FALLEN PRINCESS -LA PRINCESA CAテ好A.-
ALEXA RAMIREZ
“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.” Agatha Christie.
PREFACIO. HabĂa una vez una princesa, que tuvo que sufrir para ser feliz.
La caída de un reino. Se encontraba la familia real reunida en medio del gran salón del trono, detrás de una docena de soldados armados que les daban la espalda para blandir sus espadas en posición de defensa hacia la enorme puerta de roble que suponía la única vía de acceso a la sala, y que en ese momento se encontraba cerrada. La reina, una mujer de carácter fuerte y cabellos rubios que se habían oscurecido a causa de la penumbra imperante de la sala al igual que sus ojos azules que en ese momento destellaban con el fulgor de la rabia, se encontraba de rodillas en el suelo abrazando a la pequeña princesa que mantenía el rostro oculto en el pecho de su madre para acallar sus sollozos; la reina lloraba en silencio, mirando fijamente la puerta, sin ninguno de esos gestos que suelen descomponer el rostro de las mujeres, manteniendo una expresión que reflejaba odio. El rey, por su parte, se encontraba detrás de la reina y la princesa, abrazándolas mientras escrutaba la oscuridad con sus penetrantes ojos, tan negros como sus cabellos. La princesa lanzó un agudo chillido que alertó de inmediato a la reina, quién le rogó entre susurros que no hiciera ruido, rompiendo así el silencio que embargaba el salón sumido en la más profunda oscuridad de la aciaga noche; y en verdad era aciaga pues esa noche todo lo que alguna vez les había pertenecido estaba a punto de serles arrebatado: el reino, la lealtad de sus súbditos, el estatus…; incluso estaban a punto de perder sus propias vidas. El clamor de la enfurecida multitud llegó a la sala del trono, poniendo en alerta a los guardias mientras la reina aferraba con más fuerza a su hija; el rey, a su vez, lanzó una mirada amarga a los dos tronos que se alzaban sobre una escalinata de siete peldaños detrás de él y de su familia. Se escucharon con claridad los apresurados pasos de alguien
corriendo a través del largo corredor que conducía a donde se encontraba la familia real antes de que aporrearan a la puerta, cosa que causó que los guardias se prepararan para la batalla. -¡Larga vida a La Gran Familia!, por favor, ¡abran en el nombre y el honor de ella!- gritó la agitada voz de un hombre al otro lado de la puerta. El rey se puso en pie, sin despegar su mano del hombro de la reina, y meditó un instante antes de que les diera órdenes a sus soldados. -Abran, es uno de mis consejeros y parece estar solo.Ordenó el rey con su profunda y gruesa voz. Los guardias dudaron un instante antes de jalar las pesadas puertas para permitirle el paso a aquél desconocido. En cuanto el hombre estuvo dentro del campo de visión del rey, éste último se acercó a él con cierta ansiedad que no fue capaz de ocultar y le tendió la mano con firmeza. -Amigo mío, el más fiel de mis vasallos, ¿qué he hecho para merecer tal muestra de lealtad en una noche como ésta?- Dijo el rey, mientras el otro hombre le estrechaba con firmeza la mano que le había tendido. -Majestad, he venido para ayudarlos a escapar. Aún es tiempo, mi lord, puede salvar su vida si se marcha ahora.- Murmuró el hombre, pero el rey lo fulminó con la mirada. -No escaparé, no soy ningún cobarde. Tú mejor que nadie sabes que el escapar sería la confirmación de los crímenes de los que se me acusan; en cambio, nada te obliga a permanecer a mi lado y si lo hay, yo mismo te libero de esa responsabilidad; eres el más joven de mis sabios, abandona el castillo y salva tu vida.
El vasallo miró a su señor con los ojos anegados de lágrimas, pues sabía que esa sería la última vez que lo vería con vida. En verdad él era el más joven de los sabios del rey, pero eso es algo natural cuando el consejo de sabios está constituido en su totalidad por un grupo de ancianos que en su juventud vieron nacer y crecer al rey al que después deberían de servir. Permaneció en silencio unos instantes, mirando con esos ojos castaños a su señor y a la pequeña familia de éste, que permanecía detrás de los guardias, alternadamente. -Si se niega a escapar, entonces salve a la princesa, de esa manera mientras ella siga con vida habrá esperanza.Murmuró el vasallo. El rey lo miró con seriedad, meditó un momento la propuesta de su vasallo y después miró a su esposa, quien asintió demostrando así su resolución a pesar de que su labio inferior temblaba levemente ante la idea de separarse de su preciada hija. El rey frunció los labios y se dirigió a él. -Está bien- contestó el rey, quien miró a su hija por última vez antes de ordenar: -Que mi fiel vasallo se lleve a la princesa. Al escuchar esas palabras, la pequeña comenzó a soltar alaridos con todas sus fuerzas, gritando que no quería irse; la reina se esforzó para apartarla de sí sin lastimarla, le enjugó las lágrimas y le dijo: -Escucha: a partir de ahora tienes que ser fuerte, ya no serás capaz de saber qué es lo que te deparará el mañana, habrá gente que hable mal de tu padre y de mí pero aún a pesar de ello, e incluso cuando sientas que la vida no tiene sentido, debes seguir adelante porque tú eres la única prueba de que tu padre y yo alguna vez estuvimos en éste mundo.
La pequeña princesa la miró con sus penetrantes ojos negros, iguales a los de su padre, llenos de lágrimas que amenazaban con salir de nuevo a pesar de los monumentales esfuerzos que ésta realizaba para mostrarle de alguna manera a su madre que en ese momento ya era la chica fuerte que le había pedido que fuera. El vasallo del rey, que hasta ese momento había presenciado conmovido la escena, se acercó a donde se encontraban ellas para tomar a la princesa en brazos y llevársela, pero la reina se puso de pie cortándole el paso para mirarlo directamente a los ojos con esa mirada feroz tan suya. -Antes de permitirte que te lleves a mi hija, prométeme una cosa: cuidarás de ella como si fuera tu hija, tu amiga y tu soberana1.- Le dijo la reina con una solemnidad tal que el vasallo del rey titubeó un instante antes de contestar. -Lo juro majestad, por mi honor. La reina aceptó su promesa y se hizo a un lado para dejar que el hombre tomara en brazos a la pequeña, por desgracia no había tiempo suficiente para buscar una manta con la cual cubrirla tanto para protegerla del frío de la noche como para darle más probabilidades de escapar. El rey se acercó a su vasallo y lo pasó de largo para subir la escalinata que conducía a su trono y sacar de debajo de éste una pequeña bolsa llena de monedas de oro y entregársela a su vasallo, quién la aceptó sin atreverse a mirar los ojos de su señor mientras éste le daba un beso de despedida a la princesa en su pequeña y suave frente. -Por aquí.- Indicó la reina al dirigirse a un punto específico de la pared cercana a su trono, dio un pisotón con 1 N. del A.: La reina se refiere a que cuide de la princesa como su hija, dándole el permiso de castigarla cuando deba; como su amiga, para que confíe en él; y como su soberana para que siempre la respete como tal.
el pie derecho en un cuadro de azulejo azul en el suelo, retrocedió un paso y dio dos pisotones con el pie izquierdo en otro cuadro de azulejo azul para después empujar la pared con todas sus fuerzas, causando que una puerta oculta en la misma se abriera con pesadez. –Si se van por aquí saldrán a la parte trasera del castillo, ahora ve y defiende mi legado. El vasallo asintió con solemnidad antes de echar a correr a través del oscuro pasadizo que se abría frente a él con la niña en brazos mientras la reina y el rey cerraban con esfuerzo la puerta que se había abierto para revelar el largo reducto. En cuanto la puerta estuvo sellada de nuevo, ambos reyes se sentaron con pesadez en sus tronos, se acomodaron sus ropas, se secaron las gotas de sudor que perfilaban en sus rostros y aguardaron a que lo inevitable llegara a ellos; por desgracia no tuvieron que esperar demasiado pues pronto la turba de gente furiosa llegó al corredor que conducía exclusivamente al salón del trono y comenzaron a golpear la pesada puerta de madera que se encontraba cerrada con la ayuda de la mitad de los soldados. La reina cerró los puños y miró con el ceño fruncido la tambaleante puerta, el rey, al ver la reacción de su esposa, tomó una de sus manos y la apretó con suavidad, gesto que causó que la reina relajara su expresión, mirara a su esposo a los ojos y con el labio inferior tembloroso le susurrara “Tengo miedo” a un volumen tan bajo que ni el mismo rey escuchó su voz, pero aun así éste comprendió lo que le dijo y contestó un simple “Lo sé”. La reina sonrió con ternura. La puerta finalmente logró ser abierta por la turba furiosa, provocando que los soldados que la habían mantenido cerrada hasta ese momento salieran disparados hacia atrás al mismo tiempo que el resto de los defensores en la habitación avanzaran para hacerle frente a las
personas que entraban con antorchas, piedras y algunos cuchillos. Los soldados fueron incapaces de detenerlos y cayeron penosamente a los lados quedando con las espaldas contra la pared, incapaces de defenderse incluso a sí mismos; al ver la precaria situación en la que se encontraban, los reyes se pusieron de pie con una solemnidad que turbó momentáneamente a la multitud, haciéndola dudar entre el atacar y el reverenciar. El rey volvió a tomar una de las manos de su esposa y miró desafiante a la multitud, ante lo cual varias personas que integraban la primera fila de ataque retrocedieron con el rostro perplejo, pero desde la puerta se abrió paso entre la humilde gente un hombre de aspecto curioso portando ropajes costosos que dejaban en claro su alta posición en la nobleza, desenfundó una espada que llevaba colgada al cinto, apartó a unos cuantos hombres que le bloquearon el paso y apuñaló al rey en el pecho, empujando la espada hasta que la empuñadura chocó con la herida, sacó la espada entre jadeos mientras el rey se desplomaba en el suelo con borbotones de sangre manando de la herida y de su boca, ensuciando las ropas del noble quién arremetió de inmediato contra la reina. Su majestad, al advertir la condición de su esposo no permitió que el terror se apoderara de ella y permaneció paralizada en donde se encontraba; al ver que el asesino se acercaba con furiosa calma, cerró los ojos reflejando su furia, cerró los ojos en un intento por no sentir el filo de la hoja rasgar su garganta. Pero incluso a pesar de ello se llevó inconscientemente las manos a su cuello sangrante solo para sentir con horror la enorme herida que el traidor le había causado y en un arrebato de furia la reina cayó al suelo, se aferró a uno de los pies de su agresor y murmuró una antigua maldición, ante lo cual el asesino le dio un puntapié en la cara para después alzar triunfal la espada que aún escurría sangre sobre sus hombros con el propósito de ser aclamado por todos los presentes que festejaban, e incluso los más osados
bailotearon sobre los charcos de sangre que se habían formado cerca de los reyes caídos.
† Después de lo que le pareció una eternidad, atravesando un estrecho corredor en una oscuridad tal que no podía distinguir si tenía los ojos abiertos o cerrados, el vasallo que llevaba a la pequeña princesa en brazos finalmente encontró una puerta frente a él, la abrió de una patada y salió al exterior jadeando por el esfuerzo que había supuesto el trayecto, depositó a la princesa en el suelo quien, para su sorpresa, se puso de pie y miró a su alrededor sin el menor atisbo de miedo en sus ojos. El vasallo suspiró, tomó a la princesa de la mano y avanzó junto con ella para alejarse cuanto antes de la enorme muralla que se alzaba a sus espaldas y de la cual habían salido. Se preguntó cómo era que la reina estaba al tanto de los pasadizos secretos del castillo mientras se encaminaba al bosque, pero la pequeña se detuvo, por lo que el vasallo volteó a ver si algo le ocurría, sin embargo, lo único que logró ver fue que ésta observaba con atención a un pequeño grupo de personas que se aproximaban a ellos con antorchas y piedras en las manos; el vasallo tomó a la princesa en sus brazos y echó a correr al interior del bosque justo a tiempo para evitar la lluvia de piedras que los campesinos lanzaron hacia ellos al vislumbrar las lujosas ropas del hombre. Corrió esquivando helechos, ramas y raíces de árboles, con la esperanza de que la gente que los seguía se hartaran de perseguirlos, pero un odio voraz cegaba a ese pobre grupo de almas que no se detendrían hasta ver correr la sangre de un noble por el suelo. Cuando las piernas comenzaron a fallarle a causa de la mezcla de miedo, desesperanza y agotamiento, se encontró con dos soldados
armados que corrían en dirección contraria a la de él con las espadas desenfundas y sin cascos que cubrieran sus cabezas además de presentar evidencias de una reciente lucha; uno de ellos le sonrió a la distancia y apuntó su espada al frente con gesto de amistoso reconocimiento. -No se preocupen, les daremos algo de tiempo. Aprovéchenlo.- Le dijo el soldado antes de pasarlos de largo para enfrentarse heroicamente al grupo de gente que se aproximaba cada vez más. El vasallo se detuvo un instante para ver a los soldados hacerle frente a la muchedumbre y después continuó corriendo con la princesa en sus brazos, apreciando en su corazón el sacrificio de esos dos soldados al igual que el de sus amados soberanos.
† Durante dos días y dos noches de vagar en el bosque sin rumbo fijo junto con la joven princesa, el vasallo llegó a un río en donde, por primera vez desde su escape del castillo, se detuvo a descansar y a reflexionar sobre lo sucedido. Las ropas de ambos estaban sucias y algo raídas, los dos estaban agotados y hambrientos, pero ninguno sabía con exactitud en donde se encontraban y mucho menos sabrían donde se encontraba la aldea más cercana. Depositó a la princesa en el suelo y ésta fue a sentarse, recargando su espalda contra una roca que era tan grande como ella; él, a su vez, se acercó a la orilla del río y bebió agua en abundancia antes de refrescar su rostro; en cuanto terminó volteó para llamar a la princesa y descubrió que ésta se había quedado dormida mientras miraba el cielo con la cabeza apoyada en la roca, el vasallo sonrió al ver una escena dulce después de tanto horror y se desplomó en
el suelo, dando rienda suelta al sueño que lo atenazaba a causa de su agotamiento. Después de algunas horas de sueño, el vasallo despertó sobresaltado a causa de una terrible pesadilla; lo primero que hizo fue asegurarse de que la princesa siguiera en el sitio en donde la había dejado dormir, en cuanto se recuperó del susto y el posterior alivio, tomó a la niña en brazos y comenzó a caminar río arriba. Cuando la pequeña se despertó, la bajó al suelo y caminó con ella tomada de la mano durante al menos dos horas antes de que encontraran a alguien. El sol comenzaba a ocultarse, confiriéndole al cielo una tonalidad naranja con pinceladas rosáceas. Una mujer se encontraba en el río, sumergida hasta las rodillas en él, sosteniendo su vestido rojo con una mano mientras que con la otra buscaba piedras así mismo había un niño que jugaba en la orilla del río arrancando manojos de pasto para lanzarlos al aire y verlos alejarse con el viento. La mujer levantó la vista de su tarea para decirle algo al niño, cosa que le hizo percatarse de los dos que se acercaban hacia ellos; la doncella se irguió rápidamente, alarmada por el inusual aspecto de los dos extraños, soltó los pliegues de su vestido sin importarle que se empapara el borde de su falda y se acercó a donde se encontraba el chico para protegerlo si era necesario. El vasallo y la princesa se acercaron hacia la mujer y el niño, quienes aguardaron expectantes en la orilla del río sin saber exactamente qué hacer. Los viajeros errantes se detuvieron en cuanto llegaron a donde se encontraban la mujer y el niño; éste último El niño parecía ser de la edad de la joven princesa, y al ver a tan peculiar dúo de peregrinos se adelantó para verlos mejor a pesar de las protestas de la mujer que lo cuidaba.
-¿Es su hijo?- preguntó el vasallo, esforzándose por recuperar el aliento. -¿Le parece?- preguntó la mujer. El vasallo sonrió apenado, en verdad no se parecían: la mujer tenía la piel oscura junto con unos cabellos rizados de color negro y un par de ojos del mismo color; mientras que el niño tenía una piel pálida que era acentuada por su oscura cabellera y sus ojos de un profundo azul grisáceo que reflejaban tanta inteligencia como picardía. -¿Se le ofrece algo?- preguntó la mujer con tono cortante ante el silencio del vasallo. -¿Ha escuchado de los disturbios en el palacio?preguntó el vasallo y fingió no percatarse de que la princesa retrocedía ante la mirada examinadora del pequeño. -Sí, la familia real fue asesinada en su totalidad. Parte de mi trabajo es escuchar a mis clientes.- Contestó la mujer sin el menor atisbo de interés. -¿Está segura de ello? -Es lo que todo el mundo dice, los cuerpos de la familia fueron incinerados frente al palacio por órdenes del nuevo monarca. -¿Qué opina acerca de ello? -¿Eso realmente importa?- replicó la mujer. -A mí sí me importa. -A nadie le importa lo que una prostituta piense. -Yo no estoy viendo a una prostituta, veo a una mujer que cuida de un niño que no es suyo como si lo fuera. -¿A qué viene eso?
-Si le dijera que ésta niña que traigo conmigo es la princesa caída, la legítima heredera al trono que logró escapar de la matanza, ¿qué haría? La mujer miró asombrada al vasallo sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar. El niño, que había incomodado a la princesa con sus miradas hasta ese momento, pero sin perderse ningún detalle de la conversación, se acercó a la princesa de repente, causando que ésta se escondiera detrás del vasallo, obligándolo a rodear al extraño para no perder de vista a la niña. -¿Es cierto lo que dicen?- le preguntó el niño a la pequeña con su voz cargada de nada menos que sincera curiosidad.- ¿Eres una princesa? La niña asintió, aferrándose a los pantalones del vasallo pues su altura no le daba para más. -Entonces, ¿dónde está tu tiara?- volvió a interrogarle el pequeño ante la mirada sorprendida de los dos adultos. -Se ha quedado en el castillo.- Murmuró la pequeña en un tono de voz demasiado baja para que los adultos lograran escucharla. -Ya veo. Pero una princesa siempre debe mantener la cabeza levantada para que la corona no se le caiga, así que mejor comienza a practicar desde ahora, de esa manera no se te dificultará en el futuro. Ven yo te enseñaré como hacerlo... El niño extendió su mano a la princesa, quién lo miró, dudando, antes de tomarla mano con timidez ante las conmovidas miradas de los dos adultos que los observaban. El niño jaló a la princesa y echó a correr por la orilla del río con la pequeña siguiéndolo de cerca mientras éste le señalaba cierto punto en el cielo y gritaba la forma que
adquirían las nubes para él conforme su punto de vista cambiaba debido a la alegre carrera. -Ha hecho un magnífico trabajo con ese muchacho.Le murmuró el vasallo a la mujer mientras ambos veían alejarse a los dos niños. -Ah, puede que así sea.- Contestó halagada la mujer. -¿Le molestaría cuidar de la princesa por un tiempo? -¡¿QUÉ?!- exclamó la mujer ante tan inesperada pregunta. -Sería más seguro para la princesa que se quedara a su lado, de esa manera tendría un compañero de juegos que la ayudara a mantener ocupada su mente en cosas más alegres; además, sería demasiado sospechoso que un ex noble que jamás tuvo hijos con la fama de ser el más fiel de los súbditos del rey caído de pronto tuviera una niña de la misma edad que la princesa.- La mujer lo miró con los ojos entrecerrados.- Y por supuesto, sus cuidados serán recompensados. Le tendió la bolsa llena de monedas de oro que el rey le había dado con anterioridad, la mujer la tomó, la abrió y miró sorprendida el contenido de la misma antes de devolvérsela al vasallo. En ese momento los niños llegaron corriendo, justo a tiempo para escuchar la última parte de la conversación. -Lo siento, pero me temo que no soy la más indicada para criar a una princesa. Por favor, busque a alguien más.Le dijo la mujer al vasallo tras pensarlo seriamente. -¿Por qué no se puede quedar la princesa con nosotros?- le preguntó el niño a la mujer con el ceño fruncido.
-Porque una princesa necesita que la cuiden y protejan. -Si esa es la única razón, entonces lo haré.- Contestó el niño y se volvió para hablarle a la pequeña.- ¿Lo has escuchado? A partir de ahora estaré siempre contigo y te protegeré de cualquiera que desee hacerte daño. La princesa sonrió cansada ante la mirada perpleja de la princesa. -Entones ya está arreglado.- Dijo el vasallo, tendiéndole de nuevo la bolsa a la mujer.- Volveré en cuanto me sea posible, debo hacer unas cuantas cosas. -No me parece que todo esté arreglado, si voy a cuidar a ésta niña no lo haré por dinero.- Protestó la mujer. -Bueno, en ese caso, guarde por mí éste dinero y si la princesa llega a necesitarlo, le ruego que sea tan amable de proporcionárselo, estoy seguro de que una mujer como usted conoce la importancia del dinero en situaciones como las presentes. La mujer no pudo negarse a esa petición y tomó la bolsa para después contemplar junto con los niños como se alejaba el vasallo, siempre en dirección contraria a la corriente del río.
†‡†
Un mal atraco. A la orilla de un camino que atravesaba el bosque, un grupo de ladrones aguardaba con paciencia a su próxima víctima: ocultos entre los helechos y la demás vegetación, se encontraban un par de gemelos apostados a cada lado del camino, sosteniendo cada uno una gruesa cuerda que en ese momento descansaba sobre el suelo; algunos metros más adelante sobre una gruesa rama de árbol se encontraba una chica de cabellos rubios y ropajes de hombre, atándose el extremo de una soga en la cintura, el otro extremo estaba atado a la rama donde se encontraba parada; y un poco más adelante se encontraba un chico de cabellos negros recargado sobre el grueso tronco de un árbol, alternando miradas entre los gemelos y la chica. Después de esperar un largo rato, todos escucharon el característico sonido de los cascos de caballos golpeando el suelo, a pesar de que aún no lograban divisar el carruaje que esperaban; los gemelos escucharon con atención durante un instante, se miraron el uno al otro y ambos alzaron la mano a la altura de sus hombros al mismo tiempo para levantar un dedo, cerrar el puño y luego levantar dos dedos, bajaron la mano, escucharon atentamente una vez más y asintieron. Ambos voltearon a ver al chico y a la chica para hacerles la mismas señas: levantar un dedo, cerrar el puño, levantar dos dedos y asentir, cosa que se traducía como: “un carruaje, dos caballos”; todo con una sincronización inusualmente perfecta.
La chica, de figura esbelta, cabellos rubios, unos fieros ojos negros y una tez pulcramente clara, se apresuró a terminar de atar la soga alrededor de su cintura; el chico que tenía unos ojos de un profundo azul grisáceo, cabellos increíblemente negros que acentuaban la blancura de su piel y figura desgarbada se agachó para recoger una espada desenfundada que se encontraba oculta entre la vegetación y miró atentamente el lugar por el que debía aparecer el carruaje. No transcurrió mucho tiempo para que el carruaje que esperaban finalmente apareciera por el camino a una velocidad adecuada para dar un paseo, cosa que les facilitaría las cosas a los chicos, quienes aguardaron pacientemente el momento correcto para entrar en acción. El carruaje avanzó sin que el chofer advirtiera la presencia de los ladrones; uno de los gemelos tomó de entre el follaje del bosque un arco y una flecha que tenía atada uno de los extremos de la soga, se preparó para disparar y esperó; así mismo, su hermano tomó una gruesa lanza de aspecto pesado que tenía atada el otro extremo de la cuerda que antes habían sostenido a ras de suelo y se preparó para lanzarla con todas sus fuerzas en cuanto el chico de cabellos negros que era el líder diera la orden de ataque. Los gemelos, de cabellos dorados, ojos de color avellana miel y piel nacarada solo podían distinguirse el uno del otro gracias a la visible diferencia entre sus complexiones: el que manejaba el arco era delgado, aunque sin ningún aspecto enfermizo que lo hiciese ver escuálido, y el otro hermano que manejaba la lanza tenía figura un poco más desarrollada y fornida que su otro hermano, aunque no lograba conseguir el aspecto desgarbado que poseía el líder del grupo. El carruaje avanzó con una lentitud desesperante y hasta que los caballos pasaron por encima de la cuerda, el líder gritó “Ahora”, ante lo cual ambos gemelos lanzaran su lanza y flecha al mismo, causando que ésta se tensara y se
elevara menos de un metro por encima del suelo, provocando que el carruaje se tambaleara al pasar por encima de ésta, ante lo cual el chofer soltó las riendas de los caballos de la impresión, mientras que la chica saltaba de la rama en dirección contraria al camino formando una “L” con su cuerpo y con un cuchillo en la mano para que de esa manera se balanceara hacia el carruaje, derribando al sorprendido chofer, golpeándose en el hombro con la parte delantera del coche en el proceso antes de cortar la soga con el cuchillo. El gemelo que había disparado el arco se dirigió hacia donde había caído el chofer del carruaje y antes de que éste pudiera reaccionar, le propinó un fuerte puntapié en la cara que le provocó una considerable hemorragia nasal, dejándolo inconsciente y tirado en el suelo; mientras eso sucedía, la chica lidiaba con el dolor que el impacto le había producido y buscaba frenéticamente las riendas de los caballos para detener el carruaje, cosa que no consiguió hasta el cuarto intento de búsqueda tras el cual tiró de las riendas con demasiada brusquedad, por lo que los caballos se detuvieron de inmediato en medio de fuertes relinchidos, lanzando levemente a la chica hacia adelante entre un suspiro de alivio. El chico de cabellos negros se acercó corriendo al carruaje, ya que debido a la tardanza de la joven, el carruaje había pasado el punto de encuentro que era el lugar donde se había posicionado el chico. Al llegar al carruaje, el chico apuntó su espada a las puertas del coche, dejado el espacio suficiente para que éstas se abrieran de golpe sin ningún problema y dejaran a la vista la delgada silueta de un anciano aristócrata que usaba ropas de terciopelo azul y una empolvada peluca blanca, moda que había pasado hacía décadas; al ver la punta de la espada apuntando a su arrugado cuello, cambió la expresión de irritación combinado con curiosidad a una de completa sorpresa mientras alzaba las manos al cielo.
-Danos todo el oro que traigas, y tal vez no salgas herido.- Le dijo el chico de cabellos negros con una seguridad que sólo aquél que amenaza sin temor a las represalias es capaz de tener. La chica se bajó del carruaje en ese instante, acariciándose el hombro en el que se había golpeado con un gesto de dolor. -Pero que amable eres, mejor quitémosle el carruaje; de esa manera podríamos quedarnos con los caballos y aprovechar la madera del coche en invierno para evitar morir de frío.- Le dijo la chica mientras caminaba para ponerse a su lado derecho. El anciano la miró confundido: nunca en su vida había visto a una mujer usar ropas de hombre, y ésta chica traía puestos unos pantalones marrones, una blanca blusa suelta de manga larga debajo de un saco sin mangas café, un par de botas de cuero negro ajustadas que le llegaban hasta la rodilla, de las cuáles sobresalían las empuñaduras de dos dagas en cada una además de la daga de doble filo que sostenía en su mano, llevaba su cabello amarrado con una cinta negra que contrastaba con el rubio claro de sus cabellos; tenía un rostro muy hermoso, unos grandes ojos negros surcados por unas gruesas y rizadas pestañas tan castañas como sus delgadas cejas, una boca pequeña de muñeca que escondía una colección de perlas por dientes y la mirada feroz de una animal salvaje al acecho. Los gemelos también se acercaron para unirse a las amenazas, sacando al anciano de su estupefacción. -¿No te gustaría quitarle sus ropas también?, podríamos venderlas a buen precio.- Le dijo el gemelo fornido a la chica. -No es mala idea.- La joven se acercó al anciano con la gracia de una gata salvaje y le puso la punta de su daga
en el cuello, rasguñándolo. –Usted decide, ¿qué es lo que será, anciano? El viejo la miró aterrado, contemplando aquella extraña mezcla de belleza y peligro, repasó con la mirada a todos los integrantes del grupo de ladrones, se tragó el nudo que comenzaba a formarse en su garganta y retrocedió un paso, chocando contra el carruaje, bajó las manos. -Llévense todo lo que quieran, sólo no me hagan daño.- Murmuró el anciano con su gastada voz, dándose por vencido de esa manera. El líder del grupo sonrió y le hizo un gesto a los gemelos, quienes se acercaron al carruaje para inspeccionarlo, encontrando dos pequeñas bolsas de oro escondidas en un compartimiento secreto debajo del asiento; en cuanto los gemelos bajaron del coche, la chica apartó su daga del cuello del anciano. -No nos siga.- Le dijo la joven antes de echar a correr hacia el interior del bosque, internándose en el follaje con el resto del grupo pisándole los talones. Después de correr sin descanso durante un cuarto de hora aproximadamente, el grupo de ladrones llegó a la parte trasera de un enorme caserón de madera con todas las ventanas encendidas debido a la iluminación interior, de la cual provenía el sonido de una alegre música de piano típica de taberna. El grupo aminoró el paso entre jadeos y se dirigió a una puerta ubicada en una de las esquinas del caserón, sin nada que indicara que ahí se encontraba una vía de acceso a la enorme mansión más que la pequeña ventana de la puerta que se destacaba de las demás ventanas que eran lo suficientemente grandes como para observar el exterior desde lejos sin problemas y contemplar el alegre ambiente libertino que se desarrollaba en el
interior con una normalidad sorprendente para cualquiera que nunca haiga visitado un burdel. La chica se asomó por la ventana, poniéndose de puntitas para mirar mejor el interior, provocando las risas de los chicos que la acompañaban y que se habían quedado ligeramente rezagados a al pie de una pequeña escalinata de apenas tres peldaños de altura. La chica se volvió hacia los demás con el ceño fruncido. -¿Cuál es su problema?- les preguntó furiosa, cosa que no hizo más que aumentar las carcajadas de los gemelos. El chico de cabellos negros, en cambio, miró a la joven con una sonrisa amable sin la menor intención de burlarse de ella. -Relájate, prácticamente es tu culpa por ser pequeña.Le dijo el líder del grupo, aprovechando la oportunidad para tomarle el pelo. -Ese par- dijo la chica señalando a los gemelos con su mano -, es apenas una pulgada más alta que yo, y ni loca me pongo botas con tacones. Los gemelos se callaron de golpe y uno de ellos, el más fuerte de los dos, se acercó a ella y le susurró lo suficientemente alto como para que los demás escucharan sin ningún problema: -¿Será porque a pesar de que te pongas tacones no lograrás alcanzar ni la barbilla de Ros? Todos se rieron a carcajada suelta, en especial el chico de cabellos negros quien era el que se llamaba Ros. La joven sonrió, dio un paso para acercarse al gemelo y le dio un fuerte pisotón en la punta del pie izquierdo, ante lo cual el agredido aulló de dolor. La chica se alzó sobre las puntas de sus pies de nuevo para susurrarle al oído al gemelo.
-No uso tacones porque me matan de dolor, así como no te das pisotones a ti mismo porque odias sufrir innecesariamente. El gemelo aceptó su argumento sin discusión alguna, mientras que el otro gemelo se acercó lentamente al resto. -Venga, entremos de una vez antes de que alguna de las chicas salga con un cuchillo a ver quiénes están afuera. Ros asintió con una sonrisa, disfrutando secretamente del divertido conflicto, y abrió la puerta apartando amigablemente a la chica y al gemelo que le estorbaban en su camino, introduciéndose en el interior, manteniendo la puerta abierta para que los demás entraran a una pequeña cocina rústica. El grupo se sentó alrededor de una mesa rectangular situada en el centro de la estancia, sobre la cual había verduras lavadas y algunas manzanas rojas, de las cuales tomó una la chica y se la llevó a la boca después de limpiarla al frotarla contra su saco. Ros sacó las dos pequeñas bolsas con dinero que habían conseguido y comenzó a contar el dinero ante la mirada vigilante de los gemelos, quienes observaban como realizaba esa tarea de forma minuciosa a pesar de que a ellos no les importaba demasiado la cantidad de dinero que habían recolectado esa vez; en cuanto el líder terminó de contar las monedas de oro anunció la cantidad a los demás. -Dos docenas de monedas de oro. -¿Será suficiente?- preguntó la chica, poniendo los pies sobre la mesa con toda la naturalidad del mundo. -Tendrá que serlo.- Murmuró Ros. El gemelo de complexión menos robusta suspiró.
-¿No sería genial si tuviéramos la oportunidad de vivir sin la necesidad de preocuparse por cosas como éstas?- murmuró nostálgicamente. La chica y Ros desviaron la vista. -Sí que lo sería, hermano. Pero eso no podrá suceder más que en tus sueños.- Le contestó su hermano mientras le propinaba un amistoso codazo en las costillas. La chica mordisqueó su manzana en silencio, ignorando por completo lo que sucedía a su alrededor y se dedicó a contemplar la luna que se veía con total claridad a través de la ventanilla de la puerta de la cocina. -¿Por qué tan callada, princesa?- Le preguntó Ros. La chica se giró para verlo con la mirada desenfocada y después volvió a contemplar la luna. Ros estaba a punto de volver a preguntarle que le sucedía cuando de pronto la otra puerta de la cocina que conectaba con un gran salón interior, se abrió de golpe, dejando a la vista el grueso cuerpo de una mujer enfundado en un sencillo y gastado vestido amarillo cuyo color estaba opacado por el uso. La mujer tenía unos hermosos ojos negros que sólo eran superados en belleza por su deliciosa piel oscura, llevaba sus cabellos negros y rizados recogidos en un improvisado moño que le sentaba mejor que cualquier otro peinado elaborado, y a pesar de su ligeramente avanzada edad, mostraba una vivacidad mayor a la de muchos jóvenes; entró a la cocina con una bandeja de madera ligera en cada mano, llenas de vasos que en algún momento debieron estar llenos de cerveza pero que ahora se encontraban vacíos, la mujer no se sorprendió de ver al grupo reunido, incluso lanzó un suspiro de alivio al verlos sentados tranquilamente en la mesa en lugar de estar peleando a puñetazo limpio como los había visto más veces de las que le gustaría.
Detrás de la rolliza mujer, entró una joven chica ataviada con nada menos que un corsé y una larga falda sencilla que se ceñía a sus delicadas piernas al caminar; los chicos ignoraron casi por completo a la primera mujer y se dedicaron a mirar indiscretamente a la chica mientras que la princesa mantenía la mirada fija en la luna, cosa que no dejaba de preocuparle a Ros. -¿Qué tal les fue el día de hoy?- preguntó la mujer rolliza con una voz cantarina con un toque sensual que se le había arraigado durante su antigua profesión. -Nada mal.- Contestó Ros de inmediato, perdiendo el interés en la chica de cabellos castaños que había entrado y le tendió las dos bolsas de dinero en cuanto la mujer colocó las bandejas en la mesa. –Espero que sea suficiente. -Nunca es suficiente, Rosiel.- Le contestó la mujer con amargura después de contar las monedas de oro con rapidez y guardarlas en uno de los bolsillos de su vestido. Ros asintió con la cabeza, él comprendía a la perfección la situación en la que se encontraban, la cual no era muy alentadora. -Wanda, tienes algo en el rostro.- Le dijo el gemelo que manejaba la lanza a la chica de cabellos castaños. Wanda se llevó las manos al rostro con el ceño fruncido, buscando alguna sustancia tangible en su cara. -Ven, acércate, yo la limpiaré por ti.- Le dijo de nuevo el gemelo, ante lo cual la muchacha se acercó a él y se inclinó para colocar su rostro a una distancia prudencialmente cercana al chico. El gemelo aprovechó la ingenua cercanía que Wanda le había brindado y se acercó a ella en un instante para robarle un breve beso.
-¡Faith!- exclamó Wanda mientras se cubría los labios con sus pequeñas manos, causando que Faith comenzara a reírse a carcajada suelta. Ros se limitó a sonreír amablemente ante la broma, la mujer de vestido amarillo puso los ojos en blanco y el otro gemelo de nombre Hope miró nerviosamente a la princesa, quién se mantenía al margen de la situación, contemplando la luna. -No me digas que ese fue tu primer beso.- Le dijo Faith a Wanda en cuánto se recuperó de las risas.- Si te gustó podríamos subir a tu habitación y… Un cuchillo de cocina pasó rápidamente frente a sus ojos, sobresaltándolo lo suficiente como para que interrumpiera su indecorosa proposición. Faith miró asustado a la princesa, quién se encontraba de pie con la mano estirada hacia él, dejando en claro que ella había lanzado el cuchillo. -Lo siento, erré el lanzamiento.- Le dijo mientras se sentaba con tranquilidad en su silla. -Tú nunca fallas al lanzar cuchillos, ¡son tu especialidad!- le recriminó Faith. -Entonces tómalo como una advertencia, sólo recuerda quién te educó- Le dijo secamente la princesa, cosa que provocó una mueca por parte de Faith. -¿Acaso quieres arreglar esto a golpes?- le preguntó Faith. La mujer de vestido amarillo lanzó un suspiro de exasperación. -No considero la violencia como una solución, pero si he de defender a Wanda de idiotas como tú de esa manera,
no tengo ningún problema en usarla.- Contestó la chica con arrogancia. -¿Podrían dejar eso para después?- preguntó amablemente la mujer. –Un caballero ha venido a buscarlos. -¿Por qué no lo mencionaste antes, mamá Otis?- le preguntó Ros. -Porque quería que descansaran antes de recibirlo. Parece ser que les tiene un encargo. -¿Un encargo?- preguntó Hope, mientras Wanda se sentaba en sus piernas y éste la rodeaba con los brazos ante la atónita mirada de Faith. –No somos ladrones profesionales. -Lo sé, pero realmente quiere hablar con ustedes.Replicó mamá Otis. –Ahora mismo lo haré pasar. Mamá Otis salió por la puerta, dejando solos a los muchachos, quienes se encontraban más angustiados que entusiasmados ante la idea de que un desconocido los reconociera como ladrones profesionales cuando ni siquiera ellos mismos se consideraban como tal, ellos sólo eran un simple grupo de amigos de la infancia que habían decidido dedicarse a la vida del ultraje y el peligro para sobrevivir en un mundo en el que ganarse el pan de cada día se convertía en una tarea más difícil conforme pasaba el tiempo. Ros repasó con la mirada a cada uno de sus compañeros, tomando en silencio una resolución: si el trabajo era fácil, él mismo lo realizaría sin involucrar a los demás; en cambio, si era lo suficientemente difícil como para que él solo se encargara del trabajo lo rechazaría de inmediato, no permitiría que los demás arriesgaran sus vidas innecesariamente.
Momentos después, entró mamá Otis en la estancia, seguida de un hombre con ropas caras y porte distinguido que tuvo el decoro de no menospreciar la humildad del lugar con ninguna expresión de desagrado. Faith, Hope, Wanda, Rosiel y la princesa lo inspeccionaron de pies a cabeza con los ojos entrecerrados; no parecía ser el típico empleador de ladrones, tenía un aspecto bastante decente: era relativamente joven, no aparentaba más de cuarenta años, no usaba una de esas ridículas pelucas blancas que se habían puesto de moda entre la aristocracia de mayor edad, llevaba un largo saco de terciopelo rojo decorado con patrones bordados de hilos de oro y unos pantalones de vestir medianamente ajustados que eran cubiertos hasta la rodilla por sus botas de caza, llevaba su rizado cabello largo y rubio amarrado en una coleta con un moño negro, dejando al total descubierto sus hermosos ojos azules. Todo en él dejaba en claro sin lugar a dudas que era un ser pulcro y distinguido, pero eso no engañó al grupo de ladrones, quienes advirtieron de inmediato el extraño aspecto del recién llegado, pues algo no encajaba bien en él. Mamá Otis se dirigió a la mesa, tomó las bandejas con los vasos y se puso a lavarlos, dándole la espalda al grupo que permanecía en el más absoluto silencio. El extraño se acercó a la mesa y cometió la osadía de sentarse en una silla sin haber sido invitado, cosa que no pareció importarle a nadie. -Hola a todos, mi nombre es Lionel Trainor.- Dijo el desconocido con una voz de tenor que no reflejaba más que seguridad en su estado puro. Ros asintió, instándolo a continuar a la vez que dejaba clara su posición como líder del grupo. -Antes de decir nada más, quiero asegurarme de que hablo con los auténticos ladrones de Otis.
La princesa lo fulminó con la mirada, Faith y Hope intercambiaron sendas miradas de incomprensión, Wanda frunció el ceño, mamá Otis lanzó una risita que pasó desapercibida y Ros sonrió. -No me gusta mucho ese nombre, pero ya arregláremos más adelante los detalles. Díganos, ¿a qué ha venido? Lionel se sintió como un estúpido al comprender que no era de esa manera como se hacía llamar el grupo de ladrones que había estado buscando, lo que no advirtió fue que en realidad no tenían un nombre aún. -He escuchado hablar de un habilidoso grupo de ladrones que son capaces de robar a cualquiera que se cruce con ellos en el bosque, y he venido a pedirles que roben cierta cantidad de artefactos valiosos para mí. -¿De cuántos artefactos estamos hablando?- preguntó Ros. -Específicamente de tres, pero son tan valiosos que estoy dispuesto a pagar cualquier cantidad que me pidan con tal de tenerlas en mi poder. -Ya hablaremos de eso más adelante, ¿qué es lo que quiere que robemos para usted? -El cuadro perdido de la familia caída, la corona de la princesa Lydia y el anillo de la reina Gladys.- Contestó Lionel con una sonrisa en los labios. Hope y Faith se echaron a reír, la princesa sacudió la cabeza en señal de desacuerdo, Wanda sonrió y Ros alzó una ceja. -¿Acaso está loco?- le preguntó amablemente Ros a Lionel. –Es imposible robar esas cosas por dos razones. Uno: están pérdidas; y dos: si están en algún lugar, ese debe
ser el castillo, que es el lugar más protegido de todo el reino. -Lo sé, es por eso que he decidido recurrir a ustedes. -¿Para qué quiere esos objetos?- preguntó la princesa, provocando que todos salvo Lionel se pusieran tensos y en estado de alerta. -Como ya he dicho, son invaluables para mí; no puedo permitir que un usurpador asesino como el rey tenga en su posesión lo últimos recuerdos de las personas más valiosas para mí. No tengo otra intención más que guardarlos y atesorarlos.- Le contestó Lionel, frunciendo el ceño en la oración final. Ros miró a la princesa con nostalgia, preguntándose en qué pensaba al realizar esa clase de pregunta. Ella siempre había sido cuidadosa, nadie nunca supo de su origen salvo mamá Otis, Wanda, Faith, Hope y el anciano Morteemer quien en esos momentos se encontraba de viaje. La princesa frunció los labios y pensó seriamente en las palabras que Lionel le había dicho. Tanto el nombre como el rostro del extraño le parecían conocidos, pero le era imposible recordar en qué lugar lo había visto antes. Por más que buscó algún rastro de malicia en el tono de voz que el extraño había empleado al hablar, no logró encontrar ni el más mínimo atisbo de maldad en sus intenciones. Sabía que la decisión de realizar el atraco había recaído prácticamente en ella, la expresión de Rosiel solo lo confirmaba; pero ella era incapaz de tomar semejante decisión por sí misma, porque la respuesta siempre sería un no rotundo a pesar de que su corazón le gritara que sí con todas sus fuerzas. Ella no quería recordar, ella quería olvidar, quería sellar sus recuerdos en lo más profundo de su alma y no volver a desenterrarlos nunca más. Ella ansiaba continuar con su vida sin cambiar nada, ni siquiera deseaba vengar la
muerte de sus padres o recuperar su corona ya que eso la había hecho conocer a Rosiel y a los demás, temía que si recuperaba lo perdido perdería lo ganado, y eso era lo que quería evitar a toda costa. Pero dos sentimientos igualmente opuestos chocaban en su corazón en ese instante: el anhelo de vivir una vida pacífica a lado de las personas que amaba y la curiosidad de saber cómo había cambiado la vida dentro del castillo después del asesinato de sus padres. Las decisiones no eran su fuerte, durante su vida se había limitado a seguir órdenes e instrucciones, incluso durante su estadía en el palacio no había pensado por sí misma, nunca tuvo la necesidad de hacerlo, y al conocer a Ros no tuvo más que seguirlo a través de los años, forjándose lentamente un criterio propio que la habían sacado de su estado de sumisión para finalmente convertirla en la chica rebelde e independiente que era en ese momento, la clase de chica que no hacía nada que no quisiera a menos que la obligaran después de vencerla en un duelo cuerpo a cuerpo, cosa que no sucedía con demasiada frecuencia. Ésta vez la decisión de participar en ese atraco recaía enteramente en ella, y lo peor era que comprendía a la perfección que su decisión podía afectar el futuro de todos los ahí presentes para bien o para mal; se sintió incómoda a causa de su inseguridad, le enfermó la idea de sentirse débil, y entonces pensó: “si no me atrevo a dar el primer paso, estaré siempre en el mismo lugar; además, nunca sabré el resultado de las cosas si ni siquiera lo intento”. La princesa se mordió el labio inferior y respiró hondo antes de anunciar su decisión final. -Lo haremos, mañana en noche.
Faith y Hope asintieron con una afectuosa sonrisa, pero Wanda y Ros la miraron preocupados, ya que solo ellos dos temían la forma en la que la intromisión en el castillo podría afectarle porque solo ellos conocían su verdadero secreto: que debajo de esa abrumadora fuerza física y emocional se escondía una chica frágil a la que no le gustaba herir a nadie de la misma manera que odiaba ser herida. Mamá Otis, quien se había mantenido al margen hasta ahora, decidió permanecer callada, prometiéndose a sí misma no cuestionar nunca la elección de la princesa. Lionel sonrió aliviado y sacó una bolsa llena de monedas de oro. -Aquí hay cien ducados que es el pago por aceptar la propuesta, les daré cien más en cuanto regresen por haberlo intentado, y en caso de que logren encontrar los objetos les daré cien más. En total recibirán trecientas monedas de oro. -¡Eso es bastante!- exclamó Wanda. Lionel se limitó a guiñarle un ojo.
† El grupo de ladrones se encontraba en los límites del bosque cercano a la parte trasera del imponente castillo de piedra gris, aguardando pacientemente a que el sol terminara de descender del horizonte para introducirse por la vía de escape que tanto el vasallo como la princesa habían usado antaño para escapar de un cruel destino. Los jóvenes habían recorrido el largo trayecto a caballo durante un día entero para complacer los caprichos de un noble desconocido; la considerable suma que éste les había ofrecido había sido un motivante bastante sospechoso debido a la inusual generosidad que les había mostrado al
darles dinero por prácticamente nada ya que incluso si regresaban sin el botín les esperaba una recompensa segura. Pero introducirse en un castillo a robar sin ser descubierto era una proeza casi imposible, el único punto a favor que tenían era que contaban con una persona que había vivido cinco años en el castillo y lo conocía como la palma de su mano, o al menos recordaba la estructura básica del mismo. La princesa, Rosiel, Faith y Hope vigilaban a los guardias que se paseaban de un lado a otro por las murallas del castillo sin poner demasiada atención a su labor. La princesa miraba a la frente con el entrecejo fruncido, aparentemente concentrada en la tarea de evaluar a los que probablemente serían sus adversarios dentro de pocas horas. A Rosiel le seguía preocupando el impacto que aquél robo le provocaría, por lo que de vez en cuando la observaba discretamente y analizaba su indescifrable expresión; después de no tener éxito en sus conjeturas sin fundamento alguno, Rosiel se volvió a la princesa y le mostró abiertamente su preocupación al preguntarle: -¿Estás completamente segura de esto? -Nunca estoy completamente segura de lo que hago. Además, esto nos proporcionará el dinero necesario para mantener en pie la casona de Mamá Otis y comprar provisiones para el invierno, incluso puede que no tengamos que volver a trabajar en un largo tiempo.- Le contestó la princesa sin mirarlo apenas, aumentando de esa manera los temores de Rosiel. -Entiendo a qué te refieres, pero no tienes que hacer nada que no quieras… -Nunca hago nada que no quiera, y lo sabes perfectamente.- Lo interrumpió la princesa de manera precipitada, ante lo cual el chico no pudo más que fruncir los labios.
-De acuerdo, pero me preocupa que esto te afecte, después de todo tú… -No tienes nada de qué preocuparte.- Le aseguró. -Realmente quiero hacerlo, quiero entrar y asegurarme que mi pasado ha quedado atrás. Esto es una forma de despedirme definitivamente de lo que alguna vez fui. Rosiel la miró profundamente, temporalmente esa respuesta.
aceptando
El grupo esperó pacientemente a que el sol se ocultara y diera paso a una noche sin luna que beneficiaba de sobremanera su empresa. Apenas dos soldados vigilaban la parte trasera del palacio, paseándose por el largo sendero que separaba al bosque del castillo, dejando entre sí una enorme brecha fácil de traspasar para cualquier persona habilidosa que supiera reconocer una buena oportunidad. Ninguno de los cuatro ladrones tenía la intención de participar en un combate cuerpo a cuerpo con los guardias, por lo que optaron por entrar al castillo en el momento en el que los guardias dejaran más desprotegida la puerta secreta que se encontraba oculta por la maleza que había crecido entre los ladrillos de la muralla a lo largo de los años. En cuanto el momento indicado llegó, los cuatro echaron a correr con todas sus fuerzas, con la princesa encabezando la marcha, quien al llegar al punto deseado, lanzó una patada a ésta, abriéndola de golpe y continuó corriendo por el estrecho pasillo sumido en sombras, desandando el camino antaño recorrido. Después de correr durante escasos minutos al máximo de sus fuerzas, los ladrones se toparon con la puerta de piedra que permitía el acceso a la sala del trono; solo entonces la princesa recordó de golpe un detalle importante: no sabía abrir la puerta desde el interior del pasillo. La chica se detuvo de golpe, causando que los
demás también detuvieran su apresurado andar, se giró para mirarlos con pánico. -No sé cómo abrir la puerta.- Murmuró. -¡Tienes que estar bromeando!- le susurró Rosiel, realizando enormes esfuerzos para no comenzar a gritar. -Me temo que no. -¿No pudiste haberlo dicho antes de que entráramos? -Cálmate encontrarnos.
y
no
hables
tan
fuerte,
podrían
-No me digas que me calme cuando has puesto en peligro las vidas de todos al omitir ese pequeño detalle. -Ya basta. Podrán decirse cuánto se aprecian el uno al otro cuando volvamos a casa.- Los interrumpió Hope con calma. -¿Recuerdas hacia dónde se abría la puerta?- le preguntó Faith a la princesa con la misma calma que su hermano había mostrado. -Hacia la sala del trono.- Contestó nerviosa la chica. -Si es así, no hay más que empujar la puerta.- Dijo Faith. La princesa le lanzó una mirada de agradecimiento antes de agacharse y hacerse a un lado para que Hope se agachara junto a ella mientras Rosiel y Faith se colocaban detrás de ellos para empujar los cuatro la pesada puerta de piedra que logró abrirse justo antes de que la princesa y Faith agotaran sus fuerzas ya que era los más débiles en cuanto a fuerza corporal del grupo. En cuanto la puerta se abrió, los ladrones irrumpieron en la sala del trono que por fortuna se encontraba completamente vacía en esos instantes.
-¿A dónde iremos?- le preguntó Rosiel a la princesa. -No estoy segura, es imposible encontrar los objetos que venimos a buscar. -¿Por qué estás tan segura?- le preguntó Hope. -Porque yo hubiera destruido todo lo relacionado con la antigua familia si hubiera usurpado el trono. Rosiel no la cuestionó respecto a ello. -Pero no has respondido su pregunta. ¿A dónde iremos?- Le dijo Faith. -Ten en mente que desde un principio sabíamos que no robaríamos nada ésta noche, solo vinimos para apoyarte. La princesa le regaló una sonrisa de agradecimiento a cada uno antes de contestar. -Saliendo de éste salón hay un corredor que conduce a una escalera, subiremos un tramo y entonces nos dividiremos en dos; un grupo se dirigirá a la derecha y el otro a la izquierda. -Faith y Hope irán a la derecha. La princesa y yo iremos a la izquierda.- Ordenó Rosiel. -Tomen todo objeto valioso que puedan cargar.Completó la princesa. –Hagamos que éste asalto valga la pena. El grupo se dirigió corriendo a la puerta, desembocaron en un enorme corredor alumbrado con antorchas que se encontraban apostadas entre las columnas que sostenían el techo del castillo; el corredor conducía exclusivamente a la sala del trono, por lo que en el otro extremo encontraron una enorme escalera por la cual subieron hasta llegar a otro corredor que se dividía en dos al llegar al pie de la escalera, la mitad del grupo se dirigió a
la derecha y la otra mitad se dirigió a la izquierda como habían acordado. La princesa aguardó a que las pisadas de Faith y Hope dejaran de resonar para regresar a la escalera y subir otro tramo de ésta con Rosiel pisándole los talones. Cuando la princesa pisó el último peldaño de la escalera, una idea aterradora destelló en la mente de Rosiel, por lo que tomó la mano de la princesa y la obligó a girarse hacia él antes de detenerla. -¿Qué es lo que piensas hacer?- le preguntó Rosiel entre susurros. -No voy a matar al maldito que asesinó a mis padres, si eso es lo que estás pensando.- Le contestó secamente la princesa, después se calmó y señaló con la cabeza el pasillo al que habían llegado. –Mi habitación está por ahí, solo quiero verla una última vez. Rosiel lo consideró un instante. -Recuerda lo que dijiste anteriormente: si tú hubieras usurpado el trono, habrías destruido todo lo relacionado con la antigua familia. -Lo sé, es por esa misma razón que quiero ver mi habitación, quiero despedirme de la antigua yo de una vez por todas. Rosiel la miró con los ojos entrecerrados, comprendiendo en silencio el dolor que le provocaba a la princesa el pronunciar esas palabras en voz alta, el renunciar por completo a lo que alguna vez fue. -Buscaré a los demás, nos vemos en el bosque. Procura no tardar demasiado. -No lo haré.
-Cuídate.- Se despidió Rosiel dándole un suave beso en la frente antes de regresar al otro pasillo en busca de Hope y Faith. La princesa lo vio desaparecer por la escalera mientras dudaba en realizar lo que se proponía. Se dijo a sí misma que ese no era ni el momento ni el lugar para dudar, por lo que decidió actuar y giró en el inicio del corredor para entrar en la tercera puerta a la derecha que alguna vez había sido su habitación. Cerró con cuidado la puerta tras de sí, respiró hondo y rememoró con claridad su habitación: el tocador de cerezo blanco, la enorme cama de caoba con suaves cobijas que la calentaban durante las frías noches de invierno, la chimenea sobre la que colocaba sus juguetes favoritos además de los retratos de sus familiares que colgaban por toda la habitación, el papel tapiz de las paredes que plasmaba sus flores favoritas, los exquisitos muebles blancos que se encontraban esparcidos por el resto de la habitación, la calidez que sentía al salir a su balcón a ver los colores del atardecer y descubrir figuras en las nubes… cada detalle, cada recuerdo, abarcó cada uno de sus pensamientos por un larguísimo instante. Entonces se dio vuelta para ver la habitación, e incluso en la oscuridad en la que ésta estaba sumida, logró distinguir que esa habitación ya no le pertenecía: ahora estaba decorada con un papel tapiz que cambiaba de color según el punto desde el cual uno lo mirara, había libros abiertos tirados en el suelo a lado de unos dispersos sillones de madera negra, la chimenea estaba encendida por lo que disminuía ligeramente la abrumadora oscuridad permitiéndole a la princesa ver el interior de ésta sin esforzar tanto la vista. El momento impactante sucedió cuando la princesa reparó en la cama de cedro negro y descubrió un bulto sobre ésta que se movía ligeramente. La princesa se acercó a la cama en silencio y acercó su rostro a la almohada para examinar con atención
el bulto, entonces descubrió que el bulto era un chico de cabellos rubios que estaba envuelto hasta la cabeza con las cobijas y respiraba pesadamente a causa del aletargador sueño; la princesa se sobresaltó bastante ya que no esperaba encontrar a nadie en esa habitación. Un torrente de emociones fluyó en su interior: sorpresa, creía que la habitación estaba desocupada; ira, ¿qué hacía ese mocoso en su habitación?; malicia, si lo mataba en ese instante quizá nadie lo notaría hasta el amanecer. La chica sacó una navaja del cuello de sus botas y se preparó para rebanarle la yugular al muchacho. Cuando estaba a punto de colocar el nervo de la daga sobre el cuello del joven, el sonido de soldados subiendo las escaleras en tropel la detuvo, entonces los gritos de alarma resonaron por todo el castillo, alertando la presencia de intrusos en el castillo. El chico se despertó de golpe a causa del ruido y al ver a la chica con la daga apuntándole al cuello, se incorporó de inmediato para pedir ayuda a gritos. La princesa brincó rápidamente a él, colocando su peso contra el cuerpo del chico para inmovilizarlo, dejándole en claro con una mirada que cualquier movimiento sospechoso le costaría la vida. -No me lastimes. Soy el príncipe Desmond primero, heredero al trono de Valeria. Te daré todo lo que quieras. La princesa lo miró desconcertada, nunca había escuchado que el príncipe fuera tan joven, y tan estúpido. En cuanto se recobró de su primera impresión lo fulminó con la mirada. -Nadie puede concederme mi deseo.- Le dijo secamente la princesa. En ese momento los soldados llegaron a la puerta de la habitación de Desmond y comenzaron a aporrearla. La
princesa saltó de la cama al suelo y abrió la puerta del balcón para después saltar de éste hacia los árboles que creían debajo del mismo e intentar sostenerse de alguno, arañándose las palmas de las manos y el rostro en el proceso. Desmond, por su parte, le abrió la puerta a los guardias y les indicó el lugar por el que se había escapado su atacante; para cuando los guardias llegaron al jardín al que la princesa había caído, ella ya se las había arreglado para salir del castillo por la parte trasera que todos los soldados durante la confusión habían dejado completamente desprotegida y que sólo les había facilitado las cosas a Rosiel, Faith y Hope. La princesa corrió en dirección al bosque, recordando de manera inconsciente su escape años atrás, reviviendo el miedo y el terror que le provocaba la idea de ser atrapada y ejecutada. Llegó al lugar donde el grupo había dejado los caballos, en donde el resto la esperaba entre jadeos, pero ella no se detuvo, continuó corriendo con todas sus fuerzas sin reparar en ningún momento en sus compañeros, ella no estaba ahí, se encontraba trece años atrás huyendo de los furiosos campesinos que la asediaban como en sus pesadillas, solo que ahora Morteemer no estaba con ella para protegerla. Rosiel comprendió lo que estaba sucediendo con la princesa, por lo que se subió a su caballo de inmediato y le dio las riendas del caballo de la princesa a Faith para que lo siguiera junto con Hope. Rosiel le ordenó al caballo que avanzara a todo galope, conduciéndolo tras los pasos de la princesa y apenas logró alcanzarla, Rosiel se inclinó sobre su montura para tomar a la princesa por la cintura y subirla al caballo con una mano a pesar de los esfuerzos de la princesa por evitarlo, y Rosiel tiró de las riendas justo a tiempo para evitar que el caballo chocara contra un árbol.
-Calma. Estás a salvo, estás a salvo…- Le repitió una y otra vez Rosiel a la princesa hasta que ésta poco a poco recobró la conciencia del lugar en el que se encontraba antes de desmayarse en los brazos de Rosiel.
†‡†
El llorica del bosque. A la tarde siguiente del atraco al castillo, la princesa y Rosiel caminaban por la orilla del río en el que años antes se habían conocido; entre ambos había una prudente distancia y un silencio comprensible: ninguno sentía la necesidad de llenar los silencios con palabras innecesarias porque el estar juntos era suficiente para ambos. La princesa pateó una piedra que se encontraba en su camino y la lanzó lejos de ellos, Rosiel la miró sin girar la cabeza durante apenas un instante antes de sumirse en sus pensamientos, como era su costumbre. -¿No te molestan las heridas?- le preguntó a la princesa, con un tono de voz que le restaba importancia al asunto, justo como pretendía. -No es nada.- Contestó la princesa sin mirarlo. -¿Qué hay de las otras? -No entiendo a qué te refieres.- Replicó la chica. -Vamos, ambos sabemos la razón por la cual continuaste corriendo en el bosque. ¿Tuviste pesadillas? -Siempre despiértalas tengo, y no debo estar necesariamente despierta.- le contestó la chica. -Eso significa que no dormiste bien y estás de mal humor.- La princesa lo fulminó con la mirada. –Ya entiendo, me callaré. Avanzaron en silencio durante un rato, cada uno sumido en sus respectivos pensamientos y recuerdos; hasta que Rosiel sintió que se habían alejado demasiado de la
casona de mamá Otis y así se lo hizo saber a la princesa, quien le pidió que realizaran el camino de regreso a través del bosque, ante lo cual el chico no pudo negarse por más que se esforzara. La princesa sonrió y echó a correr a en dirección a la casona bosque, esquivando helechos y raíces por medio de ágiles saltos; Rosiel gimió a modo de protesta antes de seguirla a distancia, evitando alcanzarla o rebasarla, disfrutando secretamente con el dulce momento de camaradería insólita que solo ellos dos podían tener. La princesa se dio cuenta de que el chico no tenía la menor intención de competir seriamente con ella, por lo que decidió hacerlo sudar al apretar el paso hasta el punto de salir del campo de visión de Rosiel, causando que éste también apretara el paso para no apartarse demasiado de ella. En la jovial carrera, la princesa se desvió del camino, adentrándose aún más en el bosque sin que ella o el muchacho lo advirtieran hasta que llegaron a una parte sombría y fría en el corazón del bosque, solo entonces la chica se detuvo de golpe y se giró para mirar horrorizada al muchacho quien no había advertido el cambio de escenario hasta que vio el terror descrito en el rostro de la princesa y se vio obligado a mirar a su alrededor, incapaz de ubicar el lugar al que habían llegado. -¿En dónde estamos?- preguntó la chica entre jadeos, intentando recuperar el aliento perdido en la carrera. -No estoy seguro.- Admitió el chico, mirando al cielo, tratando de orientarse con la posición del sol que era incapaz de ver debido a las espesas copas de los árboles que se cernían sobre ellos. -Debemos salir de aquí cuanto antes, tengo un mal presentimiento.- Murmuró la chica, deshaciendo el camino andado, pasando a lado del chico.
-Pero no lo tuviste mientras corrías, ¿verdad?- Le preguntó Rosiel. -¿Acaso es un reproche? -Para nada, es una simple pregunta.- Le contestó el muchacho antes de comenzar a seguirla a una distancia prudencial, los suficientemente lejos del alcance de los puños de la chica. A los pocos segundos escucharon un alarmante pedido de ayuda. La princesa y Rosiel se detuvieron en seco un instante antes de que ella se girara para intercambiar una mirada con el chico que decía más de lo que las palabras podían expresar antes de que ambos echaran a correr en dirección al lugar de donde provenían los pedidos de auxilio. No tardaron demasiado en llegar al lugar del que provenían los gritos: un pequeño prado cubierto de raíces por el que no pasaba la luz del sol por lo que una ligera neblina envolvía el interior de éste y dificultaba que los jóvenes encontraran a la persona a la que intentaban ayudar. La princesa se detuvo al borde del prado, dudando en entrar. Se volvió hacia Rosiel, quien se colocó a su lado. -Tengo un mal presentimiento, quizá sea una trampa.- Le dijo la chica a Rosiel. En ese momento un grito desgarrador emergió de entre la oscuridad del prado, haciendo temblar a la princesa, quien se quedó paralizada mientras Rosiel echaba a correr hacia el lugar de donde provenía el grito sin detenerse a pensar en los peligros que podrían acecharlo al internarse en un lugar desconocido.
Rosiel esquivó helechos y raíces con dificultad debido a la densa oscuridad reinante en ese lugar del bosque, esforzó la vista al intentar encontrar a la persona que gritaba, preparándose mentalmente para el peor escenario posible y agradeciendo a la vez que la princesa no hubiera entrado con él al prado; sin embargo, aquél alivio no le duró lo suficiente puesto que segundos después logró reconocer el sonido que producía el andar precavido de la princesa quien se acercaba sigilosamente al muchacho, causando que éste último lanzara un callado suspiro de frustración momentánea que logró apaciguar antes de que la princesa lo alcanzara y ambos caminaran al mismo ritmo, buscando al desamparado. -Creí que te quedarías ahí por siempre.- Murmuró Rosiel, en un intento por ocultar la tensión que se había generado en su interior por el inquietante silencio que había seguido al último grito. -¿Y perderme la oportunidad de burlarme de ti frente a un desconocido?, ¡ja!, ni loca.- Le contestó la princesa. Rosiel le dirigió una sonrisa fugaz y continuó buscando, hasta que tropezó con lo que creía era una roca, pero al bajar la vista para cerciorase descubrió en medio de un sobresalto que se trataba de una pierna. Un escalofrío reptó desde su pie hasta su espalda, obligándose a apretar los labios y alzar la vista para mantener la calma con el objetivo de que la princesa no se alarmara. En cuanto se recuperó de su impresión inicial, se atrevió a mirar detenidamente la pierna que yacía en el suelo, encontrando con alivio el resto del cuerpo unido en una sola pieza, oculto entre los helechos. Rosiel se arrodilló junto al cuerpo y tocó lo que parecía ser el pecho con suavidad, corroborando con un suspiro que la persona seguía respirando.
-Aquí-. Le indicó Rosiel a la chica, quien se había apartado para cubrir más terreno y que ahora se acercaba corriendo hacia donde se encontraba Ros. El chico ayudó al extraño a incorporarse con dificultad debido a que llevaba puesta una gruesa y sucia capa que se había enredado en su cuerpo y le cubría el rostro. La princesa llegó a donde se encontraba el extraño y miró con el ceño fruncido la capa que éste llevaba ya que parecía ser de terciopelo rojo bordado con hilos de oro; por su parte, Rosiel le quitó la capucha al extraño, revelando así el rostro golpeado de un joven de cabellos rubios despeinados, y a pesar de que en ese momento tenía los ojos cerrados, la princesa supo de inmediato el color de éstos. -Ros…-Dijo, pero éste le indicó con un gesto que guardara silencio. El extraño abrió los ojos lentamente, y lo primero que vio fue el rostro de Rosiel, por lo que se irguió de inmediato mientras sacudía la cabeza en un intento por despejar su mente. -¿Te encuentras bien?- le preguntó Rosiel al chico, quién le lanzó una mirada que dejaba en claro lo estúpida que había resultado la pregunta. -¿Puedes ponerte en pie? El chico estiró los pies para asegurarse de que seguían funcionando y asintió en medio de un bufido, su sucio rostro revelaba que había llorado hacia unos minutos. Rosiel se pasó un brazo del chico por la espalada para ayudarlo a levantarse y el chico, a su vez, apoyó su peso en él mientras se incorporaba lentamente. -Mátalo, Ros. Mátalo.- Murmuró aterrada la chica, quien miraba con horror al chico de cabellos rubios. Rosiel la miró con el ceño fruncido, soltó al chico quien cayó inevitablemente al suelo lanzando un grito de
sorpresa seguido por un gemido de dolor mientras Ros se acercaba a la chica. -¿Qué es lo que has dicho?- le preguntó en un susurro. -Ya me escuchaste. Mátalo, si lo ayudamos no nos traerá nada más que desgracia.- Le contestó la chica en un murmullo lo suficientemente alto como para que el chico de cabellos rubios y ojos verdes lograra escucharla con claridad. -¿Tienes idea de lo que estás diciendo?, ¡es una persona!- La regañó Rosiel. -Al contrario de lo que decían hace un momento, estoy seguro de que les beneficiaría ayudarme.- Murmuró el chico entre jadeos, dirigiéndose exclusivamente a Rosiel mientras miraba fijamente a la chica con sus brillantes ojos verdes al tiempo que se incorporaba para sentarse en el suelo. -No le hagas caso, ¡es una trampa!- le dijo la chica a Rosiel. -Eso no podemos saberlo, ¿o acaso estás dispuesta a cargar en tu consciencia con su muerte?- le preguntó. La princesa se mordió el labio inferior en señal de duda, nunca le había arrebatado la vida a nadie. -¿En estos casos no se supone que debe de ser la mujer la que muestre piedad y el hombre el que debe desear matar al desconocido?- dijo el chico de cabellos rubios mientras se llevaba una mano a un costado para calmar el dolor. La princesa y Rosiel lo miraron sorprendidos.
-Si lo piensas bien, así es como está sucediendo.- Le contestó Rosiel. –Te explicaré: ella está mostrando su piedad al pedirme que te mate para así acabar de inmediato con tu sufrimiento, -la princesa asintió ante esa afirmación – en cuanto a mí, soy cruel al intentar convencerla de ayudarte porque así sufrirás durante varios días mientras te recuperas sin mencionar el hecho de que tendrás que seguir con tu miserable vida. -Si lo pones así…- murmuró el muchacho. -Solo es cuestión de perspectiva, las personas ven el mundo como tal y como quieren verlo. -Como sea, ¿qué haremos con él?- preguntó la chica. Rosiel se encogió de hombros. -Realmente no estoy muy seguro.- Admitió. –Para empezar no sabemos quién es. -Pero claro que saben quién soy, al menos ella lo sabe.- Recalcó el muchacho. Rosiel miró a la princesa con una ceja enmarcada. -¿Lo conoces?- le preguntó. -Sólo sé su nombre.- Confesó la aludida. -¿Por qué no le dices quién soy?- preguntó con esfuerzo el chico de ojos verdes -, tal vez de esa manera se despejen las dudas que tiene respecto a ayudarme, por favor, ayúdenme. -Es el príncipe Desmond.- Dijo la chica de forma despectiva, como si el nombre del muchacho fuera el más grave de los insultos. El gesto de Rosiel se endureció y entrecerró los ojos.
-Tenías razón.- Le dijo Rosiel a Desmond. –El conocer tu nombre ha despejado mis dudas. Rosiel dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección al bosque, dejando atrás a los dos príncipes, quienes lo miraban, uno sin saber qué había hecho mal y la otra con sorpresa sin saber exactamente cómo reaccionar. Rosiel se alejó unos cuantos metros del prado, se detuvo de pronto, alzó la vista al cielo que era bloqueado por las espesas copas de los árboles, lanzó un suspiro y regresó tras sus pasos con una expresión dura, pero calmada. En el camino, le lanzó una sonrisa fugaz a la princesa y formuló la frase “lo siento” con los labios sin pronunciar las palabras, cosa que tranquilizó a la chica quien relajó su postura mientras observaba como Rosiel se arrodillaba a lado de Desmond y examinaba sus heridas con frívola minuciosidad. -¿Crees poder caminar?- le preguntó Rosiel a Desmond, con un tono que no denotaba emoción alguna. -¿Crees que pueda hacerlo?- replicó Desmond. -No me queda de otra…- murmuró Rosiel en medio de un suspiro de resignación mientras se echaba al muchacho a la espalda con una brusquedad poco, si no es que nada, amable. Desmond bufó de dolor, pero tuvo la inteligencia de no decir nada ya que un comentario erróneo podría ser más que suficiente para que Rosiel lo dejara caer de nuevo al suelo y el simple hecho de imaginarse el dolor que éste le causaría fue suficiente para que mantuviera la boca cerrada mientras Rosiel y la princesa caminaban a través del bosque en dirección a la casona de mamá Otis.
†
Durante el camino, Desmond se la pasó dormitando en la espalda de Rosiel a causa del agotamiento mental y emocional que le había costado el percance; a su vez, la princesa y Rosiel caminaron en silencio, presas de una recelosa incomodidad que nunca antes los había aquejado y por esa razón no sabían cómo salir de aquella engorrosa situación, por lo que ambos optaron por el silencio, cada uno intentando desentrañar los secretos del corazón del otro sin ser capaces de lograrlo de manera concreta. Cuando llegaron a la casona de mamá Otis, después de un par de horas de camino, entraron por la puerta trasera para no molestar a las chicas y a sus clientes que celebraban alegremente, como cada tarde, en el salón principal bajo la efusiva influencia del alcohol ligero que abotargaba los sentidos de los clientes para facilitar el manejo de éstos en caso de que alguno intentara pasarse de listo con alguna de las chicas de mamá Otis. La única puerta trasera conducía a la cocina de la casona, donde el grupo de ladrones pasaba la mayor parte del tiempo bajo el pretexto de no molestar a las chicas mientras trabajaban. La princesa abrió la puerta de golpe y entró para mantenerla abierta desde adentro, permitiéndole a Rosiel que pasara sin problemas con Desmond colgando de sus espaldas. Rosiel avanzó tambaleando hacia la mesa, la princesa se dio cuenta de inmediato de las intenciones del chico, por lo que se apresuró a cerrar la puerta y despejar la mesa, en cuanto terminó, Rosiel se dio media vuelta y dejó caer al príncipe sobre la mesa de madera en medio de un suspiro de liberación. -Creí que tendrías la condición necesaria como para cargarlo sin problemas durante todo el camino, de lo contrario te habría ayudado de buena gana.- Le dijo la princesa con tono burlón mientras buscaba un par de velas
en la alacena que se encontraba en una de las esquinas de la cocina. Rosiel la fulminó con la mirada y se limpió el sudor de la frente antes de contestarle con agresividad contenida. -Dudo mucho que lograras soportar siquiera la mitad de camino que recorrimos con éste bueno para nada a cuestas. La princesa le lanzó una mirada de reproche antes encender las velas y colocarlas en la mesa, cerca del costado herido del muchacho para después retirarle con cuidado la pesada capa de terciopelo rojo y hacerla bola antes lanzársela a Rosiel sin previo aviso, ante lo cual, éste no pudo hacer otra cosa que atraparla en el vuelo con una sola mano y sin esfuerzo aparente, sonriéndole a la princesa con sorna. -Deshazte de ella-. Le dijo la chica. -¿Por qué?- le preguntó Rosiel. -Porque si se enteran de quién es, no dudaran en matarlo. Rosiel entrecerró los ojos y asintió antes de salir por la puerta y ocultar la capa entre las grandes raíces de los árboles cercanos a la casona de manera provisional hasta que se le ocurriera una mejor manera de esconderla de los demás. Cuando el chico entró en la cocina, la princesa se encontraba examinando la herida de Desmond: una profunda cortada que abarcaba desde la última costilla hasta principios de la cadera del chico, de la cual aún manaba una alarmante cantidad de sangre. Rosiel apretó los dientes y dio un respingo, no porque la sangre causara en él alguna reacción de repulsión, sino por la escena de la
princesa tocando a Desmond con una delicadeza que nunca antes le había visto, quien ante sus ojos no era más que un bueno para nada como ya había dicho antes y un mimado cuyo padre había destruido la vida de las personas más importantes para él. Rosiel desvió la vista y cerró la puerta con cuidado para no sobresaltar a la princesa quien estaba tan sumergida en su labor que incluso si hubiese dado un portazo, ésta no lo habría advertido. Después de un incómodo silencio en el que Rosiel se vio obligado a contemplar tan tortuosa escena para él, la princesa finalmente se percató de su presencia y se giró con toda la naturalidad del mundo, como si nada importante hubiese pasado, y ciertamente nada importante había pasado para ella ya que lo único que cruzaba por su mente mientras examinaba la herida de Desmond era si sería capaz de curarla por sí sola o tendría que recurrir a los vastos conocimientos medicinales de mamá Otis y Wanda, quienes eran casi una expertas en ese campo. -¿Necesitas algo?-, preguntó Rosiel sin expresar emoción alguna en su tono de voz o en la expresión vacía de su rostro. La princesa frunció el ceño, extrañada de esa asfixiante lejanía que de pronto había surgido entre ambos, que amenazaba con crecer abismalmente hasta el punto en el que no podrían atravesarlo. -No, me temo que soy incapaz de curar la herida. Iré por Wanda y mamá Otis, seguro están atendiendo a los clientes.- Contestó la princesa mientras se ponía de pie y se limpiaba la sangre que se había adherido a sus manos con un trapo que había tomado del lavabo mientras le dirigía esas palabras a Rosiel.
-No. Quédate aquí, yo iré por ellas.- Le ordenó Rosiel con tono tajante y los ojos desprovistos de emoción alguna. La princesa comprendió que no tenía sentido discutir, por lo que se sentó y observó cómo Rosiel salía por la otra puerta de la cocina. Esa puerta comunicaba a la cocina con un enorme salón que abarcaba la mayor parte de la planta baja del enorme edificio, lugar que siempre se encontraba alumbrado gracias a las enormes arañas que colgaban del techo; en el salón parecía reinar siempre un ambiente festivo debido a la alegre canción que tocaba un pianista en algún lugar de la estancia, el incesante rumor que producían los clientes al conversar con las chicas quienes los seducían con sus dotes de belleza natural acentuados por la escasa ropa que éstas portaban; algunas chicas se paseaban en el salón con una bandeja de madera repleta de tarros de cerveza que los clientes tomaban con una mirada de agradecimiento. Rosiel contempló el lugar apoyado en la puerta de la cocina con expresión vacía pasando desapercibido para la mayoría, observando desde su lugar el comportamiento libertino que presentaban los ahí reunidos, algunos, los más osados, llevaban a sus esposas para hacerles compañía y en algún punto de la velada subían las escaleras en compañía de una de las chicas de mamá Otis hacia alguna habitación destinada al desahogo de los placeres carnales más escondidos en la mente del individuo; pero a pesar de observar tan deplorable comportamiento, Rosiel no podía juzgar a nadie porque comprendía la razón por la que actuaban de esa manera, sin embargo no podía quedarse a admirar los instintos más ferozmente animales del hombre en presencia de una mujer debido a la emoción que lo atenazaba y hacía hervir su sangre, llenando su mente con pensamientos de desprecio… una emoción tan básica e instintiva como desconocida para él, ¿acaso experimentaba el principio de los celos?
† Desmond abrió los ojos de golpe para volverlos a cerrar a causa de la molesta luz que entraba por la ventana y se desbordaba por toda la habitación. Se restregó los ojos con las palmas de las manos y finalmente volvió a abrirlos. Se encontraba en una habitación desconocida, demasiado sencilla, sin la menor muestra de opulencia a la que estaba acostumbrado, cosa que lo asustó por completo, haciéndole pensar lo peor que su vivaz mente podía maquilar en ése instante. Intentó incorporarse, pero un agudo dolor en el costado derecho lo obligó a detenerse y volver a acostarse con lentitud, reprimiendo un jadeo de dolor. Una chica de cabellos y ojos castaños se acercó y se sentó sobre la cama a su lado, Desmond se quedó deslumbrado por la presencia de la joven, no era que fuese demasiado hermosa sino que simplemente la amabilidad y el cariño que manaban de ella la hacía parecer un producto de la agobiada mente del joven, la sensación de irrealidad no hizo más que aumentar una vez que la joven le sonrió mientras le tomaba la temperatura de la frente con el dorso de la mano. El chico se quedó estupefacto, esperando a que la chica le dirigiera alguna palabra que lo sacara de la confusión que le había provocado el despertar en una habitación ajena, apenas decorada con una sencilla cama y un par de cortinas en la única ventana pequeña. Ciertamente le molestaba la humildad del lugar, pero le fascinaba la forma en la que la presencia de la joven suavizaba el golpe. Aguardó expectante a que la chica dijera algo, cualquier cosa, lo que fuera… pero ella no pronunció palabra alguna y de la misma forma misteriosa en la que había llegado, se retiró, llevándose consigo el encanto que su llegada había traído.
El príncipe suspiró y cerró los ojos para recobrarse de aquél inusitado encuentro. -Interesantes seres habrán de ser las mujeres, tan hermosas y enigmáticas que un simple instante de su presencia puede alterar toda la vida de un hombre, ya sea para bien o para mal.- Musitó extasiado el muchacho. Un barullo de pasos y voces discutiendo reptó desde lo que parecía ser una escalera hasta el cuarto y posteriormente a los oídos del muchacho, quien giró la cabeza en dirección a la puerta a la espera de que ésta se abriera dejándole ver a los que deberían de ser sus captores. Después de un momento de angustiosa espera, la puerta finalmente se abrió, permitiéndole el paso a un muchacho alto de cabellos negros, ojos azul grisáceo, complexión desgarbada y ligeramente mayor que Desmond; detrás de él entró una chica cuya estatura era mayor a la que había visto en cualquier otra mujer, de cabellos rubios entretejidos en una larga trenza que colgaba desde su nuca hasta la mitad de su espalda, ojos de un negro profundo y rasgos delicados que colisionaban con su andar felino y precavido además de las ajustadas ropas de hombre que llevaba puestas. La chica cerró la puerta tras de sí y miró fríamente a Desmond, una mirada que le resultó bastante agradable en comparación a la que el chico le ofrecía: una mirada de odio total; en ese momento lo recordó todo: el intento de asesinato, la discusión con su padre, su salida del castillo, el asalto, el posterior accidente y finalmente al par que lo había ayudado. Examinó cuidadosamente a la chica, la misma que había intentado matarle, la misma que después le había ayudado y la misma que ahora lo miraba. Aquello lo aterró, eran demasiadas coincidencias como para considerarlo algo aleatorio.
-¿Van a matarme?- les preguntó Desmond con toda la calma que pudo aparentar, que al parecer fue poca ya que la chica le hizo un gesto de desdén mientras que el muchacho suavizaba su rostro. -Si esas fuesen nuestras intenciones ya lo habríamos hecho.- Le contestó Rosiel. Desmond lo miró aterrado, pero comprendió que no le mentía en lo absoluto, por lo que se calmó un poco. -Entonces, ¿qué es lo que desean de mí?- preguntó Desmond con los ojos cerrados, sintiendo como el miedo se apoderaba de él. -No creo que tengas mucho que ofrecer.- Le contestó Rosiel. -Soy el príncipe heredero al trono, si hay alguien que tenga algo que ofrecerles soy yo.- Murmuró Desmond en un tono que le hizo creer a la princesa y a Rosiel que aquellas palabras estaban dirigidas para sí mismo más que para ellos dos. -¿Qué haces fuera de tu palacio?- le preguntó la princesa sin el menor rastro de amabilidad. -¿Por qué habría de decírselos?- Replicó Desmond. La chica sonrió maliciosamente, causándole un escalofrío de temor al muchacho. -Hay cosas peores que la muerte misma, si no contestas mi pregunta te aseguro que las conocerás una por una. Desmond la miró con pánico contenido, y en ese momento supo que de entre todas las personas que conocía, ella sería la única que jamás le mentiría, aún más cuando se trataban de amenazas.
-De acuerdo, se los diré. Después de que ella intentara asesinarme- dijo señalando a la princesa, quien levantó una ceja como única respuesta para que Desmond bajara la mano en el acto -, mi padre me convenció de que ningún hombre que vaya a dirigir el reino debe de ser un cobarde, y la mejor forma de demostrar mi fuerza es asesinando a aquellos que intentaron asesinarme. -¿Y tú realmente crees eso?- le preguntó Rosiel. -No.- Contestó Desmond en medio de un suspiro. Rosiel le lanzó una mirada de advertencia a la princesa antes de decirle a Desmond: -Lo siento, te ofrezco una disculpa, es un error juzgar a los hijos por los crímenes de sus padres así como juzgar a los padres por los crímenes de los hijos. ¿Te paree si empezamos desde cero? Desmond lo miró con el ceño fruncido, desconfiando instintivamente en las palabras de Rosiel. -Lo que dices parece tener sentido, sin embargo deseas comenzar desde cero cuando ni siquiera hemos tenido un comienzo como tal ya que el inicio será marcado por el momento en el que me digas tu nombre.- Le respondió Desmond después de meditar unos instantes. -Habla demasiado bien para ser un completo cobarde.- Replicó la princesa sin quitarle los ojos de encima a Desmond. -¿Pero qué otra cosa se puede esperar de un príncipe como éste sino la capacidad de expresar de diferentes maneras lo poco que puede pensar? Desmond la fulminó con la mirada, pero no se atrevió a contestarle debido al temor que su fascinación hacia ella le provocaba, por lo que no pudo más que callar y desviar la vista hacia Rosiel para implorarle con la mirada
que le proporcionara su nombre; finalmente éste último comprendió el silencioso ruego del chico y se acercó con paso seguro a la cama sobre la que se encontraba el herido y le tendió la mano. -Me llamo Rosiel. Desmond tomó su mano y la apretó con firmeza. -Tu apellido.- Le pidió amablemente. Rosiel negó meneando la cabeza con una sonrisa. -Sólo Rosiel, mi apellido no tiene importancia. -De acuerdo, Rosiel, lo tendré en mente.- Contestó Desmond mientras soltaba su mano. Rosiel se alejó sin darle la espalda, señal inequívoca para él y la princesa de que aún no confiaba en Desmond. En cuanto la princesa estuvo en el campo de visión de Desmond, éste la observó expectante, deseando en su interior que dijera algo, cualquier cosa, con el fin de escuchar su voz una vez más. Ella se dio cuenta de su mirada y del mensaje que ésta trataba de expresar sin palabras, o al menos eso fue lo que ella creyó en ese momento. -¿Qué sucede?- le increpó la princesa sin el menor rastro de cortesía en su tono o en la forma en la que se cruzó de brazos. -Tu nombre, quiero saberlo.- Le contestó Desmond. La princesa arqueó una ceja. -¡Ja!, no te lo diré tan fácilmente. Mi nombre no es algo que cualquiera pueda saber, y menos tú.- Le contestó con desdén.
Desmond quiso rogarle, convencerla de que podía confiar en él, pero el orgullo y el instinto de preservación se lo impidieron ya que todo intento resultaría fallido. Rosiel miró a la princesa con los ojos entrecerrados y después se dirigió a Desmond. -Tendrás que disculparla, después de todo es una princesa. Desmond frunció el ceño ante las palabras de Rosiel, que le parecieron bastante peculiares hasta el punto en el que se preguntó si hablaba de forma hipotética o literal. -Como sea, tenemos que escogerle un nuevo nombre. Si descubren su identidad no duraría ni una hora.- Comentó la princesa, rompiendo el hilo de los pensamientos de Desmond. -Tienes razón.- Respondió Rosiel. –Debemos escoger un nombre que se ajuste a él. -¿Qué tal Abdel?- preguntó la princesa. -Me agrada más Oriol.- Le respondió Rosiel. -Debes de estar bromeando, si no quieres que me esfuerce en encontrar nombre con un significado adecuado para él solo dímelo y lo llamaremos idiota… le queda bastante bien si lo piensas. -Vamos, compórtate, no tienes por qué ser tan grosera con él. -¿Por qué no? Desmond los miró discutir durante unos minutos, sorprendido por la facilidad con la que cada uno respondía a las discrepancias del otro, convencido de que esa era una prueba irrefutable de la gran amistad que esos dos compartían. Pero después de un momento, cayó en la
cuenta de que deseaban cambiar su nombre, ante lo cual reaccionó en contra de ello. -Un momento, deténganse por favor.- Les pidió Desmond casi a gritos, interrumpiendo la discusión justo a tiempo antes de que ésta se volviera lo suficientemente acalorada como para resolverla con un duelo de espadas como hacían la mayor parte del tiempo. -¿Están diciendo que tendré que renunciar a mi nombre? Rosiel y la princesa lo miraron con los ojos entrecerrados. -No es así, solo decimos que tendrás que usar otro si quieres seguir con vida.- Le dijo Rosiel con paciencia. -Eso es renunciar a mi nombre, lo que es exactamente igual a renunciar a quién soy.- Contestó Desmond con un audible nudo en la garganta, al borde de las lágrimas. La princesa suspiró en un gesto de desesperación. -Cuidado con lo que dices. Mientras tú sepas quién eres, nadie ni nada te hará cambiar a menos que tú así lo desees; y no confundas el concepto de quién eres con lo que eres, pues puedes ser lo uno sin necesidad de lo otro.- Le dijo Rosiel. Desmond bajó la vista y recobró la compostura. -Si así debe ser, me gustaría conservar mi nombre. Si he de morir preferiría hacerlo con el nombre que mi madre me dio.- Murmuró Desmond. La princesa lo miró con amable comprensión, la más suave mirada que le había dedicado a cualquier persona, cosa que Rosiel sabía y que intentaba pasar por alto para que la posibilidad de una rivalidad no fuera evidente para la princesa; Desmond, a su vez, agradeció la mirada de la chica mientras algo en su interior se removía, un calor
extraño se expandía desde su pecho hasta cada extremidad de su cuerpo. -Entonces que así sea.- Le dijo la princesa. Después de eso abandonó la habitación con pasos calmados, cerrando la puerta tras de sí, ambos chicos la vieron partir, uno con fascinación y otro con nostalgia. -Te dejaré descansar, dentro de algunos días podrás volver a moverte, mientras tanto siéntete libre de permanecer aquí hasta que te recuperes totalmente.Murmuró Rosiel tras recuperarse de la partida de la princesa. -Gracias, pero antes de que te vayas, hay algo que quiero preguntarte. -Adelante. -¿A qué te referías cuando dijiste que esa chica era una princesa?- preguntó Desmond con genuina curiosidad. Rosiel sonrió y meneó la cabeza mientras se acercaba a la puerta para salir. -Tal vez algún día lo sepas.- Contestó pensativo y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejando a Desmond en un estado de confusión mayor al que había despertado.
†‡†
Sin aliento. Desmond permaneció en cama durante lo que le pareció un par de días. Ni la princesa o Rosiel volvieron a visitarlo durante ese tiempo; sin embargo, todos los días entraba la muchacha de cabellos castaños que tanto había captado la atención del joven príncipe, para cambiarle las vendas y a dejarle comida, pero por más que se lo pidiera, ella jamás le dirigió palabra alguna más que aquella que el silencio de su mirada era capaz de transportar y que es vulnerable a la malinterpretación, por lo que el joven comenzaba a creer que en realidad era un prisionero y en algunos momentos de extrema debilidad mental en la que daba rienda suelta a su imaginación y le permitía un control mayor al de la realidad, llegó a maquinar que Rosiel y la chica que lo había acompañado no eran más que producto de su imaginación, resultado de leer demasiados libros sobre aventuras en el palacio, tal y como su padre le había advertido alguna vez. La presencia de la chica de cabellos castaños, cuyo nombre desconocía, ciertamente aliviaba su frágil cordura, no obstante, el silencio por parte de ella lo había hecho perder el interés y centrarse en la chica de cabellos rubios, la acompañante de Rosiel; sabía que mujeres como la de cabellos castaños había a montones, dóciles y serviciales, así como había pocas mujeres como la rubia, salvajes y rebeldes, por lo que le era casi imposible pensar en otra cosa que no fuera en la princesa. El aura de misterio que la envolvía no hacía sino más que incrementar su curiosidad,
¿acaso era una guerrera de los bosques encargada de proteger la fauna de los despiadados cazadores?, ¿o una hechicera que había quedado apresada por Rosiel y a cambio de su vida debía luchar a su lado en alguna batalla a favor del honor y la gloria?... Docenas de historias cruzaron por la mente del muchacho, más de las recomendables para mantener el juicio, podría decirse que el origen de aquella chica tan peculiar casi le obsesionó y, contra toda lógica, le mantuvo cuerdo durante sus días de aislamiento. Cuando finalmente se recuperó lo suficiente como para que su herida no se abriera al caminar, la chica de cabellos castaños le cambió las vendas y lo condujo fuera de la habitación hacia una pequeña estancia que parecía ser el comedor. Desmond se dio cuenta de que se encontraba en una pequeña cabaña, ubicada en algún lugar del bosque; de nuevo le molestó la humildad del lugar, pero por primera vez se percató de lo limpio que estaba, cosa que le parecía ilógica ya que solía asociar el término de humildad con suciedad. La cabaña en sí no era demasiado grande: constaba de dos pisos, en el superior se encontraban seis habitaciones y un baño conectados por un único pasillo sin ventanas que también comunicaba con la única escalera de madera del edificio; en la planta baja se encontraban la cocina, el comedor, otro baño, una pequeña sala de estar y una bodega unidos por un amplio recibidor modestamente decorado con una alfombra dorada sobre la que se encontraba una sencilla mesa redonda de madera con un florero lleno de lirios blancos que perfumaban la estancia con su suave y delicada fragancia. El comedor le pareció asfixiantemente pequeño, como todo lo demás dentro de la modesta cabaña que evidentemente no tenía comparación con el castillo en el que había vivido la mayor parte de su vida.
Desmond siguió a Wanda en silencio, ligeramente emocionado ante la idea de encontrarse de nuevo con la salvaje chica de cabellos rubios que había despertado en él un interés al borde de la locura. Durante el camino, el pulcro color de la madera no pudo pasarle desapercibido así como el olor que ésta despedía, en combinación con el olor a lirios, le daban al joven la sensación de salvaje albedrío y se imaginó que si la vida tenía un olor que la identificara seguramente sería ese. Wanda abrió una puerta y le indicó a Desmond que pasara, cosa que el chico hizo de buena gana ya que el alegre barullo característico que tiene origen en las buenas reuniones provenía de aquella estancia y esperaba que, de alguna manera, se le permitiera ser cómplice de tan agradable momento. Wanda entró después de Desmond y cerró la puerta detrás de sí, esquivó a éste último que se había quedado de pie contemplando la escena y tomó asiento en la mesa. Lo que Desmond vio lo dejó perplejo: en el centro de la estancia se encontraba una mediana mesa rectangular de madera oscura, ante la cual se encontraban sentados un grupo de personas cuyo lazo de amistad era tan tangible que el chico no pudo sentirse más que incómodo por no conocer a nadie más que a Rosiel y a las únicas dos chicas que se encontraban ahí y cuyos nombres desconocía por completo. En el centro de la mesa se encontraba Rosiel, quien se distinguía fácilmente del resto gracias a sus ropas de un profundo negro que resaltaban la blancura de su piel y el fulgor de sus ojos azul grisáceo, a lado de él se encontraba la princesa, altiva como siempre, con ropas de caza ajustadas que se ceñían a las discretas curvas de su cuerpo, su cabello se mantenía apartado de su rostro gracias a una trenza que permanecía colgando en su nuca realzando de manera inesperada la belleza de su rasgos femeninos; la natural solemnidad con la que ambos
precedían de la pequeña reunión le dejó en claro a Desmond que esos dos eran los anfitriones, recordándole de manera vaga los palaciegos banquetes a los que había asistido –todos encabezados por su padre- en los que el anfitrión mantenía alegre el ambiente sin aparente esfuerzo, repasó mentalmente todos y cada uno de esos banquetes y se sorprendió de encontrarse por primera vez uno en el que el papel de anfitrión fuera interpretado de manera equitativa e igualitaria por un hombre y una mujer, más aún cuando éstos dos no eran pareja, Desmond rechazó de manera impulsiva la idea de que Rosiel y la salvaje chica de cabellos rubios fueran pareja, por lo que interpretó la facilidad con la que ambos congeniaban como una muestra de un parentesco sanguíneo, es decir, lo atribuyó a una buena y profunda relación de hermanos a pesar del nulo parecido que esos dos compartían. Al lado de la princesa, se encontraba sentado un chico ligeramente delgado, de aspecto frágil a pesar de la turbante sonrisa que permanecía inmutable en su joven rostro, para Desmond ese chico de cabellos dorados y ojos castaño claro era la representación de la satisfacción de vivir; a lado de ese chico de sonrisa inmutable se sentó Wanda, con esos movimientos suyos que desbordaban cariño y comprensión a su alrededor, a los cuáles Desmond ya se había acostumbrado. A lado de Rosiel se encontraba sentado un chico muy similar al que se encontraba a lado de la princesa, solo que era más fornido y su aspecto era mucho más saludable en comparación al del otro, por lo que no pudo evitar sentirse intimidado a pesar de que la forma en la que actuaba ese bonachón dejaba en claro que no había nada que temer. Pareció ser que ninguno de los ladrones había reparado en la presencia del muchacho hasta que la princesa lo miró con seriedad, sin quitarle la vista de encima, ignorando la conversación que los demás sostenían hasta que finalmente Rosiel siguió el objetivo de su mirada
y le dedicó a Desmond una avergonzada sonrisa de disculpa. -Perdona, no te vi entrar.- Se excusó Rosiel en voz lo suficientemente alta como para que Desmond lograra escucharlo sin problemas, así como todos los demás quienes guardaron silencio al escuchar la voz del líder del grupo. Desmond se sintió ligeramente incómodo al saberse la causa del repentino silencio del grupo. Sintió los ojos escrutadores penetrando hasta lo más profundo de su ser, desvelando los temores que se había esforzado por esconder ante todos pero sobre todo ante sí mismo; sin embargo no le molestó ya que a diferencia de las escasas ocasiones en las que algún miembro de la nobleza lo miraba de esa manera, por primera vez no sintió que fuese juzgado, sino simplemente examinado en un intento por comprender qué hacía ahí y cuáles eran las razones por las que permanecía en silencio. Una sonrisa asomó por las comisuras de los labios de Rosiel, quien disfrutaba en silencio del desconcierto del joven tanto como de la callada curiosidad de sus compañeros hacia éste. -No te quedes ahí parado, por favor, toma asiento.Le indicó Rosiel a Desmond. Éste último acató la orden y se sentó titubeante en una silla frente a Rosiel y la princesa, quien lo miraba con una ceja levantada, expresando así su desaprobación hacia el lugar que había tomado o puede que incluso hacia su propia persona, sin el menor reparo de cortesía como parecía ser su costumbre. El joven no pudo evitar sentirse intimidado ante la mirada feroz de la chica de cabellos rubios, por lo que evitaba a toda costa mirarla directamente a los ojos pues temía perderse en su mirada.
-Chicos quiero presentarles a alguien. Su nombre es Desmond, la princesa y yo lo encontramos en el bosque, estará con nosotros unos días, así que espero que lo traten bien mientras tanto y también me gustaría que se llevaran bien con él. Desmond se rehusó a levantar la vista mientras Rosiel pronunciaba esas palabras, no le gustaba que los demás le hiciesen favores o lo protegieran, sin embargo agradeció el amable gesto de Rosiel ya que le pareció que sus sentimientos eran sinceros. -Desmond, ahora te presentaré a cada uno de ellos. Ya conoces a nuestra princesa, -le dijo Rosiel mientras ponía una mano en el hombro de la chica de feroz mirada a modo de señalamiento-, a su lado se encuentra nuestro camarada Hope, creo que ambos podrían llevarse bastante bien si se dan la oportunidad; a lado de éste se encuentra Wanda, quien se ha estado encargando de ti últimamente. Y por último a mi lado está Faith, como te habrás dado cuenta, Hope y Faith son gemelos, pero no te confíes, sus personalidades no son tan parecidas pero tampoco son tan opuestas, así que más te vale no juzgar a uno por creer conocer al otro. El joven asintió en cuanto Rosiel terminó de hablar y observó a las personas que acababa de conocer, esforzándose por memorizar sus nombres y rostros para evitar cometer un desliz en el futuro. Al primero que estudió fue a Rosiel, quien parecía estar siempre seguro de sí mismo, de tal manera que despedía un aura de inadvertida confianza que junto con su profunda mirada azul grisácea lo convertía en un modelo a seguir bastante interesante: un hombre que parece no tomarse nada realmente en serio y aún a pesar de ello logra sus objetivos. Su siguiente víctima fue la princesa, una criatura cautivadoramente feroz, cubierta con un halo de
majestuosidad insólita que atraía a cualquiera que tenía la oportunidad de observarla lo suficiente como para percatarse de ello. Después analizó a Wanda, la chica que lo había curado; ella era calor y cariño, dulzura y compasión, era la viva imagen de la bondad. En cuanto llegó el turno de examinar a los gemelos, titubeó un instante antes de continuar; le era imposible observarlos detalladamente sin compararlos; sólo así logró percatarse del aspecto frágil de Hope así como de la melena rubia, rizada y rebelde que era ligeramente más larga que la de su hermano, además de que Faith ofrecía un aspecto más infantil que el de su hermano; entonces Desmond comprendió a lo que se refería Rosiel al decirle que sus personalidades no eran tan parecidas pero tampoco tan distintas porque vio la fuerza combinada con la fragilidad, la madurez con la inocencia, y entendió que era imposible compararlos porque ambos se complementaban mutuamente en todos los aspectos como hermanos gemelos que eran. -¿Qué pasa?, ¿alguien te arrancó la lengua?- le preguntó la princesa con una ceja enarcada, atrayendo hacia sí la atención del aludido. Desmond la miró, ligeramente avergonzado. -En lo absoluto, es solo que no sé qué decir.- Contestó Desmond. -Un “encantado de conocerlos” sería suficiente.- Le aconsejó con paciencia. -Encantado de conocerlos.- Murmuró Desmond. Todos le dirigieron una cálida sonrisa de bienvenida que lo ayudó a sentirse cómodo, y esto se reflejó en su postura que se relajó de manera casi automática. -Y bien-, dijo Faith, rompiendo con la cálida atmósfera -¿de dónde sacaron a éste sujeto?
Desmond dio un respingo, repentinamente alarmado por la pregunta y la posibilidad de ser descubierto. Recordó las palabras “si conocen tu verdadera identidad, no durarás ni un día” y le lanzó una mirada de súplica hacia Rosiel y la princesa, quienes parecieron no darse cuenta de ello. -Lo encontramos en el bosque y Ros decidió traerlo.Contestó la princesa con una naturalidad decepcionante para el resto. -De modo que es algo así como un pajarillo abandonado. Pero cuanta piedad… no podía esperarse menos de Rosiel.- dijo Faith en tono de burla, lo que le hizo ganarse un amistoso codazo por parte de Ros, provocando las risas de todos los presentes. Una vez que todos recuperaron la compostura, Desmond se atrevió a formular la siguiente pregunta: -¿Acaso Rosiel siempre ha sido así? Rosiel lo miró con los ojos entrecerrados, pero sin el menor ápice de desprecio, como si estuviera reflexionando acerca de la respuesta a su pregunta; la princesa, a su vez, lo ignoró como si se tratase de aire en la habitación; por fortuna Wanda, siempre tan amable, se apiadó de Desmond y decidió contestarle su pregunta, ya que estaba segura que nadie más lo haría. -Ciertamente siempre ha sido muy generoso, aunque nunca quiera admitirlo, es incapaz de dejar a alguien a su suerte si puede ayudarlo. -Pareciera ser que todos ustedes son muy unidos.- Le comentó Desmond a Wanda. Ésta sonrió y lo miró con ternura. -Eso es porque todos aquí compartimos el mismo objetivo.
-¿Y cuál es? -Sobrevivir. Desmond se sintió profundamente confundido al escuchar aquella revelación. ¿Sobrevivir?, ¿a qué se refería Wanda al decir aquellas palabras?; hasta dónde él tenía entendido, sobrevivir era solamente el negarse a morir, manteniendo una existencia sin finalidad que le diera un sentido a ésta. Sintió lástima por ellos y se alegró de llevar, a diferencia de ellos, una vida con una finalidad: gobernar sobre su pueblo. -Dejando de lado toda ésta charla, aún no han respondido mi pregunta, ¿de dónde ha salido éste tipo? La princesa y Rosiel callaron de inmediato ante la insistencia de Faith. Desmond miró de nuevo suplicante a la princesa, quién le lanzó una mirada de advertencia y le hizo un gesto para que hablara, por fortuna comprendió sin necesidad de palabras lo que la princesa quería decirle: que podía escoger el pasado que quisiera, que en ese momento no importaba quién era o de dónde venía, lo único que importaba era que estaba ahí y ahora. Desmond tragó saliva y jaló aire para atraer la atención de los demás mientras se preparaba para hablar. -Viajaba a casa de un familiar cuando fui atacado por una banda de ladrones en el bosque, entonces ambos me encontraron.- Dijo, haciendo referencia a Rosiel y a la princesa, pero debido a que no sabía exactamente como dirigirse a la chica de cabellos rubios y mirada salvaje decidió no faltarle el respeto al nombrar a Rosiel sin saber el nombre de ella. -De nuevo no has contestado mi pregunta.- Alegó Faith. –Lo que realmente quiero saber es quién eres, de dónde vienes y de dónde son tus padres.
Desmond frunció el ceño y se dirigió específicamente a Faith. -Me llamo Desmond, es todo lo que necesitas saber respecto a quién soy. Mi padre es un buen hombre que se encargó de mí después de que mi madre muriera; me crie en una aldea cercana al castillo, no muy lejos de aquí. Iba a visitar a mi tío enfermo que vive en una de las aldeas más alejadas del reino cuando me atacaron. Si deseas saber más de mí, me temo que tendrás que averiguarlo con el paso del tiempo. -¿Eso quiere decir que planeas quedarte?- preguntó amablemente Hope. -Si ustedes me lo permiten… -Pero por su puesto.- Se apresuró a contestar Rosiel antes de que nadie se atreviese a darle una negativa como respuesta. –Eres libre de quedarte cuanto quieras, eres completamente bienvenido. -Gracias.- Contestó Desmond al sentir que nadie parecía sentir lo contrario a lo que Rosiel le había dicho. -¿Deseas descansar un poco más?, pareces agotado.Le ofreció Wanda, con un arrullo de voz. -Me parece que ya he descansado demasiado. -No te exijas demasiado, la herida era bastante profunda y tampoco pareces ser un tipo muy fuerte que digamos.- Le dijo la princesa, causando confusión en el chico, quién no sabía si alegrarse de que le dirigiera la palabra u ofenderse del tono despectivo con el que había presenciado aquellas últimas palabras. -No necesito descansar más.- Protestó Desmond.
-Ve a dormir, te ves fatigado y nadie querrá cargarte a la cama cuando te desmayes.- Le reprendió la princesa. -Además ya casi es hora de cambiarte las vendas, no querrás que se infecte, ¿verdad?- Intervino Wanda. -Más te vale que les hagas caso, Desmond. Ve a que Wanda te cambie las vendas y después a dormir, estaremos aquí cuando despiertes.- Le ordenó Rosiel. Ésta vez Desmond no logró encontrar la manera adecuada para rechazar la orden de Rosiel, por lo que simplemente aceptó su derrota con un asentimiento de cabeza y se puso de pie con la intención de encaminarse a la única puerta de acceso a la estancia para después dirigirse a la habitación en la que había permanecido los últimos días, pero Wanda se apresuró a salir a su encuentro y ofrecerse como apoyo con el fin de que éste no recargara su peso en el lado derecho de su cuerpo para así evitar que la herida volviera a abrirse. El chico agradeció el gesto y la princesa lo observó, en silencio, salir apoyado en los hombros de Wanda. Guardó silencio unos instantes, lo suficiente como para cerciorarse de que esos dos se habían alejado lo suficiente como para no escuchar lo que estaba a punto de decir. Se giró hacia Rosiel y mirándolo directamente a los ojos sin el menor rastro de duda o temor en ellos le dijo: -Me estás ocultando algo, y voy a averiguar qué es. -Déjalo, no es algo por lo que debas preocuparte, al menos no por ahora.- Le contestó Rosiel. -Tiene que ver con ese chico, ¿verdad?- insistió la princesa.
-Olvídalo. No eres la única que tiene secretos que guardar.- Repicó el joven con dulzura antes de ponerse de pie para darle un suave y breve beso en la frente. Se dirigió a Hope y a Faith, quienes hacían un esfuerzo por ignorar le escena. -Vamos de cacería chicos, que hay una boca más que alimentar. Faith se puso de pie inmediatamente con una sonrisa que dejaba en claro la satisfacción que la idea le causaba y siguió a Rosiel a través de la estancia para desaparecer por la puerta mientras su hermano se quedaba rezagado, sentado al lado de la princesa. -Tienes que averiguar qué es lo que no me quiere decir.- Le murmuró la princesa con tono suplicante. Hope se puso de pie. -No creo que sea necesario. Aunque no lo quieras, Ros es incapaz de guardarte ningún secreto, por lo que terminará explicándote eso tarde o temprano, cuando considere que es adecuado que lo sepas, por ahora solo confía en él. La princesa le dirigió una mirada de agradecimiento y con una sonrisa le dijo: -Gracias. Hope asintió y abandonó el comedor para reunirse con Rosiel y su hermano, quienes lo esperaban impacientes para salir a cazar conejos.
† Desmond despertó en medio de la humilde habitación con la calma que trae consigo una noche de buen sueño, ésta vez no se sobresaltó por la modestia del lugar sino que, al contrario, se permitió examina el lugar con
detenimiento y apreció el descanso que la falta de ostentosidad le ofrecía a su alma. Suspiró con calma y sonrió para sus adentros, complacido con el alegre trinar de los pájaros que se posaban sobre las ramas de los árboles circundantes a la cabaña para entonar sus canciones. Sintiéndose tan calmadamente dichoso, deleitándose con los fenómenos más comunes como el trinar de las aves o los rayos del sol matutino colándose por su ventana, no pudo evitar preguntarse a sí mismo si todo aquello le resultaba especialmente agradable debido a su momentánea felicidad o si su felicidad se debía a una razón en particular y a causa de ésta todo le parecía más deslumbrante de lo habitual. Rodó en la cama para acostarse sobre su costado izquierdo, buscando una mayor comodidad, cuando se percató de que no estaba completamente solo en la habitación como había creído hasta ese momento. Frente a él, a toda la distancia que la habitación le permitía, se encontraba la chica de cabellos rubios y mirada feroz sentada sobre una silla con un libro abierto entre las manos. Desmond la observó devorar con avidez cada palabra escrita en las páginas amarillentas de lo que parecía ser un grueso y manoseado volumen; la princesa se había cambiado de ropa, ahora llevaba consigo un ajustado pantalón negro así como un par de botas de caza negras ligeramente gastadas y una holgada camisa de manga larga hecha de algodón blanco. Lo impactante de aquella visión eran los rizos rubios que caían sobre sus hombros como cascada y que le daban un aspecto deliciosamente femenino. Desmond la contempló unos instantes en silencio, deleitándose con la fiera belleza de la chica, hasta que no pudo soportar el silencio ensordecedor de la habitación que era momentáneamente interrumpido por el sonido de la
página rasgando el aire cuando la princesa cambiaba la hoja, el deseo de escuchar su voz para cerciorase de que era real lo obligó a buscar un tema de conversación que le asegurara una plática fluida y agradable para ambos. -¿Es interesante?- preguntó Desmond con titubeos. La princesa levantó la vista de su libro para clavarla con dureza en los ojos del chico. -¿Disculpa? -Tu libro. ¿Es interesante? La princesa cerró el libro y releyó el título mientras pensaba un poco la respuesta. -No está mal.- Contestó. Se puso de pie y colocó el libro cerrado sobre la silla, se acercó a Desmond y se sentó en el borde de la cama. -No es que desprecie el que estés aquí, pero ¿dónde está Wanda? La princesa arqueó una ceja ante la pregunta de Desmond. -Está trabajando. Me pidió que te cuidara, también me dijo que despertarías a ésta hora, quería que estuviera contigo cuando despertaras. -¿Ustedes Desmond.
dos
son
muy
cercanas?-
preguntó
La princesa lo pensó unos segundos antes de contestar. -Sí, podría decirse que sí. Desmond intentó incorporarse en la cama para sentarse, por lo que la princesa corrió a ayudarle de
inmediato, sosteniendo con una mano la herida del joven como si eso pudiese evitar que ésta volviera a abrirse. -Gracias.- Le murmuró Desmond entre bufidos a causa del esfuerzo, la princesa se limitó a asentir y volvió a sentar en el borde de la cama. Un silencio incómodo se apoderó de ambos, paralizando sus pensamientos con el frío cortante de la discreción que los gobernaba en ese momento. De nuevo fue Desmond quien rompió con la jaula del silencio bajo el temor de que la chica se desvaneciera en cualquier instante bajo la premisa de que todo había sido un sueño. -¿A qué se dedica Wanda?- preguntó Desmond en un evidente y desesperado intento por mantener una plática con la joven. Ésta última lo miró con los ojos entrecerrados, dudando seriamente en la respuesta que iba a darle, pero al final decidió contestarle con la verdad y sin la más mínima reserva. -Es prostituta, trabaja en la Casona de Mamá Otis. Desmond abrió los ojos desmesuradamente antes de realizar un gesto de asco al imaginarse equivocadamente la clase de persona que sería Wanda y se arrepintió de inmediato por haber sentido con anterioridad cualquier tipo de interés por ella, maldiciendo su vulgar existencia. La princesa, quien fue consciente de los pensamientos que el muchacho formulaba en su mente sin necesidad de expresarlos, y a pesar del desagrado que éstos le causaban se mantuvo impasible ante éstos hasta que el joven recobró la compostura. -¿La Casona de Mamá Otis?, ¿acaso es una clase de…? -Es un burdel.- Contestó con calma la chica.
Desmond volvió a realizar un gesto de asco. -¿Cómo es posible que una chica como ella sea…? La princesa se encogió de hombros. -No tenía alternativa. -No, no puedo creer que no haya tenido alternativa, apuesto a que lo hace porque lo disfruta. Que mujer tan vulgar… -Te recuerdo que fue ella quien salvó tu vida. -Eso solo lo empeora, ¿cómo permitieron que una chica como ella me tocara con sus sucias manos? -¿Sus sucias manos? Ustedes los nobles y su asqueroso orgullo, desprecian a la gente que consideran sucias a causa de la perversidad que corroe su alma, cuando aquellos que más manchadas tienen las manos son ustedes mismos.- le dijo la princesa, con todo el odio que fue capaz de plasmar en su voz. -¿Qué quieres decir con eso? -Sabes perfectamente a qué me refiero, ustedes los poderosos y su egoísta ambición son los males que aquejan al pueblo. -¿Acaso estás loca?, ¿qué sería de ustedes sin nosotros?- increpó Desmond. -Algo mejor de lo que somos ahora. -Repítelo hasta que te lo creas. Si no somos nosotros los que mantenemos el poder en nuestras manos, alguien más vendrá y lo tomará por la fuerza. -Un gobierno que se cimienta en la sangre de sus antiguos líderes no tiene razón de existir.
-Eres una ilusa idealista. -Y tú un cínico tirano. La princesa se puso de pie y le dio la espalda al joven con brusquedad antes de salir de la habitación dando grandes zancadas, cerrando la puerta de un portazo tras de sí. -¡Huyes porque sabes que estoy en lo correcto!- le gritó el joven en cuanto la chica desapareció de su vista. Pero se arrepintió inmediatamente después de haber pronunciado aquellas palabras. Temió perderla para siempre por una estúpida discusión sin sentido, y sin pensarlo dos veces, se incorporó en la cama para luego ponerse de pie con esfuerzo, avanzó tambaleante lo más rápido que pudo, sujetándose la herida que aún no cicatrizaba del todo con una mano. Salió de la habitación en medio de una serie de jadeos ahogados y alcanzó a la princesa, quien estaba de espaladas a él, al final del pasillo; la tomó del hombro y la obligó a darse media vuelta para mirarla a los ojos. Ella le devolvió la mirada sorprendida, incapaz de pronunciar palabra alguna. -Lo siento.- Murmuró Desmond sin aliento. –En verdad lo siento, no quise ofenderte de ninguna manera. – La princesa enarcó una ceja. –Pero debes admitir que no estoy del todo equivocado. La princesa cambió su expresión de incredulidad por una de completo vacío, se quitó del hombro la mano de Desmond con una sacudida y de nuevo le dio la espalda en dirección a las escaleras. -¡Espera!- le gritó Desmond, caminando de nuevo hacia ella.
La princesa se giró con brusquedad y al percatarse de que el chico estaba a punto de abalanzarse sobre ella, lo empujó con rudeza hacia atrás, provocando que el joven cayera de espaldas contra el suelo. -No me sigas.- Le murmuró la chica antes de girarse de nuevo y comenzar a bajar las escaleras para desaparecer definitivamente de su vista. Desmond se sentó con pesadez en el suelo y estiró la mano en la dirección por la que había desaparecido la princesa, sintiendo en su alma el terrible peso de lo inalcanzable. Se mantuvo en esa posición durante un momento, hasta que Rosiel salió de una puerta aledaña a la que conducía a su habitación, cerró la puerta tras de sí con cuidado y se acercó a donde se encontraba Desmond sin hacer ruido. -¿Qué es lo que haces ahí?- le preguntó Rosiel, causándole un gran susto. -Realmente no lo sé. Rosiel sonrió comprensivo y se sentó a su lado. -No quise ofenderla.- Murmuró Desmond. -Lo sé, y apuesto a que ella también lo sabe. -Siento la impetuosa necesidad de salir corriendo tras ella, detenerla y pedirle perdón de rodillas, pero temo otra escena como la anterior. -No lo hagas, no vayas tras ella. Eso sólo empeorará las cosas, tenemos una princesa bastante caprichosa. -¿Por qué la llamas princesa?, ¿acaso no tiene nombre? Rosiel meneó la cabeza en gesto negativo.
-No es por eso. Toda mujer es una princesa por naturaleza. Las habrá locas asesinas, tiernas rompecorazones, dulces amistosas… Dependiendo de cómo la trates es la naturaleza que te revelará, porque después de todo, la mujer es un misterio tan grande que ni ella misma se comprende. -Entiendo.- Dijo Desmond en medio de un suspiro. – Pero me gustaría saber su nombre. -Te equivocas, no es su nombre lo que quieres conocer, sino su alma. Desmond lo miró con los ojos entrecerrados. -Puede que tengas razón. -Y te puedo asegurar una cosa: vale la pena conocerla. -¿Por qué eres tan amable conmigo, Rosiel? -Realmente no lo sé. Si lo pienso bien, debería odiarte con todo mi ser.- Contestó con gesto pensativo. Desmond rio quedamente. -Es curioso, porque yo también siento que entre nosotros debería existir una rivalidad fatal a pesar de que desconozco la razón de ésta. Rosiel se encogió de hombros. -Suele suceder. ¿Por qué no descansas un poco más? Apuesto que nuestra querida princesa se calmará para cuando despiertes. -¿Puedes hacerla cambiar de opinión respecto a mí? Creo que hoy le he dado una terrible impresión. Rosiel rio entre dientes.
-No me pidas lo imposible, si hay alguien que puede hacer eso, eres tú. ¿Necesitas ayuda para volver a tu habitación? -Si no es mucha molestia… -Para nada. Veo que te recuperas rápido, probablemente podrás salir de tu cuarto dentro de algunos días. Wanda y mamá Otis se pondrán contentas. -¿Mamá Otis?, ¿quién es ella? -Pronto la conocerás.- Respondió Rosiel con tono enigmático.
† Durante los próximos días, la princesa no volvió a aparecer por el cuarto de Desmond, fue Rosiel quien se encargó de suplir a Wanda cuándo ésta no podía cuidar de él. La idea de no volver a verla nunca más lo atormentó cada segundo; no importó cuanto le suplicó a Wanda y a Rosiel que le permitieran verla de nuevo, la respuesta siempre fue la misma: “Es ella quien no desea verte”. Eso bastaba para que dejara de rogar y se sumiera en el remordimiento que le provocaba su ausencia ya que, a pesar de haber vivido gran parte de su vida sin ella, por alguna razón le parecía imposible vivir el resto si no era con ella a su lado.
†‡†
Marianne. -Más vale que te pongas esto y te des un baño.- Le dijo Rosiel a Desmond mientras colocaba una pequeña pila de ropa doblada en el borde de la cama. Desmond gruñó por lo bajo y se cubrió la cabeza con las cobijas. Rosiel hizo una mueca y comenzó a patear una de las patas de la cama, manteniendo un ritmo acompasado a su respiración. Desmond volvió a gruñir, entonces Rosiel arqueó una ceja y dejó de patear la cama para arrebatarle con rudeza las cobijas con las que se cubría, dejando el rostro adormilado del joven expuesto a la luz del sol que se colaba por la ventana, quien abrió los ojos de golpe en medio de un sonoro grito de protesta. -Parece ser que ya estás mejor.- Le dijo Rosiel en cuanto se recuperó. -No estaría tan seguro después de eso.- Replicó Desmond entre dientes. Rosiel se encogió de hombros. -Vístete, ya es hora de que salgas a dar un paseo antes de que pierdas la cabeza. -Me parece un poco tarde como para tomar medidas preventivas. -Si ese es el caso, avísame cuando la encuentres. Pero antes que nada, vístete de una buena vez. -¿Por qué la prisa?- preguntó Desmond mientras se sentaba.
-Al fin sucederá lo que tanto has esperado. -¿Finalmente podré verla? -Quizá. Desmond sonrió de felicidad, se puso de pie inmediatamente y tomó las ropas que Rosiel le había ofrecido. Las desdobló y las examinó con atención durante un breve instante. -¿Son nuevas? Rosiel dudó antes de contestar. -En realidad no. Lamento que no podamos cumplir con todos los caprichos de vuestra majestad.- Enunció Rosiel, haciendo especial énfasis en las últimas palabras con una graciosa reverencia, burlándose del título y la posición del joven. Desmond frunció los labios, en medio de la risa y el enfado. -¿Realmente podré verla? -Es una posibilidad. Desmond se quedó quieto un instante, observó a Rosiel con toda la gravedad que pudo impregnarle a su mirada. -Por lo tanto también es una imposibilidad. -Yo nunca dije eso. -Pero dijiste que es una posibilidad, por lo tanto el que me sea imposible verla también es una probabilidad. Rosiel se cruzó de brazos, hizo una mueca y lo miró con escepticismo mientras enarcaba una ceja.
-En verdad necesitas salir de ésta habitación.- Le dijo con seriedad. -Vamos, Rosiel. No me digas que careces de un lado poético. -Lo tengo, pero cuando estoy en mis cinco sentidos. Tanto encierro te ha hecho daño. -¿Cómo no quieres que no me haga daño cuando los únicos que me visitan son Wanda y tú mientras es ella a quién deseo ver? Rosiel suspiró resignado. -Ésta conversación no nos llevará a ningún lado. Vístete, ¿o su alteza necesita ayuda? Desmond lo fulminó con la mirada. -Un poco de privacidad no me vendría mal. Rosiel rio entre dientes. -Vale, pero date prisa. Hay alguien que desea verte cuanto antes. -¿Acaso se trata de una bella dama? -Por supuesto que sí. -¡Ah!, eso me suena a trampa: para ti todas las mujeres son bellas. -No puedo estar tan equivocado. -No puedes estar más equivocado. Rosiel puso los ojos en blanco y abandonó la habitación para brindarle la tan solícita privacidad que el joven príncipe necesitaba para cambiar sus raídas ropas que comenzaban a avergonzarle. Se vistió con rapidez, sin dejar
cabida a la vanidosa paciencia con la que usualmente se arropaba en sus galantes trajes, dejando de lado el egoísmo que lo caracterizaba, o al menos eso pensó porque en su mente se vestía rápidamente como gesto de consideración hacia Rosiel pero en realidad lo hacía con la esperanza de que, poder ver a la muchacha de cabellos rubios y aclarar de una vez por todas el infortunado desenlace de la discusión que habían mantenido días atrás. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Ni el mismo Desmond lo sabía, el tiempo había perdido su importancia desde el momento en el que supo que no podría verla de nuevo; algunas veces calculaba el lapso durante el cual sus ojos se privaron de su presencia, solo para olvidarlo de inmediato, convenciéndose a sí mismo de que el tiempo trascendería cuando estuviese a su lado y no en su separación. Por esa razón estaba decidido a verla a como diera lugar, aunque tan solo fuera por un breve instante, con un vistazo le bastaría para saciar su necesidad. Apenas se calzó las ostentosas botas de caza, únicas sobrevivientes del conjunto con el que había llegado a la cabaña de los ladrones, salió de la habitación dando trompicones con sus propios pies mientras se fajaba apresuradamente la blusa. Rosiel lo esperaba con la espalda apoyada sobre la pared derecha adyacente a la puerta de su habitación con los brazos cruzados y gesto pensativo, que se despejó de inmediato en cuanto sintió la mirada de Desmond. Ambos comenzaron a caminar por el corredor. -En verdad te has recuperado del todo. Desmond se llevó la mano derecha a la herida ante el comentario de Rosiel. -Si es así, se debe enteramente a los cuidados de Wanda. -Deberías darle las gracias.
-Lo haré. Para éste punto, los jóvenes ya habían llegado a la escalera y se disponían a descender por ésta, cuando la princesa apareció corriendo al pie de ésta y, al escuchar pasos descendiendo, se detuvo con la vista en alto para averiguar de quién se trataba. En cuanto los jóvenes lograron divisar a la chica, Rosiel le dirigió una sonrisa de saludo acompañado con una inclinación de cabeza como gesto de reconocimiento, ante el cuál la princesa asintió con como respuesta; así mismo, Desmond le envió una sonrisa de disculpa y levantó la mano con la intención de agitarla a modo de saludo, pero la joven entrecerró los ojos desdeñosamente, dio media vuelta con altivez y desapareció de su vista sin molestarse en dirigirle palabra alguna, cosa que hirió profundamente al inexperto joven. Rosiel rio entre dientes ante a expresión de desilusión descrita en el rostro del príncipe a causa de la indiferencia de la joven y le dio una suave palmada en la espalda, sacándolo de su estupor. -Al menos la viste.- Le murmuró Rosiel en tono de consolación mezclado con burla Desmond le lanzó una mirada suplicante y ambos continuaron bajando las escaleras. Rosiel lo condujo al comedor, aquella estancia en la que había conocido al resto del grupo de ladrones y que en su momento le había parecido rebosante de vida, pero que en ese preciso instante se encontraba sumida en el silencio del abandono, pareciéndole lo que realmente era: una simple estancia vacía. Ambos tomaron asiento ante la mesa y comenzaron a hablar de cosas sin importancia, cultivando el arte de hablar
sin decir nada. Así permanecieron un buen rato, hasta que el sol alcanzó su cénit y fueron abruptamente interrumpidos por la escandalosa llegada de una gruesa mujer de tez y cabellos oscuros que arrastraba con pesadez una caja de madera repleta hasta el borde de manzanas rojas, al verla, Rosiel se puso inmediatamente de pie para ayudarla mientras Desmond permaneció sentado, observando como el joven se acercaba a la mujer, le ponía una mano en el hombro y ésta se apartaba con una mirada de agradecimiento para permitirle maniobrar con su carga, la mujer arqueó la espalda hacia atrás con las manos sobre la columna y dejó escapar un suspiro de alivio mientras su espalda chasqueaba estrepitosamente, se permitió el lujo de estirar sus cansados miembros y miró directamente a Desmond. -¿Quién eres tú?- le preguntó con insultante amabilidad. -Soy Desmond.- Se apresuró a contestar el muchacho. -Ah.- Replicó la mujer antes de dirigirse a Rosiel. – Nunca mencionaste que fuera un malcriado. Desmond se sobresaltó ante la agresiva naturalidad con la que pronunció aquellas palabras, como si no tuvieran la menor importancia, y no comprendió del todo si debía sentirse indignado o satisfecho por haber sido notado. -No todos tuvimos la fortuna de haber sido educados por ti, mamá Otis.- Le contestó Rosiel con una sonrisa. -Tienes toda la razón, debí tomarlo en cuenta antes de hablar. Te lo agradezco mucho, Rosiel.- La mujer se sentó a la mesa, frente a Desmond, con una vivacidad inesperada en alguien de su edad, cuyo número era penosamente delatado por las arrugas de su rostro y los hilos plateados que asomaban por su rodete. –Lo siento, pequeño. ¿Quién dices que eres?
-Desmond.- Repitió el aludido. -¿Cuántos años dices tener? -No se lo he dicho. -Da igual, ¿qué edad tienes? En ese momento, Desmond comprendió que se encontraba frente a la persona de la cual la princesa había aprendido su cínica insolencia tan característica. -Dieciséis.- Contestó el joven. La mujer le dedicó una cálida sonrisa de aceptación antes de dirigirse a Rosiel de nuevo. -Tan sólo es dos años menor que tú. -No me sorprende.- Le contestó Rosiel, quien ya había terminado de acomodar la pesada caja de madera y se encaminaba hacia la salida en ese preciso instante. –Los dejaré solos para que puedan hablar con mayor seguridad. Desmond observó salir a Rosiel en silencio, sintiendo como la sensación de nerviosismo aumentaba con cada paso que éste daba hacia la puerta, sabiéndose solo en una habitación con una señora mucho mayor que él. En cuanto Rosiel desapareció, Desmond se giró para ver a la mujer y se percató de que ésta lo examinaba con una minuciosidad inquietante, e insultante hasta cierto punto. -¿Te he asustado?- le preguntó la mujer mientras se erguía sobre su asiento para aumentar la distancia que los separaba. -Un poco.- Admitió el muchacho. -¿Quién es tu padre?- le preguntó la mujer. Desmond frunció los labios, negándose a responder. –Comprendo, no quieres hablar de él. En ese caso, ¿quién es tu madre?
Ahora Desmond desvió la vista y contestó sin mirarla a los ojos. -Una desdichada mujer que murió cuando yo aún era un niño, apenas tenía tres años, así que no hay mucho que pueda decirle sobre ella. -¿Y tu padre nunca te habla de ella? -No es un tema que le guste tratar. -¿Y tú nunca preguntas por ella? Desmond se mordió el labio inferior. -Siempre que lo hago, él responde que mi madre era una mujer cobarde y débil. -¿Tú lo crees? -Sinceramente no sé qué creer, conozco tan poco de ella que es una completa desconocida para mí. La mujer lo miró enternecida, sintiendo en su pecho el creciente amor maternal que fue incapaz de contener, por lo que se puso de pie y se acercó con calma al joven para obligarlo a incorporarse y abrazarlo tiernamente en medio de la estupefacción del adolescente, la mujer le susurró con dulzura: -No te preocupes, no hay nada de qué temer, aquí nadie te juzgará por los errores de tus padres, ni siquiera de los tuyos. Siempre tendrás un lugar al cuál recurrir en busca de refugio, si no tienes una madre permíteme quererte como una y te aseguro que nada esencial te habrá de faltar… Desmond abrió desmesuradamente los ojos a causa de la sorpresa que le producía escuchar esas palabras, poco a poco su expresión comenzó a relajarse, sus ojos se llenaron de lágrimas y al final del conmovedor discurso ya
se encontraba llorando con el rostro escondido en el cuello de la mujer; agradeciendo en lo profundo de su alma aquellas palabras que nunca imaginó oír pero cuya necesidad comprendió en cuanto las escuchó. -Nunca pensé que lloraría en los brazos de una mujer, mucho menos en los de una desconocida.- Murmuró Desmond con tono burlón, una vez que logró controlar el llanto. -Si te digo mi nombre dejaré de ser una desconocida.Lo apartó de sí con cariño y lo miró a los ojos. –Mi nombre es Celia, pero todos me llaman Mamá Otis y no permito que nadie me llame de otra manera, Desmond, y lo mismo va para ti. Mientras la conmovedora escena sucedía, Rosiel se encontraba fuera de la cocina, con la espalda apoyada en la puerta, escuchando la conversación sin perder detalle, con el rostro taciturno a causa de los pensamientos que en ese momento cruzaban por su mente.
† Al anochecer, Desmond y mamá Otis se encontraban en la cocina, lugar en el que habían permanecido durante todo el día conversando animosamente, algunas veces sobre lo que pensaban, otras simplemente por el miedo que les provocaba escuchar el silencio. Desmond había encontrado en esa mujer una madre sustituta que no se atrevía a juzgarle bajo ninguna circunstancia a pesar de lo disparatado e irreal que llegaban a ser sus comentarios acerca de su perspectiva de la vida, argumentos que ella simplemente aceptaba con una atenta sonrisa de incredulidad. Rosiel no volvió a poner un pie en ese lugar durante el resto del día, acontecimiento que le resultó inusual al joven, pero que en ningún momento llegó
a molestarle lo suficiente como para salir en su búsqueda gracias a la agradable compañía que mamá Otis le ofrecía y que llenaba de alguna manera la ausencia del resto del grupo sin satisfacer del todo el hambre de nuevos temas de conversación que el encierro había creado en el alma del chico. Resultó impresionante para ambos la facilidad con la que confiaron el uno en el otro a pesar de nunca haber hablado antes, y a esto contribuía el cínico descaro con el que mamá Otis le hablaba a Desmond: sin ninguna rastro alguno de aquél respeto artificial con el que se dirigían hacia su persona en la corte de su padre o en el castillo. El muchacho pensó que el honesto cariño que la mujer le profesaba había sido un factor clave en el instantáneo desarrollo de su relación, y ciertamente era imposible no encariñarse con Celia: esos dulces ademanes de eterna madre amorosa junto con esa amable sonrisa creaban en todos los que la conocían el irresistible deseo de protegerla y ser protegidos por esos brazos rollizos llenos del infinito amor maternal que le profesaba a todo aquél que se dejara querer por ella. En cierto punto de la atolondrada conversación que esos dos mantenían, mamá Otis se percató de la hora y comenzó a preparar la cena, ante lo cual Desmond se ofreció cortésmente a ayudarle, pero sabiendo que el joven nunca había preparado algún platillo decente en su vida, la mujer rechazó su ofrecimiento con gentileza. El muchacho se limitó a observarla manejar los utensilios de cocina, acostumbrado como estaba a ser servido hasta en lo más mínimo, no le molestó su evidente inutilidad y disfrutó de los beneficios que la contemplación causada por el ocio puede brindar; pero después de un prolongado lapso de tiempo comenzó a desdeñar la quietud de los labios de la mujer y en un desesperado intento por
reestablecer la fluida conversación, imitando la descarada forma de hablar de la mujer, le preguntó: -¿Rosiel y la princesa son sus hijos? La mujer interrumpió su tarea, descansado el cuchillo con el que estaba cortando los vegetales sobre la tabla de madera, lanzó un suspiro y le lanzó una sonrisa por encima del hombro antes de girarse para continuar cortando los vegetales con naturalidad. -Podría decirse que sí. Yo los crie, pero no son mis vástagos si es a eso a lo que te refieres. -Entonces, ¿son hermanos? -Yo no los definiría así, pero es lo más cercano a lo que realmente son. Los ojos de Desmond fueron brevemente iluminados por la luz de la esperanza ante el erróneo pensamiento de que esos dos fueran hermanos, producido por la clara malinterpretación de las palabras de la mujer, quién no se percató de lo que pasaba por la mente del joven. -¿Cómo es que ella y Rosiel terminaron siendo sus hijos?- preguntó Desmond, repentinamente interesado en la vida de ambos. -Es una larga historia, que tal vez te cuente más adelante, pero podría decirse que fue por accidente. -¿Por accidente? -Así es, las mejores cosas de mi vida llegaron por accidente. Primero llegó Rosiel, cuya madre fue una muy preciada amiga; después llegó la princesa, algunos años después llegaron Faith y Hope con su padre y por último encontré a Wanda. Mientras que las peores fueron inevitables.
-¿Le importaría contarme su historia? -¿Te gustaría escucharla? Mamá Otis suspendió la ardua labor de preparar la cena y tomó asiento frente al joven, quien esperó cordialmente a que la mujer se acomodara en su asiento. -Siempre estoy dispuesto a escuchar una buena historia. -La mía no es una historia buena ni mala, simplemente es mía.- Murmuró mamá Otis con gesto de ensoñación mientras contemplaba la inexorable inmensidad de sus recuerdos.- Ciertamente mi vida nunca fue del todo afortunada: cuando era pequeña, mis padres no tenían demasiadas posesiones y a pesar de ello lo perdimos todo. Siempre he vivido al margen de las inútiles riquezas materiales, nunca las he necesitado, mientras tenga una manta con la cual cubrirme y algo de comida para alimentarme podré ofrecerle una sonrisa al hastiado peregrino. «Nací en una aldea cercana al castillo, por lo que desde pequeña observé la injusticia de la vida, es irónico que en contraste a la opulencia con la que se vive dentro de las murallas del palacio, fuera de éstas prevalezca la pobreza. «Crecí mendigando en las calles, sobreviví a base de mendrugos de pan junto con mis padres; cuando llegué a la adolescencia, mis padres finalmente murieron a causa del crudo invierno y la falta de alimento, a mí me faltaba poco para alcanzarlos. Sinceramente deseaba que nuestra amada Annael me envolviera con esas amables alas suyas y me guiara en el camino hacia una vida mejor, pero Alexiel 2 debió apiadarse de mí al enviarme a Marianne… 2N. de la A. Se refiere a las diosas de la muerte (Annael) y la vida (Alexiel) de ese universo.
«Esa chica, apenas algunos años mayor que yo, me tendió la mano con una sonrisa en los labios y me llevó al burdel en el que trabajaba, me limpió, vistió y alimentó, me mostró una forma alternativa de vivir que acepté sin pensármelo dos veces, movida por el terco deseo de vivir, aun cuando fuera de manera deshonesta como es de esperarse de una prostituta…» -¿Usted es prostituta? -Lo fui, ¿algún problema? -No, para nada, prosiga.- Contestó Desmond apresuradamente, ante el tono mordaz con el que mamá Otis le había hecho la pregunta. -Marianne, la misma chica que me llevó al burdel, fue mi compañera de habitación durante los siguientes años. Nuestro capataz era un anciano pervertido y cruel, que no tenía consideración alguna con nosotras: apenas nos permitía descansar, nos proporcionaba ropa de segunda mano cada vez que se acordaba y no nos alimentaba más de lo suficiente para mantenernos vivas, a pesar de ello era más de lo que había tenido antes. «El burdel era frecuentado ocasionalmente por algún aristócrata de baja categoría que acudía a desahogar sus apetitos eróticos; un día llegó un insignificante grupo de ésta clase de jóvenes, y entre ellos se encontraba el hijo de un vizconde al borde de la pobreza, si es que alguien de noble cuna puede llegar verdaderamente a ese estado, que se negaba rotundamente a participar en los juegos de sus compañeros y se limitaba a observarlos mientras bebía de su tarro de cerveza. A Marianne y a mí nos llamó la atención de inmediato, pero por razones completamente diferentes: yo presentía que había algo extraño en él y a ella le encantó la frívola despreocupación con la que observaba todo cuanto ocurría a su alrededor.
«Marianne siempre fue impulsiva y despreocupada, a pesar de que ella era mayor, yo siempre terminaba cuidándola hasta que terminé ganándome el apodo de “Mamá Otis”… Ese día no pude detenerla. Me encontraba atendiendo a un cliente, conservando la distancia del joven de aspecto sospechoso, cuando me dí cuenta Marianne ya se había acercado lo suficiente como para entablar conversación con el desconocido. En un principio no me preocupé demasiado, después de todo sólo era un cliente y era nuestro deber atenderlos si ellos así lo deseaban por lo que no hice movimiento alguno por apartarla de él y continué mimando a mi cliente como era mi deber, además, había visto sujetos más extraños que ese, así que ciertamente no tenía de qué preocuparme. Después de unos minutos, la vi subir las escalera seguida del joven, me tranquilicé de inmediato al confirmar que sólo se trataba de un cliente más, aunque había algo fuera de lo común que en ese momento no fui capaz de percibir; la sensación me molestó un rato, pero no le tomé importancia y al poco tiempo también subía las escaleras con mi cliente en dirección a los dormitorios destinados al trabajo, que eran diferentes a los que empleábamos para descansar. «En cuanto terminé con mi cliente, bajé para buscar a Marianne, pero no la encontré, de nuevo no me preocupé debido a que los clientes suelen tener diferentes… gustos o preferencias y eso explicaría la actitud taciturna del joven. Sin embargo, el tiempo pasó y no vi a Marianne hasta entrada la noche, mucho tiempo después de que el grupo de aristócratas abandonara el lugar, aún con el sospechoso joven. La observé bajar las escaleras del brazo de él y me acerqué para preguntarle por qué había tardado tanto, pero me detuve a medio camino; ella actuaba de forma diferente con él: los ademanes que hacía y la forma en la que bajaba las escaleras no denotaban cariño ni respeto, sino algo más, entonces me percaté de que se conducía como toda una dama en lugar de una…»
-¿Una vulgar prostituta? -Sí… No. Ella nunca fue vulgar, pero en ese breve instante, en el que estaba con aquél desconocido, vi por primera vez algo distinto en su mirada… Definitivamente no era amor, quizá el inicio de éste, pero años después de ello, me gusta pensar que fue esperanza lo que vi esa noche en sus ojos porque, si había alguien que se mereciera algo que le brindara esperanza, definitivamente era Marianne. Si mi vida había sido dura, la de ella era peor. -¿Qué quiere decir? -Bueno, yo entré a esa vida por voluntad propia, ella no tuvo ese privilegio. Marianne fue vendida al burdel cuando tenía diez años, desconozco como fue su vida antes de conocernos, a ella no le gustaba hablar de esas cosas con nadie. «Pero, como te estaba contando, aquella noche me quedé plantada, observando perpleja la forma en la que actuaba con él. En ese momento no sabía qué había estado haciendo durante tanto tiempo con aquél extraño, pero estaba completamente segura de que no lo había atendido. «Más tarde, en nuestra habitación mientras nos ayudábamos a desvestirnos, le pregunté qué había hecho durante tantas horas con el joven aristócrata, ella me contestó alegremente que en realidad habían estado conversando amenamente durante horas en la habitación destinada a atender los clientes y habían perdido la noción del tiempo. No le pregunté los detalles, y aunque así lo hubiera hecho, estoy segura de que no habría querido revelarme nada. «El joven volvió a la próxima semana, la siguiente, y la siguiente… Su presencia se convirtió en algo habitual, hasta el punto de verlo al menos una vez a la semana en el establecimiento conversando con Marianne en los sillones o
en los pasillos, e incluso algunas veces en los terrenos circundantes a pesar de que lo teníamos terminantemente prohibido. Parecía ser que ya nada le importaba a Marianne salvo cuando estaba con él; por momentos su mirada quedaba suspendida en la nada, en las noches caminaba abrazándose a sí misma como si tuviera frío en el alma y desdeñaba la vida que le había sido destinada. Lo sentí antes de comprenderlo, Marianne estaba enamorada y ni siquiera se había percatado de ello. Antes de que lograra pensar una forma adecuada de insinuarle la pregunta que tanto me atormentaba, el aristócrata comenzó a enviarle cartas y flores. «A ella no le gustaban las flores, le parecían demasiado absurdas y comunes, por lo que todas terminaron siendo arrojadas con una frívola locura que nunca le había visto antes: se paraba en la orilla del río a deshojar con mordaz calma las flores que él enviaba para después lanzar los pétalos al agua y verlos alejarse con la corriente. Le encantaba hacer eso cuando las flores eran especialmente rojas, decía que era como ver hilillos de sangre escapando ante sus ojos…» Mamá Otis calló repentinamente y miró a Desmond con los ojos entrecerrados, pero vio algo en la expresión del chico que le hizo sacudir la cabeza para aclarar sus pensamientos y reanudar con su relato. -En cuanto me armé del valor suficiente, le pregunté lo que tanto temía: si estaba enamorada. Marianne no se esforzó en ocultarlo, al menos no a mí, por lo que confirmó mis sospechas apenas terminé de formular la pregunta y aseguró que él también la amaba. «Entonces se lo advertí: nada bueno podía salir de una relación como la suya, él sólo la estaba utilizando, era imposible que un noble se enamorara de una prostituta sin educación ni esperanzas; pero ella no me escuchó, en
realidad nunca lo hacía, por eso me preocupaba tanto por ella. Marianne tenía un corazón amable, pero el ímpetu de un vendaval.» Mamá Otis sonrió con nostalgia. -Intenté frenarla, ponerle fin a aquello que seguramente terminaría siendo un desastre, pero ella era tan terca… «Traté de interceptar las cartas que él le enviaba, pero siempre había un criado que se las entregaba personalmente a Marianne y esperaba pacientemente a que ésta le entregara la respuesta inmediata; quise sembrar la duda en ella, pero sencillamente me fue imposible: estaba tan pletórica, tan viva, tan feliz que por primera vez no le importaron mis palabras y decidió confiar en alguien más… lo escogió a él.» Llegados a ese punto, la voz de mamá Otis comenzaba a quebrarse, por lo que carraspeó para aclararse la garganta. -Continuaron enviándose cartas y reuniéndose en secreto durante meses, casi un año. Él le había prometido casarse con ella, apartarla lejos de esa horrible vida que tanto odiaba. El único problema fue que le creyó. «En algún momento, las visitas del joven disminuyeron y las cartas aumentaron de forma gradual hasta que sólo mantuvieron contacto por correspondencia, pero incluso las misivas cesaron de pronto. Pasó el tiempo y entonces Marianne ya no pudo ocultarlo más: estaba embarazada. «El capataz que teníamos en esa época era un desalmado: cuando alguna chica quedaba inevitablemente embarazada, le permitía descansar únicamente porque a los clientes generalmente les desagradaba el aspecto que
ofrecíamos estando encintas, pero una vez que daban a luz, cercenaba los diminutos cuerpos de los recién nacidos y los arrojaba al mismo río en el que Marianne deshojaba las flores que su aristócrata le enviaba, mientras que a las madres las obligaba a volver a trabajar a la siguiente semana. Por fortuna no pasaba demasiado tiempo en el establecimiento, y el fugaz romance de Marianne la había hecho desaparecer momentáneamente de sus pensamientos, además no estaba del todo organizado ni sabía cuántas chicas tenía exactamente por lo que el embarazo de Marianne pudo pasar inadvertido. «Escondí a mi querida amiga en el cuarto de descanso, le llevaba comida a hurtadillas y la ayudaba en cuanto podía; sin embargo el nacimiento fue una historia completamente distinta: nunca había asistido a ningún parto y no tenía la menor idea de qué hacer, por lo que tuve que correr hasta la aldea para encontrar a una matrona e ingresarla a escondidas al burdel. «El parto fue terriblemente agotador: para mantener el acontecimiento en secreto Marianne tuvo que morder un trapo humedecido para ahogar sus gritos en el silencio de la noche. Por mi parte, hacía todo cuanto me indicaba la partera, sin estar demasiado segura de realizarlo bien. Fueron largas horas de angustia y dolor para las tres, pero por fortuna el pequeño nació sin ninguna complicación mayor. La matrona me dio algunas indicaciones para cuidar de Marianne y del pequeño antes de marcharse sigilosamente. «Cuando estuvimos solas de nuevo, le pregunté cuál sería el nombre del niño, a lo que Marianne contestó con una sonrisa llena de orgullo y satisfacción que su nombre era Rosiel.›› Desmond se sobresaltó y no dudó en preguntar de inmediato:
-¿Quiere decir que Marianne es la madre de Rosiel? -Así es. El primer niño en llegar a mi vida fue Rosiel, pero debo admitir que fue debido a una serie de eventos desafortunados por los cuales pasó a mi cuidado. -¿Cuáles fueron esos evento?- preguntó intrigado el muchacho. Mamá Otis lo miró, dudando un instante antes de contestar, gesto que Desmond atribuyó al dolor que el rememorara aquello le producía a la señora. -Marianne murió poco después de que Rosiel naciera. «Yo me encargué personalmente de cuidarlo, el resto de las chicas me ayudaron a mantener su existencia en secreto, entonces sólo nos quedó aguardar… -¿Aguardar a qué? -A que el capataz muriera, por supuesto. –Desmond se estremeció al escuchar aquello- Solo fue cuestión de tiempo, nada menos que dos años. El burdel pasó a manos de su sobrino, un joven descuidado que no le importaba lo que sucedía en el establecimiento siempre que obtuviera ganancias «Después de algunos años llegó Morteemer con nuestra querida princesa, y luego vinieron Hope y Faith con su padre… y Wanda hace algún par de años. «Logré hacerme con algo de dinero y compré el burdel poco antes de la llegada de la princesa. Me encargué de que mis chicas tuvieran la comida y las ropas necesarias, así como también les dí la opción de irse cuando quisieran, nadie está en La casona de mamá Otis por otra razón que no sea voluntad propia, incluso algunas chicas son hijas de mis compañeras. Ya estoy retirada, pero continúo
preocupándome por las jóvenes que no tienen a dónde ir e intentarían cualquier cosa antes que morir… «Puede sonar frívolo, pero la vida de una prostituta, al menos bajo mi cuidado, es mejor a la de una vagabunda. Bajo mi custodia, las chicas no tienen absolutamente nada de qué preocuparse: tienen tres comidas al día aseguradas, protección de los clientes violentos, ropa adecuada y pueden irse cuando quieran.» Mamá Otis observó a Desmond, pidiendo su aprobación con la mirada. -Comprendo. –Murmuró éste, y antes de que se le pasara la oportunidad, se apresuró a preguntar. -¿Cómo era Marianne físicamente? La mujer parpadeó sorprendida, sonrió enternecida al ver la expresión de inocente curiosidad del joven y contestó con calma: -Para saber cómo era Marianne no tienes más que mirar a Rosiel, es idéntico a ella, pero apostaría a que tiene los rasgos y el carácter de su padre junto con el corazón amable de su madre.
† La cena y el trayecto de vuelta a su habitación se convirtieron en vagos recuerdos enterrados el fondo de su memoria, ni siquiera se percató de la presencia de la princesa o de Rosiel, aunque lo más probable era que no hubiesen estado presentes o de lo contrario no los habría pasado por alto. No podía recordar cómo, pero ya se encontraba acostado y con las cobijas hasta la barbilla mientras la historia de Marianne daba vueltas en su cabeza, enredándose en sus pensamientos una y otra vez hasta que
dejó de lado su consciencia para entregarse de lleno a las conjeturas que su mente hilvanaba inintencionadamente. Esa noche, la única certeza que Desmond era capaz de albergar en su corazón, era que no volvería a ver a Rosiel con los mismos ojos tras haber escuchado la historia de su madre.
†‡†
Juicio de valor. Desmond se estiró en medio de un amodorrado gruñido con los ojos firmemente cerrados, decidido a permanecer otro rato en la cama, negándose a renunciar al calor de las mantas. En palacio no podía darse esos lujos, tenía un horario estricto que cumplir y esperaba que al menos en esa ocasión se le permitiera dormir hasta tarde. Intentaba seguir
dormido con todas sus fuerzas, pero sus pensamientos giraban en torno a la historia de Marianne, por lo que la cabeza le daba vueltas impidiéndole tener la mente en blanco. Hastiado de aquella sensación abrió los ojos de golpe y apartó las mantas hecho una furia con la esperanza de que eso lo ayudara a calmar el torbellino de imágenes que acudían a su cabeza sin ningún orden aparente. Se incorporó con otro gruñido y se masajeó las cienes tal y como solía hacerlo su padre cuando algún informe le resultaba especialmente difícil de digerir. El sonido de pasos vacilantes a escasos metros de distancia le hizo volverse de inmediato en dirección a los pies de la cama, en donde descubrió a Wanda, inmóvil con una mano en la boca y una expresión que denotaba lo avergonzada que estaba. Desmond dio un respingo y de inmediato se apresuró a sonreír ante la silenciosa mirada de la joven que le pedía disculpas en silencio. -Lo siento, no te había visto.- Murmuró Desmond en tono tranquilizador. Wanda meneó la cabeza en gesto negativo y se llevó la mano que tenía en la boca al estómago entre un suspiro de alivio. -Yo soy despertarte.
quien
debería
excusarse,
no
quería
-Te aseguro que no fue tu culpa, no podía seguir dormido desde antes que entraras. -¿Entonces me escuchaste entrar? -No, para nada. Te juro que no tenía la menor idea de que estuvieras aquí, quiero decir: no te escuché entrar por lo que en realidad no fuiste tú quien me despertó porque no podía dormir desde antes de que entraras a la habitación…-
Wanda asintió con aire comprensivo mientras Desmond balbuceaba su torpe explicación que después de un momento, demasiado tarde ya, comprendió que no llegaría a ningún lado y enmudeció de inmediato. Se produjo un silencio incómodo entre ambos, provocando que Wanda desviara la vista y se retorciera las manos de nerviosismo mientras Desmond mantenía la mirada lejos de ella. El tiempo pasó, lo que a ambos les pareció horas de inaguantable desagrado, no fueron más que escasos segundos de marcada incertidumbre. Después de varios intentos fallidos por romper con el silencio, el adolescente finalmente fue capaz de despegar los labios sin arrepentirse de inmediato. -Lo siento.- Murmuró, demasiado avergonzado como para mirar a Wanda. -Soy yo quien tuvo la culpa, no hay necesidad de que tú… -No,- la interrumpió Desmond -. No me refería a eso. Hay algo más de lo que debo disculparme. Wanda lo miró expectante, aguardando con paciencia la explicación que el muchacho ideaba en su mente, buscando las palabras adecuadas para expresarse sin correr el riesgo de que la joven se sintiese ofendida. -Yo solía creer que las prostitutas eran unos seres asquerosos y vulgares, unas buenas para nada que representaban todo el deshonor y la bajeza de la humanidad, seres inescrupulosos que vendían sus cuerpos, pero sobre todo, que disfrutaban haciéndolo; nunca se me había ocurrido que lo hicieran por necesidad o en contra de su voluntad hasta que escuché la historia de mamá Otis y de la madre de Rosiel…
-No sé a dónde quieres llegar con eso.- Lo interrumpió amablemente Wanda al darse cuenta de que el joven comenzaba a divagar. Desmond suspiró. -Lo que trato de decir es que tuve una mala imagen de ti en cuanto supe a qué te dedicabas, me dejé llevar por mis prejuicios y te juzgué mal. Lo siento. Wanda enarcó las cejas, sorprendida por la repentina sinceridad del chico. Suspiró y se acercó a él con calma mientras éste se resistía a mirarla a los ojos. Ella se detuvo frente a él y le levantó el mentón con suavidad para obligarlo a encararla. -No tienes nada de qué disculparte: has hablado en pasado, lo que quiere decir que ya no piensas de esa forma, pero de igual manera diré las palabras que necesitas escuchar. Disculpa aceptada. La joven retrocedió un paso y observó la expresión sorprendida de Desmond, permitiéndose una sonrisa. El adolescente agitó la cabeza, intentando reordenar sus pensamientos y recobrar la compostura. -Gracias. Wanda asintió sin perder la sonrisa y se dirigió al borde de la cama. -Te he traído más ropa-. Le dijo señalando una pequeña pila de prendas dobladas con un ademán. Desmond asintió observando el pequeño bulto, preguntándose a cuál de los jóvenes pertenecerían originalmente, probablemente a Rosiel quién se había portado tan amable con él desde su llegada.
-Te dejaré para que te cambies, tu desayuno está esperando en la cocina. Wanda dio media vuelta y abandonó la habitación como una exhalación. El muchacho decidió no perder tiempo y se cambió de inmediato para dirigirse a la cocina cuanto antes sin molestarse en hacer la cama.
† Wanda lo aguardaba en la cocina, lavando un minúsculo montón de platos sucios. Al escucharlo entrar le dirigió una cálida sonrisa de bienvenida y volvió a su labor. Desmond no tardó mucho en vislumbrar su desayuno que consistía en una sola pieza de pan y un vaso de jugo dispuestos en la mesa. Al joven no le hizo ninguna gracia la ligereza de la primera comida del día, él estaba acostumbrado a un almuerzo cuantioso, digno de su posición como príncipe heredero del trono de Valeria, ¿cómo podría satisfacerle algo tan insignificante como eso? El muchacho intentó esconder su mal humor por respeto a Wanda y se sentó a la mesa para desayunar. Dio un mordisco enfurruñado al pan y en cuanto su lengua probó el primer bocado, apenas pudo reprimir un gemido de sorpresa al descubrir que éste tenía tan buen sabor. Su plan de tomarse su tiempo desayunando para mostrar lo refinado y elegante que era se fue al traste de inmediato en cuanto confirmó el inusitado sabor; fue entonces que devoró por completo la pieza y se zampó el vaso de jugo de un solo sorbo. La bebida estaba un poco ácida, pero sólo un poco, nada que el sensible paladar del joven príncipe no pudiera soportar. Desmond levantó la vista avergonzado hacia Wanda, con la esperanza de que no se hubiera percatado de su falta
de modales en ese momento, por fortuna la joven se encontraba de espaldas a él, demasiado concentrada en su tarea como para prestarle atención. El joven suspiró aliviado y se puso de pie sin molestarse en levantar el vaso o limpiar la mesa, acostumbrado a ser servido hasta en lo más mínimo, creyó que en algún momento alguien vendría a limpiarlo, así que dejó todo ahí, sin más. La joven escuchó el sonido que provocaron los movimientos del muchacho y lo miró por encima del hombro con una cálida sonrisa que turbó momentáneamente al joven, quien se apresuró a recobrar la compostura de inmediato. Ya había hecho suficientes demostraciones de su capacidad para olvidar sus modales. -Gracias por la comida.- Dijo, sintiéndose obligado a decir algo ante la suave mirada de la joven. Ella asintió. -No es nada. ¿Podrías pasarme el vaso para lavarlo?preguntó amablemente Wanda. Desmond se quedó pasmado, ¿no había sirvientes? Hasta ese momento creyó que realizaban las labores domésticas por diversión, él no podía concebir un mundo sin alguien que limpiara el lugar por él. Se sintió como un completo estúpido por no haberse dado cuenta antes: había leído y escuchado que fuera del castillo la gente tenía que encargarse por sí misma de cosas tan aburridas como la faena, pero en su limitada concepción de la realidad creía que eso era una imposibilidad y esperaba que al menos ellos pudieran costearse un par de criados. Se obligó a sí mismo a detener el hilo de sus pensamientos, si continuaba así terminaría arrepintiéndose de haber ido a parar a ese lugar, y precisamente quería evitar eso a toda costa. Era cierto que había salido del castillo por razones que solo le interesaban a su padre, si
hubiese dependido de él, se habría quedado gustoso en el palacio que era lo suficientemente grande como para no encontrarse con su padre durante semanas si lo que quería era apartarlo de su lado; pero su padre no era así, él lo sabía, su padre siempre le había amado, probablemente odiase a su madre pero a él lo quería. ¿Cuántas veces le había explicado con infinita paciencia aquello que no podía comprender?, ¿o el tiempo que pasaba con él? Nunca importaba cuan ocupado estuviese el rey, siempre hacía un espacio para ver a su hijo, conversar con él, montar a caballo, dar un paseo por los jardines, ayudarle a inspeccionar informes que al joven se le dificultaba interpretar o simplemente permanecer los dos en silencio mientras leían algún documento… ¿acaso todo aquello no importaba? ¿Finalmente había comenzado a odiarle como a su difunta madre? No, eso no podía ser, se negaba a creerlo. El rey lo había enviado a matar a aquél –o a ella más bienque había atentado contra su vida para que de esa manera le demostrara a él, a toda la corte y al pueblo mismo, que el príncipe no era ningún cobarde quejica holgazán, oh no, él tenía bien merecido el título de príncipe heredero, con eso demostraría que era hijo de su padre y merecedor a la corona de Valeria. Sabía que su padre, el rey, temía a que el pueblo se volviera en su contra. Aún no le compartía sus temores a Desmond, pero el muchacho conocía lo suficiente a su padre como para saber que algo le preocupaba y no tardó demasiado en imaginar cual era la causa del su nerviosismo en cuanto escuchó rumores sobre algunas revueltas en las aldeas que habían sido inmediatamente reprimidas antes de que llegaran a más. Él no podía creer que algo así sucediera en el país que su padre gobernaba, quien era tan amable y bondadoso con él… Hasta ese momento no se había imaginado que la situación bajo la que vivían los valerienses fuera tan
diferente a la que él vivía en palacio. Sí, había escuchado rumores de ello en la corte y había leído algo parecido en los libros de aventuras que devoraba cada semana, pero creía que era mera ficción, una paupérrima invención de aquellos nobles que no tenían nada mejor que hacer salvo buscar algo medianamente interesante para mencionarlo cuando estuviesen en palacio, desde luego el joven nunca había hablado con ningún aldeano que pudiera desmentirle esos rumores, pero no era necesario porque en su interior algo tan sórdido no podía ser real. Desmond se espabiló de inmediato y le pasó el vaso a Wanda, quien lo lavó de inmediato; después tomó un trapo, lo humedeció en el chorro del grifo y lo exprimió antes de limpiar la mesa. El agua entubada había costado una pequeña fortuna, pero era un lujo del que no podían permitirse prescindir, ya fuera en la cabaña o en la casona de mamá Otis, Wanda estaba especialmente encantada con el beneficio que suponía el agua caliente después de un largo día de trabajo. No sabía de dónde había sacado mamá Otis el dinero suficiente para pagar las calderas, tampoco le importaba mucho, no era de su incumbencia, pero no podía creer que un burdel de mediano prestigio dejara tantas ganancias. A Wanda le hubiese gustado que, llegado el momento, se hubiera montado una gran fiesta que la exhibiera a los más grandes nobles con el fin de subastar su virginidad, tal como sucedía con las grandes meretrices quienes incluso rechazaban el vulgar título de prostitutas y empleaban el de cortesanas, en algunas ocasiones ésta clase de mujeres podían permitirse vivir cómodamente el resto de sus vidas gracias a las ganancias obtenidas durante la subasta si su ama así se los permitía. Si iba a vivir en la mediocridad, le hubiese gustado padecer la opulenta mediocridad carente de alma, así al menos hubiese tenido
algo que llevarse a la boca durante los crudos años de su infancia tardía. Los pensamientos de la joven se dirigieron rápida y vertiginosamente hacia aquellos años en los que vagaba semidesnuda por la capital, sucia y hambrienta, mendigando por las calles; ahora era una prostituta, una mujer que rodaba de mano en mano como moneda corriente, por lo menos tenía algo de valor. Sonrió amargamente por su desdicha pasada y agradeció a los dioses la felicidad presente. Se giró para mirar a Desmond, éste tenía la vista clavada en el suelo, se encontraba a pocos pasos de ella y a un universo de distancia, inmerso en sus propios pensamientos. Wanda sonrió al verlo tan concentrado y su mirada se deslizó lentamente hacia abajo, recorriendo el cuerpo del chico con fría emoción. Los pantalones le quedaban algo largos, se los arreglaría más tarde, lo mismo que las mangas; no sabía cuánto tiempo se quedaría, pero esperaba que fuera más que una simple semana, en verdad le agradaba ese chico, era demasiado… inocente, justo lo que necesitaban ahora. El sonido provocado por el choque del acero contra el acero los sobresaltó a ambos y los obligó a salir de sus cavilaciones propias. Ella se llevó una mano al corazón e hizo una mueca al escuchar otro estampido de metal seguido inmediatamente de otro y otro más, cada vez más cerca. Desmond se sobresaltaba con cada estallido y giraba la cabeza hacia la dirección de la cual provenía, en un intento vano por encontrar la causa de aquél ruido y, aunque para Wanda quedaba claro que el sonido provenía del exterior, la joven no dijo nada al respecto y se limitó a contemplar con el ceño fruncido un punto fijo en la pared frente a ella.
Otro repiqueteo de acero reverberó en la estancia, seguido inmediatamente de una maldición gritada a todo pulmón y una sonora carcajada. Desmond aguardó pacientemente a que el alboroto se reanudara, pero debido al silencio sepulcral que se apoderó de la cocina, se dio cuenta de que cual fuera que hubiese sido la causa de esos sonidos, ya había terminado. Wanda lanzó un suspiro de exasperación, se alisó los pliegues de su escotado vestido azul y se volvió hacia Desmond con una sonrisa de disculpa, pero antes de que tuviera oportunidad de pensar en algún tema de conversación, el muchacho se apresuró a hablar. -¿Qué ha sido eso?- le preguntó con un dejo de temor reprimido. Ella lo miró sorprendida, sin poder dar crédito a lo que había escuchado. -¿Nunca has presenciado un duelo de espadas? Desmond carraspeó e irguió la espalda. -Por supuesto que sí…- Estaba a punto de añadir su posición como príncipe heredero y lo ridícula que resultaba esa pregunta a alguien de su alcurnia, pero recordó de golpe que la joven no estaba al tanto de la situación, por lo que cerró la boca de golpe, probablemente lo más sensato que había hecho en días. -Si es así, ¿cómo es posible que no pudieras darte cuenta de que se estaba realizando uno hace un momento? El joven la miró sin comprender del todo. Era imposible que un duelo de espadas fuera tan ruidoso, ningún combate que él había presenciado había sido tan ensordecedor como ese, pero eran enfrentamientos meramente demostrativos, bien cabía la posibilidad de que
fueran ensayados… Maldijo para sí, ¿acaso toda su vida en palacio había sido una farsa? -¿Esto sucede a menudo?- pregunto, completamente decidido a no dar respuesta a la pregunta de Wanda. Ella se encogió de hombros. -Deben ser Rosiel y…- Lo miró asustada, como si hubiera recordado algo de golpe, algo que no debería decir. Desmond sonrió en los brazos del desconsuelo, a esas alturas la chica de cabellos rubios ya debía haberle pedido a todos que no le revelaran su nombre por nada del mundo. Él lo entendió, e intentó no mostrarse molesto por ello, por lo que no forzó a la joven a que continuara. Wanda se sintió apenada por la sonrisa que el adolescente le dedicó y buscó una manera de suavizarle las cosas. La princesa no lo trataba bien, a pesar de que Rosiel les había pedido a todos que fueran considerados con él, pero claro, ella era la única que podía desobedecerlo a su antojo. -Probablemente estén entrenando, suelen hacerlo cuando no están cuidando la casona y puesto que hoy eso le corresponde a Hope y a su hermano… Una idea absurda cruzó por la mente del chico, se apoderó de todos sus pensamientos y dejó de prestarle atención a las palabras de la doncella para dedicarle todo su raciocinio; esperó a que ella terminara de hablar, o al menos se aseguró de que ya no movía los labios articulando sonido alguno, antes de apresurarse a preguntar. -¿Ella sabe manejar una espada? Wanda sabía perfectamente a quién se refería, no había necesidad de pensárselo demasiado tratándose de él. Sonrió y asintió, algún día le saldrían arrugas de tanto
sonreír tal y como le había sucedido a mamá Otis, cuando ese día llegara las portaría orgullosa. -Tengo que verlo.-Murmuró Desmond y acto seguido se dio media vuelta para dirigirse a grandes zancadas hacia la puerta de la cocina. La joven lo miró horrorizada antes de echar a correr tras él. -¡Espera!- gritó, pero él no la escuchó. ¿Una mujer manejando una espada? ¡Pamplinas!, necesitaba verlo para creerlo. Dudaba que fuera capaz de levantarla siquiera. Alcanzó la puerta principal y la abrió de par en par. Entonces se detuvo. Wanda casi choca contra su espalda, de no haberse dado cuenta a tiempo ambos habrían terminado en el suelo. Desmond se giró lentamente mientras ella se encogía de miedo: la única vez que había visto a un hombre hacer eso el asunto no terminó bien y cuando su mirada se cruzó con la de él dejó escapar un grito ahogado. El adolescente frunció el ceño, no sabía a qué se debía aquella reacción de la joven, él sólo quería preguntarle dónde podría encontrar a la princesa. -¿Estás bien?- preguntó con tono tranquilizador mientras le ponía una mano sobre el hombro para calmarla. Wanda se irguió de inmediato y desvió la mirada. -Sí, no te preocupes. Desmond asintió. -¿Podrías decirme dónde los puedo encontrar? Ella suspiró y dijo que sí en un murmullo apenas audible.
† Lo condujo a la parte trasera de la cabaña, para lo cual tuvieron que rodearla por fuera ya que la puerta principal era la única vía de acceso. Desmond se esforzó por caminar entre el musgo y la hierba alta que se arraigaba a sus pies como manos salidas de la tierra con el explícito propósito de impedir su avance, y envidió la agilidad con la que Wanda se deslizaba a través del sendero no marcado que sólo ella conocía. En cuanto llegaron a la zaga, ella se detuvo unos instantes para mirar a su alrededor antes de adentrarse en el interior del bosque con una seguridad envidiable; Desmond la siguió no muy seguro de que fuera buena idea, pero tanto deseaba ver a la princesa que no se detuvo a pensar siquiera y continuó caminando. Desde la cabaña, durante la noche, le había llegado el suave murmullo de un río acariciando la tierra, la canción que entonaba el agua le había ayudado a dormir mejor, pero nunca se imaginó que el río estuviese tan cerca, a tan solo diez minutos de camino a una velocidad de paseo. Nunca antes había visto una corriente de agua tan pura y cristalina como con la que se encontró tras seguir a Wanda: el agua fluía calmada y tormentosamente a la vez en un baile de frenética paz reflejando en su pureza la luz del sol. Aquella escena le parecía irreal, no podía existir tanta hermosura, ¿por qué había perdido el tiempo encerrado en palacio entre fortunas banales cuando la verdadera riqueza se encontraba más allá de las paredes de su habitación? Por fin comprendió que había vivido en una jaula toda su vida, una jaula muy cómoda y suntuosa, pero preso de sus comodidades después de todo. Se estremeció de gozo, aspiró el aire puro y por primera vez en su vida comprendió el verdadero significado de la libertad. Cerró los ojos y sonrió para sí, en
ese momento no era el príncipe heredero al trono de Valeria, era Desmond, solo Desmond, el deseo de aventurarse a conocer el mundo por sí mismo en lugar de recurrir a los libros de aventuras y mapas inexactos que tanto consumía se le antojó irresistible a la vez que un abismo de posibilidades se abría ante sí lo abrumándolo hasta el punto de hacerlo dudar. Wanda le puso una mano en el hombro para llamar su atención, en cuanto él abrió los ojos, la joven le indicó con un gesto que no se encontraban solos: a unos cuantos metros a su derecha se encontraba Rosiel, sentado despreocupadamente entre las raíces de un árbol con los pies desnudos cubiertos de tierra, las manos detrás de su nuca y los ojos cerrados, era la viva imagen de la despreocupación; supuso que la princesa no podía estar demasiado lejos, por lo que decidió acercarse para buscarla, pero por el rabillo del ojo logró captar un movimiento a la orilla del río y ahí la encontró, hermosa como sólo él podía considerarla: con la camisa mojada por el sudor, el cabello echo un verdadero desastre, las manos heridas con pequeños cortes de los que manaban hilos de sangre; inclinada en la orilla, se lavaba las manos para evitar que las heridas se le infectaran y al alzar la vista dejó descubierto el enorme corte que surcaba su mejilla derecha por el que escurría la sangre formando un triángulo invertido, confiriéndole a su aspecto un mayor aire de amenaza salvaje. La princesa se percató de su presencia y le lanzó una mirada de advertencia impregnada de una ira tan avasalladora que Desmond fue incapaz de moverse. El temor del chico hizo que la joven perdiera el interés en él y volviera a concentrarse en atender sus heridas. Desmond escuchó sonido de pisadas detrás de él, al volverse para averiguar qué ocurría descubrió que Wanda regresaba al interior del bosque, dejándolo completamente sólo con ese
par. Intentó tragar saliva para aclarar su garganta seca y decidió intentarlo de nuevo: avanzó lentamente, sin despegar los ojos de la muchacha de cabellos rubios como si se tratase de un animal salvaje a punto de saltarle encima, por su parte ella lo ignoró por completo, sabedora de que podría aniquilarlo de inmediato si así lo deseaba, era como acercarse a una víbora que sólo aguarda el momento adecuado para atacar. Al escucharlo avanzar, Rosiel abrió los ojos con ademán enfurruñado y al contemplar como Desmond avanzaba con la mayor lentitud, intentando vanamente causar ruido alguno, rio entre dientes y permaneció un buen rato contemplando la escena que se le presentaba. Observó que la princesa estiraba una pierna de manera inadvertida, la conocía demasiado bien como para asegurar que planeaba tirar al adolescente al río; hizo una mueca y aguardó a que la joven se volteara para lanzarle una mirada de reproche, pero esto no sucedió y Desmond se encontraba peligrosamente cada vez más cerca de ella, apostaría cualquier cosa a que el principito no sabía nadar. Apretó los dientes y realizó una sonrisa burlona. -Buenos días, majestad. ¿En qué podemos ayudarle?le dijo, lo suficientemente alto como para que la princesa pudiera escucharlo. Desmond se detuvo inmediatamente y le dirigió una sonrisa de aristócrata cortesía, se veía a todas luces que no era precisamente él la persona con la que quería hablar pero a Rosiel eso le importaba poco, le había salvado la vida al mocoso y éste ni siquiera se había dado cuenta. La princesa se giró hacia él, aprovechando la distracción de Desmond y le clavó un puñal con la mirada, debía seguir molesta por el corte en la mejilla, eso la hacía en extremo peligrosa. -Quería verlos.- contestó el muchacho, adoptando una de esas poses de ensayada educación. A Rosiel le
molestó, pero no dijo nada, le sorprendía que los demás aún no se hubiesen dado cuenta de quién era. -Querer es poder, majestad.- Sentenció mientras se ponía de pie y la princesa volvía a lavarse las manos. -Sería alteza y no majestad, creo que ya te lo he dicho antes.- lo corrigió Desmond. -Y creo que he decidí ignorarlo. Rosiel percibió un atisbo de mueca, tan sólo un atisbo; como le encantaba sacar de quicio al muchacho de esa manera, si tan sólo supiera la mitad de secretos que él conocía…, bueno, probablemente no se la pasaría en grande como él ante esa situación que los envolvía a ambos y de la cual sólo uno estaba al día. -Quería verlo.- Añadió Desmond señalando la espada que descansaba a lado de donde Rosiel se había sentado, medio oculta por el pasto que crecía cerca de las raíces del árbol. Rosiel frunció el ceño, mostrándole al adolescente que no comprendía exactamente a qué se refería. -¿Nunca había visto una espada?- le preguntó con incredulidad. -Por supuesto que sí…- respondió visiblemente molesto, después de todo aún era un niño. –Es solo que Wanda mencionó algo acerca de que… -buscó la manera menos ofensiva posible para hacer referencia a la princesa-, ella sabía manejar la espada. -¿Y?-, lo apremió Rosiel. Desmond lanzó un suspiro de exasperación, por primera vez sintió unas ganas irrefrenables de asestarle un puñetazo.
-Quería comprobarlo por mí mismo. La princesa se puso de pie inmediatamente después de escuchar las palabras del muchacho. Rosiel fue el único que se percató de ello, también fue el único que la conocía lo suficiente como para saber que estaba hecha una furia, nada bueno podía suceder cuando se encontraba en ese estado porque ella era fuego, braza ardiente que consume cuanto toca y que, a pesar de la destrucción que consigo lleva, es imposible apartar la mirada de su etéreo fulgor. Ella se acercó a Desmond con los puños apretados, dando grandes zancadas y al llegar a él lo tomó del hombro para obligarlo a darse media vuelta con el fin de encararlo frente a frente. -¿Crees que una mujer es incapaz de sostener una espada?- le preguntó con ira contenida. El adolescente la miró sorprendido, incapaz de reaccionar, sintió como un nudo comenzaba a formarse en su garganta y profirió un grito ahogado como única respuesta a causa del pánico. Nunca en su vida había estado tan aterrorizado por una mujer. La princesa lo tomó del cuello de su blusa y lo zarandeó mientras le gritaba: -¡Responde, cobarde! Desmond quedó inerte, sabía que debía defenderse, esa no era la manera correcta de tratar al príncipe heredero o a cualquier persona; pero ella era una mujer, y él un caballero, no podía permitirse el golpearla. Apretó los dientes para evitar morderse la lengua y decidió aguardar a que terminara el jaleo. Rosiel llegó a su rescate casi de inmediato, pero al muchacho le pareció una eternidad de sufrimiento a manos de una arpía desquiciada. Rosiel tomó a la princesa por la cintura, la apartó con un movimiento rápido y certero de
manos, la contuvo para evitar que se abalanzara sobre Desmond, quien había caído al suelo y permanecía medio incorporado, recargado sobre los codos, para observar horrorizado como la princesa pataleaba, se retorcía y gritaba en los brazos de Rosiel para abalanzarse sobre él. Todo sentimiento de admiración y aprecio que el joven príncipe pudiera haber albergado en su ingenuo corazón desaparecieron en cuanto la vio en ese estado, dando paso a un miedo reverencial. Ella era tormenta infernal que en su caótico crepitar devoraba todo sin compasión alguna. -¡CÁLMATE!- le gritó Rosiel a la princesa cuando perdió la paciencia ante lo que le parecía una infantil rabieta. Ella lo miró con los ojos desmesuradamente abiertos a causa de la sorpresa. Rara vez perdía la compostura en su presencia, aún más cuando se encontraban acompañados. Momentáneamente olvidó su furia hacia Desmond y el dolor en la mejilla que le causó el atisbo de una sonrisa de disculpa le recordó de golpe el corte que Rosiel le había hecho con la espada y su enfado revivió con un nuevo objetivo, solo que con éste se lo cobraría después. Rosiel suspiró y le lazó a Desmond una sonrisa de disculpa cansina. -Lo siento, pero nuestra princesa es bastante quisquillosa.- le dijo con tono tranquilizador. Desmond arqueó las cejas en un gesto de fingida incredulidad mientras aceptaba la mano que Rosiel le había extendido para ayudarle a levantarse. Ni siquiera se molestó en preguntar por qué la llamaba princesa, siempre que lo hacía obtenía la misma respuesta tajante: “toda mujer es una princesa por naturaleza”. -En fin, ¿querías ver por ti mismo a una mujer manejando una espada?- Desmond asintió. Después Rosiel
se dirigió a la princesa. –Y tú querías golpearlo, ¿no es así?La princesa asintió confundida. A Desmond no le gustó hacia dónde se dirigía esa conversación. –Entonces solucionemos ambos asuntos de una vez por todas. Regresó al árbol en el que Desmond lo encontró sentado, tomó su espada y la de la princesa que estaba completamente oculta por la pastura; regresó con ellos para entregarle una espada a cada uno, teniendo cuidado en darle su respectiva espada a la princesa. La joven sonrió maliciosamente mientras Desmond la miraba nervioso y tomaba la empuñadura del florete que Rosiel le ofrecía, no sin poder ocultar un leve temblor que delataba su inseguridad. Rosiel se apiadó de él y le dio una palmada en la espalda, gesto que estuvo lejos de tranquilizar al adolescente. -Supongo que sabes manejar una espada.- Desmond asintió. Claro que sabía manejar una espada, ¿por quién lo tomaba? No se consideraba un experto pero al menos tenía los conocimientos básicos para batirse en un duelo; además, algo le decía que éste sería un duelo fácil. Levantó la espada con la mano derecha, tanteando el peso del arma: acero templado, bien calibrado, hoja de un grueso regular pero ligeramente más larga de lo normal, pomo de cobre sin adorno alguno y cazoleta de acero; una espada sencilla, más pesada de lo que aparentaba, práctica, diseñada específicamente para el ataque a diferencia de las espadas ornamentales a las que Desmond estaba acostumbrado. Dio un paso atrás y contempló a la joven, ésta le devolvió la mirada, retándolo, instándolo a dar el primer asalto. Desmond apretó la empuñadura de su espada.
-El duelo será a primera sangre. ¿Alguno de ustedes desea comprobar que las armas sean iguales?- preguntó Rosiel. -No hay necesidad de ello, conozco tu espada tan bien como la mía.- Contestó la princesa. Al parecer Desmond empuñaba la espada del joven. -No, confío en ti.- Respondió ante la mirada insistente de su amigo. -Bien. Seré el padrino de ambos, nos saltaremos el ritual del reto y pasaremos directamente al ataque. Colóquense espalda con espalda.- Ambos obedecieron a regañadientes. –Den tres pasos al frente y en cuanto se los indique, podrán comenzar.- Mientras avanzaban, añadió: -Y Desmond- éste lo miró por encima del hombro -, haz lo que puedas. La princesa rio entre dientes y el adolescente abanicó el arma en el aire para hacerla callar. Después de unos segundos, Rosiel dio la orden de comenzar. -Ahora.- Indicó con emoción contenida. Desmond se apresuró en girar y adoptar una posición de defensa, siendo cuidadoso de tener en mente lo que le había enseñado su instructor. Por su parte, la princesa giró con calma, sin molestarse siquiera en levantar su arma, manteniéndola rígidamente a su costado derecho, se veía confiada. -Hazlo sudar un poco.- Le pidió Rosiel a la chica. Ésta sonrió maliciosamente y asintió enérgicamente. Saludó al príncipe con su espada, colocando la cazoleta del arma a la altura de su barbilla y alineando minuciosamente la hoja con el eje vertical de su rostro para después bajar la mano armada, adoptando una posición despreocupada.
Al adolescente le molestó la ligereza con la que la joven tomaba el asunto, ¡ni siquiera lo consideraba un adversario! Pero no estaba molesto, estaba aterrado: la había visto colérica hacía unos minutos y no sabía de lo que era capaz en ese preciso instante. Ofrecía un aspecto frágil con su belleza mancillada por el entrenamiento y la demente sonrisa que surcaba su rostro, pero a la vez aumentaba su encanto de tal manera que el muchacho dudó en atacar y estuvo a punto de bajar la espada para declararse vencido de no haber comprendido que ésa era precisamente la intención de la joven, al parecer atacar sin agredir era válido. Ella no pensaba dar el primer golpe y él no quería permanecer todo el día en esa ridícula pose de defensa. Desmond asestó lo que le pareció una certera estocada, pero la princesa la desvió con una facilidad hiriente. Intentó de nuevo, volviendo a correr la misma suerte. Probó con tres ataques seguidos que la joven desvió con apenas un leve movimiento de manos. Ella le lanzó una mirada socarrona, ante lo cual él respondió con una mueca; se habían acabado los juegos, esto iba en serio, no podía permitirse el perder ante una chica, su orgullo de hombre nunca se lo perdonaría y estaba seguro de que Rosiel se aprovecharía de ello para tomarle el pelo cada vez que se le presentara la ocasión tal como parecía ser su costumbre. El muchacho arremetió contra la joven apuntando al estómago, ella adoptó una pose defensiva flexionando las rodillas, inclinándose levemente hacia a delante y echó hacia atrás la mano en la que sostenía la espada. Aguardó a que el acero de Desmond se acercara lo suficiente, al menos medio metro de distancia de su cuerpo para trazar una diagonal ascendente con su espada, chocando con la del muchacho en el camino, desviando por completo su ataque. Si quería hacerlo sudar, debería detener el ataque ahí mismo para darle oportunidad para recuperarse, el
problema era que ella no deseaba hacerlo sudar, su intención era humillarlo de la forma más cruel y dolorosa posible con el fin de que aprendiera la lección. El impacto fue tan recio que Desmond se vio obligado a retroceder un paso para evitar perder el equilibrio, la princesa aprovechó aquél momento de distracción y se abalanzó sobre él con la espada en ristre, por fortuna él logró reaccionar a tiempo frenando el ataqué con un rápido mandoble. La joven aplicó fuerza para bajar la hoja de su espada hacia el rostro del adolescente, pero éste resistió el empuje permitiéndole avanzar unos milímetros; cuando las fuerzas estuvieron a punto de ceder ante el imperiosos forcejeo de la chica, ésta dio un salto hacia atrás y se preparó para el siguiente ataque. Marchó hacia él lanzando tajos a diestra y siniestra con un rápido movimiento de manos, Desmond apenas pudo desviar la mayoría de éstos, ganándose unos buenos cortes en el brazo derecho. Intentó obligar a la joven a retroceder, pero ésta desviaba, frenaba y regresaba con fluidez cada uno de sus golpes, haciéndolo retroceder a él. Tenía la boca seca, los brazos le dolían y le escaseaba el aire. Poco faltaba para que se diera por vencido, era imposible atacarla con semejante habilidad. Debía llevar años practicando el uso de la espada, él también los tenía, pero ella lo superaba por mucho, además, no tenía la condición física necesaria para mantenerla a raya. Cada instante que pasaba ella le ganaba terreno, obligándolo a retroceder. Las gotas de sudor ya coronaban la cabeza del adolescente, en un instante comprendió que sus esfuerzos serían inútiles ante el acero de la joven, pero no por ello dejó de pelear, siguió lanzando estocadas cada que le parecía oportuno y soportó el dolor punzante que le provocaban los cortes cada vez que la princesa lograba acertar así como el daño que le provocaba el apretar demasiado fuerte la empuñadura.
La princesa por fin se aburrió de pelear contra un rival que no le representaba ninguna dificultad y, cuando le pareció que el combate se había prolongado demasiado, enzarzó el filo de su espada a la de Desmond con una serie de movimientos de muñeca que el muchacho apenas pudo percibir y levantó rápidamente el florete, lanzando la espada de Desmond hacia atrás. El joven corrió instintivamente hacia adelante para recuperarla, pero la princesa le cortó el paso poniéndole la punta de su espada a la altura del cuello con aire amenazador, la mirada de la chica dejaba entrever que estaba dispuesta a abrirle el pescuezo de un tajo si se movía más de la cuenta. Desmond tragó saliva y paulatinamente levantó las manos con las palmas abiertas hacia al cielo, sintiendo los dedos de la mano derecha agarrotados, en señal de derrota. Rosiel se apresuró en festejar el triunfo de la princesa con una serie de sonoroso aplausos cuyos ecos reverberaron en la cercanía del bosque, amplificándolos, dando la impresión de estar rodeados de una multitud en lugar de encontrarse solos. Aquello sobrecogió a Desmond. -Excelente.- declaró Rosiel, acercándose a ambos con una calma que a Desmond le resultó exasperante. –Cuando no peleas contra mí, casi pareces una experta en el manejo de la espada, princesa. La aludida sonrió socarronamente, sin apartar la mirada ni su espada del adolescente. -Ah, supongo que tienes razón. No podemos llamar propiamente “duelo” a lo que acaba de tener lugar aquí, ¿no lo crees así? El comentario iba completamente dirigido a Rosiel, pero Desmond se sintió obligado a responder debido a la mirada completamente salvaje que le lanzaba la joven, tan filosa que incluso atravesaría al propio acero de la espada;
por fortuna tuvo la inteligencia suficiente de morderse la lengua y tragarse cualquier comentario que pudiera haber proferido en ese momento, de lo contrario estaba seguro que vería correr su propia sangre. -Ciertamente esto no fue un duelo, más bien una masacre. Creí haberles dicho que el duelo sería a primera sangre. La joven sonrió, bajó levemente la espada, dejando de amenazar el cuello del chico para ahora apuntar a su pecho. Dio un paso adelante y le asestó un leve tajo que traspasó la ropa hasta llegar a la piel, cortándola lo suficiente como para que la sangre manara de la herida, aunque no era de gravedad, Desmond no pudo reprimir el gemido de dolor que el corte le causó, por fortuna la joven lo ignoró y se apresuró en retirar la espada, evitando así –y sin querer- que el muchacho se cortara de nuevo. -He ahí la sangre que con tanta vehemencia exiges.Le dijo la princesa con una sonrisa triunfal. Rosiel hizo una mueca de desacuerdo. -Sabes perfectamente que no me refería a eso. Debiste haberte detenido en cuanto le hiciste el primer corte. La joven entrecerró los ojos. -Si tanto te molesta, ¿por qué no detuviste el combate? Desmond levantó la vista para observar la respuesta de Rosiel, éste se percató de su mirada, por lo que se limitó a menear la cabeza. -No me pidas explicaciones que no puedo dar. La joven dejó caer los hombros al escuchar esas palabras. La respuesta la había destrozado de una forma
cruel. De inmediato dio media vuelta para encarar a Rosiel y aventó la espada al suelo. -¡¿Y cuándo podrás dármelas?!- gritó al borde del llanto. -¿Eh?- Rosiel permaneció impasible, algo que Desmond no hubiera podido conseguir si algo así le hubiese sucedido. -¿Cuándo Rosiel?, porque yo… yo no sé qué puedes explicarme y qué no. -Lo sabrás todo cuando llegue el momento.Contestó, sin atreverse a mirarla a los ojos y apretando los puños. -¿Eso cuándo será? Siempre me das respuestas evasivas, realizas promesas que no puedes cumplir… Date cuenta, Rosiel, ya no soy una niña. No necesito que me protejas, no importa qué sea lo que intentas esconderme, estoy segura de que podré soportarlo, así que, por favor, ya no más secretos. El joven apretó los puños aún más, cosa que parecía imposible. -Aún no. La mirada de decepción y desconsuelo que inundó el semblante de la princesa le partió el alma, casi tanto como sus palabras destrozaron la de ella. Él se negó a levantar la vista y ella dejó de buscar su mirada. El daño estaba hecho, ya no había vuelta atrás. La joven reprimió un sollozo, dio media vuelta y echó a correr al bosque; él no la detuvo. Desmond, quien había contemplado la escena sin atrever a moverse, le pareció que alguien debía ir tras ella, que esa había sido su intención al irse de esa forma. Deseó sinceramente poder ser él quien corriera en su búsqueda, pero sabía que no era él a quien ella esperaría, por lo que
desistió de inmediato. Recordó la noche en la que se habían visto por primera vez, la mirada amenazadora que le había lanzado mientras sostenía la daga contra su cuello… “Nadie puede concederme mi deseo”…, había dicho; ¿se refería a lo que acababa de presenciar? No lo sabía, probablemente nunca lo sabría y el percibir su dolor de una forma tan cercana suponía para él una verdadera tortura. Mientras ella fuera feliz, todo estaría bien; no importaba si para verla sonreír debía soportar las jugarretas de Rosiel o el desprecio de ella. Daría cualquier cosa por borrar esa mirada de profunda tristeza que seguramente exhibía en ese instante, escondida en algún lugar del follaje, lejos de la causa de ésta. -Alguien debería ir tras ella.- Murmuró después de un largo momento de silencio. Rosiel dio un respingo. Se había olvidado de que no estaba solo. Era más que claro lo que Desmond quería decir. -Uno de nosotros está hablando demasiado.- Le contestó de forma cortante. –Te daré un pequeño consejo: no te metas en donde no te llaman. A Desmond se le hizo un nudo en la garganta, intentó ocultar el daño que el desprecio con el que Rosiel había pronunciado esa última frase lo había dañado, sin embargo falló estrepitosamente y una mueca de dolor se abrió paso por lo que intentaba ser una expresión inescrutable. A Rosiel esto le importó menos que nada: estaba furioso consigo mismo, con ella, con Desmond y con el destino del cuál era presa a causa de una cruel jugarreta iniciada hacía años. Quizá, bajo otras circunstancias, aquello le parecería gracioso, una buena novela, una hermosa tragedia…,
siempre y cuando no fuera él el protagonista, tal como en realidad sucedía. -Si alguien viene a buscarnos, tú no has visto ni oído nada. Niega todo lo referente a ésta discusión, esto nunca sucedió.- Le ordenó Rosiel. Dio media vuelta y le lanzó una gélida mirada de advertencia para evitar que lo siguiera mientras se encaminaba en dirección al río, en donde se zambulló sin molestarse en quitarse la ropa.
† Ahí donde lo abandonaron, permaneció Desmond durante el resto de la mañana, en parte porque no recordaba como volver a la cabaña y en parte porque no deseaba volver. Alrededor de mediodía, el sonido de pasos inquietos acercándose interrumpió el hilo de sus pensamientos. Se puso de pie inmediatamente, pensando que podía tratarse de la princesa o de Rosiel. No pudo evitar mostrarse profundamente decepcionado cuando vislumbró la silueta de mamá Otis acercándose hacia él por el mismo camino que se había negado a tomar. Esperó pacientemente a que la mujer llegara en medio de una agitada respiración que rompía indiscriminadamente la calma del lugar. -¿Y Rosiel?- preguntó la menuda mujer entre silenciosos resoplidos. -Saltó al río. Mamá Otis abrió los ojos desmesuradamente, miró en dirección al cuerpo de agua y luego se volvió hacia Desmond de nuevo.
-¿Dónde está la princesa? -Corrió al bosque. Mamá Otis puso los ojos en blanco. Tragó saliva para humectar su garganta seca y examinó a Desmond de arriba a abajo. -Tú servirás.- Sentenció mientras lo tomaba del brazo y lo obligaba a seguirla de vuelta a la cabaña. -¿A dónde me lleva?- preguntó el adolescente mientras intentaba en vano zafarse de la férrea mano que lo sujetaba. -Esos dos pueden haberse librado, pero tú no. Es día de mercado. Un escalofrío, presagio del infortunio, recorrió la espalda de Desmond.
†‡†
Lecciones de bondad. Día de mercado. Desmond había leído cosas terribles acerca de los mercados, nada bueno sucedía en sus libros cuando los personajes iban a esos lugares de mala muerte. ¡Ahí vendían esclavos, por todos los dioses! ¿Y qué pasaría con él? No le había gustado ni un ápice el tono sospechoso con el que mamá Otis había sentenciado que serviría. ¿Qué
podía ser tan terrible como para que Rosiel y la princesa lo evadieran a toda costa?, aunque dudaba seriamente que aquella escena hubiese sido ensayada… ¿pero y si realmente hubiese sido así? Que falso y aburrido le parecía el mundo cuando pensaba en la posibilidad de que ese par tuviera la osadía de engañarlo tan cruelmente. Caer tan bajo ensayando una escena desprovista de toda lógica y carente de sentido artístico… Mentirosos, eso eran: le habían estado mintiendo desde el principio y ahora iban a venderlo en el mercado cual esclavo, ¡a él!, ¡su futuro soberano!, ¿cómo se atrevían a hacer algo así? ¿Sería que acaso la soberbia humana no conocía límites? Un príncipe inocente que había caído en las redes de un par de vendedores de esclavos mientras buscaba la forma de recuperar el honor y el respeto que había perdido ante su padre antes de que éste lo desheredara y lo abandonara a su suerte; ahora caminaba con las manos atadas hacia su infortunado destino... Como le encantaba a Desmond entretenerse con sus fantasías incoherentes cuando no comprendía algo. Ésta actitud ya le había traído problemas en el pasado, pero no por ello dejaba de hacerlo, como en ese momento en el que mamá Otis lo llevaba a rastras de vuelta a la cabaña. Habían llegado a la parte trasera de la casa y se disponían a rodearla cuando el adolescente despertó de su inventiva onírica. El pobre estaba tan ansioso de vivir que moría un poco a cada segundo que dejaba pasar mientras esperaba que la vida fuera a buscarlo. Bien podría haber tomado una de las muchas bolsas repletas de oro que su padre ocultaba por todo el castillo como parte de una creciente paranoia y huir a algún país vecino, seguramente le brindarían refugio y podría pasearse a sus anchas cuanto deseara, pero no tenía el valor
suficiente para hacerlo. A pesar de que nunca antes había abandonado el castillo, soñaba con hacerlo, pero temía realizarlo; era presa de sus anhelos y esclavo de sus temores, no había mayor tragedia que aquella. Lo peor de todo era que él lo sabía: era plenamente consciente de que sus limitaciones no eran otras más que su desosiego, pero no estaba dispuesto a hacer nada al respecto. Al llegar a la casa y entrar por la puerta principal, se encontraron a Wanda esperando sentada en los peldaños de la escalera que conducía a la las habitaciones en el segundo piso con expresión aburrida. En cuanto los vio entrar se puso de pie y se acercó a ellos rápidamente, ostentando su revelador escote apenas cubierto por un chal blanco que contrastaba con el descolorido escarlata de su vestido. Mamá Otis obligó a Desmond a dar un paso adelante para situarlo entre ella y Wanda. -Me temo que Rosiel y… la princesa no vendrán con nosotros.- Le dijo mamá Otis a Wanda. Ella sonrió y puso los ojos en blanco. -No me sorprende en lo absoluto.- Murmuró antes de devolverle una mirada que mezclaba diversión y comprensión en una sola. –Nunca les ha gustado ir al mercado, no los culpo, pero no les haría daño pasearse por ahí de vez en cuando. Mamá Otis hizo un gesto desdeñoso con la mano, como restándole importancia a la vida. -Ya irán en otra ocasión. En marcha.- Dijo mientras daba media vuelta, encaminándose hacia la puerta. -Aguarda un momento.- Le pidió Wanda.
Mamá Otis giró sobre sus talones con cansancio, a punto de perder la calma: quería volver cuanto antes, tenía demasiadas cosas que hacer. -¿Qué sucede?- preguntó Desmond al ver que Wanda se acercaba lentamente hacia él con la mano estirada, en dirección a su pecho. -Permíteme curar tus heridas.- Le pidió la joven. Desmond se sobresaltó un poco. -No es nada, ni siquiera me duele.- Mintió. Wanda ignoró el comentario e inspeccionó la herida con gélida minuciosidad, de tal forma, que el adolescente fue incapaz de sentir el tacto humano de la joven y tuvo que conformarse con el rastro espectral de su indiferencia. -No es muy profunda, pero si no la atendemos, podría infectarse y tendrías que pasar más días en la cama.Murmuró Wanda, más para sí misma que para el adolescente antes de salir en dirección a la cocina con pasos apresurados sin excusarse. Desmond se quedó solo con mamá Otis, quien lo observaba con los ojos entrecerrados. -¿Por qué no me lo dijiste?- le preguntó entre dientes. -¿Qué cosa?- replicó confundido. -Tus heridas. ¿Por qué no las mencionaste?Desmond se encogió de hombros, gesto que causó un suspiro de exasperación por parte de mamá Otis. –Escucha: no puedes esperar a que las personas se den cuenta por sí misma de tu dolor, no importa si es del cuerpo o del alma, debes decírselo a las personas que se preocupan por ti, o de lo contrario podrían enterarse cuando sea demasiado tarde.
Estuvo a punto de preguntar cuándo era demasiado tarde, pero el nombre de Marianne, silencioso y lento, acudió a su mente desde los recovecos de su memoria, lo que le dio la respuesta inmediata cuando se está muerto. Desmond la miró sorprendido. En ese instante entró Wanda con una pequeña caja de madera y una botella de cristal en las manos. -Quítate la camisa.- Le ordenó. El adolescente parpadeó sorprendido. ¿Había escuchado bien? Todo parecía indicar que así era, y algo en la mirada de la joven le decía que aquella no sería la primera vez en la que vería su torso desnudo. Reprimió el rubor que amenazaba con surcar sus mejillas a causa de su recatada educación y se sacó la blusa con un encogimiento de hombros. Wanda sacó una venda de la caja de madera y la empapó con un poco de alcohol antes de restregarla con cuidado en la herida de Desmond. Por supuesto que al joven le escoció, también le dolió como nunca en su vida, pero aguantó todo en silencio, mordiéndose el labio inferior para reprimir los aullidos que amenazaban con salir de lo más profundo de su garganta; ciertamente Wanda y mamá Otis esperaban que gritara, con lo quejica que era no hubiese sido ninguna sorpresa que se hubiese revolcado en el suelo de dolor mientras pedía a gritos volver a casa. Cuando terminó, Wanda retrocedió un paso para mirar la herida desde otra perspectiva, cavilando en la posibilidad de coserla, pero desechó la idea de inmediato: no sería necesario y el muchacho tampoco lo soportaría. Había que proporcionarle otra blusa, pero no podían darse el lujo de darle una nueva o sin usar del todo cada día, o cada semana… probablemente tendría que conformarse con esa blusa durante el resto de su estancia.
Ella quería que se quedara más tiempo, a pesar de ser un quejica prejuicioso era bastante divertido, amable, sincero e inocente; para Wanda, él representaba una estrecha vía de escape de su tortuosa realidad, un atisbo de luz en plena oscuridad. La joven sonrió y levantó la vista para mirarlo a los ojos. -¿No tienes frío?- preguntó burlonamente. Desmond se sobresaltó, a veces parecía estar en otro mundo, a cientos de años de distancia. Miró a Wanda y luego a mamá Otis, pareció recordar la desnudez de su cuerpo y se apresuró a ponerse la camisa con un rubor apenas perceptible, sin detenerse a pensar siquiera en el corte a la altura del pecho que dejaba al descubierto su herida recién tratada. En cuanto el muchacho terminó de acomodarse los pliegues de la ropa, una tarea meramente vanidosa sin fin aparente que estuvo a punto de colmar la infinita paciencia de Wanda y mamá Otis, ésta última se colgó una gruesa bolsa de manta y le dirigió la palabra: -Andando, que no tenemos toda la vida. Acto seguido se encaminó a la puerta seguida de Wanda y Desmond.
El camino que debían seguir para llegar al mercado era, a tramos, sinuoso o recto y en algunos no era ni lo uno ni lo otro sino un punto intermedio entre ambos. Para Wanda y mamá Otis, la distancia era una nimiedad, nada que la buena compañía y una agradable conversación no pudieran resolver, sin embargo, para Desmond significó una verdadera tortura: ciertamente no era tan atlético como Rosiel o cualquiera de sus amigos, ¡hasta las menudas piernas de mamá Otis eran más veloces y fuertes que las de
él! ¿Pero cómo podía excusarse? No había ninguna forma de disculparse que no fuera del todo vergonzosa, el utilizar su título como escudo ante su deficiente condición física no sólo era un error por el peligro que semejante descuido le traería, sino porque sabía de antemano la herida que causaría en el orgullo y la felicidad de esas dos mujeres. Ambas sabían que existían vidas mejores que las suyas, eso Desmond lo tenía muy claro, por esa razón no deseaba, de ninguna manera, restregárselos en la cara. Avanzó en silencio, siguiendo a las dos mujeres, siendo partícipe en algunos retazos de conversación alusiva a nada en específico. En algún momento, probablemente a mitad de camino, cuando el adolescente se sentía desfallecer, Wanda se empeñó en saber a dónde habían ido la princesa y Rosiel; no podía dar crédito a las excusas que el muchacho le presentaba con cada pregunta que ésta formulaba: -¿Los encontraste? -Sí. -¿Y qué pasó después? -La rubia y yo nos batimos a duelo. -¿De quién fue la idea? -De Rosiel. -Muy típico de él. ¿Quién ganó? -Ella, desde luego. -¿Y qué ocurrió luego? -Se fueron. -¿A dónde?
-Rosiel se aventó al río y la rubia corrió al bosque. -¿Por qué? -No lo sé. -¿Cómo puedes no saberlo? -No lo sé. -¿Qué sucedió? -Nada. -Eso es imposible. -No lo es. -¿Los encontraste? -Sí… Y así continuaba, realizando las mismas preguntas una y otra vez a pesar de obtener siempre las mismas respuestas. No desistió a pesar de las miradas de reproche que le lanzaba mamá Otis ni cuando el joven levantó la voz; era un método anticuado y lento que sus padres solían usar en ella cuando sabían que estaba mintiendo, llegaba el punto en el que las preguntas la abrumaban y terminaba escupiendo la verdad. Eso fue exactamente lo que pasó con Desmond: cerca de la trigésima repetición, el muchacho llegó al punto de quiebre y comenzó a hablar. Confesó las palabras que no se podía tragar, relató abruptamente y con innecesario lujo de detalles la escena de la pelea entre Rosiel y la princesa; al terminar, consciente de la promesa que acababa de romper, guardó silencio, miró implorante a la joven para luego desviar la vista, avergonzado de su cobarde traición: ni siquiera era capaz de realizar un favor tan sencillo como quedarse callado. Se sentía como un completo inútil.
-Lamento que tuvieras que presenciar algo así.Murmuró Wanda en tono de disculpa. –Rara vez pelean en público, aún más si se encuentran en presencia de alguien… no tan cercano a ellos. Tienden a guardarse las palabras duras para cuando están a solas, lo mismo que con las dulces, las agridulces o cualquiera que sea específicamente para ellos y para nadie más. El joven asintió cabizbajo, probablemente nada de lo que le dijeran podría ayudarlo a recuperar el buen humor ese día. -¿Dices que se arrojó al río?- preguntó mamá Otis con aire distraído. -Así es, ni siquiera se molestó en quitarse la ropa. -Qué curioso, pareciera ser que el agua lo calma.murmuró con una sonrisa nostálgica que el adolescente fue incapaz de interpretar del todo. ¿Estaría recordando algún detalle perdido sobre su querida Marianne, algo que tuviera en común con su hijo Rosiel? Sólo los dioses lo sabrían, o puede que incluso ellos mismos lo ignoraran. El silencio volvió a reinar entre ellos, cada quien demasiado sumergido en sus pensamientos como para molestarse en buscar temas de conversación, incluso la amable y bondadosa Wanda permaneció callada un buen tramo del camino, dando rienda suelta a los pensamientos optimistas que embargaban su corazón, aquellos en los que todos a quienes amaba gozaban de una dicha plena y suntuosa, a pesar de que sabía perfectamente que aquellos buenos deseos eran imposibles de cumplir, tanto o más que subir al cielo y cambiar las estrellas del firmamento para formar con ellas el nombre de su amado. La falta de conversación era tan ensordecedora que Desmond no podía concentrarse en nada más: el sol brillaba radiante en el cielo, los pájaros trinaban sus canciones como
un descanso para el alma, el agua del rocío tardío emprendía ya su ascenso vertiginoso hacia las nubes… pero el adolescente era incapaz de contemplar aquello con otros ojos que no fueran ensombrecidos por la preocupación. No encontraba la manera de plantearle lo ocurrido a Rosiel cuando regresara, con algo de suerte el joven comprendería que no había tenido oportunidad contra Wanda, ¿acaso él, Rosiel, se habría atrevido a negarle algo a tan amable y persuasiva doncella? Lo mejor era no darle demasiadas vueltas al asunto, probablemente él habría logrado resistirse a los trucos de Wanda, pero eso se debía enteramente a que la conocía mejor que él. En verdad era un tonto bueno para nada, ahora comprendía por qué su padre lo había enviado a cazar a sus “asesinos”: ¡todo el mundo lo creía así!, éste no era un viaje para restituir el honor perdido, era una expedición en busca del honor que, en realidad, nunca había tenido. La burla de la corte, centro de los chismorreos ociosos, vergüenza del pueblo valeriense; ¿había peor humillación que aquella?, él lo dudaba. Es sorprendente con cuanta facilidad, alguien con imaginación crea mundos de la nada. La verdad, los valerienses sabían poco o nada de su príncipe, algunos sólo conocían su nombre; y también, poco o nada les interesaba. Lo imaginaban como la viva imagen de su padre: rubio de ojos verdes, mirada adusta, impasible y cruel como ningún otro que se hubiese sentado sobre el trono de Valeria, regio a más no poder y tirano como pocos. Esa era la imagen que el pueblo tenía de su príncipe, bien merecida ya que éste sabía tanto de su pueblo como ellos de él; y un gobernante que desconoce a su pueblo está destinado a reinar en beneficio propio, así mismo un pueblo que desconoce a su gobernante está condenado a ser esclavo de éste.
No hubo necesidad de que alguien le indicara que estaban a punto de llegar al mercado, el muchacho lo supo de inmediato: una suerte de efluvio pestilente envolvió su nariz y a punto estuvo de vomitar a un lado del camino, pero se contuvo lo mejor que pudo, ganándose de igual manera un mal sabor de boca. El mercado no olía, apestaba. Apestaba a fruta podrida, muerte y suciedad, tanto como a flores, perfumes, cera y comida. Aquello era insoportable, la combinación entre lo dulce y lo asqueroso resultaba especialmente repugnante para el joven príncipe. Era un mundo de olores, una sensación abrumadora de la palpable decadencia que amenazaba al reino entero; ahora comprendía por qué la princesa y Rosiel detestaban ir a ese lugar, pero al llegar y cruzar el sencillo arco rebajado, no le quedó la menor duda. Observó con asco las pilas de basura que se amontonaban a lado de las columnas de la entrada como un infortunado presagio de lo que le esperaba adentro. Por fortuna, se llevó una agradable sorpresa al darse cuenta de que habían entrado por la parte trasera de la plaza, lugar destinado a los basureros del bazar. Una vez dentro de éste podía apreciarse el laberinto de puestos que exhibían una mercancía decentemente variada, lo verdaderamente admirable del lugar era el hervidero de gente presente en él, la gran mayoría parecía ser de procedencia humilde, cosa que el adolescente dedujo de las ropas que portaban. La idea de que alguien lograra reconocerlo lo ponía nervioso, pero al avanzar por los pasillos del mercado su temor desapareció; era cierto que algunos caminantes los miraban al pasar, incluso había cruzado miradas con unos cuantos, pero éstos se apresuraban a desviar la mirada. Nadie reparaba en él más de lo normal, podría decirse que incluso pasaba desapercibido, algo que lastimó el ego del joven,
pero nada que no pudiera soportar después de la humillante derrota contra la rubia. Si bien, habían entrado por la parte trasera, una vez dentro el penetrante olor a basura aún prevalecía en la nariz del joven, y estaba casi seguro de que no podría sacárselo hasta tomar un largo baño a consciencia. Se preguntaba cómo era que Wanda y mamá Otis podían soportar el hedor cuando: -Buenos días mamá Otis.- Saludó un extraño al pasar, demasiado rápido como para que el adolescente pudiera reparar en él. -Buenos días.- Asintió la aludida con una sonrisa. -Eh, mamá Otis. ¡Qué alegría verla por aquí!- saludó una vendedora desde su puesto, con un bebé en brazos. -Ah, lo mismo digo. -Mamá Otis, ¿qué tal va el negocio?- preguntó un hombre entrado en edad con el torso desnudo y una caja de madera en el hombro. -Como siempre, como siempre. ¿Qué tal los hijos?preguntó amablemente la mujer. El hombre hizo una mueca. -Peor cada día. -Crecen demasiado rápido.- Replicó una mujer a espaldas del hombre. -Agnes, ¡pero qué agradable sorpresa…! Antes de que el adolescente comprendiera lo que estaba sucediendo, ya se encontraba en un mar de saludos y respuestas, algunas alegres y otras no tanto. Mamá Otis parecía ser bastante popular entre la gente de la aldea, creía
firmemente en ser incapaz de encontrar a alguien que no la conociese o la hubiese escuchado mencionar. En cuanto los efusivos saludos parecieron menguar, Desmond se acercó a Wanda, quien también había sido festivamente acogida en su momento, y le compartió sus pensamientos en un hilo de voz apenas audible para el sensible oído de la joven. -… todos parecen conocerlas. Wanda le dirigió una sonrisa radiante. Estaba extasiada. -Se debe a mamá Otis, es muy amable con todo el mundo. Si ésta aldea llegase a necesitar un líder en algún momento, no me cabe la menor duda de que todos la escogerían a ella. Es como si fuese la madre de Sablier. -¿Sabrie? -Sablier. Es el nombre de la aldea… ¿acaso no lo sabías? -No. La joven lo miró con el ceño fruncido. -¿En dónde has estado todo éste tiempo? -En Leverru.- Se apresuró a contestar el joven, como si aquello pudiese excusar su ignorancia. -La capital.- Corroboró Wanda. -¿Cómo es que no sabías de Sablier? Es la tercera aldea más cercana a Leverru. El joven se encogió de hombros. -Nunca me sentí particularmente atraído por la geografía.
La joven estuvo a punto de agregar algo más, pero mamá Otis, quien había estado pendiente de la conversación, se apresuró a interrumpirlos. -Ah, recuérdenme comprar manzanas. Si queremos que Rosiel se reconcilie con la princesa, necesitará manzanas. Desmond asintió sin comprender. -A… a ella le gustan las manzanas. –Explicó Wanda, siempre tan cuidadosa de no decir su nombre a pesar de estar a punto de pronunciarlo. El joven hizo una mueca al percatarse de la deliberada omisión del nombre, pero agradeció la información adicional. Manzanas, necesitaba manzanas… ¿pero qué tipo de manzanas? Mirando de improviso los puestos, logró contar por lo menos cinco diferentes clases de manzanas, y estaba seguro de que debía haber más. Pero… si compraban las manzanas estaría ayudando a Rosiel a calmar las aguas, o más bien las llamas, con la princesa. ¿Era eso lo que realmente lo que quería? El recuerdo del rostro de la princesa, desencajado por el dolor y la decepción acudió a su mente cual fantasma rencoroso buscando venganza para atormentarlo. Lo que realmente quería, lo único que deseaba en realidad, era no verla llorar de nuevo y mucho menos a causa de Rosiel. ¿Pero qué malditas manzanas debía llevar? Ya se encargaría de eso después, a pesar de que no llevaba dinero con qué pagarlas, o nada en que llevarlas… problemas ligeramente más graves que el no saber cuáles manzanas escoger. A veces Desmond no usaba la cabeza, ni el instinto, o la lógica; había ocasiones en las que, en realidad, no pensaba. Actuaba, más por impulso que por razonamiento.
La triada se acercó a un puesto de carne y, tras examinar minuciosamente lo que parecía ser el torso de un cerdo, mamá Otis le pidió al dueño que lo prepara para llevárselo. -¿Piensa preparar un banquete?preguntó alegremente el fornido hombre, con un tono que dejaba en claro la intención de autoinvitarse si era necesario. Mamá Otis rio de buena gana. -No, ¡qué va! Las chicas necesitan un poco de carne, eso es todo. -Ya, ya. Sólo diga que no quiere invitarme al convite y lo comprenderé.- Replicó el carnicero con un lloriqueo fingido. A Desmond no le agradó ni un ápice aquél sujeto. Mamá Otis volvió a reír. -Me encantaría invitarlo si verdaderamente tuviera pensado dar un banquete, pero al no ser así…- Se encogió de hombros. El carnicero golpeaba la carne, cortaba y trituraba. Desmond observaba la sangre con instintiva aversión. Se puso pálido. -¿Y qué tal el negocio?- preguntó cortésmente. Otro hueso cortado, ésta vez el cuchillo se había quedado clavado en la médula. Tomó, pues, una pequeña hacha con poco filo, pero más que el del cuchillo, y la enterró en el hueso, partiéndolo de un golpe. Un escalofrío recorrió la espalda de Desmond. -Bien, va bien.- Dio un pasó y se inclinó sobre la mesa que servía de mostrador, sobre la cual se exhibía la carne con gotas de sangre aun perfilando en ésta, para expresar
en tono confidencial: -Pero no tan bien como cuando lo visitaba asiduamente, ¿su esposa sigue ignorando sus citas a la cama de algunas de mis chicas? El vendedor se tensó e irguió la espalda en medio de un respingo. Desde luego que se negó a responder la pregunta, igual nadie esperaba que lo hiciera. Continuó cortando la carne, lanzando sendas miradas de furtivo resentimiento al trío que se apelotonaba frente a su puesto; en algunas ocasiones murmuraba incoherencias respecto a lo imposible que resultaba para un caballero el mostrar cortesía ante una mujer malagradecida como muchas que conocía. Desmond se hubiera unido de buena gana a ese monólogo de no estar lo suficientemente aterrado por el crujir de los huesos al ser partidos ni de la visión de la sangre manando de la carne siendo cortada. -Ese chico se va a desmallar.- Comentó el vendedor de improviso. –Está demasiado pálido, espero que no sea a causa de cierta enfermedad adquirida en alguna de las camas de sus chicas. Sería buena la que se armaría. –Añadió maliciosamente. Mamá Otis hizo una mueca de desagrado. -Las camas de mis chicas están mucho más limpias que su consciencia, señor, ¿acaso ya olvidó el tiempo que pasaba retozando en mi propia cama durante mi juventud y los inicios de su adultez?- El vendedor le lanzó una gélida mirada de advertencia, de la cual mamá Otis hizo caso omiso y se giró hacia Desmond. -¿Qué te ocurre? -Nada, no es nada.- Murmuró el adolescente, forzando una sonrisa. Mamá Otis frunció el ceño y se volvió justo a tiempo para presenciar como el vendedor envolvía la carne en un enorme pedazo de papel café. En cuanto terminó, le tendió el paquete mientras la fulminaba con la mirada.
-¿Cuánto es?-preguntó la mujer mientras lo guardaba en su bolsa de tela. -Considérelo un regalo.- Contestó el matarife entre dientes. Mamá Otis sonrió complacida. -Gracias. Su secreto está a salvo conmigo. -Siempre es un placer hacer negocios contigo, Celia. A la mujer le molestó la forma en la que pronunció su nombre, pero se mordió la lengua y dio media vuelta para dirigirse a otro puesto. El resto de las compras sucedieron sin incidentes dignos de mención: todos conocían a mamá Otis por una u otra razón, algunos eran antiguos clientes, otros esposos de sus antiguas compañeras, algunas fueron chicas bajo su cuidado; pero así como había quienes la adoraban, había otros que la repudiaban por su viejo oficio como meretriz y quienes le guardaban rencor por mantener el burdel en funcionamiento en lugar de ordenar su inmediata destrucción como toda mujer decente debía hacer. Pero esto a mamá Otis la traía sin cuidado, a ella le importaba un comino que el mundo entero la odiase o la amase, ella era feliz con la vida que tenía y nadie ni nada le iba a arrebatar eso. Desde luego, no todos sus conocidos le regalaron los productos que compró, aquello era sencillamente imposible, pero era bastante buena regateando, nadie lo podía negar y la mayoría le permitía salirse con la suya de buena gana. Contrario a lo que esperaba Desmond, no iban demasiado cargados: mamá Otis encargaba que los cargamentos de frutas y verduras le fueran entregados en la casona de Otis en el transcurso del día, siempre cuidadosa de no dar ni una sola moneda de oro antes de recibir la mercancía o una palabra de honor como mínimo.
Parecían estar a punto de terminar con las compras y Desmond no encontraba la forma de recordarle a mamá Otis el asunto de las manzanas: en un momento le parecía que interrumpiría la conversación, las cavilaciones de ésta o el agradable silencio. -¿Cómo va mi encargo semanal de cerveza ligera, Gregory?- le preguntó mamá Otis al dueño de un establecimiento repleto hasta el techo de barriles sellados. -Ah, mamá Otis. Sin novedades. Le enviaré el cargamento en la tarde, como siempre.- Respondió el vendedor. Un hombre ligeramente más joven que mamá Otis, con una prominente barriga y una espléndida calva, ambas producto de los excesos de la juventud en todos los burdeles y tabernas de la ciudad sólo porque no tenía dinero suficiente para gastarlo en los del país entero. Tres veces se había casado, y tres enviudado. Sin hijos ni sobrinos o herederos, su comercio de licor de mediana calidad era todo lo que tenía en la vida, obtenido como parte de la dote de su primera esposa, una mujer que había enloquecido, vivido y muerto por él; nadie en el pueblo la quería, todos la consideraban una loca famélica, tachada de fanática religiosa, y en parte tenían algo de razón: era una loca, una demente provechosa desde el punto de vista de su esposo; ella había llevado las riendas del negocio, permitiéndole a su marido entregarse a las desavenencias del placer desmedido fuera de casa, hasta que cayó repentinamente enferma. Algo similar había ocurrido con las otras dos esposas; las malas lenguas solían decir que todas habían muerto de pena por descubrirse casadas con un cretino, por lo que él había optado por nunca más volverse a casar, en cambio, cada vez que necesitaba del dulce confort que sólo los brazos de una mujer pueden brindar, acudía a mamá Otis quién nunca dudaba en
proporcionarle una buena muchacha bien entrenada en las artes amatorias por espacio de una noche. También había ocasiones en las que ambos se permitían la existencia de un romance fugaz por espacio de noches, semanas o meses, pero nunca años, jamás había existido entre ellos algo estrictamente formal, salvo lo furtivo… Esos dos tenían toda una historia, inconclusa, sin inicio ni final, pero una historia; y ese día en especial, no eran más que cómplices en los negocios, tal vez en la noche fueran compañeros de cama si se encontraban más tarde, negocios al final de cuentas, puros negocios. -Gracias. Denis lo recibirá junto con los gemelos.Añadió mamá Otis. –Hasta luego.- Se despidió mientras se proponía volver a casa sin la menor muestra de compartir las candorosas intenciones de Gregory. -Disculpe, mamá Otis... las manzanas.- Le recordó Desmond por fin. -Oh, cierto.- Dijo Celia mientras daba media vuelta para desandar el camino, girar dentro del laberinto de puestos y dirigirse, más por costumbre que conscientemente, a un puesto específico ubicado en el centro mismo del bazar. -La princesa es especialmente quisquillosa cuando se trata de manzanas-, explicó Wanda-, ha probado las manzanas de cada puesto que las vende y hay unas que son sus favoritas. Si queremos que se reconcilie con Rosiel antes de que se desate una guerra, tendremos que apelar a todas las formas posibles de soborno. Desmond asintió con determinación. Aún no le agradaba del todo la idea de ayudar a la reconciliación de ese par, pero era mejor que ver sufrir a la princesa por culpa de Rosiel. Lo peor era que no podía enojarse con él por el daño que le había causado a ella: sinceramente le agradaba,
le deleitaba tanto hablar con él que, de haber podido tener un hermano mayor, le hubiese gustado que fuera como él, a pesar de todos los malos ratos que le hacía pasar. Ciertamente había encontrado en Rosiel a un amigo incondicional, como había demostrado hasta entonces: acudiendo a su lado todos los días durante su recuperación, acogiéndolo en su hogar para atender sus heridas cuando hubiese sido más fácil abandonarlo a su suerte en el bosque; y si había una forma de retribuirle su amabilidad, por más dolorosa que fuese, lo haría. A pesar de todo. -Buenos días Léane.- Saludó mamá Otis con cortesía. La chica que atendía el puesto se volvió de inmediato con una sonrisa en los labios al reconocer la voz de mamá Otis. -Ah, vaya sorpresa el veros por aquí el día de hoy. ¿Cuántas manzanas querrá ésta ocasión?, ¿un cargamento?, ¿una libra? Me sorprende que se las terminara tan rápido, no se le habrán podrido, ¿verdad? Supongo que no, éstas son muy buenas, excelentes en verdad, deliciosas me han dicho. No puedo esperar a… La joven hablaba con gesto alegre y deprisa, tal vez un poco alto, mientras se movía de un lado a otro en su pequeño puesto. Aquél ímpetu innecesario le pareció bastante ridículo a Desmond, más aún por el creciente sonido de metal siendo arrastrado que parecía manar de su boca, algo imposible a pesar de su vocecilla de pájaro cantarín, así que la examinó mejor. Era joven, sí, muy joven, más o menos de su edad, estaba extremadamente delgada, sus ropas estaban sucias y rotas por el uso desmedido de éstas; además unas curiosas pulseras de un negro profundo colgaban de sus manos, largas y gruesas, se ceñían a sus muñecas como prisiones del alma. El ruido del arrastre de metal aumentó en cuanto caminó hacia una esquina para tomar una caja de madera y cesó cuando dejó de moverse.
A Desmond le dio un vuelco el corazón: al agacharse para recoger la arqueta, el sucio borde de su gastada túnica se alzó, dejando al descubierto los pesados grilletes que sujetaban los tobillos de la joven, ligeramente sueltos debido a la extrema delgadez de su cuerpo. Léane sintió la mirada de asombro e incredulidad del adolescente y se volvió apenada; sin atreverse a levantar la vista, jaló el borde de sus ropas para cubrir el vergonzoso símbolo de su sometimiento. Los rumores eran ciertos, realmente había esclavos en Valeria; circulaban por las calles como mercancía corriente, en verdad existía el comercio de esclavos, ¡en su territorio! ¿Cómo era eso posible? Apartó de inmediato la mirada de la apenada joven que ahora se ponía en pie, esforzándose por permanecer de espaldas a ellos. “No es novedad”, se decía a sí misma, “no es la primera vez que alguien los ve, no es ningún secreto. Actúa normal o te ganarás unos buenos azotes como la última vez. Deprisa, antes de que el viejo vuelva”. Léane giró lo más rápido que el peso de sus cadenas le permitió, arqueta en manos, se acercó en silencio al mostrador con el ruido de las cadenas raspando el suelo persiguiéndola como el fantasma ausente de la libertad antaño perdida. Comenzó a acomodar las manzanas en la caja. -¿Cuándo?- preguntó en un hilo de voz apenas audible para Desmond. -Pronto.- Le aseguró Wanda. Mamá Otis asintió. -¿Cómo se encuentra ella? -Bien, en la medida de lo posible. Es joven e impetuosa.- Se apresuró a responder mamá Otis.
-Así son todos los jóvenes. ¿Quién es él?- Dijo, refiriéndose a Desmond. -Un invitado. Probablemente nos ayude con el plan. Léane lo examinó de los pies a la cabeza un tanto decepcionada: no le parecía alguien demasiado fuerte. -Debes resistir.- La instó Wanda. –Estamos haciendo todo lo posible, pero debes comprender que… -Un movimiento en falso podría echarlo todo a perder. Lo sé, lo sé. Es sólo que… Mamá Otis le indicó con un gesto brusco que se callara, Léane obedeció al acto y aguardaron a que un guardia acorazado pasara de largo. -Es sólo que no puedo esperar más.- Wanda frunció el ceño. –Estoy embarazada.- Susurró la joven con un tono más apesadumbrado que exaltado. Wanda y mamá Otis dieron un respingo. -¿Quién es el padre?- se arriesgó a preguntar Desmond, con su imprudencia habitual. La joven bajó la vista avergonzada y humillada. -No puede ser……murmuró Wanda, comprendiendo al instante la razón por la cual Léane callaba la respuesta. –Ese bastardo…- siseó con los dientes apretados. Desmond retrocedió asustado, era la primera vez que veía a Wanda tan enojada y temía que su carácter fuera tan explosivo como el de la rubia. Mamá Otis tomó una mano de Léane con suavidad entre las suyas, impidiéndole continuar con su labor. Las
apretó en un gesto de universal solidaridad y mirándola a los ojos le murmuró: -Haré todo cuanto esté en mi poder para ayudarte. Tu hijo nacerá libre, te lo prometo. Léane frunció los labios en un intento por reprimir una sonrisa de felicidad y agradecimiento, a la vez que las lágrimas inundaban sus ojos. Desmond no comprendía qué era lo que estaba sucediendo, y por primera vez le pareció una completa falta de respeto el preguntar de manera tan directa como había hecho momentos antes. Entonces tomó la que probablemente sería la decisión más sensata de toda su vida: mantener el pico cerrado. Mamá Otis liberó la mano de la joven y ésta se limpió el rostro con las manos, manchándose de tierra en el proceso. El adolescente hizo una mueca de asco al ver aquello, no podía comprender cómo era posible que a la rubia le gustaran tanto esas manzanas, pero si eso era lo que la hacía feliz, bastaría para sus propósitos. Léane le entregó la caja de madera repleta de manzanas a Desmond por mandato de mamá Otis, a pesar de su inconformidad, el muchacho aceptó cargar con la arqueta en el camino de regreso a la cabaña. Tras una efusiva y breve despedida, mamá Otis prometió visitar de manera más asidua a la joven para ayudarla.
Regresaron por el camino andado, en dirección a la parte trasera del mercado para descontento de Desmond. La carga comenzaba a molestarle, aún le dolían los brazos por el combate contra la princesa y, contrario a lo que había pensado cuando aceptó la caja a regañadientes, pesaba
demasiado para tratarse de simples manzanas, o al menos así lo creía. Al llegar a los arcos de la salida, ya se estaba peleando con la arqueta; sus brazos aún adoloridos a causa del humillante combate contra la princesa comenzaban a desentenderse de la tarea que suponía el sostener la caja en sus manos. Era más que visible el hecho de que no lograría llegar a la cabaña en una sola pieza: bien podría desmayarse antes de medio camino, o se le caerían los brazos, algo que no parecía del todo imposible en ese momento. Como fuera, se las arregló para cruzar el imponente arco, dando la espalda al bazar, sin volcar el contenido de la caja; pero a punto estuvo de fallar en su segunda o tercera misión del día al chocar contra Wanda y mamá Otis, quienes se habían quedado petrificadas a unos cuantos pasos de la salida del bazar. Desmond soltó un jadeo en cuanto chocó contra ellas, inmediatamente seguido de un gruñido poco cortés. Levantó la vista para averiguar qué las había detenido, no había escuchado ningún sonido que le pareciera particularmente alarmante, ya tenía suficiente con la preocupación que suponía el ser descubierto por alguien y ser atacado… ¿pero por qué habrían de atacarlo? Él era el príncipe heredero, hijo de su soberano, el rayo de luz que ilumina sus esperanzas de un mundo mejor. La idea de que lo atacaran era meramente infundada, un rastro de inútil debilidad, ¿era eso lo que su padre quería eliminar al echarlo del castillo con un caballo, tres bolsas de oro y una mochila de provisiones para que encontrara y asesinara a aquél que había intentado arrebatarle la vida? Si bien era cierto que ella había intentado matarle, lo único que había logrado había sido robarle el aliento. El joven posó su mirada en el mismo punto que las dos mujeres que tenía enfrente; lo que vio le encogió el
corazón a la vez que le causaba una repugnancia abismal: a algunos metros de distancia de ellos, se erigía una minúscula montaña de desperdicio vegetal de la que se desprendía el nauseabundo hedor de la verdura podrida y la fruta pasada a punto de fermentar, y al pie de ésta se encontraba, arrodillado, encorvado y famélico, un hombre de edad avanzada cuya barba rozaba al suelo debido a la postura en la que se encontraba, la escasa ropa que portaba apenas cubría las partes más púdicas de su cuerpo, dejando al descubierto sus esqueléticos miembros. Se encontraba ahí, sobre la pila de basura, escarbando en ésta como un animal hambriento, cual hombre al borde de la locura, un humano desahuciado que rehúye de la incansable muerte con todos los medios a su disposición aun cuando éstos sean los que probablemente adelanten su encuentro con el sueño eterno. Al contemplar aquella escena tan fascinante como grotesca, lo único que acudió a la mente del joven fue decadencia, decadencia en su estado puro. “Dulce y diáfana decadencia: tú que me sigues como único fiel compañero mortuorio, tú que has caminado con los hombres tanto o más de lo que has andado conmigo; permíteme el honor de tener mi hálito lo más apartado posible de ti. Deja que mi muerte sea lo contrario a tu existencia, y a cambio has de mi cuerpo exánime la mayor de tus obras; que en vida goce de lo que en muerte podrás llevarte, pero no vengas antes de eso, no me consumas ni apresures nuestro encuentro, que nuestra aproximación sea designio honroso de los dioses y no reproche de los excesos o carencia de ellos.”
Por primera vez desde que había leído aquellas palabras en un abandonado libro de aventuras antiguas, Desmond finalmente comprendía el significado exacto de éstas. Decadencia era nadie y alguien a la vez, era una especie de lastre, algo similar a una forma de vida indecorosa. Pero la culpa no era de quien la padecía, nadie escoge esa vida a no ser que esté loco, tampoco era de los dioses, ellos habían dejado de intervenir en el destino de
los hombres hacía siglos, si no era de nadie, ¿a quién culpaban los desdichados? El joven sintió la necesidad de desviar la vista, pero se forzó a seguir observando la escena que se presentaba ante él. Esa era su tierra y esa era su gente, el reino que iba a heredar y las personas a las que iba a gobernar… ¿Eran realmente esas personas a las que quería gobernar? ¿Tan ansioso estaba por portar la corona? Ahora ya no lo creía así. Antes pensaba que todo habitante de Valeria era feliz, en ese momento se percató de que en realidad no tenía la menor idea de cómo era la vida fuera de palacio. No importaba cuantos libros hubiese leído, cuantos informes recibido ni cuan experto se sintiera en la historia de su país, en verdad no sabía nada de él. Wanda se sacudió la estupefacción que la mantenía inmóvil y, como si acabara de despertarse de una extenuante pesadilla, se giró hacia Desmond, sacó un pañuelo blanco y gastado del hueco de su escote, tomó tres manzanas de la arqueta y las envolvió con éste. Miró un instante el pequeño paquete que tenía en sus manos y luego contempló la arqueta que Desmond sostenía. La joven frunció los labios y, tras pensárselo unos segundos, le extendió el envoltorio con brusquedad a la vez que le arrebataba el resto de las manzanas con una rudeza atípica en ella. El adolescente logró atrapar el envoltorio en el aire mientras soltaba la caja en el acto. La actitud de Wanda lo tenía desconcertado, ella era amable y dulce, la viva imagen de la bondad, no tenía necesidad alguna de portarse así con él sin importar el motivo (que él ciertamente desconocía y, por como pintaba la situación, estaba convencido de que no le apetecía saber). Mientras se erguía con el ligero envoltorio apretándolo contra su pecho para asegurarse por completo de que el contenido de éste no se saliera repentinamente, la observó caminar en dirección al desdichado hombre. Cuanto la admiró en el preciso instante en el que la vio dirigirse al desdichado caminando con paso seguro y sin titubear, él nunca se hubiera atrevido a acercarse siquiera, estaba
convencido que, de haberse encontrado solo en aquél lugar, habría dado media vuelta para evitar siquiera sus miradas se cruzaran. Su admiración hacia ella aumentó aún más cuando la vio arrodillarse ante el anciano lentamente, éste retrocedió asustado a la vez que alzaba sus huesudas manos en actitud defensiva; la joven sonrió apenada, tomó la primera manzana que cogió de la caja y con una sonrisa en los labios se la ofreció al anciano quien, incrédulo ate lo que veía, se quedó pasmado sin atrever a moverse; la doncella no desesperó y se acercó aún más al miserable para ofrecerle la manzana de nuevo, ésta vez el anciano no pudo contenerse y se la arrebató de las manos con febril ahínco. Aquello debió, como mínimo, sobresaltar a la joven, de ser así no lo demostró en lo absoluto, sino que se mantuvo calmado con una sonrisa impasible en los labios; demostrando la infinidad de su paciencia, aguardó a que el anciano terminara de devorar el fruto antes de alcanzarle la arqueta completa. El hombre no podía creerlo ¿tanta amabilidad en una joven?, ¿siquiera aún había rastros de bondad en el mundo, su mundo? Con los ojos desbordando lágrimas de agradecimiento que nunca fluirían a causa de la falta de agua necesaria para producirlas, el infortunado miró a la joven con toda la gratitud que pudo impregnarle a su gesto adusto antes de tomar la caja como pudo entre sus manos y salir corriendo en dirección al bosque circundante para repartir el contenido de ésta entre aquellos que eran sus compañeros en desdichas, tal y como Wanda esperaba. -Puede que seamos prostitutas y ladrones, pero aún tenemos corazón. Somos humanos, comprendemos los infortunios de la humanidad, lidiamos con ellos a diario; porque hemos padecido hambre, porque hemos sufrido, luchado, amado y perdido, deseamos cambiar, aunque sea un poco, el mundo que nos rodea. Tú, que lo has tenido todo ¿cuál es tu propósito en ésta vida?- le murmuró mamá Otis a Desmond mientras aguardaban a que Wanda volviera a su lado. El joven se revolvió inquieto. Era verdad, había sido acogido por un grupo de ladrones y prostitutas, ya se lo había explicado Rosiel en alguna de las conversaciones que tuvieron
lugar durante su recuperación, entonces como en ese momento, el adolescente sintió un enorme alivio al tratarse de ladrones en lugar de asesinos profesionales como había pensado en un principio, a pesar de que abría más interrogantes de las que contestaba: ¿cómo había logrado infiltrarse un grupo de ladrones de poca monta en palacio?, ¿quiénes eran realmente?... esperaba con ansias el día en el que conocería la respuesta a esas y otras preguntas, tal como Rosiel se lo había prometido; pero por lo visto, era algo que solía prometer a medio mundo y cumplir a ninguno. Aquello era mera dispersión mental, había entrado en el laberinto de sus pensamientos y había escogido el camino más largo a propósito. Mamá Otis le había preguntado lo que él ya se había planteado y entonces, como siempre, deseaba que la respuesta fuera distinta de la última vez que se lo preguntara a sí mismo, pero no fue así, de nuevo la respuesta fue desalentadora: aún no encontraba algo por qué vivir, mucho menos algo por qué morir. El verdadero desdichado en ese lugar, en verdad era él. Alma vacía sin nada que creer, nada que esperar, nada que desear; aferrándose impulsivamente a su título como si éste fuera lo único que tuviera en vida… Comprendió con tristeza que su existencia estaba vacía, que el mundo no cambiaría con su vida o con su muerte; pero lo más triste es que aceptó aquello como si fuese inevitable, olvidándose por completo de que los dioses ya no dictaban el destino de los hombres como tiempo atrás. De momento, no permitió que aquello lo afectara del todo, fue una simple certeza, menor a un sentimiento, que guardó en los anaqueles más recónditos de su ser a la espera del momento más indicado (si es que realmente hay un momento indicado para dar rienda suelta a las crisis existenciales) para emerger poderosa e implacable. El muchacho se tragó su inseguridad y apretó con fuerza el envoltorio contra su pecho antes de emprender la marcha de regreso, encabezando en ésta ocasión la minúscula comitiva.
-¿Pero qué es lo que le has dicho?- le preguntó Wanda una vez que alcanzó a mamá Otis. Ella sonrió. -Probablemente, lo que necesitaba escuchar.
El camino de regreso fue más corto que el de ida, esto se debió en gran parte a la velocidad que Desmond impregnó en su andar, obligando a las dos mujeres a apresurarse también; gesto del todo injusto puesto que él sólo cargaba un ligero envoltorio de tres manzanas mientras ellas llevaban sendas bolsas de tela casi repletas. En ningún momento ofreció llevar sus cargas, estaba demasiado concentrado en lo que se proponía hacer como para pensar en nada más. El trinar de los pájaros ya no lo atraía, el dolor en sus brazos había cedido a su caprichoso ensimismamiento así como el resto de su agotado cuerpo. Después de acompañar a Wanda y mamá Otis a la cabaña y ayudarles en lo que le pidieran, tenía planeado internarse en el bosque para buscar a Rosiel a lo largo y ancho del río el tiempo que fuera necesario para encontrarlo. Todo iba según lo planeado, pero cuando se ofreció a ayudarle a mamá Otis y a Wanda, éstas lo rechazaron gentilmente ya que temían que su torpeza las retrasara más de lo que podrían avanzar con él; al ver que no era requerido en una tarea que él consideraba demasiado sencilla, para recuperar el ánimo, se dirigió al bosque con un par de manzanas envueltas en el pañuelo ya que había apartado una para él, sólo para probarlas y cerciorarse de que fueran dignos tributos de paz. Tenía planeada una heroica excursión río arriba, montar las aguas en busca de Rosiel, rescatarlo de los remansos que lo tuviesen prisionero y ayudarle a secarse con los vientos del norte; pero todos sus sueños de gran salvador se vinieron abajo en cuanto encontró al joven sentado a la orilla del río, con los pies sumergidos en la corriente y la mirada, cargada de una infinita tristeza, perdida en el infinito flujo del agua. Le apenó encontrarlo en ese estado, tan desecho y frágil como había visto a
la princesa antes de su dramática partida; en verdad estaba decepcionado: esperaba una gran excursión y ni siquiera había logrado caminar un buen tramo, pero el saber que Rosiel estaba sufriendo tanto como la princesa le ayudó a continuar avanzando hacia él con la cautela de un fantasma. Rosiel no se dio cuenta de su presencia hasta que se encontró a unos cuantos pasos de distancia de él, sólo entonces levantó la vista con la mirada desenfocada a causa del torrente de pensamientos que inundaban su mente en ese momento. Desmond le lanzó el envoltorio que llevaba consigo sin molestarse en advertirle lo que se traía entre manos, por fortuna los reflejos de Rosiel aún funcionaban correctamente y logró atraparlo a media trayectoria del aire al agua. Lo tomó entre sus manos y, dándole la espalda a Desmond, deshizo el nudo del pañuelo y miró con sorpresa el par de manzanas que éste envolvía. -Ve a hacer las paces con ella. ¿No fuiste tú quién me dijo que una mujer furiosa es más peligrosa que cualquier bestia?, pues bien, yo puedo asegurarte que una mujer herida es mucho peor. No hay palabras para describir el asombro con el que Rosiel miró a Desmond; en verdad lo había subestimado: podía ser el muchacho más desesperante y cabeza dura, pero cuando se lo proponía, podía llegar a ser bastante sagaz. Rosiel se puso en pie rápidamente con el envoltorio entre sus manos. -Espera aquí. Te compensaré por todo, tú sólo aguarda.Le dijo rápidamente al adolescente antes de echar a correr en dirección al bosque, con los pies descalzos y el paquete bien sujeto.
¿Cuánto tiempo esperó?, ¿un par de horas? Probablemente más, mucho más. En verdad no le importó. Le satisfacía sobremanera el saber que esos dos estaban haciendo las paces y, hasta donde podía recordar, no estaban armados así que podía contemplar tranquilo el avance del sol y permitirse el lujo
de morir lentamente de aburrimiento apático. Pero a pesar de lo terrible que puede sonar esto, él lo disfrutaba, lo gozaba inmensamente: aquél momento de ociosidad permitida le sabía a gloria debido a que pocas veces –si no es que nunca- podía darse el lujo que supone la ociosidad para alguien cuya vida entera está planeada y, de la cual, todos esperan grandes logros y notables hazañas… Más que una expedición para dar muerte a quienes habían atentado contra su vida, parecían unas efímeras vacaciones. Rosiel no llegó hasta que la puesta do sol comenzaba su rutinario adiós. Encontró a Desmond tendido sobre la hierba, dormido con la cabeza apoyada sobre sus manos entrelazadas detrás de la nuca. Reflejaba una serenidad envidiable, ciertamente la ignorancia era felicidad, el saber demasiado siempre ha sido una maldición para los sensibles y blandos de corazón, ni hablar de los bondadosos por naturaleza. No importaba cuantas veces luchara contra el deseo de ayudar a los demás, siempre terminaba cediendo ante ellos; ese adolescente, acostado sobre la hierba, era la prueba viviente: él no quería salvarlo, lo despreciaba antes de haberlo salvado, y ahora... Se acercó sin hacer ruido hacia él y se sentó a su lado. Tomó una piedra que encontró oculta entre el follaje, la colocó lo más alto que su mano le permitió de la cabeza del adolescente, y la soltó delicadamente antes de apresurarse a adoptar una postura tan relajada como casual antes de que el proyectil impactara contra la frente del adormecido muchacho, quién despertó en el acto y abrió los ojos de golpe al tiempo que se incorporaba sobresaltado. Rosiel reprimió una sonrisa frunciendo los labios, había salido mejor de lo planeado, aunque un grito no habría estado de más. Aguardó a que el adolescente terminara de desperezarse y buscar la causa de su sobresalto para hacerle constar su presencia. -Buenos días, majestad.- murmuró con su eterna alegría habitual. -Alteza.- Lo corrigió automáticamente Desmond.
-Rosiel está bien, no pertenezco a la nobleza. Desmond se giró para mirarlo con el ceño fruncido, estaba a punto de desmentir aquello según la historia que le había contado mamá Otis, pero un asunto de importancia mayor le vino de golpe a la mente, por lo que se apresuró a preguntar lo que en verdad le importaba. -¿Qué tal ha ido? Por lo alegre que te ves, parece que todo ha salido de maravilla. Rosiel desvió la mirada y rio entre dientes. -La verdad es que ha sido fatal.- Contestó sin atreverse a mirar a los ojos al muchacho. -¿Pero cómo es eso posible? Rosiel se encogió de hombros. -Ya sabes lo explosiva que puede llegar a ser. Hoy, todo lo que pudo haber salido mal, salió terrible. -Lamento mucho escuchar eso. Rosiel volvió a encogerse de hombros. -No importa, hay días así, en los que no puedes hacer otra cosa más que esperar de brazos cruzados a que la tormenta amaine. -Nunca creí que, de entre todas las personas, fueras tú el que me diría algo como eso. Esperaba algo al estilo “no te rindas, debes pelear y dar lo mejor de ti en todo momento por lograr lo que anhelas”… -¿En qué momento he dicho que me he dado por vencido?- lo interrumpió Rosiel-. Aunque debo admitir que el pelear incesantemente a veces cansa. Desmond rio entre dientes antes de masajearse las sienes con las puntas del dedo pulgar e índice. -¿Qué ha pasado?
-Nada, eso es lo que ha pasado: no me ha condenado, pero tampoco perdonado. A veces es así; cuando algo que hice le molesta, suele castigarme con la incertidumbre. Es la mejor tortura que puede emplear contra mí, su eficacia es tal que con una sola mirada le basta para sembrar la duda en mi alma, y ni qué decir de las acciones… -Estás demasiado poético el día de hoy.- murmuró Desmond, aun masajeándose las sienes. -El dolor nos vuelve poetas, el truco es saber expresarse. -Creí que el amor nos volvía poetas. -El amor es apesadumbrado Rosiel.
dolor
en
su
mayoría.-
Contestó
Desmond lo miró con los ojos entrecerrados. -Estás más loco de lo que pensé. -La locura no es más que la sustantividad a la cual recurrimos cuando la realidad nos parece insoportable.- Le contestó Rosiel. -Tú realmente no tienes remedio. -Puede que tengas razón.- Suspiró Rosiel-; prometí compensarte sin condicionar el éxito de la empresa, lo cual fue algo completamente estúpido de mi parte tomando en cuenta la inevitable volatilidad del carácter de… ella, pero a la vez debo admitir que fue un gesto demasiado amable de mi parte ya que, de haber condicionado la recompensa no habrías obtenido nada y en verdad te mereces algo: no esperaba que fueras capaz de mostrar bondad y comprensión hacia alguien más que no fuera a ti mismo… -¿Me consideras egoísta?- lo interrumpió Desmond. -No exactamente, te considero un hedonista ensimismado, no más.
Desmond asintió confundido: no conocía el significado exacto de aquellas palabras, pero se contuvo de preguntar por miedo a quedar como un tonto frente a Rosiel. -Continúa, por favor.- Le pidió con una sonrisa de disculpa. -Me temo que me es imposible. He olvidado por completo lo que estaba diciendo. -La recompensa a mis bondades.- Intentó recordarle Desmond. -O más bien la completa carencia de éstas.- Murmuró Rosiel. -¿Qué has dicho? -Absolutamente nada. No me prestes demasiada atención, estoy resentido con el mundo. Ven, mejor demos un paseo por el río antes de que el sedentarismo socave la poca buena voluntad que me queda. -Como desees.- Cedió Desmond. Ambos se pusieron de pie y comenzaron a caminar río abajo, con la cara al sol y la calidez crepuscular como manto tardío. Permanecieron en silencio durante un buen tramo, hasta que llegaron a un trecho de río donde se encontraba un árbol caído con la copa sumergida entre las aguas, desprovisto completamente de hojas que cubrieran su vetusta y cansina desnudez, algunas ramas resquebrajadas se pegaban de manera obstinada al tronco que en algún momento las sostuvo, negándose a apartarse de su lado, la corteza que en algún momento debió ser frondosa griseaba ya en algunas partes y en otras más se encontraba cubierta de musgo invasor. Lejos de ser una escena impregnada de la belleza de la que de verdad disponía, a Desmond se le antojó infinitamente triste; quizá se debiera en gran medida al semblante lúgubre de Rosiel, lo único cierto en ese momento era el sentimiento de incomodidad similar al que se apoderaba de él cada vez que entraba al cementerio para dejar flores en la tumba de su madre.
Rosiel se abrió paso hacia el río, en dirección al árbol, con una calma reverencial, como si al andar formulara una plegaria silenciosa en una mente inquieta. Se detuvo en el borde y aguardó a que Desmond lo alcanzara. -¿Qué tanto confías en Wanda, Desmond?- Le preguntó Rosiel con aire distraído y la mirada fija en la corriente del agua. -Mucho, debo admitir. Pero es casi imposible no confiar en ella, es tan agradable y dulce que uno simplemente no puede reprimir las ganas de abrirle su corazón… -Y que lo despedace a s gusto, como usualmente suelen hacer todas las mujeres. Aunque aún no confías en ella lo suficiente como para decirle quién eres en verdad.- Desmond se revolvió incómodo a su lado. Una parte de él se sorprendía por escuchar a Rosiel expresarse de semejante manera sobre las mujeres cuando, en más de una ocasión, le había dejado en claro su fascinación y ciego aprecio hacia ellas; era justificable el que hablara así de la princesa debido a los recientes acontecimientos, pero de Wanda nunca y mucho menos generalizar de forma tan indiscriminada. La otra parte de su ser moría de ganas por soltarle un puñetazo y obligarlo a abandonar aquella ridícula conmiseración que ya comenzaba a hartarle; de no tener presente que Rosiel lo había visto a él en ese mismo estado inconsolable, habría dado media vuelta en dirección a la cabaña y lo hubiese abandonado a su suerte en el bosque sin otra compañía más que su depresión, por fortuna la amistad lo retenía ahí. -Tienes razón, aún no confío en ella lo suficiente como para decirle quién soy en realidad.- Admitió el adolescente. -¿Qué hay de Hope y Faith?, ¿confías en ellos? -Aún no los he tratado lo suficiente como para dar un veredicto fiable. Rosiel asintió. -¿Qué hay de la princesa?
Desmond dudó un momento antes de contestar. -Sabe quién soy en verdad. -¿Pero confías en ella?- Desmond desvió la vista.- ¿Qué hay de mí, confías en mí? El adolescente lo miró sorprendido. -Por supuesto que sí, eres el único al que le confiaría mi vida. Rosiel rio entre dientes. -No seas ingenuo. ¿Qué hay de mamá Otis?, ¿confías en ella? Tengo entendido que ya te ha contado sobre su vida. A Desmond se le hizo un nudo en la garganta; el nombre de Marianne acudió inexcusable a su mente, ineludible, como preludio de un dolor inevitable. -Así es.- Contestó. Rosiel rio entre dientes. -Que ese amor maternal no te engañe: las mujeres son tanto o más perversas que los hombres, nunca menos- La confusión de Desmond aumentó conforme Rosiel continuaba hablando: -De seguro te habló de lo terrible que ha sido su vida, pero puedo asegurarte que ha mentido, o al menos te ha ocultado información que es prácticamente lo mismo, pero no puedes culparla porque tú también lo has hecho; de igual manera yo no puedo reprochártelo ya que tampoco te he contado todo lo que deberías saber… «Pero dejando de lado toda la jerga filosófica que no estás
acostumbrado a emplear, mi recompensa será el revelarte aquello que mamá Otis tanto se empeñó en ocultarte.» -No creo que eso sea correcto. Si ella decidió escondérmelo, ella misma debería ser quien decida cuando revelármelo. ¿Por qué no me cuentas lo que tú ocultas?
-Porque la razón de que yo te esconda información está justificada, y la de ella no. Yo tengo mis motivos, verdaderos motivos, para hacerlo; ella sólo lo hace para que no la desprecies por lo que hizo. Desmond no pudo evitar preguntarse qué cosas eran lo suficientemente terribles como para que mamá Otis decidiera no hablarle de ello, ¿tan débil de juicio lo consideraba? Por su parte, Rosiel interpretó el silencio del adolescente como muestra inequívoca de su expectación y, sin esperar indicación alguna para continuar, comenzó a hablar, dando tienda suelta a las palabras crueles y mordaces que Desmond, más adelante, se arrepintió de haber escuchado. -Comencemos por el inicio, ¿te parece? «Mamá Otis no es ni de cerca la mujer bondadosa y sencilla que crees. Sí, nació y creció en las calles de la capital, sus padres habían sido sirvientes de una familia noble que de un día a otro los arrojaron a la calle con algunas monedas de oro como irónica recompensa por sus años de fiel servicio. Se vio obligada a mendigar por las calles con sus padres hasta que murieron por la enfermedad del sueño frío3 en invierno. Ella también contrajo la enfermedad y mi madre la encontró apostada contra las paredes de un callejón de mala muerte, a punto de desfallecer a causa del sueño frío, la cubrió con su propio abrigo y la ayudó a incorporarse para llevarla al burdel en dónde trabajaba. «En ese tiempo mi madre se había ganado el favor y la confianza de un caballero recién nombrado en título que estaba ganando más oro del que podía gastar; la verdad es que mi madre estaba ansiosa por dejar su vida atrás, incluso me atrevería a decir que se encontraba en una situación desesperada puesto que tramó un ardid junto con el hombre en turno para intercambiar a Celia por ella en el burdel. Desde luego, mi madre no contaba con que el desgraciado la traicionara y, en lugar de negociar la su libertad por la de mamá Otis, decidiera quedarse 3 N. de la A: El sueño frío es una enfermedad que aletarga lentamente los miembros del cuerpo del afectado hasta que su corazón deja de latir. Se llama así debido a que se adquiere a causa del frío en extremo gélido de invierno.
con el dinero y desembarazarse de la prostituta que ya comenzaba a cansarle. «Te pido que no le cuentes nada de esto a mamá Otis, ella no está enterada del asunto, yo mismo lo supe de boca de algunas compañeras de mi madre; aunque ciertamente no sé cuánto de esto sea verdad ya que tengo entendido que quienes me lo dijeron la aborrecían por completo, pero de igual manera odiaría que la imagen que tiene Celia de mi madre se hiciera añicos.» -Sin embargo parece no importarte el destruir la mía. -Desde luego, pero no la estoy destruyendo, mi intención es corregirla y fortalecerla. Después de todo, alguien debe saber la verdad, ¿y quién mejor que su majestad para dicha empresa? -Alteza.- Corrigió Desmond. -Me da igual. –Le espetó Rosiel.- Como sea, no se lo cuentes a mamá Otis. «En cuanto el capataz se hizo con Celia, mi madre movió cielo y tierra para ser su compañera de habitación… no quiero ni pensar lo que esa expresión quiere decir en el desdichado mundo de las esclavas al placer carnal, lo más probable es que haya tenido que doblegarse ante los más bajos deseos del animal que se hacía pasar por empleador… y se le encargó que la instruyera en las artes amatorias para ponerla en circulación cuanto antes.» -¿A qué te refieres con eso?- le preguntó Desmond. Rosiel lo miró con reproche. El adolescente comprendió en el acto a qué se refería. -En fin.- Prosiguió Rosiel. «Mi madre continuó al lado de Celia, pero como ella misma ya te lo ha contado, mi madre era bastante descuidada e impetuosa, ciertamente mamá Otis es dos o tres años menor de lo que mi madre sería si viviera, pero al final fue Celia quien terminó cuidando de mi madre. Un giro bastante irónico si te
pones a pensar que intentó venderla para escapar de la vida que más adelante terminaron compartiendo. «Pasaron los meses, las estaciones volaron, y esas dos comenzaron a llevarse realmente bien hasta el punto de volverse inseparables, resultado lógico y esperado cuando se es compañero de desgracias. Pero cierto día, un vizconde de poca monta tan pobre como cualquier otra persona que hubiese frecuentado el burdel, atrajo la atención de mi madre; como bien sabes aquello supuso el principio del fin, la cuenta regresiva de los días de mi madre comenzaron desde el momento en el que entabló conversación con ese desconocido, el resto fue inevitable. «Anteriormente, mi madre ya se había cruzado con hombres de noble cuna con más dinero del que jamás podría ofrecerle el vizconde; pero hubo algo en el él, algo que no vio en los otros y que indudablemente la hizo sucumbir ante las promesas de ese hombre. «Dudo que aquella relación se hubiese suscitado de inmediato, cualquiera sabe que el amor inmediato no existe, y si existe es tan fugaz que las estrellas piden deseos al pasar. Tengo la certeza de que todo surgió a raíz de una conversación, conversación de la cual desconozco por completo el contenido, no importa cuánto pregunte e investigue, me es imposible conocer la naturaleza de ésta salvo que le pregunte directamente a mi padre; porque debes de saber que, en realidad, mi padre sigue con vida, conozco su nombre y el lugar donde vive. «Mamá Otis está convencida de que mi padre no era más que un noble aburrido que decidió entretenerse jugando con los sentimientos de la prostituta en turno, pero yo tengo una idea completamente diferente: Celia conservó las cartas que el vizconde le enviaba a mi madre y me las entregó a su debido momento, cuando consideró que era apropiado que conociera toda la historia; desde luego, ella no las había leído, no quería saber nada del hombre que le arrebató a la persona más preciada en el mundo para ella, pero yo sí, las he leído todas, una y otra vez hasta el cansancio hasta el punto de memorizarlas y puedo asegurarte que, de entre todas las riquezas que mi padre podría ofrecerme hoy en día, aquellas cartas son lo más valioso que
jamás podría recibir porque en ellas reside la certeza de que mis padres se amaron, por breve que fuera la vida de ese amor, tengo el consuelo de saber que fui engendrado en medio de la esperanza y que no soy sólo un bastardo más. «Sin embargo, concuerdo con el pensamiento de mamá Otis referente a lo ingenua que fue mi madre al creer que el vizconde sería el caballero que la sacaría de la vida que tanto odiaba. Debió verlo venir. «Mi padre no dejó de frecuentar el burdel a causa del desinterés que le adjudica Celia, lo que realmente ocurrió es más sencillo de comprender: su padre, mi abuelo, vio la oportunidad de casarlo con una mujer de buena familia que lograría salvar a la suya del olvido y la pobreza que trae consigo, pero sus visitas a mi madre resultaban un gran obstáculo para su propósito, así que le prohibieron asistir de nuevo al burdel. Cuando la oportunidad se presentaba, escapaba furtivamente, ya fuera a mediodía o a medianoche, la hora no parecí importarle y podría apostar qua mi madre tampoco. Como era de esperase, su padre se puso más estricto y el escapar se convirtió en una completa imposibilidad por lo que se vio obligado a mantener el contacto por carta, e incluso éstas lograron ser interceptadas por mi abuelo en algunas ocasiones, claro que se enfureció pero imagina cuán colérico se hubiera puesto de haberse enterado que mi madre estaba embarazada, ten por seguro que se habría aparecido en el burdel y me habría arrancado del vientre de mi madre sin miramiento alguno, todo lo necesario para asegurar el porvenir de su hijo aun cuando lo destruyera en el camino. Y mi madre lo sabía, no era ninguna tonta; era ambiciosa, calculadora, ingenua y buena de corazón, pero nunca tonta. Por esa razón nunca le explicó su condición a mi padre, decisión que probablemente la atormentó el resto de su vida. «En su última carta, mi padre se despidió de ella, confesándole la razón por la que no podía verla y por qué no podría estar con ella nunca más. Hasta entonces mi madre desconocía casi por completo la causa de su frialdad, pero lo intuía, y la confirmación de sus sospechas fue la firma de su sentencia de muerte.
«Aunque he aquí donde la historia se vuelve peculiarmente curiosa. No puedo considerarme el primogénito de ambos en el sentido estricto de la palabra pues mi madre se había embarazado con anterioridad en tres ocasiones, espero que el término filicidio te sea conocido porque en eso terminaron todos y cada uno de ellos desde su vientre apenas lo confirmaba. Mamá Otis no quería facilitarme el cómo terminaba con esos embarazos, pero he visto que algunas formas efectivas de hacerlo es bebiendo un brebaje de hierbas pastosas que, si no lo vomitaban, resultaba bastante efectivo; otra forma, más arriesgada y por la cual mi madre parecía tener cierta predilección por encima de las otras, es llamada entre las conocedoras de ésta práctica como “salto de fe” que consiste en sentarse sobre una superficie dura y dar pequeños saltos sobre ésta hasta inducir el sangrado. «Te estarás preguntando por qué te cuento esto, la respuesta es sencilla: mi madre parecía no estar interesada en tener hijos, de lo contrario los habría tenido sin ningún problema, ¿para protegerlos del capataz? ¿Entonces por qué me permitió vivir?, ¿para quedarse con lo único que mi padre le dejó? ¿Por qué se suicidó pocos días después de que naciera? «Veo que te sobresaltas, aquello te ha tomado enteramente por sorpresa. Así es, mi madre no murió a causa de una enfermedad, me alegra decir que era demasiado fuerte como para tener una muerte tan común, pero no puedo decir lo mismo de su condición mental. Siete días después de que naciera, de que me nombrara y me cargara por primera vez, se lanzó al río conmigo en brazos; claramente su propósito era acabar con la vida de ambos, quizá no soportó la idea de vivir y dejar atrás al niño fruto de posibles desgracias venideras, así que se arrojó al río, ahí donde antes deshojaba las rosas que mi padre le enviaba, ahí, al único lugar en el que seguramente encontraría la frenética calma que tanto necesitaba después de aquella vida. «Sigo vivo y estoy de pie junto a ti gracias a que Celia se percató a tiempo de nuestra ausencia y fue corriendo de manera inmediata al río. Supongo que no era la primera vez que ocurría algo así; cada vez que pienso en ello, siempre me parece inusual
el que Celia conociera el lugar en el que podría encontrar a mi madre, sólo que en aquella ocasión ya era demasiado tarde… «El cuerpo de mi madre yacía pálido e inerte sobre las aguas del río. Sólo imagínalo, en ese mismo punto en el que el agua choca contra el tronco del árbol caído, ahí mismo fue donde hace diecinueve años la corriente arrastró a mi madre hasta que su cuerpo quedó atascado entre las ramas del árbol; apuesto a que ella misma se lanzó al río a la altura del burdel y en el trayecto hasta aquí las aguas se encargaron de hundir su vida sin lograr que su belleza sucumbiera, por lo que me han dicho. «Atrapada entre las ramas aún provistas de hojas, se encontraba mi madre conmigo en sus brazos, y apenas mamá Otis me rescató de las aguas, el cuerpo de mi madre continuó su marcha fúnebre a través de la corriente hasta desembocar, con algo de suerte, al mar a dónde siempre había pertenecido…» -No lo entiendo ¿Por qué me cuentas todo esto?- Le preguntó el adolescente, con la mirada perdida en el punto que Rosiel señalaba y la mano apoyada en el tronco del árbol más cercano a su posición. -Te he dicho esto para que no confíes tan fácilmente en lo que te dicen, Desmond, no seas tan ingenuo. Si bien es cierto que eres un príncipe, careces del sentido común y la prudencia que deberías tener. La gente miente a tu alrededor, te llenan la cabeza de falsas alabanzas que crees. Eres demasiado confiado, tu ingenuidad le traerá la muerte a las personas que más quieres y… -Calla. –Le ordenó- ¿Qué puedes tú saber? Un dios no puede compararse con un mortal. -Pero los dioses siempre tienen presente que su existencia depende de los mortales. -Le respondió Rosiel con tono mordaz.Sé que tu origen no es humilde, pero debes comportarte como así lo fuera, en éste mundo las apariencias importan. Si los mortales no pueden compararse con los dioses, te aseguro que pueden juzgarlos.
Desmond se quedó paralizado. ¿Qué le sucedía a Rosiel? ¿Por qué esa repentina hostilidad? -Y eres un pésimo espadachín. Dudo mucho que te des a respetar en la corte de esa manera, a partir de mañana te entrenaré personalmente. Esperemos que aprendas algo más que sólo el manejo de la espada, un poco de respeto y astucia te vendrían bien.-Agregó Rosiel, con voz más mesurada. Desmond lo ignoró por completo. Estaba molesto con él: lo había insultado de una forma en la que él parecía ser el culpable de su descontento y el saber que nunca sería capaz de devolverle el golpe sólo aumentaba su irritación. Apretó los puños y fulminó a Rosiel con la mirada, estuvo a punto de exigirle que lo tratara como se merecía por su título, que dejara de tomarlo por un niño cuando ya casi era un hombre, pero la expresión de su rostro lo dejó mudo de asombro. Estaba triste, infinitamente triste, era una melancolía y una añoranza que, estaba seguro, jamás sería capaz de comprender del todo y, una vez más, Rosiel se salió con la suya. -¿Podrías decirme quién eres en verdad?- le preguntó Desmond con los rastros que quedaban de la molestia pasada. Rosiel rio entre dientes. -Sé bueno, sé amable y éste mundo te devorará; sé terrible, sé cruel y el mundo te odiará. El secreto está en saber en qué momento y en qué lugar habrás de comportarte, ya sea de forma bondadosa o cruel. -¿Para ti todo es una actuación? -Me agrada más el pensar que la vida es un castillo en el que poseo una habitación con cientos de máscaras para cada ocasión. -Me estoy cansando de tus acertijos y frases evasivas. -Entonces te estás cansando de la vida: la vida es el acertijo más grande, y todos le damos respuestas, frases, evasivas.
Desmond hubiera contestado algo más de no haber sido por el tono lúgubre con el que respondió Rosiel, o por un movimiento que llamó su atención y que logró percibir a través de su mirada periférica. Dirigió la mirada hacia el punto de su interés, en un principio no logró ver nada fuera de lo común pero tras examinar la escena de forma más minuciosa logró vislumbrar una sombra lejana. La mano que tenía apoyada sobre el árbol se deslizó a su costado mientras daba media vuelta para seguir la corriente del río para averiguar qué era aquello. Rosiel lo siguió con la mirada, el ceño fruncido y la boca entreabierta a punto de preguntarle qué ocurría cuando él mismo se percató del movimiento de una sombra. -Desmond…- lo llamó, pero él no lo escuchó. Comenzó a seguirlo, sin perder de vista la sombra. -Rosiel, ¿hay historias de fantasmas en éstos bosques?preguntó Desmond entre susurros en cuanto el joven lo alcanzó. El aludido lo miró sorprendido un momento antes de desviar la mirada y contestar: -Ninguna que quieras escuchar. Desmond asintió. Conforme se acercaban a la sombra se percataron, con cierto alivio, de que se trataba de un hombre (o al menos de un humano) encapuchado que caminaba a trompicones río arriba, en dirección hacia ellos. A Desmond pudo haberle pasado por alto, pero Rosiel se percató a la distancia de lo sucias y roídas que se encontraban las ropas del viajero. En cuanto estuvieron lo suficientemente cerca como para percibir el hedor, Rosiel se llevó instintivamente la mano al cinto y apretó los puños al recordar de golpe que no la llevaba consigo. -Detrás de mí.- Le ordenó a Desmond. -Pero…-Comenzó a protestar.
-Si algo le sucede al príncipe heredero al trono de Valeria… -Siempre tarde.- Lo interrumpió Desmond. Rosiel suspiró antes de adelantarse a zancadas para interponerse entre el peregrino y el adolescente, luego de lo cual continuaron avanzando en silencio. Todos se detuvieron cuando Rosiel y el peregrino se encontraron a pocos pasos de distancia. El joven se puso tenso, el desconocido se mecía ligeramente hacia adelante y hacia atrás a punto de perder el equilibrio. El peregrino pareció mirarlos con desdén desde la segura protección de la sombra de su capucha que se alzaba sobre su rostro. Rosiel apretó los dientes mientras el desconocido se descubría el rostro con rapidez; el joven se preparó para el ataque. -Eh… ¿quién es el niño?- pronunció el desconocido a modo de saludo. Parecía costarle trabajo el respirar y mantenerse en pie. Rosiel reconoció los cabellos castaños por debajo de la suciedad, la tez café claro cubierta de sudor, la descuidada barba y los ojos grises que tantas veces lo había visto con una sabia paciencia. El hombre adivinó los pensamientos de Rosiel gracias a su expresión y dio un paso hacia adelante, pero en ese momento sus fuerzas llegaron al límite y perdió el conocimiento, cayendo estrepitosamente de bruces a los pies de Rosiel. Desmond corrió hacia ellos. -Por los dioses, ¿qué le hiciste?- le preguntó tan asombrado que pareció preocupado. -Nada.- Contestó Rosiel, algo molesto, mientras se arrodillaba para darle la vuelta. Contempló al hombre con los ojos entrecerrados. -¿Lo conoces? –Le preguntó Desmond. Rosiel asintió.¿Quién es?
-Morteemer.- Susurr贸 Rosiel.
Un hombre, ambicioso como muchos pero perseverante y paciente como pocos se ha hecho con el trono de Valeria. La familia real ha sido asesinada en su totalidad y no queda ningún heredero que pueda hacerle frente al usurpador, o al menos así lo cree... Once años después, el reino de Valeria se resquebraja lentamente: las personas mueren de hambre y enfermedad, pero el actual rey no muestra interés alguno en la condición de sus súbditos a la par que su obsesión con