HAIKÚS DEL TRÓPICO

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Alexis Díaz-Pimienta HAIKÚS DEL TRÓPICO

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Para mis amigos テ]gel Gテウmez y Chiho Onosuka, los marqueses de Tokio; los samurais de La Mota

A Satoko Tamura, ToriKo Takarabe y Rioko Shindo, grandes poetisas que llenaron La Habana de luces orientales

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HAIKÚS DEL TRÓPICO

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Introducción

No recuerdo exactamente a qué edad, pero era yo muy joven cuando descubrí la poesía japonesa, y, como casi todos los escritores de mi generación, quedé tempranamente fascinado por ella. Era la época del descubrimiento del teatro del No, de la obra de Mishima –incluido su último poema vital: el harakiri– y, sobre todo, de los poemas de Bashò (o de la infinitas imitaciones de poemas de Basho que intentaban los poetas japoneses, europeos y latinoamericanos). Por supuesto, en esa época también yo escribí mis primeros haikús (o haikus o haikays, como queramos llamarlos), y también los míos eran haikús (o haikus o haikays) “libres”, adoptados y adaptados a nuestra lengua desde una relectura contemporánea de la poeticidad oriental. Seguíamos entonces una “novedad” impuesta por los ismos, o por los ismos de los ismos, esta vez desde Cuba, es decir, desde un lugar tan lejano y a la vez tan próximo a la poética embrionaria del haikú como puede serlo la capital de la equívoca Cipango. Pues bien, de esa “mi época primaria” en la aventura haikuista, sobrevivieron un puñado de poemas escritos en una libreta escolar (no más de ocho), y fue este el germen, la semilla de Haikús del trópico, pero no porque los años me hayan dado la oportunidad de continuar aquel juego de la

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adolescencia, sino, como casi siempre ocurre, por una mezcla explosiva de azar y curiosidad. Quiso el azar que en el año 2002 coincidiéramos como jurados del Premio Literario Casa de las Américas –yo en el género novela, ella en ensayo–, la hispanista japonesa Satoko Tamura (traductora y estudiosa, entre otras cosas, de la obra de Gabriela Mistral) y yo. Quiso la curiosidad que habláramos Satoko y yo durante largo rato de poesía improvisada en nuestros respectivos países y que así, de forma coloquial y distendida, ella supiera sobre la existencia del repentismo cubano y yo descubriera la tradición viva de las renga haikús, unas rondas de improvisación escrita que siguen haciéndose de forma tradicional en algunas regiones de la tierra nipona. Atando cabos y equilibrando coincidencias, nos entusiasmó la idea, que todavía hoy suena algo descabellada, de organizar un primer encuentro bilateral de poesía improvisada Cuba-Japón. Y así se hizo. Para este encuentro (posible gracias a la gestión y el empeño de Jorge Timothy a través de la Agencia Literaria Latinoamericana que entonces dirigía, y con el apoyo de la Embajada de Japón en Cuba) viajaron a La Habana la mismísima Satoko Tamura, además de Toriko Takarabe y Rioko Shindo, otras dos afamadas poetas y haikuistas japonesas. Entonces, durante dos o tres intensísimas jornadas, encerrados en una pequeña –y vacía– habitación del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, las tres poetisas japonesas midieron fraternal y lúdicamente su capacidad de improvisar haikús con mis colegas David Mitrani e Idel Valázquez, y conmigo, por supuesto. Fue todo muy curioso,

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la verdad, porque a la hora de escoger quiénes me acompañarían en aquella aventura literario-repentística me decanté por dos escritores-poetas (conocedores de la improvisación), y no por dos improvisadores, quienes, pensé, acostumbrados a la poesía cantada, rimada e isométrica –la décima– hubieran sufrido muchísimo aquel ejercicio de creación sintética, polimétrica y sin rimas. Otro “gravamen” para todos era la barrera lingüística, la necesidad de traducción simultánea. Y un último escollo: la creación por escrito de los textos ante la costumbre “oralizadora” de nuestros repentistas. En fin, David Mitrani, Idel Velázquez y yo, junto a Satoko, Toriko y Rioko, protagonizamos aquel primer y único encuentro bilateral de poesía improvisada entre Cuba y Japón, aquella primera (y única) renga haikú cubanonipona, en el suave invierno habanero del año 2002. Y de aquel encuentro nos quedó a cada uno un manojo de estrofillas orientales, caribeñizadas, que luego fueron traducidas y publicadas en Japón y que, lamentablemente, por nuestra ineficacia como gestor editorial –léase, intermediario con revistas literarias cubanas– nunca se publicaron en Cuba. No obstante, mi entusiasmo de aquel año 2002 por el haikú fue tanto, y mi reencuentro con la estrofa fue tan placentero, que una vez acabado el evento, y ya por puro placer, continué escribiendo haikús hasta juntar más de cien y conformar este pequeño libro, Haikús del trópico, en el que, a diferencia de aquellos ejercicios de la adolescencia, he huido de la heterodoxia estructural para acercarme, en lo formal, cada vez más a la tradición clásica japonesa. De este modo, lo

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“tropical” de estos haikús está en los temas y en el aire bucólico-filosófico de los poemas, no en la forma, que ha intentado respetar la ortodoxia métrica, e incluso, el “hálito sintáctico” de esta forma poética. Si algo de pretensión se puede ver en ello –y puede haberlo, claro–, sépase que ha sido por el mero gusto de jugar, una vez más, con nuestro idioma, y de probar, una vez más, un viejo vino en odres nuevos. Quede aquí, entonces, como un divertimento y un humilde homenaje a tanta “poesía otra”, este manojo de tréboles poéticos, estos haikús tropicales que intentan a la vez recoger el colorido de una parte y el misterio de la otra, para disfrutar y dar a degustar nuevos poemas.

Alexis Díaz-Pimienta, La Habana, febrero de 2002 Almería, agosto de 2007

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Alexis Díaz-Pimienta HAIKÚS DEL TRÓPICO

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DefiniciĂłn de haikĂş

Tres surcos cortos. Diecisiete semillas. Un jardĂ­n nuevo.

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En el parque Almendares

Dos mariposas tras los grandes cristales. Nubes de polen.

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Vacaciones escolares

Por fin los pĂĄjaros aceptan que es mejor el vuelo de los niĂąos.

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Centro de mesa

Hablan los bĂşcaros la lengua de las flores. Traduce el agua.

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Complicidad

Mojo la luna como un bizcocho en tĂŠ. ÂĄVivan los novios!

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Estampas del jardín

I Espantapájaros: sueñas con tener alas e irte volando. II Enamorado, el espantapájaros quiere otra ropa. III Espantapájaros: el niño y las espigas aman tus trapos.

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Esquela c贸smica a mis hijos, Axel, Alex, Alejandro

Muri贸 la luna. Orfandad de los magos. Llanto de p茅talos.

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Sobre el peligro de leer una carta de amor delante de otros

Cartas de amor le铆das en voz alta. Pasi贸n difunta.

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Los poetas romรกnticos no estaban tan errados

Dos viejos cisnes en las manos del tiempo pican nostalgia.

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Por las ma単anas

Entra la luz por debajo de la puerta. Un solegrama.

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El artista peor remunerado de la historia

El ruiseĂąor sobre el tendido elĂŠctrico no espera aplausos.

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Homero es a Borges lo que Borges a Tomasita Quiala

I Ojos de ciego. El mango del bast贸n lo sabe todo. II Bajo la cuerda el ciego y el fun谩mbulo truecan silencio.

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Un hombre se parece demasiado a otro

Roto el reloj. Quebrado el almanaque. RĂ­ete, espejo.

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En los bares de la Habana Vieja

Vieja victrola. Mantel sucio de cafĂŠ y de mĂşsica.

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Casado con la mĂşsica

Lluvia de arroz. Soliloquio del sordo bajo el arco iris.

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Me quiere, no me quiere, me quiere…

Párpados sordos. Corazón que aletea. Manos que dudan.

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El joven y la extranjera

Amor sin verbo: deletrean suspiros con la mirada.

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Sobre belleza y lateralidades

El rostro real es opuesto al del vidrio, como los brazos.

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La edad del agua

Bajo la lluvia, lleno de acnĂŠ de gotas el joven charco.

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Primaverales

I Junto al camino pi単atas de perfume. Lluvia de novios. II Hilos de lluvia: la sonrisa de todos tiene remiendos.

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A m铆 que la inspiraci贸n me sorprenda trabajando, Foulkner dixit

Todas las noches gotas en el papel. Mar de palabras.

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Informaci贸n confidencial para los encargados de cambiar las flores en el retrato del difunto

A cierta hora los muertos r铆en solos desde la foto.

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El rapto de la guajira

Sobre la hierba pisadas fugitivas. La sombra rota.

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Ubicuidad de los amantes

Suena el telĂŠfono. Del otro lado de la voz nadie, nosotros.

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Sobre evaporación, condensación, precipitación y otros detalles físicos

I Machista sol. La castidad del agua no es pureza. II Hembrista agua. Esas manchas del sol no son impuras. III Rotura del azul. El sol y una gaviota van revolcándose.

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Campo nocturno

I Boca de lobo dentro de otra boca de otro lobo. II Boca de lobo: tus estrellas fugaces son las luciĂŠrnagas.

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Otro nocturno rural

Adiós, luciérnagas. Cuando fuman los güijes tosen los árboles.

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El otoĂąo y el tiempo

Soplos de aire: todos somos las hojas de un mismo ĂĄrbol.

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La vida es un circo

I Pero el payaso inesperadamente se quit贸 la nariz. II Muerte del domador. Los leones aplauden cual ni帽os tristes. III El trapecista prob贸 todas las alas. No le sirvieron.

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IV El elefante lleva un circo de pulgas sobre su lomo.

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Todas las cosas de este mundo están relacionadas entre sí, lo que demuestra que Dios existe y es muy organizado

Una guitarra conversa sobre lámparas y entonces nieva.

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Último ejemplo de violencia doméstica a Waldo Leyva

El mismo rayo que encendió el flamboyán partió la palma.

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Tarde de domingo en el noveno piso de Infanta y Manglar

Tras la llovizna tobogรกn de gorriones el arco iris.

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Todas las cartas de amor son ridĂ­culas, segĂşn Pessoa

Suena el silbato. Viejas cartas de amor. Nuevos amantes.

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Reuni贸n entre cardi贸logos y sacerdotes

Rojo campanario. En silencio repican los corazones.

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Oto単al

Los ni単os trepan hasta los papalotes y se pierden.

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Aguacero de mayo

Llueve a cรกntaros. Me remango los ojos y sigo andando.

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Susana y el anciano

Duda la mariposa de la virtud del zรกngano tan solitario.

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Incompatibilidades

Turbio silencio. Se filtr贸 en el jard铆n la voz del hombre.

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Adulterio en el reino de las flores

El crisantemo amante de la hortensia bes贸 al nen煤far.

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Casa de pobres

I Moscas descalzas caminan sobre el pan ciegas de hambre. II Sobre la mesa el cadรกver del pan. Todos velรกndolo.

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Paralelismo

ÂżQuĂŠ somos? Moscas pilladas entre viejas ventanas de aire.

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Los saharahuis merecen un paĂ­s propio

Arena del desierto. LĂĄgrimas trituradas por Sol y Tiempo.

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HaikĂş ecologista

Momia del pez flotando sobre el llanto de otros peces.

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Adolescente sola en su cuarto, con la puerta cerrada

I La adolescente descubre su impudor, mas no su cuerpo. II La adolescente toca el sexo del vidrio, mas no su sexo. III La luz, fisgona, gotea sobre ambos saliva andr贸gina.

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QuiĂŠn dijo que los apagones no eran poĂŠticos

Llora la vela lentos versos de amor para la sombra.

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Perro jugando con la ropa de la tendedera

El perro, ingenuo, piensa que al pantal贸n le gusta el juego.

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Coleccionista oriental

Compré un bonsái. Lo puse a coger sol. Reduje el día.

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Diálogo sinestésico con mi hijo Alex

I Pregunta el niño: ¿A qué huele la luz? El sol se calla. II Pregunta el sol: ¿A qué sabe la música? El niño calla. III Dice la música: ¿Cómo suena el amor? Niño y sol mudos.

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Diálogo religioso con mi hijo Alex

I Pregunta el niño: ¿Dios de qué está hecho? No le respondo. II Insiste el niño: ¿Cristal, hierro, madera? No le contesto. III De tus preguntas, respondo yo por fin, de mi silencio.

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Diálogo metalingüístico con mi hijo Alex

I Pregunta el niño: ¿De qué está hecha la lengua? No le respondo. II Insiste el niño: ¿De qué está hecha la voz? No le contesto. III “De palabras”, se responde él mismo, “y de silencio”.

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Trío lésbico

A plena luz se desnudó la ceiba para la lluvia.

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Visi贸n del patio

Viejos almendros: cuando llega el oto帽o streaptease seco.

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Erótica

I Sobre la sábana los cuerpos desnudos van anudándose. II Bajo la sábana, los cuerpos desnudos anudadísimos. III So/bajo sábana nudos de cuerpos jóvenes. Nudos des-nudos.

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Desde mi ventana

Las dardodrinas hieren la piel del aire. ÂżQuiĂŠn las dispara?

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Por qué los apagones de la Habana pueden ser nocivos para el equilibrio emocional de nuestros hijos

Mariposa nocturna. Suicidio en una lámpara frente a los niños.

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EscĂĄndalo y adulterio I PariĂł la perra cachorros de colores sin tener macho. II Perritas grises, perritos amarillos, verdes y blancos. III Los dueĂąos buscan al macho policromo del vecindario.

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Física, química y cultura política en la era Bush

El mundo toma la forma del hombre en que lo echan.

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Telegrama anunciando el final de la Guerra

“Último guerrícola sobremurió abrazando fotos del sol”.

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Me quiere, no me quiere, me quiere (II)

Tiene la flor pĂŠtalos numerados por Afrodita.

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Contra los relojes

La luz anota sobre la piel del รกrbol la hora exacta.

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Antes del aguacero

Pasa una nube y pega en los cristales pasquines de agua.

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Equilibrio fluvial (a partir de una décima improvisada por mí)

El río engorda cuantas libras de agua bajan las nubes.

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Perros en el rĂ­o Guachinango

Un perro zafa varios pliegues del agua con los colmillos.

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Despedida amorosa

Tras el cristal hablan ojos y manos. Muda distancia.

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A partir de una dĂŠcima improvisada por Ernesto RamĂ­rez

En el reloj, un pie largo, otro corto, cojea el tiempo.

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Estampa marina

Sobre la arena huellas de las gaviotas. Versos al agua.

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Ingenuidades

El edificio sobrevive a sus due単os. La piedra canta.

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Haik煤 racial

Tendi贸 su sombra bajo el aguacero para blanquearla.

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Al estilo Tagore

El fot贸grafo amante de la luz perdi贸 su sombra.

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Esquela pict贸rica

Se suicid贸 con la cuerda del cielo el paisajista.

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Elogio del pino

Ultrasensible. Cuando trinan las aves pelos de punta.

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Uno de locos

Dijo el psiquiatra: “Dejad que hable solo”. “Haced silencio”.

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Tormenta tropical

Durante horas se despiden las ramas pero se quedan.

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El peso del dolor ajeno

Pobre cartero. Cuรกntas malas noticias. Sufre lumbagia.

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Vendedor de macetas en el Mercado Ăšnico

Va protegido por los Dioses del barro el alfarero.

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A partir de una dĂŠcima improvisada por Ernesto RamĂ­rez

Sobre el tejado corre y gime la gata. ÂżEl amor duele?

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Jueves en la Biblioteca

I Dentro del libro una flor seca y lágrimas. Pasión de siglos. II Amor de niños: blancos pétalos frescos buscando libros.

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Sólo un pintor ve el color de la música

Lluvia de pájaros. Sueltan los árboles trinos maduros.

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Recogida de poemas en Guanabo

Guarda los gritos de antiguos nรกufragos la caracola.

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En el conservatorio: Lección Número 1

I Toda la música va llena de silencio disimulado. II Todo silencio es un útero fértil para la música. III Pianista sordo. La música invidente del piano mudo.

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Ética vegetal

El ĂĄrbol teme convertirse en base del tirapiedras.

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DespuĂŠs que escampa

La hija del sol anda sobre la hierba con pies mojados.

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HaikĂş suicida

Desde el puente los ojos del suicida nadan en cĂ­rculo.

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Motivos cortazarianos para no comprarle una pecera al niĂąo

Peces cautivos. El comprador de peces no tiene pĂĄrpados.

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Domingo (con lluvia) en el campo

Cant贸 el gallo y despertamos todos menos el sol.

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Sobre espejos y amores

I Hay luna llena. Hubo pasi贸n menguante. Cuarto del cuarto. II Hay luna nueva. Hubo pasi贸n creciente. Luces y sombras. III Luna apagada. Para todos los novios un mismo cuarto.

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多Y si Narciso hubiera sido ciego?

Miedo a la luz: el ciego y el espejo aman el agua.

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Espejismo

Rotas las cartas el amante olvidado se siente a salvo.

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多Y a la cig端e単a qui辿n le lleva los hijos?

La embarazada sigue mirando al cielo durante el parto.

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Definitivamente, lo que más duele a los mendigos no es que les nieguen una moneda, sino que no los miren a los ojos

I Sientes, mendigo, verdadera lástima del monedante. II ¿Mano tendida? ¿Mano ex tendida? O Ser, u Mano.

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III Siembra monedas. Riégalas con lágrimas. Recoge manos. IV Siembra tus manos. Riégalas con lágrimas. Recoge nada. V Siembra tu nada. Riégala con lágrimas Recoge hambre.

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VI Siembra tu hambre. RiĂŠgalo con lĂĄgrimas. Recoge lĂĄgrimas.

VII Cierto, mendigo: son monedas los ojos del monedante.

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Estampa del parque

Vieja farola con los ojos cerrados y sin memoria.

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A partir de una décima improvisada por mí

Todos sabemos qué hizo el ahorcado menos el árbol.

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Otra de novios

Como guitarras los novios en lo oscuro desafinรกndose.

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Idilio campestre

Tan mal peinada como estรก la palma y el sol la ama.

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Las apariencias s贸lo enga帽an a los que aparentan

Espejo roto. Fractura de la luz. Rostro menguante.

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Mayo

Gran aguacero. Con el agua al cuello ni単os descalzos.

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Bajo un alero de Infanta y San LĂĄzaro

Mientras llovĂ­a, me observaban atĂłnitos los pies del gato.

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Bocarriba, a la intemperie

Cielo nocturno: cenicero en que Dios apaga astros.

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Llanto del cazador de mariposas

Dos mariposas cautivas en un frasco. Vidrio volando.

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Haikú veraniego (a partir de una décima improvisada por mí)

I Sol en verano: ígnea bola de béisbol. Largo batazo. II Guantes de sombra “fildean” la pelota en el ocaso.

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Según Bush, la solución contra los incendios forestales es talar más árboles

Tras el incendio, extintores caducos los lagrimales.

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Otro haikĂş forestal

Arde el bosque. Reman los animales sobre las brasas.

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SequĂ­a

Ă rboles secos. El asma de la tierra garantizada.

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HaikĂş fluvial

Poema hĂşmedo: sobre las piedras romas la voz del agua.

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El espejo dentro del espejo dentro del espejo‌

En el desierto los ojos del viajero: sucios brocales.

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HaikĂş navideĂąo

La Navidad: lluvia de luces fatuas sobre los muertos.

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Alexis Díaz-Pimienta HAIKÚS DEL TRÓPICO La Habana, 2001 / Almería, 2004

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