Anochecer 02

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ÍNDICE Reseña bibliográfica ........................................................................... 4 Prólogo.................................................................................... 5 Capítulo 1 .............................................................................. 9 Capítulo 2 ............................................................................. 15 Capítulo 3 .............................................................................. 22 Capítulo 4 .............................................................................. 29 Capítulo 5 .............................................................................. 36 Capítulo 6 .............................................................................. 44 Capítulo 7 .............................................................................. 49 Capítulo 8 .............................................................................. 54 Capítulo 9 .............................................................................. 59 Capítulo 10 ............................................................................ 64 Capítulo 11 ............................................................................ 71 Capítulo 12 ............................................................................ 77 Capítulo 13 ............................................................................ 86 Capítulo 14 ............................................................................ 92 Capítulo 15 ............................................................................. 99 Capítulo 16 .......................................................................... 106 Capítulo 17 .......................................................................... 114 Capítulo 18 .......................................................................... 120 Capítulo 19 ......................................................................... 129 Capítulo 20 ......................................................................... 135 Capítulo 21 ......................................................................... 142 Capítulo 22 ......................................................................... 153


Capítulo 23 ........................................................................... 159 Capítulo 24 ........................................................................... 167 Capítulo 25 ........................................................................... 172 Capítulo 26 ........................................................................... 177 Capítulo 27 .......................................................................... 182 Capítulo 28 .......................................................................... 189 Capítulo 29 .......................................................................... 194 Capítulo 30 ......................................................................... 202 Capítulo 31 ......................................................................... 208 Capítulo 32 ......................................................................... 215 Capítulo 33 .......................................................................... 220 Capítulo 34 .......................................................................... 226 Capítulo 35 .......................................................................... 231 Capítulo 36 .......................................................................... 237 Capítulo 37 .......................................................................... 245 Capítulo 38 .......................................................................... 249 Capítulo 39 .......................................................................... 255 Capítulo 40 .......................................................................... 265 Capítulo 41 .......................................................................... 271 Capítulo 42 .......................................................................... 277

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Inmortales después de la Oscuridad, libro 2º

Reseña bibliográfica

Un soldado cansado de la vida... Siglos atrás, Sebastian Wroth se convirtió contra su voluntad en vampiro, y esto fue una pesadilla en su mente. Cargado de odio y solo durante años, tiene pocas razones para vivir. Hasta que una exquisita criatura vidente viene a matarlo. Pero, en lugar de ello, lo salva. Una asesina Valquiria enviada para destruirlo... Cuando Kaderin Corazón Frío perdió a sus dos amadas hermanas en un ataque de los vampiros ocurrido hace tiempo, una fuerza benevolente amortiguó su dolor, extinguiendo accidentalmente todo sus emociones. Sin embargo, cuando encuentra a Sebastian, sus sentimientos, particularmente la lujuria, surge multiplicado. Por primera vez, es incapaz de completar una muerte. Se convierten en competidores en una cacería legendaria. El trofeo del combate es lo suficientemente poderoso para cambiar la historia, y Kaderin hará cualquier cosa para ganarlo por sus hermanas. Sebastian también compite, solamente deseando ganarla para siempre, y aprovecha cada oportunidad (cuando viajan a las antiguas tumbas y a través de las catacumbas buscando reliquias alrededor del mundo) para utilizar los nuevos sentimientos femeninos para seducirla. Pero cuando es obligada a escoger entre el vampiro que ama y reunir a su familia, ¿cómo podrá Kaderin vivir sin ninguno de los dos?

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Prólogo Señorío de Blachmount, Estonia

Septiembre 1709

Dos de mis hermanos están muertos, pensó Sebastian Wroth, alzando la mirada mientras luchaba por evitar retorcerse de dolor. O medio muertos. Todo lo que sabía era que habían vuelto del frente de batalla... mal. Cada soldado regresaba cambiado por los horrores de la guerra, él mismo lo había hecho, pero los hermanos de Sebastian estaban alterados. Nikolai, el mayor, y Murdoch, el siguiente, habían vuelto finalmente a casa desde la frontera estonio-rusa. Aunque Sebastian apenas lo podía creer, debían haber dejado atrás la guerra que rabiaba todavía entre los dos países. Una tempestad enojada hervía, azotaba el interior del Mar Báltico, y fuera en los torrentes de lluvia, los dos andaban a zancadas por el señorío de Blachmount. Sus sombreros y abrigos empapados. La puerta quedó abierta detrás de ellos. Se pararon inmóviles, aturdidos. Ante ellos, por todo el vestíbulo principal, estaban los restos de la carnicería de lo que había sido su familia. Cuatro hermanas y su padre muertos de peste. Sebastian y el hermano más joven, Conrad, yacían entre ellos azotados y apuñalados. Sebastian estaba todavía consciente. Misericordiosamente, los demás no, ni siquiera Conrad, aunque todavía siseaba con dolor. Hacía unas semanas, Nikolai había mandado a Sebastian y a Conrad a casa para protegerles. Ahora todos morían. La casa solariega de los Wroth en Blachmount había demostrado ser demasiado tentadora para las bandas merodeadoras de soldados rusos. Anoche, los soldados habían atacado, buscando la riqueza que se rumoreaba había aquí, así como comida. Mientras defendían Blachmount contra docenas de ellos, Sebastian y Conrad habían sido golpeados y luego apuñalados en el intestino, pero no muertos. Tampoco el resto de la familia habían sido heridos por ellos. Sebastian y Conrad habían mantenido a los 5


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soldados lo bastante lejos como para que se dieran cuenta de que la casa estaba con la peste. Los invasores habían corrido, abandonando las espadas donde las habían hundido... Mientras Nikolai se detenía sobre Sebastian, el agua goteó por su largo abrigo y se mezcló con la sangre coagulada de Sebastian en el suelo. Lanzó a Sebastian una mirada tan cruda que por un momento Sebastian pensó que estaba disgustado con él y Conrad por su fracaso, tan disgustado como él mismo estaba. Y Nikolai no entendía la mitad de esto. Sebastian lo sabía mejor, aunque, sabía que Nikolai se echaría esta carga sobre los hombros como había hecho con las otras. Sebastian siempre había sido el más cercano a su hermano mayor, y casi podía oír sus pensamientos como si fueran los propios: ¿Cómo podía esperar defender al país, cuando no podía proteger a su propia carne y sangre? Tristemente, su país, Estonia, había pagado no mucho mejor que su familia. Los soldados rusos habían robado las cosechas en la primavera, luego salado y achicharrado la tierra. Ningún grano podía ser cosechado de la tierra y el campo moría de hambre. Débiles y demacrados, la gente había sucumbido fácilmente cuando la peste estalló. Después de recuperarse del golpe, Nikolai y Murdoch se apartaron y se consultaron en cuchicheos duros, señalando a sus hermanas y al padre mientras debatían algo. No parecían estar discutiendo sobre Conrad, inconsciente en el suelo, o sobre Sebastian. ¿Tenían los destinos de sus hermanos pequeños ya decididos? Aún en su delirio, Sebastian entendió que de algún modo los dos habían sido cambiados, cambiados en algo que su mente febril apenas podía comprender. Los dientes eran diferentes, sus caninos eran más largos, y los hermanos parecían descubrirlos en furia y terror. Sus ojos eran completamente negros, incluso brillaban en el vestíbulo oscuro. De pequeño, Sebastian había escuchado los cuentos de su abuelo sobre diablos con colmillos que vivían en los pantanos cercanos. Vampiros. Podían desaparecer en el fino aire y reaparecer a su voluntad, viajando fácilmente de esa manera, y ahora, por la puerta todavía abierta, Sebastian espiaba a los rápidos y no sudados caballos afuera, atados con prisa. Eran ladrones de bebes y bebedores de sangre que se alimentaban de humanos como si fueran ganado. O, peor, convertían a los humanos.

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Sebastian sabía que sus hermanos estaban ahora entre esos demonios malditos, y temía que procuraran maldecir a su familia entera también. —No hagas eso —cuchicheó Sebastian. Nikolai lo oyó demasiado lejos a través del cuarto y anduvo a zancadas hacia él. Arrodillándose a su lado, preguntó: —¿Sabes lo que somos ahora? Sebastian asintió débilmente, mirando fijamente a la incredulidad en los iris negros de Nikolai. Entre jadeos, dijo: —Y sospecho... sé lo que piensas. —Te convertiremos a ti y a la familia como nosotros fuimos convertidos. —No tendré esto para mí —dijo Sebastian—. No lo quiero. —Debes, hermano —murmuró Nikolai. ¿Destellaban sus misteriosos ojos?—. De otro modo morirás esta noche. —Bien —gruñó Sebastian—. La larga vida ha sido cansada. Y ahora con las chicas muertas… —Intentaremos convertirlas también. —¡No te atreverás! —rugió Sebastian. Murdoch lanzó una mirada de desconfianza a Nikolai, pero Nikolai sacudió la cabeza. —Levántalo. —Hizo que su voz sonara como acero, el mismo tono que había usado como general en el ejército—. Beberá. Aunque Sebastian luchó, escupiendo maldiciones, Murdoch lo levantó a la posición de sentado. Un repentino chorro de sangre manó de la herida del estómago de Sebastian. Nikolai se estremeció con la vista pero se mordió la muñeca abriéndosela. —Respeta mi deseo en esto, Nikolai —rechinó Sebastian, sus palabras eran desesperadas. Utilizó las últimas reservas de fuerza para apretar el brazo de Nikolai y sostener la muñeca lejos—. No fuerces esto en nosotros. Vivir no lo es todo. A menudo habían discutido este punto. Nikolai siempre había sostenido que la supervivencia era sagrada; Sebastian creía que la muerte era mejor que vivir en deshonor. Nikolai estaba callado, sus ojos moviéndose rápidamente sobre la cara de Sebastian mientras lo consideraba. Finalmente respondió:

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—No puedo… no veré como mueres. —Su tono era bajo y furioso, y parecía apenas capaz de mantener el control de sus emociones. —Lo haces por ti —dijo Sebastian, su voz perdiendo poder—. No por nosotros. Nos maldices para salvar tu conciencia. No podía permitir que la sangre de Nikolai alcanzara sus labios. —¡No... maldito, no! Pero ellos apretaron su boca, abriéndosela, la sangre caliente goteó dentro y forzaron la mandíbula, cerrándola hasta que tragó. Todavía lo sujetaban cuando tomó su último aliento y su vista se oscureció.

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Capítulo 1 Y ninguno oirá el golpe del cartero sin un apresurar del corazón. ¿Para quién puede soportar sentirse olvidado? —W. H. Auden

Castillo Gornyi, Rusia

En la actualidad

Por segunda vez en su vida, Kaderin la Insensible vaciló al matar a un vampiro. En el último instante de un silencioso y mortal balanceo, sostuvo la espada una pulgada por encima del cuello de su presa, porque le había encontrado sosteniéndose la cabeza en las manos. Vio su gran cuerpo tenso. Como vampiro, podía fácilmente trazarse, desapareciendo. En vez de eso, levantó la cara para mirarla con ojos gris oscuro, el color de una tempestad a punto de ser desatada. Sorprendentemente, estaban limpios del rojo que marcaba la sed de sangre de un vampiro, lo que significaba que nunca había bebido de un ser humano hasta la muerte. Todavía. Imploraba con esos ojos, y ella se dio cuenta de que estaba hambriento por un final. Quería el golpe mortal que ella había venido a entregar a su decrépito castillo. Lo había cazado al acecho, sin ruido, preparada para la batalla contra un depredador vicioso. Kaderin había estado en Escocia, con las otras valkirias, cuando recibieron una llamada sobre “un vampiro frecuentando un castillo y aterrorizando a un pueblo en Rusia”. Se había ofrecido voluntariamente para destruir a la sanguijuela. Era la asesina más prolífica de su aquelarre de valkirias, dando su vida para librar a la tierra de vampiros. En Escocia, antes de la llamada de Rusia, había matado a tres.


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Así que, ¿por qué vacilaba ahora? ¿Por qué apartaba su espada? Sería solamente uno entre los millares que había matado, sus colmillos coleccionados y colgados con los demás que había tomado. La última vez que ella había detenido la mano, había resultado una tragedia tan grande que su corazón se había sido roto para siempre. Con una voz profunda y áspera, el vampiro preguntó: —¿Por qué esperas? —parecía asustado por el sonido de sus propias palabras. No sé porque. Las poco familiares sensaciones físicas la destruyeron. El estómago se le anudó. Como si una banda se le hubiera apretado alrededor del pecho, los pulmones desesperados por respirar. No puedo comprender por qué. El viento soplaba afuera, deslizándose sobre la montaña, haciendo que esta alta habitación en la oscura guarida del vampiro gimiera. Los espacios ocultos en las paredes permitían pasar la fría brisa de la mañana. Cuando el vampiro se puso de pie, alzándose en toda su altura, la hoja absorbió la ondulante luz de un grupo de velas y la reflejó en él. Su cara grave era delgada, de planos duros, otras hembras lo considerarían guapo. Su camisa negra estaba raída y desabrochada, mostrando mucho de su pecho y torso esculpido, y los vaqueros que llevaba colgaban bajos en su estrecha cintura. El viento tiró de los faldones de su camisa y agitó su grueso pelo negro. Muy guapo. Pero bueno, los vampiros que mato a menudo lo son. La mirada se enfocó en la punta de su espada. Como si la amenaza de su arma fuera olvidada, estudió su cara, sus ojos demorándose en cada una de sus características. La patente apreciación la inquietaba, y apretó el puño fuertemente, algo que nunca hacía. Afilada hasta la perfección con un filo de diamante, la espada cortaba a través de hueso y músculo con poco esfuerzo. Se balanceaba perfectamente desde su muñeca floja, como si fuera una extensión de su brazo. Nunca había necesitado sostenerla apretadamente. Toma su cabeza. Un vampiro menos. La especie controlada de la manera más fácil. —¿Cuál es tu nombre? —su discurso estaba cortado como el de un aristócrata, pero tenía un acento familiar. Estonio. Aunque Estonia era fronteriza con Rusia por el oeste y sus habitantes eran considerados una casta nórdica de los rusos, ella reconoció la diferencia, y se preguntó que hacía lejos de su propio país. Inclinó la cabeza. —¿Por qué lo quieres saber?

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—Querría saber el nombre de la mujer que me liberará de esto. Quería morir. A fin de cuentas ella había sufrido por culpa de los de su clase, la última cosa que quería hacer era hacerle un favor a un vampiro de cualquier manera. —¿Asumes que te daré el golpe mortal? —¿No lo harás? —los labios se curvaron en las comisuras, pero fue una sonrisa triste. Otro apretón a la espada. Lo haría. Por supuesto que lo haría. Matar era su único objetivo en la vida. No le importaba si sus ojos no eran rojos. Al final, bebería para matar, y cambiaría. Siempre lo hacían. Él dio un paso alrededor de un montón de libros de tapa dura, parte de los centenares de textos a través del cuarto con títulos impresos en ruso y, sí, en estonio, e inclinó su enorme forma contra la pared que se desmoronaba. Verdaderamente no iba a levantar una mano para defenderse. —Antes de que lo hagas, habla otra vez. Tu voz es hermosa. Tan hermosa como tu impresionante cara. Ella tragó, asustada al sentir las mejillas ardiendo. —¿Cuáles son tus aliados…? —se arrastró lejos cuando él cerró los ojos, como si escucharla fuera la felicidad— ¿El Forbearers? Eso hizo que abriera los ojos. Estaban repletos de ira. —No me alío con nadie. Especialmente no con ellos. —Pero fuiste humano una vez, ¿verdad? El Forbearers tiene un ejército, u orden, de humanos convertidos. Se niegan a tomar sangre directamente de la carne porque creen que ese acto provoca la sed de sangre. Absteniéndose, esperan evitar el convertirse, como los vampiros locos de la Horda. La valkiria se sintió pesimista sobre sus posibilidades. —Sí, pero no tengo interés en esa orden. ¿Y tú? No eres humana tampoco, ¿verdad? Ella ignoró la pregunta. —¿Por qué permaneces aquí en este castillo? —preguntó—. Los aldeanos viven aterrorizados por ti. —Lo gané aguantando en el campo de batalla y lo poseo, así que permanezco. Y nunca los he dañado. —Giró lejos y murmuró—: Ojala no los asustara. Kaderin necesitaba acabar con esta muerte. En apenas tres días, iba a competir en el Talismán Hie, el cual era básicamente una versión mortal e inmortal de la “Asombrosa 11


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Carrera”. Además de cazar vampiros, el Hie era la única cosa por la que vivía, y necesitaba confirmar el transporte y asegurar los suministros. Y aún así se encontró diciendo: —Ellos me dijeron que vives aquí solo. La encaró y asintió con fuerza. Ella presintió que estaba avergonzado por este hecho, como si sintiera carecer de familia aquí. —¿Durante cuánto tiempo? Alzó los anchos hombros, fingiendo indiferencia. —Unos pocos siglos. ¿Vivir en solitario durante todo ese tiempo? —Las gentes del valle me llamaron —dijo ella, como si tuviera que explicarse. Los habitantes de la aldea remota pertenecían al Lore, una población de inmortales y criaturas "míticas" mantenidas en secreto para los humanos. Muchos de ellos veneraban todavía a las valkirias y les proporcionaban tributos, pero no fue eso lo que hizo que Kaderin viajara a un lugar tan aislado. La oportunidad de matar incluso a un solo vampiro la había atraído. —Me imploraron que te destruyera. —Entonces aguardo tu conveniencia. —¿Por qué no te matas, si es eso lo que quieres? —preguntó. —Es… complicado. Pero tú me salvarás del final. Sé que eres una guerrera hábil… —¿Cómo sabes lo que soy? Él hizo un gesto con la cabeza hacia la espada. —Era un guerrero, también, y tu notable arma dice mucho. La única cosa de la que se sentía orgullosa, la única cosa en su vida que no había abandonado y no podría soportar perder, y él había notado sus excelencia. Él anduvo a zancadas acercándose y bajó la voz. —Dame un golpe, criatura. Que sepas que ninguna desgracia podría sobrevenirte de matar a uno de mi clase. No hay razón para esperar. ¡Como si esto fuera un asunto de conciencia! No lo era. No podría serlo. No tenía conciencia. Ningún sentimiento verdadero, ninguna emoción real. Era insensible. Después de la tragedia, había rezado por el olvido, para entumecer el dolor y la culpa.

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Alguna entidad misteriosa le había contestado y le había transformado el corazón en cenizas. Kaderin no sufría por la pena, la lujuria, la ira, o ni siquiera la alegría. Nada estorbaba el matar. Era la asesina perfecta. Lo había sido durante mil años, la mitad de su interminable vida. —¿Has oído? —preguntó él. Los ojos que habían estado implorando por un final ahora se estrecharon—. ¿Estás sola? Ella arqueó una ceja. —No necesito la ayuda de otros. Especialmente no para un solo vampiro —agregó, su tono crecía ausente. Extrañamente, su atención se había desviado otra vez a su cuerpo, para bajar por su torso, más allá de su ombligo hasta el rastro oscuro de vello que bajaba. Se imaginó arañando con el dorso de una de sus afiladas garras por él, mientras el recio cuerpo se apretaba y estremecía en reacción. Sus pensamientos la hacían sentirse inquieta, haciéndola querer enrollarse el pelo arriba en un nudo y dejar que el aire frío le refrescara el cuello. Él se aclaró la garganta. Cuándo ella levantó la mirada de golpe hacia su cara, arqueó las cejas. ¡Pillada mirando ávidamente a la presa! ¡Que ultraje! ¿Qué está mal conmigo? No tenía más impulsos sexuales que el vampiro muerto-andante ante ella. Se sacudió, forzándose a recordar la última vez que había vacilado. En un campo de batalla, hacía una eternidad, había liberado a otro de esta índole, un joven soldado vampiro que había rogado por su vida. Más él había parecido despreciarla por su misericordia. Sin tardanza, el soldado había encontrado a sus dos hermanas repletas de sangre luchando en las llanuras debajo de ellos. Alertada por el chillido de otra valkiria, Kaderin había corrido, tropezando por la colina cubierta de cuerpos, vivos y muertos. Cuando los alcanzó, ya había acuchillado a sus hermanas. La más joven, Rika, había sido tomada con la guardia baja a causa de la aproximación asustada de Kaderin. El vampiro había sonreído cuando Kaderin se dejó caer de rodillas. Había despachado a sus hermanas con la brutal eficiencia que Kaderin había emulado desde entonces. Le gustaba decir que empezó con él, pero lo había mantenido vivo un tiempo. Así que, ¿por qué repetía el mismo error? No lo haría. No ignoraría la lección tan cara que había aprendido. 13


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Cuanto más pronto lo hiciera, mas pronto podría empezar a prepararse para el Hie. Cuadrando los hombros, se armó de valor. Era para llevarlo a cabo. Kaderin podía ver el balanceo, el ángulo que tomaría para que la cabeza permaneciera sobre el cuello hasta que cayera. Era más limpio de esa manera. Lo cual era importante. Había hecho una maleta ligera.

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Capítulo 2 De joven, Sebastian Wroth había deseado muchas cosas de la vida, y habiendo crecido en la abundancia y en el seno de una familia grande y comprensiva, había creído que era su derecho. Había deseado tener su propia familia, un hogar, risas en torno al hogar. Más que otra cosa, había ansiado una esposa, un mujer que fuera solamente suya. Sentía vergüenza al admitir ante esta mujer que no había logrado ninguna de esas cosas. Ahora todo lo que Sebastian quería era contemplar a esta fascinante criatura solamente un rato más. Al principio, creyó que era un ángel que había venido a liberarlo. Parecía uno. Con el largo y rizado cabello tan rubio, que parecía casi blanco a la luz de las velas, los ojos enmarcados por espesas pestañas negras y oscuros como el café, un sorprendente contraste con el cabello claro y los labios rojos como el vino. Su piel era perfecta, de una perfección dorada, y sus rasgos eran delicados y estaban finamente esculpidos. Era tan exquisita, y sin embargo portaba el arma de un asesino. Su espada tenía doble filo, y un ricasso, un área sin filo en la hoja justo antes del mango. Un usuario experimentado envolvería un dedo sobre el mango para controlarlo mejor. Ella portaba confiadamente esa espada que no estaba hecha para la defensa, ni para la batalla. La criatura llevaba el acero forjado para dar una rápida y silenciosa muerte. Fascinante. Un ángel de la muerte. Había considerado que era una bendición no merecida que fuera el de ella el último rostro que iba a contemplar en esta tierra. Si, había pensado que era divina… hasta que su ardiente mirada se había desviado más abajo, y había reconocido que era de carne y hueso. Había maldecido su inútil y débil cuerpo. Como humano convertido, no tenía respiración, latido de corazón ni habilidad sexual. No podía tomarla, aunque pensara… pensara que esta belleza probablemente lo recibiría. La pérdida del placer sexual nunca lo había molestado antes. Su experiencia como humano había sido limitada —muy limitada— por la guerra, el hambre y la mera necesidad de sobrevivir, así que nunca había sentido que su conversión lo hubiera privado de mucho. Hasta ahora. 15


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Nunca se había sentido atraído por las mujeres pequeñas, porque sabía que si de alguna manera se las ingeniaba para meterse en la cama con una, tendría miedo de lastimarla. No obstante, con ésta, la mujer más etérea y frágil que había visto alguna vez, se encontró a sí mismo preguntándose como se sentiría al llevarla a su cama y desvestirla con suavidad. Su mente comenzó a alborotarse con imágenes de sus grandes manos tocando y acariciando ese frágil cuerpo. Bajó los ojos hacia el esbelto cuello, y luego hasta los pechos altos y voluptuosos que presionaban contra la blusa oscura. Bueno, esa parte de ella no era para nada delgada. Desearía poder besarle los pechos, pasar el rostro contra ellos… —¿Por qué me estás mirando de esa forma? —le preguntó con un tono vacilante y confundido, al tiempo que daba un paso atrás. —¿Acaso no puedo admirarte? —increíblemente dio un paso adelante. ¿De dónde le venía esto? Siempre se había sentido extraño e inseguro con las mujeres. En el pasado, si lo hubieran pescado mirando de esa forma, habría desviado la mirada y murmurado una disculpa mientras dejaba la habitación. Tal vez, al estar ante la muerte inminente, al fin había encontrado la libertad. Pero en definitiva, nunca había mirado así, nunca había anhelado, como lo hacía ahora a este pedazo de mujer con lujuriosos pechos. —¿El último deseo de un hombre moribundo? —Conozco las formas en que un hombre mira a una mujer. —Su voz era sensual, una voz de ensueño. Parecía que penetraba hasta su interior—. No estás simplemente admirándome. No, en ese momento estaba pensando que deseaba rasgarle la camisa, sujetarle los hombros contra el suelo, y succionarle los erguidos pezones hasta que se corriera. Sujetarle los hombros con fuerza y lamerle el… —¡Cómo te atreves a jugar conmigo, vampiro! —¿Qué quieres decir? —encontró su mirada, le recorría el rostro con los ojos como si estuviera intentando leerle los pensamientos. ¿Podría adivinar la batalla que se estaba librando en su interior? ¿Que en un instante la intención de ser gentil había sido reemplazada por el impulso de ponerla contra el suelo y cubrirla? ¿Qué me está pasando? —Sé que no puedes sentir esta… esta… —hizo un pequeño ruido de frustración—. No puedes sentir lo que aparentas. Es imposible, a no ser… —jadeó—. Tus ojos… se están poniendo negros. ¿Negros? Los ojos de sus hermanos se ponían negros cuando sentían una emoción 16


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fuerte. No sabía que los suyos lo hicieran. ¿Era debido a que nunca había sentido nada tan fuerte como el deseo por ésta misteriosa mujer? Sentía como que se moriría si no actuaba de acuerdo a ese deseo… Una súbita explosión de sonido hizo que girara la cabeza y se le tensara el cuerpo. —¿Qué fue eso? Ella dio una rápida mirada a su alrededor, con los ojos alerta. —¿De qué hablas? —exigió. —¿No escuchaste eso? —otra sacudida como esa y el castillo se hundiría. Debía salir de allí, aunque fuera a la luz de la mañana que había en el exterior. La necesidad de protegerla repentinamente se volvió crítica, innegable. —¡No! —Sus ojos se agrandaron, con una expresión de horror—. ¡No puede ser! — retrocedió, alejándose de él, moviéndose cautelosamente, como si fuera una serpiente a punto de atacar. Otra explosión. Caminó hasta ponerse justo frente a ella, y la espada se disparó hacia arriba a una velocidad increíble. Él agarró su muñeca, pero ella forcejeó. Cristo, era fuerte, pero parecía que él era más fuerte de lo habitual, más poderoso de lo que nunca se habría imaginado. —No quiero lastimarte. —Le arrebató el arma de la mano y la tiró sobre la cama baja—. No luches contra mí. El techo está a punto de derrumbarse… —¡No… no! —dijo mirándole fijamente el pecho, el corazón, con expresión horrorizada—. No soy una… Novia. ¿Novia? Se le aflojó la mandíbula. Recordaba que sus hermanos le habían explicado que cuando encontrara a su Novia, su esposa eterna, ella lo sangraría. Con el sangrado, su cuerpo volvería a la vida nuevamente. Siempre había creído que mentían para mitigar la amargura que le provocaba lo que habían hecho. Pero sin embargo era verdad. El sonido que había escuchado era el ímpetu de su propio corazón latiendo por primera vez desde que había sido convertido en vampiro. Se balanceó sobre los pies mientras inhalaba profundamente, respirando al fin después de trescientos años. El latido de su corazón se hizo más fuerte, más rápido, y su súbita erección era firme y latía, palpitando con cada latido de su corazón. El placer pareció derramarse por sus venas. Había encontrado a su Novia —la única mujer con la que estaba destinado a estar por toda la eternidad— en esta obsesionantemente hermosa criatura. Y su cuerpo había despertado para ella. 17


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—¿Sabes lo que me está pasando? —preguntó. Ella tragó con fuerza, alejándose un poco más. —Estás cambiando. —Sus cejas rubias se juntaron, y en un susurro apenas audible, añadió—: Por… por mí. —Sí. Por ti. —Caminó hacia ella hasta que tuvo que alzar la vista para mirarlo—. Disculpa. Si hubiera sabido que esto era verdad, te hubiera buscado. De alguna forma te hubiera encontrado… —No… —se tambaleó, y él apoyó la palma de la mano en el delgado hombro para estabilizarla. Ella vaciló pero permitió el contacto. Entonces se dio cuenta que, al igual que él, ella estaba cambiando también. Creyó ver un destello plateado en sus brillantes ojos. Una diligente lágrima cayó por su mejilla. —¿Por qué lloras? —las lágrimas de las mujeres siempre lo habían afectado cuando era mortal, pero las de ella lo hacían sentir como si estuvieran retorciendo un millar de cuchillos en su interior. Cuando peinó su cabello hacia atrás, inhaló un desgarrado e inexperto aliento. Tenía las orejas puntiagudas. De tan cerca podía ver que tenía unos pequeños colmillos. Sebastian no sabía lo que era, y no le importaba. —Por favor, no llores. —Nunca lloro —susurró. Frunciendo el ceño confundida, se tocó la mejilla con el dorso de la mano y cuando la sacó pudo ver que estaba mojada por esa única lágrima. Abrió los labios, y miró fijamente, primero la lágrima, y luego las uñas agudamente curvadas, que eran más parecidas a unas elegantes garras. Su mirada se dirigió rápidamente hacia él, y tragó con fuerza como si tuviera miedo. —Dime lo que te preocupa. —Ahora tenía un propósito: protegerla, cuidarla, destruir cualquier cosa que la amenazara—. Mándame que te proteja, Novia. —Nunca una Novia para uno de tu clase. Nunca… —Pero hiciste que mi corazón latiera. Ella siseó en respuesta: —Me has hecho sentir. Él no entendió el significado de esas palabras ni las reacciones que tuvo en los siguientes minutos mientras la miraba codiciosamente, aprendiéndose sus rasgos… el batir de sus espesas pestañas cuando miraba hacia abajo, el mohín en sus labios llenos. Olas de emoción brillaban en sus ojos y parecían apenarla. Su cuerpo tembló. Tan abruptamente como habían comenzado, las lágrimas, se secaron. 18


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Luego le sonrió, un desgarrador ondeo de labios. Sus ojos estaban alegres, oscuramente bromistas. Nada lo había excitado tanto como esa mirada, y se preguntaba cuánto más podía soportar. Pero su sonrisa se desvaneció demasiado rápido. Tembló violentamente, bajando la frente hacia su pecho. Justo cuando su dolorosa erección estaba volviéndose imposible de negar, ella levantó el rostro, y su expresión había cambiado una vez más. Un rubor teñía sus altos pómulos, y sus labios estaban levemente abiertos. Le estaba hundiendo los dedos en los hombros. Mirándole fijamente la boca se pasó la lengua por el labio inferior y no le dejo ninguna duda de lo que estaba pensando en hacer. Estaba… excitada. Por él. No entendía lo que le estaba pasando a ella… o a él mismo. Se le agrandaron los ojos, y luego cuando ella le puso los delgados brazos alrededor del cuello, los entrecerró. Podría tocarla… ella aceptará que la toque… Su polla nunca había estado tan dura. Deseaba tanto enterrarla dentro de ella que hubiera dado cualquier cosa por hacerlo. Ella ladeó la cabeza, todavía mirándole la boca. —Extraño esto… —murmuró con voz embriagada. No tuvo tiempo de ponderar sus palabras, porque ella apretó los brazos, uniendo sus cuerpos. Gimió al sentir sus pechos presionando contra él. Eran tan voluptuosos y llenos… sabía que llenarían las palmas de sus manos a la perfección. Cristo, había resistido siglos sin tener contacto con otras personas, mucho menos que lo tocaran, y ahora estaba sintiendo a su Novia, suave y complaciente en sus brazos. Temía estar soñando. Antes de perder el valor, bajó las manos hacia su cintura, atrayéndola firmemente contra él. —Dime tu nombre. —¿Mi nombre…? —murmuró distraídamente—. Mi nombre es Kaderin. —Kaderin —repitió, pero no le pegaba. Mientras miraba sus brillantes ojos, pensó que el nombre era demasiado frío, demasiado formal, para la criatura que tenía en brazos—. Katja —dijo ásperamente, sorprendido al darse cuenta que le estaba acariciando el labio inferior con el pulgar. El impulso de besarla era abrumador—. Katja, yo… —comenzó a decir con una voz ronca y quebradiza, y tuvo que tragar con fuerza para poder continuar—. Debo… debo besarte. Ante sus palabras, el oscuro color avellana de sus ojos se volvió completamente plateado. Pareció entrar en trance. No estaba tan fuera de sí como para no notar esa reacción irreflexiva, pero sus rojos labios sensuales relucían llamándole. —Solía amar que me besaran —susurró con un tono deslumbrado, respirando 19


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agitadamente. ¿Podría detenerse solo con esto? Con mano insegura, le acunó la parte de atrás de la cabeza, a punto de atraerla hacia él. Seguramente era lo suficientemente fuerte para detenerlo… era una especie de guerrera y probablemente lo detendría rápidamente si la lastimaba. Por alguna razón, percibió que no le dedicaría esa mirada llorosa de sentirse traicionada, con que le habían mirado las mujeres en el pasado si accidentalmente les pisaba un pie o chocaba con ellas cuando daba la vuelta en una esquina, esa mirada que lo hacía sentir tan mal. —Vampiro, por favor —murmuró—, haz que valga la pena. Haz… Cuando sus labios se tocaron, él gimió; la electricidad pareció quemarle la piel. Se apartó de ella. —Dios mío. —Nunca había sentido algo tan poderoso, tan correcto, como ese beso. Su expresión hambrienta se intensificó. Si el precio por experimentar ese momento perfecto hubiera sido convertirse en vampiro, ¿no lo sufriría otra vez? Cuando la besó otra vez, suavemente en un principio, ella gimió contra sus labios: —Más. La apretó firmemente en sus brazos, luego de alguna forma se recordó a si mismo: No, tonto… Aflojó el apretón. En seguida, le hundió las garras en la parte trasera de los brazos, haciéndolo estremecer. —No te contengas. Necesito más. Necesitaba más, y necesitaba que él se lo diera. Porque era… suya. Cuando finalmente entendió eso, su timidez se esfumó. En el transcurso de un segundo, tenía una mujer propia. Deseaba rugir de alegría. La sensación de sus garras hundiéndose en él, como si temiera que fuera a apartarse… era arrobadora. Ella me necesita. —Bésame más, vampiro. Si te detienes, te mataré. No pudo evitar sonreír contra sus labios. ¿Una mujer amenazándolo si dejaba de besarla? Así que lo hizo, saboreando su lengua, jugando con ella, luego reclamando ardientemente su boca húmeda. Saboreó la suave ondulación de sus labios contra los propios, regularmente con cada empuje de su lengua.

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La besó con toda la pasión que se la había negado desde hacía mucho tiempo, con toda la esperanza que le había sido arrebatada. La fatiga de vivir acababa de ser reemplazada por un propósito… por ella. La dejó saber cuan agradecido estaba… besándola hasta que jadeó y se aflojó contra él. Aún así estaba perdiendo el control. Le venían impulsos de hacerle cosas a su cuerpo, cosas perversas, y sabía que pronto tendría que obedecer. —Siempre te daré más, hasta que me muera. Y ahora, por primera vez en trescientos años infernales, Sebastian sentía una desesperada necesidad de vivir.

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Capítulo 3 Como si se hubiera despeñado desde una gran altura, todas las emociones perdidas en Kaderin, negadas a ella en el último milenio, la embargaron. El temor, la alegría, el anhelo, y un hambre sexual innegable guerrearon en su interior... hasta que él acrecentó su ardiente lujuria lo suficiente para ahogar todos los otros sentimientos. Se tambaleó, confusa. Toda ella sabía con certeza que necesitaba liberarse, tanto anhelo la afligió, haciéndola quejarse. Y cada uno de sus violentos y posesivos besos aumentaban su agonía. Cuando deslizó los dedos por el abundante y desgreñado cabello, no podía pensar, ni podía razonar el por qué le sucedía esto a ella. Inexplicables necesidades la agobiaban... el lamer su piel, el tener su cuerpo presionando pesadamente contra el de ella. Llevó los labios separados hacia su cuello, besándolo allí. A su vez, él empujó su erección contra ella, como si no pudiera aliviarse, entonces pareció estar dispuesto a no hacerlo otra vez. Pero se estremeció al encontrar que su lanza permanecía enorme, enhiesta e insistente contra ella. Esto hizo que su cuerpo se humedeciera, deseándolo. Incapaz de detenerse, sacó la lengua en un movimiento rápido para probar su piel. Una sensación la atravesó desde su interior, y gimió. ¿Los machos siempre sabían tan bien? El sabor hizo que su cuerpo reaccionara con una necesidad animal tan fuerte, que la hizo retorcerse cuando se resistió a ella. Deseaba rasgar sus vaqueros, tomar esa gruesa asta con ambas manos, y lamer su longitud con frenesí. Imaginarlo hizo que meneara las caderas contra él, y después de una temblorosa vacilación él se le unió. Él soltó el aliento y rugió palabras extranjeras en su oreja. El castillo entero se sacudió por su relámpago, un relámpago de valkiria producido por sus emociones. Relámpago, cualquier tipo de placer, se le había negado por largo tiempo. Sabía que le estaba prohibido, sabía que lo lamentaría, pero en ese momento no le importó. Por alguna desconocida razón, se le había otorgado una oportunidad con este macho, permitiéndole experimentar la pasión una vez más. Sólo una vez nada más, eso era todo lo que deseaba, antes que el frío y la nada la envolvieran otra vez... Así que aceptó sus besos y se los devolvió. Incluso cuando su ardor la agobió, trató de justificar sus acciones. No harían más que esto. Era perdonable. Todavía estaban vestidos. 22


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Él la agarró el culo, con los dedos extendidos, sosteniéndola tan firmemente que hubiera podido empalarla. Potente macho... macho inmortal... Con el cuerpo de un Dios. —Más duro —susurró. Entonces de algún forma estuvo recostada contra la pared, la mano de él detrás de su cabeza para tomar el impacto cuando se abalanzó hacia ella. Todo su tenso cuerpo cubrió el suyo. Dios, estaba volviéndose más agresivo... ¡No! Si toma las riendas, estoy perdida... perdida en él. Hacía tanto tiempo. Una intensa y dolorosa espiral de placer la recorría con cada una de las decididas embestidas del vampiro. —No te detengas —imploró, entre suspiros de reproche. Por primera vez en un milenio, estaba cerca del clímax. Leyendo su mente, él carraspeó: —¿Puedo hacer que... llegues? —¡Sí! —sollozó contra su boca—. ¡Continúa! ¡Te necesito para...! —¿”Necesitas”? —gimió como si se excitara con la palabra—. El problema es... que yo también. —Su voz se volvió ronca por la lujuria, y dijo—: Tengo que tomarte, mi Novia. Se puso rígida con sus palabras, como si se estuviera despertando, entonces giró la cara, alejándose. —¡Espera! No puedo... ¡No puedo hacer esto! —Te puedo dar lo que necesitas, lo juro —rechinó, aún cuando maldijo su falta de experiencia. Debió imaginarse que esto sería puñeteramente genial. —Sólo déjame tenerte. Ella sacudió la cabeza desenfrenadamente, golpeándole los brazos. —¡Noooo! Cuando era humano, le habría permitido irse inmediatamente. Pero el instinto dijo no a esa idea. Al comprender tan poco sobre que estaba pasando, supo de algún modo que era esencial que tuvieran algo que compartir entre ellos, inclusive una breve mañana de placer. No podía dejar que esto terminara… no antes de darle la liberación y tomarla, también, de su cuerpo. —Entonces sólo estaremos como antes. —Si esto era todo lo que le iba a permitir 23


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antes de entrar en razón, entonces tomaría lo que pudiera obtener. —No entiendes... Estremeciéndose, cortó su protesta, con las manos sostuvo su rostro con tanta suavidad que le permitió tomar su boca con fiereza. Ella se tensó, parecía que sólo soportaba el beso. Entonces, después de un momento, emitió como respuesta un gemido que le hizo que sudar de alivio. Sus garras se le clavaron otra vez en los hombros. Se meció contra ella, y sus pensamientos más oscuros, fueron reemplazados por el urgente deseo. De repente, saltó, envolviendo las piernas alrededor de su cintura. Su fiereza casi le hizo correrse, cuanto más gritaba ella en su boca, más lo impulsaba salvajemente, lo animaba. Mas aún cuando tomaba su agresividad con obvio placer. La pared se desmoronaba detrás de ellos. —Oh, Dios, así es, Katja. —Agarró con fuerza su generoso culo, extendiendo las palmas alrededor de este, gimiendo al sentirlo. Allí también, no era para nada pequeña y él adoraba eso. Apretó las exuberantes curvas, las amasó y ella jadeó en sus oídos: —Sí, sí, eres tan fuerte. ¿Fuerte? Se estremeció. ¿Esto la complacía? —Nunca he sentido algo tan jodidamente bueno como tu cuerpo... Las palabras murieron en su garganta cuando ella se deslizó hacia abajo, agarrándole de los hombros y colgándose de él al alzar los brazos para apoyarse. Mantuvo sus ojos plateados en él, un diminuto colmillo perforaba su labio inferior cuando él bajó la mirada con incredulidad. Era tan salvaje. Eso hizo que su polla se contrajera y pulsara, cerca del orgasmo. Aguanta, se ordenó así mismo. Necesita correrse. Se estiró para besarlo y mordisquearle en la oreja, colocando su sedoso cuello directamente frente a la boca de él. Morderla. Lamió su cuello, deseando tomarla allí con suma urgencia. No. No podía hacerle eso. ¿Por qué no? Probablemente ya lo consideraba un monstruo... Ella asentó su palma con fuerza detrás por detrás, empujándolo tan lejos de la pared que al retroceder tropezó con los libros. Las páginas volaron cuando cayeron al suelo con ella encima de él. Estaba frenética, despojada de todas sus inhibiciones, presionando contra su asta mientras exploraba con la lengua su boca. Su culo se movía tan sensualmente bajo las 24


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palmas de él cuando ella dirigía su cuerpo contra su... nunca en sus fantasías más febriles se imaginó esto. Ya no le importó si derramaba su semilla en los pantalones. Iba a tener el orgasmo más duro de su vida. Vergonzoso, degradante. No le importaba. La hizo rodar, sujetándole los brazos por encima de la cabeza, cediendo ante el impulso primitivo de mecer las caderas. Anhelaba empujar dentro de ella. Necesitaba dominarla, y por la manera en que reaccionó, con los párpados que revoloteaban al cerrarse cuando gemía, ella también lo necesitaba. —No creía que fuera verdad —gimió él. La cabeza le palpitaba, la rubia seda de su cabello lo llenaba con su esencia. —Katja. —Empujó más duro y ella se retorció desenfrenadamente bajo él. —Sí, sí... me estas haciendo... llegar —se arqueó hacia atrás, al gritar. Él envolvió sus brazos fuertemente alrededor de su torso, atrapándola contra su cuerpo cuando se estremeció frenéticamente contra ella. Gimió hacia el techo, el cuello se le tensó, cuando su semilla empezó a bombear fuera de él. Con cada eyaculación, daba un grito brutal. Ella aún se corría, las garras estaban hundidas en su espalda. Experimentó un último y violento estremecimiento, luego se desplomó sobre ella, aturdido por el silencio después del placer. Su respiración, tan nueva y asombrosa para él, era desenfrenada. Pero cuando se dio cuenta de lo que acaba de hacer, se sonrojó, humillado, levantándose sobre ella y evitando sus ojos. Novia o no, era una extraña para él, pero aun así se había avergonzado a sí mismo como un muchacho inexperto delante de ella. Mucho peor, había utilizado toda la fuerza de su cuerpo para sujetarla y empujar contra ella. ¿Cómo no evitar dañarla? ¿Cómo no evitar magullar su perfecta piel? Temía encontrase con sus ojos. Ver su mirada traicionada... Sin embargo, ella lo arrastró de regreso y giró la cabeza ligeramente, pareciendo acariciarle con la nariz un lado del cuello. Comenzó a frotar el rostro contra el suyo, casi como una gata. Aunque tenía una forma extraña de demostrarlo, sabía que en verdad estaba dándole afecto. Afecto. Otro éxtasis para él. No había sido tocado hacía mucho. Descansó sobre sus codos cuando alzó la mirada hacia él con ojos soñadores, fluctuantes entre plata y avellana oscuro, con expresión satisfecha. Sujetó su rostro con

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manos temblorosas, para besarla sobre los párpados y nariz. Era la criatura más encantadora que hubiera imaginado jamás —y la más apasionada— y era suya. Con voz ronca, dijo: —No te he dicho mi nombre. Soy Sebastian Wroth. Aún pareciendo embelesada, murmuró: —Bastian —haciéndole querer estrecharla con fuerza. Él sonrió. —Sólo mi familia me llamaba así. Me agrada que tú lo hagas. —Uh-hmm —le recorrió con la uña el cuello en lánguidos círculos. La excitación aún lo recorría. La idea de aprender todo acerca de ella lo llenó de anticipación, pero primero tenía que saber... —¿Yo... yo... te herí? —Estaré dolorida —sus labios se curvaron, luego frotó su rostro contra el suyo una vez más, esta vez como si le agradeciera—. Pero sólo en los lugares más deliciosos. Su polla estaba aún media dura en el húmedo calor de sus vaqueros, y por la forma en que ronroneó esa sencilla palabra, deliciosos, hizo que su verga se hinchara una vez más. No entendía cómo podía simplemente encogerse de hombros al estar herida, pero no había forma de que él actuara, otra vez más, guiado por la necesidad. Luchó por ignorar cuán bien la sentía bajo él. Le apartó hacia atrás el cabello, revelando las puntiagudas orejas. Los diminutos colmillos, las garras, los ojos... —Katja, qué er… —se aclaró la garganta—. ¿Qué eres? Su cejas se juntaron en una línea. —Soy una… —se tensó por un instante. Sus ojos se despejaron completamente, como si acabara de despertar. Todos los flexibles músculos de su cuerpo que se habían ablandado y relajado después del orgasmo ahora se habían puesto rígidos. Con una aguda inhalación, lo pateó —duro—, enviándolo hasta la pared opuesta, entonces se puso de pie. —Ah, dioses, ¿qué he hecho? —murmuró, llevando una trémula mano hacia su frente. Su rostro esta frío, pero los ojos ardían salvajemente cuando se alejó dándole la espalda. Se incorporó, las manos frente a él para no asustarla.

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Pero entonces ella, toscamente llevó la manga sobre su boca, enfureciéndolo. Reconoció su asco, reconoció el sentimiento. Lo había sentido sobre sí mismo desde que fuera convertido. —Olvidaremos que esto sucedió, vampiro. —No podía creer que le estuviera agradecida. ¿Por qué había satisfecho su deseo? ¿Qué demonios había sucedido? La realidad se filtraba, y con ella vino una vergüenza tan ardiente que ésta la aguijoneó. —¿Cómo puedo olvidarme de esto? Quizás un caprichoso poder había jugado con ella, obligándola a hacer cosas que nunca haría. ¿O había estaba bajo el efecto de un hechizo? Tenía que irse de inmediato. —Jura que no se lo dirás a nadie, y dejaré que vivas por ahora. —¿Dejarme vivir por…? —no terminó la oración, porque en el espacio de tres palabras, ella había recuperado su espada. Entonces la blandió contra él de modo amenazador entre sus piernas. Se había movido tan rápido que fue simplemente un borrón. —Sí, dejar que vivas —siseó en su oreja. —No estas acostumbrada a esto. —Cruzó a través del cuarto y se paró, los brazos extendidos, una mano a cada lado de la puerta—. A como soy. Encontraremos la forma de estar juntos. Pero eres mi Novia. Ella cerró los ojos, luchando por calmarse. —No eres mi esposo. Y nunca lo serás. —Esto no es algo ocasional, Kaderin. Suficiente. Cuando echó a andar hacia la puerta, podía sentir con se formaba en él la aprensión. Los dos sabían que el sol la protegería. Todo lo que tenía que hacer era conseguir pasarlo… De repente, se dobló cuando la pena por Dasha y Rika la desgarró como si fuera un alambre de púas arrastrado por sus venas. —¿Kaderin? —caminó a zancadas hasta ella—. ¿Sientes dolor? Tragando aire, levantó su mano para detenerlo ante que la alcanzara, y se obligó a incorporarse. Todas las valkiria estaban conectadas, pero ella y sus dos hermanas habían nacido juntas. Trillizas. Inseparables durante mil años, hasta que dos de ellas habían muerto en batalla. A causa de la debilidad de Kaderin... —Kaderin, sólo espera… Se abalanzó sobre la puerta, pero él cruzó detrás de esta y la sostuvo con fuerza. Ella 27


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fintó hacia la izquierda y se dirigió solapadamente hacia la derecha, moviéndose tan rápido que supo que no podría distinguir su forma. Cuando parpadeó, se precipitó contra él, impactando el mango de la espada contra su pecho, decidiendo en el último minuto no perforar su esternón. Él emitió un bramido de furia cuando traspasó su barrera. Ella se lanzó en picado hacia abajo, aterrizando en la bifurcación de tres escaleras, corriendo a través de una multitud de telarañas tan gruesas que debieron ser tejidas hace siglos. Medio tambaleante, medio cruzado, fue directamente detrás de ella, cuando decidió bajar las escaleras. Pero ella colocó una mano en la baranda y saltó sobre al próximo tramo de escaleras, luego una vez más hacia la planta baja. Con un grito ronco, bajó de un salto persiguiéndola, lanzándose por ella. En el último segundo, ella finteo fuera de su alcance, alcanzando las pesadas puertas principales. Impactó contra estas, arrancándolas de sus bisagras y enviado varios fragmentos al aire. Incluso afuera bajo el protector sol de la mañana, no aminoró la velocidad. Corrió a toda prisa hacia la aldea en el valle —el aliento descompasado, las hojas crujían bajo sus botas, el calor de la luz. No mires hacia atrás. Las lágrimas nublaron su visión cuando luchó por no llorar. La pena dolía tan insoportable como cuando tuvo que reunir y enterrar los... restos de sus hermanas. Se escapó como si quisiera olvidar la última noche, como si quisiera olvidar el recuerdo del desolado castillo. No mires hacia atrás... Después del entierro, se rapó el cabello y arañó su piel, chillando o bien por la furia y la pena y añorando el olvido de la muerte en ella misma. Finalmente el cansancio la rindió a la inconsciencia, y en ese sueño pesado, un poder desconocido se había conectado con ella en la forma de una voz en su mente, prometiéndole el cese del dolor eliminando todas sus emociones. Entonces, como ahora, el dolor era insoportable. Así como hizo antes, oró por misericordia. Pero nada vino. ¿Había sido Kaderin abandonada? Había disgustado al misterioso poder? No mires hacia atrás. Pero lo hizo. El vampiro la había seguido.

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Capítulo 4 Mansión Val Hall, Nueva Orleáns

Hogar del décimo de los doce aquelarres de las valkirias

En algunas ocasiones Nikolai Wroth realmente odiaba a su familia política. Suspiró con cansancio cuando acompañó a su Novia, Myst la Codiciada, por el extenso porche frente a su antiguo hogar. Acaban de iniciar el recorrido cuando sonó el primer chillido. No le sorprendía, había aprendido que su mera presencia vampírica era suficiente para alterar a este nido de valkirias. Aunque era un Forbearer, a menudo era odiado tanto como los vampiros de la Horda —los vampiros nacidos como tales—, una facción que había guerreado contra las valkirias desde los primeros días de el Lore. Además de matar a todas sus posibles Novias, los vampiros de la Horda, con frecuencia, las apresaban y se alimentaban cada noche de su exquisita sangre. Entendía su odio a la Horda, y como un Forbearer, lo compartía, habiendo combatido contra ellos desde que se convirtiera en un vampiro. Pero eso les importaba poco. Otro chillido, y luego siguieron otros más. Nikolai aún no se acostumbraba a los alaridos de su familia política. Adoraban chillar. Incluso si hubieran sido mudas, sabría de la ira que ocasionaba su presencia, debido a que las emociones de las valkirias generaban relámpagos, y en ese momento el patio era como un campo de minas para atronadores relámpagos. Las múltiples barras de cobre plantadas por todos lados como contacto a tierra no podrían contener tal ataque de violencia. Los antiguos robles que rodeaban la mansión eran azotados por ondulantes relámpagos y dejaban un humo, más denso que la niebla. ¿Olía algo tan extraño como el musgo quemado? Sacudió la cabeza en dirección al cielo pero no vio las estrellas sobre él. No, su visión estaba bloqueada por los espectros que las valkirias habían pagado por rodear y proteger la mansión. Los espectros demoníacos berrearon divertidos sobre él. 29


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Nikolai no tenía paciencia con ellos. Hace un mes, cuando había intentado trazarse en Val Hall para recuperar a Myst, lo habían atrapado y arrojado tan lejos que había llegado a otro vecindario. Nada podría romper su vigilancia. Con los espectros, el relámpago, los chillidos, y el humo, no era de extrañar que otras criaturas de el Lore temieran Val Hall casi tanto como temían a las mismas valkirias. El hecho que su bella esposa hubiera elogiado a este lugar de locura siempre lo asombró. Esta noche lo había engatusado para trazarlos aquí para solicitar a Nïx —la más antigua de las valkiria y adivina— que los ayudara a encontrar a sus dos hermanos más jóvenes. En secreto pensaba que esto era una pérdida de tiempo. Nïx, o Nïx la Puñetera Chiflada como el aquelarre la llamaba, raramente estaba lúcida y tenía un sentido del humor diabólico. Y Myst se había enterado que Nïx estaba "de un humor de perros" esa tarde. De hecho, todas las valkirias con las que se había encontrado eran... excéntricas. Inclusive su esposa, Myst, pensaba de formas que no comprendía. Y si Nïx era sin duda la valkiria demente... Pero tenía que intentarlo. No podía estar por más tiempo preguntándose si Sebastian y Conrad estaban vivos o muertos. La última vez que había visto a sus dos hermanos menores, estaban a punto de dejar Blachmount como vampiros recientemente convertidos. Ambos se encontraban débiles y medios locos por la conversión. A pesar que habían transcurrido trescientos años, Nikolai no se engañaba así mismo con la idea que le habían perdonado sus agravios contra ellos. Él y Myst lograron que los espectros les franquearan la entrada de la única manera posible. Ella ofreció un mechón de su cabello como peaje, y uno de ellos descendió velozmente para recibirlo. A cambio de la guardia infalible de los espectros, las valkirias ofrecían su cabello, el cual era tejido por los espectros en una trenza. Una vez que la trenza alcanzaba una cierta longitud, podían doblegar a toda valkiria viva a su voluntad por un breve periodo. Una vez en el interior de la lóbrega mansión, cruzaron por el ultramoderno salón de vídeo. Las valkirias estaban obsesionadas con las películas, en verdad con todo lo moderno y siempre-cambiante, ya fuera la tecnología, el argot, la moda, o los videojuegos. Algunas lo había aceptado a regañadientes ahora que él y Myst estaban casados y debido a que había ayudado a salvar la vida de Emmaline, un miembro del aquelarre. Incluso obtuvo permiso —mediante chantaje— para entrar a su hogar a voluntad, convirtiéndose en el único vampiro vivo que había visto el interior de este legendario lugar.

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Del salón de vídeo, se dirigieron a la escalera y subieron hasta el segundo descansillo. Myst le había explicado que Val Hall era como la versión violenta, en el Lore, de una hermandad femenina, completada con disputas encarnizadas y robo de ropas. Por lo menos veinte valkirias vivían allí en algún momento. Se detuvo frente a una puerta con un cartel pintado que decía: "Guarida de Nïxie, Olvídate del Perro, Cuídate de Nïx". Myst observó con atención la puerta, entonces golpeó. —¿Quién es? —les llegó una respuesta amortiguada. —¿No se supone qué sabes eso? —preguntó Myst, girando el pomo cuando se descorrió el cerrojo de la puerta. Entraron en la habitación y también la encontraron a oscuras, iluminada únicamente por la pantalla del ordenador. Nïx se levantó, su expresión inescrutable cuando trenzó rápidamente su largo cabello negro. Vestía vaqueros y una pequeña camiseta en la que se leía "Juego con mi presa". En el interior sobresalía un gigantesco TV, cientos de frasquitos de esmalte para uñas, y un póster colgado en la pared de un hombre identificado como "Jeff Probst" y rotulado con la frase "El Sex-simbol de la Mujer con seso". En el suelo se extendían pilas de libros destrozados, aviones de papel estrellados, y lo que parecía los restos de un reloj de pie que había sido despedazado en un arrebato. Myst no perdió el tiempo. —Estamos buscando a sus hermanos, Nïx, y necesitamos tu ayuda. Nïx cogió uno de los pocos libros intactos del piso, luego se sentó en la cama. Él tomó otro libro titulado: “Paquete Vudú para oficinistas de St. Louis ¡Toma las riendas de tu carrera... con Vudú!” —¿Y por qué habría de ayudar a la sanguijuela, hmmm? Los ojos verdes de Myst destellaron con ira. Ella aún llamaba a otros vampiros sanguijuelas y no le importaba si sus hermanas lo hacían, pero, como le había dicho a Nikolai: —Es un doble insulto que te llamen así. Si tú eres una sanguijuela y bebes de mí, ¿eso en que me convierte? ¿en una imbécil? ¿en un chupito? ¿Para ti soy como una anfitriona? Myst se recostó en Jeff Probst y dobló una rodilla. —Nos ayudaras porque te lo estoy pidiendo y me lo debes para mantener un jugoso secreto sobre ti al aquelarre.

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Nïx hizo un sonido burlón cuando rasgó con sus agudas garras el libro de vudú. —¿Qué secreto? —recogió otro libro: “El Soporte del Misticismo Moderno”, doblándolo con sus garras. En ese instante pareció ocurrírsele otro idea completamente diferente a destrozarlo, en lugar de eso arrancó varias páginas, una con el encabezamiento: "Por qué Es más Fácil de Creer". —¿Recuerdas el año 1197? —preguntó Myst. —¿A.C. o D.C? —dijo Nïx en tono aburrido cuando empezó un intricado plegado de una de las páginas del libro. ¿Origami? Una forma empezó a emerger. —Sabes que me refiero a D.C. —¿1197 D.C.? —murmuró Nïx con el ceño fruncido, de repente su cara enrojeció. Su expresión se volvió testaruda, y sus dedos empezaron a volar sobre el papel, doblándolo hábilmente—. No es deportivo traer eso a colación. ¡Y una vez más, pensé que él y todos sus compañeros de manada eran mayores! —cuándo sus dedos se detuvieron, colocó la perfecta figurilla en la mesita de noche. Se parecía a un dragón listo para atacar—. ¿Recuerdo tus metidas de patas? ¿Acaso te llamo Mysty la Admiradora de Vampiros como hace el resto del Lore? ¿Cómo hacen las ninfas? Myst colocó las manos sobre su pecho. —Oh, qué calamidad, las ninfas me han rechazado. Lloro amargas lágrimas. —Su rostro se endureció en un instante—. ¿Qué información necesitas que te ayude a ver algo? Con un petulante golpe de su pesada trenza, Nïx giró de Myst hacia Nikolai y preguntó: —¿Por qué deseas encontrarlos? —empezó otro origami sin mirar, éste origami requería de cuatro páginas del libro “El Soporte... —Quiero saber si están vivos o muertos. Para ver si puedo ayudarles y hacerlos regresar a casa. —¿Por qué se fueron? —la forma en que lo estudió fue casi invasiva. Sus dedos fueron tan rápidos que eran casi invisibles, haciendo que el papel pareciera plegarse espontáneamente. Se cuadró de hombros, odiaba tener que ser tan abierto con ella. —Sebastian estaba enfurecido debido a que lo convertí en contra de su voluntad. Ambos estuvieron furiosos cuando intenté convertir a nuestras cuatro jóvenes hermanas y a nuestro anciano padre cuando estaban muriendo. —Myst lo estudió, mordiéndose el labio, sabiendo cuán reacio era a hablar sobre ese tema—. Estoy seguro que sólo se

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fueron para conseguir la fuerza suficiente para regresar y matarme. —Porque ambos lo habían intentado poco antes de irse. Sebastian despertó con esa terrible hambre que Nikolai recordaba tan bien. Cuándo colocaron una jarra de sangre en frente de Sebastian, no podía beberla lo bastante rápido. Pero una vez que había comprendido lo que había hecho, se había lanzado a por la garganta de Nikolai... Nikolai había esperado meses en Blachmount a que volvieran, sin importarle que alguno lo intentará una vez más. Cada día sin que volvieran lo hacía preguntarse si podrían defenderse por sí solos, recolectando sangre cada noche —sin humanos de quien beber. Sin asesinatos. Sin apartar la mirada de su cara, Nïx terminó un tiburón contorsionado y lo colocó junto a la criatura dragón. Encontró que sus ojos eran atraídos por las figuras una y otra vez. —¿Sabías qué se enfurecerían? —preguntó Nïx. Después de una vacilación, admitió: —Lo sabía. Pero de todos modos los convertí. Cuándo Myst lo vio suspirar exhausto, empezó revelando a Nïx todo lo que le había dicho sobre sus hermanos. Al dársele un momento de calma, Nikolai otra vez más se justificó a sí mismo su decisión. Esa noche, viendo a Sebastian cerca de la muerte, había hecho que Nikolai se diera cuenta de lo mucho que Sebastian había perdido. Todo lo que había deseado era una familia y un lugar donde vivir en paz. Sebastian nunca tuvo la oportunidad de encontrar alguna de los dos, no mientras vivió, y Nikolai no podía aceptar eso. De muchacho, Sebastian llegó tempranamente a su altura máxima de seis pies y medio, pero sin el peso y músculo que le llegarían uno o dos años después. Aunque había sido delgaducho y desmañado, a Sebastian casi le había ido mejor antes de que su cuerpo hubiera alcanzado su talla final. Después de eso, no había sabido qué hacer con su tamaño, con su increíble fuerza que crecía día a día. Había ennegrecido accidentalmente más de un ojo de una chica con su codo y realmente había roto la nariz de otras de esa forma. Había pisado tantos dedos, que las chicas de la aldea bromeaban que no andarían cerca de él sin "zuecos y valor". Pero lo peor ocurrió cuando él y Murdoch habían estado recorriendo la aldea; era probable que Murdoch y Sebastian hubieran hecho una travesura cuando chocaron con una mujer y su joven hija. Las había derribado rotundamente, expulsando el aire de sus pulmones. Una experiencia perturbadora en sí misma, pero una vez que la mujer y la chica recuperaron el aliento, habían puesto el grito al cielo. 33


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Sebastian se sintió horrorizado. Desde la época que era un chico pequeño, siempre había tenido una inclinación hacia la timidez, y cosas como esa agravaron su problema. Se convirtió en una persona insegura alrededor de toda mujer, sin el afable encanto de Murdoch o la indolencia de Conrad. A los trece, Murdoch ya tenía una sonrisa diabólica que le había ganado el acceso bajo las faldas de muchas mujeres de la aldea. A la misma edad, Sebastian había sido el muchacho callado con un puñado de flores marchitas, que nunca llegarían a cumplir su cometido. Así que se había volcado en sus estudios. Increíblemente, aún después de que se hubiera entrenado para la guerra desde que fuera lo suficiente mayor para tener una espada de madera, la mente de Sebastian era la parte más fuerte de su cuerpo. Había escrito tratados y escritos científicos, que se granjearon la admiración de algunas de las grandes mentes de su tiempo… —Has visto algo —dijo Myst, trayendo a Nikolai de sus pensamientos. —Te puedo decir dónde está Murdoch. —Lo acabo de ver ayer —Nikolai rechinó. Murdoch vivía en Mount Oblak, un castillo arrebatado a la Horda. Era la nueva fortaleza Forbearer, así que Nikolai se trazaba allí la mayoría de los días. —Ah, sí. Por supuesto —empezó Nïx en un tono sarcástico—. Murdoch está seguro donde lo dejaste. —¿Qué se supone que significa eso? —ante su mirada perdida, dijo—: ¿Qué quieres decir sobre Murdoch? —¿Dije algo? ¿Qué es lo que dije? ¿Cómo se supone que lleve la cuenta de lo que digo? Estaba perdiendo la paciencia. —Maldita sea, Nïx, sé que nos puedes decir donde están. Sus ojos estabas idos cuando exhaló: —¿También eres psíquico? A veces realmente odiaba a su familia política. —Nïx, necesito tu ayuda en esto —dijo, masticando las palabras. Como un antiguo general del ejército estonio, y en la actualidad uno en el ejército Forbearers, estaba acostumbrado a dar órdenes, y que estas fueran obedecidas con prontitud. Estas... estas preguntas tontas eran intolerables. Más ahora que Nïx sólo se concentraba en su pasatiempo, hasta que hubo elaborado o 34


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que parecía un intricado fuego. Con cuidado lo colocó cerca de los otros dos. Más páginas fueron rasgadas, doblándolas a mayor velocidad. Nikolai encontró que su atención se fijaba en las creaciones que parecía verse obligada a realizar. Momentos después, había elaborado un lobo aullando de papel. Cuatro figuras ordenadas como para un cuento ilustrado. Myst no les echó más que una mirada, pero Nikolai estaba embelesado. —¡Nïx, esfuérzate más! —chasqueó Myst, y Nikolai se estremeció, forzándose a alejar su mirada. —¡No puedo ver a Conrad! —chasqueó, y un relámpago cayó cerca. —¿Y qué hay de Sebastian? —dijo Myst—. Dinos algo sobre él. —¿Algo? Bien, ¿qué sé? —Nïx frunció el entrecejo—. ¿Qué sé? ¡Ah! ¡Sé qué sé! Nikolai se paseó impacientemente, haciendo gestos con la mano para que continuara. Se encogió de hombros. —En este momento, tu hermano Sebastian está bramando a alguien en las afueras de un castillo, demandando que vuelva a él, deseándola con todo su ser. —Sonrió, como si estuviera complacida consigo misma por ver tanto, entonces dio un rápido aplauso—. ¡Ah! ¡Y su piel esta empezando a arder!

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Capítulo 5 ¿Por qué escaparía de mí? Repitiendo una y otra vez esa dolorosa pregunta en su mente, Sebastian arrastraba los pies a través de la lluvia torrencial y los charcos de agua a lo largo de la calle principal del desierto pueblo. A la puesta de sol, justo cuando estaba dispuesto a salir en su búsqueda, había empezado a llover. Incluso ahora, horas más tarde, todavía llovía con una fuerza aplastante, deshaciendo visiblemente la lechada de adoquín. Golpeándole la cara y las manos quemadas, pero apenas lo notó. ¿Qué demonios había sucedido? Había sentido el desánimo de siglos disiparse, desaparecer con su llegada. Ahora había regresado duplicado. —¡No lo hagas! —le había gritado a ella. Antes de que se hubiera visto forzado a retroceder, había girado hacia él, con los ojos abiertos y los labios separados. Ella había visto su dolor, su piel empezando a arder. Su expresión se había llenado de remordimientos. Había visto esa mirada antes. Era la misma que tenía un soldado una fracción de segundo después que una explosión de cañón hubiera caído demasiado cerca... como si simplemente no pudiera asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué huía? ¿Qué había hecho mal? Había estado buscando toda la noche, peinando las calles vacías y el valle entero. Había rastreado hasta el aeropuerto, pero sabía que se había ido hacia tiempo. Como los habitantes de este pueblo. Sólo un perro aulló de fondo. Aunque Sebastian había evitado a los humanos desde su regreso, estaba completamente dispuesto a interrogarlos. Estaba desesperado. Si tenían información sobre su misteriosa Novia, se convertiría en el ser que temían con tal de obtener información. Pero habían desaparecido. Incluso la casa del carnicero, el cual le había vendido en secreto sangre y que en ocasiones había negociado con ropas y libros estaba oscura y vacía. Por lo visto, ella les había avisado que la estaba buscando para vengarse. Una y otra vez, Sebastian consideraba lo que sabía sobre su misteriosa Kaderin. Unas veces pensaba que era tan bella, tan perfecta, una visión que sólo existía en sus fantasías. Había estado solo durante tanto tiempo... 36


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Y en el pasado había estado loco. Pero por si pensaba que se había imaginado todo, tenía una manifiesta magulladura en el pecho, desgarrones en la camisa dónde las garras de ella se habían clavado en su espalda y brazos. Dios, su Novia era una fiera, incluso ahora estaba duro por ella. Nunca antes había sentido tal lujuria. Ninguna mujer lo había enardecido así. Seguramente el deseo por ella era más fuerte porque se había abstenido durante mucho tiempo. Tenía que ser esto. Todavía no la había tomado. Demonios, todavía no había visto su cuerpo desnudo o tocado su piel. Negó con la cabeza, sonrojándose de nuevo por su comportamiento con ella. No tenía ningún tipo de experiencia, pero sabía lo suficiente como para saber que lo que habían hecho era... inusual. En toda su vida, había tenido menos de media docena de relaciones sexuales, con sólo dos mujeres, si se podía llamar así a la segunda. Sebastian no se había dedicado a encandilar damas, pero incluso así no había sido tranquilo e introspectivo, simplemente no había tenido el tiempo, la oportunidad, o, más importante, mujeres a disposición. Su hogar en Blachmount había estado alejado de pueblos y mercados. Las atractivas hijas de los granjeros de cien millas a la redonda habían estado desesperadamente enamoradas —y mucho más que disfrutando— con Murdoch, el hermano calavera de Sebastian. Lo que las excluía para siempre del interés de Sebastian. Nunca había podido compararse con la experiencia de Murdoch, y había temido mirar hacia abajo mientras tomaba a una mujer y saber que ella estaba pensando lo mismo. Si no Murdoch, Sebastian todavía tenía que competir con otros dos hermanos mayores. Luego empezó la guerra. Las poco memorables —o desastrosas— experiencias de Sebastian no lo habían preparado de ninguna manera para la pasión de Kaderin. Había estado tan desenfrenada como él. Todavía no podía imaginar como sería desnuda y retorciéndose bajo él. Su erección latió con la idea, y la maldijo. Lo había incitado y luego deleitado con su fuerza, como una criatura salvaje. Lo cual le recordó que no sólo no sabía su nombre completo o como encontrarla... todavía no sabía de qué especie era. Si sólo pudiera entender más de sobre el mundo en el que habitaba, el Lore. Era tan ignorante al respecto como de la moderna cultura humana. Cuando se había despertado de la muerte todos esos años atrás, Nikolai y Murdoch habían tratado de explicarle lo que sabían del Lore, lo cual era poco... ya que habían sido 37


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recientemente convertidos. Sebastian no había prestado atención. ¿Qué cosa podrían enseñarle si de todas formas iba a caminar hacia el sol? Durante todos estos años, había evitado Blachmount, en cambio vivía en el único país dónde a nadie se le habría ocurrido buscarle. ¿Qué pasaría si volvía ahora? ¿Podía todavía predecir que haría si afrontaba a Nikolai? Por el rabillo del ojo, Sebastian vio algo. Se dio la vuelta para encontrar su reflejo en un escaparate. Mientras permaneció parado, se llevó una mano a la barbilla. ¿Cristo, por qué no iba a huir? Parecía un monstruo bajo la lluvia torrencial. Un lado de su cara estaba ampollada por el sol y demacrado por su irregular alimentación... no había sido nunca capaz de obligarse a beber lo suficiente para mantener su peso. Tenía el pelo cortado caóticamente, y las ropas estaban gastadas y raídas. A los ojos de ella, Sebastian sería un pobretón, viviendo en la miseria, sin amigos o parientes. No le había dado ningún indicio de que podría ser un digno compañero para ella. En su tiempo, una hembra tenía la necesidad de asegurarse que el macho que le había tocado en suerte podría proveerla. Seguramente algo tan elemental no había cambiado. Peor que todo esto, es que era un vampiro... lo cual claramente detestaba. Nunca podría compartir los días en el exterior con ella. Dios, cómo echaba en falta el sol... ahora más que nunca porque no podía pasear bajo él con ella. Vampiro. Se pasó la mano por el pelo mojado. ¿Qué clase de niños le daría? ¿Beberían sangre? Él también habría huido. ¿Cómo podría esperar que no lo rechazara por lo que se había convertido, cuando él mismo lo hacía? Subsistía a base de sangre. Estaba relegado a las sombras. —Nunca serás mi marido —había jurado ella. —Me mataré —juró él a Nikolai la última noche que lo vio. ¿Cómo podía Sebastian persuadirla de vivir con él, cuando durante trescientos años había sido incapaz de persuadirse a sí mismo que después de todo merecía vivir? Aunque brevemente, Sebastian había conseguido que le besara y aceptara sus inexpertos avances. Con el tiempo, seguramente podría vencer su aversión. Quizás otros vampiros fueran malvados... nunca había visto a otros a parte de sus hermanos. Pero le probaría que él no lo era. Podía protegerla y proveerla de cualquier cosa que deseara. 38


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No podía evitar por más tiempo regresar a Blachmount... toda su riqueza estaba allí, enterrada en los jardines. Antes de que Sebastian y Conrad abandonaran el campo de batalla habían amasado una fortuna en botines de guerra de los oficiales rusos, incluyendo el castillo que ocupaba actualmente. Tenía media docena de cofres llenos de monedas de oro, acuñadas con el sello de algún dios antiguo volando. Algunos cofres más contenían joyas que los oficiales habían saqueado del este antes de que sus codiciosas miradas se volvieran hacia la vecina Estonia. Se obligaría a sí mismo a beber y a comprar ropas nuevas. Compraría una casa nueva para ellos... se sentiría aliviado si nunca volvía a ese maldito castillo. Cuando la encontrara de nuevo, aparecería como un hombre digno de elegir como marido. Pero para adquirir lo necesarios para hacer esto, Sebastian se vería obligado a navegar por este nuevo mundo para él. Había visto coches pero nunca había conducido ninguno. Había visto anuncios de películas pero nunca había visto una. Los aviones volaban en lo alto, y sabía la composición de sus motores por los libros, pero nunca había viajado en uno. Y tenía que andar entre los humanos, sin embargo siempre había sentido que ellos al mirarlo sospecharían lo que era... una abominación, tratando de hacerse pasar por uno de ellos. O peor, temía que podría ansiar bebérselos. Aunque nunca eso había ocurrido antes de que la dorada piel de Kaderin se hubiera puesto ante él. ¿Podría controlarse con ella? ¿Era un egoísta por buscarla? No, era disciplinado. Podía abstenerse, como cuando obedecía las órdenes de sus hermanos. Quería a su Novia de vuelta, y la tendría otra vez aunque esto lo matara. Apartándose de la ventana, mirando fijamente a la lluvia, percatándose que la había estado esperando toda su vida. Sebastian sacudió la cabeza con pesar. Incluso antes de que ella se convirtiera en todo lo que tenía.

Londres, Inglaterra

Todo está bajo control. Fue una bendición para Kaderin regresar a casa, aunque, para cualquiera que la viera, parecía desorientada. Desde el tiempo en que Londres había sido un pantanoso campamento al lado de un

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poco memorable río, los vampiros habían cazado aquí en la neblina. Y cada vez que la había visitado, los había cazado a ellos. Tras el fiasco en Rusia, había elegido venir a esta rica ciudad del Lore porque tenía un apartamento privado que ninguna de las valkirias conocía, y debido a que era una buena base para el Hie... no porque no pudiera enfrentarse a su aquelarre. Era la primera noche en la ciudad, y se encaminaba hacia King’s Cross con un objetivo: matar sanguijuelas. Bajo el impermeable, su espada y su látigo permanecían escondidos. Vagaba por un camino secundario adoquinado que recordaba bien... hace un siglo atrás, dos hermanos vampiros casi le habían cortado la cabeza en esos mismos ladrillos. Kaderin no menospreciaba a los vampiros sólo a causa de sus hermanas. A lo largo del callejón, gradualmente empezó a actuar como si estuviera perdida en el deslucido velo de la ciudad, incluso cojeaba ligeramente... indicando a un depredador que la cena estaba allí para tomarla. Trató de convencerse a sí misma que esa excursión no tenía la intención de probar nada. Esto no era un ejercicio para ver si todavía tenía agallas para cazar vampiros. Eso estaba demasiado trillado, demasiado digno-de-un-montaje-de-película, mientras ella cortaba cabezas y limpiaba las calles de Londres. Matar esta noche era, simplemente, algo normal en su vida. Una banda de cinco se materializó desde el fino aire. —Parece que mi cumpleaños se ha adelantado, chicos —habló Kaderin arrastrando las palabras. Vestían como matones callejeros, y los brillantes ojos rojos estaban salpicados de motas negras esparcidas. Miradas pervertidas. Cuando bebían de un ser vivo hasta matarlos, bebían hasta el fondo del alma, tomando todo lo malo, absorbiendo toda la locura y el pecado. Los cinco la rodearon; sacó la espada y golpeó fuerte sin demora. Con un giro de muñeca reclamó la primera cabeza. Míralo, pensó Kaderin. Una cabeza de vampiro rodando por una callejuela de Londres. Como siempre. Control. Empezaron a rodearla, arremetiendo con puños y espadas. Sacó el enroscado látigo metálico liberándolo de su cinturón. Titanio. Con un látigo, podía contener a un vampiro rastreador. Uno la reconoció con el primer restallido y escapó, huyendo de la pelea. Ah, pero los otros tres se la jugaron. El látigo atrapó el cuello de uno, enroscándose más y más, partiéndolo al final.

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La casa siempre gana. Tiró, enviándolo listo hacia ella, directo al alcance de su espada. Cuando le cortó la cabeza, lo pateó tras ella para rechazar a los otros dos. Se agachó bajo la gran espada de uno, y hundiéndola en la sien de su camarada. Se roció de sangre. Ahora estaba en su elemento. Desapasionada. Asesinando fríamente. La espada volaba, el látigo restallaba... había vuelto a la normalidad. Cuan irracional había sido, huyendo histéricamente desde Rusia, con todo el llanto y el incontrolable temblor. ¿Cuántas veces había gemido, “Oh, querida Freya, ¿qué he hecho?” o recordando la mirada en la cara de ese vampiro cuando se dio cuenta que iba a tener que dejarla ir hacia el sol? Había tenido una indiscreción. Como tenían a veces las valkirias. ¿Cómo Myst la Codiciada? pensó Kaderin, dándole un golpe mortal al vampiro con el cuchillo sobresaliendo de su cabeza como un cuerno. Cuando Myst había estado en una prisión de la Horda, los rebeldes del Forbearer tomaron el castillo, y uno de sus generales la había puesto en libertad para hacer el amor con ella. Antes de que las valkirias pudieran rescatarla, las cosas se habían descontrolado en una húmeda y fría celda. El prestigio de Myst entre el Lore —el cual había sido ganado en toda una vida— estaba arruinado. Fue rechazada, marginada. Incluso las ninfas la ridiculizaban. No había una ignominia peor que esa... El último golpe, lanzado a la mandíbula de Kaderin, la había dejado viendo doble por un momento, pero a ciegas dio un puñetazo y acertó. Luego retrocedió de puntillas, deslizando la espada, tan rápido como el pensamiento. Mientras dos de ellos daban vueltas entre ellos, Kaderin recordó a la última caída en desgracia. Unas décadas atrás, una valkiria llamada Helen había tenido relaciones con un vampiro, y luego dio a luz a su bebé, Emmaline. Helen había muerto de pena... porque el vampiro la había atacado. Otro golpe de espada. El último apenas lo había evitado, se maldijo. —¡Dios mío! Nunca he tenido que llamarme perra antes. —Se secó la cara con la manga, y sus ojos se encontraron. Vampiros atacando. Eso es lo que hacían. Había percibido que Sebastian había dudado con la boca sobre su cuello, incluso al darle un lento lametazo. Lo había considerado. Sí, finalmente, incluso Sebastian bebería de una víctima hasta matarla, accidentalmente o no. Sus firmes y claros ojos grises se volverían desagradablemente rojos y sedientos de sangre, y la Horda reclamaría a otro soldado. Justo como el que 41


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tenía frente a ella. El pensamiento la hizo cargar hacia él con un chillido. Se lanzó rodando, clavándole la espada a través del pecho. De un salto, la recuperó balanceándola hacia la cabeza para rebanarla limpiamente. Su espada no silbó, porque el aire raras veces la percibía a tiempo. Demasiado fácil, sin dignidad, pensó mientras evitaba sus colmillos. Cuatro. Yupipuñeteros. Si hubieran sido peces, los habría pescado y soltado. Pero había regresado, y ahora su mente estaba lúcida en lo referente a Sebastian Wroth. Ya no se aferraría a ese solitario vampiro como la reptante niebla a esta ciudad. Con esa certeza, podría regresar a su vida normal, el Hie sería sólo en dos días. No querría perder el control, como había predicho en su viaje a Londres. Ni estaría tan… tan… tan jodida, como había creído. No, ella estaba aquí. Fría como el hielo. Desde King’s Cross, corrió de regreso hacia su casa en Knightsbridge, la sangre empapaba su ropa encubierta en la niebla nocturna. El adosado con jardín estaba perfectamente situado. Lo suficientemente cerca para comprar —si a Kaderin le atrajera eso—, pero además daba atrás a los estrechos y oscuros callejones, que le permitían entrar a la residencia sin ser vista. Desde atrás, saltó sobre el muro de su jardín, cayendo dentro, luego subió corriendo las escaleras. Kaderin se arrancó las ropas que le había birlado a Myst, echando una mirada evaluadora, y las lanzó sin ganas sobre la pila de ropa sucia. Brincó bajo la ducha, limpiándose toda la sangre. Mientras se enjabonaba el pelo, no pensó en el vampiro. En absoluto. Ignoró las preguntas sobre por qué había estado en el castillo y qué exactamente le había hecho querer terminar con su desolada existencia. Toda esa información, tal como dónde había sido un guerrero, era anecdótico. Tras conquistar el Hie, y cuando estuviera preparada, volvería para acabar con él. Mientras tanto, él iría en su busca. Los vampiros que habían encontrado a sus... Novias no toleraban perderlas. Pero no sería capaz de encontrarla, conociendo únicamente su nombre. Los aldeanos corrían a refugiarse atemorizados antes de cada puesta de sol, manteniéndose apartados en la noche hasta que ella volviera... o se enfrentarían a su prometida cólera. Y cualquier otro habitante del Lore que pudiera revelar esa información se apartaría de su vista simplemente porque era un vampiro. Era un intruso en todas partes, con todo el mundo, ya sea humano o criatura del Lore. Y mientras compitiera en el Hie, 42


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ciertamente no sería capaz de localizarla. En las próximas semanas, no dormiría dos veces en el mismo lugar y correría a los lugares más lejanos de la Tierra, obteniendo premios, joyas y amuletos. Lo enfrentaría cuando escogiera, y en sus términos. Sí, todo estaba bajo control.

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Capítulo 6 En los últimos tres días, Sebastian había encontrado infernal estar alrededor de tantos humanos; un bebedor de sangre, un depredador, andando entre ellos como si fuera todavía uno de ellos. Especialmente desde que las mujeres habían empezado a mirarlo con anhelo, e incluso a seguirle, para su consternación. Pero se recordó lo que estaba en juego y completó tarea tras tarea en previsión de encontrar a Kaderin, aún cuando no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Los aldeanos, su baza principal, habían desaparecido, por lo menos durante las noches. Por supuesto, ella les había advertido. A fin de cuentas esta vez, finalmente había vuelto a Blachmount, y había estado atemorizado como nunca jamás por la vieja casa, incluso estando tan decrépito como su propio yo. Había desenterrado oro de sus cofres, luego había vendido las monedas en San Petersburgo. Con el dinero en la mano, había comprado ropa en el único lugar que conocía donde los hombres ricos adquirían ropa, Savile Row en Londres. Había estado en el puerto de Londres una vez cuando había sido mortal y lo recordaba vagamente. Entonces, una imagen mental de ello lo puso allí. El dinero le consiguió citas con un sastre que hacía ropa a medida después de la puesta del sol, y cada noche antes de salir de esa ciudad, se forzó a comprar y beber sangre del carnicero. Había hecho estas tareas porque quería llegar a ser un hombre que ella pudiera querer. Pero estaba también desesperado por algo para mantener su mente ocupada. En cada vuelta, se preguntó donde estaba en ese momento y si estaba a salvo. Ella había llorado esa mañana, se había doblado por el dolor. Y no la podía encontrar. Su acento tenía un deje arrastrando las palabras, pero eso ayudaba poco a determinar su lugar de origen. No podía trazarse a su patria para empezar la búsqueda, porque ni siquiera sabía en que continente vivía. Además, sus hermanos le habían dicho que los vampiros sólo podían trazarse a lugares donde ya habían estado. Si no estaba en Europa o Rusia, entonces no podría alcanzarla. Una y otra vez, había pensado, que si solamente pudiera trazarse directamente a ella. La idea de que un vampiro no necesitaba saber como llegar a un destino, sino sólo imaginárselo, no tenía sentido para Sebastian. Se había trazado de Rusia a Londres para 44


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comprar ropa, pero no podía imaginar la ruta exacta. Si solamente ver la ubicación era el requisito, entonces ¿por qué no podía una persona ser un destino? ¿Y si había más en trazarse, y sus hermanos no entendieron todo acerca de ello? Habían sido recién convertidos hacía todos esos años y habían admitido su ignorancia acerca de tanto sobre el Lore. Quizás los vampiros se trazaban a individuos cada día... Sebastian era único en su familia, era el erudito dedicado, el hijo introspectivo entre cuatro. En la batalla, Sebastian había utilizado la astucia tanto como la fuerza, dependiendo de la previsión tanto como de la pasada instrucción. Era un pensador al que le gustaba resolver problemas, y su padre le había inculcado la creencia de que la mente era capaz de proezas inimaginables si uno era lo suficiente fuerte para creerlas posible. Y Sebastian necesitaba creer que trazarse a ella era posible. La alternativa era esperar a los aldeanos, lo cual era insostenible. Su familia había sabido que había sido cortejado por las órdenes de la iglesia y de los caballeros, al igual que por otras sectas secretas de conocimientos arcanos, buscando reclutarlo. Lo que no sabían era que había aceptado una oferta con los Hermanos de la Espada, aprendiendo acerca del mundo desde el aislado Blachmount, carteándose con maestros de física, astronomía, de todas las ciencias. Finalmente, había cruzado el Báltico y el Mar del Norte para ser nombrado caballero en Londres. Mientras sus hermanos habían estado luchando uno contra otro o persiguiendo mujeres, Sebastian había estado estudiando, creciendo seguro en su habilidad de aprender. Era justo que los sacrificios de Sebastian lo beneficiaran ahora, mientras perseguía a la única mujer que le había importado jamás. Llenó de una ardiente determinación, Sebastian se había trazado de aquí para allá a lugares que sólo recordaba vagamente de su niñez, estudiando la cantidad de esfuerzo, la cantidad de claridad mental, que requería. Se convenció de que sólo necesitaba verla tan claramente como una ubicación. Había el peligro inherente de trazarse a un lugar no visto. Podría estar bajo el sol ecuatorial del mediodía y él podía estar demasiado aturdido para huir. Podría estar en un avión. Si se trazaba a unos pies de distancia, podría ser succionado por el motor. Infiernos, habría valido la pena.

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Quizás cuando Kaderin hubo resuelto que todo estaba bajo control, lo hubiera hecho demasiado apresuradamente. Desde esa noche, su ventaja había sido comportarse como el motor de un viejo Karmann Ghia descapotable… un poco deteriorado. Allí estaría, conduciendo, la misma de siempre, y así, de la nada… un tropiezo. Por ejemplo, justo ahora, sentía un extraño dolor. Creía que estaba… preocupada. Casualmente, Kaderin tenía el impulso urgente de saber si su sobrina Emmaline, de setenta años, la hija de Helen, estaba mejor. La última vez Kaderin lo había comprobado con su aquelarre de Nueva Orleáns, ella había sabido que Emma había sido herida gravemente por un vampiro. Llamó a la casa, esperando que no contestara Regin la Resplandeciente. Kaderin no estaba lista para hablar con ella, todavía no, no tan pronto después su imprudente mañana con el vampiro. Toda la raza de Regin había sido aniquilada por la Horda. Kaderin había moldeado a Regin como una asesina, entrenándola y avivando su odio hacia los vampiros. —¡Espada arriba! Recuerda a tu madre —le había dicho a la chica una y otra vez, y todo el tiempo se decía a sí misma: Recuerda a tus hermanas. Que no sea Regin... Regin contestó con: —Puente. Aquí Uhura. Kaderin suspiró, luego sacudió la cabeza ante la referencia a Star Trek. Kaderin no apreciaba esas referencias. Pero eso era algo propio de Regin. Aparte de su odio hirviente a los vampiros, era despreocupada, rápida en reírse, una bromista. —Hola, Regin, soy Kaderin. —Tragó—. Llamo para controlar a Emma. ¿Está mejor? —¡Hola, Kiddy-Kad! Está totalmente mejor. Se ha curado ya. —¿Curado? —preguntó Kaderin con sorpresa—. Eso es una gran noticia, pero ¿cómo puede ser? ¿Ayudaron las brujas? —En realidad, se ha casado y con ese lykae, ese odioso al que una de nosotras quiso castrar, hace dos noches. ¿Había pasado Regin por alto deliberadamente la pregunta? Kaderin quería saber más pero siempre había creído que hurgando en los secretos, estaba rogando a los 46


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Destinos de algún modo que revelaran los suyos. ¿Y ahora con su nuevo secreto? Kaderin permitiría que Regin le superara muy fácilmente en este momento. —No puedo creer que se haya casado. El hombre lobo había huido con Emmaline, llevándola a su castillo en Escocia. —Lo sé. Un lykae insólito. Podría ser peor, supongo. Podría haber sido una sanguijuela. —Aunque Emma era media sanguijuela y bebía sangre como sustento, el aquelarre no pensaba en ella de esa manera—. No, Emma no es tan estúpida. Kaderin sintió un tic en la mejilla, casi como si hubiera respingado. Los aquelarres valkiria estaban en guerra con los vampiros incluso ahora, y el Lore estaba lanzándose hacia una Accesión, una guerra entre inmortales que ocurría cada quinientos años. Durante tiempos como ese, Kaderin había esperado deshacerse de los vampiros sobre la tierra, no montarlos. ¿Se pondría su cara más caliente? —Intentamos llamarte —dijo Regin. Kaderin oyó su globo de chicle. Como tantas valkirias, solo mascaría chicle de una sola marca específica, Sad Wiener Peppermint, que era mucho más que asqueroso. Kaderin misma prefería secretamente Happy Squirrel Citrus—. Creo que dejaste tu teléfono vía satélite en casa del lykae en toda la confusión. —Lo recuerdo —dijo Kaderin, pero tuvo que preguntarse si verdaderamente la habían llamado. Kaderin era una cifra sin emoción, y muchos estaban incómodos a su alrededor, especialmente en las celebraciones. Kaderin reconocía cuándo las situaciones debían ser humorísticas pero nunca era dada a reírse. Sabía que amaba a sus hermanastras pero nunca sentía la necesidad de mostrar cariño. En una boda, ni se hubiera acercado a una sonrisa. Se mordió el labio y miró fijamente a sus pies. Por suerte, Kaderin no podía percibir el dolor de los sentimientos heridos al ser dejada fuera. No, nada en absoluto. —Bueno, Regin, sucede que no tuve inconveniente en deshacerme del teléfono desde que le instalaste el tono de Crazy Frog en él. —¿Yo? ¿Quién? ¿Qué? —Dale a Emma felicitaciones de mi parte —dijo Kaderin—. ¿Está Myst por ahí? — quizá Kaderin podría descubrir por qué Myst había sido tan tentada por ese general vampiro, sin revelar que ella misma había disfrutado con uno. —Está ocupada. —¿Con qué? ¿Cuándo podrá hablar? —No lo sé. —Otro globo explotó—. Así que el Hie arranca en dos días. ¿Estás preparada? 47


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¿Otro cambio de tema? —Todo está listo —contestó Kaderin. Todos sus suministros estaban empaquetados y su transporte confirmado. Eso había probado ser bastante fácil. El Accord —una federación de doce aquelarres de valkirias— había acordado que necesitaban la capacidad de moverse fácilmente por el mundo, especialmente Kaderin en el próximo Hie. Así que habían establecido una red de helicópteros y jets disponibles en la mayoría de los continentes. Los pilotos esperarían la llamada de Kaderin en todas las capitales clave. Como había especificado, serían demonios, y no harían muchas preguntas. Naturalmente, las valkirias, con su sensibilidad fastuosa, tenían tan solo lo mejor. Cualquier competidor en Hie se merecía sacar ventaja de los modos modernos de transporte. Pero no todos gozarían de helicópteros de lujo y jets. —Así que ¿dónde es tu primera parada? —preguntó Regin. —Todos los competidores tienen que encontrarse en el templo de Riora. —La diosa Riora era la patrona del Hie. Era su competición, ella hacia las reglas, decidía los premios. —¿Cómo una clase de orientación? —Supongo. —La primera excursión de Kaderin sería del exclusivo y moderno aeropuerto de Londres al antiguo templo de Riora, escondido en un bosque encantado. El templo había sido construido antes de que los humanos empezaran a mantener sus historias y se encontraba sólo con coordenadas secretas. Kaderin también podría volver atrás en el tiempo, y estaría viajando allí en un Augusta 109, el helicóptero civil más rápido y ricamente diseñado del mundo. Regin sonaba como si estuviera tecleando. —Sabes, los resultados de este Hie se suponen que son anunciados en tiempo real en la red. Lo cual es conveniente, dado que nunca nos has mandado recado sobre como lo estás haciendo, aunque te conseguimos todas esas palomas mensajeras. A propósito, las adoraba y les puse nombre a todas ellas, y tú… las soltaste. —Los resultados en Internet serán interesantes, y los pájaros, aunque queridos, preferían ser libres. —El drama de las palomas. Escenas como esa le recordaban a Kaderin el por qué trabajaba sola.

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Capítulo 7 Al atardecer, Sebastian tomó una ducha de la única forma en que podía hacerlo en el castillo, con agua de nieve derretida recogida en una cisterna y conducida helada por una cañería hasta una pequeña habitación llena de azulejos desgastados. Después se vistió con sus ropas nuevas. Lustró su espada, la envainó en el cinto en sus caderas, y se sentó al borde de la cama, dispuesto a probar su teoría. Todo dependía de que tuviera éxito. Debo encontrarla para tenerla. Sintió las manos húmedas alrededor de la empuñadura de su espada. Luego frunció el ceño. Si esto funcionaba, no deseaba aparecerse en una situación conflictiva. Podía verse materializándose en medio de una cena familiar. Un vampiro hiperdesarrollado portando una gran espada. Se quitó el cinturón, lo apartó, entonces se sentó otra vez. Esto tenía todo que ver con detectar los detalles más mínimos. Centrado. Se concentró en ella durante un largo momentos. Sacó todo de su mente menos ella... Nada. Se recostó en la silla Se imaginó viendo una vez más su hermoso rostro. Las suaves y pequeñas facciones, la delicada barbilla y los altos pómulos, la forma en que ella le había mirado con esos ardientes ojos color avellana. Ralentizó su respiración. Recordó como la sintió debajo de él. Su cuerpo era suave, generoso, se adaptaba perfectamente al de él. El recuerdo del olor de su cabello y su piel lo llamó tan bruscamente como si le hubiera gritado. Comenzó a localizarla, percibiendo como abandonaba el frío de su castillo y se movía hacia el calor, no imaginaba que podría encontrar.

Templo de la diosa Riora, bosque de Codru, Moldavia

Primer día del duodécimo Talismán Hie

Los sospechosos habituales, pensó Kaderin con aburrimiento. Desde su posición en la barandilla del balcón, inspeccionó a la multitud congregada en la galería del templo de 49


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Riora. Como en la mayoría de los templos, el de Riora ostentaba el obligatorio estilo paladino, con antorchas y velas como alumbrado. Pero ahí se terminaban las similitudes. Situado en el corazón del bosque de Codru, todas sus paredes estaban cubiertas por líquenes que impedían su vista. Las raíces de los robles soportaban su peso. La cúpula era una claraboya con un agujero de cristal dentro de un intrincado diseño sin orden. “Vence tus límites, encarna lo imposible”, ese era el lema de Riora. Era la diosa de lo imposible y los exaltaba a demostrarlo todo lo posible. Pocos sabían esto, y aunque era introvertida, también gustaba de hacer bromas y propagar rumores. En los últimos cincuenta años, se había mostrado como la diosa de la alta costura que jugaba a los bolos. Kaderin esperaba con cientos de competidores, debido a que Riora se retrasaba otra vez. No había nada nuevo en eso. Para hacerla llegar a tiempo, Kaderin la había provocado en el último Hie, declarando que era imposible para las diosas ser puntuales. Pero entonces Riora había dicho que era imposible para una valkiria permanecer en una bañera de aceite hirviendo durante una década. Para matar el tiempo, Kaderin había observó desdeñosamente a las ninfas, asegurándose de que veían su desprecio. Levantó su barbilla ante Lucindeya, la sirena que había sido su más cercana rival en el último Hie. Lucindeya o Cindey, era una violenta y despiadada enemiga, y de esa forma se había ganado el respeto de Kaderin. Se usaban una a la otra para avanzar en la competición hasta que solo quedaban dos finalistas. En ese momento desaparecían las apuestas. En el último enfrentamiento, Cindey le había roto docenas de huesos a Kaderin. Pero a cambio, Kaderin le había roto al menos los mismos a ella, había rajado su casco protector, y se rumoreaba que le había roto el bazo a la sirena. Al mirar la adorable apariencia de los kobolds, un tipo de gnomo que vivía en la tierra, Kaderin sacó la espada de la vaina colocada a su espalda. Agarró la empuñadura, sin tirar de ella, aún, debido al macho más grande —aunque sólo media cuatro pies de altura— que tragaba saliva y bajó la mirada. Los kobolds sólo parecían amigables y sanos... hasta que de repente se transformaban. Kaderin era una de las pocas personas con vida que había visto como eran en realidad, depredadores reptiles que se arrastraban sobre el suelo mientras cazaban en manadas. Todavía no había encontrado al que podría llamar gnomo asesino histéricamente alegre que sus hermanas si encontraron. El grupo de competidores estaba formado por todas las razas y clanes que existían en 50


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el Lore: trolls, brujas y nobles fey. Estaban presentes demonios provenientes de muchas Demonarquias. Kaderin se fijó en los veteranos que no ganarían el gran premio... fuese cual fuese el invaluable premio que se ofreciera en este Hie. Identificó a los buscadores de carroña únicamente por los talismanes individuales asignados para cada tarea. Y desde luego allí estaban los novatos. Pudo verlos en un instante, porque la retaron mirándola fijamente. Como competidora —y campeona por más de un milenio— Kaderin había llegado a tener en el Lore una posición más alta que la mayoría de sus hermanas. Había ganado poder y respeto para los aquelarres... y para sí misma. Había carecido de sentimientos, estaba orgullosa de su reputación. No podía creer cuan fácilmente se había arriesgado con su reciente indiscreción. En cuanto a sus hermanas, su caída en desgracia seria un descenso en picado... De repente, sus orejas se movieron nerviosamente. Percibieron algo en las sombras detrás del balcón. Se giró y divisó un enorme macho, sus ojos brillaban en la oscuridad. ¿Un lykae? Eso era inusual. Los hombres lobos y los vampiros jamás participaron en la competición. La Horda de vampiros eran despreciados por todos ellos, y los misteriosos Forbearers no conocían su existencia. El Lore encontraba que ambas situaciones eran divertidas e inteligentes formas de mantener a los humanos en la ignorancia sobre su mundo. Históricamente, los lykae no tenían ningún problema del que preocuparse. En el pasado, este conjunto de circunstancias había sido fortuito. Los lykae, podían ser salvajes pero tenían buena apariencia, eran decididos y brutales. ¿Y los vampiros? Con su habilidad para rastrear, eran casi invencibles. El hombre lobo se movió entre las sombras, acercándosele, y lo identificó como Bowen MacRieve, el mejor amigo y primo hombre lobo del esposo de Emmaline. Había adelgazado durante el último milenio, pero aparte de eso, pudo percibir que había cambiado poco... lo que significaba que todavía era espléndido. —Kaderin. —Sus dorados ojos tenían un color intenso, su oscuro pelo era grueso y largo. No la llamó lady Kaderin, como el resto del Lore hacía, pues no la temía. —Bowen. —Inclinó brevemente la cabeza. —No te vi en la boda. Fue bastante agradable. No la había visto en la boda de Emma, y la había echado de menos. —Tengo curiosidad por saber que haces aquí. 51


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—Participaré. —Su voz era como el retumbar de un zapateo escocés. La profunda voz era atractiva. Un espontáneo recuerdo surgió, la voz grave del vampiro mientras hacia una pausa entre sus besos. Volvió en sí. —Serás el primer lykae en hacerlo desde su inicio. Apoyó su alta figura contra la pared, completamente despreocupado. Era tan alto como un vampiro pero más delgado. Era de rasgos duros pero Bowen probablemente podría ser considerado de una elegancia más clásica. ¿Compararlo a él con un vampiro? Encantador. ¿Cómo si Sebastian Wroth fuera un USDA1 de clase A? —¿Estas asustada valkiria? —¿Parezco asustada? —Siempre disfrutaba preguntando eso, dado que sabía que la respuesta siempre sería no—. ¿Por qué? —había visto a Bowen cazando vampiros hace años en una batalla, había sido despiadado en el pasado, y apostaría lo que fuera a que no había cambiado, nada. Él respondió —Un amigo me dijo que podrías estar particularmente interesada en el premio. Posiblemente, Bowen era más elegante, pero los ojos de los vampiros eran tan grises, tan oscuros y fascinantes. Si una mujer se fijaba en los ojos de Sebastian, le otorgaría cualquier cosa que él deseara. ¿Los ojos de Bowen? Un vistazo a ellos, y una mujer no sabría si saltar sobre él o alejarse corriendo. Obviamente, Kaderin tenía ventaja, ya que todavía no se estremecía de deseo por el lykae. —¿Conoces el premio? —preguntó, pero Bowen no estaba escuchando. Las brujas acababan de llegar, una llamada Mariketa la Esperada y otra mujer que Kaderin no conocía. Estaba ocupado frunciéndoles el ceño. —Si te distraes tan fácilmente —dijo Kaderin— no tendré problemas. Él boqueó. —¿Qué están haciendo aquí? Kaderin enarcó una ceja. —Están aquí para competir. Como lo han hecho en cada Hie. Sabía que los lykae nunca adquirían magia de la Casa de las Brujas —las mercenarias místicas del Lore. Kaderin había escuchado incontables rumores del por qué, y en 1

United Streets Dopeboyz of America.- Algo así como Unión de chicos metaleros de América.

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ocasiones, había especulado sobre la verdad. No podía imaginar la vida sin la comodidad de los hechizos, los cuales podían hacer jaulas a prueba de vampiros sin dejar rastro, lo mismo que no podía imaginar la vida sin duchas. Ambas situaciones eran bárbaras para Kaderin. Ahora, viendo la expresión de Bowen, Kaderin se preguntó si los lykae evitaban comprar hechizos porque las brujas se acercaban sigilosamente. —¿Sabes el premio? —preguntó de nuevo. —No exactamente —dijo él, su atención centrando en las otras dos—. Pero sé lo suficiente para advertirte de que mataré por ello —finalmente la miró de frente—. Y me atrevo a decir que la matanza pondría en peligro la tenue tregua entre los lykae y las valkirias. —Así que por el matrimonio de Emma y Lachlain, ¿debería echarme atrás? ¿Incluso aunque haya estado en esta competición desde que eras un lindo cachorro? Él se encogió de hombros. —Preferiría no hacerte ningún daño. Nunca he pegado a una hembra, mucho menos le he hecho el daño que he escuchado que se hace en estas competiciones. Daño como el que tú has enfrentado. —El hombre lobo no odia al jugador... odia el juego. —Se volvió hacia él, despidiéndolo. Como si echara a un perro con la pata rota. Al menos no era un vampiro... El vampiro salió del aire. Sus garras se clavaron en la barandilla mientras ella luchaba por permanecer de pie.

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Capítulo 8 ¿Cómo demonios me encontró? Tenía mármol bajo cuatro garras de donde se acababa de salvar de una caída. Había aparecido primero en la parte trasera del balcón, y ahora Kaderin vio cómo cruzaba a una esquina oscura. Nadie lo había notado todavía —o se habrían estado dispersando como si alguien hubiera hecho sonar la alarma de incendios— porque era capaz de medio trazarse, apenas visible e imposible de oler para las criaturas inferiores. Había visto vampiros capaces de hacer ese inteligente truco, pero habían sido mucho más viejos. Y aún así lo había visto perfectamente. Y, gran Freya, si había sido guapo antes, ahora el vampiro era devastador. Todo en él era diferente. Había ganado músculo en la última semana, haciendo que sus hombros fueran más amplios y los músculos en sus brazos y piernas más llenos. Su cabello grueso, negro y liso todavía era largo, pero se lo había recortado. ¿Pero cómo demonios había encontrado el templo de Riora? Su primer pensamiento fue que había una valkiria chivata, dándole información sobre sus movimientos. Pero no, incluso las renegadas con las que había tenido disputas nunca la traicionarían, especialmente no con un vampiro. Debieron ser los aldeanos. ¡Esos pequeños tontos! Sus ojos se estrecharon. Esos condenados tontos. Un demonio alado pasó correteando sin darse cuenta al lado de la pierna de Sebastian, y por su reacción, Kaderin supo que nunca había visto cosas como esas. Estaba ocultando bien su sorpresa, lo que era un buen hábito, ya que los habitantes de aquí estudiarían todas sus reacciones, buscando una debilidad. Si cojeara, arrastrarían las garras hacia sus piernas. Si se cayera de rodillas, sus colmillos irían a por su yugular sin pensar. Así era el mundo del Lore. —Valkiria —canturreó Bowen detrás de ella—. Tengo algo para ti. ¿Cómo se atrevía a interrumpir su contemplación? Se dio la vuelta y vio… diamantes. Un magnífico collar de diamantes, ofrecido en su palma. Una de las pocas debilidades de las valkirias era el hecho de que las joyas brillantes las podían hechizar. Habían heredado la necesidad de adquirir de su madre diosa Freya, 54


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y piedras como esa tenían un cierto tipo de atracción. No simplemente cualquier adorno brillante —el zirconio cúbico no serviría— sino diamantes profundos y centelleantes. Se entrenaban exhaustivamente para ser capaces de resistir, pero Kaderin no se había preocupado por ello durante siglos. La aversión al entrenamiento tenía tendencia a ser difícil cuando no había inclinación de poseer. Si hubiera sido de las que sentía, habría estado embelesada por las deslumbrantes piedras, como era la obvia intención de Bowen. Podría haberse sentido fascinada por la manera en que los fuegos del templo las iluminaban, haciendo que destellaran, o cautivada por las pequeñas lanzas punzantes de luz rojo llama. Destello, destello, destello… Levantó la mirada de un tirón. Extraño que no fuera de las que sentían, y aún así algo muy semejante a la furia se estuviera colando ahora por sus venas. —Muy listo, Bowen. Pero tus trucos no funcionarán conmigo. —Pero maldición si casi no lo habían hecho. Sacúdete eso. No le entregues esta debilidad. Cuando sonrió ampliamente con satisfacción, ella resistió el impulso de fulminarlo con la mirada, y puso una expresión impasible antes de girarse para volver a encontrar al vampiro. Dos de las ninfas lo estaban siguiendo. —Estos trucos funcionan con otras valkirias —dijo Bowen—. ¿No es cierto? Sin desviar la mirada de Sebastian, dijo: —Inténtalo con Regin o Myst. Después hazme saber cómo funciona eso para ti. ¿Podían estar esas ninfas golfas algo más cerca de Sebastian? Kaderin nunca había entendido la particular aversión de Myst por ellas. Ahora sabía que tenía razón, eran un grupo de pequeñas putillas. Detrás de Sebastian, una dijo: —Llevaría su ramillete2 a una orgía cualquier día —lanzándole una larga mirada. Se giró, encontrando a las ninfas con sus ropas transparentes de gasa. Ninguna de las dos se molestaba en ocultar su lujuria, y para crédito suyo, el vampiro no se quedó boquiabierto como habría hecho un macho humano. Kaderin no creía que, como conjunto, las ninfas fueran más guapas que las valkirias, pero todo sobre ellas gritaba ¡sexo fácil! Y curiosamente, muchos machos encontraban eso más apetecible que a las valkirias. Hazlo y muere, simio.

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Hace referencia a los ramilletes que los chicos obsequian a sus acompañantes para llevarlas al baile de graduación.

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—Mmm, mm, mmm —dijo la más pequeña de las dos—. Con lo bueno que está por delante como por… —No… —la primera se puso pálida y susurró—. No es un demonio. Es un vampiro. La otra negó con la cabeza. —Sus ojos son claros. Y no huele como uno. Kaderin vio que ahora Sebastian juntaba las cejas; sin duda se estaba preguntando: ¿A qué huelen los vampiros? La primera gritó: —¡Vampiro! Cuando las dos se mezclaron con los robles del templo, él parecía como si hubiera evitado dar un paso atrás. A su alrededor, los seres se hicieron conscientes de él y se dispersaron. La mayoría de los humanos convertidos se habrían vuelto locos después de este espectáculo. Con ojos entrecerrados, Sebastian examinó la zona. Podía imaginar sus pensamientos. Sí, esta situación era desconcertante, pero estaba aquí por una razón. Encontrar a su Novia. Porque los vampiros que encontraban a sus Novias, no soportaban perderlas.

Levantó la vista y la encontró sentada arriba, en la barandilla del balcón. Estaba aquí. Por Cristo, había tenido éxito. Había llegado hasta ella. Casi exhaló duramente de alivio, pero reprimió el impulso, agudamente consciente de que todos a su alrededor eran seres de pesadilla y fantasía. Y que cada mirada estaba sobre él. Cuando el alivio se convirtió en arrogante satisfacción por su hazaña, ocultó una sonrisa de suficiencia. Después se dio cuenta de lo que ella llevaba puesto. Vestida con una falda pecaminosamente corta, chaqueta de cuero y lustrosas botas de media caña, se sentaba con una pierna desnuda colgando, la otra estirada por delante. Enfurecido por la exhibición, Sebastian lanzó una mirada de ira a los machos en la variada reunión. Nunca antes había sido un hombre celoso. Nunca había encontrado nada que quisiera solamente para sí mismo. Ahora los celos lo devoraban, hacían que sus colmillos se afilaran, y que los quisiera mostrar. Era suya. Y no quería compartir ni el más mero vistazo de su cuerpo. 56


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Ella se giró, ignorándole, para hablar con un gran macho con aire salvaje en los ojos… que estaba parado demasiado cerca de ella. Sebastian había sabido que sería el perseguidor en esta relación, el que tenía más que ganar. Pero después de la mañana que habían tenido, al menos esperaba un reconocimiento cuando lo volviera a ver. O incluso una reacción, ¿no? Tal vez sus labios se habían abierto, y quizás un matiz de rosado se había deslizado por sus pómulos. ¿Qué estaba haciendo allí con todos esos otros seres? Si se permitiera pensar sobre lo que estaba viendo a su alrededor, se podría volver loco. Otra vez. Así que intentó ignorarlos, y cualquier otro accesorio —cuernos, alas, múltiples brazos— que pudieran poseer. Nunca se había sentido tan inseguro de sí mismo. Se sentía alternativamente como un humano perplejo y un monstruo. No se había perdido que esas hembras que habían desaparecido entre los árboles creían que los vampiros eran peores que los demonios en este mundo. Casi maldijo a Nikolai otra vez por obligarlo a convertirse en algo injurioso —incluso para estas criaturas—. Pero se recordó que si no fuera por su hermano, no habría vivido para encontrar a Katja. Canalizando toda la arrogancia aristocrática que le habían inculcado desde nacimiento, subió las escaleras a zancadas hacia ella. —Katja —empezó, y justo cuando creyó que lo ignoraría por completo, por fin se giró. Cuando pasó un tronco podrido en el descansillo de la escalera, escuchó un susurró del interior. —¿La acaba de llamar Katja? Tapadles los ojos a los cachorros. Esto será sucio. —Una mirada hacia atrás encontró el tronco lleno de criaturas como trolls. Nunca las había visto. Ante el acercamiento de Sebastian, el macho de ojos grandes con el que ella había estado hablando, se volvió a hundir en las sombras. —Es importante que hable contigo —dijo Sebastian. —Quiere hablar con ella —vino otro susurro del tronco. —¿Te invitaron a este lugar? —preguntó Kaderin. —No. Ella inclinó la cabeza. —¿Entonces cómo llegaste hasta un lugar que no está en ningún mapa conocido? Sé que nunca antes has estado aquí.

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—No fue tan difícil —dijo, por alguna razón decidiendo no revelar su hazaña—. Debo hablar contigo sobre lo que pasó. Del tronco escuchó: —¿Qué pasó con lady Kaderin y un vampiro? ¿Qué diablos pasó? —Entonces has malgastado un viaje. No tengo nada que decirte. Cuando el hombre en las sombras le lanzó una mirada asesina, Sebastian enseñó los colmillos… eso se sintió satisfactorio. Cerró las manos formando puños al pensar que ese hombre se había estado acercando furtivamente a su Novia. ¿Pero quién no lo haría cuando estaba vestida de esa manera? —¿Por qué estás así vestida? —Oh no, no lo hizo. —¡Lo hizo! Ella enarcó una ceja hacia Sebastian, después abrió los rojos labios para lanzar un despreocupado siseo en dirección al tronco. Se callaron al instante. Abajo en la galería, las mujeres tipo ninfa sonrieron con satisfacción y susurraron sobre Kaderin “rebajándose” con un vampiro, “igual que su hermana.” Los ojos oscuros de Kaderin se abrieron mucho como si le asombrara su temeridad. Hizo un amago como si fuera a saltar, y escaparon de vuelta a los robles. La atención de Sebastian volvió a centrarse en Kaderin… No hubo tiempo ni para tensarse por el ataque.

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Capítulo 9 Bowen embistió desde las sombras, arrastrando al vampiro. Mientras Kaderin miraba su furiosa carga, sólo se preguntó por qué le había llevado a Bowen tanto atacar, ya que los lykae estaban en guerra con los vampiros. Quizá los ojos claros de Sebastian le habían desconcertado, o quizás el hecho de que no oliera a sangre y muerte le había confundido. En un enredo de puños voladores y garras, los dos se estrellaron contra una pared, sacudiendo el sólido templo de mármol por todas partes. Una grieta surgió en la claraboya de la cúpula. Sebastian empujó a Bowen y se lanzó hacia su garganta con una mano. La otra era un puño que se disparó con fuerza. Bowen le golpeó al mismo tiempo, se aplastaron mutuamente la cara. Kaderin no veía que esto fuera a parar en cualquier momento. Eran guerreros atractivos y bien construidos; había cosas peores que mirar. Se sentó, esperando con su típica y fría pasión. Los golpes castigadores conectaban con ambos. Sebastian tenía de algún modo algo con Bowen. La galería estaba murmurando con sorpresa. Cierto, Bowen parecía como si hubiera perdido peso desde la última vez que lo había visto, pero todavía... Solamente un puñetazo a la mandíbula de lykae fue oído. Ellos chocaron sobre la barandilla apenas enfrente del asiento de Kaderin, cayendo a plomo por el suelo de abajo. Sebastian no se trazó, sino que aceptó el impacto. Luchaba contra un miembro de la especie físicamente más poderosa en el Lore, y si no empezaba a distanciarse de esos golpes, Bowen fácilmente lo mataría. De pie otra vez, giraron en círculos, mirando las debilidades del otro, golpeándose en intervalos. Si, Sebastian encajaba golpes demoledores, pero parecía ser ambidiestro, golpeando de lleno tanto con el puño izquierdo como con el derecho, apuntando con inteligencia y espaciando los que recibía también. Bowen tenía sus garras mortales y su velocidad, pero Sebastian era hábil. Muy hábil, determinó ella, y ni siquiera estaba utilizando su ventaja clave.

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Los labios estaban retraídos mostrando sus colmillos con furia. Sus iris se volvieron negros, y su cuerpo se tensó, pareciendo crecer aún más grande. Macho inmortal... macho poderoso... Ella se sujetó inclinándose hacia delante. Era más fuerte de lo que se había imaginado jamás. Lo cuál significaba que era más atractivo de lo que temía. Una imagen destelló en su mente de su enorme cuerpo cubriendo el suyo esa mañana. Cuán apretadamente sus fuertes brazos se habían envuelto alrededor de ella mientras mecía las caderas en ella... Tiritó y miró fijamente hacia abajo con perplejidad cuando la carne de gallina le subió por los brazos. Eso era nuevo. Bowen arremetió con sus garras desenfundadas. Sebastian saltó atrás; las garras de Bowen desgarraron a través de la gruesa columna de mármol tan fácilmente como si hubiera sido de talco. El puño de Sebastian se disparó, rompiéndole la nariz, justo cuando Bowen acuchillaba con la otra mano. Talló cuatro profundos surcos en el torso de Sebastian. La sangre manó de ambos guerreros. Los murmullos empezaron en la galería. —¡Profanan el templo sagrado de Riora! Se enfurecerá. —Oh, dioses, mirad el mármol. Estamos perdidos. —¡Que alguien ponga una planta delante! Kaderin suspiró. Y este era el mundo al que pertenecía. Las protestas pronto sonaron más fuertes. Riora era una diva que hacía que Mariah Carey pareciese mansa. Llevar la competición por el rencor no estaría más allá de ella. Uno de los nuevos competidores preguntó: —¿Pero quién podría separar una pelea entre un lykae y un vampiro? Todos los ojos confluyeron en Kaderin. —La bruja podría hacerlo. El tono de Kaderin era estudiosamente aburrido mientras chasqueaba la mano hacia Mariketa la Esperada. Mariketa se suponía que era una las más poderosas nacidas en la Casa de las Brujas en generaciones y estaba aquí aparentemente para competir aunque no podía tener más de veintidós años más o menos.

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No es que pudieras decir su edad por su apariencia, llevaba una capucha, una capa y un hechizo de encanto tan espeso que parecía que tenía una concha en ella. Lo cual le hacía preguntarse a Kaderin que clase de semblante escondía. La chica contestó: —No puedo practicar en otro templo. Sin el Hie, la mitad del propósito de la vida de Kaderin desaparecería. Suspiró con cansancio, luego desenvainó la espada de la vaina y la dejó caer. Paseó casualmente hacia la pelea y se zambulló, apareciendo entre ellos con sus brazos extendidos, la espada apretada contra el pecho de Bowen, sus garras posicionadas en la garganta de Sebastian. Bowen gruñó, presionando contra la punta. —Quédate jodidamente fuera, valkiria. ¿Ojos claros o no, no sabes lo que es? Sebastian se trazó fuera de su alcance a su lado, y luego la empujó detrás de él. Mantuvo su brazo atrás contra ella, quedándose expuesto ante Bowen. Ella estaba tan sorprendida por el gesto que lo permitió, escondiendo un ceño detrás de su espalda ancha. Pero entonces Bowen se lanzó, apretando las manos alrededor del cuello de Sebastian para retorcerle la cabeza. Sebastian utilizó el brazo libre para ir a la garganta de Bowen, negándose a apartar el brazo del lado de Kaderin. Lo cual la hizo querer sonreír abiertamente. Un macho guardián. Como… la novela. Se sacudió y agarró el brazo protector de Sebastian para asomarse por detrás. —Bowen, estás luchando en el templo de Riora —dijo—. Si continúas esto, arriesgas el Hie. —Bajo sus dedos, los músculos de Sebastian se tensaron para la pelea, su cuerpo resonado con poder y calor. Aparentemente impotente para detenerse, se acercó más a él, disfrutando como el infierno de su olor. Ahora él dobló su brazo en su espalda para traerla hacia su cuerpo. ¿Por qué no luchaba ella? —No lo entiendes, Kaderin —bramó Bowen. Ella se inclinó al lado otra vez. —Sin competición. Te expulsará. —No haría eso. No por la muerte de un vampiro.

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Kaderin asintió, y extrañamente, ojos de Bowen se agrandaron y se volvieron salvajes, cambiando del color azul pálido a su forma de bestia. Liberó a Sebastian, las palmas extendidas alzándose de repente. Parecía maldecirse en gaélico. ¿Un lykae ansioso de terminar una pelea antes de matar? ¿Y mientras un vampiro tenía todavía su garganta agarrada en un puño mortal? Esto era verdaderamente una semana de primera. —Déjale ir, Sebastian —dijo Kaderin—. Debes hacerlo. —Termina esto —demandó Sebastian a Bowen, mordiendo las palabras. Bowen se enjugó la cara en la manga. —No lo haré. No ahora. Tan pronto como Sebastian lo liberó, él se retiró, las manos todavía levantadas. No podía imaginarse que Bowen se hubiera echado atrás jamás en una pelea antes. Era un orgulloso macho alfa, y había sido entrenado desde niño para matar vampiros. Cuánto debía de querer este premio. Bowen se quedó atrás en las sombras, los ojos resplandecientes. Cuándo Sebastian se movió para seguirlo, ella dijo: —No, tienes que permitirle irse. Sebastian se giró hacia ella, y tuvo que suprimir un respingo ante el hallazgo de que estaba insufriblemente sexy y fresco tras la pelea. El musculoso pecho subía y bajaba por el esfuerzo y estaba marcado con heridas valientemente ganadas. Demasiado malo que no tuviera cicatrices, pensó, enfundando su espada. —¿Deseas que le permita irse? —Con una mirada breve hacia abajo a sus heridas horrorosas, dijo calmamente—: Tiendo a castigar los desprecios como éste. Tal descripción retumbó en su voz profunda. Había tenido lo suyo contra Bowen. Y había estado preparado para más. Guerrero. Inmortal. Nunca le he hecho el amor a un inmortal. La mirada de Sebastian se mantuvo parpadeando sobre ella, como si todavía estuviera muerto de hambre por verla. Sin advertencia, la agarró del brazo y la trazó al balcón oscurecido una vez más. —No te pongas jamás en peligro así otra vez —dijo. Ella estudió sus ojos, y el suelo pareció temblar.

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—¿Me trazaste? —Mareo. Su primer trazamiento. Alucinante—. Eso no fue muy considerado. —Debería haberte advertido, Katja. En otro instante, el mundo entero parecía haberse detenido, la vista y el sonido e incluso el latido del corazón eran diferentes... Oh, dioses, Kaderin estaba sintiendo, y no podía negarlo ahora. Se balanceó ligeramente, pero él la sostenía todavía del brazo. Joder. Como si hubiera sido restregada con agua helada, la bendición se había... ido. Totalmente. Ella liberó un aliento reprimido, aceptando lo que sabía instintivamente que era verdad: lo era. Sebastian le había devuelto sus sentimientos. No había ningún poder caprichoso jugueteando con ella, ningún nuevo hechizo. Era simplemente... él. Y quiso chillar al cielo con frustración, porque no entendió por qué. La valkiria no creía en oportunidades, en la aleatoriedad. Así que ¿qué podía significar cuando el empuje de un vampiro podía encender emociones, que habían sido erradicadas tan completamente, y durante tanto tiempo? Cuando alzó la mirada hacia Sebastian, experimentó su más nueva emoción. Terror.

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Capítulo 10 Kaderin tenía otra vez la apariencia de una bomba a punto de explotar, y se preguntó si trazarla lo había ocasionado. Se pateó mentalmente por no anticipar esa reacción. Por el rabillo del ojo, Sebastian notó a algunas criaturas que descansaban en la escalera escuchándolos a escondidas. Dio un paso delante de ella y les mostró los colmillos. Se esfumaron. Cuándo se volvió, parecía estar menos afligida. —Kaderin, nunca te pongas en medio de una pelea como lo has hecho. Lo tenía todo bajo control. —¿Así que lo tenías? —preguntó ella en un tono inescrutable—. Es un lykae que aún no ha liberado su bestia interior. —Cuándo él arqueó las cejas, dijo—: Un lykae, ¿un hombre lobo? —¿Y qué pasa con eso? ¿Se transformaría en un lobo del bosque? Ella miró su mano hasta que la soltó. —No tendrías esa suerte. —Luego, hablando distraídamente como si se acordara de algo, murmuró—: Los lykae lo llaman “dejar escapar a la bestia de su jaula”. Habría sido un pie más alto, y sus garras y colmillos de pronto serían más largos y se pondrían mucho más afilados. Fluctuando sobre él como un fantasma que enmascara su cuerpo estaría la imagen de un brutal e imponente animal. —Finalmente levantó la mirada—. Y si no te hubieras trazado, su bestia habría sido lo último que vieras antes que tu cabeza fuera separada de tu cuerpo. —Eso estaría por ver. —Entrecerró los ojos—. ¿Qué querías decir sobre una competición? —¿No lo sabes? —encogiéndose de hombros, ella dijo—: Muy pronto averiguarás lo necesario. —Se recostó sobre la barandilla. —¿Te llamó valkiria? —preguntó rápidamente. Ella se volvió, colocando un mechón de cabello detrás de la oreja. —Sip, ¿y qué? —¿No son las valkirias... más grandes?

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Ella le observó con una mirada llena de ira. —¿Los vampiros tienen las narices tan en alto...? —No, lo que quiero decir es que... es difícil de creer, que seas tan pequeña... —¿Pequeña? Mido casi cinco pies y medio de altura... un muy buen tamaño para una valkiria. —En ese momento su expresión se volvió resuelta cuando dijo—: Odio que me llamen pequeña. ¿Por qué no podía tener una mínima fracción de todo el encanto de Murdoch? —Deseo cinco minutos de tu tiempo. —Ambos sabemos que nunca estarás satisfecho con eso. Si creyera que podría deshacerme de ti dándote cinco minutos, te los daría. —Al menos dime por qué huiste tan intempestivamente de mí ¿Qué produjo tan profundo cambio en ti? —Me di cuenta con perfecta claridad que no quiero nada que ver contigo. Él bajó la voz. —Me niego a creer eso después de todo lo que paso entre nosotros. Ella parecía estar apenas aguantando con paciencia. —Mira, si lograste de algún modo rastrearme hasta aquí, entonces debes sospechar lo suficiente para entender que asesino vampiros. Punto final. Ese es mi trabajo... esa es mi vida. Y tú eres un vampiro. Ergo... —Pero no me mataste esa mañana. Ni siquiera esta noche al verme. No has hecho tu trabajo. Sus labios se separaron. —Elegí perdonarte. —¿Por qué? Ahora ella parecía que hacía rechinar los dientes... y estar esforzándose por encontrar una respuesta. Finalmente, dijo: —Porque no creí que fuese deportivo. —¿Qué significa eso? —Los vampiros a los cuales asesino disienten por lo general de mis planes. —Alcanzó la barandilla, sentándose una vez más—. Tienden a defenderse —agregó, tirando la espada de su vaina y colocándola sobre su regazo—. Así, vampiro, esta pequeña valkiria que mamonea en su trabajo te invita a que te tires tu mismo... y declina futuras 65


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conversaciones. —¿Tirarme? —un momento después, apretó la mandíbula—. Ya veo. De su chaqueta de cuero, ella sacó un diamante como piedra de afilar y empezó a afilar la hoja. —Katja... Ella se concentró en los golpes de su afilador, arriba y abajo. —Kaderin. Ninguna respuesta. Su cuerpo parecía ser de madera, y aparentaba estar perdida en los movimientos. En un instante, se dio cuenta de dos cosas. Ella encontraba tranquilizadora esa tarea, y por alguna razón, necesitaba hacerlo exactamente en ese momento. Sabía que había hablado con él. Ahora había sido excluido completamente. Fue entonces que advirtió los murmullos acerca de ella en la galería, su nombre en cuchicheos. Su vista era mucho más aguda después de haber bebido sangre, y su habilidad para trazarse a menos que se materializara completamente también había mejorado. Una cosa era verdad... ella era su tema favorito, y podría aprender mucho. Después de varios infructuosos intentos por hablar con ella, se forzó a sí mismo a dejarla, trazándose detrás de ellos, prestando atención a cualquier información. Escuchó que los mayores de las diferentes facciones explicaban las cosas a los más jóvenes y discernían que se habían congregado para cazar una clase de animal carroñero del Lore. Todas las personas allí esperaban competir por algún premio, todavía desconocido para él. Se movió dejando atrás a un trío que hablaba sólo en escalas guturales, hacia otros dos. Un aparentemente normal padre y un muy joven demonio, quienes hablaban sobre Kaderin. —Nadie jamás ha visto su sonrisa —dijo el padre en voz baja, mirándola antes que sus ojos se apartaran rápidamente. ¿Todos le tenían miedo? Sebastian había visto su sonrisa y lo había golpeado como si le hubieran dado una patada en la ingle que no hubiera visto venir. El padre continuó: —Esa es un misterio, lo es. Conduce como un macho loco. Confirmaría eso. —¿Por qué la llaman Kaderin Corazón Frío? —preguntó el hijo del demonio. 66


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¿A ella? —Porque es fría. Despiadada. Nuestra gente tienen una regla sobre nunca perseguir los mismos premios que la valkiria. Fascinado otra vez, Sebastian murmuró: —Es en verdad una valkiria. Cuándo el que hablaba se giró hacia alguien llamado Riora, se trazó hacia otra pareja. Una figura encapuchada y una mujer mayor que llevaba una manzana roja. —La valkiria ha hecho acto de presencia. Apártate de su camino, Mariketa —dijo la mujer—. Recuerda siempre eso. Algunos dicen que te lo advierte una vez, pero no apostaría por ello. No podía ver la cara de esta Mariketa debido a la capucha, pero su voz sonó joven. —¿No es pequeña para ser una valkiria? —preguntó ella. Se dio cuenta de que Kaderin también podría oírlas cuando se incorporó tiesa. Las comisuras de sus labios se curvaron. Adoraba cuán pequeña era comparada a él, cuan delicada era, y aún no había sido capaz de decírselo. Estaba elegantemente formada pero más fuerte de lo que jamás habría imaginado podría ser una hembra. —Son todas pequeñas y etéreas. Es una ventaja biológica —explicó la mujer—. Nunca creerás lo que pueden hacer en un pelea. Hasta que es demasiado tarde.

En el pasado, afilar su espada había sido una clase de ritual que le permitía enfocar sus pensamientos. Lo acababa de hacer porque nunca antes había estado tan confundida en su vida. ¿Por qué se sentía así? ¿Por él? ¿Por qué ahora? Pero no había necesidad de asustarse, se aseguró así misma otra vez. La bendición había regresado. Como antes. En verdad, lo sería. Si la presencia del vampiro actuaba como kriptonita para su bendición, entonces sólo necesitaba evitarlo. Lo observó moverse furtivamente de grupo en grupo. Por supuesto, que oía lo que cuchicheaban sobre ella en la galería inferior. Y Sebastian lo escuchaba todo, desapercibido. Él se medio trazó muy fácilmente, quizás demasiado. En ese estado, los vampiros eran demasiado insustanciales para ser asesinados. Sí, estaba aprendiendo sobre ella, pero desde luego, nadie sabría lo suficiente para indicar su punto débil. Su historia era sombría. Había trabajado para hacerlo de esa forma. Lo vio entrecerrar los ojos al oír que la llamaban “lady Kaderin". Lady era como las criaturas del Lore la llamaban en de una forma realmente cauta, y tenían razón en 67


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hacerlo de esa forma. Entonces Kaderin oyó esta pequeña joya de un demonio hembra. —Por alguna razón, Kaderin ha perdido mucho de su humanidad. Ha estado existiendo bajo su instinto animal por algo. Dijo eso de estar viviendo por su instinto animal como si fuera un asunto santo. Justo cuando Kaderin estaba a punto de dejarse caer e ir a atormentarla, un duende vestido con una túnica se dirigía hacia el altar ubicado en la parte posterior de la galería. El altar estaba fuera de lugar. Kaderin lo reconoció como el escribano de Riora, adecuadamente llamado Escribano. Él se rascó la cabeza. —¿Me pregunto dónde están todos? Mi diosa llegará muy pronto. Las criaturas estaban en silencio expectantes. No todos los días te encontrabas frente a una diosa. Esa demonio hembra bocazas se lamió la mano y suavizó el pelo del chico alrededor de sus nuevos cuernos aterciopelados. Cuándo Riora apareció, Escribano anunció: —La diosa Riora. —Los recién llegados y los inmortales menos aburridos observaron atentamente maravillados. Escribano retrocedió, pareciendo sumamente orgulloso de ser un sirviente de tal divinidad. Riora era resplandeciente, como solían ser las diosas, vestido con una diáfana túnica dorada, ajustada bajo sus enormes senos por lo cual muchos la confundían con una diosa de la fertilidad. El negro y brillante cabello salvaje fluyó y ondeó como si una ráfaga de viento lo hiciera volar, y de repente Kaderin deseó que Sebastian nunca hubiera visto a Riora. Fingiendo indiferencia, Kaderin inclinó su espada y observó el reflejo de él. No le importaría si él estaba mirando con cara de tonto como gran parte de los otros machos. No la afectaría. A pesar del resplandor de algunas de las curvas más impresionantes de cualquier hembra de esta realidad, la mirada de Sebastian estaba sobre Kaderin. Se metió el cabello detrás de la oreja, extrañadamente halagada, entonces se frunció el ceño a sí misma. ¿Meter el pelo? Eso era un gesto que hacía, antiguamente, cada vez que se sentía aturdida. ¿Quién eres tú en estos días, Kad? —Saludos, Lore —empezó Riora con voz gutural—. Esta noche empieza el Talismán Hie, una competición que no ha cambiado desde su creación. Las reglas siguen siendo las mismas y son tediosas de repetir —ondeó la mano con desdén y puso los ojos en blanco—. Sólo... cada... doscientos cincuenta años. Así que les daré la información 68


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sustancial. —Se dirigirán por todo el mundo y recuperaran para mí los talismanes, hechizos, amuletos, joyas, y cualquier otro artilugio mágico que desee. Algunas de las tareas que he escogido tienen múltiples objetos disponibles a su término, y algunas tienen sólo uno. Todo esta diseñado de tal forma que las criaturas se vean forzadas a luchar. Lo cuál es divertido. Para mí. Aunque no tanto para ustedes. Ella frunció el entrecejo, se encogió de hombros, y luego dijo: —Cada objeto tiene asignado un valor basado en la dificultad al alcanzarlo y al número encontrado. Cuándo alcancen un talismán, tienen simplemente que colocarlo encima del corazón, y encontrará el camino hacia mí. Levantó su pálido brazo, y Kaderin creyó por un momento que chasquearía los dedos y dejaría caer los nudillos en su cadera. —Este alguna vez fue para mí una forma asombrosa de transporte —reflexionó Riora, dándose golpecitos en el mentón—. Ahora no lo encuentro tanto. Qué será sorprendente para todos ustedes que realmente pueden jactarse de tener corazón sólo por costumbre, a pesar de lo frío que pueda ser. Su mirada destellante se dirigió hacia Kaderin, quien levantó una ceja, luego continúo: —Los primeros dos competidores en alcanzar ochenta y siete puntos pasan a la final. La razón para este número es que no hay razón. Después de esto, habrá un mano a mano para lograr el último premio. Riora examinó con detenimiento a la multitud, deteniéndose dos veces en el vampiro, antes de pasara a decir: —No hay muchas reglas, pero les explicaré las tres más importantes. Primero: Ningún asesinato en masa entre los competidores hasta la ronda final. Aunque mutilar, debilitar, y capturar mística o físicamente son, por supuesto, del todo aceptables. — Cabeceó con ansia cuando agregó—: Y alentados. —Levantó dos dedos—. Segundo: Sólo un premio para cada competidor por cada tarea. Es decir, no puede vaciar el escondijo y no dejar nada atrás para los otros. Y por último: No cometan ningún acto que llame la atención de los humanos hacia el Lore. Esto nunca ha sido tan importante como hoy en día. Serán descalificados inmediatamente y serán susceptibles a mi... desagrado. Las llamas a los costados del altar estallaron, iluminando su amenazante expresión. Kaderin estaba entre los pocos que sabían que usaba una máscara. Así, indómita y salvaje, era de hecho la verdadera naturaleza de Riora.

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Los fuegos revolotearon como si una brisa los alimentara, y su apariencia se volvió amable una vez más. —Para cada competidor, tengo un pergamino en el altar con mi lista de compras. Cada uno o dos días, las listas se actualizarán por sí mismas a las 7:43, hora oficial de Riora, lo que significa que el tiempo será un poquito irregular. Con cada actualización, se les entregará una nueva lista de tareas a escoger que serán cumplidas en un tiempo determinado. Cuándo las nuevas tareas aparezcan, las antiguas pierden su valor. Están advertidos, aunque, algunos premios y tareas se repetirán, si realmente así lo deseo o si fue muy divertido la primera vez que lo intentaron. Una de las ninfas a sus espaldas murmuró: —Nereus lo será. Nereus, el obscenamente dotado dios del mar quien tomaba carne como pago por sus talismanes, era un Hie regular. Escribano frunció el ceño; Riora lo ignoró. —¿Ahora, desean conocer por qué compiten? —todos asintieron. Se hizo el silencio en el templo—. El gran premio, como siempre, es inapreciable y poderoso. —Se detuvo para acentuar el efecto dramático, y Kaderin inclinó la cabeza, curiosa sobre lo que llevaría a su aquelarre esta vez. Había conseguido una armadura que no podía ser perforada y un hacha de batalla que podía matar a las criaturas del Lore sin tener que decapitarlos, la manera usual de asesinar a los inmortales. Pero ambos habían sido entregados como regalos a las incondicionales aliadas de las valkirias, las furias. Había ganado una gargantilla que le daba a su poseedor el canto de una sirena, pero esta era guardada en el aquelarre de Nueva Zelanda. Había ganado un brazalete que hacia que su usuario se sintiera agobiado por el deseo sexual. Nadie sabía donde estaba, y eso hacía que más de una valkiria estuviera nerviosa. La mirada de Riora paso por ella una vez más. Kaderin sentía el peso del momento, agobiándola... —En este Hie, competirán por la llave de Thrane. El frío corazón de Kaderin se detuvo.

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Capítulo 11 Ante los jadeos, Sebastian se giró para preguntar qué era la llave de Thrane, entonces recordó que ninguno de esas criaturas hablaría con él. Finalmente, Riora explicó: —El mago Thrane se interesó con los viajes en el tiempo, y su llave abre un portal, permitiendo a su poseedor ir al pasado. Teóricamente es el arma más poderosa de este mundo. Sebastian conservaba mucho del humano que alguna vez fue. Estaba poco versado en los secretos del Lore, pero tenía la certeza de que los principios elementales de la tierra eran iguales al insignificante asunto de quién —o qué— la habitaba. La física no era diferente. Trazar, por ejemplo era posible por las leyes de la física; el viaje en el tiempo no lo era. —¿Cuántas veces funcionará la llave? —preguntó el bastardo escocés. —Dos veces. La asamblea estalló en alboroto una vez más. ¿Era esta competición alguna clase de estafa? ¿Por qué eran tan propensos en creer a la hembra del altar, que hablaba de viajes en el tiempo tan despreocupadamente? ¿Era en verdad esta Riora una diosa? Parecía de otro mundo, para ser sinceros, pero también lo parecía Kaderin. Se trazó hacia la mujer con la manzana y la chica Mariketa. Los otros parecieron no advertirlo. Sólo el escocés lo mantuvo vigilado y Kaderin lo ignoró. La mujer murmuró a Mariketa. —La valkiria quiere la llave. Malo. Kaderin miró al mismo tiempo a Sebastian, con rostro imperturbable, golpeando rítmicamente su espada sin ninguna variación. —¿Cómo lo puedes afirmar? —preguntó Mariketa. —Kaderin la Fría provoca el relámpago. Lo produce la valkiria con una fuerte emoción. ¿Era eso verdad? Levantó la mirada hacia la cúpula de cristal y vio rayos que pintaban el cielo. La mañana en el castillo, había estado tan absorto en ella, concentrándose en mantenerla allí, que no había advertido casi nada más. Ahora, 71


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haciendo memoria, recordó que el trueno había estado retumbando en esa mañana cristalina. Observó admirado. ¿Encontraba el relámpago más asombroso por qué ella lo provocaba? —Será aún más cruel que antes —continuó la mujer—. Mantendremos las distancias. Posó su mirada sobre Kaderin una vez más. Ya había experimentado su agresividad, ¿pero cruel? No podía aparentarlo menos. El rubio cabello se rizaba suavemente sobre sus delicados hombros. Sus dedos parecían frágiles y hábiles. Definitivamente etérea y delicada, pensó Sebastian. Sí. Etérea y delicada. Estrechó los ojos. Aún cuando su afilador pulía arriba y abajo su arma hasta sacar destellos de los afilados bordes.

La llave. Para retroceder en el tiempo. La mano con la que Kaderin sostenía la espada se sacudió desenfrenadamente. ¡Debía controlarse! Sí, acababa de recibir una noticia que cambiaría su vida, pero no podía permitir que nadie supiera cuánto necesitaba ganar este premio. Era necesario ser fría. Cerró las manos en puños. Por la claraboya de observatorio, podía verse al relámpago cruzar a través del cielo. Las miradas furtivas se dirigían hacia ella. ¿Relámpago? ¿Otra vez? Mucho estaba en juego. Todo estaba en juego. Su pasado y su futuro. El futuro de sus hermanas. Podría traerlas de vuelta. Todo lo que tenía que hacer era ganar esta competición. Como había hecho las últimas cinco. Gran parte de las criaturas del Lore no habían vivido lo suficiente para recordar un tiempo en que Kaderin no hubiera ganado. Los recuerdos de Dasha y Rika, dentro del aquelarre, regresaron a ella e hicieron que las comisuras de sus labios se curvaran con torpeza otra vez. Era como si su cara aprendiera de nuevo cómo sonreír, tanto como cuando había sonreído a Sebastian. Podría enseñarles a sus hermanas sobre esta nueva edad, mostrarles las maravillas de esta era. Podrían tener su cuarto en la mansión, Kaderin tenía una de las mejores vistas del tenebroso bayou. Les regalaría las pocas ropas y joyas que poseía. Kaderin nunca hacía compras y tenía el hábito de birlar del aquelarre cualquier ropa que le hiciera ilusión. Ahora podría utilizar el dinero que había guardado todo estos años para consentirlas. Para expiar. Por causar sus muertes.

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Tengo que dejar de temblar. Todo lo que necesitaba era conseguir la llave. Permitiría por segunda vez el Accord y les dejaría que decidieran que hacer con eso. La última vez que había visto a sus hermanas fue cuando las había enterrado. Para tener una visión que reemplazara ese horror, haría algo que lo borrara, algo que lograría a su manera. En el pasado, había sido brutal con sus más cercanos competidores. No lo han visto todo. Su mirada destelló sobre ellos, y vio no a criaturas vivientes sino obstáculos a ser eliminados. El vampiro también era un obstáculo, confundiéndola y socavando su coerción sobre estas personas, cuando siempre la había esgrimido como un arma. Golpearía, pero no con ira. Desataría su helada marca de amenaza. Por sus hermanas... por todo. Estudió su reflejo en la espada. Si el vampiro se interponía en su camino, deslizaría la hoja de su espada por el cuello de este. Ni siquiera esperaría para ver desplomarse el cuerpo antes de girarse y olvidarse de él.

Podría entrar. Sebastian podría darle algo que deseaba a toda costa. Podría ganar esta competición, y de esa forma, podría conservar su cariño. En su vida mortal, había sido un caballero pero no tuvo a ninguna dama a quien ofrecer su espada. Ahora la tendría. —Entonces déjennos ser conocedores de quien competirá —dijo el hombre pálido y pelado al lado de Riora. Todo pareció detenerse para Kaderin, luego se puso en pie, enfundando su espada detrás de ella con una perfecta estocada. Con lo hombros hacia atrás y su voz sonando claramente, dijo: —Kaderin la Fría del Accord, competirá por las Valkirias y las Furiaes. ¿Las furias también existían? ¿Era en parte furia? Cuándo ella se sentó, una hembra de melena negra se levantó: —Competiré por todas las Sirenae, soy Lucindeya de las Sirenas de Oceanía. Aja, las sirenas también existía fuera del mito, qué bien. Colocó la mano sobre su nuca. Asombroso. 73


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Desde su derecha, la chica encapuchada anunciaba: —Mariketa la Esperada, de la Casa de las Brujas. Brujas, también. Era un trago para Sebastian encontrar a seres claramente "míticos". Sus ojos se estaban acostumbrando a ellos bastante rápido. Pero era de algún modo extraño oír a seres que parecían humanos, alzarse y anunciar tan sencillamente que no lo eran. Cuándo se había apartado de entre los humanos, sintiendo que era un animal de rapiña, quizás realmente hubiera estado cómodo entre otras criaturas totalmente desconocidas para él... El adversario de Sebastian surgió de entre las sombras. —Bowen MacRieve del Clan de los Lykae. —Tenía acento escocés pero no señaló que su clan provenía de Escocia. ¿Eran todos los hombres lobo escoceses?, pensó Sebastian, medio delirante. Joder, ¿y porqué no? Conteniendo el aliento, la mujer con Mariketa murmuró: —Bowen. Apenas lo reconocí, ha perdido mucho peso. ¿Había sido más jodidamente grande antes? —Entonces acabamos de conseguir otro contendiente. Dioses, es despiadado. Asombroso. Los blogs informaran sobre esto. ¿Quiénes eran los blogs? Sonando como si apenas moviera los labios, Mariketa murmuró: —¿Por qué mantiene la mirada sobre mí? —en verdad, el escocés estaba mirando fijamente, ceñudo, hacia su dirección. La mujer se encogió de hombros, pareciendo sorprendida también. Demonios de todas las formas y tamaños de la aristocracia de los demonios, o Demonarquias, anunciaron su intención de competir. Una hembra que se parecía a la raza de Kaderin, con luminosos ojos grandes y orejas puntiagudas, era representante de: —La Realeza Fey y de todos los Elvefolk. —Cuándo reconoció a Kaderin con una solemne venia, Kaderin inclinó la cabeza amablemente. ¿Respetaba a esta competidora? —¿Algún otro? —preguntó Riora. Silencio. Todos miraron a su alrededor. Cuándo se levantó, los ojos de Kaderin se agrandaron, y ella sacudió lentamente la cabeza. 74


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—Soy Sebastian Wroth, y también participaré. Kaderin levantó brevemente la cara hacia la cúpula de cristal. Débiles silbidos acompañaron su anuncio pero terminaron dondequiera miró encolerizado. Claramente, ser un vampiro le había ganado un candente odio en este reino, pero también le hacía ganar algún poder. —¿A qué facción representas? —preguntó Riora en tono divertido. Él miró fijamente a Kaderin cuando habló: —A ninguna. —Ah, pero debes hacerlo para participar. Alguna clase de patrocinador. —Cuándo se giró hacia ella, Riora cabeceó de manera encantadora y agregó—: Como las fiestas. O los AA3. —En ese momento sus ojos se mostraron aburridos como si pudiera ver dentro de su mente. —Es un Forbearer, Riora. —Kaderin se levantó—. Un humano convertido. Esta prohibido enseñarle sobre este mundo, y aprenderá mucho si participa en esta competición. —¿Es eso cierto? —preguntó Riora. —Sí, pero no estoy aliado con ellos. —¿A quién representaría ahora que había renunciado a ser un Forbearers? Eso le dejaba a la Horda, los cuales eran una opción tan inconcebible como los Forbearers. Entonces... una idea. Una apuesta. Se volvió hacia Riora. —Te representaré. Riora se tocó el pecho con las puntas de los dedos. —A mí. Murmullos irrumpieron. Una ninfa en forma de mujer rió disimuladamente. Kaderin se puso en pie. —No puede representarte, Riora. No perteneces a ninguna facción. —Por qué, mi fría Kaderin, creo que estas considerando lo imposible. Kaderin pareció sobresaltarse antes esas palabras, empezó a abrir los labios para discutir... —Fue un caballero —dijo Riora.

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AA (Auto Answer) :Contestador automático.

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¿Como infiernos sabía eso? De repente, él comprendió la única explicación. Debido a que era una diosa. —Me ha ofrecido su espada, y yo la acepto. Más murmullos. Kaderin se veía como si hubiera sido abofeteada. Le lanzó una mirada de puro odio. —Excelente —dijo Riora con una palmada—. Dos poderosas incorporaciones a los juegos. —Riora echó a Kaderin una pronunciada mirada—. Finalmente, quizás tendremos una competición real.

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Capítulo 12 Participando en el Hie, el vampiro acababa de poner a salvo su vida de cada competidor, incluyendo a Kaderin, al menos hasta la final. Representando a Riora —una jugada jodidamente brillante—, se había protegido a si mismo contra las traiciones más notorias de todos los competidores. El exasperante vampiro resultaba difícil de despedir. Kaderin estaba realmente empezando a recordar ponerse furiosa. Bastante frustrante. Los vencería. Se bajó de la barandilla una vez más, intentando alcanzar el altar para recoger su pergamino. Vadeó entre los serviles seres, deseosos de presentar sus respetos ante ella, el Accord, la gran Freya y el poderoso Woden, como si Kaderin pudiese avisar con un simple mensaje de texto a los dos dioses durmientes. —Katja —dijo el vampiro, acortando el camino a través de la muchedumbre mientras los seres se zambullían y ocultaban de él. —Ese no es mi nombre —chasqueó sin pararse, pero él igualó su paso con facilidad. ¿Desde cuándo esto se ponía tan caliente? Ella se encontró recogiéndose el pelo hacia arriba—. Dime, sanguijuela. ¿Entraste para que Bowen no te matara o para prevenirme? —¿Sanguijuela? —Frunció el ceño, entonces pareció deshacerse del insulto—. Hemos quedado en que no puedes matarme. Ella lo miró sobre el hombro airadamente. —Me duele que esas sean tus últimas palabras. —Comienzo a entenderlo. —Estaba tranquilo exteriormente, incluso caballeroso, pero ella conocía la ferocidad que acechaba en su interior, esta noche la había visto—. Si esta competición es importante para ti, entonces déjame ayudarte. Podría trazarte a muchos lugares y podrías derrotar a todos. —Vacilantemente levantó la mano hacia su hombro, pero vio que ella estaba a punto de sisear, y se echó atrás. —Voy a derrotarlos de todos modos. —¿Pero por qué no tomar el camino más fácil? —De acuerdo, jugaré. —Cruzó los brazos sobre el pecho y él miró fijamente hacia el escote. Ella chasqueó los dedos delante de su cara. 77


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Cuando sus ojos se encontraron, él se pasó la mano por la boca. —Me disculpo. —Pero su expresión decía que lo encontraba interesante—. ¿Qué decías acerca de… jugar? —¿Has estado alguna vez en Nueva Orleáns? —¿En los Estados Unidos? —Asintió y él dijo—: Aun no. —¿Y en América del Sur? —preguntó ella—. ¿África? Él vaciló, después negó con la cabeza. —Los vampiros solo pueden ir a lugares dónde ya han estado. —Entonces, ¿dónde planeabas llevarme? ¿A los alrededores de tu patio trasero? — preguntó ella, con un aire aparentemente agradable que se marchitó al instante—. Vampiro, este juego es solo para chicos grandes. —Miró hacia la claraboya rajada el cielo que clareaba. El alba llegaría en menos de una hora—. Y es casi tu hora de irse a la cama. —Podría viajar contigo, para mantenerte a salvo. —¿Viajar conmigo? ¿Piensas que pararía y te esperaría por los alrededores cada día? ¿Partir mi tiempo por la mitad porque no puedes salir con el sol? Él la miró como si por un momento hubiera olvidado la cruda realidad y ella se la acabara de recordar. —No, desde luego que no —dijo quedamente—. Solamente quería… —Me presionas. ¿Nadie te ha dicho que a las mujeres no les gusta ser presionadas? Es una de las tres cosas que repugna a las mujeres. No es muy sexy. Por alguna razón, esto lo hizo que frunciera el ceño e inmediatamente se echara hacia atrás. Su voz era brusca cuando le preguntó: —¿Cuáles son las otras dos? —Tú derrochas la primera. ¿Por qué no trabajas en esa primero? —se giró para dirigirse hacia el altar y sorprendentemente, él no la siguió. Ella pasó a Escribano, que había comenzado a limpiar el templo, aunque no tanto como para ponerlo en orden. Estaba arrancando de la columna dañada una rama de árbol que la camuflaba. Cuando vio las señales de garras, frunció el ceño hacia las cercanas criaturas, mientras estas se miraban las pezuñas. Se dirigió a él con un amigable saludo: —Sagrado Escribano —le llamó, lo cual siempre lo ponía en éxtasis, y le hizo tropezar con la rama, mientras tartamudeaba nerviosamente una respuesta.

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En el altar, Riora hablaba con dos elfos, diciendo algo sobre “la cobertura en tiempo real de la competición on-line” y ordenándoles que “condujeran a los visitantes hacia el site”. Sintiendo aun los ojos del vampiro sobre ella, Kaderin saltó hacia arriba, la única en el Lore que se atrevía a hacer algo así. Arrancó un pergamino de un montón de ellos y lo desenrolló. Cada competidor conseguía la misma lista de tareas y cada lista incluía los talismanes u objetos buscados, las coordenadas para encontrarlos y una breve descripción. Como siempre, había como diez tareas diferentes en cada ronda. Una vez que Riora hubo terminado con su torrente de relaciones públicas, dijo: —¿Y cómo están tus padres, Kaderin la Fría? Kaderin sabía que preguntaba sobre dos de sus tres padres. La madre de nacimiento de Kaderin había sido mortal. —Duermen todavía, diosa —dijo distraídamente, leyendo. Los dioses obtenían poder de cuantas oraciones y ofrecimientos recibían con cada salida del sol, de ahí que la página en Internet de Riora intentara recoger más. Pero había pocos que adoraran a Freya y Woden por lo que los dos dormían para conservar su energía—. Interesantes los talismanes de este Hie —observó Kaderin. En el pasado, Kaderin siempre iba primero tras los talismanes más cercanos. Ahora, con más de un competidor real, inventaría nuevas estrategias, se los sacudiría a todos de encima. Iría hacia los puntos más remotos y las tareas más difíciles al principio. —Eso pensé —dijo Riora—. Por desgracia solo conseguiré aproximadamente la mitad de esta lista. Ya sabes, debido a todas las muertes accidentales. Kaderin asintió con la cabeza con comprensión. Entonces su mirada aterrizó sobre la opción con la mayor puntuación ofrecida en este intervalo: doce puntos por recuperar uno de los tres amuletos del espejo. Lo máximo tras lo que alguna vez había ido era un premio que valía quince puntos. Esta tarea no tenía demasiado que ver con arriesgar su vida, era más de logística. Quienquiera que pudiera llegar allí primero, ganaría. Aunque el destino cayera fuera de la red de trabajo de Accord, Kaderin tenía otros recursos y por primera vez en un Hie, iba a pedir ayuda a su aquelarre . Por favor, no dejes que Regin conteste cuando llame… Kaderin escuchó los helicópteros fuera, motores zumbando más fuerte mientras describían arcos que bajaban para elevarlos más delante. Golpea con fuerza, golpea rápido. Sí, la primera. Enrolló el pergamino y bajó. Antes de que pudiera irse, Riora preguntó: —¿Desapruebas a mi caballero vampiro? 79


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Kaderin la enfrentó. —Soy bien consciente de que a ti no te puede importar menos mi aprobación. O mi absoluta y total falta de ella. —¿Por qué estaba Riora estudiándola tan de cerca? Kaderin se sonrojó bajo su escrutinio. Riora siempre había parecido tener un inexplicable interés en Kaderin, pero esto era intenso. —Pareces diferente. Por que puedo sentirme enloquecer. —Un nuevo corte de pelo —masculló en cambio Kaderin. ¿Podía Riora sentir sus nuevas emociones… más concretamente su vergonzosa atracción por el vampiro? Lanzó una mirada sobre Sebastian. —Entonces, ¿el interés fluye en ambos sentidos, lady Kaderin? Qué inoportuno. —¿Perdón? Riora inclinó la cabeza y lo estudió atentamente. Él se apoyaba contra una pared, mirando fijamente a Kaderin con los brazos atravesando su musculoso pecho por encima de las heridas. —Desde luego, si una tuviera que estar interesada en un vampiro, el tuyo casi podría justificarlo. —Riora, nunca he dicho… —Simplemente digo que parece como si algunos dioses bendijeran a mi macizo caballero. Kaderin sintió tensarse su expresión. —¿Bendijeron a tu caballero con un furioso apetito por la sangre? —estalló, sobresaltándose incluso ella misma. —Cuida tu tono, valkiria. —Las llamas sisearon y se balancearon—. Esto no es una tertulia de cafetería. —Detrás de ellas, Escribano saltó hacia atrás, aplastando el fuego encendido con la manga . Kaderin rechinó los dientes, después dijo: —Sí, Riora. Ella suspiró. —Vete. —Su tono fue gentil—. Si ganas la carrera, podrás traer de vuelta a tus hermanas. Los ojos de Kaderin se estrecharon.

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—¿Sabes de ellas? Nunca te he hablado de mi pérdida. —Ya sabía de ti cuando fueron asesinadas. —Si entiendes lo importante que es esto, ¿podría Riora la Incandescente darme algún consejo para la carrera? Riora se quedó sin aliento, juguetona otra vez. —Me tratas como si fuera una línea 900 de información telefónica. Me siento menospreciada. —Se observó las uñas—. He cegado a hombres por menos. Escribano estaba otra vez ocupado detrás de ellas, intentando sofocar las últimas llamas, pero hizo una pausa para asentir con la cabeza, como si realmente lo hubiese visto suceder. —Lo siento. Debería haberlo sabido —dijo Kaderin—. Todo el mundo dice que es imposible sacarte información. —Ve con pies de plomo, valkiria —le advirtió , pero se estaba divirtiendo. Se deslizó hacia delante para poner el brazo alrededor de Kaderin, alarmándola. El toque de Riora era caliente y suave, mientras la guiaba hacia un lado. Entonces, en tono bajo dijo—: Ahí va un consejo. Si te cruzas con el filo del ciego místico Honorius, que sepas que lo encantó para que nunca falle su objetivo. Antes de que Kaderin pudiera preguntarle más sobre ese críptico consejo, Riora se dio la vuelta bruscamente. —Ah, aquí viene tu vampiro. No puede soportarlo más. Kaderin intentó negar que fuera suyo, pero Riora habló antes que ella: —¡Míralo observándote codiciosamente! ¡Y que arrogante postura! Qué emocionante orgullo… y anchos hombros. —Soltó un gruñido con la garganta—. ¿Lo entretengo mientras te marchas? No será un gran esfuerzo. Kaderin apretó los labios con irritación, luego se sintió ridícula. No podía estar celosa por un vampiro. —Lo apreciaría. Aunque no pienso que sea posible distraerlo más que durante unas horas. —Valkiria descarada —dijo Riora, la mirada fija sin dudar sobre Sebastian—. Tienes un día.

—Vampiro —murmuró Riora mientras Sebastian caminaba a grandes pasos—. Unas palabras contigo. 81


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Él se dio la vuelta con impaciencia, pero siguió mirando a Kaderin mientras cruzaba la longitud del templo. Se encontró al hombre lobo cerca de la arqueada entrada y mantuvieron un intercambio tenso. —Relájate… sí, se aleja de ti. Por lo que nada ha cambiado desde hace cinco minutos, cuando no quería volver a verte. Dime, ¿quién te apuñaló? ¿Fue ese asqueroso garra-roja de lykae que ahora mismo amenaza a Kaderin? Sebastian iba a matarlo. —Tuvimos un altercado —dijo distraídamente, comenzando a caminar con pasos largos hacia Kaderin—. Debo irme… Riora apareció delante de él. —¿Cómo encontraste este lugar? —preguntó, su voz haciéndose más poderosa—. No recuerdo haberte enviado una invitación, ni tampoco este Escribano de aquí… — chasqueó los dedos y el hombre dejó caer el apagavelas para correr a su lado— y no estoy segura de apreciar que reventaras mi fiesta. —Metracé hasta aquí. —Tuvo que recordarse que podía alcanzar a Kaderin en cualquier momento. Y más le valía no enfadar a la deidad que le había concedido el favor de competir. —Nunca antes habías estado aquí. Finalmente, el lykae caminó con pasos largos alejándose. Kaderin hizo un gesto vulgar con la mano a espaldas del escocés, luego miró fijamente su propio dedo con obvia confusión. —Me tracé a Kaderin. —Cuando Sebastian vio a Kaderin buscar un teléfono en su chaqueta y después caminar hacia la entrada, se volvió hacia Riora, con la mandíbula apretada—. Ella era mi destino. Los labios de Riora se curvaron como si estuviera encantada. De repente, sus ojos parecieron encenderse. —Pero, vampiro, eso es imposible. Con tono distraído, él dijo: —Quizás antes esto fuera considerado así, pero…. —¿Cómo lo has hecho? —colocó su índice sobre el altar y lo usó para presionarse hasta una posición sentada sobre el borde. Él apresuradamente explicó como las restricciones variables no podían ser separadas. No podías tener uno posible y otro imposible cuando ambos eran tan similares. Si esto

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era una hazaña de destreza mental y sentía el detalle de la memoria, entonces se deducía que el trazado podía ser llevado a extremos no vistos antes. —Com-ple-ta-men-te fascinante. —Se giró hacia el pequeño hombre, abanicándose—. Escribano, creo que estoy enamorada. ¡Es como mi propio soldado de infantería! ¿Cómo lo voy a recompensar? Escribano dijo: —A decir por sus demoledores dientes y la prominente mandíbula, diría que solo tiene un deseo actualmente. —Sebastian vio que Escribano no apreciaba su interés por la valkiria. —Oh, sí. Kaderin. —Riora aspiró por la nariz—. Estoy celosa, vampiro. Y defraudada. Y más tarde lloraré. Sebastian sintió el poder en ella, el poder voluble y por lo que sabía sobre el mundo dónde estaba, pensó que era sabio pisar con cuidado. —Yo… lo dije sin ánimo de ofender. Escribano se aclaró la garganta y como si las palabras fueran una tortura para él, dijo: —Diosa Riora, me incumbe deciros que vuestra atracción por este macho es bastante posible. Me atrevo a decir que su logro sobre lady Kaderin es, considerando su historia, imposible. Sus ojos se estrecharon y ella asintió con sabiduría. —Ah, tienes razón. Esto es por lo que te mantengo vivo… —¿En cuanto a la historia de Kaderin? —interrumpió Sebastian. Riora bizqueó hacia él como si fuera un bicho y nunca antes lo hubiera visto, inclinando la cabeza más cerca de su cara. —Me has rechistado. Tengo impulsos contradictorios de hervirte y mimarte. —Diosa, te pido perdón —dijo él, pero continuó intrépido—. Mencionaste su historia… Como si hubiera olvidado las infracciones, le susurró en tono de complicidad: —Los vampiros se comportaron muy mal con Kaderin. Y, bien, tú eres un vampiro. Los colmillos se le afilaron pensando en su dolor. —¿Qué le hicieron? Ignoró su irritante pregunta y formuló una por si misma: —¿Tienes alguna idea de lo alto que apuntas con alguien como ella? 83


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De hecho, estaba de acuerdo con esa idea. Aunque Kaderin aborrecía lo que él era, no podía estar más contento con ella. Cuando había saltado sobre el altar al lado de Riora, había visto que la diosa no tenía nada sobre su Novia. De todos modos él levantó la barbilla. —Tengo riqueza para malcriarla y fuerza para protegerla. Podría elegir peor marido. —Vampiro arrogante. —Rió en silencio—. Es hija de dioses. Él tragó. Y eso era por lo que brillaba más que una diosa. —¿Todavía te sientes tan seguro? No lo había estado antes. Ahora se preguntaba si hasta las minúsculas posibilidades que se había dado habían sido sobrevaloradas. —¿Planeas ganar la llave para ella? —preguntó ella. —Sí, exactamente. —¿No lo harías para ti mismo? —preguntó ella—. Imagínate las posibilidades. —Para mi es difícil creer que funcione —admitió—. ¿Hay alguna prueba de que lo haga? —No. No tengo ninguna prueba, en absoluto —suspiró Riora—. Solo la palabra del señor Thrane. Sebastian se pasó la mano por detrás del cuello, pero el movimiento hizo que los músculos de su pecho protestaran. —Entonces, ¿puedo preguntar por qué está tan convencida de que funcionará? —Estoy convencida de que funcionará, vampiro, porque es imposible que funcione. Solo cuando se preguntó si una discusión racional con ella era posible, le sugirió: —Deberías tomarte este día para aprender sobre Kaderin. Esto definitivamente se le reveló a Sebastian como un gran plan. —Me gustaría, pero carezco de los recursos para aprender algo. —Los recursos abundan. A Kaderin le gusta lo actual y a las valkirias les divierte el desarrollo de la cultura humana. Pero parece que no sabes mucho sobre este tiempo. Lee tanto como puedas durante el día de hoy. Y mira la televisión de refilón. —Televisión. No tengo ninguna. —Me atrevo a decir que Kaderin tiene y puedo decir con certeza que no estará en su apartamento hoy.

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¿Entrar sin permiso en la casa de su Novia cuando no estaba allí? —Escribano sabe su dirección en Londres. —Una mirada pasó entre ellos y la pálida cara de Escribano pareció oscurecerse como si se sonrojara. —Sí —dijo Escribano con mofa apenas disimulada—. Si vas allí, recuerda el canal Spike4 y el canal Playboy. Tranquilo, aprenderás de nuestro tiempo, además de alguna otra cosa. Empieza por ahí. Sebastian estaba seguro acerca de dirigirse hacia cualquier cosa de las que le acababa de sugerir. Echó un vistazo hacia la puerta una vez más, aunque sabía que Kaderin hacía tiempo que se había ido. —¿Todavía inquieto? —preguntó Riora—. Puedes trazarte a ella en cualquier momento. —Dijo que había premios por todo el mundo. No se si puedo rastrearla por medio planeta, mucho menos con exactitud. Ella murmuró: —Esto parecería imposible. Pero en el pasado, siempre se quedaba a este lado de la Tierra al principio. Cerca de Europa. Este es el modo en que siempre trabaja. Y el amanecer está a menos de una hora, te trazarías directamente bajo el sol… Inspeccionando su pecho, añadió: —Déjala marchar, caballero. Además, tienes que curarte. Temo que Bowen no ha jugado todas sus cartas. ¿Confiar en una diosa loca y un Escribano vengativo? Date con un canto en los dientes. No tienes ningún amigo en el mundo. —De acuerdo. —Sebastian asintió firmemente—. ¿Cuánto podría alejarse ella en un día?

4 Es un canal de televisión estadounidense diseñado para el publico masculino

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Capítulo 13 Estación Polar Rusa Kovalevska, Antártico

Ocho horas después

Premio: Tres amuletos de espejo, utilizados como encantos Valor: Doce puntos cada uno

—Voila5 —dijo Regin a Kaderin, sacándose la peluda bufanda morada—. Te dije que te conseguiría una maquina pisanieves. Te dije que tenía contactos en Rusia. ¿Y qué es esto? —preguntó dándose golpecitos en la barbilla—. Humm. Oh, sí, déjame ver. Una máquina pisanieves. Kaderin se acobardó ante el vehículo del mercado negro que se encontraba frente a ellas. ¿Se suponía que este trasto las llevaría a los amuletos escondidos en la cordillera Trasantártica? Había visto vehículos similares utilizados para cuidar la nieve en los Estados Unidos. Y aun así era consciente que este, comprado por los contactos rusos de Regin, era... inferior. Por supuesto, cuando Kaderin había llamado al aquelarre, no había contestado nadie más que Regin. Kaderin la miró con el ceño fruncido, apartándola de los cinco humanos rusos que habían volado con ellas a la estación abandonada. La dotación ex-militar era una pequeña falange de un gran consorcio que vendía equipo militar a la mafia rusa. Regin les había contado que ella y Kaderin eran científicas; Regin lucía botas de nieve con serpentinas. Kaderin había sido obligada a abandonar el impecable helicóptero Augusta 109, dejándolo junto con los pilotos atrás en una de las pistas en un rompehielos sin registrar. 5

Francés en el original.


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Aparentemente, ni el Augusta ni los pilotos estaban cómodos volando a las extremadamente bajas temperaturas de allí. El helicóptero ruso, el Artika Mi-8, era el adecuado, desde que era una reliquia de la guerra fría. Y ahora, esta penosa, penosa máquina pisanieves. Ya sabía que era mejor dejar a Regin ayudar en su excursión multi-etapas, que enfrentarse a ella. Sí, Regin tenía los contactos militares que Kaderin sabía que necesitaba para llegar al sur... al sur de verdad. Y sí, Regin había jurado que hablaba ruso, que era el único idioma báltico con el que Kaderin no se desenvolvía. Pero el camino más fácil para ser descalificada del Hie era atraer la atención humana hacia el Lore, y que Regin careciera completamente de sutileza —y su piel brillante—, mantenía a Kaderin recelosa. Cuando le preguntó por qué su piel estaba tan radiante, Regin le había respondido: —Ocho vasos de agua al día. ¡Piel brillante! Y un desafortunado baño en un lago radioactivo... —Regin, ¿por qué la cabina es de madera? Ladeó la cabeza, totalmente perpleja, luego se concentró en decir: —Sólo en el exterior. ¿En el interior? Estaremos como un canguro en la bolsa, no es que vayamos a morir pronto de frío, aunque estemos a cincuenta bajo cero como ahora. Eh, ¿he mencionado los asientos, nena? Este es el Cadillac-de-las-maquinas-pisa-nieves. Regin era joven, se recordó Kaderin. Sólo tenía diez siglos de edad. —De todas formas, mira, no es como si hubiera mucho dónde elegir entre las pisanieves. Esto es lo mejor que podíamos conseguir. —Todavía no entiendo por qué no podemos simplemente volar hasta la cordillera. — Kaderin miró con anhelo al Artika... incuso esa lata de helicóptero era preferible. Dos soldados lo estaban sujetando y lo mantenían en marcha... era de noche en el Antártico a mitad del otoño austral, y si los rotores del helicóptero se paraban durante unos segundos se congelarían. —Lo entenderías si el viento empezara a azotar —respondió Regin—. El fenómeno de los vientos katabáticos6 en vuelo. Aprendí esta palabra hoy. ¿En vuelo o katabático? Kaderin estuvo tentada de preguntar. —Aparte, que a esta altitud y en esta estación —continuó—, los rotores definitivamente se congelarían. Y no tenemos sistema automático termoeléctrico antihielo. Todo es manual. 6

Viento del hielo, cuyo nombre significa viento que sopla hacia abajo

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Como para ilustrar lo de “manual”, otros dos soldados estaban rociando un descongelante en el motor menos complejo, un combinado secreto de cloruro de calcio que era más fuerte que cualquier otro del mercado, negro o no. El último soldado, el líder, Ivan, era un rubio alto con un aspecto excepcional. Tomó otro sorbo de una petaca de vodka que nunca se congelaba, luego se inclinó ante Regin. Previamente, él y Regin habían estado jugando a las palmadas, sin guantes, con temperaturas bajo cero, porque: —Duele más en el frío. Regin palmeo hacia él, sonriendo alegremente mientras murmuraba: —Joven, tonto y bien dotado. ¿Dónde tengo que firmar? Kaderin se apretó la frente. Finalmente había decido pedir ayuda al aquelarre y había terminado con la más típica-promesa-de-fraternidad de valkiria... y la que más la aterrorizaba. La madre de Regin, la última superviviente del ataque de un vampiro a las Radiantes, había estado al borde de la muerte cuando fue rescatada por Woden y Freya. Había tenido cicatrices de mordiscos hasta el día de su muerte, años más tarde. Incluso en su bella y brillante cara. Regin había aprendido a contar con ellas. Kaderin empezó a pasearse de un lado a otro. —No deberías haber venido, Regin. —Tenías dos condiciones previas. —Regin se dejó caer en un banco de nieve—. Y las cumplo, creo que tengo los contactos de los ex-militares rusos, y hablo el idioma... —¡Oh, vamos! Hace tiempo que me enteré que no lo haces ni por casualidad. ¡Si crees que Dostoyevsky es ruso por cómo se pronuncia! Parpadeó hacia Kaderin mientras avanzaba. —¿Por qué lo dices? —No-lo-se. —¿Entonces como sabes que Dostoyevsky no lo es? No. De verdad. —Hizo un globo con el chicle, posiblemente el primero que hacía en ese lugar, pero se congeló en un segundo, y tuvo que mascar la consistencia de chicle con las muelas—. Obi-Wan, yo era tu única esperanza. Regin sabía que Kaderin no apreciaba las alusiones a La Guerra de las Galaxias. —Allí tenía que haber alguien —insistió Kaderin. 88


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—¿Preferirías que hubiera venido Nïx? Nïx la Jodida Loca. —De hecho, está en la lista de premios. O al menos, lo está el cabello de la valkiria más antigua. —¡No me extraña! —al levantar Kaderin las cejas, Regin aclaró—: Justo antes de marchar, Nïx me llamó para contarme que fue al Circulo K para conseguir la revista People y algún loco le cortó la mayor parte del pelo —añadió—, Nïx piensa que es “favorecedor”. Algo así como una joven Katie Couric o Tennille de Captain 7 y... —¡Silencio, Regin! —¿Qué? —dio una patada con una de sus botas de nieve hiper-rosas y moradas—. ¿Que he dicho? —Podía haber venido Myst. —Te lo dije, está ocupada. Kaderin respondió: —Y nunca me contaste con qué. Alzó los hombros y apartó los ojos. —No se con qué. —Regin, te dije lo que estaba en juego. —Lo se. Y vamos a ganar la llave. A Kaderin no se le escapó que Regin se había añadido en esa frase. —¿Por qué han durado tanto? Esos amuletos fueron encantados hace más de una década. Vamos a ser invadidos por los trolls y los kobolds asesinos queriendo ver a los humanos. Regin resopló, riendo súbitamente. Inclinándose totalmente, los codos más allá las rodillas. —¡Caramba! Esto no es divertido. Cuando se le pasaron las carcajadas, Regin dijo: —Eres la única persona en la Tierra que los llama kobolds asesinos. Esto es un terreno tan resbaladizo como los gnomos asesinos. —¿Has olvidado que me quitaron el pie? —había estado congelada en su inmortalidad, sólo unos días antes, de otra forma, no se habría regenerado. En todo 7

Estrellas del pop de los 80.

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caso, había dolido una barbaridad—. ¿Y cuando fue la ultima vez que perdiste una parte de tu cuerpo? Regin se alzó para mirarla solemnemente. —Perdí un dedo en la batalla de Evermore. —Oh. —Kaderin frunció el ceño, luego gritó—: ¡La batalla de Evermore es una canción de Led Zeppelin! —Sip. ¿Pero no escriben sobre nosotros? —Regin abrió los ojos completamente—. Eh, hablando de canciones, mira que puedo hacer por nuestro paseo en pisanieves —sacó un iPod, con cuidado lo frotó para mantenerlo caliente—. ¡Un viaje-en-la-nieve-mix! Kaderin lo vio todo rojo y se abalanzó sobre ella, empujándola sobre la nieve. Cesó cuando se dio cuenta que Regin estaba demasiado estupefacta para devolverle el golpe. Los rusos pararon lo que estaban haciendo, mirándolas fijamente, sin duda preguntándose por qué dos científicas estaban luchando en la nieve. Kaderin se levantó, tendiéndole a Regin una mano, y echando a duras penas una inexperta sonrisa a los rusos. —Quisquillosa —dijo Regin, sacudiéndose las ropas—. Parece que alguien ha sacado su mala leche. Sólo tiene diez siglos. Sólo tiene diez siglos... —No es un… maldición. Era... es en agradecimiento. —Alzó la barbilla, no quería que Regin supiera que había empezado a sentir otra vez... y no quería ver que tan triste progreso acabara pronto. Si las compañeras del aquelarre de Kaderin lo averiguaban, estarían muy felices, haciendo una enorme fiesta con esto. Lo cual, casualmente, ahora la avergonzaría—. Lo siento. El estrés del Hie a veces hace flaquear los agradecimientos... —Se detuvo cuando un helicóptero empezó a volar, con una bandera canadiense en la cola—. ¡Dijiste que no podíamos volar! —Guau —dijo Regin con indiferencia—. Deben tener sistema automático termoeléctrico anti-hielo. Justo cuando estaba a punto de destrozar a Regin, Ivan las llamó, haciéndoles señas hacia la máquina pisanieves. Kaderin señaló a Regin pero no le salieron las palabras. Regin señaló con un guiño, luego se giró para agarrar sus cosas, incluyendo las espadas escondidas en las fundas de los esquíes. Sacúdete. Céntrate. Después Ivan les abrió las puertas y subieron, se sacó la máscara y se inclinó hacia Regin para decirle algo en ruso con gran seriedad.

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Regin tradujo: —Dice que si nos golpea una tormenta o si no estamos de regreso en cierto tiempo, se verán obligados a dejarnos. —¿Cuánto tiempo tenemos? —Tienen suficiente combustible para mantener los rotores moviéndose durante cuatro horas. —Regin se dio golpecitos en la barbilla con los dedos enguantados—. Cuatro horas o puede que cuarenta minutos. No estoy segura, ya que mi conocimiento del ruso realmente era un alarde —admitió sin rodeos. Antes de que Kaderin pudiera decir nada, Regin levantó la mano y con cariño rozó las mejillas de Ivan. Le meneó la cara una y otra vez, luego lo empujó con un dedo contra su labio mientras cerraba la puerta. —Hey, hay más de un amuleto, ¿no? —dijo Regin cuando estuvieron solas—. No tienes puntos extra por estar allí la primera. Kaderin deslizó su espada fuera de la funda del asiento de atrás, preparada para los problemas. —No. Pero pueden colocar trampas. —¿Y como, en primer lugar, harán los kobolds para venir aquí en helicóptero? — preguntó Regin—. No puedo imaginarme a los bichos en el helipuerto, ¿y tú? —Pueden volverse invisibles y esconderse durante mucho tiempo. Llevé a uno sin saberlo durante todo el camino a Australia en el último Hie —dijo, luego añadió—: lamentablemente, tuvo un accidente y no estaba lo bastante bien para el viaje de regreso. —Cuando Ivan les hizo otra reverencia formal, Kaderin frunció el ceño—. ¿Qué tipo de científicas les dijiste que éramos? —Glaciólogas de la Universidad de Dakota del Norte estudiando una repentina y enorme fisura captada por satélite. Pensé que era un ironía acertada decir que teníamos que actuar rápidamente sobre el glaciar. —¿Glaciólogas de Dakota? —Si estos chicos querían creer que dos sobrenaturales y sexys valkirias —una de las cuales lucía botas de nieve con serpentinas— son científicas, ¿quien soy yo para decirles que no? —Regin hizo un globo, reactivando el motor—. Deja trabajar a la ciencia. Otro helicóptero pasó sobre ellas.

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Capítulo 14 Al atardecer, cuando Sebastian se trazó para encontrar a su Novia y su piel se heló de repente, se dio cuenta de que la diosa lo había engañado. Había pasado el día entero en el apartamento de Kaderin, habiéndose trazado desde el templo a Londres. Luego llamó a un taxi. Apenas minutos antes del alba, Sebastian había llegado a la dirección que Escribano le había entregado finalmente, trazándose dentro. En el hogar de Kaderin, después de descorrer todas las cortinas, había descubierto que podía, de hecho, "ver de refilón” la televisión mientras leía rápidamente los periódicos. Pero no había descubierto nada nuevo acerca de Kaderin en su espartano, indescriptible espacio vital. Si no hubiera notado su olor en la almohada de seda y finalmente encontrado una colección de armas, escudos, látigos y esposas en un armario, quizás se habría preguntado si Riora y Escribano no le habrían dado la dirección incorrecta. Y ahora esto. —Una oportunidad inmediata —había dicho Riora—. Estará cerca de Europa —le había asegurado a Sebastian. Sin embargo había aparecido detrás de un vehículo poco manejable que expulsaba humo negro mientras se arrastraba sobre una llanura helada. Su Novia estaba indudablemente en ese vehículo, y al trazarse hacia ella había dejado muy lejos lo de "cerca de Europa." Hurgando con los dedos, extrajo el pergamino del bolsillo, para ojear las diez elecciones. Antártida. Podía ver las puntas de sus dedos ennegrecidos por el estado cercano a la congelación. Infierno sangriento. Afortunadamente, la Antártida estaba a oscuras las veinticuatro horas del día en esta época del año; desgraciadamente, hacía un frío extremo. Eso era mucho decir para un hombre que había sido criado a orillas del Mar Báltico. Necesitaba refugio contra los elementos —más que el simple abrigo y los guantes que había comprado la semana pasada. En un instante, se trazó a una de las tiendas de ropa donde había comprado, asegurándose de aparecer en el probador, en el cual por suerte no había ningún otro cliente. Después de coger guantes aislantes y capas de ropas para llevar debajo de un


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pesado impermeable, anotó el nombre de la tienda para mandar el pago y salió de la misma manera. Quince minutos más tarde, regresó tras la estela del mismo vehículo, aunque parecía que podía haberlo arrojado mas lejos de lo que había viajado. Se envolvió una bufanda negra de lana sobre las orejas y la cara, entonces sacó el pergamino una vez más. Dentro del pico más alto en la cordillera Transantártica había un corredor, un túnel de hielo. Dentro del túnel había tres amuletos. Kaderin viajaba a la cordillera que dominaba sobre la llanura, como debía ser. Se trazó al saliente más alto que pudo distinguir en la montaña más alta. Desde esa ventaja, vio uno aún más alto y se trazó allí. Directamente delante de un túnel. Se trazó dentro tan lejos como pudo ver, alcanzando el final de la primera recta, giró a al izquierda y siguió hasta el siguiente final. Cubrió fácilmente terreno de esta forma. Incluso vestido con ropa pesada, todavía sentía como se congelaban sus extremidades, curándose poco después en duros intervalos. Un saliente estrecho marcaba el final del túnel, y encima estaban los tres pequeños amuletos que se parecían a espejos dentados tallados en hielo. Agarró uno para Katja, luego se trazó de vuelta al saliente para escudriñarla. Mientras esperaba, miró fijamente la escena extraterrestre. Nunca había imaginado un paisaje como este. Durante su vida humana, la Antártida había sido un rumor, una imposibilidad. Aquí las estrellas no destellaban pero estaban inmóviles y muertas como en las fotografías que había visto por todas partes en Londres. La luna no se alzaba y se ponía, pero en la media hora que llevaba aquí, había flotado más lejos a la izquierda sobre el horizonte. No habría podido ver esta escena preternatural si hubiera muerto. No estaría esperando ansiosamente a su Novia. ¿Qué podía decirle? De repente, dos helicópteros rugieron sobre él, haciendo círculos antes de aterrizar en la base de la montaña. Curioso, se trazó hacia abajo. Otros dos competidores organizaban cuerdas para escalar al estrecho saliente. Un plan formado. Si Kaderin pensaba que era tranquilo y sin pretensiones, bien, lo era la mayor parte del tiempo, pero si pensaba que eso era todo lo que era, estaba a punto de sorprenderla.

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Kaderin juró imaginativamente con cada paso que escalaba más alto en la vertiente rocosa, la irritación corriendo por ella. Imitó la voz de Regin para decir: —¡Mira, deben tener un sistema automático termoeléctrico anti-hielo! Regin nunca la había irritado antes como lo hacía ahora. Kaderin siempre había sido una de las pocas valkirias viejas que la podía tolerar por largos espacios de tiempo. Pero Regin tenía que poner "Radar Love" por lo menos ocho veces. Como si apenas avanzaran bastante rápido para merecer una canción como esa. El Cadillac o vehículo para la nieve avanzaba a diez millas por hora. Regin puso "Low Rider" demasiadas veces. Si Kaderin oía ese estrafalario sonido una vez más… Cuándo se habían arrastrado finalmente hasta la base de la montaña, parecía que había un aparcamiento de helicópteros. Pero nadie podía subir más rápido que Kaderin, incluyendo a Regin, así que fue dejada atrás, feliz de proteger el pisanieves y divertirse. Kaderin seguía diciéndose que pasaría a quienquiera que ya hubiera salido. Golpeó una de sus piquetas más duramente de lo necesario y picó a través de hielo encontrando roca, enviando vibraciones por su dolorido brazo y entumecidos dedos. Concentración. Estaba solo a treinta pies más o menos del saliente más alto. Dentro, fuera. Esos rusos con olor a vodka habían puesto su destino en manos humanas. Pero tenía que trabajar para esto. Aunque estaba sólo a unos doce mil pies de altura, el aire en los polos era más tenue, haciéndola sentirse como a una altitud mucho mayor, y además llevaba un bulto grande y poco manejable con el equipo. ¿Su secreto para ganar el Hie todas esas veces? Bien, ¿además de la brutalidad despiadada con todos sus oponentes? Siempre estaba preparada para algo… Un viento repentino aulló por la montaña. ¿Katabático? Se tiró completamente en horizontal, rechinando los dientes, adhiriéndose a sus piquetas torcidas.

Sebastian perdió el aliento cuando sopló la ráfaga de viento, lanzando a Kaderin a su lado, apenas debajo de él. Se trazó a ella en un instante, agarrando su abrigo, pero regresó al saliente con las manos vacías. Lo intentó una vez más, siendo devuelto atrás sin nada. 94


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Sólo al tercer intento consiguió llevarla con él. Ella mostró poca reacción ante el hecho de que la hubiera trazado, o que estuviera a su lado en un continente diferente en el culo del mundo. Sus manos enguantadas todavía agarraban las dos piquetas, y su espada estaba enfundada cruzando la atiborrada mochila. Tenía clavos horrorosamente agudos para el hielo conectados a las botas. Los pinchos delanteros sobresaliendo como los colmillos de una serpiente de cascabel. Cuándo el viento murió un momento después, ella miró brevemente al cielo. —Lo tenía. —Quizás. —El pecho le pesaba y no se había sacudido la alarma—. ¿Por qué infiernos no podía llevarte de vuelta al principio? Recobrando el aliento, también, ella contestó: —Tenía un buen agarre con mis piquetas. —Las guardó en las cuerdas a los lados de la mochila—. Entiende esto, vampiro, si lucho contra ti, no me puedes trazar. Soy demasiado vieja, y demasiado fuerte. ¿Vieja y fuerte? No podría parecerlo menos. Se sobresaltó otra vez por lo pequeña que era. Estando de pie a tan poca distancia, parecía frágil, y mas estando cargada con esa mochila. Parecía que se caería hacia atrás por el peso, y él no quería alejarse de ella. Estaba sin aliento por la subida ¿por qué razón? Por ninguna. Podría haberla trazado a esta cumbre en un abrir y cerrar de ojos. —¿Por qué luchabas? —exigió—. Estuviste a punto de caer. —Sólo si mis piquetas hubieran fallado, y creo que me sostenían, incluso cuando un vampiro gigantesco tiraba de mí. —Entre soplos de aliento, preguntó—: ¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí antes que yo? —Pero ya miraba alrededor de él, demostrando su verdadero interés—. Estabas en el helicóptero noruego, ¿verdad? —Nunca he estado en un helicóptero. Me tracé hasta ti. —Los vampiros no tienen esa habilidad. —La tengo. Pensé en ti como en mi destino. Es así cómo te encontré en la asamblea Hie. —Sin ningún reconocimiento más, ella comenzó a pasarlo, pero él dio un paso en su camino—. Si me hubieras permitido ayudarte, te podría haber acompañado hasta aquí. Podrías haber señalado la cumbre y te habría trazado allí un instante más tarde. Como había hecho con sus competidores, a cambio de información acerca de ella. Se encogió de hombros.

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—Me gusta escalar. —Si claro. Pareces… revigorizada. Ante su tono sarcástico, ella colocó derecho el gorro sobre sus trenzas, luego dejó caer las manos con un ceño. Él exhaló pesadamente. ¿No la había insultado suficiente por un día? —Quítate del camino. —Avanzó furtivamente alrededor de él, pero la bloqueó una vez más—. No tengo tiempo para esto. —No, tengo que hablar contigo. Obviamente, quieres ganar esto, por el motivo que sea. Y quiero proporcionarte cualquier cosa que desees. Así que desiste, y déjame ganar esto para ti. Sabes que te daré el premio al final. —Inútil aunque podría servir. Suprimió su irritación ante el hecho de que ella creyera en eso tan ciegamente. —¿Darme? —sus ojos destellaron—. ¿El vampiro me dará el premio? Esa probablemente no fue la mejor manera de expresarlo. —-Ni siquiera sabes lo bastante para saber cuán ridículas encuentro tus palabras. Soy orgullosa y notoriamente maliciosa, ¿aún así piensas que te permitiría regalarme lo que puedo tomar directamente? Definitivamente no iba como había imaginado. —Ahora, apártate. Ellos siguen ascendiendo mientras hablamos. Si ella podía ser despiadada, él también —y había sido preparado para serlo. —No hay premios. Tengo el último de los tres. Los labios de ella se separaron. —Sospechaba que habría problemas y que quizás necesitara una ventaja. Así que tracé a una sirena y a un habitante del suelo a la cueva detrás de nosotros. Ahora hay un premio disponible para ti, y parece que lo aceptarás como mi regalo hacia ti. En ese momento, Lucindeya, la sirena, paseó fuera con su amuleto, sosteniéndolo sobre el corazón. Desapareció. Y por un momento, el área olió a fuego y bosque húmedo. —Gracias, vampiro. Recuerda lo que dije —ronroneó, entonces lanzó una mirada de triunfo a Kaderin. Lucindeya le había confiado que irritaría a Kaderin ser ayudada en caso de problemas. Había asumido que la sirena simplemente no quería a un vampiro ayudándola en su lucha, pero Lucindeya había dicho que adoraría ver a Sebastian ganar a Kaderin, porque: —Nada derribaría a Kaderin la engreída como caer debido a una sanguijuela. 96


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Ella había jurado al Lore —al cual ella y el kobold parecían tomar muy seriamente—, que la manera más segura de que Kaderin perdiera sería ayudarla, especialmente en una competición física. Así que cuando Sebastian había descubierto primero a Kaderin escalando, había tenido que evitar de trazarla a la cima, aunque sudaba de temor por ella. Entonces la había visto siendo lanzada de lado a lado como una muñeca de trapo. Kaderin vio a la sirena, luego se giró hacia él. —Mejor intenta que Cindey no te tararee a menos que quieras ser su perro faldero. —Por favor, valkiria —Lucindeya la interrumpió mientras se preparaba para bajar, tirando del equipo de su mochila—. Como si fuera a aclararme la garganta para cazar a un vampiro. —Lanzó una sonrisa a Sebastian mientras clavaba su fijación y ensartaba la cuerda—. No te ofendas, vampiro—. Y luego empezó a descender haciendo rappel. Una vez que estuvo fuera de la vista, Kaderin le miró, y sus ojos se ensancharon. Sebastian giró para espiar al kobold que andaba arrastrando los pies por el largo túnel, su alegre silbido resonando por el corredor. Cuándo Sebastian había preguntado al kobold si Kaderin estaba casada o tenía hijos, el kobold había revelado que por lo que nadie sabía, estaba soltera y no tenía vástagos. Sebastian no sabía cuanto crédito podía dar a las palabras del kobold, dado que había jurado también que Kaderin no comía o bebía… nada. Sebastian se volvió y encontró que Kaderin estaba perfectamente quieta, sus ojos fijos en cada movimiento del habitante del suelo mientras se acercaba. Como si fuera un depredador espiando a su presa. Sin apartar la mirada, Kaderin dijo: —¿Sabes que odio a los kobolds casi tanto como a los vampiros? Y Cindey fue mi competidor más duro en último Hie. —Finalmente se encaró con Sebastian—. Así que si querías fastidiarme, has triunfado. —Kaderin, esa no era mi intención. Un destello de relámpago golpeó a lo lejos a través de la noche despejada. Ahora sabía que venía de ella. —Me has colocado en una posición insostenible. —Quitándose los guantes, se acercó hasta que estuvieron nariz contra nariz—. ¿Y sabes también que has hecho? —alzó una mano delicada y gentilmente acarició con el dorso de sus suaves garras la mejilla de Sebastian. Justo cuanto este estaba a punto de cerrar los ojos, ella continuó—: Has subestimado a una valkiria.

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Como un borrón, se dejó caer en cuclillas, una pierna hacia fuera, barriendo alrededor para apuñalar al kobold a través de la garganta con sus clavos. Cuando se balanceó más cerca de la criatura atrapada, su brazo se disparó, luego le dio a la pierna un decisivo tirón para desplazar a la criatura. Estuvo en pie otra vez en un abrir y cerrar de ojos, con el amuleto en la mano. Sebastian no podía hablar. Echándole una mirada aburrida, ella curvó sin prisa un dedo alrededor del amuleto a la vez que lo sostenía sobre el corazón. Hasta que se… fue. El kobold había caído mientras se retorcía con las manos sujetándose la garganta de la que salían chorros amarillos. Mientras continuaba estrellándose, ella exhaló impacientemente, luego caminó arrastrando los pies, colgando sobre el borde de la caída de miles de pies. Mientras Sebastian miraba fijamente en shock, ella inclinó la cabeza. Entonces, como si pensara, “mientras estoy aquí...”, arrancó la fijación de la sirena de la piedra. La arrancó de un tirón y luego la soltó. El viento llevó un chillido. Aturdido por su maldad repentina, dijo bruscamente: —Fui responsable de esto. ¿Por qué no cogiste el premio que tengo? —Habían sido advertidos. —Agarró sus piquetas—. Pero la próxima vez, tomaré los tuyos. Te lo prometo. Entonces simplemente se dejó caer del saliente. Se zambulló tras ella, pero había desaparecido. La vislumbró mientras enganchaba un borde con sus piquetas quinientos pies abajo. Tan pronto como se trazó hasta ese saliente, ella se liberó con un tirón violento y cayó a plomo una vez más, antes de agarrarse con un tirón más abajo. Un rugido de aliento abandonó su cuerpo, y él se hundió cuando la vio alcanzar la base. Con una mirada hacia él, tiró las piquetas y corrió a su vehículo.

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Capítulo 15 Kaderin gimió al ver que el kobold se había hundido directamente en el techo del pisanieves, curvándolo en forma de V, y ahora yacía extendido, inconsciente. ¿Lucindeya? Kaderin la había pasado a mil pies, dejándola sobre las puntas de los dedos, maldiciéndola en lo que los humanos asumían eran idiomas muertos: —No pensé que comenzaras con esto tan pronto, puta de los relámpagos. ¡Está hecho! —¡Oye! —llamó Regin—. ¿Qué ha golpeado el techo? No tengo seguro de accidentes en esta cosa. Hee hee. Kaderin se estrelló contra la cabina, jadeando después del esfuerzo. —¡Vamos ya! —puso las manos en la ventanilla y se agachó y retorció, escudriñando a Sebastian por el cristal rayado. Era sólo cuestión de tiempo. —Um, ¿no deberíamos bajar a lo que sea que hay en el techo? Sabes, así seremos esbeltamente aerodinámicos otra vez. —Kobold —dijo Kaderin con desdén, luchando todavía por recobrar el aliento. En eso, Regin abrió la puerta y palpó ciegamente en el techo. Dio un tirón al tobillo del gimiente kobold, lanzándolo lejos. —¡Pon esta cosa en marcha! —dijo Kaderin bruscamente—. Y ten las espadas preparadas. Las espadas de Regin eran más como alfanjes refinados, cruzadas sobre su espalda en fundas gemelas. Eran lo bastante cortas para que pudiera usarlas libremente en la cabina cerrada. Regin las agarró inmediatamente, mirando alrededor por un enemigo. —¿Qué? ¿Dónde está el tipo? —¡Vampiro! —jadeó Kaderin—. Y tiene razón… Kaderin saltó, asustándose cuando Sebastian apareció fuera a un pie de distancia. —¡Aquí! Cuándo se trazó dentro del compartimiento del pisanieves para sentarse en el asiento trasero, Regin se tensó, girando lentamente. Cualquier otra criatura en el Lore hubiera


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presenciado sus movimientos espeluznantes mientras se preparaba para saltar y hubiera sabido que su vida estaba acabada. Kaderin quizás no se permitiese matarlo, pero Regin lo haría alegremente. De repente, Kaderin no supo si quería ver eso. Después de todos los vampiros que había matado y había visto matar, su muerte inminente la hacía sentirse... ¿nerviosa? —Kad, nena —empezó Regin con un ronroneo amenazador—, ¿me has traído una pieza? Y aquí voy a iluminar los colmillos. —Las espadas de Regin se dispararon fuera, posicionándose alrededor del cuello de Sebastian como si fueran unas tijeras de podar. Las cerró a la vez. Pero en el último segundo, él se trazó a un pie de distancia. Las espadas sólo cortaron aire con un puro sonido metálico. Era el trazador más rápido con que se habían encontrado jamás, o nunca había estado completamente substancial para empezar. —No puedes matar a un competidor —dijo Sebastian a Regin con una calma enfurecedora. —No soy un competidor, sanguijuela. —Las espadas de Regin se dispararon una vez más y volaron juntas—. Sólo dirijo el barco. Pero él se había trazado con indiferencia otra vez. —Estás poniendo a prueba mi paciencia, criatura —le dijo a Regin, luego le echó a Kaderin una última mirada—. Esta noche, Katja. —Desapareció. —¡Maldita sea! —dijo Regin bruscamente. Luego la situación pareció golpearla. Dejó caer la mandíbula y balanceó la cara ante Kaderin—. ¿Katja? —gritó, señalándola con una espada. —Cállate. No quiero oírlo. —¡Un vampiro te ha llamado por un apodo! Un apodo sexy. Kaderin ondeó la mano con desdén. —Piensa que soy su... Novia. Regin envainó las espadas. —¿Sí? ¿Y eso? —dijo, hablando demasiado alto en el espacio cerrado—. Pareces estar cogiéndolo. —Tiró de la palanca de cambio para que acelerara a diez millas por hora. —¿Cogiéndolo? ¿Qué quieres decir con eso? ¿A causa de Helen? —la trasgresión de Helen fue hacía setenta años. ¿El aquelarre nunca acabaría con ello? ¿O qué harían si se enteraran de Kaderin y Sebastian?

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—Helen. Seguro. Da igual —murmuró Regin, hosca otra vez—. ¿Qué es lo que esta sanguijuela planea para ti? —conducía como una consumada camionera, una mano a las seis en el volante, la otra en la palanca de cambio. —Quiere ayudarme a ganar el Hie. Hizo un sonido de frustración. —¡Cómo si fueses a confiar en una sanguijuela para algo tan importante! —sin ni siquiera intentar dejarla atrás, Regin condujo directamente a través de la ventisca—. ¡Cuándo apenas confías en mí para ayudarte! —un frenético globo de chicle—. Parece realmente posesivo. ¿No has… no has, como, levantado la cola para él? —¡No! ¡No he tenido sexo con él! —dijo honestamente, esperando manejar una cantidad creíble de indignación. Gracias a los dioses que no fui tan lejos. Ni lo haré. Siempre puedo negar… —¿Qué quiso decir con esta noche? No puede encontrarte. Pues, realmente quizás pueda. —No puedo imaginarlo, Regin. —No, de ninguna manera. Trazar a una persona era imposible. Los vampiros no tenían ese talento. Pero la había sorprendido de tantas maneras ya. Sabía que era único. Si realmente pudiera venir a ella, ¿lo haría esta noche? —¿Qué vas a hacer en el futuro si te enfrentas a él otra vez? —No lo sé —admitió Kaderin—. No puedo matarlo, a causa de la competición. —Contenlo, entonces. Si no es viejo, todavía puedes retenerlo con un grillete reforzado. O tírale una piedra. A la pierna. Estaría atrapado. —A menos que se arrancara la pierna como hizo el lykae de Emma para llegar hasta ella. Regin se estremeció. —Eeesh, eso es repugnante. Kaderin no había pensado realmente mucho acerca del acto de Lachlain. Ahora encontraba la idea de él amputándose voluntariamente una pierna atrapada para arrastrarse por las catacumbas de los vampiros para alcanzar a su compañera en la superficie vagamente... ¿romántica? ¿Haría Sebastian eso por ella? —Infierno. —Lo haría. —¿Qué es eso? —preguntó Regin. Cuándo Kaderin sacudió apenas la cabeza, Regin dijo—: Permaneceré contigo esta noche. Quizá me quede para la tarea de mañana.

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Regin le había dicho a Sebastian que no era una competidora. Kaderin sabía que necesitaba solucionar esto antes de que Regin pusiera su música. Otra vez. —Todos… mis… amigos… conocen al jinete. Kaderin se pellizcó la frente. Desafinaba. ¿Cuánto más podría soportar? Se dio cuenta de una manera dura que prefería ser acosada por un arrogante vampiro, uno de sus enemigos inmortales, que estar con Regin durante otras veinticuatro horas. No más canciones. —Creo que puedo manejarlo.

Después del incalificable fracaso de su primera excursión, Sebastian se trazó de vuelta a sus cofres para recuperar más oro, habiendo determinado que quizás necesitaría asegurar más dinero de lo que había sospechado al principio. Tenía el presentimiento de que el cortejo sería… prolongado. Mientras se deshacía de capas de ropas, preparándose para cavar, sentía el amuleto en uno de los bolsillos. Con un encogimiento de hombros, lo sacó, luego lo sostuvo encima del corazón. Sus labios se separaron cuando desapareció. ¿La mancha de sangre trabajaba para él, también? El olor de los fuegos del templo estalló sobre la salmuera del Báltico. Tendría… simplemente tendría que pensar acerca de eso más tarde. Agarró la pala que había dejado con ese propósito, y mientras cavaba, se preguntó si podría alguna vez olvidarse de la visión de Kaderin apuñalando a ese viejo kobold de apariencia bondadosa en el esófago. Cuando era humano, Sebastian había matado y había tratado viciosamente a sus enemigos. Pero, Cristo, deseaba no haber visto su ataque, tan rápido y desconsiderado, como si fuera normal. Aunque había visto a mujeres recurriendo a la violencia en tiempo de guerra para proteger a los que amaban, nunca había sentido tal ferocidad en una hembra. Entendía que no podía comparar a Kaderin con las mujeres de su tiempo. Ni siquiera podía compararla con mujeres humanas. Sus hermanas se habrían desmayado antes de herir a un insecto. Se habrían desmayado ante la mera idea de escalar a una montaña. Lo sabía, pero no le hacía ver la crueldad de Kaderin más fácil. Temía que su Novia lo gozara. Cavando más profundo, no encontró nada. Frunció las cejas, manejó la pala más profundamente. Todavía nada. 102


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Los puños redujeron el mango a astillas y polvo. Los cofres no estaban.

Kaderin estaba repantigada en la butaca reclinable de cuero del jet, satisfecha de su éxito. La butaca de al lado estaba vacía ya que Regin yacía en el suelo del avión, las piernas colocadas en el brazo del asiento. Habían planeado dejar caer a Kaderin en el aeropuerto ejecutivo de Río, luego Regin volaría a casa, a Nueva Orleáns. Sí, Kaderin estaba satisfecha. No importaba lo que hubiera sucedido, estaba a la cabeza. O por lo menos empatada, con Cindey y ese jodido vampiro. ¿Cómo, en el primer Hie del vampiro —en su primera tarea— tuvo la máxima puntuación? Insufrible. Por lo menos, Bowen no había estado allí, y la siguiente tarea había sido sólo de nueve puntos. —Puedo permanecer contigo, si me necesitas —se ofreció Regin por quinta vez—. Seríamos el mejor equipo. —Intenté jugar en equipo en mi primer Hie —respondió Kaderin—. ¡Ay!, mi asociación con Myst terminó en una diferencia de opiniones, una que trajo consigo un puñetazo a traición en mi boca y a mí tirándola del pelo. Lo siento, Regin, pero siempre trabajaré sola. Además, el amuleto fue un buen comienzo. Doce puntos de ochenta y siete. —¿Y si ese vampiro te encuentra otra vez? Si había estado diciendo la verdad en ese saliente, Kaderin se figuraba que sucedería más pronto de lo que Regin pensaba. —Estoy segura de que puedo encontrar algo para cuidarme de él. —¿Cuándo lo sangraste? ¿En Rusia? —cuando asintió, Regin dijo—: ¿Se trazó antes de que pudieras matarlo? Se ruborizó. No, estaba demasiado ocupada dándome el lote. —No tenía el látigo conmigo —dijo dando un rodeo mientras todavía decía la verdad. Se sentía como si llevase una letra escarlata. O por lo menos una camiseta que dijera: “Besé a un vampiro. Y me gustó”. —Regin, ¿por qué estás tan ansiosa por ayudarme? Pareces muy deseosa de salir, y permanecer fuera de Nueva Orleáns. Ella empezó a toquetear nerviosamente su iPod. —Nïx me dijo que... bien, Aidan el Violento vuelve pronto.

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—¿Tu berserker? Regin había besado a Aidan —aunque no hubiera debido, porque sus besos drogaban como los narcóticos místicos más poderosos e igualmente adictivos. Aún después de que el berserker hubiera muerto en la batalla, había desafiado a la muerte para buscarla otra vez en otra vida. De hecho, se había reencarnado al menos otras tres veces, añorando a Regin tanto que estaba maldecido a ser una Versión 2.0, un reencarnado durante toda la eternidad. —No es mi berserker —dijo Regin. —¿Cómo lo llamarías, entonces? Se encogió de hombros. —¿Cómo llamarías al hecho de que perpetuamente te encuentre, recuerde quién fue, y entonces de algún modo consiga matarse luchando para ganarte? —¿Un juego que jugamos? —Regin respingó—. ¿Acabo de decir eso? Kaderin puso los ojos en blanco. —¿Entonces no deberías estar en Nueva Orleáns, sacudiéndole? Regin alzó la mirada y dijo suavemente: —Tuve una idea de la clase que si no me encontraba esta vez, quizás viviría pasados los treinta y cinco. Kaderin no sabía qué hacer con esta seriedad repentina de Regin, así que dijo: —¿Qué se supone que voy a hacer con esto, Regin? —Eres un fastidio, ¿sabes? —¿Y si Ivan el ruso es tu berserker, y no te das cuenta? Regin estudió el techo. —Siempre lo reconozco. —¿Por qué no lo aceptas sin más? ¿Corres a sus brazos? Freya había enseñado a la valkiria más vieja que reconocerían a su amor verdadero cuando él abriera sus brazos y se dieran cuenta de que siempre correrían dentro de ellos. —Tengo mis razones. —Regin alzó el mentón, aunque yacía en el piso—. Son innumerables y complejas. —Dame una. Regin la encaró. 104


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—Bien, te daré una, La Ligera Razón de Regin. En una situación como esta, ¿tienes que preguntarte si andar a tientas merece la bofetada? —cuándo Kaderin frunció el ceño, agregó—: ya sabes, ¿merece el pastel el horno? —Oh. ¿Y si no? —Entre otras cosas, no tengo ganas de enamorarme de un mortal y maldecir cada día que pasa porque morirá dentro de un parpadeo de mi vida. ¿Luego suspiraré por su vuelta? —sacudió la cabeza firmemente—. No merece hornearlo. —Entiendo. Es mejor privarse de una pequeña cantidad de placer para ahorrarte mucho dolor. —Kaderin lo entendía, así que ¿por qué había tomado placer de Sebastian, sabiendo que la destruiría después? —¡Exactamente! Es sólo supervivencia. Nadie en el aquelarre lo consigue. Sólo me quieren para vivir el momento. Nïx me aconsejó “encontrar y golpear a mi berserker”. —Exhaló con cansancio—. Pero eso trae una pregunta a la mente. ¿Vas a conseguir un hombre ahora que la maldición está levantada? Los rumores en el aquelarre son que no has tenido ningún “ya sabes qué” en mil años. Kaderin no vio razón para negarlo. Aún antes de la bendición, había sido tan cautelosa acerca de confiar que había tenido pocos amantes. —No soy tan generosa como para dar ningún “ya sabes qué” cuando no saco nada de ellos. No siento deseo de eso. —Mentirosa, mentirosa, mentirosa. —Quizá no en el pasado —dijo Regin dijo con un guiño exagerado—. Entonces, ¿cual es tu tipo? ¿O fue? ¿Lo recuerdas? ¿Cuál era su tipo? —Kaderin se ruborizó, negando su primer pensamiento. —Siempre tuve debilidad por los porqueros. Regin se rió, y cuando Kaderin se rió entre dientes ligeramente, exclamó: —¡Esto es rarísimo! Eras tan anormalmente impasible antes de que yo naciera. Nunca te he conocido de otra manera. —Regin le dio una mirada aprobadora y declaró—: Eres guay cuando no estás místicamente lobotomizada.

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Capítulo 16 Las monedas de Sebastian, su oro, toda la riqueza que tenía en el mundo, habían desaparecido. Alzó la cabeza, los colmillos afilados. Nikolai. Tenía que ser él. Lo que quedaba del mango de la pala cayó al suelo. Apretando los sangrientos puños, siguió la pista dentro de Blachmount, buscando cuarto por cuarto, apenas notando los cambios que había en todas partes. Sebastian lo encontró caminando a grandes pasos a través del vestíbulo principal, donde Sebastian y el resto de su familia habían muerto. Nikolai parecía atontado de verlo incluso antes de recibir el primer golpe aplastándole la cara. —¿Dónde está mi maldito oro? —bramó Sebastian, con otro golpe de castigo. —Lo recuperé. —Nikolai esquivó o tomó los golpes sin devolvérselos—. Lo he guardado en la caja fuerte. —¡No tenías ningún derecho! Lo hiciste de manera que me obligara a enfrentarme a ti. —Sí —dijo Nikolai simplemente. Sebastian lo golpeó otra vez, luego lo embistió empujando a Nikolai contra la pared, fijándolo allí con un antebrazo bajo la barbilla. Todo esto le recordaba demasiado a la noche en que se levantó, retornándolo al dolor con ello. —¿Quieres un enfrentamiento? ¿Igual que en el pasado? —Nikolai había rechazado luchar, igual que hacía ahora. Aquella noche, si Murdoch no hubiera obligado a sus manos a distanciarse de la garganta de Nikolai, Sebastian lo habría matado. Recordó aquel tiempo como en una neblina, se acordó de estar vivo, pero muerto, sin el latido del corazón o aliento, atrapado en el crepúsculo. Había estado tan débil, despertando con aquella sed frenética que solo podía ser apagada con sangre. Había sido maldecido, por que su hermano no había hecho caso a su desesperado deseo de morir con su familia. Perforó la pared al lado de la cara de Nikolai. —Me convertiste en una abominación. —Salvé tu vida —dijo Nikolai entre dientes.


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—Y entonces inmediatamente quisiste que me comprometiera con tu ejército. Una vida mortal de batallar después de la guerra no era suficiente, querías que Conrad y yo lucháramos en una guerra interminable. —Esto se merece la lucha. —Esta no es mi guerra. —¿Todavía me odias tan violentamente por mis acciones? —exigió Nikolai—. ¿Es por eso por lo que nunca has vuelto aquí? Sebastian lo liberó. —No te odio —dijo finalmente, sorprendido de encontrar esto cierto—. No me importas lo suficiente como para odiarte. Ya no. Trescientos años se han encargado de ello. — Retrocedió—. Solo quiero que no te metas en mi vida. —¿Quieres mis disculpas? Te las ofrezco. —No quiero tus disculpas, por que se que en la misma situación, lo harías otra vez… —la atención de Sebastian fue distraída cuando una hembra entró en la habitación. —¿Nikolai? —su mirada se fijó en la cara de Nikolai, entonces se dio la vuelta hacia Sebastian—. Al parecer, no te devolverá el golpe, pero yo si que lo haré. Reconociendo sus rasgos, Sebastian preguntó: —¿Valkiria? —¿Cómo sabes lo que soy? —ella se giró hacia Nikolai—. Su corazón late. Está sangrado. Nikolai siempre era distante y poseía un rígido autocontrol. Por eso, fue aun más inesperado cuando echó un vistazo a la valkiria y de vuelta a Sebastian y sus ojos se volvieron salvajes. Nikolai conectó el primer golpe antes de que Sebastian tuviera tiempo de ponerse en tensión. Nikolai bramó: —¿Es ella? ¿Ella hizo que latiera tu corazón? Sebastian le devolvió el golpe, conectando directamente con la mandíbula de Nikolai. —No —masculló entre dientes. Nikolai bajó los puños y se apoyó apartándose, inhalando profundamente. —¿Encontraste a tu Novia antes de venir aquí? Sebastian frunció el ceño, controlando su labio sangrante con la manga. —Lo… siento… pensé…. 107


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—Sólo dime dónde está mi oro. Nikolai se pasó los dedos por el pelo. —Así no es como me había imaginado que sería esta reunión, Sebastian. Lamento haberte golpeado. Pierdo la cabeza por ella. Pero lo entiendes, ahora que has sido sangrado. —No sabes ni la mitad de ello. —Sebastian, ella es Myst. —Hemos estado buscándote —dijo ella, con el mismo acento que Kaderin. Aunque su coloración era totalmente diferente, Myst tenía el pelo rojo y los ojos verdes, los rasgos eran similares—. He oído mucho sobre ti. Hizo un gesto rápido con la barbilla como saludo, luego se giró hacia Nikolai. —Mi… oro. —Muy bien. —Aunque Nikolai no mostrara ninguna expresión sobre la cara, Sebastian le conocía lo suficiente como para distinguir su amarga decepción—. Si me sigues. Mientras Nikolai lo conducía hacia la vieja oficina de su padre, Myst los seguía, mirando a Sebastian con cautela, como si se considerase una pequeña guarda para Nikolai. Si era la mitad de cruel que lo era Kaderin, sería magnífica en ello. La oficina en la que entraron los tres había sido renovada y había persianas colocadas en cada ventana. —No puedo creer que restauraras Blachmount —dijo Sebastian en tono disgustado. —Planeamos vivir aquí. Desde luego, seréis bienvenidos a estar aquí —dijo Nikolai, pero Sebastian frunció el ceño por esto—. Y puedes rastrear este cuarto específico en cualquier momento que necesites refugio rápido —añadió Nikolai—. Estás ventanas están con las contraventanas cerradas durante el día sin falta. Como si Sebastian quisiera alguna vez estar aquí voluntariamente. —¿Cómo encontraste mis cofres? —exigió. —Creí sentirte la otra noche paseando por la propiedad, entonces recorrí las tierras buscando algún indicio tuyo. No había sido optimista sobre haberte localizado otra vez, sobre todo no…. Recientemente —se aclaró la garganta y cruzó una mirada con Myst—. El descubrir la pala y la tierra recién cavada fue un gran alivio… —Me llevaré mi oro.

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Los labios de Nikolai se apretaron, pero cruzó hacia la pared de atrás para abrir una pequeña caja fuerte empotrada. Los ladrillos a su alrededor eran nuevos, como si hubieran reparado dónde alguien recientemente la hubiera arrancado de la pared. —¿Cómo supiste lo que soy? —preguntó Myst, llamando su atención—. La mayor parte confunde a las valkirias con ninfas —negó con la cabeza, luego murmuró—: Odio a esas pequeñas putas. —He visto a las de tu clase antes —dijo él. —¿Dónde? —preguntó Nikolai, sacando un estuche de la caja fuerte. —En los alrededores. —Los ojos de Sebastian se estrecharon cuando Nikolai lo puso sobre el escritorio. —Ya veo —dijo Nikolai—. He cambiado la mayor parte de tu oro por dinero en efectivo y lo he invertido. En esta cartera, encontrarás las carteras de inversión y la información sobre tus cuentas bancarias. Hay un ordenador portátil, un teléfono fijo, una tarjeta de identificación temporal estonia, aunque pronto tendrás que conseguir una fotografía y tarjetas de crédito. Estás establecido como lo estaría un humano. Sebastian hervía. Nikolai estaba haciendo lo que hacía mejor, lo cual era cualquier cosa infernal que quería. —No tenías ningún derecho. —Esperaba ayudarte. No podías haber tratado limpiamente con esta riqueza. Conrad y tú sois hombres ricos. —¿Sabes dónde está Conrad? —había perdido la pista a su hermano después de que habían dejado Blachmount como vampiros. Si Sebastian había salido rápidamente de su cabeza con hambre y confusión, lo de Conrad había sido mucho, mucho peor. La cara de Nikolai fue feroz. —No. Os he buscado a los dos. ¿Lo has visto recientemente? Después de una pequeña vacilación. Sebastian negó con la cabeza. No había visto a Conrad desde semanas después de su retorno. Aquel día del pasado, Conrad había hablado enigmáticamente de las cosas que había dejado de hacer como mortal, tareas que ahora podía como un inmortal. Al atardecer, había desaparecido y nunca había regresado. —¿Qué sabes de Murdoch? —preguntó, curioso de saber si estaba vivo o muerto. ¿Cuántos hermanos tenía realmente tenía? —Puedo llevarte con él ahora mismo. Está en la fortaleza del Forbearer. Sebastian le echó una mirada oscura. 109


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—Un lugar al que nunca iré, incluso aunque tuviera alguna inclinación por verlo. Myst caminó entre ellos para romper el tenso momento. —¿Por qué estás tan enfadado por el pasado? Parece que deberías agradecerle a Nikolai. Sin sus acciones, nunca tendrías a tu Novia. No la tengo ahora —Me pregunto si esto puede ser una bendición. —Tomó el estuche y se alejó. Al borde del Océano Atlántico, en una casita aislada en la playa, Kaderin yacía en su cama, mirando fijamente hacia el techo con tristeza. Necesitaba acción, pero le obligaban a esperar los pergaminos para ponerse al día. Sí, acción, o se dormiría. Normalmente, necesitaba tan sólo unas cuatro horas en un período de veinticuatro horas y podía funcionar durante días sin presión, pero quería estar al cien por cien tras el viaje a la Antártida. Estaba dolorida por el ascenso y descenso y pronto comenzaría a acumular heridas. Pero no podía dormirse. La camisa estaba demasiado apretada sobre sus pechos y la llevaba a la locura. Aborrecía dormir con algo sobre el torso, pero esta noche tenía que prepararse para la posibilidad de compañía. Y aun las finas colchas de esta residencia alquilada le parecían arpillera en comparación a sus sábanas Pratesi. Peor, el dormitorio era grande, resonante y oscuro. Demasiado oscuro. Aunque intrépida en la batalla, la valkiria a menudo tenía secretas debilidades. Lucia la Arquera tenia terror de fallar su objetivo; desde entonces había sido maldecida con sentir un indescriptible dolor siempre que lo hacía. Nïx temía predecir la muerte de una valkiria tanto, que a día de hoy, nunca lo hacía. Regin, que siempre era la primera en lanzar el grito de guerra en la lucha, tenía miedo de… los fantasmas. ¿Y Kaderin? Una vez estando sola, había sufrido lygofobia, miedo a los sitios oscuros o sombríos, aun cuando pudiera ver de cerca perfectamente en la oscuridad. Por el camino ella miraba el interruptor del cuarto de baño, al parecer tenía miedo una vez más. Ahora, otra debilidad después de la bendición, creciendo fea en su cabeza. Se levantó para encender la luz, después regresó. La siniestra valkiria con la lamparita… esa era ella. Esto era incómodamente tranquilo, tal y como había sido en su apartamento de Londres. Había crecido permaneciendo viva en el aquelarre de Val Hall, entre los

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chillidos tranquilizadores de sus hermanastras y los truenos que agitaban el señorío. Todas las noches, las valkirias cerraban las gimientes puertas de roble. Se giró hacia el lado enfadada, mirando airadamente a su regular compañera de cama, su espada. Estaba… sola. Aun no había desenvainado su soledad desde aquella mañana en el desgraciado castillo. ¿Por qué tan sólo no pensaba en él? ¿Permitirse a sí misma cavilar sobre el vampiro y hacer hechos con ello? Por ejemplo, podría reflexionar el por qué de que quisiera morir. ¿Había perdido a alguien amado? ¿Una mujer? Tenía sentido. Estaba en los treinta y probablemente había sido con la que se había casado. Si Kaderin hubiera perdido un marido, probablemente le atraería hacerse una ermitaña. Incluso podría pensar en morir si pensara que podría volver a reunirse con el que amaba. Pero si había estado casado, ¿por qué parecía tan extrañamente inseguro cuando la besaba al principio? Desde luego, había sido un rato para él, pero había habido algo indeciso en su conducta. Luego, rápidamente se había puesto las pilas. Se había encontrado pensando a veces en sus consumados besos, reviviéndolos toda la mañana. Peor, siempre que pensaba en los detalles de lo que había hecho con él, no solo sentía vergüenza. Recordaba montar su enorme eje y la humedad le llegaba como contestación entre las piernas. Los pechos aumentaban y le dolían. Las garras dobladas hasta que las apretó contra sí misma. Los cambios, estos cambios en su personalidad, no tenían explicación. Creía que un dios o algún poder la había bendecido con el entumecimiento. Un mero hechizo no habría durado tanto, y las valkirias no era muy susceptibles a los hechizos de todos modos. No, había sido bendecida con un tremendo poder. ¿Un poder que podría ser neutralizado por su atracción hacia un rumor… expresado por un vampiro? Su reprimida ferocidad tenía un modo de llamar a las sensaciones que antes había estado amortiguadas. Quizás era por esto por lo que la atraía tanto. Por como se parecían. ¿Pero por que tenía que recuperar el deseo ahora, cuando estaba centrada? Molesto no comenzar a describir este momento. Se giró sobre la espalda y pasó rozando las manos por dentro de la camiseta, pero sentía las palmas demasiado suaves contra sus pechos.

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Sus manos habían sido atractivamente callosas y como vacilantes al principio, como sus besos. Ásperas manos, deliciosos labios firmes, intensa mirada. Todo sobre él estaba hecho para decadentes sueños de sexo, pero Kaderin no había soñado, no desde la bendición. Pero fantaseaba, y fácilmente evocaba el recuerdo de su musculoso pecho. Ella mordiéndole el labio inferior. La verdad era que eran demasiado parecidos. Nunca había aceptado muchos amantes, incluso cuando había hecho un sondeo, por que le era difícil confiar y del puñado a los que había dado la bienvenida nunca había tenido a un inmortal. Ninguno había poseído ni la mitad de su fuerza. El vampiro era más fuerte que ella. Nunca dormiría con él. Si iba a venir, ¿dónde infiernos estaba? Durante horas, Sebastian examinó cuidadosamente todas las formas y el trabajo administrativo de la cartera, intentando distinguir si tenía riquezas. Pero su mente estaba completamente ocupada. Sabía que ella no podía ir tras otro premio hasta que se actualizaran los pergaminos, por lo que creía que no estaría en peligro. Pero al final, a la puesta del sol, cedió y la trazó. Se encontró de pie en un amplio dormitorio, en lo que parecía ser una residencia privada. El reloj decía que tan solo eran las cuatro de la mañana, lo que significaba que estaba al otro lado del mundo. Un cama asentada en el centro y trazó los pies para echar un vistazo hacia abajo. Su Novia dormía en el centro. ¿Alguna vez se acostumbraría a dar con ella directamente? Las ventajas de esto no podían ser calculadas. Sus auto felicitaciones se marchitaron cuando vio que dormía de manera irregular. Estaba colocada de frente, el torso desnudo a no ser por el pelo brillante cayendo en cascada hacia abajo. Una camiseta estaba cerca de su cabeza. Un brazo delgado extendido sobre la espada que descansaba a su lado. Un sentimiento de inquietud pasó sobre él. ¿Dormía con una espada como defensa contra la posibilidad de que se encontraran o la vida era siempre tan peligrosa como había sido hoy? Si era esto último, no sabía si podría volver a dejarla fuera de su vista otra vez.

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Sus ojos precipitándose detrás de los párpados y su puntiagudo oído inquieto como si buscara el sonido del peligro. ¿Estaba escuchando los pasos de aproximación de un enemigo? Sus respiraciones eran jadeos, del modo en el que los jóvenes animales respiran mientras duermen. Alrededor de la empuñadura de la espalda, los dedos doblados con seguridad, y verlo hizo que se le tensara el pecho. Podría protegerla tan solo si se lo permitiera. Sorprendentemente, parecía tranquila ante su presencia, entonces se quitó el cinto de la espada, la chaqueta y los puso sobre un banco cercano. Sin prisas la estudió, la apreció mirándola fijamente. Nunca había pensado en la espalda de una mujer como atractiva, pero la suya lo era. Quería estrechar sus delgados hombros y acercarla para besarla a lo largo de la delicada huella de su columna. La lisa piel, oro que lo llamaba. No podía ser tan suave como parecía. Murmuró algo en sueños y cambió de posición, girando la cabeza en otra dirección. Dobló la rodilla y la sábana se deslizó, exponiendo los pequeños pantalones rosados que llevaba. Fueron estirados hacia un lado y entre las sombras atrapó un vistazo robado de su femenina carne y gimió. Era rubia allí, también, perfecta y hermosa. ¿Nacida de dioses? Seguro que sí. Tenía que tocarla allí, besarla. Nunca había tomado a una mujer con la boca, aunque había fantaseado con ello bastante a menudo cuando era un hombre mortal. Apenas sofocó un estremecimiento de placer pensando en hacérselo. Con el eje duro como el hierro, alargó la mano hacia delante…

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Capítulo 17 No, Kaderin no soñaba, no desde la bendición, así que incluso durmiendo, estaba confundida acerca de por qué soñaba que el vampiro le separaba las piernas con el codo. Por supuesto, es un sueño. Uno malvado. Yo nunca dormiría con el vampiro presente. Permitió al vampiro del sueño seguir tocándola, seducida por sus alientos desiguales mientras rozaba con los dedos arriba del interior de sus muslos, con manos trémulas. En su sueño, estaban calientes, una cubriendo su trasero, la otra apartado a un lado sus flojos pantalones cortos de seda para descubrir su sexo. Él siseó en un aliento. ¿Podrían ser los sueños reales? ¡No podía recordarlo! No debería estar sintiéndole inclinarse, presionar su peso en la cama. ¿Para besarla? ¿Besarla precisamente en dónde? Su voz, un gemido roto, dijo: —Quiero mi boca en ti…. Sus ojos destellaron abiertos. Giró hacia un lado, golpeando con su mano libre la empuñadura de su espada, volteándola hacia arriba. Apuñaló a través de la colcha hasta descansarla bajo el mentón de él. Sosteniéndola en ese lugar, giró sobre su espalda y se levantó de la cama, luego jadeó. Estaba semidesnuda, respirando todavía con dificultad, aturdida por su despertar… y apenas delante de ella, la erección inmensa del vampiro forzando gruesa contra sus vaqueros. Tragó, levantando su mirada bruscamente, pero lamentando capturar su mirada. Sus ojos ardían con lujuria, aunque parecían huir cuando miraba en ellos. Pero cuando trató de mirar sus senos desnudos, se sacudió y lo pinchó. —Muy bien —concedió él, levantando las manos—. Quizás lo merezca por tocarte mientras dormías, pero quiero que sepas que al final, pensaba que habías despertado. —¿Cuánto llevas aquí? —preguntó en voz alta. —Casi diez minutos. Miró detrás de él y vio su espada colocada a través del banco, la chaqueta arrojada a su lado. No pudo evitar que su mandíbula cayera.


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—Imposible. —Novia, no dejas de decir eso sobre cosas que ya han ocurrido. ¡No podía pensar! Ningún vampiro la había tomado jamás desprevenida. Dormía ligeramente, había sido entrenada para ello después de años de batalla. ¿Y ahora se suponía que tenía que creer que había dormido, y soñado, mientras una sanguijuela la acariciaba? ¿Qué es lo que hace a este vampiro tan especial? ¿Por qué no puedo atravesarlo con la espada? Un diminuto golpe de la muñeca lo incapacitaría. Después un balanceo fácil para la cabeza. Pero no podía a causa de la competición. Si, correcto, sólo esta maldita competición me lo impide. Había una razón que explicaría completamente por qué no podía herirlo. Pero se negaba a contemplarla, no podía. Si lo hacía, la vida como la había conocido se acabaría… —No me quedaré aquí así mucho más tiempo, Katja —dijo él calladamente—. Pero te daré la espalda por si quisieras vestirte. El vampiro caballero. Sus palabras fueron constantes y bajas, pero presentía que mantenía apenas el control, como si estuviera considerando quitarle la espada de un golpe y cubrirla en la cama. ¿Qué haría ella si lo hiciese? Deseaba saberlo. La previsible Kaderin, la calmada Kaderin, era ahora volátil. La manera en que la estudiaba con tal patente apreciación la desconcertaba. En el viejo país, durante una tempestad, el mar creció violentamente coloreado, cortado con sombras, manando negro como el carbón. Ese era el color de sus ojos resplandeciendo en la oscuridad. Una tempestad sobre el agua. Un necio pensamiento surgió. Siempre me habían gustado las tempestades. Se sacudió interiormente. Cada segundo con el vampiro, quien era posiblemente el hombre más sexualmente atractivo que había encontrado jamás, jugaba con fuego. Y no solo con sus deseos, sino con sus propios nuevos sentimientos: el placer en el retumbar de su voz, el entusiasmo en sus miradas de anhelo, la satisfacción de que ya no estaba sola en el cuarto. Durante una eternidad, había mirado a todos a su alrededor actuar como esclavos de la emoción, comportándose irrazonablemente, irracionalmente. Ahora estaba entre ellos, y era una ignorante. A la deriva.

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—Me vestiré. —Bajó la espada y se puso de pie, tomando su camisa y moviéndose hasta cruzarle. Él debía haber vislumbrado sus senos, y no se molestó en suprimir un gemido. Mientras cruzaba hasta la bolsa, podía sentir su mirada en el trasero. Tan pronto como fue lo bastante vieja para dejar el Valhalla como una nueva inmortal, había notado que los hombres encontraban su trasero excitante. Ahora, caminaba despacio, exagerando el vaivén de sus caderas. Él la había calentado. Volviéndola una ramera. Gimió una maldición en estonio, y ella supo inmediatamente que no estaba enterado de que entendía el idioma. Por alguna razón, creía que nunca hablaría así a su alrededor. —Katja —dijo detrás de ella—, ¿qué se necesitaría para traerte de vuelta a la cama conmigo? ¡Katja! Sobre el hombro, dijo: —Ese no es mi nombre, y nada de lo que tienes. —Cambiar arbitrariamente un nombre que había sido respetado y reverenciado durante veinte siglos… ¡que descaro! Para castigarlo, cuando colocó su espada sobre la bolsa se agachó estirando las piernas y rebuscó una camiseta para debajo de la camisa. Cuando se levantó y se asomó sobre el hombro, él restregaba la mano sobre su boca, pareciendo aturdido. Lo cual era gratificante. Aunque, otra vez, parecía como si estuviera a punto de tirarla sobre su hombro y llevarla a su guarida. ¿Cómo sería ser tomada por un hombre como Sebastian? La idea de estar verdaderamente a la merced de un hombre dominante con solo una cosa en su mente era... excitante. Aun cuando nunca sucediera. Dándole la espalda, se vistió. —Necesitas entender que nunca dormiré con alguien como tu. —Giró a tiempo para ver sus ojos oscurecerse. —¿Alguien como yo? —hervía de tensión. ¿Habían golpeado sus palabras una grieta desconocida en su blindaje? —Mato vampiros, no los follo. —¿Dormirías conmigo si no fuera un vampiro? —esta pregunta, este tema, si ella podría quererlo, era verdaderamente importante para el vampiro. Inclinó la cabeza, exagerando la mirada sobre él. Parecía que había dejado de respirar. ¿Cómo responder? ¿Admitiendo en voz alta el deseo vergonzoso por un vampiro, o posiblemente aplastando su ego? ¿Por qué le preocuparía esto último? 116


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Porque no he nacido como una persona cruel. —¿Encuentras algo atractivo en mí? —preguntó él arrogantemente, pero su voz era ronca, y llena de incertidumbre. En un instante, supo que alguna mujer lo había tenido y le había hecho daño. Y acaba de revelarle una debilidad a ella. Él dio un paso vacilante hacia adelante. Había hecho eso también en el castillo y en el templo, refrenándose cuando obviamente quería estar más cerca. El vampiro tenía un físico notable, aún cuando no parecía admitirlo. Esas otras dos veces, había parecido posicionarse inconscientemente de maneras que fueran menos amenazadoras para ella, forzándose a parecer reservado. Cuando estaba calmado, mantenía el cuerpo muy quieto. Ningún gesto con sus largos, musculosos brazos o pasos a grandes zancadas. Sólo calma. Cuando no estaba calmado —como cuando fue atacado por el hombre lobo— se movía con una velocidad inconmensurable y agresiva. Probablemente había intimidado a muchas mujeres en su tiempo. Los hombres no medían metro ochenta ni estaban tan generosamente construidos en aquellos tiempos. No necesitaba molestarse en intentar no parecer amenazantes. El placer que ella acumulaba al mirar ávidamente su gran cuerpo era probablemente la razón de que todavía estuviera allí, y no sangrando. —¿Qué importa si encuentro algo atractivo en ti? —preguntó finalmente—. Crees que soy demasiado pequeña. —No —dijo rápidamente, luego exhaló—. Solo he oído cuentos de que las valkirias eran grandes guerreras, semejantes a las amazonas. —Naturalmente, ésos serían cuentos. Si eres el único superviviente de un ejército atacado por nosotras, ¿vas a decir que pequeñas y núbiles hembras golpearon tu trasero o que lo hicieron monstruos que pueden levantar Buicks? Supo que su discurso había sido rápido y salpicado de argot, pero después de un momento, él siguió el quid de lo que ella había dicho y sonrió abiertamente. Dioses, no necesitaba que le recordaran esa amplia sonrisa, la que había lucido mientras todavía empujaba suavemente encima de ella, después de que acabara de hacerle tener el primer orgasmo en diez siglos. —Eso tiene sentido. —Se volvió grave, y dijo calladamente—: Debes saber que te encuentro perfectamente formada. —Apartó la mirada—. Eres la cosa más hermosa que he contemplado jamás. Eso es lo que quería decirte en el templo de Riora.

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El corazón se le aceleró tan rápidamente, que estuvo segura que lo advertiría. Se volvió hacia ella. —Pero no has contestado mi pregunta. —Es duro ver más allá del vampirismo —dijo honestamente. —Ruego a Dios por no ser uno. Ella se dio golpecitos en la mejilla. —Hmmm. Si no querías ser un vampiro, quizás no deberías haber bebido sangre de un vampiro cuando estabas al borde de la muerte. En tono inescrutable, contestó: —El cambio fue hecho en contra de mi voluntad. Estaba herido y demasiado débil para luchar lo suficientemente fuerte. ¿Había luchado contra eso? —¿Quien lo hizo? —Mis... hermanos. Esto es interesante. —¿Todavía están vivos? —Sé que dos todavía lo están. Uno está perdido. —Apretó la mandíbula, pareciendo contener su genio—. Yo… yo no quiero hablar de esto. Ella se encogió de hombros como si no le importara, aunque tenía curiosidad, luego caminó hasta la espada de él, desenvainándola. Una espada de batalla. La empuñadura de madera tenía escalas talladas y era larga, para que pudiera esgrimirla con ambas manos. La hoja de un filo era ancha e inflexible. Habría cortado a través de una cota de malla, o a un hombre por la mitad, de un solo golpe. —¿Trajiste esto aquí? —lo encaró—. ¿Pensabas dominarme? —Pensaba protegerte, si la necesidad surgía. Estaba impresionada con su peso, con el obvio cuidado con que la había tratado. —Es agradable, supongo. Para un principiante. —¿Principiante? Teñí esa espada de rojo durante años… hasta la noche en que morí. Era un estonio viviendo en Rusia, tenía escrito “noble” por todas partes, y había dicho que había estado en ese castillo durante siglos. Lo cual significaba que tenía que haber luchado en la Gran Guerra Septentrional entre Rusia y los países nórdicos

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colindantes. Eso había sido espantoso. El hambre y la peste habían diezmado a la población, aunque sospechaba que el hombre delante había muerto en la batalla. —Sabes bastante acerca de espadas para ver que es excelente —dijo él. Ella la enfundó y la bajó. —La prefiero ligera y rápida, pero con tu corpulento físico, tu estilo de lucha tendría que depender de la fuerza bruta. —¿Corpulento? No es una mala cosa tener poder detrás de una espada —dijo en tono defensivo. —No, pero el poder nunca puede vencer a la velocidad. —No estoy de acuerdo. —He vivido durante muchos años —dijo ella—. Mi existencia es un testimonio de la velocidad. —Entonces no has encarado a una bestia gigantesca digna. Suprimió una sonrisa y dijo: —Vampiro tonto, te daría una zurra si lucháramos. Y no te ofendas, ¿pero no moriste por la espada? —Lo hice. Pero dices luchar por la espada. No te ofendas, pero no podrías balancear un golpe mortal contra uno de tus más viejos enemigos. —Quizás había escogido no matarte, pero en este momento, la idea de mutilarte durante unos cuantos días suena muy apetecible. Quizá te arranque un órgano, hacerte regenerarlo. Ese que nunca envejece. —En realidad ya lo había hecho. Se lo había hecho repetidamente a una sanguijuela, incluso después de que se hubiera cansado de hacerlo. —¿Cómo esperas que crea eso, Katja? Pienso que no deseas herirme en absoluto. No creo que puedas. Se acercó tranquilamente hasta él. —Vampiro. —Su mano se disparó a la entrepierna de sus pantalones y lo agarró firmemente, sus garras cortando detrás de los vaqueros. Sus ojos se ensancharon, y arrastró los pies a una postura más ancha que evitaría que su cuerpo cayera—. Te podría castrar con un golpecito de mis garras —tiró hacia abajo, haciéndole gemir de placer y dolor— y ronronearía mientras lo hiciera.

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Capítulo 18 Repentinamente sintió la suave yema de su dedo índice dentro de los vaqueros. Ante el choque de su fría piel contra la de él, se sacudió, pero lo mantuvo en su lugar asiéndolo firmemente. Lo agarró, y lo acarició con el índice. Él se encontró colocándole las manos en los hombros, subiéndolas hasta su cuello y volviéndolas a bajar. Aún mientras saboreaba el primer contacto real en siglos, pensaba, ¿había cortado sus vaqueros con tanta facilidad? Si, apenas con un golpecito. Pero seguramente no lo cortaría a él. —Debes irte, vampiro. O haré que esa voz grave tuya se oiga considerablemente más aguda. —Entonces, hazlo. —Aún no se había recobrado de ver sus pechos por primera vez. O de verla inclinada. Cristo todopoderoso, le había costado cada onza de su control no tomarla por las caderas y caer sobre ella. ¿Y ahora esto?—. Hazlo o acostúmbrate a tenerme a tu alrededor. —¿Qué te hace pensar que puedes decidir sobre una u otra? Podría ofrecerte una nueva variable. —La pequeña bruja continuaba acariciándolo con el dedo índice, enviando olas de placer a través de su cuerpo. Se le quedó la mente en blanco, justo como ella quería. Cuando retiró la mano por completo, sacudió la cabeza con fuerza. —Estamos en un atolladero. No me iré, y no deseas que me quede. Así que, tengo una proposición. Ella bostezó. —Cautívame. —¿Crees que soy un principiante con la espada? Entonces tengamos una contienda para ver quién es el mejor espadachín. El primero en conseguir tres puntos de contacto superficial gana. Si gano, quiero de aquí al amanecer para hacerte preguntas… y que las contestes honestamente. —Va contra la ley contarle a alguien de tu especie acerca del Lore. —No das la impresión de ser alguien muy respetuosa con las leyes.


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—Lo soy. Cuando soy yo la que hace las leyes. Eso le interesó. Exactamente, ¿cuánto poder tenía? ¿La temían todas las criaturas de este mundo? —¿Y cuando gane? —preguntó ella. —Te dejaré para que tengas dulces sueños con tu espada por esta noche. —Me vienen a la mente las palabras dulce y bebé… pero tienes un trato. —Le tiró la espada, luego recogió la propia, aflojando la muñeca para hacerla girar silenciosamente en el aire—. Cuando gane, te irás inmediatamente. Él también sacó la suya. —Dudo… Lo atacó, golpeándolo con una velocidad cegadora. Apenas logró levantar la espada a tiempo. Ella le lanzó otra estocada, y el metal resonó cuando hizo lo indecible para bloquearla sin lastimarla. Su espada no era la mejor para un combate mano a mano. No tenía jarrete para protegerle los dedos. Si se equivocaba, ella perdería los dedos. Tenía un buen bloqueo y contraataque para su estocada, pero si giraba en la dirección equivocada… no podía arriesgarse. Ella le presionó la espada contra el pecho. —Punto —dijo con la voz teñida de satisfacción. Casi se le curvan los labios. Reanudaron la contienda. Era sorprendentemente buena. Sus ojos no revelaban nada. No anunciaban sus jugadas, no le daba ninguna pista de sus debilidades. Nunca se hubiera imaginado que una mujer pudiera obligarlo a esforzarse de esa manera. Y se encontró disfrutándolo como la mierda, enorgulleciéndose de la habilidad que tenía. —Debes haber entrenado por años. —No tienes ni idea —dijo él arrastrando las palabras. Súbitamente, ya no estaba enfrente de él. Pero su espada sí. En lo que dura un parpadeo, su espada se había escurrido detrás de él y plantado sobre la piel de la base de la espina dorsal. Dulce Jesús… se movía más rápido que la gravedad. Desde detrás de él susurró: —A eso se le llama velocidad, vampiro. ¿Comienzas a considerarlo interesante?

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La sangre goteó. Apretó los dientes. —¿Un golpe por la espalda, Kaderin? —se sentía desilusionado. Había pensado que tenían cosas en común. Aún antes de que hubiera sido armado caballero, vivir por la espada siempre había significado más para él que el mero luchar con una espada—. No es muy honorable por tu parte. Cuando lo enfrentó una vez más, se dio cuenta que ya no podía tratar el asunto con nada menos que una seriedad mortal. Tenía que ganarse su respeto y estaba empezando a darse cuenta que ella no apreciaría las cualidades que siempre había pensado que las mujeres valoraban. La cortesía, por ejemplo, no le había ganado nada ni en la asamblea ni en el fin del mundo. —El honor te mata —le dijo. Giraron enfrentados, los pies de ella no hacían sonido en el suelo embaldosado. Los pantaloncitos de seda continuaban agitándose, ofreciéndole tentadores vislumbres—. En el Lore, he visto que el honor y la supervivencia se excluyen mutuamente. —Estás hastiada. Demasiado para alguien tan joven. Eso pareció hacerle gracia. —¿Y tú piensas que soy joven? Tenía siglos de edad, y antes de conocerla, con frecuencia se había sentido un anciano. Su energía juvenil y su aspecto lo hacían dudar de que tuviera más de veinticinco. O de que los hubiera tenido antes de volverse inmortal. —Se que has competido al menos en un Hie antes, así que debes tener más de doscientos cincuenta años. Pero dudo que tengas muchos más. —¿Y qué pasa si te digo que en realidad soy muy vieja? —le preguntó—. ¿Disminuiría tu atracción el saber que las estrellas se ven diferentes ahora de lo que lo hacían cuando era una niña? Su voz era arrulladora, y se dio cuenta que aflojaba la guardia y se quedaba meditando sus palabras… Lanzó otra estocada, volando para llegar a su espalda. Apenas pudo girar a tiempo con la espada. —No soy contrincante para tu velocidad, a menos que me trace —comenzó a decir—, lo que siempre me ha parecido una cobardía. Pero ya que tú no tienes problemas en usar tales tácticas… —en un instante se desvaneció para ubicarse tras ella y la golpeó violentamente en el trasero con el ancho de la espada—. Punto. Y creo que también te acabo de dar una nalgada.

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No era bueno provocarla. Sus hombros se pusieron rígidos y en ese mismo instante, un extraño relámpago encendió el cielo en el exterior matando las sombras de la habitación. La misma electricidad que sintió cuando la había besado, chasqueó en la habitación. El trueno hizo temblar las puertas de vidrio. Las valkirias provocaban relámpagos cuando sentían emociones intensas. —Trazarse. —Giró lentamente—. Gracias por recordarme lo que eres. Fue como si hubiera roto una compuerta. La espada cortó el aire como si fuera una entidad separada, reflejando la luz de los rayos de afuera. Sostenía la empuñadura tan suelta, tan confiadamente, que se vio cautivado por sus movimientos… cosa que lo perjudicaba. A pesar de su habilidad y técnica podía ser derrotada por la fuerza debidamente enfocada, y finalmente empezó a usarla contra ella. Si conectaba limpiamente con su espada, entonces empujaba con toda el poder del cuerpo, haciendo que el arma temblara y oscilara en su mano, sacudiéndola con cada golpe brutal. Hizo una finta, agarrándola con la guardia baja, justo el tiempo suficiente para propinarle un golpe particularmente demoledor contra la espada. Pensó que saldría volando, dando por terminado el asunto, pero asombrosamente, de alguna forma la sostuvo. Su cuerpo vaciló como si hubiera recibido el golpe ella misma. Cayó sobre una rodilla. El relámpago estalló en el exterior. El pecho pareció oprimírsele. —Maldición, no se suponía que pudieras aguantar eso. —Una vida entera tratando de evitar lastimar mujeres, y ¿ahora la atacaba como si ella fuera un hombre? —No tengo planeado perder. —Levantó la vista hacia él a través de los rizos desgreñados. Sus ojos eran como la plata—. Y en definitiva, no podría ganar sin ella, ¿verdad? Pero la vacilación le dio el tiempo suficiente para trazarse hasta ella. Se forzó a sí mismo a tomar la ventaja obtenida. Le golpeó el hombro con la espada. —Punto. Respiraba con dificultad. —Esto aún no ha terminado. —No tenía intención de lastimarte. —Solo duele un momento. —Su indiferencia desapareció cuando se abalanzó, cargando una vez más. Sus espadas chocaron una y otra vez, imitando los rayos de afuera. Sus ojos comenzaron a brillar en los escasos intervalos de oscuridad.

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Luego retrocedió, bajando la espada. Frunció las cejas como si estuviera sufriendo, estaba resollando. Los rayos caían más rápidamente. Con un tono de voz suplicante, gritó: —Ah, por todos los dioses, Bastian, ¿Quieres que te ruegue por ello? Asombrado, retiró el extremo de la espada. ¿Había malentendido las señales? ¿Iba a aceptarlo? Sus misteriosos ojos lo llamaban aún con los rayos estallando ominosamente. Pensando ya en que parte de su cuerpo iba a saborear primero, se abalanzó sobre ella… Su espada se le plantó justo encima del corazón, y sus ojos se oscurecieron y se pusieron fríos en un instante. —Punto. —Lo pinchó con la punta y la giró, rasgándole la piel con un gesto despectivo—. Gané, sanguijuela. Ante la vista de la sangre escurriéndose por el centro de su espada, imaginó a todos los otros que habían sangrado por su espada, todos los otros que habían caído por su belleza y sus malas artes. ¿Cuántos habrían pensado que estaban a punto de tenerla justo un momento antes de que sus vidas terminaran? Una súbita violencia, mezcla de lujuria frustrada y una furia como nunca antes había experimentado lo abrumaron. Gruñó con furia, tirando la espada a un lado mientras iba tras ella. La atrajo de un tirón, capturándole los brazos contra el cuerpo con los suyos. Ella jadeó, pero cuando le presionó los labios contra el cuello en un beso de boca abierta, no luchó inmediatamente, pareciendo esperar su próximo movimiento. Bien. Deseaba que se rindiera ante él… de todas las formas posibles, no solo en esta contienda. Estaba lo suficientemente cerca como para que sintiera su polla presionándose contra ella, y deseaba que la sintiera. Deseaba sujetarla bajo su cuerpo en una cama, subyugada por él. Ante esa idea empujo incontrolablemente contra el suave trasero. La sintió tomar un aliento forzado y pareció flexionar el cuerpo contra él. Animado, le acarició los pezones con los nudillos. Se estremeció. Fuera la tormenta azotaba, pareciendo que lo aguijoneaba. Subió las manos acariciándole desde el estómago chato, deslizándolas por debajo de la camisa y la camiseta, levantándolas por encima de sus pechos. Volvió a respirar con fuerza, pero no lo detuvo. Sintió que tenía curiosidad acerca de lo que podría hacerle. Y él también. Suavemente ahuecó sus pechos llenos con las palmas de las manos, gimiendo de placer. Cuando le pasó los pulgares por la punta, se le aceleró la respiración. Tenía pezones exquisitos, pequeños y de un color rosa profundo, que rogaban ser succionados. Los hizo rodar y los apretó entre los dedos una y otra vez, hasta que estuvieron tan duros que se imaginó que debían dolerle. Vio que se le aflojaban los 124


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dedos y la espada cayó al suelo con estruendo. Ese fue su permiso. Le besó el cuello, empujando suavemente contra ella. Deseaba provocarle lo que su toque le había provocado a él… despojándole de todo hasta que ya no hubo más pensamientos, solo la necesidad de poseerla. Deseaba hacerla temblar aún más, arrancar gemidos de sus labios. Cuando levantó las manos y las llevó hacia atrás para deslizarle los dedos entre el cabello, cerró los ojos de felicidad, gimiendo, besando y acariciando. Ella se congeló justo en el instante que un golpe de éxtasis se disparaba dentro de él mucho más intenso que antes… como si el fuego recorriera todas las venas de su cuerpo. Su sangre le había tocado la lengua. —¿Bastian? ¿Acaso… me mordiste? No podía negarlo. Mientras la apretaba, temblaba, y los ojos le giraban en las órbitas. Accidentalmente en su frenesí, le había arañado el cuello, tomando una pequeña gota. Le apartó las manos, tirando de la ropa para ponerla en su lugar y luchó para liberarse. Finalmente se las arregló para decir: —No tuve la intención de hacerlo. No lo planee… Cuando la soltó, se volvió, adoptando la expresión que había esperado no volver a verle otra vez. Ver esa mirada de desencanto en los ojos plateados era peor de lo que hubiera podido imaginar. Su dolor fue prontamente superado por la furia. —¡No tenías ningún derecho! —las puertas del balcón se abrieron de golpe y el rocío del océano y la lluvia entraron a raudales en la habitación. Con el viento tirándole del largo cabello, gritó: —¡Me has robado algo más que la sangre! Se agachó, y tomó la espada, luego cargó contra él, atacándolo con la espada. Sacó la suya para bloquearla. Hizo una finta con una estocada directa, luego giró para balancearla con la mano vuelta hacia su torso, poniendo toda su fuerza en el golpe. Él la esquivó en el último segundo, o lo hubiera atravesado. —Lo siento —dijo con la voz ronca, y la dejó.

De regreso en su castillo, se hundió en la cama, y se quedó mirando el techo. Había tomado su sangre, la más pequeña de las gotas, y el sabor de ella le había dado un placer tan profundo que sabía que lo había cambiado para siempre. 125


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Prefería no conocer exactamente lo que nunca volvería a tener. Kaderin tenía razón… era más que simplemente sangre. ¿Pero por qué pensaba eso? ¿Qué más le había robado? Había sido un accidente, pero ¿cuántas veces más podría usar eso como excusa? De todas formas, con intención o sin ella, raramente se podía borrar una ofensa. Eso lo sabía. La había tomado directamente de la carne. Un verdadero vampiro. Recordó lo que Murdoch le había dicho: —Hay peligrosos efectos secundarios al beber de la fuente. Podrías volverte malvado. —¿Y entonces podría estar en peligro de perder mi alma? —se había burlado Sebastian. Si hubiera seguido ese camino para sí mismo, ya no podría abstenerse… Mientras analizaba esa noche, pasaron las horas. Recordó cada palabra, cada mirada, luchando para entender lo que había pasado. Cuando finalmente cayó en un sueño ligero, Sebastian soñó con una tierra extranjera, inundada de lluvia. El sol brillaba a través del diluvio, esa luz intensamente brillante que se encontraba en las tierras del norte. Kaderin estaba allí, parpadeando bajo la lluvia. Lo vio todo a través de sus ojos, y supo que había sucedido mucho tiempo atrás. Ella y otras de su especie estaban tratando de dormir en la tierra desnuda de una colina. Solo en una pendiente, el lodo y el agua correrían hacia abajo y no las empaparían más de lo necesario. Usaban armaduras, petos de oro batido. Si dormía yaciendo sobre la espalda, la armadura abollada de Kaderin se le hundía en las costillas y si dormía de costado, en la parte inferior de los pechos. Las hormigas andaban lentamente debajo del metal, picándola inexorablemente, y la arena atrapada dentro, le raspaba la piel como una lija. Trataba de ignorar la incomodidad… Su cuadrilla no había dormido en siete días, y necesitaban al sol como centinela contra los vampiros con los que peleaban cada noche. Cuando cambió de posición poniéndose de costado, el barro la succionó, dificultándole el movimiento. —Juro solemnemente ante los dioses —dijo Kaderin en un lenguaje extraño, tirando de la armadura—, que si salimos con vida de esto, nunca más dormiré tan ceñida. No debería entender el lenguaje, que sonaba como una mezcla de escandinavo antiguo con inglés antiguo, pero lo hacía. 126


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—Ahórrate tus juramentos, Kader-ie —dijo una joven mujer sonriente que estaba a su lado y que se parecía a Kaderin—. Todas sabemos que no saldremos con vida de esta. — A su alrededor se oyeron muchas risas. Kaderin también se rió… porque era probable que fuera cierto. ¿Y qué más podía hacer uno con el conocimiento de que su muerte era inminente? El sueño cambió a la batalla real que habían estado esperando. Sebastian había estado en numerosas batallas, pero nunca había visto algo tan espantoso como esto. En una noche que brillaba con los relámpagos, el metal sonaba contra el metal. Los gritos y los truenos eran ensordecedores. Alrededor de Kaderin, había vampiros acuchillados y valkirias decapitadas que por la edad que aparentaban parecían niñas. Kaderin luchaba con tres a la vez y no podía librarse de ellos, cuando justo a su lado, un vampiro levantó el pequeño cuerpo de una valkiria y lo bajó con fuerza sobre su rodilla, quebrándole la espalda. Kaderin estaba lo suficientemente cerca para oír los huesos quebrándose pero no pudo ir en su ayuda. Por el rabillo del ojo, vio la cabeza del vampiro descender sobre el cuello de la niña, luego torcerlo como una bestia para arrancarle la parte delantera de la garganta. Justo cuando la espada de Kaderin cortaba a uno de sus oponentes, el vampiro arrodillado levantó la cabeza para sonreírle a Kaderin con carne aún en la boca y sangre derramándose de sus labios… Sebastian se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor confundido, de no encontrarse en ese campo de batalla. El sueño había sido muy real. Había oído el corazón de ella tronándole en los oídos, y experimentado su furia tan claramente como había sentido la sangre caliente de la yugular seccionada del vampiro rociarla. Se le había metido en los ojos nublándole la vista. ¿Cómo podía soñar estas cosas con tanta claridad? ¿Y si eso realmente le había ocurrido? Recordó el comentario que le había hecho más temprano, esa misma noche: —¡Me has robado más que la sangre! A esto debía referirse. Los sueños eran reales. No entendía como podía ser posible, pero había experimentado… sus recuerdos. Su falta de humanidad, y su “historia” con los vampiros, la cual había mencionado Riora, acababa de aclararse. Porque de alguna forma podía verlo. Se pasó los dedos por el cabello. La armadura y las armas de esa batalla eran antigüedades. —¿Y qué pasa si te digo que en realidad soy muy vieja? —le había preguntado. Debía tener bastante más de mil años. Y Sebastian temía que su vida hubiera sido una serie de batallas como la del sueño. 127


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¿Por qué le daría una oportunidad si creía que podía convertirse en uno de esos demonios? Después de haber probado su sangre, ¿se convertiría en uno?

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Capítulo 19 El vampiro se mantuvo alejado durante dos días, a partir de entonces volvía cada noche. Durante la pasada semana, rastreaba a Kaderin, ayudándola en no importaba que tarea se hubiera comprometido o tomando asiento en cualquier habitación del hotel donde se hubiera quedado durante la noche. Si salía al sol o viajaba en avión, desaparecía pasando el día quien sabe dónde o como. Aunque despotricaba de él, la ignoraba. Nada podía impedirle volver una y otra vez y no había nada que pudiese hacer sobre ello. Pero tenía que admitir que estaba menos estresada cuando estaba a su alrededor. Tenía a un corpulento guerrero siguiéndola y vigilándola secretamente cada noche, asegurándose que nada la atacara. En su primer conflicto con varios combatientes, había desenvainado la espada y estratégicamente la había colocado contra la pared. En el segundo conflicto, inconscientemente la había apoyado y él se dio prisa en indicar como luchaban el uno al lado del otro. Sanguijuela arrogante. Siempre que estaba cerca, lo estudiaba, intentando revelar algún indicio de que la considerara de manera diferente después de haber probado su sangre. Kaderin sabía lo que pasaba cuando un vampiro bebía directamente de la carne. La sangre posiblemente podría darle sus recuerdos a Sebastian. Esto podría hacerlo atacar a los otros para tener más. La breve simpatía que había sentido la noche que se había enterado de que se había visto forzado a convertirse en un vampiro se había evaporado cuando había tomado su sangre. ¿Había pensado que había sido por casualidad? Sí, pero no cambiaba el hecho de que había pasado. ¿Creía que en parte era responsable? Sí, le había permitido besarle el cuello y se castigaría por ello diariamente. Pero esto no significaba que continuara estando a su alrededor cuando su mera presencia la hacía ser irreflexiva, estar agitada, incluso ocasionalmente…indecente. Hasta ahora su juego no la había afectado demasiado. Cada uno de ellos había ganado cuarenta puntos, bastante fácilmente, pero hasta entonces no habían encontrado a Bowen, quien podría no ver con buenos ojos su creciente cuenta. De hecho, había tenido noticias de Regin de que el lykae había sacado a la mayor parte de los competidores que habían ido contra él. En una simple tarea, dos de los


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demonios, la bruja joven y los elfos cazadores habían ido desapareciendo, rumoreándose que habían sido de algún modo encarcelados. Bowen no había sido descalificado, por lo que no podían estar muertos, pero la competición estaba perdida para ellos. Kaderin también había oído que Mariketa había logrado echarle rápidamente una maldición a Bowen, una de las peores para un inmortal. Si era verdad, entonces Bowen estaría regenerando sus heridas. Kaderin sabía que se enfrentaría a Bowen bastante pronto, y cuando lo hiciera, golpearía primero. Por ahora, tenía que concentrarse. Tan solo no podía acostumbrarse a que la cuidara Sebastian, no podía acostumbrarse a que la cuidara mientras dormía. Una noche se había despertado, parpadeando hacia él. —¿Por qué sigues volviendo tan solo para sentarte mi lado en la cama? Pareciendo sorprendido por la pregunta, le contestó con una voz grave: —Esto es… una satisfacción para mí. Lo encuentro muy profundo. Antes de girarse hacia el otro lado, había estudiado su cara, intentando entenderlo, pero tan solo la convenció de que no lo haría nunca. Entonces, la pasada noche, tuvo otra pesadilla. Parecía que la estaban acosando, como compensación por su eternidad de noches sin sueños. Definitivamente no podía acostumbrarse a estar envuelta en sus calientes y fuertes brazos para calmarla, acariciándole la espalda, retumbando contra su pelo. —Shh, Katja. Aunque Kaderin aun no lo sabía, Sebastian básicamente se había instalado en su residencia de Londres, ya que ella nunca iba allí, prefiriendo dormir en su avión o en hoteles. Ducharse en su apartamento era lo más conveniente y tenía otras ventajas sobre el agua de nieve no derretida. Sebastian disfrutaba durmiendo en su cama, imaginándola allí con él. No lejos, abajo en la calle, había una librería y un carnicero y ambos estaban abiertos de noche. Por no mencionar que el apartamento tenía una nevera, lo cual era la conveniencia en sí mismo y mandos a distancia. Cosas hermosas. Realmente disfrutaba de este nuevo tiempo en el que ahora se había sumergido. Incluso el Lore en general crecía sobre él, porque este era su mundo. Cada atardecer, la localizaba. Un par de noches, la había encontrado dormida con su espada. Como en alguna ocasión, dormía de manera irregular, como con dolor. Otras noches, la atrapaba acercándose a algún premio. Si se metía en problemas, bajaría en picado manteniéndose a un paso por delante de ella, entonces volvería y lo tomaría para

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sí mismo, simplemente entonces el otro no podría tenerlo. Sería paciente. Esta unión, como se suponía, era para toda la eternidad, dedujo que su noviazgo sería largo. No era un hombre paciente, pero podría hacer lo que fuera necesario para conseguir lo que quería. Preguntándose con qué se encontraría esta noche, la localizó, llegando hasta otra habitación de hotel. Pero no estaba en la cama, tampoco la oyó en la ducha. Las puertas del balcón estaban abiertas, dejando pasar un valle iluminado por una media luna. Las cruzó y la encontró inconsciente. Yacía sobre su frente, un brazo estirado hacia la espada, que estaba cubierta de barro y sangre. La levantó con cautela, pero gimió por el dolor. Él comprendió con una oleada de furia que acababa de ponerlo dentro. Maldita sea, ¿qué tenía este premio? ¿Por qué seguía arriesgándose por ello? Le había pedido repetidamente, seguro al expresar su opinión sobre la llave. —¿Por qué lo quieres de tan mala manera? —había preguntado—. La llave no hará lo que supones. ¿Entonces es solamente ganar la competición? ¿Por ego o para la posteridad? —¿Posteridad? —había contestado con una arqueada ceja—. ¿Piensas en el sentido de la progenie o la notoriedad después de la muerte? Por que ninguna de las dos cosas está próxima. Ahora se estremeció, deseando poder quitarle su dolor. Cuando mojó la manopla y la limpió, ella gimió otra vez. Oscuras contusiones, abigarradas, estropeaban su piel por todas partes. Apretó los dientes con cólera, la vistió con su camisa y la colocó sobre la cama, sentándose a su lado en una silla de la habitación. Se encontró sintiéndose como si ya estuvieran casados. No sabía si era un síntoma de la sangre, pero se encontraba pensando en ella como en una esposa, una que lo despreciaba, no compartía su cama y lo que era peor, no le permitía protegerla. Y él continuaba soñando con ella cada noche, extraños, vividos sueños. En muchos sueños, Kaderin hablaba en una vieja lengua que no conocía, pero que entendía. Oía sus pensamientos, sentía sus miedos. Una vez había soñado que ella estaba en un campo de batalla, distraídamente marcando las cabezas de los vampiros que había matado, tallando una X con una espada como buscando su próxima lucha. Ahora sabía que los marcaba para volver tras sus colmillos más tarde. En otros de sus recuerdos recogía información sobre la Horda, es más instintivamente sabía que nunca se uniría a su número. Desde que había tomado la sangre de Kaderin de su cuerpo, nunca había experimentado el imperceptible impulso de beber de otro. Había estado alrededor de la gente desde entonces y nunca había pensado en ello. Cerca del alba, cuando vio que ella dormía profundamente, finalmente se durmió. Rápidamente se sumergió en una escena de su pasado. Podía distinguir por la ropa de Kaderin que estaba a principios del siglo diecinueve. 131


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Iba rápidamente tras una hembra de pelo negro llamada Furie, su mitad valkiria, mitad reina furia. Furie estaba de camino para ir a combatir contra el rey de las Hordas, por que una valkiria llamada Nïx le había dicho que este era su destino. —Nïx me ha dicho que tienes la intención de luchar contra Demestriu —le dijo Kaderin desde detrás—. Pero todo lo que sabe es que no regresarás. Quiero ir contigo y asegurarme que lo haces. Furie se giró. En general, se parecía al tipo delicado de Kaderin constituida con los rasgos tipo fey, pero Furie tenía los colmillos más prominentes y garras. Sus ojos eran asombrosos, con toques oscuros alrededor del iris de un color violáceo vivo. No podría haber pasado como humana como podía Kaderin. —No lo puedes sentir, niña —salmodió Furie—. ¿Cómo vas a ayudarme? ¿No lo puedes sentir? Sí, él había soñado la profunda experiencia de Kaderin, arrancando dolor, pero no había durado mucho tiempo. Una mañana se despertó… cambiada. —Me hace fría —dijo Kaderin con calma—. Me hace bien. Algo como el afecto podía haber brillado tenuemente en los misteriosos ojos de Furie. Entonces dijo: —Estoy predestinada a ir sola. —Cambia el destino. —Kaderin sabía que consideraría sus palabras blasfemas. La valkiria no creía en el cambio. Para ellas, todo pasaba por una razón. —¿Has perdido tus creencias por tus emociones? —la cólera de Furie crecía. Kaderin podía sentirlo como los animales sentían las tormentas, pero no la disuadía—. Solo una cobarde intentaría evitar su destino. Recuerda esto, Kaderin. —Siguió su camino. —No, voy contigo —insistió Kaderin, apresurándose a su lado. Furie se giró e inclinó la cabeza bruscamente. —Permanece aquí —agarró la muñeca de Kaderin, retorciéndole el brazo hacia atrás— y para asegurarme de que recuerdas lo que te he dicho… —con un tirón brutal le rompió el brazo, el brazo de la espada. Entonces la liberó. Kaderin tropezó regresando para enfrentarla, pero el talón de la palma de Furie le golpeó el pecho. Algo más se rompió. Kaderin voló una docena de pies hacia atrás, la fuerza con que la golpeó la dejó inconsciente antes de que tocara el suelo. Él nunca consiguió ver cómo le había llegado a dolor, o como se había recuperado, por que surgió otra escena. Las botas de Kaderin taconeaban mientras corría a toda velocidad por los callejones brumosos posteriores. Las colonias de grajos que atravesaba estaban llenas de seres del Lore, sus ojos miraban fijamente fuera de la niebla. Estaba en el Londres del siglo dieciocho. 132


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Llevaba la espada bien atada con una correa sobre el hombro y los delgados grilletes estaban colocados a la espalda en su cinturón. Rastreaba a dos vampiros, hermanos, y sus oídos se crisparon cuando los sintió. Sacó la espada, pero ellos eran tan rápidos que de repente la rodearon. Uno le dio un aplastante golpe en la cabeza por detrás, el otro la golpeó en la sien, lo que casi le oscureció la visión completamente. Una trampa. Dejaron que tropezara alejándola hacia un maldito bloque. Jugando con ella. Cansada. Solo quiero sentarme, pensaba aturdida. Solo durante un segundo. Finalmente se derrumbó, cayendo de espaldas. Los vampiros regresaron, uno sosteniéndola por debajo, el otro con la espada sobre su cuello. Y ella no sintió ni un hilito de miedo. Mientras se inclinaban sobre ella, sus ojos se hicieron más evidentes a su débil visión. Ojos rojos, sucios, haciendo que apartara la vista. No, no sentía miedo, ni repulsión, tan solo nada. Otro vampiro se materializó, probablemente queriendo ver la trascendental matanza. La atención de los hermanos se apartó durante un instante. Era todo lo que necesitaba. Antes, había perdido terreno con los grilletes. Sin advertencia, los sacó de repente y con un manotazo les juntó las muñecas. Lucharon por liberarse, pero de algún modo el metal los sostuvo a pesar de su obvia fuerza. Intentaron marchar en diferentes direcciones y no pudieron. Mientras se levantaba, el tercer vampiro escapó. Ella inclinó la cabeza hacia los dos y murmuró: —Os dije que os mataría —entonces dejo que su instinto tomara el control… Él se despertó de un salto con el sonido de su chillido, el más ruidoso que alguna vez hubiera oído y tuvo que sujetarse los oídos con las manos. Cuando las ventanas comenzaban a rajarse, él la embistió y le puso una mano sobre la boca. Sus dedos se extendieron, intentando agarrarle el corazón, pero él le cogió las muñecas con la mano libre. Ella le miraba fijamente, pero parecía no verlo, la cara pálida iluminada por una serie de simples relámpagos del exterior. Tiró de sus brazos hasta que finalmente dejó de luchar. Pero entonces comenzó suavemente a llorar. Con la mano abierta presionó sobre un lado de la cabeza hacia su pecho. Mientras se echaba hacia atrás en la silla con ella en su regazo, los sueños le llegaron rápidamente. Durante años, ¿Kaderin no había sentido? Y ahora claramente lo hacía. No era asombroso que hubiese estado tan confundida la mañana que se habían encontrado. No entendía como podía haberle pasado esto, pero había experimentado su carencia de emociones. No podía imaginarse lo difícil que debía ser recuperarlas. —Me has hecho sentir —le había siseado aquella primera mañana. ¿Realmente había tenido algo que ver con esto? Sus hombros temblaron y le mojó la camisa con lágrimas y esto lo mataba. 133


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—Valiente muchacha —murmuró contra su pelo—. Estás a salvo. No era extraño que fuera tan cruel. Había tenido que sobrevivir. —No tiene que ser así nunca más. Eventualmente su respiración se hizo más rápida y ligera como se hacían cuando ella dormía. Había empezado a reconocer que aunque era perfecta en la superficie, su Novia estaba herida, que tenía cicatrices interiores y ahora sabía por qué. Y solo había visto algunas noches de su vida. Sabía que temía cada hora que hiciera como los que habían jugado con ella en el asqueroso callejón trasero y trataron salvajemente a su joven ejército de valkirias. Temía ver sus ojos tornándose rojos. Cuando ella le agarró firmemente la camisa en su sueño, jadeante, le acarició con la nariz el pecho, la comprensión lo golpeó bruscamente. Se quedó mirando fijamente sobre su cabeza hacia el valle de abajo, y de repente supo que se proponía estar aquí en este momento, consolarla y protegerla. Todas las decisiones que había hecho para dirigir su vida, y todas las opciones que había tomado, habían conspirado para traérsela. Sus años aparentemente infinitos en el castillo, aunque hubiera estado solo y cansado, habían sido un digno sacrificio para en última instancia tenerla. Sebastian se había propuesto llamarla suya. En lo bueno y en lo malo. Había sido echa para él y él para ella. Mañana, Sebastian se enfrentaría a Nikolai otra vez. No podía negar más que la decisión de Nikolai por él había estado predestinada.

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Capítulo 20 Cueva de los Basiliscos, Las Quijadas, Argentina

Día 10 Premio: Dos huevos del Basilisco Valor: Trece puntos

El crujido de escamas flexionándose y el silbar de una lengua bífida sonaban por detrás de Kaderin, resonando por todas partes en el sistema de cuevas. Con la espada envainada en la espalda, corría velozmente, su visión nocturna llevándola de una cámara subterránea a la siguiente. Había cubierto cada pulgada de esta colmena de túneles cavados en la roca sólida en la antigüedad. Pero había sido incapaz de señalar la posición exacta de las tres bestias que había oído moverse aquí abajo. Tampoco había sido capaz de encontrar los huevos o una salida alternativa. Cada túnel tenía una cámara alta con un techo alto a su término. En las cámaras había viejos nidos de basilisco, un dragón gigante escalando con los colmillos goteantes del tamaño de sus antebrazos y una cola mortal, flexible con músculo. Había comprobado cada nido de huevos, pero no había encontrado ninguno. Había otro sistema de cuevas en la montaña, un barranco, dónde debían de estar los premios. Las únicas cosas que había encontrado aquí eran los antiguos restos de sacrificios humanos femeninos y más recientes de arqueólogos de una aciaga variedad. El nombre del área, Las Quijadas, significaba “los huesos maxilares”. Muchos pensaban que esta región llevaba el nombre de los bandidos que solían correr generalmente por estos valles, quienes roían los huesos maxilares de las vacas. O habían asumido el nombre refiriéndose a los abundantes fósiles de dinosaurio que habían descubierto aquí.


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Nada era correcto. El basilisco joven mataba desgarrando con las mandíbulas las cabezas de aquellos sacrificios humanos. Los arqueólogos que cavaron aquí no entendieron que no todos los dinosaurios estaban encajados en la roca. Explorarían, más y más profundamente, entonces un equipo sería devorado y el gobierno diría que se habían perdido en una repentina inundación… No más escamas flexionándose. Silencio. En la calma, los oídos de Kaderin se tensaron, detectando ruido de pasos corriendo, rápidos pero fuertes por el peso. Bowen. Tenía que ser él. Sabía que tendrían un enfrentamiento y había sospechado que el alto valor de los puntos de esta tarea podrían atraerlo. Pero ella también había sido avariciosa con esos puntos, y estaban los dos huevos. Ah, pero eso hacía las cosas más interesantes. Cindey estaba sobre su pista aquí también. Kaderin había visto su Jeep alquilado en San Luis, la ciudad más próxima, justo antes de ella misma hubiera salido. Un repentino temblor en todo el túnel. Un basilisco estaba enfadado y listo para matar, señalando su furia cuando golpeaba con la cola fuertemente contra las paredes del túnel. Cada golpe producía la caída de rocas, forzando a Kaderin a que corriera por ellas, saltando, esquivando, moviendo los pies sobre los antiguos huesos. Aunque los basiliscos eran temibles, se movían despacio en su colmena y sabía que podía matar a uno, posiblemente a dos, a la vez. Pero no quería, sentía afinidad hacia los monstruos. Kaderin misma era una advertencia a la hora de acostarse, para una joven criatura en el Lore. “Come tus comidas o Kaderin la Fría se moverá por debajo de tu cama para robarte la cabeza”. De regreso hacia la entrada, ella corría pasando por las paredes con fantasmales pinturas rupestres hasta que llegó a la unión de los tres caminos en el camino de entrada. El sol brillando bienvenido, iluminando allí un tipo diferente de pinturas rupestres. Antes de ser sellado dentro a cada víctima sacrificada le habían dado una caña llena de algún tipo de pintura. Colocaría la mano contra la pared, haciendo volar la pintura a su alrededor, dejando el contorno. La huella de la mano era el único monumento que alguna vez recibiría. Había miles de ellas… Kaderin divisó a Bowen enfrente de ella. Una confrontación. El tiempo pareció reducir la marcha. Había sacado a la mitad de los competidores y todos eran de los más fuertes excepto Lucindeya, Kaderin y Sebastian. Sabía que procuraría remediar esto con ella ahora mismo.

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Sus ojos brillaron en la oscuridad tal como lo hicieron los suyos y la expresión estaba llena de amenazas. Un corte irregular le estropeaba la cara y no mostraba ningún signo de regeneración. El agotamiento parecía pesarle sobre los hombros. La maldición de la bruja. Esto era de verdad. Su cabeza se movió bruscamente hacia la derecha, la dirección de su única vía de escape. Cuando comenzó a correr hacia la entrada, reconoció inmediatamente que intentaba encarcelarla igual que a los otros. Hurgó con los dedos de los pies en la grava, disparada hacia delante en un ataque concentrado. Era rápida para una valkiria, pero maldición, la golpeó allí. En el sol una vez más, él echó un vistazo por encima. Sería capaz de escaparse antes de que pudiera derribar las rocas, sería capaz de… Lanzándole una cruel sonrisa satisfecha, él hurgó en el bolsillo de los vaqueros. El temor se instaló sobre ella. Sacó fuera el collar de diamantes. Ella no se había molestado en entrenarse contra eso… Eso brilló con el sol del desierto, irradiando agudos puntos azules y blancos de luz. Revelaría mi debilidad, se la entregaría. Fascinante luz, aparentemente infinita. Lo lanzó en su dirección. Sólo tocarlo… Cuando estaba en el aire, su mirada se bloqueó sobre ello, siguiéndolo hacia abajo hasta que consiguió que sus pies se liberaran de la grava. Se congeló, paralizada, cayendo sobre las rodillas como si rezara por el sensacional collar. Algo así de fino no podía ser abandonado en la mugre. No esto. Lo recogió con ambas manos, recorriendo las piedras amorosamente con los pulgares. Podía oír a Bowen esforzándose en salir, maldiciendo en gaélico, podía oír sus uñas raspando las rocas desalojándolas. Pero no podía apartar los ojos. No antes de que la cueva estuviera a oscuras con una serie de ensordecedores estruendos y el brillo cesara.

Aquella mañana, Sebastian había dejado a Kaderin durmiendo plácidamente. Luego, como siempre, había regresado al apartamento para ducharse y beber. Mientras se vestía, reflexionó sobre que no había hecho ningún progreso perceptible con Kaderin a lo largo de la pasada semana. Sin ninguna otra razón, necesitaba ir a Blachmount por que había ignorado un mal recurso necesitado, su hermano estaba casado con una valkiria. La cual era pariente de sangre de Kaderin. Pensó que la información estaba allí para usarla.

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Una vez que hubo obligado a bajar la sangre, se trazó a la oficina con contraventanas de Nikolai, encontrándolo leyendo detenidamente los periódicos. Aunque por lo general era muy reservado, Nikolai no se molestó en ocultar su placer ante la llegada de Sebastian. Rápidamente se puso de pie y le dijo. —Siéntate. Por favor. Sebastian se sentó dónde le había indicado, pero haber regresado otra vez aquí hizo que se le hiciera un nudo en los hombros, tensándolos. —Hemos oído que entraste en el Hie —dijo Nikolai, sentándose en su propio asiento una vez más—. El primer vampiro que lo ha conseguido. Nos asombró bastante. Sebastian se encogió. —Myst mira el ordenador cada día y comprueba los resultados. Tiene a una hermanastra en la competición. ¿Es tu Novia? —Sí —admitió él—. Kaderin. —Myst me dijo que Kaderin es ¿cómo lo expresó? “Magnífica cerca del grado de inusual” Y una luchadora incondicional. —Con tono optimista, Nikolai le preguntó—: ¿La amas? —No. Pero reconozco que es mía. Y me propongo protegerla. —Es suficiente. Lo demás vendrá con el tiempo —dijo Nikolai—. Nos hemos preguntado que te hizo decidir representar a Riora. Sebastian se encogió. —No me pongo de lado de nadie. Fue una apuesta. —Podrías habérselo dicho al Forbearers o al rey Kristoff. Sebastian sintió que su expresión se tensaba. El rey Kristoff. Sebastian nunca había sido capaz de entender como Nikolai, habiendo muerto a manos rusas, después, en el mismo campo de batalla bañado en sangre, le juró lealtad a Kristoff, que era ruso, vampiro o no. —Era solo una observación. La invitación de que te unas a nosotros siempre está abierta —añadió Nikolai—. Cada vez que mato a un vampiro de ojos rojos, me alegro de hacerlo. —¿Los has encontrado? —preguntó Sebastian.

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—Estamos en guerra contra ellos. Ganamos de momento. —Nikolai jugaba con sus dedos—. Sebastian, siempre he respetado tu inteligencia. Te daríamos la bienvenida al consejo con mucho gusto. Después del Hie, naturalmente. Después de experimentar los sueños de Kaderin, peleando contra las Hordas empezaba a tener una atención distinta, pero Sebastian planeaba llevar a Kaderin a algún sitio alejado de las constantes guerras y la muerte. Los pasados mil años de podían haber sido horrorosos, pero maldito fuera si permitía que los próximos mil lo fueran. Simplemente dijo: —No planifiques mi participación. Nikolai asintió con la cabeza, pero Sebastian sabía que distaba de ello. —Sobre esta competición y el rumoreado premio —comenzó Nikolai—. ¿Has pensado usarlo para salvar a nuestra familia? Desde luego, Sebastian lo había hecho. Incluso después de todo este tiempo, la culpa era implacable. Cuando había sido llamado para proteger a su familia, había fallado cinco veces sucesivas. —No creo que funcionase —dijo Sebastian—. Pero si con esto de algún modo pudiese deshacer el pasado…. No era razonable culparse, no era lógico, pero parecía que no podía parar. Conrad había sentido lo mismo, al menos, antes de haber perdido la mente. La aristocrática cultura de Sebastian había sido planteada para reverenciar lo militar y la lucha. Pero el destino le había dado un enemigo invisible inclinado a borrar a su familia, para lo que no había ninguna defensa, ninguna batalla. Había tenido que sentarse, mirando con impotencia, como todo lo que amaba moría. Sebastian había sido el hermano mayor favorito de cuatro hermanas más jóvenes. Había sido lo suficientemente mayor para ser su padre y estaba esencialmente más preocupado que su propio padre. Con cada una de sus pequeñas crisis, habían acudido a Sebastian. Había arrancado astillas y secado lágrimas. Les había enseñado ciencia y astronomía. Cuando cayeron enfermas y sus jóvenes mentes comprendieron que en realidad podían estar muriéndose, le habían mirado para que lo arreglara. Y parecieron desconcertadas cuando no pudo. Como si, en lugar de eso, no quisiera. —No puedes entrar en el pasado para cambiar el futuro —dijo Sebastian distraídamente.

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—No sin crear el caos. —Parte de él quería creer en la llave aun cuando esto volara haciendo frente a la razón, si bien la diosa no tenía evidencias de que aquellos viajes en el tiempo fueran posibles. Pero si Sebastian se permitía creer que podría recuperar a su familia y después las esperanzas eran decepcionantes… No podía pensar en que podría perderlos dos veces. Hasta el día de hoy, no podía recordar la noche en que habían muerto. Viendo la desesperación en sus ojos y luego, cuando Conrad y él, cayeron, para escuchar sus gritos apenas perceptibles, aterrorizados. Tanto Conrad como él habían querido morir aquella noche con su familia. El país estaba hecho un desastre, sacudido por las plagas y el hambre. Acabados. Habían luchado, habían hecho todo lo posible. Deberían haberles permitido morir. ¿Y sus hermanas? Habían sido tan delicadas y buenas como los cuatro hermanos mayores habían sido oscuros y feroces, habrían pasado hambre antes de probar voluntariamente la sangre. Ni siquiera podrían haberlo contemplado. —¿Por qué intentaste cambiar a las chicas? —preguntó Sebastian. No había cólera en su tono, por que ahora estaba estable y racional. Quería oír el razonamiento de Nikolai. Quería, por primera vez, entenderlo. —Tuve que hacerlo —dijo Nikolai entre dientes, apartando la mirada, pero no antes de que Sebastian viera en sus ojos algo oscuro vacilante—. Pensé en ellas muriendo tan jóvenes, atormentándome. —Podían haber sido congeladas en una perpetua infancia, nunca volverían a ver el sol otra vez. Nikolai se le enfrentó. —No sabemos si hubieran llegado hasta la edad adulta, como los naturales inmortales lo hacen. Era posible. —¿Y nuestro padre? —preguntó Sebastian. Su padre había tenido muchas ganas de reunirse con su esposa desde el día que había muerto de parto once años antes. La expresión de Nikolai se tornó cansada. —Nunca he sido tan noble como tú, Sebastian. La supervivencia y la vida son los que reverencio. Podrían haberme sobrevivido, el resto es secundario. Y después de todo, veo que todavía discrepamos sobre ese tema. Sebastian se puso de pie para marcharse. —Lo hacemos. Nikolai también se puso de pie. 140


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—Piensa en la orden, Sebastian. Sebastian supuso que debería conseguir esto por el camino. —No puedo unirme a tu orden —se encogió despreocupadamente—. Realmente no me contuve, por así decirlo. He probado la sangre de la carne.

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Capítulo 21 Con la maldición funcionando, Kaderin había estado imposibilitada para moverse, atacar a Bowen y escapar, solo quería contemplar las facetas y luces de las piedras. Incluso ahora, mientras las acariciaba, su corazón ansiaba verlas brillar otra vez. El siseo de los basiliscos, húmedos rugidos hacían que se sacudiera a sí misma. Las bestias estaban a millas por debajo, lejos de la brillante entrada, pero trepando hacia allí ahora. No tenían ninguna prisa, aunque probablemente pensaban que Kaderin era un sacrificio encerrado. Con una trémula exhalación, se obligó a tirar el collar, después se animó e inspeccionó la difícil situación. El bastardo había hecho un fino trabajo levantando la barricada en la entrada. Incluso con su fuerza, no podía mover las rocas. Corrió hacia ellas, abordándolas, empujándolas con el hombro. Nada. No podía usar la espada. No era gruesa y pesada como Sebastian. Tendría que cavar. Calculó que perdería las uñas con cada cuatro pulgadas que cavaba en la roca. Volverían a crecer dentro de unas horas. El diámetro de la roca superior era al menos de sesenta pulgadas. Ergo… vamos hacer matemáticas… estoy jodida. Peor, la oscuridad de la cámara había comenzado a agobiarla de la manera que una se sentía cuando le endilgaban un poderoso maleficio. Hizo una risa amarga. Ahora era oficialmente una valkiria asesina despiadada a la que le asustaba la oscuridad. Las apariciones que tenía nunca salían moviéndose lentamente, encontraba que los basiliscos eran del tipo simpático y podía ser lanzada en una jaula con mil demonios contagiosos y no parpadearía mientras la jaula no fuera sombría y opresiva. Si tenía acción, no le hacía caso a su miedo, pero estar tan solo sentada sin nada que hacer pero contemplando… Tenía dos alternativas. Podía esperar al vampiro, esperando que él no hiciera caso a su última furiosa demanda de que la dejara sola. Pero aunque viniera al rescate, no sería capaz de llevarla a donde tenía que ir, que era a unos meros pies más allá de estas rocas. Apostaba a que Sebastian no había visitado ninguna entrada de cueva argentina.


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Además, ¿cuánto tiempo podría esperarlo para que la salvara? Tarde o temprano, los basiliscos harían su camino hacia la superficie. Su segunda alternativa era empezar a cavar. Estas rocas son la única cosa que hay entre el premio y yo. Cayó de rodillas una vez más y clavó sus uñas en la roca. Dos pulgadas más abajo, perdió las primeras, entonces las otras. Maldita sea, esto era en vano. Un esfuerzo desperdiciado en un lugar oscuro y asqueroso. Estaba a punto de perder aquellos trece puntos. El polvo de la roca hizo que le lloraran los ojos. Sí, el polvo de la roca la hizo lagrimear… —Bien, bien —dijo una resonante voz detrás de ella—. Voy a apostar que te sientes feliz de verme ahora mismo. Sebastian. Kaderin se giró. Aunque el espacio fuera negro como la boca del lobo, sabía que él podía ver perfectamente, por que estudiaba su expresión. Entonces la mirada de él cayó sobre sus uñas antes de que las moviera con cuidado detrás de la espalda. No había escondite por lo que se sintió sacudida. —¿Deformando las uñas gratis, Kaderin? —Caminó a grandes pasos hacia ella y la ayudó a ponerse de pie—. ¿Cuánto tiempo llevas atrapada aquí? Ella se cepilló las rodillas. —Unas dos horas. —¿Cómo pasó esto? —Bowen derribó las rocas cuando estaba dentro. —¿MacRieve? —Sebastian apretó los puños—. Lo mataré por esto. Ella se encogió. —¿Lo prometes? Porque eso eliminaría dos competidores. —¿Está todavía cerca? —Sebastian estrechó los ojos, claramente esperando poder enfrentarle ahora. Ella negó con la cabeza. —Habrá recogido su huevo y se habrá ido hace mucho tiempo. Ha hecho lo que empezó a hacer conmigo y está preparado para eliminar a varios de los demonios y todos los videntes de la competición completamente. Cualquiera con quien se enfrentó está fuera. —¿Cómo? —Todo lo que sabemos es que los ha encerrado en algún lugar. 143


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—¿Y sobre la bruja joven? —preguntó Sebastian—. Seguramente MacRieve no le habría hecho daño a la muchacha. —Consiguió a Mariketa también, pero logró maldecirlo primero —dijo Kaderin—. Parece debilitarse y que sus heridas no se regeneran. —Sacudió la barbilla en dirección a Sebastian—. Bowen vendrá después tras de ti. Desde ayer, estaba vinculada para ir delante de él… —Como era de esperar… —Y también vinculada contigo. Intentará sacarnos uno a uno. —Tengo ganas de enfrentarme a él. Con gusto lo mataré por atraparte aquí. Su respuesta fue otro encogimiento. Sebastian se calló y ella supo que estaba esperando que le pidiera que le indicara. Ella dibujó en la grava con la puntera de su bota. —Maldición, pídeme que te saque de aquí —rechinó él. —No. —¿Preferirías pudrirte aquí? —Estaba progresando —le dijo. —Hembra obstinada. ¿Es imposible que admitas que estás aliviada de que esté aquí? ¿Qué puedo salvar tu puesto ahora mismo? —No —dijo simplemente. Y no se explicó, haciendo que la mirase como si quisiera estrangularla. Tenía que asumir que Bowen había recogido el premio en el siguiente barranco, pero Cindey podría ser golpeada. Si Kaderin salía de aquí pronto. —Muy bien, te dejaré con tus avances. —Se giró para trazarse y ella se apresuró hacia delante, tocándole el brazo. —Mira, no quiero ser llevada a tu patio trasero. El premio debe estar al final del siguiente sistema de cuevas y esto es justo cruzando el barranco. —Cruzó hacia las rocas y empujó con frustración—. Tengo que estar justo al otro lado y se que no me puedes llevar hasta allí. —¿Por qué asumes que no he estado allí antes? Ella elevó el labio e hizo girar los ojos. —¿Visitas a menudo Las Quijadas, Sebastian? —ante su mirada sin expresión, añadió —: Argentina.

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—No, no puedo trazarte hasta allí. Pero… —estudió las grandes rocas redondas, entonces empujó contra una hasta que comenzó a moverse. Cuando ella jadeó, paró. —Parece que podría liberarte, después de todo. Ella le dio un tentativo toque en el pecho. —¿Cuánto podría costar que consiguieras terminar de moverlas? —¿Qué estás ofreciendo? —preguntó él, su voz más áspera. —¿Dinero? ¿Tomarías dinero para empujarlas para liberarnos? —Tengo mucho de mi propiedad. Más que suficiente para los dos. Ella frunció el ceño por esto. —Entonces, ¿qué es lo que quieres? —Quiero… —se pasó la mano por la cara—. Tocarte. No aquí, pero esta noche… —No va a pasar —cruzó los brazos sobre el pecho y su mirada aterrizó en su húmeda hendidura. Como aquella noche en la costa, se veía como si considerara lanzarla sobre el hombro y llevarla de regreso a su cama—. Desearía que mis pechos dejaran de mirar fijamente a tus ojos. Movió la cabeza bruscamente y tuvo que aclararse la garganta para carraspear. —Bésame. Bésame y te liberaré. —La última vez que pasó me golpeaste y podrías volver a hacerlo. —Besar a Sebastian siempre conducía a más. La última vez, había conducido a que tomara su sangre. Y probablemente sus recuerdos. —Nunca te muerdo. Rocé tu piel. Accidentalmente. —Entonces dime que no has contemplado hacerlo otra vez. —No —exhaló pesadamente— puedo. El placer fue demasiado intenso para ignorarlo. Ella se sobresaltó por su honestidad y no se molestó en disfrazar ese hecho. —Entonces apuesto que en la misma situación esto pasaría otra vez. —Juraría que no.

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—A no ser que, desde luego, esto pasara —dobló los dedos haciendo comillas en el aire— accidentalmente. Ya que eventualmente puedo cavar el camino hacia mi libertad, ese beso no parece merecer el riesgo. Él negó, resignado. —Muy bien. Podemos sentarnos aquí hasta que nos fosilicemos. Puedo ser tan obstinado como tú, Novia. —Entonces, ¿vas esperar conmigo? —preguntó ella—. ¿No tendrás un problema perdiendo el premio? —No tengo ningún interés en ganar esta competición. —Ya sabía que sólo entraste entonces para que no pudiera matarte. —No podías matarme antes de que entrara. ¿No te has preguntado por qué has destruido a tantos de mi clase antes que a mí y después has sido incapaz de balancear tu espada hacia mi cuello? —No se por qué ha pasado —admitió—. Pero he dejado de cuestionarlo. —¿Por qué no me dejarás ganar esta competición para ti? Esa es la única razón por la que entré. —¿No hay nadie que quisieras salvar del pasado, ningún ser amado? —preguntó ella, notando que una sombra atravesaba sus ojos. ¿A quien había perdido?—. ¿Una esposa difunta, quizás? —Eres bien consciente de que no creo que esa llave funcione. No había contestado a su pregunta. ¿Había estado casado? —¿Por qué estás tan seguro? —Los viajes en el tiempo son imposibles —contestó en un tono que tenía cero duda. ¿Y la esposa? —También te apuesto a que creías que el vampirismo era imposible, antes de despertarte con un anhelo marcado por la sangre. —No, mi cultura era supersticiosa hasta la médula. Incluso con mi historial científico, la creencia llegó a mí más fácilmente de lo que había pensado. Además, esto no es imposible según las leyes de la naturaleza. —¿Y en cuanto a la esposa? —De todos modos, nunca estuve casado.

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Ella se maravilló de no lo hubiera estado y que estaba contenta de algún modo por este hecho. —¿A tu edad? —preguntó, sentándose —. Debías tener unos treinta. —Treinta y uno. Pero había vivido en el frente de batalla desde los diecinueve años. No había ningún camino para mí para tener una mujer propia. —¿Pero ahora te sientes preparado? Como si le ofreciera a ella un voto, buscó sus ojos cuando dijo con voz cavernosa la palabra: —Sí. Los dedos de los pies se le doblaron dentro de las botas de montaña. —¿Y tú, Kaderin? ¿Finalmente me dirás por qué tienes tanto interés en ganar esto? — apartó la mirada cuando preguntó—: ¿Procuras recuperar un marido? Cuando no le contestó, él se volvió. Después de un momento, de mala gana negó con la cabeza. —Nunca estuve casada. —Nunca le contaría la verdadera motivación, no había ninguna razón para ello, pero tampoco le dejaría pensar que luchaba duramente por un marido perdido o un amante. —Mi aquelarre y las furias me han hecho el gran honor de escogerme para esta competición. No les fallaré. —Se encogió y añadió francamente—: Y simplemente quiero derrotar a cada uno. —Entonces, ¿todo esto es sobre el orgullo y el ego? Ella puso un tono aburrido cuando preguntó: —¿No son motivos lo suficientemente buenos? —No lo creo. Hay más en la vida que ganar esta competición. —Estoy de acuerdo. También matar vampiros. Esas dos cosas dan propósito a mi vida. Él no dijo nada en respuesta a su cometario, solo la miró inescrutablemente. Ella sabía que desaprobaba sus prioridades y el modo en que vivía su vida, pero en aquella mirada, comenzó a sospechar que también la compadecía. Inclinó la cabeza. —Dime, entonces, ¿cómo preveías nuestra vida juntos? —Podríamos ver el mundo. Reconstruir el castillo, iniciar una familia.

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¿Una familia? Si Sebastian y ella tuvieran niños, podrían parecerse a su pequeña sobrina medio vampiro, Emmaline. Kaderin tembló por dentro. —Vivo en Nueva Orleans, compito y mato vampiros. ¿Piensas que lo dejaría todo? — recogió las rodillas contra el pecho—. Quieres que actúe como las mujeres que conocías y eso nunca pasará. —No, realmente no quiero que actúes como las mujeres que conocía —dijo tan vehemente que quedó estupefacta—. Y no tengo ninguna preferencia en donde viviríamos. Iría a cualquier parte donde fueras feliz. ¿Matando vampiros? Bien. ¿El Hie? También es aceptable, si estoy allí contigo. —Aceptable. —¿Estaba bromeando?—. Cuanto más te conozco, más comprendo qué el que seas un vampiro es solo una parte de por qué me eres indiferente. ¿Aceptable? En cuanto lo hubo dicho, incluso antes de que sus ojos brillasen intermitentemente, supo que quizás no era la mejor palabra que utilizar con una hija de dioses. Un quinto del encanto de sus hermanos. —Entonces presenta los otros motivos por los que te soy indiferente —dijo él. —Hablar contigo es como estar hablando con un humano. Él contestó bruscamente. —Todavía deseo ser humano… —Pero no lo eres. Eres un enemigo de los de mi clase. —Te lo he dicho, no por opción. O por acto. —Me repugna que bebas sangre. Vives la existencia de un parásito. Eso también le había repugnado a él. El único momento en que no lo había sido así fue con el gusto caliente y rico de ella. Ahora se encontraba defendiendo el vil acto. —Consigo la sangre de un carnicero. ¿Es esto diferente de los humanos que consiguen la carne del mismo? Además, ¿qué ser vivo no es un parásito? —Yo. —¿No comes carne? ¿Bebes vino? —No y no. No ingiero nada. —¿Cómo es eso posible? —preguntó él, incrédulo, aunque el kobold hubiera dicho algo así aquella noche en el Polo. —Es por la manera en que fui manipulada —contestó ella en un tono que aclaraba que no diría más sobre el tema.

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Maldita sea, tendría que volver a Blachmount y preguntarle a Nikolai sobre esto. —¿Manipulada? ¿Cómo diseñada? Ella estrechó los ojos. —¿No me veo como si hubiera sido manipulada? ¿Me miras y piensas, obviamente es un accidente de la naturaleza? —No —dijo, comprendiendo que la había insultado una vez más—. De ningún modo. Sólo… —Nuestras clases van a la guerra. ¿Sabías esto? Una guerra como nunca te has imaginado… —Sí, la Accesión —dijo en tono despectivo. —Esto es apenas algo que ondear en la distancia. —Mi hermano me dijo que colocarías esto como un obstáculo entre nosotros. Me ha asegurado que el Forbearers se aliará con las valkirias. —Cuando comenzó a discutir, la cortó—: Tanto si las valkirias quieren como si no. Ella apretó los labios. —Pareces tener una voluntad de hierro —dijo finalmente—. ¿Por qué no usas esa voluntad para librarte de esta compulsión por tu endeble y diseñada Novia? —¿Por qué emplear tiempo y esfuerzo en intentar olvidarte cuando podría emplear ese mismo tiempo y esfuerzo ganándote? —Por que ganarme es imposible. Otra opción no puede ser. —Tengo que intentarlo. —No había ningún modo de replantear esto—. Te quiero. En mi vida. Ella se tocó la barbilla. —Y “en mi vida” significa claramente “en mi cama”. —No negaré que quiero ambos —había degustado su pasión y no descansaría hasta haberla reclamado—. Constantemente pienso en como sería tomarte. El rubor inundó sus mejillas, y se mordisqueó el labio inferior. Ese hábito de ella nunca fallaba en encantarle. —Pero tú no me amas más de lo que yo te amo. —No, no lo hago —admitió. Ella lo fascinaba, lo frustraba. Y cada hora desde que había tomado su sangre, la necesitaba, pero incluso él entendía que no era amor. Ella hizo girar los ojos. 149


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—¿Una indirecta, Sebastian? Si le haces la corte a una mujer, podías hacer una pausa de un nano-segundo antes de declararle que no la amas. Tal vez actuar como si hubieras considerado la posibilidad. O podrías mentir. O encubrirlo prediciendo que lo harás en el futuro. —No te mentiré. ¿Y sobre el amor? Uniones han sido construidas con mucho menos de lo que tenemos nosotros. Tenemos la pasión. Atracción. Respeto. —Te adulas a ti mismo —dijo ella, examinándose las uñas rotas. —Y una cosa puedo prometerte. Los próximos mil años no serán nada como los pasados. No mientras viva. Alzó la mirada. —¿Qué significa eso? —preguntó en tono moderado. —Sé lo de tu….bendición. No sentiste emociones durante un milenio. Ante las palabras, su rostro palideció. —¿Sabes por qué pasó esto? ¿Le había temblado la voz? —No. Ni como ocurrió. Sólo que despertaste una mañana y no había absolutamente nada. Ella le espetó: —¡No te atrevas a decirlo así! Como si estuviera en falta. —Kaderin, no pudiste sentir por carecer. —¿Asumes que es necesario sentir para arreglárselas? ¿O que no quería, de todos modos? —No, yo…. —¿Lo sabes por mi sangre, verdad? —cuando él asintió, dijo—: Porque echaste una miradita en mi sangre, tienes mis recuerdos. Adorable. ¿Cuánto has visto? —He visto antiguas batallas, cazas y los destellos aleatorios de una conversación, como Riora contándote sobre la hoja del místico ciego. —La había visto atacada por docenas de kobolds, apenas derrotándolos, entonces mirar detenidamente hacia abajo para encontrar que la parte media de la pantorrilla había desaparecido. No era extraño que hubiera sacado al kobold de la Antártida. Y había rastreado su premio. —¿Ahora entiendes por que me enfurecí? Puedes conocer mis pensamientos secretos. Y hechos. ¿Me has visto con otros hombres?

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—No y mi hermano me ha dicho que no lo haré por que eres mi Novia —dijo él. —¿Has visto por qué mis emociones han vuelto? Él se pasó los dedos por el pelo. —Creo que tengo algo que ver con eso. Dijiste algo como eso la primera mañana. —Hablé precipitadamente —ante su mirada, añadió—: Fue una coincidencia. —Quizás podría creer que la oportuna coincidencia era no ser mi Novia. —Entonces, ¿calculas que te desperté físicamente y emocionalmente? —preguntó en tono de mofa —. ¿Té para dos?

me

despertaste

—Sí. Precisamente. —Incluso si fuera verdad, esto no significa que tengamos un futuro juntos. No soy lo que necesitas y solo te haría miserable. Eso puedo prometértelo. Además, si te aceptara como mío, mi familia me condenaría al ostracismo. Me evitarían. —Myst la Codiciada parece no preocuparse por eso. Kaderin inclinó la cabeza, entonces la levantó más. —¿De qué estás hablando? —La esposa de mi hermano, Myst. Ella disparó los pies. —Myst puede tener la moral de un gato callejero, pero incluso ella no los desafiaría casándose con una sanguijuela. —¿No sabes nada sobre esto? —frunció el ceño—. Llevan casados algún tiempo. Kaderin iba a patear el culo brillante de Regin con dureza…. ¡Myst se había casado con… un vampiro! Kaderin puso la frente entre el pulgar y el dedo índice. —Tu hermano, es el general Forbearer que la liberó de la prisión de la Horda. Wroth. Nikolai Wroth. ¡Sabía que ella no estaba por encima de él! —Sí. ¿Te lo encontraste? —preguntó Sebastian. —He oído sobre él. —Y ahora todo se hacía más claro. Comprendió que había oído de Sebastian también. Los cuatro hermanos estonios. Señores de la Guerra tan feroces e inflexibles como los humanos que habían llamado la atención del Lore. Habían sido feroces e inflexibles defendiendo a su gente. Él estudió su expresión. 151


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—¿Me preguntó si estas noticias ayudan a mi causa o me hacen daño? —Yo…no sé….nada. —Ya no más. ¿Entonces los Forbearers estaban jugando limpio? No, Dasha y Rika nunca apoyarían su aceptación al vampiro. —Entonces solo dime una cosa, Kaderin. ¿Alguna vez piensas en mi cuando estoy lejos? Le mentiría. ¿Podría tener ella un asunto? ¿De la clase más ilícita? ¿Tan solo para disfrutar de su sensible cuerpo durante una noche? ¡Lo de Myst era insólito, casada con uno! ¡Y Myst era tan pagana como ella! Kaderin dudaba seriamente que el general Nikolai Wroth hubiera estado de acuerdo en casarse conforme el paganismo ortodoxo. Una obligación como el matrimonio era un trato enorme para una valkiria y para los inmortales en general. Hasta que la muerte nos separe tomaba un nuevo significado cuando ambas partes potencialmente podían vivir para siempre. No, Kaderin no podía tener un asunto. No cuando era la Novia de Sebastian. Por que él nunca aceptaría solo esto y ella nunca podría darle más. —¿Pensar en ti? Sebastian, soy una persona ocupada. No paso mucho tiempo con la introspección. ¿Cómo permitir esto hacia ti? —¿Qué es lo que significa? —Parece que todo lo que hiciste durante tres siglos fue pensar. Él estaba furioso, como ella había planeado. —No sabes nada… Un rugido apareció a su izquierda, sacudiendo la cueva. Y luego, a su derecha, el otro contestaba. En algún sitio aun más lejos en la distancia, un tercero llamó. Se acercaban, reuniéndose. Aquí.

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Capítulo 22 Kaderin saltó hacia delante, abordándolo entre la suciedad. Un beso rápido, sello el trato. Conseguiría ponerlo a mover las rocas. Le agarró la atónita cara, presionando entonces sus labios a los de él. Rápido. Conseguiría lo que deseaba. ¡Para de pensar! —¡Vaya!, te he besado —dijo, sonando sin aliento—. Ahora, mueve las malditas rocas. Sus manos cayeron con fuerza en el culo de ella, forzándola contra su ya dura polla. Cuando no pudo evitar un gemido, él alzó una mano y la agarró de la nuca, derribándola. Tomó la boca de ella en la suya, deslizando la lengua entre sus labios, moviéndola contra la suya. La mano en su culo se movió entre sus piernas, ahuecándola firmemente. Dio un grito asustada contra los labios de él, y antes de que pudiera detenerse, su rodilla se alzó rápidamente para permitirle un mejor acceso. Él gimió, tocándola y amasándola allí con su gran palma, su boca inclinándose contra la de ella una y otra vez. Sus besos eran desesperados, tentándola antes del oscuro beso. Estaban rodando en la suciedad frente al peligro, ambos sudorosos, la empuñadura de la espada le pinchaba la cadera, y ella no tenía suficiente de su sabor. Él la giró, tal como la tuvo esa mañana en su castillo. En ese instante, lo deseaba tanto como lo había hecho entonces. —Me vuelves loco, Katja —dijo con voz ronca—. No puedo pensar en nada que no seas tú. Él rodó sobre su costado, la mano sujetando las de ella sobre su cabeza. Se inclinó para depositar un beso con la boca abierta en la clavícula. Mientras su otra mano bajaba hacia la cintura de sus bragas, le dijo al oído: —Dime qué piensas de mí. Ella podría haber murmurado lo que pensaba de él mientras deslizaba aquella perturbadora mano por su vientre. ¿Estaba temblando de anticipación por tocar su carne? Comenzó a aflojar el lazo de sus bragas, y intento soltar sus manos... pero no le


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detuvo. No, se lo estaba permitiendo. Sólo lo justo, pensó delirantemente, ya que estoy metiendo mi mano en sus pantalones. Con su primer toque, ella gimió. Él volvió la cabeza y gritó, corcoveando en su puño. Tan caliente, tan liso y duro. Ella manoseó la hendidura en un círculo mojado. Cuando la miro a la cara otra vez, los ojos de él estaban negros de necesidad. —Tenemos que parar esto —susurró ella incluso mientras movía su puño sobre él—. Esas bestias... —Son convenientemente terroríficos, sin duda —dejó un beso breve y caliente en su boca, después se encontró de nuevo con sus ojos—. Apreciaría mucho si me... siguieras acariciando. Lo hizo. Su mano parecía pegada a su polla, adorándola cuando latía y se sacudía en su palma. Pero incluso cuando él parecía estar perdiendo el control, se tomó su tiempo con ella, atormentando su vientre, bajando luego a su sexo. Quería pasión, un alivio rápido, pero le daba la impresión de que esto era muy importante para él... que quería saborear cada segundo. Justo cuando estaba a punto de meter la mano dentro de sus bragas, se quedó inmóvil, la palma descansando en su bajo vientre. Ella se movió hacia arriba para conseguir que su mano bajara. —Quieta —murmuró. Sacudió su cabeza con fuerza como si la aclarara. Ella se arqueó debajo de él y miró hacia atrás. A cincuenta yardas de distancia, los hendidos ojos tenían el tamaño de dos balones verdes de fútbol en la oscuridad. Él exhaló. —He visto sincronizaciones mejores. —Tienes un don para la subestimación —¿Que tenía aquello de divertido? Estaba en una sofocante caverna con agresivos dragones a punto de resollar sobre ellos y con los grandes pulgares de un vampiro trabajando dentro de ella—. Y no pareces adecuadamente aterrorizado. Su lucha para evitar sonreír terminó cuando él dijo: —Lo siento, Novia. Tengo que trazarte desde aquí. Sacó las manos de los pantalones de él y las de él de los suyos, después se apartó. —Puedo luchar con ellos mientras tú empujas las rocas —de pie, se abrochó de nuevo los pantalones, después desenvainó la espada.

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El basilisco mayor se acercó lentamente, sin duda creyéndolos atrapados. Los basiliscos tenían unos andares de pato que eran completamente engañosos, una ventaja biológica que servía para hacer más dócil a la presa. El túnel no era lo bastante amplio para que pasase más de uno, pero cuando se metieran en la cámara, podrían cargar contra ellos al mismo tiempo. Sebastian se puso también de pie. —Así no es como esto funciona. —¡Mierda, te besé! Si me meto en problemas, entonces puedes trazarme, pero tira ahora mismo de las rocas. O rompes nuestro acuerdo. —Entonces, por otro beso... más tarde. Necesitamos acabar lo que hemos empezado aquí... —¿Me estas frenando? Evidentemente, él no entendió la palabra. —Tú quieres salir, así que estarás de acuerdo en hacerlo en algún sitio oscuro una hora después de que hayas conseguido ese premio. ¿Quién era este nuevo vampiro despiadado? —Bien —dijo muy enojada—. Tienes un trato. —Estoy mintiendo como una bellaca—. Ahora mueve el culo y ponte en marcha. Con otro movimiento de cabeza, él se incorporó, inspeccionó la lenta pero constante progresión del basilisco y después señaló hacia las rocas. Debería haberse preparado para la batalla, buscando el punto débil del basilisco entre sus escamas carmesíes. Y aún con toda la mente saturada por el deseo lo único que podía pensar era como se veían los deliciosos músculos de su musculoso trasero, hinchándose por la tensión, amenazando con rasgar su camisa. Quería exprimirlos, rasgarlos, lamerlos. Debería estar preocupada por la sirena, por la competición, o, eh, ¿por los dragones? La bestia lentamente los arrinconaba, y pudo distinguir los ojos de una segunda que echaba un vistazo justo detrás de ésta. Tan pronto como apartaran las rocas, atacarían. Ella lanzaba dubitativas miradas sobre su hombro. Regin le había preguntado cuál era su tipo de macho. Mientras él giraba para empujarla con la espalda, mostrando sus cincelados músculos bajo la camisa empapada de sudor, Kaderin se lo admitió a sí misma. Al parecer le atraían los vampiros con el pelo negro y mirada seria del tipo terriblemente magníficos. Con cicatrices y manos rudas. Se mordió el labio inferior. Y si 155


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continuaba mirando fijamente su poderoso y esculpido cuerpo, corría peligro de sufrir un orgasmo espontáneo. —Novia, nunca pensé que diría esto, pero debes concentrarte. La forma en la que ella le estaba mirando, con sus pequeños colmillos presionando contra su hinchado labio inferior, con un destello plateado en los ojos, le estaba volviendo loco. —De-desde luego —se volvió hacia delante—. Tengo esto bajo control. Le echó un último vistazo, y murmuró una maldición. —Míralo, el momento en que las rocas caigan estos tres atacaran. Rápido. Tienes que encontrarlo inmediatamente. —Parecen lentos. Sin volverse, ella dijo: —Quieren parecer lento. Tú síguelos, y yo me lanzare, ¿vale? —¿Te perseguirán fuera? —No son capaces de ver muy bien de día. —Las rocas están a punto de desaparecer —chirrió él—. Vuelve. La luz del sol le dio como un tiro. Por suerte, era entrado el día. Él arremetió, abandonando la habitación para saltar por el agujero. Ella saltó hacia afuera. Pero los basiliscos cargaron con una velocidad espectacular, los tres alcanzaron la cámara y saltaron con las garras fuera. El mayor se estrelló contra las rocas detrás de ella. Polvo y escombros explotaron en el aire. Sebastian no podía verla, solo oía mandíbulas chasqueando, entonces la divisó mientras las esquivaba. Las fauces se cerraron de golpe justo sobre su cabeza. Sebastian se lanzó por ella al sol, tragándose un grito de dolor, agarrando su tobillo. Justo cuando los trazaba, ella le pateó la cara y corrió lejos. Antes de que pudiera parar, él desapareció sin ella, entonces se envió en mitad de la lucha. Aún medio trazado, apenas podía ver en la luz. Le quemaba la piel como si le hubieran salpicado de ácido. ¿El basilisco había desaparecido? Kaderin estaba de puntillas en el borde mismo de la roca, arqueando la espalda para no caerse. Antes de que él pudiera cogerla, se había enderezado, saltando a largo del borde. ¿Lo habría engañado con la caída? El más pequeño y el otro se estaban arriesgándose fuera, parpadeando y silbando en la luz. Esquivó los golpes de las garras para saltar hacia la oscuridad, hacia el otro 156


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extremo de la caverna, entonces les gritó. En el momento en que saltaron atrás hacia el túnel, se dejó caer sobre su espalda debajo del más grande y empujó su espada en el vientre. Un golpe de muerte, puesto entre escamas tan grandes como platos. Destripado. Sacó la espada, saliendo del camino. Con un húmedo rugido, este se lanzó hacia atrás sobre el pequeño, atrapándolo. Sebastian disparó a sus pies, rematando al último basilisco. Mientras trepaba para escaparse, clavando desesperadamente las garras en el suelo, Sebastian levantó la espada sobre su cuello. Se congeló, luego, lentamente volvió la cabeza parpadeando con sus hendidos ojos hacia él. Había miedo en ellos. Kaderin probablemente ya lo habría matado... y le vería débil si él no lo hacía. —Oh, maldita sea —murmuro, dejándolo atrás y mirando hacia ella. Maldición, no volvería más tarde a liberarlo.

Después, al sol una vez más, movió la cabeza a ambos lados y trató de buscarla mientras su piel amenazaba con arder. El dolor era agotador. Por el rabillo del ojo, descubrió una cueva encima del barranco. Allí la localizó, haciendo su mejor media aparición. Incluso aunque miraba desde el borde de la cueva, el sol se reflejaba aun en la arena y la roca, hiriendo los ya dañados ojos de Sebastian, pero podía aguantarlo por un minuto, quizás dos, en esta forma. Espió al basilisco mayor tirado en el fondo del barranco, con la cabeza destrozada contra una roca. Kaderin estaba todavía en aquel saliente. Justo cuando Sebastian estaba a punto de gritarle por patearle, la mirada de ella se clavó en el barranco. Su expresión se congeló. Una depredadora. Esa era todo lo que su mente podía hacer para describirla. Kaderin comenzó a mover sus brazos velozmente, corriendo hasta que llegó a ser una figura borrosa. Parpadeando por la luz, parecía no creer a sus ojos cuando se lanzó en el mismo barranco que el dragón. Se trazó, explorando otro saliente, justo a tiempo. Delante de él, a veinte pies de distancia, la sirena dio un grito de sorpresa... justo antes de que Kaderin aterrizara sobre su espalda, dejando audiblemente sus pulmones sin aliento. Kaderin tenía las rodillas clavadas en los omoplatos de Lucindeya, con un brazo apretado alrededor del cuello. Justo cuando había decidido desafiar al sol e ir por Kaderin desde allí, Lucindeya

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lanzó un codazo. De cualquier modo, Kaderin lo esquivó y falló. Esquivó cualquier movimiento defensivo que pudiera hacer la sirena. No necesitaba ayuda.

Alrededor de Kaderin, el calor de las rocas reverberaba. Mientras observaba a través de la neblina comprendió que se sentía intimidado por ella, por el poder de su cuerpo lleno de gracia. Y aun más por su absoluta crueldad. Kaderin le dio un tirón de pelo a la sirena, girándola alrededor, ganando velocidad hasta que ninguna parte de la mujer tocaba suelo. Kaderin finalmente liberó su agarre como si fuera una bola con los dedos extendidos. La faz del acantilado se desmenuzo bajo la sangre del cuerpo destrozado de Lucindeya, las rocas cayeron a plomo sobre su espalda. Kaderin no espero a verla totalmente enterrada, pero sacudió su cabeza contra la siguiente montaña. Corrió, saltando en el saliente de la roca, enterrando sus uñas para aferrarse, escarbando hasta una cueva alta. Esa cueva en lo alto, esa oscura cueva, debería contener el premio. Y Sebastian podría adelantarse. Apretó la manga contra su labio herido, probando el sabor de la sangre donde ella le había pateado. Kaderin lo encontraría después de todo. Y los términos del acuerdo habían cambiado.

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Capítulo 23 Kaderin se quedo perpleja cuando entro a la cueva, todavía jadeando por el esfuerzo de la subida. Cuando su visión se adapto, se encontró con el vampiro que de manera despreocupada sacudía el premio en la palma de su mano. La cáscara del huevo tenía pálidas estrías entrelazadas de colores a su alrededor y era transparentemente frágil. —Ahora vamos a hacer las cosas a mi manera, Kaderin. Sus ojos lo siguieron cuando lo sacudió de arriba abajo. —Sólo dame la maldita cosa. —Nunca tuviste la intención de encontrarte conmigo. —La miraba enfadado. El sol le había quemado los antebrazos y un lado de la cara—. Y me diste una patada. —Un rastro de sangre bajaba por la esquina de su labio inferior. —Te patee por reflejo. — Era verdad. El basilisco acababa de romper las rocas como si fueran paquetes de cacahuetes y estaba sobre sus talones—. Para futuras referencias, no me agarres el tobillo cuando estoy siendo perseguida por cosas con largas lenguas prensiles. No importaba lo que hubiera pasado entre ella y Sebastian, no había tratado de dejarlo inconsciente para que fuera la comida del dragón o para que se quemara con el sol, aunque… —En cualquier caso, merecías que te golpeara. ¡Cambiaste los términos de nuestro trato mientras estaba bajo presión! No fue muy caballeroso. —Me siento menos que caballeroso contigo. —El delicado huevo se balanceaba por su palma. —Puedes romperlo. —Ella apenas podía respirar—. Es el último. —Acercándose más, inclino la cabeza, ideando alguna forma de poder cogerlo. Algo peligroso destello en su expresión. —¿Piensas que me lo puedes quitar? —la retó. Ella se congeló, no tenía ningún deseo de enredarse con un vampiro para mantener el huevo entero.


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—Pero tienes que apresurarte —dijo desesperadamente—. Cuando Cindey llegue, cantará y se lo darás. —No creo que se mueva durante algún tiempo después de lo que le hiciste. —Es inmortal. Te lo quitará. Y me ha hecho mas daño en el pasado. Pero podría alcanzarnos muy pronto. Una nota pura de sus tuberías, y serás su esclavo para siempre. —Con ese pensamiento, Kaderin inexplicablemente quiso volver a patearlo. O realmente una buena puta ostia bien colocada. En su laringe. —Si crees que puedes ofrecerme con algún otro trato para conseguir este premio… —Te he dicho que no dormiré contigo. —Una gota de sudor bajo por su cuello, luego entre sus pechos. Sus ojos grises la siguieron avariciosamente, luego se volvieron negros. Como una tormenta de agua. Ella tembló por el calor. Incluso aunque su cara estuviera quemada de un lado y también sus manos, se sentía atraída y más despierta que antes. ¿Corazón frío? Hace tiempo. ¿Sangre caliente? La hacia sentir tanto. Solo él podía. Y no solo con pasión sexual. Había disfrutado al patear el trasero de Cindey, y por alguna razón, le había gustado que la viera hacerlo. —Quiero pasar una noche contigo, tocándote —dijo en voz baja. —Es todo. Como quiera y donde quiera. Ella arqueó las cejas. —¿Entonces eso es todo lo que quieres de mí? Lo dices ahora, pero sé que piensas seducirme para que haga algo más. —No, no espero que me toques en absoluto. No espero sexo. —Un vampiro altruista. ¿Y me harás esas cosas y no reaccionarás? Con la mano libre recorrió su boca. —No, creo que reaccionaré un poco. Deja de preocuparte por mis reacciones. Tienes mi palabra. Nada más. Nada menos. Ella inclinó su cabeza. —¿Y luego consigo el premio? —Cuando haya terminado con lo que planeé. No le gustaba como sus palabras la lanzaban a un punto de deseo. —Podrías romper el huevo. Primero dámelo. —No es probable. Lo voy a mantener seguro, sabes que después lo conseguirás. A 160


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diferencia de ti, mantengo mi palabra. —¿No me clavaras los dientes? —dijo con la mirada confusa—. Sin mordiscos. O juro por los dioses, que te morderé el trasero y no te gustara. Esto pareció divertirlo por la razón que fuera. —No te morderé. Lo juro, aunque siempre sospeché que serías capaz de comprobar lo que me gusta. ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo no podía? Por el premio, podía. Por curiosidad… debía. ¿Cómo seria estar esclavizada a su toque durante toda la noche? Cuando lo averiguase conocería la respuesta. Aparto la mirada y refunfuño: —Vuelo a través del Atlántico esta noche. —Se ruborizo, imaginándolo con ella en la cama del camarote del avión—. Podrías acompañarme. Él parecía dudoso otra vez. —¿Quieres que vaya contigo en el avión? —Si quieres tu pago en las próximas veinticuatro horas. Camino hasta que estuvieron frente a frente. —¿Por qué no dejas que te trace a través del Atlántico? —Solo puedes ir a los sitios en los que has estado con anterioridad, y apuesto que nunca has estado a donde voy —contestó mirándolo fijamente—. Además, descansaré mientras dure el vuelo. Tragó nerviosamente cuando él dijo: —Yo no contaría con descansar esta tarde.

Horas después Kaderin caminaba marcando el paso por la cabina del avión. Furiosa por mas cosas de las que era capaz de pensar. Primero: A causa del truco del lykae, estaba siendo forzada a esta situación con Sebastian. Y había dejado los diamantes. Valkiria tonta. Segundo: Dos de sus medias hermanas, sus compañeras de aquelarre, se habían casado, y se enteró después del acontecimiento. ¿No deseaban recibir sus regalos? ¿No querían su presencia en sus bodas? ¿Estaba triste? Tercero: Como si no bastase con estar nerviosa por Sebastian y la noche que se aproximaba, ahora seguía pensando en su pasado. Como en todas las guerras, las 161


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valkirias tenían un corresponsal en el campo que cubría la Guerra del Norte, y aprendió que los hermanos Wroth eran brutales jefes militares, conocidos por su habilidad y ferocidad. Los hermanos compraron a su gente una década de libertad contra una fuerza que los superaba en número. Sorprendentemente, Sebastian sabía luchar bien. El mayor —el esposo de Myst— era el más conocido, pero Kaderin definitivamente también había oído hablar de Sebastian. Era un maestro en estrategia, un oficial al mando áspero, y un guerrero despiadado. Hoy había conocido su lado de oficial autoritario, lo había oído por el tono de su voz. Y el modo en que siguió aquella gota de sudor, con ojos tan absortos, que le avisaban que iba a ser despiadado con ella esa noche. Llegaría dentro de unas horas, pero aquel hecho no la hundió hasta que les dijo a los pilotos que retrasaran el despegue de San Luis veinte minutos después de la puesta del sol —y que no la molestaran por ninguna razón durante el viaje… Todo esto era culpa de Bowen. ¿Qué infiernos hacia en la competición y por que estaba tan determinado a ganar? Se parecía a ella, era inquebrantable. Una sospecha le llegó de pronto. Sentándose marco el teléfono de Emma, esperando pescarla en Escocia. —¡Kaderin! ¡Es agradable tener noticias tuyas! —dijo Emma, parecía encantada—. Regin me dijo que sentías otra vez. ¡Felicidades, Kiddy-Kad! Debe de ser chulo. Tengo tanto que preguntarte, y, ah, ah, ¡te contaron que me casé! —Lo escuche, caramelo. Felicidades. Emma, me encantaría contártelo todo, pero primero, ¿que me puedes decir acerca de un lykae llamado Bowen? —Claro —dijo Emma, luego pregunto—: ¿Por qué quieres saber? —¿No sigues el Hie on-line? —Sí, están de luna de miel, pero aún así… Muestra un poco de amor a Kaderin. Kaderin obtuvo su respuesta cuando oyó sonidos de dientes mordiendo y tela rasgada. Emma grito: —¡Lachlain! ¡Ah! ¡Me quedare sin ropa! —Te comprare mas —le llego un gruñido sordo. Kaderin afirmaba que no estaba celosa de Emma que aunque sólo tenia sesenta años ya había encontrado un rey magnifico, extremadamente rico. Ah, y uno que demostró que moriría por ella y en este momento le arrancaba la ropa con sus colmillos. Emma era toda dulzura y encanto y después de sus pruebas —y de estar cerca de la muerte— merecía su nueva vida como la reina de Lachlain. 162


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De todos modos, Kaderin suspiró, incapaz de dejar de sentirse muy vieja y muy sola. Entonces recordó que no estaría sola mucho tiempo. Tenía a un hombre que llegaría esta noche… para hacerle cosas. Tembló, luego se sacudió. —Emma, sobre Bowen... —Ah, Bowen. Claro que lo conozco, Kad. Es súper caliente. —Se oyó un sonido masculino de descontento, tapando el teléfono dijo—: ¡No tan caliente como tú! ¿Entonces el nuevo marido de Emma, el hombre lobo, era del tipo celoso? Kaderin giro los ojos —Sí, Bowen vive torturado, pienso que continúa. Perdió a su compañera hace ciento ocho años, y solamente busca un modo de reunirse con ella desde entonces. Kaderin se quedo sin aliento, y se sentó en la cama. —Kaderin, yo… me… me tengo que ir. ¿Puedes llamarme más tarde? —Claro Emma. Diviértete —dijo distraídamente, luego colgó. Al menos ahora sabía contra que estaba luchando. En la mente de Bowen, este triunfo igualaba la vida de su compañera. Pero ¿cómo supo como entrar? ¿Quién era el amigo que lo había alentado a competir? Su consternación rápidamente se torno en enojo. Kaderin marco al aquelarre, preguntando por Nïx. Por primera vez, Kaderin se considero afortunada cuando Regin contesto. No perdió tiempo en cortesías. —¿Alguna razón para no decirme que Myst se caso con un general del ejercito Forbearer, más concretamente con un vampiro? —Mira Kit, no quise distraerte de tu trabajo —dijo Regin—. Estas en El Gran Hie. Y cuando lo averigüé, estaba seriamente jodida, chillando distraída. Quiero decir, sabia que nunca enloquecerías por dejarlo —bueno, no de buena voluntad— pero pensé que sería prudente aplazarlo por unos días. Fue idea mía, no de Myst. —Podría haber sido agradable saber de esta unión en ciertas situaciones, Regin. ¡Por ejemplo, que aquel vampiro que casi mataste en la Antártida es ahora nuestro cuñado! —¡De ninguna manera! ¿Hermano de Nikolai Wroth? —una pausa—. Pero ¿que importa? ¿No podemos matarlo todavía? No se lo habría dicho a nadie si no hubieras mencionado. Lo que pasa en el Polo Sur, permanece en él. —Regin, si vuelves a ocultarme algo como esto otra vez, te aniquilare. Sabes que soy más fuerte que tú. —Ah, pero soy astuta. 163


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Kaderin exhaló. —¿Cómo puede Myst estar segura que no regresaría? —No lo dijo exactamente. —Entonces sólo déjeme hablar con Nïx. Un segundo más tarde, Nïx dijo en un tono jovial: —¡Kiddy-Kad! —Nïx, ¿cómo es que Bowen MacRieve —un lykae qué perdió a su compañera— sabía como entrar a esta competición para recuperarla? Déjame añadir que sé que Bowen asistió a la boda de Emma, como adivino que hiciste tú. —Um, no sé. ¿Buena suerte? —dijo Nïx. Kaderin podía ver a Nïx jugando con su sedoso pelo negro, tratando de parecer inocente. Kaderin recordó que… a veces, repetía acciones. —Córtate todo el pelo —dijo, en tono enfurecido—. Y luego rápatelo todos los días a partir de ahora y hasta que diga que pares. —¿De Katie a Sinead? Bien, soy lo bastante descarada para llevarlo a cabo… —¡Solamente hazlo! —¿Enojada? Kaderin, como has cambiado. —Estoy lívida, como bien sabes. Nïx, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué le contaste a Bowen sobre esto? Tenias que saber que lucharía hasta la muerte para traer de vuelta a su compañera. —¡Ah, sí, especialmente por que murió huyendo de él! Eso lo ha estado destruyendo lentamente, enloqueciéndolo. Apenas come o duerme y no ha mirado a otra mujer desde entonces. Kaderin puso su frente entre el pulgar y el índice. —Será imparable. No viven para otra cosa. —¿Más imparable que una valkiria de dos mil años atormentada por remordimientos de conciencia? A propósito, sigues ganando. Pensaba que los habías liquidado. Exhaló, esforzándose por calmarse. —Ya que le diste la información, ahora ayúdame. ¿Por qué ahora tengo sentimientos? —Por que es el momento. —Ah, ahora que me lo explicaste lo veo claro. —Kaderin giro sus ojos—. ¿Ganaré el Hie? 164


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—Permíteme concentrarme. —Tarareó, detenidamente al techo concentrada.

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y

Kaderin

casi

podía

verla

mirar

El teléfono cayó. Una frialdad subió sigilosamente por la espina de Kaderin justo antes de que los gritos de Nïx estallaran. —¡Nïx! —gritó Kaderin—. Nïx, ¿qué pasa? Un minuto más tarde, Regin tomo el teléfono. —¿Qué demonios le dijiste? —al fondo, los truenos retumbaban en una sucesión ensordecedora como ráfagas de cañón. Nïx sollozaba histéricamente. —¡Sólo le pregunté si ganaré el Hie! ¿Por qué? ¿Qué pasa? —¡No sé, nunca la he visto así! Esta blanca como un fantasma y diciendo incoherencias. Nïx —dijo Regin—, cálmate, cariño. ¿Qué te ha trastornado? Kaderin oyó la voz de Nïx, sus desesperadas divagaciones, pero no podía distinguir las palabras. —¿Qué dice? —exigió Kaderin. —Ah, Kad —susurró Regin, todo su temperamento se había ido—. Dice... —Regin trago audiblemente—. Dice que... en la competición , antes de la siguiente luna llena... vas a... morir. ¿Muerta? Kaderin frunció el ceño por la confusión, retorciendo sus manos alrededor del teléfono. ¿Qué se supone que debía responder? No pudo imaginar una respuesta más tonta: —Ah. Regin, encendida una vez más, dijo: —¡Sal de la competición ahora! —Sabes que no ayudaría —murmuró Kaderin—. Cuando ve algo se hace realidad. —Sí, pero todavía puedes marear la perdiz. —Regin, ¿cómo puedes decir algo así? —exigió Kaderin, aun sabiendo que había dicho una vez mas o menos lo mismo. Recordó cuando Furie la azotó tan claramente como si hubiera sido ayer. Por sus propias palabras descuidadas, Kaderin había hecho que le rompieran el brazo, el cráneo y fracturado el esternón. —¿Dónde estas ahora mismo? Iremos por ti, cuidaremos de ti en el aquelarre. —Nïx podría estar confundida —ofreció Kaderin, sorprendida de que sus ojos 165


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lagrimearan—. O su premonición ser incorrecta. —Pero sólo lo dijo para beneficio de Regin. Kaderin sabía que Nïx nunca se equivocaba. Y nunca había visto la muerte de una valkiria. —Nïx esta rodando por el suelo. Algo esta pasando. —Ah. —Como la valiente Furie, que había encontrado su destino de forma estoica. Kaderin podía aspirar a eso. —¡Maldición, Kad, dime dónde estas! —Regin, sólo los cobardes no encuentran su destino. Si debo morir en esta competición, entonces de acuerdo. Lo llevaré a su fin. —Estas diciendo locuras. Ahora mismo no deberías estar sola, con estas noticias. Inclinó la cabeza, mirando fijamente la ventana. —Yo... no lo estaré. —Porque el anochecer llegaría en un par de horas—. Estaré bien, Regin. Os llamaré mas tarde — añadió y luego colgó, apagando el timbre. Kaderin sabía que en los días que faltaban para la luna llena, su aquelarre trataría de encontrarla, llamando sin cesar, tratando de rastrear sus movimientos por medio de su teléfono y el uso de la tarjeta de crédito, así como por la red del Accord. Pero Kaderin conocía todos los trucos, y si no quería que la encontraran, entonces no lo harían. Temblaba. El sol seguía poniéndose, y tenía a un vampiro que pronto llegaría.

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Capítulo 24 —¿Te vestiste para mí? —Sebastian tragó visiblemente cuando Kaderin se puso de pie a su llegada. Había hecho un intento de paso hacia la entrada, pero después de recorrerla con la mirada desde la cabeza hasta los dedos de los pies, dio un paso hacia a delante como si lo hubieran empujado. No había error alguno en la apreciación del apretado suéter negro, la corta falda y las sandalias de tacón. Ella se alegró cuando su ávida mirada se desvió nuevamente a sus pechos o quizás él la hubiera visto tragar. El vampiro estaba innegablemente excitado. Era tan grande, que el punto más alto del techo del avión de siete pies apenas libraba su altura. Llevaba vaqueros oscuros que destacaban sus estrechas caderas y una camisa oscura que moldeaba sus músculos. Todo era de buen gusto y seriamente caro. Su rostro estaba completamente curado, y el largo cabello negro le humedecía el cuello por la reciente ducha. Sexy, tenía mucha ventaja biológica. ¿Qué hembra esperaría alejarlo cuando él deseaba estar dentro de ella? Cuando sus ojos se encontraron tenía una mirada tan voraz, que ella sintió sus nervios aumentar, notando un intenso rubor que se derramaba sobre sus pómulos. Sonrojarme. Ahora el vampiro me ha hecho sonrojar. —Así es como me visto generalmente. —Después de tratar nerviosamente con treinta combinaciones de ropa—. Eso cuando no estoy luchando, corriendo o trepando. Él se adelantó para acariciarle el cuello. —O arrojándote desde acantilados para atrapar sirenas renuentes —dijo con media sonrisa. ¿Así que sería encantador esta noche? Hacia poco desde que había sabido que ella era algo seguro, había desatado un devastador arsenal de buena apariencia y ese tranquilo y natural encanto. Ella sería suya esa noche.


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Antes de que llegara, se sentía miserable, tan sola y tan, pues bien, tan condenada. Después de mucho buscar en su alma, Kaderin había tomado una decisión. En las jóvenes e inmortales palabras de Regin, al diablo, si iba a morir, Kaderin tendría una noche de pasión antes de la sucia siesta. Y no podía pensar en estar con nadie más que él, solo por esta noche. Le había dicho que así era como se vestía generalmente, y era verdad, pero no deseaba que él sospechara que se había probado todo el contenido de su maleta dos veces. Se había mirado fijamente en el espejo, considerando su aspecto por primera vez en años, preguntándose lo que encontraría atractivo en ella ¿o era simplemente la sangre lo que le hacía encapricharse? Había estado tan inquieta por desear estar íntimamente con un hombre después de tanto tiempo, que apenas podía cerrar las diminutas tiras de sus sandalias. Triste pero cierto, le estaba agradecida por su compañía. Si él no estuviera aquí no podrá hacer nada excepto reflexionar sobre su muerte, pero ahora él estaba con ella y había algo en sus ojos, algo ligeramente alarmante que la emocionaba. Se mordió el labio inferior. Llámame jodida Betty Crocker8 por que mi pastel esta bien listo para el horno. —Eres hermosa —palabras sencillas, pero la manera en que las pronuncio, sus irresistibles ojos, la hicieron temblar. Ella bajó la mirada hacia sí misma y volvió a elevarla. —¿No soy demasiado pequeña? Esa maravillosa risa de nuevo. Mirar su rostro masculinamente esculpido cambiar de expresión era un placer decadente. —Amo como estás hecha, incluso mientras me preocupa herirte mientras te tocó. — Escuchar el timbre bajo de su voz era simplemente delicioso. Sabía que no debía disfrutar esas cosas, aun así no podía evitarlo. —¿Hacerme daño? —rió ligeramente—. Perder miembros duele, ser hervido en aceite, duele, lo que sea que puedas lanzarme puedo tomarlo, si lo deseo. Se había acercado, tan caliente y terriblemente masculino, sobre ella. Dioses, olía tan bien. —¿Y que deseas Kaderin?

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¡Sí! Deseaba que la besara, que le lamiera el cuerpo. Él, un vampiro. Cuando cabeceo sin aliento, la mano de él le tomo el rostro, arrastrándola para que pudiera tomar sus labios. Su beso fue suave al principio, aunque se podría decir que luchaba para que fuera así, entonces gimió y se volvió desesperado. Esa noche ella compartía el sentimiento por completo. Las luces parpadearon, finalmente ella se forzó a alejarse. —Estamos a punto de salir. Es, uh costumbre sentarse. Él se dejó caer en la butaca más cercana, tomándola de la cintura y arrastrándola hacia su regazo. Mientras la acomodaba sobre su rampante erección, silbó al respirar, ella jadeó al recordar su tamaño. En un torpe intento de conversación preguntó: —¿Has estado en un avión antes? —No —él le levantó el cabello del cuello para colocar un pequeño beso sobre su piel desnuda—. Y dudo que recuerde mucho del vuelo esta vez. Cuando le hocicó el cuello, ella se tensó y alejó. —¿No me morderás? —No, lo prometo —dijo—. Siento que sucediera esa noche. Mientras sus incontrolables emociones continuaban, espontáneas palabras, surgieron de la nada. —Sebastian no importa lo que ocurra en el futuro, quiero que sepas, que yo… —bajó la mirada—. Me alegra que estés conmigo, ahora. Pero él la tomó de la barbilla y buscó sus ojos. Parecía orgulloso de ella. —Gracias por decirme esto. —Sentí que debía. —Son sentimientos confusos, ¿no es así? Los míos también, pero podrían mezclar nuestro camino. Ella no estaría por mucho tiempo para… Con eso en mente, se dio la vuelta para colocarse a horcajadas sobre él. Las manos le temblaban cuando le tomo el rostro. Se inclinó para presionar sus labios sobre la esquina de los suyos, su mejilla y hacia abajo, en el cuello, después regreso para acariciar su boca complemente con los de él. Como antes, el simple contacto de sus labios la dejó sin

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aliento. Inclinó la cabeza para profundizar el beso, adentrándose en él, lamiéndole los labios, la lengua. Ella retrocedió para sacarse el suéter y después desabrochar el sujetador de encaje. Cuando lo encaró nuevamente, su mirada estaba embelesada sobre sus pechos desnudos, con la boca abierta. Ese mismo día en la cueva, ella había notado que él no deseaba apresurar su encuentro. Ahora, tenía nuevamente la idea que deseaba tomar esto con calma, despacio, y a juzgar por su reacción, pensaba que ella se acababa de saltar un paso. —Katja... yo —tragó, parecía tratar de memorizar la visión. Como si creyera que nunca volvería a ver algo así nuevamente. La dura realidad era que disfrutaba del arrobamiento masculino sobre sus pechos, disfrutando su dolorida expresión cuando sus pezones se endurecieron justo enfrente de sus ojos. —Tan adorable —dijo, su voz retumbaba de esa manera tan sexy. Disparando calor a través de ella para concentrarlo entre sus piernas. Dioses, ella había extrañado eso. Él colocó sus manos sobre su espalda y la acercó para lamer ligeramente uno de sus pezones. Ella gimió ante ese pequeño contacto incluso antes de que lo tomara entre sus labios. Gimiendo alrededor del pico, con legua rápida, chupó con fuerza hasta que latió. Únicamente lo soltó para repetir sus atenciones sobre su otro pecho, entonces se detuvo para mirarla. Ella tuvo la loca idea de que deseaba ver lo que había logrado con sus labios. Pero su aliento calentaba los mojados picos, haciéndole doler. —Por favor Sebastian —murmuró. Si iba a tocarla, necesitaba que lo hiciera ahora Él la movió hasta que yació sobre su regazo, el cuello contra el brazo de él. —Abre las piernas —dijo con voz ronca, empujándola hasta que la falda se subió lo suficientemente alto como para revelar sus bragas. Rozó sus nudillos por del interior del muslo. Con los párpados pesados, hizo a un lado sus bragas con una mano, rodeando con la otra su cintura y bajándola para acariciarla. Masculló una maldición extranjera por lo mojada que se encontraba. —Por mí —dijo con la voz ahogada. No era una pregunta, pero ella tuvo la sensación de que deseaba que se lo asegurara. —Por ti —susurró, haciéndolo estremecerse.

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—Eso me complace. Deberías estarlo, puesto que estoy duro por ti siempre. —La frotó alrededor de su humedad, haciéndola jadear, parecía fascinado por cuan resbaladiza estaba. Cuando deslizó el dedo en su interior, gimió desde el fondo de la garganta, y ella se retorció sintiendo el pulso de su eje bajo ella. —Voy a besarte ahí —meció su mano hacia arriba, cavando más profundo, mientras su pulgar le acariciaba lentamente el clítoris—. Toda la noche. Ella gritó. Siempre había encontrado ese acto intensamente erótico, y ahora el pensamiento malvado de un vampiro haciéndoselo la hizo retorcerse. ¿Quién era aquel dominante, pecaminosamente sexy, hombre? Parecía cauteloso, incluso dubitativo al principio. Pero no ahora. Nunca antes se había sentido tan bien. —Bastian necesito… —¿Deseas que te bese, Katja? —¡Sí! —deslizó las caderas para tomar su dedo dentro y fuera, y él gimió contra su húmedo pezón Él continuo ese agonizante juego hasta que se elevaron y las luces en la cabina se debilitaron hasta oscurecer, excepto por la luz sobre la mesa frente a ellos. La levantó y suavemente la colocó sobre la mesa, empujándole la espalda. Las manos de él subieron rozando bajo su falda hasta que pudo enganchar los dedos en sus bragas. Ella se deslizó para ayudarlo mientras se las quitaba. Empujó la falda hacia su cintura, entonces se colocó frente a ella en el lujoso asiento, en la oscuridad, mientras yacía de espaldas a la luz, colocó las palmas sobre sus piernas y gentilmente las separó. Cuando estuvo descubierta frente a él, gruñó: —Eres hermosa —haciendo a su sexo contraerse. Gimió mientras continuaba mirándola. Nunca la habían mirado así, nunca se había sentido tan expuesta y vulnerable. Y aun así confiaba en él con su cuerpo. Al fin, presionó los labios contra su muslo, subiendo cada vez más arriba con húmedas lamidas, hasta que ella tembló, deslizando los dedos por entre su espesa cabellera. Suspiró abriendo las rodillas y dejando caer las piernas abiertas para que él hiciera lo que deseara.

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Capítulo 25 El interior de sus muslos era como la seda. Nada podía ser tan suave Sebastian ya se sentía como si fuera a explotar y aun no la había probado. Deseaba saborear la experiencia, había esperado tanto por esa fantasía. Después de la cueva, había paseado nerviosamente por su casa durante horas. Sabía lo que haría con ella esa noche... en lo que había estado pensado una y otra vez. Pero, ¿podría complacerla? ¿Sería capaz de notar que él nunca lo había hecho antes? Ahora que estaba realmente seguro de tenerlo, estaba desesperado por saborearla por primera vez. Le dio un último beso en el muslo, y entonces con un gruñido, encontró su humedad. Con la boca abierta, froto la lengua en su centro, en una larga y lenta lamida. Cuando ella gritó, su cuerpo se estremeció de placer y su polla se sacudió en los pantalones. —Eres como miel Húmeda, suave, deliciosa. Por más de trescientos años, había esperado por esto. Y ella jodidamente lo valía Envalentonado por sus gritos, lamió más profundamente y sintió crecer su humedad contra la lengua. Ella gimió y sus brazos se elevaron sobre su cabeza. Nunca se había imaginado que su sexo pudiera ser tan caliente, la carne tan dispuesta. Nunca tendría suficiente de esto. Nunca. Si tener una noche con ella lo llevaba a convertirse en vampiro, a cambio ¿lo sufriría de nuevo? En lo que dura uno de mis nuevos latidos. Cuando dio una fuerte pasada de la lengua contra el pequeño e hinchado clítoris, ella respiró con fuerza y arqueo repentinamente la espalda. ¿Como podía pensar en controlar su propia reacción? Era lo único que podía hacer para no sacar su eje y empalarla exactamente como lo hacía profundamente con la lengua en ese preciso momento. Pero no había modo de que renunciara a este placer ahora. Había esperado por mucho tiempo y estaba encantado con este acto. Los sexys tacones de ella se clavaban en


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su espalda, urgiéndolo como espuelas. Ella se elevó sobre sus codos para mirarlo, mordiéndose el labio inferior, jadeante, enviando una descarga de lujuria a través de él. Se toco sus propios pechos pellizcándose los pezones como si fuera para él. ¿Como sabía que estaba embelesado por sus pezones rosa y sus suaves y plenos pechos? ¿Por que jugaba con ellos...? —Bastian —gritó—. Estoy tan cerca… ¡No, aun no! Debería haberla tomado con los dedos, habría durado más. Podría haberla tenido con la boca más tiempo. Pero ella echo la cabeza hacia atrás, arqueándose con los pezones tirantes y puntiagudos y no pudo evitar lamerla con locura. Gimió cuando comenzó a correrse y cerró los ojos con placer. Continuó y continuó. Su cuerpo ágil se estremeció contra él y sus gritos llenaron sus oídos. Una vez que terminó, ella le empujó la cabeza para cerrar las rodillas cuando todo lo que él quería hacer era saborear su orgasmo. No, demonios, tendría más de esto. Debía tenerlo. —No he terminado aun —gruñó sin reconocer su propia voz. Sus ojos se abrieron cuando la levantó y cargó hasta la cama a su espalda, lanzándola. El camarote tenía una vista de pequeñas ventanas, todas ellas rodeándolos. Podía ver el relámpago golpear al fondo. Sebastian estaba en un avión —volaba de hecho— y no podía importarle menos . Cuando colocó su cuerpo para poder yacer entre sus piernas, ella dijo: —Bastian N-no… no tan pronto. Lo empujó cuando le abrió las piernas una vez más, pero él le colocó los brazos a los lados sujetándole la muñecas para capturarla en el lugar. —Abre las piernas —ordenó en un tono que la desafiaba a negarse. Ella lo hizo con un quejido, sabiendo lo que vendría. Se retraso, mas agresivamente, envalentonado por la forma en que la había hecho correrse, como la había hecho relampaguear. Había estado preocupado por si era malo para esto. Por si la hacía bostezar de aburrimiento. Pero se lo había puesto tan fácil, con sus gemidos y gritos, dejándole saber exactamente cuanto le gustaba ser besada. Cuando había decidido chuparle el clítoris, había gemido con abandono, arrastrando la cabeza por la almohada, haciéndole empujar su polla contra el colchón agónicamente. Las piernas se le abrieron ampliamente en total rendición, y la luz explotó afuera, el avión se sacudió mientras movía las caderas contra su expectante lengua. —Si…si…si… —gimió, jadeando y retorciéndose. Gritó —con fuerza— cuando se 173


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corrió. Y a pesar de que sujetaba sus muñecas, clavó las uñas en las sabanas. La devoró hasta que obtuvo el último gemido de ella. Después beso sus sedosos muslos donde había apretado con fuerza esperando aliviarla aun cuando él estaba dolorido. —Bastian —murmuró. Finalmente se alejó y se elevó para sentarse, sin tratar de esconder su asombro. Ella parecía compartir el sentimiento. —Bien —tuvo que tragar antes de continuar—, ciertamente no eres flojo en ese apartado. Sebastian estaba orgulloso y aliviado. Muy aliviado. Pero ahora debía dejarla. Tenía la polla tan llena de semilla que no podía ocultarla. Y había prometido tan solo tocarla. Aun en el remoto caso de que quisiera hacer el amor con él. Lo que había hecho era sin esperar nada a cambio. —Bastian —ronroneó—. Quiero tocarte. Sacudió la cabeza. —Te dije que no podía —pero cuando extendió la suave palma de la mano sus caderas se lanzaron para delante, aparentemente por voluntad propia, para colocar su polla a la disposición de ella. Para el momento en que había juntado la voluntad suficiente como para negarse a ella, ya le había sacado los vaqueros. En un gemido ahogado, ella preguntó: —¿Crees que te dejaría marchar sin recompensa? Kaderin sujetó su eje liberándolo. Sus ojos se abrieron ante su primera visión. Dioses, era glorioso. La punta estaba brillante, el eje grueso, pulsante y palpitante en su palma. Miró hacia arriba para encontrar su sonrojada cara, mientras él miraba hacia abajo a donde ella lo sujetaba. Cuando capturó sus oscuros ojos comprendió que él deseaba que le gustara lo que estaban haciendo. Que deseaba que lo encontrara atractivo. —Amo la manera en que te sientes —murmuró mientras colocaba los dedos en torno a él, apretándolo con firmeza en su puño hasta que él gruño bajo—. No podría dejar de tocarte aun si lo intentara. Tirando de él, lo movió suavemente bajándolo sobre ella hasta que estuvo colocado sobre sus manos y rodillas. Entonces, acariciando su longitud, colocó el glande en sus 174


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pechos. Él comenzó a estremecerse, con las piernas temblando. Lo frotó contra su carne, contra uno de sus pezones. Con la otra mano, acunó el pesado saco, masajeándolo. Lo vio apretar la mandíbula y sintió que se contenía de empujar contra su palma para terminar. —Katja… voy a…correrme. —¡Si! —lo acarició mas fuerte y rápido. —Así... —masculló él. Presionó la cresta directamente contra su dolorido pezón. —Ah Dios... —las palabras terminaron en un brutal gritó mientras eyaculaba contra ella. Bombeó con puño tembloroso al tocarlo. El cuarto relumbró con el relámpago una vez más. Cuando dejo de acariciarlo, la miró como si apenas pudiera creer lo que había hecho. —No esperaba... No lo planeé. Ella se mordió el labio inferior. —Lo se. Sin otra palabra, se levantó, guardando su miembro de nuevo en los pantalones. Parecía enojado consigo mismo. Se dirigió a lujoso baño, luego regresó con una afelpada toalla ligeramente humedecida. Cuando se sentó a su lado, claramente se preguntaba cual era el protocolo a seguir. Sostuvo la toalla con las cejas levantadas, y ella sacudió la cabeza sofocando una sonrisa. Acercó la toalla para limpiar sus pechos con lánguidas caricias, mirándola con avidez. Exhaló un largo suspiro y murmuró: —No puedo creer que hiciera esto. Cada una de sus caricias ligeras, la relajaba más y más así que le lanzó una sonrisa perezosa sorprendiéndolo sin duda. Hey ¿qué podía decir? Lo necesitaba esa noche y él la había satisfecho a fondo. Incluso sin haber hecho el amor. Kaderin encontraba sexy como el infierno que no fuera demasiado suave y experto en la cama. Había escuchado la manera de ser de los hombres inmortales —no estaba hastiado. No había tratado de ocultar cuanto placer estaba sintiendo, o escoger sus palabras, o minimizar cuanto le dolía. Ella suspiró, cada músculo de su cuerpo relajado. —Bastian creo que esta noche ha sido maravillosa. —¿Eso crees? —se había corrido sobre sus pechos, observando esto ocurrir como si 175


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estuviera fuera de su cuerpo. Era algo que pensó que nunca experimentaría en toda la vida. Y a pesar de que lo encontraba difícil de creer, ella parecía como si no pudiera estar más feliz con él. Sacudió la cabeza nuevamente para aclarársela, después se levantó para arrojar la toalla en el baño. Cuando regresó, se recostó contra la puerta del camarote y la miró. Se había colocado de lado y parecía medio dormida, pero levantó la cabeza para dirigirle una sonrisa somnolienta. Y sintió como si algo cambiara en su pecho, retorciéndose… doliendo. La elegante falda estaba arracimada en torno a su cintura, y una porción de ropa interior estaba enganchada en la hebilla de una de sus sandalias. Verla así tan suave y relajada le hizo doler el pecho de nuevo. Frunciendo el ceño, se frotó la palma de la mano contra este. Cuando murmuró su nombre y rodó de espaldas como si lo persuadiera de yacer tras ella, abrió los ojos. Regresó nuevamente a sentarse a su lado. Si, le gustaría dormir con ella. Se sacó la botas y se pasó la camisa sobre la cabeza, se levantó y cerró todas las cortinas. Sabía que se echaría para atrás en cuanto aterrizaran —pero por ahora, planeaba disfrutar de cada aspecto de estar con su mujer, incluyendo desnudarla para dormir. La liberó de la ropa interior, le quitó las sandalias, luego le desabrochó y removió la falda. Cuando se puso tras ella, colocando la manta encima de ambos, podría haber jurado que ella masculló algo sobre una torta. Después de encerrarla entre sus brazos, enterró la cara en su cabello y la apretó. Había pasado del hambre al festín… sin medias tintas. Había ido de no tener nadie al que llamara propio a tener una fantasía con ella entre sus brazos. Podía ganarla. Debía ganarla después de esa noche. Sabía que podía ser un buen esposo, un buen padre, pero se preguntaba si podía satisfacerla en la cama. Ahora se sentía seguro puesto que no era tímida acerca de cuanto le había gustado. Dios, como me lo ha dejado saber. Sonrió contra ella, bien consciente de que yacían sobre sabanas despedazadas. Ella suspiró, flexionándose contra él. Entonces como si se sorprendiera haciendo algo que no debía, se tensó. —Esta noche no cambia nada, vampiro. —Dítelo a ti misma valkiria —le acarició el cabello a un lado, besándole el cuello y haciéndola estremecerse—, tanto como quieras.

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Capítulo 26 —Buenos días, Katja. Ella respondió algo entre dientes. Cuándo él se despertó, estaba tumbada sobre su pecho, jadeando en sueños. Sonrió, saboreando la sensación. Ella lo negaría, pero a su Novia le gustaba dormir con él. Podría acostumbrarse a este último lujo, rizos rubios sobre su pecho y una cálida mujer en sus brazos, suya para tomarla. ¿Lo era, después de la última noche? Le había dado el mayor placer que había experimentado jamás, y también le había dado una provocativa insinuación de que más podía encontrar en ella. Se apretó más cerca. Cuando dijo algo que no entendió, aflojó el agarre. —Lo siento. Sonaba medio dormida cuando preguntó: —¿Por qué estás siempre preocupado por aplastarme? Él miró fijamente al techo. —Mi tamaño no me ha sido demasiado útil con las mujeres —lo que era una descripción insuficiente. —Lo hizo anoche —murmuró ella, bostezando contra él—. Tu tamaño era un quitabragas. ¿Quitabragas? La puso derecha sujetándola por los hombros, y ella parpadeó adormilada como una gatita despegándose de un sofá. —¿Qué? —murmuró—. ¿Es una utilidad suficientemente buena? Él rió entre dientes, poniéndola de espaldas, usando toda la mano para enmarcar su cara contra él. ¿Cómo podían unas pocas palabras bien colocadas empezar a deshacer siglos de duda? Ella se disparó arriba en la cama, los ojos abiertos. —¿Hemos aterrizado? —Hace una hora más o menos. Giré la llave de “No molestar” y los pilotos salieron.


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—¿Qué hora es? —saltó de la cama. Desnuda. Se precipitó al cuarto de baño, empezando a ducharse, luego se proyectó a su manera al ropero. También muy desnuda. Él miró el reloj al lado de la cama. —Son las seis cuarenta aquí. —¿Dónde exactamente era aquí? Todo lo que sabía era que los pinchazos de la salida del sol a través de las sombras eran brillantes. —¡Viene un coche a las siete! Se puso cómodo con los brazos detrás de la cabeza y supo que su sonrisa era una de pura satisfacción masculina. Nunca antes había visto a una mujer vestirse. Nunca quería perdérselo otra vez. Esto era lo que había imaginado de cómo sería tener una esposa. Verla vestirse, disfrutar de las vistas tentadoras de su hermoso cuerpo. Pero con ella, la realidad era mucho mejor. No había previsto, por ejemplo, la completa falta de modestia de su esposa o sus malvados juegos de cama. No había imaginado que sus ojos aturdidos podrían arder con tal absoluto propósito y guía, o volverse plateados por el deseo. Se le enganchó el tobillo en la correa de la maleta y tropezó hacia delante, poniéndose derecha con alguna clase de gracia preternatural. Cuándo escupió una maldición, rió entre dientes otra vez. Ella miró alrededor de la puerta de cuarto de baño y arqueó una ceja hasta que él levantó las manos en rendición. Pronto atrapó los ligeros olores de su champú y el jabón que se mezclarían con su propio olor suculento. Cuándo se imaginó el jabón sobre su cuerpo suave, se puso en pie de un salto. Sin malgastar ni un segundo, se quitó los vaqueros y se trazó a la ducha. Ella gritó con un vistazo a su erección, luego miró hacia arriba con su cara ruborizada. Desgraciadamente, ya estaba aclarada y limpia, y antes de que la pudiera tocar, saltó fuera. Se aseguró una tolla alrededor del torso y retorció una alrededor de su pelo, luego salió del espacio húmedo. Él oyó armarios cerrándose de golpe en el dormitorio mientras se daba prisa. No entendía esa obsesiva necesidad de ganar. —¿Por qué estás tan rabiosa por este premio? —le llamó bajo el agua—. Te he dicho cientos de veces antes, que la llave no funcionará. —Encontró una pastilla de jabón sin abrir que no olía femenina y abrió el sello del monograma.

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Ella entró otra vez, todavía con su toalla, y apretando la pasta dentífrica en el cepillo de dientes rosa. Contestó mientras se cepillaba: —Lo hará. Cuando terminó de cepillarse y salió, él terminó de ducharse, luego asió la última toalla. Mientras pasaba por la puerta del baño otra vez, le tiró los vaqueros. Se secó, metió las piernas y entró en el vestíbulo, chocando con ella. Debería haberlo sabido, en un área tan pequeña. Descuidado… Su mano se disparó para agarrarla, pero ella evitó fácilmente la caída con un pequeño paso atrás. Las manos volaron hacia su pecho, luego se relajaron allí, frotando unas pocas gotas de agua. No le echó esa mirada dolida. No, inclinó la cabeza y estudió su pecho, un diminuto colmillo presionó contra el labio inferior, sus ojos se volvieron plateados. Justo cuando iba a llevarla de vuelta a la cama, se retorció, luego bajó por el vestíbulo deprisa, las caderas oscilando suavemente bajo la toalla. Perfecta para mí. De repente, fue completamente respetuoso del destino, dado que había sido sangrado con la mujer correcta. Cuándo estuvo fuera de la vista, la sedosa ropa interior en la abierta maleta atrapó su atención. Arrodillándose para examinarlas, escogió un sujetador negro diminuto y las bragas a juego que no parecían más que unas tiras artísticamente colocadas. Se puso de pie y las apretó en sus puños, gimiendo al recordar apartar sus bragas a un lado la noche anterior. Se había estremecido al encontrarlas tan mojadas… Ella apareció, una mano en la cadera, la otra levantada por su ropa interior. De mala gana se la entregó. Cuándo se giró y empezó a vestirse bajo la toalla, él dijo: —Sé un poco acerca de los viajes en el tiempo. Y sé que esta llave no puede funcionar. ¿Has estudiado alguna vez las leyes de la relatividad general? —preguntó lentamente, sin imaginarse porque lo habría hecho. Inclinó la cabeza con cada palabra, la mirada fija en el borde de la toalla que revoloteaba. No necesitaba molestarse en orientarse para una mirada. Ella dejó caer la toalla tan pronto como se puso su ropa interior, en otras palabras, cuando la tira estuvo en el lugar. Siseó un aliento. Otra vez, los pies se arrastraron para evitar que cayera. Ese culo va a ser la muerte para mí. —Yo misma sé algo acerca del tema —dijo sobre el hombro mientras se ponía el sujetador—. Y desde la mitad del siglo veinte, ha sido extensamente aceptado entre los

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físicos que la posibilidad del viaje en el tiempo puede ser reconciliada dentro de las leyes de la relatividad general. Sebastian juntó las cejas. Quizás no debería haber hablado con ella tan lentamente. Pero entonces sus palabras penetraron. La relatividad general era sólo un argumento contra el viaje de tiempo. —Incluso si eso fuera así, viaje en el tiempo no es compatible con la ley de la conservación de energía. No puedes quitar materia y energía de una esfera sin crear un vacío. Tampoco puedes tomarla y forzarla en otra esfera. Misericordiosamente, ella se retorció en sus pantalones de cintura baja, aunque tuvo que agacharse brevemente, con los senos amenazando con derramarse fuera. A medio vestir, empezó a peinarse su largo, mojado cabello. Él se sentó contra la cabecera una vez más y saboreó cada vista. —Cierto. Pero sólo si crees que toda la materia y la energía están interconectadas a una escala global. ¿Podría ser más sexy que ese momento, cepillándose el pelo, discutiendo uno de sus temas favoritos? De algún modo logró hablar. —Puede ser. En un sistema cerrado, todo está integrado. Retorciendo la masa de rizos en un nudo en la cabeza, desnudó ese cuello elegante del que no podía mantener los labios apartados. —La Tierra no es un sistema cerrado —dijo con autoridad absoluta—. Hay puentes a otras dimensiones, incluso otras poblaciones como el Lore. He estado en algunas. ¿Qué? pensó mudamente. Cristo, la creía acerca de eso. Aunque iba contra todo lo que había aprendido. Y apenas así, uno de las creencias fundamentales de su vida desplomada mientras un desliz de mujer andaba despacio con un sujetador negro de seda. Sacudido, redobló sus esfuerzos por concentrarse. Quería convencerla de esto. Y para ser honesto, quería impresionarla. —¿Y la Paradoja del Abuelo? ¿Qué sucede cuando un viajero del tiempo tiene una intrusión mecánico-cuántica con su ser del pasado o sus antepasados? —¿Que si mata a su propio abuelo? Bien, si uno cree en los taquiones… —¿Sabes lo que un taquión? —casi gritó. Ella enganchó la camisa en los pulgares, preparándose para ponérsela. Mientras estaba bajo la tensa tela, la oyó decir:

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—Partícula subatómica. Viaja más rápido que la velocidad de la luz. Había cerrado la mandíbula cuando ella se la puso. —¿Cómo entiendes estas cosas? —¿Y cómo podría ser este desangramiento tan preciso? —Mi padre era un dios, y ellos tienden a ser tan rápidos como eso. Lo heredé. —Por supuesto. —No quería que le recordara eso. Riora le había preguntado si tenía alguna idea de cuan alto apuntaba con una como ella. Sí, Riora. Lo hago. Cada día, tenía una mejor idea, y lo estaba matando. Se estremeció—. Los taquiones son hipotéticos. Su existencia amenazaría las leyes de la ciencia… —¿Cómo lo hizo la radioactividad? —preguntó en un tono templado, alzando la mirada desde las ataduras de sus botas para lanzarle una sonrisa demasiado agradable. Él exhaló un aliento largo. Ella se refería a la época de principios del siglo veinte cuando los físicos no podían justificar el fenómeno de la radioactividad. Tuvieron que quedarse confusos, luchando, hasta que la teoría de la mecánica cuántica fue propuesta. —Inteligente analogía —dijo, impresionado. ¿Le había convencido? No, había docenas de otros argumentos para demostrar que uno no podía volver al pasado a cambiar el futuro. Pero nunca había estado tan contento de estar de acuerdo en no estar de acuerdo. Se moriría si no la besaba.

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Capítulo 27 Sebastian se lanzó hacia ella, agarrándola por los brazos y tumbándola de espaldas en la cama. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Kaderin, sin lograr sonar lo suficientemente enojada, no cuando había estado dispuesta a hacer esto desde que le había tocado el magnífico y todavía húmedo pecho. Después de anoche, sabía que todo él era magnífico. No había ignorado sus calientes miradas mientras se vestía, pero aparentemente hablar sobre ciencia le había empujado al punto de ebullición, podía sentir su gruesa erección presionando contra ella. Ciencia. Debería haberlo sospechado, había visto todos esos textos en el castillo y no eran exactamente lecturas de playa. Él se incorporó sobre ella, sujetando sus brazos por encima de la cabeza. En la cueva, e incluso anoche, había demostrado su fuerza. Ahora se lo imaginó tomándola duramente, con ese fuerte y flexible cuerpo… Frunció el entrecejo. Esta mañana le había dicho que su tamaño no le había puesto en buenos términos con las mujeres. Creía que eso era una descripción insuficiente, y sospechaba que una mujer, o mujeres, le habían herido. Así que ¿por qué ahora sentía un impulso arrollador de arañar los ojos de esas tontas putas? —Bésame, Katja. —Relajada su cara era muy atractiva. Parecía al borde de sonreír abiertamente. Irresistible. —¿Por qué querría hacer eso? —preguntó con voz entrecortada. —Te gusta besarme, valkiria —dijo, sonando orgulloso. Ah, Freya, le gustaba. Y entonces él sonrió. —Cristo, disfruto estando contigo. Una sonrisa que le paraba el corazón curvó sus labios, mostrando sus dientes blancos y los colmillos apenas visibles contra su siempre bronceada piel. No le mires. Estaba


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siendo hechizada, le estaba cogiendo simpatía y se lanzaba sobre cosas que odiaba. Bebía sangre. ¡Mordía! —Tiene que gustarte estar conmigo —le recordó—. Soy tu Novia. Le liberó las muñecas y se incorporó. —Por supuesto, es la obligación mística que me hace tan atractivo para ti. No el hecho de que acabas de darme una buena idea de como trabaja tu mente y admiro lo que veo. Y no podría ser porque anoche me diste el mayor placer sexual que he tenido nunca. Estudió su expresión seria. —¿Lo fue realmente? —¿Antes de anoche y la primera mañana contigo? De lejos —admitió calladamente. Ella le creyó, aunque no podía entenderlo. Ni siquiera habían tenido sexo. Seguramente había tenido a mujeres adulándole, queriendo complacerlo de cualquier manera. Sí, parecía tímido a veces, pero había sido también un aristócrata sexy e inteligente y un soldado magistral. Si lo hubiera encontrado cuando era todavía un tímido mortal, lo habría acaparado en un granero de heno y hubiera tenido sexo con él. —¿Y acerca de ti, Katja? —su voz era más profunda—. Dime si te di placer también anoche. Hablando de timidez… ahora ella era la que se ruborizaba y apartaba la cara. —Bésame o cuéntame. Uno de los dos para conseguir que te deje ir. Hizo un sonido de frustración. —Sabes que lo hiciste, estabas allí. ¡Casi estrellamos el avión con el relámpago! Él se inclinó y susurró contra su cuello: —Vaya manera de irse. —¿Por qué me preguntarías eso? Él retrocedió. —Porque mi plan es hacerte necesitarme para eso. Si sientes lujuria —presionó un beso contra su clavícula—, quiero que automáticamente me busques para aliviarla. Era tan arrogante e inseguro, franco pero furtivo. Y que los dioses la ayudaran, las contradicciones la fascinaban. —¿Y qué sobre ti? —preguntó. Acaricio con el dorso de los dedos su mejilla. 183


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—Sabes que yo nunca querré a otra. —¿Por qué… por qué quisiste morir? —no sabía de donde había venido la pregunta, pero de repente ardía por conocer la respuesta. ¿Por qué había estado solo? —Yo… no quería morir necesariamente. Apenas veía el punto en vivir —ante su ceño, agregó—, te lo explicaré. Un día. Pero todavía no sé cómo me siento acerca de esa situación. Ella apartó la mirada. —Está bien. No tienes que hacerlo. Él apretó la mano contra su mejilla, tiernamente, engatusándola para encararla otra vez. —Te lo diré. Dentro de algún tiempo. Todo lo que desees. Quiero que no haya secretos entre nosotros, porque voy a… casarme contigo. —¿Qué? ¡So! —trepó alejándose de él, un verdadero temor recorriéndola. Esto era exactamente el porque la noche anterior no debería haber ocurrido. O incluso esta mañana cuando se habían estado preparando juntos. Habían estado comportándose como una pareja casada preparándose para la oficina, una de esas parejas que se pasan una taza de café y un bagel entre ellos. Bien, excepto que ella y Sebastian no comían ni tenían una oficina. Pero no había visto apareciendo el tema del matrimonio, no tan pronto. Pánico. No más juegos con el vampiro. —¡No puedes casarte conmigo! ¡Soy… soy una pagana! —balbuceó. Esto era toda una locura de todos modos. Voy a morir. Y si no muero, entonces conseguiré recuperar a mis hermanas. Se quedó sin aliento al darse cuenta repentinamente de una cosa. Si las salvaba, cambiaría la historia. Y Kaderin nunca conocería a Sebastian. —Y yo era católico —dijo lentamente, la frente fruncida con confusión—. Todavía quiero casarme contigo. Tropezando desde la cama, se abalanzó sobre sus cosas rellenando la maleta. ¿Estaba temblando? —Mira, Sebastian, ¿me siento atraída por ti? Sí, me tienes. No voy a mentir. La última noche fue… agradable. Estoy contenta de que sucediera. Pero eso no significa que pase otra vez. Mucho menos que me casaré contigo. —¿Qué haría que lo hicieras? 184


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—Mi creencia absoluta de que querría pasar la eternidad contigo. Los inmortales tienen realmente que ser cuidadosos con esto, entiendes, y tú y yo ni siquiera hemos tenido aún una conversación decente antes de hoy. Y honestamente, no confío en ti, y no puedo acabar con una vida de creencias en el curso de dos semanas. —¿Por qué no tratas de vivir conmigo? —Porque los vampiros no convertidos son como bombas nucleares. La bomba en sí misma no es una cosa mala. El daño del que es capaz es la cosa mala. En todo caso, tú todavía no me quieres en tu patio trasero. —Dame una oportunidad de demostrarte que estás equivocada. —Sebastian, ¿has visto alguna vez a un vampiro convertido? Si lo hubieras hecho sabrías porque haría cualquier cosa por no despertar a uno al atardecer porque tu te pusiste juguetón. —Nunca te sería infiel —dijo, luego se sintió obligado a contarle—, y los he visto. A través de tus sueños. A ella claramente no le gustaba que le recordaran eso y pareció como si estuviera al límite de su paciencia. —No todos los vampiros se convierten. Mi hermano no lo ha hecho y bebe de la carne. Sus ojos se ensancharon. —Es cierto. Explotando a Myst ¿verdad? Más para los secretos del aquelarre. —Él nunca la traicionaría. —A pesar de todos los defectos de Nikolai, era tan leal como cuando era hombre. —Incluso si nunca te convirtieras, si te aceptara y estuviéramos juntos, hay solo dos resultados posibles para nuestro futuro. Uno, dejo atrás a mi familia. O dos, te matan. Periodo. Ese es nuestro futuro. —Pero mi hermano y Myst… —Huirán por sus vidas cuando nuestra reina regrese. —¿Furie? —Déjame adivinar. ¿También la has visto? —Si. —Sintió que su cara se enfriaba—. Ella rompió tu maldito brazo. —Ves, has visto que es un ser terrible. —No la temo y siempre te protegería.

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—Deberías temerla —dijo Kaderin, exasperada—. Todos los vampiros deberían. La Horda la capturó y la encadenó en el fondo del océano hace cincuenta años. Durante ese tiempo se ha ahogado repetidas veces, cada pocos minutos, sólo para que su inmortalidad la reviva, y nadie puede encontrarla. Pero ahora estamos cerca, y cuando se alce, no diferenciará entre los dos ejércitos de vampiros. No habrá razonamiento en ella. Porque no era muy sensata antes de morir al menos cuatro millones de veces. —Trataremos con eso cuando llegué la hora. —Solo piensa. ¿Quieres saber lo que es el segundo de los tres mayores apagones? Es la presión. No respondo bien a la presión. —Agarró la maleta y tiró la correa sobre su hombro. —Espera, antes de que te vayas. —Se trazó al piso de Kaderin, cogió con cuidado el huevo del cajón donde lo había escondido, luego regresó—. Ten. —Por supuesto. —Se metió el pelo detrás de la oreja, luego lo alcanzó—. Iba a preguntarte por eso. —No, no ibas a hacerlo —dijo, y de algún modo sabía que tenía razón. —Era demasiado. —Sostuvo el huevo hacia arriba, y cuando desapareció, los olores de la lejanía vinieron una vez más—. Lo era, porque tenía curiosidad sobre si habías matado a los otros dos basiliscos o no. No pudo mentir. Incluso sabiendo que ella lo vería como débil. Se pasó la palma sobre la nuca y apartó la cara. —Tuve que matar a uno de ellos. Decidí… no matar al basilisco más pequeño. De todas las reacciones que hubiera esperado, su sonido de frustración y su índice señalándole no estaban entre ellas. —Por supuesto, lo hiciste —dijo en un tono indignado—. Quédate, sal, haz lo que quieras, pero tengo trabajo que hacer. Él se estaba enojando. La compasión tenía su lugar. —¿Hubieras preferido que los hubiera matado a ambos? Con el índice todavía apuntándole como una espada, ella farfulló: —¡No! Pero tenías que resultar ser tan noble y… y comprensivo. ¡Y eras tan… tan… vampiro! —Frunció el entrecejo, luego pareció atrapar un pensamiento—. ¡Y podrías haberme dicho quien eres! ¿De donde infiernos había venido eso? —Te dije mi nombre esa primera mañana. 186


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—¡Pero no me dijiste quien eras! Él echó hacia atrás la cabeza totalmente desconcertado, mientras ella salía furiosa de la habitación a la cabina principal iluminada por el sol. Salía y no podía ir con ella, aunque todo él lo quisiera. Y a causa del sol, ni siquiera podía mirarla alejarse. Cuando se fue, se sintió como si perdiera alguna parte de sí mismo. Algo intrínseco y crítico. Se sentía enjaulado, frustrado. Dio un puñetazo en la pared del avión, rompiendo el panel interior. —¡Maldición, quiero ir a donde va!

Desierto del Gobi, África

Día 11

Premio: Recoger agua de la Fuente de la Juventud, infinito en número Valor: Siete puntos

Había cubierto veinte millas antes de encontrar el oasis con la Fuente de la Juventud. Recogió sus aguas mágicas en una botella vacía y abollada de Aquafina y la levantó sobre su corazón en ofrenda. Todos en el Lore sabían que la Fuente se movía de desierto en desierto por todo el mundo. No estaba, por ejemplo, localizada en los pantanos de Florida. Conquistadores y sus ideas atolondradas. Cómo se habían reído sus hermanas. Hoy se permitía un paso más relajado, escuchando el iPod de Regin, que había dejado en el avión para Kaderin. La caminata a través de la arena ya era suficientemente incómoda sin correr. El sol achicharraba el desierto como un horno, manteniendo el área en unos constantes ciento treinta grados Fahrenheit. Parecía como si la arena estuviera agonizando, silbando al sol. Pero, pese a todo, era un buen día. Todavía estaba viva. Había llamado a Nïx esa mañana desde el coche mientras se ponía en camino, esperando encontrarla en un estado de ánimo más tranquilo y confirmar lo que había dicho. Pero, como a menudo era el caso, Nïx no había estado lúcida. Habían hablado 187


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frenéticamente sobre “formas de animales de papel en fila” y “libros insensibles de autoayuda sobre el Lore”. Nïx parecía no tener recuerdos de su predicción. Kaderin proporcionó los obligatorios comentarios: —¿De verdad? Que agradable. Corazón, permíteme hablar con quienquiera que esté más cerca de ti. Aún con esta premonición colgando sobre ella, Kaderin no podía estar deprimida. Anoche, había dormido tan perfectamente, tan profundamente entre los brazos tibios de Sebastian, sin una sola pesadilla. Sin mencionar el hecho de que le había dado un completo placer. Además, ¿que más puede hacer uno con el conocimiento de la muerte inminente? Sí, un vampiro le había dado placer. Un caballero vampiro guerrero que había demostrado suficiente fuerza para romper a sus enemigos como ramitas y la ferocidad en golpear hasta desatar el infierno sobre ellos. Y que poseía la comprensión para perdonar a un joven dragón. Lo había dejado miserable por el hecho de su separación. Y probablemente arañándose la cabeza ante su balbuceo sin sentido. Lo cual la satisfacía. Cuando coronó otra duna, se preguntó si era posible que estuviera enamorándose de Sebastian. Si ese era el caso, la ocasión era lamentable. Encontrar finalmente a un hombre por el que podría sentir cariño y con el cual nunca podría tener un futuro. Si no moría y salvaba a sus hermanas, cambiaría la historia, su historia. Nunca habría estado marchitándose en su fría existencia sin emociones y nunca habría viajado a un oscuro castillo ruso para matar a un solo vampiro. Y de algún modo sabía que nunca le encontraría en alguna realidad, no antes de que finalmente muriera de cualquier manera. Uno podría volverse loco tratando de comprenderlo. Así que no lo intentaría. En vez de eso recordaría las escenas de la noche anterior… De repente, tuvo la vaga sensación de su presencia trazándose detrás de ella. Un momento después: —Infierno sangriento. Luego se fue. Él no llegó a ver su sonrisa.

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Capítulo 28 Medellín, Colombia

Día 17

Premio: Un anillo de oro y ópalo, forjado en Mesopotamia Valor: Doce puntos.

Esa noche, la tarea de Kaderin era acercarse lo bastante a Rodrigo Gamboa, un narco colombiano más protegido que la realeza, para coger un anillo, que nunca le había pertenecido verdaderamente. Gamboa era increíblemente cauteloso, y se murmuraba que la sangre del Lore corría por sus venas. Se movía principalmente de noche, y su recinto era inatacable, así que Kaderin estaba asistiendo a la gran inauguración de Descanso, el nuevo club de Gamboa y una máquina para lavar dinero, lo que significaba que era un raro acontecimiento al que se vería obligado a asistir. Más, a diferencia de las funciones del Lore, lady Kaderin tenía que esperar para entrar, en la parte posterior de la fila. La dificultad de esta tarea radicaba en el hecho de que el club estaría repleto de humanos. Tenía que llegar hasta él y evitar hacer una escena para alertar a los humanos sobre el Lore, o sería descalificada. Tendría que hacer que Gamboa se comportara temerariamente, persuadiéndole de que la acompañara fuera del club para coger el anillo cuando estuvieran solos en el coche. Si trataba de echar el guante al premio en público y tuviera que luchar por salir, revelaría definitivamente que no estaba en la media del club de niños. Las malditas orejas y el hecho que podía levantar coches siempre la traicionaban. Esta noche planeaba ser agradable con un chico. Se fue con sus zapatos altos y su pesada mochila. Su espada estaba bajo la cama del hotel. Ahora tenía herramientas de diferente naturaleza.


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Acércate a un hombre, tranquilamente. Ella era una mujer. Uno mas uno igual a dos. ¿Lo bueno de esta tarea? Podría apostar que Bowen no estaría allí. Pero primero tendría que entrar en el club. ¡Espera! ¿Esa que se encontraba delante de él en la fila era Cindey? Ah, no, ella no estaba por delante de Kaderin. Eso sería intolerable, y más cuando Kaderin no podía correr hasta allí y arrastrar a Cindey fuera por el cuello. Como si sintiera la mirada de Kaderin, Cindey se asomó de la fila y le hizo un ademán arrogante. No debes atacar a la sirena... no debes atacar… De repente el teléfono de Kaderin sonó. Lo sacó de su pequeño bolso y vio el número en el identificador de llamadas. —¿Por qué, Myst? ¿Cómo ha sido? —dijo bruscamente como saludo—. Parece que te debo una felicitación desde que te casaste con un señor de la guerra. Myst exhaló. —No era mi intención mantenerte en la ignorancia. Pero tampoco pensé que pasaría nada por retrasar el contártelo un par de semanas. Especialmente desde que Nikolai y yo nos fugamos para casarnos. —Ah. ¿Una ceremonia pagana? —Civil. —Bien, adivino. —Así que, eres la Novia de Sebastian. —Como no lo negaba, Myst preguntó—: ¿Qué pasa con vosotros dos? Kaderin se puso de puntillas para ver el inicio de la fila. —No tengo la menor idea. Desde el desierto, solo había quedado con él un par de noches. Ella estaba zigzagueando por todo el mundo y él la había agarrado en el sol dos veces más. Cuando estaban juntos, estaba reservado con ella, distante incluso, lo cual no la sorprendía después de su reacción a la idea de casarse con él. ¿Por qué la fila era tan larga? Había esperado entrar y salir más o menos rápidamente. Sospechaba que si Sebastian llegase a aparecer, desaprobaría su coqueteo, y su conjunto de ropa. Es más, arriesgarse al enfado de Sebastian era mejor que una cita con un hombre lobo muy molesto.

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—Sebastian esta visitando a Nikolai en este momento. Y por lo que por casualidad he podido oír de sus conversaciones en el último par de días, Sebastian tiene tus recuerdos, —dijo Myst—. ¿Le estás permitiendo que beba de ti? —¡Ah, por el amor de Freya, tienes que estar bromeando! —chilló Kaderin, entonces miró alrededor, pero nadie en la fila la escuchaba, y no había nadie detrás de ella. En un tono más bajo, Kaderin admitió—: Consiguió un contacto dental conmigo. Accidentalmente. —Mira, Kad, estoy en éxtasis con Nikolai, pero me doy cuenta de que eso no significa que todas las valkirias estén contentas con todos los vampiros. Y no estoy segura… no sé si Sebastian tiene las ideas claras respecto a ti. Especialmente con lo que estás tratando de hacer. No entiende que tienes que hacer todo lo que puedas por salvar a los que quieres. Es un tipo de muerte-antes-que-deshonor. —He estado tramando un plan. —Matará a Nikolai ver a su hermano sufrir, pero no puedo permitirte que cometas un error. Yo no bajaría la guardia con él, todavía no —dijo Myst—. Y luego, por supuesto, esta el asunto de Furie… —¿Sabes que, Myst? —interrumpió Kaderin—. No puedo hablar acerca de esto en este momento. ¿Quieres hacerme un favor? Mantén a Sebastian lejos de mí esta noche. —¿Cómo se supone que voy a hacer eso? —gritó Myst—. Lo único en lo que está interesado es en escuchar más sobre ti. —Bien, cuéntale cosas. Pero no sobre la bendición. Y nada sobre Dasha y Rika. —¿Hay algo más acerca de ti para contar? —Muy gracioso, Myst. —Tu lo has pedido, Kaderin la Bondadosa —dijo Myst, refiriéndose al embarazoso apodo anterior de Kaderin—. Ten en cuenta mi consejo sobre no bajar la guardia — añadió. Tan pronto como colgaron y guardó el teléfono en el bolso, un fornido gorila exploró la fila y la vio. Extrañamente, pareció mirar ávidamente el área de sus puntiagudas orejas, ocultas bajo el cabello, en vez de su corta falda. Pero entonces la dejó salir de la zona del lazo de terciopelo para ir adentro. Cuándo pasó al lado de Cindey, Kaderin hizo una mueca de simpatía. —Parece que la pinta de retro-prostituta no hace el corte esta noche, Cin.

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Cuándo Sebastian finalmente dejó a Nikolai y a una sospechosamente habladora Myst en Blachmount y se trazó hasta Kaderin, se encontró dentro de un club nocturno que no se parecía a nada que hubiera visto antes. Tenía que ser la tarea de Colombia. La única que había esperado que no escogiera. Las luces como láseres se disparaban desde el techo redondeado en extrañas pautas rápidas. Los bailarines medio desnudos se balanceaban en jaulas por encima de la pista de baile. Las jaulas le recordaron su último sueño. En él, Kaderin había caminado ante un hombre encarcelado. Era joven, su cuerpo golpeado y roto. Sin levantar la cabeza, habló entre dientes. —Mátame. Ella sonrió. —Por supuesto, sanguijuela. —Su voz era dulce—. En unos pocos meses más. Él sonó como si empezara llorar. —Entonces quizás te permita escapar al sol —continuó Kaderin—. Los órganos se licuarán dentro de ti antes de que mueras, encharcándose bajo la piel. Pero para entonces, te arrastrarás desesperadamente a la luz, te lo prometo... Otra vez, ella no sentía nada. Ninguna simpatía, ningún remordimiento, ni tan siquiera odio. Cada vez que se había despertado, Sebastian había estado lleno de un marcado disgusto que no podía sacudirse. Había visitado a Nikolai para preguntarle sobre esos sueños, y Nikolai le había advertido de no sacar esos recuerdos fuera de contexto. ¿Pero como podía Sebastian entender mal esa escena? No podría haber sido más clara. Entendía su crueldad, pero eso no significaba que pudiera presenciarla con facilidad. Sebastian tuvo que mirar dos veces mientras espiaba a Kaderin, porque apenas la reconocía. Sus ojos estaban pintados de azul profundo y los gruesos labios brillaban. Su camisa era escotada, mostrando deliberadamente el encaje del sujetador. Y su falda era tan corta que podía ver los muslos tensos y flexibles casi hasta el borde de su culo cuando se deslizó en una cabina con un grupo de personas. Las botas negras llegaban hasta las rodillas y tenían malvados tacones. Aunque estaba furioso con ella por estar allí, mucho más por estar vestida así, su visión le hizo endurecerse como una roca en un instante. Tomó una decisión: Una noche, estaría dentro de ella cuando llevara esas botas. 192


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Por lo visto, sonreía y se divertía, pero había dureza en ella. La manera en que se había vestido no dejaba lugar a dudas sobre como había planeado conseguir la piedra del colombiano. No era de extrañar que Myst hubiera estado tan dispuesta a hablar. Cuando pudo alejar lentamente su mirada de Kaderin, vio que por todas partes a su alrededor, los hombres la miraban fijamente a la cara o miraban de reojo su cuerpo. Sebastian apretó los puños. A quien mataría primero… —También podrías sentarte —dijo una voz detrás de él. Se giró y encontró a dos ninfas—. Kaderin va a estar ocupada un rato. Se dio la vuelta a tiempo de ver a un hombre deslizarse cerca de ella y pasarle un brazo por los hombros. Su mano casi le acarició el seno y por primera vez en su vida, Sebastian necesitaba matar. La primera ninfa avanzó furtivamente hasta Sebastian. —Podríamos pasar el tiempo. Vampiro, olvídate de la valkiria. Tú eres una fruta prohibida para nosotras también, si eso es lo que te atrae de ella. Sebastian apenas las oyó con la palpitación en sus oídos. —¿Ese con el que está es el colombiano? —rechinó. —Es él. El bastardo se inclinó sobre ella y puso la mano en lo alto del muslo de Kaderin, los dedos provocativos cerca del dobladillo de su falda. La rabia estalló dentro de Sebastian. Tenía que ser un síntoma del sangrado. Nunca había sentido tal furia. Nunca. Nadie toca lo que es mío.

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Capítulo 29 Sebastian fue dando zancadas hacia ella, con los ojos negros de furia, obligando a la gente a apartarse de su camino. Kaderin, excusándose a sí misma, saltó deprisa detrás de la pista de baile antes de que él hiciera una escena. Cuando se topó con ella, atrapó su brazo y la arrastro a un oscuro lugar cerca de la pared trasera. —Por Cristo, ¿qué estás haciendo? —Su voz estaba en plena ebullición—. ¡Le permitiste tocarte! —¿Qué estás haciendo? —exclamó. Sabía que si aparecía allí, no estaría contento, pero también pensó que tendría oportunidad de explicarse, en vez de ser maltratada. Actuaba como si la hubiera atrapado en la cama con un equipo de hockey En un principio se había desconcertado por su palpable expresión de locura y furia. Pero cuando trató de trazarla de allí y casi tiene éxito, su propia ira estalló. —¡Suéltame! —Zafó el brazo de su mano—. Y ayúdame si el colombiano se larga sin mí. —¿Planeas irte con él? —rugió, agarrándole los hombros, tratando de trazarla una vez más. Cuando lo combatió, él exploró la construcción buscando un lugar privado, luego la arrastró dentro de una habitación pequeña, como una cabina con dos asientos y un teléfono en un estante. Cerró de golpe la puerta detrás de ellos, pero la baja reverberación del ritmo de la música todavía vibraba en las paredes. —¿Cómo puedes pensar que vas a irte con él esta noche? —Lo que hago no es asunto tuyo —dijo ella entre dientes. —¡Maldición, si lo es! Sus manos estaban por completo sobre ti ¿y te dejas? —Si te respondo, reconocería que tienes el derecho a saber. No lo tienes. —Voy a coger el anillo del colombiano —dijo rápidamente—. Trázate detrás de él, tómalo y trázate lejos —Está prohibido. ¿Sabes lo que es cada mito? —cuando no respondió, ella dijo—. Un ejemplo flagrante de como algunas criaturas del Lore son descuidadas. Un mito es igual a fracaso. Riora no sólo te descalificará por un truco como ese, te castigará.


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—Así que, ¿eso es todo, entonces? ¿Podías decirme que vas a ir a casa con otro hombre? Y ya le he visto tocándote. —Parecía querer estrangularla. Mientras ella elevó la barbilla, sus ojos se entrecerraron. —Puedes tener tus sentimientos de regreso, pero eres todavía una mujer fría, Kaderin. Sin corazón. —Se aferró a su nuca, estrechándola. Por alguna razón, ambos respiraban fuertemente, más audible incluso que la pulsación de la música. Antes de que pudiera resistirse, él la había levantado apoyándola en el estante, y le levantó la falda. Gruñó al no encontrar nada debajo, entonces se endureció, convirtiéndose su rostro una máscara de rabia. —¿Has venido aquí a follar con él? —Con las dos manos sujetando su cabeza, él apretó los labios contra su cabello—. ¿Quieres verme perder el control? ¿Matar? ¿Por qué piensas que dejaría que el mortal viviese si te toma? —Sebastian, espera. Le dio un duro, castigador beso mientras presionaba la palma de la mano contra sus muslos. Su cuerpo se tensó, pero luego, lentamente, empezó a responder a él, en contra de su voluntad, en contra de la razón. La respiración de ella fue rápida. —No hagas esto.

Aunque estaba agitado con rabia y lujuria, los dedos eran suaves cuando la rozaban muslo arriba. —¿Quieres mi tacto, Kaderin? ¿Quieres sentir? ¿Quieres que te toque Kaderin? ¿Quieres sentirme? —Esto no debe ocurrir. —No ahora, no aquí. Por supuesto que no. Hasta cuando se obligo a recordar la tarea se encontró así misma respondiendo. La furia quemó en él y sus colmillos se agudizaron con la innegable necesidad de marcarla, para reclamarla como suya de alguna manera. La sangre estaba trabajando en él una vez más. Sus colmillos dolieron por perforar su cuello, y sabía que no podía resistir por mucho más tiempo, sabía que pronto tendría su carne salvaje. ¿Por qué debería resistir? Si ella quiere marcharse con otro hombre, que ella lleve mi marca ... La beso desde su delicada clavícula, labios mas flexibles, como sus manos hicieron cosas sobre ella. Se arrimó, acariciando su sexo, burlando su humedad una y otra vez. Cuando presionó el dedo dentro de ella, ella gritó, manos agarrando sus hombros, 195


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asiendo las garras como hundiéndose en su piel. Se impulso en ella por un segundo, y ella arrastró sus caderas contra su mano, follándose con sus dedos . No más. No podía prolongarlo por más tiempo. Hundió sus colmillos en el cuello en una frenética mordida, casi corriéndose al instante del increíble placer. Se perdió en el calor de su sangre, en la riqueza única de su sabor. Se perdió en la forma en que la carne se ajustaba alrededor de los colmillos, hasta que sintió el cuerpo femenino tensarse alrededor de sus dedos en un orgasmo repentino. Desde su mordedura. Apenas recordaba poner su mano sobre su boca, amortiguando lo gritos de ella. El sexo de ella continuaba apretando alrededor de los dedos tan furiosamente que él gruñó contra su piel, chupándola duro. La sensación de beber de ella era perfecta. Como si el instinto fuera recompensado por hacer algo que es inevitable en cualquier caso. Pero él mismo se detuvo de beber demasiado profundamente. Más tarde, cuando la tuviera en su cama, iba a tomar su liberación del cuerpo de ella mientras bebía su sangre. Retiró sus colmillos lentamente, lamiendo las marcas en su cuello cuando quitó los dedos. Cuando ella se estremeció como si doliera su pérdida, se dio cuenta que al morderla había despreciado hacerla suya, aunque sólo fuera por un momento. Con ojos muy abiertos, los labios partidos, ella rozó su marca con la yema de los dedos. La había conmocionado. Bien. Luego pareció despertar, retrocediendo. Apresuradamente retiró su cabello alrededor para cubrirse el cuello, luego se bajó de un tirón la falda Cuando le miró, sus ojos pasaron sobre su rostro como si nunca lo hubiera visto antes. La expresión le dijo que estaba disgustada con lo que había encontrado. —No me importa si vuelves o no. No tienes derecho a tomar mi sangre. —Ah, Kaderin, no pareció importarte. —Gracias —murmuró ella. Él frunció el ceño. —¿Por qué? Su tono era tranquilo, grave. —Por hacer esto tan fácil. Por hacerme ver que no hay nada de ti que me tiente a aceptar a un vampiro.

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—¿Quieres saber porque deseaba morir? —gruñó él—. Porque me he visto a mí mismo como me ves. Me odias por razones que no puedo controlar. Razones por las que me odiaba a mí mismo. Pero ahora, viendo tu reacción a mi marca dejas claro que me he equivocado. Por lo menos, me has guardado de mi propio horror. —Después de esa noche, ya no sería una vergüenza para caminar por la calle. Se negaba a mirarse de la manera en que ella le vio —¿Crees que esto es sólo acerca de tu sed de sangre? Dame una razón por la que deba escogerte sobre cualquier otro hombre que haya encontrado en milenios y cada uno que voy a conocer en la eternidad por venir No puedes. —Ella atrapó sus ojos—. Esto es más que el hecho de tú seas un vampiro. Esto sacudió sus bases. ¿Por qué tendría que verlo de modo diferente a las otras mujeres que había habido a lo largo de su vida mortal? Porque era su Novia. Sería reducido a quererla una y otra vez, viendo cosas en ella que no existían. Luego la verdadera naturaleza de ella sería traicionar sus esperanzas en un ciclo sin fin. No podía ganarla. Puedo estar luchando con ella durante la eternidad. Eso es a lo que me enfrento, pensó agotado. —Estoy cansado de esto. De ti. —Puso su mano por encima de ella contra la pared, inclinándose—. Tienes razón. En todo. No hay razón para que me aceptes. Y tienes razón al decir que he sido obligado a desearte simplemente porque eres mi Novia. Mi deseo por ti fue forzado en mí. Yo no he tenido ninguna opción en la cuestión. —Es como si te hubiese dado motivos para pensar de forma diferente —dijo ella—. Te dije todo el tiempo que no debes preocuparte por mí. Él le aferró la parte de atrás del cuello, obligando a elevar la cara hasta él. —También me dijiste en más de una ocasión que nunca querrías verme de nuevo. No voy a obligarte. Fui el primer vampiro en trazar a una persona y seré la primero en renunciar a mi Novia. —Las mujeres humanas habían comenzado a mirarle con abierto anhelo, un marcado contraste con la actualidad, la repulsa evidente en la cara de su Novia. Tomaría a una de ellas. O a varias. Le dio un duro, ardiente beso. —Voy a olvidarte, aunque tenga que follar a un millar de mujeres para hacerlo. — Cuando la liberó, no había nada en la expresión de ella, enfureciéndole aún más. —Quizás empiece con una mujer del Lore.

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¿Imagino el parpadeo de plata en sus ojos? —¡Que te diviertas con eso! —Si me voy con los humanos, no me voy a ir solo tampoco. Cuando Kaderin marchó de vuelta a la cabina, retiró el collar superior, sintiendo los ojos de Sebastian en ella. La había mordido. No por accidente. No suavemente. Peor aún, en su posición, no había estado exactamente en condiciones de disimular su intensa reacción al mismo. Sebastian la había mordido. Y le había encantado, corriéndose con una intensidad que la asombraba. Le odiaba por ello. Por toda su larga vida, que había transcurrido sin ser mordida, y él había tomado su cuello en la cabina telefónica de un sórdido club. Estaba disgustada con la situación y con su desenfrenada respuesta a él. Estaba enferma de la noche entera y deseosa de terminar con ella. Cuando llegó a la mesa de Gamboa, se encontró con que Cindey había tomado su lugar junto a él. Y no lo haría. —Tú —señaló a Gamboa. Sabía que, por el toque de Sebastian, su voz era áspera, el pelo revuelto, y los pezones duros debajo de la fina tela de su blusa.

Gamboa la miró fijamente, aparentando estar aturdido, luego miró a Cindey, se encogió de hombros a su modo. Cindey le disparó una amarga mirada reconociendo su derrota, y se acabó la bebida. Cuando Gamboa miró a Kaderin como hechizado, murmuro: —Llévame a algún lugar privado. Su mandíbula se aflojo. —De ... acuerdo. —Llamó apresuradamente a fin de ordenar que su coche fuera traído de vuelta, y Kaderin tuvo la oportunidad de murmurar a Cindey cuando pasó: —¿Por qué no le cantas? —Quinientos hombres aquí desean escuchar mi canción —respondió con impaciencia—. Además, prefiero no tener la cabeza del más poderoso cartel de drogas del mundo violentamente cautivado por mí por el resto de su vida. Pero espero que realmente funcione por tus dos hijos.

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Inmediatamente después de que se alejara, Gamboa se sumó a Kaderin de nuevo. A medida que se retiró, vio a Sebastian inclinado sobre una de las ninfas, sus ojos negros. Él hecho una mirada asesina al colombiano, luego la miró fijamente. La ninfa lanzó a Kaderin una triunfante sonrisa y se aferró al brazo de Sebastian. Si estaba tratando de ponerla celosa... había tenido éxito. ¿Todavía estaba duro después de su encuentro? ¿Qué iba a hacerle a la ninfa cuando se había calentado con la sangre de Kaderin y despertó su cuerpo? Localizó a la puta en alguna parte y empezó a abandonar a Kaderin. Cuando Gamboa puso la mano sobre la parte inferior de su espalda, se volvió a Sebastian, lo que la obligó a mirar hacia adelante. No echó un solo vistazo atrás, incluso cuando resbaló en la felpa de la limusina de Gamboa, y empezaron a alejarse. Dentro, sus emociones se cocían a fuego lento. Gamboa estaba hablando con ella en un tono bajo, con suave acento, pero no podía oír ni una palabra. El mordisco de Sebastian todavía latía... Enfrentó a Gamboa, interrumpiéndole al decir: —Dame tu anillo de ópalo, o te matare. Él sólo sonrió, sus dientes blancos destacaban en el curtido rostro. —¿Sólo el ópalo, querida? —Miró al enorme anillo de diamantes que también usaba, pero ella no siguió su mirada—. ¿Ni siquiera miras los diamantes? —preguntó. Ella arqueó una ceja. Lo sabe. —¿Y por qué iba a querer hacerlo? —Sólo para ver si los rumores son ciertos. Kaderin exhaló. —¿Sabes lo que soy? Él asintió. —Mi madre era un demonio. Sé todo sobre el Lore. —Si lo sabes, ¿por qué viniste conmigo? —preguntó en tono exasperado. —Tenía curiosidad al ver qué la entrada de mi club se llenó de seres del Lore. —Es el Hie. El anillo es un premio, un premio de alto valor. Hubo competidores y, probablemente, una veintena de espectadores locales. Giró el anillo de ópalo en su dedo.

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—He soñado con ver una valkiria toda mi vida. Esta piedra fue prevista para traer a una de tu tipo a él. Ella no dudaba aquello. Sin embargo, otro ejemplo de la mano de la suerte en el trabajo. —Aquí. Contempla a la valkiria —ella mostró su palma—. El ópalo. —No va a ser así de simple. —¿No te gustaría ser la imagen de un traficante de drogas con corazón de oro? —¿Por qué debería dártelo —preguntó en un tono razonable— a cambio de nada? Un repentino pensamiento surgió. —No es a mí a quien deseas. Sólo desea una noche con una valkiria, ¿verdad? Sus ojos parecían oscurecer. —Esa siempre ha sido mi fantasía. —Entonces voy a enviar otra valkiria aquí. Una que es soltera —¿Yo no lo soy? pensó—. Su nombre es Regin la Resplandeciente. Es una nena salvaje. Brilla. Lo más importante es que es cosa segura. —¿Cómo puedo confiar en que realmente lo harás? Envíala, y le daré el anillo. —Tengo que tener ese anillo ahora. Y si yo juro por el Lore que vendrá aquí… —dijo, y luego lo modificó diciendo—: En realidad, no puedo jurar que duerma contigo. Y no te recomiendo besarla. Pero para todo lo demás, es la chica de las fiestas. Como él realmente pareció considerar el trato, escondió su sorpresa y dijo: —Basta con hacer en el trato, Gamboa. No quiero romper tu corazón, o mutilar, o aporrearte esta noche. Él vacilo. —¿Cómo puedo ponerme en contacto con esa Regin? Al recordar que Regin había bloqueado con el tono de Crazy Frog su teléfono favorito, dijo: —¿Qué tal si te doy el número de su móvil privado? —¡Regin, toma eso perra! Él entregó con prontitud una tarjeta, y en el dorso ella escribió el código de área y el número de Regin correctamente. Es ocho, seis, siete, cinco, tres, oh, nueve. Cuando Kaderin se lo dio, éste se quito el anillo. Se inclinó más cerca, rozando su piel cuando se lo entregó. El contacto no hizo nada en ella, a pesar de que, evidentemente, él pensó que

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haría. Debe pensar que cualquier mujer lo consideraría sexy. Y, sin embargo, Kaderin no sentía chispa, ni atracción. —Dile al conductor que pare el coche en el próximo semáforo. —Te doy el diamante también si te quedas esta noche, cariño. Debería quedarse con él esa noche. Sebastian estaba, probablemente, dando a una ninfa uno de sus feroces, calientes besos ahora. En lugar de ello, Kaderin murmuro. —Este me satisface. ¿Por qué no llevarse a un caliente medio demonio a la cama? Porque quería ir a su habitación. Y llorar.

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Capítulo 30 Sebastian apenas había dormido o bebido desde la noche de Colombia. Durante las últimas semanas, había luchado para sacar a Kaderin de su mente. Nada funcionaba. Había empezado a obsesionarse con ella. Rió amargamente. ¿Empezar? Ya estaba obsesionado con ella. Incluso después de todo, todavía la quería. Kaderin había ido al club vestida para seducir, había follado a aquel macho toda la noche por lo que él sabía, pero a cada oportunidad, le había dicho a Sebastian que nunca dormiría con él. A pesar de sus intenciones, Sebastian no había tocado a otra mujer, ni siquiera podía imaginarse tomando a otra mujer que no fuera ella. Con esa mordedura, debería haberse sentido como si la estuviera reclamando, pero ella le había reclamado a él también. No había forma de que viviera su vida sin tenerla otra vez. No, había decidido que no se acercaría a ninguna excepto ella. Necesitaba tocar el cuerpo que le ocultaba. Necesitaba herirla como ella le había herido. Le había convencido de que su aversión hacia él no era solamente porque fuera un vampiro. ¿Y como podía no creer eso cuando no le había ido mejor como humano? Maldición, ¿qué tengo? Esa noche de hacía todos esos años con la fría y frígida viuda lo había sacudido, aplastado su confianza ya golpeada. E incluso ahora le afectaba. No había podido penetrarla. Él era grande, y ella había estado completamente fría. No había habido excitación. No es de extrañar ella no le permitiera tocar su cuerpo, ni siquiera los senos. Se levantó apenas la falda en la cama sin tocarle, tampoco. Ella había siseado con dolor a cada intento, luego finalmente le golpeó la espalda chillando: —¡Suficiente, patán incompetente! Él tenía veintitrés años y le desconcertó su repentina repugnancia. —Entonces… ¿Por qué…?


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Pronunciando cada palabra ella había dicho: —Perdí una apuesta… Ahora, Kaderin, la mujer que quería más de lo que había querido jamás algo, le deseaba solo un poco. Sin fallar, él había sido amable con las mujeres. Les había mostrado respeto cortesía. Sin fallar, nunca había tenido éxito con ellas. Cuándo encontrara a Kaderin la próxima vez, robaría el premio que buscaba. Entonces negociaría otro trato con ella, esta vez el placer que se le negó como mortal, uno con el que había fantaseado durante mucho tiempo. No se reconocía en el espejo. Su cara estaba pálida y demacrada, sus ojos constantemente negros. Iba a ser tan despiadado como ella. Adiós a sus impulsos de ternura, a la sensación de estar encantado cuando se metía el pelo detrás de la oreja puntiaguda o se le ruborizaban los pómulos. Quizás cuando todo fuese dicho y hecho y se hubiera vuelto tan vicioso como ella, fuese un compañero apropiado.

Provincia de Battambang, Camboya

Día 24 Premio: La Caja de Nagas, una caja de madera antigua tallada con las cabezas de cinco Nagas Valor: Trece puntos

En la noche oscurecida por la lluvia que caía, Kaderin espió un extraño campo sin árboles. En esta región, la selva general se extendía sobre todo lo inmóvil, desde el chasis del coche hasta el templo tallado, pero no aquí. No había ninguna casa construida en el campo. Solo pilas de trastos oxidados lo ensuciaban. En la orilla, un signo estaba plantado en ángulo, empujado hacia abajo por las enredaderas. Tiró de ellas y encontró que el cuadrado de metal de la señal había sido cortado en forma de reloj de arena, muy probablemente para que los lugareños no lo usaran como material para techar. Grabado en la parte delantera había un cráneo y unas tibias cruzadas advirtiendo. Así que esto sería, un campo de minas de la frontera cuajado de explosivos. 203


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Y en algún lugar en el centro estaba enterrada una caja de madera tallada con Nagas, Dioses serpiente. Dentro había un zafiro del tamaño de su palma. Riora no buscaba el zafiro; quería la caja. Con la lluvia constante, mayo igualaba la temporada monzónica, el campo era más un pantano, con barro espeso y salpicado de charcos. Kaderin exhaló. Las minas dolían, pero necesitaba algunos puntos altos. Ella, el lykae, y la sirena continuaron a la par. Solo había un premio aquí, y tenía que tenerlo. En la orilla, tragó. Era fácil perder un pie aquí. Había perdido un pie antes, y tenia que decir que había gozado de perspectivas más alegres. Dobló los dedos, luego se puso a trabajar, escudriñando por algo pesado que tirar al pantano. Si era rápida, podría detonar bastantes. Su oreja se retorció. Por encima de la fuerte, apenas oyó los movimientos sigilosos de un depredador. No... no el... Hijo de puta. Era Bowen, y justo a su derecha, la empapada sirena. Los tres se dieron cuenta de la situación al mismo tiempo. Todos se arrojaron sin hacer caso de la señal de alerta, corriendo hacia el espacio fangoso. El lykae fue rápido y corrió como loco. Dejó salir a su bestia de la jaula, cambiando en el medio del campo, su cuerpo volviéndose más grande, los colmillos alargándose. Sus normalmente cortas, oscuras garras se dispararon alargándose y creciendo más fuertes. Cuándo miró atrás para gruñir a Kaderin, vio que sus ojos ámbar se habían vuelto hielo azul. Aunque Kaderin era rápida y Cindey fuerte sobre terreno difícil, no serían capaces de mantener su ritmo como estaban. No podrían mantenerse su ritmo tal como iban. La había matado en la cueva. La bruja realmente le debía haber maldecido. Kaderin corrió por el sendero, exactamente donde el barro volaba a ratos, permitiendo que él asumiera el riesgo. Cindey empezó a girar para pasar Kaderin por la derecha. Una idea surgió. Kaderin bombeó sus brazos, recorriendo hacia adelante. —¡Cindey! —llamó—. ¡La pierna derecha! Ella asintió. Un aliento más tarde, ambas se zambulleron a por él, amarrándolo en el suelo asqueroso. Él se retorció, desnudando unos colmillos blancos, chasqueando hacia Cindey, que le metió el codo en la garganta. Acuchilló a Kaderin con sus garras mortales, pero ella saltó atrás. Silbaron a apenas milímetros de su cara. Si Mariketa no lo hubiera debilitado, las dos estarían muertas.

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Mientras luchaban por sujetarlo, infligiéndole heridas para abatir al gran macho, él luchaba como el animal que era. Los tres cubrieron un área grande, no habían disparado ninguna mina, allí tenia que haber una cerca. —¡Patea, idiota! —chilló Kaderin a Cindey. Eludieron las garras, pateándole el pecho para mandarle rodando lejos. Los tres oyeron el distintivo click metálico. Él solo tuvo tiempo de apretar los dientes. La luz destelló. Kaderin tiró a la sirena delante de ella para cubrirse. Bowen voló en un granizo de barro rojo cincuenta pies más lejos, pero la explosión las afectó también, catapultándolas atrás. Cuándo dejó de llover trozos de tierra, Kaderin empujó Cindey. Gimiendo, Cindey se tambaleó, sujetándose sus sensibles orejas, reventadas por la percusión. Tenía sangre salpicada por todas partes, corriéndole por los desnudos brazos y el cuello formando arroyos en el barro. Cuando Kaderin trepó poniéndose de pies, vio a Bowen, que tenia una pequeña barra de metralla sobresaliendo de sus costillas. Cavando las garras en el suelo, se levantó sobre las manos y rodillas, luego inestablemente sobre los pies. Debía de saber que si se quitaba el metal, la pérdida de sangre lo dejaría fuera de esto. Kaderin hizo inventario, valorando sus propias heridas. Aparentemente, había agarrado el lote bueno por una vez, apenas unos pocos rasguños. Increíblemente, Bowen corrió a zancadas hacia adelante, goteando sangre, volviéndose hacia la explosión. Ella giró la cabeza alrededor, percibió una clase de fluorescencia en uno de los charcos. La explosión debía haber desenterrado la caja. Avanzó en tropel, revoloteando a través del barro, indiferente a las minas. Ganando terreno. La barra estaba ensartada atravesándolo completamente. Su carrera a trompicones era sin duda una agonía, pero todavía iba. Pronto estuvieron lado a lado. Allí, resplandeciendo ante ellos, había una caja de madera, más pequeña que una caja de puros. Estaba sellada y flotaba como un pez. Kaderin se lanzó a por ella, justo como hizo Bowen. Deslizándose por el barro, chocaron, golpeándose las cabezas tan fuerte que su visión se enturbió brevemente. La caja se escapó salpicando. Sus ojos azul pálido mostraban una pérdida completa de la razón. Su voz era gutural y rota. —Estás a punto de desear que te mate.

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Los dos se lanzaron hacia delante una vez más, luchando cuerpo a cuerpo por el premio. Mientras se balanceaban hacia abajo, se enzarzaron ciegamente a por ella, indiferentes a si estaban a punto de volarse las manos o la cara. La engancharon con una mano cada uno. Ella siseó, chasqueando los dientes, estirándose sobre su hombro a por la espada mientras él levantaba una mano fortalecida con esas garras mortales. Sebastian apareció, agarrando la caja de ambos. Kaderin parpadeó mirando a Sebastian a través de la lluvia. El tiempo pareció quedarse inmóvil. Ella estaba paralizada, atemorizada, por el salvajismo en sus ojos azabaches, las líneas duras de su cara, el pelo negro como el carbón que le golpeaba el mentón. De repente, estaba desesperada por ser la hembra del macho que siempre venía. Dolida por ser ella. Él se paró con un pie delante del otro. Ella entendió por qué inmediatamente, estaba de pie en una mina. A juzgar por la mirada amenazadora de su cara, era a propósito. Le alargó la mano. —Ven a mí. Ella se lanzó hacia él al igual que Bowen. Sebastian la arrebató y los trazó a la orilla del campo. La mina estalló. Sebastian la empujó detrás de él, al igual que lo hizo esa noche en la asamblea de Riora. Cuándo el aire se aclaró, lo bordeó y vio a Bowen estremecerse, tumbado de frente donde había aterrizado. La sangre corría libremente de su boca. Decía entre dientes lo que sonaba como el nombre de una mujer. Por supuesto, el nombre de su compañera. Pareció presentir que todavía estaban allí, y levantó la cara. Ella siseó un aliento ante la vista. Un ojo había desaparecido, y el lado izquierdo de la frente y la sien habían sido quemados. Pero su cuerpo malgastado y la mente aturdida todavía estaban desesperados por el premio, por la compañera que había perdido mientras huía de él hacia tantos años. De algún modo él clavaba sus garras en el suelo para arrastrarse hacia adelante. —Trázame, Sebastian —susurró. El no hizo nada—. Golpeará otra mina si nos quedamos. —Exactamente. —Los ojos de Sebastian estaban oscuros como la noche y fríos—. Lo merece por lo que te hizo.

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Bowen se arrastraba hacia ellos, y Cindey andaba en círculos, con la sangre saliéndole por las orejas, diciendo algo entre dientes... algo acerca de un bebé, y Kaderin no pudo mirar más. En el pasado, habría mirado con satisfacción como sus competidores sufrían. Pero era diferente ahora. O, más exactamente, era como solía ser muy al principio. —Por favor, Bastian —lloró, girándose para asir su camisa con ambas manos. Él se tensó con la sorpresa, estudiando su cara. Lo que vio en su expresión le hizo envolverla apretadamente en sus brazos y la trazó lejos. Los angustiosos rugidos de Bowen resonaron en sus oídos mucho tiempo después de que hubieran desaparecido.

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Capítulo 31 De regreso en su apartamento, ella temblaba por la ropa mojada. La tormenta parecía haberlos seguido a Londres y rabiaba afuera. El anochecer acaba de caer sobre la ciudad. Tenían seis horas de diferencia con Camboya, lo que significaba que la noche había comenzado. Para ellos. Sin una palabra, él se metió la caja en el bolsillo de la chaqueta, luego tomó su mano, conduciéndola al cuarto de baño. Abrió la ducha, luego comenzó a desabotonarle la camisa. Sus ojos eran tan salvajes como habían estado los del lykae. —Kaderin, ¿quieres la caja? Ella asintió con la cabeza, todavía sin aliento. Él empujó la camisa por delante de sus hombros, luego la tiró hacia abajo por sus brazos, liberándolos. —Tienes que pagar por ella. —Desabrochó el sujetador empapado por la parte delantera, entonces, este también, cayó al suelo. A la vista de sus pechos, él inhaló profundamente, pero no la tocó, sólo siguió desnudándola. Ella se tuvo que agarrar a sus hombros cuando le desabrocho los pantalones y los bajo junto con sus bragas. Cuándo estuvo de pie ante él, completamente desnuda, pregunto en un todo desconcertado: —¿Qué quieres? —todavía estaba aturdida no sólo por la violencia de la noche, sino por su mirada bajo la lluvia. Todavía temblaba al recordarla. —Quítate el barro y ven al dormitorio —pidió, con voz áspera. Ella contempló la puerta durante un largo rato después de que se marchó. Entonces notó, en el cuarto de baño, todas sus cosas, navaja de afeitar, cepillo de dientes, jabón. ¿El bastardo se había mudado? Su atención se había enfocado en él cuando llegaron, pero ahora podía recordar haber visto libros y periódicos dispersos por todas partes del apartamento. Un par de botas en la puerta. —Maldito invasor ilegal —refunfuñó cuando camino bajo el agua.


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Cuando se lavo todo el barro que la cubría, se preguntó que le exigiría. Estaba furiosa, pero al mismo tiempo, se quemaba de curiosidad. ¿Trataría de beber de ella otra vez? ¿O le haría el amor? ¿O ambas cosas? Odiaba que la pura imagen la excitara. Pero aunque realmente anhelaba hacer el amor con el hombre que había visto en la tormenta y en la confusión de la noche, no estaba dispuesta a que la obligaran. Después de lavarse el pelo, se seco y encogiendo los hombros se puso una bata de seda rosa. Cuando regreso al dormitorio, camino alrededor de sus cosas, él estaba de pie. Se había quitado la chaqueta mojada y la camisa. Su pecho todavía estaba húmedo, los músculos tensos. Sus ojos estaban negros otra vez. —Ven aquí —le dijo, y ella apenas pudo mover los pies. Mordiendo su labio, cruzo hacia él, cuando estuvo delante. Él no perdió el tiempo, acarició las curvas bajo la bata, haciendo que jadeara. Entonces lánguidamente besó su cuello lentamente, antes de sumergirse en sus pechos. Cuando sorbió su pezón a través de la seda, ella gimió y sus rodillas se debilitaron. Pero él la sostuvo firmemente. —Bastian —respiró—. Quiero decirte algo. —¿Creería que nunca tuvo intención de acostarse con Gamboa? Se apartó. —El tiempo para conversar terminó. Ahora, ¿quieres tu baratija o no? —No haré el amor contigo —dijo. Sus labios se curvaron en una sonrisa satisfechamente cruel. —¿Asumes que quiero hacerte el amor? Ella parpadeo, claramente sorprendida por sus palabras. —¿Y si te dijera que quiero que me des el premio? ¿Cómo un regalo a tu Novia? Como ofreciste antes. —Ya paso. No soy mas un caballero. Ni siquiera soy humano. Y tú no eres una dama. Cuando hizo presión en sus hombros, no hubo duda de lo que deseaba. Se puso rígida, pero él dijo: —Ah, no, tu quieres el premio, entonces harás lo que deseo. Se arrodilló ante él. 209


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—¿No podías conseguir a una ninfa para hacer esto? —¿Por qué conformarme con una ninfa cuándo tengo una valkiria a mi servicio? —¿Y esto es lo que quieres? —preguntó, mirándolo fijamente. —Sí —susurró, con una mano tomó su cabeza, con la otra agarró su nuca. No la había querido antes así, obligándola a alzar la vista y reconocer que estaba al mando. Podía dominarla si lo quería. Quería que ella lo probara, que le mostrara este placer. No, no así. ¿De dónde llegó este pensamiento? ¿Cuándo estaba tan malditamente cerca de saber finalmente como seria? Apretó los dientes, incapaz de imaginar como se sentiría su boca cerrándose sobre su miembro. Pero la duda lo fastidio. Una guerra roja de lujuria, una advertencia que crecía dentro de él. La manera en que acudió a él esta noche… Él se ahogó. —Para. —La agarro de los hombros—. Levántate. No quiero que lo hagas. Tiro de ella poniéndola de pie, luego se alejo. —Esto lo haría una puta. No puedes hacerlo. —¿En que se diferencia del huevo del basilisco? —preguntó ella, en un tono lleno de ira. —Entonces procuré sólo tocarte. Sus ojos destellaron plateados. —¿Por qué te preocupa si esto me marca como una puta? —¿Sabes como es? Sé que no te preocupas por mí, pero siento como si estuviéramos casados. Que te hubieras ido con otro hombre…y dejado que te tocara… —Pasó las manos por su cara, su excitación menguaba rápidamente—. Olvídalo. —Lanzó la caja a la cama y se alejo—. Puedes tenerla. —¿El pago de la almohada? Pero, Sebastian, no me lo gane. —Antes de que pudiera trazarse, dijo—: A propósito, asno arrogante... —se situó a su espalda, arrastrando un dedo sobre sus hombros, que se tensaron por el ligero toque, bajando su voz a un tono entrecortado, y dijo—: Acabas de sacrificar la posibilidad de experimentar como una mujer inmortal adora a un macho con su boca. —Su dedo pasó rozando su frente cuando camino a su alrededor para afrontarlo. Poniéndose de puntillas le murmuró en

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al oído—: Te habría dado el más caliente, húmedo beso que hubieras recibido alguna vez. Emplearía años tomándote con mi lengua. Repentinas perlas de sudor adornaron la frente de él. —Pero ahora, sólo tengo que agradecerte por salvarme todas esas horas. Él se estremeció, luego camino a zancadas a alejándose con un sonido que rallaba en la frustración. —¿Piensas que fue fácil apartarme de ti? —se sentía enloquecido de lujuria. La curiosidad lo incitaba. Alzando las manos, camino con grandes zancadas—. Viéndote de rodillas cuando nunca he tenido… —¿Tenido que? —cuándo no dijo nada, y solo se acaricio y dirigió su mano por la nuca, pregunto suavemente—. ¿Nunca has tenido esto? Sebastian amplio la distancia, no queriendo admitirlo, e incapaz de negarlo. ¿No lo negaba? Los labios de Kaderin se separaron. ¿Nunca has experimentado esto? La idea la conmovió. Entonces la excitó, haciendo que temblores bajaran por su espalda. Yo podría ser la primera. Podría confesar que su cólera había sido en parte por el deseo frustrado. Cuando el material mojado de los pantalones había abrazado su grueso eje delante de ella, y que había crecido con la debilidad de la humillación y el calor porque quería probarlo. Ahora que la excitación cobraba vida otra vez. ¿Tener la primera vez de un macho? Ella inclinó la cabeza. —¿Me…me imaginaste haciéndotelo? Él frunció el ceño como si su pregunta fuera absurda. —Ya veo —parecía volátil, hirviendo por dentro. Sintió que estaba arrinconando a un oso herido y tenia que moverse cautelosamente—. ¿Por qué desperdiciarías la oportunidad? Él se rompió. —¡Porque esto no ha terminado entre nosotros! Ella retiró la cabeza. —¿Incluso después de Colombia? Él se cruzo. —Esta noche, en el campo minado, eras diferente. Esto…no ha terminado. 211


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Con sus palabras, una emoción la recorrió, deseo, sí, pero ahora podía confesar mucho más. Sebastian había querido ser cruel con ella; claramente necesitaba serlo. Aunque no podía. Incluso cuando ansiaba tan mal este placer, no podía obligarla a hacerlo. De repente, la ternura amenazo con abrumarla. De tal modo que pensar en lo ansioso que había estado todos estos años por algo que nunca había experimentado también fue su dolor. Encontró insoportable que siguiera preguntándose como seria que ella se lo hiciera. Había deseado al hombre despiadado que había mirado fijamente en la lluvia, pero también tenia hambre del hombre ante ella con ojos vulnerables. —¿Y si quisiera hacerlo? —Se mordió el labio—. ¿Todavía quieres? Vio como se ponía duro como el acero otra vez. —Yo ... sólo ... sólo si tu quieres. Ah, quería. Levanto la mano para acariciarlo tiernamente. Al sentir su toque cerró brevemente sus ojos. —Y voy a hacerlo condenadamente bien. Aunque hubieras esperado la vida entera, garantizo que habrá valido la pena esperar. Y, por supuesto, tenia que estar a la altura de su descuidada fanfarronería. ¿Adoración? Kaderin. Bien, realmente... Recordaba una escena que había atestiguado por descuido hace mucho tiempo. Se había introducido en el harén de un oscuro brujo para liberar a una bruja buena que había encontrado el favor de la valkiria. La valkiria no era susceptible a los hechizos, pero este brujo había sido poderoso y Kaderin había estado sola. Había encontrado un escondite hasta que se fueran a dormir. En última instancia, había esperado hasta la madrugada. Debido a que una de sus concubinas lo había complacido hora tras hora de una manera muy original. Kaderin desecho la idea, pensando, que un día, si encontraba otra vez esos deseos, realmente le gustaría intentarlo. Ese tiempo había llegado ahora. Quería darle a Sebastian una experiencia para recordar por toda la eternidad. Una versión inmortal sobre lo que había fantaseado. —Si quiero, Bastian —rodeo con sus brazos su cuello—. Pero tengo condiciones. Una indirecta de una medio sonrisa burlona. —Siempre tienes condiciones. —Pienso que puedes vivir con ellas. 212


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Diez minutos más tarde, Sebastian se encontró encadenado a la cama de Kaderin. Debería de haberlo sabido por el destello en sus ojos y haberse trazado a otro lado. Pero había estado dándole suaves besos con esos labios rubíes mientras pasaba la palma de su mano por su pecho y torso. Cuando le había pedido cinco minutos para prepararse, la había complacido y dejó el dormitorio. Cuando empezaba a quitarse las botas había llegado para tomar su mano, acariciándolo sensualmente con su pulgar. Se había metido el pelo detrás de la oreja, riéndose de él mientras lo conducía a la cama. ¿Preguntó que había hecho en el cuarto? Infiernos, no. En aquel punto, y después de aquella sonrisa hechicera, si le hubiera murmurado “Te conduzco a las profundidades del infierno”, la habría seguido mudamente. Luego estaban sobre la cama, besándose despacio otra vez. Sus suaves gemidos lo enloquecían. Cuando lamió su lengua contra la de ella, no pudo dejar de imaginar como se sentiría en su polla… Entonces de repente se encontró con la muñeca encadenada a una cadena que había estirado bajo la cama. —¿Qué infiernos sangrientos? —Bastian, es la condición de este trato. Las advertencias habían surgido. No era sabio. Solo habían estado luchando. No habían resuelto nada entre ellos. Pero sabia que podía liberarse si hacia falta. Que podía trazarse libre. ¿Por qué lo quería así? Entonces le había sonreído una vez más, la curva seductora de sus labios, y solo podía pensar en su miembro deslizándose entre ellos. Dejó que le encadenara la otra muñeca. Cuando estuvo asegurado, lo inspeccionó con sus ojos de plata y se lamió los labios. Y un segundo después, miró con asombro como agarraba sus pantalones y se los quitaba, dejándolo sin nada encima. —Me lo imagine la primera mañana que estuvimos juntos —dijo, presionando los labios en su torso. Su pelo húmedo acariciaba su piel, haciendo que se estremeciera de placer—. Imagine que te quitaba los pantalones y tomaba tu miembro con mi boca. Él gimió de incredulidad, preguntándose si moriría de éxtasis cuando sintió su aliento caliente bajando. Si fuera un sueño, estaría condenado si despertaba. Después de acariciar con su boca el rastro de vello que conducía a su ombligo, le echó un vistazo—. ¿Estas listo? —Cristo, sí, estoy listo 213


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El primer toque de su pequeña lengua caliente, encontrando la cabeza de su eje, hizo que retuviera el aliento. —Ah, Dios —finalmente pudo decir. Cuando la punta se humedeció, ella lo baño con su lengua bajando frotando ligeramente. Sus ojos se quedaron en blanco. Entonces vino el largo, lento deslizamiento de sus labios mojados. Arqueó la espalda. Cuando le dio un pequeño golpe con la lengua, el placer fue tan intenso que grito. Con esfuerzo, levantó la cabeza para verlo conteniendo la respiración. Tenia que ver como lo tomaba. Quería alejarle el pelo para ver mejor, pero las cadenas se lo impedían. Podía romperlas fácilmente, pero ella había puesto como condición las cadenas. Nunca se arriesgaría. Como si leyera su mente, aparto el pelo sobre su hombro, brindándole una mejor vista. Resolló cuando acaricio su cara contra la longitud, tiernamente, como lo había hecho aquella primera mañana contra su mejilla. —¿Qué piensas? —No se parece a nada —dijo, ahogando las palabras. Ella sonrió. Completamente desinhibida, siguió trabajando, haciéndole imposible resistirse por más tiempo. Su boca estaba tan caliente y mojada, que quería que continuara para siempre, pero sentía que su escroto se tensaba. —Estoy a punto de correrme… —Justo cuando estaba a punto de llegar al límite, ella lo liberó, como había esperado. No se atrevió a pensar que lo tomaría todo. —No, Bastian, todavía no estas listo.

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Capítulo 32 Frunciendo el ceño, Sebastian rechinó: —Creo que lo sabría. Ella exprimió la cabeza de su erección con el puño, evitando que eyaculara. Luego escondió su sorpresa. ¡Funcionó! Su polla estaba hinchada de semen, la presión le dolía visiblemente. Ambos la miraron fijamente antes de cruzar la mirada. Ella vio el momento exacto en que la comprensión lo golpeó. —No puede significar que… Cuando ella asintió, dio un tirón a las cadenas, parecía incrédulo de que lo estuviesen conteniéndolo. —Las cadenas han sido reforzadas místicamente —explicó lamiéndose placenteramente—. Ni siquiera un inmortal tan fuerte como tú las puede romper, y no te puedes trazar por ellas, tampoco. Lo intento de nuevo. —Déjame libre —gruñó—. ¿Es esto una especie de venganza? —su cuerpo desnudo turbado por la tensión, cada músculo sobresalía cuando luchaba con las cadenas. Sus brazos crecieron aun más con enorme esfuerzo. —No es venganza, Bastian. —Una vez que su semilla descendió de nuevo, y no estaba en peligro de liberarse, ella eliminó la bata. Su lucha se alivió cuando separó sus labios. Inclinándose más, los pechos cerca de su boca, para apoyarle la cabeza con una almohada. Con la mirada clavada en su cuerpo, su batalla por liberarse remitió. Cuando se montó a horcajadas, se quedo completamente tranquilo, como si se hubiera olvidado de resistir. —Más cerca —demandó. Se movió, llevándole los pechos a su boca, uno, luego el otro. Chupó sus pezones duramente, gimiendo alrededor de cada uno, las manos apretando en la esposas.


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Cuando ella se alejó, soltó una maldición, hasta que trasladó su cuerpo para recibirlo con su boca una vez más. Ella gozaba con el sabor de su carne, amaba lo sensible que era, cuan incrédulo cuando lamió la base hasta su pesado saco. —Estas cosas que me haces… Dios mío, no sabía… No podía tomar toda su prodigiosa longitud, así que utilizaba la mano, frotando la base. —Katja, estoy como… Lo agarró duro, evitando otra vez, y el gritó en agonía. Enterró los talones en la cama empujando con fuerza, agitándose en su mano, desesperado por perder su semilla de cualquiera manera. Nunca había visto nada tan erótico como su cuerpo retorciéndose en las cadenas. Pero ella se mantuvo firme, y pronto creció drogado con lujuria, casi insensible. Su cuerpo sudoroso y temblando entero por la necesidad de liberarse. Volvió a su idioma nativo y las cosas que le dijo dejaban claro que pensaba que no lo podía entender. Sin embargo, ella hablaba estonio fluidamente. Oh. ¿Había olvidado decírselo? Gruñía que era su kena, su querida, que era preciosa para él. Admitió que no había sido capaz de decírselo, no importa cuan mal lo necesitaba. Querrá morirse si se entera de que le entiendo. Le dijo que la quería con él, sólo él, después de esa noche. Así como que le había sido fiel, y así sería. Por siempre… ¿Sebastian no había tenido otra, esa noche en Colombia? La emoción vibro a través de ella, haciendo rizar los dedos de los pies, más hambrienta por él, si era posible, excitada hasta el punto de la agonía. Sus dedos anhelaban arrastrarse hacia su sexo para lo que seria una liberación instantánea. ¿Fiel por siempre? Ella tembló, ahora besándolo amorosamente, la respiración caliente y rápida. No pudo detener un quejido. Inmediatamente él levanto la cabeza, agitándola duro, como para eliminar la bruma. —Déjame libre. ¿Qué ha provocado este cambio abrupto? —Bastian, esta vez prometo que puedes…

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—Déjame libre o prometo que encontrare una forma de salir de estas cadenas. —Su conducta era cada vez más alarmante. Sus ojos negros se entrecerraron. Viendo que era en serio, se inclino. —¿Por qué? ¿No te gusta lo que estoy haciendo? Dio un tirón a las cadenas, torciéndolas, sus ojos se ampliaron. No estaba del todo segura de querer liberar al vampiro que había estado sexualmente atormentando. Mientras estaba desnuda y necesitada. Y no cuando sus ojos prometían represalias. —¿Qu-que es lo que quieres hacer? —cambian las tornas como la falsa moneda. Si desbloqueaba los grilletes, la tomaría esa misma noche. Ahora sentía como si él fuera a saltarse un paso. No se había preparado para tener sexo con él todavía. ¿Todavía? Oh, dioses. Como si hubiera sido una conclusión. Solo había dormido con hombres en los que confiaba, y con todos los considerables encantos de Sebastian, no confiaba él. Tensó otra vez las cadenas aun más duramente que antes, pero el vampiro no podría romperlas sin hacerse daño antes. De repente, fue consciente de lo mucho más grande que era. Sus músculos definidos que usualmente la encantaban ahora la hacían tragar con alarma. Su polla, que siempre encontraba tan grande y maravilloso, la intimidaba. Todo la empujaba a que quisiera correr, pero cuando una gota de sangre resbalo por su muñeca, gritó: —¡Espera! —zambulléndose fue por la llave. Con las manos temblorosas, lo desbloqueo. En un instante, se arrojó tras ella, amenazante, y comenzó a palmear y acariciar entre sus muslos. Gimió al techo cuando la encontró tan húmeda. —Bastian! ¿Qué estas haciendo? Él la enfrentó. —Es momento —su voz estaba irreconocible. —¿Qu-qué, de qué? ¿Por qué ahora? —Estas negándonos, sin razón… me quieres, también —toda su mano cubrió posesivamente su sexo, frotando—. Dime que no me necesitas dentro de ti, y me detendré. —Con la otra mano, agarraba su pecho, acariciando con el pulgar sobre el enjuto pezón—. Dímelo. 217


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Miró lejos, apretando los dientes. Finalmente, jadeando entre suspiros, dijo: —Si hacemos esto, Sebastian, no estaremos haciendo el amor. No me reclames, como si hubieras perdido un equipaje. Esto no es una promesa de ningún tipo. Solo sexo sin sentido. ¿Se resistiría a eso? En cambio, rechinó: —De acuerdo. —¿Qu-Qué? ¿Estas de acuerdo en tener simplemente sexo? —A cualquier cosa contigo, Novia. —Su mirada oscura la hizo temblar, incluso antes de que gruñera—. Estoy en deuda. —Así que piensas que solo vas a tomar las riendas. Si lo haces, estoy perdida. En respuesta, Sebastian se arrodilló entre sus piernas, empujando para apartar las rodillas. Kaderin era tan hermosa, sus pechos exuberantes debajo de sus manos, sus pezones tiesos contra sus palmas. Su sexo visiblemente mojado, esperando para ser llenado, y su polla latiendo por enterrarse en ella. —¡Sebastian, no podemos hacer esto! No estoy lista. —Sus palabras murieron en su garganta cuando deslizo un dedo dentro de ella. —Te noto preparada —presionando un segundo dedo en ella. Cuando sus rodillas se abrieron en rendición, sabia que estaba a punto de tenerla, al fin, y nada lo detendría. No después de lo que acababa de hacer con él, y a ella misma. Su Novia lo deseaba, había gemido alrededor de su polla, lamiéndolo desesperadamente. Su beso lo había enloquecido, pero la idea de que le doliera porque lo que le podía dar era demasiado para aceptarlo… No quería herirla, no obstante, sabía que nunca había estado tan duro. Podría aguantar un poco, y asegurarse de que su cuerpo esta listo para él. Sus dedos empujaron hacia adentro y hacia fuera, poco a poco, mientras jugaba con sus pezones, y de pronto ella estaba tan frenética como el. —Bastian —exclamó—. ¡Estoy lista! Cuando trató de arrastrarlo a ella, las garras mordiendo en sus hombros, atrapo sus muñecas sobre su cabeza con una mano.

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Se puso salvaje. Explotaban gritos de ella, mientras se arqueaba bruscamente. Sabía que tomarla seria furioso… Con su otra mano, agarro su miembro para guiarlo dentro. Cuando la punta conoció su calor, masculló una maldición agonizante, y frotó la punta arriba y abajo sobre su escurridizo sexo. —Por favor… Trabajó solo metiendo la punta, y gimió en angustia. El impulso de corcovear entre sus piernas o caer en ella era abrumador. Se ahogaba con las palabras. —Estas tan apretada. —Tan apretada como sospechaba que una virgen sería. Ella estaba jadeando, sus suaves pechos apretándose contra su pecho mientras rotaba las caderas en la cabeza de su polla trabajando de adentrarla en ella. Tuvo que liberar sus muñecas para así sujetar sus caderas y sujetarla contra el colchón. Estaba desesperado por liberarse, por su liberación. La seguiría aunque lo matara. Mientras conducía su longitud en ella, pulgada a pulgada, apretaba los dientes. Cuando flexionó las caderas, hundiéndose mas adentro, ella gritó, y él se congeló. —Oh, Dios, te he lastimado. Tan pronto como dijo eso, sintió la verdadera razón por la que había gritado, y tiró la cabeza hacia atrás en el choque de placer. Se estaba corriendo y su sexo se contraía frenéticamente alrededor de su polla, apretándola como un puño caliente, su cuerpo demandaba lo que quería darle. Su orgasmo continuaba y continuaba, tirando de él más profundamente a su interior. Nunca lo había imaginado… Después de eso, no pudo negar su humedad, su hambrienta vaina. Incapaz de detenerse asimismo, se hundió en ella tan rápido como podía, moliendo contra ella, gritando, entonces a punto de arrojar su semilla. Nunca lo hubiese imaginado… Su cabeza azotaba contra la almohada, y su fino cuerpo se retorcía debajo de él. Sus piernas le rodearon la cintura, asegurando su polla profundamente mientras se contorsionaba, tan indomable como él la había conocido. La presión… su apretado calor. No luchó contra eso. Sujetándose a ella duramente, corcoveó incontrolablemente. Dio un brutal grito cuando se corrió. Gemía con cada disparo, una y otra vez, implacable, ella le entregó el mas violento placer que hubiese imaginado.

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Capítulo 33 Kaderin caminó calle abajo, apenas después de la madrugada, después de haber dejado al hermoso vampiro y la caja atrás. Había vacilado durante una hora acerca de la posibilidad de reclamar los puntos o no. Al final no pudo hacerlo, aunque había tenido que levantar la caja justo debajo de su corazón. Suponía que esa parte de su anatomía había sido tan afectada como el resto de ella después de la noche de ayer. A pesar de que necesitaba llegar al aeropuerto para estar preparada en la próxima actualización del pergamino, se mantuvo vacilante, distraída, repitiendo las escenas de la noche anterior. Después de que él hubo culminado, había seguido empujando suavemente, acunándola en la oscuridad, acariciando sus labios sobre su cara. Sabía que quería tenerla otra vez, pero había estado muy pálido. Cuando su cuerpo había empezado a agitarse, había sospechado que no había estado bebiendo regularmente. Finalmente se había arrastrado sobre su espalda, atrayéndola hacia su pecho dentro de la curva de su brazo. Ahora que ella y Sebastian habían hecho el amor, lo sentía todo diferente. Esta mañana, estaba viendo las cosas de maneras que no podía recordar. La primavera siempre imbuía a Londres de milagrosos colores y esencias, pero no podía recordar la última vez que lo había notado. Había visto crecer esta ciudad de un campo húmedo a una gran metrópolis. Su pensamiento hizo una pausa. Era vieja. Y anoche había puesto en relieve que tan poco satisfecha estaba con su vida en general. Por supuesto, echaba de menos a sus hermanas, pero realmente esperaba recuperarlas plenamente, aun si muriera. Kaderin pensaba que el sacrificio podría hacerlas regresar. ¿Cuantas fábulas, de las cuales el noventa y nueve por ciento eran ciertas, le decían que le diera al guerrero la oportunidad de compensar una falta de criterio? El destino final de Kaderin había sido la expiación. Si iba a morir, seguramente no sería para nada. Sacrificándose podría restaurar a sus hermanas a la vida, por lo que el destino fuera, sería honrada por los suyos. Y además, ¿quería vivir para siempre? ¡Lo tenía!


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Antes de la noche de ayer, no se agitaba verdaderamente por sí misma por temor a su próxima muerte. Ahora se preguntaba si sería doloroso, y si Sebastian estaría cerca. Había llamado a Nïx con su móvil no rastreable para obtener una actualización del tipo premonición de muerte. Había imaginado lo que diría: “Hey Nïxie! Eh, recuerdo lo que me dijiste de que, eh, de que yo iba a morir y todo eso riendo nerviosamente. Bien, ¿viste algo con respecto a un muy viril y sexy vampiro que viene por mí a darme apoyo moral?” Pero era muy tarde en la noche en Nueva Orleáns y era muy probable que Nïx estuviese fuera de cobertura en las calles. Sin respuestas, Kaderin lo único que podía era especular. Había tantas maneras en las que una valkiria podría morir, decapitada, por dolor, inmolación o una especie de asesinato místico. Decapitación sería probable. Una muerte violenta. Kaderin había previsto escenarios encantadores… Mientras olía las flores de los cerezos, pensaba en la violencia que había inflingido a lo largo de su larga vida, culminando en la matanza del campo de minas la noche pasada. Recordando a Bowen amhelando a su compañera perdida, la mitad de su cabeza volada, y aun gateando por la caja. Pensó que Cindey había murmurado algo acerca de un bebe. A Kaderin se le aguaron los ojos, y tropezó con alguien en la calle. Cuando echó un vistazo de nuevo, justo ante ella había una carnicería. Mordió un poco su labio inferior, recordando la palidez del rostro de Sebastian. ¿Se atrevería él a tomar su sangre? Aguardando culpablemente alrededor, como si los demás pudieran escuchar sus pensamientos. Este era un paso que ni siquiera había contemplado. No solo no iba a matar al vampiro, sino que tampoco le estaba dejando vivir. Estaba considerando la posibilidad de hacer que el vampiro estuviese más cómodo después del cataclísmico sexo que habían tenido. Hizo una risita sorprendida. ¿Hasta donde habían caído los poderosos? Kaderin se encontró a si misma entrando a la tienda. Preguntó por su pedido, y sin arquear una ceja, esto era Londres, después de todo. Recibió un recipiente de plástico en una bolsa de papel marrón. Hurgó por un penique de libra esterlina en el bolsillo de su chaqueta, y luego se apresuró fuera de la tienda con su compra. Ahora llegaba tarde al aeropuerto, y en todo lo que podía pensar era que lo había dejado con hambre. Esto era tan… tan hogareño, y era absolutamente emocionante para ella. Como lo había sido en el avión esa mañana mientras se estaban vistiendo. Justo antes que me dijera que iba a casarse conmigo.

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De vuelta a la casa, notó el gusto que le daba ver sus cosas junto a las suyas. La irritación se fue, por el hecho de que simplemente se mudó con ella. Ahora de repente quería que sus pertenencias estuviesen juntas. Quería sus cosas entremezcladas. Escondió la sangre en la nevera, e inmediatamente se alegro de haberla traído, porque, a pesar de que parecía haberse movido, no había tocado nada. Después de cruzar la habitación, se acercó a la cama. Se apartó el pelo de la frente y retiró la colcha. Ternura. Me gusta esta sensación. Se esta convirtiendo rápidamente en una de mis favoritas. Antes de abandonar el cuarto de nuevo, aseguró una manta sobre las cortinas como una garantía adicional contra el sol. Quitando el hecho de que era un vampiro, ¿podría alguna vez tener una vida con él? Pasó por alto el vampirismo de Emma y su amante. Sin embargo, no importaba si Kaderin lo pudiese aceptar. Sus hermanas no podrían, incluso, si de alguna manera conocieran a Sebastian en la cambiada realidad, sabia que era imposible, aun si vivía. Si vivía, habría salvado a Dasha y Rika. Salvando sus vidas cambiaria la historia… Había pensado en llevar una carta para ella cuando recuperara a sus hermanas. Sabía como se trabajaban normalmente los acertijos. Si escribiera una carta, diciéndose a sí misma que fuera al castillo de Rusia y se enamorara del vampiro de los ojos tristes, y dolorosamente magnifico, su propio pasado ni siquiera seria reconocido por su propia cambiada letra. Pensaría que se trataba un truco de vampiros, y que había que ir allí a matarlo. O alguien en su aquelarre encontraría la carta e iría con la misma intención. Y sin embargo, aun a sabiendas de cuan inalcanzable era un futuro con él, antes de irse una vez más, hizo una rápida nota para él. Y mentalmente coincidía con sigo misma: Idiota, boba, tonta. ¿Misty la Admiradora de Vampiros? No tengo nada que ver.

Ella no estaba en la cama con él cuando despertó por la tarde. Sebastian se sentó, queriendo encontrarla, pero al instante cayó de espalda, brazos y piernas muertos con fatiga y desparramándose a través de la cama. Mirando al techo, tratando de ordenarse a través de lo que había ocurrido. Había hablado en estonio y ella le había respondido. Rechinó una maldición. Las cosas que había dicho… Gimió, arrojando un brazo sobre su cara.

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Pero había estado fuera de su mente. ¿Y qué hombre no lo estaría mientras experimentaba el acto por primera vez y de tal manera? Mucho menos sabiendo que ella estaba disfrutando. Y luego… hundiéndose dentro de ella. La más increíble experiencia de toda su vida. Corrió los dedos a través de su pelo mientras se acostumbraba a la realidad. Con Kaderin, nunca podría experimentarlos de nuevo. Quería un vínculo fiel entre los dos; ya que ella se había ido sin una palabra. Eso fue solo físico para ella, al igual que la rápida liberación, como había ansiado en la cueva, cuando no había querido tocarla durante horas. Su corazón se hundió cuando se dio cuenta de que nada había cambiado entre ellos, tal y como le había advertido antes de que la hubiese tomado. Y la última vez que habían hablado del futuro, le había prometido que no la haría suya. Echo un vistazo, espiando una nota sobre la mesita de noche. La aferró como un hombre que se ahoga y le hubiesen arrojado una soga para salvarlo. “Hay sangre en la nevera. Habrá sol hoy, así que llámame cuando te levantes puse mi numero en tu teléfono. XOXO9 Kaderin”. Se le aflojo la mandíbula. Aunque la carta era breve, se encontró a si mismo releyéndola. Era como una nota que le deja una esposa a su marido, por lo que no pudo envolver su mente alrededor de eso. No habían resuelto nada anoche y todavía había el mismo enojo entre ellos. ¿Esta jugando conmigo? ¿Es una especie de broma cruel? ¿Tengo un teléfono? Confundido, se arrastro desnudo de la cocina a la nevera, haciendo una profunda inspiración agarro el tirador. Allí, la única cosa dentro, una bolsa lisa de papel. Le había llevado sangre. ¿Por qué habría hecho esto? ¿Estaría envenenada? Tomo la bolsa y la lanzó al mostrador, pero como resultado, vio la caja del campo de minas. La había dejado. Cerro la puerta de la nevera y golpeo su cabeza repetidamente contra ella.

Cuenca del Río Congo

República Democrática del Congo

9

XOXO: X abrazos, y O besos

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Día 25

Premio: Un pentáculo jaguar de jade, herramienta para altar demonolatría Valor: Trece puntos.

Cuando Sebastian se trazo ante ella y se encontró a si mismo en una sofocante maleza, reconoció que premio había elegido Kaderin. Había navegado la selva, la selva ecuatorial, desde la orilla baja del río a las altas tierras del Macizo de Virunga. Cerca, una cascada atronadora, y junto a ella una antigua tumba. El premio estaba enterrado allí en la rica y oscura tierra. A pesar de que la canopia era densa, todavía se estaba quemando, evitando los rayos de luz como si fueran lanzas que llovían. Pero no importaba, había que hacer todo lo posible para ayudar a su… ya que ella había renunciado a la caja. La llevaba en el bolsillo de la chaqueta y corrió el dedo sobre ella, deseando que el premio no hubiese expirado. ¿Se alegraba de que no quisiera eso entre ellos? Sin duda. Pero ahora, todo lo que podía pensar era en el increíble número de puntos que había sacrificado cuando obviamente mataría por ganar. ¿Dónde infierno estaba? No podía espiarla a través del grueso crecimiento y la niebla de la cascada, pero no podría permanecer por mucho más tiempo. Una rama se quebró tras él. Giró entorno a él, sorprendiéndole el plano de una pala en su rostro. El sonido metálico con su cráneo, resonando… hasta que… todo negro. Cuando despertó, estaba siendo arrastrado. ¿El escocés? Veía su rostro borroso. Demasiado débil para rastrear. Intenta de nuevo. La negrura vacilo una vez más. —Para alguno de nosotros, sanguijuela, no se trata de un juego —dijo MacRieve. El sonido de la cascada estaba cerca. El vapor engrosándose. Sin poder trazarse. —No simplemente una manera de impresionar a una valkiria para que se digne follarte. Arrastrándolo hasta el borde. —Por su truco en el campo de minas, te vas a nadar y tu pequeña valkiria va de buceo.

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¿Cómo de alta era la caída? No importa. El sol… —No creo que vayas a morir, no importa lo mucho que pueda quererlo. MacRieve lo pateó en las costillas y lo envío volando sobre el borde.

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Capítulo 34 Playa de Tortuguero, Costa Rica

Día 27

Premio: Una lagrima de Amphitrite, conservada en una cuenta Valor: Once puntos

—¿Caminando un poco patizamba, sirena? —pregunto ligeramente Kaderin, aunque estaba hirviendo por ese recordatorio, evidentemente Cindey había follado con el muy bien dotado Nereus cuando habían regresado con los pergaminos. Cindey y ella estaban casi atadas—. Nereus esta visitando los barrios bajos. —¿Hablando de barrios bajos, donde esta tu vampiro? —preguntó Cindey—. Las ninfas dijeron que oyeron que te había abandonado. No pensé que fuera posible. —¿Parezco preocupada? —siempre disfrutaba haciendo esa pregunta, ya que sabía que la respuesta era invariablemente no. —Sí, Kaderin, lo pareces. —Cindey parecía asombrada por este hecho. Kaderin casualmente silbó, esperando cubrir su consternación, porque era verdad que había estado sin su vampiro durante cuarenta y ocho horas. Sebastian no había llamado, no se había trazado, y se sentía como una clavada-y-apurada idiota. La falsa moneda… llega ¿demasiado real? Sí, había dicho cosas, expresado sus sentimientos y promesas cuando lo estaba besando. ¿Pero cuánto peso podría ponerle a aquellas palabras? Había estado loco de placer. ¿Cómo no podría ser su muchacha favorita por el momento? Y realmente, ¿Qué había pasado? ¿Además de que era definitivamente, y erróneamente un interludio sexual sin sentido? ¿Y exactamente por qué había sido tan firme sobre eso?


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Se había negado absolutamente llamar a Myst para preguntarle sobre Sebastian. Esa postura solo había durado aproximadamente seis horas antes de derrumbarse. Pero Myst y Nikolai no lo habían visto o habían tenido noticias de él en dos días. ¿El tercer error? No pedir. Sobre todo después de una ronda gimnástica de sexo inmortal. Cediendo ante sus inseguridades en esta nueva situación que eran mejor que la alternativa: el reconocimiento que estaría ahí… a menos que estuviera herido. O peor. Calculó que ya que sus emociones eran tan cambiantes, podría intentar también poner todas ellas en nuevas manos. Y le gustaba la mirada y la sensación de enojo e indignación más que la de preocupación y temor. Nada de esto importaba. Una vez que volviera por sus hermanas, nada de esto existiría. Tenia que recordarlo. Desde la mañana que lo había abandonado y dejado la carta —y había dejado su premio—, había competido en tres tareas. En cada una, había tenido la desgracia de reunirse con Lucindeya y Bowen. Bowen salio espantosamente mal herido del campo de minas, no mostrando ninguna regeneración. Todavía estaba mal de un ojo y la piel de más de la mitad de la frente. La sangre se filtraba de la herida, empapando su camisa Cambris10. La maldita bruja no debería estar tan conmocionada. Kaderin casi se compadeció de él, del modo en que se compadecería de un lobo monótono atrapado en una trampa de primavera. Los había liberado antes, y siempre parecían aturdidos, con ojos salvajes, no teniendo ni idea de por qué habían sido elegidos para sentir tal dolor o como terminarlo. Bowen le recordaba eso exactamente. Pero, al final, los lobos siempre gruñían e intentaban morder, y aunque estuviera blasfemado, Bowen seguía siendo una fuerza a tener en cuenta en la competición. Había caminado trabajosamente por una selva llena de arenas movedizas para recuperar un pentáculo de jade. Pensaba que era rápida y que tenía posibilidades contra Bowen porque todavía estaba herido. Pero él había volado sobre el terreno salvaje. Le había quitado aquel premio, dejándola jadeante y privándola de los puntos. La había escudriñado, hasta caminó amenazante hacia ella. Entonces, como si hubiera tomado una decisión, se había alejado.

10

Camisa ligera, estrechamente tejida, hecho en Cambray, Francia. Al principio era una tela de fino de lino. La cambris moderna esta hecha de algodón de América o Egipto, pueden ser ligeramente brillantes. 227


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En Egipto, Kaderin había contestado un enigma de una complejidad asombrosa que dejo a la Esfinge —al lykae y a la sirena— preguntándose como lo había logrado. En secreto, también se lo había preguntado. Había ganado el único escarabajo de oro de diez puntos y reducir la diferencia con Bowen y tomado una ligera ventaja sobre Cindey. Pero sólo anoche en China, Bowen había llegado primero a la única Urna de Ocho Inmortales, dejándolas a ella y a Cindey con solo el esfuerzo de llegar allí. Había alcanzado sus ochenta y siete puntos, asegurando su lugar en la final. Kaderin tenía setenta y cuatro puntos. Cindey tenía setenta y dos. No se le había escapado la noticia a Kaderin de que estaba a trece tímidos puntos de la final —el valor exacto del premio que había abandonado. Hoy, las instrucciones eran nadar diez millas hasta que apareciera una puerta en forma de remolino y los bajara al premio una lágrima de Amphitrie, que según cuentan cura cualquier herida. Cuando el crepúsculo se deslizo más cerca, los competidores seguían la línea de la playa. Estos principiantes eran nuevos —los veteranos habían echado una mirada a esta tarea, once puntos, y esperaban algunas capturas. La primera pista que vio Kaderin de lo que podría ser esta captura se produjo cuando cabezas de vaca se bamboleaban en el agua justo en la orilla. Y fue antes de que viera la primera aleta. Con un trote rápido bajó a la playa, encontró un riachuelo que fluía constante al océano. Llevando las cabezas. Río arriba, una planta envasadora de carne era la causa de tal basura. —¡Tiburones! —grito Cindey cuando Kaderin regreso—. Malditos tiburones. — Enfrentó a Kaderin—. ¿Entraras? —Podría. ¿Y tú? —Si lo haces, no tendré muchas opciones —dijo Cindey bruscamente. Los seres del Lore y las bajas criaturas se habían tomado grandes molestias para llegar, atraídos con la idea de un agente curativo, y probablemente preguntándose por que los mas viejos no entraban al agua. Entonces también se percataron de las aletas. Ninguno de ellos hablo de nadar. Pero Kaderin se encontraba en una situación desesperada. Había dejado la maldita caja. valkiria tonta, tonta. —Allá que voy —refunfuñó, tirando de su espada.

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—¡Kaderin lo va hacer! —susurró alguien. Los otros la señalaron. Encogiéndose de hombros dejo la mochila y chaqueta, recogió la espada, echando la correa sobre su hombro. Dejo atrás la línea de la playa y salio corriendo, zambulléndose en el último momento, ganándole yardas al mar. Con tranquilidad, suavemente, nado libremente entre los tiburones. No esta tan mal. Diez millas no son nada. Si no sangraba o la revolcaban estaría bien. Un golpe agresivo le saco el aire. No hagas caso de nada Otro golpe deliberado. En segundos, el mar se lleno de ellos, haciéndole imposible nadar sin golpear a alguno con cada patada. Sabia que nadie había visto algo así alguna vez o había documentado algo como esto. La planta envasadora, en esencia, funcionaba como una granja de tiburones. La espada era inútil en el agua. Un tiburón era peor que los demás, el toro de todos ellos, dándole un violento empujón. Los dientes se hundieron en su muslo. Chilló por el dolor, empujando sus dedos en la carne alrededor de las filas de dientes, abriendo las mandíbulas para apartarlo. Ahora luchaba por su vida. Con jodidos tiburones. Le llego un breve pensamiento de que seguramente Sebastian se trazaría otra vez y podría encontrar sus restos —si quedaba alguno. Kaderin creía que moriría de forma violenta, pero estaría condenada si les servia de alimento. Se zambullo, acuchillándolos con sus garras, mordiéndolos como ellos procuraba morderla. Llena de indignación, y el rojo abarcando su visión. Hundió las garras en la aleta del toro, tirándose hacia abajo, con tanta fuerza como pudo. La sangre oscureció el agua, con burbujas rojas y corrientes por todas partes. Imposible, más tiburones llegaron. Ella escupía, luego mordía otra vez. Realmente podía morir aquí. Un inmortal podía morir de un ataque de tiburón, si la cabeza era separada del cuello. Asesto otro golpe con las garras en el lado liso del toro, pero no podía luchar contra todos. Se zambulló, determinada a esconderse en un arrecife. Podía aguantar la respiración durante largos periodos de tiempo. 229


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Y no podía morir ahogada. Díselo a Furie. Antes de poder escapar, el toro la agarro por la pierna, azotándola cuando la propulsó hacia atrás regresándola a la lucha. Acuchillándola frenéticamente. Dolor. Cuando arremetió otra vez contra él, rasgo con sus garras la piel del tiburón. Cuerpos enroscados, el poder en ellos… Pataleó hasta la superficie, tomando aire para regresar. Uno la agarro por la otra pierna por encima de la rodilla, hundiéndola con erráticos tirones. El agua se trago su grito.

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Capítulo 35 Sebastian despertó bruscamente, e inmediatamente estremeciéndose por el dolor que sentía en la cabeza.

colapso

hacia

atrás,

Trato de mantener los ojos abiertos mirando el cielo estrellado. Una brisa caliente lo acaricio manteniéndolo inmóvil en el lecho pedregoso. Sintió alivio una vez mas, luchando por determinar donde estaba, entornando los ojos cuando los recuerdos de la selva lo bombardearon. Aquel lobo de mierda lo había lanzado a un río embravecido. Cada vez que había arrastrado a Sebastian lo salvaba del sol, justo cuando le entraba el agua a los pulmones. Después de lo que parecieron días, el agua se había calmado finalmente. Con la piel quemada por la luz, y sangrando a borbotones de un ojo, había estado seguro que moriría. Pero se había arrastrado a la orilla… porque estaba hambriento de tener un futuro, con Kaderin en el. Antes de salir, se había arrastrado hasta que solo sus piernas estuvieron expuestas. Durante todo el día, se había quemado, demasiado débil para moverse y evitar el dolor. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿El día entero? Tenía sed, y estaba agotado. MacRieve amenazaba a Kaderin. Se puso de pie, trazándose hacia ella. Cuando el golpe lo mareó y se balanceó sobre sus pies, ya estaba en una playa tropical en algún sitio justo en la puesta del sol. Lo que significaba que estaba al otro lado del mundo. Otra vez Una docena de competidores del Lore miraban algo fijamente en el mar. Sebastian siguió su atención, y espió un anillo más oscuro arremolinándose en el agua. Aletas de tiburón cortaban el agua, luego disminuían hacia abajo. Alguien se estaba muriendo, y nadie se molestaba en prestar ayuda. Una mano se asomo por la superficie. Su estómago se contrajo. Kaderin. En un instante se trazó. Bajo el agua oscura hacia ella. Era imposible ver. Sangre — suya— y tejidos, gruesos pedazos de tiburón en el agua. Golpeó, luchando por pasar entre los tiburones para tomarla por los hombros.


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La perdía. Uno le agarraba la pierna, tirándola del agarre de Sebastian, estirando con frenesí. Sebastian luchó con toda la fuerza que tenía. Golpeó y se unió, cortando sus manos con los dientes, no haciendo caso de sus propias heridas, abriéndose camino. Su mano se cerró en un puño sobre su brazo... Joder, lo consiguió. Se traslado a la playa, cayendo al suelo, acunándola encima de él para no aplastarla. No respiraba. Irguiéndose, la tiró a su lado. Ella tosió, ahogándose con el agua. Frotó su espalda cuando escupió en la arena. Cuando aguantó la respiración, la tomo en sus brazos, meciéndola. ¿Qué pasaría si no despertaba? ¿Estaba…muerta? Se estremeció, no podían separarse otra vez. Incluso si tenía que encerrarla bajo llave. Cuando suavemente la sostuvo por los hombros para verle los ojos, ella refunfuño: —Estas blanco como un fantasma. —¡Estabas a segundos de que te comieran viva! —rugió, pasando del miedo a la furia en un instante—. O ahogada. —Realmente me ahogué. —Frunció el ceño ofuscadamente—. Creo que fueron dos veces. —Esto me disgusta. ¿Y si no hubiera llegado a tiempo? ¿Y si no hubiera estado alrededor para salvarte la vida? —¿No lo entiendes? —se quebró—. Por más de un milenio, he ganado esta competición fácilmente. Entonces llegas, me obligas a cambiar mi estrategia —tomo aire para continuar—. Asumo riesgos que no habría tomado antes. No habría intentado este desesperado acto si no hubiera dejado la caja. —No quería que la dejaras. Ella lo observó. —Sí, Sebastian. Lo hiciste. —No si esta era la alternativa. —Su voz era ronca—. ¿Sabes lo que parecía a la vista en medio de todo? ¿Verte bajando antes de poder reaccionar? Te veía... morir —le alisó el pelo mojado, y quito la arena de su mejilla—. ¿Qué te hará desistir?

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—Nada —dijo, con expresión obstinada—. Nada en esta tierra me impedirá ganar el premio. —Tal vez tu muerte. —La he esperado por mucho tiempo. Con voz furiosa, dijo: —Novia, tienes un poco de tiburón en la barbilla. Se lo quito con el dorso del brazo, con porte desafiante. —¿Los mordiste? —¡Ellos me mordieron primero! No tenía opción. —¿Viste que había tiburones y no pensaste en esperarme? —¿Cómo no has llamado? ¿Quieres saber el tercer mayor error? Los hombres no llaman después de seducirnos. ¿Seducirlas? Su ira se elevaba claramente. —No iba a esperarte cuando has estado ausente por dos días. La última vez que realmente hablamos, recuerdo que me informaste que me abandonabas. El primer vampiro que renuncia a su Novia. Blah, blah, blah. —Debes de haber sabido que vendría por ti. Espera, ¿dijiste dos días? —Para lo que me importa, Sebastian, si pierdes la noción del tiempo —Estaba en una selva, muriéndome, quemándome muy despacio. O habría estado aquí. —¿Qu-Que dices? —Me traslade allí para ayudarte esa mañana. Pero el escocés me golpeó con una pala en la cara, luego me lanzó al río —entrecerró los ojos—. ¿Te hizo daño? —No. Pero pareció realmente tomar una decisión sobre mí. —Pensé que solo había sido un día. ¿Has estado aquí afuera durante dos días sin mí? —apretó las manos. —¡Ow! Miro hacia abajo horrorizado al ver que le había hecho mas daño a sus manos. Se miraron antes de bajar la vista por sus piernas. Los pantalones estaban cortados, la piel mordida y sangrando. Estaba herida peor de lo que había visto alguna vez. La arena a su alrededor estaba oscura. Era sangre…por todas partes. 233


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—¿Mi Dios, por qué no me dijiste? —rugió, furioso otra vez. —Ah, perdóname por la sangre —refunfuñó cuando vio sus ojos pegados en sus piernas—. No quiero afilar tu apetito. —Puedes ser muy pesada a veces, esposa. —No soy tú jodida esposa. —Aún. —Contra sus débiles protestas, la acuno contra su pecho tirándola fuertemente hacia él. En un tono más suave, dijo—: Te llevaré a casa y te vendaré. Los otros seres del Lore detenían sus pasos para contemplar a la valkiria sostenida por un vampiro. Cindey quedo con la boca abierta de asombro. Kaderin no pareció preocuparse. Echándole un vistazo y luego al horizonte, se mordió el labio, sus cejas se curvaron. —El premio... Incluso después de lo que había pasado, su mente volvía otra vez al premio. Poniendo su dedo bajo la barbilla, la giro para afrontarlo. Sus ojos estaban iluminados en su mágica cara cuando lo miro. Quería darle lo que deseaba Y no podía. —Kena, no puedo recuperarlo para ti. Por que no puedo ver el destino. —Sabias como encontrarme. —Si tú puedes ayudarme a determinar como encontrar el movimiento, en el remolino vivo y hacer que se abra para mí, me arriesgare con los tiburones. Sus párpados empezaron a cerrar y la alarma se encendió dentro de él. —Lo siento, Katja. Encontraré otro camino. —La traslado al apartamento, poniéndola en la cama. Con seriedad, le quito la camisa y empezó a limpiarla y vendarle sus manos y brazos. Pero sudaba, temiendo lastimarla más de lo que ya estaba. Cuando rasgó sus pantalones, ambos quedaron tranquilos al ver que las heridas no eran tan graves. —¿Puedes ... no puedes morir por esto? —preguntó, con voz ronca. —No, en absoluto —dijo en un tono soñoliento—. Que es la razón por la que necesito que me traslades a la playa inmediatamente. Sus palabras eran ridículas ante sus heridas. —¿Qué te lleva realmente a hacerlo? ¿Por qué no me lo dices? Ella estudió su cara, mirándolo fijamente a los ojos, como si buscara su alma. 234


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—No puedes confiar en mí —dijo. Parecía que quería confiar en él, pero no podía. —Te he conocido hace poco menos de un mes, pero tengo... He aprendido lecciones muy duras durante los pasados dos mil años. —Lo se. Lo he visto en mis sueños. —Podía confesarse culpable de que en su lugar, tampoco confiaría en un vampiro. Pero Sebastian sabía que su palabra era buena. Solo tenía que persuadirla—. Juro que nunca me pareceré a aquellos demonios de ojos enrojecidos. No hay ninguna razón para no decírmelo. —No hay también ninguna razón para decírtelo —respondió. —Podría ayudarte. —¿No lo vas a hacer de todos modos? —preguntó. Él frunció el ceño. —Por supuesto. Pero tiene que haber algo para que confíes en mí —Sí, mi creencia absoluta de que nunca usaras mi confianza en mi contra. —¡Sabes que nunca te haría daño! —No dije hacerme daño. Dije usarla en mi contra. —Sus párpados se volvían a cerrar—. El amor puede influir, vampiro. Cuando estuvo segura, vendada y durmiendo profundamente, se duchó, su preocupación y furia finalmente comenzaron a atenuarse. Pero también lo lleno de una nueva resolución. Sabía que ella no podía morir. Pero podría herirlo follando. Y se vio permitiéndole estrangularlo, apuñalarlo y golpearlo cada noche. No lo haría más. Después de vestirse, se escabulló, regresando a la playa para ver si podía hacer algo para finalizar esa competición infernal. Después de dos días de competición sin Sebastian, estaba a trece puntos lejos de la final. El número exacto de puntos que había sacrificado a favor de él. Todavía no podía creer que hubiera dejado la caja. Había comprobado en sus bolsillos pero la había perdido. Que era comprensible, considerando su caída y luego su lenta velocidad a través de la ribera. En la playa, divisó una oportunidad, y fue por ella. Si no podía quitar el premio de la competición, podía quitar la competición del premio. Regreso con Kaderin en quince minutos, sacudiéndose la nieve de su pelo. Cuando se reunió con ella en la cama, esta se acomodo en la almohada y murmuro. —Hueles muy bien. 235


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Con cuidado la arrimo contra él, recordando lo bien que encajaban. Su respiración se volvió ligera y rápida, como siempre que dormía. Se movió nerviosamente y gimió suavemente. Le acaricio el pelo, calmándola. Cuando finalmente se durmió, él soñó con sus memorias otra vez. Ahora era esperado. Aun cuando estas no eran memorias del pasado. Kaderin agarraba el teléfono con ambas manos, con ojos llorosos, cuando una de sus medio hermanas le entregó una sentencia de muerte.

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Capítulo 36 Kaderin abrió los ojos, confusa por encontrarse a sí misma todavía acurrucada en las sabanas que insinuaban un atractivo aroma. Él se sentó en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, igual que la primera vez que lo había encontrado. Sabía que había ido de la pena a la euforia esa mañana. Pero también sabía que desde entonces, lo había desilusionado y hecho daño. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó, con voz áspera. —Dos días. —¿Qué? —chilló, irguiéndose. Él la agarró del hombro cuando se balanceó. —Tranquila, kena. Fuiste herida peor de lo que cualquiera de nosotros pensamos. Perdiste mucha sangre. Déjame comprobar los vendajes —desenvolvió su pierna—. Mi Dios, te curas rápido. —Las cuchilladas en sus piernas tenían cicatrices rosas y levantadas, pero parecían decolorarse directamente ante sus ojos. —Está perdido —dijo, quebrándosele las palabras. Más de una lágrima se deslizó por su mejilla, y furiosamente la aparto. —Katja, no lo esta. —Conmigo fuera del cuadro, Cindey ha tenido todo el tiempo del mundo. Podría haber conseguido un cartucho de dinamita y haber atontado a los tiburones, o haber usado el equipo de buceo. Él avanzo para alcanzar un rizo y meterlo detrás de su oído. —No creo que haya mucho equipo de buceo en Siberia. —¿Siberia? —No puedo conseguirte el premio. Pero podría haberla incapacitado para la participación. Envié a la sirena a una mina de carbón abandonada en el norte de Rusia. La esperanza se disparó a través de ella, caliente y positiva. ¿Había protegido su posición en la competición? —¿No canto para ti?


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—Sí, trino frenéticamente. Pero sigo siendo inmune. —Sus ojos eran intensos, hipnotizadores, cuando paso el dorso de los dedos por su mejilla—. Creo que me subestimas totalmente. La emoción hizo que se quedara sin aliento e inestable. Antes de que pudiera pararse, habló sin tino. —Nunca tuve intención de dormir con el colombiano. El dolor destelló en sus ojos antes de que dejara caer la mano y se pusiera de pie. —No importa. No tienes que decirme esto ahora. —Está bien. Él cerró los dedos en su pelo. —Maldición, se supone que insistes y luego te explicas de cualquier modo. —Ah. Bien, la verdad es que nunca planeé dormir con nadie esa noche. —¿Y tu carencia de ropa interior? —preguntó con el ceño fruncido. —Era la primera línea. He encontrado que una vislumbre oportuna puede hacer perder a los hombres el juicio. —Luego añadió—: Realmente necesitas alquilar Instinto Básico11. —¿Entonces cómo conseguiste la piedra? —Gamboa siempre quiso estar con una valkiria. De modo, que le prometí una cita con Regin. Fue uno de los que trato de decapitarla en la Antártida. A cambio del anillo. Y para el registro, elegí esa tarea por una sola razón. La misma razón por lo que Cindey lo hizo. Por que sabíamos que no lo haría Bowen. —Esto ... es bueno saberlo. —Es otra de tus subestimaciones. El alivio que sentía era evidente en su cara. —Ahora que estoy de regreso, tengo que salir rápidamente —dijo—. Cindey es inteligente. —Kaderin quería afianzar su lugar en la fase final. Bowen se había ganado su lugar, lo aceptaba, pero se estaba debilitando, y sin la sirena, Kaderin podría ganar. —Lucindeya no va a ir a ningún lugar —dijo Sebastian—. Debe salir de un pozo congelado de puras rocas irregulares y resbaladizas que se encuentra a quinientos pies de altura, y luego caminar doscientas millas a través de la nieve que le llegara a la

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Película de los 90, mítica por la escenita del cruce de piernas. Título original: Basic instincts, con: Sharon Stone, Michael Douglas, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn.

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cintura hasta la población más cercana. Vestía como si fuera al Ecuador y estará débil, caminaba de manera rara. Kaderin trató de sofocar la risa. Y fallo. Sorprendiéndolos a ambos. —Esta es la primera vez que te oigo reír —sonrió—. ¿Qué? ¿Qué es tan divertido? —Parece divertido, ¿no? Es porque lo hizo realmente, gano el premio de Nereus. —¿Quieres decir que ella… ? —cuando Kaderin asintió con la cabeza, sonrió y le acarició con su mano el brazo. Había notado que al parecer no podía dejar de tocarla. —¿Quieres que lo compruebe y vea si esta todavía allí? Ella se mordió los labios y asintió. Él desapareció, y regresó segundos después, sacudiéndose la nieve de su cabeza como un oso. —¿Bien? Su cara era absolutamente inexpresiva cuando dijo: —Me temo que Lucindeya y yo ya no somos amigos. Se rió nuevamente, y él sonrió como si simplemente disfrutara de la vista. —Quiero terminar —dijo finalmente—. Para ir y conseguir el siguiente premio. ¿Dónde está el pergamino? Lo saco del bolsillo de la chaqueta. —Pero, entiende Kaderin, que hacemos esto juntos. —Ella separó los labios para discutir, pero él le hablo en aquel tono de oficial—. No permitiré que te hagan daño otra vez. Ella estudió su cara, detalladamente y suspiró. —Bien. Trabajaremos juntos en la próxima pista. Con una severa cabezada, se unió a ella en la cama, y leyeron juntos el rollo. —No es la primera. —Ante su mirada interrogante, explicó—: Es un súcubo — chasqueó la lengua—. ¿Nereus está cerca de allí? Tres pergaminos en fila. Debe ser difícil hasta el desove. Pobre sirena. —¿Y aquella? —preguntó sobre la tercera. —Sólo si te gustan las arañas del tamaño de monstruosos camiones. Bueno, ¿dónde está el premio de más valor? —Exploró la lista, luego frunció el ceño—. ¿La Caja de Nagas otra vez? ¿Por qué dice que está en una cuenca de la ribera del Congo? —Porque es exactamente donde esta. La tenía en mi chaqueta ese día. Ella dejó caer el pergamino y agarró sus manos. 239


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—Sebastian, vale trece puntos. ¡Me llevaría a la final! Podemos. —Iré allí directamente. —Desapareció. Cinco minutos más tarde, regreso con la caja. Sus labios se separaron. —Realmente estabas allí esa mañana. Aparto su cabeza como si se preguntará como podía dudar de él. —Nada me podría haber mantenido alejado de ti. No sólo había protegido su posición en el Hie, le daba la final, ofreciéndole el premio libremente. Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció estirarse. Trascendentalmente. Él le ofrecía la posibilidad para reconquistar a sus hermanas. Y por descuido se aseguraba que nunca lo reconociera en el futuro. Tembló cuando lo aceptó, no sabiendo como sentirse sobre el hecho de que había vacilado para alcanzarlo. Cuando sostuvo la caja sobre su corazón y desapareció, comprobaron el pergamino, la escritura desaparecía, y en su lugar, los finalistas fueron anunciados. Cuando vio su nombre, sus ojos se anegaron de lágrimas y murmuró: —Nadie me ha dado alguna vez nada mas querido. Cuando Kaderin comenzó a prepararse un baño, Sebastian decidió llamar a Nikolai y preguntarle sobre su último sueño. Cogió el teléfono y lo estudió; estaba a punto de hacer su primera llamada pero ella saltó hacia adelante. —¡No puedes usarlo! —Le dio otro teléfono que parecía haberse roto y que ahora tenia cinta en varios sitios—. Mi aquelarre me rastreará... y prefiero no verlos esta noche —se rió fuertemente, luego marcó el número por él y realizo la llamada—. Y por favor tampoco le digas a tu hermano donde estamos. Probablemente informara a Myst. Sebastian levantó las cejas, pero asintió con la cabeza. Sólo cuando hubo salido, Nikolai contestó. Sin preámbulo dijo: —Necesito saber lo que me puedas decir sobre una valkiria adivina. Creo que su nombre es Nïx. —La he encontrado. Es una de las más valkirias mas viejas, y definitivamente una adivina, aunque ella prefiere decir con “capacidades multidimensionales” —Sebastian casi podría oír a Nikolai sacudiendo la cabeza—. Pero, sí, fui a verla hace unas semanas a preguntarle sobre ti y Conrad. —¿Algo de lo que predice realmente se realiza? 240


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—Pues no podemos determinarlo exactamente —dijo Nikolai—. ¿Hace unas semanas, corrías en un castillo en el sol de la mañana, gritando para que alguien volviera? ¿Y luego tu piel se incendio? —Mi Dios —murmuro Sebastian—. Predijo la muerte de Kaderin. —¿Cómo lo sabes? —preguntó Nikolai—. Por lo genera es imposible para ella. Es una de las cosas que no puede o no quiere ver. —Tome la memoria de Kaderin de su conversación. Estaba conmocionada y debes entender, hay pocas cosas que conmocionen a esta mujer. Nikolai añadió: —Podría no significar nada, pero Nïx también construyó esas formas raras de papel mientras yo preguntaba por ti. Había un dragón, un lobo, un tiburón y fuego. Sebastian tragó. —Hemos afrontado a todos ellos. A cada uno pero no el fuego. —Eso explicaría el alboroto alrededor de Val Hall. Myst es sigilosa sobre las cosas del aquelarre, pero he averiguado que buscan a Kaderin. —No me extraña que no quiera que sepan donde esta. —Sebastian pasó su mano inestable por su cara—. Nïx predijo la muerte de Kaderin antes de la siguiente luna llena. ¿Cuándo es la siguiente luna llena? La voz de Nikolai era grave. —Esta noche. Una vez que salió del baño y se puso un traje, encontró a Sebastian sentado en el sofá. Parecía tan profundamente pensativo, que se sintió incomoda al interrumpirlo. Lo sacudió suavemente. El pergamino se podía actualizar en cualquier momento. Tenía muchas ganas de experimentar más tiempo con él, antes de olvidarlo. Retuvo el aliento. Bien, aquella punzada insólita le hacia daño. —¿Bastian? Aunque sólo hubiera estado lejos de él durante quince minutos, la contempló como si viera a un fantasma. Entonces sin una palabra, se puso de pie y se acerco. Puso el dedo bajo su barbilla y le dio un beso sensible y apasionado, haciendo que se derritiera. Cuando retrocedió, lo miró fijamente y encontró sus ojos vacilantes sobre ella, buscando, entendiendo, para ver cualquier indicio para traerla al placer. Todo lo que quería era su felicidad. Lo entendía ahora. Nunca la giraría, nunca la cambiaria. Ella sin embargo estaba enamorada del vampiro. 241


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Colocando os brazos alrededor de su cuello, murmuro: —Quiero que me hagas el amor. —Claramente lo había impresionado—. Quiero que haya algo más entre nosotros. —¿Por qué ahora? —tuvo que aclararse la garganta para continuar—. ¿Qué te hace decirlo esta noche? ¿Es gratitud debido a la caja? Ella atrapo sus ojos. —No. Es porque no eres lo que temí que fueras. Y finalmente veo que nunca lo serás. Eres diferente. Él exhaló un suspiro. —¿Entonces que soy? —Esta noche, eres un héroe. Eres un buen hombre. Eres bueno para mí. —Se apoyo y le susurro al oído—. Bastian quiero ser buena también para ti. Se estremeció, amoldándola a él, su cuerpo contra el suyo. Rozo sus labios contra los suyos incorporándolos en un sensual banquete. Ella estaba perdida por las sensaciones —¿Acabas de trazarme? El frío metal apretó su muñeca. Sus ojos se ampliaron cuando se encontró en su cama. Lucho contra él, pero le forzó la muñeca hasta que estuvo encadenada también. —¿Qué infiernos haces? —gritó —Me aseguro que no me puedas dejar. —Sebastian, me asustas, y no entiendo por qué. Iba a hacerte el amor. —¿Un último revolcón antes de que mueras? —se mordió la lengua. Ella desvió la mirada y exhaló. —¿Cómo averiguaste sobre la premonición? —Lo soñé. ¿Por qué no me dijiste que estas predestinada a morir en la competición de la luna llena? ¿Esta noche? —¡Maldición, libérame! La predicción de Nïx podría ser incorrecta —Aunque nunca se equivoque —dijo. —No ha estado en el pasado —dijo Kaderin—. Además, si se equivoca o no es secundario. Si no gano el premio, estaré muerta en un mes de todos modos. —¿Qué significa eso? 242


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—Tengo que estar allí esta noche. —Su brazo encadenado parecía doler donde Furie lo había roto hacía tanto—. Es mi destino ir, y lo encontraré por encima de tu cabeza. —Es tu destino para morir. Y no lo permitiré. Te quedaras aquí, y ganare la competición para ti. —¿Cómo, Sebastian? ¡Soy la finalista! Tengo que estar ahí. —Iré con Riora. Y le pediré que me deje competir en tu lugar. —Incluso si pudieses tomar mi lugar, ¿cómo conseguirás el premio antes de que Bowen lo haga? A menos que hayas averiguado un camino para vampiros y localizar directamente las coordenadas del mapa, solo te puedes trazar a sitios en los que has estado. Que posibilidades hay si no has estado allí. —Nikolai se ha ofrecido a garantizar el transporte, un avión. —Mira, vamos a comprometernos —dijo deprisa, viendo lo inflexible que estaba—. Podrías ayudarme. Podríamos trabajar juntos. Él recogió el pergamino. Ella podía decir que se había actualizado, porque su expresión se volvió amenazante. —¿Trabajar juntos para ir a la fosa de Fyre Serpénte esta noche? —rió amargamente, luego empujo el escrito en su cara—. ¡Nunca irás a un lugar conocido en el Lore como “el lugar dónde los inmortales van para morir” la noche que esta predestinada para que mueras! Memorizó las coordenadas antes de que él se lo llevara. —¡Esta no es tu tarea! —Kaderin nunca había dudado que su sacrificio pudiera devolverle a sus hermanas, y quería privarla de eso. Si pudiera salvarlas y terminar con esta culpa... entonces moriría por ello—. No haces caso de mis deseos y mis creencias como si fueran alocados. Es irritante para alguien como yo. —¡Por que son absurdos! ¡Maldición, dime por que lo quieres tanto! —Bien. Déjame ir y te lo digo. Me preguntaste que podrías hacer para que confiara en ti y esta es tu posibilidad. Esta es la prueba. Libérame y te lo diré todo. Ningún secreto entre nosotros. Trabajaremos como un equipo. Él cerró los dedos en su grueso pelo. —No. No puedo dejarte ir, Nïx predijo que afrontaríamos un fuego y que morirías. Sabes donde es la tarea. ¿Deseas morir? Si vas esta noche, seria suicidio. —¿Vas a reprocharme a mí sobre el suicidio? ¡Ah, eso es gracioso!

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—No tenia nada por lo que vivir. ¡Pero ahora hay tanto! —se arrodilló en la cama y agarró su nuca—. ¡No te dejare morir! —¡Maldición! —dijo llorando—. ¡A veces la vida no lo es todo! Sus palabras hicieron separar sus labios. —No. Solía creerlo. —Se detuvo de manera insegura—. Ahora sé que me he equivocado. —Antes de trazarse lejos, añadió—: Si amas algo, lo proteges sin piedad. No importa lo que ocurra. Después de que se fue, pensó durante un rato, revisando lo que acababa de pasar. La había encadenado, con la intención de impedir que se encontrara valientemente con su destino. Había pensado lo que dijo. Si la hubiera librado, le habría dicho todo. Se habría sincerado con él. Pero no confiaba en su juicio cuando rechazo permitirle la misma fe. Por desgracia, independientemente del avión al cual Sebastian se dirigiera, nunca podría llegar a las coordenadas más rápido que el Augusta 109, el helicóptero que ella había llamado. Y por desgracia, las cadenas sólo estaban protegidas contra vampiros. Las abrió con facilidad.

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Capítulo 37 Yélsérk, Hungría, La fosa de Fyre Serpénte

Día 30

Premio: La Espada de Sworne de Honorius Para ganar

—Necesito tu ayuda —dijo Sebastian a Nikolai después de comprender que esa noche era luna llena. Fue todo lo que había necesitado para arreglar cada una de las etapas del transporte. —Puedo ir contigo —había ofrecido Nikolai—. Myst está en Val Hall. —Su tono se volvió bajo—. No pueden encontrar a Kaderin, y están todas… reunidas. —Tienes que estar allí por si Myst regresa. Además, solo soy yo contra el escocés, y esta débil. Puedo manejarlo. Sólo después de que Sebastian hubiera encadenado a Kaderin, se había trazado al templo de Riora. Estuvo sorprendentemente indiferente acerca de que Sebastian compitiera en lugar de Kaderin. De hecho, estaba más sorprendida de que ya no fuera más su caballero. Solo suyo. Pero había estado de acuerdo. Cuando se había trazado a Londres, un coche lo estaba esperando fuera del apartamento para llevarlo a un aeropuerto privado, donde había un avión para Hungría. Todavía estaba oscuro cuando Sebastian aterrizo unas dos horas y media más tarde… El camión que lo llevaría a la fosa acababa de llegar, antes de lo previsto. Decidió tomarse cinco minutos para comprobar a Kaderin. La tranquilizaría informándole que Riora le había dejado competir y convencerla de que podía hacerlo. Se trazo a Londres. Encontrando que la cama estaba vacía y las cadenas rotas. Se había ido…


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Cuando se trazó directamente, apareció en el borde de una cámara de fuego. La cueva que la alojaba era tan grande como un auditorio, y en el centro había una turbia fosa de lava. Espirales encendidas en el aire, se disipaban en humo negro. Las rocas se desmoronaban cayendo en la lava, haciendo pequeñas burbujas y más pequeñas hasta que desaparecían. ¿Dónde infiernos estaba? Estirado encima de la fosa había un cable metálico tan delgado como un hilo que estaba empotrado en una cara de la escarpada roca. No podía ver a donde conducía. Kaderin apareció del otro lado de la cámara. Sin perder un instante, saltó hasta el lado de la fosa, probando el cable con un dedo del pie. Cuando lo vio acercarse, sus ojos se entrecerraron por la furia. —¡Maldición, aléjate de mí! ¡Basta! Necesito esto, Bastian. Tengo que tenerla. Levantando las palmas, dijo despacio: —Deja que la consiga para ti. —He ganado el Hie cinco veces antes. ¡Puedo hacerlo! —Se apresuró por el alambre— . Esto quema tus zapatos. —Maldición, te trazare. —¿Adónde? —dijo sobre el hombro—. La roca es sólida. Puede ser que tengas que caminar por el cable para encontrar otra entrada o explorar el techo. —Hizo una pausa y arqueo una ceja—. Caminado no será un problema. Él se trazó, determinado a alejarla de ese lugar, pero le esquivo, regresándolo al mismo punto con las manos vacías. —¡Maldición, detente! —chilló, embistiendo más lejos en el alambre—. ¡Puedo caminar con los ojos cerrados! ¡En mis manos! —en ese instante, él se trazó una vez más, pero otra vez le eludió. Un latigazo de fuego golpeo detrás de ella. Incluso con su velocidad, apenas lo evitó y a él, cuando se trazó una vez más. Ninguna llave era objeto de tanto valor, no el valor de la vida de un inmortal. Algo burbujeó en la lava bajo ella. Un monstruo verdadero, un ser de fuego formado como una gigantesca serpiente. El Fyre Serpénte. La parte principal del cuerpo estaba bajo la superficie de la lava, la cola y la cabeza se elevaban por encima. El latigazo de fuego realmente había sido parte de su larga cola, y esta golpeó otra vez cuando Sebastian se trazó.

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Kaderin se enroscó y continúo avanzado. Intacta. —¡Joder quédate quieta! —gritó él. Pero el fuego quería su cuota. Cuando rugió escupiendo bolas de fuego, estremeció la cueva entera. Las rocas caían rodando, cayendo a plomo por todas partes. Luchando para alcanzarla, Sebastian las esquivó y se trazó, pero el techo les llovió. Una de las rocas cayó en su brazo derecho, aplastándolo casi todo hasta su hombro; bramó con dolor y furia. Ella se quedó apenas equilibrada en la cámara temblorosa Un bloque de piedra golpeó el centro del cable, y este se rompió con un sonido vibrantemente ensordecedor. Ella se lanzó hacia atrás, girando en el aire por el hilo que se balanceaba. No podía ver desde donde estaba... ni tenia idea si ella la agarraba. Se trazó. Nada. Su cuerpo estaba agotado por el esfuerzo. Estaba atrapado, pero casi lo suficiente cerca para llegar al lado de la fosa. Tiró del tendón avanzando, nervio y piel, otro tirón frenético, con un buen empujón provechoso. Finalmente lo alcanzó, y fue capaz de mirar hacia abajo. Estaba agarrada al cable con ambas manos y subía con agilidad. Con un gemido de alivio, lo enrollo alrededor de su muñeca izquierda para un mejor agarre. —¡Espera, Katja! ¡Te tengo! La serpiente deslizó la cola alrededor de su pierna. Ella lanzo un grito cuando el fuego siseó contra su piel, marcándola. La cosa la arrastraba hacia abajo. Atrapado como estaba, no podía usar las piernas para empujar. No podía poner la espalda en el esfuerzo. Su cuerpo sudoroso se retorcía de dolor, ella todavía se agarraba al cable, ahora rojo con la sangre de sus palmas que se resbalaban. Si solo pudiera soltar el brazo, podía tener una posibilidad… Cuando tiró hacia atrás del cable y se alejó de la roca, vio que ella estudiaba la situación, su mirada se poso sobre su brazo atrapado, entonces hacia abajo al fuego. Cuando se echo hacia atrás, sus ojos destellaban, y tragó, mirándolo fijamente. Una calma pareció emerger de ella. Su vientre se apretó con temor. No podía considerar... Rasgó cada músculo de su cuerpo para arrancarlo de su apretón, bramando por el esfuerzo. —Bastian. —La oyó perfectamente sobre los gemidos de la serpiente, burbujeando, haciendo reventar la lava, y el bramido de su propio corazón.

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—¡No... no! —rugió—. Ni siquiera lo pienses, maldita. —Voy a soltarme ahora —murmuró. Sus ojos estaban claros, lúcidos. —¡Mierda, solo dame tiempo! ¡La predicción no se tiene que cumplir! —de alguna manera tiró más fuerte, agarrando rápidamente el cable con el brazo izquierdo y luego agarrándolo mas abajo, pero la serpiente silbó y la agarró por el torso. Kaderin apretó los dientes contra el dolor. No podía dejarla así. En un frenesí, embistió de lado, luchando para separar el brazo de su cuerpo. —Sé donde esta la espada —dijo Kaderin—. Debajo del cable en aquella pared. Quince pies abajo, cuarenta grados a la izquierda. —Las lágrimas arrasaban sus ojos—. Hay una cueva bajo un saliente… sólo podrás verla desde aquí. —¡No lo hagas! ¡Ah, Dios, por favor!... No lo hagas —Vuelve por mí. Luego podré volver por ellas. No quitando sus ojos de él, se dejó ir. La serpiente tiró de ella hacia abajo. El fuego la consumió.

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Capítulo 38 Las luces de Val Hall parpadearon bruscamente, todo quedó fuera de control. Un relámpago atravesó el cielo, y los truenos agitaron el señorío oscureciéndolo con tanta fuerza que la vieja casa gimió violentamente. Myst cayo de rodillas justo cuando los ojos de Nïx se volvieron salvajes y sus manos se enterraron en su pelo. Emma lloraba. Cuando Regin chilló, las ventanas estallaron, lanzando trozos de vidrio. Hasta las apariciones huían. Como si una bomba los hubiera golpeado, el cristal roto volaba por el perímetro, una y otra vez, en ondas sucesivas, por millas. Las criaturas del Lore en la ciudad y los pantanos temblaron de miedo, sabían que solo una cosa podría provocar a una valkiria así. Habían sentido la muerte de una de ellas.

Muerta. Sebastian sabía que estaba muerta, lo sintió en todo su cuerpo. La amaba. No una compulsión. Era un amor tan fuerte que lo humillaba. Después de mucho tiempo aparto la vista de la fosa. ¿Cuánto podría un inmortal vivir en aquella llama? ¿Cuánto dolor sufriría? ¿Qué significaba, “volver por ellas”? Un repentino sueño lo golpeó. Kaderin bajaba a gran velocidad una colina que estaba cubierta de cuerpos. Oyó el aliento entrecortado y los chillidos de advertencia de otra valkiria. Experimentó su enturbiado pánico. Ella luchó contra molestos vampiros, con ojos rojos y grotescos gruñidos, desesperados por llegar a... sus hermanas. Sebastian todavía estaba agarrado por el brazo, el que no había sido capaz de cortar a tiempo. Cayó de rodillas como Kaderin había hecho en aquel campo de batalla hace tantos años cuando fue testigo de la muerte de sus hermanas de sangre. El choque fue como un ataque físico, arrasándola. Oyó como las cabezas de sus hermanas golpeaban la tierra pedregosa. Vio al vampiro, el que había reducido a golpes...


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Cuando chilló, fue tan fuerte que sus propios oídos sangraron. El joven vampiro al que Sebastian la había visto torturar en el sueño, el que había degollado a sus hermanas. Ahora que había sentido su rabia, la pérdida y culpa, lamentaba que no hubiera mostrado menos piedad, no haberse podido unir a ella en su justo castigo. —Luego podré volver por ellas —había dicho. Ellas. Trillizas. Sus hermanas de sangre. Las había perdido en minutos. Las había perdido en el espacio de minutos. Es lo que esa terrible experiencia había sido. No era mercenaria, no era ego. Quería a su familia de regreso. Mi Dios, me ha confiado la vida de todas. Confiaba en que podía ganar el premio para ella. Y que la llave podría funcionar. Nunca se había atrevido a creer que uno podría volver en el tiempo. Ahora la creencia era lo único que tenía. Debía recuperarla. Podía ganar esta maldita carrera y volver por ella. Como ella había planeado. Sólo estaba muerta. Solo estaba jodidamente muerta. No podía ver la cueva de la que le había hablado, pero se trazaría a ciegas a las rocas si tenía que hacerlo. Primero necesitaba perder el brazo. Cuando decidió usar los dientes, oyó pasos. MacRieve apareció. Estudió la escena, con la cara cansada y oscurecida. —¿Qué ha pasado aquí? Sólo entonces se percató de Sebastian, de cuanta sangre había perdido del brazo. Sospechaba que la arteria braquial12 había sido seccionada. Una vez que la presión de la roca fuera liberada, perdería sangre más rápidamente. Los puntos negros ya nublaban sus ojos. ¿Tendría bastante sangre hasta perder el brazo completamente? El lykae podría mover la piedra. —Un temblor. Las rocas —dijo Sebastian, sin atreverse a decir que Kaderin se había ido, aun si no tuviera la intención de utilizar al Lykae. —¿Dónde está la valkiria? —preguntó el Lykae—. Ella debería estar aquí… no tú. —Estoy aquí en su lugar. MacRieve comenzó a explorar más lejos en la cueva.

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Arteria braquial. Arteria principal del brazo que es una continuación de la arteria axilar. Tiene tres ramas y termina en las arterias radial y cubital, irriga la sangre del humero y los músculos del brazo.

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—Tú no puedes alcanzar el premio —dijo Sebastian—. Esta más allá de la lava y el cable esta roto. Como Sebastian había esperado, contempló el hoyo y luego dijo: —Podría liberarte para trazarnos y atravesar. Luego... seria una competición abierta para cogerla. No parecía demasiado impaciente. —Podría engañarte. MacRieve entrecerró su único ojo. —No, si te agarro del brazo sano. Sebastian se obligó a vacilar, luego dijo: —Hazlo. El escocés se acercó a la roca y empujo, confundido de que no cediera inmediatamente. Murmuró algo que sonaba como: —Malditas brujas sangrientas. —Empujando con la espalda, preguntó—. ¿Dónde nos trazaras exactamente? —Debajo del cable, hay un tubo de lava, una cueva. —Quiero ver algo —apretó los dientes. —Esta allí. ¿Quieres el premio? Entonces vas a tener que confiar en un vampiro. La piedra rodó, y MacRieve agarró su brazo izquierdo. Sebastian miró boquiabierto lo que quedaba de su brazo derecho. —Esto tiene que doler —se mofó MacRieve. —¿Te has mirado últimamente en el espejo? —dijo Sebastian bruscamente. —Sí. —Arrastró a Sebastian sobre sus pies—. Y planeo matarte por eso. Después de la competición. Y ahora venga, no tengo todo el día. Sebastian sólo se balanceó sobre sus pies. Su vista estaba nublada. Luchó por concentrarse en el punto que ella había descrito. Permanece cuerdo. Joder, ¿que quiso decir con cuarenta grados a mi izquierda? MacRieve le empujó. —Eres capaz de hacerlo. Sebastian se trazo...

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Calor bochornoso, vapor, humo. Tierra sólida bajo ellos. Lo hizo. Llamas sin motivo aparente se quemaban irregularmente, pero no podía ver la espada. De repente, el escocés dejó caer el control en el que tenía a Sebastian, se lanzó a lo más profundo de la cueva, pero Sebastian se trazó ciegamente hacia adelante. Allí, en una columna alta en la ladera de la roca, estaba la espada, que brillaba con la luz del fuego y por el vapor. Sebastian consiguió llegar primero, la arrebató con la mano sana, estirándose para trazarse… Con un chasquido, MacRieve azotó con un látigo, enrollando la longitud alrededor de la muñeca de Sebastian. Tirando, impidiéndole trazarse. —La cogeré ahora. El bastardo sólo tenía un látigo. Simplemente transfirió la espada a su mano derecha para levantarla. Pero aquel brazo arruinado colgaba sin vida. —¿No la puedes poner sobre tu corazón, entonces? Sebastian expuso sus colmillos salvajemente. —Te destriparé antes de que lo hagas. —Esto equivale a la vida de mi compañera. —Tengo lo mismo en mente —dijo Sebastian entre dientes. —¿La valkiria murió? Sebastian sacudió la cabeza. —No por mucho tiempo. Bowen debe haber visto algo en su expresión. Tenía ventaja, y aún así ofreció: —Podríamos compartirla, vampiro. La llave funciona dos veces. Sangre por todas partes. Débil. Kaderin le había pedido algo. Finalmente consideraba la posibilidad de ayudarle… —Necesitaré las dos para ella. No puedo levantar el brazo derecho sobre el corazón. El izquierdo esta atrapado. Pero la espada tenía poderes de los que MacRieve probablemente no sabía. Según Riora, esto nunca fallaba. El cuchillo estaba lejos de la mano que sostenía el látigo del Lykae, pero Sebastian se concentró en la intención de cortarle la muñeca y forzó el brazo a moverse, todo lo que podía con aquel brazo inútil. 252


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De repente, su brazo se alzó. La espada se elevó como si tuviera vida propia y reflejó la luz del fuego cuando golpeó. La sangre se derramó. La mano cortada del escocés cayó, liberando el látigo. Sebastian se trazó a distancia a través del hoyo. —Mierda, voy a matarte por esto, vampiro —bramó el Lykae con rabia—. ¡Me comeré tu maldito corazón! Sebastian se fortaleció para el paseo al templo de Riora. Pero no podía irse. Irse hacía que la muerte de Kaderin fuese real. Permanece cuerdo. La llave tiene que funcionar. Desde la cueva ahora invisible se oyó: —Márcame. Que Dios me ayude, os cazare a ti y a la valkiria por todo el mundo… Sebastian desapareció con el sonido del rugido del Lykae. No de dolor, sino de pérdida.

Cuando Sebastian retorno al templo, Riora lo saludó otra vez en compañía de Escribano. —Has ganado, Sebastian. El primer vampiro en lograrlo. Felicidades. —Es por ella. Siempre por ella. —Su cuerpo no dejaba de estremecerse. —Entonces firma el libro de ganadores, y toma tu premio. Cuando Escribano le dio el libro, le miró como si respetara realmente a Sebastian. Kaderin esta muerta. Firma el libro. Permanece cuerdo. Vio la firma orgullosa de su Novia en cada línea encima de la propia. Según se remontaba, la letra iba cambiando. Con el tiempo, su letra se había vuelto más difícil, más angulosa. Permanece cuerdo. Estampó su firma con la mano izquierda en letras temblorosas, sellando la página con sangre. Riora le dio una llave metálica. Él la agarró con tanta fuerza que se la clavo en la palma de la mano. —Dime que funciona. —Funciona, Sebastian. Aunque podrías terminar maldiciendo. —¿Por qué dices eso? —¿Sabes por qué Kaderin buscaba la llave? —preguntó Riora. Él asintió despacio. —Quiere que sus hermanas regresen. 253


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—Si le das la segunda vuelta a la llave, volverá con sus hermanas y nunca verá sus muertes. Se ahorrara mil años de culpa y en cambio disfrutara de la alegría con su familia. —¡Quiero eso! —Y en ese caso, Kaderin nunca hará ese viaje para matarte. Tendrá a sus hermanas — los ojos de Riora transmitían aburrimiento como aquella primera noche—, pero tú no la tendrás a ella. Él había experimentado las memorias de Kaderin, de sus muertes, de recoger a sus hermanas del campo de batalla. Sepultar sus cabezas, sus cuerpos, luego desgarrando su piel y su pelo. ¿Si pudiera salvarla de aquello... para ahorrarle un milenio de culpa? Como mortal, había sido un caballero sin nadie a quien prometerle su espada. Había reclamado a Kaderin como suya, y esa protección estaba destinada a todo lo que ella quería. Bajó la cabeza. —Tendrá a sus hermanas. —Las llamas estallaron como si puntualizaran sus palabras. —Muy bien. La llave abre una puerta durante aproximadamente diez minutos. Te permite volver al pasado y estar en el mismo tiempo como una entidad independiente. —¿Cómo sabrá la llave donde abrir? —Al final, la llave es un facilitador —explicó—. Sostienes un instrumento de poder indescriptible, Sebastian. Ofrécela en la palma, sabrá lo que quieres y lo llevará a efecto. Pero te advierto, si te quedas en el pasado cuando la puerta se cierre, una versión de ti se desvanecerá, dejando de existir. Vio a Escribano al fondo, su rostro pálido como la cera mostrando tristeza. Le envió a Sebastian un asentimiento de estímulo. Riora murmuró: —Preséntala, vampiro. Él hizo una dolorosa reverencia. —Diosa.

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Capítulo 39 Kaderin caminó por el oscuro túnel. Sabía que estaba cerca de la fosa de Fyre Serpénte, podía oír el eco resonando delante. También sabía que Bowen no estaba allí, estaría justo detrás de ella. Como Sebastian. Su oreja se movió nerviosamente con el sonido de una respiración. ¿Bowen? No. Giró mirando a su alrededor y sus ojos se entrecerraron por la furia. Sebastian. —¡Infiernos, aléjate de mí! ¡Basta! La necesito, Bastian. Tengo que tenerla. Se calmó cuando lo vio acercarse. Su brazo estaba roto. Su cara era una ampolla. Su camisa había sido blanca, pero ahora estaba rasgada y roja carmesí. Sus labios se separaron. ¿Qué podía haberle pasado desde que la había dejado encadenada? El recuerdo endureció su resolución. Estaba tan cerca. No tenía tiempo para preguntar. Si se hubiese salido con la suya, todavía estaría encadenada a la cama. Pero, dioses, ¿había visto alguna vez a un ser en tal confusión? Sus ojos estaban totalmente negros y parecían destellar con humedad. Sus manos temblaban. La sangre goteaba libremente, aunque pareciera inconsciente del hecho. —Pensé que estabas muerta —exclamó—. Kaderin, tenemos que dejar este lugar. —¿De qué hablas? —Toma mi mano. —Estiró su mano izquierda, con la palma hacia arriba. —Vete al diablo —chasqueó—, por suerte, esta localizada justo arriba del túnel. Se balanceó sobre sus pies, y su cabeza se movió hacia adelante. ¿Luchaba para mantenerse consciente? Temiendo que pronto no sería capaz, la agarró de la muñeca y la trazó antes de que se pudiera resistir, alejándola del premio, al templo de Riora. Kaderin chilló de furia, el sonido resonaba en todas partes, la claraboya de la cúpula comenzó a quebrarse, con un sonido grueso y siniestro, como una fractura en un estanque congelado. Sebastian ahuecó su cara con una mano.


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—No, Katja. Ah, Dios, déjame verte. —¿Has perdido la razón? —gritó, empujándolo lejos—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Tengo que regresar! Bowen esta justo detrás de mí. —Debo decirte algo. —Sacudió la cabeza. Su cara estaba tan pálida. —¡No hay tiempo! —Han ganado la llave… —¡Bowen! —el relámpago encendió todo a su alrededor. Las lágrimas anegaron sus ojos—. ¿La tomó? ¡No... no! —gritó, haciendo explotar la claraboya. Con la mano sana, Sebastian tiró de ella, encorvándose, cubriéndola con su cuerpo. Cuando el cristal cayó, murmuró contra su pelo: —Ganamos. Sus alientos eran desiguales. —No… no entiendo —finalmente dijo una vez que el cristal cayó. —Katja, tu... has muerto. Ella se retiró. Las lágrimas corrían por su cara. —¿Qué dices? —Has muerto. Quince minutos después del momento en el cual te tomé. —Con expresión de asombro, explicó detalladamente la escena, las dificultades, el poder increíble del fuego. Le explicó su elección. Se balanceó, y él la agarró con la mano sana. —¿Te pedí que regresaras por mí? ¿Te conté sobre mis hermanas? —Sí. No tenía ni idea de lo que buscabas. ¿Por qué no me lo dijiste antes? —¡Iba a tener esta noche! Y antes de eso, yo sólo... no pude… —se mordió el labio—. ¿Me fui? —cuando asintió con la cabeza, dijo—: Debo haber reconocido algo. Visto algo que me hizo confiar en ti completamente. —Sus cejas se juntaron—. Bastian, no confié sólo en ti con mi vida. —Le miró a los ojos—. Te confié la vida de mis hermanas también. Él contestó suavemente: —Me sentí humilde por eso. Riora apareció de pronto, posándose sobre el borde de su altar, con un Escribano visiblemente emocionado, caminando sobre el cristal roto. —Tuve una interesante conversación con mi campeón —comenzó Riora—. Y él 256


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demostró aún posible otra imposibilidad. Alerté al vampiro del hecho de que una vez que pusieras la mano en la llave, te perdería para siempre. La historia cambiaría. El futuro giraría y chirriaría para hacer encajar el pasado. Nunca lo habrías encontrado, por que no habrías sufrido la muerte de tus hermanas. Y el vampiro decidió abandonar a su Novia antes de que sufriera aquel horror y culpa. Para ahorrarte el dolor, decidió darte la llave, aún creyendo que te perdería para siempre. —¿Es verdad? —preguntó Kaderin a Sebastian con voz sorprendida—. ¿T-tu harías eso? En respuesta, él dijo: —Quería verte feliz. Sus lágrimas corrieron libremente. —¿Por que lloras, Katja? —preguntó—. Tendrás a tu familia de regreso, lo juro. No llores. —¿Qué tienes en mente, valkiria? —dijo Riora—. No me hagas excavar para saberlo. ¿En su mente? Buena pregunta. Había demasiados pensamientos de toda clase. Y demasiados sentimientos. Su corazón estaba partido en dos. Eligiendo entre su familia y el vampiro del que estaba enamorada. ¿Lo amaba? Pensaba que podría, ¿pero cómo lo sabía una? No confiaba en sus propios sentimientos de todos modos, mucho menos si no había practicado con ellos por mucho tiempo. Pero Kaderin siempre confiaba en su instinto. Podía aceptar ahora que su instinto desde un principio la había guiado para que no le hiciera daño, en todo después de aquella primera mañana. —No puedo, no lo sé, Riora. —¿Qué dices? —preguntó él, parecía no respirar. —No quiero tener que elegir. La arrastró contra su pecho con su brazo sano, descansando la barbilla sobre su cabeza otra vez. —Por mi parte, si pudiera saber que algún día te conquistaría, lo merecería. —Pero no te acordaste de conquistarme —dijo contra él. —Espera. —La alejó brindándole aquella medio sonrisa—. Katja, mi brazo está roto. —¡Lo sé! —Kaderin gritó, con voz rota—. ¿Por qué pareces tan malditamente encantado acerca de ello? 257


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—Debería haberme curado —dijo Sebastian—. No me había golpeado con la roca hasta que la serpiente despertó. Tu cruce del cable la despertó, y cuando no cruzaste... Ella aspiró, y sus ojos se ensancharon. —Muy bien, vampiro —dijo Riora—. Kaderin te dijo que los viajes a través del tiempo funcionarían, y tú le dijiste que no podía ir al pasado a cambiar el futuro. Ambos teníais razón. —No entiendo como es posible —dijo Kaderin—. Cambió el pasado. El presente debería ser diferente. Y tú dijiste que tendría que elegir… —Ah... dije una pequeña mentira. Quise ver si era posible para un vampiro entregar a su Novia predestinada. —Inclinó la cabeza ante ellos—. Y gracias a ambos por vuestra cooperación. Ahora. En serio. No puedes volver y luego cambiar el futuro. La expresión de Sebastian se oscureció. —Riora, esto es exactamente lo que tenemos en la agenda ahora mismo. —¡Escribano! ¡Cinta! ¡Tijeras! —en un suspiro, una cinta escarlata fue estirada sobre el altar, severa contra el mármol. Escribano puso las tijeras en la palma extendida—. Esta cinta es el tiempo, del pasado al presente. Se inclinó al final de la cinta que representaba el pasado y cortó una tira de unas pulgadas. —He regresado del pasado y he extraído algo a partir del tiempo, pero el resto de la cinta permanece totalmente sin alterar. Vampiro, tú estabas absolutamente en lo correcto, en un punto. Incuestionablemente no puedes volver al pasado para cambiar el futuro. Es una locura de mentira. —Miró con el ceño fruncido a Kaderin—. Realmente, valkiria, deberías darle más crédito. Es un erudito —se encogió de hombros y siguió—, pero la magia permite que volvamos y agarremos algunas cosas de vez en cuando. Un místico salón de bromas. —¿No le olvidaré? —Kaderin no podía dejar de temblar. —No, para nada. Pero cuando uses la llave, no intentes hacerte la inteligente. El tiempo vive y fluye, pero rehúsa que el pasado salga. El genio de Thrane fue el que descubrió que las puertas al pasado se podían abrir, pero el tiempo las cierra inmediatamente para prevenir la inestabilidad y el caos. Entonces creó una llave que abría millones de puertas al mismo tiempo. Manteniéndolo ocupado con el cierre de todas ellas. La esperanza es que su puerta sea la última en cerrarse, por que si queda atrapado, desaparecerá. Riora inclinó la cabeza hacia Kaderin, luego giró, mirando fijamente a Sebastian.

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—Vi el alivio de Kaderin, vampiro. Por la razón que sea, tu atracción por ella es más fuerte que una bendición otorgada por una diosa —estiró los dedos, examinando sus uñas—, ningún poder de por medio. —¿Bendición? —preguntó Sebastian—. ¿La bendición? —¿Tú? —susurró Kaderin—. ¿Fuiste tú? —Sí. —Riora la estudió—. Por eso me quedé perpleja que tu atracción por el vampiro pudiera neutralizarla. —¿Por qué? —exigió Kaderin—. ¿Por qué lo hiciste? —Te culpaste por las muertes de tus hermanas, y aún así eras demasiado fuerte para morir. Tu pena debilitaba el aquelarre de las valkirias. —¿Por qué entumeciste todo? No he sentido la alegría, el humor, el amor. Riora delicadamente tosió, limpiando su garganta. —Fue un poco involuntario. —se giró hacia Sebastian—. Tú, y sólo tú, la has hecho libre para sentir. Ya era hora de que lo hicieras. —Eso explica muchas cosas —dijo Sebastian, luego se balanceó sobre los pies. —Tenemos que vendarte. —Kaderin se inclinó para ayudarle a mantener el equilibrio, alarmada de cuán pálida estada su cara. ¿Cuánta sangre ha perdido? —Kaderin, esta sangrando por todo mi templo —dijo Riora—. Y a propósito, valkiria, me debes una claraboya. —Riora giró—. ¿Escribano? ¿Dónde estás? ¡Escribano! —y luego se fueron. —¿Serás capaz de trazarnos? —preguntó Kaderin. —Por supuesto —exclamó, pero apenas fue capaz de regresarlos a su apartamento. —Vampiro obstinado. Has estado escondiéndome lo débil que estas. En el dormitorio, sus piernas cedieron. Cuando lo ayudó a llegar a la cama, retrocedió, pero apretó su muñeca. —No vayas sin mí. —El brazo de la espada esta dañado. No serás capaz de defenderte en una batalla. Sebastian dijo: —Has esperado mil años, puedes esperas dos días más. Ella sacudió la cabeza. —Te llevaría a una guerra donde eres el enemigo.

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—Aceptaré la posibilidad, Katja. No hagas nada hasta que me cure. Vaciló, luego dijo: —No me iré hasta que estés curado. Asintió con la cabeza, inmediatamente quedó inconsciente. Se lo había dicho en serio. No había modo alguno de que la acompañara. ¿Un vampiro en un campo de batalla con un ejército de valkirias? No podía pasar. Era probable que sus propias hermanas trataran de matarle. Pero no le abandonaría cuando la necesitaba. Las dos noches anteriores, cuando no la había encadenado, había sido un héroe para ella. Había salvado la competición para ella, le había dado la final, y luego había ganado la llave. Por no mencionar que había salvado su vida. Y luego, cuando enfrentó la opción de ella felicidad sobre la suya propia. Había elegido la de ella. A cada instante, la hizo sentir protegida, apreciada. Y respondería de la misma manera. Su alivio cuando había averiguado que no lo olvidaría la había asombrado. ¿Qué quería decía eso? ¿Significaba que estaba tan encantada sobre aquel hecho como de volver por sus hermanas? Antes de usar la llave, Kaderin se pondría en contacto con el aquelarre y avisaría que estaba bien, aunque estaba segura que habían sentido ya su regreso. Vería a Sebastian curado, dándole tanta sangre como pudiera beber. Había esperado mil años. Dos o tres días no importarían en el gran esquema de las cosas, ¿verdad?

Sebastian despertó con una sensación increíble. Una cálida, y dormida valkiria se encontraba encima de su pecho, aferrándose a él, asombrado por todo lo que había ocurrido. Las memorias llegaron en una neblina infernal después de que la hubiese perdido, pero las apartó. Debido a que la había recuperado. Todo lo que importaba es que tenía a Kaderin segura con él. La había recuperado. Cuando no despertó, salió de la cama para ir a la ducha y examinar su brazo. Se quedó de pie, esperando los puntos negros o la visión nublada, pero no vio ninguno. 260


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Los huesos de su brazo tanto arriba como en el codo se sentían como si hubieran comenzado a soldar, podría decir que la piel y los músculos estaban restaurándose, al menos. No necesitaría el cabestrillo que ella había hecho para su brazo. Cuando regresó, duchado y vestido, estaba despierta. —Voy a estar curado por la mañana —le dijo—. Podemos ir por ellas con la puesta del sol. —Sebastian, una vez que nos acerquemos a mis hermanas, podrían matarte. —Miró a lo lejos—. No vacilaran como lo hice yo. —Voy contigo. No hay ninguna duda. ¿Y si no llegas a la puerta? Entonces te perderé definitivamente . —Incluso si esperamos a que te cures, no puedes defenderte sin arriesgar a alguna de mi clase. Él agarró su cabeza. —Nunca les haría daño. —Lo se —dijo rápidamente—, pero te querrán muerto. —Voy, Katja. Tiene que ser así. Estudió su cara durante un momento, luego exhaló con una cabezada sutil. Le volvió la espalda, pasando su pelo sobre un hombro, exponiendo su hermoso cuello. —Entonces tienes que estar fuerte. Él tragó fuertemente. —¿Me estas invitando a beber? Ella dijo sobre su hombro. —Lo hiciste durante el día. ¿Y me lo perdí? Se unió a ella en la cama, girándola para enfrentarlo. —No me extraña que me sienta condenadamente bien. Ella echó un vistazo encima de un rizo rubio, y dijo con voz ronca: —¿Cómo de bien? Se quedó quieto. —Notablemente. —Incluso con el cuerpo tan golpeado, su polla aumentó en anticipación—. Tremendamente. —Tendríamos que ser creativos —dijo con sus ojos de plata ya brillantes—. Entonces 261


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no le haremos daño a tu brazo. —Su idea de creativo fue quitarse la camisa con la que había dormido, luego inclinarse al pie de la alta cama, colocándose para él con el brillante cabello extendido y sus pezones ya duros. —Me gusta la creatividad —gruñó, arrancándose su propia ropa. Sus manos picaron por tocarla de un millón de modos diferentes y sitios. Quería besarla durante horas. —Esto debería funcionar, ¿no crees? —preguntó—. ¿Estás seguro de estar listo? —Su mirada lo dijo todo—. ¡Bien, bien! Sólo preguntaba. Las palabras murieron en su garganta cuando se puso en cuclillas y alivió sus piernas abiertas. Amaba besarla entre sus muslos y aprovechaba cualquier oportunidad para probarla. Lanzó un grito con el primer toque de la lengua a su carne mojada, y gimió cuando lánguidamente chupó. —Bastian, por favor —gimió finalmente—. Tengo que sentirte dentro de mí. Presionó un beso en su muslo. Cuando estuvo de pie, sus rodillas se abrieron aún más en una ostensible invitación. Para él, esto era todavía nuevo, pero tener a esta belleza pidiéndole estar dentro de ella era todavía mas increíble. Agarró su eje y se colocó en su entrada, luego alargó las manos para cubrir sus pechos. Ella se arqueó, empujando en sus manos para que se metiera y gimiera con la sensación de su suave carne. Cuando la cabeza de su polla entró más profundo, llenándola, gimió con cada pulgada. Cuando tomó todo lo que podía, sus rodillas se aflojaron, pero de placer. Con las piernas cerradas alrededor de su cintura, onduló las caderas, despacio al principio, pero pronto estaba tan frenética que pensó que podría correrse sólo de frotar su sexo en su polla. —¡Más, Bastian! Siempre te daré más. Se acordó del juramento de aquel primer día. Hasta que muera. Tenia que agarrarse... Se inclinó y lamió sus duros pezones, uno y luego el otro, pero cuando ella enredó los dedos en su pelo y arqueó la espalda, lo hizo querer correrse más rápido. Estuvo a punto de levantarse y tomarla otra vez con la boca. Pero ella agarró dos de sus dedos y suavemente introdujo las puntas en su boca, humedeciéndolas. Los colocó contra su clítoris, mostrándole exactamente lo que deseaba. Estremeciéndose, estiró cada músculo de su cuerpo para no derramarse en aquel instante. Cuando la acarició y pellizcó ligeramente, ella se puso salvaje, enroscándose y retorciéndose en la cama.

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—Bebe, Bastian —dijo entre jadeos—. Te necesito. ¿Necesita que beba? Nunca pensó que oiría aquellas palabras, y sus colmillos dolieron en respuesta. Todavía empujando, agarró sus delgados hombros, frotando los labios contra su cuello. Cuando perforó la piel y chupó, ella lanzó un grito, y sus ojos parecieron girar. Gruñó contra su carne cuando su cuerpo se tensó en un orgasmo estremecedor. Retiró los colmillos, volviendo la cabeza. Su sangre corrió por él, quemándolo y palpitando, volviéndolo loco de lujuria. Su sexo lo apretó, exigente, hambriento. Una neblina pareció cubrir su visión. Sintió como si algo dentro de él se hubiera liberado y supo que tenía que tomarla más duro. Cuando salió y la giró, ella jadeó de sorpresa y tembló. Abrazándola con una mano sobre la frente y la otra sobre su sexo, la volteó, luego la dobló sobre la cama, presionando sus pechos en el colchón. Preparándola. Colocándola. Apretó sus caderas, fijándola en el lugar para que lo recibiera cuando introdujo su polla por detrás en su interior. Se retiró despacio, luego volvió con golpes atormentadores, pronto encontró un ritmo que provocó sus gemidos. —Más duro. ¡Por favor! —cuando oyó los truenos que resonaban afuera, se sumergió totalmente en ella. Se elevó, más rápido, hasta que se apretó de golpe contra ella, su piel golpeando contra la de ella. Usó su cuerpo entero para tomarla. No podía creer que la hubiera doblado sobre la cama. No podía creer que con ella siempre fuese más agradable que la última vez. La cabecera golpeaba contra la pared, y de todos modos exigió más. Con un grito brutal, se lo dio. No contuvo nada, jodiéndola con toda su fuerza cuando sus gritos fueron más fuertes. Cuando se echó hacia atrás, pudo ver su cara girada de lado, los labios separados, sus ojos de plata. Sus brazos estaban estirados, tensos delante de ella. —Bastian —gritó suavemente, atontada también. Sus reacciones y el relámpago afuera eran su permiso. —Voy a estar dentro de ti toda la noche. Beberé toda la noche. —¡Sí! —exclamó—. Cualquier cosa, Bastian... Cualquier cosa. Ninguna coacción. Libertad completa. Se lo dio. Los años de dudas se evaporaron. El pasado era débil en comparación con un futuro juntos. 263


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—¿Necesitas esto? —preguntó. —¡Sí! —¿Me necesitas? —¡Ah, sí, sí! —estirando el brazo, le ofreció su muñeca para que bebiera mientras el seguía empujando contra ella. Cuando perforó su carne otra vez, al instante se corrió con un grito angustiado. Ya no pudo resistir la presión que crecía dentro de él, entonces tomó tanto como dio, dibujando su sangre en su cuerpo cuando vació su semilla con pasión dentro de ella. Cuando ya no pudo correrse más, se estiró sobre ella, todavía empujando despacio. Con alientos desiguales, susurró en su oído. —Eres mía ahora, Katja. Y nunca te dejaré ir.

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Capítulo 40 La primera batalla del Lore que Sebastian iba a experimentar alguna vez era un enfrentamiento ocurrido hace un milenio en el pasado, y era uno de los más notoriamente brutales que alguna vez habría visto. Esta noche él y Kaderin recuperarían a sus hermanas, esperando completamente aterrizar en medio de aquella guerra. Tenían que elaborar un plan para usar la llave. Decidieron usarla en el apartamento, principalmente por que el aquelarre trataría de matarlo en Val Hall. Ella no estaba demasiado segura de estar en la ciudad, aunque los dos no regresaran bien del viaje. Kaderin estaba nerviosa por verlas después de tanto tiempo, y había procurado durante una hora encontrar un vestido que no pareciera demasiado moderno. Mientras la esperaba, se recostó en la cabecera, mirando su vestido, meditando sobre los dos días anteriores mientras el brazo se curaba. —¿Vamos a necesitar más tiempo? —le había preguntado la primera noche. Él dijo sonriendo: —Confío en mi enfermera. Durante ese tiempo, cuando no había estado dentro de ella, habían hablado de todo. Le dijo como habían sido sus hermanas y él le reveló lo que había pasado con su familia. Sintió que podía decirle cualquier cosa, y que también ella se había abierto completamente. Aprendía todo sobre ella… y aprendía cuan satisfactorio era simplemente vivir con ella. Para su diversión, consiguió besar sus orejas sólo para que se movieran nerviosamente. Podía estudiar sus delicadas manos por horas, encerrándolas completamente en las suyas y pasar las yemas de sus dedos sobre ellas. Consiguió vigilar sus sueños cuando no estaba agotado a su lado. Su Novia era muy insaciable. Era tan abandonada, libre con su cuerpo, y le dio lo que él quiso, algo con lo que había fantaseado alguna vez. Cuando le había confesado la poca experiencia que tenía, había estado determinada a darle todo lo que le había faltado. Finalmente, el tiempo compartido había confirmado lo que sabia desde un principio. No quería separarse nunca de ella.


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El único obstáculo para su felicidad era el temor al hecho que la llave no funcionara. Por supuesto, estaba aliviado que Kaderin tendría a sus hermanas, pero no podía evitar pensar en lo que hubiera sido volver a ver a su propia familia y verlos otra vez. Tal vez si hubiera hecho las cosas de manera diferente, él y Kaderin podrían haber tenido la oportunidad… —¿Estas listo? —preguntó, finalmente vestida con vaqueros y una chaqueta larga, con la espada colgando sobre su hombro. Él asintió y se levantó para tomar su propia espada. Cuando se cruzó con ella, sostuvo la llave con las cejas levantadas y le preguntó: —¿Estas seguro de que quieres ir? Esto va a ser intenso. Él se encogió de hombros. —¿Recuerdas que he estado al frente de las batallas por una década? —le acomodó la trenza detrás de su oreja. Ella no parecía convencida. —No te traces delante de mis hermanas, por favor. E intenta no abrir mucho la boca. —Cuando levantó las cejas, ella dijo—: Tus colmillos. No quiero que los vean. Realmente tratarían de matarte. —Eres hermosa cuando estás nerviosa —dijo, dándole un breve, y profundo beso. Con voz entrecortada, ella dijo: —¿Tienes lista tu espada? Sus labios se curvaron en una sonrisa. —Sólo... sólo no acabemos muertos, Bastian. —Ella tragó—. ¿De acuerdo? Tomando su mano, presionó los labios en su palma. —Me esforzaré. Como él hizo antes, ella ofreció la llave. Una puerta se abrió. Mirándose a los ojos, caminaron, tomados de la mano.

En el infierno.

Como si fuera una cúpula temblorosa, los truenos como fuego de cañones sacudía la tierra. Él lo había visto en sus sueños, pero nada lo preparó para la realidad. El relámpago atravesó el cielo. A su alrededor todo era valkirias gritando y abriendo 266


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cabezas de vampiros. Los vampiros rasgando las gargantas de aquellas a las que podían dominar. Él nunca había visto a un vampiro de la Horda en persona. Eran peores que en sus sueños. De ojos rojos, insanos. —¡Las veo! —gritó ella, comenzando a bajar hacia el valle. Pero él ansiaba salvar a una valkiria de un vampiro dos veces su tamaño a quién había golpeado. Kaderin debió ver la mirada en sus ojos. —¡Lo sé, Bastian! Pero esto no cambiará nada… salvo que puedes morir. O no volver a la puerta con ambas. Él asintió con la cabeza. —Estoy exactamente detrás de ti. —Aun así, se trazó y decapitó al vampiro. Kaderin lo miró con el ceño fruncido, pero sabía que no estaba disgustada. Luego se apresuraron por la planicie donde sus hermanas se enfrentaban con los vampiros, que luchando con largas espadas, salpicando la sangre por sus piernas. Cuando Kaderin se paró y las contempló, tragó. Sebastian reconoció que eran versiones similares de ella, aunque una era más alta y la otra más baja. Su color también era diferente. Una tenía el pelo rubio rojizo, mientras que el de la otra era más oscuro, casi marrón. Los ojos de Kaderin centellaban, su respiración era superficial. Colocó sus dedos bajo su barbilla, lisonjeándola para afrontarlo. —Ve a recuperarlas. Kaderin asintió con la cabeza, acariciando su mejilla con sus dedos. Entonces se dio la vuelta y las llamó en la lengua de su madre: —¡Rika, Dasha, venid! Ambas la contemplaron, luego regresaron a la lucha. —¡No podemos marcharnos! —¡Venid ya! Los ojos de Rika se ensancharon ante la orden, y los de Dasha se entrecerraron, pero se apresuraron a obedecerla. Kaderin recordó que siempre había sido dulce y suave con ellas. Justo antes de que se reunieran, un vampiro atacó a Kaderin. Sebastian lo interceptó, golpeándolo brutalmente, dejando libre el camino para ellas. Cuando Kaderin estuvo frente a sus hermanas, por fin, no podía hablar. Con mano 267


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temblorosa, alzó la barbilla obstinada de Dasha, luego acarició el pelo oscuro y lustroso de Rika, como sus ojos. —Yo… yo os he extrañado tanto a las dos —logró decir finalmente cuando sus lágrimas comenzaron a caer. —¿Extrañado? —dijo Dasha—. ¿Cuándo te vestiste diferente y de manera tan rara? ¿Y quién es el hombre? —No hay tiempo para eso, Dash. —Kaderin se obligó a ser ruda—. Las dos morís en esta batalla. En diez minutos, un vampiro os corta la cabeza y es por mi culpa. Dasha abrió la boca para interrumpirla, pero Kaderin levantó la mano. —Debemos hacer esto rápido. Ahora vivo mil años en el futuro, y esta noche os llevaré a mi tiempo. Lo siento tanto, pero vais a perder todos esos años. Para siempre. Sin parpadear, la siempre práctica Dasha dijo: —Me parece que también los perderemos si estamos muertas. Rika puso las manos sobre sus rodillas, inclinándose y tosiendo sangre. —Kader… es… decir, no entiendo. —Le habían hecho ya tanto daño que Kaderin no la reconocía—. ¿Cómo es posible? —Sabes las extraordinarias cosas que pasan en el Lore… lo hemos visto antes. Hemos experimentado cosas más extrañas —dijo Kaderin—. Vas a tener que confiar en mí porque si no pasamos una cierta puerta, muy rápidamente, yo podría dejar de existir. —¿Si dejamos la batalla, cómo podríamos mostrar nuestras caras otra vez? — preguntó Dasha—. Seríamos conocidas como unas cobardes. Podrías pensar que somos cobardes. —No —dijo Kaderin—. Recordarían que moristeis como unas valientes en la batalla. —¿Nadie maldeciría nuestros nombres? —preguntó Dasha. —Nunca, lo juro. Dasha desvió su atención a Sebastian. —¿Y el hombre…? —Su nombre es Sebastian. Yo... lo amo. Ambas hermanas inclinaron las cabezas, observándolo luchar mientras los cuerpos se amontonaban a su alrededor. Era completamente glorioso, poderoso, todo lo que cualquiera de ellas había soñado en un hombre. Y no tenían ni idea de que se comían con los ojos a un vampiro. 268


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Dasha silbó. —Hay mucho amor, hermana. Rika tosió más sangre. —Es hermoso, Kader…ie… —se inclinó sobre la espada, el último signo de debilidad, algo que una simplemente no hace si puede evitarlo—. Entonces prosigamos. Otra aventura. Dasha permanecía escéptica. —Existe paz en el futuro, ¿verdad? ¿Todavía lucharemos contra vampiros? —Sí. Todavía hay vampiros malos con los cuales luchar. —¿Vampiros malos? ¿Cómo si existieran buenos? Hablas muy extraño. Rika tropezó. —Estoy mareada. Llama a tu hombre. Kaderin dejó caer su espada y la alzó. —Aguanta sólo un poco más, cariño.

Cuando todo alrededor de Sebastian fue una serie de vampiros muertos, vio la lucha de la Kaderin del pasado. Y la miró paralizado. Llevaba puesto un peto de oro, la espada y un látigo. Aunque estaba herida, seguía luchando salvajemente, gritando su furia y órdenes sobre los ensordecedores truenos. Señalando con su espada, dirigía a las mujeres arqueras con sus flechas de fuego y a las brujas con sus hechizos. Lanzando sus brillantes ataques contra el enemigo. Le corría sangre por la sien y la comisura de los labios, y el rubio cabello estaba trenzado para la batalla. Sus ojos eran de plata. Marcaba distraídamente a los vampiros que había matado. Estaba intimidado... Un gran vampiro con un hacha de batalla se trazó detrás de ella. No lo había sentido en el tumulto. Sebastian se tensó para trazarse —¡Bastian, no! —gritó Kaderin sobre el clamor. Él se dio la vuelta, vio que entregaba su hermana herida a la otra. Kaderin corrió hacia él—. ¡Te mataré! —Finalmente la dejó conducirlo lejos, aunque fuera en contra de todo lo que sentía para salir de ahí. Cuando encontraron a las hermanas en la entrada, Kaderin dijo: 269


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—Y por extrañó que pueda parecer, salgo sin ningún rasguño. Terminé llevando puesta aquella hacha como sombrero toda la noche. Sebastian tiró de ella y la besó, lleno de orgullo. —Eras magnífica. —¿Era? —Eres. Siempre lo serás. —Bastian, regresemos —dijo sonriéndole débilmente. Las habían salvado. Las tenía a todas aquí y se sentía a veinte pies de altura. Entonces el divisó su espada que centelleaba a veinte pies de distancia. —¿Tu espada? Puedo recuperarla —Déjala, Bastian. ¡Ya no es importante! ¡Tenemos que irnos! No, amaba aquella espada. Se trazó, la agarró rápidamente y se trazó de regreso. La hermana herida gritó débilmente: —¡Vampiro! Una espada resbaló entre sus costillas.

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Capítulo 41 —Te dije que tratarían de matarte —susurró Kaderin con un alzamiento de ceja. Había empezado a enrollar una venda alrededor del torso de Sebastian, ahora que Rika había sido atendida también. Frotó su mano sobre la parte trasera de su cuello mientras Dasha taladraba agujeros con sus ojos—. Creo que Dasha desearía haberte clavado la hoja en vez de Rika —murmuró—. Y retorcerla. Kaderin sabía que necesitaba separar a Dasha y Sebastian, pero no quería dejar que ninguno de ellos estuviera fuera de su vista. Incluso mientras le vendaba, no podía evitar mirar a sus hermanas (Rika tumbada pálida en el sofá, Dasha empezando a ponerse en movimiento) como si ellos hubieran desaparecido. Sebastian acarició su hombro. —Volverán contigo —murmuró—. No van a irse a ninguna parte. —Lo sé. Es simplemente tan extraño. Rika y Dasha empezaron a hablar con una mezcla de lenguas antiguas. —¿Qué están diciendo? —preguntó Sebastian. —Creen que tienes algún tipo de magia negra para hacerme quererte. Que indudablemente estoy subyugada por ti. —Una vez que Kaderin terminó con el vendaje, se levantó y dijo—: Sólo iré a poner a Rika en la cama y hablar con ellas en la parte de atrás un poco. —Y a explicarles de nuevo que todas estarían muertas si no fuera por él. No se le escapó que sus ojos se oscurecieron. Él pensaba que ya se estaba alejando. Quizá esa fuera la única cosa que podía hacer en ese momento. Levantó a Rika e hizo señas a Dasha para que las siguiera. Dasha lo hizo... después de ofrecerle a Sebastian una mirada salvaje. En el dormitorio, Kaderin acostó a Rika mientras Dasha continuaba paseándose. —Sabías que era un vampiro, ¿y aún así te enamoraste de él? Es, bueno, para estar seguras —añadió Dasha, moviéndose de un objeto electrónico extranjero a otro, ladeando la cabeza al tiempo que alzaba un reloj y después un estéreo—. Pero arriesgaste acerca de su conversión. Kaderin se sentó en la cama al lado de Rika.


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—El marido de Myst no se ha convertido. Sólo sucede cuando un vampiro mata mientras bebe. Así que si bebe de un inmortal que no puede morir de ese modo, será inmune... Puso una expresión horrorizada. —No estarás diciendo que tú y Myst os ofrecéis a vosotras mismas como alimento — dijo Dasha bruscamente. Kaderin se mordió el labio. —Cuando lo dices así, suena peor... —¿Cómo podría ser dicho? Rika tosió, un desconcertante y feo sonido. —¿De verdad vive aquí contigo? —preguntó, entonces, con voz débil. Cuando Kaderin asintió, Dasha dijo: —Nos arrancas de una guerra contra vampiros, ¿y esperas que vivamos con uno después? Kaderin exhaló, ni siguiera molestándose en explicar la diferencia entre Sebastian y los otros vampiros de nuevo. ¿Cómo podían creer eso tan fácilmente cuando le había tomado a Kaderin semanas verlo? Dasha levantó un secador y se esforzó por ver a través del cañón. —¿Y qué demonios es esto? —Seca el pelo. —Kaderin lo alcanzó y lo encendió. Dasha jadeó mientras lo apuntaba hacia sí, después a Rika en la cama, dando a Rika una mirada que sólo podría ser descrita como: “¡ Santo Dios!” Cuando Kaderin se lo quitó de las manos y lo apagó, Dasha fue directamente al armario, haciendo comentarios sobre las ropas y lanzando artículos sobre su hombro. —Le torturé hasta que suplicó el sol, y seis meses después, le concedí su deseo —dijo Kaderin, con una voz sin tono. Dasha se paró y giró, las cejas arqueadas, mientras Rika murmuraba: —¿Hiciste eso, Kaderin? —No me tomé el perderos a la ligera.

Sebastian había sabido que se acercaba el momento, por supuesto. Había sabido que cogería a sus hermanas y se iría. 272


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—Necesito tiempo. Con ellas —le había dicho Kaderin el día después de que las hubieran traído al futuro. Le había horrorizado pero no estaba sorprendido—. Las he traído a este futuro, y están confusas por todo. Tengo que concentrarme en aclimatarlas. Son mi responsabilidad, ahora más que nunca. Había estado tentado de decirle simplemente no, y podía casi convencerse que una parte de ella había querido que lo hubiera hecho. Pero no habría querido elegir entre él y su familia, y no la había puesto a esa situación. Por otro lado, no sintió que fuera simplemente una excusa... sus hermanas realmente necesitaban muchísima ayuda. Pensó que había sido anticuado. Naturalmente, este futuro les conmocionaba con cada giro, pero Sebastian había aprendido que su primer instinto ante situaciones confusas era recurrir a la violencia. Kaderin estaba en lo cierto en querer acogerlas de vuelta entre el aquelarre, en la remota mansión de las valkirias. Además, las dos odiaban estar en cualquier lugar cercano a él. La simple visión de él trazándose ponía a Dasha furiosa y hacía que Rika gruñera silenciosa y grave... lo que era casi peor. Estaban constantemente recelosas y no bajarían la guardia cuando estuviera cerca, ni siquiera Rika, aunque necesitaba dormir para sanar. Así que Kaderin las había guiado de vuelta al aquelarre. Una vez que se hubieron marchado, no podía hacer nada salvo esperar cada día, su cuerpo más fuerte pero su espíritu más débil. —¿Alguna vez pregunta por mi? —había preguntado a Myst después de que hubiera pasado una semana. —Ha estado ocupada, Sebastian —le había asegurado Myst—. El inglés de sus hermanas es lo que tú podrías llamar “antiguo” y continúan intentando matar cualquier cosa no conocida. Kaderin vendrá una vez estén listas. Kaderin nunca preguntó por él. Nunca le llamó. Era como si estuviera disponiéndose a olvidarle. Sus hermanas estaban recordándole la contienda con los vampiros, convenciéndola de su insensatez por estar con él. —Compra una finca cerca del aquelarre —le había aconsejado Nikolai—. Será un gesto positivo hacia ella y podría ocupar tu mente. —¿Tengo el dinero suficiente para comprar un terreno? ¿Y vivir cómodamente si soy cuidadoso? —Tienes oro bizantino entre tus riquezas —había respondido Nikolai—. Un cofre de él. —¿Qué significa eso? 273


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—Significa que eres obscenamente rico. Y Murdoch lleva las inversiones. Tiene un don. Sebastian se giró para que Nikolai no pudiera verle sonrojarse. Ambos hermanos le habían ayudado, sin esperar nada a cambio. —¿Murdoch aún está viviendo en el castillo Forbearer? —iría a su hermano y se lo agradecería personalmente. Nikolai asintió. —Precisamente ayer descubrió algo prometedor que conduce hacia Conrad y está impaciente por seguir la pista, pero retornará al castillo cada alba. Cuando te establezcas con Kaderin, puedes llevarla allí para que le conozca si quieres. Sebastian miró al futuro no sólo para ver a Murdoch de nuevo, sino también para unirse a la búsqueda de Conrad. Se preguntaba si Kaderin lo buscaría con él. Algunas veces, Sebastian se trazaba a ella al Val Hall. Desde fuera del alcance de los espectros, podía verla a través de las ventanas mientras bailaba con sus hermanas, lanzando la cabeza hacia atrás con la risa, o jugaba a videojuegos, su rostro una máscara de concentración. Una noche, las había visto a las tres sentadas en el tejado, relajadas, hombro con hombro. Cuando Kaderin había señalado una estrella, la más pequeña había apoyado la cabeza en el hombro de ella. Qué diferentes debían parecerles las estrellas ahora. ¿Cómo podría competir con ellas por su amor?

Las hermanas de Kaderin habían cogido los momentos con ella como guía, pero Kaderin estaba reaprendiendo a vivir también. Había descubierto que podía romper a llorar con una película triste hecha-para-latelevisión y que adoraba trenzar el cabello de Nïx, ahora que le había crecido en unas pocas semanas. Había aprendido que las travesuras de Regin podían hacer que su estómago doliera de la risa. A Regin le encantaba burlarse del inglés antiguo de Dasha y Rika, aunque las dos estaban aprendiendo la versión moderna con una rapidez asombrosa. —Su estilo de hablar de “antigua taberna” me supera —había dicho Regin—. Todo ese “de vos y vuesa merced” como si fueran actrices de un festival de Shakespeare y no se salieran de su personaje. —Había apartado a Kaderin a un lado—. Juro por los dioses, Rika dijo “vos no lo sois” ¿Qué es eso? No. De verdad. Cuando Kaderin había preguntado a Regin si estaba de acuerdo de su relación con 274


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Sebastian, había respondido: —Si por “de acuerdo” quieres decir “homicida”, entonces sí, absolutamente. — Después había añadido con un murmullo—: Tu sanguijuela nos dio dos nuevas valkirias y te trajo de vuelta de la muerte. Gracias a su hermano, Emmaline vive. Si existiera un interruptor elimina-odios-de-milenios, podría... llegar a pensármelo. —Lo dejaron ahí. La única cosa que entorpecía la felicidad de Kaderin era añorar a Sebastian. Sabía que estaba observando la mansión ahora mismo, cuidándola. La amaba. Pero este era un momento difícil para sus hermanas, y con cada tropezón y confusión, la culpa de Kaderin volvía. Aún así, Kaderin había empezado a esperar por el momento correcto para contarles a todas su decisión. Hasta entonces, todas necesitaban ser comprensivas con ellas después de todo lo que habían pasado. Dasha y Rika necesitaban ser tratadas con guantes de seda y guiadas a este tiempo.

—Cría egoísta —dijo Myst bruscamente, empujando a Dasha contra el muro por el cuello, sujetándola allí—. No puedes comprender por lo que Kaderin ha pasado durante tanto tiempo. Se merece esta felicidad. No tienes ni idea de cuánto. Y aún así ambas aún os burláis ante la idea de ella con un vampiro. Rika pateó a Myst detrás de la rodilla, haciéndola tropezar y soltar a Dasha. Frotándose el cuello, Dasha dijo: —Es fácil para ti aceptar a Kaderin con un vampiro, ya que tú tienes a uno como tu hombre. —No importa si es fácil o no —dijo Myst—. Simplemente tenéis que aceptarlo... por ella. Tiene la felicidad a su alcance, con un fuerte y honorable guerrero que la adora, y os estáis interponiendo en su camino. —Myst, creemos que incluso nosotras podremos tolerar su decisión —dijo Dasha—. Pero te olvidas, que estuvimos en un campo de batalla con Furie hace menos de dos semanas. Su carácter no es tenue en nuestras mentes, como lo es en la tuya. Cuando Furie sea encontrada, ¿crees que posiblemente dejaría a cualquiera de vuestros maridos vivir? —¿Huiría Kaderin con su hombre? ¿Se volvería un fugitiva? Nunca la veríamos de nuevo —añadió Rika. Myst meneó la cabeza, aunque tenía los mismos miedos. —Dejad que Kaderin determine eso. Dejadla a ella y Sebastian decidir si asumirán el 275


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riesgo. —Miró a ambas hermanas—. Kaderin y Sebastian no pueden vivir el uno sin el otro. Recordad mis palabras, ambos simplemente esperan su momento.

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Capítulo 42 —Si Kaderin no me ha mandado llamar ella misma —dijo Sebastian a la entrada del Val Hall—, entonces no quiero estar aquí. —Los relámpagos retumbaban constantemente. Humo y niebla inundaban las tierras. La vieja mansión estaba imponente, sepulcral. —¿No sientes curiosidad sobre por qué has sido llamado? —preguntó Nikolai—. Ni siquiera Myst tiene idea de qué va esto. —Todo lo que sé es que ella no me ha mandado llamar. —Sebastian frunció el ceño a los fantasmales espectros guardianes de la casa, y Nikolai le palmeó la espalda con simpatía. —No te harán daño a menos que trates de entrar sin un pago o permiso. —No estoy preocupado por ellos. —Ante la mirada inquisitiva de Nikolai, Sebastian se encogió de hombros—. ¿Después de las cosas que vi en el Hie? —Eso es cierto, la historia gráfica en origami de Nïx. Necesito preguntarle sobre ello. —Estaba pensando que si este es el lugar que Kaderin llama hogar, no le gustará la finca que acabo de comprar —dijo Sebastian. —Le diste a Myst carta blanca para elegir. Un audaz y temerario movimiento, pero uno que siento que servirá con tu Novia. —Kaderin pidió tiempo. —Incluso añorándola como lo hacía, aún sentía que su petición era razonable. Esperaba la eternidad con ella. Dos semanas no eran nada—. Me estoy entrometiendo entre ella y sus hermanas. Justo cuando estaba a punto de trazarse, Nikolai agarró su brazo. —¿Cuánto tiempo esperarás? —Hasta que me llame. —No creo que ayude a tu causa si rechazas una invitación de su aquelarre. Es, uh, muy extraño. —Nikolai mostró un mechón de pelo rojo que Myst les había dado en adelanto. Un espectro se abalanzó, y el camino se despejó. Reluctantemente, siguió a Nikolai. Dentro, Sebastian oyó su voz en una habitación cercana.


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—Ahora, esta lanza es un arma de poder apocalíptico —estaba explicando Kaderin—. Debes usarla sabiamente, Dash. Abusar de ella traerá la ruina a nuestra gente. —Déjame ver eso —dijo Dash. —¡No! Pulsa el botón rojo de la derecha —dijo Kaderin—. ¡Tu otra derecha, Dash! Videojuegos. Sonrió ampliamente, incluso mientras estaba entristecido. La había echado mucho de menos... su pecho estaba asediado con un dolor constante, y ahora entendía qué era. Cuando él y Nikolai se pararon en la puerta, Nikolai le dio una palmada esperanzadora en la espalda que habría hecho caer a hombres más débiles, entonces se trazó lejos. Sebastian vio tensarse sus hombros. —¿Bastian? —murmuró ella. Los relámpagos golpeaban afuera. Kaderin oyó su voz, sus pasos seguros. Ha venido por mí. Pareció que su mente se quedó en blanco. Lo que había anhelado sentir tanto tiempo se convirtió en excitación, la excitación en urgencia. Había estado esperando por el momento correcto para contarles a sus hermanas que quería pasar el resto de su vida con él. Ese momento era ahora. Si no le tocaba en unos segundos, se volvería loca. Se puso de pie. Sabía que sus hermanas estaban mirándola fijamente, sabía que lo que estaba sintiendo no estaba disimulado. Justo entonces, no le importó. ¡Se giró y corrió hacia Sebastian! Parado en la puerta, tan alto y orgulloso. Cuando la vio, sus labios se separaron, entonces palmeó distraídamente el centro de su pecho. Como no aminoraba, él abrió los brazos (sabía lo que eso significaba) pero no dudó en correr a ellos, saltó y se abrazó a él. Podrían haberse tambaleado si no fuera tan fuerte. Las valkirias que habían bajado deprisa la escalera ante los marcados rayos. Todas a su alrededor, escuchó los jadeos. —Corrió a sus brazos. Lo vi —susurró una. —Bastian, ¡te he echado de menos! —susurró Kaderin. —Dios, te he echado de menos, también —murmuró, la agarró. Le sintió tensarse, y supo que Rika y Dasha habían aparecido detrás de ella. La soltó con obvia desgana, pero una vez sobre sus pies, sólo se giró, manteniendo la espalda hacia él. 278


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Justo cuando pensaba que habría un enfrentamiento, Rika dijo: —Kader-ie, tenemos una cosa que queremos contarte... —hizo una mueca—. Quiero decirte... —¿Qué es? —preguntó Kaderin, poniendo un brazo de Sebastian a su alrededor. Él lo apretó inmediatamente. —Nosotras le invitamos —dijo Dasha. —Y ahora podemos ver que fue una sabia decisión —añadió Rika. —¿Qué queréis decir? —preguntó Kaderin, la voz temblorosa. —Pasaste demasiados años culpándote por nuestras muertes y demasiado tiempo sin felicidad. Debe parar. Es el momento para que tú estés contenta —respondió Dasha. —Lo mereces más que nadie —dijo tímida Rika. Se acercó a Kaderin y Sebastian y se dirigió a él—. Odiamos a ese vampiro por lo que le hizo a Kader-ie y a nosotras. — Frunció el cejo ante eso, entonces dijo—: Pero tú no eres ese vampiro. Si amas a Kad... —Lo hago —dijo rápidamente. Ella apretó su brazo. —Entonces casaros con nuestras bendiciones —murmuró Dasha. —¿Rika?¿Dash? —dijo Kaderin sin respiración—. ¿Es de verdad? —Kader-ie, lo necesitas. Incluso si no apoyáramos esto, irías con él con el tiempo. Entendemos eso. Kaderin se giró a él, mirándolo fijamente y mordisqueándose el labio inferior. —Sí, lo haría. —¿Lo harías? —murmuró, sus ojos tan oscuros. —Por supuesto, Bastian. —Miró por encima del hombro y dijo a sus hermanas—: Gracias. Y yo no sé qué decir. —Comienzo —dijo con el ceño fruncido Dasha—. Esto no significa que deseemos veros en la agonía del amor, o mordiendo, o lo que quiera que pudiera ser. Rika y yo tenemos video-batallas que dirigir y una lección de conducir con Regin y Nïx cuando regresen con chicle Sad Wiener del paquete-bolsa. Cuando Rika sonrió ampliamente y asintió, Kaderin se puso de puntillas para susurrar en su oreja. —¿Me llevarás a algún lugar para que pueda besarte? Él se estremeció mientras se trazaba. 279


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—¿Dónde estamos? —preguntó, no queriendo apartar los ojos de él incluso para echar un vistazo alrededor. —Nuestra nueva finca —dijo, estudiando su reacción, ya que claramente quería que le gustase—. Cerca de Val Hall —añadió, inclinándose para frotar los labios sobre su oreja, la respiración cálida ya acelerada por la necesidad. No tenía que verlo para saber que le gustaba. Sebastian estaba aquí, y eso era todo lo que necesitaba saber. —Oh, Bastian —suspiró, los párpados revolotearon cerrados mientras deslizaba los dedos a través de su grueso cabello—. Creo que es la mejor casa en la que he estado. Estoy segura.

Después de hacer el amor en el salón, en el comedor, en las escaleras, y sobre un banco en el rellano de la escalera, finalmente lo hicieron en el dormitorio. Justo cuando se ponían cómodos bajo los ricos cobertores de damasco, un teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Sebastian se tensó ante el sonido, y Kaderin echó un vistazo fuera, molesta. ¿Quién podría haber conseguido ya el número de teléfono? Su gruñido bajo cuando se dirigió desnuda hacia el teléfono hizo que salir de la cama valiera la pena. —Kaderin, ¿eres tú? —dijo Emma, con la voz aterrada, cuando respondió—. Myst me contó que podría pillarte aquí. Chicos, ¿habéis visto a Bowen? —¿Desde cuando, dulce? —Desde que fue a algún chisme-serpiente de fuego en el Hie. Oh, mierda, Kaderin fue tímidamente hacia la cama. —Bastian, después de que tú y Bowen tuvierais vuestra... discrepancia, ¿qué pasó exactamente? —todo ese tiempo era una bruma para Kaderin. Todo palidecía cerca del sacrificio de Sebastian por ella y su familia. Y no se deleitaba pensando sobre el hecho de que había... muerto, quemada en lava. Kaderin había visto posibilidades más alegres. —El lykae juró, convincentemente, que me mataría a mi y a ti después de buscarnos hasta los confines de la tierra —respondió Sebastian—. Y también que “se comería mi maldito corazón”. —Se encogió de hombros—. Le dejé en aquella cueva... al otro lado del foso de lava. Me imaginé que habría una salida trasera. Kaderin dudó, después se lo contó a Emma. —Aún podría estar posiblemente atrapado detrás del foso de lava ardiente, guardado por la serpiente de fuego. 280


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—¿Desde hace dos semanas? ¿Podéis, por favor, ir a traerle? ¡Es el primo de mi marido y su mejor amigo! —gritó Emma. —¿Utilizaremos tu pistola tranquilizante o la nuestra? —preguntó Kaderin—. Emma, estará con una furia asesina después de perder a su compañera... de nuevo. —Lo sé, pero simplemente estoy preocupada, podría... podría tener la oportunidad para... ya sabes. —De acuerdo, de acuerdo —dijo Kaderin. Entonces se giró a Sebastian—. ¿Podemos ir a recoger a Bowen en algún momento de esta noche? Está preocupada de que se tire de cabeza después de su pérdida. —Lo que sería trágico. —Cuando Emma le escuchó y chilló, dijo a regañadientes: —No, no lo hará. Necesitará matarme primero. Créeme, conozco esto. —Exhaló—.Le recogeremos. —Asió a Kaderin alrededor de la cintura y la arrastró de vuelta bajo los cobertores con él—. Después. —Después. —Kaderin estuvo de acuerdo entusiasmadamente. Le dijo a Emma—. Lo recuperaremos al anochecer. Si aún está allí. Te lo haré saber. —Colgó y distraídamente dejó el teléfono al lado de la mesa, pero se giró cuando rozó un papel. —¿Qué es? —preguntó. —Una nota. —Estaba plegado en tres y tenía una lacre de cera carmesí con una R florida—. ¿De Riora? Miró sobre el hombro de Kaderin mientras ella abría la carta. —¿De verdad queremos leer esto? Se encogió de hombros en vano. Ambos leyeron: Es perfectamente imposible para vosotros estar extasiados en exceso juntos. No es imposible para ambos hacer de las familias, una entera. Nos vemos en el próximo Hie. Riora, diosa de todo y algunos himnos. Una llave sonó desde el fondo del sobre. Kaderin pudo oír su corazón acelerándose cuando la reconoció. Otra oportunidad del pasado. Para Sebastian. —Funcionará —su voz bajó—, ¿podría funcionar? Le encaró y asintió. —Sí, así lo creo. Fascinaste a Riora. Querría recompensarte. 281


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Él tragó. —No haré esto con ligereza. Tengo que hablar con Nikolai y Murdoch y, espero, Conrad. Decidiremos juntos cómo y cuándo ocurrirá esto y lo prepararemos. Mientras Kaderin con cautela dejaba la llave y la nota a un lado, él preguntó: —¿Estarás a gusto con esto? ¿Con mi familia viniendo al futuro? —¿Cómo tú lo estás con la mía? ¡Por supuesto! Te apoyaré en cualquier cosa que hagas. Y me atrevo a decir que tus hermanas serán más fáciles que Dash y Rika. Probablemente no asesinarán cada tostadora que encuentren. Las comisuras de sus labios se curvaron. —Esto es demasiado increíble. Apenas puedo creerlo. —Sólo espera hasta verlas por primera vez. Es una impresión bastante grande. Alzó las manos y acunó su cara. —Mis hermanas te gustarán. Sonrió de vuelta. —Me gustarán. Y les gustaré. Aunque creo que deberías casarte conmigo primero. Así seremos respetables. —No creía que este día pudiera mejorar. Cuando la arrastró debajo de él, descansando las caderas entre sus muslos, ella miró en sus ojos grises, el color imperecedero de las tormentas de verano. —Te amo, Bastian. —Nunca me cansaré de oír eso. —Le acarició la oreja con la nariz y frotó contra él—. Quizá algún día llegarás a amarme tanto como yo a ti. Frunció el ceño y empujó sus hombros mientras continuaban mirándose uno al otro. —Sucede que te adoro, vampiro. —Las manos rodearon su cuello, y enroscó los dedos en su pelo—. No, estoy absolutamente segura que yo te amo más. Sonrió ampliamente hacia ella, esa media sonrisa que hacía que su corazón serpentease, entonces lentamente se meció hacia delante para llenarla. —Cuéntate a ti misma eso, valkiria. —Se inclinó para capturar sus jadeos con sus labios—. Tanto como quieras.

FIN 282


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