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21- La respuesta satisfactoria
—Es fácil —gruñó Darell—. Verá, da la casualidad que yo sé dónde está realmente la Segunda Fundación.
21. LA RESPUESTA SATISFACTORIA
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Turbor se echó a reír de repente, con sonoras carcajadas que resonaron ruidosamente contra las paredes y se apagaron en gemidos. Agitó la cabeza sin fuerza y exclamó: —Por la Gran Galaxia, esto ya dura toda la noche. Uno tras otro vamos colocando nuestros hombres de paja para después derribarlos. Nos divertimos, pero no vamos a ninguna parte. ¡Por el Espacio! Quizá todos los planetas son la Segunda Fundación. Quizá no tienen ningún planeta, sólo hombres clave esparcidos por todos los planetas. ¿Qué importa, a fin de cuentas, si Darell dice que tenemos la defensa perfecta?
Darell sonrió sin humor. —La defensa perfecta no es suficiente, Turbor. Incluso mi dispositivo de estática mental no es más que algo que nos mantiene en el mismo lugar. No podemos permanecer para siempre con los puños cerrados, buscando frenéticamente en todas direcciones al enemigo desconocido. No sólo tenemos que saber cómo ganar, sino también a quién derrotar. Y hay un mundo específico en el cual el enemigo existe. —Vayamos al grano —intervino Anthor con tono cansado—. ¿Cuál es su información? —Arcadia me envió un mensaje —repuso Darell—, y hasta que lo recibí no comprendí lo evidente. Es probable que jamás lo hubiera comprendido. Y, no obstante, era un mensaje sencillo, que decía así: «Un círculo no tiene fin.» ¿Lo comprende ahora? —No —dijo tercamente Anthor, y resultaba obvio que también hablaba por los demás. —Un círculo no tiene fin —repitió Munn, pensativo, arrugando la frente. —Pues a mí me resultó evidente... —dijo Darell con impaciencia—. ¿Cuál es el único hecho absoluto que conocemos sobre la Segunda Fundación? ¡Se lo diré! Sabemos que Hari Seldon la situó en el extremo opuesto de la Galaxia. Homir Munn teorizó que Seldon mintió sobre la existencia de la Fundación. Pelleas Anthor teorizó que Seldon dijo la verdad a este respecto, pero que mintió sobre la situación de la Fundación. Yo digo que Hari Seldon no mintió en ningún detalle; que dijo la verdad absoluta. Pero ¿cuál es el otro extremo? La Galaxia es un objeto achatado que tiene forma de lente. Su borde exterior es un círculo, y un círculo no tiene extremos, como comprendió Arcadia. Nosotros, nosotros, la Primera Fundación, estamos situados en Términus, en el borde de ese círculo. Estamos, por definición, en el extremo de la Galaxia. Ahora sigan el borde del círculo y busquen el otro extremo. Síganlo, síganlo, síganlo y no encontrarán el otro extremo, sino que volverán simplemente al punto de partida... Y allí encontrarán la Segunda Fundación. —¿Allí? —repitió Anthor—. ¿Quiere decir aquí? —¡Sí! ¡Quiero decir aquí! —gritó Darell con energía—. ¿En qué otro lugar podría estar? Usted mismo dijo que si los de la Segunda Fundación eran los guardianes del Plan Seldon, era improbable que estuviesen situados en el llamado extremo opuesto de la Galaxia, donde se encontrarían totalmente aislados. Observó que le parecía más lógica una distancia de cincuenta pársecs. Y yo le digo que esa distancia es también demasiado larga. Que una distancia cero es la más lógica. ¿Y dónde estarían más seguros? ¿Quién les buscaría aquí? Se trata del viejo principio de que el lugar más obvio es el menos sospechoso.
«¿Por qué el pobre Ebling Mis se sorprendió tanto cuando descubrió la localización de la Segunda Fundación? Estuvo buscándola desesperadamente para advertirla de la llegada del Mulo, y lo que descubrió fue que el Mulo ya había conquistado ambas Fundaciones de un solo golpe. ¿Y por qué el propio Mulo fracasó en su búsqueda? ¿Cómo no había de fracasar? Si uno busca una amenaza inconquistable, no se pone a buscar entre los enemigos ya conquistados. Y por eso las supermentes dispusieron de tiempo más que suficiente para trazar sus planes contra el Mulo y detenerle.
»Es fantásticamente simple. Aquí estamos nosotros, con nuestros complots y nuestros planes, pensando que lo hacemos todo en secreto, y resulta que nos hallamos en el mismo centro de la fortaleza enemiga. Es algo cómico.
El rostro de Anthor seguía expresando escepticismo. —¿Cree usted honradamente en esta teoría, doctor Darell? —Sí, la creo honradamente. —Entonces, cualquiera de nuestros vecinos, cualquier hombre que vemos por la calle puede ser un individuo de la Segunda Fundación, que observa nuestras mentes con la suya y capta el pulso de nuestros pensamientos. —Exactamente. —¿Y se nos ha permitido actuar durante todo este tiempo sin ser molestados? —¿Sin ser molestados? ¿Quién le ha dicho que no hemos sido molestados? Usted mismo demostró que Munn había sido manipulado. ¿Qué le hace pensar que le enviamos a Kalgan enteramente por nuestra propia voluntad, o que Arcadia nos escuchó y le siguió por la suya propia? Probablemente hemos sido molestados sin pausa. Y, después de todo, ¿por qué tenían que hacer más de lo que han hecho? Les con viene mucho más desorientarnos que simplemente detenernos.
Anthor se sumió en una larga meditación, y cuando volvió a hablar su expresión mostraba lo poco satisfecho que estaba: —Pues no me gusta nada el asunto. Su estática mental es inútil. No podemos permanecer siempre dentro de casa, y en cuanto salgamos estaremos perdidos, sabiendo lo que ahora creemos saber. A menos que pueda usted construir un pequeño dispositivo para cada habitante de la Galaxia... —Cierto, pero no somos del todo impotentes, Anthor. Estos hombres de la Segunda Fundación tienen un sentido del que nosotros carecemos. Es su fuerza, pero también su debilidad. Por ejemplo, ¿existe algún arma ofensiva que surta efecto contra un hombre normal, dotado del sentido de la vista, y que sea inútil contra un ciego? —Claro —repuso en seguida Munn—: una luz en los ojos. —Exacto —dijo Darell—. Una fuerte luz cegadora. —Bueno, ¿y qué si la hay? —preguntó Turbor. —La analogía es bien clara. Yo tengo un dispositivo de estática mental. Produce una pauta electromagnética artificial que para la mente de un hombre de la Segunda Fundación sería lo que un rayo de luz para nosotros. Pero el dispositivo de estática mental es caleidoscópico. Se mueve rápida y continuamente, más de prisa que la mente receptora. Así pues, consideremos una luz intermitente; la clase de luz que provocaría un dolor de cabeza si continuara durante el tiempo suficiente. Ahora intensifiquemos esa luz, o ese campo electromagnético, hasta que sea cegador..., y el dolor se convertirá en insoportable. Pero sólo para los que estén dotados de ese sentido, no para los demás. —¿De verdad? —preguntó Anthor, empezando a entusiasmarse—. ¿Lo ha probado ya? —¿En quién? Claro que no lo he probado. Pero funcionará. —Oiga, ¿dónde tiene los controles del campo que rodea la casa? Me gustaría verlo —Aquí. —Darell metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. Era un objeto pequeño que apenas abultaba; un cilindro negro, lleno de botones, que alargó a Anthor.
Anthor lo inspeccionó atentamente y se encogió de hombros. —Mirarlo r o me dice nada. Oiga, Darell, ¿qué es lo que no debo tocar? No quiero anular la defensa de la casa inadvertidamente. —No puede hacerlo —dijo Darell con indiferencia—. Ese control está fijo.
Y tocó un interruptor que no se movió. —Y ese botón, ¿qué es? —Es el que varía la frecuencia de la pauta. Y este otro varía la intensidad; es al que me refería antes. —¿Puedo...? —preguntó Anthor, con el dedo sobre el botón de intensidad. Los otros se apiñaron a su alrededor. —¿Por qué no? —dijo Darell, encogiéndose de hombros—. A nosotros no nos afectará.
Lentamente, casi con vacilación, Anthor hizo girar el botón, primero en una dirección y después en la otra. Turbor hacía rechinar los dientes, mientras Munn parpadeaba con
rapidez. Era como si agudizaran su deficiente equipo sensorial para localizar ese impulso que no podía afectarles.
Finalmente, Anthor se encogió de hombros y puso la caja de control sobre las piernas de Darell. —Bueno, supongo que debemos creer en su palabra. Pero es difícil imaginar que haya ocurrido algo cuando hice girar el botón. —Claro, Pelleas Anthor —dijo Darell con una tensa sonrisa—. El que le he dado era una imitación. Como ve, tengo otro. —Se apartó la chaqueta y enseñó una caja de control que llevaba colgada del cinturón y que era exactamente igual que . la que Anthor había estado investigando—. Se lo demostraré.
Darell hizo girar el botón de intensidad hasta el punto máximo.
Y con un alarido inhumano, Pelleas Anthor se desplomó en el suelo. Lívido, retorcido por el dolor, se agarraba fútilmente los cabellos con dedos temblorosos.
Munn levantó rápidamente los pies para evitar el contacto con el cuerpo convulso; sus ojos eran dos pozos de terror. Semic y Turbor eran dos estatuas de yeso, rígidas y blancas.
Darell, con expresión sombría, giró de nuevo el botón, y Anthor se estremeció débilmente una o dos veces y se quedó quieto. Estaba vivo; su agitada respiración sacudía su cuerpo. —Llevémosle al sofá —dijo Darell, cogiendo la cabeza del joven—. Ayúdenme.
Turbor lo cogió por los pies. Era como si llevasen un saco de harina. Después, a los pocos minutos, la respiración se fue normalizando, y Anthor movió los párpados. Una terrible palidez cubría su rostro, tenía los cabellos y el cuerpo bañados en sudor, y su voz, cuando habló, era quebrada e irreconocible. —No lo haga —murmuró—, ¡no lo haga otra vez! Usted no sabe..., usted no sabe... ¡Oh—h—h! —Fue un largo y trémulo gemido. —No lo haré otra vez —dijo Darell— si nos dice la verdad. ¿Es usted miembro de la Segunda Fundación? —Déme un poco de agua —suplicó Anthor. —Tráigasela, Turbor —dijo Darell—, y también la botella de whisky.
Repitió la pregunta cuando Anthor hubo bebido un trago de whisky y dos vasos de agua. El joven pareció relajarse... —Sí —contestó—, soy miembro de la Segunda Fundación. —Que está situada aquí, en Términus, ¿verdad? —continuó Darell. —Sí, sí. Tenía usted razón en todos los detalles, doctor Darell. —¡Bien! Ahora explique qué ha sucedido durante los últimos seis meses. ¡Díganoslo! —Querría dormir —murmuró Anthor. —¡Después! ¡Ahora hable!
Un trémulo suspiro; entonces las palabras, tenues y rápidas. Todos se inclinaron sobre él para escucharlas. —La situación se estaba haciendo peligrosa. Sabíamos que Términus y sus científicos físicos estaban interesados en las pautas de ondas cerebrales y que ya habían madurado para desarrollar algo como el dispositivo de estática mental. Y que era creciente el odio contra la Segunda Fundación. Teníamos que detenerlo sin perjudicar el Plan Seldon. Intentamos... controlar el movimiento. Intentamos unirnos a él. Eso apartaría de nosotros los esfuerzos y las sospechas. Hicimos que Kalgan declarase la guerra como una distracción adicional. Por eso envié a Munn a Kalgan. La supuesta amante de Stettin era una de los nuestros. Ella se encargó de que Munn actuase convenientemente... —Callia es... —exclamó Munn, pero Darell le hizo una seña para que guardase silencio.
Anthor continuó, ignorante de la interrupción: —Arcadia le siguió. No habíamos contado con eso —no podemos preverlo todo—, así que Callia procuró que se fuese a Trántor para evitar su intromisión. Eso es todo. Excepto que hemos perdido. —Usted intentó que yo también fuera a Trántor, ¿verdad? —preguntó Darell.
Anthor asintió. —Tenía que alejarle de aquí. El triunfo creciente de su mente estaba muy claro. Iba a solucionar los problemas del dispositivo de estática mental.
—¿Por qué no me puso bajo control? —No podía..., no podía. Tenía órdenes. Trabajábamos de acuerdo con un plan. Si yo hubiera improvisado lo habría estropeado todo. El plan sólo predice las probabilidades..., usted ya lo sabe... como el Plan Seldon. —Hablaba jadeando, y casi incoherentemente. Movía la cabeza de un lado a otro, inquieto y febril—. Trabajábamos con individuos..., no grupos..., eso implicaba probabilidades muy bajas... Además..., si le controlaba... otro inventaría el dispositivo..., era inútil..., tenía que controlar los tiempos... más sutil... El plan del propio Primer Orador... no conozco todos los detalles..., excepto que... no funcionó...
Se quedó silencioso. Darell le sacudió con violencia. —No puede dormir aún. ¿Cuántos de ustedes hay? —¿Qué? ¿Qué dice...? ¡Oh ... !, no muchos..., se sorprendería..., cincuenta..., no hacen falta más. —¿Todos están aquí en Términus? —Cinco..., seis en el espacio..., como Callia..., tengo que dormir.
Se movió de repente, con un esfuerzo gigantesco, y su expresión adquirió más claridad. Era el último intento de auto justificación, de moderar su derrota. —Casi le atrapé al final. Hubiese anulado las defensas y controlado su mente. Entonces habríamos visto quién era el amo. Pero usted me dio controles falsos..., sospechó de mí todo el tiempo...
Y finalmente se quedó dormido.
—¿Desde cuándo sospechaba de él, Darell? —preguntó Turbor con voz velada. —Desde el primer momento en que llegó aquí —fue la tranquila respuesta—. Dijo que venía de parte de Kleise, pero yo conocía a Kleise y sabía en qué términos nos habíamos separado. El era un fanático del tema de la Segunda Fundación, y yo le había abandonado. Mis propios motivos eran razonables, ya que consideraba mejor y más seguro perseguir solo mis ideas. Pero no podía decirle eso a Kleise, y tampoco me hubiera escuchado de habérselo dicho. Para él, yo era un cobarde y un traidor; tal vez incluso un agente de la Segunda Fundación. Se trataba de un hombre inflexible, y desde entonces y hasta casi el día de su muerte, no tuvo más tratos conmigo. Entonces, de repente, en sus últimas semanas de vida, me escribió, como un viejo amigo, recomendándome que aceptase como colaborador a su mejor y más prometedor discípulo, y que reanudase la antigua investigación. »Esto no encajaba en su carácter. No podía haber hecho algo así sin hallarse bajo una influencia extraña, y empecé a preguntarme si el único propósito no sería que yo entregase mi confianza a un verdadero agente de la Segunda Fundación. Y así fue en realidad...
Suspiró y cerró un momento los ojos. Semic inquirió con vacilación —¿Qué haremos con todos ellos..., con esos tipos de la Segunda Fundación? —Lo ignoro —contestó Darell tristemente—. Supongo que podríamos desterrarlos. A Zoranel, por ejemplo. Podemos enviarlos allí y saturar el planeta de estática mental. Habría que separar los sexos, o mejor aún, esterilizarlos... y dentro de cincuenta años la Segunda Fundación sería cosa del pasado. O tal vez sería más misericordiosa una muerte tranquila para todos ellos. —¿Cree usted que podríamos aprender el uso de ese sentido que poseen? —preguntó Turbor—. ¿O nacen con él, como el Mulo? —No lo sé. Creo que se desarrolla mediante un largo entrenamiento, ya que existen indicios en la encefalografía de que sus potencialidades están latentes en la mente humana. Pero ¿para qué necesitamos ese sentido? A ellos no les ha ayudado.
Frunció el ceño. Aunque no dijo nada, sus pensamientos eran como gritos en su interior.
Había sido fácil..., demasiado fácil. Aquellos seres invencibles habían caído como los malvados de los cuentos, y eso no le gustaba. ¡Por la Galaxia! ¿Cuándo puede saber un hombre que no es un títere? ¿Cómo puede saber un hombre que no es un títere?
Arcadia volvía al hogar, y sus pensamientos querían desechar lo que tendría que afrontar al final.
Pasó una semana, y luego dos, desde su regreso, y Darell no conseguía apartar de sí aquellos pensamientos. ¿Cómo podía hacerlo? Durante su ausencia, Arcadia se había transformado de niña en mujer por una extraña alquimia. Ella constituía su vínculo con la vida; su vínculo con un matrimonio agridulce que apenas había pasado de su luna de miel.
Y entonces, una noche, ya tarde, preguntó tan casualmente como pudo —Arcadia, ¿qué te hizo llegar a la conclusión de que Términus contenía a ambas Fundaciones?
Habían estado en el teatro, en las mejores butacas, con visores tridimensionales para cada uno; Arcadia llevaba un vestido nuevo y era feliz.
La muchacha le miró fijamente durante un momento, y después contestó sin darle importancia: —¡Oh, no lo sé! Se me ocurrió, simplemente.
Una capa de hielo aplastaba el corazón del doctor Darell. —Piensa —dijo intensamente—. Esto es importante. ¿Qué te hizo pensar que ambas Fundaciones estaban en Términus?
Ella frunció ligeramente el ceño. —Bueno, estaba la Señora Callia, de quien yo sabía que era de la Segunda Fundación. Anthor también lo dijo. —Pero ella estaba en Kalgan —insistió Darell—. ¿Qué te hizo decidir por Términus?
Y entonces Arcadia esperó varios minutos antes de contestar. ¿Qué le había hecho decidirlo? ¿Qué podía ser? Tuvo la horrible sensación de que algo se escapaba a su comprensión. —La Señora Callia sabia ciertas cosas, y su información tenía que proceder de Términus. ¿No crees que será eso, papá?
Pero él negó con la cabeza. —Papá —gritó ella—, yo lo sabía. Cuanto más lo pensaba, más segura estaba. Simplemente, tenía sentido.
En los ojos de su padre había una expresión extraña. —Es inútil, Arcadia, es inútil. La intuición es sospechosa en algo relativo a la Segunda Fundación. Lo comprendes, ¿verdad? Pudo ser intuición, ¡y pudo ser control! —¡Control! ¿Te refieres a que me cambiaron? ¡Oh, no! No, imposible. —Empezó a alejarse de él—. ¿No dijo Anthor que yo tenía razón? Lo admitió, lo admitió todo. Y has encontrado a todo ese grupo aquí en Términus, ¿no es verdad? ¿No es verdad? — terminó, respirando con fuerza. —Ya lo sé, pero..., Arcadia, ¿me dejarás hacer un análisis encefalográfico de tu cerebro?
Ella agitó violentamente la cabeza. —¡No, no! Me da demasiado miedo. —¿Tienes miedo de mí, Arcadia? No hay nada que temer. Tenemos que saberlo. Lo comprendes, ¿verdad?
Después le interrumpió sólo una vez. Se agarró a su brazo antes de colocarle el último electrodo. —¿Y si resulta que soy diferente, papá? ¿Qué tendrás que hacer entonces? —No tendré que hacer nada, Arcadia. Si eres diferente, nos marcharemos. Volveremos a Trántor, tú y yo, y... y nos tendrá sin cuidado el resto de la Galaxia.
Jamás en la vida de Darell había sido tan lento un análisis ni le había costado tanto. Cuando estuvo terminado, Arcadia se quedó acurrucada, sin atreverse a mirar. Entonces oyó reír a su padre, y aquello fue información suficiente. De un salto se echó a los brazos abiertos de su padre.
Darell hablaba con entusiasmo mientras se apretaban el uno al otro. —La casa está bajo la máxima estática mental, y tus ondas cerebrales son normales. Los hemos atrapado realmente, Arcadia, y ahora podemos volver a vivir.