TÉ DE UNA TAZA VACÍA Pat Cadigan
· EN EL PRINCIPIO "Pero ¿por qué iba alguien a prostituirse?" preguntó el blanco, sorbiendo su café helado por una larga pajita esmirriada. Al otro lado de la mesa, el japonés alzó las cejas, convirtiendo su cauto rostro en una máscara de leve sorpresa. "¿Quieres decir que hay alguien que no lo hace?" La risa del blanco resonó en el café casi vacío. "Tío. Las cosas deben de ser realmente irregulares en tu planeta." El japonés contempló el alto vaso de café helado sudando bonitas gotas de condensación mientras el blanco lo sorbía. Las bebidas retro eran tan omnipresentes últimamente que resultaba imposible saber si a alguien realmente le gustaba el café helado. Según los rumores, en la mayoría de los sitios sólo vertían crudo del día antes sobre hielo y lo disfrazaban con sabores artificiales y sustitutivos de nata. "Así es la naturaleza. Con algunos está en la zona roja, con otros no hay ni un metro. ¿Me sigues?" "¿Cuánto vale?" preguntó el blanco, mirando cómo el otro se alisaba el frontal de su camiseta Guiness. No sake, sino Guiness, por amor de Dios; ¿pero qué clase de oriental era? Incluso le hacía ascos al té. "¿Cuánto crees que vale?" Sin esperar respuesta, el japonés hurgó la desgastada bolsa aparcada en el asiento junto a él y sacó con un receptáculo que el blanco reconoció como el estuche de un modelo muy caro de traje. Luego puso el otro puño sobre la mesa, se detuvo como si tratara de decidir algo, y luego abrió la mano para revelar un tapón de gel azul zafiro en la palma. "Jesús." El blanco hizo una caída de ojos. "¿Qué hiciste, metiste el cerebro debajo de la almohada y te encontraste con eso en vez de un dólar?" "Oye, no es lo que crees," dijo el japonés. "Hay un mito de creación ahí metido. Entre otras cosas. Y es todo genuino." "Ajá." "Lo juro. Destilado de milenios de memoria racial - " "Ajá." "Podría enseñarte el cromosoma del que lo sacaron", dijo el japonés defensivamente. "Se cargaron a cien purasangres para esto. Cien. En un hospital. Esto es pura farmacéutica - " "Así que me lo llevo ¿y qué? ¿Cuál es el gran mito?" "Montones de grandes mitos. Todos los grandes mitos que quieras. El gran mito de creación." "Cuéntame." El aspecto azorado de la cara del japonés no era una de sus expresiones ensayadas. "No querrás que te lo estropee." "Si es tan estupendo, no me lo puedes estropear. Venga, oigámoslo. Sólo uno." El japonés titubeó un largo momento. "Sólo quiero saber lo que me llevo," insistió el blanco. "Así hacemos las cosas en mi planeta." "Claro, pero sólo contarlo no le hace justicia." "Te creo. Todo lo que quiero es sólo una cosa en que fijarme. ¿Qué pasa si parece aburrida y me la salto? Podría hacerlo, sabes, no soy japonés. Podría no darme cuenta." El japonés espiró. "Vale. Había dos dioses, Susanoo y Amaterasu. Eran hermano y hermana - " "¿Susan?" Los perfectos rasgos del blanco se hicieron desdeñosos mientras pulsaba el botón de menú a su derecho para pedir otro café helado. "¿Esperas que me crea que Susan es un nombre japonés?" "No Susan, idiota, Susanoo. Y ése era el nombe del hermano, Amaterasu era la hermana. ¿Me vas a dejar contarlo o no?"
El blanco agitó la mano con descuido. Una camarera se materializó tan súbitamente que casi la golpeó en la cara. Sin parecer notarlo, deslizó otro vaso de café sobre la mesa y se llevó el vaso vacío. El blanco lo tomó, cerró sus delgados labios anglos alrededor de la gorda pajita transparente y chupó con fuerza. Sus ojos azules estaban fijos sobre el japonés. "¿Y?" dijo, apartando los labios de la pajita. "¡Cuenta!" El japonés asintió, resignado. "Susanoo era una juerga con patas, destrozándolo todo," dijo el japonés, mirando mientras el blanco seguía bebiéndose su crudo del día antes. Tal vez era verdad lo que su padre adoptivo decía años antes, que los occidentales creían que usar la basura como cultura era reciclar. Su padre adoptivo había sido blanco, un burócrata menor llamado Clark que siempre quería ser cualquier cosa menos lo que era. Este tipo parecía sufrir del mismo mal. "Todo el día era fiesta, era todo realmente irregular, como diría alguien que conozco. Así que un día Amaterasu, que siempre era realmente paciente con su yabo, estaba tejiendo vestidos sagrados con sus doncellas sagradas y entonces va Susanoo y arroja un caballo muerto y desollado en la habitación, sólo por oír chillar a las damas sagradas. Lo cual hacen, e incluso una de las doncellas sagradas se pincha por accidente sus sagrados genitales y muere." "Oh, eso podría suceder." El blanco sonrió sarcásticamente. "Conozco a montones de personas que tienen las partes bajas perforadas y siguen vivos, de todos modos." El japonés se le quedó mirando. "Claro. Si a eso le llamas vivir." "Oye, si no es tu idea de la diversión, vale, pero no irás a decirme que no hay japoneses que se han perforado - " "Seiken shirazu," dijo el japonés, apoyando la cabeza en las manos un momento. "¿Vas a dejarme contarlo o no?" "Sí, sí. Una doncella sagrada recibe un sagrado pinchazo en sus sagrados genitales y muere. ¿Y qué más?" La camarera que había traído el café helado puso una taza de té verde en mitad de la mesa. El japonés la miró, furioso. "Largo de aquí." "Eso lo pedí yo, muchas gracias." El blanco lo acercó al café helado. "Amaterasu se acaba hartando aún más de su hermano yabo de lo que yo estoy de ti," continuó el japonés, frunciendo el ceño ante el té, "y va a enfurruñarse a una cueva. Y ya está - el mundo entero se oscurece." El blanco alzó una ceja escéptica. "¿El mundo entero? ¿O sólo Japon?" "En aquellos tiempos, Japón era el mundo entero, manuke." "Ya os gustaría." "No, ya os gustaría a vosotros, borrego gaijin - " "¡Vaya, gaijin, dice este tío!" El blanco levantó las manos y agitó los dedos. "Sampleando de nuevo esos ritmos de Mishima, ¿eh?" El japones se metió el tapón de gel en un bolsilo diminuto en la manga de su camiseta e hizo amago de levantarse e irse. "Vale, vale, lo siento. Termina la historia. ¿O ya se acabó?" "Todos los demás dioses se reunieron ante la cueva y trataron de hacer que saliera de nuevo, pero ella no quería." El japonés se detuvo como decidiendo si realmente quería continuar. "Entonces la Temible Hembra del Cielo - " "¿La qué? ¿De qué?" "La Temible Hembra. Del Cielo." El japonés gimió. "Vale, ¿cuál es el problema ahora?" "¿Qué tiene de temible?" La sonrisa del japonés fue ladina. "Ya lo averiguarás si tienes suerte. La Temible Hembra del Cielo empezó a danzar y a danzar y a danzar, y empieza a excitarse, y todos los demás dioses
empiezan a excitarse, porque es una danza muy sexy. Y en el momento álgido, va ella y hace un movimiento realmente, realmente excitante, tan excitante que hace que todo el mundo se corre. Incluida ella. Así que todos se ríen - " "¿Se ríen?" La cara del blanco era incrédula. "¿Vosotros os reís cuando os corréis?" "Tú podrías ser el afortunado que lo descubra," dijo el japonés, impertérrito. "Los dioses ríen. Los demonios ríen. Si te dejan, tú también reirás." "Seguro. ¿Y eso es todo? Todo el mundo se corre y se ríe, ja ja, final feliz? ¿O hacemos un recorrido de la cueva?" "¿Pero qué te crees que es esto, un parque temático?" "Joder, puedo ir al cualquier club del universo para ver a alguien bailar - " "No como la Temible Hembra," dijo el japonés con certeza. "¿No? A media manzana de aquí hay una mujer que tiene seis anillos, todos cargados, dentro - " "Tienes razón. Yo temería eso, me sorprende que tú no." El japonés parecía asqueado. "¿Y si se me friera ahí metida? ¿Y se me friera hasta desaparecer?" Se estremeció. "De todos modos, ¿no estás casado?" "Sí, estoy casado, pero no es nada serio. No le he dicho mi nombre real ni nada así." El blanco extendió las manos. La parte superior estaba surcada por cicatrices deliberadas, pero no demasiado buenos. Caseras - alguien había tratado de marcar por encima de una escarificación o a la inversa. Los queloides resultantes no eran una decoración, sólo un daño. El japonés no soportaba verlos. "Si quisiera que me cargasen y me puliesen la varita mágica, podría ir a cualquier sitio. Joder, hasta podría ir a casa. Creía que tenías algo ahí, y tú quieres que me empalme con una tía meneando el culo. La Temible Hembra del Cielo, seguro. Inga la Dominatrix puede sorberte el tuétano de los huesos sin despeinarse." "Si viera los sagrados genitales de Ama no Uzume, se caería al suelo, corriéndose y riéndose como una hiena." El japonés levantó una mano al ver que el blanco empezaba a decir algo. "Mira, supongo que me confundí contigo. Estás demasiado fuera para esto - " El blanco casi se cayó del asiento. "¿Me estás llamando un jodido turista? Mamón, ¿sabes quién soy yo?" El japonés sonrió con media boca. "Todo el mundo sabe quién eres. Se lo has contado a todo el mundo bastantes veces. Pero incluso aunque realmente lo hicieras - " "¡Tengo testigos!" Al otro lado del salón, la persona que había traído el té se detuvo mientras reseteaba los fractales en una de las mesas y se los quedó mirando abiertamente con descarada curiosidad. "Y tampoco iba tan puesto," añadió el blanco, enfurruñado. "Una dosis diminuta. Ni siquiera bastante para condenarme por posesión." "Oye, a mí me da igual que fueras puesto. No estamos en las Olimpiadas. Y ¿quién no tiene testigos?" dijo el japonés, sonriéndole a la camarera con buen humor. "El hermano mayor está mirando, el hermanito pequeño está mirando, la hermana mayor está espiando por el teléfono, la hermanita pequeña te va siguiendo - o todos tienen botones para hacerlo, lo cual viene a ser lo mismo. No puedes hacer nada sin público. Un tío como tú probablemente se mataría si no tuviera público. Claro, todos te vieron atravesar la puerta de salida. E incluso aunque realmente lo hicieras, estabas puesto y sólo lo hiciste una vez. Creo que eso es todo lo que puedes hacerlo. Una vez. Sólo una. Creo que, a pesar de todo, sigues teniendo que ponerte a ello y hacerlo a la vieja usanza - a mano. O tu mujer." "¿Y tú qué coño eres, un jodido sacerdote de, cómo se llama, shinto? ¿Hindo?"
"Nuestros sacerdotes no tienen por qué ser célibes. No digo que yo no tenga nada que quiera ahí fuera cuando estoy de humor. Digo que estás demasiado fuera como para poder hacerlo de otros modos." El blanco hizo una caída de ojos. "Claro, y supongo que tu cuerpo no está ahí fuera." "No, no lo está," replicó el japonés. "Ése es el problema con vosotros. Tu cuerpo no está realmente ahí fuera. Tu cuerpo está aquí dentro." Se inclinó sobe la mesa y se tocó la frente. "Todo tu cuerpo está ahí dentro, y en ningún otro lado. Si te partes el cuello, todo lo demás es inservible pero puedes entrar ahí y encontrarlo todo de nuevo. Pueden cortarte parte del cuerpo y llevársela, pero esa parte seguirá aquí dentro." "Oh, todo el mundo ha oído eso," dijo el blanco."Mi madre solía hablar de un diente fantasma que tenía igual que los amputados tienen miembros fantasma - " "¡Aitsu wa kusmitai! ¡Y ahora va y me habla del puto diente fantasma de su madre!" le dijo el japonés a la asombrada camarera, que había pasado a ajustar otra mesa. "¿Cómo es que no tenemos ninguna mierda fractal?" El blanco frotó la superficie de la mesa como si la fricción pudiera activar los patrones. "Mierda fractal." El japonés sacudió la cabeza. "No sé por qué malgasto mi tiempo contigo, no vas a entenderlo. Ningún blanco lo entenderá, no los que son como tú. Vosotros perdistéis vuestras almas hace mucho tiempo, las vendistéis por una buena plaza de aparcamiento. ¿Sabes que cada vez que nace un blanco se abre una nueva franquicia en el centro comercial?" "¿Sí?" dijo el blanco sin inmutarse. "Bueno, cada vez que un gilipollas corta una tarjeta de crédito, se cierra un bar de sushi." El japonés parpadeó. "Eso probablemente es cierto." Sacó el tapón de gel del bolsillo de la manga y se lo tendió al blanco de nuevo. "Entonces. ¿Lo quieres?" El blanco lo tomó de su palma y lo sostuvo entre dos dedos. Un momento después lo dejó. "No lo bastante." "No lo bastante," repitió el japonés. "No lo bastante." "¿Estás diciendo que no es bastante?" "No lo es." El japonés sacudió la cabeza. "¿Qué le falta? Lleva la contraseña metida. Te pones el sombrero joder, incluso de doy mi traje de la suerte - te conectas, das la contraseña y -" "Y estoy en una Disneylandia japonesa durante, ¿cuánto tiempo? ¿Diez minutos?" El blanco torció el gesto. "Olvídalo. Podéis quedároslo, tú y las demás putas." "En eso no puedo ayudarte," dijo el japonés con tristeza. Se quedó mirando sus propias manos sobre la mesa tan fijamente que el blanco se inclinó para ver si pasaba algo, si el japonés tenía fractales en su lado de la mesa mientras su propio lado seguía en blanco. "Queda entre los dioses y tú. Puedo darte las herramientas, el aperitivo, llámalo como quieras. Pero no puedo darte el margen de atención, y no puedo corregir la miopía. Si crees que vas a tener un entretenimiento de diez minutos, eso es exactamente lo que obtendrás. Pero si estás dispuesto a llegar hasta la zona roja y luego más allá - bueno ¿quién sabe? Podrías volver a encontrar la puerta de salida y llegar al otro lado. ¿Cómo lo hiciste la primera vez, creyendo que era imposible?" El blanco se lamió los delgados, pálidos labios. "No suena lo bastante probable. Al final, es sólo un cuento." "Oye, los mitos no se entregan tan fácilmente, sabes. Tenemos que currárnoslos. El problema con vosotros los blanquitos es que nunca aprendéis realmente a vivir más allá de vuestros sentidos. Cuando entráis, todo tiene que estar funcionando por vosotros. Nosotros usamos el traje y el
sombrero para atizar el fuego. Vosotros los usáis en vez del fuego. ¿Ves? Sois todos así. Quizás salvo los italianos católicos. Los plenamente étnicos criados en la fe, ésos pueden volar sin avión." "Los rusos ortodoxos les ganan," dijo el blanco. "Y los caribes les ganan a todos. El vudú - " "Sí, bueno. Los caribes no son blanquitos." "Ya, ya, ya. Mira, ¿por qué no me das una pista sobre cómo prolongar la experiencia? ¿Se supone que tengo que decirle 'Oye, espera un momento' a la Temible Hembra del Cielo?" "Tienes mi ID, todas mis cuentas. Puedes hacer tus propios contactos fácilmente." El blanco arrugó la nariz. "¿Y dónde te deja eso a ti?" "No me digas que te preocupas por mi bienestar. Qué poco Gran Gatsby-esco." "Muy gracioso - " "Muy bien, qué poco blanco, entonces." "No, mira, ¿quieres? Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y te permito toda esa mierda de estereotipos blancos porque son bastante graciosos. Pero ya me estoy hartando de que me endosen crímenes de los cuales no me beneficié, cometidos por algún jodido tipo feo al que jamás conocí, especialmente cuando empiezas a sonar como si realmente te lo creyeras. ¿Quieres ver mi imitación de la pareja japonesa buscando apartamento? La hago para australianos, creen que es la monda. Es el número en el que el casero se da cuenta de que la pareja se ha instalado en su cuarto de baño y no dejan de hablar de lo espacioso que es - " La camarera, que ahora estaba en la mesa de al lado, dejó escapar una risa medio estrangulada y luego trató de disimularla como una tos. Ambos se la quedaron mirando antes de que el blanco se volviera hacia al japonés con una cara triunfante. "Vale," dijo. "Ya ves cómo puedes hacer que la gente se ría con material distinto de los chistes anticuados sobre cómo los estúpidos blancos trataron de ponerle suelo a Brasil usando palillos de caoba, y poniéndose morados de foca asada y bocadillos de pollo frito con mantequilla de cacahuete y bacon. Hay un montón de blancos que nunca vivieron así y no quisieron hacerlo. Lo creas o no, mis padres no me echaron a la calle cuando tenía ocho años, de hecho me criaron hasta que dejé el colegio." El japonés apretó los labios un momento. "Vaya, ¿no tuviste que vivir en la calle hasta los doce años? Probablemente no ganaste demasiado." "Oh, muy gracioso. Muy gracioso. Por si no conoces tu propia historia, Tailandia es donde el gran negocio eran las vacaciones organizadas con sexo infantil incluido." Los ojos del japonés eran inexpresivos. "Japón estaba muy lejos de Tailandia." "Ya, y Japón ni siquiera está ya, así que es fácil decir cualquier cosa. Y negarla. ¿Verdad?" "Al grano." "Vale. Al grano: estoy harto de los groseros chistes sobre blancos gilipollas, ¿vale? Déjalo." El japonés se encogió de hombros. "Bien. Lo siento. No sabía que tuvieras reparos al respecto." "Bueno, ya lo sabes." El blanco se cruzó de brazos. "¿Dónde estaba?" "Te estaba contando cómo ibas a tener todas mis cuentas y contraseñas y de pronto te dio por querer saber dónde me deja eso a mí." El japonés volvió a sonreír con media boca. "Te preocupaba mi bienestar de un modo que mae pareció poco, eh, carac - ah -" Se encogió de hombros de nuevo. "Te preocupaba." "Sí, claro, no quiero que me acusen de ningún fraude raro. Ya sabes, una noche estoy en línea riéndome un rato con la señorita Temible Cielo y de repente me falla la autentificación porque tú decides presentarte también." Se terminó el té de golpe. "Tú te llevas mi cita con la Temible, a mí me encierran por falsa identidad." El japonés empezó a reírse y dejó que la risa muriera. "Sí, eso no se me había ocurrido." "Bueno, joder, debiera."
"Estaba bromeando, insensible blanco gilipollas. No sucederá." "¿Quién lo dice, insensible amarillo gilipollas?" "Yo lo digo. Porque te pasaría todo el paquete. Te llevas todo, incluyendo lo que me costó años acumular. Todo tuyo. Todo." El blanco abrió la boca para decir algo y se detuvo. Entornó los ojos y torció la cabeza a un lado, luego al otro, escrutando. "¿Qué?" El japonés se echó algo hacia atrás. "¿Por qué?" "¿Por qué qué?" "¿Por qué estás siendo tan generoso?" El blanco puso los codos sobre la mesa. "¿Dónde está el fallo? Es como una de esas ventas por cierre de negocio, hay que venderlo todo. ¿Cierras el negocio?" El japonés se encogió de hombros. "Si no aprecias un trato cuando alguien te lo ofrece, es que tienes más problemas que yo." "Eso no lo sé." El blanco se quedó mirándole desde debajo de sus cejas. "Creo que tal vez tú tienes más problemas que nadie y estás tratando de pasármelos a toda prisa. ¿Quién va echar abajo mi puerta buscándote?" "Nadie," dijo el japonés con confianza. "Ajá. ¿Ni siquiera, hm, alguna preciosa hembra con mechas?" El japonés rió. "Sólo si lo programas." El blanco rió con él y empezó a levantarse. "¿Y bien? ¿No vas a decirme que espere un momento, que me quede? ¿Algo?" "No." "¿Por qué no?" La sonrisa del japonés fue melancólica. "Estoy cansado. Soy amante, no vendedor. Le llevaré esto a alguien que sea más espiritual, alguien que aprecie lo que le ofrezco y quiera algo que valga. Estoy pensando montar un negocio yo mismo y estoy tratando de reunir algo de dinero para empezar. Si estás de humor para rechazarlo, bien. El dinero de otra gente vale lo mismo que el tuyo." "¿Ah sí?" El blanco se sentó de nuevo. "Sí. Tengo a mucha gente moviéndose. Tengo contactos, me deben favores, tengo la actitud adecuada. Sólo soy pobre." "¿Cómo puedes ser pobre trabajando para quien trabajas?" "Sencillamente lo soy," replicó el japonés. "La paga está bien, pero hay muchos gastos, y no hay plan de jubilación, ¿vale?" El blanco bizqueó como si todo acerca de lo que habían hablado estuviera en la mesa delante suyo, y hubiese podido verlo si su vista fuera mejor. "¿Y si compro parte?" El japonés hizo un gesto dolorido. "Es un jodido paquete, no puedes comprar parte de un jodido paquete. Es como querer comprar parte de una casa. Te llevas un salón, un par de paredes, media cocina, las cañerías no, el tejado no - venga ya." El blanco suspiró. "Vale, vale, tú ganas. Pero antes dime: están los mitos, y están las direcciones al Tokyo real, ¿no?" El japonés hizo gesto raro de asentimiento con la cabeza, alzando la barbilla primero y luego dejándola caer, como si tratara de asentir sin asentir. "Vale. ¿Y cómo se supone que voy a encontrar eso?"
"Ésa misma es la clave a todo el problema con vosotros los blanquitos. No queréis hacer nada sin un libro de pistas y una chuleta. Escucha lo que te voy a decir: encontraré a alguien que vaya en serio y haré que te mande una descripción de todo en una postal desde el Ginza." "Espera, espera, espera. No creo que sea tan injusto pedir una pista pequeñita. No soy japonés, después de todo." "Si sigues pensando así, nunca entrarás en Tokyo. Te verán venir y te mandarán a Chinatown con los demás turistas. Con mi paquete, realmente serás japonés." "Vale, me lo llevo. Pásamelo." El japonés le tendió el estuche y el tapón de gel. El blanco se lo quedó mirando y luego alzó la vista, escéptico. "Y ahora qué," suspiró el japonés, harto. "Esto no es todo el paquete y no intentes convencerme de que lo es," dijo el blanco, apuntando al tapón de gel. "Nadie puede quimiarlo todo, ni siquiera los japoneses." "El resto está en línea. Llévate el tapón de gel, pone un marcador en tus fluidos. Ésa es la contraseña." "Oh, estupendo." El blanco estaba asqueado. "Tengo que sangrar para esto." "No si segregas. ¿No segregas?" El blanco se encogió de hombros. "No me lo preguntan mucho." "La mayor parte de la gente lo hace. Podrías ser uno de los pocos que no, así que tendrás que sangrar después de todo, por si acaso. Pero es sólo una vez, y luego el traje lo hace por ti. Es un precio pequeño que pagar." El rostro del blanco se vació de toda expresión. "¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo y perder su alma?" "¿Hm?" El japonés parpadeó. "Supongo que eso se mide según lo grande que sea el mundo a ganar y el alma a perder." Ahora parecía alarmado. "¿Y eso a qué viene? No me digas que eres profundo." "Si lo soy, también es una sorpresa parpa mí," dijo el blanco, preocupado. "No sé a qué vino eso. De repente, me dio... No sé. Tuve una premonición, y no fue sólo una sensación. Fue más como una visión. O casi una visión. Pero no era mi visión." "¿Ya estás teniendo las visiones de otro?" dijo el japonés, escéptico. "Claro. Ése es el quid de la cuestión, ¿no? ¿Que la vida de otro pase por delante de tus ojos?" El blanco rió, pero tenía un aspecto raro. El japonés frunció el ceño, sospechoso. "¿Ya tienes algo en la sangre?" "No, no." El blanco sacudió la cabeza. "Ni de coña. No." Trataba de no evitar la mirada del japonés. "Y de cualquier modo, ya estaría limpio." El japonés hizo un ruido desdeñoso. "No cuentes con eso, amigo. Algunas de esas cosas se quedan para siempre. Crees que estás limpio, te metes una nueva dosis, y bum - terremoto de diez grados en la escala de Richter, no hay supervivientes. O tal vez no sea tan malo," añadió mientras el blanco hacía una caída de ojos. "Quizás estés en una fantástica escena erótica con el cuerpo de tus sueños secretos y de repente te encuentras con que tienes que pasarlo todo bajo la forma de un mapache. O el cuerpo es un mapache y tú eres una alcachofa - y te gusta así. Incluso después de desconectarte." "Sí, bueno, eso pasa a veces. No me da miedo lo que averigüe sobre mí mismo. Conozco a algunos perdedores que averiguaron cosas muchos peores." "¿Y qué es eso de perder tu alma inmortal?" El blanco tomó el estuche y el tapón de gel. "Joder." Se levantó, pasó unas cuantas etiquetas de barras de código por la ranura de pago en el borde de la mesa, y se despidió haciendo un gesto
desde el centro de la frente con el índice. "Nos vemos en algún sitio, algún día," dijo y se abó camino entre las mesas, dirigiéndose a la salida. "No si puedo evitarlo," masculló el japonés, viéndole marchar. De camino a su próximo Gran Bajoor, quizás, o a una chica caliente, o a una puta vieja y cansada. El blanco bien podía venderle el tapón de gel al primer imbécil con que se encontrara en la calle y usar el traje sólo para sus fantasías masturbatorias. ¿Y qué si lo hacía? A él ya le daba lo mismo, siempre que ambos se fueran de su vida, de su mundo, de todos sus mundos. Y vice versa. Qué diablos. Podría ser incluso que el blanquito llegara a ver de hecho algo parecido al mito de creación. Cosas más raras habían pasado. Cosas mucho más raras habían pasado, y algunas le habían pasado a él. ******************************************************************************** ******************************************************************************** · TAZA VACÍA (I) La mayor parte de las personas en la pista de baile estaban Flotando. Yuki se deslizó por entre cuerpos, apartando algunos. Se movían por ella sin protestar, alegrándose por la estimulación extra. Al pasar rozando, probablemente había llevado a varias docenas al orgasmo. Puede llamarse el efecto onda, o la teoría del dominó en funcionamiento. Tal vez en algún lugar había alguien escribiendo un tratado académico comparando el efecto onda con la teoría del dominó como funciones de la nostalgia actual por las drogas de una era pasada. _Sí, llamaban a los precursores, realmente muy primitivos, "Xtasis" en aquellos días (haga clic aquí para refs a "Extasis", "Ecstasis" y "E"). Aunque podemos considerar eso otro ejemplo de la hipérbole de finales del siglo XX, debiéramos recordar también que si tuviéramos que vivir a finales del siglo XX, también llamaríamos "extasis" al Flotar._ Debiera haberse hecho académica, pensó. Ash habría reaccionado a aquella idea asintiendo gravemente, cerrando un puño para marcar énfasis, y metiéndose otra dosis. A ella no le gustaba demasiado. La hipersensitividad que los usuarios encontraban tan sensual y excitante le recordaba demasiado a la realidad artificial, con todo lo artificial de un traje, pero sin ninguna realidad en que usarlo. _¿Y qué quiere decir eso, de todos modos, 'realidad artificial'?" solía decirle Tom cada vez que usaba el término. "Si es realidad, ¿cómo va a ser artificial?_ Pero así era Tom. Preguntas y respuestas, no necesariamente en ese orden, no necesariamente correctas, ni siquiera correspondientes. _¿Dónde estás, Tom?_ _Depende, Yuki. ¿Crees en el más allá?_ _¿Qué pasa si digo que no lo sé?_ _Entonces, ¿cómo puedes saber qué estás buscando aquí?_ Ahí debiera haber ido un gemido, pero en las concisas idas y venidas de los mensajes-e no había habido gemidos ni risas, sólo el sonido de su propia voz alternando con la de un extraño. De algún modo, tras toda una vida de amistad, ella nunca había llegado a poner una muestra de la voz de él en su servicio, así que sus emails le llegaban con la voz de un impostor, un contralto neutral que se negaba a definirse como varón o hembra. Hacía que todo pareciera más extraño. Tampoco era que Tom hubiera sido nunca tremendamente normal. En realidad, él no sabía lo que era normal.
_¿Y tú lo sabes?_ Podía oír a Tom preguntar, pero en la voz impostora de su servicio de mensajería-e, no en la de él. _Sí, lo sé. No tienes que ser normal para reconocerlo cuando lo ves._ Salió al otro lado de la pista de baile, enfrentándose al corral de mesas donde Ash le había dicho que encontraría a Flor de Gozo sentada en su sitio habitual, escrutando la multitud en busca de presas. Ser elegido como Chico de Gozo era prestigioso mientras duraba, aunque en último término resultara futil y vacío. Flor de Gozo nunca conservaba a un Chico para siempre, por mucho cariño que le hubiera tomado. Los ex-Chicos que reaparecían entre la población general eran llamativos por su ex-idad, y también por la uniforme negativa (incapacidad, se rumoreaba) a discutir su tiempo entre los elegidos, lo cual volvía prácticamente imposible averiguar qué sucedía con los ex-Chicos que no reaparecían. Como Tom. Había rumores de las extrañas prácticas sexuales usuales, así como de las inusuales. Flor de Gozo era sexualmente insaciable debido a un implante cerebral experimental que había salido mal. No, que había salido bien. No, en realidad sólo era una celestina célibe para un contubernio de ricos y poderosos pervertidos y eran los Chicos los que llevaban losimplantes, para permitirles satisfacer las peticiones; los mismos implantes les impedían luego hablar con los medios. También se apuntaban otras cosas en susurros casi inausibles, sobre los Chicos que se habían desvanecido. Muertos de manera espantosa. No, peor que muertos, encerrados en clínicas y hospitales secretos, muertos cerebralmente pero mantenidos con vida mientras sus cuerpos eran repartidos entre ricos y poderosos inválidos que necesitaban nuevos corazones, hígados, pulmones. No, les instalaban en la cuadra más elegante del mundo, les llenaban de nutrientes, les masajeaban a diario durante un mes, y luego les descuartizaban y les asaban para los paladares de un contubernio de ricos y poderosos carnívoros. Y sus mascotas, algunas de las cuales eran Chicos, otras los descendientes de Chicos y mutantes, casi-humanos. Los rumores parecían estar nublándole la vista además de los pensamientos. Se dio cuenta de que tenía la vista fija en una mujer sentada en una de las mesas de la fila trasera más alejadas de la pista de baile. La mujer le devolvía la mirada. Tenía espeso pelo azul-negro en un anticuado corte estilo paje. Detrás de la oreja derecha, una rosa ciclaba del blanco al rosa a matices del rojo, oscureciéndose progresivamente hasta que finalmente se volvía negra. Luego revertía, el negro convirtiéndose en el más profundo rojo arterial y luego aligerándose al rosa y de nuevo al blanco. Sus ropas, una variación estilística sobre el traje chaqueta, también anticuadas, no cambiaban de color, aunque el más leve movimiento hacía que se dispararan patrones de moiré a través de la tela. Yuki sintió que amenazaba una risa nerviosa. Las personas como ésta - fueran lo que fueran, ricos, poderosos, o simplemente muy afortunados - siempre parecían hacerse deliberadamente feos o sólo ridículamente obvios. Por supuesto, podía haber sido cualquier quiero-y-no-puedo esperando hacerse pasar por el original, o un facsímil profesional cubriendo una aparición programada mientras la persona real se relajaba en otro lugar, librándose del trance de Ser Vista sin tener por ello que ser no-Vista. De cualquier modo, la mujer podía esperar ser tratada como si fuera Flor de Gozo, Aristócrata de las Celebridades. Yuki estaba molesta. No sabría si estaba convenciendo a Flor de Gozo para que la escuchara en persona o por intermediario, o si sólo estaba bailando con sombras con un imitador no oficial. Rápidamente escrutó el resto de las mesas. Había ocho o nueve, todas ocupadas. Ninguna de las demás personas parecía ni la mitad de prometedora que la dama de la rosa de colores cambiantes. Preparándose para la posibilidad de un rudo y embarazoso rechazo, se acercó por el lado del área de asientos hasta quedar directamente frente a la mujer.
Si no era Flor de Gozo, era una simulación tremendamente buena, hasta la expresión de indiferencia profesional en su rostro impecable, la expresión de alguien acostumbrado a rechazar avances y peticiones de vulgares don nadies. Yuki titubeó. ¿Qué iba a decir, sencillamente soltarlo y preguntarle qué coño había hecho con Tom Iguchi? _Venga, doña Flor, ¿te lo follaste, te lo comiste, o sólo le dejaste tirado por ahí?_ Seguramente Flor de Gozo se enervaría tanto por el ataque directo que se vendría abajo frente al interrogatorio de Yuki y confesaría que había hecho las tres cosas, aunque no en este orden. Y no en esta realidad, tampoco, pensó Yuki con fastidio. _Todo el mundo se ha movido siempre en muchos mundos a la vez, Yukiko. Pero los japoneses fueron los primeros en reconocerlo._ La abuela Naoka; siempre había sido una extraña mezcla de gran señora y el Viejo Japón. Le había donado su cerebro tras morir, recordó Yuki, a una especie de experimento de modelado de redes neuronales o algo así. Recordó que había sido una cosa controvertida en su momento, el uso de los cerebros de los muertos para la organización y las rutas, neuronas, sinapsis - todo tipo de cosas que ella no comprendía. Al principio, le había sorprendido. No había creído que a su abuela le interesara o aprobara una cosa así. Pero tras un tiempo, empezó a imaginarse el cerebro de su abuelo como el alma de la fiesta de las redes neuronales. O tal vez como el alma tras dejar el cuerpo, de cualquier modo. _Quiero ver si existe tal cosa como el fantasma en la máquina_, le había dicho a Yuki. Naoka habría conseguido que esta mujer le contara casi cualquier cosa que quisiera saber sin tener que hacerle de hecho ninguna pregunta. Bueno, quizás una o dos preguntas. Yuki sonrió para sus adentros. Sus padres habían sido personas bastante descuidadas y no se había sentido demasiado unida a ellos; Naoka había sido quien le había proporcionado la noción de familia. No sólo de familia, sino un intenso vínculo que parecía venir de un nivel en su interior demasiado profundo para poder alcanzarlo. Como si estuvieran emparentadas no sólo por la carne y la sangre, sino a nivel de sus moléculas, sus átomos. Era demasiado fácil exagerar las mejores cualidades de su abuela ahora que la vieja dama había pasado a mejor vida. _Prueba con 'muerta'. O un término más suave: 'fallecida.' O el actual favorito, nostalgia del pasado: 'reciclada'._ Todos los términos hacían que pareciera que realmente había tal cosa como una vida ultraterrena, donde se podía acceder ,incluso controlar, los pensamientos y talentos de los difuntos. La madre de su madre había hecho ruidos divertidos. _No es una cuestión de si existe una vida ultraterrena, sino de si se tiene la capacidad de concebir que existe._ Lo cual no tenía nada que ver con eso... ¿o sí? Yuki respiró hondo, dudando si quedarse y tratar de hablar con la mujer o marcharse a toda prisa. Como si notara su indecisión, la mujer sonrió de pronto y señaló la silla vacía a su derecha. Yuki se sentó antes de poder cambiar de opinión. Pero ésta no podía ser la verdadera Flor de Gozo - no podía ser tan fácil lograr su atención. ¿O sí? Una intensa sensación de incomodo la invadió. Debía parecer una cateta con su pelo demasiado corto, negro y basto, con su mono y chaqueta de máquina de bebidas, una cateta que venía a la gran ciudad por primera vez. Se quedó mirando la superficie de la mesa, deseando haberse pensado mejor las cosas en vez de salir en plena noche como si ya supiera lo que estaba haciendo. La mujer se inclinó hacia delante; detrás de su oreja, el color de la rosa pasó del rosa al rojo. "Sé lo que quieres." Yuki alzó la vista desde debajo de las cejas sin levantar la cabeza. "¿Lo sabe?" "Por supuesto. Mil más han venido a mí por la misma razón. Siempre tenéis la misma expresión. ¿Cómo no iba a darme cuenta?" Flor de Gozo posó su mano blanquísima sobre la mesa y levantó el
índice, apuntándolo hacia Yuki. Sorprendentemente, no llevaba las uñas pintadas. "Pero tú me gustas. Tú eres una verdadera japonesa." Yuki frunció el ceño. Si ésta era una imitadora de Flor de Gozo, tenía - ella o él - bastante desfachatez hablando sobre nada verdadero. Así que quizás sí era realmente Flor de Gozo "¿Verdad?" añadió pacientemente la mujer. "Bueno - " "Bueno, estás contratada." La mujer apartó la silla y se levantó. Yuki tragó saliva y se puso en pie lentamente. "Contratada." "Sí. Contratada. Ven." De inmediato, ella y Flor de Gozo se vieron rodeadas por altos guardaespaldas, hombres y mujeres. Todos parecían orientales pero Yuki se dio cuenta de que era estrictamente cosmético; un trabajo estupendo a su manera, pero demasiado acabado como para ser otra cosa que el producto de manos humanas. Ella y Flor de Gozo, en cambio, habían nacido obviamente con sus rasgos, aunque los de Flor de Gozo eran una mezcla de mongol y japonés, con una traza de antepasados siberianos. Era una combinación improbable, pero auténtica. "¿Adónde vamos?" dijo Yuki mientras la mujer y su séquito empezaban a guiarla hacia la salida. "A trabajar, por supuesto," dijo la mujer con energía. Los guardaespaldas eran al menos seis pulgadas más altos que Yuki y estaba empezando a tener sensación de claustrofobia. "¿Qué clase de trabajo?" Medio esperaba que Flor de Gozo encontrara la pregunta lo bastante estúpida como para despedirla tan rápidamente como la había contratado. "Eres mi nueva ayudante." "¿Qué la pasó a la anterior?" Flor de Gozo no se molestó en volverse. "¿Quién dijo que hubiera una anterior?" Cruzó la puerta de salida para emerger en un húmedo vestíbulo lo bastante iluminado como para mostrar el moho creciendo en las resquebrajadas paredes y suelo de cemento. "Vlad, acerca el coche." ******************************************************************************** ******************************************************************************** · MUERTE EN LA TIERRA PROMETIDA (I) El chico había podido elegir a qué lugar ir - otros países, otros mundos, incluso otros universos, como la legendaria exhortación de e.e. cummings, extrañamente evocadora en su época, sobrenaturalmente presciente ahora. Pero la idea que el chico tenía de un universo cojonudo a la vuelta de la esquina había sido una Nu Yok Siti post-Apocalíptica bombardeada, destrozada, reventada y ampollada. No era un sentimiento singular - la Nu Yok Siti post-Apocalíptica llevaba trece semanas seguidas encabezando las listas de éxitos, con la Elei post-Apocalíptica y el Hong Kong premilenario manteniéndose firmes en el segundo y tercer puesto, intercambiando posiciones ocasionalmente pero defendiéndose frente a los recién llegados. Dore Konstantin no entendía esa atracción. Tal vez el chico se lo habría podido explicar si no hubiera salido de la Nu Yok Siti post-Apocalíptica con la garganta rajada. Acabar fiambre tras una sesión en la Siti no era singular tampoco; la información inmediatamente disponible decía que ésta era la octava muerte en otros tantos meses. De momento, ninguna autoridad decía que las muertes estuvieran relacionadas, aunque nadie lo había negado tampoco. Konstantin no estaba segura de qué significaba aquello, salvo que, como mínimo, la Siti seguiría otro mes como número uno. La encargada nocturna del salón de vídeos oscilaba entre horrorizada y encantada. "¿Nunca ha entrado en la Siti?" le preguntó a Konstantin, metiéndose en el umbral de la puerta junto a ella. Se
llama Guilfoyle Pleshette y no abultaba demasiado; era poco más que un palo envuelto en un kimono chillón, voz por dibulandia, pelo por van der Graaf. Era poco más alta que el hombro de Konstantin, pelo incluido. "No, nunca," le dijo Konstantin, mirando cómo DiPietro y Celestine le quitaban el traje al chico para la forense. Era demasiado parecido a ver desollar un animal, sólo que más grotesco, y no sólo porque la mayor parte de la sangre del chico estuviera en el traje. Debajo, su carne desnuda estaba impresa con un denso patrón de líneas y formas, de complejidad bizantina, por los cables y sensores del traje. _Empezarán a decir que eso es lo último en sistemas nerviosos_, pensó Konstantin, fascinada. _Le darán un nombre recién inventado, como sistema neo-exo-nervioso, y dirán que el traje lo genera, cada línea y forma con una contrapartida al otro lado de la barrera de la piel. Con su propio signo astrológico._ El operador de cámara de la forense se acercó para una toma de la cabeza y hombros del chico, forzando a la reportera del de Policía contra la pared de enfrente. Imperturbable, la reportera levantó su propia cámara por encima de la cabeza, enfocó la lente hacia abajo, y siguió grabando. Esta semana, el de Policía había conseguido revocar la prohibición contra la presencia de redes comerciales en escenas de crímenes, dictada de nuevo la semana anterior. Konstantin no podía esperar a que llegara la semana siguiente. Mientras el traje se despegaba de las caderas del chico, el hedor de desechos humanos pugnó con el pesado olor de la sangre y el acre aroma del sudor por el control del aire en la habitación, que no era mucho mayor que el vestidor que Konstantin había compartido con su ex. El vestidor había parecido mucho mayor esta mañana, ahora que ya no estaban las pertenencias de su ex, pero aquella habitación parecía encoger por momentos. La forense, su operador de cámara, la reportera, y DiPietro y Constantine habían venido todos preparados con filtros nasales. Los de Konstantin se habían quedado en el cajón superior de su escritorio. Tapándose nariz y boca con la mano, salió al vestíbulo donde su compañero Taliaferro también sufría, pero por el estrecho espacio y el techo bajo más que por el aire, que estaba meramente sobreprocesado y rancio. Pleshette la siguió, hurgando con afán en los bolsillos de su kimono. "Qué mal," dijo, mirando de Konstantin a Taliaferro. Taliaferro no dio señales de haberla oído. Estaba apoyado contra la pared, con los hombros tapándole las orejas, la cabeza adelantada hacia el archivador mientras tomaba notas, como si esperara que el techo le cayera encima. Desde el ángulo de Konstantin, el archivador quedaba completamente oculto por su mano, así que parecía estar usando el estilo directamente sobre la palma. _Nunca envíes a un claustrofóbico a hacer el trabajo de un agorafóbico,_ pensó Konstantin, sintiéndose surrealista. De todas formas, Taliaferro, que pronunciaba su nombre "Tolliver" por razones que ella no conseguía comprender, era un tipo tan grande que Konstantin se preguntaba si la mayoría de sitios más pequeños que un escenario no le resultarían diminutos y agobiantes. "Pero que muy mal, joder," añadió Pleshette, como si aquello aclarara de algún modo su primera afirmación. Una mano huesuda salió de un bolsillo oculto con un pequeño spray; un olor dulzón a menta cortó el quieto aire. El estilo de Taliaferro se congeló mientras sus ojos se volvían hacia la encargada. "No ha servido de mucho," dijo, siniestro. "Oh, espere," dijo ella, agitando las manos para extender el olor. "Ahora está oliéndolo, pero dentro de un rato, nada. Mata a la nariz, aquí lo usamos mucho. Los clientes siempre dejan un montón de olor corporal en los accionadores. Los trajes apestan." Hizo un gesto en dirección a las demás puertas en el largo, estrecho pasillo. "¿Ve ese módulo de Guerras de Bandas? Hay que amarrar a los clientes a los asientos, sino se cargarían los trajes, retorciéndose por el suelo,
tirándose contra la pared, saltando unos contra otros. Es muy fácil volverse nativo en un módulo de Guerras de Bandas." _¿Volverse nativo?_ repitió Taliaferro, moviendo sólo los labios y mirando a Konstantin desde debajo de las cejas. Konstantin se encogió de hombros. "No vi ningún asiento aquí." "Está empotrado. ¿Como esas viejas camas?" Konstantin alzó las cejas, impresionada por la idea de que la encargada conociera las camas empotradas y luego se sintió avergonzada. Su ex siempre le había dicho que ser una snob era su rasgo menos atractivo. "La mayor parte de la gente no usa los asientos más que para el sexo," decía Pleshette. "No si pueden evitarlo. Hubo un tipo que se hizo daño con el asiento. Se calentó retorciéndose, se cortó con las correas y se rompió unas cuantas costillas. Y eso - " se inclinó hacia Konstantin confidencialmente "- eso ni siquiera fue lo más gracioso. ¿Sabe qué fue lo más gracioso?" Konstantin no podía imaginárselo. "Lo más gracioso fue que su pdv estaba en una pelea exactamente al mismo tiempo y se rompió exactamente las mismas costillas." Pleshette se irguió y se cruzó de brazos, alzando la barbilla, desafiante, como retando a Konstantin a no creérselo. "Esto siempre ha sido inseguro, incluso antes de ser fatal." "¿Eso pasó aquí?" preguntó Taliaferro sin levantar la vista. "No. En otro sitio. Al este, al norte de Hollywood. Ahora no me acuerdo." La manga del kimono de la encargada se agitaba como un ala mientras hacía gestos. "Todos lo oímos. Estas cosas se saben." Konstantin asintió, mordiéndose el labio para no sonreír. "Ajá. ¿El mismo tipo que no abrió su paracaídas virtual y se lo encontraron muerto con todos los huesos destrozados?" "Bueno, claro que no." Pleshette la miró como si estuviese loca. "¿Cómo iba a pasar eso? Ese tipo murió. Todos oímos lo de ése también. Pasó en D.C. Pasa mucho en D.C., con todos esos thrillers de muerte súbita que tienen." Se inclinó hacia Konstantin de nuevo, posando una mano escuchimizada sobre su brazo. "Tendría que hablar con los soplones de D.C. sobre los viajes letales. La vida es tan barata allí. Es un mundo totalmente distinto." Konstantin estaba tratando de decidir si estar de acuerdo con ella o cambiar de tema cuando la forense salió del cubículo con el cámara pegado a sus talones. "- ha rodado todo lo que yo rodé," decía el cámara, descontento. "Y yo digo que da lo mismo. Probablemente conseguiremos un subpoena sobre lo que ha filmado y veremos si realmente es mejor que lo tuyo. Probablemente no lo es. Largo." Le dio un empujoncito. "Pero sé que aparece en algunas de mis tomas -" "Eso también se puede arreglar. Largo. Ya." La forense le echó y se volvió hacia Konstantin. Era menuda, aproximadamente del tamaño de una niña de diez años crecida - tenía que ver con su religión, recordó Konstantin. La Iglesia de Lo Pequeño es Hermoso, o algo así. A los fieles se les truncaba el crecimiento en la infancia. Konstantin se preguntaba qué pasaba con los que perdían la fe, o se convertían de adultos. "Bueno, puedo decir sin temor a contradecirme que al chico le rajaron la garganta mientras estaba vivo." La forense miró alrededor. "Y en sitio como éste. Imagínese." "¿También tengo que imaginarme cómo?" preguntó Konstantin. "¿Cómo? El clásico de oreja a oreja." La forense se alisó la basta nube cobriza que era su pelo actual. Volvió a subírsele de inmediato. "Lo más probable es que lo hicieran con un arma especial para este tipo de cosa, y no con cualquier cuchillo afilado que estuviera a mano. Probablemente una hoja de empalme. Las hojas de empalme están muy de moda ahí fuera. O mejor, aquí dentro. En los
accionadores. A todos les gustan esas hojas de empalme. Y definitivamente, no fue una herida autoinfligida. Aunque no pudiéramos determinarlo por el ángulo, este chico era un blandengue de RA. No habría tenido la fuerza para aserrarse la tráquea así." Konstantin torció el gesto. "Estupendo. Ya sabes lo que va salir en las noticias en menos de una hora." La forense agitó el aire con una mano pequeña. "Ya, ya, ya. Los estigmas del jugador. Todo el mundo ha oído algo acerca de alguien al que apuñalaron en un módulo y salió con una cuchillada a la que tuvieron que dar dieciséis puntos, y qué hay de la monja que salía por la tele con las manos y los pies sangrándole. Es parte de la moderna máquina de hacer mitos. Hay gente que se cayó de la percha en RA, se liaron con qué era real y qué no, y se hicieron daño a sí mismos o algo así. Pero lo de los estigmas - a todo el mundo se le olvida, muy convenientemente, cómo los estigmas de la Hermana María Sangre de los Santos Etcéteras resultó ser un timo, como reveló su propia orden. La hermanita había trabajado como prestidigitadora antes de meterse en religión. Hay un artículo sobre cómo lo hizo flotando por PubNet. Mirátelo algún día - unos ritmos fascinantes. Lo auténtico sería "extremo ruptura", problemas muy serios en el coco, que los expertos están bastante seguros de que nadie ha tenido desde Santa Teresa." "¿Cuál de ellas?" preguntó Konstantin. La forense rió. "Ésa es buena. '¿Cuál de ellas?' Tú controlas, ¿eh?" Se rió algo más. "Mañana te dejo el informe en el casillero." Salió por el pasillo, riendo aún. "Bueno," dijo la encargada nocturna, resoplando con desdén. "Algunas personas harían mejor en no meterse con cosas de las que no tienen ni puñetera idea." Dirigió las tres últimas palabras a la espalda de la forense, pero la forense no la oyó. "Lo siento si ofendió sus creencias," dijo Konstantin con firmeza. "¿Hay alguna otra entrada a la habitación que nadie conozca - conductos de ventilación, cañerías, salida de emergencia, acceso?" La cabeza rizosa de Pleshette se giró de lado a lado. "No. Nada." Konstantin estaba a punto de preguntar acerca de los planos del edificio cuando Taliaferro cerró el archivador con un ruido como el disparo de un rifle. "Vale. Menudo local tienen ustedes. Ahora entrevistaremos a los clientes. En el aparcamiento." "No tenemos aparcamiento," dijo Pleshette, frunciendo el ceño con sospecha. "No dije su aparcamiento. Hemos reunido a todo el mundo en un local de alquiler de coches en la siguiente manzana, podemos hacerlo allí." Taliaferro miró a Konstantin con intención. "Espacioso. Montones de espacio en que moverse." Konstantin suspiró. "Antes localicemos a todos los que estaban en el mismo escenario y módulo que el chico y veamos si alguien se acuerda de que hiciera o dijera algo que diera pistas sobre lo que le iba a pasar." Pleshette rió. "¿Saben cuánta gente sería ésa?" Konstantin asintió, torva. "Empezaremos con los locales. Con los clientes de aquí, quiero decir." Salió por el pasillo tras Taliaferro. "Pero sí que pueden ver qué estaba haciendo el chico cuando le rajaron el cuello." Konstantin se detuvo y miró a la encargada. "¿Sí?" "Sí. Vigilancia lo tendrá." "¿Vigilancia?" repitió Konstantin, dudando si había oído bien. "Bueno, sí." La encargada la miró de reojo. "¿Cree que dejamos entrar a estos tipos aquí sin echarles un ojo encima? Podría pasar cualquier cosa. No queremos cargar con responsabilidades civiles." Konstantin decidió no preguntarle por qué no había mencionado este pequeño detalle un par de horas antes. "¿Puedo ver ese registro de seguridad en su oficina?"
"¿Sólo verlo?" Pleshette parecía desconcertada. "¿Hay algún problema?" Konstantin avanzó hacia la puerta abierta de la habitación donde podía oír a DiPietro y Celestine charlando con la reportera. "No." La encargada nocturna se encogió de hombros. "Si sólo quiere verlo, en mi oficina, claro." Konstantin no supo cómo interpretar la expresión en la curiosa carita de Pleshette. Tal vez eso era todo lo que era, la curiosa carita de una curiosa personita que vivía en un curioso mundillo abierto toda la noche. Un curioso mundillo artificial, abierto toda la noche, de hecho. Por lo que Konstantin se imaginaba, la encargada nocturna no habría visto la auténtica luz del sol en años. No era problema suyo, pensó mientras entraba por la puerta del cubículo donde Celestine y DiPietro estaban ahora ocupados pugnando por la atención de la reportera mientras la reportera fingía no estar sonsacándoles. Ninguno tenía que fingir que se había olvidado del chico muerto. "Perdón por interrumpir," dijo Konstantin, con cierta malicia. DiPietro y Celestine se volvieron hacia ella a la vez. Con sus monos blancos idénticos, parecían marionetas no terminadas. "Van a venir a llevárselo. Antes de hacer un último registro de la habitación, puede que quieran, ehm" - hizo un gesto en dirección al cadáver - "taparlo." "Claro," dijo Celestine, y de repente le lanzó algo redondo envuelto en plástico. "¡Piensa rápido!" Konstantin lo cogió por instinto. Registró la forma antes que nada. La cabeza del chico, pensó, horrorizada. El corte de la garganta había sido tan profundo que le habían decapitado al desnudarle. Entonces sintió el metal a través del plástico y se dio cuenta que era el monitor de cabeza del chico. "Muy bueno, Celestine." Se metió el monitor bajo el brazo izquierdo. "Si lo hubiera dejado caer, nos habríamos tirado un año rellenando impresos." "¿Tú, dejar caer algo? No en esta vida." Celestine sonrió. Las patillas de la mujer hacían que su cara pareciera el doble de ancha de lo que era. Konstantin se preguntó si se podría demandar a un cosmetólogo por incompetencia. "Gracias por el voto de confianza, pero la próxima vez mándame una tarjeta, anda." Konstantin subió por el pasillo hacia el vestíbulo principal. Pleshette la siguió con un frufrú de kimono. Sólo había dos policías de uniforme esperando en el vestíbulo con los otros tres miembros del personal de noche, que estaban encaramados, uno junto a otro, en un desvencijado sofá de falso cuero junto al escaparate. El resto de los policías, junto con los clientes, estaban en la siguiente manzana con Taliaferro, le dijo a Konstantin uno de los uniformados. Konstantin se centró en la etiqueta con el nombre de la policía, que decía "Wolski", para no quedarse mirando el pulcro bigote jengibre de la mujer. Al menos no era tan ostentoso como las patillas de Constantine, pero no estaba segura de que pudiera llegar a acostumbrarse al vello facial en mujeres. Su ex la habría llamado una nostálgica. Tal vez lo era. "Está bien, siempre que sepamos dónde están." Konstantin le tendió la bolsa con el monitor de cabeza. "Guárdame esto, el chico lo llevaba puesto cuando murió. Voy a ver una cinta de vigilancia en la oficina de la encargada y de paso a interrogar al personal." Las personas en el sofá estaban mirándola, expectantes. "¿Éstos son todos los del turno de noche?" "La camada al completo," le aseguró Pleshette. Konstantin miró alrededor. Era un vestíbulo pequeño, sin sitios donde esconderse, y presumiblemente sin puertas secretas. Pequeño, sórdido, y deprimente - tras esperar allí incluso unos pocos minutos, cualquier RA probablemente tendría un aspecto genial en comparación. Se volvió a las personas del sofá justo cuando el del medio se levantó y le tendió la mano. "Miles Mank," dijo en una fuerte voz de tenor. Konstantin titubeó. Los ojos del hombre tenían un aspecto desenfocado y acuoso que asociaba con las personas que no estaba bien. Era seis pulgadas más alto que ella y pesaba al menos cien
libras más. Pero eran libras blandas, y metidas en un brillante uniforme azul de una sola pieza que, combinado con los ojos pegajosos y el pelo pajizo, le daba una apariencia extrañamente infantil. Estrechó su mano, que era incluso más blanda de lo que parecía. "¿Cuál es su trabajo aquí?" "Supervisor," le informó. Los ojos pegajosos miraron a Guilfoyle Pleshette. "Bueno, supervisor extraoficial. Soy el que lleva más tiempo aquí, así que siempre acabo diciéndoles a todos cómo funcionan las cosas." "Oh, no te cortes, Miles," le instó Pleshette. Las mangas del kimono ondearon como pendones al viento mientras estiraba sus brazos como palillos y los volvía a plegar. "Venga, cuéntale que si ascendieran a la gente por antigüedad, tú serías el encargado nocturno. Entonces yo podré contarle que tuvieron que buscar un administrador experimentado fuera de aquí. Todo se compensa." "Hay experiencia y experiencia," dijo Mank, picado. "Nadie murió nunca cuando yo era encargado nocturno - " "Cierto, cierto - todos sobrevivieron a la pelea en la que tuviste que devolverles el dinero a todos los clientes. Pero nadie murió, así que fue un buen trato, después de todo." Miles Mank pasó por delante de Konstantin para ponerse delante de Pleshette, que tuvo que ponerse de puntillas para menear su esquelético dedo ante la cara de él. Konstantin sintió el escalofrío de pánico que sienten todas las autoridades cuando una situación se desmadra. Antes de poder intervenir, la policía bigotuda, Wolski, tiró de su manga y le mostró un taser puesto en flash. "¿Lo uso?" Konstantin asintió, retrocediendo y cubriéndose los ojos. El flash era una llamarada calor de un milisegundo que encontró curiosamente reconfortante - si bien nadie más. Aparte de a Guilfoyle Pleshette y a Miles Mank, Wolski (y su bigote jengibre) también se había olvidado de avisar a su compañero, a los otros dos empleados, y a Taliaferro, que había elegido aquel momento para volver a entrar. El nivel de ruido creció exponencialmente. "¡Cállense todos!" rugió Konstantin, y le asombró ver que todos lo hacían. Miró alrededor. Todas las personas en el vestíbulo tenían las manos sobre los ojos. Parecía una convención de monos yono-veo. "Gracias," añadió, azorada. "Bueno. Voy a ver la cinta de vigilancia de la última sesión de la víctima en el despacho de la encargada, y luego entrevistaré al resto del personal." Se volvió a Taliaferro. "Después, quiero interrogar a todos lo que estaban en el mismo módulo y escenario." Esperó, pero él no retiró las manos de los ojos. "Eso significa que te llamaré a la manzana de abajo, compañero, para que escolten a unos cuantos individuos hasta el despacho." Esperó unos pocos segundo más a que él respondiera. "¿Comprendes, Taliaferro?" añadió, exasperada. "Sí, déjame sólo que les haga unas preguntas preliminares a los clientes," dijo, dirigiéndose al aire donde creía que estaba ella. Estaba a dos pies de distancia. "Van a ponerse bastante inquietos mientras haces eso. Tendremos que permitirles llamar por teléfono y darles pizza." Konstantin hizo una caída de ojos. "Pues dáles teléfono y pizza." Se volvió a Pleshette. "Bueno, ¿puede enseñarme su despacho?" "Lo siento," dijo Mank con buen humor, "pero me temo que yo no tengo despacho. Tengo que apañármelas con la sala de personal." "Sufre, Mank," dijo Pleshette, mirando por entre los dedos. "Me estaba hablando a mí." Empezó a bajar la mano y cambió de opinión. Konstantin suspiró. Su visión volvería a la normalidad en unos minutos junto con su piel, asumiendo que ninguno sufriera fácilmente de sarpullido. A lo mejor podía haber mostrado más simpatía, pero no estaba segura de que ninguno lo notara si lo hubiera hecho. Posó su mano sobre el brazo de Pleshette. "¿Su despacho?" "Ahora se lo enseño," dijo Pleshette, "si es que vuelvo a ver bien alguna vez."
El despacho de Pleshetter era más pequeño que el apestoso cubículo en que había muerto el chico, lo cual era probablemente bueno. Supuso que Konstantin no pudo tirar nada rompible contra la pared cuando descubrió que la supuesta cinta de vigilancia era un registro de RA. No había suficiente distancia como para estampar algo de un modo satisfactorio y quedar a salvo de la metralla. "Invasión de la privacidad," le explicó Pleshette cuando Konstantin la llamó. "¿Qué privacidad?" preguntó Konstantin. Todas las áreas públicas tienen cámaras tres-cuatro grabando veinticuatro horas al día - " "Éste no es un espacio público." La sonrisa de Pleshette de pronto se hizo más astuta de lo que Konstantin habría creído posible. "Es un área privada para acceder al cual la gente paga. Lo cual significa que no se puede poner vigilancia porque una de las cosas que compran los clientes cuando vienen aquí es privacidad." "Oh," dijo Konstantin, medio temiéndose que Pleshette fuera a citar el caso que había sentado precedente. Pensó un momento. "Eso cubriría, digamos, cualquier cosa admisible en un tribunal, ¿no?" Pleshette asintió con el peinado. "Bien. Y ¿qué hay de la cinta inadmisible?" "¿Qué?" "Enséñeme la cinta inadmisible - la grabación ilegal de vigilancia - y nos iremos." Konstantin esperó, pero Pleshette se quedó allí mirándola, con un vago desconcierto nublando sus curiosas facciones. Ya no había astucia en su expresión. "Mire, dado que esa grabación de vigilancia es ilegal, no exista, yo nunca la vi, y nadie sabrá nada. Ya me las ingeniaré para montar una acusación en toda regla más adelante. Pero enséñeme lo que tiene." "Pero no hay nada," dijo Pleshette, su voz de dibujo animado volviéndose algo ronca por el cansancio y la fatiga. Se arrebujó el kimono alrededor de su cuerpo de palillo. "No lo hay, de verdad. Traiga una patrulla y regístrelo todo, no encontrará nada. La gente compra privacidad y realidad artificial aquí, y es lo que les damos." Konstantin rió, una risa breve e incrédula. "¿Sabe que la gente podría entrar y hacer cualquier cosa en esos cubículos, entonces? ¿Sin tocar siquiera los aparatos de RA?" "Bueno, podrían," admitió Pleshette. "Pero los registros en todos los equipos dicen que se usaron durante todo el tiempo que cada cubículo estuvo ocupado por un cliente de pago. Excepto por los pocos minutos que se tarda en ponerse los aparatos y volver a quitárselos. Así que quizás algunas personas entran, dejan los trajes y monitores en el suelo, pero ejecutan los programas, y se quedan ahí disfrutando del silencio. No lo sé con seguridad. Pero después de que se vayan, los traje sí que huelen como si alguien los hubiera usado. Y registran haber entrado en RA como quienquiera que quieran ser y haber hecho loquequiera que quisieran hacer hasta que se les acabó el dinero y se fueron. Así que sí, supongo que no sé con seguridad lo que hace nadie ahí dentro, pero lo doy por sentado, porque es lo que se me paga por hacer." "Ajá," dijo Konstantin. "¿Algo más?" preguntó Pleshette. "No, creo que eso era todo, gracias," dijo Konstantin, y se sentó a ver el vídeo. Vio cada minuto, incluyendo las instrucciones iniciales que le decían que el único pdv sería el de observador imparcial. La opción de edición estaba disponible para zooms o ángulos extraños, junto con un manual que desplegar si se sentía algo menos que Fellini, o incluso de D.W. Griffith.
Útil, pensó, congelando la imagen antes de que la entradilla se fundiera en el escenario. Excesivamente útil, incluso. ¿Se suponía que tenía que decidir cómo editar la cinta antes de verla? Pero claro, se dio cuenta, esto entraba en la categoría de souvenir. La cinta de tus aventuras en RA, o el vídeo de la boda de tu amigo, o rápidas panorámicas preempaquetadas desde una quiosco en el aeropuerto de Lima como regalo de última hora antes de tomar el vuelo a casa - hacías que tuviera el aspecto que quisieras, para quienquiera que lo viese. Puede que no quisieras que tuviera el mismo aspecto para todo el mundo - una versión más edulcorada por un amigo, algo experimental para captar la atención de otro, una orgía gratuita para mantener despierto al club de jardinería. Konstantin pulsó la línea de menú en la parte baja de la pantalla. _¿Opciones?_ le preguntó, desplegándolas en el centro del fondo azul profundo. _Elige una carta, cualquier carta. Luego habrá un test. Si duras lo bastante._ Escogió _Sin adornos_. La imagen en la pantalla se licuó y fundió en negro. Un momento después estaba mirando un rostro andrógino que sugería lo mejor de la India y el Japón en combinación. El nombre era Shantih Love, que no pudo decidir si le gustaba o si lo detestaba. El perfil vinculado le informó de que tanto el nombre como la apariencia de Shantih Love habían sido revertidos y estaban protegidos. No se daba la edad; el sexo figuraba como _Cualquiera; todos; ¿qué más te da?_ "Es un trabajo asqueroso y desagradecido, Shantih, pero alguien tiene que hacerlo." Tecleó pidiendo las especificaciones técnicas de la sesión del chico muerto. Traje de cuerpo entero, por supuesto, que le diría cuándo había muerto el chico. Pasó las opciones de este escenario y módulo para ver cuánto tiempo había estado en RA. _Duración: cuatro horas, veinte minutos._ Konstantin hizo una mueca. El chico debía de haber estado increíblemente encallecido - la mayoría de la gente, incluso los peores adictos, tenían que tomarse un descanso cada dos horas al menos. Invocó sus constantes vitales para poder tomar la hora exacta de la muerte en el archivador. Entonces se quedó mirando las cifras en las pantallas, repiqueteando inconscientemente en el escritorio con el estilo. Shantih Love - o más bien el chico que se presentaba como Shantih Love - se había despojado de su cáscara mortal justo a los diez minutos de entrar en su proyectada aventura de cuatro horas y veinte minutos en la Nu Yok Siti post-Apocalíptica. La persona de Shantih Love, sin embargo, se las había apañado bastante bien para seguir sin él durante las cuatro horas y diez minutos restantes. Konstantin se quedó mirando mientras se iniciaba la secuencia. En medio de un paraje urbano lleno de brillos al atardecer, el andrógino se abrió camino hacia algún tipo de ruidosa fiesta o reunión tribal en la orilla cubierta de desperdicios del río Hudson. Los desperdicios también estaban llenos de brillos; más brillos destelleaban en el vidrio de los silenciosos escaparates al otro lado de una ancha carretera de cuatro carriles parcialmente bloqueada por ocasionales islas de escombros. Mientras Shantih Love abandonaba la acera, su túnica púrpura, que le llegaba por los tobillos, flotando grácilmente con cada paso, y cruzaba la calle en ruinas, un montón de escombros se incendió, iluminando la semioscuridad. Shantih Love apenas si miró en su dirección y siguió caminando hacia la reunión en la orilla; Konstantin pudo oír música y, por debajo, el ruido blanco de muchas voces conversando. ¿De qué demonios podrían hablar, se preguntó? ¿Sería algo más profundo que lo que se oía en cualquier fiesta en la realidad al hablar con otra gente? Y, si lo fuera, ¿por qué sólo sucedía en la realidad de la Nu Yok Siti postApocalíptica? Shantih Love miró atrás de pronto de tal modo que pareció mirar a través de la pantalla a los ojos de Konstantin. La expresión de aquel rostro único parecía de algún modo distante y confiada. Konstantin viró la perspectiva objetiva desde detrás de Shantih Love a su lado derecho,
adelantando al andrógino y yendo hacia su izquierda, siguiéndole mientras caminaba hacia la multitud en la orilla. Una figura salió de repente de detrás de la tapia baja de cemento que separaba a la calle del río. Shantih Love se detuvo un momento, atusándose el pelo con incertidumbre. Konstantin trató de ajustar los controles de pantalla para ver mejor a la figura en la creciente oscuridad pero, irritantemente, no parecía poder obtener nada más definido que una silueta borrosa y desdibujada, definitivamente humanoide pero no inidentificable como joven o vieja, masculina, femenina, ambas cosas o ninguna, amistosa u hostil. La figura trepó por encima de la barrera hasta el lado de la calle justo cuando Shantih Love la atravesaba en dirección a la orilla. El terreno allí era blando y Shantih Love tuvo problemas para caminar sobre él. La forma borrosa le siguió desde el otro lado de la tapia y Konstantin tuvo la sensació de que estaba diciendo algo, pero no salía en el audio. Shantih Love no respondió, ni siquiera miró de nuevo en aquella dirección mientras avanzaba a zancadas hacia la muchdumbre, que se extendía desde el borde al agua hasta una abertura en la tapia y salía a la carretera. La perspectiva había vuelto a descolgarse de Shantih Love. Konstantin pulsó el botón de avance rápidamente; ahora parecía estar encaramada en el hombro derecho de Shantih Love. La reunión en la orilla le recordó a Konstantin el tipo de cocktails ad hoc y desorganizados a los que su ex le había encantado asistir. Estaba decepcionada. ¿Era esto realmente todo lo que a alguien se le podía ocurrir hacer en RA? Shantih Love se giró de repente; tras una demora de un segundo, la perspectiva le siguió. Konstantin se mareó y las imágenes en pantalla quedaron desenfocadas. Cuando el foco se aclaró, Konstantin vio que la figura estaba en lo alto de la tapia, lista para saltar. Shantih Love retrocedió , se volvió, y empezó a abrirse camino por entre la gente de la fiesta, golpeándose contra varias personas, algunas menos claras que otras. Konstantin no tenía que girar la perspectiva para saber que la criatura estaba persiguiendo al andrógino. Ahora el pdv parecía estar a unas pocas pulgadas delante de la cara de la criatura; Konstantin vio fugazmente brazos y manos vendadas con un número indeterminado de dedos mientras se tambaleaba hacia la fiesta tras Love. El pdv empezó a temblar y emborronarse, como si estuviera encajado en el cuerpo del perseguidor. Con frustración, Konstantin pulsó la tecla de avance, pero el pdv no se movió. ¿Y a esto le llamaban edición personalizada? Se enfadó. Peor aún, ahora que estaba entre la gente de la fiesta, casi todos los invitados eran tan vagos como para ser irritantemente inidentificables o eran unos estereotipos tan amplios - bárbaro, vampiro, niño-lobo, homúnculo - que el anonimato quedaba igualmente asegurado. Shantih Love salió al otro extremo de la multitud dos segundos antes que ella, y corrió pesadamente hacia una rampa de piedra que llevaba a la acera. Subió a gatas, un latido por delante de su perseguidor. Love franqueó la tapia baja y corrió por mitad de la calle, mirando intensamente a cada montón de escombros. Había algunos montones aquí, algunos en llamas, otros no. Konstantin se dio cuenta de que probablemente sólo ella encontraba aquello notable, mucho menos llamativo - vivir en una hoguera probablemente era el summum del chic en RA. Esta semana. Trató de hacer avanzar el pdv de nuevo y esta vez ganó varios pies. Shantih Love miró por encima del hombro, en apariencia directamente al pdv. La expresión del andrógino era de pánico y desmayo; un momento después, cayó. El pdv hizo un salto mortal. Hubo un flash de acera rota, seguido por un breve panorama del cielo, un giro y un zoom del perfil del andrógino justo cuando el perseguidor le así por la barbilla con una mano envuelta en harapos. La piel perfecta quedó tensa; la cuchilla brilló y desapareció, girándose para cortar carne, tendón, venas, cartílago, hueso.
La sangre salpicó el pdv y goteó como una lluvia de casquería contra una ventana. Haciendo una mueca, Konstantin trató de borrar los rastros de sangre; no pasó nada. Shantih Love tosió y escupió mirando al cielo, sin tratar de apartarse de la mano vendada que aún sostenía su barbilla. La sangre brotaba a chorros de la artería de modo exagerado. La criatura empujó el rostro de Shantih a un lado de modo que Shantih quedó mirando más allá del pdv, y luego inclinó la cabeza y bebió. Konstantin había visto cosas parecidas en vídeos de shock, incluyendo el llamado vídeo de "matanza sobre ruedas" que supuestamente había circulado de modo clandestino (fuera lo que fuera lo que eso significaba últimamente) y que había resultado ser tan visiblemente falso que los autores tendrían que haber sido acusados de estafa, o como mínimo de publicidad engañosa. Pero mientras que la sangre que se vertía en aquel tipo de vídeo se parecía más a jarabe de cereza, ésta parecía lo bastante real como para darle arcadas a Konstantin. Se llevó una mano a la boca mientras congelaba la imagen y se apartaba, respirando hondo y despacio por la nariz, haciendo que la náusea desapareciera. Al mismo tiempo, se sorprendió de sí misma. Su vena impresionable por lo general estaba convenientemente latente. En doce años como detective, había visto suficiente sangre y vísceras en directo como para poder afirmar que estaba algo endurecida. Pero había algo en aquello - ¿era la sangre, los ruidos que emitía Shantih Love, el sonido de la criatura bebiendo tan ávidamente? ¿O el saber que el chico real estaba pasando prácticamente por el mismo trance no-virtual? Konstantin se serenó y trató de darle al avance rápido para pasar la secuencia vampírica lo antes posible. Sólo hizo que todo fuera más grotesco, así que volvió a la velocidad normal, justo en el momento en que tanto la criatura como la sangre se desvanecían por completo. Desconcertada, Konstantin rebobinó y lo pasó de nuevo a velocidad lenta, sólo para asegurarse de que había visto bien. Había visto bien. No era un desvanecerse rápido o los irritantes parpadeos que tanto les gustaban a los estudiantes primerizos de cinematografía, sino una desaparición completa, que habitualmente sucedía como resultado de un fallo en tiempo real del equipo o por un corte de energía. Según se decía, el salto de RA al tiempo real en tales casos era tan abrupto como para provocar reacciones extremas de naturaleza no deseable - vértigo, vómitos a distancia, desmayos, o las tres cosas. ¿O una garganta rajada? Eso venía a ser lo menos deseable que se podía pedir, pensó Konstantin. Por supuesto, asumiendo que alguien pidiera algo no deseable. Trató de frotarse la frente. Pasó la secuencia de nuevo, y una vez más a detestable velocidad lenta, mirando cómo la sangre desaparecía junto con la criatura, dejando a Shantih Love detrás. Konstantin invocó el registro de las constantes vitales del chico y descubrió que, como se esperaba, habían dejado de registrar en el momento en que la sangre había desaparecido. Konstantin apartó el dedo del botón de pausa y dejó que prosiguiera la acción. En pantalla, el personaje de Shantih Love se sentó incorporándose, sus elegantes dedos palpando los irregulares bordes y pliegues de piel donde le habían cortado la garganta, un leve fastidio ahondando las pocas arrugas de su cara. Mientras Konstantin le observaba unirse los bordes de piel, trató de ver qué había de diferente en su expresión y postura. ¿Qué movía a Shantih Love ahora - un robot, o un asaltante muy humano? Si había señales, ¿cuáles eran, diablos? Podía mirar el vídeo una y otra vez durante las siguientes tres horas para tratar de ver si se le aclaraba algo. En vez de eso, decidió hablar con personas que estaba razonablemente segura de que eran humanas antes de poder asimilar más aventuras del rostro falso de un chico muerto fingiendo estar vivo en una ciudad que fingía estar muerta.