, y de los Zgaib, migrantes más tardíos, porque mis abuelos maternos llegaron
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del Líbano, una ciudad entre montañas, Zahle, a residir en Mendoza. Al otro lado de la Cordillera de los Andes, después de la gran guerra, los recibió el tío Abdu, en un tránsito que los llevaría a otro destino, Colombia. Pasaron de un océano a otro por el canal de Panamá. Entraron por Barranquilla hacia el interior de Colombia, navegando por el río Magdalena, aguas arriba hasta Girardot. Fueron recibidos por la tía María, en un puerto que albergaba una importante colonia sirio-libanesa, desde finales del siglo XIX, que se acrecentó con la derrota y posterior disolución del Imperio Otomano, de donde se derivó para aquellos migrantes, la gran mayoría católicos maronitas, el gentilicio de turcos, porque sus identificaciones internacionales tenían esa procedencia.
que dieron forma a mi inconsciente hasta que llegué a los míticos siete años. De allí salté en el bachillerato a la historia laica, corriente de los humanos. Repleta de fechas, animada con héroes, batallas, artistas, esclavos, siervos reinados, y revoluciones contenidos en los libros de Secco y Ellauri, así como mi trato más detallado de la historia patria escrita por el profesor Julio César García. Esta otra historia remozó mi atracción por “los padres de la patria” más mentados, Simón Bolívar, Santander, Nariño, Camilo Torres, en paralelo con cierta inocultable atracción por la vida rocambolesca de Francisco de Miranda, y los recuerdos de los conquistadores españoles, de quienes el que más me atrajo entonces fue Hernán Cortés enfrentado a los poderosos Aztecas. Esta figura había sido reforzada en Un fabuloso descubrimiento el último año de primaria por unos libritos de historia que conocí en la El autor —mucho más inteligen- modesta biblioteca del Colegio Ante que sus críticos— parece tenerlo drés Bello, y que fui devorando de claro: Hasta entonces nunca se le manera progresiva. había ocurrido…pensar en la litera- Ahora, cuatro años después, leyentura como el mejor juguete que se do al Gabo, aquella historia mundial hubiese inventado para burlarse de y local se llenó de fantasías, donde la gente. Pier Paolo Pasolini, Cien religión y política terrenal se entrecruzaron, eran parte de una misma años de soledad. Girardot empezó a parecerse a mi fábula. Pero, mi sorpresa fue maMacondo personal. El gusto por yúscula cuando, en otra visita de mi la historia familiar y local fue aña- hermana y su esposo, un ingeniero diendo episodios, y curtiendo mi civil dedicado a las telecomunicaciomemoria. Rellenó la ausencia de nes, los dos se turnaron en la lectura mi padre muerto demasiado pron- endemoniada, gozosa de Cien Años. to. Entonces recreé las lecciones de No paraban en sus comentarios, su historia sagrada, de la que me con- risa era contagiosa, y la celebración vertí en campeón en el colegio, con de cada capítulo que leían llenó la los ejercicios de recitado en las ma- mayor parte de aquellas horas. Desdrugadas, cuando mi madre, católica cubrí con ellos que la literatura era practicante, me hacía la coartada de un asunto de todas las edades, y que tomarme la lección de aquellos per- los cuentos de hadas y de gnomos tenían otras dimensiones, estaban sonajes tan lejanos. De paso, ella fortalecía mi autoes- a la vuelta de la esquina, pegados al tima, alabando mi habilidad para sentido común de mi parentela. aprenderme hasta el número de las Esta fue una revelación incontenipáginas de aquel pequeño libro de ble e inocultable. Más aún la pasión hojas amarillas, e ilustraciones en que pusieron en hacer una reconsblanco y negro, de las hazañas de los trucción del árbol genealógico de Macabeos, las aventuras de Jonás, o los Buendía, con el rigor propio de la intrepidez de Judith decapitando un ingeniero, que encontraba otra a Holofernes. Esos dibujos me re- manera de contar y ser lógico en la cordaban, los asociaba de otro modo, exploración de los hijos de aquella pienso, con las viñetas del Quijote, familia legendaria que conquistaba
en el corazón de los cachacos, a la par con la juglaría de los vallenatos que recordaban los ancestros campesinos todavía presentes en la mayor parte de las familias citadinas y pueblerinas. Todo estaba demasiado cerca, como en aluvión. Lo fantástico era un modo de explicar lo inexplicable y de excusar los secretos de familia. Contándolos de otro modo, eran sometidos a la severidad permisiva de la religión de los conquistadores. Así, sin darme cuenta, fui aprendiendo “lecciones” de ateísmo, cuando Remedios la bella flotaba por los aires, y encantaba a propios y ajenos. Yo seguí leyendo otras obras del boom, por encargo. Obtenía algunos pesos por escribir aquellos ensayos. Recuerdo entre otras, haber leído La Casa Verde, El astillero, El señor presidente, en aquellas intensas jornadas para auxiliar el desapego y la desidia de mis condiscípulos, entusiasmados con las bebetas y las visitas a la zona de tolerancia, cuando no, ensimismados por las trampas de la gramática y la ortografía. Pero leí también El Villorio de William Faulkner, que obtuve prestado de la biblioteca de mi gran amigo y contertulio, Carlos Raúl, con quien manteníamos un creciente interés en la lengua y la literatura en inglés. Así que en quinto de bachillerato pasamos de poetas arcanos como T.S. Elliot y Ezra Pound hasta las intensidades de la prosa diamantina, fluida, reveladora del inmenso Faulkner. Él era otro sureño de nombradía, crecido al lado de los grandes ríos que tributan a un Atlántico que pronto cambia de nombre. Faulkner era una de las claves de lectura de nuestro Gabo, bajo, parece, la batuta inicial de Clemente Zabala en Cartagena; y luego con la bonhomía del sabio catalán Ramón Vinyes, en Barranquilla. Con la asistencia e insistencia deslumbrante del “cabellón” Álvaro Cepeda Samudio, experto en economía de la palabra, periodista de pura cepa, y en el disfrute de la Santa Marta Golden. Visitantes y durmientes amanecidos ambos de las casas de citas que revelaban sin em-
pacho la otra cara de aquel mundo en ebullición, toda vez que sobrevivía a la vorágine de la gran violencia, al tiempo que incubaba otra. Los dos aprendieron la narrativa propia del cine, y se hicieron guionistas a su modo, que Cepeda había aprendido y conocido en su peregrinar por los Estados Unidos, luego de ganar una beca que le otorgó el colegio americano de Barranquilla. De esta etapa de ambas vidas paralelas, la de Álvaro, que la arrebató el cáncer, y la de Gabo, nacidos los dos en el departamento del Magdalena, tierra de fábula y sangre, Pasolini puede dar buena cuenta del oficio de escribir, aprendido de la mezcla del cine y el arte de la generación perdida: “Semejante esfuerzo por simplificar, reducir, desdramatizar, por hacer que todo resulte comunicable y sin problemas reales, termina convirtiéndose en una forma atroz de adulación al amo; con quien el guionista se convierte en rufián incluso despreciándolo, y acaso, precisamente, porque aquél lo obliga a una conducta miserable.” (Escarabeo 4, p. 21) El primer encuentro en vivo Sin un libro sagrado que los congregue como la Escritura a Israel, sin una memoria común, sin esa otra memoria que es un idioma, desparramados por la faz de la tierra, diversos de color y de rasgos, una sola cosa –el Secreto- los une y los unirá hasta el fin de sus días. J.L. Borges. Sé que circulan algunos rumores, pero que nadie espere de mí, en el campo de la política, nada distinto, ni más importante, ni más heroico, que mi trabajo en esta revista (Alternativa). Gabriel García Márquez La primera vez que me encontré de sopetón con Gabriel García Márquez fue una tarde en Bogotá, sin mal no recuerdo, posiblemente en el mes de octubre del año 1977. No tengo a la mano la forma inmediata de precisarlo, pero la clave está en la fecha de la revista El Manifiesto, que lo tuvo como portada. Aquella vez lo ví cuando llegó son-
riente a la casa de la Unión RS, el proyecto partidista socialista que publicaba cada 15 días, la revista que orientaba los trastabilleos político-prácticos de un puñado significativo de intelectuales de izquierda venidos de todas las esquinas del espectro nacional. Aquella vez Gabo estaba citado para hablar sobre literatura, según me enteré, en la entrevista con el equipo que escribía el periódico. Yo estaba conversando ese día con un compañero que vivía en la casa del partido, que él cuidaba, y daba cuenta del trajín de la revista que la militancia se encargaba de distribuir con adversa fortuna; entonces se iban apiñando en el cuarto que le servía de dormitorio los ejemplares que no se vendían. El formato había cambiado, ya no seguía el modelo tabloide de Il Manifesto de Rossana Rosanda, era más pequeño, así ocupaba menos espacio, era más manejable para los lectores en mengua. Al llegar tuve ocasión de saludar al Gabo, en forma fugaz, de pasadita, él respondió con una sonrisa generosa, que acompañaba su aire despreocupado, en medio de la charla animada con varios compañeros, entre quienes recuerdo a Carlos Jiménez, arquitecto transformado en periodista, Carlos Agudelo, médico aplicado a examinar la salud del maltrecho estado colombiano, Humberto Molina, filósofo y secretario de la Unión Revolucionaria Socialista. Talvez estaba con ellos, igualmente, Carlos Vicente de Roux, el gerente de esta empresa colectiva de pretensiones revolucionarias que hacía agua; era un proyecto político enfrentado con el gobierno de Alfonso López, olvidado por completo de la preconizada revolución liberal de su juventud, su carta de presentación y nada más, durante los inicios del Frente nacional. No fui parte de aquella entrevista de Gabo a varias voces, pero sí leí y aprecié los resultados de aquel reportaje memorable. Es uno de los que ha resistido el paso del tiempo para los estudiosos de la vida del nobel, y, en particular, de su disposición y compromiso con la literatura y la 2017
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Cualquier día rutinario me enteré que el Gabo visitaba la ciudad, porque se estrenaba una versión de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada en el teatro Repertorio Español, con la dirección y libreto de Jorge Alí Triana. Como tantos otros fui a la búsqueda de la noticia. l final de la presentación, nos apretujamos en una oficina de aquella casa teatro difusora de los trabajos artísticos de interés para la colonia hispana y latina. La expectativa de todos nosotros era poder entrevistarlo. Ello no resultó, lo máximo que conseguí fue hacer una o dos fotografías, con el hombre de traje blanco, despojado del liki-liki con que se presentó en Estocolmo. Las publiqué en la sección del jueves. Allí paró todo contacto real con quien ya era una celebridad mundial que probaba cómo la fantasía, lo imaginario que encarna en el mítico Macondo atraviesa fronteras. Probablemente, mucho antes del éxito de Las mil y una noches, que niños y adultos hemos leído alrededor del planeta, lo imaginario descubre nuevos altares y cultos. Para decirlo en términos más serios, Cien Años se vuelve a leer como hace cientos de años la Tohra/la sagrada escritura/ la biblia, con la que pocos textos escritos compiten, en tanto receta resumida, brutal, de sentido común, que a no pocos sirve como la guía por excelencia de superación personal. Sin embargo, la épica de García Márquez, a carcajadas y horcajadas, subvierte aquel relato sentencioso, aterrador, soberano desde el trópico, como Thomas Mann lo hizo con José y sus hermanos para los habitantes de las tierras templadas del planeta. Por supuesto que “esta cualidad” polifónica de lo burlesco y sarcástico juntos, la tiene de sobra sin reclamarla la mejor literatura de Gabriel García Márquez. De ahí que la suya no aspirara nunca a ser parte del discurso comprometido; mucho menos a emular con los manifiestos de Maquiavelo y lo escrito por la pareja Marx/Engels para la Liga de los Justos que rebautizaron como comunistas. En cambio, sí, Gabo guar-
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política de izquierda en aquel periodo, antes de que se convirtiera en vedette mundial. ntes también que él tuviera que exiliarse al ser uno de los objetivos del régimen dictatorial civil que esgrimía el estatuto de seguridad contra cualquier disidencia y/o disidente. Gabo fue una de esas personalidades que tuvo que poner pies en polvorosa. A riesgo de caer preso, y acusado de tratos con la guerrilla. Gabo fue “doliente” en el proyecto Alternativa, que compartió con Enrique Santos Calderón, Antonio Caballero, Hernando Corral, Jorge Orlando Melo y Daniel Samper Pizano, entre otros. La sede fue objeto de dos atentados, hasta que cerró sus puertas después de siete años, cuando fue inviable su financiación que contó con las acciones de los herederos del patriarca centenarista Eduardo Santos Montejo.
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La segunda oportunidad La nueva vista en persona de García Márquez ocurrió muchos años después. Esta vez, los papeles estaban invertidos. Yo era el periodista, reportero de un periódico que salía martes y jueves, cada quincena. Después supe, que Noticias del Mundo era una de las propiedades del tristemente célebre reverendo coreano Moon, célebre por sus bodas multitudinarias, en Nueva York. Era un trabajo periodístico que compartía mientras estudiaba por mi cuenta el doctorado en CUNY. Cubría los temas de educación y cultura en la metrópoli. Tenía una página que publicaba los jueves, dedicada a Colombia. 32
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da trazas de similitud con el Gatopardo de Giussepe Lampedusa, porque ambos narradores se nutren de las vicisitudes y pintoresquismos del siglo diecinueve en Italia y Colombia. Desmadejando una paradoja estética vital “El cine es la literalización de una idea secular del arte y, a la vez, su refutación en acto. Es el arte del a posteriori, emanado de la desfiguración romántica de las historias, y a la vez emplea esa desfiguración para restaurar la imitación clásica.” Jacques Rancière, Prólogo, en “La fábula cinematográfica”, p. 20. Quizá, en parte, esta coincidencia entre el príncipe siciliano Lampedusa y el plebeyo García Márquez, en lo estético y en lo ético-político, expliquen en algo la lúcida rudeza con que Pasolini trató a “Cien Años,” calificándola en términos éticos de literatura indigna. Pero, Pasolini precisa su juicio en términos del procedimiento empleado. Afirma que la colaboración que este tipo de trabajo reclama con “el lector-productor, “tiene los caracteres de una abyecta complicidad. Las pequeñas ambiciones literarias o políticas del autor se hacen pasar por veniales exigencias culturales, por otra parte necesarias para la película…”(Pasolini, Cien años de soledad, en Escarabeo 4, p. 21). Pasolini de ese modo, anticipa lo que García Márquez no descubrió en la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla. Es lo que afirma el ensayista Juan Carlos García en Tiempo, nostalgia y soledad, “Los lectores de sus memorias no conocerán los secretos que como escritor guarda el nobel colombiano. Hay pistas aquí y allá, pero no hay un discurso construido sobre cómo escribir bien.” (Escarabeo 4, p. 45) El desenlace crítico de Pasolini, su hallazgo es, sin embargo, algo desconcertante. Su sentencia moral es de este tenor: “García Márquez es un fascinante burlador, tanto es así que todos los bobos han caído en la celada”. Además, en el mismo breve escrito tampoco reconoce para el escritor colombiano las calidades de un gran mistificador como sí lo hace
con Borges, y en menor medida con Giuseppe Tomasi de Lampedusa. Pero, en todo caso, el gran portento sería el Dante, autor de la Divina Comedia, un énfasis que descubre un cierto tufo parroquial en Pasolini, pero, por sobre todo, cierta explicable fascinación por el medioevo europeo tardío, en cuyo descubrimiento formal y significado Mijail Bajtin desplegó todos sus ingenios, con su lectura de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Bajtin descubre la riqueza, la multiplicidad de voces, la algarabía creadora, desacralizadora de la así llamada cultura popular medioeval que desborda todas las fronteras religiosas. Esta es parte de la parentela que se juntará más adelante en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, sobreviviente baldado del encuentro entre dos mundos, en la batalla de Lepanto. En verdad, lo que Pasolini nos propone es ubicar estéticamente al Gabo, muchísimo antes de recibir el nobel, porque el escrito es de 1973, como maestro de un nuevo género o “técnica”: el guión cinematográfico y el tratamiento, donde las estructuras lingüísticas sirven a otra causa, donde la visualización es fundamental. Es un anticipo inconfesado de lo que escribirán Gilles Deleuze sobre el cine moderno, y sobre lo que después debatirá Jacques Rancière en la Fábula Cinematográfica (2001), descubriendo pistas anteriores en el formalismo ruso, y particularmente, en la obra del cinematografista Serguei Eisenstein. Paradójicamente, nuestro escritor, al comienzo, quería hacer cine. Por eso, García Márquez fue a Roma, pero, en cambio, regresó de allí convertido en cuentista y novelista. Así fue reconocido por la crítica y millones de lectores, a partir de 1967, antes como reportero y periodista talentoso en sus bautismos en El Universal y El Heraldo, a contramano de la sentencia de Pier Paolo. Más notable aún, el autor de guiones cinematográficos, porque escribió varios, no corrió en ningún caso la suerte de Lampedusa, de cuya novela se hizo la película El gatopardo, con la dirección de Luchino Vis-
conti, y el protagonismo del príncipe Fabrizio por el trabajo magistral de Burt Lancaster, rodeado por Alain Delon, y Claudia Cardinale. ingún director se atrevió en vida de García Márquez, y luego, hasta hoy a hacer lo mismo con Cien Años de Soledad. No conocemos de su parte, ni de sus albaceas que hubiese elaborado un guión de tal película. En todo caso, con la excepción, quizá, de dos de sus cuentos, María de mi corazón, y Tiempo de morir, de acuerdo con el nombre de las películas, los demás intentos fueron fracasos. El más estruendoso de todos, “El amor en los tiempos del cólera”, con la regia de un gran director, Francesco Rossi, y un elenco de excelentes actores. ¿Por qué? “En estos días ha salido el primer tomo de las memorias de García Márquez. Todavía no lo he leído, pero se me ponen los pelos de punta sólo de imaginar lo que allí ha escrito nuestro premio nobel. Más aún cuando lo imagino luchando contra su enfermedad, sacando fuerzas de donde ya quedan pocas fuerzas y sólo para realizar un ejercicio de melancolía y de ombliguismo.” Roberto Bolaño, Los hijos tarados de García Márquez, Escarabeo 4, p. 22. Será porque Gabo, como lo dijo él mismo, era un pequeño burgués, y escribió bajo las premisas de su mundo, el que noveló, la Colombia sin revolución, como la Italia del Ri-
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DOSSIER GABO sorgimento, en la que “todo cambia, para que todo siga igual”. Él leyó ese mundo de la decadencia desde las tierras bajas, como un plebeyo, antes pobre y orgulloso, que lo dispuso a ejercer su oficio de narrador magistral asumiendo el papel de burlador de Macondo. Pero, en materia estética, explorando la vena abierta por Pasolini, la reflexión de Rancière, ayuda a desentrañar la paradoja garcíamarquiana, cuando afirma, de modo general, que “el cine es la literalización de una idea secular del arte, y, a la vez, su refutación en acto.” De ahí que, añade Rancière: “Su continuidad respecto a la revolución estética que lo hizo posible es necesariamente paradójica…Antes de contrariar su servidumbre, el cine debe contrariar su dominio. Su proceder artístico debe construir dramaturgias que contraríen sus poderes naturales. De su naturaleza técnica a su vocación artística, la línea no es recta. La fábula cinematográfica es una fábula contrariada.” (Rancière, Jacques, Prólogo, o.cit., p. 20) En lo que advierte y explica Rancière, quizá, radique el triunfo y el fracaso esplendoroso de Gabriel García Márquez, como novelista y cuentista, y como cineísta, y el yerro parcial del descubrimiento de Pasolini con respecto a Cien años de Soledad. Mientras que en lo político, el diccionario Bolaño complementó lo dicho por el propio Gabo, al final de sus días, “Un hombre encantado de haber conocido tantos presidentes y arzobispos”. Miguel Ángel Herrera Zgaib. Profesor Asociado, Universidad Nacional. Catedrático. Director del Grupo de investigación Presidencialismo y Participación. Autor de los libros La participación y representación política en Occidente (2000). CEJA, Bogotá, Antonio Gramsci y la crisis de Hegemonía (2013), La refundación de la ciencia política y Antonio Gramsci y el pensamiento de ruptura (2016). Coautor de Educación pública superior, hegemonía cultural y crisis de representación en Colombia, 1842-1984. Colección Gerardo Molina 20. Unijus, Bogotá (2009).
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HISTORIA DE UN FRAGMENTO DE MEMORIAS DESCARTADO Por Juan Lara
Diana Londoño Aguilera
Para Laura L. (Lalula) y Laura B. (Lore), en su lúcida juventud.
«Ha sido una rara experiencia creativa que merece ser explicada, aunque sea para que los niños que quieren ser escritores cuando sean grandes sepan desde ahora qué insaciable y abrasivo es el vicio de escribir.» Gabriel García Márquez
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uando a finales de octubre de 2015 se inauguró el archivo de Gabriel García Márquez en el Centro Harry Ransom en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos de Norteamérica, entre los asistentes se encontraba una joven colombiana estudiante de literatura, a quien conocí cuando todavía cursaba bachillerato en un colegio inglés en Bogotá. Una serie de casualidades la llevaron a asistir al evento, pues se había inscrito apenas una semana antes para adelantar un curso sobre litera-
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turas latinoamericanas comparadas y, además, realizaba por esos días una monografía de grado sobre una de las últimas novelas de García Márquez. A comienzos de 2016, luego de su regreso, nos encontramos por casualidad una tarde en la Universidad del Rosario en el centro de Bogotá y mientras tomamos varios cafés nuestra conversación nos condujo al relato que ahora juzgo oportuno contar, esperando ser lo más conciso posible, en especial porque lo que me refirió expresa unas ideas sobre el escritor colombiano
que sé que coinciden con las de otras personas, entre las cuales me incluyo. Mientras escuchaba la voz profunda y suave de esta joven de ademanes refinados, comprobé el agrado que había experimentado las veces que la casualidad me permitió encontrarme con lectores curiosos, como querían los clásicos españoles, que siempre se agradecen; además, porque suelen expresar y compartir su desobediencia a las sesudas opiniones de los expertos encerrados en repetidas, parcializadas y embrolladas tesis sobre tal o cual escritor, incluido nuestro galardonado autor. Mientras la oía, entendí que sus opiniones eran el resultado de algo tan simple como haber leído con atención y de forma directa al escritor, antes que a sus profusos y minuciosos exégetas que se afanan más en diseccionar sus libros y en someter sus elementos a exámenes que pretenden descubrir el secreto de su mecanismo antes que recrearse con su lectura. En algún momento le recordé que Gerald Martin contó en su biografía que García Márquez le dijo en una entrevista a Elena Poniatowska, para explicarle por qué no había leído el libro de Vargas Llosa sobre él, que no lo había hecho “porque si me revelaran todos los mecanismos secretos de mi escritura, las fuentes, qué es lo que a mí me hace escritor, si esto me lo dijeran a mí creo que me paralizaría, ¿entiendes?”. Me miró con su sobria simpatía y me dijo que recordaba la anécdota pero más por la manera como la contó aquella escritora en su charla del final del evento, pues lo hizo dentro de un contexto más amplio y con pormenores e inflexiones que le dieron un aire menos reflexivo a cambio de un tono más divertido debido a las ocurrencias de sus propios comentarios. La tarde del 28 de octubre de 2015, luego de haberse registrado con antelación para asistir al simposio de inauguración “García Márquez: vida y legado” y de recibir el carné que debía exhibir para ingresar al Auditorio Hogg Memorial, escuchó con atención las palabras de bienvenida y
apertura de Charles R. Hale, Director de LLILAS Benson Colecciones y Estudios Latinoamericanos, de Gregory L. Fenves, Presidente de la Universidad de Texas en Austin y de Stephen Enniss, Director del Centro Harry Ransom. Al finalizar esa primera jornada, pudo oír con franco interés la conferencia magistral de Salman Rushdie. Le fascinó el relato que hizo de las circunstancias de su encuentro con Cien años de soledad cuarenta años antes. Era lo que ella siempre prefería, la palabra viva, la historia que a fuerza de veracidad y realismo en los pormenores conseguía cautivarla. Escuchó a Rushdie relatar que hacia 1975 un amigo suyo que acababa de leer su primera novela, que él consideraba “merecidamente desconocida”, extrañamente le había dicho que lo encontraba “muy influenciado por Gabriel García Márquez”, ya que él nunca había oído ese nombre. Su imaginación se representó con claridad la evocación del conferenciante sobre la ocasión en que compró en una librería de Londres la edición de bolsillo de Cien años de soledad, que Penguin Modern Classics había publicado en inglés cinco años antes. Encontró familiar la costumbre del escritor que hablaba al público, tan parecida a la suya, de apuntar la fecha de la compra en el ejemplar (ella agregaba una señal en el número de la página que expresaba la edad que tenía al momento de adquirir el libro), y halló divertida la interrogación que le había dirigido a su amigo indagando quién era Gabriel García Márquez, pero sobre todo la respuesta de aquél, que entre incrédulo, compasivo y burlón, afirmó sin más que era el autor de un libro que él iría a comprar inmediatamente. Rushdie señaló que ante la mención de ese título, todavía con dudas le preguntó a su amigo si Cien años sería un buen libro, indecisión que desaparecería horas más tarde con solo leer su primera frase: “me pasó lo que le ha pasado a millones de
personas, me enamoré sin remedio. Y ese amor ha durado cuarenta años”. Durante los dos días siguientes, mi amiga Lore, que así se llamaba la joven estudiante de literatura, acudió cada vez menos sorprendida y curiosa a los eventos previstos, soportó la exposición minuciosa de historias y verdades que ya antes había escuchado, de cuyos pormenores sabía porque los había leído muchas veces. Sonriendo, se acercó un poco sobre la mesa y me interpeló diciéndome que quién que hubiera leído o escuchado algo sobre García Márquez, por poco que fuera, no había experimentado la impresión de cantilena sobre tanto lugar común acerca del maravilloso cuentista, del novelista fabuloso, del periodista y cronista prodigioso, del dueño de una prosa envolvente, de la fluencia extraordinaria de su escritura que otorgaba poderío a sus textos gracias a las facultades poéticas que irradiaba, de la faceta política de sus ideas, de sus legendarias amistades de juventud, de su incursión en el mundo del cine y de muchos temas del mismo corte, sin escatimar comentarios sobre la influencia que alcanzó en un mundo que lo reclamó para las más disímiles mediaciones humanitarias en multitud de conflictos. Aparte de la charla de Rushdie y de las palabras de cierre del encuentro de Elena Poniatowska (de quien resaltó su espontaneidad con los oyentes, su devoción por los recuerdos y su simpatía y claridad octogenaria, en especial cuando dijo que la virtud de Cien años de soledad era ser un libro que cambiaba vidas más que cualquier obra de auto ayuda), lo que en verdad la había atraído y sobre lo que quería contarme algo fue lo que se explicó sobre el archivo que se estaba inaugurando. Miró entre los papeles que llevaba en su cartera y extrajo el catálogo del evento del cual me leyó este párrafo: EL ARCHIVO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (1927– 2014) documenta “la vida y el trabajo del autor ganador del Premio Nobel,
aclamado entre críticos y lectores del mundo entero. El archivo, que abarca más de medio siglo, incluye manuscritos originales de 10 libros, la mayoría en español, desde Cien años de soledad (1967) a El amor en los tiempos del cólera (1985) a Memorias de mis putas tristes (2004); más de dos mil cartas, incluyendo su correspondencia con Carlos Fuentes y Graham Greene; borradores del discurso del autor al aceptar el Premio Nobel en 1982; más de 40 álbumes de fotos en las cuales se documentan diferentes aspectos de su vida durante casi nueve décadas; las máquinas de escribir Smith Corona y las computadoras en las cuales escribió obras que se encuentran entre las más queridas del siglo XX; y, finalmente, álbumes de recortes que documentan de manera meticulosa su carrera con recortes de periódicos de Latinoamérica y el mundo entero. En su momento había sentido que pese al tono promocional y propagandístico del texto, esas escasas palabras le dejaron adivinar el trasfondo de un universo en cuyo espacio creía haber estado inmersa por años. Ése era su verdadero interés al acudir al acontecimiento, ir más allá de los libros, hacia lo que esa biblioteca de investigación universitaria llamaba con exactitud indagar en las fuentes primarias. Pensaba que en esos anaqueles y decenas de cajas que guardaban los documentos rigurosamente clasificados y que pronto estarían disponibles para lectores e investigadores en la Sala de Lectura del Centro Harry Ransom, podría encontrar las claves de una idea de cuya evidencia estaba convencida luego de años de recorrer y releer no sólo la obra publicada de García Márquez sino también sus ocasionales declaraciones. Reparó en que la información del catálogo mencionaba los manuscritos de diez libros desde Cien años de soledad. Era probable que además de esta novela, se refiriera a los manuscritos de los libros que publicó durante los treinta y cinco años siguientes, como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su 2017
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abuela desalmada, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, Doce cuentos peregrinos, Del amor y otros demonios, Memoria de mis putas tristes y Vivir para contarla, pero también al de un onceavo libro, como lo supo más tarde, una novela inédita e inconclusa: En agosto nos vemos. Me dijo que no había ninguna originalidad en su descubrimiento ya que tan solo le era útil a ella como lectora haber llegado al convencimiento de que Cien años de soledad era el cierre de una lenta, larga y concentrada etapa inicial de su carrera de la que casi no pudo desprenderse hasta que concibió y ejecutó la obra genial que lo libró de ese mundo fantasmal, ya que hasta entonces solo había estado escribiendo ese mismo libro. Agregó que para ella fue fácil percibir cómo luego de escribir y publicar aquella historia en su última versión integradora y definitiva, se le comenzaron a abrir otras puertas que dieron paso a un caudal de ideas, de historias y de obras que había acopiado y que en lo personal le debieron dar grandes satisfacciones como escritor, aunque supiera que nunca podía evadirse del todo de aquellos orígenes que lo siguieron por el resto de su vida adonde se dirigiera. Esa obra excepcional fue la cumbre que remontó con esfuerzo sostenido y coherencia desde el caos inicial hasta arribar a la alta explanada luminosa por donde siguió viajando su obra, de cara a otras multitudinarias y también asombrosas ficciones. Si no hubiera sido así, se preguntaba ella, ¿cómo se explicaría la diversidad de temas y la versatilidad de tratamientos de que daban cuenta los libros que siguieron al que lo consagró y le dio fama universal? Hasta ese momento, inclusive sin exceptuar los cuentos iniciales (que aunque escritos entre 1947 y 1955 recogió casi obligado en un libro publicado hacia 1974), su mundo como escritor se había casi circunscrito a las historias que narraron las generaciones, los sucesos y las 36
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leyendas que comenzaron a abrirse camino en el mamotreto informe de La casa y que terminaron por revelar a Macondo y otros poblados sin nombre. En su opinión, era evidente que fue a partir de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y de El otoño del patriarca (esa obra totalizadora que representaba para él lo mejor de su trabajo y que mantuvo aprisionada aun desde antes de emprender la escritura de Cien años de soledad) cuando irrumpieron los temas, los escenarios y los libros de sus últimos treinta años, con los cuales se propuso y consiguió dar cuenta de otra manera de escribir y de narrar tan extraordinaria como la que la precedía. Sabía que los juicios de un escritor sobre su propia obra no suelen coincidir con los de sus lectores, pese a que es a ellos a los que está destinada, y menos todavía con los de sus críticos y biógrafos, que se la apropian y la contagian de sus interpretaciones, casi siempre extravagantes a fuerza de ingeniosas. Ello debía ser así, entre otras razones que me expuso, porque una vez que el escritor publicaba un libro cualquiera, éste tomaba rumbos impredecibles y de muchas maneras dejaba de pertenecerle a su autor, quien ya no podía ejercer control alguno ni sobre su propósito ni sobre su contenido ni aun sobre su elemental significado como obra literaria. Pensaba que los críticos literarios eran una suerte de pequeños filósofos intermediarios sin una doctrina propia que encendiera sus meditaciones, y que los biógrafos eran como periodistas especializados que no estaban libres de preferencias e ideologías particulares. En su sentir, ni unos ni otros tenían mucho que ver con el escritor, cuyo sentido sólo alcanzaban sus verdaderos y desprevenidos lectores, no sus exégetas. Ninguno de los ensayos biográficos, que rivalizaban entre sí por lograr el prestigio de la verdad sobre el periplo literario del escritor, la satisfacía del todo. Si no fuera exagerado e injusto, diría que más bien
le desagradaban y que no se explicaba el sitial catequístico que alcanzaron críticos y biógrafos, casi sin excepción, ante los confiados y anhelantes lectores que durante dos generaciones habían recibido sus cabales exploraciones del deambular del escritor hasta permitirles conformar algo tan terrible como una suma de verdades canónicas que ya nadie discutía sin arriesgarse a ser un hereje de la literatura, de la civilización y de la cultura. En su opinión, se debía siempre procurar atender a lo que el escritor expresaba directamente en sus propios libros o, a lo sumo y sólo de forma complementaria, casi que por simple curiosidad, a lo que se aventuraba a decir en sus páginas autobiográficas, en sus declaraciones esporádicas, en sus notas periodísticas o en sus crónicas de auto examen, así como en los escasos prólogos que escribiera para algunas de sus últimas creaciones. Éste era para Lore su caso frente a García Márquez. Le llamaba especialmente la atención que, salvo dos excepciones, ninguno de sus libros de novela o cuento llevara un prólogo suyo. Pero esas dos excepciones eran, a su juicio, verdaderos yacimientos o vetas de valiosas verdades abiertamente reveladas y expuestas a la luz para quienes fueran capaces de percibirlas y tuvieran interés en comprender su alcance y significado. Se refería a los prólogos de Doce cuentos peregrinos y de Del amor y otros demonios. En cambio, le llamaba la atención el sentido oculto o expreso que encerraban los epígrafes y las dedicatorias que incluían varias de sus obras literarias. Me dio su explicación a estos dos comentarios, sobre la cual no veo necesario detenerme pues bastará que se lean los textos para comprender la exactitud de su opinión. Sólo me referiré más adelante al epígrafe de Del amor y otros demonios, que le parecía especialmente elocuente. De todo lo que me dijo aquella tarde, lo que me aguardaba como una verdadera sorpresa estimulante fue lo que Lore me reveló como el resultado
de sus pesquisas en el archivo recién inaugurado. No tenía dudas acerca de que su hallazgo confirmó sus intuiciones de lectora. Durante los días siguientes a la inauguración, había obtenido los permisos requeridos para acreditarse como investigadora y para poder explorar y leer a su gusto, las restricciones que eran previsibles y que se le hicieron explícitas en su momento, en los documentos guardados en algunas de las decenas de cajas que se alineaban en los altos y hondos anaqueles. Revisó durante varias semanas con lentitud y calma cada carpeta, cada borrador a los que se le permitió acceder entre los papeles del legado que reposaban en la biblioteca de la Universidad de Texas. En uno de esos cajones que albergaba legajos correspondientes a borradores y otros textos relativos a la novela Del amor y otros demonios, encontró un par de hojas tamaño oficio apretadamente mecanografiadas que, luego de leerlas, le dejaron ver, sin lugar a ninguna duda, que contenían un fragmento no incluido en la primera y única entrega de las memorias de García Márquez Vivir para contarla, en el cual mencionaba la gestación de dicha novela, y que presumiblemente descartó porque su tema correspondía a otro período sobre el que finalmente nunca escribió. En este libro, escasamente había tocado de pasada el tema (Capítulo 6, pág. 410): “Durante todo aquel año había insistido en que el maestro Zabala me enseñara los secretos para escribir reportajes. Nunca se decidió, con su índole misteriosa, pero me dejó alborotado con el enigma de una niña de doce años sepultada en el convento de Santa Clara, a la que le creció el cabello después de muerta más de veintidós metros en dos siglos. Nunca me imaginé que iba a volver sobre el tema cuarenta años después para contarlo en una novela romántica con implicaciones siniestras.” Según el fragmento encontrado en el archivo, el prólogo registraba dos momentos que interesaban al libro. El
primero, elaboraba una perspectiva a la manera de una memoria literaria; el segundo, interpretaba esa remembranza pseudo autobiográfica. En su sentir, proponerse a sí mismo en el prólogo como un personaje de ficción en el inicio de su carrera de periodista y escritor, cuando menciona la supuesta noticia que finge (porque no existe) haber escrito el 26 de octubre de 1949 para el diario cartagenero El Universal (de octubre de 1949 sólo se conserva un texto aparecido en El Universal de Cartagena: Vida y novela de Poe), allana el camino iniciado en la anécdota que da origen propicio a la novela, porque la enmarca en recuerdos, en parte reales y en parte imaginarios. Ya había reconocido expresamente este procedimiento en el prólogo de Doce cuentos peregrinos: […] los recuerdos reales me parecían fantasmas de la memoria, mientras los recuerdos falsos eran tan convincentes que habían suplantado a la realidad. De modo que me era imposible distinguir la línea divisoria entre la desilusión y la nostalgia. Fue la solución final. Pues por fin había encontrado lo que más me hacía falta para terminar el libro, y que sólo podía dármelo el transcurso de los años: una perspectiva en el tiempo.
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Me pidió que reparara ahora en la forma como se conectaban el título y el epígrafe, y que revisara la información pertinente para establecer el significado de sus respectivas metáforas cardinales, y luego sí identificara los rasgos de cada personaje y me remitiera a los textos que informaban sobre los escenarios donde transcurre la novela. Creía que el texto autobiográfico inédito que encontró en el archivo contribuía a dar una visión distinta de la concepción y gestación de la novela y de las relaciones de ésta con la crónica periodística. La convicción y las evidencias de lo que me decía me llamó la atención y pude percibir que lo arcaico del título y del epígrafe atribuido al filósofo medieval, buscaban otorgar un sentido extraordinario y remoto a la novela, suficiente para que el lector quisiera aventurarse a indagar en su origen, aunque de seguro no llegara a hacerlo sino que terminaría por aceptar la autoridad de los dos textos. Era obvio que el prólogo, al igual que el escenario y la época de los hechos que se narran, fueron concebidos así para que concordaran con el título y el epígrafe y favorecieran la sensación de que la novela era una crónica histórica real. Sobre la combinación de recuerdos reales y recuerdos falsos, me
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recordó el final del prólogo a Del amor y otros demonios: “…mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro.” Lore me dijo que para ella, tratándose de García Márquez, no estaba nunca claro, ni importaba que lo estuviera, qué era realidad y qué ficción, pues una y otra eran partes inescindibles de su universo literario. Por último, antes de leerme el texto encontrado, hizo referencia a la conveniencia y eficacia del epígrafe con referencia al tema del libro. En efecto, incorporar al frente del libro el texto de Tomás de Aquino tomado de su tratado De la integridad de los cuerpos resucitados, (cuestión 80, cap. 5) que expresa: “Parece que los cabellos han de resucitar mucho menos que las otras partes del cuerpo”, parecía transmitir y anunciar que la autoridad del santo y doctor de la Iglesia daban al fenómeno sepulcral de la anécdota inicial de la novela un respaldo irrefutable, emergiendo de la rotunda distancia de más de siete siglos, a la vez que aportaba la demostración maravillosa de que el personaje casi infantil de la historia vivió, respiró y caminó por este mundo y fue real. Aquella cita, con alguna ligera variación de traducción, la encontró Lore al buscar en un macizo volumen: Suma teológica / por Santo Tomás de Aquino; traducido directamente del latín por Hilario Abad de Aparicio. Madrid: Moya y Plaza editores, 1880-1883. Tomo V, pág. 455. Suplemento de la Tercera Parte de la suma theológica del divino Santo Tomás de Aquino. Cuestión LXXX. De la integridad de los cuerpos que han de resucitar. El referido Artículo V de la Cuestión 80 de la mencionada edición (Suplemento, Tomo V, pág. 455), dice en lo pertinente: 38
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“Lo que existió materialmente en los miembros del hombre, resucitará todo? 1.º Parece que lo que existió materialmente en los miembros del hombre resucitará todo; porque menos parecen pertenecer á la resurrección los cabellos que otros miembros. […] Al argumento 1.º diremos que, así como todo lo que está en otras partes del cuerpo resucitará, considerada la totalidad de la especie, y no a de la materia, así también sucede con los cabellos.” Fue así como advirtió que la Cuestión 80, Capítulo 5, anotada en el epígrafe de Del amor y otros demonios, procedía del citado Suplemento de la Parte Tercera de la Suma Teológica, cuya autoría se había establecido varios años antes que no era de Tomás de Aquino. A ese respecto, Antonio Osuna, Regente de Estudios de la Provincia Dominicana de España (Biblioteca de autores cristianos, Tomo I, Parte I, Cuarta reimpresión, Madrid, marzo de 2001, Prólogo-1988, pág. XXXV), había escrito: “es sabido que no procede de la pluma de Sto. Tomás, sino de alguno de sus discípulos, y en él se refleja más la buena voluntad del discípulo, admirador y dolorido por no ver terminada una obra tan genial, que la competencia del continuador”. En conclusión, el texto que aparece en el epígrafe no fue citado de manera correcta, pues pertenece al Suplemento de la Tercera Parte de la Suma Teológica, que no es original de Tomás de Aquino. Y tal aserto, ¿qué quiere significar? Que tampoco era importante para García Márquez esmerarse en la exactitud de una cita, siempre que la que eligiera contribuyera a la finalidad de su libro al que debía de servirle eficazmente de frontispicio. Ya se había hecho de noche cuando reparamos en que aún no me daba a conocer el contenido del documento que constituía su hallazgo. El texto que me leyó y que transcribo para esta nota, es el siguiente: «Al recordar de nuevo al maestro Clemente Manuel Zabala, pienso en cómo no me abandonó durante décadas la fascinante
historia que me contó acerca de la niña difunta de cabellera bermeja y desmedida. Pienso en cómo se convirtió en el tema de una novela pasional con implicaciones fatales escrita cuarenta y cinco años después. La leyenda de la doncella núbil que toma el nombre de Sierva María de Todos los Ángeles y que campea por Del amor y otros demonios con aire hechizado y perturbador, no resultaba ajena para mí a otra historia que había escuchado contar a mi tía y a mi abuela, fabuladoras ambas, dueñas de imaginaciones poderosas que conseguían transmitir y dar vida a las más alucinantes criaturas que acababan por instalarse en mis pensamientos y en mis sueños, y que para mi fortuna de narrador nunca me dejaron en paz, hasta que con su acometimiento vertiginoso y repetido se transformaron en piezas medulares de cuanto fui escribiendo luego de mi regreso a la costa desde mi exilio en las soledades de la altiplanicie bogotana, de donde fui arrojado por las llamaradas del sangriento bogotazo. Un año y medio de inusitados hallazgos y de satisfacciones inimaginables, desde ese 21 de mayo de 1948 en que vi aparecer mi primera nota en El Universal de Cartagena, consiguió descubrirme la variedad ilimitada de temas que sin falta aparecían por todo lado, casi sin necesidad de salir a buscarlos, pues la cotidianeidad de la vida que transcurría entorno a mi discurrir ordinario se las apañaba para obsequiarme la noticia atrayente o la historia maravillosa. Casi por regla general, en una jornada sin alteraciones ni dificultades distintas a las que sobrellevaba mi existencia modesta, tenía terminada y entregada mi nota poco después del mediodía, por lo que disponía de la tarde para mis pláticas literarias con Héctor Rojas Herazo y Gustavo Ibarra Merlano, hasta que entrada la noche me dedicaba a otras faenas del periódico que me absorbían hasta el cierre de la edición cerca de las dos de la mañana. Pero así como me he preguntado cómo habría sido mi vida sin el lápiz
del maestro Zabala en los inicios de ese aprendizaje de periodista y reportero, también me ocurre ponerme a reflexionar en el poder que ejerció sobre mí ese recuerdo también asociado a él y que permaneció acallado y como dormido hasta que le dio por emerger y apoderarse con todo cuidado de mi razón y de mis desvelos de escritor ya habituado. Cuando en octubre de 1994 me encontraba en Cartagena de Indias y redactaba el prólogo a Del amor y otros demonios, no podía saber que exactamente un año después, en el fragor de los acontecimientos de la Cumbre de los Países No Alineados, el 15 de octubre de 1995 el Convento de Santa Clara se convertía con su inauguración en un lujoso hotel. Lo que sí sabía desde hacía varios años era que se trabajaba con esmero en la remodelación y conservación arquitectónica del claustro, la capilla y el convento y que la finalidad de esos trabajos delicados era la de instaurar la fastuosa edificación. Realidad y fantasía han abundado en mi vida y, por fortuna, siempre de la mano la una de la otra, dándose luminiscencia mutua y auxilio en sus respectivas carencias. Cuando comencé a escribir ese libro, recordé cómo, en sus tres veces centenaria historia, el Convento de Santa Clara sufrió el ultraje de ser destinado a servicios menesterosos, de salubridad, pedagógicos y hasta a tristes destinos oficinescos y penitenciarios. Para los días en los que me estrenaba como pichón de reportero en El Universal, el Convento era un hospital. Las obras que se realizaban tenían la finalidad de levantar un anfiteatro y añadir un tercer piso. Con la visión de los trabajos presentes, a mi memoria vino el espectáculo que ofrecían las obras de entonces y se sumaron en mi imaginación para urdir el escenario de la leyenda que había comenzado a tramar. La historia debía suceder a mediados del siglo XVIII y abarcaría del domingo 7 de diciembre, cuando Sierva María de Todos los Ángeles cumple doce años, hasta el 29 de mayo del año siguiente, cuando muere.
La novela fue leída con generosidad y criticada desde miradas lúcidas que no podía yo imaginar. No merecieron similar atención los tres textos que la preceden y que concebí con dificultad cuando menos semejante a la que me tomó escribir el libro debido a los niveles de imaginación y búsqueda concentrada que me demandaron. No exagero, ya que me refiero a aspectos simples que suelen pasar desapercibidos, como lo son el título, al epígrafe y el prólogo de un libro, sin los cuales como que algo queda faltándole a la fachada del libro que ni llama la atención ni provoca traspasar su pórtico. El título debía tener un acento arcaico a propósito y anunciaría lo que se iba a encontrar: una historia de tiempos remotos que raya con la leyenda y que se entrecruza con la historia transmitida de boca en boca. Por eso, debía guardar una correspondencia cercana e íntima con el pensamiento que emergió de la edad media y del renacimiento, cuando se enaltece la razón con exageración y se desprecian los sentimientos, en especial el que se enaltece sobre los demás: el amor. En el catálogo de las pasiones el amor se emparenta con la locura y ésta enseña su alcurnia demoniaca. Eso es lo que se encuentra en la historia narrada: amor, locura, muerte, irracionalidad, incomprensión, inocencia. Como contrapeso, está la poesía que dice su versión del amor y lo resguarda, también la sabiduría encarnada en el sacerdote Delaura y en el médico judío Abrenuncio, la presencia de fondo de los libros y la Inquisición: aquellos como tentación, ésta como amenaza. El epígrafe, fue escrito y buscado merced a los afanes librescos que me acompañaban entonces. El prólogo, donde al lado de un querido y venerado amigo me recuerdo a mí mismo, como siempre, en la penumbra que se esparce entorno al sitio donde se unen la realidad con la fantasía». Ése era el documento, a la vez simple y sorprendente. Como dije antes, aquellos aspectos del libro (título,
epígrafe y prólogo) tendían puentes que juntaban la memoria real y la ficticia, y que conectaban la crónica veraz con la imaginada, por lo que llamaron mucho su atención y, por supuesto, la mía. Me dijo que de manera contraria a la opinión defendida por críticos y comentaristas de la obra de García Márquez, según la cual después de Cien años de soledad él quiso ponerse a tono con la tendencia experimental de la novelística latinoamericana del momento, para ella él mantuvo un estilo personal siempre, marcado por la limpieza y exactitud del lenguaje que empleaba, pero iluminado por la eficacia del fulgor legendario de sus historias, todas ellas capaces de recrear la realidad ante los ojos que la aprendían a ver a través del cristal de la imaginación, por fuera del tiempo lineal, y que extrañamente se hacía comprensible gracias a una lógica que sólo podía emerger desde el sueño para imponer su absoluta necesidad.
Juan Lara. Poeta, escritor y crítico literario nacido en Bogotá. Su obra poética está conformada por Poemas de Solange, Las Puertas Ficticias, Sopor del Tiempo, Los Días que son la Vida, Libro de Ella y El Río Interminable. Su obra ensayística ha sido publicada en diversas revistas literarias y se encuentra reunida en Crónica al Margen. En 2010 publicó La perniciosa incertidumbre Memorias de Fermín Donaire, novela escrita en coautoría con Alfredo Arango. Fundador y actual Subdirector de Escarabeo. juanlara47@hotmail.com. 2017
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mación acerca de la vida del autor de Aracataca, fruto de muchos años de investigación por parte del crítico inLA BREVE HISTORIA DE UNA VIDA CON glés. ¿Qué podía aportar yo, entonces, GARCÍA MÁRQUEZ a un corpus tan vasto y variado como el que se ha desarrollado alrededor de Por Juan David Cruz Duarte la obra de García Márquez en los últimos cincuenta años? La respuesta es terriblemente obvia: para decir algo nuevo de la obra de García Márquez tengo que hablar de algo de lo que sólo yo sepa; en otras palabras, para decir algo nuevo acerca de la obra del escritor favorito de Colombia, lo más conveniente es hablar de mí mismo; de la influencia que la obra de García Márquez, y su presencia como figura pública, han tenido en mí, tanto como escritor, como académico, y como ser humano. Como le ha pasado a innumerables colombianos en sus años escolares, uno de mis primeros contactos con la obra de García Márquez se dio en el bachillerato, cuando mi profesora de español asignó Cien años de soledad como lectura obligatoria. Después de una semana luchando con una vieja edición de la novela—que por cierto carecía del árbol genealógico que Ilustración. Victor Abarca se puede encontrar en muchas de las ediciones actuales—, me aburrí de uando el director de Escara- aunque la obra de García Márquez leer, y dejé el libro de lado, para sebeo me invitó a escribir un ar- ganó enorme popularidad después guir leyendo la obra de escritores que, tículo acerca de Gabriel Gar- de que el autor recibiera el Nobel en en ese momento, me despertaban un cía Márquez , me pregunté qué más 1982, la crítica ya había tomado nota mayor interés: Edgar Allan Poe y Juqueda por decir del célebre escritor de las contribuciones del autor a la li- lio Cortázar, por ejemplo. Es posible colombiano; ¿qué puede uno decir de teratura latinoamericana. Uno de los que la repetición de nombres a lo larsu obra que no haya sido dicho an- primeros críticos en escribir acerca go del árbol genealógico de la familia tes? Críticos literarios tan respetados de la obra del Nobel colombiano fue Buendía, y el hecho de que la obra se como Ángel Rama han escrito libros Ernesto Volkening, quien publicó su desarrolle en un pequeño pueblo del enteros acerca de la obra del Nobel ensayo “Gabriel García Márquez o el Caribe colombiano, hayan resultado colombiano (Rama publicó La narra- trópico desembrujado” en 1963. Para de poco interés para el joven que era. tiva de Gabriel García Márquez: Edi- aquellos académicos interesados en Por otra parte, siempre me ha costado ficación de un arte nacional y popular en alcanzar una mayor comprensión de leer con gusto cualquier obra que me 1991), y el mismo Mario Vargas Llo- la obra narrativa de García Márquez, haya sido impuesta por obligación. sa, también Premio Nobel de Litera- cualquiera de estas obras sería un Estoy seguro de no ser el único lector tura, y quien fuera amigo cercano de buen lugar para comenzar. Por otra voraz que ha experimentado este conGarcía Márquez hasta que los separó parte, para aquel lector interesado en tradictorio problema. Pero, aunque en esa famosa pelea de la que tanto se la vida de García Márquez, la biogra- ese entonces abandoné la lectura de ha dicho, publicó en 1971 un ensayo fía de Gerald Martin titulada Gabriel Cien años de soledad en menos de crítico de la obra del escritor colom- García Márquez: A Life (2008) ofrece una semana, un elemento de belleza biano: Historia de un deicidio. Pero una completísima fuente de infor- y de misterio en el lenguaje del autor
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me quedó dando vueltas en la cabeza. Había algo sumamente poético en su prosa, y tal vez fue esto lo que me llevó a buscar otras obras del autor. Antes de salir del colegio leí El amor en los tiempos del cólera, Historia de mis putas tristes, Vivir para contarla y Relato de un náufrago, y quedé enganchado a la obra narrativa del autor para siempre. uando ingresé a la universidad, recuerdo haberme sentado innumerables veces en lugares apartados y silenciosos del campus, inmerso en la lectura de Cuentos peregrinos; recuerdo también haber leído Ojos de perro azul en un estado casi contante de perplejidad. En este momento, casi puedo verme acostado en una hamaca en La Vega, Cundinamarca, terminando de leer La mala hora, una novela cuya trama se me escapa de la memoria, cada vez que trato de traerla de vuelta. Y es que el ejercicio de recordar la lectura de obras literarias siempre termina por mezclarse con el ejercicio de recordar aquellos momentos de nuestra propia vida, en los cuales estábamos leyendo esas obras literarias. Pero tal vez la obra de García Márquez que marcó mi adolescencia, y mi vida entera, de una manera definitiva, fueron sus memorias, Vivir para contarla. Cuando mis padres notaron que mis aficiones literarias iban tomando la forma de algo que iba más allá de un simple pasatiempo, cuando comprendieron que yo mismo me estaba construyendo poco a poco una vocación, decidieron regalarme para mi cumpleaños número diecisiete las memorias del Nobel colombiano. Yo me sumergí completamente en la lectura de esta obra, y salí de ella transformado. Mi amigo Cristian Baquero y yo leímos el libro el mismo año—era nuestro último año de bachillerato—, y conversábamos al respecto contantemente. Fue entonces cuando ambos decidimos abrir un periódico escolar, animados por la carrera periodística de García Márquez, tal y como el autor la contaba en sus
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memorias. El periódico sólo tuvo dos números, pero fue uno de los primeros proyectos en los que trabajé, de los cuales puedo sentirme orgulloso. Pero Vivir para contarla marcó mi vida por otras razones. Para un joven de clase media en un país como Colombia, la idea de poder ganarse la vida como escritor puede parecer virtualmente imposible, fantástica, si se quiere. Por eso, haber tenido a un autor como García Márquez en nuestro país es un verdadero privilegio. García Márquez no sólo poseía un enorme inmenso talento artístico; también fue un autor que alcanzó un gran éxito comercial, nacional e internacionalmente, al mismo tiempo que recibió el reconocimiento de la crítica mundial—hasta el punto de ser premiado con el Nobel, probablemente el premio literario más prestigioso del mundo. Es cierto que García Márquez tuvo que pasar por momentos de enorme escasez y pobreza—su vida en París se vio marcada por el hambre y la escasez—, pero el hecho de que, después de tantos años de trabajo duro, el autor haya logrado vivir de su labor literaria, es un ejemplo—y un símbolo de esperanza—para cualquier joven colombiano que se quiera dedicar algún día a la labor literaria. Por otra parte, La obra de García Márquez fue fundamental para mí en el desarrollo de una conciencia de lo que significa ser colombiano. Yo crecí viendo en los noticieros imágenes de buses quemados, y hombres y mujeres acribillados en la carretera, parcialmente cubiertos por sabanas ensangrentadas; crecí con el temor de que un carro-bomba matara a mi papá o a mi mamá en su camino de vuelta a la casa, crecí en medio del escándalo del proceso 8000, y más tarde tuve que ver, como todos los colombianos que eran conscientes en aquel entonces, cómo nuestra idea de la nación se cubría de nuevo con los fantasmas de la violencia y la ilegalidad, cuando se destapó la olla podrida de la para-política. Quizás, Uno de los abusos de
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poder que más me ha marcado en los años recientes, es el horripilante caso de los falsos positivos en el país, en especial los casos que se sucedieron en Soacha. Es muy difícil serlo patriota en un país como Colombia. y es difícil serlo colombiano en el exterior., cuando todo lo que la gente ha oído del país es que somos los mayores productores de cocaína del mundo, o que somos el país de origen de un tal Pablo Escobar. Por eso creo que Cada colombiano que tenga algo de sentido de pertenencia por la nación, tiene que crear su propia idea de lo que significa ser colombiano. Para mí, ser colombiano es, entre otras cosas, ser compatriota de García Márquez, de Raúl Gómez Jattin, de Soledad Acosta, de José Asunción Silva, de Rafael Pombo, de León de Greiff, y de tantos otros grandes autores que nos han honrado con su trabajo. Qué privilegio es que alguien en el exterior lo vea a uno como un compatriota de García Márquez, y no como un ciudadano más del país de la cocaína. or otra parte, García Márquez también me dejó otra lección de cómo relacionarse con la realidad violenta e injusta de nuestra nación: el escritor se rebela contra la violencia hablando sobre ella, denunciándola; en otras palabras, convirtiéndola en literatura. Por mi parte, siguiendo el ejemplo de este gigante de las letras en Latinoamérica, tal vez algún día trataré de hacer con el infame caso de los falsos positivos lo que García Márquez hizo con la Guerra de los Mil Días o con la Masacre de las Bananeras. Porque estas historias hay que contarlas, hay que estudiarlas desde la academia y trabajarlas desde el arte y la cultura popular. No para explotar la desgracia ajena de manera morbosa, sino para que estos sucesos no se olviden, para que tal vez, en un futuro, podamos evitar caer en los mismos errores históricos en los que, como nación, seguimos cayendo una y otra vez.1
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Cuando miro atrás, y veo la obra literaria en la que he ido trabajando desde mi juventud, la influencia omnipresente de la obra de García Márquez en mi trabajo me parece cada vez más evidente. Mi novela breve, La noche del fin del mundo (2012), es un claro ejemplo de esto. Reconozco en sus páginas un esfuerzo por tratar de “importar” los principios de lo “real maravilloso” de Alejo Carpentier al espacio urbano. García Márquez, que nunca usó el término de “realismo mágico”2 en su vida, code política y de García Márquez, sin mencionar que el escritor tuvo que pagar con el exilio por sus convicciones políticas. García Márquez fue acusado de apoyar activamente al M-19, e incluso de haber participado en un “desembarco” de guerrilleros en el sur del país. Aunque estas acusaciones eran falsas, García Márquez sabía lo que significaba ser un preso político en el gobierno de Julio César Turbay Ayala; y por estas razones el escritor se vio forzado a abandonar el país. Supongo que esa es otra lección que nos deja el autor: el intelectual latinoamericano muchas veces es perseguido por sus convicciones políticas, pero no por esto se debe dejar de escribir. 2 Nota del editor. Lo que dice el autor es cierto. En la primera novela de Julio Cortázar “Divertimento” (1949) hay un texto que indicaría que fue él quien primero empleó la expresión “realismo mágico”, además en el contexto preciso que le da sentido a la idea que expresa. Hemos leído mucho acerca de que García Márquez inventó el realismo mágico y todas las variantes de esta frase de cajón. En el texto aludido, un grupo de amigos miran a través del marco de una ventana unas vacas que se ven a lo lejos y que parecen formar una escena o un cuadro que podría realizar uno de los amigos que es pintor. Este es el fragmento: “–Lo fantástico es cómo caben dieciséis vacas en este agujerito –dijo Marta–. Ya sé lo de la distancia, etc. También con un dedo se tapa el sol, blah blah. Pero si te fiás solamente de tus ojos, por un momento solamente de tus ojos, y ves esa calcomanía purísima ahí lejos, todo perfecto el campo verde las vacas negras y blancas, dos juntas, otra más allá, tres en hilera y recortadas, lo estupendo es la irrealidad de esas figuras tarjeta postal. “–El marco del agujero ayuda a la ilusión –dije–. Cuando llegue Renato le podría-
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nocía bien el concepto de “real maravilloso” de Carpentier. En su famoso ensayo “Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe”3, García Márquez afirma que la realidad latinoamericana, y en particular la realidad del Caribe, es tan exuberante y extraña que nuestro lenguaje resulta insuficiente para expresarla. Este barroquismo, esta exuberancia casi surrealista que García Márquez ve en el Caribe, yo lo percibía en las calles de Bogotá. Por otra parte, la primera vez que participé en un concurso de cuento—una costumbre que afortunadamente perdí hace muchos años—, fue en el Concurso Nacional de Cuento Gabriel García Márquez. Cuando vuelvo a leer ese viejo cuento, “El lienzo repetido,” me parecen sumamente evidentes la influencia del García Márquez de Ojos de perro azul, y también la influencia de esos relatos fantásticos de gran complejidad psicológica de Julio Cortázar. Después de tantos años, todavía creo que éste es uno de mis mejores cuentos (tal vez lo publique algún día). Estos son solo algunos ejemplos de cómo mi desarrollo como escritor no puede disociarse de la influencia que ha tenido en mí la obra de García Márquez. mos pedir que lo pinte. Realismo mágico, dieciséis vacas celebrando el nacimiento de Venus en un amanecer tórrido. “–El título está bien, sin contar que sería la única manera de convencerlo a Renato que pinte algo que vemos los demás. Aunque su cuadro de ahora es bastante fotográfico.” (Resaltamos). Esto da qué pensar. Vemos con frecuencia que se repiten, sin examinarlas, ideas que otros echaron a rodar en sus artículos de crítica literaria o de reseñas bio-bibliográfica, tan propias del facilismo de muchos ensayistas que descubren cada tanto lo que se ha descubierto centenares de veces y lo aderezan para llenar los periódicos y las revistas literarias. 3 Tomado de “Solo literatura”. Publicado en Voces. Arte y literatura. San Francisco, California. Marzo de 1998. Número 2. Temas de Nuestra América. Revista de Estudios Latinoamericanos. Universidad Nacional Costa Rica. Volumen. Número 38 (2003).
Finalmente, También mi trabajo como académico se ha desarrollado, aunque de manera a veces indirecta, bajo la sombra del Nobel colombiano. Cuando estaba cursando mi pregrado en literatura, tomé un seminario acerca de la obra narrativa de García Márquez. Piedad Bonnett era la profesora de esta clase particular, y aunque recuerdo haber disfrutado sus clases, lo que me quedó grabado en la memoria fueron las obras mismas. Entonces leí Los funerales de la mamá grande, Cien años de soledad—y en esta ocasión lo disfruté muchísimo—, Crónica de una muerte anunciada, La hojarasca4 y, mi novela favorita del autor, El coronel no tiene quién le escriba.5 Debo confesar que nunca pasé de la mitad de El otoño del patriarca, pero espero volver a esta obra algún día, como lo hice antes con Cien años de soledad. Ya en mis días de exilio voluntario leí otras obras del autor, como Del amor y otros demonios, y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, y tuve la oportunidad de dar una charla acerca del su famoso ensayo “Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe.” El año pasado, Nickelodeon Theater, el teatro de cine independiente de Columbia, Carolina del Sur, me invitó a dar una charla acerca de la obra del autor, después de proyectar un documental acerca de su vida. En la primera conferencia académica a la que asistí en el 2011, presenté un trabajo acerca de Crónica de una muerte anunciada titulado “The Vicario Brothers or the Course of Masculinity.” En fin, Mi vida como escritor y como académico ha estado siempre relacio4 Novela de la cual escribí un artículo para Escarabeo núm. 11, bajo el título de “La Hojarasca: la tragedia olvidada de García Márquez.” 5 En 2008 publiqué un breve ensayo comparativo titulado “Don Quijote y el coronel: dos personajes de encantador anacronismo” en el desaparecido Diario de Alcalá; el argumento del ensayo en sí se lo debo a Piedad Bonnett.
nada, en mayor o menor medida, con la obra literaria de García Márquez. Su obra proyectó una inevitable sombra sobre el trabajo de excelentes autores colombianos de su generación—Germán Espinosa, por ejemplo. Pero eso es algo que ha pasado siempre con los grandes. Pocos recuerdan a Christopher Marlowe o a Thomas Kyd, pero todos recuerdan el nombre de William Shakespeare. Pocos leen hoy en día a Lope de Vega, ¿pero ¿quién no ha oído hablar de Miguel de Cervantes? Y no exagero al comparar a García Márquez con Shakespeare o Cervantes. Y es que lo que nos dejó el autor colombiano no es menos que la obra de un verdadero genio literario. Muchos han hablado de cómo García Márquez cambió para siempre la literatura latinoamericana; en estas páginas, yo me esforcé por no agregar palabras innecesarias a este universo de trabajos críticos. Lo que he tratado de hacer, desde una posición quizás más íntima y modesta, es mostrar cómo la figura de García Márquez, y el impresionante corpus literario que nos ha dejado, marcaron de manera definitiva el rumbo de mi vida.
Juan David Cruz Duarte es un escritor bogotano, residente en Columbia, Carolina del Sur. Actualmente cursa un doctorado en literatura comparada en la University of South Carolina. Sus ensayos, cuentos y poemas han sido publicados en Escarabeo, Jasper Magazine, Blue Collar Review y Burningword. Su trabajo ha aparecido en varios espacios públicos de Columbia, incluyendo el teatro de cine independiente Nickelodeon Theater, el Columbia Museum of Art, y el sistema de transporte público Comet. Su trabajo académico ha sido publicado en la revista Divergencias, de The University of Arizona. Cruz Duarte publicó una colección de cuentos, Dream a Little dream of me: cuentos siniestros, en 2011, y una novela breve, La noche del fin del mundo, en 2012. En 2018 la editorial El Ángel Editor publicará su libro de poemas Léase después de mi muerte. 2017
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impecabilidad de su estilo, o de su inigualable capacidad para crear personajes arquetípicos cuyo inteLA CONSAGRACIÓN DE LA ORDINARIEZ rés humano solo puede equipararse con los de Homero, Shakespeare, Por Raymundo Gomezcásseres o Cervantes. Sobre eso también se ha dicho todo. Tampoco pretendo, como lo han intentado algunos, disminuir su dimensión universal con argumentos más emotivos, quisquillosos y mezquinos que fundados en un ejercicio crítico agudo y serio. Sería como proponer que las pirámides (egipcias, mayas o aztecas), el Partenón, y el Coliseo Romano poseen una falsa grandeza sobredimensionada por el entusiasmo sentimental, o la admiración ciega. Además de necio, el ejercicio sería lo más parecido al esfuerzo realizado por una hormiga que pretendiera hacer caer a un elefante cortándole los tendones a mordiscos. iii Mi propósito es muy llano y escueto y no implica ni elogios ni ataques. Solo aspira a una constatación carente de juicios estéticos o valoraciones críticas; digamos que no trasciende el nivel constativo de un I varias a la mente pero las descarto acto del habla. Me refiero a la preenseguida; no estoy diciendo que sencia de lo que llamo ordinariez arcía Márquez es sean inferiores, o lo que sería peor, en el conjunto de la obra escrita por sin lugar a dudas que no son buenas; ni más faltaba, García Márquez, desde La hojarasel mayor y mejor pero ¿cuál de ellas posee la apostura ca, hasta esa inexplicable, innecesarepresentante del que la haga merecedora de ocupar ria, y mala imitación de Kawabata: llamado realismo mágico y del ba- el platillo de una balanza en cuyo Historia de mis putas tristes. Salvo rroco americano. Como tal es sen- opuesto se encuentra la gran nove- una sola excepción a la que me recillamente incomparable. Quizás no la de Cervantes? Me encantaría que feriré en la conclusión, escasamente sea menos cierto que la pulcritud y alguien me diera un título que no se hay en toda la saga literaria (muchos el vigor de su prosa hacen de él el me ha ocurrido, que me enrostra- de sus cuentos y todas sus novelas) más grande escritor en lengua cas- ra un grave e imperdonable olvido. de nuestro Nobel el más mínimo estellana después de Cervantes; yo II pacio para la delicadeza, las buenas mismo he afirmado en más de una No escribo esto para llover sobre lo maneras, o el refinamiento; incluso ocasión que Cien años de soledad mojado en cuanto a la grandeza in- en una obra como El amor en los es la única novela comparable con discutible de García Márquez como tiempos del cólera, las interacciones El Quijote. En el momento de es- escritor. Sobre eso ya se ha dicho entre Fermina Daza y Florentino cribir estas líneas sigo pensando lo todo. Tampoco para hacer elogio- Ariza no se distinguen precisamente mismo. ¿A cuál otra podría otor- sos y repetitivos comentarios acerca por la cortesía o la mesura; ellas tamgarse ese privilegio? Se me vienen del vigor de su decir literario, de la poco enmarcan el perfil del segundo
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incluida su forma de liberar deseos reprimidos por los convencionalismos sociales y el tiempo de espera de la captura de su presa. Porque así aparece el del ‘florido’ nombre en algunos momentos de la historia: como un depredador. ¿Inversión semiótica del nombre? ¿Apelativo parlante? No voy a convertir mi comentario en una seguidilla interminable de ejemplos y citas extraídas de sus narraciones, relatos e historias; doy a estas tres últimas palabras el valor académico que poseen, no la sinonimia con que las empleamos casi siempre. Todo lo que cabe dentro de esos tres términos en la obra de García Márquez: espacios, personajes, situaciones, acontecimientos, emociones, pasiones, sentimientos, caracteres, registros literarios… Y pare de enumerar, aparece proyectado, gracias a una especie de refracción, como imágenes deformadas en grado superior, de un universo marcado por la rusticidad, la rudeza, la ordinariez, e incluso la incultura más zafia imaginables. Como toda, como cualquiera, esta también es una muy respetable visión del mundo. Y no estoy ironizando. Insisto: no hay nada malo en ella desde el punto de vista estético o literario. He leído varias veces algunas de sus novelas (en tres ocasiones Cien años de soledad) y, debo reconocerlo, me he regodeado en su estética tosca. ¿Cómo no hacerlo si está bien lograda? Lo mismo me ha ocurrido con novelas igual de intensas con el mismo registro. Ejemplos: El almuerzo desnudo, de W. Burroughs, Filosofía del tocador de Sade, entre otras. Lo que anoto sobre mi percepción de García Márquez no tiene nada que ver con la buena o mala escritura; de hecho es excelente. ¿A qué imbécil se le ocurriría decir que no? Yo estoy pensando en otras cosas.
IV ace todos los milenios del mundo Aristóteles dijo, palabras más palabras menos, ‘el arte es imitación de la vida’. Esa teoría marcó como hierro al rojo vivo la historia de la cultura desde entonces hasta el siglo XIX, cuando los románticos dieron los primeros pasos para su desmonte, pero sin conseguirlo. Habría que esperar hasta principios de la vigésima centuria para que por fin ocurriera la fractura. Oscar Wilde dijo: la vida imita al arte. ‘Colorín colorado’: adiós a Aristóteles. ¿Cómo no se le ocurrió eso a nadie antes? ¡Tantas personas inteligentes que hubo! ¡Carajo! Bastaba con invertir las palabras. Así es como se producen las grandes revoluciones. Hitler dijo: sin duda los judíos son una raza, pero no humana. Nadie ignora lo que pasó después. Si la obra de García Márquez es una corroboración artística del principio fundamental de la estética aristotélica, entonces los costeños somos y toda nuestra cultura es, como él las pinta. ¿Será así? Creo que para nada. No estoy negando que nuestra idiosincrasia esté marcada en mucho por los ingredientes de ‘rusticidad’, ‘rudeza’, ‘ordinariez’, e incluso ‘incultura’ con los que nuestro nobel aherrojó el universo de Macondo. Este, más que nada, y por encima de todo, por mucho que se reconozca como universal (de hecho es así), es el caribe colombiano. Los rasgos mencionados atrás también pueden predicarse de cualquier lugar del mundo; incluso de la exquisita Grecia clásica, de la refinada Alemania anterior a la segunda guerra, de las aristocráticas Noruega o Inglaterra, etc. etc. etc. El problema en este caso es que en la ‘visión de mundo’ mágico-realista de nuestro Melquíades ‘cataqueño’, ocurre una generalización que ha
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terminado por profundizar el estigma que antes de él, ya cargábamos los costeños como una cruz de calvario (para algunos es motivo de orgullo). Así funcionan las cosas hasta aquí, miradas a través de la lente de Aristóteles. Pero ¿qué sucederá si tomamos el cristal de Oscar Wilde? V Es incuestionable el impacto producido por la obra de García Márquez a nivel mundial. En todo el mundo enriqueció la percepción de lo que es el oficio de escribir: sus innovaciones en ese sentido son inobjetables. En Colombia se siguen escribiendo e imprimiendo (por parte de nuevos “críticos” en especial después de su muerte) toneladas de papel sobre su vida y obra. Pero también se ha profundizado (más para mal que para bien) una percepción deformada de la costa y los costeños. De ella como un mundo primitivo, de nosotros como unos salvajes cercanos a la prehistoria. Que eso ocurra gracias a la literatura no tiene nada de extraño. Matices más, matices menos, en este punto seguimos en el terreno de la tesis del estagirita. El asunto se complica cuando se pretende ser y hacer parecer la realidad del caribe colombiano, no como en verdad es, sino encajándola a la fuerza en los moldes construidos por García Márquez: sobran quienes se aúpan por lograrlo. En otras palabras, tenemos que ser como se dice que somos, no como en verdad somos. ¡Terrible! Con el apotegma de Píndaro, ‘sé el que eres’, se construye un curioso paragrama que más o menos podría formularse así: seamos tal como ‘Gabo’ dijo que somos. Estamos ante una reducción anamorfósica de la lente de Óscar Wilde. Setenta y un años después de finalizada la guerra los neonazis y fascistas de todo el mundo siguen pensando que es una verdad de a 2017
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puño la cita de Hitler que traje a cuento hace un momento; no se equivocaba su ministro de propaganda Goebbles cuando afirmó que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. ¿En qué terminarán convertidos la costa y los costeños dentro de medio siglo de seguir queriendo parecerse a los personajes garcíamarquianos? ¿De continuar la vida imitando al arte? Ya se ha vuelto un tópico escuchar decir: eso es ‘realismo mágico’ ante la ocurrencia de situaciones intolerables de una vulgaridad ramplona que cada día se identifican con más fuerza con rasgos identitarios del ser caribe, cuando en realidad se trata de excepciones inadmisibles en cualquier contexto cultural. Incluso, se ha llegado a decir que acontecimientos tan dolorosos como algunas masacres perpetradas por actores armados (sin importar qué color tenían) hacen parte de nuestro ‘realismo mágico’. ¿Qué tal? Conclusión Voy a finalizar trayendo a cuento la que, según mi opinión, constituye la única excepción notoria (posiblemente haya otras) en la obra de García Márquez que introduce un registro alternativo a lo que he llamado genéricamente la ordinariez definitoria de su universo literario. Entre otras cosas, se relaciona con un personaje que no tiene nada que ver con el caribe, ni por su origen, ni por su ser. Me estoy refiriendo al italiano Pietro Crespi. No voy a detenerme en recordarlo con detalles. Cualquiera que haya leído Cien años de soledad sabe cuál es su rol como personaje. A lo que quiero aludir es a su fatum. La mejor manera de considerarlo es decir que prácticamente, y en sentido estricto, fue masacrado hasta morir: literalmente un suicidio inducido. Pietro Crespi 46
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encarnaba los buenos modales, la decencia, la inteligencia, la cultura y la serenidad, en un local dominado por sus antípodas: la indelicadeza, la vulgaridad, lo instintivo, la incultura y la violencia; es decir, las marcas distintivas del ethos de la “estirpe” de los Buendía; tanto de las mujeres como de los hombres. Sin excepciones. Todos ellos, Macondo y sus habitantes se confabularon para extirparlo como un tumor maligno. Un sujeto como Crespi no tenía cabida en la densa atmósfera sicalíptica de Aurelianos y José Arcadios; Úrsulas, Amarantas, Úrsulas Amarantas, Amarantas Úrsulas; Petras Cotes, Rebecas, Pilares Terneras y demás especímenes que a la manera de un salón de espejos duplicaba y reduplicaba la degradación y la decadencia de su genealogía. Desde su llegada nunca tuvo una sola oportunidad. Como no la tendría Sócrates si lo tele-transportaran a una tribu caníbal. ¿Podría decirse algo parecido de Fernanda del Carpio? Dejo ese ejercicio a otro que quiera intentarlo. A un crítico del “páramo”. De allá llegó Fernanda. Una “cachaca” mojigata que cayó como mosca en leche en el mundo demencial de Macondo. A mí solo me resta abrir mi paraguas y esperar la lluvia de truenos, rayos, centellas, maldiciones, madrazos, que podrían lloverme por haber escrito esto. De no ser me alegraré de que estemos aprendiendo a escuchar opiniones alternativas al canon, con la misma cara de palo con que García Márquez capoteó la lluvia de tonterías que en muchos momentos dijeron de él y su obra. Solo me resta agradecerle haber mostrado tan bien como lo hizo, cuán bello puede ser lo feo. A fin de cuentas así se hace, y es la buena literatura. Lo
cual no implica que, en este caso, sea nuestro reflejo especular (Aristóteles); mucho menos que debamos parecérnosle (Wilde). Coletilla De nuestro Nobel podría decirse lo mismo que dijo Friedrich Schlegel de Shakespeare hace doscientos veinte años: «Igual que en la naturaleza, crea lo bello y lo feo sin separarlos y con la misma exuberante riqueza; ninguno de sus dramas es nunca enteramente bello, y la belleza nunca es el criterio que determina la estructura del conjunto. Igual que en la naturaleza, muy pocas veces una cosa bella está libre de escorias impuras. (…) Shakespeare descarna sus objetos y penetra con el bisturí del cirujano en la desagradable putrefacción de los cadáveres mortales». (Sobre un estudio de la poesía griega. 1797)
Raymundo Gomezcásseres. Escritor. Estudió Filología e idiomas y Derecho en la Universidad Libre; Ha publicado: Reflexiones críticas (ensayos); Metástasis y Días así (novelas); ambas, con dos ediciones, integran la trilogía titulada Todos los demonios, cuya tercera parte, Proyecto burbuja, permanece inédita. El resto de su producción está formada por varios libros de ensayo y cuento, la novela Espejismos, un poemario (Peligrosidad de las estatuas) y la autobio-
grafía literaria titulada Autógrafo. Todos inéditos. Profesor de Lingüística y Literatura en Universidad de Cartagena. Mail: avalverde27@hotmail.com
Bolívar: entre el laberinto de Gabo y la carroza de Rosero Por John Jairo Osorio Giraldo “Ya ve, general, dijo. Eso nos pasa por meternos a libertadores”.
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imón Bolívar, ¿prócer o fingidor? Uso esta pregunta para referirme a las representaciones sobre la figura icónica de Simón Bolívar en dos novelas que abordan distintas facetas de su vida, ambas escritas por autores colombianos. He decidido plantear el interrogante para adentrarme en el debate sobre un personaje ambiguo, que suscita una variedad de sentimientos –a veces opuestos– en el ámbito de América Latina, y que genera también reacciones muy distintas tanto en sus acérrimos detractores como en sus seguidores más fervientes. . La vida y obra de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco ha sido una de las obsesiones de muchos intelectuales, políticos y escritores latinoamericanos. La imagen de El libertador ha sido utilizada en todas las repúblicas del continente como ejemplo de grandeza, de heroísmo patriótico, de entrega desinteresada por las causas más nobles. Y ha sido también explotada políticamente por regímenes de todas las layas, a los que la figura de Bolívar les ha servido para incentivar los populismos nacionalistas o para promover la idea de la unidad latinoamericana, tal como soñara el general en una de sus proclamas más famosas sobre la integración del continente, la Carta de Jamaica, presunta-
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mente escrita de su puño y letra durante su exilio en Kingston, el 6 de septiembre de 1815 (aunque su autoría es aún tema de disputa entre algunos historiadores). El héroe trágico de la libertad americana La primera de las novelas a las que me refiero es quizá una de las menos conocidas y leídas de la obra de Gabriel García Márquez: El general en su laberinto, aparecida originalmente en 1989 bajo el sello editorial de Oveja Negra. La novela que le costó innumerables desvelos e incertidumbres, es, quizá, hablando en términos estrictos, la única novela histórica que publicó García Márquez (o, al menos, la más fielmente histórica de sus novelas). El relato comienza con la salida definitiva de Santa Fe de Bogotá, en marzo de 1830, una vez Bolívar ha renunciado a la presidencia de la Nueva Granada y decide abandonar para siempre esa ciudad donde “nadie nos quiere”; y termina con su muerte en Santa Marta, el 17 de diciembre de aquel año, luego de un largo viaje por tierra hasta Honda y desde allí hasta el mar Caribe por las aguas del Magdalena, acompañado de las más insufribles peripecias. García Márquez nos muestra a un
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Bolívar solitario, pobre, abandonado a su suerte, enfermo. Su novela es un homenaje al heroísmo del Libertador, pero también el retrato íntimo –hasta donde le fue posible– de un hombre que amó al poder tanto como a las mujeres, de un militar honorable y aguerrido, de un aristócrata valiente caído en desgracia y traicionado por muchos de sus amigos, que muere de tuberculosis en un estado casi vergonzante de miseria.
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l Bolívar de García Márquez es, sobre todo, un luchador incansable, un idealista insuperable, un soñador sin remedio. El general en su laberinto es una novela que contribuye a afianzar el mito de Bolívar, prócer memorable, padre de la patria, figura de carácter sagrado sobre la que se asientan los orígenes históricos de la Nación. Mito fundacional, líder espiritual, santo cívico, Bolívar hace parte de ese catecismo patriótico que han recitado como parte de su instrucción escolar generaciones de estudiantes en Colombia y en las otras cuatro naciones que él libertó. . l carácter panegirista de la novela queda claro cuando el mismo autor intenta limpiar la memoria del General, poniéndola a salvo de la perfidia de sus detractores. Ahora bien, esto no quiere decir que García Márquez no nos presente a un Bolívar con matices, a una personalidad compleja y borrosa, opacada por el hollín de los años y por el barro de las disputas políticas y las rencillas militares. Porque el héroe de El general en su laberinto es, sobre todo, un héroe de carácter trágico: el carácter trágico de un hombre nimbado por la gloria, que se encuentra irremediablemente abandonado a la soledad del poder; de un hombre rozagante y soberbio, astuto, diez-
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mado por la enfermedad y por la escasez, convaleciente y frustrado en el momento en el que ve sus sueños derrumbarse, en el que ve desbarajustarse las repúblicas que tantos esfuerzos y desvelos le costó unir. La novela nos muestra a un Bolívar en ruinas, carcomido por la decrepitud y por la decadencia, que menoscaban con más fuerza (parece decirnos) a quienes han blandido las banderas de la gloria. García Márquez exalta la memoria de un hombre a su modo de ver preclaro y, de cierta manera, trata de hacer un ajuste de cuentas con el pasado, de hacerle justicia a la memoria del que muchos consideran el hombre más grande de América, el militar por excelencia, que empuñó las armas con sentido patriótico. Pero a la par que nos muestra la retirada de Bolívar, su lento y estrepitoso descenso hacia la tumba, la novela nos va mostrando la situación de una Nueva Granada que se resquebraja en cada disputa entre los poderes criollos, el sino trágico de un continente que no encuentra su vocación en la historia y de unos líderes políticos que no atinan a interpretar el momento histórico al que se están enfrentando. El general en su laberinto nos narra la tragedia de un hombre utópico, que lo sacrificó todo por un ideal prácticamente malogrado antes de llegar a materializarse: […] la patria inmensa y única que él había forjado en tantos años de guerras y sacrificios sucumbiría en pedazos, los pedazos se descuartizarían entre sí, su nombre sería vituperado y su obra pervertida en la memoria de los siglos. Pero nada de eso le importaba en aquel momento si al menos podía impedirse un nuevo episodio de sangre. “Las insurrecciones son como las olas del mar, que se suceden unas a otras”, dijo. “Por
eso no me han gustado nunca”. Y ante el asombro de los visitantes concluyó: “Cómo será, que en estos días estoy deplorando hasta la que hicimos contra los españoles”. La novela relata, además, las mezquindades de la lucha por el poder, el carácter inestable de los Estados nacionales que apenas empiezan a consolidarse en América y el irremisible carácter legalista de los hombres encargados de regir los destinos de los recientes países a los que les ha conferido existencia la ardua campaña libertadora. Y también está salpicada –no podría ser de otra manera– por los insistentes amoríos de Bolívar con damas de las aristocracias locales. El de Manuela Sáenz, la quiteña, el más famoso de todos, por supuesto. De esa manera, García Márquez nos conduce desde Bogotá hasta Guaduas, desde allí hasta Honda, y desde Honda hasta Mompox, por el camino que recorre un Libertador decepcionado y agotado, triste metáfora del destino de nuestros pueblos. Junto con Bolívar vemos agonizar a América, sumergida en el encanto de una naturaleza exuberante, de un potencial vivaz que se estanca en promesas de futuro. El general en su laberinto es un interrogante sobre el carácter de las naciones latinoamericanas, sobre el significado de nuestra identidad común y sobre el rumbo que deberíamos seguir. Pero es también un llamado de atención sobre los excesos del poder, sobre el cariz militarista y autoritario de los nuevos Estados, y sobre las doctrinas políticas y filosóficas que deberían regir mejor el curso de la historia de América. Facetas del Libertador en La carroza de Bolívar La segunda novela sobre la figura del Libertador es La carroza de
Bolívar, de otro escritor colombiano, Evelio Rosero Diago, fue publicada por la editorial Tusquets en el año 2012. En ella, el autor se sirve de la historia de un personaje muy particular, el médico Justo Pastor Proceso López, una suerte de pseudo-intelectual de la ciudad de Pasto (Nariño), al sur de Colombia, que ha dedicado buena parte de su vida a estudiar la vida de Simón Bolívar con el objeto de componer lo que él mismo denomina “La demostrada y auténtica biografía del nunca tan mal llamado Libertador”. La ambición del doctor proceso consiste, justamente, en elaborar una biografía humana de Bolívar, que desvele finalmente al hombre que se esconde tras el velo de bronce que ha revestido al militar heroico a lo largo de los siglos. En ese sentido, la novela de Rosero asume una perspectiva casi opuesta a la de García Márquez, y valiéndose de una historia relacionada con las carrozas carnavalescas que se fabrican en Pasto para los desfiles de enero de cada año, y que tiene lugar a finales de 1966, esboza una especie de diatriba de la imagen no siempre ni en todas partes venerada de Simón Bolívar, “el mal llamado Libertador”. velio Rosero cuestiona así el sentido de la historia y asume una posición más bien crítica frente a los símbolos patrios que le han dado forma a la idea de nación. Nos muestra a un Bolívar arrogante, obnubilado por el deseo del poder, monárquico con aspiraciones imperiales, grandilocuente y altanero, con delirios de grandeza, prendado hasta el extremo por la figura de Napoleón Bonaparte, que habría constituido su mayor inspiración.
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común, planteándonos un Bolívar antitético al que por años nos enseñaron en los catecismos patrios que aprendimos en la escuela. En esa medida, la novela de Rosero constituye un reto a la memoria, particularmente a la memoria oficial. Su protagonista, el doctor Justo Pastor Proceso, está convencido de pregonar la gran mentira de Bolívar, de desnudar la imagen del Libertador ante las nuevas generaciones; y cree encontrar la ocasión propicia para hacerlo durante los carnavales populares de 1966, por lo que paga a un grupo de artesanos para que fabriquen una carroza burlesca y satírica en la que quiere mofarse de un Bolívar timorato y altisonante, inexperto en las lides de la guerra, traidor, concupiscente y lascivo, lujurioso y derrochador. Relato infame del Libertador que se basa, según el mismo médico, en las pesquisas del historiador José Rafael Sañudo, quizás el más vilipendiado de los biógrafos de Bolívar y, junto con un breve texto escrito por Karl Marx para la Enciclopedia Americana, única fuente en la que el doctor Proceso respalda sus durísimas aseveraciones. De esa manera, La carroza de Bolívar se convierte sobre todo en la excusa de un escritor contemporáneo como Rosero para desmitificar la figura de un prócer y para cuestionar los cimientos sobre los que se asienta la construcción de la identidad nacional de los colombianos y de buena parte de Suramérica y el resto del continente. Evelio Rosero vuelve la mirada sobre las relaciones de poder que le han dado forma a nuestra historia política y social, y lanza un conjunto de preguntas sobre el pasado común de América Latina: ¿quiénes fueron realmente las claLa carroza de Bolívar nos revela ses que nos emanciparon? ¿Cuáles una imagen por fuera del sentido eran los verdaderos intereses de los
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ejércitos libertadores? ¿Quién vino a llenar el vacío de poder dejado en su retirada por los españoles? Esta novela no apela ya a la ingenuidad de la historia, sino al aliento vivo de la memoria. Tal vez por eso está construida en parte con base en testimonios que se fueron transmitiendo de generación en generación y que hacen parte de un patrimonio oral invaluable. La carroza de Bolívar se permite cuestionar uno de nuestros mitos fundacionales: tal vez por eso el doctor Justo Pastor Proceso, que encarna la búsqueda de la verdad en una sociedad conforme con sus mentiras, se encuentra con la oposición, incluso violenta, de sus amigos, de sus coterráneos, y hasta de su propia familia: ¿a quién se le ocurriría poner en tela de juicio la efigie de El Libertador, burlarse de él? Ahora bien, este relato levemente picaresco de Rosero no busca convertirse en una mofa de Bolívar. Es mucho más complejo que eso. El gran mérito de su novela radica en la intención de reflexionar sobre el significado de la verdad en el complicado entrecruzamiento entre memoria e historia. La importancia de La carroza de Bolívar dentro de la novelística latinoamericana contemporánea reside en su invitación a cuestionar las verdades irrefutables que nos han sido transmitidas y a indagar más profundamente en el pasado, incluso hasta recabar en hechos un poco incómodos, que puedan causar el escozor de ciertos sectores sociales que se han beneficiado históricamente del statu quo. La novela es una invitación a dudar, en este caso, de lo que Rosero llama “la historia buena de Colombia, con su retahíla de héroes y de ángeles”. La carroza de Bolívar se erige en nuestros tiem50
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pos como un interrogante sobre el papel de los historiadores y de las academias de historias, sobre los procesos sociopolíticos de sacralización del pasado. Esta búsqueda a la vez auténtica y fundamental se ve enfrentada, sin embargo, a múltiples expresiones de rechazo, incluso violentas, porque, como afirma el propio autor: «En esa atroz equivocación se empezó a construir el edificio de nuestras naciones: vale más la mentira que la verdad, más el artilugio, la puñalada trapera»
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un así, y aunque parezca una tarea del todo quijotesca, la historia política oficial de nuestras naciones nos sigue urgiendo a cuestionar sus verdades para avanzar en la construcción de memorias más incluyentes, de memorias que representen el conjunto de nuestras sociedades diversas y que no cercenen a los grupos sociales y a los territorios históricamente excluidos de la construcción de los estados nacionales (pueblos indígenas y afrodescendientes, mujeres, clases subalternas, etc.). De la misma manera, La carroza de Bolívar constituye un ejemplo de la necesidad de replantearnos la apropiación social, cultural y política de las personalidades que le han dado forma a la historia de América Latina, y una demostración de que el arte es uno de los caminos propicios para emprender esas reformas. Es necesario trascender esa visión conservadora según la cual la historia se encarga de fabricar héroes, próceres, ídolos necesitados de nuestra veneración; y avanzar hacia una concepción más dialéctica de lo que significa hacer memoria, con las grietas, vacíos y desacuerdos que ello significa.
La figura de Simón Bolívar sigue siendo una materia prima vigente para la reflexión literaria en torno a los íconos que le han dado forma a nuestros símbolos patrios, a nuestras narrativas republicanas, a los esquemas de nuestra historia. Pero si García Márquez se pregunta por Bolívar el heroico, Evelio Rosero lo hace más por el hombre, en toda su dimensión de ser humano, dejando de tratarlo como si fuera un semidiós. Si la narratología garciamarquiana de El general en su laberinto refuerza la ideología bolivariana del militar épico, del libertador de naciones, del prócer trágico y padre usurpado de la patria; el relato de Rosero en La carroza de Bolívar nos muestra las mezquindades de la lucha por el poder, las estratagemas de un aristócrata criollo para disputarles el mando a sus propios coetáneos y los delirios de grandeza de un hombre que llegó a soñar con proclamarse emperador –o al menos ‘presidente vitalicio– de América.
Jhon Jairo Osorio. Antropólogo de la Universidad Nacional, Estudiante de las maestría en “escrituras creativas” de la UN. colaborador de Escarabeo.
ENTREVISTA A RUBÉN JARAMILLO VÉLEZ
Por Alejandro Veramar
CIEN AÑOS DE SOLEDAD Y LA MODERNIDAD EN COLOMBIA
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partir de su artículo sobre Cien años de soledad publicado en la revista “Escarabeo”, No. 3, ¿cuál es la relación entre regresión y delirio en la novela de García Márquez? RJV: Debemos aceptar que no se puede tener relaciones íntimas con un objeto tabuizado que, en el caso de nuestra cultura, es la madre. Por eso aquí en el fragmento del texto se dice al final, cuando se le pregunta al personaje que si uno se puede casar con una tía, este responde:
“No solo se puede, sino que estamos haciendo esta guerra contra los curas para que uno se pueda casar con su propia madre”. Por eso hablo yo de regresión y de delirio. Es una regresión pensar que uno se puede casar con su propia madre. Todo el drama del complejo de Edipo, todo el problema de Edipo tiene que ver con este tabú que es la piedra fundacional de la sociedad. Por eso en el drama de Sófocles las erinias persiguen a Edipo porque él ha roto con un tabú que está a la base de la socie-
dad, una prohibición fundamental que inaugura el espacio de lo normativo. Con base en esa prohibición arcaica se construyen las otras prohibiciones. Y por eso, vuelvo a repetirlo es tan radical la persecución al que infringe ese tabú. Y tomo un ejemplo del drama de Sófocles, las erinias persiguen a Edipo de una manera implacable porque él ha roto un arquetipo de prohibición sobre el cual se funda la sociedad. Por eso se ha planteado que el drama de Sófocles tiene que ver con el trán2017
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sito de la sociedad matriarcal hacia blecido también en esa dimensión que hay un sistema detrás de la la sociedad patriarcal y que (eso es profunda. Por eso no es de extrañar insurgencia, que se va a destruir lo que dice Levi-Strauss) sobre la que durante las revoluciones haya el orden social. El orden social base de la prohibición del incesto una serie de actos contra lo sagra- basado en prohibiciones rituales, es que se funda la sociedad. do. Una serie de acciones muchas que es muy antiguo, que no son La sociedad exige un comporta- de ellas brutales contra lo sagrado. claramente formuladas, sino que miento que amplíe el ámbito del Podemos pensar en la revolución forman parte de este ámbito de lo intercambio por aceptar la prohi- francesa. Podemos pensar en las sagrado. Tenemos claramente la bición. El tabú del incesto no ne- matanzas de septiembre, después revolución mexicana, tenemos la cesariamente tiene que ver con un de la invasión a las Tullerías para revolución española en la que fueterreno natural. Es lo contrario a lo responder al manifiesto del du- ron quemadas 190 iglesias. natural. Es la cultura que se basa que de Brunswick que asume la Es una cosa que uno no entiende en una prohibición. Entonces los necesidad de restaurar en el trono cómo van a destruir de esa maneindividuos no conocen la reacción al rey Luis XVI. Se da una reacción ra. Pero es que ellos representan el contra lo que eso significa. De ahí que produce la invasión al palacio pasado consagrado, el pasado legique tenga que ver con lo sacro y lo de las Tullerías en 1792 y al año timado por un poder de dominaprofano. siguiente se dan las matanzas de ción. Detrás de las iglesias está el El tabú del incesto tiene que ver septiembre donde mueren más de dominio de los sectores dominancon la diferenciación entre tes. Y el ejercicio cotidiano lo sacro y lo profano. Desde de lo sagrado de la iglesia que haya algo sagrado que no hace sino reiterar por «Lo que debemos comprender es no se puede quebrar sin repetición esa división enque García Márquez ha creado poner en peligro la contre lo sagrado y lo profano. sistencia humana, hay esa un universo a base de intuiciones Uno de los mecanismos distinción entre lo sacro y fundamentales a través de casi geniales. No es un autor que lo profano. Por eso hay que los cuales se renueva y se recordar que Durkheim, legitima esa separación enhaya elaborado de una manera que es uno de los fundadotre lo sagrado y lo profano sistemática su pensamiento y su res de la sociología, planes precisamente la repetiteaba que la religión, lo que ción, la repetición ritual. novela». tiene que ver con lo sagraPor ejemplo, en el catolido, hace de la sociedad en cismo a través de la misa, a su totalidad objeto de adotravés de la liturgia, todos ración. Lo que hay detrás de la re- mil personas y muchos de ellos son los días se recuerda que lo sagraligión es el grupo social. sacerdotes. De manera que en el do está por encima de lo profano. El hombre al aceptar que hay algo sacerdote se personifica la prohibi- No es una casualidad que los días prohibido está protegiendo esa ción. El sacerdote es el que decide del año estén consagrados a sanhumildad de que se ha hablado a lo que es y lo que no es legal. tos. Cada día está consagrado a un través del tabú, a través de la prosanto. Y con frecuencia el campehibición... ESCARABEO: ¿Puede entonces sino bautiza a sus hijos de acuerdo Entonces esa afirmación de un in- haber una analogía con la revolu- con el día del santo. Entonces el dividuo de que estamos haciendo ción mexicana en ese sentido? San Antonio del niño que nace esta guerra contra los curas para ese día está consagrado al santo. que uno se pueda casar con su pro- RJV: Claro, la revolución mexica- Entonces hay una rebelión siempia madre es una afirmación contra na se da en ese orden. Y se da una pre contra la supremacía de un la sociedad. Y una afirmación que contrarrevolución que defiende lo orden que se basa en últimas en cuestiona ese tema. De ahí que en sagrado, que es la de los cristeros, tabúes. En saberes profundos que todas las reivindicaciones revolu- cuando gritan “Viva Cristo rey”. son traídos por la tradición, que cionarias, en todos los momentos Porque la contrarrevolución tiene son llevados por los rituales cotien que una sociedad es cuestiona- un hondo sentido de la profun- dianos. Cada día está dedicado a da por un proceso revolucionario, didad de lo prohibido. La contra- un santo. Cada día queel nombre aflore la rebeldía contra lo esta- rrevolución sabe, efectivamente, de un santo está en un campesino 52
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habla de su santo para señalar el el seno. Las reacciones iracundas día de su bautizo. del lactante pidiendo el seno materno son muy conocidas porque él ESCARABEO: ¿En Cien años de quiere ese placer. soledad y justamente con respecto Una de las cosas extraordinarias al fragmento analizado a propósi- que descubrió Freud es que la relato de hacer una guerra para que el ción del lactante con el seno materhijo se pueda casar con la madre, no es una relación libidinosa. Que no existe el humor y la jocosidad hay placer allí en el seno materno. de García Márquez con respecto a Y por ejemplo, ese puede ser el oriesta temática? gen de una fijación porque se ha podido comprobar que el lactante RJV: García Márquez puede ha- que está chupando el seno materno berlo escrito con un criterio de hu- agranda su vista. Un psicoanalista mor, yo no veo humor ahí, veo la tomó las fotografías de lactantes parte dramática. Pero él es un gran que estaban siendo alimentados intuitivo porque lo que debemos por sus madres y pudo comprobar comprender es que García Már- el agrandamiento de la pupila. De quez ha creado un universo a base ahí puede haber una fijación que de intuiciones casi geniales. Porque está satisfaciendo oralmente mino es un autor que haya elaborado rando el rostro de la madre. de una manera sistemática su pen- La situación del lactante con ressamiento y su novela. Yo creo que pecto al pecho materno está tames un gran intuitivo y que él llega a bién relacionada con el ojo que una profundidad que realmente in- mira el rostro de la madre. Él está cluye la regresión. Se acerca a la re- succionando la leche y experimengresión (Gottfried Benn decía que ta un gran placer. Y ese gran plael genio era una regresión lograda). cer está relacionado con un ser que Es muy sutil. Porque la regresión es después de unos meses de nacido peligrosa. La regresión puede con- comienza a ser diferenciado. Erik ducir a la autodestrucción. Todo el Erikson ha percibido más o menos esfuerzo de la cultura es también en qué momento se puede comun esfuerzo por evitar la autodes- probar que el lactante nota el rostro trucción. de la madre, percibe el rostro de la La autodestrucción que sobreviene madre. Durante el primer año de cuando el principio del placer se vida es un año de simbiosis. Entre impone sobre el principio de reali- el lactante y la madre se va formandad. Lo primario, lo que está en el do ya una unidad de la pareja. Y el origen de las acciones del hombre insistir en tener placer puede ser el es el principio del placer. El hombre origen de muchos problemas como desde que nace busca placer. Busca la depresión. la felicidad de cualquier manera. Y el principio de realidad representa ESCARABEO: ¿Qué significa su la sociedad. El principio de reali- afirmación de que los Buendía no dad representa la autoridad de los fundan la ciudad? padres o de los individuos mayores, los que representan la tradición. RJV: Tiene que ver con el paso que El niño debe ser sometido al prin- no dan los Buendía por fuera del cipio de realidad. Eso comienza ya círculo familiar. Ellos permanecen en la relación oral, en la relación del encerrados en la primera forma niño con el seno materno. El niño de comunidad y no logran dar un no es satisfecho cada vez que pide paso adelante creando un imagi-
nario que es el imaginario donde surge la legitimidad, donde existen las normas. Donde se instituye un espacio en el cual lo permitido está legalmente permitido. Y no fundan la ciudad. Yo aquí hablo de fundar la ciudad, no de fundar una ciudad. Porque el término fundar la ciudad significa todo eso anterior que he mencionado. El tema de fundar la ciudad significa que los individuos empiezan a actuar normativamente. El fracaso de la individuación tiene que ver con la regresión. Con no dar un paso adelante. Es un hecho el nacimiento de la cultura, el nacimiento de las clases sociales, el nacimiento de las costumbres, de los rituales. Es un paso que se da de una organización arcaica donde todos están más o menos agrupados alrededor por ejemplo de un padre originario que posee todas las hembras, como dice Freud. Y la muerte del padre es un paso adelante en el sentido de crear una sociedad similar en donde hay nueva sensación de culpa. Porque vuelvo a repetir a Durkheim, que sostiene que en la religión el individuo está relacionándose con el todo de lo sagrado. Que lo que la religión expresa es la creencia que tiene el individuo en su grupo como integrado con Dios. Por eso es tan importante la conciencia de que la organización social está guiada hacia Dios. Que hay una aspiración a lo sagrado en todo el gesto de creerse perteneciendo a un grupo determinado. Hasta llegar a un extremo coma la religión de Israel que considera que es un pueblo elegido por Dios. El pueblo elegido que puede soportar la dominación romana. Que puede rebelarse contra la dominación romana. Y llega a ser un grupo fundamental de la historia de Occidente. 2017
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ESCARABEO: Aquí en Colombia no ha habido una revolución social que favorezca a las clases subalternas. Y como hay un fracaso en las luchas liberales del coronel Aureliano Buendía, ¿en qué medida Cien años de soledad nos da algunas claves para entender este proceso? RJV: La agitación de 1850, digamos, que tiene que ver con la elección de José Hilario López en el famoso voto forzado de la iglesia de San Francisco, manifestó ya un sector que no era de las clases poderosas, sino de la clase media incipiente como era el caso de los artesanos y de los sastres. El hecho de que Ambrosio López, el dirigente de los sastres, fuera el sastre de los virreyes, muestra que ya había una diferenciación social y que no es tan fácil ubicarlas como lo parece la pregunta. Siempre hubo insurgencia, alianzas. Hubo de una parte una posición conservadora apoyada por el clero. Y fueron surgiendo clases medias que empujaron el proceso social hacia una, si no revolución, hacia un replanteamiento que favoreciera sus intereses. ESCARABEO: Coincidimos en que Cien años de soledad discurre en el siglo XIX, ¿en qué medida se evidencia en esta obra la modernidad postergada en Colombia?
sia católica. Muy vinculado a las clases poseedoras de la tierra y sin embargo, a comienzos del siglo XX como consecuencia de la economía de exportación del café y del oro ya empieza a moverse la vida nacional en dirección a una modesta pero progresiva industrialización, que se ubica en el primer decenio del siglo XX en Medellín, pero también en Bogotá con las fábricas de cerveza, cristalería y de otros elementos. De manera que lo que se impone es la lógica del capital, la búsqueda del beneficio en aquellas zonas del país en donde por ejemplo el café ha creado una clase media consumidora. Una clase media que encuentra su desarrollo en las ciudades que crecen a través de esos factores económicos y que van a dar origen en los años veinte a una seria problemática social con la aparición del proletariado. Un proletariado principalmente en aquellas zonas donde el capital extranjero ha favorecido la explotación: el petróleo, los bananos, para acercarnos a Cien años de soledad. Los bananos de la United Fruit Company de Boston. Son los que introducen, por ejemplo, el ferrocarril en la región de la zona bananera y producen cierto florecimiento. De manera que hay una relación el capital extranjero y conservatismo en el poder. Pero con el auge de la industria petrolera en los años veinte ya encontramos los primeros signos de protesta obrera en la zona petrolera. Las huelgas heroicas de los años veinte. Lo mismo la huelga en la zona bananera en 1928 que desencadena un movimiento que en últimas conduce a la caída de la hegemonía conservadora en las elecciones de 1930.
RJV: En la medida en que fracasa el proyecto del siglo XIX, fracasa relativamente, porque de todas maneras la transformación de la sociedad en los últimos decenios del siglo XIX y los primeros del siglo XX se da aun cuando las fórmulas políticas, la dirección del Estado está en manos de los conservadores; desde la regeneración en ESCARABEO: Usted utiliza una 1886 en adelante se da un régimen expresión para caracterizar ese pecentralista, muy vinculado a la igle- riodo que es la modernización sin 54
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modernidad, en el sentido en que hay un desarrollo de infraestructuras, de técnicas, de tecnología de punta de la época, pero eso no lleva aparejado una transformación de los valores, de los principios necesariamente. Y la educación sigue estando en manos de la iglesia católica. Es un poco lo que pasa con el tren y la zona bananera. ¿En Cien años de soledad pueden existir elementos para pensar esta modernización sin modernidad? RJV: Hay que tener mucho cuidado con esas formulaciones. Aunque yo mismo soy el autor de la formulación de modernización sin modernidad. La modernidad es una comprensión de lo moderno, es la conciencia de lo moderno. Entonces no puede haber una modernidad ciega. Tiene que haber una modernidad como respuesta así sea en un contexto todavía de tipo patriarcal tradicional como era el caso de la hegemonía conservadora. Es indudable que el fenómeno de Antioquia, es muy sui generis. Porque es un departamento que inicia la industrialización y conserva una relación muy profunda con el catolicismo. Entonces hay circunstancias que pueden parecer contradictorias pero que no lo son, porque en el fondo hay un pragmatismo. La religión sirve para legitimar la
sociedad. La sociedad que surge en Antioquia en donde por primera vez ya hay una clase obrera y se organiza un paro, un día del trabajo. Creo que en 1934 tuvo lugar el primer congreso nacional sindical. Y en esa época ya hay conflictos de clase con los obreros. Pero la burguesía está todavía en su proceso de ascenso. Todavía la burguesía tiene que desmontar ciertos elementos que tienen su pleno desarrollo. Por ejemplo, de Boston llega a finales del siglo XIX a lo que se llamará luego la zona bananera e introduce el ferrocarril. Introduce mecanismos del capitalismo. Y también en el centro de la zona bananera se dan organizaciones obreras de tipo anarquista. Hay obreros como los hermanos Ruffo, que son dirigentes anarquistas. Y hubo periódicos anarquistas de muy baja circulación, pero que trataban de recoger las exigencias de esos obreros. De manera que es una relación irregular, no es una relación clara y distinta, en que se van dando las diferentes clases.
ESCARABEO: ¿Esa reiteración de las guerras no es también una representación de la peste del olvido?
RJV: Yo puedo resumirlo con una frase muy catastrófica: yo me di cuenta leyendo esa novela que yo no conocía a mi país. Yo no conocía la historia de Colombia. Mi RJV: Es que el olvido está en el primera reacción después de leer la origen mismo del problema del in- primera vez fue leerla cuatro veces. cesto. Es que el olvido proviene de Después de leer Cien años de soque no logra fundar una instancia ledad me puse a leer libros sobre social. Una instancia donde lo nor- Colombia. Me puse a leer libros mativo se haya incorporado al que- sobre la violencia en Colombia, me hacer íntimo de la persona. Cuan- puse a leer libros sobre las guerras do se mantiene ese ligamen oscuro, civiles. profundo, necesariamente hay olvi- Yo en Berlin encontraba un insdo. Porque no crea la memoria. En tituto iberoamericano que tenía ese sentido yo cito a Levi-Strauss. bastante literatura. Tenía bastantes Él considera que la prohibición del libros. Una colección de libros en incesto se encuentra en el origen español, la más grande que había de la sociedad. Porque a partir de la en Europa. Tuvo su origen en un prohibición del incesto los grupos obsequio que hizo un argentino buscan ampliarse al procurarse un y ahí encontré libros que me percónyugue por fuera del grupo ini- mitieron medio aterrizar en lo que cial. Entonces por eso el lenguaje Colombia era a partir de ese frapolítico surge una vez que se acepta caso que retrata García Márquez. la prohibición del incesto. Entendí por qué hubo violencia en Colombia como un intento de reESCARABEO: Desde la perspec- trasar la modernidad. tiva del lenguaje y la riqueza poéti- Inclusive a comienzos de los años ca, ¿qué valoración estética hace de cincuenta un intento de imitar la la novela Cien años de soledad? España de Franco. De instaurar en ESCARABEO: ¿En qué sentido Colombia un régimen similar a la Cien años de soledad es una novela RJV: Es un lenguaje magistral- de un Franco en España. Y todo política y cuál sería la relación de mente manejado. Un lenguaje eso tenía que ver con un rechazo esta lectura política con la guerra? poético. Pero no en el sentido de de la modernidad. la prosa poética. Es un lenguaje RJV: Es una novela política porque de una gran riqueza. Un lenguaje trata el problema de la Polis. El magistralmente utilizado y que se problema de la ciudad, de la con- va reproduciendo a lo largo de la Rubén Jaramillo Vélez. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de vivencia humana que no se cumple, novela sin que se perciban trucos. Los andes y Filosofía, sociología e fracasa. En ese sentido es política Sin que se perciban esfuerzos ar- Historia en la Universidad Libre de Actualmente se desempeña por la vía negativa de que no suce- tificiales. Sino que están siempre Berlín. como profesor en La Universidad den los hechos propios de la políti- guiados por unas intuiciones casi Nacional de Colombia, sede Bogotá. ca moderna. La guerra es una salida geniales alrededor de las cuales los Editó desde 1981 a 1999 la serie moArgumentos. Es autor de El casi desesperada para resolver pro- personajes, las situaciones, las pa- nográfica súbdito, en torno a los orígenes del aublemas que no se formulan com- radojas, van siendo formuladas de toritarismo (1981), Presentación de la teoría crítica de la sociedad (1982), pletamente bien. No hay una clara una manera magistral. Colombia: la modernidad postergada conciencia. Entonces las 32 guerras (1994), Problemática actual de la dedel coronel Aureliano Buendía son ESCARABEO: ¿cómo fue su mocracia (2004), Karl Marx, escritos de intentos desesperados por crear un encuentro personal con la novela juventud sobre el derecho, textos 18371847 (2008) y Modernidad, nihilismo orden más libre. Un orden donde Cien años de soledad? y utopía (2013) los individuos puedan desarrollarse pero que no conduce a nada. 2017
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ENTREVISTA A ENRIQUE SANTOS MOLANO
Por Alejandro Veramar
C IEN AÑOS DE SOLEDAD: LA ESTRELLA QUE OCULTÓ LAS DEMÁS OBRAS DE GABO
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SCARABEO: En primer lugar usted, como un hombre que se ha interesado siempre por la historia, ¿qué lugar en la historia le ve y particularmente de la literatura, a la obra de García Márquez, en particular Cien años de soledad? ESM: García Márquez (GM) es un fenómeno muy parecido al de todos los grandes escritores de las diferentes épocas. Tomemos por ejemplo el caso de Charles Dickens, que fue sin duda uno de los tres escritores más famosos en el siglo XIX. Cuando murió Dickens, en 1870, hubo una conmoción universal, muy parecida a la que produjo la muerte de Víctor Hugo unos años después, o la muerte de Tolstoi, ya a principios del siglo XX. Y ¿quién hubiera dicho en ese momento que Charles
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Dickens un día sería un figura olvidada, olvidada en el sentido de que son muy pocos los que hoy en día lo leen? Quiero decir, que nadie ignora quién es Charles Dickens, al menos nadie que sea medianamente culto, pero la lectura de sus novelas está reducida a una élite cada vez más pequeña. Víctor Hugo, ¿acaso alguien no ha oído hablar de Los Miserables como de una obra maestra, llevada al cine repetidamente con éxito enorme? Pero son muy pocos hoy los que leen Los Miserables, o los que leen Los trabajadores del mar, mucho menos las poesías de Víctor Hugo. No las lee nadie hoy día, salvo personas dueñas de una cultura superior. Y Tolstoi también es universalmente conocido, es el Shakespeare de la novela, según dijo Flaubert atinadamente. Pero ¿cuántos todavía lo leen? ¿O cuán-
tos todavía lo leemos? Pueden ser muchos, claro, pero si los cotejamos con los millones de lectores que tuvo en vida, y después de muerto hasta un poco más allá de la primera mitad del siglo XX, se ven minúsculos. Es posible que con GM suceda ese mismo fenómeno —por ahí estamos celebrando los cincuenta años de la publicación de su novela más famosa y las ventas se han disparado—, pero cincuenta años realmente no es un tiempo muy prolongado, y hace apenas tres años que falleció el gran escritor. Vamos a ver dentro de otros cincuenta años. Seguramente Cien Años de Soledad será muy celebrada en su centenario, pero ¿cuántos la estarán leyendo al terminar el Siglo XX? Esa pérdida de lectores –inexplicable si tenemos en cuenta que nadie nace leído-- desde luego, no les quita ni a Dickens, ni a Tolstoi, ni
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a Víctor Hugo ni a García Márquez también, lo mismo que El coronel no lee a Rulfo a veces le da la sensación su grandeza literaria, su grandeza de tiene quién le escriba. Desde que leí de que está leyendo a GM o viceescritores. GM es de los escritores La hojarasca y El relato de un náufra- versa, si lee a GM es que de pronto que van a figurar siempre entre los go, que lo leí publicado en el Espec- uno tiene la sensación de que está grandes de la literatura y que posi- tador en la época en que se escribió y leyendo a Faulkner o a Rulfo. Inblemente cuando se generen nuevas se publicó por entregas, siempre me cluso hay algunas frases, por ejemcondiciones de vida, que se vislum- pareció que ese era un periodista y plo el comienzo de CAS, “muchos bran en tecnologías revolucionarias escritor fuera de serie. Tenía la ma- años después…” está tomado, casi como la Inteligencia Artificial (IA), gia del relato, el ritmo, uno empieza que calcado de una frase de Pedro paradójicamente esas nuevas con- a leerlo y lo lee hasta que termina, y Paramo. No quiero decir que sea diciones creadas por la IA, acarrean cuando apareció Cien años de soledad plagio, ni mucho menos, es una lien su lomo el renacimiento cultu- me corroboró esa impresión y seguí cencia literaria, pero sí permite deral y humanístico que se perdieron siendo siempre un lector ferviente y cir que la originalidad de la obra de Gabo no es tanta como se le atribudurante el dominio del feudal capi- fervoroso de las obras de GM. talismo, que deshumanizó a la hu- Pero Cien años de soledad no es la no- ye, sino que es una obra inspirada manidad y farandulizó la cultura. vela de él que más me gusta, y en eso —algo legítimo— en otros escritoPosiblemente esos grandes autores le encuentro a él razón cuando se res que él ha asimilado sin imitarque están circunscritos a una élite quejaba de que la gente no hablaba los. GM ha creado su propio ritmo de lectores entrarán a formar par- sino de esta novela y que sus otras literario, que no imita a ninguno y te de la dieta cultural de la mayoría obras estaban pérdidas. Y una de las que es inimitable. Sin embargo, ese de la gente, porque la gente, cuando cosas en las que hay que hacer én- ritmo literario de Gabo, en lo muse materialice una teoría de Carlos fasis es en rescatar la obra de Gabo sical, es casi el mismo ritmo de José Asunción Silva. Por ejemplo, Marx, que ha estado ahí oculen el poema de Silva Midnita, que no se atreven a tocarla «García Márquez va a tener ght Dreams se puede apreciar mucho porque no les conviene que los caractea los actuales dueños del munun número de lectores mucho larizamusicalidad a ambos, a Silva y a GM. do, cuando lo que Carlos Marx mayor del que soñó tener llamó el “ocio creador” sea una usted menrealidad gracias a eso que hoy jamás... La gente va a volver ESCARABEO: cionaba, hablando del ritmo llaman la “inteligencia artifiliterario, cómo veía coincidencial”, que por el momento está otra vez al libro como algo cias en el ritmo literario de desplazando la gente de su traindispensable para su vida». GM y José Asunción Silva, me bajo, pero que en un futuro cergustaría que nos ampliara esta cano va a ser el remedio espiriidea y cómo ve esa relación o tual de la humanidad, el rescate esa influencia del gran poeta codel ser humano, GM volverá a tener que está presa por Cien años de solelombiano y de América con respecun número de lectores mucho ma- dad, que es una obra maestra, pero la to de la obra de GM. yor del que soñó jamás, lo mismo obra de Gabo en su conjunto tiene que los grandes escritores, la gente un valor inconmensurable. Novelas retornará al libro con avidez, como como El amor en los tiempos del cólera, ESM: La influencia de José Asunalgo indispensable para su vida, pero Crónica de una muerte anunciada, La ción Silva, la influencia rítmica en circunstancialmente GM, como los Cándida Eréndira, son novelas muy GGM, es evidente para un lector otros escritores que le menciono en bien trabajadas, muy bien logradas, con más o menos buen oído muvía de ejemplo, va a quedar en el ni- con el mismo lenguaje poético y el sical. El crítico francés Hervé Bacho de los grandes autores a los que mismo ritmo casi musical que tiene zin escribió que no había conocido muy pocos leen. Cien años de soledad. Hoy celebramos “nada más nuevo” que el “lujo rítlos cincuenta años de CAS, pero mico”. La prosa de GM tiene un ESCARABEO: ¿Cuáles son sus nunca vamos a celebrar los cincuen- lujo rítmico muy parecido, pero que impresiones personales, o la expe- ta años de El Otoño del patriarca, es de GM, eso es indiscutible. GM riencia personal de su lectura de la es una novela extraordinaria, como en un prólogo admirable a una reobra de GM y en particular de Cien cosa de lenguaje es superior a CAS, copilación de cartas de Silva hecha por Fernando Vallejo, reconoce, no años de soledad? como logro lingüístico. Después, cuando leí a otros autores, de manera explícita, pero lo hace, la ESM: Creo que soy de los que leye- como a Rulfo y a Faulkner, encontré influencia que Silva ha tenido en su ron Cien años de soledad (CAS) en el que ellos eran la fuente de inspira- obra, se ve que lo conoce a fondo. año de su nacimiento, y ya antes ha- ción del estilo de GM, muy bien asi- En Colombia tal vez la única inbía leído La mala hora y La hojarasca milados, pero si uno lee a Faulkner o fluencia que tiene la obra de GM es la de Silva. 2017
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ESCARABEO: Dos cosas a propósito de lo que mencionaba usted, Enrique, en el sentido de atender no solo a CAS sino el conjunto de la obra… pero hay dos elementos y me gustaría que los contestara por separado, uno literario y otro extraliterario: el literario es que CAS cierra, concluye un mundo, es la vida, pasión y muerte de Macondo y allí están todas las obsesiones del escritor, obsesiones fundamentales de su infancia y de su búsqueda personal y de sus nostalgias, y en cierta forma la impresión que tiene un lector atento de GM es que CAS colocó un punto muy alto en su propia literatura y que esa búsqueda que hace él posterior a CAS es más compleja, más difícil, tiene el talento literario, pero hay un mundo que ya no surge de la pluma de GM y puede eso percibirse como un agotamiento de los materiales literarios. Ese sería el aspecto literario, y el aspecto extra-literario sería el premio Nobel, y qué escribe GM después del premio Nobel, cuando multiplica por diez su fama y su fortuna y el ciudadano GM que habíamos conocido hasta ese entonces se esfuma un poco.
dad, de la fama y del prestigio de ser uno de los pocos latinoamericanos, el único colombiano que ha ganado ese premio. Pero estoy de acuerdo en que tal vez el premio Nobel no le hizo ningún bien al ímpetu creador que traía GM antes de ganarse el Nobel, aunque después del Nobel escribió obras tan importantes como El Amor en los tiempos del cólera, y El amor y otros demonios, es evidente que hubo una decadencia de su espíritu de creación, de creatividad, no fue mucho lo que produjo después de eso… El general en su laberinto, algunos dicen que es su obra más importante, pero a mí no me parece… Noticia de un secuestro eso ya es de tipo periodístico, es otro tipo de trabajo literario, del gran periodismo del reportaje y la crónica, a los que se considera, injustamente, como géneros literarios menores.
menos que en distintas lenguas del mundo y culturas haya sido acogida como lo ha sido, y que la novela se convirtió en un referente literario universal, entonces ¿Qué hay ahí? ¿Cómo ve usted eso?
ESM: Bueno, primero la novela, en su género de “realismo mágico”, inspirado en anécdotas y pasajes populares, es una novela única, una novela realmente novedosa desde el punto de vista de la fábula. Pero hay mucho también de la ignorancia de la gente, porque novelas como CAS se han escrito varias muy famosas: Gargantúa y Pantagruel por ejemplo (que también influye mucho en GM), Pedro Páramo, de Juan Rulfo, Rip Van Winkle de Washington Irving, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol, y otras de ese estilo. Pero yo creo que el boom publicitario que se montó alrededor de Cien ESCARABEO: Pero metiéndo- Años de Soledad ayudó mucho en esa nos en comparaciones, desmesuras gran difusión que tuvo una novela y en tantas cosas que se han dicho, que traía todos los méritos literarios nos quedaríamos aquí eternamente para responder a la expectativa creahablando de lo que se ha dicho de da por el aparato publicitario. No CAS y de Gabo. Por ejemplo, lo pri- digo que CAS sea un producto memero que dijo Pablo Neruda, es que diático, que no lo es literariamente se trataba de la mejor novela después hablando; pero me consta que cuanESM: CAS puso un punto muy del Quijote y a partir de ahí muchos do salió CAS, casi que quedó proalto. Un punto tan alto que sus la compararon con el Quijote y aún hibido escribir sobre otras novelas o otras obras no lo pudieron alcanzar hoy hay ecos de gente que habla de él hacer críticas no favorables a Cien en vida de GM, pero eso no quiere como un segundo Cervantes, cómo Años. Yo en esa época era un editor decir que esas obras deban conside- ve usted eso, o es solo periodístico, o optimista, y en esa tuve la mala suerrarse inferiores a CAS. Es posible tiene alguna raigambre, alguna cosa te (o mala jugada del optimismo) de que en unos años o en un tiempo seria para ser considerada. publicar, en coincidencia con la apalas nuevas generaciones asuman la rición de CAS, una gran novela de obra de GM en su conjunto y no ESM: Yo no me atrevería a decir Víctor Arango que se llama El dessolamente por CAS. Cuando pase que CAS es, ni siquiera le llega a los pertar de los demonios y que fue liteel boom de esa novela, y las perso- talones al Quijote, ni ninguna obra ralmente aplastada y silenciada por nas que enseñan la literatura, y los de las que Gabo escribió antes o los entusiastas de Gabo. Sin negarle, críticos empiecen a hablar del resto después de CAS. El Quijote, ese sí ni más faltaba, sin quitarle ninguno de las obras de GM, ese punto tan es un punto alto. Si aquello lo dijo de los méritos múltiples e inmensos alto en que estaba va a ser alcanzado Neruda —antes de ganar él el No- que tiene la novela de Gabo, digo —nunca superado— por sus otras bel— lo dijo por mamar gallo, por- que sus fans mediáticos sí aplanaron obras, porque lo ameritan. Aunque que al parecer ni la había leído. con todo lo que se estaba escribiendo siempre será una estrella más brien ese momento y creo que aplastó llante que las demás, su brillo no las ESCARABEO: Bueno, pero en- a toda una generación literaria, no va a opacar, como sí ocurre ahora, tonces vamos a otro punto, y es ¿por sé si a dos generaciones… incluso eso es lo que yo creo que va a pa- qué la trascendencia de la novela? hacia atrás también, porque desapasar con la obra de GM. En cuanto Porque más allá de los intereses edi- recieron Rivera, Jorge Isaacs, y hasta al aspecto extra-literario del premio toriales, de lo que digan los críticos, los novelistas mexicanos quedaron Nobel, consolidó la gloria de GM nadie puede imponer una novela muy afectados... Cien Años de Soledesde el aspecto puramente de vani- de la noche a la mañana y mucho dad es un fenómeno todavía muy di58
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fícil de explicar, realmente cualquier cosa que se diga al respecto del por qué tuvo esa recepción tan grande, falla en el intento. Hay un hecho indiscutible: Cien Años de Soledad fue un éxito universal desde el momento de su aparición, y ante eso cualquier explicación resulta inoficiosa. ESCARABEO: Pero por qué no amplía un poco esa idea de cómo la novela invisibilizó, oscureció otras expresiones literarias, otros narradores, por lo menos en el ámbito colombiano cómo fue eso. ESM: Una costumbre nacional es coger una figura y exaltarla hasta donde lo permitan las estrellas. Entonces aquí tenemos a Shakira, y es la mejor cantante que ha dado el universo; cualquier ciclista de estos que ganan el Tour de Francia o el Giro de Italia, es el mejor ciclista del mundo; y GM se convirtió en el mejor novelista del mundo, pero en su caso con la rara variante de que no lo dijimos aquí en Colombia, sino en el resto del mundo, y aquí por supuesto, montamos la Gabolatría... Algunos piensan que eso obedeció al boom literario latinoamericano de los sesenta y los setenta. Pero en ese fenómeno entraban también Cortázar, y otros escritores de gran calibre, que no alcanzaron ni a rasguñar esa magnitud de gloria que logró GM. Luego sí cabría preguntarse por qué Gabo sí y los otros no, si todos viajaban en el mismo bus del Boom, y una de las respuesta quizá esté en la magia que poseía Gabo para titular. Cada título de sus novelas, cuentos y crónicas es una obra maestra en el arte de impactar la atención y la curiosidad del lector, aún del menos curioso de los lectores, y que además se usan como referentes, todos los días, en todos los periódicos del mundo. Se cae un edificio y los periódicos titulan “Crónica de un derrumbe anunciado”. Está en apuros el presidente de los Estados Unidos y el titular es “Trump en su laberinto”, etc. Eso acredita la genialidad de Gabo para buscar los títulos que reflejen la calidad de la obra.
ESCARABEO: GM fue un referente intelectual, fue una gran influencia para una generación de colombianos entre otras porque fue un intelectual progresista, de izquierda, que creía en el cambio social, que representaba él mismo en su manera de ser y de pensar los anhelos de muchos colombianos y de las clases populares, y ese ciudadano GM se fue diluyendo con el tiempo, pienso yo. ¿Usted cómo ve esta caracterización? ESM: GM fue un referente de ciudadano hasta antes del Nobel, fue una figura que significó en un momento la rebeldía del ciudadano inconforme con el estado de cosas, que interpretó esa rebeldía en sus obras, en CAS y en El general en su laberinto, sobretodo, GM es uno de los intérpretes de la rebeldía, no solo colombiana sino mundial diría yo, para ese momento. Hasta antes del Nobel fue perseguido político, incluso lo iban a asesinar o lo iban a encarcelar los militares durante el gobierno de Turbay, cuando se sospechó que GM era el dirigente del M-19, que sí lo era desde el punto de vista ideológico, fue gran amigo de Bateman. Gabo estaba pues en eso. Fue cuando publicaron la revista Alternativa y se convirtieron en voces rebeldes del país; pero después del Nobel, GM cambió en el sentido de que ingresó al “jet-set” mundial, se volvió huésped de la casa blanca, amigo de los Clinton, le dieron título, doctorado honoris causa en la Universidad de Columbia, era el amigo íntimo de Fidel Castro, al cual por lo menos le fue leal siempre, no lo traicionó como hicieron otros escritores, y sí, ese fue otro de los perjuicios que le causó el premio Nobel a la figura de Gabo como un ciudadano ejemplar, o sea un modelo de lo que debe ser el hombre libre, el hombre crítico, el demócrata integral. Y terminó de figura de la élite mundial, de estrella de la farándula en ese sentido, aunque a mi juicio, nunca perdió su voz crítica, pero sí su actitud crítica.
ESCARABEO: ¿Y sus relaciones con el poder? ESM: Claro, es lo que le digo, él entró a formar parte del poder, que antes había criticado y combatido, y cuando uno es amigo del presidente Clinton, y se codea con todo ese “jet-set”, puede seguir criticándolo, pero indudablemente deja de combatirlo, pierde su esencia política. La literaria no, porque esa no se pierde, pero la esencia política de Gabo, esa sí se fue con el Nobel. ESCARABEO: ¿No tiene usted la impresión de que el pasado de GM pesa como una losa muy fuerte en su carácter, en su ser y eso va a ser determinante en ese giro que él toma, en ese alejamiento, y más bien en esa necesidad de ser reconocido y tener un lugar dentro de las élites? ESM: Yo creo que es muy factible que ese haya sido uno de los factores que después, cuando ve abiertas las puertas del poder y se codea con la gente del “jet-set”, eso puede voltear a cualquiera, no sólo a Gabo, a cualquiera. Todo ese esplendor y esa riqueza, y esa celebridad que no deja rincón sin perturbar, eso impacta a un mortal, y seguramente Gabo no resistió la tentación. Pero Gabo poseía otra genialidad extraliteraria y era su capacidad para dar golpes publicitarios. Cuando se ganó el premio Esso en 1962 por La mala hora, y se publicó la novela, editada en la España franquista, algún corrector de estilo le cambió unos términos “indecentes” y “le mejoró” la redacción. Gabo aprovechó el “papayazo” y armó un escándalo descomunal que resonó en todas partes. Eso disparó la venta de La mala hora, no tanto que se hubiera ganado el premio... ESCARABEO: Porque creo que lo que hicieron, si mal no recuerdo, fue una traducción al español de España, entonces los acentos… esto se dice en España de este modo… ESM: Gabo pegó el brinco con toda la razón, pero aprovechó la oportu2017
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nidad para que con el escándalo el libro se vendiera… Aquí se hizo un eco grande, en primera página de todos los periódicos. Y entonces cuando salió la versión auténtica, La Mala Hora eso fue “rapada” por el público, y después empezó a crearse la expectativa de la aparición de CAS. Echaban globos… que “CAS” que “fue rechazada por la editorial” que “Gabo se está muriendo de hambre en París para poder terminar su novela”. ESCARABEO: En ese sentido ¿GM también creo su propio mito? ¿Él ayudó a crear su propio mito? ESM: Sí, no hay la menor duda. Él tenía conciencia de que eso era necesario. Todos la tenemos lo que pasa es que no sabemos cómo hacerlo, ni contamos con los medios para hacerlo. Gabo sí poseía ese don, además del literario. ESCARABEO: ¿En qué sentido hay una referencia profunda a la ciudad en las obras de GGM?
den público, el asesinato de Gaitán el 9 de Abril. Y la descripción que Arnoldo hace del 9 de Abril Arnoldo es una pieza maestra literaria en cualquier parte. ESCARABEO: O a la que hace GM en sus memorias… ESM: Uno sí tiene idea de qué es lo que pasó el 9 de Abril leyendo esas treinta páginas que Arnoldo Palacios le dedica en La Selva y la lluvia. ESCARABEO: Y la novela El cadáver insepulto de Arturo Alape…
Anoche, estando solo y ya medio dormido, mis sueños de otras épocas se me han aparecido. Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías y de felicidades que nunca han sido mías. Se fueron acercando en lentas procesiones y de la alcoba oscura poblaron los rincones. Hubo un silencio grave en todo el aposento y en el reloj la péndola detúvose al momento. La fragancia indecisa de un olor olvidado, llegó como un fantasma y me habló del pasado. Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde, y oí voces oídas ya no recuerdo dónde. Los sueños se acercaron y me vieron dormido, se fueron alejando, sin hacerme rüido y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra. —José Asunción Silva
ESM: GGM no se mete directamen con la ciudad, con el mundo urbano, pero ese mundo urbano sí subyace en su obra, está en sus personajes: la ciudad está en el coronel Aureliano Buendía; está en las mujeres de GM, porque todos sus personajes son de ciudad, aunque en el mundo de GM no aparezca la ciudad como tal. Yo creo que esa es la forma como GM aborda la ciudad a través de personajes que tienen un carácter esencialmente citadino.
ESCARABEO: Y en el contexto de la novelística colombiana ¿Cómo ha sido tratada esa ciudad? ESM: La novela colombiana en general ha esquivado meterse dentro 60
de la ciudad; sin embargo en una de las primeras novelas que se publican en el siglo XIX, que se llama El mudo, de Eladio Vergara, el escenario es urbano, y la novela es muy crítica de las costumbres urbanas, concretamente, de las costumbres, del modo de vida de la ciudad de Bogotá, en lo social y en lo político. Los otros novelistas reconocidos del Siglo XIX prefieren la vida campesina. Le ocurre a Eugenio Díaz con Manuela, lo mismo a Jorge Isaacs, que tampoco se mete en la ciudad. De sobremesa, de José Asunción Silva, es una novela urbana que ocurre Midnight Dreams
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en París, no en Bogotá; y Arnoldo Palacios en La selva y la lluvia tiene un recorrido por la ciudad muy interesante. Él viene de la selva, él no, el personaje, que es él, entra en la ciudad, se guarda la selva entre el bolsillo, y empieza a vivir la ciudad tal como es vivir en una urbe de mediados del siglo XX que está a punto de sufrir una gran conmoción de or-
ESM: No la he leído. La verdad es que de Arturo Alape no he leído sino El Bogotazo. ESCARABEO: ¿Y las muertes de Tirofijo, los cuentos? ESM: No los he leído. Para mi gusto, Alape es un escritor duro de digerir, pesado como narrador, pero reconozco que goza de mucho prestigio y que tiene bastantes admiradores.
ESCARABEO: Una pregunta ya cerrando la entrevista, a propósito de su propia condición de historiador y de novelista ¿En qué medida la novela y sobretodo la novela histórica que está supeditada a un tiempo histórico concreto, puede a través de los instrumentos propiamente literarios y la ficción ayudar a esclarecer una época, a dar luces sobre lo que ocurrió, sobre la génesis de los procesos emancipatorios de las luchas sociales? ESM: Si uno quiere conocer la realidad de la historia de un país, tiene que acudir a sus novelistas mucho más que a sus historiadores. Yo no he leído nada mejor (y he leído bas-
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tante al respecto) sobre la guerra de Napoleón y la invasión a Rusia que Guerra y paz, que me explica cómo se vivía en la época, qué decían y qué pensaban el zar, sus ministros, los príncipes, qué papel ejercían las mujeres en la aristocracia rusa, que papel desempeñaban los advenedizos, el afrancesamiento de la alta clase rusa, la decisión del pueblo ruso (que no del Zar ni de las autoridades) de incendiar a Moscú para cerrarle el paso a Napoleón, etc. La novela de Tolstoi nos deja entender el alma del pueblo ruso en todos sus estamentos, y si uno no puede entender el alma de un pueblo, menos podrá comprender su historia. Los historiadores no tienen esas herramientas para descubrir el alma de los pueblos. Los novelistas sí. ¿Cómo podríamos entender, sin Balzac, la configuración lumpenesca de la burguesía que vino después de la Revolución Francesa, y que forjó el mundo como hoy lo conocemos? ESCARABEO: En el ámbito colombiano, y ya que usted escribió Mancha de la tierra y ha trabajado ambos elementos, o sea lo novelístico para aproximarse a esos territorios fundacionales de la república y al mismo tiempo los trabajos históricos con el rigor y la investigación que requiere la historia, ha tenido en las manos esos dos instrumentos: literatura e historia. ESM: Sí, en ese caso la historia es como la materia prima y la literatura es el cincel del escultor. Uno con la literatura, que es el alter ego de la imaginación, logra darle a la historia una visión que aproxime a la realidad más exacta de lo que ocurrió, más allá de las apariencias. El historiador, en su rigor académico, trabaja sobre las apariencias. El novelista puede permitirse la audacia de mirar detrás de las apariencias y verificar así la realidad. Y a propósito de Mancha de la tierra, yo sí digo que esa es una novela urbana, todo transcurre dentro de la ciudad de Santafé de Bogotá, obviamente la historia obliga a mover los persona-
jes, pero el eje, el núcleo axial de la historia es la ciudad de Santafé de Bogotá. ESCARABEO: Y antes de concluir, con GM hay un problema, y él lo plantea, que el enfoque de él era como para reescribir la historia de Colombia. En algunas afirmaciones nos dice que los historiadores oficiales han contado una historia complaciente. Usted como historiador ¿cómo ha pensado la obra de GM en el sentido histórico, hasta dónde hay elementos fundacionales de la historia enmarcados en la literatura de GM para pensar que está reescribiendo la historia de Colombia? ESM: Yo no diría que esté reescribiendo la historia de Colombia, pero sí está presentando un punto de vista diferente de lo que él llama los historiadores, que son simples relatores de sucesos sin trasfondo. Aquí vuelvo y retomo la facultad del novelista de mostrar las cosas que los historiadores no ven o no tienen forma de mostrar. En Cien Años de Soledad la matanza de las bananeras está mejor explicada y mejor contada que en cualquier relato histórico. Lo mismo pasa en La Casa Grande, de Álvaro Cepeda Samudio, relato estremecedor de aquel crimen del gobierno colombiano contra los trabajadores colombianos, para favorecer a una empresa extranjera. ESCARABEO: Pero era deliberada esa omisión en la historia oficial, porque era parte de las culpas y de los crímenes del establecimiento. ESM: Claro, en el establecimiento siempre tratan de pasarlo de agache, y cuando lo mostraban lo mostraban como una cuestión, un levantamiento obrero que el heroico general Cortés Vargas tuvo que develar, como de orden público. Sin embargo fue un problema que marcó una época y GM y Cepeda Samudio lo tienen muy bien contado y muy bien explicado en su ficción. Esa es la magia de la literatura, es mostrarles a los lectores la realidad a través de la ficción
ESCARABEO: Sabemos de su cercanía, afecto y dedicación a Antonio Nariño. En las obras de GM, particularmente en El general en su laberinto, Nariño no existe, la relación de Simón Bolívar con Nariño, no hay tal en esa obra de GM, ¿En qué sentido también GM, como gran escritor que fue, de cierta forma desconoció la herencia y la influencia en la historia política del siglo XIX y del Siglo XVIII de Antonio Nariño? ESM: Sí, lo ignoró por completo, es una falla de GM, y eso es lo que hace que El general en su laberinto sea un libro ya un poco más anecdótico que otra cosa. Ve a un personaje como diluyéndose, enfermo, solitario, pero no explica el verdadero por qué de esas circunstancias que han llevado al aislamiento del Libertador en sus días finales… Podría pensarse que García Márquez escribió esta novela sin mayor conocimiento acerca de la historia nacional, por un lado, y biográfica de Bolívar, por otro; pero me consta que Eugenio Gutiérrez Cely y Fabio Puyo Vasco le suministraron a Gabo material suficiente como para escribir una novela grandiosa, por el estilo de Guerra y Paz. Me temo que, en este caso, el escritor se perdió en su laberinto.
Enrique Santos Molano. Escritor y
periodista, nacido en Bogotá, colaborador de El Tiempo desde 1963. Autor de ensayos biográficos como el Corazón del poeta (1992), biografía de José Asunción Silva, Antonio Nariño, filósofo revolucionario (1999); Rufino José Cuervo, un hombre al pie de las letras (2006), Gonzalo Jiménez de Quesada (1997); de ensayos y crónicas históricas como 1903, Adiós Panamá (2003), Los jóvenes Santos (2000), Mujeres libertadoras, las Policarpas de la Independencia (2010), Grandes conspiraciones en la historia de Colombia (2010), Mancha de la tierra (2015)
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GARCÍA MÁRQUEZ Y EL CINE Por Carlos Mario Peña Díaz
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obre la relación de García Márquez con el cine, ya es un lugar común afirmar que ha sido un amor difícil o un intento fallido. Sin embargo, es plausible partir de una premisa distinta, la gran fecundidad creativa del cataquero se expresó de múltiples maneras: primero como crítico de cine en El Espectador a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, luego su intento de estudiar cine en Roma y años más tarde su experiencia como guionista en México. También fue una especie de mecenas del cine latinoamericano, incluyendo la fundación en Cuba de la escuela de cine de San Antonio de los Baños. Su relación con el cine es un amor pródigo y entusiasta con luces y sombras, pero ante todo, afecto permanente por el llamado séptimo arte, en el cual prácticamente solo le faltó ser director, aspiración que vino de alguna forma a compensar su hijo Rodrigo García.
han tejido innumerables hipótesis para explicar tal situación, pero creo que el punto pasa no solo por algo particular, sino por las dificultades que siempre se han evidenciado, cuando de traducir al lenguaje cinematográfico las grandes novelas y en general las obras literarias se trata. Qué tan cercanos o disímiles son estos dos lenguajes, es algo en lo que no existe un consenso, una última palabra, ¿en qué medida se puede afirmar que hay una especie de servidumbre del cine con el escritor? Es fácil coincidir en que parte esencial y a veces definitiva de una película lo constituye el guion, y si bien un buen guion no garantiza una película decorosa, la ausencia de un buen guion se traduce en un filme que tropieza a cada paso: por regla general una buena historia es tan importante como la manera en que se cuenta, a través de imágenes, actuación y demás elementos propios del arte cinematográfico.
Asunto diferente es el tema del abordaje cinematográfico de la obra literaria de García Márquez, intento en el que predominan más Evidenciamos que en su primeros los desaciertos, y sobre lo que se años mexicanos, por llamarlos de 62
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alguna forma, García Márquez en parte por su amor desde niño por el cine (ya nos recordaba en sus memorias su descubrimiento de ese mundo mágico conducido por la mano de su abuelo el coronel Márquez, pero también impulsado por la necesidad de atender los gastos familiares), se dedicó un buen tiempo a escribir guiones para ese nuevo cine mexicano de los años sesenta y setenta, en algunas ocasiones escribiendo al alimón con sus pares literarios, arrojando resultados más que aceptables, con algunos buenos ejemplos de un cine que narra y visualiza las realidades cotidianas de seres humanos comunes, héroes anónimos que con fortuna fueron pincelados por aquella época. En efecto basta con revisitar En este pueblo no hay ladrones (1963-Alberto Isaac), El gallo de oro (1964Roberto Gavaldón), Juego Peligroso (1967-Luis Alcoriza), Patsy mi amor (1968-Manuel Michel), Tiempo de morir (1966-Arturo Ripstein), Presagio (1974-Luis Alcoriza) y El año de la peste (1979-Felipe Cazals), películas de apreciable calidad, todas ellas realizadas con base en guiones en los que participó García Márquez, en compañía de escritores mexicanos relevantes como Carlos Fuentes o con el propio Juan Rulfo en la adaptación de su memorable relato, para comprender que ese mundo literario logró ser recogido con verosimilitud y espontaneidad por aquellos directores mexicanos, que compartían con García Márquez no solo su amor entrañable por el cine, sino que también eran camaradas de la vida y coincidían en percibir la realidad en su inaplazable necesidad de transformación, alimentados de sueños y utopías que el tiempo fue desvaneciendo, entre otras razones por la sutil e imperceptible cooptación que el poder va haciendo del arte. Es válido pensar que ese entorno mexicano tan ami-
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LAS HISTORIAS QUE USTED QUIERE VER gable permitió una mayor empatía y ello se tradujo en buenos resultados en términos cinematográficos. Lo anterior también resulta predicable del experimento llevado a cabo con el apoyo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Televisión Española, basado en historias de García Márquez, la serie Amores difíciles integrada por seis episodios independientes que tienen como eje temático al amor, cinco capítulos dirigidos por cineastas latinoamericanos: Fábula de la bella palomera, de Ruy Guerra (Brasil), Milagro en Roma, de Lisandro Duque (Colombia); El verano de la señora Forbes, de Jaime Humberto Hermosillo (México); Un domingo feliz, de Olegario Barrera (Venezuela); Cartas del parque, de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba), y uno por el español Jaime Chávarri Yo soy el que tú buscas. Los guiones fueron elaborados sobre las ideas argumentales de García Márquez, con pleno control del escritor de la elaboración de los guiones y del desarrollo general del proyecto audiovisual.
cidad, con aquellos directores cercanos a sus afectos e idiosincrasia pueden ser la clave de estas aventuras en el cine que logran unos aciertos, que en su conjunto poseen la fuerza de transmitir ese mundo mágico garciamarquiano, en el cual el amor es la noria alrededor de la cual gira la vida. Ahora bien, ya en materia de trasladar las obras literarias de Gabo, especialmente sus novelas al cine, la frustración ha sido la constante, salvo la honrosa excepción de El coronel no tiene quien le escriba (1999), dirigida por su amigo Arturo Ripstein, que se destaca por un tratamiento íntimo y veraz del relato, logrando un retrato creíble del personaje macondiano.
A pesar de que cineastas con oficio y rigor como Francesco Rosi, Ruy Guerra o Mike Newell, abordaron varias novelas de Gabo, y pretendieron recrearlas a través del cine, el resultado deja muchos sinsabores, son películas descafeinadas, que no trasmiten la efervescencia del caribe que las inspiró, no se puede llegar a otra conclusión después de ver CróEn la madurez de García Márquez, nica de una muerte anunciada (1987), nos encontramos nuevamente con el Eréndira(1983) y El amor en los tiemcomún denominador de trabajar con pos del cólera(2007), descubriendo los amigos y con una participación entonces una clave que conduce a la directa y permanente, lo que permi- tesis inicialmente planteada: García tió que el producto artístico tuviera Márquez no tuvo un amor fallido un nivel que destacara la hondura de con el cine cuando estuvo involucrasus relatos, esa proximidad o compli- do, bien sea como autor o coautor de
los guiones, o con una injerencia determinante en el curso de los proyectos cinematográficos, y en particular, cuando hizo equipo creativo con sus amigos, desde luego que con notorios altibajos en su calidad pero con unos atisbos de la esencia de su quehacer literario. Dicho en otras palabras, la relación de García Márquez y el cine es más que encomiable; cosa diferente han sido los intentos de directores ajenos al entorno cultural de América Latina de idear versiones con un glamour extraño a su obra literaria, buscando tal vez un gran público, sin perder de vista, como algún crítico de cine lo mencionara en una entrevista, que es imposible traducir en imágenes del cine, expresiones como la de piedras como huevos de dinosaurio o la ascensión de Remedios la bella; ello hace parte del universo macondiano que solo la literatura alcanza a describir, empero no hay un capítulo final, el futuro y las nuevas tecnologías que han ido cambiando la forma de hacer cine, pueden traernos sorpresas respecto a la obra literaria de García Márquez. El tiempo despejará las dudas.
Carlos Mario Peña Díaz. Abogado y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, magistrado del tribunal administrativo del norte de Santander. Cinéfilo de toda la vida, fundador de cineclub universitario en la década de los 80. Autor del libro “Reparación Integral: Consideraciones críticas, Ediciones Veramar, 2.011. Colaborador permanente de Escarabeo. Correo: carlospedi@yahoo.com 2017
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ce su poder por medio de ceremonias mágicas en la penumbra lunar, acorEL IMPERIO DE LOS REFUGIADOS: de con otro estereotipo clásico de lo Una lectura desde la ENEIDA femenino, sino que funda un imperio en la luz cegadora del sol mediterráneo. Dido que se demuestra valiente Por Luca D’Ascia como Camila, pero que lejos de ser una cazadora arcaica como la “bárbara” princesa de los Volscos, asume la pesada carga de un estilo “civilizado” de gobierno que integra armas y comercio, burocracia y escritura (los fenicios dieron la escritura a los griegos), fuerza y engaño, “zorro” y “león”. En ella pensaba Maquiavelo (que de cualquier lectura, fuese el clásico pagano por excelencia o la mismísima “Sagrada” Escritura, se atrevía a sacar meollo político) cuando hablaba de las “crueldades necesarias” que el príncipe nuevo o la princesa nueva tienen que perpetrar para afianzarse en su dominio. Pero de nada sirvieron a Dido sus virtudes públicas frente a la desconfianza de Venus. Las divinidades no tienen nobleza de ánimo, pues no la necesitan, de ahí la vanidad moral del sabio Séneca: “En eso somos superiores a los dioses, que ellos no conocen Por Helen Savva el mal, nosotros resistimos a él y lo a guerra de Italia se va aca- reino de Latino y sus voces histéricas vencimos con nuestra paciencia”. Por bando y el ganador es Eneas. se sobreponen cortantes a las quejas lo tanto Venus no confía en que Dido Para la victoria de su parti- sumisas y razonables del patriarca hu- no hará daño a Eneas pues admira al do todo lo intentaron ya las millado. Su orgullo y su fanatismo héroe desdichado y siente lástima hadiosas, las terribles. Juno, la cruel, ha garantizan que la guerra seguirá hasta cia unos exilados, que lo han perdido llevado el desorden precisamente en el triunfo de los indígenas itálicos y la todo y sólo pueden apelar al sagrado aquella esfera desde donde se legitima destrucción total de los advenedizos. deber del hospedaje para conseguir su primacía en el Olimpo: la casa, el Más cruel aún que Juno, sin embar- acogida. Mejor que se enamore y que matrimonio, la transmisión legítima go, ha sabido ser la progenitora del se ilusione compartir con él la aplasde los bienes familiares. Para defen- troyano Eneas, Venus, como cabía es- tante responsabilidad del poder fusioder una Italia antigua y sagrada de perar de la madre de aquel dios que no nando dos pueblos desdichados: los la invasión extranjera no ha vacilado tolera, ni nunca tolerará el elogio de fundadores y pobladores de Cartago, ante la subversión de la moral domés- la cordura: Eros. Suya sería la culpa, que han dejado su país de procedentica. Amata, esposa del rey Latino, si pudiésemos pronunciar esta palabra cia para no hacerse cómplices de una se ha vuelto una Ménade, desatando delante de una divinidad, de la des- usurpación (el esposo de Dido y legíaquellas fuerzas de la orgía y del furor trucción no merecida de la más sabia y timo señor, Siqueo, ha sido matado a descontrolado con que la mujer pare- más noble entre las mujeres que apa- traición), y los Troyanos, aniquilados ce tener una especial afinidad, por lo recen en esta gran novela del mundo por la estratagema del caballo sin nunmenos, en el imaginario de la sociedad clásico: la fenicia Dido. Dido que no ca haber sido derrotados en el campo greco-romana. Matronas soberbias es una mujer báquica como Amata, de batalla. El amor de Dido, enviado que siguen a su reina dionisíaca y jó- encarnación incluso grotesca de la por una divinidad y por consecuencia venes enamorados de la guerra como irracionalidad femenina, sino una per- irresistible para cualquier ser humano, el ambicioso soberano de los Rútu- sonalidad apolínea como los grandes sigue siendo el amor de una reina y por los, Turno, han tomado el control del héroes masculinos. Dido que no ejer- lo tanto se identifica con una propues-
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ta política que contradice la ideología imperial romana, obligada por un lado a descalificar como traidores, crueles y “bárbaros” a los rivales fenicios y por el otro a insistir en la centralidad de Italia y Europa como focos de civilización frente a África y Asia. Venus y Júpiter comparten el objetivo de llevar a Eneas hasta el Lacio: la primera utiliza a Dido como una herramienta, el segundo rompe el vínculo. Dido y Eneas se parecen demasiado: ambos refugiados, advenedizos, noblemente fortalecidos por el dolor y la adversidad, enfrentados a los indígenas que se sienten invadidos, ahora es Jarba, el rey africano, que se queja con Júpiter de que Dido prefiera introducir a un príncipe extranjero en lugar de casarse con él. Sin embargo, no pueden haber al mismo tiempo un príncipe nuevo y una princesa nueva, un patriarcado que sea al mismo tiempo matriarcado. Dido, la virago que gobierna un Estado, tiene que volverse del todo mujer en el sentido de una irracionalidad destructiva y autodestructiva, aún sin perder su característica “aura” de dignidad y nobleza en medio de la desesperación y de la ira que deja al lector de la Eneida un resabio amargo frente a la evidencia de que Venus, una vez más, ha jugado sucio. Pero esto son los dioses en el mundo clásico, más allá de cualquier intento de moralización: los más poderosos. Unos poderosos con vocación estética, que se entretienen con las tragedias privadas y públicas suscitadas por el amor y la ambición humanas. Sin embargo, a esta historia tan amarga, que enfrenta sin culpa a lugareños y refugiados que contienden sin culpa aquellos bienes tan primarios que son las casas, los cultivos, los rebaños, hay que darle un final moralizado pues el humilde imperio de los desdichados se ha convertido ya, en la época de Virgilio, en un monumento “más duradero que el bronce” que ha unificado la futura Europa alrededor del “sagrado juramento” del idioma latín (como se expresará un humanista del siglo XV hablando de sacramentum
lenguae) y del derecho que en aquel idioma se vienen plasmando. Júpiter impone silencio a Juno, invitándola a aceptar la derrota de los itálicos y garantizándole al mismo tiempo que la victoria de Eneas nunca va a tomar el aspecto de un genocidio cultural. Los Troyanos adoptarán el idioma de los latinos vencidos y se amoldarán a sus costumbres. Italia será el centro de un imperio que se fundamenta en virtudes de moderación y templanza, en antítesis a la “barbarie” del despotismo oriental. No por casualidad en el VIII libro de la Eneida se representa en el escudo de Eneas la batalla naval de Actium, en que no solamente
Integración no significa asimilación y siempre habrá límites que ningún migrante estará dispuesto a superar. Octaviano prevalece sobre Marco Antonio y Cleopatra, sino que también los dioses antropomorfos del Capitolio derrotan al latrator Anubi, el dios cinocéfalo de la muerte y de la momificación, y las otras divinidades “bestiales” de los Egipcianos. La victoria de Eneas no implica por lo tanto ninguna “orientalización” —hasta que Voltaire no ponga en tela de juicio las valoraciones tradicionales—, la moral política occidental seguirá considerando el lujo y las finuras asociados con el Oriente como principios de corrupción y de decadencia. El espectro de la destrucción de las austeras tradiciones del Occidente arcaico no pasa de ser un recurso de propaganda de Turno y sus aliados —Troyanas, no Troyanos!” — desmentido por los hechos, que con el triunfo de Augusto parecen asegurar la perpetuidad de la “costumbre ancestral” (mos maiorum). Al término de este recorrido a través del texto fundador de la idea de “imperio civilizador” que tanta relevancia ha tenido sobre los destinos de Occidente constatamos que un sentimien-
to de solidaridad está en los orígenes de una concepción del poder digna de seres humanos y no de hordas. Cualquier épica no puede eximirse de considerar la guerra como la condición natural de la humanidad, lo que no equivale a idealizarla: nada más lejos de la ferocidad anatómica de la plurima mortis imago1 virgiliana (valga un ejemplo: Camilla “redobla la herida” con su hacha y la cara de su enemigo “está rociada por materia cerebral aún caliente”) que la manipulación de las imágenes televisivas de la primera guerra del Golfo contra Saddam Hussein (1991) en que no aparecían los muertos y heridos iraquíes, lisa y llanamente borrados del triunfo de los “buenos”. Sin embargo, para Virgilio la justificación final del sufrimiento bélico es el rescate de un anterior e injusto sufrimiento, que ha transformado un pueblo justo y piadoso en una masa de refugiados. Los derechos de los advenedizos, sin embargo, no borran lo que habían conseguido las sociedades de acogida, cuya sobrevivencia no está puesta en discusión. El resultado final del conflicto es muy parecido a aquella “cohabitación” que el sabio aunque débil rey Latino había ofrecido desde el primer momento a Eneas y que éste había aceptado con agradecimiento. La responsabilidad de la sangre derramada recae por lo tanto sobre los “fundamentalistas” de la defensa del territorio, aquellos que recelan de un mundo externo que no conocen, pero que desprecian (“Troyanas, no Troyanos”) y que aspiran a mantener a Italia en su pureza y su aislamiento. Turno se opone a la historia, que es historia de fusiones y de mezcla y creación de entidades políticas complejas que absorben el aporte de civilizaciones diferentes. Es lógico que en la lucha final esté abandonado por las grandes divinidades del poder, que se ponen siempre del lado de la historia. Júpiter, protector de los Troyanos, y Juno 1 Locución latina que traducida literalmente significa «i tanti aspetti della morte» 2017
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y Minerva, amigas de los griegos, aca- dejen de ser unas cárceles y que una pobres razones, muy al tanto de sus líban por conciliarse constituyendo al- eventual repatriación, que no se pue- mites, intentamos pensar en términos rededor de Roma el círculo protector de excluir de antemano en el caso de universales más allá de los infinitos de la “tríada del Capitolio”, que inclu- refugiados procedentes de países po- acondicionamientos relativistas que so un escéptico como Cicerón en sus líticamente estables aunque afectados padecemos por nuestros contextos: en oraciones contra Catilina hará inter- por la pobreza y dinámicas neocolo- otros términos, en la futura Europa venir directamente en el flujo de los nialistas, sea en la medida de lo posible que para no “ser musulmana” habrá acontecimientos para propiciar el fra- consensual y respetuosa además de le- dejado de ser lo que ha sido a partir caso del golpe revolucionario. Sólo se gal – pues “legal” es también echar a la del siglo XVIII, “Ilustración” se volvequedará a su lado su hermana Iutur- mar quien no quepa en una chalupa de rá una palabra que sólo entenderán los na, una ninfa, una modesta divinidad rescate para salvar a los otros, pero na- eruditos en la mansa quietud de sus del territorio que no puede mirar más die se atrevería a decir que semejante bibliotecas. El ritmo acelerado con allá de la “humilde” (humilis) Italia. proceder sea “humano” y “civilizado”. que se ha llegado a cuestionar objetiSacamos entonces la primera lección Tampoco hay que olvidar que los vos y proyectos de largo plazo, como que nos enseña el poema clásico: soli- migrantes han sido la involuntaria la unidad de una Europa en la que, se daridad como condición de la “civili- punta de lanza de unas políticas de quiera o no se quiera, una amplia parte zación” entendida como “complejidad empeoramiento de las condiciones de ciudadanos son de origen extraeupolítica”. Dos mil años después de la laborales que ha favorecido algunos ropeo, resulta para muchos de nosoEneida, nos resulta muy difícil separar intereses privados pero ha disminui- tros desconcertante y alimenta cierto principios “civilizados” de liberalismo, do la capacidad de integración de las pesimismo con relación al porvenir. pluralismo y tolerancia de una acción sociedades “liberales” en su conjunto En la Eneida, este incunable de concreta para integrar a los “bárbaros” y que por lo tanto la reacción xenó- nuestra civilización, Occidente nace que se presentan a las puertas de como imperio, pero ese imperio los países prósperos como “refuLa tradición ilustrada será siempre, a su vez nace como complejidad giados” de la guerra y de las necede cierta manera, “romana” y todo solidaria. La tradición ilustrada sidades económicas (que, como será siempre, de cierta manera, despotismo será para ella “asiático”, enseña el sentido común, se ven “romana” y todo despotismo enormemente acrecentadas por de la misma manera que ahora todo será para ella “asiático” de la la inestabilidad política y las misma manera que ahora todo terrorismo es “islámico”. amenazas bélicas aún cuando no terrorismo es “islámico”. Desse produzcan actos concretos y pués de Adorno y Horkheimer judiciables como la quema de una casa foba de la masa de residentes origi- ya sabemos que el racismo es la tramo la sustracción de un predio). Las re- narios empobrecidos en contra de pa dialéctica de la Ilustración. Pero sistencias a la política de acogida son los advenedizos, en parte espontánea esta tradición romano-ilustrada es previsibles, pues no existe sociedad sin y en parte fomentada por manipula- básicamente integradora. Además es “etnocentrismo positivo”, que implica ciones mediáticas que le vienen bien un Jano de dos cabezas: por una parte, desconfianza y hostilidad potencial a la extrema derecha, se califica como hay la barbarie represora de la autohacia el extranjero. Se pueden des- una forma de anticapitalismo primiti- proclamada “razón”, pero por el otro armar sin demonizarlas dilatando y vo al igual del antisemitismo histórico lado, hay la solidaridad humanista. Táestructurando funcionalmente el “pe- con el que comparte muchos rasgos. cito proclama a través de sus Britanos: riodo de prueba” en que de la masa de Dicho esto, es perfectamente viable Solitudinem faciunt, pacem appellant, los refugiados emerge el individuo con encaminarse hacia políticas diame- es decir: “Hacen el desierto y lo llasu natural propensión a la cooperación tralmente opuestas a las que acabamos man paz” (me acuerdo de la impresión o a la agresividad, su disposición a la de exponer, y siempre delincuencia y que me produjo cuando un guerrillero relativa adaptación cultural (pues in- terrorismo propiciarán justificaciones salvadoreño, hombre culto, sacó a retegración no significa asimilación y para la xenofobia. Pero hay que ser lucir esta cita del Agrícola en una insiempre habrá límites que ningún conscientes de que un Occidente en tervención de 1981 en mi bachillerato migrante estará dispuesto a superar) proceso de cerrazón tradicionalista romano. Pero en este mismo “sagrado” y en suma con todas aquellas sutiles dejará muy pronto de ser “civilizado”, y jurídico idioma latín leemos el gran diferencias que una sociedad liberal en el sentido de liberal, pluralista y to- verso de Virgilio: “Hay unas lágrimas se ufana saber valorar. Eso, dando por lerante. “Origen” volverá a oponerse a que están incorporadas a las cosas sentado que los centros de acogida, sin “ciudadanía”, “pertenencia” a “partici- mismas y que llegan a conmover el petransformarse en sitios vacacionales pación”, “lo nuestro” a “lo humano” en cho de los mortales” (Sunt lachrymae como afirma la propaganda xenófoba, el sentido de aquello que con nuestras rerum et mortalia pectora tangunt). 66
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Esta ambivalencia se ha transmitido a las sociedades “imperiales” de hoy. Su dinámica económica las lleva a desarraigar el campesinado tradicional y a sustituir las sociedades de la memoria por sociedades del olvido. Las respuestas de los directa o indirectamente colonizados han sido hasta ahora débiles. El intento del movimiento zapatista de sustituir Castoriadis a Lenin, auto nomía a socialismo, me pareció en su momento prometedor, pero el último recuerdo que tengo de una “comunidad autónoma” es cuando en otoño de 2007 un campesino de “Emiliano Zapata” reconoció delante de mí: “Tanto hemos luchado para conseguir las tierras y ya no ser braceros y ahora si no fuera por la disciplina del movimiento ya todos se hubieran marchado para Estados Unidos”. El resultado es que se ha completado el proceso ya vislumbrado por Marx y, para emplear el brutal lenguaje del alemán, “masas inmensas han sido sacadas del idiotismo de la vida rural”. La forma en que se acogen contribuirá a decidir si ofrecerán nueva savia a las sociedades “imperiales”, que aparecen cansadas, o si reaccionarán al racismo con la violencia desestabilizando “Occidente” hasta que se cumpla la profecía de Jesucristo: “Todo reino dividido en sí mismo acabará destruido”. Hay muchos Turnos y Amatas (Le Pen, Grillo, Salvini) que quieren dar el golpe contra los reyes Latinos (Macron, Renzi, Merkel) que hablan cada vez con más debilidad de la posibilidad de educar e integrar en lugar de reprimir y destacan que el porvenir de una sociedad no se reduce a la represión de la delincuencia. Ahora se habla con desprecio de “buenismo”, pero hay que ser “buenos” no sólo en el sentido sentimental de Rousseau, sino también en el sentido utilitarista de d’Holbach, pues el interés bien entendido de las sociedades liberales no es compatible con un aparato represor demasiado costoso, tentacular, arbitrario y con una “rebeldía primitiva” cada vez más incontrolable. Donde hay miedo hay despotismo, como nos ensenó Spi-
noza en la aurora de la Ilustración. Pero ¿qué tiene que ver la nobleza moral y social de un Eneas, incluso a lo mejor su lujo asiático, con la condición humillada y ofendida a través del sufrimiento que es propia del refugiado de hoy en día? Digo sufrimiento, pues aún si de un falso refugiado se trata (¿para qué negar que ellos también existen, restándole así fuerza de persuasión empírica a toda nuestra argumentación?), de uno de aquellos aprovechados en que hace hincapié la propaganda xenófoba, alguien que migra “a lo que sea” poseído por su arribismo, hay mucho dolor en el resentimiento del joven sicológicamente colonizado inseguro de sí mismo y morbosamente codicioso de bienes de consumo. Tal vez la respuesta nos la dé otro grande de la literatura universal, William Shakespeare. Su Otelo ha aguantado con firmeza sus desgracias, al igual que Eneas, y contándolas ha enamorado a Desdémona, al igual que su prototipo troyano. Para un “antisemita” como el padre de Desdémona, Otelo es un bárbaro lujurioso, que contamina la pureza racial. Otelo, en cambio, ha hecho suyos los valores de Venecia, su dignidad imperial, y se suicida cuando reconoce en sí mismo al “bárbaro”: mata al asesino de Desdémona de la misma forma en que había matado al “malignant and turbaned Turk” que había dicho mal de la República Serenísima. La integración triunfa en el momento mismo en que fracasa, acorde con aquella, la ambivalencia del criterio moral que es factor constitutivo para la existencia y el interés de la tragedia. Venecia, es decir la “civilización” jurídica, la herencia del latín, castiga acertadamente al Moro apasionado y “fool”, estúpido médico de su honra. Pero, en la medida en que introyecta el castigo, Otelo abre el camino a los moros venideros que dejarán de ser unos Otelos. La concepción de la mujer sigue siendo hoy en día uno de los tópicos más álgidos de la integración: si no se supera una arcaica segregación mediterránea, a la cual se aferra el fundamentalismo,
hay el riesgo concreto de asistir a la emergencia de una nueva derecha que recicla el racismo como defensa del liberalismo e incluso del hiperindividualismo (pongamos el caso de un líder político reconocidamente homosexual que pida expulsar a los musulmanes). Sin embargo, el final de la tragedia de Shakespeare no desmiente totalmente el principio. Se puede leer al escritor barroco-renacentista más allá de su época y con referencia a nuestra actualidad. Hay un amor que nace de la desdicha, de la admiración moral por el desdichado (¡todo lo opuesto del desprecio vulgar!) que pasa por encima de la diversidad social y cultural. Desdémona nunca será de otro, y eso es violencia. Pero Desdémona, de hecho, nunca ama otro, por mucho que pueda sentir más afinidad con Casio que con Otelo. Eso es autodeterminación femenina y compromiso social, pero es una realidad sicológica bastante común y esperanzadora de una Europa contemporánea, que no es ni el terruño de unos autóctonos resentidos, ni una sociedad accionaria, sino que puede y debe ser un proyecto político compartido.
Luca D´Ascia. Nacido en Roma. Ha estudiado Filosofía y literatura en Pisa y Heidelberg y trabaja actualmente como profesor de literatura italiana en la Scuola Normale Superiore de Pisa. Dedicó a las culturas amerindias los ensayos Esquirlas de Chiapas (2005), Tessendo la voce. Letteratura indígena contemporánea in Chiapas. Antologia e saggio critico (2009) y Los Movimientos indianistas y la revuelta zapatista. Es autor del poemario bilingüe italiano-castellano Las máscaras del sueño con el seudónimo de Arno Vaxtenbrook 2017
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MAREAS DE ODIO
«Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde yo nunca dije que me trajeran». César Vallejo
¿Para qué la luz de la vida si la mano del hombre esconde un crimen innombrable?] ¿Para qué las palabras del poeta] si la elocuencia del mar airado] enmudece todas las bocas? Tanto tiempo en otro mar chupándonos los dedos como ciegos astronautas. Veníamos de una ruleta que nos dejó pasar a salvo entre millones de estrellas. Ese primer amor de la vida] que nos dio manos y ojos cuyo secreto milagro llevaremos siempre adentro.] Veníamos de un encuentro] del azar de una mirada de aquellas cosas inasibles que no están escritas. ¿Para qué la sombra de la muerte] si la noche de los hombres roba su luz a la aurora? No puede ser, me digo y mi voz no sale de los labios] y otras voces ahogarán la mía.] Así no son las cosas, grito y mi quejido se apaga cual si fuera vela al viento. 68
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«Todo comenzó con la risa de los niños». Rimbaud
El mar tiene pena de lo que ha arrojado a la playa. ¡Es un niño! Quién no lo es, Quién no lo fue, Quién no lo será. El mar cuenta historias, de viajes y odiseas, de cruentas batallas, de largas travesías de los pueblos… La memoria del mar se estremece ahora: todo es porcelana rota ante el cuerpo de un niño que sueña en otro mundo. El mar tiene pena de lo que ha arrojado a la playa. Es mi hijo que duerme y no quiero despertarlo. Que se hace el muerto y yo le sigo la corriente. Es un niño que sabe de la ira de los hombres, es un niño que no alcanzó a comprar los juguetes. El caracol de su oreja escucha al mundo, sus pequeñas manos, son remos agotados. ¿Sus zapatos mojados adónde le llevarán? ¿Qué sueña el niño cuya mortaja es la mar?
El mar tiene pena de lo que ha arrojado a la playa. No es una noticia. Es un niño. No es un tema para el desayuno. Es un niño. Mentiras, corrijo: no es un niño. Es el fracaso del mundo, la odisea sin viaje la luna que no gira. No es solo un niño. Es toda criatura cuya inocencia clama la pregunta ineludible: si lo que ha de vivir muere en su crisálida no hay vuelo humano que valga la pena. Si somos, fuimos Si seremos, somos ¿Por qué no los verbos para los niños? El mar tiene pena de lo que ha arrojado a la playa. Yo soy el niño que mira el mar, Aylan Kurdi, el niño sirio que se levanta y corre por los versos.
—Alejandro Veramar
ENSAYOS Y CRÓNICAS
EL CAMINO DE SAN JUAN Por Juan Carlos García Lozano
Mi padre se despierta, ausculta la huida a Egipto, el restañante adiós. Está ahora tan cerca; si hay algo en él de lejos, seré yo. César Vallejo
El escupitajo de la muerte “El viejo se nos fue”. En esas cinco palabras cabían todas las vidas: la de su mamá, la de su hermana, la de su hermano, la de sus dos pequeñas sobrinas. La familia: donde nació y creció hace 36 años. Por eso cuando su hermano, el mayor, lanzó esas palabras como perdigones, él entendió al filo de la media noche, y todos entendieron con él, que la muerte había entrado a su casa, a escupir en la cara de todos ellos. Y luego con su daga mortal escogió a aquel que más años tenía, más autoridad acreditaba y más soberbio era, destrozándole el corazón: su padre. El papá se le había muerto de un infarto a mil kilómetros de distancia y él solo sintió que necesitaba estar de pie. No abrazó a nadie. No lloró. No hizo algún gesto de pesadumbre y menos se sintió desfallecer por algún recuerdo que no quería perder. Parecía liberado: la muerte como liberación, pensó. Siguió de pie. Qué extraña sensación, se dijo en silencio este hombre. Aunque había sentido el peso de otras muertes en su humanidad, la de su abuela centenaria a quien tanto quiso, la de su tío, asesinado a balazos, la de un primo policía alcanzado por un francotirador que le destrozó la cabeza o la de una tía, consumida por la marca seca del cáncer que la dejó en los huesos. En cambio, la muerte de su padre fue muy distin-
Él nunca ha llegado a entender cuál es el lugar de su padre en la casa. En realidad, ni siquiera tiene claro del todo con qué derecho está su padre allí. J. M. Coetzee, Infancia costumbre. Pero lo hizo no porque tuviera sed, sino porque había que hacer algo: su papá estaba muerto, no sabía dónde, y el agua estaba tan cerca: a la distancia de su brazo. Imposible evitar la tentación. Frente a una escena de dolor, un sorbo de agua. El panorama del apartamento lo llenaba la incertidumbre, la mueca y los escupitajos de la muerte. Su mamá estaba inquieta, pero no desesperada. Su hermana lloraba: qué más podía hacer la pobre, su hermano guardando una serenidad, intentaba ordenar sus ideas: era el mayor. Y acaso él pensaba cómo viajar mil kilómetros de distancia para recoger el cuerpo y lo que quedó de él, de su padre: eso que llaman despojos, restos. Sus dos sobrinas, entretanto, dejaban derramar algunas lágrimas con el impacto de la noticia fresca como la muerte. Fueron ellas los últimos seres humanos que hablaron por teléfono con el muerto, su abuelo. Tal vez ellas ta: como si no fuera suya. Como si no recordaban que él las llamaba “mis fuera su padre. ¿Será posible?, se dijo. amores”. Tal vez ellas sí sabían amar... Él no pensaba en nada, porque no podía sentir dolor. Si hubiera podido to- En un rincón de la infancia mar un papel y un lápiz posiblemen- Tengo 7 años. Lo sé porque me quete le hubiera escrito al papá muerto: do mirando el almanaque en la pared: “No me puedes hacer daño. Ahora es 1987. Estoy en la cocina, junto con seré huérfano”. Seguía estando de mi tía que está cerca al fogón de leña pie, sin inclinarse en la pared, miran- bien seca. El perro colorado, llamado do, solo mirando a su familia. Acaso Trotsky, está echado cerca de la puertomó unos sorbos de agua, cuando ta de madera, como siempre: impientró en la cocina, y luego más, por diendo el paso, buscando problemas, 2017
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el muy insolente. Como aquella vez que Jaime llegó corriendo con el sol a cuestas. Era la una de la tarde. Dejó el caballo en la carretera polvorienta. Lo amarró a la cerca, y aunque iba a apartar los terneros para el ordeño a 2 kilómetros de distancia, entró con rapidez a la cocina. Y como venía con la sonrisa dispuesta para un saludo y un gracejo, no miró el perro que estaba echado, hasta cuando lo pisó con la arrastradera y Trotsky, como si nada, lo mordió. Ay, Jaime. Soy un niño de 7 años que va a la escuela, pero de ella no quiero hablar hoy: allí conocí a Carolina. Pelo negro, juguetona: no pasa de tener seis años y para los que no saben, será mi primer amor: un amor como de cartilla de escuela: con todos los colores. Mejor vuelvo a la vieja cocina de mi casa, donde crecí. Me gusta estar con mi tía, más que con mi padre o con mi madre; más que con mis hermanos, más que con mis amigos. Mi tía, sí, ella, la mujer más libre que voy a conocer. Aunque nunca le he llamado así, pienso que es algo más: una madre, una igual. Jamás me levantará la voz y siempre con buen semblante me regala la alegría de sus ojos y de sus suaves manos. Puedo describir la cocina donde me encuentro. El fogón está a un costado, son tres piedras medianas con un espacio en el centro para la leña: grande y pequeña. Espacioso para así poder avivar el fuego, soplando. La hornilla es negra y fea: de tanto usarla es rústica y se está despegando de la pared y por esas grietas a veces veo entrar o salir julianas, cucarachas y hasta alacranes. El humo del fogón a veces se levanta poco a poco y sale por el zarzo, arriba, lejos de mí. Aunque hay veces que no: testarudo como es, se expande por toda la cocina, lo nubla todo, por aquí y por allá, estirándose: como si despertara, como si jugara con nosotros. Mi tía con el respeto que siempre le ha puesto a las cosas, se tiene que salir corriendo 70
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de la cocina, y yo con ella. Hay días. Pero sigamos porque la hornilla y el fogón no es toda la cocina: es una parte. En otro rincón está la piedra, grande, plana y negra, donde mi tía hace las arepas, los bizcochos, los bizcochuelos, los envueltos, los suspiros. Mi tía y su arte. La piedra que digo, han de saber ustedes, perteneció a mi abuela, la mamá de mi tía. A esa señora no la conozco aún: solo tengo siete años, recuerden. Vive muy lejos, como a dos mil kilómetros en una ciudad cerca al mar, según creo entender por las lecciones que recibo en la escuela rural: al norte está el mar Caribe, al sur estoy yo. Esa señora que digo tiene un nombre extraño, de otro tiempo. Es mi abuela. ¿Ella será como mi tía? ¿A quién se parecerá? Mi tía, la que sí sé cómo es tiene un pelo largo y negro, bien cuidado y recogido. Nunca la he visto triste. Un ángel en estos soles del trópico. a piedra y el fogón, volviendo con ellos, son los dos espacios que son propios de mi tía. Es su círculo de poder, porque la comida que prepara es su mejor carta de presentación. Sabores que no se olvidan. Como el que trae el mejor arroz hecho por sus manos. Ella tiene 40 años y es bella: piel blanca, voz serena y soltera. Una mujer con corazón. No conozco su pasado, solo su presente. Y su presente es su casa, su cocina. Sus cosas: vacas, perros, patos, gallinas y los vecinos que vienen y se van. Comidas que prepara, oficios que siempre hace, rutina aprendida. En realidad, nunca está sola. Está con el mundo del campo, con los veranos que vienen, con las lluvias que prometen, con el sol de las cinco de la tarde ocultándose, con las mariposas amarillas que vuelan en el patio. Su patio. He dejado la piedra para amasar suspendida en el aire, no sé si se han dado cuenta. Debajo de ella está, construido en cemento, el lugar para el hacha y los machetes, para partir y cortar leña, se entiende: para cortarle el pas-
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to al ganado. Para tantas cosas propias de estas tierras cargadas de pobreza y soledades, como cuando me corté una mano y casi me quedo sin un dedo: yo y mis travesuras. A un costado de lo que digo está un mueble con los platos, las ollas, las tapas, los vasos, pocillos, bandejas. Es una cocina precaria, ya lo sé: no hay para más. Pero tampoco hay para menos: en la niñez todo es bello, empezando con la pobreza. Han de saber por si tienen sed, en estos calores del trópico, que no hay en esta cocina de campo tinaja para el agua, sino canecas. Cuatro canecas dispuestas mantiene mi tía; llenas de agua para todos los oficios. Su sabor es fresco. Agua pura que ella, mi tía, saca en un balde del aljibe que está a 100 metros de distancia, y que fue hecho por mi abuelo hace muchos inviernos, cuando la muerte de él no había venido a empañar los días azules que seguramente tuvo mi tía. Un baúl grande que contiene cosas personales de mi tía se encuentra al costado de las canecas que ya conocen. En el baúl se guardan desde los huevos de las gallinas y de las patas, las pastas para las sopas, como también los medicamentos para el dolor de cabeza, para una cortada, para un raspón como el agua oxigenada, pasando por el dinero que recibe del ordeño, como también he visto las fotos, con algunas de personas que no conozco, así como cartas de la familia, en especial de mi abuela que siempre escribe con una letra preciosa, preciosa, preciosa: de las de antes. El baúl guarda los muchos recuerdos de mi tía y también los pocos de este niño que soy. Debemos, si me permiten, girar ahora al otro costado sur de la cocina, al lugar donde mi tía duerme. Pero antes de llegar ahí, preciso es describir el espacio para los azadones, las palas y otros instrumentos de labranza, así como los lazos del ordeño para manear, enlazar y apartar los terneros. Sí también sé de esas cosas: el día a día de un ordeño, li-
diar con animales, acompañar a mi tía. Caminar con ella, ser su compañía. Ser del campo. Vida en la naturaleza. Un niño, su infancia y su tía. o me da pena decirles que mi tía duerme en una cuja hecha con cuero de vaca, estirada y ajustada con cuatro patas de madera. Esa cuja perteneció a mi abuelo, que se llamaba como yo: Juan. A este señor no lo conocí pues murió algunos años antes de que yo naciera: fue el comisario de la vereda, el inspector de esta zona. Un hombre importante que hasta cantinero fue. Un buen hombre, creo. La cuja, volviendo con ella, es muy agradable, muy fresca para dormir: mi infancia también la he pasado ahí. Así que por algo también he conocido a mi abuelo: por los sueños que he tenido en la cuja. A un costado estaba rota, tenía una hendidura, en otro costado aún conservaba pelos de la res. Sí, lo recuerdo. Una imagen súbita salta a mi mente y me lanza a comienzos de los años ochenta, cuando yo era más niño, con pocos meses encima, apenas si podía caminar creo; guardo algún recuerdo del que era. La primera impresión que tengo siendo yo un niño de brazos es clara, indeleble, nítida en mi memoria, atemporal por la nostalgia: mi tía me está dando el tetero en esta cuja. Y la leche espesa es de alguna de las vacas que ella ordeña. A mi lado en la cuja está mi hermana, más pequeña, una niña de brazos. Al frente de nosotros mi tía: su rostro, su alegría, sus palabras. Cual si fuera mi madre. Es mi madre, también. Por la cocina de mi tía pasa la familia y más que ella, pasan los amigos. Amigos de mi tía que he visto en el almanaque de mis siete años. Así como viene Irene solo a hablar de algún chisme, sale Jaime luego de tomarse un jugo, llega Pablo Emilio para compartir el almuerzo, entra Cristóbal que trae unos plátanos, se va Gregorio con una arepa que va comiendo, llega Félix para
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compartir sus penas, se va Herminda llena de alegría... La vida se abre paso. Y creo que no me doy cuenta. ¿Acaso esto se llama felicidad?
Cien Años de Soledad. Conoce al autor porque lo ha leído en el colegio de la fría ciudad donde vive y a la que llegó en un día lluvioso con toda la familia cuando apenas tenía 10 años. La literatura como destino Recuerda vagamente lo que fue gastar El padre que le tocó en suerte tiene las horas leyendo El coronel no tiene 50 años. Si tuvo sueños que abrigaron quién le escriba y Relato de un náufraun profundo sentimiento por el que go. Sí, también recuerda ese colegio pudiera dar la vida, ya no los tiene. Su en la mañana y los cinco buenos amipadre es un hombre casi al borde del gos que lo acompañaron en esos años precipicio: del giro desolador de la po- cargados de soledades y medianías. Y breza no podrá salir. Es un ser conde- en su mente aparece también la pronado a repetirse a sí mismo. Y él lo sabe. fesora de literatura, Melba se llamaba. A Juan, cuando tiene 20 años, su pa- Una señora a la que nunca vio apasiodre, aquel hombre con tantos silen- narse por la literatura o por un autor cios y pocas verdades, y que jamás le en particular. De ahí sobreviene la ha regalado una novela, le regaló una. tara de él con respecto a la literatura. Qué curioso, pensó. Alargó el brazo y O eso quiere creer él: una mala profeel viejo le dijo a su hijo menor: “Tome, sora de literatura hace a un mal lector. para que lea”. Lo dijo sin sentimiento, Con ella leyó La celestina, La vida es casi sin mayor alegría, con la sequedad sueño, Madame Bovary y otras obras de quien ya sabe cuál es la historia que que ya olvidó. Afortunadamente. contiene el libro, leído muchos años Si es que hay que disfrutar la lecatrás. Acaso era su propia historia. tura, no había disfrutado ninguna Su padre no era un ser cargado de obra de García Márquez. Era tanta alegrías ni de regalos. Era más bien la inconciencia de este joven que de un ser gris que tenía un trueno en su hecho, y no exageramos, nunca havoz. Malhumorado, regañón, sober- bía reparado un segundo en el apebio por los días de la infancia, cuando llido del autor, como el de su padre, Juan solo era un pequeño niño algo un solitario García. Cuando leyó en lento y con mucho miedo en su co- el colegio a García Márquez, los dos razón. El miedo, la inseguridad y el libros que se citaron, ambas obras le odio que su papá le fue transmitien- parecieron muy alejadas de sus vido con golpes, con sangre, con gri- vencias, desoladoras y hablando un tos. Un dictador, un tirano: ese era lenguaje extraño. Por eso si alguien su padre. Un ser que no era un buen le preguntaba por el autor, él mejor ejemplo para él. Un hombre que decía que no lo entendió, que es dino podía ser buen padre no podía fícil su escritura y cosas por el estilo. ser su padre. Y, sin embargo, lo era. Excusas pues para no ponerse a leer. l hijo, que en muchos sentidos ha Esas que anotamos fueron las imsido influido por el autoritarismo presiones iniciales de ese ser sin condel padre, se va de vacaciones a la casa ciencia que tiene 20 años de soledad. de sus tíos, lejos, entre árboles y mon- Un alguien cargado de muchas intañas con un verano de todos los días consecuencias, inconsciencias e iny un sol que lo acompaña desde niño: constancias, no puede ser un buen el último paraíso que queda en la tie- lector, se ha dicho. La novela que rra. Se lleva en su viaje el libro entre tiene en sus manos y que su padre otras cosas personales sin importan- le ha regalado en estas vacaciones cia. Y cuando ya se ha acomodado será la prueba para saber si estamos en la finca que fue de sus abuelos, hablando de un mal lector, un joven Juan empieza la lectura de la novela mediocre y un regular estudiante. O
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su padre supo elegir bien o lo condenó al fracaso en el árido mundo de las letras. Su padre, siempre su padre. Colgó la hamaca entre dos árboles típicos de la zona campesina que lo vio crecer: un totumo y un ciruelo, cerca al aljibe que quedaba a unos pasos, y muy cerca también al grandioso palo de mango, del que recuerda hace años haberse subido muy alto, donde se divisaba el mundo infinito de un mismo día: tenía siete años y con él todas las ignorancias. Entre las ramas con el calor del ambiente de ese verano de vacaciones, volaban o cantaban compañeros de ocasión en las horas en que nuestro Juan leyó la primera parte de la novela: algunas palomas por aquí, parejas de canarios por allá, ciertos azulejos asomaban a lo lejos, hasta las mariposas que casi no veía pasaban por este lado de la finca. Mejor lugar para leer una novela no había, aunque el sueño que también podía hacer de las suyas, no lo hizo. Y Juan leyó y leyó. Acostado en la hamaca abrió el libro que su padre le había regalado y lo inundaron las palabras desde las primeras frases: como si el autor le hablara de su infancia en un mundo rural que se consume y se deshace frente a sus ojos, cuando la niñez ya fue y la juventud está siendo. Se sintió sumergido en lo profundo de una telaraña que esperaba para él desde hacía muchos años antes. Claro que no entendió la portada con las flores, o algo así, y un barco en la mitad de la nada, o algo así. Tampoco comprendió que alguien pudiera llamarse Jomí y menos que se le dedicara un libro. omo era un mal lector, probado en todas las lides que nunca emprendió, comenzó a desbrozar el bosque de palabras desde la primera frase, dejándose llevar por la sonoridad y la cascada de minihistorias contenidas allí. Se sintió sumergido en el agua dulce de la jocosidad que tenían los relatos, en la fragancia con que se describía a las mujeres en el erotismo tropical, en la pobreza que también conocía, en el calor
que se vuelve un aire pestilente por lo usado y lo pesado. Pero también pensó que lo que estaba leyendo era una novela sobre la figura del padre: fue lo primero que pensó para sí. Y siguió leyendo ese día, las horas que vinieron se sumaron a las horas idas, hasta que llegaron con la tarde los mosquitos, los zancudos, los bichos que lo inundan todo, hasta la buena lectura. Debió pues abandonar a su suerte en alguna página y en algún relato la lectura. Será otro día, se dijo. Pensó en lo que había visto, porque esa era la palabra precisa para describir lo que fueron sus horas en ese primer día de Cien años de Soledad: leer la novela es verla en escena, mejor que el cine. Es una novela visual sobre una familia, cuya figura central es el padre que no fue. Pensó entonces que José Arcadio Buendía era más bien un aventurero que no llega a ser un ejemplo de padre. No es tampoco un dirigente que organiza, sino un hombre espontáneo, azaroso y vivencial: alguien que no sabe qué hacer con sus pies. “¿Como mi padre?”, se preguntó Juan. Y continuó con sus devaneos: “Mi padre es menos que aquel. Mi padre es un no-padre”. Una Soledad como aquellas La descubrió en una de sus clases de la Universidad. Pero fue en la última sesión del semestre cuando él que-
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Edith López
ENSAYOS Y CRÓNICAS
dó embargado por la nostalgia de un posible adiós. Si la había tenido durante 4 meses como estudiante, no concebía dejar de verla el resto de sus días como la anónima que será solo un recuerdo. Por eso, ese último viernes intentó escabullir ese sentimiento infantil que ya afloraba en el pecho de quien era el profesor y tenía las calidades para serlo. Ella, de quien se estaba enamorando, era la estudiante que se hacía al frente, cerca al profesor. La que siempre preguntaba: la más linda, la mejor. Y, claro que sí, eran diferentes, más de lo que él siempre quiso. Ella tenía 19 primaverales años y empezaba la universidad. Estudiaba psicología. Él tenía 26 años y sumaba a su sino millones de instantes de soledad que no podía traducir a ningún idioma. Que ella pudiera llegar a su puerta fue para él como una exhalación del universo. Piel blanca, pelo ensortijado, bien negro y largo, inquieta: un embrujo de mujer. Un problema. Para su gusto, muy hermosa y por eso difícil, complicada. En verdad, este hombre se estaba enamorando, si es que ya no lo estaba, para su pesar. A esa última sesión de la universidad el profesor no podía ocultar una sensibilidad especial, la que estaba contenida en el nombre de quien tenía que ser calificada en un examen final. Como era un examen en grupo, el profesor no la miraba a los ojos. Esquivaba la mirada y la lanzaba al piso, a la ventana, al techo, al vaso de agua. A donde fuera, con tal de esquivar un sentimiento que no podía dejar de ser también un nombre. El de ella. Cuando terminó la función, es decir, el examen final con sus inquietudes románticas, llegó la despedida, pero antes hubo espacio para la calificación. El profesor a ella, a la chica de 19 años, la calificó con cierta objetividad, casi que con seriedad. Intentó ponerse en su lugar, en el de la autoridad, y con la neutralidad que ya le había abandonado y con la emoción de adolescente que
ENSAYOS Y CRÓNICAS
tad de conquista: acaso la sintió libre, sin pareja. Una fuerza, la que está en el hechizo de una mujer que es todo misterio, le deparó una grieta en su corazón: por donde fue entrando la nostalgia con sus personajes escondidos. Sin embargo, ella rompió con sus palabras la soledad que a él ya empezaba a abrumarlo. “Nunca olvidaré esta clase”, le dijo la estudiante. Él nunca esperó estas palabras, pero como si las hubiera leído en su mente, él también sentía lo mismo. Fue como un hechizo lanzado por una gitana en verano, porque esas palabras, en nunca olvida, le calificó con un 5.0. su orden, son las que produjeron un El examen final, no sobra dejarlo al cataclismo que duró toda una vida: la margen, fue a propósito de una novela que se consume cuando se escribe un que se leyó en las últimas semanas de libro. Él también pensaba lo mismo: clase. El profesor recordará con dulzu- por ella, solo por ella, nunca olvidaría ra cómo aquella niña linda, promesa esa clase, ni el salón, ni la hora, ni el de un amor testarudo y siempre idea- día. Ella pues ya estaba en su munlizado, le relató emocionada cómo al do; un mundo de soledades, las que conocer la muerte de uno de los pro- le recordaban su niñez, su juventud, tagonistas del relato, tuvo que cerrar su adultez. Entonces fue cuando el libro y decir: “No lo puedo creer”. asoció que romper con su soledad Ese hecho anecdótico por demás, es- implicaba decir y repetir el nomtaba impregnado de todos los colores bre de ella. Amarla, nombrándola. de la belleza, porque el profesor sa- Así que lo que ella le lanzó con esas bía, es evidente que lo supo durante cuatro palabras que ya citamos, fue todo el semestre, que aquella mujer como un santo y seña, promesa de hermosa también podía ser un trozo lo posible con todas sus alegrías. O de poesía al borde de un acantilado. eso creyó él en su ignorancia. PorPodía ser emoción y dureza, sensi- que cuando ella abandonaba el sable y compleja como solo las malas lón, alguien que no era de la clase, mujeres pueden serlo, un huracán de un extraño furtivo, entró y la cogió caos y perfumes contenidos. Para él, de la mano, para llevársela lejos de todo un reto y por eso más se emo- donde él ya empezaba a marchitarse cionaba: seguía sin ver el acantilado. con la distancia de un posible adiós. La despedida de los dos fue sin so- El profesor pudo mirarla con la curiofisticaciones de última hora. Ella al sidad y el asombro, cual si preguntara, escuchar la nota le dio la mano al ¿quién es él? Y ella, que estaba atenta profesor. Por el contacto él supo que a todo con sus ojos claros, le dijo con ella también estaba emocionada: ¿era la mirada luminosa de su nombre y la última vez que se veían? Él, en- una gran sonrisa de niña coqueta: “Es tretanto, también pudo nuevamente mi amigo. No es mi novio”. Y veloz confirmar que su piel, la de ella, era se fue, quedando aquel hombre herimuy sensible, suave: provocaba besar- do con la inquietud de saber si podría la. Provocaba. No lo hizo, claro está: vivir con el recuerdo de haber tenido solo lo pensó y lo proyectó a un futuro algo o todo en esas palabras que son posible. Una indefensa mano le tras- el cielo o el infierno para quien está mitió al profesor una poderosa volun- cerca al acantilado: “Nunca olvidaré esta clase”. ¿Será posible?, se dijo.
Ella solo puede ser literatura ¿Cómo construir esta historia? Me pregunto y me he preguntado en los días que se suceden. He pensado este inicio del relato y no logro encontrar el comienzo. No es la manida hoja en blanco que llaman algunos ingenuos. Es la mente con muchas ideas que nublan el pensamiento y como lluvia intensa, no dejan ver. No es lo blanco del pensamiento de quien escribe, es todo lo contrario: es la oscuridad de sumar muchas ideas. Al comienzo no hay una hoja en blanco. Quien escribe está lleno de ideas, muchas, tantas que se podrían escribir tomos enteros sobre cualquier cosa. Claro: tomos mal escritos, pesimamente escritos, pero escritos al fin. Es lo que hace una mente nublada, ocupada, obsesionada. Y yo no quiero escribir mal, aunque se pueda, siendo como soy un neurótico. Asumiendo algún análisis, Saramago decía que lo que no es vida es literatura. Eso pensó él, no yo. ¿O será que sí? Pensemos un momento: ¿lo que no es vida es literatura? ¿No será al contrario? Pensar en esto no me soluciona la pregunta de por dónde empiezo a escribir. Pero al menos sigo con la angustia, con la obsesión de la escritura, así no escriba nada por ahora. Estoy ahí preguntándome y preguntándole a ese que soy por dónde empiezo. Así que pienso que Saramago no me sirve: le falta más angustia, más introspección. Pasemos mejor a Salinger. Aunque no me diga nada de cómo empezar a escribir, se puede ver, yo lo veo, que él pensaría que la escritura es liberación, un punto de fuga, vida o muerte. Ruptura con el mundo de la escritura. Salinger sí es un autor angustiado, con neurosis. Por eso en algún momento de su vida se alejó de todos. Su problema es la misma literatura: el drama del personaje se separa del autor. Vive fuera de él y a pesar de él. Holden Caulfield hace del relato una vida aparte de Salin2017
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ger. Holden es un neurótico. Así que vuelvo a la misma senda. La senda del vencedor: lo que no es vida es literatura. Entonces, ¿la literatura no es vida? Sí, debe ser, pero otra vida. ¿Cómo empiezo pues esa otra vida? Tengo que contar una historia: un profesor que se enamora de una linda estudiante. Lo típico. Solo que él, mi personaje, dura 10 años enamorado de ella. No pasa nada, ese es el punto, carajo: ¡no pasa nada! Nada funciona. ¿Es esto interesante? ¿Puede ser la otra vida de la literatura? ¿Los estragos de una mujer pueden ser la otra vida de la literatura? Quiero contar la historia de una manipuladora, pero cómo hacerlo, ¿cómo? He pensado incluso en ingresar en lo profundo de la mente de ella, de cuyo nombre no quiero acordarme. Es decir, ser ella con un traje hecho de palabras. Hacer el relato desde la posición de ella, con su lenguaje, con sus ideas, con sus expresiones, las mismas que eran su embrujo. ¿Como Madame Bovary? Sí, puede ser, como ella. Aunque más azarosa, más caótica. Porque así, desde el ángulo de ella, es la única forma en que el relato es creíble. Y esa técnica le da fuerza al personaje y a la historia. Claro, debe ser así. O eso quiero creer. ¿Una nueva Tejedora de Coronas? Pero en el siglo XXI. Porque Genoveva Alcocer, era hermosa, en lo físico, en lo intelectual, en lo moral. Una sensualidad. Pero no era traidora ni mentirosa. Así que la imagen de Bovary y Alcocer, tal como ellas son como personajes literarios no me sirven. Volvamos entonces al inicio: ¿cómo empiezo el relato? Hacer una sucesión desde que el profesor x la conoció en una clase x hasta que dejó de verla, no es nada ilustrativo. Para nada: muy floja esta técnica de linealidad. Esa seguidilla en el relato está mandada a recoger. Esta otra vida no puede empezar por “y había una vez”. Pero tampoco creo que deba empezarse por el final de la historia: “y ella 74
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se fue con otro” o “ella nunca lo amó”. ¿Porque a quién le interesa la historia de un fracaso? A mi editor no le interesan los culebrones, las historias rosas, el romance lacrimoso. Todo esto es pasto de las llamas. Olvidemos eso. ienso que el relato debe romper el tiempo, la linealidad, la secuencia, el uno más uno son dos. También debe utilizarse una técnica en la que ella sea la protagonista y que relate su historia. Pero no es una historia que la reivindique. Ella reivindica al hombre y ese es su drama: no poder reivindicarse. Eso es lo que más quiero, por ahora. Que sea una historia de perdición y esperanza, puede ser. Que el lector logre entender al hombre por medio de la mujer. Es solo la historia de la derrota amorosa de una mujer, con los dramas de dos vidas contrarias en un río de incertidumbres. Ella es una mujer sentimental, impulsiva, manipuladora, inteligente y muy hermosa. Quiero resaltar ese contraste entre pasión y razón, entre verdad y mentira. Esas dos sensibilidades deben chocar desde el relato construido por ella: la juventud y la belleza como problema de sensualidades éticas y técnicas literarias. ¿La verdad como belleza y como mentira? La historia debe desarrollarse entre la universidad y la ciudad en general. El relato se acompaña de erotismo y sensualidad en primera persona,
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en un ambiente cargado de emociones literarias y estéticas. Y donde el pasado del protagonista se resalte: su infancia entre la naturaleza, el odio contra su padre, los conflictos de su sensibilidad que lo hacían alejarse de las gentes, el acercamiento a la literatura cuando fue golpeado por la soledad. Que todo esto no se pierda en la maraña de los días. No puede entonces ser un tiempo lineal ni cíclico, sino por temporadas, por situaciones, por conflictos y con diálogos e interpretaciones de una tercera voz: las que llevan los encuentros y desencuentros entre los dos personajes principales. Y, muy posiblemente, intercalando microhistorias con lo que pasa entre el pasado y el presente de estas dos realidades opuestas, la de ella con sus cosas, la de él, deseando amar. ¿Una suerte de melancolía cargada de nostalgias? Puede ser, aunque no pesimistas. Porque de lo que se trata es de llevar a una mujer hermosa al mundo literario. De ahí que en el relato se hace énfasis en que ella solo puede ser literatura. Debo empezar con una pregunta subjetiva, íntima, la que molesta al protagonista, cual si escribiera en su mente la primera frase de toda la historia. Y con la cual, pienso, arranca el relato, la vida y la literatura. Un problema estético que es también un tema cotidiano de identificaciones y separaciones debe poner en situación al lector: -“¿Por qué le cuesta tanto enamorarse?” Juan Carlos García. Escritor, editor y ensayista nacido en Saldaña (Tolima). Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, estudios de doctorado en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Pofesor de la Universidad Libre. Autor del libro La lucha contrahegemónica de las Farc-Ep (1998-2002) (Unal, 2016). Investigador del grupo Presidencialismo y participación. Colaborador permanente de la revista literaria Escarabeo y cofundador de la Fundación SoloDemocracia
CRÓNICA DE ANKARA Por Juan David Palacios
«Una vez, con toda la razón, escribiste que aquí no existe la vida privada, que no podemos ni siquiera concebir el significado de esa expresión, «vida privada», que a veces nos encontramos en las noticias del corazón y que hemos copiado de las novelas traducidas y las revistas extranjeras». Orhan Pamuk, El libro negro.
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e vivido casi 6 meses en un lugar otorgado por la “hospitalidad pública” turca. Mi vida en este espacio está directamente relacionada con la beca a la que accedí gracias al Estado turco, que se esfuerza por mostrar que tiene una creciente influencia en la región y con sus aliados cercanos y similares, en mi caso, Colombia. Dependiendo de esta o aquella circunstancia el lugar en el que ahora habito puede ser una gran oportunidad, una bagatela para la supervivencia, o una forma de poner un reto a las formas culturales que se tienen, por ahora solo contaré una pequeña muestra de las cosas que me han sucedido, agregando que nunca me imaginé estar viviendo como amenazaban algunos padres autoritarios acerca del ejército y su pública convivencia. Debe ser importante para el lector la primera impresión que puede causar un ambiente como el que trato de describir, especialmente cuando no se conoce demasiado acerca de la otra cultura, y se ignora por ejemplo cual es la vida que lleva un estudiante en Ankara (más allá de una
mala traducción de algún sitio en internet). Tahsin Bangouğlu Öğrenci Yurdu (las últimas dos palabras quieren decir «dormitorio estudiantil») es un «complejo» de vivienda para estudiantes, fundado según comentarios sueltos de internet en el año de 1988 (no hay mucho en la red al respecto), quizá como uno de los influjos al proceso de modernización y crecimiento que ha vivido el país últimamente, tratando de dar condiciones para el aumento de la mano de obra calificada. Se encuentra en una de las zonas más burocráticas de Ankara, rodeado por estructuras pertenecientes a los ministerios de economía, juventud y deporte, petróleo, la oficina de minería y algunos bancos y concesionarios. La zona, privilegiada en su cercanía a los centros angorenses, también alberga al antaño partido de gobierno CHP, fundado muchas décadas atrás por el conocido Kemal Atatürk. El barrio, en el sentido popular del término, no es más que una red de amplias calles por donde transitan peatones esporádicamente, donde
no existe mayor presencia de espacio público, y quizá pueda verse un minimercado con algún café colindante. El barrio o distrito Söğütüzü (Söğütüzü Mahallesi) está cercado por una de las principales avenidas en Ankara, que conduce del centro de la ciudad (Kızılay) a la salida hacia Eskişehir («ciudad vieja», tal vez la segunda más importante en el área central de Anatolia), y hacia el oeste de este país. En vista de esta imposibilidad de espacio público en los alrededores, donde aparecen enormes espacios para automóviles, donde cada lugar por visitar está separado al menos por 2 kilómetros de distancia, es una zona bastante indeseable (quizá por eso solo queda el propio espacio que facilita el dormitorio o residencia). El lugar posee 4 edificios dedicados a albergar estudiantes, uno a la administración, uno como restaurante y miscelánea (peluquero, tienda, lavandería, ping pong y billar, pequeña biblioteca y sala de cómputo), 2 entradas cada una con caseta de guardia, un pequeño campo de «atletismo» o quizá de «recreación», una 2017
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ENSAYOS Y CRÓNICAS especie de plazoleta con un «gimnasio» al aire libre, y un pequeño arroyo donde hay casetas distribuidas para tomar el sol o descansar. Cada edificio tiene 4 plantas (más subterráneo, cuartos de estudio, pequeña mezquita, cuarto de lavado, de secado, depósito y «cantina») y 2 alas en cada una, de manera simétrica. Cada ala tiene alrededor de 10 cuartos, y cada cuarto alberga de 6 a 8 personas (en unos bloques más que en otros). Con un promedio de 7 por habitación la población aproximada de este complejo es de 2200 personas, que cada día hacen uso de la inmensidad del aparato. Cada vez que se entra y se sale por las puertas principales hay que registrarse con la huella dactilar, sin falta. Cada vez que se entra y se sale al edificio propio hay que hacer lo mismo. Cada edificio tiene un cuarto donde el guardia vigila las entradas y salidas de los estudiantes con mayor o menor celo. En mi caso, vivo muy cerca de la entrada principal del bloque C, a unos 10 metros de esta, en el ala derecha o este, en el cuarto 110. Cada cuarto posee un locker (de dos secciones) y una cama para cada persona, con las sábanas, «cubre-helecho» y el colchón (marcadas debidamente con los logos del ministerio de juventud y deporte). En cada cuarto hay 1 mesa, 2 sillas y una pequeña nevera (en ocasiones una repisa general donde es posible colocar zapatos y abrigos). Vale aclarar que las 6 u 8 camas por cuarto, se ubican a manera de camarotes, ocupando el lugar de 3 o 4 camas realmente. Cada persona tiene derecho a un enchufe eléctrico (sin derecho a ramificaciones por ser peligrosas para la seguridad y la moral). Cada ala de edificio tiene 2 «piezas» de baños generales (uso público e indiscriminado), una para baño, con 4 cabinas separadas individualmente, y una para sanitario, con 4 cubículos separados individualmente, uno de ellos estilo francés (de hecho, el úni-
co que conozco en la totalidad del dormitorio, ubicado en mi bloque), los demás como letrina, al estilo turco tradicional. Allí en ambos baños también hay 3 lavamanos con agua a la temperatura que se desee. También se sabe según la red y las inscripciones tímidamente amorosas en lockers y barandas que el dormitorio era mixto, uno de sus edificios era ocupado por mujeres, y hasta hace muy poco se volvió enteramente masculino, para desgracia de la salud mental1. ¿Qué puede decirse después de entrar el primer día de la estancia en Turquía y ver inmensas estructuras habitadas por personas que se pasean con parsimonia arrastrando chancletas contra el pavimento, mirando los noveles que se dirigen a un cuarto donde se hospedan seis personas, donde todo está pintado de azul y blanco, donde la máxima privacidad es el compartimiento reducido y totalmente público espacio de la cama? Mis compañeros de cuarto son 5, uno de ellos colombiano (una semana después llegó por medio de la misma beca), un búlgaro y tres turcos. Aunque al principio la comunicación fue difícil porque di precisamente con aquellos que no hablaban inglés, luego mejoraron las cosas al saber que era posible plantear las dudas en este idioma que tan importante se ha vuelto en la supervivencia. Luego del plazo tortuoso que sucedió a la adaptación, lentamente 1 Algunos años atrás hubo un debate público acerca de la “pertinencia” de los dormitorios estudiantiles mixtos; las razones del partido de gobierno llegaron al punto de afirmar que los de este tipo “acogían sospechosos terroristas”, véase: Daniel Iriarte, “Las residencias estudiantiles mixtas son «focos terroristas», dice un ministro turco” http:// www.abc.es/internacional/20131108/ abci-residencias-estudiantiles-mixtas-focos-201311071423.html
fui logrando mantener un ritmo de vida, que más que por voluntad, es necesario si los becarios deseamos continuar con el apoyo del gobierno. Con esta determinación, no muy esperanzadora, me levanto de Lunes a Viernes a las 7:20 am, miro a mi alrededor y veo las almas que roncan en la oscuridad de la mañana (que a medida que pasa el tiempo se ha debilitado en la primavera), no veo ánimos para bajar de mi camarote, pero aun así me transporto entre pasos entumidos hacia el baño a unos 15 metros de distancia. Allí el escenario de horas de alistamiento colectivo es muy movido, especialmente los secadores suenan sin cesar mientras que unos y otros se bañan. Normalmente los olores se exaltan y aquel recinto termina impregnado por almizcles donde se combinan el shampoo, los sudores guardados y el aire de secador. El agua «secante» traída probablemente desde las inmediaciones del Éufrates, no refresca mi mañana, pero aun así debo aprovecharla con apremio para la limpieza diaria (para los turcos bañarse cada día es símbolo de enfermedad).
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e visto con cierto recelo por tener que cambiarme cada día entre miradas adormiladas. La actitud con la que cada uno de estos actos se hagan y reciban depende de la extroversión y timidez individuales en los habitantes del cuarto (hay quienes no tienen escrúpulo para andar en tangas por ahí, en mi caso aplico el laissez faire). Y este además es un tema bastante interesante y necesario, en un lugar donde la poca agua del ambiente angorense se reseca por la testosterona y el sudor cotidianos, donde miles de hombres conviven entre las suciedades propias de la masculinidad condensada. La sexualidad en «Tahsin» tiene todo tipo de desenvolvimientos en el sentido más extraño, llegando a ser uno de los lugares donde más he 2017
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visto reflejadas las expresiones homosexuales entre personas que no lo son (o no aceptan, o tienen miedo de hacerlo). Por ejemplo el hecho de acariciar a los amigos, ayudar a secar la barba del amigo o ayudar a depilarlo, jugar con cierta libertad y sin importar qué tanta cercanía haya, los abrazos cercanos y los besos en la mejilla (que además es tradición turca entre hombres), todo con personas con las que se llega a convivir a veces la totalidad de un día... Estos detalles hacen que me pregunte sobre lo que sucede con el depósito de la interminable ola de energía y libido prevalecientes, que tal vez se esparza por el propio espacio masculino, cosa sorprendente en una sociedad tan machista como la turca, pero que solo tiene sentido precisamente en estas huestes, gracias al enaltecimiento que se hace del hombre, donde los jóvenes a sí mismos se ven perfectos y superiores, y hacen lo posible por mantener esta fachada antes de abandonar el mundo de «Tahsin». Tomo las ropas que más rápido pueda ponerme, luego de haber pasado estas por el proceso de lavado y secado fordistas realizado en las lavadoras públicas del edificio (operadas por varios empleados especiales), allí la ropa va palideciendo a la violencia de la maquinaria. Acto seguido me dirijo a la «cantina» del piso subterráneo, cerca del pozo séptico de los 500 seres que habitan este modesto edificio, me dirijo a las neveras y repisas donde mora la comida, tomo un huevo, alguna poğaça (pan con alguna muestra de queso en su interior), quizá aceitunas, té (çay) y en menos de 10 minutos he devorado lo necesario para intentar vivir. Antes de irme guardo todas mis cosas valiosas en mi compartimiento para dejarlo asegurado. Sería importante reconocer a la sociedad turca, quienes quizá lo deben al Islam, la increíblemente bien desarrollada institución de la «seguridad», que 78
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salvo por pocas excepciones, funciona tan bien como las amenazas furiosas de Allah en el Corán. Acá es posible dejar los celulares conectados a las tomas, o los computadores en un lugar visible, sin que en un santiamén o por arte de dios nunca más se vuelvan a ver los preciados objetos (estoy convencido que no se debe únicamente a la marca de fuego de la religión en las mentes, también tiene que ver con la leve mejoría económica que han percibido la mayoría de las familias turcas, que pueden valerse sin mirar demasiado a la pertenencia ajena, como no es común en Colombia). De esta manera, el escenario de mis ocasionalmente desastrosas noches de sueño, en este aspecto no nos dota de un nuevo problema. Cuando salgo, a la entrada del edificio, marco mi paso con el dedo índice, con hora exacta y foto en la que la ruina de un viaje de diecisiete horas (de cuando llegué) y un par de pequeñas botellas de vino me extrajeron cualquier buen semblante. Camino a lo largo de la corta carretera que alimenta con modestia cada edificio, miro los árboles renacientes de los prados antaño barridos por el calor y luego la nieve, llego a la entrada principal y marco de nuevo mi salida, frente a guardias con rostros no muy convencidos de la maravilla de la vida laboral.
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n día normal en “Tahsin”: si se tiene la oportunidad o la desgracia de permanecer todo un día en esta residencia, se podrán notar infinidad de cuestiones curiosas en la vida de cientos de seres con ideas más o menos parecidas de la vida. Un día convencional en este lugar es un día donde las basuras están rebosadas a toda hora, gracias a las exageradas cantidades de azúcar consumido por los turcos. Las infladas basuras, retiradas cada tanto por un empleado dedicado a mover hediondos desperdicios hora tras
hora, vagan como las personas que aquí residen sin deseos de asistir a su instituto o universidad. Unos pasan hablando, tomando té cada cuarto de hora, con apremiantes y afanados actos al fumar, reparando en lo que sucedió en la novela de la noche de TRT o en lo que dijo aquel predicador que con su rostro serio y su fidelidad al islam es capaz de bailar con muchachas semi-desnudas y voluptuosas en videos virales, o simplemente dedicarse a actualizar una y otra vez “los muros” de Instagram con las novedades olvidables de muchachas con las cuales en algún momento podrán llegar a casarse. Algunos incomprendidos africanos hablan suajili y se alejan del ambiente imperante, no reparan en nadie y parecen totalmente inconformes con la vida que les determina, anhelando probablemente la belleza de los cuerpos forjados en el calor. Un kazajo sube las escaleras hacia su piso, mientras que su compañero del cuarto 408 vacía un sobre de sal en su nueva botella de agua, mientras todos con normalidad forzada esperan al vilipendiado mirando de reojo. Algunos se levantarán solo hasta la 1 de la tarde sin importar en absoluto el tiempo pasado, ni si la jornada de risas auspiciada por alguna imagen obscena masculina va hasta las 3 de la mañana. Algunos rezan y otros ven novelas, ciertos estudian y otros comen sin necesitar, otros más corren y se ejercitan, la diversidad ha de aparecer en cualquier lugar donde el ser humano exista.
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a vuelta desde la universidad... marca con el mismo dedo mi entrada (¡y se supone que aquí comienza mi vida «privada»!), ver la hora exacta con los nombres anteriores, los Hussein, los Mehmet bey, los Ibrahim, los Salem que van con sus maletas a reencontrarse con los compadres de habitaciones (hay quienes allí se sienten como en un
legítimo reino2), que van con el hambre de hábito hacia el «yemekhane» (restaurante) o simplemente a descargar las tensiones un momento dormitando, si los compañeros lo permiten a las 6 dela tarde. Marco la entrada a mi edificio y me dirijo a mi cuarto, me preparo un té subversivo (los calentadores de agua están prohibidos), me siento un momento a descansar de las lecciones que no he querido procesar, pregunto a alguno de los compañeros de cuarto qué tal ha ido el día, echo algún chiste en inglés, y me introduzco de nuevo en la música que acompaña mi amargura pública en el camarote que en un cuento de hadas pasaría por trono. Escucho música hasta no tan tarde y me dispongo a comer, pueda ser que me dé indigestión la comida si se pronuncia la noche. A unos 50 metros está el restaurante. Hacia allí se dirigen todos en pandillas desde las seis y media en adelante. Saludo al amigo el gato que lleva amargura en su corazón y salió un poco flaco de las olas más difíciles del invierno, él se resiste a mis caricias y yo me rindo de insistirle. Miro las comidas disponibles, que normalmente son muchas, entre köftes, carnes, pollos, arroces, tortas, sopas, ensaladas, pizzas... todos mueren por las pizzas, hacen filas de varias decenas de minutos para agarrarlas con anhelos, y luego las devoran junto al ayran en comidas felices donde se habla de Arda Turan y Ronaldo en Madrid. Por mi parte, sigo la fila donde se respeta el orden cubiertos-bandeja-pan-comi2 He tenido la oportunidad de hablar con muchas personas acerca de las residencias estudiantiles públicas, y en general, la idea que se tiene de estas es muy positiva. Un afgano y un profesor (antaño residente de un lugar como estos) coincidían en razones como “allí te lavan la ropa y te limpian el piso ¿qué puedes pedir?” “un lugar donde no hay que pagar y te dan comida”, “era una época muy buena de mi vida cuando estuve en un dormitorio”.
das, mientras algunos chatean en sus respectivos celulares y van exigiendo a los cocineros el plato querido, muy a pesar de sus rostros deshechos de impaciencia. El macizo señor de la registradora pide mi huella nuevamente, la regalo y doy un gracias turco «Teşeküller» mientras me dirijo a las mesas. Como un convencional centro de retención, los ghettos hacen carrera: negros con negros, aficionados al fútbol con ellos mismos, árabes y sirios cerca de las cocinas, y grupúsculos no constituidos regados aleatoriamente (ahí voy yo). Qué fauna. Antes de dormir, en los cortos viajes por pasadizos de mi mente (yendo desde los conceptos, desde libertades y represiones, hasta las decisiones importantes que deben tomarse en la vida, o las decepciones), intento hacer caso omiso de los sonidos del ambiente para salir por un momento en dirección a las visiones sobre el cuerpo de una mujer o a la imaginación de una cerveza en las tiendas humildes de Bogotá, mas es imposible, el equilibrio es aquí un privilegio. Quejidos, gemidos, toses, carraspeos de edades avanzadas, camas arrastradas, puertas estrelladas como en el inframundo, chirreos y susurros de clavijas que intentan ser acomodadas en los enchufes, gritos sobre los mejores jugadores de fútbol y arcadas al fondo del pasillo. Letanías entre dientes y silbidos repetitivos de melodías arabescas. Pasos suavizados por pantuflas y voces que se empeñan en convencer a los amores de lo bella que es la vida. Escupitajos y carcajadas que se mueven a lo largo de la acústica perfecta de esta construcción. Acá he aprendido realmente qué es lo que significa acostumbrarse al tormento de las situaciones cotidianas, y en respuesta solo me queda el uso constante de la música para combatirlo. En el camino de poder conciliar el sueño, entre demandas y súplicas
al poderoso (administrador), para que me permita dormir conforme mi voluntad y deseo lo requieren, me encuentro con infinidad de dificultades: la persona bajo mi cama trabaja, Huseyin habla por celular, y otro compañero activa su potente luz para acabar su obligatoria «tarea» (esto muy a la una de la mañana). Intentando inyectar forzadamente relajación en lo profundo de mis dendritas, imagino escenas de los templados valles de Cundinamarca para acercarme a la inconsciencia, pero por desgracia encuentro en las dimensiones físicas la estridente voz de Rıza, que desprecia cualquier convención social, y no le interesa si su discurso sobre el terrorismo del PKK o el HDP es un obstáculo o no para el pobre que yace tendido en el cuarto de al lado. Cuando me doy cuenta de que quería dormir, es un nuevo día y suena la alarma de Rıza, y dependiendo de la escasez de sueño momentánea, maldigo o paso indiferente del día que me llama a existir.
Juan David Palacios. Politólogo de la Universidad Nacional. Traductor de algunos textos de Marcuse. Colaborador de Escarabeo. 2017
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ENSAYOS Y CRÓNICAS
POR ESTAS Y OTRAS RAZONES Por Boeri Amado
Por estas y otras razones que van a salir al baile, no era vidita de fraile la que pasé en ese entonces. Cual campanario de bronce, l’esposa reta que reta al taita qu’en la chupeta se le va medio salario, mientras anuncian los diarios que sube la marraqueta. (Décimas: 15) Violeta Parra Por Isabel Pérez Ruiz
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ablaré sobre el prodigio de escribir la historia desde una parte de mi viaje personal por la vida y actualmente por Chile. Hasta hace muy poco, cuatro o cinco años atrás, comencé a ver y a ser algo que antes entendía de manera craneal. Me di cuenta, es decir, me vi involucrada con todo el cuerpo en la experiencia de comprender que un acto produce otro acto. Me arrastró la ley de la causa y el efecto: Lo que eres es lo que haces, y lo que haces ocasiona un resultado.
bra drástica, busco cambiarla por otra que equivalga al estado en que te das al otro para que algo mejore, y ese darte es una voluntad de ojos abiertos que nace sin conflictos ni desgano. Antes veía la palabra historia en la facultad de humanidades, en los libros sobre la independencia de 1810, y en la famosa consigna de Fidel: “la historia me absolverá”. Pero no entendía con todo el cuerpo qué era eso de hacer la historia. Pensaba que era una batalla encomendada a Simón Bolívar, algo leído en bibliotecas, una carrera universitaria, pero Me vi como creadora, y descu- nunca una puntada palpable. brí una enorme responsabilidad. El comienzo de mi rebeldía o Responsabilidad es una pala- de este caer en la cuenta del po-
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der que tienen las acciones, de lo que generan, llámesele historia o memoria, hilos comunes, todo, unidad, núcleo, engranaje, etcétera., pasó en mi experiencia primero por un desajuste de los símbolos; después no entendí nada; después fue un deseo de interferir lo menos posible alrededor; después vi que esto era inevitable, nadie me había consultado si quería participar pero entrados en gastos había que ver qué era eso de tocar y ser tocado por los hechos. Así fui ingresando al baile con mis símbolos sueltos. Observo desde Chile, pero lo que observo es el recuerdo de muchas existencias paralelas, porque en
ENSAYOS Y CRÓNICAS
realidad camino en un continente y mundo globalizado gobernado por un sistema económico antinatural llamado capitalismo. Esto quiere decir que hoy no es posible hablar de un territorio virgen sino de un espacio que primero es mental y después físico, de una ventana cibernética que crea la realidad, un cuarto que bien puede tener olor a papa criolla o a mar mediterráneo. Compartimos una existencia con condiciones similares, situaciones que se repiten en un planeta falto de fuerza gravitacional, al que se le caen a pedazos las cordilleras, los bosques, los idiomas y dialectos particulares. Ahora aprendo desde un lugar controvertido y no sólo porque la edad, otro país y lo que experimento provoquen el cuestionamiento de las eternas preguntas, ¿Qué es la vida?, ¿Qué quiero?, ¿En qué puedo ayudar? sino porque lo que me pregunto tiene que ver a la vez con algo sencillo y de raíz. Lo que investigo busca una respuesta en el acto cotidiano. Lo que me cuestiono ensaya una coherencia y eso quiere decir un deseo de vivir la vida y no un hacer como si viviera. Pruebo la
sensatez de soltar el aire, relajar duzco la duración de la situación. los ojos y pertenecer. En otro tiempo más de entrenarme en los sucesos del querer qui Desde este país llamado globo te- zá llegue a orientar la conversarráqueo escudriño. ¿Por qué deci- ción hacia un lugar menos usual, dieron que justo el meridiano 0° algo que nos interese hablar, o pasa por Greenwich, Inglaterra? quizá en un futuro me ausente y ¿Por qué Jesús es el punto cero del diálogo al advertir que no vale de la historia, ni antes ni después? la pena abrir una charla para rey ¿por qué el inglés es el idioma llenar espacios incómodos, como universal? y ¿Por qué definen un esos que quedan entre un ascenúnico sistema para fijar la hora a sor repleto de personas descononivel mundial en la convención cidas. de Washington en 1884?,y ¿Por qué llaman a algunos “los prin- Pensaba que la necesidad se va encipales países”? y ¿Por qué tanto contrando por el lado del querer, poeta de este lado conoce y se pero no sé. ¿Cuándo necesitamos inspira en los mitos griegos pero algo? ¿Y cuando necesitamos desconoce los mitos de Améri- algo, por qué lo necesitamos? ca Latina? y sobre todo ¿por qué No sé por qué estas cosas que todo esto nos parece normal? hoy me cuestiono son vistas por familiares o conocidos como algo Cuestiono si me muevo por el de locos, cosas imposibles, asunplacer de moverme, si me obli- tos de artistas, hippies, místicos, go a querer algo, si me adap- romanticismo, chamanería, liteto, sigo o barro en mí las viejas ratura positiva y en fin, etiqueprácticas del mundo. Quisiera tas listas a mano para bautizar amar sin directrices, quisiera po- a otros cuando no les entendener la palabra donde la siento mos. Pero dejo a la gente la tapara que mi palabra no diste de rea de espantar sus prejuicios. lo que soy y no prometa más de lo que sabe que puede realizar. Hay tantas cosas que vivimos inEstoy viviendo cómo mi ser se visible o innombrablemente, y concreta en los lugares, cómo mi creo que al hablar de todo esto cuerpo es el lugar desde el que parece la vida inabarcable. Al resexisto, desde el que parte mi pen- pecto de ese lenguaje en bloque, samiento. Trabajo menos tiempo, gris y saturado que empleamos en gano menos salario, pero recibo universidades, congresos y revisespacios y ritmos más adecuados tas recuerdo como una advertena la necesidad de estar tranquila. cia lo que dijo mi abuelo Roque cuando le escribí una carta: “No En esta etapa voy discerniendo entiendo lo que escribe mi nieta”. cuándo es necesario y cuándo Y lo que dijo mi padre, “los artisrealmente no vale la pena hacer tas hablan de vainas raras ahí”. algo. Antes sostenía conversaciones sin mucho interés, por la En mi discurso académico aún formalidad de una conversación. quedan barreras que impiden Ahora también, pero al menos acercarme al otro y comunicarle cuando escucho soy consciente lo que pienso sin tantos laberinde que no estoy interesada y re- tos. Trato de traducir lo que con2017
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templo para que no me vean tan exagerada y mal vestida porque considero que las inquietudes que presento son más concretas de lo que parecen. Por eso me estoy sumando cada vez más a la propuesta de conversar a partir de las acciones. Desde ellas no hay mucho que explicar, ni mucho que esconder: si maté a alguien es probable que me descubran. Si mentí, igual sé que mentí. Si estoy atraída por una persona la mirada lo revela. Es decir, confío cada vez más en el bienestar que se produce desde uno y se multiplica sin necesidad de alardear sobre cuánto hemos hecho y lo bondadosos que somos. Lo que me inquieta ya lo han planteado otras personas tantas veces. No quiero frustrarme con lo que encuentro alrededor. De repente me veo gris pretendiendo que mi paso por la tierra sea impecable y deje frutos. ¿Cuándo es que me pongo tan seria?, ¿Cómo protegerme de mis propias interpretaciones? Lo peor es darme explicaciones cuando estoy más confundida.
cuestionar y reafirmar que merecemos tranquilidad para sentirnos vivos. La primera temporada de mi regreso fue frustrante porque ansiaba que lo observado entrara a mis ojos como un lubricante oftálmico. Poco a poco fui entendiendo que no me era posible cambiar las decisiones de otros, que no podía poner en otros las palabras que yo quería escuchar, y confirmé que en mi cuerpo y pensamiento hay un lápiz valioso para escribir cambios más cercanos:
re y hace como si no, se escapa al mar, transita, casi no deja rastro. Mira su sombra que no lo reconoce. El cuerpo vivo que no veo, el cuerpo que espera a otro cuerpo, la fe que perdió y que volverá mañana, esto también le tocó a tantos muertos. Llevo un recorrido en los dedos, dejé mi sal en el mar, es importante aquí considerar al mar. Mi cuerpo pregunta. Es un refugio que se rompe y regenera, tiene una voz por debajo de la tierra, tímida, que a veces nadie escucha en la ciudad, donde hay que hablar más fuerte, donde hablar es casi defenderse. Mi cuerpo observado de reojo, y una calle sin salida, y un vestíbulo para cambiar de personalidad. Una alegría le sostiene el mentón y todo se deshace y vuelve, ¿Y hasta cuándo? Se confabula la vida para hacernos sonreír, la boca se agranda todo lo que quiere, el cuerpo es parte del mundo, borracho de tarde, de mar, de arena y desmedidas.
Un cuerpo para dar amor, un cuerpo blando, unido al paso, un cuerpo estirado hacia el timbre del bus, un cuerpo que revela la presencia de otros cuerpos, un cuerpo estructurado en movimientos heredados, un cuerpo cruzado por los sentimientos. El brazo toca la puerta, la cadera ocupa la silla, un cuerpo se acomoda a los objetos, un cuerpo compacto a punto de quebrarse, un cuerpo distraído, indigestado, la sopa que no se comió, el cuerpo tiene hambre, el hambre El cuerpo es mi origen y el origen duele, le hace perder el control, el es todo el tiempo. cuerpo no se adapta a despertar Pienso que querer saber las cosas temprano, el cuerpo aúlla y quiecon tanto adelanto me desencanta. Me sobreesfuerzo tratando de entender lo simple, me sorprendo hasta la debilidad, sobrepaso los objetos, la cotidianidad se rebosa, Boeri Amado. Escritora bogotana. Liadmiro la existencia hasta quecenciada en Humanidades y Lengua casdarme inmóvil y cansada de entellana de la Universidad Distrital. Invescontrar tanta cosa extraña. Y sin tigadora del proyecto: Temas y problemas en el campo de la novela colombiana de 1998 embargo no es una renuncia, es -2008. Tesis de grado: La invención como un encuentro con la necesidad. contemplación o la mirada del que mira: Le agradezco a Chile ser el lugar de mi despertar corporal, curiosamente las tensiones en las relaciones humanas a lo largo de la existencia me han hecho temblar, 82
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Aproximaciones a la narrativa de Tomás González (2011). Colaboradora de la revista Escarabeo.
CONSIDERACIONES DE UN EDITOR IMPROVISADO SOBRE UNA NOVELA QUE NARRA LA VIDA ALUCINANTE DE UN CUENTISTA EN NUEVA YORK Por Juan Lara
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an pasado cuarenta años desde que conocí a Alfredo Arango a mediados de 1977. En una de esas tardes bogotanas entre frías y soleadas, Diego Córdoba y yo estábamos sentados a una mesa en el Monte Blanco de la avenida Chile con la esquina de la avenida Caracas, cuando entró Héctor Peña acompañado de un adolescente delgado y pálido que lucía menor que todos nosotros y que caminaba a su lado un poco encorvado. Todos éramos muy jóvenes y por supuesto nos tomábamos en serio la vocación que habíamos decido seguir. Eran los días fundacionales de nuestra propia generación, en los que todo lo descubríamos y nombrábamos de nuevo. Saludamos al poeta Peña y a su acompañante de sacón oscuro y boina emblemática. Cuando nos devolvió el saludo con una voz resonante y nasalizada, notamos su inconfundible dejo caleño. El atuendo inusual era sobrio y le daba un aire reservado y formal. Notamos de inmediato algo que lo revelaba como uno de los nuestros, además de presentirlo desde que vimos con quién llegaba. Se trataba de una carpeta delgada que llevaba debajo de uno de sus brazos. Héctor, nuestro admirado y querido bardo decano de un solitario y errante magisterio poético, quien apenas había traspasado los veinte años, hizo las presentaciones con su simpatía quijotesca, su vocación de forjador de amistades y su
intuición para detectar el talento genuino. Supimos que el joven era poeta, leímos los breves, concisos y a veces epigramáticos poemas que traía en la carpeta delatora y que firmaba con los apelativos de El Capitán o El sardino, pero ahora no puedo recordar con certeza cuál de los dos usaba entonces. unque era poeta como todos nosotros, lo era de los que escribían y se atrevían a mostrar lo que escribían, pues en nuestro grupo de amigos también los había de aquellos que nunca quisieron dar a conocer sus producciones, pero que cultivaban y dejaban entrever su secreto, como el inefable entre inefables Joselín Velásquez, que era un extremista procaz, misterioso y hermético. A los pocos meses de este primer encuentro que inauguró nuestra amistad, como muchos de los que comenzaron siendo parte de nuestra facción y que con el tiempo mudaron los afectos hacia otros géneros literarios que en adelante merecerían sus esfuerzos, sin abandonar nunca su fascinación y fidelidad por la poesía, Alfredo se pasó al bando de los narradores de historias, de los fabuladores que pergeñan universos que tan pronto comienzan a tomar forma en detalles e insignificancias como en atrocidades asombrosas, pero que siempre abren sucesivas puertas a lo insólito dentro de lo cotidiano. Había descubierto que la vida que
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tenía delante de él le inundaba la imaginación y los sentidos y lo empujaba lejos de las abstracciones y las elevadas notas de los decires y pensares poéticos. Él quería tocar la realidad y expresarla con sus palabras, transmitir las más graves impresiones que había experimentado desde siempre y hacerlo con imágenes y narraciones vivas, declarar lo que le sucedía a media humanidad que vivía pesadillas en su vigilia de miseria y de tormentos. Y eso no lo lograría de la manera como se lo permitían hacer los versos. Como muchas otras decisiones que habría de tomar en su vida, ésta la tomó de una manera pronta y radical, sin motivos para dudarlo, sin pensarlo demasiado, sin extrañar los terrenos que dejaba, sin preocuparse por el magma informe de la realidad del que debería servirse para armar sus cuentos y novelas. Estaba fascinado por la multitud de situaciones que tejían tramas extrañas en las que se combinaban, con brutal naturalidad, el horror y la crueldad de que eran capaces los hombres con la frágil condición humana de los más débiles e inocentes. Quizás era la forma adecuada para decir la enorme compasión que sentía por quienes padecían discriminación, indigencia, injusticia, violencia, enfermedad, locura y muerte. Cuando se graduó de la carrera de abogado, que nunca habría de practicar aparte del año rural que pasó de secretario del juzgado promiscuo 2017
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del caluroso municipio cundinamarqués de Útica, se marchó para siempre a los Estados Unidos de Norte América allá por 1982, según recuerdo. En algún momento debió pensar, o creyó saber, que lo que se había propuesto podía conseguirlo, de alguna manera, a través de la docencia en las escuelas de los barrios suburbanos en medio de la marginalidad y la exclusión, ensayando métodos pedagógicos heterodoxos que quizás le habría gustado que hubieran probado con él en sus años escolares. También se incorporó con pasión al oficio periodístico que profesó por años escribiendo crónicas, realizando reportajes, entrevistas o informes, seguramente tan objetivos con los hechos como descarnados en sus pormenores y comentarios, como fue siempre su gusto, propios de un corresponsal que se sumergía en los recovecos de lo que investigaba y daba a conocer en sus notas urticantes que aparecían en las columnas de los periódicos para los que trabajó. Esos oficios le dejaron muchas satisfacciones, no cabía dudarlo, y trajeron consigo experiencias provechosas para su vida de escritor, pero en manera alguna quiso sujetar su vida con estas otras profesiones de fe que, en las raíces de su alma, no eran mucho más que faenas mercenarias destinadas a compensar las necesidades del sustento material cotidiano. En cambio, escribir nunca dejó de ser su auténtica vocación y su verdadero destino, a pesar de que le ocurriera lo mismo que a muchos escritores. Una vez que se caía en la trampa de los oficios prácticos y en su remedo de remedio para mitigar los afanes de la subsistencia, se entraba en el agobio de un laberinto por cuyos pasillos circulaban los enajenados de la vida, la mayoría satisfechos de no tener que afanarse en buscarle sentido, 84
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pero otros en cambio confundidos hasta que conseguían habituarse y se acomodaban o encontraban la puerta oculta de salida hacia la desasosegante pero gratificante libertad. Mas la celada estaría acechando siempre y muchas veces se repetiría el ciclo y volvería a entrar y salir del laberinto durante toda la vida. Supongo que este proceso se daba de manera intermitente durante muchos años en quienes alternaban actividades que les demandaban aplicar sus más finas facultades intelectuales empleando la misma pero multívoca herramienta del lenguaje. De este trato mezclado y alternado se podían resentir los ideales, pero nunca se verían mermadas ni la creatividad ni la imaginación. Si se armonizaban los oficios que exigían aplicar la expresión verbal o escrita con dedicación y diligencia, así fuera para fines distintos como les sucedía a quienes eran simultáneamente periodistas, profesores y escritores, se podía alcanzar un profundo beneficio. Éste era el caso de Alfredo Arango y conozco las evidencias que así lo demuestran. Sólo hablaré de una de estas experiencias en particular, entre las muchas que he tenido oportunidad de constatar y, en algunos casos, compartir. a primera vez que lo escuché mencionar esta obra suya en proceso de formación desde muchos años atrás, me llamó la atención su título: “Los jardines de Isham”. Para mí, lector lejano de las historias que transcurrían en los vecindarios de Nueva York, el nombre que leía por primera vez tenía el aire indefinido de lo que encierra su existencia en su sola sonoridad. Nada más, de momento. Seguramente un parque, un vecindario, una comunidad. En la madrugada del primero de enero de 2017 me llegó la primera noticia del contenido del libro cuando Alfredo me escribió para desearme
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que este año fuera más benévolo y también para recordarme que en un correo anterior me había enviado un cuento que pensaba incluir en la antología de escritores colombianos en los Estados Unidos que estaba haciendo Eduardo Márceles, del cual quería que le dijera mi opinión ya que pensaba incluirlo también en los “Los jardines de Isham”, la novela que quería publicar este año. A mediados del mes siguiente me llegó el archivo completo junto con un mensaje en el que me decía: “Hoy es un día muy especial de mi vida, porque hoy pongo en las manos de mi querido amigo y editor, el poeta Juan Lara, “Los jardines de Isham”, esta novela (o cuentela) que duré 30 años escribiendo y que es muy autobiográfica. Tenés la capacidad de darles a mis historias algo que a veces les falta. Tu edición es siempre sabia y considerada. Te he dicho varias veces lo mucho que aprecio tu ayuda y respeto tus opiniones.” Un mes más tarde, cuando ya había leído y comentado la obra, le escribí a Alfredo diciéndole que antes de lo pensado había terminado de leer y anotar su libro y que había hecho muchas notas en las que había registrado mis opiniones lo mejor que pude, las cuales le darían una idea sobre la extraordinaria impresión que causó en mí la lectura, ya que me había metido de lleno en el libro. Le pedí que las tomara como lo que eran: mi testimonio de afecto permanente por el amigo, la evidencia de mi respeto por el escritor y el reconocimiento, admiración y sincero interés en su trabajo. Él, desbordante y exagerado como siempre, al día siguiente me respondió: “Me siento lleno de alegría y agradecimiento de que hayas leído “Los jardines de Isham”. A veces he llegado a pensar que escribí esa obra solamente para un lector llamado Juan Lara. Se me ha ocurrido
muchas veces que si nadie más en el mundo la leyera, no importaría, porque ya la ha leído la única persona que creo que pudo haberse interesado de verdad en esas historias tan sórdidas y pudo haberlas comprendido en toda su profundidad.” A los pocos días le escribí diciéndole que los libros terminaban por encontrar a su lector, inclusive sin necesidad de ser publicados y que éste encontró en mí al suyo porque encerraba muchos significados que me hablaban directamente al centro de mi entendimiento y de mis recuerdos, porque reunía con coherencia una suma de obras que nacieron sueltas pero en medio de un ambiente que las traspasaba, porque había hecho también sorprendentes hallazgos ya que encontré en esas páginas muchas coincidencias con mis trabajos de esas mismas décadas y con la visión que en estos momentos tenía sobre un conjunto de escritos míos que aunque surgieron con independencia terminaron reuniéndose para dar paso a una obra compleja. Por esos mismos días, Héctor Peña, le escribió a Alfredo para decirle que estábamos trabajando en el número 16 de la revista “Escarabeo” y para invitarlo a participar en esta edición que sería doble, dada su larga ausencia del mundo editorial, bien fuera con un texto alusivo a los cincuenta años de la puesta en circulación en los quioscos de Buenos aires de “Cien años de soledad”, o sobre alguna novela que indagara en la literatura de formación o de iniciación, y en últimas, si no tenía tiempo para ninguna de esas opciones, con el cuento incluido en la antología de la diáspora que se lanzaría en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Alfredo aceptó el ofrecimiento y agregó que se le ocurría que publicáramos también una nota mía que yo estaba escribiendo
y que me había pedido que leyera en la presentación de la antología. n este marco de hechos, de mensajes y de lecturas que se dieron en los primeros meses de este año, nacieron las consideraciones de este editor improvisado. Comencé leyendo un cuento y terminé estudiando y analizando todos los componentes de una novela. Cuando leí el cuento, que en un comienzo se llamaba “La perfumada agonía de Khalil” y que finalmente se llamó “El canto del cisne”, no por capricho estético sino a partir de unas consideraciones e investigaciones en las que nos embarcamos, mis comentarios en su mayoría se circunscribieron a sugerir alternativas a la redacción de algunas frases e inclusive de algunos párrafos, o a proponerle al autor que introdujera algún tipo de reflexión en el discurso o en la mente del memorioso agonizante. Algunas de estas opiniones fueron aceptadas con generosidad por el autor y otras fueron obviadas. Sin embargo, quiero referir un episodio de nuestro trabajo común para que se perciba la manera como abordamos algunos detalles del cuento. Una de mis observaciones acerca de una escena crucial y determinante de todo el sentido de la historia, que está en el comienzo, se refiere al instante en que el anciano Khalil comienza a morir mientras se le agolpan los recuerdos. Mi comentario mereció la atención especial de Alfredo. De manera muy breve, le dije al respecto que la lucidez que emerge justo antes de morir, no podía seguir a la agonía sino que era parte de ella. No estuvimos de acuerdo al respecto. Alfredo me dijo que médicamente el concepto no existía y que se trataba de un fenómeno denominado “mejoría de la muerte”, “pseudorecuperación”, “aura premortum”, o “canto del cisne” y, acerca de esta úl-
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tima expresión, recordó la anécdota fabulosa atribuida a Virgilio según la cual el poeta habría escrito que el cisne, aunque nunca canta, justo antes de morir emite un sonido precioso. Opinaba que esa pseudorecuperación, en la que ya no había dolor ni confusión, daba por terminada la agonía y era una antesala clara de la paz de la muerte, y que en su visión poética y filosófica la agonía marcaba el final de la vida y el “canto del cisne” marcaba el comienzo de la muerte. Nuestra diferencia de opiniones vino a zanjarla Colombia, la esposa de Alfredo, con una juiciosa aportación al tema. En síntesis, nos dijo que en el campo médico la agonía comprendía el “canto del cisne”, ese momento que es como la antesala a la expiración y que aunque la ciencia aún no se explicara por qué se producía, sucedía realmente y lo sabían quienes han tenido que trabajar en los llamados “Hospice”, esos lugares/clínicas adonde se remiten los enfermos terminales, pues aunque pareciera imposible que alguien que está a punto de morir y que se encuentra agonizando pudiera recobrar la lucidez o pareciera alucinar, así sucedía, y ya luego venían los estertores de la muerte y finalmente la expiración. Una buena explicación, clara, concreta, sin divagaciones. Algo diferente sucedió con el proceso de lectura y edición de la novela “Los jardines de Isham”. La labor que sobre el libro completo me encomendó Alfredo, la emprendí a tientas y poco a poco fui encontrando el rumbo que exigía este trabajo. Sabía que era necesario que me ocupara desde el nivel básico de la redacción y de los elementos gramaticales y ortográficos del texto, pero también era necesario que me extendiera y me arriesgara a ir en búsqueda del sentido de la estructura especial que el autor le quiso dar a 2017
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su obra, que percibiera el significado de los contenidos singulares que narraban las diferentes historias, separadas entre sí, y que comprendiera la necesidad de que se encadenaran en una trama secuencial con una coherencia interna conjugando los diferentes tiempos de la historia en los que discurren protagonistas y personajes, de lo cual surgía una trazabilidad necesaria que enlazaba, de manera sorprendente, con el propio sentido que le aportaba el hecho de saber, en todo momento, que me encontraba ante la escritura de un libro que se erigió como tal de manera indeliberada pero sostenida a lo largo de treinta años. El trabajo de lectura resultó enriquecedor y emocionante, pero sobre todo fue revelador de una manera de escribir y de reescribir llevada con habilidad y arte hasta sus posibilidades extremas para encontrar y rescatar la unidad viviente de un conjunto de textos en apariencia independientes y aislados unos de otros. Fue la oportunidad de comprender, como lo había intuido en anteriores ocasiones con otros autores, que un escritor siempre está escribiendo un solo libro y que debe estar en todo momento en plena posesión de sus facultades, en obediencia lúcida a los dictados de su más íntima intuición y en el dominio completo de los materiales que ha escogido para conformar su universo y poder decir cómo lo concibe y en qué consiste su naturaleza. is notas de lectura para la edición de “Los jardines de Isham” darían una idea aproximada de a qué me refería cuando dije que algo diferente sucedió en este proceso. Sin embargo, dos razones aconsejan que no las dé a conocer. La primera, es que resultarían confusas para el lector que no tiene como referencia el texto original al cual se refieren; la segunda, porque aun
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si el lector tuviera frente a sus ojos el fragmento comentado, tampoco comprendería el asunto de esas notas porque el autor acogió la sugerencia y cambió el texto original. Además de todas estas circunstancias exteriores que rodearon la escritura y la edición de “Los jardines de Isham” y de avanzar algo acerca del género en el que se inscribe como libro, cuando ingresemos a sus páginas y nos asomemos a los impresionantes escenarios de un mundo enrarecido en el que los personajes merodean, encontrándose y desapareciendo, caminando por calles desoladas y viviendo en casonas vetustas, oficiando sus rituales anómalos en un bar que fulge en la noche sórdida como un círculo infernal, aprenderemos a observar la rutinaria y a la vez anormal rueda de la vida de algunos sujetos desahuciados que refieren o rememoran o protagonizan unas historias sórdidas y crueles, semejantes a muchas que pasan frente a nuestras miradas acostumbradas en los noticieros o en las páginas rojas de los diarios. Mi intención no es reseñar el cuento ni el libro, aunque me haya referido a ambos. El propio autor describió las circunstancias en las que los escribió cuando le dijo a Héctor Peña que el cuento que le enviaba, “El canto del cisne”, para publicarse en este número de la revista “Escarabeo”, era tal vez el único de los cuentos que él no conocía de la obra a la que pertenece, “Los jardines de Isham”, debido a que los otros los pudo leer en Nueva York 25 años atrás y que, además, la novela es casi el resultado de una iniciativa suya, cuando en esa época él le sugirió que ampliara lo que tenía escrito, ya fuera con otros cuentos o creando el contexto donde todas esas historias tuvieran lugar. Y eso fue lo que finalmente hizo, una novela que narra la vida alucinante
de un cuentista en Nueva York, El Restaurador, que quizás sea la trasmutación idealizada y fantasmal del propio autor que ahora la firma. El cuento es un trabajo que puede ser leído como un texto autónomo, pero además es un fragmento de la novela y, por último, también debe considerarse como parte de la obra colectiva “20 narradores colombianos en USA – Literatura de la diáspora colombiana en Estados Unidos”, presentada en la FILBO 2017 por su compilador y editor Eduardo Márceles Daconte, la cual, a su vez, es una secuela de otra antología publicada por él bajo el sello editorial del Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, en 1993, en la colección que dirigió el escritor Óscar Collazos y que reunió a varios escritores “de la diáspora”, como él los llamó. Sobre estas publicaciones antológicas, Alfredo Arango opina que reunir a escritores que se han perdido en el anonimato propio de quienes emigran de su patria e inmigran a mundos con otras culturas y otras lenguas distintas, es asombroso. Todo inmigrante en Estados Unidos experimenta un “choque cultural”, ese trauma que resulta de la pérdida simultánea de la patria, la familia, los amigos, el idioma, la seguridad que da el poderse mover cómodamente manejando los referentes culturales conocidos. Para el escritor migrante este fenómeno puede ser crítico, pero también enriquecedor. Él lo llama el “Efecto Marco Polo”: la posibilidad de vivir en otro mundo combinada con la rara capacidad de poder describirlo y contrastarlo con el mundo anterior que aunque se ha perdido siempre permanece.
CUENTOS
El canto del cisne* Por Alfredo Arango
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iel a la promesa que el predicador Mickie Carlson hizo a su querido amigo Khalil cuando éste le expresó su última voluntad, junto a su lecho de muerte en ese sobrio apartamento de los Jardines de Isham puso hojas de lima de Kaffir en una esencia etérea de raíz Angélica, que vertió en un pebetero de porcelana blanca encendido. El viejo fabricante y vendedor de aceites esenciales quería irse de este mundo aspirando ese perfume exquisito, que le recordaba el olor de su adorada y difunta esposa. Sin embargo, al final de una delirante agonía, en un último raptus de plácida lucidez, fue a sus amados
Por Falena Deshawn
hijos a quienes el moribundo tuvo clarísimos en la mente. Según insistió, los cinco eran tan diferentes entre sí como los dedos de la mano con que antes se agarraba al colchón para ahuyentar el vértigo, que junto con el dolor y los estertores desaparecieron como por encanto. El anciano recordó anécdotas muy peculiares de cada uno de ellos. El hijo mayor fue maestro de ciencias en un pueblo donde se quedó para siempre tras abandonar el hogar paterno. El educador dedicó su vida a enseñar a cientos de pupilos las verdades que en su momento creía ciertas, como habían hecho otros maestros anteriores a él. Su gran fascinación pedagógica fue la experiencia directa manipulando la
naturaleza, diseccionando animales prolijamente hasta desentrañar los secretos anatómicos que los animaban, los cuales se revelaban ante los ojos atónitos de sus estudiantes. Sin embargo, ya jubilado de la cátedra, lejos del bullicio de las clases, en el silencio de su retiro, pasaba las tardes tumbado en una perezosa midiendo el horizonte, y las noches en su cama con los ojos abiertos, sin poder dormir tranquilo, pues lo atormentaban pesadillas en las que lo perseguían el aleteo apagado de mariposas asfixiadas y el croar adolorido de sapos destripados durante mucho tiempo. El segundo hijo de Khalil era un ermitaño aficionado a las palomas mensajeras. Lo maravillaba la delicadeza de tales aves y la fidelidad que las hacía regresar a casa, aunque cada vez las soltara más lejos. De esa manera las probaba. Medía la fidelidad de sus aladas criaturas según el orden en que regresaran. A las que llegaban primero, las consideraba muy fieles y las premiaba generosamente con más granos de comida; mientras que a una en particular que solía llegar de última, le achacaba ser menos fiel y la castigaba dándole poco alimento. Khalil recordaba bien que un día su hijo se fue muy lejos para soltar sus palomas y al volver a su hogar, comprobó que la mayoría de sus aves había regresado, excepto la que solía llegar tarde. El palomero la esperó durante horas y días, hasta que se convenció de que esa paloma lo había traicionado, que finalmente había aprovechado su libertad para escapar. Tres días después de que el hombre llegara a esa conclusión, la paloma que faltaba regresó a casa, caminando y con una de sus alas rota de una pedrada. 2017
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El tercer hijo de Khalil era hipnotizador en tierras lejanas adonde se fue a buscar suerte. En su carpa cada noche sonreía a su público con una mueca enigmática gritando: –Para concluir nuestro acto, ¿qué tal un poco de música? ¿Alguien sabe tocar algún instrumento? La gente quedaba pasmada, nadie levantaba la mano. –Veamos quién tiene cara de músico –agregaba él amainando con una mano la luz que lo iluminaba, para poder distinguir los rostros en la oscuridad. Entre el temeroso público escogía a dos hombres y a una mujer, que juraban no tener idea de cómo tocar un instrumento. Los elegidos se resistían. Él pedía a la audiencia que aplaudiera para animarlos. Por fin, avergonzados se paraban y caminaban hasta el escenario, donde él tenía dispuestos tres asientos; sobre uno de ellos había una mandolina, en otro un violín y en el tercero una pandereta. Él acomodaba a los tres voluntarios de diferentes maneras, haciéndolos sentar y parar varias veces e intercambiar entre ellos los instrumentos. La gente reía. Finalmente, uno de los hombres quedaba con la mandolina, el otro con el violín y la mujer con la pandereta. El hipnotizador ponía sus manos sobre la cabeza de cada uno y con movimientos circulares y suaves les repetía con voz arrulladora que entrarían en un sueño profundo, se despojarían de la voluntad y serían capaces de interpretar una hermosa pieza musical. Los voluntarios cerraban los ojos y se abandonaban a la inducción mágica. A una orden del hipnotizador, el hombre con la mandolina comenzaba a rasgar sus cuerdas torpemente, sin lograr ningún acorde. Luego, ante las instrucciones del 88
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prestidigitador, el hombre iba hallando un ritmo contagioso, que el público comenzaba a seguir con aplausos compasados. Luego, a una señal del improvisado director, el hombre del violín arrancaba a su instrumento notas sublimes. Entonces, sonaba la pandereta, infundiendo con sus ferreñas un tono festivo a la música. La mujer se paraba y comenzaba a danzar con movimientos delicados, su elástico cuerpo amoldándose armonioso a la música que sus manos marcaban con las sonajas de su tamborín. Los músicos aumentaban la velocidad hasta conseguir un vertiginoso tempo de czardas. Del cuerpo de la mujer emanaba una sensualidad impulsiva, danzando con la cintura y el vientre, girando y moviendo su cabello en grandes circunferencias. Ante el entusiasmo de aquella interpretación, el público se paraba y cada quien, desde su lugar, aplaudía y silbaba al ritmo de la melodía que salía de aquella carpa y atravesaba la oscura soledad de la noche. De repente, en el clímax de la emoción, la canción terminaba y todo quedaba en silencio. Los hipnotizados abrían los ojos saliendo de su trance. La mujer se quedaba mirando alrededor y al verse en una posición truculenta, se tapaba la cara y echaba a correr. El hipnotizador hacía una venia de agradecimiento y el público salía de la carpa encantado como siempre. uando la carpa quedaba vacía y en penumbra, los dos hombres y la mujer regresaban por su pago. El cuarto hijo de Khalil decidió seguir la carrera de las armas, distinguiéndose por su entrega y su valor. Esas cualidades le permitieron a temprana edad llegar al rango de Capitán. Era muy conocido el suceso ocurrido durante una cruenta
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batalla, en la cual el joven Capitán aguzó la mirada y vio por la ventana venir a sus enemigos, cuyos sables brillaban con el sol de la mañana, que ya acariciaba la región con su toque dorado y tibio. Sabía que él y sus escasos camaradas peleando no podrían impedir que sus contrarios se tomaran aquel decisivo depósito de pertrechos; sin embargo, se echó el gorro hacia atrás y con un tabaco entre los dientes sonrió, satisfecho de comprobar la ingenuidad de sus enemigos, que creían logrado su objetivo. El conocía una forma ingeniosa de frustrar sus planes. Se aseguró de que los hombres bajo su mando huyeran, diciéndoles lo que se disponía a hacer; se sentó en el piso recostado a una caja de explosivos y esperó. Cuando sintió las pisadas de los invasores al otro lado de la ventana, sereno en medio de aquel polvorín, dijo en voz baja para no espantarlos, casi en un susurro: “Viva la patria”, y acercó la lumbre del tabaco humeante a la mecha muy corta que colgaba de un barril de pólvora. Nadie estuvo allí para verlo, pero esa fue la historia que llegó a los oídos del acongojado padre y que ahora relataba entre lágrimas. El quinto retoño de Khalil había sido hembra. Como los Generales de ese país tenían establecido enviar a la guerra no sólo a los hombres sino también a las mujeres, cuando la joven cumplió su mayoría de edad la reclutaron, le pusieron uniforme y la entrenaron en las artes oscuras y sangrientas del combate y la muerte, aunque ella ya tenía un hijo de 10 meses de nacido. Cierto día, a la cocina de la barraca donde la tenían trabajando, le llegó una orden terminante: tendría que irse a combatir al otro lado del mundo.
Llegado el día señalado para la partida, parada entre una multitud en pleno muelle, la muchacha vio con gran angustia zarpar el barco en el cual ella tenía la obligación de viajar al lejano frente de batalla. La hija de Khalil salió del puerto lentamente, con los ojos llenos de lágrimas, pues sabía que el peso de la ley se le vendría encima para aplastarla por haber desobedecido la orden de partir. Caminando despacio, regresó a su casa. Marido no tenía; su madre, abuelas y tías ya habían muerto, su padre andaba en tierras lejanas haciendo negocios, y los tres hermanos que le quedaban vivos también se habían desparramado por el mundo, así que ella no tenía a nadie de confianza con quién dejar a su pequeño hijo. La única solución que su Comandante le dio fue regalarlo a amigos para que otras personas se lo criaran. Abrazada a su hijito, que era su único tesoro, la joven madre esperó a los guardias, quienes llegaron dos días después a arrestarla. Prisionera en una fortaleza a la orilla del mar, viendo por entre los barrotes de la ventana de su celda los
barcos que atravesaban el horizonte cargados de hombres y mujeres que iban a pelear en la guerra, la joven madre sonreía con alivio por su misión cumplida, pues se sentía cerca de su bebé, donde fuera que las autoridades se lo tuvieran. Así con ese acto de entrega materna y sacrificio total recordó Khalil a su única hija en esos momentos postreros. Sumido en el lecho en que aguardaba la muerte ya tan cercana, la mirada dulcificada y perdida, con una mano iba contando en sus dedos arrugados, torcidos y agarrotados a cada uno de sus cinco hijos; y cuando llegaba al quinto, comenzaba de nuevo con el primero, como si rezara con un misbaha de sólo cinco cuentas, cíclico, infinito, repitiendo su conteo como un mantra, como una cadena de invocaciones que se dicen antes de un gran sacrificio. Jugaba con esos recuerdos en su mente repasándolos uno tras otro obsesivamente. Ese correr del agua en el arroyo de la memoria le lavaba el dolor de sus viejas heridas y le aclaraba el camino oscurecido por la vejez y la enfermedad. La madre de sus hijos no afloró en la memoria senil de Khalil, o por lo menos no la mencionaron sus labios resecos en ese último trance. Alguna vez aseguró a sus más íntimos amigos en Los Jardines de Isham que esa mujer era de una belleza y una bondad asombrosas y que la adoró por sobre todas las cosas, pero cuando ella partió de este mundo la tuvo que borrar de su mente para juntar fuerzas y poder seguir viviendo sin ella. Ahora, en aquel ambiente enaltecido por el aroma sublime que emanaba del pebetero, quizás podría reencontrarla. El predicador sospechó que quizás esa esperanza fuera la que le permitía a su amigo expirar en me-
dio de la más clara placidez, pues el moribundo había pasado de un estado muy penoso a otro de un verdadero éxtasis; y fue claro para Carlson en este instante que la agonía marcaba realmente el final de la vida en este “valle de lágrimas”, y ese éxtasis premortum conocido como “canto del cisne” abría las puertas al paraíso de la muerte. Así, una noche de invierno en Nueva York, con el “Predestinado” a su lado, partió el perfumero Khalil. Las diferentes religiones que los inspiraban no lograron romper el lazo que los unió hasta el final. Si ambos tenían razón en cuanto a la existencia del más allá, seguramente ellos dos también se volverían a ver, pensó el religioso. * Este cuento hace parte de la novela Los jardines de Isham
Alfredo Arango: Escritor, periodista, educador y abogado caleño. Ha trabajado como columnista, redactor y editor para los periódicos New York Newsday, El Diario La Prensa y Noticias del Mundo, en Nueva York; y para El Nuevo Herald, la cadena de televisión Univisión, y la revista People en Español, en Miami. Infructuoso Mendoza (novela), en Miami, Autor de la novela En tierra derecha (Rodriguez quito editores, Bogotá, 2008), coautor, con Juan Lara, de la novela La perniciosa incertidumbre de Fermin Donaire (Editorial Planeta y Editorial Puente Levadizo Bogotá, 2010). 2017
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CUENTOS Los olvidados
DOS VECES LA MUERTE Por Ramiro Cárdenas
Ramiro Cárdenas ganó a los 25 años en el año 1951 el concurso Espiral de cuento con su libro Dos veces la muerte y otros cuentos. En 1955 en el número dos de la revista Mito se publicó un cuento sobre su experiencia como juez municipal. Después no se volvió a saber de su vida y sus escritos cuando prometía llegar a ser uno de los grandes escritores colombianos.Escarabeo inaugura con este autor su sección Los olvidados
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icolás no tenía miedo. Se había sumergido tantas veces. Sin duda esta no alteraría sus anteriores experiencias. Así lo creía él. Sin embargo, el ritmo sostenido de su sangre difería –y mucho– de esta su aparente serenidad. Descendía lentamente. Sin prisa. Le molestaba, sí, la quietud horizontal del agua. Toda su vida había jurado que era azul. Ahora sabía que no era así. Gris. Siempre gris, como el color de sus sueños y el matiz indefinido de los ojos de Yumei. Ahora que el sol, pegado a la pulida superficie de la escafandra se fugaba hacia lo oscuro, se perdía para él la claridad y con ella llegaba la angustia. Como una rata se asomaba furtiva y silenciosa a la colmena de su cerebro. Siempre tenía miedo de tener miedo. Y ahora más que nunca, ese temor infinito pesaba sobre sus hombros, como si llevara el mundo a su espalda. Toda su vida estaba allí, empujándolo cada vez más hacia lo hondo. Esa escafandra ya hacía parte de su vida. Como si fuese un órgano vital —su estómago quizá– del cual no podría separarse sino con la muerte. La quería así. Con su moho dorado y sus junturas metálicas repletas de
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sal. Y el agua… casi podría decir que la amaba. Se había habituado tanto a ella, que si tuviera escamas, podría ser el hermanito menor de las sirenas. Más allá de su frente giraban muchos peces. No podría decir cuántos. Tampoco sabía decir sus nombres. Pero lo miraban insistentes con sus ojos circulares repletos de asombro. Como si él fuera algo exótico, capaz de quebrar la inmutable serenidad del agua. Sabía que no. Si así fuera, tal vez Yumei lo habría soportado… ¿Yumei?… Su nombre había llegado con pasmosa exactitud. ¿Había dicho su nombre? Se resistía a creerlo. No. No lo había dicho. Tal vez solo era el comienzo de la fuga de su alma destrozada. Su razón trataba inútilmente de calmar su espíritu estrangulado. Pero la duda, implacable, se abría paso lentamente, alterando el pulso de su angustia. Tenía que ser ahora. Justamente cuando las ideas se desgajaban tan fácilmente de su cerebro. Cuando surgían rectas y delgadas como un surtidor, tenía que llegar ella con su haz de recuerdos. Su nombre se filtraba por el centro de su angustia, ciñendo la cintura de sus pensamientos. Se le enroscaban en el sexo, en las piernas, hasta en la punta
de la lengua. Implacables. No podía más. Un río de cansancio reptaba por sus muslos. Ascendía trabajosamente hasta su corazón, para regarse luego por la curva oscilante del vientre. Doblegaba sus miembros, enhiestos en su agresiva rigidez. Los sentía pesados, inmensos. Como si llevase la gravedad atada a sus tobillos. Allá muy lejos se moría la ruta interminable de los peces. No cesaban de mirarlo. Ya empezaba a fastidiarlo esa absurda curiosidad. Como si él no fuera como ellos. Súbitamente el sobresalto quebró la superficie de esa somnolencia arbitraria que lo envolvía. Incontenible, desbocado, trepaba por el árbol de sus arterias hasta llegar jadeante a su corazón. Le dolía el cráneo. Un dolor inmenso le golpeaba las sienes. Sí. Lo tenía allí, descuajándole de raíz el centro de la vida. Como un pesado martinete, macerándole los huesos. Tal vez el conducto del aire… Debía ser. Si no, ¿por qué esa extraña presión que casi le cercenaba el tronco? Un vaho tibio y viscoso le empapaba la frente. Impensadamente sus manos se detuvieron en el rostro. Las sentía anchas e inmensas. Como palas. Su cara
rugosa y morena permanecía helada. Inalterable. Hasta pálida estaría. ¿Sería asfixia? Solo un instante, un décimo de segundo quizá, lo alarmó esta nueva forma de su tortura. La dejó pasar como tantas otras. Sin embargo, persistía en girar en la intrincada red de su cerebro. Lo iba a trastornar… Sí… Podría asfixiarse. Él lo sabía muy bien. Y sería por culpa de ellos. ¿Por qué había de ser él? Sí, debían buscar a otro. ¡Como si no hubiera más! Con matemática exactitud lo escogían a él. ¡Maldita sea! La protesta adquiría forma en su mente elemental materializándose en la imprecación. Ahora estaba más tranquilo. La lasitud se apoderaba de él. Invadía la estructura liviana de su cuerpo con un vaho grueso y ancho. Las fibras musculares se aflojaron cansadas. Una turbia marejada de sangre tiñó su retina. Le abrasaba el rostro. Debía tenerlo encarnado. De repente, sintió necesidad de mirarse. De contemplarse en algo que le devolviera las líneas deshechas de su cuerpo. Ese molde orgánico, material y tangible, donde había habitado su vida y que ahora se desintegraba molido por la asfixia. Sus ojos se llenaron de niebla. Lejos, muy distante, percibió algo que se movía. Crecía. Aumentaba de diámetro. Y con extraños apéndices en continuo movimiento. Como aspas de molino. ¿El pulpo quizá? Podría ser. ¿No estaba acaso en su ancha comarca, en la entraña del océano? Sentía deseos de mirarse en su único ojo. De verse su cara abotagada. … No… Allí no. Hasta tanto Yumei no abandonara el marco de la órbita. Otra vez ella. Venía a atravesarse en su vida. En todas partes, hasta en las encrucijadas de esta su primera muerte. La veía allí, sentada en el borde del párpado. Oscilante al impulso de sus flancos de brea. Sí. Era ella… Si hasta oía su voz, destrenzándose en una carcajada. Cálida, insinuante, cargada de promesas inéditas. Cabría en un caracol. ¿Estaría su voz hecha a la medida de los caracoles?…
Dario Golab
CUENTOS
Los segundos salían presurosos al encuentro de la muerte, llevándolo a él cogido de la mano. Se lo llevaban definitivamente. Algo le hurgaba la garganta. ¿Las letras de su maldito nombre de Geisha?… Tenía la boca abierta. Todo el mar se le metió por allí, ahogando las palabras. Ahora lo sabía todo. Palpaba la inmensa verdad. Moriría ahogado. La escafandra no era sino una creación de su cerebro alucinado. Tal vez esta seguridad había detenido el itinerario de la muerte. La muerte… ¿Tendría la muerte la exacta estatura de Yumei?… Tampoco le importaba, ahora que lo recordaba todo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?… ¿Pero antes de qué? Sí, de la bofetada. Un mestizo, un simple marinero, no puede mirar las mujeres rubias de los oficiales. Si al menos fuera blanco… ¡Pero si todo estaba muy claro! Por eso le dolía el mentón. Un frío inmenso, atroz, destrozaba su epidermis desnuda. Las manos torpes, agónicas quisieron detener la asfixia. Ya el gas carbónico aplanaba su torso. Iba a explotar. Yumei… Yum… Las palabras giraban locas, desarticuladas, sin ninguna unidad. Su cabeza se dobló vencida integralmente. No resistía más. Ahora su cuerpo flotaría sin rumbo. Hasta encontrar ese alivio que había deseado siempre, en el limo generoso. Sí. Así debía ser. Pero no moriría
definitivamente porque sus huesos cargados de fósforo, animarían nuevas formas del proceso orgánico. Así estaría en las algas, en los peces, hasta en los ojos del pulpo. El mar se teñía de rojo. Ya no era gris. Veía al color rojo desplazando al otro. Al gris. ¿Por qué veía eso? ¿Luego no estaba muerto? Débilmente, en un arranque supremo de su voluntad movió la cabeza… Un gruñido ronco despegó sus labios… Veía el tronco separado de su cráneo. Si hasta contemplaba el haz apretado de sus nervios, flotando libremente como sus pensamientos. Y las venas, sueltas como banderas desplegadas. Sembrando en el agua la semilla de su sangre. Sí, el mar se teñía de rojo. Su cerebro se resistía a admitir esta extraña realidad. Pero estaba muerto. Hasta los peces, le gritaban desde más allá del tiempo, que se había divorciado de la vida. Lo aplastaba esta inmensa verdad. La otra era su cerebro que insistía en vivir, que no quería morirse, mientras su cuerpo era pasto de los peces. Sus labios amoratados se arrugaron en un rictus doloroso que pretendía ser sonrisa. ¿Qué más podía hacer, si solo había muerto su segunda mitad? Los peces diminutos se acercaron por millares. A mirarlo tal vez. A reírse de su ridícula muerte… No… No era a mirarlo. Iban a devorarlo. Así era mejor… Mucho mejor. La esperanza florecía en las puntas de sus nervios. Llegaba el final. Voraces, insaciables, los animales se metían por su agujero occipital. Sentía las dentelladas desgarrándole la gelatina del cerebro. Entraban innumerables v constantes, con desesperante exactitud. ¡Si acabaran pronto! Engullían rápidamente. Ya no quedaba sino un hemisferio. Como langostas. Ya no podía pensar. Cada dentellada era una idea que se iba para no regresar. Ahora solo restaba la hipófisis. La niebla definitiva, llenó el casco vacío. Un último dolor le descuajó el centro de la vida. Ese hito doloroso que parcelaba la superficie amarga 2017
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de su vida del dulce territorio de la muerte, había desaparecido. Iba al encuentro de un mundo mejor. Sí. Ahora sí podía ser el hermano menor de la linfa inmemorial. Definitivamente. Para siempre. EL REGRESO La sombra del recuerdo enturbió los pensamientos de Manuel Solano y detuvo el caballo. Otra] vez estaba en la boca del valle. Como un huracán todas las escenas de su vida giraban en ese instante en su mente conturbada por la presencia de la tierra. Imágenes y nombres de lugares y personas, volvieron a unirse, a entrelazarse en su memoria para reconstruir ese trozo de vida que había sido su niñez, también su adolescencia, y que ahora sin saber por qué en lugar de producirle alegría le dejaba en los labios un amargo sabor. Más allá el valle, más acá un hombre solo que regresa. Eso era él, pensó, y una ola de tristeza se desbocó en su interior. En ese instante hubiera querido no pensar en nada ni en nadie porque le dolía su propia vida. Miró distraído hacia adelante y sólo vio un gallinazo volando muy bajo sobre la hondonada selvosa. Igual que en la frontera —pensó— buscando muertos. Y sin quererlo volvió a reaparecer en su retina el rostro bronco y anguloso del teniente cuando gritaba “fuego, duro con ellos” y la mirada agónica del chofer con las entrañas rotas por el fuego rasante de la ametralladora y el rostro ingenuo de ese estudiante del liceo que con el pelo sobre los ojos no alcanzó a gritar porque las palabras se le estrangularon entre la boca, cuando un disparo le regó los sesos sobre la calle. Y los otros, todos esos hombres del pueblo, que cayeron hacia adelante, confundidos en la misma fiesta de la muerte. Los vio a todos, acostados en la tierra, con los labios resecos y los brazos abiertos, de cara al sol, salpicados de lodo, muertos, destripados por las balas y una mueca de asco saltó al rostro moreno de Ma92
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nuel Solano. Horrorizado, rechazó la sombría visión que destruía su tranquilidad. Yo no tuve la culpa. Tuve que cumplir órdenes. Esa es la milicia, musitó amargado sin poder recobrar su equilibrio interior. Además yo disparé al montón, concluyó para darse ánimos. Sin embargo, el recuerdo sangriento no se alejaba de su vida, persistía en torturarla. Por más que deseaba olvidar seguía viendo la imagen del chofer, tumbado en plena vía con las manos en el vientre para atajar los intestinos destrozados. En vano su conciencia se retorcía deseosa de encontrar una excusa, un atenuante que justificara sus actos esa tarde trágica, pero cada vez que trataba de sincerarse volvía a ver el rostro del hombre del overol azul, con la boca llena de tierra que lo miraba desde más allá de la muerte. Y si no era él, eran otros rostros, miles de rostros desconocidos antes pero que ya no olvidaría jamás, que no podría olvidar nunca porque él había ayudado a matarlos. Y Manuel Solano sintió el peso del remordimiento oprimiéndole el corazón. Miró hacía el valle, apuró el caballo y enrumbó por el atajo, deseoso de zafarse de estas dolorosas evocaciones que lo hacían sentirse más solo que el paisaje mismo pero la voz del guía lo hizo detener. —Por ahí no, don Manuel. —Pero si es el camino más corto para llegar al Robledal. —Puede ser, pero no siga por ahí… yo sabré por qué se lo digo. Manuel frenó su caballo y se quedó mirando al guía con ojos inquisidores. —Bueno, pero diga por qué —le dijo impaciente. El guía lo miró receloso y sin decirle nada cogió el caballo de la brida y lo dirigió hacia el camino real, pero Manuel se resistió a seguirlo. —No, primero me vas a decir por qué no seguimos por el atajo —e hizo volver el caballo hacia el sendero que habían desechado. El guía hizo un gesto malhumorado y le replicó:
—Está bien. Entonces sigamos por ahí. Y sin agregar nada más echó a andar detrás del otro. Manuel Solano tomó el atajo pensativo. Acababa de llegar y ya empezaba a tener problemas que no esperaba encontrar. No se explicaba la reserva de Antonio, el guía que tan efusivo se mostrara cuando lo recibió en la estación del ferrocarril después de cinco años de ausencia. Manuel marchaba preocupado, el paso de su caballo, sin la menor intención de apurarse. Estaba intrigado porque no comprendía la razón de los temores y la reticencia del guía. Le parecía que todo había cambiado, que ya nada era igual a lo que él había dejado antes. ¿O sería él quien había evolucionado? La pregunta se quedó sin respuesta y nuevamente la tristeza vino hasta su corazón junto con las imágenes de las ciudades que había visitado por cuestiones del servicio. “La tercera compañía del Batallón 20 sale para el Norte en comisión de orden público”. Él ya sabía lo que eso significaba. Orden público, igual muertos. Era una igualdad perfecta, matemática y sonrió queriendo olvidar. Sí. Tenía que reconocerlo. Él había cambiado. Ya ni a sus antiguos compañeros de infancia les inspiraba confianza. “Sólo la tierra no cambia”, le había dicho su padre antes de irse para el cuartel. Y ahora parecía que su padre tenía razón. En lugar de sentir alegría, Manuel Solano experimentaba extrañas sensaciones a la vista de los lugares que antes amara y que ahora le parecían indiferentes. Pensó en la ciudad, en sus cafés repletos de seres anónimos y en la inmensa multitud desconocida, lejana a él mismo, que se movía como un gusano ondulante y se acordó también de la camarera del Cuerno de Oro con quien se había acostado la víspera de su viaje. Volvió a sonreír y aguijoneó el caballo. Atravesó la quebrada y de repente se detuvo, tenso el cuerpo y los ojos muy abiertos. Las tierras calcinadas y resecas se abrieron de golpe ante su vista asombrada. Extendidas has-
ta donde alcanzaban los ojos, como una inmensa sábana oscura y desierta, manchada de vez en cuando por los restos de una casa abandonada, o los huesos de hombres y animales retorcidos y cubiertos de musgo como una caricatura de la muerte. Nada quedaba sobre la superficie fuera de unas toscas cruces elaboradas con restos del incendio. Manuel quedó quieto, sin decir nada, y sintió una pena inmensa que le destrozaba el corazón, y que le roía el alma dolorida. No quiso preguntar nada pero lo intuyó todo. Por eso Antonio se había opuesto a que pasaran por el atajo que conducía al Robledal. ¿Entonces era mentira lo que decían los boletines oficiales? Manuel Solano se resistía a creerlo, a aceptar esta dura verdad. Sí. Lo habían engañado mientras él también disparaba sin saberlo contra gentes como estas de las cuales apenas quedaban los huesos hundidos en la tierra. Y buscó en su memoria los nombres de los amigos muertos y trató de reconstruir el pequeño paisaje donde ellos habían vivido antes. En vano. Sólo la extensa planicie chamuscada, huérfana de vida. Estaban muertos. Muertos como el chofer al que se le habían regado los intestinos en la calle o el estudiante que no alcanzó a gritar porque una bala le marchitó su generoso intento. Completamente anonadado, azotado por el dolor, apenas pudo preguntar con voz que le pareció que no era la suya: —¿Todo esto lo hicieron ellos? —El tono de su voz era seco, cortante. —Todo, don Manuel… Y eso que usted no sabe… Manuel estaba absorto, ausente de sí mismo. Pensaba en sus padres, en el Robledal, en todo lo que antes era suyo. Como Antonio callara volvió a interrogarlo. —Pero papá y mamá… —Un sollozo contenido le ahogó las palabras. —Afortunadamente esa noche estaban en la otra finca. Si no también los matan.
Manuel descansó. Se sentía mejor. —Bueno, ¿pero por qué hacen todo esto? —Inquirió otra vez. —Pues porque no éramos de los mismos, sería… –Respondió Antonio. Luego agregó: —Aquí no habíamos hecho nada. Trabajar, lo único, y vivir en paz, pero luego como no fuimos a votar empezaron a poner presos a los que iban al mercado y a darles golpes y entonces no volvimos al pueblo… Para lo que sacamos. De nada nos valió. Cuando mataron al viejo Pablo, ahí sí que fue cierto. Después… Mejor será contar las cruces del camino. Manuel Solano continuaba callado, atento al trágico relato de Antonio y temblaba de ira porque sabía que todo eso era cierto. Lo veían sus ojos. Además conocía a sus paisanos, su vida, su historia. Gente buena y humilde que había pagado caro su humildad. Volvió a acordarse de los muertos del día de la huelga y un estremecimiento lo sacudió en la silla. Al menos esos que él ayudó a matar, tuvieron el valor de rebelarse, de gritar su inconformidad —pensó amargado—, pero éstos, ¿qué habían hecho éstos que ahora estaban muertos o despojados? Su cerebro se negó a darle alguna explicación satisfactoria lo cual acrecentó su malestar. Todavía no había preguntado por la finca de sus padres, temeroso de oír lo peor pero al fin se decidió. — ¿Y el Robledal? —Pues lo mismo. No le cuento que eso era por parejo —respondió el guía mirando para otro lado. Solano suspiró hondo. No le quedaba nada fuera de sus padres y de su juventud. Y no quiso oír más. Estaba exasperado, loco de furor. Cinco años en el ejército para que le hubieran hecho esto. Ya verían. Una resolución tremenda le martillaba en medio de los ojos. Ya no era el mismo. Tenía ganas de matar, de destruir. De hacerle pagar al primer adversario que encontrara toda esa sangre regada sobre su tierra. Cegado por el odio, buscaba a cualquiera. Sí. Mataría al primero que
se le presentara. “Hasta mi misma novia si la encuentro”, murmuró frenético y hundió las espuelas en los ijares del animal sorbiéndose el camino al galope de su caballo. Cuando llegó al guayacán grande aminoró el paso porque se acordó de ella, de Carmelina, su novia de antes. Sí. Ahí al pie del árbol se habían juntado muchas veces sus cuerpos cálidos y sudorosos, impregnados de tierra y olorosos a hierba. Un aletazo de nostalgia le rozó el corazón y volvió a acordarse de ella con la misma sed antigua, como en las noches de vigilia al pie del árbol cuando la poseía con toda la fuerza de su cuerpo joven, pero al instante la lúbrica evocación se deshizo, se hundió en el piélago de su ira, porque ella también era de los “otros”. Hermana de uno de los incendiarios. Hasta los habría ayudado. Pensó esto y rechazó el nombre de la mujer con rabia porque la evocación le hacía más dura la verdad, acrecentando su ira volcánica. Si la encuentro la mato, masculló a media voz. Terminó de decir esto y se encontró galopando hacia el rancho de Carmelina. Sin embargo la indecisión lo hizo reflexionar. No se sentía muy seguro de lo que quería hacer. Pensó detenerse, pero después se le ocurrió que podría encontrar a Egidio, el hermano de ella y resolvió llegar. Tenía que matar. Y si lo encontraba tendría que matarlo para librarse de la obsesión de los muertos del valle que desde más allá de la tumba le pedían venganza. Al menos así lo creyó él y aceleró la carrera dispuesto a cumplir sus propósitos sangrientos. Un par de gallinas corrieron asustadas cuando el polvoriento huracán llenó el patio envolviendo la furia vengativa de Manuel Solano. El hombre que estaba en el patio, sobre un cuero de res, vio el caballo y se incorporó en seguida. Miró al visitante y gritó algo. Este apenas oyó las últimas palabras: “Guarapo para don Manuel”. Egidio lo había reconocido y se acercó despacio. Manuel bajó las manos hasta la funda del revólver. —Al fin volvió 2017
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Por Liz Shaffer
a vernos, ¿no? —La voz se confundía entre el afecto y la sorpresa. Una nube roja oscureció los ojos de Manuel Solano. Volvió a mirarlo y sintió deseos de escupirle la cara. —Sí. Volví. Y creo que les va a pesar. —Las palabras cortaron el silencio con rabia contenida. —De ninguna manera. Este rancho es suyo. —Egidio rubricó sus palabras con una sonrisa. Creía que Manuel bromeaba. Por eso cogió el caballo de la brida al tiempo que le decía: —Pero desmóntese, hombre. Luego gritó llamando a la vieja Dolores: —Mamá, ¿qué hubo del guarapo? —El otro no le hizo caso. Haló el caballo de la brida. El animal se encabritó y Manuel le dijo con voz ronca: —Mejor será que no sirva el guarapo. Es para no tener que echárselo en la cara. La vieja apareció en una esquina de la casa con la totuma llena de guarapo, pero se quedó con su sonrisa incompleta entre la boca sin dientes. Egidio no salía de su asombro, pero vio el rostro fiero de Manuel, congestionado y amenazante y trató de comprender. —Pero qué está diciendo, don Manuelito… El otro lo interrumpió: — Lo que oye… Conque quemando casas, ¿no? Las palabras se atropellaban en la boca de Manuel Solano. — ¿Y sí te pagan bien por el trabajo? —agregó sardónico. — ¿Pero de qué me habla usted ?… Explíquese hombre… — ¡Ah! ¡Conque ahora lo niegas, sos hijo de perra! En los ojos de Solano parpadeó un relámpago siniestro. Levantó el revólver y apuntó a la cabeza de Egidio mientras le decía: —Te acuerdas que incendiaste el Robledal, ¿no? Pues yo te voy a incendiar a plomo para que te acuerdes de que un Solano no olvida y siempre cobra. Egidio pálido, con el rostro cenizo por el miedo retrocedió hacia la casa. Miró a su madre y tartamudeó: — Máteme si quiere… Pero le juro que yo no he hecho nada contra usted ni contra los suyos. Las palabras de Egi-
CUENTOS
dio parecían sinceras pero Manuel no le hizo caso. — ¡Tienes miedo y ahora quieres disculparte… cobarde! —Y montó el revólver. Sentía arder la sangre. Si no lo mataba ahora no podría descansar nunca. Manuel Solano no era más que un haz apretado de músculos manejado por el odio. Ya iba a apretar el gatillo cuando vio a la anciana que desde un extremo del corredor lo miraba con los ojos repletos de angustia. Enhiesta, como una estatua, paralizada por el terror, sólo sus manos se movían, temblaban. El guarapo contenido en la totuma comenzó a regarse, a caer despacio, a gotear sobre los pies desnudos de Dolores. Manuel se quedó mirándola, sin fuerzas para oprimir el gatillo de su revólver. Sería el tan cobarde como para no sentirse capaz de matar un… Antes de que concluyera el pensamiento, de la boca de la mujer surgieron las palabras implorantes. —Escúcheme don Manuel. . . No vaya a hacer una locura. Hágalo por la memoria de Carmelina. —La vieja suspiró y se llevó la mano a la cabeza para arreglarse un mechón que se le había zafado del pañuelo que a guisa de turbante llevaba sobre el pelo y esperó ansiosa.
Una sucesión de emociones contradictorias, desconocidas, paralizaron los dedos de Manuel Solano. Sí. No podía disparar. Las palabras de la vieja se le entraron por los oídos confundidas con el recuerdo de Carmelina. Como si fuera la muchacha misma quien le hablara. Igual que en el guayacán grande. Con su traje de holán y el rostro blanco, alunado, pidiéndole con los ojos cuajados de estrellas que no se fuera, que la llevara consigo… “Carmelina. Hágalo por la memoria de Carmelina”. Era la llamada de la carne rediviva en el nombre de la hembra. En la evocación de su piel tibia, olorosa a hierbabuena. Salpicada de luna menguante y de deseo. Sin él desearlo pensó en la madre del hombre de overol azul y en la novia niña del estudiante muerto y bajó el revólver. Sí. No era capaz. No había sido capaz. Manuel bajó los ojos, derrotado, vencido por su propia debilidad. Pero en cambio tenía miedo. Miedo de lo que le hubiera ocurrido a ella. “Hágalo por la memoria de Carmelina”. Sentía el pecho desgarrado por las dentelladas de la angustia, deshecho por la incertidumbre. Aunque tuviera que humillarse delante de Dolores, preguntaría por ella.
CUENTOS — ¿Dónde está ella? ¡Dime dónde está! La voz ronca de Solano ahora era sumisa, implorante. —Y para qué me pregunta… —respondió la mujer con débil inflexión en sus palabras. Una lágrima rodó por la mejilla rugosa y desteñida de la anciana. —Quiero saberlo, dime dónde está. —Los labios de Manuel temblaban. —Pues si quiere saberlo… —Hizo una pausa con la voz dividida por los sollozos y agregó… —fue la misma noche en que le metieron candela a todo el valle… —Pero qué le han hecho, dónde está, dímelo todo, tronó impositivo Manuel. — ¿Que dónde está? Sólo Dios lo sabe. Lo único que sabemos es que el teniente vino a la madrugada y se la llevó a la fuerza para el cuartel que tenían en el “Alto”… El llanto desatado cortó las frases de la anciana, mientras Egidio con la cabeza baja miraba la tierra y trazaba figuritas en el polvo con la punta del pie desnudo. — ¡Pero no ha muerto, no es cierto que está muerta! ¿Verdad que no? — rugió el hombre mintiéndose él mismo, tratando de ocultar la dolorosa verdad que ya sabía. —Por lo menos así nos dijeron — agregó la vieja—. Que murió de los golpes recibidos porque no se acostaba con todos los soldados. —Basta ya. No sigas… No me digas más. Manuel Solano sintió que la vida se le escapaba poco a poco y maldijo a todos los que se la habían quitado. A los que le habían destruido la tierra y le robaron su hembra. Y se maldijo a sí mismo. En medio de su furor, vio asomadas a su cerebro las cabezas destrozadas y los pechos rotos de los hombres que cayeron de bruces, con los huesos quebrados por el fuego de los fusiles el día de la huelga. Y sintió náuseas. Y asco. Y lástima de sí mismo. De él. Del excabo Manuel So-
lano, asesino como los otros y como ellos incendiario. Ahora nada tenía sobre la tierra. Se lo había quitado la violencia de los hombres, sus mismos compañeros. Todo hecho en nombre de un orden que abominaba ahora. Sí. Esos a los cuales él había defendido, lo habían despojado no sólo de su tierra sino que para conservar el orden se habían llevado a Carmelina. Y una carcajada sarcástica se desprendió de sus labios y rasgó el silencio de su tragedia. Sentía arder su frente, poseído por el rencor. Sí. La vieja Dolores tenía razón. Sabía que ellos no tenían la culpa. Ni Dolores, ni Egidio, ni Carmelina, ni nadie. Como él, eran víctimas de un engranaje social que no hablaba sino un lenguaje. El del orden. Y empezó a odiar el orden que ahora le parecía inhumano, duro y cruel. El ruido de unos pasos moviéndose entre la hojarasca le hizo volver la cabeza. Era Antonio, el guía que llegó corriendo, fatigado, sudoroso. —Válgame Dios don Manuel. Creí no encontrarlo. — ¿Luego, qué pasa? —le contestó éste distraído por sus reflexiones. —No, nada don Manuel. Pero como me dejó regado cuando vio lo del valle y parecía tener usted tanta cólera… pues pensé que iba a hacer alguna bestialidad… y como lo vi correr para acá, pues… me vine corriendo. Sólo que el caballo es más ligero —concluyó visiblemente satisfecho. —No, Antonio. Es verdad que me equivoqué al principio pero ahora veo claro. Los responsables son otros, los dirigentes, mejor dicho, el sistema. Hubiera querido decir el Orden y volvió a oír las palabras del teniente: “Fuego, duro con ellos”. Egidio lo interrumpió. —Pues claro. Luego uno qué culpa. Fíjense lo que nos pasó. Manuel estaba ya insensibilizado, sordo al dolor. Se sintió fastidiado y para variar el tema preguntó a Egidio, sin ningún interés en la respuesta.
— ¿Y la cosecha? ¿Qué tal este año? —Eso qué cosecha. Por aquí nadie trabaja porque no dejan ni hay quien lo haga. —Luego agregó enfático: Y además, para qué cosechar si ni la tierra es de uno. Manuel se volvió asombrado y le dijo: —Pero si esto es de ustedes. Yo lo sé. Todo el mundo lo sabe. —Eso era antes. Después de la matanza vino don Fidel… — ¿Cuál Fidel? —Pues el presidente del Comité. Vino y nos dijo que era mejor que vendiéramos porque ustedes nos iban a matar. Usted sabe cómo es él… Pues nos dejamos creer y nos sonsacó la tierra por una lupia. Así es como estamos de arrendatarios, fíjense. Manuel lo interrumpió y dijo dirigiéndose al guía: —Lo ves, Antonio. Invocan odios de partido para explotar a la gente. Para despojarla. Y entre tanto matan, matan por ver correr la sangre. Pero esto no puede durar toda la vida. La gente empieza a cansarse. Por eso te decía que me equivoqué. Pero ahora ya sé. La cosa es con los de arriba y contra ellos. Una ancha sonrisa le iluminó el rostro moreno. Dolores se le acercó y entre tímida y afectuosa le dijo: — ¿Y entonces qué? ¿Le sirvo el guarapo? Manuel se volvió avergonzado hacia ella y contestó: —Sí, gracias. Perdóname Dolores. Yo no sabía… —No hablemos más de eso. Tome su guarapo, le dijo pasándole la totuma. Manuel bebió en silencio y se marchó en seguida. Al paso de su caballo, por la llanura solitaria. Pero ahora sabía por qué iba a luchar.
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Los Condenados Por Antony Rodríguez
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na habitación blanca, similar a un quirófano, con tres puertas que apenas se demarcan en tres de sus paredes. Una mesa de metal al centro. Sentados frente a frente, dos hombres con un revólver de por medio. Desde lo alto, una cámara los toma de perfil. A simple vista es difícil establecer cuál de ellos es el condenado, el audio aclara parcialmente la situación. —En el tambor hay una sola bala, una sola. Lo hacemos girar. El primer turno es suyo, luego sigo yo. Seis intentos. ¿Entiende? —Sí. Coge el arma, le da un impulso al tambor haciéndolo girar como una ruleta hasta que se detiene. —Empiece —le dice. Pone el cañón en la sien y jala del gatillo. Un tac seco, metálico, inunda la habitación. Sin inmutarse, como si de una manzana se tratase, le devuelve el revólver. —¿Mi turno? —Sí. Acciona el gatillo: TAC —Su turno —le dice, entregándole, más que el arma, un fino temblor que pone en evidencia sus nervios, su tensión. La levanta raudo, como si temiera contagiarse, y tira del gatillo: TAC —Le toca —le dice. Trata de mirarle a los ojos, pero no puede; por un instante teme encontrar su rostro en el del otro, confundir los papeles. —¡Pum! El disparo, la intensidad de su detonación, desata en él un aturdimiento que lo sobrecoge de hito en hito hasta hacerlo sentir desfallecer. El individuo de enfrente se desploma de su silla, cae hacia la izquierda
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como un bulto. Sin ver el cadáver, dimensiona el carácter cruento de ese revólver. Siente abrirse la puerta que está a su espalda. La cámara registra a dos sujetos que lo toman por los brazos y lo conducen de vuelta quién sabe a qué lugar detrás de esa pared. Simultáneamente, se abre la puerta de la pared opuesta y una cuadrilla de seis hombres se ocupa del finado, de la limpieza, con una destreza tal que al cabo de una hora la habitación es de nuevo el quirófano, imposible suponer siquiera el macabro escenario que el tiro desató, el piélago de sangre. Huele a detergente, a límpido, como en los hospitales, como en las morgues. Por la misma puerta por la que acaba de salir la cuadrilla, entra un hombre y deposita el revólver en el centro de la mesa de metal. Hay un instante en el que mira a la cámara. Su rostro es cotidiano, ni frío ni cruel, cotidiano. Luego, desaparece como una sombra. Por la puerta que está frente a la cámara ingresa un sujeto de complexión mediana y toma el asiento en el que estuvo el desafortunado. Por la puerta de la izquierda entra el que sobrevivió. —En el tambor hay una sola bala, una sola. Lo hacemos girar. El primer turno es suyo, luego sigo yo. Seis intentos. ¿Entiende? —Sí —le dice. Comprende que es un sustituto del otro, que las instrucciones recibidas han sido las mismas. El número dos toma el arma, maniobra el tambor de igual forma que su antecesor y se lo entrega. —Usted inicia —le dice. Vuelve y toma el revólver, lo siente más liviano. Repite la maniobra: TAC. El otro no ha dejado de
mirarlo, y su expresión no se altera un mínimo luego del sonido. —¿Cuántos esperan? —le pregunta. —No lo sé, no los conté. Quizá quince, veinte —contesta el número dos. —¿Y qué hacen? —Algunos leen, otros fuman o ven la televisión, conversan. —¿Saben de esto? —Sí. —¿Qué piensan? —Eso no cuenta. Lo único que importa es matarlo, que se mate. —Podrían hacerlo sin sacrificarse. —No se trata de eso. —¿Entonces? —Un sacrificio impuesto no es un sacrificio. —Sigo sin entender. —Aquí nadie va a sacrificarse —le dice el número dos—, ni usted ni yo. Somos conscientes de ello. El sacrificio es algo que ya pasó de moda, y ya pasó de moda porque hemos comprendido que todos, absolutamente todos, estamos condenados. Los que esperan lo saben, yo lo sé. —¿No le prohibieron hablar, hablarme? —Hay dos cosas que no podemos hacer: no podemos dispararle ni salir de esta habitación sin haber agotado los tres intentos. Para su información, todo lo que pase aquí quedará grabado, cada movimiento, cada palabra, y quien está detrás de todo, quien dirige la función, nos dio a entender que el único recurso para prolongarla es precisamente el mantener cualquier tipo de conversación, luego no debe extrañarse si estoy en esa disposición. —Podríamos hablar por días. —No sea tan ingenuo. Todo el
Joachim Gerber
mundo tiene prisa. —¿También para morir? —Lógico. —Pensándolo bien, sí, tiene razón. Es su turno. Por un momento el número dos se sorprende, llegó a suponer que su contertulio estaba haciendo tiempo. Su mano se amolda al arma sin titubeos, con calma. La extremidad se flexiona y eleva hasta que el cañón queda perpendicular a su cabeza. Oprime el gatillo: TAC. —Sigue usted —le dice. —Se supone que, siendo como soy el condenado, la pena capital solo debería cobijarme a mí. —Ya le dije: todos estamos condenados. —Pues en ese caso cada cual debería tener por lo menos el derecho a una ejecución particular. ¡Sería más digno! —En estas instancias, la dignidad no es una prerrogativa. Tome en cuenta esa cámara, tome en cuenta que, macabro o no, somos la parte central de un juego ideado por quién sabe quién, o quiénes. Además, no hay ejecuciones particulares; las culpas, en la actualidad, son generales. —Pero esto nunca se ha hecho, no recuerdo antecedentes. —Recuerde a las Brujas de Salem, los tribunales de Núremberg, las Torres Gemelas, sin ir más lejos:
luego de condenarlos, los ejecutaron. Ninguna excusa. ¡Las guerras no condenan a particulares! Toma el revólver de manera automática, siente su frío. Pese a que lo intenta, no puede despegar su mirada del individuo que tiene enfrente, que también lo mira atentamente. Le asombra su calma, la forma desinteresada con la que mantiene una conversación cuyo trasfondo ubica a la muerte como único e insalvable referente. En ese, su segundo intento, flaquea. Deposita el arma sobre la mesa. Tal vez siente que su contertulio tiene más qué decir, y ante la incertidumbre de saber de qué calidad será el siguiente, si es que lo hay, decide aprovechar la oportunidad. —Hay una guerra que sí —le dice—, la del suicidio. El número dos no deja de mirarlo, se sume en el silencio. Es su manera de insistir, de hacerle saber que es su turno y que su intento por postergarlo ya es tardío. El mensaje es tan claro que en un dos por tres levanta el revólver y lo acciona sobre su sien derecha: TAC —Le restan dos intentos —le dice. —Probabilísticamente existe un 33.3% de que me toque el tiro, tengo un 66.6% a mi favor. Ahora, si hay veinte personas que esperan, sus expectativas son poco halagüeñas.
—Cincuenta y cincuenta, si vamos a eso —le afirma el que en adelante denominaremos C.P., condenado principal. —¿Optimista? —Una moneda tirada al aire puede caer consecutivamente cien veces en sello, lo que no impide que en el siguiente lanzamiento caiga en cara… o de nuevo en sello. Es elemental. —No me va a negar que sus probabilidades son mínimas —insiste el número dos. —Cincuenta y cincuenta, como en el primer intento, como en cada intento. —¡Cálculo de probabilidades! —De necedades, quizás. Por un instante el contacto visual se pierde, fijan su mirada en el arma sin decidirse a hablar. La cámara los ubica estáticos: un par de hombres en silencio, preparando algo, esperando con las manos sobre la mesa. —El suicidio, ¿me habló del suicidio? —interpela el número dos. —El problema existencial por antonomasia, según Camus. —Qué problema ni qué ocho cuartos. ¡Otra solución! —¿Usted conoce a un animal que fume? —No —¿Y a uno que se suicide? —El alacrán —Bueno, sí. Es una excepción. Lo que quería decirle era que sólo el hombre, hecha la abstracción de la muerte, de la que carecen los animales, puede recurrir a esa opción. Muchos la tachan de cobarde, otros coincidimos en que la naturaleza de cualquier suicidio es más compleja. Una burla, si se quiere, de lo que la humanidad más estima; su desprecio a ese ideal, en tantas otras ocasiones. Decidir si la vida vale o no la pena no es una tontería. Existen los advenedizos, por supuesto, como los fumadores, por ejemplo; y esos otros más calificados que practicaban el rito endura, que dejaban de comer hasta que se morían. Ni hablar de los japoneses. 2017
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—No sé si sea de valientes o cobardes, sólo le recuerdo que no es nuestra opción, y qué, como ya le dije, aquí nadie va a sacrificarse. —O sea que reconoce en él algún tipo de altruismo. —No exactamente. Aquí uno de los dos va a morir por su propia mano, y no sería catalogado como suicidio puesto que no es ni será una decisión que se vaya a tomar por cuenta propia, ha sido impuesta. Las condenas internas, pienso, serían las determinantes en ese acto. Quizá pensaron en esto antes de meterlo en este cuarto: quitarle esa oportunidad. —Puede que esté en lo cierto. Según Spinoza “…los que se suicidan tienen el alma impotente y están completamente vencidos por causas exteriores que se oponen a su naturaleza”. En tales circunstancias, ¿cómo pueden estar seguros de que no lo haré? —Usted no ha dado muestras de darse por vencido ¿o sí? La terquedad que ha mostrado durante todo su proceso garantiza que eso no sucederá. De otro lado, ninguno de los que esperan ha pensado en ello, eso se lo puedo asegurar. —Ni usted ni nadie puede asegurar que yo no tenga una “condena interna”. —Podría ser, sólo que a estas alturas quedaría supeditada a la externa que pesa sobre todos nosotros; sería, cosa curiosa, tardío recurrir a esa excusa. —Suponga que en este, su siguiente intento, no haya desenlace, y tampoco en el próximo. Restaría una única opción, seríamos conscientes de ello. —Aun en ese caso no se trataría de un suicidio. Parte del azar, nada más, y no creo que sea precisamente usted la persona que crea que el azar tenga que ver con esa determinación final. —¡Claro que no!, el suicidio está lejos de ser condicionado por el azar, de ahí su complejidad. Cualquier hombre… 2017 98
—Ve como tengo la razón, acaba de reconocer que el engranaje de este sistema ya contempló esa probabilidad, de manera que el escenario y nosotros, sus actores, somos los elementos constitutivos de una simple ejecución. —Cualquier hombre… —Acabemos con el juego, estamos divagando. —Es su turno —le dice el C.P. —Lo sé. El número dos arrastra su mano sobre la mesa hasta posarla sobre el arma, la mantiene cubierta por unos segundos. Observa al C.P. con extrema curiosidad, y se sorprende un tanto cuando éste le esboza una sonrisa inquietante: solidaria y despectiva. La cámara registra cómo empuña el revólver y se lo lleva hacia la sien, la leve contractura de la extremidad al jalar del gatillo: ¡PUM! El otro, el número uno, se desplomó hacia la izquierda, pero en esta ocasión mira cómo el número dos se bambolea un mínimo antes de quedar postrado sobre la mesa. El olor de la pólvora prevalece sobre el estruendo de la detonación, y, pese a que lo intenta, no puede apartar sus ojos del cuero cabelludo que tiene a no más de cincuenta centímetros de distancia. Sin embargo, basta que la sangre empiece a escurrirse sobre la mesa, para que él se eche hacia atrás en un impulso reflejo tan violento que, aparte de hacer caer la silla, lo hace trastabillar como si estuviera ebrio. Cuando posa su mirada sobre la cámara, en el vano intento de hacer efectivo un mensaje explícito, es asido por los dos hombres que han emergido de la puerta de la pared izquierda. No bien lo entran, ingresa la cuadrilla por la puerta de la pared derecha: los mismos hombres de overol gris y botas blancas de caucho. La tarea les toma menos de una hora, su eficiencia es indiscutible. Salen haciendo malabares con sus utensilios, con las escobas y traperos, con las toallas y los baldes. Uno de ellos lleva el arma como si fuera un ícono,
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la estatuilla de un santo. Como en la ocasión anterior, va cubierta con un trapo. Al instante, entra la sombra y la deposita en la mesa. El olor a detergente le hace fruncir el ceño. Vuelve a abrirse la puerta ubicada en frente de la cámara. Se trata del número tres: un hombre obeso camina titubeando hacia la silla de la derecha, la aparta exagerando su distancia de la mesa, una costumbre, es de imaginar o suponer, adquirida en restaurantes y cafés para asegurarse de no topar el reborde con su barriga. Cuando vuelven a entrar con el C.P., esta vez más bruscos considerando que literalmente lo sientan en su silla, el número tres ni siquiera levanta su mirada y las dos líneas de su papada se acentúan debido al esfuerzo que hace para mantener su rostro inclinado en dirección al revólver. Sentados frente a frente, nadie articula palabra. El gordo no aparta los ojos del centro de la mesa, y el C.P. lo mira detallando su cabello lacio, sumamente graso; unas orejas muy grandes y rosadas, como de jamoneta; su nariz chata, gruesa, con una porosidad que hace pensar estarla viendo a través de una lupa. El rostro en sí es abotagado, fofo. Usa una corbata desproporcionadamente delgada, de muy mal gusto en todo caso. En la inspección inicial también le llama la atención las dos manchas en escurrido que muestra en las solapas de un vestido que, para aumentar el contraste, es negro. Pese a que su inspección ha tomado más de dos minutos, el número tres permanece impávido, sumido en el silencio y sin la menor intención de iniciar el evento. Una situación que enciende las alarmas puesto que, según su experiencia, no hay nada más desquiciado que un hombre derrotado, concepto que termina por acuñar al hacer un recuento de las pequeñas particularidades de ese individuo. Viendo al número tres, no puede alejar de su mente un párrafo de Lowry leído no hace mucho: “Cuando un
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hombre se deja abatir completamente por la catástrofe, tiene propensión a olvidar, en realidad, aunque siga llorándolas automáticamente, las alturas que antes alcanzó y los obstáculos superados para alcanzarlas: el antiguo yo contempla al nuevo con tan absoluto desprecio por haber sucumbido, que éste, amedrentado, rehúye totalmente su terrible mirada a lo largo de los años, lo olvida, en todos los sentidos; al final, y a pesar de que la inteligencia misericorde es la responsable de esa excreción de la memoria, en ese proceso no hay la menor misericordia, entendida en el sentido más profundo”. Comprende entonces que con el número tres no habrán simulacros, así éstos sean considerados en el contexto de una interlocución que los humanizaría por unos cuantos instantes. Desecha la posibilidad de que en esa mesa haya sitio alguno para la misericordia, y se apresta por la señal que dé por iniciada la faena. En efecto, el gordo levanta la mirada, extiende su brazo, toma el arma y le da un impulso rotatorio al tambor. —En el tambor hay una sola bala. Lo hacemos girar. El primer turno es suyo, luego sigo yo. Seis intentos. ¿Entiende? Su voz ronca, de fumador crónico, cierra el círculo con el que termina de definirlo: un sol gordo y cansado, y, por eso mismo, en proceso de extinción. En definitiva, un astro cuya decadencia termina por amedrentarlo, de hacerlo sentir mucho más incómodo que en las veces anteriores. —¡Empiece! —le dice en tono perentorio. —¿Usted es de aquí? —le pregunta. —Empiece —le dice. —¿Sabe que podemos hablar? —Empiece —insiste sin inmutarse. Los hechos tienen que tomar otro rumbo. No puede imaginar siquiera que en ese espécimen pueda encontrar otra cosa que no sea el enceguecido cumplimiento de su misión. “Nada de miramientos ni de
sentimentalismos”, parece decirle ese hombre que lo mira con sus ojos de batracio. Y entonces, una vez que ha comprendido que el juego no tendrá interrupciones, treguas, armisticios temporales, toma el revólver y lo acciona: TAC; y el otro, al instante, lo vuelve a tomar para jalar del gatillo: TAC; así es que el C.P. repite la maniobra sobre su sien: TAC; y el batracio hace lo suyo: TAC; sin cálculo alguno, como si la bala fuera una mentira, vuelve raudo sobre el revólver para tirar del gatillo: TAC; con mucha más premura, casi que arrancándole el arma de la mano, el número tres eleva el cañón hasta su sien para descerrajarse el tiro: ¡PUM! Contrario a lo que había presentido, acaba contemplando al cadáver sin angustias ni remordimientos, como si fuera uno más de los corderos que la humanidad ha sacrificado. Durante los veinte o treinta segundos que se mantuvo frente a él, antes de que entraran sus custodios y se lo llevaran de nuevo a la habitación contigua, pasó revista sobre su acontecer en el mundo: había nacido, había crecido, se había multiplicado; rememoró las dos vivencias realmente significativas en su vida, y ésa otra que lo sumió en la desventura. Pasó por alto hechos que ocurrieron entre esos tres acontecimientos, y en ese instante supo que el peso de una bala puede superar la evanescente idea de una vida, ese concepto que la mayoría de los humanos llevan por estandarte en este puto planeta. Se le hizo estúpido conmoverse. El número cuatro lo espera en la mesa. Su primera impresión es la de tener en frente a alguien de la academia, un profesor o algo por el estilo. Apenas se sienta, el tipo le da la concebida instrucción, la sobriedad y seguridad en el tono de su voz incrementa sus sospechas. El tambor ha dejado de girar y es depositado sobre la mesa con suavidad. —¿Usted es docente? —le pregunta.
—No. Trabajo en una rama afín —contesta. —¿Investigación? —Más o menos. —¿Conoce el juego? —De oídas —¿Y qué piensa? —No importa —¿Sabe que es el cuarto? —Sí —¿No le importa? —No —¿Por qué no me dispara? —Mis instrucciones no lo contemplan. —¿Qué pasaría si lo hiciera? —Me imagino que tomaría su lugar. —¿Y no sería mejor? —De ninguna manera. En esencia, usted es el objetivo principal, y haciendo lo que me sugiere sólo estaría prolongando la situación de los que esperan. Aunque no lo crea, guardamos cierta solidaridad entre nosotros y sabemos que cuando la meta se cumpla, es decir, cuando le toque el tiro, los que restan en la lista tendrán la oportunidad de ser reemplazados por otros cuantos si es que hay otro condenado. —Si todos estamos condenados, como me lo explicó uno de sus amigos, no acabo de entender en qué categoría estoy, a qué tanto protocolo para ejecutarme. —Es pura sofisticación. Nada más. —¿Le parece sofisticado pegarse un tiro a cuenta de no sé qué invención? —La humanidad es proclive a eso, piense en la bomba atómica, ¡este revolver es sofisticado! Las situaciones políticas, económicas, emocionales si se quiere, han evolucionado conforme la orientación de una civilización que, en apariencia, busca demostrar que día a día somos menos trogloditas. Sin embargo, y así no sea digerible, los métodos utilizados en su afán de demostrarlo se han sofisticado tanto que han terminado por ahondar la crisis, 2017
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con el agravante de que en su condición de adolescente tiene un único as bajo la manga: su autodestrucción. —No siempre. El arte, la ciencia, la religión, impulsan otros ideales. —El arte está supeditado al egoísmo, algo así como una tabla de salvación a través de la cual el individuo pretende salvar su pellejo antes de que el mundo se le venga abajo. En esencia eso no es filantrópico. La ciencia… —Pero la música… —En eso no le puedo discutir. Prosigo, la ciencia prepara aniquilamientos salvaguardando al bienestar de una élite. En el fondo, y a estas alturas de nuestra civilización, la ciencia nos ha engatusado haciendo gala de los progresos que ha impulsado. Pero así como te puede curar de un cáncer, realizar un trasplante, trasladarte de un extremo de la Tierra a otro en horas, comunicarte con quien quieras a través de la red en segundos, así mismo ha propiciado que su poder, su verdadero poder, sea tan destructivo como nunca, y el problema esencial se suscita cuando ese poder se ha concentrado en unos cuantos desquiciados que están dispuestos a lo que sea para salvarse. —Pero las matemáticas… —Las matemáticas son hermosas, eso es indiscutible. No obstante el hecho de que sus artífices tienen la misma inclinación que la de los artistas: deificarse. Pasemos, pues, a la religión: una mierda, no es necesario que me extienda más. —No ha respondido a la pregunta inicial. —Su ejecución es, en últimas, banal. ¿Se ha puesto a pensar cuántos seres han muerto en estos minutos?, ¿cuántos han nacido? ¿Qué puede tener de trascendente su vida, o la mía o la de otro? —No me he referido a la vida, me refiero al método para quitármela, para quitársela. —Es un método igual de sofisticado que una mira telescópica em100
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potrada en un fusil de alto poder, que la manipulación del genoma animal o vegetal, que una macropolítica agraria dictada para devastar al Amazonas y otra energética para contaminar los océanos. Hay tratados, firmas, lobistas, asambleas, diplomacia y un sinfín de estudios que permiten que el escenario sea tan sofisticado como sea posible para que la oscuridad de sus intenciones sea aplaudida en televisión, en la Internet. No me venga entonces a cuestionar el método de su ejecución: la mente humana se ha sofisticado hasta llegar a cumbres inimaginables. —Según usted y su teoría, Vlad el Empalador, fue sofisticado. —Burdo y todo, no se puede negar que logró lo que su oscura mente debió crear con sofisticación. No la filigrana con la que las dos guerras mundiales lograron tapar sus cincuenta o setenta millones de cadáveres, pero creo que fue consecuente con su época. Los cristianos no le van a la zaga, recuerde el Languedoc o el ciempiés de ciegos que en la Occitania serpenteó con un tuerto a la cabeza. —Todo eso ha sido atroz. Y lo que aquí ocurre también. El hecho de que sólo seamos un par de hombres no subdimensiona la atrocidad. Puede que se lleguen a enorgullecer de un método en extremo sofisticado, pero tanto usted como yo podríamos calificarlo de enajenado, sería más sensato. —El hedonismo de la época busca altos grados de sofisticación, de confort. Comparto su apreciación en cuanto a la enajenación. Que un jugador de fútbol cueste noventa o cien millones de euros es una locura, vulnera la dignidad de muchos pueblos. Pero esas son las reglas del juego, y los hinchas que entran a un estadio directamente se comprometen en su aceptación y ratificación. —¡Cosa de locos! —Locura o lo que quiera, es el sistema el pensamiento que debería adoptar para aceptar con más objetividad lo que aquí mismo ocurre.
lo.
—No estoy loco, no creo estar-
—Me refería a que todos los juicios que pueda usted esgrimir deberían dirigirse a aceptar esta pena y su ejecución como una versatilidad más de lo sofisticado. Su moralismo está en decadencia. —¿Ser un autómata? —Si así lo quiere… —¿Qué la vida no cuente? —No entre en sentimentalismos. —Yo tuve un proceso, un juicio al que me atengo ¿ustedes? —Sumario, a él nos atenemos. —¿Empiezo? —pregunta el C.P. —Sí, ya es tiempo… El C.P. mantiene el revólver en su mano. No lo levanta, su antebrazo reposa sobre la mesa. La cámara registra una inmovilidad que concita a presumir angustias, la pesadumbre en la que irremediablemente se sumerge con la cabeza gacha. De repente, como si un rayo lo hubiera sacudido, se levanta del asiento, retrocede un paso, y acciona el revólver en repetidas ocasiones hasta que el disparo se hace efectivo sobre la humanidad del número cuatro, que se mira el hombro con curiosidad. —Insensato —le dice. Los carceleros entran al instante y lo desarman, a empellones lo conducen a la habitación de donde provino. Por la puerta de la pared derecha entra la sombra y se hace a cargo del herido. Ambos sonríen, la sombra le palmotea el hombro sano. Contrario a lo acontecido en las veces anteriores, cuando vuelve a entrar no hay nadie en la mesa. Lo acomodan y lo dejan esperando frente al revólver. Trata de recapitular lo sucedido, de recordar los cuatro rostros que ha mirado, que lo han mirado. Insistentemente, y sin saber por qué demonios, la papada del número tres se recalca en su memoria. Rememora The sun in the sunset, Here come the sun, The house of the rising sun, Fat old sun.
La puerta central en frente de la cámara se abre con lentitud sin despertar la menor curiosidad en el C.P., que se mantiene indiferente, con la mirada perdida en la superficie de la mesa. Siente cómo la silla se arrastra, a alguien ocupando su lugar. No quiere mirar quién. No quiere saber nada. Se siente avergonzado, humillado, desecho. Y entonces, cuando siente que su alma navega por las aguas más oscuras que pudo algún día suponer, siente cómo se rasga la negra cortina con la que trata de alejarse de esa habitación: una voz inesperada lo ubica al instante en ese lugar. —En el tambor hay dos balas, sólo dos. Lo hacemos girar. El primer turno es suyo, luego sigo yo. Cinco intentos. ¿Entiende? —le dice una mujer en extremo refinada, “una ejecutiva”, piensa. —¿Dos balas? Se supone que habría una sola. —Quid pro quo, usted se encargó de hacer cambiar las reglas —le dice la número cinco. —Fue estúpido, lo reconozco. —Fue estúpido. —Nuestras probabilidades disminuyen —comenta. —Nunca hay que considerarlas —afirma. —¿Por qué usted? —Igualdad de género, supongo. —Es maligno. —No veo a qué tanta tragedia. —Tragedia: dos sustancias válidas que no tienen una síntesis común. He esperado por este momento quizás desde el día en que nací; todos, de alguna forma, lo hacemos. Como el amante de una historia imposible, he tenido la certidumbre de que todas las fisuras que la relación fue configurando confluirán en una ruptura definitiva, donde no hay lugar para reconciliaciones ni perdones ni renaceres, sólo la premeditación de la catástrofe, de una pérdida total e intransferible, ese quedarse solo y sin aliento. Como el protagonista de un amor imposi-
ble, que desde el primer beso vislumbró el dolor final que le sobrevendría, he esperado por un momento como este. Nunca me vi de moribundo en una cama o de héroe en una trinchera. Aun de niño, recuerdo, gustaba de imaginar los desenlaces más frustrantes en las historias que tejía mi imaginación. Nunca pensé que los avatares de mi vida acabarían convergiendo en una habitación de estas, en un escenario tan absurdo; pero sabía que a lo largo de ella había desatado infiernos que con el tiempo me tendrían que pasar la cuenta, ¡y al por mayor! Nunca fui ajeno a la suerte que día a día me labré, y aun en los dos instantes más felices de mi vida no dejé de tener la convicción o la videncia de un día como este, una pira que fui construyendo leño a leño hasta dejar en su ápice mi lecho póstumo. Ahora, el fuego o la chispa que la encendiese, supuse, tendrían que nacer en mi fuero interno. Pero, según entiendo, o trato de entender, ese privilegio, en estas circunstancias, me ha sido arrebatado, y, no sé si usted lo sabe, se ha dispuesto de toda la sofisticación de un sistema para que ello no ocurra. Es como si a un paciente con una enfermedad en estado terminal, y así lo haya dispuesto con antelación, se le negara el derecho a la eutanasia únicamente para satisfacer el análisis de quién sabe qué investigación médica: su lenta agonía a cambio de un bien para la humanidad. En efecto, pese a que siempre supe que no dependería de nada ni de nadie para realizar mi cometido final, que no habría enfermedad que me quitase ese derecho, que sería de obtusos querer hacerlo, en este recinto se pretende vulnerar esa posibilidad, y ni usted ni yo podemos incluirla en nuestras intenciones. Por el contrario, le dan otra vuelta de tuerca al asunto colocando otra bala en el tambor. Pero no se preocupe, no hay motivo para hacerlo. Su presencia ha sido infinitamente alentadora, me da los argumentos más sólidos a mi favor. Mire la cámara, ¿qué individuos
nos observan?, ¿podría usted imaginárselos? Yo sí. No es necesario esforzarse demasiado, basta con tomar de parangón las imágenes que un televisor difunde en X lugar del planeta, en un restaurante de comidas rápidas, por mencionar cualquiera; ir un tanto más allá al descubrir que “alguien” ha escrito los discursos, ha convocado a tal o cual posición política, económica, militar o social; descubrir que, no importa las consecuencias directas o indirectas de sus actos, al final, mi estimada desconocida, se trata de seres idénticos a nosotros, que comen, cagan, se reproducen, sueñan y piensan. Así es que lo único que demarca la diferencia es que nosotros dos estamos de este lado de la cámara y “ellos” del otro, de manera que es inútil prolongar su presencia o la mía. El C.P. levanta el arma y la dirige lentamente hacia su sien. En el primer intento el tiro le vuela la tapa de los sesos. La mujer se levanta y sale por la puerta de la que emergió. Se escucha un bullicio de bienvenida.
Antony Rodríguez. Médico nariñense, autor del libro de cuentos La noche de todas las palabras (2010). El cuento Los condenados hace parte de un libro en preparación de próxima publicación por Ediciones Veramar.
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POEMAS
Soy mi cuerpo Recuerda, cuerpo, no solamente cuánto fuiste amado... Constantino Cavafis
1. Todo en el pasado Camino a tientas con desesperación y hastío por tierras desoladas donde mi memoria vuelve atrás y más atrás de mis otras memorias. Todas mis alegrías las suelto al aire como globos de colores para que estallen sus risas en mis oídos de ciega. Allí ríe el sonido de los cuerpos amándose bajo la luna incompleta. Allí se escucha el roce de su deseo contra la humedad de los bosques sobre las bancas de los parques en las plazas libres en los cuartos pobres de los hoteles de paso. Allí danza el murmullo de sus pieles entregadas a sus rumbas y a sus tangos en bares desvencijados adornados con colorines. Allí los cuerpos bajo la lluvia bajo los truenos corren para llegar a tiempo a la boda del amigo con la amiga. Allí los cuerpos se acomodan con destreza de malabaristas en un semáforo uno sobre otro dejando silbar el viento a sus costados mientras esperan la moneda del transeúnte. 2. Cuerpos prohibidos No los cuerpos que gimieron en los abortos sobre las mesas donde sonaban clandestinos los bisturíes las tijeras la voz de consuelo de alguien que no conoces y no verás jamás en otro sitio. No su grito cuando fueron quemados en los hornos para que no hablaran. No los cuerpos que sin nombre sin sepultura sin flores sin adioses se pudren ignorados y secretos en la humedad oscura de los bosques de las cordilleras de mi país lejano. No, mis oídos de ciega no quieren escuchar más esos cuerpos.
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POEMAS
3. La que soy no soy tampoco Miro atrás, atrás de mí. Soy la que en tu soledad evocas y quisieras meter entre tus piernas ahora que sientes la dulzura del viento en tus cabellos y la piel arrobada por la canción que llega desde lejos. Tiritas de ausencia bajo el extenso sol de los desiertos que cruzas y me guardas sediento entre tus labios. Yo soy la que al amanecer abrió tus ojos y sobre un laberinto de cristales y sándalo besó tus párpados con la obsesión del que no sabe y pregunta y pregunta y pregunta. Soy la que ocultas en tu abrigo la que aprietas en las manos vacías la que llamas cuando cruzas el sendero de tierra y escarcha y ruegas desolado para que aparezca al fin pero si lo hiciera me negarías 33 veces y molerías las letras de mi nombre hasta inventar un nuevo verbo que diga no y no y no. Porque soy la que llevas escondida en tu cintura y en tu verso la que lloras a solas la que llora a solas la que envenenada repite tus palabras porque le pertenecen aunque es lo único tuyo que le pertenece. —Elvira Alejandra Quintero Poeta colombiana
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Meditaciones sobre mi tumba (1) I Aquí yazgo en la urna primigenia Bajo leve placa de solidaria arcilla En cuya caliza blanca leo Y otra vez y otra Y confundido deletreo mi nombre. Voy entonces y vengo Como si del astral se tratara Y recalo en lejana playa donde Caracoles y cangrejos dan un rodeo Me esquivan hórrido despojo Desecho tal vez de alguna guerra impía ¡Fueron tantas! O quizás cataclismos del universo ¡Fueron tantos! Y allí de nuevo entre muchos insepultos voy Rodando por el verde valle tornado avalancha Donde fuimos delicia de los buitres Hasta que un Pope nos declarara camposanto —Tanta hermandad con la tierra no creí— Haciéndose bueno aquél mandato Que signara nuestras frentes infantiles Al comienzo de Cuaresma. Otras veces ¡Fueron tantas! De sórdido y oscuro callejón —Uno entre miles en la urbe tenebrosa— Nos rescató sangrantes azogada sirena Que más rápido que fuera menester Nos llevó a la helada morgue Impiadosamente en veces arrojados. Rito diario de cuando moríamos —A veces de todas las maneras— Y las noticias ni siquiera nos mentaban.
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Ocasiones las más entonces ¡Fueron tantas! En lecho abrigado y rumor de sándalo —Afanes de hisopos e incensarios— Acompañado de preces a muchos cielos Que munificentes ofrecían su indulgencia Almas caritativas que me lloraban. Luego el desmirriado desfile —Los más se iban yendo— Hacia tierra sagrada decían A modo de consuelo o desagravio ¿quién lo supo? No uno allí pobre triste y desvalido Yacente en su indigencia Despertando apenas del espléndido sueño Encandilado aún por sus prodigios mil Ahora oteando el infinito Donde aguardan verdades primordiales Que angustian y confunden. II Cuántas veces yo hermanas las vi clamando —Sin aviso destituidas de todo cuanto les era caro— Una siquiera margarita de cartón Que aún privada de su don propicio Un tantico danzara con el viento Figurando ser la palma que el domingo Recibiera en gloria al Visitante. Y en las largas noches desveladas Las vi hermanas oyendo coyotes persistentes Sin auxilio ni esperanza Porfiando en un golpe de la lluvia Íngrima gota que tocara a su portón Y conjurara el pálpito terrible Que acucia en las horas infinitas estrechas y aburridas Del pavoroso olvido.
Vana ilusión visitantes en estos perdidos eriales Con tanta abundosa soledad El hogar por los cuatro costados sellado Materia que nada consiente Pino tierra arcilla y olvido ¡Ah! Si un epitafio tan solo tuviera No lo permite el limo que lo cubre en invierno Ni el inquieto polvo que lo oculta en el estío. III Nada conmueve ya los restos en que fuimos convertidos Rayo estrella ni la Luna que ayer nos alelara Nos aflige en cambio el orgullo desairado —La nueva y espantosa presencia— Al recordar y rápido olvidar Los inefables primores que habitábamos -¡Cómo echo de menos sus atuendos!Hoy exigua muestra de sustancias varias Defenestrados de nuestras altas glorias Desahuciados de los altos ministerios La belleza esculpida en una nube.
Meditaciones sobre mi tumba (2) Dormitando sin mayor empeño Guarecido por humildes gramíneas Una aquí otra allá con singular porfía Que barruntaba pugnaban por honrarme Resistencia tenaz al impiadoso viento Que a la tumba vuelve a sepultar Solazado en inclinar los atrevidos tallos -Sinfonía de delfines en un festivo acuarioSiemprevivas que me vengaban Briznas justicieras espigando entre tanta muerte
Osando contra el definitivo extrañamiento Custodios y testigos de mis solitarios huesos Que escanciaron su savia y hoy me rescatan Primorosa y muy noble calavera mía Una vez inhumada y otra resucitada Ebria de eternidad Yo allí.
Meditaciones sobre la muerte ¡Ay! Muertos ilustres y muy anónimos Tanta fosa preclara en esteros de cieno Aristócratas de inefable gesto Silenciosos Arrebujados al fango hermano Disimulando no noten los extraños Las vestiduras que os denudan. Cuán ilustres sois en vuestra pálida delgadez Remisos a tanta muerte Príncipes contumaces se os tacha ¡Necios! Señores de poco olvido Suma paciencia os adorna Mezquino anfitrión os recibe Generoso hasta la prodigalidad Cena donde los convidados sirven su propia vianda Huésped acaso también En el menguado recinto Donde con fruición degustáis Las exquisiteces que os servís.
—Luis Carlos Domínguez Escritor y poeta colombiano
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POEMAS HGZ 30 Soledad, gritos, sangre, vómitos, nostalgia, angustia, purulencia, insomnio, abandono. Aquí no hay tiempo. No se oye la lluvia, no espanta el temblor la madrugada. La gente de al lado se muere y nadie la llora. ¿Qué luz traerá la muerte, en qué grieta de mi ser se meterá? En esta sala no se sabe quién vendrá. Está prohibido hablar de la muerte. Pesan las reglas, se siente terror. El cuerpo es un campo de batalla abandonado. El festín matinal de la sangre trae algo a la memoria: ya pasó otro día: uno se despierta y se vuelve a dormir. Sujetado por agujas y mangueras, pienso que allá afuera todo está peor; que en este moridero no hay vértigo que avasalle aún el recuerdo de tu sonrisa. Ángel ¿En qué ibas pensando mientras caías, ángel? ¿Te alcanzaron los segundos en el aire para verte soñando en los brazos de tu padre, para preguntar si eso había sido todo en la vida? ¿Pensaste en las tareas de la escuela, qué se dibujó en tu mente? El puente Belice fue hecho por el gobierno para que ahí encontraran alivio definitivo los pobres, Ángel. Vos, arquitecto, no hubieras construido algo tan malo. «¿Volar o morir degollado?». No lo pensaste, ángel. El árbol adonde bajabas a pajarear te detuvo, pero en la cama del hospital dejaste caer, lentos, tus párpados, como hojas en la noche lenta, cuando tu padre fue a buscar agua esterilizada. Llueve sobre tu fosa, ángel, las hormigas enloquecen alrededor de tu cruz. Para Ángel Ariel Escalante Pérez, de 12 años, ejecutado por la mafia guatemalteca por oponerse a matar a un chofer de autobús.
—Carlos López
Poeta guatemalteco
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Praga no existe*
1 El deseo vuela, tras de sí, un camino y un sueño: Praga en el patio de los helechos y los grillos entre asambleas de la noche ciega, una mano dibuja una nínfula /un big bang que no cesa inspirada en Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrol Alicia, ¿quién eres, alucinación de ojos y psicodelia de Jefferson Air Plane o flor de agua? Quizá, por ello, Dalí, Balthus, Nabokov ahora, otra nínfula en su virtud cava sueños en Praga /voraz agujero negro
6 /sombras llegando al suelo y oscilaciones de soledad en la espalda supone que cualquier día, dentro de mucho tiempo, esos caminos de hierro jamás existieron /polvo de un fondo de sombras tal vez empecinarse: un ramo de flores, la imposibilidad de una pila bautismal, una habitación en sueños, una luz asustada, un único jazmín florecido un día de cumpleaños aunque no fue en el año que murió Urchlicky
18 Ningún tren a Praga el día machaca y machaca /dejó de ser árbol el nunca se fue y pone en su lugar /de cuando en cuando a las equivocaciones La imperfecta puerta limpia frases: si la eternidad muere, ¿quién vive de elegidos rezos?
28 La mirada se colma y empieza a sentirse a salvo /en el jardín de arena se disuelven las horas antes de Praga, morirse un poco tan siquiera /sonrisa lenta, silenciosa de los locos
34 La luz de la tarde calca los objetos, una manzana pierde su palidez y brilla con ardor, todo se contagia de color el polvo flota, arrastra antiguas zozobras /nada ocurre y alguien partirá con obediencia /sin discursos, el azar sin techos
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37 Despierta angustiado, abre una botella de ron bebe lentamente, llegan las imágenes /ingresa a un hospital al final de un pasillo, la morgue /ese olor ingrato de la muerte negro y transparente a la vez /sin sabor el viento tiembla y cimbra alguna parte escondida de la realidad la muerte lo conmueve de otro modo /es el invierno en la vida de las personas
43 Praga como un himno /único himno que no sobrevendrá aunque lo cante a lo largo de todos los tiempos /pasión de todos y de nadie la estocada culminante /¿qué animales calcinaron su cuerpo?
48 Salvo… que todo parece estar allí, en la alcoba, en la sala, en la cocina, en la punta de la cola del gato, en los brincos del perro /húmeda luna en el pecho de palomas
69 La vida se puebla de aire, todo es un sueño, abre la mano /el apenas es mentira por fin, el silencio sucumbe /Praga no existe.
—Gerardo Guinea Diez
Poeta y novelista de Guatemala
*Libro de poemas inédito
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RESEÑAS
Mancha de la tierra, la novela épica de una gran rebelión Por Mario Lamo Jiménez
M
Dario Golab
ancha de la tierra representa el culmen de la obra literaria de Enrique Santos Molano, no porque sea su última novela, sino porque en ella Santos Molano retoma de manera magistral una obra de toda una vida: La historia de Antonio Nariño y Álvarez, libertador de Colombia y el colombiano de todos los tiempos. Desde los años 70, con su novela Memorias fantásticas, empieza Santos Molano el recorrido por la vida y obra de Nariño, donde su meticulosa investigación histórica se juntaría con la mejor escritura de ficción para traer a la vida a unos perso- dominación, amor o poder; usos najes que definirían el momento y costumbres de aquel entonces, tipo de vestuario, mobiliario, cohistórico de su época. midas, lecturas, formas de cortejar, También en sus dos novelas ante- conspirar, guerrear y amar. Con su riores El arzobispo de terciopelo y linterna histórica, Santos Molano La confesión del secreto, Enrique penetra los rincones más oscuros Santos Molano ya había recorrido de casas y espíritus para guiarnos magistralmente este terreno de la por un laberinto de emociones, historia y la ficción que ahora pro- sensaciones, actitudes y posiciones políticas, religiosas y filosófifundiza en Mancha de la tierra. cas, de ahí que su novela sea tan Con su conocimiento enciclopé- envolvente, ya que una vez que un dico de la historia colombiana, personaje cobra vida, sea ese el de Santos Molano se mueve como Antonio Nariño, el de Magdalena pez en el agua entre genealogías Ortega y Mesa, su esposa, el del santafereñas de la época, calles arzobispo Caballero y Góngora, de la antigua Santafé de Bogotá, o el del mismísimo José Antonio personajes que vivieron el con- Galán, no lo queremos soltar, y su flicto, relaciones entre ellos, de saga, como en toda gran novela, se vuelve nuestra saga.
La novela, Mancha de la tierra, es narrada en primera persona por Antonio Nariño, y desde el inicio sabemos que estas son sus memorias, de su puño y letra. El principio de la novela es absolutamente romántico y sublime, ya que nos encontramos con Antonio Nariño, esperando su cita con la muerte en Villa de Leyva, el 13 de diciembre de 1823, a la vez que espera la llegada de su esposa fallecida a quien cariñosamente llama “Matica” (Magdalena Ortega y Mesa). La cita es a las cinco de la tarde, hora en que le llegará la muerte a Nariño y él le entregará a su esposa el manuscrito de su vida: “mil y pico de hojas”, que Nariño quiere que su esposa lea “antes de irnos” con esa “voz inolvidable y sedante”. La novela está dividida en siete capítulos y cada cual podría ser su propia novela, todos entrelazados por la vida de Nariño, enmarcada en el clima de la Revolución de los Comuneros. De una manera magistral, el autor entrelaza los acontecimientos de la época que producirían las condiciones para la revolución comunera, con la vida de Nariño, partícipe desde temprana edad en todas aquellas conspiraciones que desde la capital, Santafé de Bogotá, se conjuga2017
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rían con las del centro del descontento contra la corona española, Santander, entonces territorio de la Provincia de Tunja. Nariño desde un comienzo nos dice quién es, qué edad tiene cuando empieza la narración y además, que alberga un secreto, el cual nos irá dejando saber a lo largo de la novela a través de multitud de situaciones, detalles, personajes y análisis de las raíces de la Revolución Comunera. Este es el párrafo inicial de donde se desprende toda la novela: “A muchos les duraría por el resto de sus vidas el sobresalto que les produjo la sacudida de aquel día en Santafé de Bogotá, la vieja y tranquila capital del Nuevo Reino de Granada. Yo recién había entrado en mis diecisiete años, bien trajinados. Por las diversas circunstancias de mi vida, y las características del círculo con el que ella se relacionaba, conocía el secreto de cómo, cuándo y por qué habría de pasar lo que pasó”. ¿A qué “sobresalto” se refiere Nariño en esta parte? El “sobresalto” es nada más ni nada menos que los Comunes le han propinado una soberana derrota a las huestes del rey a poca distancia de la capital. Así nos narra Nariño la noticia que acaba de llegar: “Una cincuentena de rebeldes, armados de fusiles, machetes y azadones, al mando del malvado capitán Ignacio Calviño, derrotaron el 8 de mayo en Puente Real a las tropas leales, comandadas por el oidor don José Osorio, que cayó, con todos sus hombres, prisionero de los rebeldes. Eso no era nada. 110
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Acampados en Zipaquirá, veinte mil bandidos subversivos denominados Comunes, que obedecían las órdenes de un Juan Francisco Berbeo, a quien llamaban generalísimo, alentaban la aspiración optimista de avanzar contra la capital y derrocar al gobierno magnánimo de su majestad”. La sacudida era entonces la revolución que se venía encima y el joven personaje de 17 años que narra en este momento la novela, no era cualquier personaje, como él mismo lo indica:
Y, ¿cuál era el círculo con el que se relacionaba Nariño? Nada más ni nada menos que la intelectualidad de aquellos tiempos, personajes de alta alcurnia que estaban a la vanguardia de sus días en ideas sociales, sensibilidad, lecturas e ideales libertarios. Nariño se reúne con intelectuales de la talla del marqués de San Jorge, de José Antonio Ricaurte y Rigueiros o del Dr. José Celestino y Mutis, quien además de ser clérigo y médico era un erudito investigador, impulsor de las ideas libertarias en América y de quien nadie podría sospechar “Por las diversas circunstancias de de su fidelidad al rey y a la “madre mi vida, y las características del patria”, según narra Santos Molacírculo con el que ella se relacio- no. naba, conocía el secreto de cómo, cuándo y por qué habría de pasar Además de lo anterior, siendo mélo que pasó”. dico de la familia Nariño, Mutis prácticamente le había salvado la Y ese es el ovillo que desenvolve- vida al cuarto hijo del matrimonio rá la novela, cuando Nariño nos conformado por don Bernardo cuente en detalle los eventos del Nariño y Catalina Álvarez. Así círculo con que se relacionaba su nos describe Nariño su propio vida y el secreto, para entonces, de parto: cómo, cuándo y por qué empezaría la revuelta. El secreto, obviamente, “El doctor Mutis les pidió que le es también para el lector, secreto mandaran avisar a la primera seque Santos Molano a través de ñal que doña Catalina tuviera de más de 50 años de investigación y síntomas de parto. Yo nací el 9 medio millón de tarjetas de notas de abril, y por desgracia no tan que guarda en su casa y en su me- bueno y sano como anhelaban moria, se encarga de convertir en mis padres. El doctor Mutis pasó novela para situarnos en la época a mi lado varias noches en vela, de manera casi cinematográfica. haciendo esfuerzos desesperados Para ello, Santos Molano se vale para conservarme la vida. Vine no solo de exquisitos recursos li- al mundo acompañado de males terarios sino de su conocimiento congénitos”. exacto de genealogías, costumbres, cultura y lecturas de la época Es así como del Dr. Mutis salva que le dan marco a una narración la vida de Antonio Nariño, el cual épica en la que el lector se vuelve a seguramente hubiera muerto desla vez un espectador de la detalla- pués de nacido de no haber estada y precisa narración. do a su lado el Dr. Mutis, con su profundo conocimiento de la medicina y de miles de plantas medi-
cinales, las cuales usó para que el pequeño y débil Nariño volviera a la vida. Sin embargo, el Dr. Mutis no habría de ser solamente el ángel salvador de Nariño, sino que su influencia se extendería mucho más allá, ya que él era uno de los conspiradores contra la Corona Española, unido a criollos, nobles y hasta a otros españoles, como el mismo Dr. José Celestino Mutis. Todos estos personajes aparecen en la novela en franco diálogo, de modo que la acción es permanente, y sus conexiones políticas y filosóficas con el Movimiento de los Comuneros nos hacen ver cómo la liberación de la Nueva Granada del imperio español fue una tarea que envolvió a muchos grupos sociales y a varias generaciones. El diestro arte de la política, la diplomacia y la intriga, son presentados por Santos Molano como un gran juego de ajedrez, con algunas jugadas aparentemente obvias, escondidas por otras ocultas, en las que los personajes se están jugando una partida verdaderamente significativa: la de su propia vida. El conflicto histórico es perfectamente delineado a través de los personajes, aquellos a los que Nariño llama “los conjurados”. Todo empieza con lo que parece una reunión de carácter social a la que ha sido invitado el joven Nariño en la casa del Marqués de San Jorge, la cual cambia de aspecto misteriosamente, con la llegada de un ilustre visitante francés: “—El doctor Luis Francisco de Rieux y Sabaires, médico francés que viene de Cartagena, donde el virrey lo ha llamado para adelantar
la organización del hospital—que descubrió su rostro simpático, con una barba corta, sedosa y cuidada y unos ojos azules e inquietos, reveladores de las cavilaciones y las esperanzas de un espíritu inconforme —y don Ignacio Bermúdez de Castro, súbdito español peninsular, que es leal a nuestra causa… —Perdón, marqués —interrumpió el doctor Mutis con tono chocarrero— ¿A qué causa se refiere vuesa merced? ¿A qué causa puede ser leal un súbdito español si no es la de su majestad?” La “causa” por la que averigua Mutis, es nada más ni nada menos que la causa de la liberación y la independencia. Y, obviamente, tenía que ser un francés, el doctor Rieux quien planteara de viva voz las ideas libertarias, de las cuales Nariño ha tenido noticia en sus formidables lecturas: “El doctor José Antonio Ricaurte, Pedro Fermín y yo, sabedores de a dónde nos llevaba aquello, habíamos leído en los libros del abate Raynal y de Thomas Paine las ideas expuestas por el doctor de Rieux, sintetizadas en los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres, heraldos de la mutación drástica que habría de efectuarse en el orden político y económico, y de que el mundo hasta entonces conocido, el mundo de la aristocracia, de la monarquía y del feudalismo, sería barrido por la escoba nueva del liberalismo y de la democracia.”
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os conspiradores de la época, incluido un joven de tan solo 17 años, Nariño, representaban a la crema y nata de la sociedad santafereña, incluidos los ya mencionados marqués de San Jorge y
el abogado José Antonio Ricaurte y Rigueiros. Es en la casa del primero donde Santos Molano nos deja saber de la gran conspiración internacional por la libertad llevada a cabo por una organización entonces absolutamente secreta que traspasaba fronteras, nacionalidades y juramentos de fidelidad a monarcas y papas “escogidos por Dios”: “—Esa organización, mes amis, se llama la Masonería –-Y leyendo en las labios inmóviles de sus oyentes la pregunta— ¿Qué qué es la ma-so-ne-ría? La masonería es la organización a la que pertenecemos los masones, que a nuestro turno somos una agrupación de hombres unidos por la fraternidad universal, por la creencia de que todos los hombres, de cualquier raza, religión o credo al que pertenezcan, son hermanos, y que el Supremo Arquitecto nos ha hecho libres e iguales. Los masones respetamos la moral y la ética, somos capaces de vivir con rectitud y de morir con valor y dignidad por nuestras convicciones, la principal de las cuales, como he dicho, es la fraternidad humana. —¿Cómo puede la masonería —me atreví a preguntar— garantizar a sus miembros esa seguridad de que usted habla, doctor de Rieux? —Voici, mon très, très jeune ami… Por el secreto. El se-cre-to es la base de nuestra seguridad. La masonería es una organización secreta, invisible, que actúa sin ser vista, ni oída. Ustedes no han estado aquí, no me conocen, yo no los conozco, no se conocen entre sí, pero… son hermanos masones, o lo serán, porque todavía no han prestado el juramento. Serán iniciados, y acatarán lo que dispon2017
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gan sus hermanos maestros de nuestra orden, los doctores Mutis, Moreno y Escandón y el señor marqués de San Jorge. Ellos los van a conducir por el camino recto que traza la sabiduría del Supremo Arquitecto, y en su momento les tomarán el juramento, le serment, que los hará miembros de la masonería. Pour le moment, les he traído unos libros…Monsieur Bermudéz, s´il vous plait…” Y, a través de esos libros, verdaderas enciclopedias del conocimiento revolucionario, es que se empiezan a gestar los cambios de pensamiento que aclararán a todos estos actores que el mundo colonial, feudal y monárquico tiene que ser echado de lado. En verdad se vivía un momento efervescente en el mundo y en América tras la Revolución Francesa y la Revolución Estadounidense contra el imperio británico. Además, en América del Sur, Tupac Amarú sitiaba a Cuzco y el Movimiento de los Comuneros se disponía a avanzar sobre Santafé para tratar de acabar de una vez por todas con el desorden establecido. Lo que se desprende de la novela La novela de Enrique Santos Molano, además de ser entretenida, bien lograda e investigada, es absolutamente didáctica. A través de la narración de la Revolución de los Comuneros, su traición, derrota y sanguinaria ejecución llevada a cabo por los españoles, para mantener el orden establecido, así fuera un orden criminal y retardatario, podemos aprender varias lecciones: las revoluciones no se producen en el vacío, deben existir causas objetivas y subjetivas que lleven a la revuelta. La novela 112
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RESEÑAS nos muestra las principales causas estallado por toda Europa y los objetivas que llevaron a la revo- escritos de los enciclopedistas así lución contra la corona española: como obras importantes, inglesas España, mala madrastra, metida y francesas habían llegado a maen diez mil guerras y producto- nos de la intelectualidad subversira de nada, básicamente vivía del va de la época. saqueo de sus colonias, en estos momentos decide que aumentan- Nariño leía prodigiosamente, tando los impuestos en sus colonias to en inglés como en francés, idiova a seguir financiando su modo mas que dominaba perfectamente, de vida depredador a costa de mi- y sobre temas de alto conocimienles de vasallos, que como esclavos to, ya fuera en la Biblioteca Real regalaban su trabajo a la corona. con más de trece mil libros de la Y, aumentar los impuestos supo- expulsada Compañía de Jesús; mas nía seguir con el monopolio del sin embargo, como leemos, lo más tabaco y elevar el impuesto a los jugoso provenía de la biblioteca de agricultores. Objetivamente los su tío Manuel y de la del marqués productores de tabaco no aguan- de San Jorge. Estamos hablando taban más impuestos, de modo de un joven de apenas 17 años, que el comercio “ilegal” del tabaco que no solamente era autodidacera una de las formas de librarse ta y políglota, sino que estaba bede los mismos; la otra forma era biendo de las fuentes de sabiduría negarse a pagarlo y derrocar el or- de la época, sin desperdiciar una gota de lo que leía. Nariño era en den establecido. verdad un genio adolescente, lo as causas subjetivas estaban cual se vería reflejado en el resto más que dadas, el pueblo esta- de su vida y obra. ba harto del desprecio que sentían los españoles por criollos, mesti- Mancha de la tierra es la primera zos e indígenas, basados en su ra- parte de una trilogía denominada cismo desmesurado que distinguía Los hermanos libertadores. Enrientre peninsulares y nativos, como que Santos Molano seguramente si los peninsulares fuera dioses, nos sorprenderá muy pronto con así fueran la yerba más común el segundo volumen, ya que como del camino, y como si los nativos en las buenas películas, en el prifueran los desechables de la época, mer libro nos ha dejado a la espera ya fuera que trabajaran en minas de cómo continuará esta saga lide sal o de oro o en la agricultura, bertaria y literaria, donde los perdonde llevaban vidas deplorables sonajes, como los fantasmas, siy tenían una muerte garantizada guen hablando y soñando después en pocos años por las torturas y de muertos, ya sea a través de la el trabajo extremo que les tocaba exquisita pluma de Santos Molano o de la narración prodigiosa del hacer. personaje principal, don Antonio Sin embargo, existían otras causas Nariño y Álvarez. subjetivas, de las cuales la novela nos da muy buena referencia: el mundo de las ideas revolucionarias contra la monarquía había
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En los brazos de la mujer madura Experticia y seducción Por Christian Castaño.
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ay lecturas que, como algunos consejos, nos llegan tarde, o si bien no llegan tarde, lamentamos que no hubieran llegado antes para prevenirnos de algún mal, para salvarnos de un error, e incluso, de la confrontación incómoda con nosotros mismos. Es mi experiencia con la conocida novela de Stephen Vizinczey acerca de los diarios de András Vajda, intitulada En brazos de la mujer madura. Como dicen de la justicia, llega tarde… ¡pero llega!, no como un manual de instrucciones, sino como una oportunidad para el realismo, ese que tanto defendiera el escritor húngaro en cada uno de sus ensayos, apelando a Sthendal, Tolstoi o Dostoievski. Una ocasión que, respecto de su tema, nos enfrenta con la verdad, lo absurdo, y la fragilidad de nuestra condición humana, la cual no se nos presenta solo en la guerra o la destrucción, en la manera en que la presencia András en su travesía por Austria después de la invasión de los ejércitos rusos a Hungría, sino también —sorpréndanse— en el sexo. En su ensayo “Proscript to an Erotic Novel”, Vizinczey nos refiere los siguiente: « […] ¿Qué hace a una novela ‘realista’? […] Parece ser que una novela se vuelve realista no solamente al describir la vida sino al poner al lector en una situación de vida, en la cual se le exige ejercitar su juicio, entrever el significado de una acción o un gesto, y tratar de estimar el carácter y las circunstancias sin más pistas de las que tendría en la realidad. Así
y de la mano de Maya, su primera amante madura: «—Este siglo es malo —me dijo una vez—. No deberías leer a los novelistas de hoy. Son simples inventores. Sthendal, Balzac, Tolstoi… éstos pueden decirte mucho acerca de lo que la gente piensa y siente sobre las cosas. Gracias a ella, me convertí en un entusiasta de los novelistas franceses y rusos del siglo XIX y ellos me enseñaron mucho acerca de las mujeres que conocería en mi vida». 3
la letra muerta toma vida conduciendo al lector a la situación, poniéndolo en sus zapatos, colocándolo contra la experiencia literaria de modo que pueda sostenerse por sí mismo. Eso de “relajarse con un libro” no es más que el ensueño de alguien a quien no le gusta pensar y que no promete ninguna iluminación»1. Situaciones tales como las de la seducción, esas de adivinar gestos y señales, de dejarse llevar por la fuerza del significante insignificante2, no enseñan menos que la situación de un crimen como el de Raskolnikov. El mismo András llega a aprender y a ponerse en situación por medio de la literatura 1 Vizinczey, Stpehen, “Proscript to an Erotic Novel” en “The Rules of Chaos or Why tomorrow doesn´t work” The McCall Publishing Company, New York, 1970, pp. 220. [Traducción es nuestra] 2 Baudrillard, Jean “De la seducción” Ediciones Cátedra S.A. 1987 Madrid.
Hay lecturas que no llegan a tiempo, es verdad, pero de nada valen tampoco si al llegar a nosotros, no nos invitan a la experiencia, a llevar a cabo acciones o a reflexionar sobre las que hemos vivido. «Hay poco mérito intelectual en la ficción argumentativa, y el formato didáctico de En brazos de la mujer madura es usado como un dispositivo técnico con el fin de construir un marco para su contenido. Para mí, el intento de tratar la ficción como un medio para el razonamiento directo y el enjuiciamiento moral es fútil y engañoso: engaña al escritor al hacerlo creer que influencia la manera de pensar de la gente cuando en realidad no lo hace, y engaña al lector alentándolo en la peligrosa ilusión de que los pensamientos pueden ser adquiridos sin el problema de reflexionarlos y que las verdades pueden ser compradas al precio de un libro, sin la experiencia perturbadora del descubri3 Vizinczey, Stephen, “En brazos de la mujer madura”, Seix Barral, Barcelona, 1997, pp. 49 2017
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miento»4. Ante esto, quedamos advertidos de no utilizar esta novela como un manual, y avisados de la necesidad de enfrentarnos a nosotros mismos en un examen privado de nuestras experiencias. Tal vez es ese nuestro miedo a confrontarnos con los recuerdos y —amén de nuestra juventud— las eventualidades de la iniciación y la inexperiencia en el amor y las artes amatorias, que debemos asistir a los escenarios reprimidos que de una u otra manera se ven superados a través de la catarsis de la lectura y la escritura. ¿Cómo no recordar aquellos fiascos sin ruborizarse un poco en privado? ¿Cómo no recordar con ternura la complicidad de la inocencia, y de allí sacar nuestras propias conclusiones sobre la necesidad de aprender de la experiencia?
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que tampoco sepa nadar. Aunque simples víctimas inocentes de sus no te ahogues, te llevas un buen pasiones y que de cierta manera no susto»5. se confrontan con ellas7, nos representa un András Vajda que, canEs el horror de la verdad, es el nar- sado, decide dejar de andarse con cisismo y no el pudor el que nos juegos con niñas inmaduras, y nos espanta de la reflexión sobre la ini- cuenta cómo deja atrás a Agi, una ciación, la medusa que nos impide jovencita con la que salía: «La dejé mirarnos a nosotros mismos a tra- en el vestíbulo del cine, y aunque vés de la literatura erótica, máxime mi casa estaba en el centro, a casi si ésta nos interpela en nuestra his- cinco kilómetros de allí, me sentía toria personal: «El sexo es la mala tan eufórico que regresé andando. noticia de que no tenemos poderes No hay nada como mandar a paseo sobrenaturales. En el momento en a una chica que ha estado dándote que queremos trascender nuestro una de cal y otra de arena, para teser, corremos contra los confines de nerte al retortero, sonriendo como nuestra humanidad […] Nos gusta un imbécil, atraído y desdichado. pensar que nos avergonzamos del Nada como la estupenda sensación cuerpo, pero de lo que nos aver- de cortar el cordón de tus frustragonzamos es de la lección que nos ciones, de marcharte para siempre, enseña que el alma existe en nues- libre e independiente. Tal vez patra carne de fuerza limitada y de rezca extraño, pero el terminar con debilidad ilimitada. Además, cuan- aquella muchacha de cuerpo rollido desnudamos nuestro cuerpo a zo y cabeza hueca fue uno de los otro, también desnudamos nuestra actos más intensamente gratificanpersonalidad, al menos para nues- tes de mi vida. Me sentía liberado, tra consciencia […] El acto sexual fuerte, invencible. Probablemente destruye la imagen que tenemos porque esperaba conseguir a una de nosotros mismos, al menos por mujer hermosa, seria e inteligente el momento, y nos confronta con —a pesar de que en realidad, por nuestro yo; mide nuestras capaci- aquel entonces, esto no era más dades para sentir y percibir, para que un sueño—, me parecía que el afecto, el coraje, el trabajo duro me desligaba no ya de Agi sino y el gozo y expone nuestra peque- de todas aquellas tontadas insípiñez, apatía, cobardía y egoísmo»6. das e inútiles que hasta entonces De allí salimos espantados, no pensé que me eran imprescindisolo ante la literatura erótica, sino bles. Aquel domingo por la tarde, ante las malas pasadas de la vida, mientras iba hacia mi casa —volvía y solo nos damos cuenta de nues- a ser primavera y yo iba a cumplir tra ansiedad cuando corremos al diecisiete años—, me sentía dueño encuentro del destino —elemento de mi destino»8. propio de la seducción—, no llevados por él, sino empujados por e trata entonces de decir adiós, medio de la voluntad. Vizinczey, sin pudor, a todo aquello que en su desprecio por toda literatu- nos ata a un presente de angustia, ra que “pinta espejismos”, o que decir adiós a Agi, a nuestro primer retrata el destino de sus persona- amor, a nuestra primera experienjes como fatalidad donde estos no cia, por grata o nefasta que sea, es tienen agencia alguna, donde son
izinczey nos demuestra en la voz de András, con fino humor, los inconvenientes de la iniciación: « […] decidí que mi problema era que yo salía con chicas excesivamente jóvenes. En cada caso, tanto la chica como yo teníamos que soportar la tensión de nuestra ignorancia. Nuestro profesor de inglés nos dijo que Romeo y Julieta trataba de la fuerza del amor de la juventud que vence la muerte. Cuando leí la obra, descubrí que trata de la fuerza de la ignorancia de la juventud que vence al amor y a la vida. Porque, ¿quién sino dos chavales idiotas habían de matarse en el preciso instante en que, por fin, van a poder reunirse después de tantas penalidades e intrigas? Todavía pienso que, en la medida de lo posible, chicos y chicas deberían desentenderse unos de otras […] Tratar de hacer el amor con alguien que es tan torpe como uno mismo me parece tan insensato como me- 5 Vizinczey. Op. cit., 1997, pp 45 terse en aguas profundas con otro
6 Vizinczey. Op. cit., 1970, pp 222
4 Vizinczey. Op. cit., 1970
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7 Vizinczey, Stephen, “Uno de los muy pocos”en “Verdad y Mentiras en la Literatura. Ensayos y críticas”, Seix Barral, Barcelona, 1989. 8 Vizinczey. Op. cit., 1997, pp. 54
decir adiós a todas las demás. De cierta manera, la iniciación es la salida de la incipiente ignorancia, proceso doloroso que todos nosotros sentimos, el cual gustamos de reprimir y negar, en ese afán de creernos sabiondos e infalibles. Esa confrontación con el miedo que caracteriza nuestra salida de la minoría de edad —de la que nosotros mismos somos culpables— en el arduo proceso de búsqueda de la autonomía, por el ideal de forjarse una personalidad, irrumpe en la seducción de manera estrepitosa cuando damos el salto, en el momento en que decidimos hacer que las cosas sucedan después de un largo proceso de interpretación de signos, de acechar y estar al acecho9. Maya, la primera amante madura de András le proporciona dichos signos: «Siempre estaba amable pero distante, y aquella actitud (que después observaría en muchas mujeres educadas) me tenía debatiéndome en un mar tempestuoso de ilusiones y zozobras. Me dedicaba una sonrisa cálida pero irónica —después me confesó que se sentía intrigada acerca de cuánto me tardaría yo en hacerle proposiciones— que en modo alguno contribuía a despejar mis dudas sobre sus sentimientos». Y tiempo después: «Ella cerró la puerta del dormitorio, en el que tuve tiempo de ver una cama revuelta, y entró en la sala. Se sentó en el borde de una butaquita y yo me quedé de pie, dándome perfecta cuenta de que molestaba. Pero lo violento de la situación me ayudó a destaparme: por mucho apuro que me diera pedirle que se acostara conmigo, todavía me parecía más descabellado mantener una conversación normal con una mujer soñolienta. Aspiré
profundamente y miré a sus ojos entornados. —He decidido que si hoy no le pido que haga el amor conmigo, me tiraré al Danubio.
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o sabía si añadir la frase ensayada, pero ahora parecía una redundancia. Estaba tan contento de haberme atrevido a hablar que, durante un momento, dejó de importarme cuál fuera su respuesta. —Bien, puesto que ya me lo has pedido, no tendrás que matarte. […] Durante una de nuestras breves pausas, le pregunté cuándo había decidido acceder a mi petición. ¿Fue en el momento en que yo estaba dispuesto a abandonar y le pregunté si quería seguir durmiendo? —No; lo decidí el día en que te dije que estabas creciendo muy de prisa y te hice ponerte a mi lado, junto a los buzones. Me quedé atónito. Esto hacía que todos mis apuros y estratagemas parecieran inútiles y ridículos; y también significaba que habíamos perdido unas semanas preciosas. ¿Por qué no me había hecho alguna señal de aliento? —Quería que me lo pidieras tú. Es mejor que seas tú el que seduce a la mujer, sobre todo si es la primera vez. Béla empezó pagando a una prostituta y no ha conseguido superarlo. Tú no tendrás esos problemas. No es de extrañar que estés orgulloso de ti mismo. —¿Cómo sabes que estoy orgulloso? —Porque tienes motivos para ello.»10
Toda iniciación requiere de un tutor, implica a un cómplice, no importa cuáles sean sus escrúpulos, y 9 . h t t p s : / / m r m o r l o c k . w o r d p r e s s. en la iniciación erótica se requiere com/2015/04/21/la-curiosidad-matoal-gato-a-proposito-del-tema-de-la-se- de un experto/a que nos guíe, para que no nos llevemos un buen susduccion-a-partir-de-jean-baudrillard/ 10 Ibíd. pp. 59-62
to en el agua al echarnos a nado. Gracias a Maya nacía un seductor, con preferencia hacia las mujeres mayores de ahí en adelante, pero que con cada mujer nueva que encontraba, iba adquiriendo mayor pericia para la interpretación de signos, con las palabras y el arrojo correctos para comenzar cada vez una nueva e interesante relación. ¿Se aprenderían todas esas cosas con las “inmaduras”?, no lo sabemos, lo cierto es que no podemos no aprender de aquellas que, sabiendo muy bien lo que quieren, nos conducen al momento decisivo para evitar que nos lancemos al Danubio. Alguna vez una amiga me dijo que nosotros los hombres no sabemos interpretar las señales que ellas nos dan, a lo cual repliqué que no entendía porque teníamos que servir de decodificadores. Pero en el camino se va aprendiendo:
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espués de sus experiencias, de haber amenazado con tirarse al Danubio, ¿acaso podría importar eso? La iniciación, salir del estado infantil y de esa pureza idiota que tanta gente celebra en el niño, es el punto cardinal, el más importante de “madurar”, de confrontarse con la realidad: «Esta idea de una niñez perfecta y de «disfrutar la niñez» me parece absurda y dañina; Estados Unidos está lleno de adultos que jamás han madurado y siguen siendo niños a los 40. Yo nunca me pensé como un niño ni creí que debía disfrutar de mi niñez; mi meta fue crecer lo más rápido posible para así poder comenzar a lograr algo. Me pude sostener desde los 14 y me fue mejor por eso. El héroe ideal de Un millonario inocente es José de San Martín, quien luchó como un alférez en el sitio de Oran a la edad de 12. A propósito de San Martín, escribí que «uno debe comenzar temprano para volverse un gran 2017
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hombre». Pero la verdad es que uno debe comenzar temprano si quiere volverse lo que sea. La vida es demasiado corta como para acortarla aún más con años de deleite insensato»11. Dar el salto desde la niñez nos vuelve más avezados, más seguros, y ante todo, pacientes. Si algo caracteriza al niño, es ese constante deseo de la madre, o si se quiere, de la figura materna. El niño pide, y lloriquea si no obtiene su deseo, quiere capturar el mundo y regresar a ese estado inicial del principio de placer, cuando nada se le oponía en el mundo y era uno con el mundo. Salir del estado infantil gracias a la mujer madura —si es que no resulta que casi siempre son más maduras que nosotros, eternos niños—, a partir de moldearse en relación con ella, a partir de la relación que plantean, significa conocer la moderación, la prudencia, y dejar ese narcisismo, propio de las relaciones juveniles, tan romántico, ridículo, inocente y trágico en la que cada uno reclama una atención del otro sin aceptar ningún tipo de reparos ni límites. Pero más allá de las limitaciones propias de los roles sociales del joven y la mujer madura, esa “influencia civilizante de la cópula entre generaciones” forma el carácter por medio de una pedagogía de la confrontación, y nunca se aprende tanto como cuando uno acepta humildemente su ignorancia. Este no es el caso de las relaciones juveniles, por supuesto, ya que en ellas, lo que casi siempre sucede es una pugna de egolatrías que se inflaman con el peso de la absoluta ignorancia, la que tiene cada uno sobre ese asunto de relacionarse con otros. Las relaciones amorosas hacen parte de lo que comúnmente se denominan 11 Entrevista José Luis Perdomo Orellana. Escarabeo Revista Literaria, Nro1, 2006
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“procesos de socialización”, que van del hogar, pasando por la escuela hasta la familia y el vecindario, incluyendo muchos más ámbitos que implican una relación con los otros. En el ambiente intelectual, por ejemplo, siempre resulta más cómodo hablar con un par, es decir, con alguien tan ignorante como uno, porque de otra manera, al hablar con un maestro, muchas veces —he comprobado que no siempre— nos confronta con nuestra incipiente estupidez, la cual hacemos pasar casi siempre por profundidad y lucidez. Y es esto lo que sucede cuando nos acostumbramos a salir con inmaduras/os, y en esto nos llevan ventaja las mujeres. ¿Cuántas veces no hemos sentido esa destreza que tienen las mujeres en el manejo de los silencios, de las pausas o de los gestos? ¿No ha sido esa nuestro talón de Aquiles cuando seducimos a nuestras contemporáneas? ¿No han notado cómo la mayoría de ellas siempre nos parecen tan serias y profundas cuando nosotros intentamos sorprenderlas con sosa galantería? “Seducir es fragilizar, Seducir es desfallecer. Seducimos por nuestra fragilidad, nunca por poderes o signos fuertes. Esta fragilidad es la que ponemos en juego en la seducción y la que le proporciona esta fuerza”12, pero creemos que seducimos por mostrar nuestra fuerza, nuestra infalibilidad, por parecer “hombres”13, y solo aprendemos a seducir por nuestra fragilidad luego de conocer a la mujer madura, que ya no cree en cuentos, en frases tontas o en demostraciones de una supuesta fuerza psíquica y moral inquebran-
RESEÑAS tables. Y casi siempre las mujeres son maduras y nosotros niños, ¿por qué?: antes que nosotros, muchas de ellas han conocido hombres maduros, y la mayoría de veces son hombres maduros que salen siempre con mujeres jóvenes, es decir, ellas ya han sufrido la violencia y la tontera de esos que prometen el amor eterno, que prometen la fidelidad y que aman con violencia, pero ellas ya saben muy bien que la “fuerza” es un engaño de aquellos que quieren todo menos una relación horizontal con una mujer, una relación amistosa y de complicidad: «—Sí; te quiero —dijo muy seria—. Pero ya verás cómo el amor no dura y que es posible querer a más de una persona al mismo tiempo».14
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sa fue la primera enseñanza de Maya, la primera amante de András Vajda, el personaje del best seller de Stephen Vizinczey, la más reveladora y la más importante. ¿Cuántos no pensaron que el primer amor sería eterno? ¿No fue doloroso tener que enterarse del engaño o la infidelidad? Dicen que uno va sacando callo en el corazón a medida que va uno decepcionándose en cada relación, y eso no es otra cosa que volverse más realista. Lo mismo sucede en política, solo quienes han tenido alguna que otra experiencia política entienden que son más importantes los objetivos y los logros de la praxis que las “infidelidades” y las traiciones de los líderes, en cambio, los inmaduros solo miran y critican desde la tribuna, disculpándose de no participar en el ruedo por el miedo a 12 Baudrillard, Jean “De la seducción” las traiciones de los intelectuales, Ediciones Cátedra S.A. 1987 Madrid. presidentes o representantes, conPág. 80 cibiéndose inmaculados y puros. La iniciación con la mujer madura 13 “Dicen que los fuertes no dependen de significa el privilegio de acceder a nadie/ni para el placer/ y conocen la manera más rápida,/ más segura y más cabal de ganar./ Los violadores barrenan con el pene” . Vizinczey. Op. cit., 1997, pp.119
14 Vizinczey. Op. cit., 1997, pp. 63
RESEÑAS esos misterios desde un principio, aun cuando no se hagan conscientes de inmediato, y por ello la lectura de esta novela —que como advertimos no es un manual de las artes amatorias—, si queremos que sea “edificante”, debe ir acompañada de la ineludible experiencia del amor maduro: «¿La calidad del amor depende, entonces, de cuánto dura en el tiempo? No pretendo formular aquí, en un sentido ético y filosófico, las mismas preguntas que intenté plantear en la descripción de las realidades presentes en la novela, excepto para decir que no creí que pudieran ser consideradas seriamente (en una nueva perspectiva, por así decirlo) sin la primordial presencia del amor físico [real]. Pues el sexo, junto con la muerte, nos ofrece la experiencia más profunda del Absurdo y es por eso una gran fuente de dislocación y confusión en nuestras conciencias y en nuestra cultura»15 15 Vizinczey. Op. cit., 1970
Christian Castaño. Politólogo y profesor de Ciencia política de la Universidad Nacional. Coordinador del blog Mr.Morlock. Colaborador de Escarabeo.
Cuando nuestras soledades se vuelven públicas Por Carlos José Reyes *
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ernando Fernández, oriundo de San Gil, Santander, es miembro de una familia tradicional frente a la cual asume una actitud rebelde por naturaleza. Realizó estudios de ingeniería de sistemas, con varias especializaciones y post grado en Francia. Su residencia en París amplió su perspectiva, enriquecida por constantes lecturas de narrativa y ensayo, en un momento en el que el existencialismo aún tenía una activa presencia en el ambiente intelectual parisino. Lecturas de Nietzsche, Schopenhauer, Sartre, Camus, y de un modo particularmente incisivo, el rumano radicado en París, Emil Cioran, fueron marcando los principales rasgos de su personalidad, y desde luego, el trasfondo emocional de sus escritos. La ingeniería de sistemas lo llevó a dirigir varias empresas, que le significaron desde el otro lado del espejo, como diría Lewis Carroll, un abundante material temático para sus escritos. Porque más que un ingeniero inmerso en cálculos y proyecciones digitales, su constancia en la lectura pronto lo llevó a la escritura, que del papel de experto
en medios digitales de comunicación lo atrajo hacia la palabra escrita, hasta convertirse en narrador, periodista, crítico de una sociedad descuadernada, configurada por trampas y simulaciones, dedicado a escribir relatos con una multitud de personajes que se debaten entre sus deseos e impulsos secretos y los prejuicios y tradiciones de una sociedad marcada desde sus orígenes coloniales por la cultura judeo cristiana. Aparte de agudas notas críticas sobre sus lecturas de ensayos y narrativa, así como artículos de diversa naturaleza sobre lo divino y lo humano, Fernando Fernández ha publicado dos libros que recogen sus visiones de la sociedad, los desgarramientos existenciales entre el deseo y la culpa, la tradición religiosa de la familia y sus impulsos de independencia y libertad en los aspectos cruciales de la vida: la autonomía intelectual, la sensualidad, el espíritu crítico y sarcástico que se debate en medio de los mitos y fantasmas de una sociedad en donde reinan la hipocresía y la simulación. Su primer libro: Puntos de existencia, recoge un sinnúmero de recuerdos, visiones, experiencias y narrativas de momentos de vida que no sólo incluyen experiencias personales, sino también actitudes, imposturas, mascaradas y trapacerías observadas en los otros. El presente libro, Soledades públicas, coloca en primer plano la problemática del choque existencial entre el deseo y la culpa, la sexualidad y el pecado, la tradición con sus mitos y prejuicios y la búsqueda de libertad, cuyo reclamo y desga________ * Miembro de las Academias colombianas de la Lengua y de Historia. Dramaturgo e Historiador. Exdirector de la Biblioteca Nacional. 2017
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rramiento son la materia esencial de este relato. No se trata de una novela provista de un argumento ordenado y lineal, con su planteamiento, nudo y desenlace, a la manera de los grandes maestros decimonónicos. Está elaborada desde la fragmentación, el juego de relatos diversos, concebidos en primera persona como testimonios de un testigo presencial, que nos recuerda el papel de Marcello Mastroianni en La Dolce Vita, de Federico Fellini: el observador implacable cuyas líneas, al estilo de una página de diario, van configurando el eje narrativo, junto con otras voces de personajes que parecerían surgidos de una gran mascarada de simulaciones, trampas, asociaciones para delinquir, deseos fallidos y en el fondo, como lo indica su título, una profunda soledad intelectual en medio de la multitud. l título de la obra anuncia sin ambages su contenido, el que se ve reforzado por la carátula en la que un pensador solitario, el de Auguste Rodin, implantado de alas lo pone en el límite entre ángel y demonio que se erige sobre una multitud dantesca de cuerpos desnudos. Tanto el título como la imagen de la carátula son, sin duda, el reflejo del espíritu del libro. Existe un desgarramiento existencial que sin duda tiene un trasfondo en las lecturas de Cioran y Nietzsche, autores afectos del escritor. Es notoria a lo largo del libro la influencia de estos pensadores, que han debido cimentar la visión de una sociedad más basada en las apariencias que en las realidades; esa que el autor presenta con sarcasmo y no con menos escarmiento. El hilo de la trama –sin que sea lineal y tradicional de acuerdo con los clásicos de la novela– se plantea al comienzo, en varios momentos del relato y en los segmentos fina-
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les como obra de un periodista, testigo de su época y narrador testimonial. Tal vez pueda considerarse este personaje como el alter ego del autor. La presencia del padre, la tradición familiar, en el caso de la familia santandereana del autor, con estrictas raíces religiosas, aparece como una atadura que es necesario romper, y de paso, plantear el dilema existencial entre el deseo, el pecado y el temor a la culpa y el castigo. Suena muy probable que en buena proporción estos aspectos dibujados con fuertes tintes en la novela, hagan parte de su vida y recuerdos familiares. La cultura occidental parece haberse dividido desde la edad media entre el cuerpo y el alma, el demonio, como ángel rebelde, y el enfrentamiento entre la sexualidad y la culpa. Esta dualidad es el motor de lo que Sartre caracterizaría como la angustia existencial. Este aspecto es palpable en la novela de Fernández y hace parte de su núcleo esencial. Gran paradoja, entre las tantas que plantea la novela, el ver que en ese mundo narrado de maldad e impostura, el demonio parecería ser el gran triunfador, y sin embargo, es mostrado como un pobre diablo con las alas chamuscadas, sobrepasado por los eventos y que tiene que alejarse pues siente que ya nada tiene que hacer aquí. La perversión generalizada lo supera. Aparte de las situaciones y conflictos que viven los personajes, hay una buena cantidad de reflexiones sobre el sentido de la vida, la inutilidad de muchos actos humanos y la soledad existencial del hombre en medio de la sociedad. En la narrativa pugnan por dominar la escritura el novelista crítico, el dibujante de sórdidas caricaturas, a la manera de Daumier o Toulouse-Lautrec y de tantos autores que usan la sátira implacable del com-
portamiento humano, y por otra parte, el ensayista, con ribetes filosóficos, a la manera de la prosa de estructura fragmentaria de Nietzsche o Cioran, que recrea de manera antagonista los versículos de la Biblia o las sunas del Corán. En el ensayo crítico de Soledades Públicas, los títulos de cada segmento obedecen a una alusión paródica y mordaz de los libros sagrados. Sin entrar a plantear los dramas y episodios tormentosos que viven los personajes, para no malograr la lectura del libro, ni menos dar cuenta del final donde todos se unen en el desastre, sí es interesante plantear grosso modo el papel de la sexualidad en sus vidas, que a veces llega a lo trágico y descarnado, descrito con un humor corrosivo. Personajes en diminutivo, como Guillermito o Raulito, personajes femeninos cruciales, como Edilma, Mercedes o Marianne, así como esbozos masculinos como Vicente de la Pava, Robert y otros, tienen una sexualidad a flor de piel, desgarrada por los fracasos e insaciables apetencias. Son estos aspectos y personajes una pasión constante, por lo general oculta, que el autor quiere destacar como habitual en nuestra vida social, para mejor enfatizar su crítica. arejas controversiales: Guillermito y Edilma, el negocio manipulador de Álex, el uso del travestismo de Julián y el papel mórbido y siniestro de Manjarrés llegan a momentos climáticos del conflicto entre Eros y Tánatos que aparece como una estructura latente de la novela. En medio de las líneas controversiales del dibujo de los comportamientos, estos personajes encarnan los tintes emocionales más intensos y contundentes del relato. Por todas estas consideraciones, no dudamos en recomendar la lectura de este libro, ya que su lectura, en medio de la soledad, es una eficaz forma de encontrar compañía.
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IN MEMORIAM
BAUDELAIRE 150 AÑOS (1821-1867)
II. L’ALBATROS Souvent, pour s’amuser, les hommes d’équipage Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers, Qui suivent, indolents compagnons de voyage, Le navire glissant sur les gouffres amers. À peine les ont-ils déposés sur les planches, Que ces rois de l’azur, maladroits et honteux, Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches Comme des avirons traîner à côté d’eux. Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule ! Lui, naguère si beau, qu’il est comique et laid ! L’un agace son bec avec un brûle-gueule, L’autre mime, en boitant, l’infirme qui volait ! Le Poëte est semblable au prince des nuées Qui hante la tempête et se rit de l’archer ; Exilé sur le sol au milieu des huées, Ses ailes de géant l’empêchent de marcher. EL ALBATROS* Se divierten a veces los rudos marineros cazando los albatros, grandes aves del mar, que siguen a las naves errantes compañeros sobre el amargo abismo volando sin cesar. Torpes y avergonzados, tendidos en el puente, los reyes, antes libres, de la azul extensión sus grandes alas blancas arrastran tristemente como dos remos rotos sobre la embarcación. Aquel viajero alado, cuán triste y vacilante! Y, antes tan hermoso, cuán grotesco y vulgar! Uno el pico lo quema con su pipa humeante; otro imita, arrastrándose, su manera de andar. Se asemeja el poeta a este rey de la altura que reta al arco y vence las tormentas del mar: desterrado en la tierra, burlado en su amargura, sus alas de gigante le impiden caminar Traducción de Andrés Holguín 2017
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