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9º de la serie Los Inmortales de la Oscuridad Traicionado por su madre y por su mejor amigo, el demonio Malkom Slaine vive encerrado en sí mismo, consciente de que nunca encontrará a nadie que sienta algo sincero por él. Pero de repente se ve empujado al abismo por Carrow Graie, una bella bruja de ojos verdes a la que tiene que proteger. Carrow huye de la tristeza que la consume y se dedica a bromear constantemente. Hasta que conoce a Malkom, un atormentado guerrero por el que vale la pena luchar. Para que ambos puedan sobrevivir, él tendrá que dar rienda suelta al demonio y al vampiro que viven en su interior. Pero convertirse en la pesadilla más temida de su propio pueblo podría acarrearle la privación de la mujer a la que desea en cuerpo y alma.
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Con mi más sincero agradecimiento para Louise Burke, una editora extraordinaria
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Glosario de términos del «Libro de la Tradición»
La Tradición «... y aquellas criaturas sensibles que no sean humanas serán unificadas en una sola casta, coexistiendo con el hombre, aunque manteniéndose en secreto.» —La mayoría de los miembros son inmortales y pueden regenerarse tras ser heridos. Los clanes más poderosos sólo mueren si son decapitados o si arden en un fuego místico. —A todos les cambia el color de los ojos cuando sienten emociones muy intensas. —A sus miembros también se los conoce como tradicionarios.
Las Valquirias «Cuando una doncella guerrera grita en busca de coraje en el momento de su muerte en combate, Wóden y Freya responden a su llamada. Los dioses la golpean con un rayo y la rescatan para llevarla de vuelta con ellos a su morada en los cielos, preservando su valentía para siempre en forma de una hija valquiria e inmortal.» —Las valquirias se alimentan de la energía eléctrica de la Tierra, compartiéndola en un único poder colectivo, y la devuelven con sus emociones en forma de relámpago.
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—Poseen una fuerza y una velocidad sobrenaturales. —Si no han recibido el entrenamiento adecuado, pueden ser capturadas con un objeto brillante, como una joya, pues no pueden resistir la tentación de quedarse embobadas mirándola. —También se las conoce por el nombre de guerreras soldado.
El clan licántropo «Un guerrero fuerte y orgulloso del pueblo Keltoi (o pueblo Escondido, más adelante conocidos como celtas) fue abatido en la flor de la vida por una loba enloquecida. El guerrero se levantó de entre los muertos convertido en inmortal, con el espíritu de la bestia latente en su interior. Poseía las características del animal: necesitaba sentir el contacto con otros, desarrollaba un intenso sentido de la lealtad hacia sus semejantes y gustaba de disfrutar de los placeres de la carne. En ocasiones, la bestia despierta...» —También llamados hombres-lobo o señores de la guerra. —Todos los licántropos poseen un instinto, una fuerza interior que los guía, como si tuvieran una voz susurrándoles lo que tienen que hacer dentro de su propia cabeza. —Enemigos de la Horda.
Los vampiros Se dividen en dos facciones, la Horda y el ejército de los Abstemios. —Todo vampiro necesita encontrar a su novia, su esposa para la eternidad, y hasta que no la encuentre estará muerto por dentro. —La novia conseguirá revivir al vampiro, con ella respirará de nuevo, su corazón volverá a latir y se iniciará el proceso conocido como sanguiniación —Rastreo, o lo que es lo mismo, la teletransportación, es el método que utilizan los vampiros para desplazarse de un lado al otro. Un vampiro sólo puede teletransportarse a un lugar en el que haya estado antes o que esté al alcance de su vista. —Los Caídos son vampiros que han bebido la sangre de sus víctimas hasta matarlas. Se caracterizan por tener los ojos rojos.
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La Horda «En el primer caos de la Tradición, una hermandad de vampiros dominaba la Tierra gracias a su naturaleza fría, la adoración de la lógica y la ausencia de piedad. Se extendieron desde las escarpadas montañas de Dacia y emigraron hacia Rusia, aunque algunas hablan de un enclave secreto que aún existe en Dacia.» —Sus filas están compuestas por los Caídos.
Los Abstemios «... su corona robada, Kristoff, el rey de la Horda por derecho de cuna, recorrió los campos de batalla de la antigüedad en busca de los guerreros humanos más valientes y poderoso, ganándose el nombre del Buscador de Tumbas. Les ofrecía la vida eterna a cambio de una lealtad absoluta hacía él mismo y hacia su ejército cada vez más numeroso.» —Ejército de vampiros formado por humanos convertidos, que no beben sangre directamente de sus víctimas, a no ser que sea de su Novia. —Kristoff se crió como humano y vivió toda su infancia entre ellos. Tanto él como el resto de su ejército saben muy pocas cosas sobre la Tradición.
La Casa de las Brujas «... poseedoras inmortales de talentos mágicos, practicantes del bien y también del mal.» —Mercenarias místicas que venden sus hechizos. —Tienen estrictamente prohibido enriquecer a alguien con sus hechizos u otorgar la inmortalidad. —Se dividen en cinco castas: las guerreras, las curanderas, las hechiceras, las conjuradoras y las adivinas. —Su líder es Mariketa la Esperada.
Los Espectros «... de origen desconocido, su presencia hiela la sangre.» —Espeluznantes criaturas espectrales imposibles de derrotar y prácticamente incontrolables.
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—También se los conoce como el azote vetusto.
La Conversión «Sólo a través de la muerte uno puede convertirse en "otro".» —Algunos seres, como los licántropos, los vampiros y los demonios, pueden convertir a un humano o a otro miembro de la Tradición en criaturas de su especie a través de distintos rituales, pero la catarsis siempre es la muerte, y el éxito del proceso no está garantizado.
La Ascensión «Y un tiempo llegará en el que todos los seres inmortales de la Tradición, desde los más fuertes, como valquirias, vampiros y facciones de licántropos, hasta fantasmas, hadas y sirenas... lucharán y se destruirán los unos a los otros.» —Especie de sistema de autorregulación entre la creciente población de los inmortales. —Ocurre cada quinientos años. O ahora mismo...
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Paso de los hombres. ¿Por qué debería perder el tiempo con ellos? Los mejores están casados o no sienten el más mínimo interés por una joven caprichosa y con constantes problemas legales.
CARROW GRAIE También conocida como Carrow la Encarcelada. Bruja mercenaria y especialista en hechizos de amor.
Mis enemigos dicen que no le temo a nada. No es ningún cumplido. Los únicos hombres que no sienten miedo son los que no tienen nada que perder.
MALKOM SLAINE, Líder de la rebelión de los trothans.
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CAPÍTULO 1
Reino demoníaco de Oblivion, Ciudad de las Cenizas Año 192 del mandato de la Muerte
—¿
Nos estamos dirigiendo a nuestra propia muerte o hacia algo todavía peor?
Malkom Slaine miró a su mejor amigo, el príncipe Kallen el Justo, y deseó tener una respuesta mejor que la que podía darle, cualquier cosa que pudiera rebajar la preocupación que veía en los ojos de Kallen. Los guardas vampiros los empujaron hacia el interior de su fortaleza, y Malkom tuvo el presentimiento de que antes de que terminara la noche desearía que lo mataran. —Probablemente los rumores no sean ciertos —mintió, y volvió a oponer resistencia a los doce guardas que lo obligaban a descender por una escalera de piedra. Le habían puesto unas esposas místicas, por lo que no podía teletransportarse, y tampoco romperlas. Al final de la escalera había una cámara subterránea en la que vieron un trono encima de un estrado. A pesar de que el suelo estaba cubierto de arena, de las paredes colgaban lujosos tapices. Y también había delicados objetos de cristal decorando la sala. Malkom no perdió ni un segundo y escrutó a su alrededor en busca de una vía de escape. Frente a él había dos esclavos, dos demonios alados, de pie junto a una tumba recién excavada. En la estancia había más guardas, todos ellos con las espadas en alto, listas para atacar. A su espalda, un hechicero vestido con una túnica negra preparaba pócimas encima de una mesa llena de frascos y redomas.
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«Por Dios, que no sean verdad los rumores acerca de los scârba, esas abominaciones.» —¿Puedes sacarnos de aquí? —murmuró Kallen. Malkom casi siempre podía. Nunca habían estado en una situación de la que él no pudiera librarlos, por imposible que pareciera conseguirlo. —Todavía no. Los guardas los empujaron y los obligaron a ponerse de rodillas delante de la tumba. —Cuando salgamos de aquí, Ronath me las pagará —dijo Kallen. Ronath el Armero era un avezado guerrero, el demonio más fuerte después de Malkom. Antaño, había sido el mejor comandante de Kallen—. Ese traidor no volverá a ver otra noche. Había sido el Armero quien había entregado a Malkom a los vampiros. Eso de por sí ya era un desastre, pero sin él para defenderla, su fortaleza cayó apenas una semana más tarde. Y el amado príncipe de los trothans fue capturado. Cegado por el odio que sentía hacia Malkom, un esclavo que había ascendido hasta convertirse en comandante, Ronath había condenado también a Kallen y a todos los trothans. Pero Malkom ya estaba planeando su venganza. Él no era tan noble y bueno como Kallen; su respuesta sería mucho más cruel de la que el príncipe podría idear jamás. De repente, un vampiro apareció teletransportado en el trono. Llevaba una túnica de seda y era muy pálido; su piel no había sentido nunca los rayos del ardiente sol de Oblivion. Tenía los ojos completamente rojos y el rostro deformado por la locura. El Virrey. Cuando los vampiros conquistaron Oblivion y establecieron allí su colonia, mandaron al Virrey, su líder más temible, para que gobernara el reino. —Ah, mis dos nuevos prisioneros —dijo en inglés antiguo. Tanto Malkom como Kallen hablaban el idioma con fluidez, pero se negaron a responder en una lengua distinta a su demoníaco natal, a pesar de que utilizarla estaba castigado con la muerte. El vampiro se frotó el mentón recién afeitado. —Por fin os tengo.
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Malkom y el príncipe eran los líderes de la rebelión, capturándolos a ellos toda la resistencia estaba derrotada. Varios vampiros muy poderosos habían estado persiguiéndoles sin tregua. El Virrey chasqueó los dedos y dos esclavos abandonaron la sala para regresar segundos más tarde con un pequeño niño demonio inconsciente. Uno de los suyos iba a servir de refrigerio para aquellos vampiros. De merienda, pensó Malkom, y empezó a sudar. Se tensó todavía más contra las ataduras que lo retenían, pero no consiguió soltarse y evitar que los vampiros se lanzaran sobre el cuello del pequeño. Malkom estaba loco de furia. El sonido de aquellos labios al succionar... Extendió los colmillos, abrumado por sus propios recuerdos de infancia como esclavo de sangre. Su único consuelo era que el niño estaba inconsciente, un lujo del que él nunca había gozado. Claro que a Malkom no lo mordían en el cuello, allí las marcas eran demasiado visibles, y no sólo lo utilizaban para beber. —Tranquilo —murmuró Kallen en demoníaco—. Mantén la calma. ¿Cuántas veces le había repetido su amigo esas mismas palabras? «El príncipe me ha mantenido cuerdo durante mucho tiempo.» El Virrey, que seguía en el estrado, lanzó al niño al suelo como si fuera un desecho y luego se limpió los labios con un pañuelo recién planchado. —Tengo que confesaros que vosotros dos me tenéis fascinado. —Sus ojos rojos ardían de curiosidad—. Un amado soberano y su brutal perro guardián buenos amigos. Un miembro del estatus social más elevado, y... —señaló a Malkom con la mano. A nadie extrañaba más aquella amistad que al propio Malkom. Kallen era el príncipe de la demonarquía de los trothans, tenía cientos de años y poseía una gran sabiduría. Malkom era un analfabeto de treinta años, lleno de odio, cuya madre era una puta y que se había criado como esclavo de un vampiro. Pero, de algún modo, Kallen y él se convirtieron en compañeros de armas, en hermanos por elección propia y no de sangre. El príncipe le había dicho que dentro de él veía una nobleza innata. Como si supiera lo mucho que Malkom deseaba algo así. —Sin un céntimo, sin cultura y sin padre —se burló el Virrey—. El hijo de una puta demonio que vendía su cuerpo. —Y luego, con cara de asco, añadió—: Hasta que pudo vender a uno de sus vástagos.
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Malkom no pudo rebatirle nada. —Lograste sobrevivir a pesar de que deberías haber terminado muerto en un callejón. —Quizá Malkom no tenga sangre noble —intervino Kallen—, pero es noble en espíritu. «Incluso ahora me defiende.» Al Virrey le hizo gracia. Luego volvió a dirigirse a Malkom. —No me imagino a nadie de casta más humilde, y, sin embargo, has tenido las agallas de plantarme cara, incluso a sabiendas de que sólo te aguardaba la muerte. Es increíble, pero has estado a punto de echarnos de vuestro mundo, demonio. Él no sabía de qué le estaba hablando. Cierto que había ganado muchas batallas, pero nunca había pensado que sus enemigos estuvieran a punto de rendirse. Oblivion siempre había estado ocupada por vampiros. Décadas antes de que Malkom naciera, los vampiros llegaron a bordo de una nave espacial, junto con otras criaturas inmortales, y se instalaron allí por una sola razón: la sangre. Cuando los vampiros bebían de un trothan, se volvían mucho más poderosos de lo que lo habían sido nunca, y se recuperaban mucho más rápido de las heridas. La sangre no tardó en convertirse en moneda de cambio en Oblivion. —Has estado a punto —prosiguió el Virrey—. Pero al final se nota cuando uno tiene clase. —Se teletransportó a su lado—. Puedes disfrazar a un general con las mejores ropas —rasgó la lujosa túnica de Malkom—, pero no puedes esconder lo que de verdad eres. Estoy seguro de que, bajo esos grilletes que llevas en las muñecas, encontraré las marcas de unos colmillos. Él no lo negó. Malkom solía llevar unas esclavas de plata para ocultar aquellas marcas tan vergonzosas. Los detalles de su pasado no eran ningún secreto. Todos los demonios de la Ciudad de las Cenizas sabían cómo se había ganado la vida de pequeño; y sabían que, cuando se hizo demasiado mayor para satisfacer al vampiro que lo mantenía, tuvo que sobrevivir comiendo basura. «Pero que lo supiera aquel vampiro...» —Da igual el aspecto que tengas, demonio, no eres nadie.
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—No le escuches, Malkom —dijo Kallen—. Eres una buena persona, y un líder inquebrantable. —¿Al que han traicionado a la primera oportunidad? —preguntó el vampiro. Un grupo de hombres, liderados por el poderoso y taimado Ronath, le habían tendido a Malkom una trampa. Antes de que tuviera tiempo de teletransportarse o de atacar, le lanzaron una red de metal encima y lo apuñalaron varias veces. —Ascendiste como la espuma. Pero yo te devolveré al lugar que te corresponde. Malkom ladeó la cabeza y miró al Virrey. —¿Me devolverás? —Ya te sometiste una vez a un vampiro. Y ahora volverás a hacerlo. —¿Por eso seguimos todavía con vida? Entonces ahórrate las molestias y mátame ahora. —Nada de lo que pudiera hacerle aquel vampiro sería peor de lo que él ya había tenido que soportar de pequeño. Miró al pequeño demonio que seguía inconsciente en el suelo. —No es tan sencillo —dijo el Virrey—. Nunca lo es con los de vuestra especie. — ¿Le había hecho una seña al mago que tenían detrás?—. Habéis matado a tantos de mis soldados que he decidido recuperar a unos cuantos, empezando por vosotros dos, los más fuertes de vuestro clan. Os transformaré, os moldearé a mi imagen y semejanza. «Los rumores...» Se decía que los vampiros más poderosos habían descubierto un rito con el que transformar a los trothans en scârba, en dempiros que se alimentaban de la sangre de los de su especie. Un demonio y un vampiro unidos para crear una abominación más fuerte que ambos. El Virrey desenvainó la espada que llevaba colgada a la cintura. —Beberéis mi sangre y luego os abriré las venas para empezar el ritual. Vuestras muertes serán el catalizador. —Pasó un dedo por la hoja de metal mientras el hechicero que permanecía oculto entre las sombras empezaba a recitar unos cánticos y a musitar la siniestra maldición. El poder emanaba de él con cada palabra y llenaba la sala con magia negra prohibida. Unas fuerzas ocultas rodearon a Malkom, y penetraron en él. Aparecieron más guardas y sujetaron con fuerza las cadenas de ambos prisioneros. Uno de los vampiros más corpulentos le dio un rodillazo a Kallen en la
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espalda para echarle la cabeza hacia atrás mientras otro le metía algo entre los dientes separándole las mandíbulas. —¡No, no! —gritó Malkom sacudiéndose frenético. El Virrey se mordió la muñeca. —Os estoy haciendo un regalo: la Sed. Haré que ésta os domine, que tengáis que beber sangre de demonio durante el resto de la eternidad. —Metió la muñeca ensangrentada en la boca de Kallen—. Os convertiréis en uno de los nuestros, y me juraréis lealtad. Empezando en este mismo instante. —¡No bebas, Kallen! —gritó Malkom, pero los vampiros lo obligaron a tragar. Acto seguido, se abalanzaron sobre Malkom y lo golpearon hasta que estuvo tan débil que no pudo seguir resistiéndose. Luego, la espesa sangre del Virrey también se deslizó a la fuerza por su garganta. Entonces el vampiro levantó la espada. Malkom tiró de las cadenas que lo retenían con las pocas fuerzas que le quedaban, pero ni él ni Kallen consiguieron soltarse. La mirada del príncipe se encontró con la suya durante unos agonizantes segundos, justo antes de que la espada del Virrey degollara a Kallen. El cuerpo de éste se tambaleó hacia atrás y se desplomó en suelo, golpeándose la cabeza. Se quedó mirando a Malkom con ojos vacíos. Él lo observó horrorizado y recuerdos de sus años de amistad se precipitaron en su mente. Juntos habían librado incontables batallas, saboreando más victorias que derrotas. Malkom le había salvado la vida a Kallen docenas de veces, y éste había elogiado su bravura miles, animándolo siempre a seguir mejorando. «Eres un guerrero muy valiente, y vales mucho más que tu pasado. ¡Por supuesto que eres lo suficientemente listo como para aprender a leer! ¿Quién diablos te ha convencido de lo contrario? Eres más rápido e inteligente que los demás, y estás destinado a llevar a cabo grandes hazañas. Ves cosas que los demás no vemos. Ser único es mucho mejor que ser noble, ¿no crees, hermano?» Al final, gracias a él, Malkom había empezado a desprenderse de su pasado. Se había atrevido incluso a soñar con una vida mejor. Y ahora, Kallen estaba muerto. Malkom gritó impotente y furioso, y los ojos se le llenaron de lágrimas ante la pérdida. Kallen muerto. O algo peor.
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El mago echó un polvo negro sobre el príncipe. —¡No! —gritó Malkom—. ¡Dejadle descansar en paz! Más cánticos. Más magia. Malkom se quedó boquiabierto. El cuerpo de Kallen ya no yacía inerte sin vida. Se movía con cada una de las palabras del mago, ¡se... movía! Y no eran espasmos de agonía sino que estaba volviendo a la vida. En su cuello degollado, la sangre empezó a bombear de nuevo. El Virrey chasqueó los dedos y los esclavos se pusieron en marcha. En cuanto un par de ellos lanzaron el cuerpo de Kallen a la tumba, el hechicero le echó más polvo mágico. ¿Para que Kallen resucitara del todo? Cuando empezó a salir humo del agujero, el Virrey levantó la espada ensangrentada hacia Malkom. —Ahora te toca a ti, Slaine. Y te prometo que regresar de entre los muertos será la parte más fácil. Si consigues volver a la vida, te doblegaré a mi voluntad. Él rezó en silencio para morir de verdad, suplicó a los dioses, que jamás habían respondido a ninguna de sus plegarias: «Por favor, no permitáis que despierte...». La espada cortó el aire y Malkom sintió el frío mordisco del acero. Luego nada. A pesar de sus plegarias, Malkom y Kallen resucitaron dos noches más tarde, convertidos en la peor de sus pesadillas. Salieron arrastrándose de la tumba y, cuando llegaron a la superficie, los lanzaron dentro de una de las mugrientas celdas del Virrey. No se habían ahogado con la arena de la tumba porque ya no respiraban y su corazón no latía. Eran muertos vivientes. Vampiros. «Soy un vampiro.» ¡No! Malkom se negaba a resignarse, y estaba dispuesto a luchar contra su destino. A pesar de que sabía que éste había cambiado. Aunque ya no estaba esposado, no tenía fuerzas para atacar a nadie. Tenía la piel helada y sentía como si tuviera encima miles de arañas. Los colmillos superiores se le habían alargado y afilado, y le dolían muchísimo. E incluso entonces, con tan poca luz, se sentía deslumbrado. Se notaba el sentido del oído más afinado. Percibía el sonido que hacían los insectos que había en el suelo, debajo de él.
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En cuanto se había despertado en la tumba, había sentido la apremiante y devastadora necesidad de beber sangre. La confusión y la rabia se apoderaron de él a partes iguales. Y de Kallen también. Se quedó mirando las paredes de aquella asquerosa celda, con los ojos entreabiertos y sin parpadear. —Lucharemos para salir de aquí —aseguró Malkom—, y regresaremos a casa. —Ahora somos scârba, hermano. Ningún demonio nos querrá a su lado. Tenía razón. Se habían convertido en dempiros, algo peor que un vampiro. Eran demonios malditos, condenados a alimentarse de los suyos para sobrevivir. Eran unos monstruos legendarios temidos por todos. —Es inútil continuar —murmuró Kallen. —No lo es. —¿Cuántas veces había tenido que convencerse a sí mismo de que valía la pena seguir adelante?—. Aunque sólo sea para vengarnos. —Él al menos no tenía intenciones de descansar hasta que aquellos vampiros pagaran por lo que les habían hecho. Descuartizaría al hechicero cuyos cánticos los habían metido en aquella tumba, a los guardas que los habían retenido, y al sanguinario Virrey que lo había planeado todo. Y después de eso, regresaría y destruiría a Ronath. A Malkom sólo se lo traicionaba una vez. Y cuando hubiera terminado con todos, encontraría el modo de sacarse al vampiro de dentro, de separar la sangre del Virrey de la suya; volvería a ser el de antes. Eso, o saldría a tomar el sol. Malkom tuvo entonces una duda. ¿El astro sería letal también para los dempiros? —¿Vivir para vengarme? —preguntó Kallen—. ¿Es motivo suficiente? ¿Cómo podía responder a aquello cuando ahora a Malkom sus propios sueños le parecían tan absurdos? Lo único que él había querido era una casa de la que nadie pudiera obligarlo a irse, y tanta agua y comida como pudiera desear. Pero lo que más ansiaba en este mundo era que los demás lo respetasen igual que respetaban a Kallen, un noble cuya sangre era superior a la suya.
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Hasta entonces, había tenido la suerte de que nadie descubriera que deseaba ser de alta cuna. —Si no para la venganza, vive pues por tu alma gemela —le dijo a Kallen—. Ella te aceptará. Tiene que aceptarte. —¿Es eso lo que quieres tú, Malkom? ¿Encontrar a tu alma gemela? —Yo no tengo tal expectativa. —¿De qué le serviría a él tener una compañera? Él no necesitaba tener hijos que heredaran ningún título, y tampoco necesitaba mano de obra. —¿No? Entonces, ¿porque nunca te has acostado con las demonios que había en el campamento? Malkom apartó la mirada. Él nunca se había acostado con ninguna hembra. Las que acompañaban al ejército se ofrecían a cambio de dinero, pero él nunca había estado con ninguna. No importaba lo apremiante que fuera su deseo, ni la curiosidad que sintiera, sencillamente no podía. No podía físicamente. Aquellas hembras olían a otros, y le hacían pensar en su infancia. Nada apagaba tan rápido su deseo como el olor a semen. Así que Malkom nunca pensaba en eso. De pequeño, había conseguido dejar de anhelar comida, y de mayor había aplicado la misma técnica para no soñar con el acto sexual. Finalmente respondió: —La guerra lo es todo para mí. El Virrey apareció en la celda y los ojos le resplandecían de satisfacción. —Hechos a mi imagen y semejanza —dijo. No parecía sorprenderle que el ritual hubiese funcionado, y se lo veía henchido de orgullo. ¿A cuántos scârba habría creado?— Y esto es sólo el principio. ¿Ya sentís la Sed? Para nosotros es tan sagrada como la muerte. —Primero miró a Kallen y luego a Malkom—. Sólo el que mate, o el que sucumba a la Sed, saldrá vivo de esta celda. Justo cuando Malkom iba a atacarlo, el vampiro desapareció de la mazmorra. Cuando comprendieron lo que acababa de decirles, Malkom fue el primero en hablar: —No lucharemos entre nosotros. —Ambos sabían que con «luchar» en realidad quería decir «beber» o «matar»—. No pelearé contra mi hermano. —Pero si alguno de los dos tenía que salir vivo de allí, ése tenía que ser Kallen. «Él es más necesario.»
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—Ni yo —juró el príncipe. —No lucharemos entre nosotros —repitió Malkom, y se preguntó si estaba tratando de convencer a Kallen o a sí mismo.
Tres semanas más tarde...
Malkom se sujetó débilmente a los barrotes, aprovechando la poca energía que le quedaba para tenerse en pie, porque se negaba a tumbarse como si lo hubiesen derrotado. Habían pasado días sin comer ni beber, y, que Dios los ayudara, sin sangre. La sed se incrementaba con cada hora que pasaba, los colmillos le escocían hasta hacerlo llorar en silencio. Se había quedado mirando el cuello de Kallen en más de una ocasión; la piel de su amigo lo tentaba constantemente. En ocasiones, también había pillado a Kallen mirándolo. Nunca había tenido tanta hambre. La noche anterior, Malkom había esperado a que el príncipe se durmiera y entonces se había mordido el brazo. Hundió los colmillos y sintió asco de sí mismo al descubrir lo sabrosa que le parecía su propia sangre. Lo deliciosa que era, el placer que le causaba... Los días se hicieron interminables y sus cuerpos iban deteriorándose sin llegar a morir. Sin nada que hacer, sin tener que planear ninguna batalla, la mente de Malkom se llenó de recuerdos. Para ser alguien que siempre se había esforzado tanto por sobrevivir, empezó a tener dudas. ¿De verdad valía la pena? «La vida sólo sirve para que te traicionen.» La primera que lo había traicionado había sido su madre. Cuando tenía seis años, Malkom le dijo que tenía tanta hambre que se iba a desmayar. Ella le dijo que nunca estaba satisfecho y luego lo vendió a un vampiro con la promesa de que le daría todo lo que quisiera para comer si era «cariñoso» con él. ¿La siguiente traición? Cuando ese vampiro lo echó de su casa al cumplir los catorce años, porque Malkom ya era demasiado mayor para sus gustos. Volvió a la miseria, volvió a pasar hambre. Pero en contra de todo pronóstico, se hizo fuerte y al final consiguió vengarse del que había sido su amo. Malkom siempre había sido muy observador, y estaba al tanto de todas las medidas de seguridad que el
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vampiro tenía en su casa. No le costó nada entrar, eliminar a los guardas, y asesinar a quien lo había torturado de pequeño y lo había destrozado como persona. Y se sintió tan bien, fue tan glorioso matar a uno de esos animales, que luego fue a por otro, y por otro. Sus hazañas no tardaron en llegar a oídos de Kallen, que lo invitó a su morada y se pasó meses tratando de convencerlo de que se uniera a la rebelión que él lideraba. Con el tiempo, empezó a ser respetado en las calles. El príncipe lo invitó a cenar y le compró ropa cara, sólo por haber arriesgado una vida que a Malkom nunca le había importado. Pasó mucho tiempo avergonzándose de su existencia, pero al final consiguió superarlo y labrarse un futuro. Era consciente de que su pueblo no lo amaba, pero estaba convencido de que, después de haberles salvado sus miserables vidas en tantas ocasiones, al menos se había ganado su respeto. Unas semanas atrás, cuando tuvo la sensación de que el ambiente estaba algo tenso, se reprendió a sí mismo por buscarle tres pies al gato, y se dijo que tenía que hacer caso de Kallen y dejar de pensar que todo el mundo quería traicionarlo. «No importa que me haya sucedido tantas veces.» —¿Qué estás pensando, Malkom? —le preguntó el príncipe desde el otro extremo de la celda, con voz débil—. Tienes mirada asesina. —Mis pensamientos son oscuros. —Y los míos. Me temo que nuestro final está cerca. —Esto no es el final. —Malkom lo miró—. No habrá final hasta que yo lo decida. Una triste sonrisa apareció en el chupado rostro de su amigo. —Tan fiero como siempre. —Se tambaleó para ponerse en pie y cojeó hasta donde estaba él—. Yo he decidido que no puedo más. —Parpadeó emocionado—. Abrázame, amigo mío. —Y rodeó a Malkom con los brazos. Él dejó los suyos caídos a los costados y, confuso, miró hacia el techo. «A mí nunca me han abrazado así. Cuando me han tocado, siempre ha sido para utilizarme.» ¿Aquello era dar en vez de tomar a la fuerza? «¿Estoy demasiado asustado como para reconocer la diferencia?» Finalmente, abrazó a su vez a Kallen. «No está mal.» Cuando sintió los labios del príncipe en el cuello, frunció el cejo. A Kallen le gustaban las hembras, cada noche se acostaba con una demonio distinta. ¿Qué significaba aquello? «Lo único que pasa es que no sabes ser cariñoso...»
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Pero de repente, se dio cuenta. Iba a morderle. Y al ser consciente de lo que sucedía, empezó a sudar, entrecerró los ojos y le afloró el instinto de supervivencia. Si él fuera bueno de verdad se sacrificaría por el príncipe, por el bien de la corona. ¿Cuántas cosas no había hecho Kallen por él? Le había enseñado a controlar su rabia, a canalizarla. Había dado sentido a su vida. «Quizá no sea de sangre noble, pero lo es de espíritu.» Pero, el peso de sus recuerdos pudo más que él; las sórdidas escenas del vampiro abusando de él durante años. Mordiéndolo en la oscuridad... El calor de la piel de su amo encima de la suya... «¡No, no!» —No lo hagas, Kallen —suplicó—. No traiciones nuestra amistad. —«No me traiciones.» —Lo siento —dijo el otro derrotado—. No tengo elección. «Kallen es bueno.» A pesar de que Malkom había jurado que jamás volverían a morderle, consiguió mantenerse inmóvil mientras el príncipe extendía la mano por su espalda y lo acercaba más a él. «¿Un último sacrificio por mi amigo? ¿Podré suprimir mis ganas de vivir?» ¿O el perro guardián terminaría por morder la mano que le había dado de comer? Apretó la mandíbula y tensó todo el cuerpo. —Tranquilo, Malkom —susurró Kallen, y, acto seguido, le hundió los colmillos en el cuello y gimió de placer al succionar. Era un sonido tan familiar... Y el cuerpo de su amigo se estremeció igual que el del vampiro que lo había torturado de pequeño. La helada piel del príncipe empezó a entrar en calor pegada a la suya. «Traición.» Malkom estalló de rabia. «No lo puedo controlar.» Cogió a Kallen por los hombros y lo apartó. Lo miró a los ojos y supo que había llegado su final. —Perdóname, hermano. «Pero los que me traicionan, sólo lo hacen una vez.»
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CAPÍTULO 2
Prisión de los Inmortales En la actualidad
Hacía ya una semana que la habían secuestrado y que Carrow Graie se había despertado con dolor de cabeza, la boca seca y un grillete alrededor del cuello. A partir de ahí, las cosas habían ido de mal en peor. «Quizá esta noche sea la definitiva», pensó al ver que Fegley, un guardián bastante bobalicón, un perdedor sin huevos, la llevaba pasillo abajo hasta la celda que era su dormitorio. —Tienes los días contados, bruja —se burló el líder de los centauros cuando Carrow pasó junto a su celda. Él, al igual que las otras criaturas de la Tradición que estaban encerradas en aquella prisión para inmortales, creía que iban a matarla. —Cállate la boca, mula Francis —lo atacó ella, ganándose que Fegley le tirara de la cadena que llevaba alrededor del cuello. Carrow fulminó al mortal con la mirada y forcejó con las esposas—. Cuando recupere mis poderes, Fegley, te haré un hechizo para que te enamores de todo lo que salga de tu cuerpo. Cualquier cosa que segregues, querrás besarla con toda el alma. —Entonces, supongo que tengo suerte de que estés prisionera. —Volvió a tirar de la cadena del cuello; los mortales la llamaban torquímetro y servía para anular los poderes mágicos del inmortal y debilitarlo físicamente. Había uno para cada especie y
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así podían controlarlos. Incluso un mortal como Fegley podía darles órdenes—. Además, bruja, ¿qué te hace pensar que vivirás una hora más? «Si esta gente me ejecuta, me voy a cabrear de verdad.» Por desgracia, al parecer por ahí iban los tiros. Bueno, al menos no iban a torturarla, ni a hacer experimentos con ella. Maldición, si lo intentaran, al menos podría entender por qué se habían tomado la molestia de secuestrarla. Carrow era una de las pocas brujas que pertenecían a tres castas, pero no era ni mucho menos la más poderosa, a diferencia de su amiga, Mariketa la Esperada. Aunque se alegraba de que a Mari no la hubieran cogido, Carrow no entendía por qué habían ido precisamente a por ella... «¿Qué haría Ripley?» Siempre que estaba metida en un lío, Carrow se preguntaba qué haría Ellen Ripley, la protagonista de las cuatro películas de Alien. Ripley estudiaría al enemigo, analizaría el entorno y los recursos que tenía a su alcance, recurriría a la astucia para derrotar a los malos y escapar, y luego lo volaría todo por los aires. «Estudia al enemigo.» Por lo que Carrow había oído decir a los otros presos, aquel lugar pertenecía a la Orden, una misteriosa sociedad de soldados y científicos humanos que obedecían a un maestro llamado Declan Chase, también conocido como Hoja de Acero, que siempre iba acompañado del doctor Dixon, su perro fiel. La compañera de celda de Carrow, una hechicera, le había dicho que la Orden estaba decidida a eliminar a cualquier criatura o engendro inmortal de la faz de la Tierra. «¿El entorno?» Una prisión diseñada por el mismo diablo, con celdas con muros de acero por tres lados y un cristal irrompible en el cuarto. En cada celda había cuatro camastros, un retrete y un lavabo detrás de un biombo, y ninguna intimidad, pues la Orden había colocado cámaras en el techo y los grababan las veinticuatro horas del día. Aquella cárcel no se parecía a nada de lo que Carrow hubiese visto nunca, y eso que había estado encerrada en varios tugurios. Desde que estaba allí, todavía no se había duchado y llevaba puesta la misma ropa que el día que la secuestraron: su uniforme para salir de marcha. Este consistía en un top de cuello haber., una minifalda de piel negra y botas hasta los muslos. La comida empeoraba con cada día que pasaba y cada vez se oían más truenos. Además, allí dentro estaban haciendo experimentos con inmortales; algunos de ellos amigos suyos.
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«¿Recursos?» Carrow tenía exactamente cero coma cero recursos. En general, solía camelarse a los guardas de las prisiones, pero aquellos mortales parecían indiferentes a ella. Excepto Fegley, que por algún extraño motivo parecía despreciarla profundamente, como si se conocieran de antes. A pesar de que cada paso la acercaba más a lo que probablemente sería su muerte, observó con detenimiento todo lo que veía, en busca de una vía de escape. Pero lo único que descubrió fue un pasillo blindado tras otro y sus esperanzas se fueron desvaneciendo. Aquella cárcel era un laberinto; todas las salas estaban infestadas de cámaras y las celdas estaban a rebosar. Licántropos, valquirias, nobles hadas y el resto de sus aliados estaban mezclados con malvados invidias, vampiros caídos y demonios de fuego. En una celda, un contagioso goul mordió a otro y le desgarró la piel amarillenta. En otra, una succubae, una mujer demonio, se moría por falta de sexo. La Orden había secuestrado a más criaturas de las que era posible nombrar, y muchas de ellas tremendamente peligrosas, incluso letales. Como por ejemplo Uilleam MacRieve, un hombre lobo brutal. Los licántropos eran una de las razas con más fuerza física de la Tradición, pero con un torquímetro en el cuello a Uilleam le resultaba imposible despertar a la bestia de su interior. El guardián golpeó el cristal de las celdas con el garrote para reírse un rato, y los presos enloquecieron. Uilleam se lanzó contra la puerta de cabeza y se abrió la frente justo entre los ojos. Al cristal no le sucedió nada, pero el furioso rostro del licántropo se cubrió de sangre. En la celda de al lado había un enorme berserker, un fiero guerrero que ella había visto en alguna ocasión por Nueva Orleans. Parecía estar a punto de perder la razón. Carrow tragó saliva al ver a la compañera de celda del guerrero, una furia con extraños ojos violeta y colmillos más que evidentes. Las furias eran una especie sanguinaria, odio en estado puro. Y aquélla, con aquel par de alas negras, pertenecía a la letal raza de las arquefurias. La Orden no se andaba con chiquitas. Algunos de los prisioneros de aquella cárcel eran verdaderas leyendas, como por ejemplo el vampiro Lothaire, el Enemigo de lo Antiguo, con su pelo blanco y su aire siniestro. Siempre que los guardianes lo sedaban y se lo llevaban de allí, sus ojos rojos prometían vengarse de cualquiera que osara tocarlo. —Espabila, bruja —dijo Fegley—. O te presentaré a Billy.
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—Quizá me guste, he oído decir que es más listo que tú. —Se mordió la lengua cuando él volvió a tirar de la cadena. En cuanto llegaron a la entrada de la sala central de la cárcel, Carrow Graie vio que de allí salía otro pasillo que conducía a los despachos y a los laboratorios. Sin decir nada más, Fegley la metió en la última habitación, en lo que parecía ser un despacho moderno. «¿No es un laboratorio? ¿Dónde están los electrodos y las sierras eléctricas?» Detrás del escritorio había sentada una mujer de lo más normal. Llevaba una de esas gafas que parecen decir «Soy una zorra, más vale que te hagas a la idea». Esa debía de ser el doctor, o mejor dicho, la doctora Dixon. Detrás de ella había un hombre moreno, muy alto, mirando por la ventana. Tenía la vista fija en la noche, y sólo podía entreverse su perfil. Carrow trató de mirar fuera, para ver si así averiguaba dónde estaban, pero la lluvia golpeaba la ventana sin cesar. Por lo que cuchicheaban los presos, la cárcel se encontraba en medio de una isla gigante, a miles de kilómetros de cualquier parte. «Cómo no.» —Suéltale las manos —dijo el hombre alto sin volverse. Aunque sólo había dicho esas tres palabras, Carrow reconoció al instante a Declan Chase; tenía la voz cargada de odio y algo de acento irlandés. Fegley le quitó las esposas del mismo modo que se las había puesto: colocando encima su pulgar para que éstas identificaran su huella dactilar, y luego salió de la habitación por una puerta secreta que estaba oculta en una pared. Todo lo que había en aquel lugar, incluido el torquímetro que Carrow llevaba alrededor del cuello, funcionaba con huellas dactilares. Lo que significaba que tendría que cortarle el dedo a Fegley. «Genial.» Así tendría algo con lo que motivarse. —Me acuerdo de ti, Hoja de Acero —le dijo a Chase—. Sí. De cuando tú y tus hombres me electrocutasteis. Aquellos bastardos pagaron la fianza de Carrow, a la que habían encerrado, merecidamente, por comportamiento indebido, y luego se quedaron esperándola a las puertas del correccional del barrio francés de Nueva Orleans. La abatieron de camino a su casa con pistolas de descargas eléctricas, la amordazaron y le colocaron una bolsa negra en la cabeza. —¿Lo de la bolsa fue para darme miedo o algo por el estilo? «Porque funcionó.»
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Sin dignarse responderle, Chase la miró durante unos instantes. No la miraba a ella, sino a través de ella. El hombre tenía el pelo liso y negro, y demasiado largo. Unos mechones le ocultaban el rostro, pero Carrow creyó adivinar unas cicatrices. Sus ojos, al menos el que ella podía ver, eran grises. Iba vestido de oscuro de pies a cabeza, y gracias a unos guantes de piel y una chaqueta de cuello alto, no le quedaba ni un centímetro de piel al descubierto. A primera vista parecía frío como el hielo, aunque su aura decía a gritos que estaba como un cencerro. Aquél era el hombre que había sacado a la amiga de Carrow, Regin la Radiante, de su celda una y otra vez para torturarla. Siempre que le hacían daño a Regin, la valquiria irradiaba tanta energía que una tormenta de rayos caía sobre la prisión. Aquel tipo le había hecho mucho daño a Regin. —¿Te excita torturar hembras, Chase? —Aunque el razonamiento fuera algo retorcido, tenía sentido que un hombre tan frío se obsesionara con alguien tan alegre como Regin, que poseía belleza y ganas de vivir a raudales. Le pareció que Chase levantaba la comisura de los labios, igual que si esa frase tuviese un sentido especial para él. —¿Hembras? Sólo torturo a una cada vez. —¿Y ahora has decidido centrarte en Regin la Radiante? —Con el rabillo del ojo, vio que la doctora lo escudriñaba con la mirada, como si ella también sospechara que allí había algo más. Ah, así que de eso se trataba; Dixon estaba enamorada del señor Hoja de Acero. Carrow supuso que podía decirse que era un hombre atractivo, para ser un sádico, claro; pero aquello de llevar medio rostro oculto lo hacía parecer un muerto viviente. «Bueno, allá vosotros, sobre gustos no hay nada escrito.» Chase se limitó a encogerse de hombros y volvió a mirar por la ventana. La tensión que estaba conteniendo era tan evidente que Carrow se preguntó cómo podía mantenerse inmóvil. —Tengo que reconocer que hay que tenerlos bien puestos para atreverse a secuestrar a una valquiria —prosiguió ella—. Pero sus hermanas vendrán a buscarla. Y, ya puestos, tampoco deberías haber cabreado a la casa de las brujas. Los aquelarres encontrarán tu pequeña prisión y caerán sobre vosotros. —A pesar de que sonaba convencida, empezaba a sospechar que la isla era indetectable. A aquellas alturas, Mariketa ya tenía que estar enterada de que la habían secuestrado, y si su poderosa
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amiga no había conseguido dar con ella, ni había convencido a la adivina para que lo hiciera, entonces señal de que la prisión era imposible de encontrar. —¿En serio? —preguntó él tranquilo, demasiado tranquilo—. En ese caso, las añadiré a mi colección. —¿Colección? Dixon se apresuró a interrumpir. —El magistrado Chase sólo hace lo que tiene que hacer. Igual que todos nosotros. En cuanto los inmortales empezáis a confabular, los centinelas nos ponemos alerta; llevamos siglos haciéndolo. —¿Confabular? Dixon asintió. —Estáis planeando aniquilar a toda la humanidad y conquistar la Tierra. Carrow se quedó atónita. —¿De eso va todo esto? ¡Por todos los dioses, es ridículo! ¿Quieres saber un secreto? ¡No hemos tramado ningún plan para mataros, sencillamente, nos importáis un comino! ¡Humanos fanáticos! A veces los odiaba tanto... —Sabemos que se avecina una guerra entre vosotros —insistió Dixon—. Si no encontramos el modo de conteneros, terminaréis por destruirnos a todos. Carrow la fulminó con la mirada. —La verdad es que la idea empieza a gustarme. En especial si puedo ocuparme de mortales como tú. ¿Acaso no lo entiendes? Un humano fanático es un monstruo mucho más peligroso que cualquier criatura de la Tradición. —¿Más incluso que un libitinae? Los libitinae solían obligar a los hombres a elegir entre auto-castrarse o morir, sólo para pasar el rato. —¿O una neoptera? —prosiguió Dixon. Humanas con aspecto de insecto, una auténtica pesadilla. Al oírlas nombrar, Chase se tensó todavía más y le tembló un músculo de la mandíbula. Interesante. Para ver cómo reaccionaría, Carrow respondió:
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—No, tienes razón. Las neopteras son seres depravados. No matan a sus presas sino que los torturan durante horas. ¿A Chase le sudaba el labio superior? Si esas criaturas habían capturado a aquel hombre... Bueno, Carrow sabía perfectamente lo que hacían esos bichos con la piel de sus víctimas para pasarlo bien. Pensar en ello le revolvió el estómago. ¿Por eso llevaba Chase casi todo el cuerpo oculto bajo capas de ropa? ¿Cómo había logrado seguir cuerdo después de aquello? Si es que estaba cuerdo. Los presos chismorreaban constantemente sobre él; al parecer, odiaba que lo tocasen, y una vez lanzó al suelo a uno de los suyos que cometió el error de tocarle el hombro. Por eso llevaba guantes. A Carrow casi le dio un poco de lástima; hasta que Chase habló: —Y la bruja cree que es mejor que esas criaturas. «Y la bruja está hablando con un loco.» —Está bien, es evidente que es imposible razonar con vosotros, así que vayamos al grano. ¿Por qué me habéis secuestrado? —Nuestro objetivo no sólo es estudiarte —respondió Dixon—, sino también ocultar tu existencia. La mayoría de los inmortales pasan desapercibidos, pero tú presumes de tus poderes frente a los humanos. En el aquelarre la habían reñido varias veces por lo mismo. Pero tal como ella decía siempre, nunca lo hacía delante de humanos que estuvieran sobrios. —¿Por qué me habéis traído aquí esta noche? —Vas a ayudarnos a capturar a un demonio vampiro llamado Malkom Slaine. «Me juego veinte de los grandes a que no.» —¿Un dempiro? ¿De verdad creéis que existen? —les preguntó, haciéndose la tonta. Todos estaban convencidos de que los dempiros eran criaturas que no existían, un auténtico mito, hasta que el año anterior apareció uno en Nueva Orleans. Era increíblemente fuerte, y había conseguido derrotar a varias valquirias, que sobrevivieron al enfrentamiento por pura casualidad. Murió a manos del rey de los licántropos, y sólo porque se atrevió a amenazar a la mujer de éste. —Hay muy pocos, pero sabemos de la existencia de uno —explicó Dixon—. Irás a buscarlo y nos lo traerás.
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—¿Queréis que convenza a ese pobre desgraciado de que venga al matadero? —No tenemos intención de matarlo —dijo Dixon—. Sólo queremos descubrir sus puntos débiles. —Y averiguar de dónde ha salido, ¿eh? Dixon levantó las palmas de las manos. —Nosotros estamos interesados en todas las anomalías que se producen dentro de la Tradición. Anomalías. Vaya manera de decirlo. —Vive en Oblivion, una especie de plano infernal para los demonios. Los planos demoníacos no eran universos paralelos, sino territorios ocultos y perfectamente delimitados, que tenían su propio clima, su propia cultura y su demonarquía. La mayoría se regían por sistemas feudales y estaban muy anticuados. Digamos que allí no abundaban las nuevas tecnologías ni los derechos femeninos. —He oído hablar de ese lugar —dijo Carrow. Un basurero que antaño se había utilizado como cárcel de los peores criminales de la Tradición. Oblivion había sido el hogar de la demonarquía de los trothans antes de que los vampiros derrocasen a su familia real. —Hemos recopilado información sobre el objetivo, obtenida directamente de los trothans que tenemos presos. —¿Los habéis torturado? —preguntó, enarcando una ceja. —Todo lo contrario, nos lo contaron encantados. Al parecer, tu objetivo es una especie de hombre del saco para esa gente. Seguro que a ti tampoco te gustará demasiado. Es analfabeto, sucio, y un bruto. Además de un perturbado. —¿Llamas perturbado a alguien cuando tienes a ese tío a menos de dos metros? —se burló Carrow señalando a Chase. Aunque pareciera increíble, éste tensó los hombros y el cuello todavía más—. ¿Sabes qué, Dix?, no me estás convenciendo. La doctora apretó los labios. —Para conseguir tu objetivo, tienes que saber a qué te enfrentas. —¿Por qué yo? —Perteneces a la casta de las brujas hechiceras y eres muy atractiva. Lo más probable es que los demonios de ese plano no hayan visto nunca a una mujer como tú.
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—¿De ese plano? Querida, mejor di de todo el universo. Oh, incluidos los hombres de esta habitación. —También tenemos tu historial —soltó Dixon, a la que se le había acabado la paciencia—. En tus cuarenta y nueve años de vida, has hecho cosas muy valientes y también cosas muy estúpidas. Esta misión te va como anillo al dedo. En eso tenía razón. Y después de convertirse en inmortal a los veintitrés todavía fue a peor. —¿Por qué no vais a buscarlo vosotros mismos? —Está oculto en unas minas que hay en las montañas, y se las ha ingeniado para colocar varias trampas. Protege sus dominios con fervor. Y si bien no podemos sacarlo de allí por la fuerza, quizá podamos convencerlo de que lo haga por su propio pie. ¿Pretendían que desempeñara el papel de Dalila? «Ni hablar.» —Aunque os agradezco muchísimo que me hayáis invitado a formar parte de vuestra operación dempiro, me temo que voy a mandaros a la mierda. —¿Es tu respuesta definitiva? —preguntó Chase sin volverse. —Sí. Aun en el caso de que quisiera ayudaros, a mí lo de la táctica no se me da bien; yo soy más bien del cuerpo a cuerpo. —Carrow era en realidad general del ejército de las hechiceras—. Así que si queréis hablar de guerrillas urbanas, adelante. Pero lo de ir por las montañas es un infierno. —Ella odiaba el aire libre, exceptuando quizá las playas del Golfo. —Ya nos temíamos que no ibas a entenderlo —dijo Chase. ¿Se le habían dilatado las pupilas?—. Creo que lo que te mostraré ahora te dará una nueva perspectiva del asunto. —Se acercó al interfono que había en la pared y apretó un botón. La puerta oculta volvió a abrirse y entró Fegley. Sostenía en brazos a una niña que estaba inconsciente. La larga melena de la pequeña le tapaba el rostro. Llevaba una camiseta oscura, unos leggins, un pequeño tutu negro y botas de combate de su talla. Carrow tuvo un horrible presentimiento. «Que no sea Ruby.» Miró a Chase. —¿Ahora también tomas prisioneros a niños? «¿Cuántas niñas irían vestidas de esta manera?» —Si nos han dado una paliza y han asesinado a veinte soldados, sí —contestó Fegley asqueado, y lanzó a la niña hacia Carrow. Esta se precipitó a cogerla y fulminó al humano con la mirada. «Que no sea ella.»
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Al mirarla se quedó sin aliento. Era Ruby, la bruja de siete años que pertenecía a su aquelarre y con la que ella compartía lazos de sangre. —¿Dónde está su madre? —Amanda, una bruja de la casta de las guerreras, jamás se habría separado voluntariamente de su hija—. ¡Respóndeme, cerdo! —La pobre perdió la cabeza —se rió Fegley. ¿Amanda había muerto? —Ya tenía intención de matarte, Fegley —dijo Carrow entre dientes—, pero ahora voy a hacerlo muy despacio. El guardián se limitó a encogerse de hombros y abandonó el despacho, y ella no tuvo más remedio que controlar la frustración que sentía. En el pasado, habría podido electrocutarlo sólo tocándole la mano, y luego lo habría convertido en polvo. Esforzándose por mantener sus emociones a raya, Carrow centró su atención en la pequeña y le acarició el rostro. —¡Ruby, despierta! Nada. —Sólo esta sedada —explicó Dixon. Carrow abrazó a la niña. Respiraba con normalidad y el corazón le latía correctamente. —Ruby, cariño, abre los ojos. —De todas las pequeñas brujas que había en su aquelarre... En la casa de las brujas, éstas se dividían en grupos de edad. Ruby formaba parte de las más pequeñas, o de la pandilla, como ellas se llamaban a sí mismas. Pandilla en el sentido de El club de los Cinco, y no en plan Latin Kings. Carrow y Mariketa solían llevarlas a comprar chuches, les daban una dosis elevada de azúcar y luego las dejaban campar a sus anchas por la casa. Carrow y Mariketa, Crow y Kettle1 como las habían rebautizado, eran sus tías favoritas. Y Ruby era la preferida de Carrow, aunque no se lo había dicho a nadie. ¿Y cómo podía no serlo? La niña no le temía a nada y era muy inteligente; era adorable y se vestía como una bailarina punk. —Podría ser hija tuya —dijo Dixon intrigada. En el aquelarre todas las brujas eran parientes, pero Carrow y Ruby tenían un parentesco más cercano de lo habitual. La pequeña era prima segunda de ella y
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pertenecía a sus tres mismas castas, destacando la casta de las guerreras. «Igual que yo.» —¿Crow? —Los ojos verdes de Ruby parpadearon. —Estoy aquí, cariño. —Cuando las lágrimas de la niña empezaron a derramarse, Carrow sintió una punzada en el corazón—. Estoy aquí. Ruby se tensó en sus brazos y lloró desconsolada, con los ojos desorbitados. —¡Mamá me dijo que no los matara! Pe... pero cuando le hicieron daño, yo... fue sin querer. —Tenía la respiración entrecortada. —Tranquila, no pasa nada. Respira. —Cuando se excitaba demasiado, hiperventilaba y llegaba incluso a desmayarse—. No pasa nada, todo se arreglará — mintió ella acunándola—. Respira. —¡Le cortaron el cuello! —El pecho le subía y bajaba rápido, en busca de aire—. La vi... morir. Está muerta. —Ruby se quedó de nuevo inconsciente en brazos de Carrow y la cabeza le cayó hacia atrás. —¡Ruby! Por todos los dioses. —¿Amanda estaba muerta de verdad? El padre de Ruby había sido asesinado por unos magos malvados antes de que la pequeña naciera, de modo que ahora era huérfana. En el aquelarre no tenían por costumbre elegir padrinos o hablar de la custodia de sus descendientes. Los inmortales que no iban a la guerra no tenían que preocuparse por dejar huérfanos a sus hijos. Pero si Amanda hubiera ido a la guerra, habría querido que su pariente más cercana se hiciera cargo de Ruby. Y ésa era Carrow, la oveja negra de la familia. «Pobre cría.» A pesar de que a ella sus padres la habían tratado muy mal, se esforzaría por cumplir con sus obligaciones. Miró el lívido rostro de la niña y sintió algo nuevo; la sensación de que iban a compartir el futuro. Desde siempre, Carrow tenía un extraño don: el de adivinar cuando alguien entraba a formar parte de su vida para siempre. Sabía cuándo el destino de alguien iba a quedar irremediablemente unido al suyo. Y en aquel instante le sucedió. Pero si no había encontrado el modo de salir de allí estando sola, mucho menos iba a conseguirlo con una niña pequeña.
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—Acción reacción —dijo Chase—. Tú nos traes lo que queremos y las dos seréis libres. —Aunque seguía irradiando tensión, su voz sonaba monótona, con un acento apenas perceptible—. De lo contrario, ella morirá. Carrow se puso alerta. —Voy a llevarte a casa, pequeña —le susurró a Ruby al oído—. ¿Podré utilizar mis poderes? —le preguntó a Chase. —Desactivaremos el torquímetro durante la misión —contestó él. Aunque le quitaran aquel trasto, seguiría siendo incapaz de hacer un hechizo. Carrow necesitaba estar rodeada de mucha gente y de risas para poder hacer conjuros. En aquella cárcel se había quedado en dique seco. —Partirás mañana por la mañana y te quedarás en Oblivion durante seis días — explicó Dixon mientras ella seguía pensando—. Te ayudaré a hacer el equipaje esta misma noche. Podrás ducharte y se te proporcionará un dosier sobre el objetivo. —¿Tendré que pasarme casi una semana en el infierno? ¿Cómo se supone que voy a llegar a Oblivion? —La hechicera que comparte celda contigo, Melanthe, la Reina de la Persuasión, puede abrir un portal. «Tiene razón.» Melanthe podía abrir portales en cualquier parte. —Desactivaremos su torquímetro momentáneamente; habrá un equipo del SWAT apuntándola, y, evidentemente, nos quedaremos con Ruby para asegurarnos de que todo vaya según nuestro plan. «Vaya.» —Quiero que liberéis también a Lanthe y a Regin. —Imposible —negó la doctora. Si de verdad liberaban a Carrow, ella regresaría y salvaría a sus amigas. —Quiero que la Orden se comprometa a liberarnos a mí y a Ruby. —Tienes mi palabra —dijo la mujer. —No quiero tu palabra —se burló Carrow—. Quiero la de él. Chase se volvió a mirarla y, tras dudarlo un instante, asintió. —En ese caso, trato hecho —dijo ella. Chase entrecerró los ojos como si la bruja acabara de demostrarle que tenía razón en algo.
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—¿No te importa traicionar a alguien de tu propia especie? —Los demonios no son de mi especie —replicó Carrow—. Hablas de nosotros como si fuéramos animales. Él no volvió a mirarlas, ni a ella ni a la niña que llevaba en brazos, pero al salir de la habitación, sentenció con frialdad: —Porque eso es lo que sois.
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CAPÍTULO 3
Mamá
—
no va a regresar, ¿verdad? —susurró Ruby mientras Carrow la
acunaba entre sus brazos, sentada en el camastro. Hacía dos horas que se había despertado y se había puesto a llorar casi de inmediato. —Amanda está con Hécate, cariño. —¿No podemos hacerla volver? —No. Ya sabes que está prohibido. —A veces, Carrow se olvidaba de la magia que habitaba dentro del pequeño cuerpo de Ruby. La niña era incluso más poderosa que Mariketa antes de que ésta tuviera plena posesión de sus poderes. Al parecer, su último hechizo había sido torturar y asesinar a veinte hombres. —Mañana no vayas, Crow. Ella le había explicado que tenía que ir a cazar un demonio y que, a cambio de eso, los mortales las liberarían. —No quiero irme, pero la verdad es que no tengo elección. Mira, en el fondo será como si fuera una mercenaria. Saldré, haré algo de magia y recibiré una cosa a cambio. —Seguro que la niña entendería un acuerdo de ese tipo. Las brujas eran muy materialistas y desde muy temprana edad se las enseñaba a negociar con sus hechizos—. Y la hechicera cuidará muy bien de ti. Lanthe, que estaba tumbada en la litera de arriba, fingió suspirar exasperada. Antes había aceptado hacerse cargo de la pequeña con un escueto: «Oh, de acuerdo». Pero Carrow sospechaba que en realidad le gustaban los niños, y que lo mantenía en secreto para preservar su imagen de dura.
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Al fin y al cabo, era conocida como la Reina de la Persuasión, es decir, podía conseguir que cualquiera obedeciera sus deseos. En la Tradición, cuando a alguien la apodaban «reina» significaba que era la mejor en lo que hacía. A pesar de que las hechiceras y las brujas compartían ciertos antepasados, la mayoría de las hechiceras pertenecían a la Pravus, una alianza entre facciones maléficas que luchaba contra la Vertas, otra alianza relativamente buena a la que Carrow había terminado por unirse. Antes de afiliarse a su manera a la Vertas, Lanthe y su hermana habían estado en la primera línea de la Pravus. Pero, a pesar de todo, Carrow confiaba en ella. La bruja tenía una especie de sexto sentido con las personas, y la semana que había pasado encerrada en aquella celda con Lanthe había sido como toda una vida. Habían jugado al tres en raya con la condensación acumulada en las paredes de acero, se habían pasado horas babeando con lo guapo que era el rey Rydstrom, el nuevo cuñado de Lanthe, y habían compartido confidencias sobre lo poco que ligaban últimamente. Carrow había tenido varios amantes; más de dos y menos de cinco, y le bastaba con salir a pasear por la calle Bourbon para hacerse con otro, pero tenía sus motivos para aquel paréntesis coital. —¿Qué pasará cuando salgamos de aquí? —le preguntó Ruby. La niña confiaba mucho en ella. —Me ocuparé de ti. Vivirás conmigo. —«Nota para mí misma: buscar una casa para las dos.» Las brujas con niños no vivían en Andoain, y a Carrow le dio algo de pena pensar que iba a abandonar aquel enorme piso de solteras —su habitación era de las más codiciadas, pues tenía baño propio—, pero al ver el rostro de Ruby bañado en lágrimas, decidió que no le importaba. —Buscaremos un lugar cerca de Andoain para que puedas ir a la escuela de hechizos. Y te preparé el desayuno, pizza fría, cada mañana. Lanthe suspiró incrédula. —Sí que lo haré. Y cuando seas lo bastante mayor, te enseñaré todo lo que sé de la calle Bourbon. Ruby bostezó y empezaron a pesarle los párpados.
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—Hace un par de semanas, oí a unas brujas hablando de ti. Decían que eras descocada. En esa ocasión, de la litera de arriba salieron unas risas. —¿No dirían descontrolada? —«Cuánta razón tenían»—. Quizá, pero ya no volveré a descontrolarme. —«¿Qué tal te sienta madurar, bonita?» —¿Me das la mano hasta que me duerma? ¿Y te quedarás aquí hasta que me despierte? —Claro. —Quizá no se le había dado demasiado bien lo de ser responsable porque hasta entonces no había tenido práctica. Carrow había liderado ejércitos, pero nunca la había necesitado nadie. Ruby se quedó dormida en cuestión de minutos; su cuerpo fue relajándose, su rostro suavizándose. Ella esperó un poco más y luego se levantó para revisar de nuevo el equipaje y seguir estudiando el dossier. Lanthe bajó de la litera y Carrow pensó por enésima vez que la hechicera era perfecta. No se le notaba que llevara una semana encerrada, no tenía ni una arruga en la ropa. Claro que Lanthe lucía el uniforme de las hechiceras: un corpiño de metal con una falda de malla, todo ello sujeto por tiras de piel. Llevaba el pelo negro trenzado, y lo único que le faltaba eran los guantes de metal con garras incorporadas, y el antifaz con que solían taparse la cara. A Carrow le parecía curioso que los mortales hubieran dejado que los presos siguieran vestidos con sus ropas. Ella llevaba su atuendo para salir y todas sus joyas. —Van a traicionarte —le dijo Lanthe. ¿Acaso creía Carrow que Chase iba a romper su parte del trato? Por supuesto que sí. Pero también sabía que ella tenía que comportarse como si creyera que de verdad iba a soltarlas. ¿Qué iba a hacer Chase con dos brujas como ella y Ruby? Y, lo que era más importante, ¿qué otra alternativa tenía Carrow? —No lo sé con certeza —dijo, y empezó a inspeccionar el equipo que Dixon le había dado antes. Carrow exigió ir al almacén militar por sus cosas. Quizá la Orden tuviera los utensilios necesarios para que unos soldados de a pie hicieran una incursión, pero no tenían el kit básico de seducción para brujas. Así que después de lavar la ropa y ducharse por primera vez en una semana, Carrow estuvo lista.
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—Tanto si te traicionan como si no, estás perdiendo el tiempo, bruja. —Mira, sé que quizá no mantengan su palabra respecto a lo de soltarnos — contestó ella—, pero estoy completamente segura de que no la matarán. Lanthe suspiró y desvió la mirada hacia Ruby. —En ese caso, veamos, déjame ver el dossier. Se sentaron en el suelo con la espalda contra la pared, y Carrow lo abrió por la primera página; un resumen sobre el plano al que iba y su gente. —No me puedo creer que te manden a Oblivion. —La hechicera se estremeció. Oblivion era uno de los planos demoníacos, un lugar con tan pocos recursos que sólo los demonios más curtidos podían sobrevivir en él. Casi no había agua. No llovía, y la única agua que podía encontrarse circulaba por el subsuelo. Según aquellos documentos, la cultura trothana era una extraña mezcla entre esclavitud, violencia y crueldad, y los trothans seres brutales. Todavía existía una marcada diferencia de clases en su sociedad. Carrow apretó los labios. No le gustaban nada las diferencias de clase; fueran culturales o sociales. Ella había nacido en el seno de una familia que podía denominarse noble, pero prefería ocultarlo. «Y mis padres no tienen intención de descubrirme.» Cuando volvió la página y llegó a la sección de Malkom Slaine, su objetivo, Lanthe dijo: —Un dempiro, una de las criaturas más peligrosas de la Tradición, ¿fue creado a partir de un trothan? ¿De una de las especies inmortales más bárbaras? Carrow conocía a varios demonios muy educados, inteligentes y sexys, pero jamás había conocido a un trothan. —¿Y tienes que ir a buscarlo al infierno? Es como Rescate en Nueva York, sólo que te llevarás al malo. —Snake Plissken, a su servicio —contestó ella, mientras leía la información relativa a Slaine. Descripción: ojos azul claro. Musculatura bien definida. Más de dos metros. Cuernos negros que se curvan ligeramente encima de las orejas. Rasgos distintivos: un tatuaje serpenteante en su flanco derecho y los piercings típicos de los demonios. Origen: nació hace más de cuatrocientos años. Su madre era prostituta. Padre desconocido.
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Carrow sintió lástima de él. Vivir en Oblivion ya era de por sí malo, pero si además había tenido unos principios tan difíciles... Lideró la rebelión contra los vampiros hasta que fue capturado. Lo transformaron en scârba (dempiro). Antes de escapar de las mazmorras de los vampiros, decapitó a Kallen el Justo, el príncipe demonio de los trothans, y también al Virrey, el emisario de los vampiros. Carrow frunció el cejo. —¿Por qué mataría a dos líderes potenciales si luego no iba a hacerse cargo de la demonarquía? —Personalmente, a mí me parece una pérdida de tiempo —dijo Lanthe. Lleva tres siglos escondiéndose de los trothans. No se le conocen cómplices. Soltero. Ocupación actual: defender su territorio, las minas de agua de Oblivion. Habilidades: entrenamiento militar, técnicas de supervivencia, experiencia en fuerzas de comando. —¿Soltero? —dijo Carrow—. ¿Es que en esa demonarquía se casan? —La mayoría de los demonios no lo hacían, en especial si pertenecían a una de las especies con almas gemelas predestinadas. —Al menos no tendrás que preocuparte por la competencia. —A no ser que se haya montado un harén en esas minas. Puede que tenga a un par de novias escondidas ahí abajo —replicó ella enarcando una ceja al leer el siguiente punto. Idiomas: demoníaco y algo de latín. En un informe se decía que lo habían oído hablar inglés en una ocasión, pero no se había podido confirmar. —¿Cómo se supone que voy a comunicarme con él? —El demoníaco que sabía Carrow era muy básico. Se reducía a unos cuantos tacos y a pedir una copa. —¿Con el lenguaje del amor? —sugirió Lanthe. —Mira su perfil psicológico. Se enfada con facilidad, reacciona con brusquedad. Es violento y territorial. —¿Perfil psicológico? ¿Eso no es lo que les hacen a los asesinos en serie? Ella asintió. —Dixon me dijo que Slaine era el hombre del saco de los trothans. —Bueno, dime que te desactivarán el torquímetro.
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—Sí. —«Y de qué me servirá si allí no habrá nadie contento.» La magia de Mariketa se basaba en la adrenalina, pero la de Carrow se alimentaba de las emociones, en especial de la felicidad. Una sala llena de risas era como un festín para sus poderes. —Pues entonces hazle un hechizo de amor —dijo Lanthe. —No funciona si yo soy la otra parte. —De todos era sabido que ella vendía hechizos de amor, lo que casi nadie sabía era que el hechizo era siempre para la persona que lo compraba. Como por ejemplo una vez en que un hombre, consciente de que estaba con una buena mujer, fue a ver a Carrow Graie porque tenía miedo de serle infiel y le pidió uno—. Y lo más probable es que tampoco tenga poderes. —¿Vas a ir a Oblivion sin magia, bruja? Entonces supongo que recurrirás a la fuerza bruta para defenderte. Las brujas y las hechiceras eran dos de las especies más débiles, físicamente hablando, de la Tradición. —¿Y qué me dices del dempiro? —prosiguió Lanthe—. Si no lo convences de que se acerque al portal, podría retenerte allí por la fuerza y convertirte en su mascota. —He tenido novios peores —contestó Carrow muy seria. Las dos se echaron a reír. Humor carcelario. Terminaron de leer el informe y la hechicera hizo un resumen de Malkom Slaine: —Un peligroso y malvado demonio. —Miró a Carrow curiosa—. ¿De verdad piensas seguir adelante con esto? —Está chupado —respondió ella, segura de sí misma. Carrow siempre había seguido sus instintos y siempre conseguía lo que quería. En más de una ocasión terminaba en la cárcel, pero al final siempre salía adelante—. Pero si por alguna razón no lo consigo —miró a Ruby—, ¿te asegurarás de que regrese a la casa de las brujas? —Lo haré —prometió Lanthe—. Pero procura no llegar a ese extremo. Un grito resonó de repente en el pasillo. —Otro al que tampoco le ha gustado el pan duro —se burló Carrow. Acto seguido, se oyó el inequívoco sonido de una pelea, acompañada de unos silbidos. Lanthe se puso en pie de un salto. —Un vrekener. Los vrekeners eran unos ángeles demoníacos que tenían alas, cuernos y colmillos.
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Al cabo de unos segundos, unos guardianes pasaron por delante de la celda de ellas arrastrando a un demonio alado. Éste se quedó mirando a Lanthe con ojos atormentados y mostrándole los colmillos. Le habían atado las alas. Sólo dijo una palabra: —Pronto. La hechicera se estremeció. —Deduzco que os conocéis —comentó Carrow. —¿Me creerías si te dijera que Thronos y yo somos amigos de la infancia? Carrow levantó las cejas. —No quiero saber pues cómo eran tus enemigos. —El muy idiota, seguro que se ha dejado capturar para estar conmigo. —¿Y quieres contarme por qué ha hecho tal cosa? —Quizá otro día. Por ahora, centrémonos en tu hombre desquiciado. Carrow suspiró y se puso seria. —Quizá no salga viva de ésta. En vez de tranquilizada y decirle que lo conseguiría, Lanthe dijo: —Es poco probable.
Tierras perdidas, Oblivion Año 601 de la restauración de Trothan
«Pronto vendrán a matarme», pensó Malkom mientras tensaba las cuerdas de las trampas que había preparado. Tras ocultar el mecanismo, regresó a su escondite en lo alto de la montaña y se quedó mirando el Bosque de los Huesos y el vasto desierto que se extendía a sus pies; el soleado desierto que no podría volver a cruzar jamás por culpa de su naturaleza vampírica. A lo lejos, en la Ciudad de las Cenizas, ardían piras expiatorias. Sus conciudadanos seguían ofreciendo sacrificios a los dioses oscuros para que éstos
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terminaran con Malkom. Lo habían acusado de ser un asesino sanguinario, un fugitivo de la justicia, una abominación. Y todo ello era verdad. Lo que más querían en el mundo era quemarlo en una de aquellas piras para sacrificios. Y ahora que estaban desesperados por encontrar agua, todavía más, pues Malkom controlaba todas y cada una de las gotas del preciado líquido. Pronto irían tras él; estaban a punto de quedarse secos. Atravesarían el desierto que los había protegido de Malkom. A pesar de que éste podía viajar por aquellas montañas cubiertas de ceniza durante el día, en el desierto y en la ciudad apenas soplaba el viento, y carecían de sombras. No podía cruzar toda aquella distancia en una sola noche. La única vez que lo había hecho, el día que huyó de una multitud embravecida de trothans, casi trescientos años atrás, estuvo a punto de morir. Así que cortó el suministro de agua de la ciudad para obligarlos a que fueran tras él, consciente de que su líder sería Ronath el Armero, el demonio que había asumido el mando después de que los vampiros huyeran de aquel plano tras la muerte del Virrey. El traidor que vivía en la opulenta mansión de éste. «Yo mismo me he ocupado de eliminar los obstáculos de su camino. Tanto Kallen como el Virrey murieron por mi culpa.» Malkom odiaba a los vampiros, pero al menos ellos eran fieles a su naturaleza. ¿El Armero y sus hombres? Malkom se acordaba de que Ronath lo había saludado con afecto justo antes de atacarlo, justo antes de traicionar a su propio príncipe. «Kallen, mi único amigo.» Al recordar su muerte, un dolor amargo hizo presa de él. «Tan agudo como el día en que lo maté.» El viento sopló y la noche solitaria descendió sobre él. Malkom soltó una maldición. Nunca se atreverían a atacarlo a oscuras. Y ahora otra larga y solitaria noche se extendía delante de él. Había sobrevivido a miles de noches como aquélla. Se dio media vuelta y regresó a su guarida en las minas; los esperaría allí, solo, en silencio, con la mirada fija en las rocas húmedas. El tiempo pasaba muy despacio en las montañas y la soledad empezaba a pasarle factura.
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Se consoló diciéndose que, de un modo u otro, su desgraciada existencia estaba a punto de terminar.
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CAPÍTULO 4
T
— ú no puedes venir, cariño —le dijo Carrow a Ruby, que la miraba enfadada desde la cama—. Oblivion no es lugar para niños. En algún momento entre la noche anterior y aquella mañana, la pequeña bruja había decidido que no iba a separarse de Carrow. Esta se había pasado la noche despierta, pendiente de si la niña la necesitaba, o por si se despertaba echando de menos a su madre. En esos momentos estaba exhausta y sabía que tendría que recuperar fuerzas para su misión, pero anteponer las necesidades de Ruby a las suyas le había sido imposible de un modo que no estaba dispuesta a analizar. —¿Mami? —había murmurado Ruby dormida en mitad de la noche. —No pasa nada, cariño. Vuelve a dormirte —le dijo Carrow al borde de las lágrimas. Pero en cuanto se despertó, la niña encadenó una pataleta tras otra. Al menos, por el momento no se había desmayado. —¿Por qué tienes que irte precisamente esta mañana? —quiso saber. —Cuanto antes me vaya, antes regresaré. La doctora Dixon se quedará contigo hasta que Lanthe regrese, ¿de acuerdo? Ruby se cruzó de brazos y levantó la barbilla. —No vas a abandonarme aquí. Si lo haces, te haré un conjuro para que huelas fatal durante toda la eternidad. Carrow la riñó.
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—Eres mala, muy mala. —«Creo que fui yo quien le enseñó a decir cosas así»—. Pero aquí no puedes hacer conjuros, ¿te acuerdas de lo que te conté sobre el collar que llevas puesto? —Tienes que ser más estricta con ella —apuntó Lanthe desde detrás de ellas. Antes, cuando Ruby se había puesto a llorar, Carrow había conseguido solventar el problema con un soborno puramente consumista. Un viaje con todos los gastos pagados a Disney World con sus amigas, un mono, un robot, una rampa para patinar. Estaba chupado. —Yo perdí a mis padres cuando tenía más o menos su edad —añadió la hechicera. «Qué curioso, yo también», pensó Carrow, pero se sacudió esos recuerdos de encima. No podía permitirse el lujo de recrearse en el pasado. Miró a Ruby y volvió a darse cuenta de que ahora tenía una enorme responsabilidad. Alguien dependía enteramente de ella. —Te portarás bien con la señorita Lanthe, ¿no? —¿Señorita Lanthe? —repitió ésta, cuyos ojos azules brillaban peligrosamente—. ¿Por qué no me compras también un mono-volumen, unos vaqueros de madre moderna, y me pegas un tiro en la frente? —Te compensaré cuando salgamos de aquí, ¿de acuerdo? —le dijo Carrow ignorando el sarcasmo. La hechicera jugó con una de sus trenzas. —Mis honorarios de canguro son cien mil dólares la hora. —Anótalo en mi cuenta. Se oyeron unas pisadas provenientes del pasillo. «Vienen a por mí.» Ruby también las oyó y saltó de la cama para aferrarse a las piernas de Carrow. Ésta la levantó y le dio un abrazo. La niña la apretó con fuerza y escondió el rostro empapado de lágrimas en el hueco de su cuello. Carrow hizo un esfuerzo por no echarse a llorar ella también. —Prométeme que regresarás —susurró Ruby arrastrando las palabras como si fuera un bebé. Carrow sabía menos que nada acerca de cómo criar a un hijo, pero sospechaba que aquella regresión no podía ser buena, y menos teniendo en cuenta las circunstancias en que se encontraban. La apartó para poder mirarla a los ojos.
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—Te juro por la Tradición que volveré a buscarte. Me crees, ¿no? La pequeña asintió con la cabeza. Fegley, la doctora Dixon y un contingente de soldados armados llegaron a la celda y abrieron la puerta de cristal. La mujer levantó los brazos para coger a Ruby, pero Carrow abrazó a la niña con fuerza. —Si le pasa algo, las culpas recaerán sobre ti, Dixon —le advirtió también con la mirada, consciente de que debía de echar chispas por los ojos. A Carrow no le cambiaba el color de los iris con las emociones, sino que empezaban a brillarle y destellaban como estrellas. En aquel mismo instante los tenía resplandecientes, y seguro que la humana estaba flipando. La doctora la miró estupefacta. —Tal... tal como acordamos —respondió. Diez minutos más tarde, Carrow iba sentada en uno de los cinco Hummers que formaban el convoy de Fegley. Mientras el vehículo iba dando saltos por el camino, ella miró la lluvia que caía con fuerza contra la ventana. Recordó el sonido de los gritos de Ruby. «¿Cómo es posible que ya la eche de menos? Es como si me hubiesen arrancado el corazón.» Se obligó a centrarse y se dedicó a escrutar los alrededores. El camino se adentraba por un bosque húmedo repleto de árboles. Los troncos que había en el suelo estaban cubiertos de liquen y musgo, lo que le daba un aspecto difuminado y verdoso al paisaje, pues esos hongos recubrían todo lo que se estaba quieto. Parecía una vegetación propia del noroeste del Pacífico. O de Tasmania. «Afina un poco más, Carrow.» El paisaje era típicamente costero, lo que encajaba con los rumores que decían que la Orden se había establecido cerca del mar, rodeados de grandes tiburones blancos para evitar así que los inmortales quisieran huir por agua. Buscó con la mirada cualquier pista geográfica y trató de prepararse mentalmente para la misión. Repasó todo lo que había leído en el informe. Malkom Slaine la tenía muy intrigada. ¿Qué le había pasado después de convertirse en dempiro? ¿Sería un vampiro o seguiría predominando su naturaleza demoníaca? ¿Había estado solo todos aquellos años?
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¿Acaso la Orden pretendía que se acostara con él para así convencerlo de que saliera de su escondite? Carrow no recordaba la última vez que había tenido un amante; de haber sabido que se encontraría en aquella circunstancia, habría prestado más atención. A muy temprana edad, había aprendido que el sexo no hacía necesariamente felices a todos los machos. Los hacía sentir bien, relajados, pero no tenía por qué hacerlos felices. Existía el sexo rabioso, el sexo inseguro, el sexo reivindicativo. Algunos lo necesitaban para sentirse reafirmados, otros lo hacían para darse importancia, pero la mayoría sólo veían a Carrow como una conquista más. Si ella sabía de entrada que el macho en cuestión no iba a satisfacer sus necesidades, ya no perdía el tiempo con él. Pero, al parecer, ahora no iba a poder permitirse el lujo de ser selectiva. El convoy por fin se detuvo y los vehículos aparcaron alrededor de un descampado rodeado por cinco rocas de idéntico tamaño. En cuanto bajó del Hummer, Carrow sintió el poder que imbuía aquel lugar, la sacralidad. Levantó la vista hacia la lluvia constante que le empapaba las botas de piel y la falda, y recordó lo mucho que odiaba estar al aire libre. Para ella, la frase «el maravilloso aire fresco» era tan contradictoria como la de «auténtico mito». La noche anterior, Dixon le había sugerido que se cambiara las botas —las que llevaba le habían costado dos mil dólares y le llegaban por encima de la rodilla— por unas de combate. —¿Quieres que parezca una hechicera o una guerrera? —le preguntó ella algo molesta—. Elige una casta, la que quieras, mortal. Personalmente, creo que tengo mayores probabilidades de éxito si voy como hechicera. Y las botas sexys son un requisito indispensable para ello. Carrow miró el barro que iba subiéndole por las suelas, pero se moriría antes que darle la razón a un humano. Fegley tiró de la cadena que Lanthe llevaba alrededor del cuello y la sacó de otro vehículo. Aquel tipo estaba cavando su propia tumba. Empujó a la hechicera hasta el descampado y la crueldad que emanaba del guardián permitió que Carrow averiguara algo más acerca de él. Era un hombre inseguro, que odiaba profundamente al sexo femenino. Aquel trabajo le otorgaba una posición de poder que jamás conseguiría de otro modo.
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«Disfrútalo mientras puedas.» La muerte de Fegley era sólo cuestión de tiempo. En cuanto Carrow tuviera a Ruby sana y salva en Andoain, regresaría allí y les patearía el trasero. —Ponte en marcha —le ordenó Fegley a Lanthe—. Tienes dos minutos. Intenta algo y los francotiradores te volarán la tapa de los sesos. La hechicera lo fulminó con la mirada y levantó las manos. Una iridiscente luz azul no tardó en aparecer en sus palmas. A medida que iba abriendo el portal, su rostro se iba deformando de dolor. El vórtice negro apareció de la nada en medio del aire. —Ten cuidado, bruja —le dijo Lanthe apretando los dientes. —Lo tendré. —Se colgó la mochila del hombro y se dispuso a cruzar el portal—. Cuida de mi pequeña hasta mi regreso. —«Mi pequeña.» En cuanto terminó de decirlo, supo que era verdad. Ruby era suya. Y siempre lo sería. —Cuidaré de ella —le prometió la otra, pero luego desvió la vista. ¿La hechicera creía que no iba a volver? Antes de que pudiera preguntárselo, Fegley se plantó entre las dos. —Tienes seis días para conseguir que tu objetivo venga al portal. Hasta el sábado por la noche, medianoche como muy tarde. Hora de Oblivion. Tu torquímetro se reactivará una hora antes. Si apareces sin Slaine, te cerraremos la puerta en las narices. Y una última cosa, no le llames por su nombre o sabrá que eres una espía, ¿está claro? —Tendré que conformarme con lo que tú has sido capaz de explicarme, idiota. ¿Algo más? El guardián le sonrió, satisfecho de sí mismo. —Sí, si el demonio descubre lo que estás tramando, te cortará la cabeza y la clavará en la pica más alta. —Carrow seguía atónita cuando el desgraciado la cogió por el hombro—. Y ahora, bruja, vete al infierno. Literalmente. Y la empujó hacia el abismo.
Tierras perdidas, Oblivion
Ni rastro de Ronath. El atardecer se estaba acercando y otra noche empezaba a acecharlo.
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Malkom dejó de pasear de un lado a otro y se dedicó a mirar de nuevo el desierto. Tenía el presentimiento de que iba a ocurrir algo importante, como si el destino fuera a intervenir, y en su caso eso siempre implicaba que iba a salir mal parado. —¡Da la cara, Armero! —gritó furioso. Sólo el viento respondió. Suspiró desanimado y se dio media vuelta para regresar a su guarida; de camino cogió un pájaro para cenar. Volvió a darse cuenta de que la caza estaba mermando. A pesar de que Malkom poseía una velocidad sobrehumana, cada vez le resultaba más difícil alimentarse con lo que encontraba allí. Clac. Rompió el cuello del pájaro con los dedos y, a pesar de los aullidos del viento, pudo oír el sonido. Con suma facilidad, separó la cabeza del resto del cuerpo, y luego se llevó el sangriento cuello del ave a los labios para satisfacer su necesidad vampírica de beber sangre. Cuando llegara a la cueva, cocinaría la carne para alimentar al demonio. Bajó el brazo; había sentido un cosquilleo en las orejas. Tenía los sentidos tan a flor de piel que notó que se abría un portal, detectó la alteración al pie de su montaña, justo delante del círculo que formaban aquellas cinco rocas que señalaban el lugar exacto de la entrada. Dispuesto a investigar, se preparó para teletransportarse al círculo. Nada. Incluso después de tanto tiempo, seguía olvidando que era incapaz de rastrear. Había perdido aquella habilidad cuando lo convirtieron en dempiro.
No tenía importancia. Malkom era muy rápido y podía llegar al bosque en cuestión de minutos. Que se abriera un portal sólo podía significar dos cosas. Una, que habían decidido enviar a más mortales para capturarlo. Si Malkom hubiera aprendido a reír, lo haría. Siempre que algún humano aparecía por allí e invadía su montaña, él lo desmembraba y colgaba las distintas partes del cuerpo lo más cerca posible del campamento de sus compañeros. Cuando éstos le suplicaban por sus vidas siempre lo hacían en inglés, la lengua de los vampiros, lo que los sentenciaba definitivamente. Aunque Malkom reconocía el idioma, no lo entendía, pues llevaba siglos sin hablarlo, pero a pesar de todo, se enfurecía sólo con oírlo.
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¿Y qué otra cosa podía significar? El portal también servía para mandar al exilio a los criminales de la Tradición. Lo que no sabían aquellos pobres desgraciados era que allí iban a ser juzgados de nuevo. Sonrió, consciente de que su rostro daba miedo. «Y yo soy el juez.»
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CAPÍTULO 5
Carrow aterrizó encima de una montaña de esqueletos con tanta fuerza que se quedó sin respiración y varios huesos salieron pulverizados por los aires. Se quedó tumbada unos valiosísimos segundos y trató de controlar el miedo que la atenazaba al sentir que se ahogaba. Esperó... Cuando notó que los pulmones le volvían a funcionar con normalidad, respiró hondo y empezó a toser al instante. Por culpa del viento que se había levantado, el aire estaba acre. Se puso en pie y dio una patada a un par de fémures para apartarlos de su camino. «Así que éste es el aspecto que tiene el infierno.» Tras el círculo de rocas, idéntico al que había en el mundo de los humanos, se extendía un páramo como nunca se lo habría imaginado. Encima de ella, el cielo era marrón con remolinos de humo y polvo. A su espalda había un desierto que llegaba hasta el horizonte. El suelo estaba plagado de piedras resplandecientes cuyo interior parecía lleno de lava. A su derecha e izquierda había grietas que atravesaban la tierra como cicatrices y de las que salía humo y azufre. Delante, lo que parecía ser un bosque, pero los árboles estaban petrificados y su color hacía juego con el de los huesos que había esparcidos por todas partes. Allí no había ni rastro del color verde, pero se encontraban en cambio todas las gradaciones de marrón, blanco amarfilado y ceniza. A varios kilómetros de distancia, más allá de bosque, se erguía una única montaña con tres picos. La montaña del dempiro: el destino de Carrow.
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Por desgracia, aquel lugar parecía estar muy habitado. En el desierto había unos ciempiés gigantes cavando peligrosos túneles por entre las dunas y cambiando constantemente de dirección. Las grietas estaban repletas de bichos que se arrastraban y, a pesar de lo fuerte que soplaba el viento, Carrow podía oír a las criaturas que vivían en el bosque. Y todo eso, en aquel infierno, no podía ser buena señal. ¿Cómo se suponía que iba a escapar de todos esos seres y llegar hasta la montaña? Recordó las palabras de Fegley: «... te cortará la cabeza y la clavará en la pica más alta». Su única salida era encontrar a Slaine. Pero dar con él le llevaría probablemente más de los seis días que tenía de margen. En medio de los barrancos de la montaña empezaron a aparecer unas sombras. ¿Gouls? ¡No, por favor! Los gouls eran una especie de zombis, unos psicópatas empeñados en aumentar el número de afiliados a su club. Contagiaban su patología a través de mordiscos y arañazos. Necesitaban infectar a otros para sobrevivir. «¿Analizar los alrededores?» Tenía ciempiés gigantes a su espalda, un bosque habitado por bichos asquerosos delante, y gouls a sus flancos. En cuanto estos últimos empezaron a acercársele, Carrow no tuvo más remedio que salir corriendo hacia el bosque, mirándolos de reojo mientras huía. Los gouls eran criaturas muy resistentes que podían correr durante horas tras su presa a la misma velocidad. Carrow tenía más fuerza y aguante que un humano, pero no podía compararse con una valquiria o una furia. ¿Qué podía hacer para quitárselos de encima? Se le ocurrió una idea, pero los gouls fueron aminorando la marcha por sí solos. De hecho, cuando ella llegó al bosque, se detuvieron en seco. Después de cruzar la primera arboleda, se dio media vuelta y los vio parados mirándola recelosos. Algo los había asustado. Tarde o temprano reanudarían la persecución, pensó Carrow, y como no creía que pudiera haber nada peor que la panda de zombis que le andaban pisando los talones, siguió adelante. Se abrió camino por entre las rocas y los troncos de los árboles, y aceleró el ritmo en cuanto le fue posible. Le quemaban los pulmones, los músculos de su cuerpo se quejaban a gritos...
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Justo cuando pensó que estaba a salvo, vio que algo se movía por entre los árboles. Una nueva amenaza. Múltiples pares de ojos brillaron en las sombras. Estaba rodeada. Carrow podía sentir sus emociones. Y la que predominaba por encima de todas era la lujuria. Estrecharon el círculo y la obligaron a detenerse, y fue entonces cuando vio que como mínimo eran una docena y que tenían distintas formas y tamaños. Recordaban a humanos, pero tenían cuernos y colmillos en ambos maxilares. Lo que significaba que eran demonios. Giró sobre sí misma, respiró hondo y se dispuso a hablar sin saber si la entenderían. Sabía que los demonios autóctonos probablemente no lo hicieran. Pero antes de que pudiera decir ni una palabra, el más pequeño la apuntó con una lanza. Parpadeaba tan rápido que Carrow se preguntó si aquel demonio veía el mundo como si fuera una proyección de cine mudo. —¿Es una mortal, Asmodel? —preguntó. No eran nativos, probablemente fueran criminales desterrados. El mal estado de su ropa evidenciaba que llevaban allí bastante tiempo. El más alto, el tal Asmodel, respondió: —Huele a inmortal. —Con el dorso de la mano se secó la baba—. Es la primera hembra que he visto en las tierras perdidas. La primera. ¿Allí no había hembras? Pues aquellos criminales seguro que eran muy duros, en más de un sentido. «Genial.» Carrow adoptó su pose más descarada y les dijo: —Soy inmortal. Pertenezco a la poderosa casa de las brujas. —Por desgracia, se sentía insegura, sucia y desaliñada. No tenía pinta de ser una bruja poderosa en absoluto. —Entonces, ¿por qué no nos has atacado? —le preguntó uno que tenía la piel verde. Aunque le habían desactivado el torquímetro, Carrow seguía sin tener poderes. «Necesito algo de felicidad, muchachos.» —Una idea excelente, demonio. —«Eso, Carrow, hazte la valiente»—. Pero si me dejáis pasar, quizá os perdone la vida. De lo contrario, no sé si convertiré vuestras vísceras en nidos de víboras, o vuestros huesos en arena.
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Los demonios ni se inmutaron e, ignorándola por completo, se pusieron a hablar entre ellos. Estaba claro lo que pretendían hacerle, incluso antes de que el más pequeño dijera: —Yo seré el primero. —Y una mierda, Sneethy —le espetó Asmodel. Carrow se estremeció. No tenía con qué defenderse, y tampoco tenía adonde huir. «¡Sé atrevida!» Levantó las palmas de las manos y los amenazó: —Veo que no me dejáis elección. Rendios ahora o... Sneethy vio que era un farol y le arrebató la mochila arañándole de paso el hombro. —¡Eh! —protestó ella, y cuando vio que empezaba a husmear en sus pertenencias, añadió—: Ve a hacer de Yoda con las cosas de otro, cerdo. El demonio no le hizo ni caso y repartió sus barritas energéticas entre todos. Se las terminaron antes de que él consiguiera abrir la cantimplora. Pero la alegría del demonio duró poco y se tensó al olfatear algo. —Se está acercando —dijo en un tono bajo que denotaba miedo y asombro al mismo tiempo—. Pero si no nos hemos metido en su territorio. ¿De qué estaban hablando? —¡Tenemos que irnos ahora mismo! —exclamó el demonio verde, con expresión asustada. Asmodel se acercó a Carrow. —Yo no me voy a ninguna parte sin ella. —Babeó todavía más—. ¡Seguro que valdrá su peso en agua! Incluso después de que la hayamos usado. —¿Estás dispuesto a correr el riesgo de enfrentarte a él? —preguntó Sneethy. Eso parecía, porque el tal Asmodel la cogió por el brazo. Carrow le dio una patada en el empeine, pero él ni siquiera reaccionó. Y, pese a que forcejeó con todas sus fuerzas, el demonio la arrastró hasta el bosque. —¡Deja de resistirte! —le ordenó—. Serás nuestra concubina o te daré de comer a la bestia. Ya se está acercando. ¿Qué diablos era aquella criatura que había conseguido asustar tanto a los demonios? Se adentraron en un bosquecillo de árboles jóvenes petrificados; los que habían decidido huir iban delante, los más lentos se estaban quedando rezagados.
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Aquellos árboles habían crecido tan pegados unos a otros que era como si estuvieran atravesando un maizal. Buen escondite. Pero ellos se pusieron todavía más nerviosos, prepararon sus armas y se agazaparon. Asmodel sacó un garrote de madera del cinturón. Sneethy volvió a olfatear el aire y suspiró al tiempo que levantaba la lanza. El demonio verde desenvainó un puñal de caza y farfulló: —Nos está acechando. ¿Un demonio que tenía miedo de que lo siguieran? Carrow oyó un grito desgarrador a sus espaldas y abrió los ojos como platos. Dejó de oponer resistencia y corrió con el resto de los demonios, e, igual que ellos, iba mirando hacia atrás de vez en cuando. Entonces, justo en medio del camino, se encontraron con uno de los demonios que los había adelantado en la huida... decapitado. Y tan recientemente que su cuerpo seguía de rodillas. El cadáver se desplomó y cayó al suelo. —La bestia está jugando con nosotros —bufó Asmodel furioso. Se oyó otro grito tras ellos. Apenas habían dado una docena de pasos cuando algo que sonó como un bumerán pasó por encima de sus cabezas. De la cosa caían gotas de sangre. La bestia había lanzado una pierna recién cortada, y la extremidad aterrizó delante de ellos. Al lado de la misma había dos demonios muertos, uno encima de otro, también sin cabeza. ¡Se la habían arrancado con las manos! —Ha matado a dos de un solo golpe. —Asmodel tragó saliva y apartó a Carrow de en medio para buscar una salida. ¿Una criatura había dejado sin cabeza a dos inmortales de un solo golpe? ¿Y luego le había arrancado la pierna a otro? —No, no puede ser uno solo —dijo ella. No paraban de morir demonios por todos lados, los gritos se elevaban como un coro. —Lo es —afirmó Asmodel—. La bestia. Los sonidos característicos de una carnicería se oyeron entre los árboles: huesos al romperse, la carne desgarrada. Carrow temblaba demasiado como para correr y tropezó dos veces seguidas.
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Finalmente, Asmodel la abandonó y, pensando sólo en sí mismo, salió corriendo entre los árboles. Los pocos demonios que quedaban lo imitaron, y huyeron en distintas direcciones. Carrow fue tras Asmodel, el más grande, mientras oía que los demás seguían gritando. Entonces se detuvo y sin dar crédito a lo que veía, parpadeó a través del humo. Delante de ella, una especie de sombra cogió a Asmodel con pasmosa velocidad. Fue como si al demonio lo capturara una fuerza invisible. Y, fuera lo que fuese, lo partió por la mitad en el aire, lanzando ambas mitades a lado y lado y salpicando la arena de sangre. El demonio ni siquiera tuvo tiempo de gritar. La sombra desapareció y se hizo el silencio. Lo único que se oía era el viento. ¿Habían muerto todos? ¿O estaban escondidos? ¿Qué era aquella cosa? Carrow aguzó la mirada. Percibió algo y, al volverse, se tropezó con un torso decapitado y sin piernas, y aterrizó en medio de un charco de vísceras. Sneethy. Lo reconoció por la lanza que todavía sujetaba entre las manos. Le sobrevino una arcada y gateó como pudo hasta un sendero con vegetación petrificada. Su primera reacción fue hacerse un ovillo y esconderse allí. ¿De qué serviría huir? La muerte acechaba por todos lados. Entonces se avergonzó de sí misma. Aunque era joven, era una bruja mercenaria, y la líder de las guerreras de su casta. Se enfrentaría a aquella bestia sin miedo hasta el final. —¡Muéstrate, cobarde! —Los árboles que tenía delante empezaron a separarse como si estuvieran dando paso a alguien. El monstruo estaba en camino. Antes no había hecho ruido, en cambio en esos momentos estaba arrasando con todo para llegar allí. Estaba jugando con ella igual que lo había hecho con los demonios. Pero Carrow no iba a quedarse allí sentada sin hacer nada, como si fuera una ofrenda para King Kong. Por primera vez en su vida, alguien dependía de ella, así que iba a luchar. Y si su fuerza no estaba a la altura, recurriría a otras armas. Si quería, podía ser muy astuta... engañosa.
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Cogió la lanza de los dedos de Sneethy. «¡Ahora verás qué habría pasado si Fray Wray2 hubiera sido una bruja!» Justo cuando se ocultaba con el arma detrás de un arbusto, su atacante apareció en medio del claro. Carrow alargó el cuello y... se quedó sin aliento. Aquella criatura media más de dos metros y tenía el cuerpo salpicado de sangre. Unos largos cuernos se curvaban por encima de sus orejas, y los labios entreabiertos dejaban al descubierto colmillos en ambos maxilares. Otro demonio. Y, oh, Dios, era enorme. Tenía el torso y los brazos cubiertos por una cota de malla y sus músculos se tensaban bajo el metal. Llevaba pantalones de piel negros, también salpicados de sangre. La larga melena se le había enredado alrededor de los cuernos y le ocultaba parte del rostro, que estaba muy sucio. Una barba incipiente le cubría las mejillas. Era imposible que fuera... su objetivo. No había nada en su físico que indicara que era un vampiro. «Por favor que no sea él.» Se miraron a los ojos y Carrow dejó de respirar. Tenía los ojos azules, tal como se describía en el dossier. ¿Perturbado? ¿Territorial y violento? Afirmativo. El azul de sus iris se oscureció y, en cuestión de segundos, se convirtió en negro. En un demonio, dicho cambio solía indicar que sentía lujuria o rabia, y ninguno de esos dos sentimientos auguraba nada bueno para Carrow. Mientras seguía mirándolo, él también le recorrió el cuerpo con los ojos y los detuvo en la falda, que dejaba al descubierto gran parte de sus muslos. Los cuernos se le irguieron de repente y dejaron claro que su propietario se sentía atraído por ella. El demonio levantó el rostro y entrecerró los ojos, receloso. Apretó las manos y cerró los puños, luego los abrió y estiró los dedos, que terminaban en unas garras. Abrió y cerró los puños una y otra vez, como echando de menos algo que sujetar. Se estaba excitando, su erección era imposible de ocultar. Empezó a costarle respirar y se llevó una mano al torso. Carrow tuvo una sospecha que descartó de inmediato por absurda. El demonio parecía estar al límite de la lujuria. Por lo que ella sabía, llevaba siglos solo en las tierras perdidas, y seguro que estaba tan desesperado como Asmodel. Y si Carrow no encontraba una alternativa, él sí que se le lanzaría encima y la tumbaría en el suelo para poseerla.
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—Te pido que no me hagas daño —le dijo, observando su reacción. El duro rostro del demonio no reveló nada. No la había entendido. ¿Trothan nativo? Afirmativo. La única reacción que mostraba era aquella erección que no paraba de crecer. Tal como Carrow había sospechado, no tenía forma de comunicarse con él. El demonio se golpeó el pecho y luego la señaló. —Ara —farfulló con voz ronca. Se le acercó un poco más y ella le vio el tatuaje: un dibujo muy grande en forma de llamas negras que le cubrían todo un costado; el derecho. Qué Hécate la ayudase, era en efecto su objetivo: Malkom Slaine. Y la Orden estaba muy equivocada. Sería imposible convencerlo de que fuera a ninguna parte. Cambio de planes. Carrow no iba a guiarlo hasta el portal. Iba a dejar que se pudriese allí mismo después de apuñalarlo varias veces. Pero para poder hacerlo, él tenía que acercarse más, tenía que atacarla. Se preparó mentalmente y con un dedo le hizo una señal para que fuera hacia ella. El demonio abrió los ojos desmesuradamente, pero no se acercó. «¡Maldita sea, Slaine! ¡Atácame!»
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CAPÍTULO 6
En toda su larga vida, Malkom nunca había estado tan atónito como en aquel instante. Estaba bajando por la montaña cuando olió el delicioso aroma de la compañera que el destino había elegido para estar con él; aquella a la que él nunca había esperado encontrar. Los cuernos se le extendieron y empezó a excitarse, ansioso por hacerle el amor. Saltó montaña abajo y atravesó el bosque a toda velocidad. Pero a medida que iba acercándosele, detectó la presencia de otros demonios. Unos que querían hacerle daño a ella. Los descuartizó a todos y, mientras lo hacía, el corazón empezó a latirle de nuevo, sus pulmones volvieron a recibir aire; por primera vez en varios siglos. Era ella. Su compañera. El destino le había elegido a una desconocida de pelo como la noche y ojos verde esmeralda. Tenía la piel perfecta, tan pálida como la de un vampiro, pero carecía de colmillos. Era una inmortal, pero Malkom no sabía de qué clase. Y su olor. Olía como él siempre había imaginado que debería oler. No como aquellas demonios que apestaban a todos los que se habían acostado con ellas. Los motivos por los que nunca había yacido con una hembra no le eran aplicables. Era perfecta, su olor lo tentaba. Ella le pertenecía. ¿Para qué quería él una compañera? Esa pregunta ya no importaba. «Me quedaré con lo que es mío.» Ella le hizo un gesto para que se acercara. Seguro que también sabía que él era quien le estaba destinado. «Quiere estar conmigo, que le dé lo que quiero darle.»
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Pero estaba alterado por la batalla y apenas le quedaba un ápice de autocontrol. Su instinto demoníaco de satisfacer su lujuria con aquella criatura tan bella luchaba con su necesidad vampírica de beber su sangre. Casi podía sentir cómo hundía los colmillos en la nívea piel del muslo de ella. Carrow se lamió el labio inferior y separó un poco las piernas, dejando que él le viera la ropa interior de seda color rosa oscuro. Malkom dejó de pensar, rugió y se acercó a ella. Justo antes de que pudiese tocarla, sintió mucho dolor. Incrédulo, bajó la vista hacia su costado. Su compañera sujetaba una lanza en la mano, y había deslizado la punta debajo de la cota de malla para hundírsela entre las costillas. Lo miró furiosa y se la clavó más hondo. Le había tendido una trampa. La rabia de Malkom fue a más. «Estoy perdiendo el control.» Ella tenía que irse de allí.
—Cotha —le ordenó entre dientes. «Corre.» Aquella criatura ni siquiera se había dado cuenta de que tenía una lanza; no había sentido dolor hasta que se la había hundido en el costado. Él siguió mirándola, consumido de deseo. La deseaba tanto que resultaba casi palpable, y a Carrow le dio vueltas la cabeza. El demonio apretaba los puños con tanta fuerza que incluso se hizo sangre en las palmas de las manos. Bajó la vista del rostro de ella a la herida que acababa de infligirle, y luego la volvió a subir. Fijó los ojos en los suyos. —Cotha —farfulló de nuevo. —Yo... no sé demoníaco. —¡Por todos los dioses, sólo sabía un par de frases! ¿Qué era lo que le estaba diciendo? Él echó la cabeza hacia atrás y gritó: —Cotha! Carrow abrió los ojos, asustada, soltó la lanza y se puso en pie. Se agachó para esquivarlo y corrió hacia la parte más profunda del bosque. Estaba convencida de que era perfectamente capaz de cortarle la cabeza y clavarla del palo más alto. En cuestión de segundos, lo oyó gritar detrás de ella y se atrevió a volverse para mirarlo; y lo que presenció la dejó boquiabierta. Se estaba convirtiendo. A pesar de la nube de polvo, vio que los colmillos superiores se le estaban alargando y afilando.
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Colmillos de vampiro. Un vampiro demonio. Y al parecer acababa de perder el control sobre sí mismo. Carrow corrió colina arriba, esquivando los caminos de lava, el miedo le daba alas. Él poseía una fuerza sobrehumana, la partiría en dos como si fuese una rama. Sudada, se secó la frente con el antebrazo y la sal le escoció en los ojos. El demonio se plantó delante de ella de repente. Carrow gritó y lo esquivó. Tras otra curva, se dio cuenta de que el camino no tenía salida y que terminaba en un barranco vertiginoso. No tenía escapatoria. Él se acercó más y ella se colocó justo en el borde, a pesar de que la caída podría matarla. «Mis poderes, por todos los dioses, necesito mis poderes...» El demonio se agachó y empezó a acercarse. Parecía estar mal, pero no por culpa de la herida. Y a pesar del dolor seguía excitado. ¡Aquello no era lo que Carrow había planeado! No contaba con quedar atrapada en lo alto de una montaña, al borde de un precipicio. Ni tampoco contaba con encontrarse con un demonio de ojos negros y colmillos de vampiro... Ni con que él sintiera la imperiosa necesidad de poseerla. A medida que él iba acercándose, ella iba retrocediendo. Las piedras caían por el desfiladero y Carrow miró por entre el humo hacia las profundidades. ¿Sería capaz de saltar para huir de sus garras? Nadie se enteraría jamás de su muerte. El demonio se metió la mano en los pantalones y se sacó el pene. Era enorme. Ella se quedó boquiabierta. Su erección temblaba, la punta goteaba. Él se pasó la palma y se detuvo. Despacio, muy despacio, recorrió con el dedo la humedad que allí se acumulaba. Cuando apartó la mano y volvió a mirarla a ella, pareció decidir que tenía que llegar a su lado. Sus ojos negros brillaron de determinación. Y en aquel preciso instante, Carrow lo comprendió todo: él nunca la dejaría escapar. Era evidente que hasta esa noche nunca había eyaculado. Por la gran Hécate, ella era su alma gemela. Aunque los demonios eran capaces de tener un orgasmo, no eyaculaban hasta que encontraban a su alma gemela, hasta que poseían a la compañera destinada a estar con ellos. Gracias a aquellas gotas, ahora él sabía que Carrow era su alma gemela.
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Y también la Novia del vampiro. Los vampiros no respiraban ni les latía el corazón, ni sentían deseo sexual, hasta que encontraban a su Novia y ella les devolvía la vida. No era de extrañar que el demonio se hubiera quedado atónito al notar que respiraba. Por eso se había golpeado el pecho, el corazón. Porque ella había hecho que le latiera. ¿Sabían los de la Orden lo que iba a suceder? ¿Sabían que Carrow era su alma gemela y su Novia? ¿Cómo era posible que lo supieran? Era imposible, pero entonces, ¿por qué tenía la sensación de que se la habían jugado? —Alton, ara —dijo él. El demoníaco de Carrow era terrible, pero dedujo que le había pedido que se acercara, ¿o se lo había ordenado? —No me acercaré hasta que te calmes un poco. —Alton! Ella se negó y levantó una pierna para indicarle que saltaría al precipicio. Él gruñó furioso y se fue hacia un lado para desahogarse con una roca. Le dio un puñetazo y la rompió por la mitad como si fuera un huevo. «Tiene mucha fuerza.» Podría romperle los huesos con sólo tocarla. Carrow había oído historias sobre vampiros que buscaban a sus Novias. Nada podía detenerlos. Y también sabía que los demonios de algunas especies sentían tal deseo que terminaban por volverse locos. Ni siquiera la certeza de que podían morir conseguía contenerlos. Y era evidente que el que tenía delante estaba en medio de esa fase. ¿Se atrevería Carrow a saltar? ¿Prefería saltar a dejar que aquel animal la tocara? Probablemente, después del sexo él estaría tan contento que ella adquiriría suficiente poder como para huir de allí, pero el demonio era tan grande que la desgarraría. ¿Le quedarían fuerzas para acumular el poder necesario? Él dio otro paso, y ella volvió a levantar la pierna hacia el precipicio. Y entonces, la roca cedió bajo sus pies.
Nueva Orleans, Luisiana
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Val Hall, centro de mando de las valquirias
—Nïx, no pienso irme de aquí hasta que me des la información que me prometiste —le dijo Mariketa la Esperada a la adivina, que seguía bailando por la habitación—. Empecemos por el principio. Nïx la que Todo lo Sabe, más conocida como la loca de Nïx, dijo: —¡Empecemos por el final! Se está acercando, ¿sabes? —Dio un par de vueltas, sus largas trenzas volaron como las hélices de un helicóptero. Parecía una top-model colocada, recorriendo la pasarela como si fuera una diosa y no una valquiria de más de tres mil años que se suponía que además era un oráculo. Llevaba una camiseta que ponía Carpe Noctem. Las otras valquirias reunidas en el salón observaban el intercambio con interés; ellas también querían encontrar a Carrow. Una de sus hermanas había sido secuestrada a pocos kilómetros de distancia del lugar del que se habían llevado a la bruja. Habían secuestrado a muchas criaturas de la Tradición, incluidas otras brujas, como por ejemplo aquella niña de siete años. Se rumoreaba que un grupo de desconocidos se las habían llevado a un lugar imposible de encontrar. La casa de las brujas, las hadas rastreadoras, las poderosas hechiceras, nadie había conseguido dar con el paradero de los suyos. —Tienes que saber algo —dijo Mari tras hacer acopio de la paciencia que le quedaba. —¿Ah, sí? —preguntó la valquiria frunciendo el cejo y sin dejar de dar vueltas. —¡Nïx, para! La adivina se quedó quieta y fulminó a la bruja con la mirada. Luego se sentó en una silla. A veces, obtener información de Nïx resultaba muy complicado. Bueno, siempre. Y Mariketa sabía que a lo largo de las dos semanas anteriores la valquiria ni siquiera había estado lúcida. Pero tenía que intentarlo; estaba muerta de preocupación por su mejor amiga. Para encontrar a Carrow, Mari recurrió a todos sus poderes hasta donde le fue posible; no quería volver a sufrir una recaída mística. Y luego llamó a los treinta y siete aquelarres de brujas para pedirles que trataran de dar con la señal de Carrow. A pesar del talento de todas ellas, ninguna consiguió encontrarla. Lo único que fueron capaces de decirle era que Carrow corría un grave peligro.
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«Gracias por el aviso, zorras.» Así que, al final, había acudido al oráculo más poderoso y famoso de la Tradición. Su amiga valquiria. —Me dijeron que tenías información. ¡¿Nïx?! —¿Sí? —Ésta la miró relajada—. Entonces dime algo sobre Carrow que no sepa nadie. ¿La estaba poniendo a prueba? A Mari le dio un vuelco el corazón, a Nïx le encantaba jugar con la gente. —Creía que éramos amigas —le dijo dolida. Los ojos dorados de la valquiria le sonrieron. —Eres mi bruja preferida. —Entonces, ¿por qué me estás tomando el pelo como haces con el resto de la gente? —No te estoy tomando el pelo, estoy buscando pistas. —¿Qué? —Si me dices un secreto sobre Carrow, es como si yo fuera un perro de caza y olfateara una de sus pertenencias. Necesito algo que me oriente en la dirección correcta. ¿Algo que no supiera nadie? ¿Por dónde podía empezar? A pesar de que Carrow era hija de Baco, no en sentido literal, y era una temeraria, también era muy lista. Nadie la veía venir. ¿Otro secreto? Su aparente despreocupación estaba estudiada o tenía sentido. Carrow no se metía en líos porque sí. ¿Su secreto mejor guardado? «Se le rompe el corazón cuando sus padres no le devuelven las llamadas.» Hacía años que no la llamaban. Mariketa la había encontrado un día hecha un mar de lágrimas porque los echaba de menos. Miró a las valquirias que había a su alrededor; no le gustaba tener que revelar algo tan íntimo de su amiga. Todas las presentes creían que Carrow tenía una vida perfecta y envidiable; amigos, dinero, fiestas. Sólo Mari y la mentora de ambas, Elianna, sabían del dolor de Carrow. La bruja bullanguera que siempre sonreía no era feliz.
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—De acuerdo, valquiria. El poder de Carrow se basa en las emociones. Se alimenta principalmente de felicidad, pero, al parecer, ella es incapaz de generarla por sí misma. Así que siempre está buscando nuevos métodos para conseguirla, igual que cuando alguien está a dieta y sólo piensa en comer. Nïx miró hacia el techo. —Está en el lugar que más odia del mundo. —¿En el bosque? —preguntó Mari, contenta—. ¡Carrow odia el aire libre! —Y eso que los gustos personales casi nunca aparecen en mis visiones, mi bruja preferida. —Dime una cosa, Nïx, ¿por qué está allí? ¿Quién se la ha llevado? ¿Había sucedido algo parecido antes? —Nïx llevaba tres mil años dando vueltas por el mundo. Había visto muchas cosas—. ¿Habían secuestrado antes a gente de la Tradición? —Sí —respondió la adivina, y luego añadió con un susurro—: La Orden.
—¿Te importaría explicarte mejor? —Sí. —¡Dime quiénes son! —Nada—. ¿Son militares? La valquiria entrecerró los ojos. —Define militares. —Ya sabes, soldados, ejércitos, etcétera. Nïx parpadeó. —Define ejército. —¡Al menos dime si son humanos! —Define humanos. —¡Cállate, Nïx! —Se frotó la sien y luego miró a la adivina—. No puedo soportar que Carrow no esté con nosotras en casa. —¿Y si estaba sola y sin amigos? Debido a su trágica infancia, no sabía apañárselas demasiado bien sola. La valquiria se rió. —Ah, bruja, Nïxie estaba de broma. La Orden, también conocidos como los Impostores, los Coleccionistas, los mortales que van a dos patas. No, esta última me la he inventado.
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—¿Qué quieren? —Quieren matarnos a todos, a todos los bichos raros. Tiene gracia. Yo no me siento un bicho raro. A no ser que eso quiera decir que soy guay. —Se encogió de hombros—. Bueno, a decir verdad, la Orden sólo aparece cuando los inmortales entran en guerra. —Vaya, Carrow odia que la culpen de algo que no ha hecho. —Por suerte, no sucedía demasiado a menudo, pues la bruja normalmente era responsable de lo que se la acusaba. ¿Su último delito? Robar el caballo de un policía y entrar cabalgando en el pub de Pat O'Brien. ¿Su defensa? Se había olvidado el bolso y necesitaba otro complemento. En una ocasión, Mariketa le preguntó por qué le gustaba tanto meterse en líos con la justicia: exhibicionismo, emborracharse, romper cosas, etcétera. A fin de cuentas, cuando estaba en la cárcel no podía aumentar sus reservas de poderes. —¿Lo haces para fastidiar a tus padres? —le preguntó Mari. —Al principio sí —contestó Carrow—. Ahora es una especie de costumbre. Al ver que Nïx seguía en silencio, Mariketa se preocupó. —Los inmortales no han cogido las armas, ¿no, valquiria? —¿Ah, no? —Ella la miró intrigada—. Tendré que comprobar mi buzón de voz, pero estoy casi segura de que sí, quizá, sólo un poco. Creo que únicamente lucharemos contra las industrias contaminantes, los que roban caramelos a los niños, los que conducen despacio por la izquierda y los hombres que siguen llevando cazadoras con hombreras. La bruja miró horrorizada a las otras valquirias. Ninguna parecía sorprendida. Un par de ellas incluso la miraron orgullosas. —¿Acaso os habéis vuelto todas locas? Aunque eran pocos los miembros de la Tradición que se atrevían a llevarle la contraria a Nïx, las pocas que podían hacerlo eran sus medio hermanas. —Hace unos años —prosiguió Nïx—, cuando la Orden se enfrentó a los inmortales, sobrestimaron la potencia de su ejército y nos atacaron. Fueron todos masacrados, a pesar de sus armas tecnológicas. Dijeron que era «inconcebible». Así que ahora están analizando nuestros puntos débiles. La verdad es que no les culpo. Si los humanos supusieran algún misterio, yo también los diseccionaría. ¿Diseccionar? Mari tragó saliva. Diseccionar mientras el sujeto seguía con vida.
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—¿Cómo puedo llegar hasta Carrow? —preguntó, quebrándosele la voz. Y cuando vio que Nïx seguía en silencio, añadió—: Iré a ver el espejo. Mari era una captrománica. Podría viajar a través de los espejos, podía tocarlos y adquirir poder, y podía mirar en su interior y averiguar los secretos de alguien. El único problema eran las consecuencias. Aunque tardaría apenas unos segundos en meterse en un espejo y averiguar el paradero de Carrow, lo más probable sería que ella cayera en una especie de coma mágico eterno. Nïx enarcó una ceja. —¿Y qué le dirás a tu sobreprotector marido licántropo? Si se entera de lo que pretendes hacer, te dará unos azotes. La verdad era que si Bowen se enteraba de aquello, perdería los papeles. Él nunca la dejaría correr tal riesgo, a pesar de que sospechaba que uno de los suyos, otro licántropo, también había sido secuestrado junto con Carrow. —Ya que somos amigas, me ofrezco a que me dé a mí esos azotes —dijo Nïx en broma, pero se frotó la frente como si le doliera la cabeza. Mariketa se quedó mirándola y se dio cuenta de que se la veía cansada. —No iré al espejo, si tú me das alguna pista que me sirva de algo. La adivina se tensó de repente. Los ojos le empezaron a brillar y el resto de las valquirias se acercó para escuchar la predicción, o la visión, que iba a divulgar. —Están en una isla indetectable para los de nuestra especie —dijo—. No se puede llegar a ella ni en barco ni en avión, ni tampoco se halla en ningún mapa. Para encontrarla, tienes que encontrar antes otra cosa: tienes que encontrar la llave. ¿Ahora le venía con acertijos? —¿La llave? ¿Qué llave? —quiso saber Mari. —Quién. —¿Qué? —¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cuándo? —¡Nïx! —La llave es un quién. No un qué. —Entonces, ¿quién es? —preguntó la bruja. «Oh, por todos los dioses, dímelo.» —No me acuerdo —dijo la adivina a pesar de las quejas de Mari—. Creo recordar que es un hombre inmortal. Poseído por el mal. Obsesionado por algo tan intangible
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como el humo. Encuéntralo y darás con la isla. —Se puso en pie—. Tengo mucho que hacer, pequeña Mariketa. Y no puedo decirte nada más porque no sé nada más. —Miró hacia el techo y se golpeó el mentón con un dedo—. Oooh, oooh, excepto que Carrow está a punto de morir.
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CAPÍTULO 7
Malkom saltó hacia adelante con todas sus fuerzas y cogió a su compañera por el tobillo justo antes de que se precipitara por el abismo. Ella gritó, y seguía gritando cuando él la subió sana y salva a la superficie. Carrow se quedó tumbada boca abajo en el suelo y a cuatro patas se alejó, pero Malkom le cogió una pierna con una mano y la retuvo. A pesar de que trató de soltarse, ella no consiguió dar ni un paso más. ¿Por qué se estaba resistiendo? Él estaba muy confuso. «¿Por qué no me reconoce igual que yo la he reconocido a ella?» Su esencia era tan femenina que iba a volverlo loco. La lujuria lo embargó en cuanto la recorrió con los ojos; aquella delicada cintura, sus sensuales caderas. Su cuerpo ansiaba ser poseído. Pensó en cómo sería dejarla embarazada y los colmillos se le tensaron un poco más, mientras la erección le temblaba en los pantalones. Pero ella lo cogió desprevenido y le dio una patada en la cara que le rompió el labio. «No, no pruebes la sangre...» Sin embargo, la lamió en contra de su voluntad. Bastó con una sola gota para que enloqueciera. Sus instintos vampíricos afloraron furiosos. El corazón que había empezado a latirle le golpeó contra las costillas con la intensidad de los truenos, el pecho le subía y bajaba al respirar. Las ganas que tenía de eyacular, de marcar a su compañera con su esencia, lo estaban sobrepasando. Era la primera vez que su cuerpo generaba semen y lo había hecho sólo por ella, pero no podría llegar al final hasta que sus cuerpos se unieran. El deseo se estaba convirtiendo en dolor.
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«¡No puedo luchar contra esto!» Cuando Carrow intentó darle otra patada, él se colocó entre sus piernas y le retuvo las muñecas en la espalda con una sola mano. Pero ella falló, y la falda se le levantó... dejando al descubierto algo que Malkom no había visto jamás. No llevaba la ropa interior que él conocía, sino un pequeño retal de seda que le rodeaba las caderas y se hundía por entre sus nalgas perfectamente torneadas. Atónito, se quedó observándola mientras su cuerpo se estremecía y su erección parecía a punto de estallar. Ella siguió resistiéndose. Y una parte de Malkom quería soltarla, la parte que no quería hacer lo que su instinto le exigía que hiciese. No quería utilizarla como lo habían utilizado a él. Pero el hecho de que se resistiera sólo servía para excitar al vampiro que habitaba en su interior, él quería retenerla contra el suelo. El vampiro desesperado por beber su sangre. Su instinto demoníaco le gritaba que la poseyera y eyaculara dentro de ella, que la mordiera y la hiciera suya. Ambas naturalezas lo urgían a morderla. Carrow se echó hacia atrás y la melena se le enredó en un arbusto, dejando su cuello al descubierto. Llevaba un collar muy extraño, pero tenía la piel pálida y suave, perfecta para dar la bienvenida a sus colmillos. Malkom no había mordido jamás a nadie. Y al pensar en ello se puso furioso. Una furia que le era muy familiar; la que había sentido cada vez que el Virrey había intentado obligarlo a beber. Ahora, sabía que el Virrey, a pesar de llevar tiempo muerto, había vencido. Porque de ningún modo iba a poder evitarlo. «El dolor, la angustia.» —Perdóname —le suplicó en demoníaco. Y se cernió sobre su cuerpo, hundiendo el rostro en el cuello de ella y los colmillos en su piel tan blanca. —Ah... —Suspiró al cerrar los ojos. La sangre de su compañera se deslizaba caliente por entre sus labios, incluso antes de que empezara a beber. La euforia lo invadió con cada gota. Pronto le fue imposible ignorar la creciente presión que sentía entre las piernas. Incapaz de controlarse, movió las caderas contra las nalgas de ella. La intensidad, la locura... tanto placer. Un ligero movimiento más y alcanzó el orgasmo. Gritó pegado al
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cuerpo femenino y se movió una y otra vez, hasta que por fin la presión empezó a disminuir. Agotado y atónito, se desplomó encima de Carrow y de mala gana dejó de morderla. A pesar de que no había eyaculado, el clímax había sido demoledor. Y la sangre de ella seguía corriéndole por las venas. Se sentía tan satisfecho que incluso gimió. Y eso sólo había sido el principio. Por fin sabría lo que se sentía. Su pene pronto entraría en el cuerpo de su alma gemela, y eyacularía envuelto en su calor. Se excitó de nuevo sólo de pensarlo. Antes estaba tan desesperado que se había comportado como un bruto, pero la próxima vez sería delicado. Pero cuando se levantó para decírselo, ella volvió a enfrentarse a él. Malkom le soltó las muñecas para darle la vuelta y vio que lo miraba con odio. Sus ojos verdes despedían chispas. ¿Todavía no había entendido que era su alma gemela? Le cogió una mano y se la colocó encima del corazón; un corazón que le había devuelto a la vida. —Minde jart. Pero ella gritó de dolor. Y entonces Malkom se dio cuenta de que le había roto la muñeca. La soltó al instante. Era inmortal, de eso estaba seguro, pero no era demonio y él le había hecho daño con su fuerza excesiva. «Abominación», susurró una voz en su mente. Carrow se tambaleó al ponerse en pie y lo miró igual que lo habían hecho los trothans: con cara de asco. —Alton, ara —le dijo él al ver que empezaba a retroceder. «Ven aquí, compañera.» Pero ella no sabía demoníaco. Maldición, allí fuera no estaba a salvo. En aquel plano vivían miles de criaturas peligrosas, bestias y otros demonios fugitivos. Malkom se pasó la mano por la cara y trató de hacerse entender en latín. En voz baja, ella le respondió en inglés. Antes la había oído hablar en esa lengua, pero se negaba a resignarse a que ella hablara el idioma de aquellos malditos bastardos. «El que aprendí de pequeño, cuando mi amo jadeaba excitado junto a mi oreja...»
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El mismo que el Virrey había tratado de imponerle a la fuerza. Desesperado por tener otro rasgo que lo diferenciara de los vampiros, Malkom se obligó a olvidar para siempre aquel idioma. ¡Qué contento se pondría el Virrey si supiera que su alma gemela hablaba inglés! —Alton! —le ordenó de nuevo que se acercara. Para su sorpresa, ella se detuvo, alzó el mentón y levantó la mano ilesa para hacerle un gesto obsceno. Eso sí que lo entendió. Las hembras más procaces solían pertenecer a las clases más bajas. Su alma gemela podría incluso ser una esclava, a juzgar por el collar que llevaba alrededor del cuello y la ropa provocativa. Pero la verdad era que parecía de la nobleza. Observó de nuevo su atuendo y se dio cuenta de que las botas estaban confeccionadas con la mejor piel. Llevaba un anillo de tamaño considerable y de las orejas le colgaban numerosos pendientes. Y había visto la ropa interior de seda con sus propios ojos; aquella tela era uno de los lujos más codiciados de Oblivion. Ella volvió a hablar y dedujo que estaba enfadada. Aunque no entendía las palabras, Malkom distinguía perfectamente el tono. Acababa de darle una orden. No, definitivamente no era una esclava. ¿Acaso aquella princesa pretendía darle órdenes? El demonio que habitaba en su interior lo instó a que la poseyera y le enseñara quién estaba al mando. Malkom se dio cuenta que a ella se le estaba acelerando la respiración. Sus ojos verdes pronto brillaron como estrellas. Bastaba con mirarla para saber que estaba furiosa; tenía la comisura de los labios levantada y le mostraba unos diminutos dientes blancos. Las palabras que salían de su boca empezaron a devolverle a Malkom la memoria. Reconoció la palabra «vampiro» justo antes de ver que le empezaba a brillar la palma de la mano.
Después de que el dempiro bebiera su sangre, y utilizara su cuerpo como el de una muñeca hinchable, fue feliz durante un breve instante. Y Carrow atrapó ese sentimiento y alimentó con él su poder. Y ahora estaba acumulando energía en la palma de la mano. No tenía demasiada... pero ¡tendría que conformarse!
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—¡Si supieras la semanita que llevo, cerdo! —Carrow lo bombardeó. Rayos afilados como láseres salieron de su interior, impactaron en el demonio y lo empujaron contra unas rocas que se desprendieron a su alrededor—. Esto por morderme, neandertal. A Carrow nunca la había mordido nadie. Él le había robado su esencia, y probablemente mucho más. ¿Cuánto tiempo tardaría en poder calcular el alcance de aquel mordisco? —¡Mantén tus sucios colmillos lejos de mí! Disparó otra vez, y otra, hasta que él se cayó de rodillas, retorciéndose de dolor. —¡Y esto por romperme la muñeca! No tenía poder suficiente para matarlo, aunque torturarlo era de lo más satisfactorio. Sin embargo, se obligó a parar y a guardarse algo de energía para un conjuro de invisibilidad. Slaine estaba en el suelo, pero por sorprendente que pudiera parecer, no se había desmayado. Estaba tumbado, perfectamente consciente, con su enorme cuerpo temblando de dolor. Trató de cogerla, pero ella levantó la pierna y le clavó el talón de aguja en los testículos. El grito que salió del demonio fue delicioso. Y, acto seguido, Carrow se hizo invisible. Para él era como si hubiese desaparecido. No podía verla, ni olería, ni oírla. No dejaba ningún rastro tras de sí. Aprovechó para salir corriendo de allí y, sujetándose la muñeca, se alejó tanto como le fue posible de aquel horrible lugar. Veinte minutos más tarde, tuvo que pegarse a una roca porque él pasó corriendo a su lado. Al parecer, estaba decidido a encontrarla, y sus ojos negros brillaban con determinación. ¿Cómo había podido recuperarse tan rápido? Aquellos láseres tendrían que haberle frito el cerebro. La herida de la lanza todavía le sangraba, pero era como si no la tuviera. El demonio corrió hacia una dirección, y ella fue hacia la contraria, a ver si así se alejaba de su guarida. Carrow se obligó a seguir corriendo hasta que los gruñidos de desesperación de él se perdieron en la distancia y se hizo de noche.
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El cielo marrón se fue oscureciendo hasta volverse negro y el viento sopló con más fuerza. La temperatura cayó considerablemente. Carrow se había ido de la isla a primera hora de la mañana, y había llegado a Oblivion al atardecer. No era de extrañar que quisieran que el dempiro cruzara el portal a medianoche, así lo atraparían de día. Cuando la tormenta de arena le hizo imposible ver nada, buscó una roca en la que poder pasar la noche. Allí oculta, debilitada por la pérdida de sangre y la sed, observó las heridas de su cuerpo. Con el poder que le quedaba podía curarse, pero entonces perdería el hechizo de invisibilidad. Oía ruidos a su alrededor; aquel plano estaba repleto de vida y de noche podían oírse los gemidos de todavía más criaturas. Si perdía el hechizo de invisibilidad, quedaría a la merced de todos aquellos bichos. Se tocó el cuello con los dedos. No, no iba a curarse, aunque le doliera mucho. Ni tampoco haría ningún otro hechizo, a pesar de que no tenía agua, ni comida, ni siquiera una manta. En aquellos momentos mataría por la ropa y el equipamiento del que se había burlado en la isla. Cuando Dixon le ofreció una mochila y un pack de asalto que consistía en una caja de herramientas, una linterna potente, doce pares de calcetines, comidas preparadas y un botiquín, ella lo despreció. —Aunque el rollo Lara Croft no está mal, Dixon, yo soy inmortal, ¿recuerdas? ¿O acaso esas vendas pueden volver a pegar una cabeza al tronco? ¿Doce pares de calcetines? La lana no pega con el uniforme de hechicera. Mira que eres tonta, humana. Carrow dejó vagar la mirada. Unas tiritas y un par de calcetines no le irían nada mal en aquellos momentos. Una bruja sola y lejos del aquelarre. Herida. Sin ningún amigo que la consolara. Apretó los dientes y decidió que tendría que consolarse sola. Iba a luchar por su vida, y por la de Ruby. Y aunque estaba convencida de que lo conseguiría, una pequeña parte de ella no pudo evitar preguntarse: «¿Hasta cuándo aguantaré?». Justo cuando iba a dormirse, abrió los ojos de par en par. Sabía lo que significaba «cotha». El demonio le había dicho que corriera.
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CAPÍTULO 8
Malkom se pasó cuatro horas rastreando los arbustos, buscando sin descanso a su alma gemela después de que ésta se desvaneciera ante sus propias narices. No podía encontrarla. No podía olerla. Pero sentía que seguía en la montaña. Lo que significaba que no se había ido por donde había llegado; el portal por el que lanzaban a los inmortales que eran desterrados. Y eso le hizo pensar: ¿quién en su sano juicio dejaría que alguien así se alejara de su lado? Él estaba dispuesto a enfrentarse a todo un ejército para estar con ella. En el pasado, Malkom nunca le había encontrado el sentido a tener una compañera, y le había parecido una suerte no tener la obligación de cuidar de una. Pero ahora que sabía que una criatura como aquélla —la más preciosa que había visto jamás— le pertenecía, cambió radicalmente de opinión. «Ella es mía, y tengo intenciones de quedármela para siempre.» Por fin podría dictar el comportamiento de otra persona, alterar su destino y hacerlo parejo al suyo. Cada vez que dudaba acerca de si hacían buena pareja, se tranquilizaba pensando que él era el más fuerte del plano; y ella la más bella. Se la había ganado. Malkom sentía por su compañera lo mismo que por su montaña. Y recurriría a todas sus fuerzas para protegerlas a ambas. Pero antes tenía que encontrarla. Descubrió el rastro de los gouls que seguían yendo tras ella, y también encontró las pisadas del letal gotoh. Las tierras perdidas
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estaban repletas de criaturas sanguinarias, y tan perversas que incluso Malkom tenía ciertos problemas para ocuparse de algunas. «Tengo que encontrarla.» De hecho, había infinidad de bestias malvadas; tanto nativas como procedentes de otros planos y que habían sido desterradas allí. Con el paso del tiempo, aquellos seres se habían reproducido y habían terminado por convertir el lugar en una trampa mortal, incluso para un inmortal. Ella tenía poder, pero debía ir con mucho cuidado. Malkom se frotó el pecho, todavía le costaba creer la fuerza con que ella le había golpeado. Y el pisotón que le había dado en los testículos también había sido considerable. ¿Qué era? Todas las criaturas desterradas en Oblivion procedían de planos que parecían sacados de una fábula; lugares repletos de rumores que no podían ser ciertos. Quizá su alma gemela fuese una hada que controlaba los rayos y que podía hacer hechizos de invisibilidad. Pero tenía las orejas puntiagudas. Tal vez fuera una hechicera, o una bruja. La última opción era poco probable. Él siempre había oído decir que las brujas eran viejas desdentadas con el corazón negro, mercenarias que vendían su magia sin ningún pudor. Además, si ella poseía tal poder, ¿por qué no había lanzado rayos contra los demonios que la habían capturado al llegar? Malkom empezaba a sospechar que en ese momento ella no tenía poderes. Los había adquirido después de estar con él, después de que él alcanzara el orgasmo; igual que una succubae. Sin duda poseía belleza suficiente como para pertenecer a esa especie. Si su alma gemela era una succubae, entonces volvería a debilitarse, a no ser que otro demonio, u otro habitante de Oblivion, la «alimentara». Tan sólo en aquella montaña encontraría a docenas de voluntarios, todos fugitivos, igual que él. «Otro tocando lo que es mío.» Se puso furioso sólo de pensarlo y corrió más rápido. Nadie tocaría jamás el hermoso cuerpo de su compañera. Ella era perfecta. Bendecida por los dioses. Tenía unos resplandecientes ojos verdes, curvas sensuales, piel pálida y suave como la seda que llevaba. Y al recordar su sabor, se estremeció de placer. Su sangre era como el vino. Estaba tan desesperado buscándola que casi se había olvidado del pecado que había cometido esa noche: había bebido directamente de un ser vivo. Era un vampiro
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en cuerpo y alma, porque ahora ya no podía volver atrás. Malkom sabía que a partir de entonces sólo sería feliz bebiendo de ella cada noche. Una parte de sí mismo la culpaba de su perdición, por haberle hecho perder el control. Al fin y al cabo, antes de conocerla no había mordido nunca a nadie. Ni siquiera cuando el Virrey trató de obligarlo. Años de tortura, años en los que casi se había muerto de hambre. Al final, su cuerpo era sólo un montón de huesos. Apartó esos recuerdos de su mente y la llenó de imágenes de ella. Pero entonces se acordó de sus ojos verdes llenos de lágrimas, y de su expresión de asco. Su compañera no había entendido sus palabras, pero sí sus intenciones, y ella no sentía la necesidad imperiosa de estar con él. Quizá su doble naturaleza la había confundido, quizá había ofuscado su inherente atracción por él. Tal vez no había podido reconocer al demonio que todavía habitaba en su interior. Su alma gemela se había resistido. Y él le había roto la muñeca. Y en ese instante también recordaba que además de morderla le había desgarrado la piel del cuello. Había maltratado lo más bello que había recibido jamás; la compañera a la que se suponía que tenía que proteger. Y no atacar. Nunca se había imaginado que tanto su naturaleza vampírica como la demoníaca se despertarían al mismo tiempo. Si no hubiera perdido el control y no se le hubiera echado encima... Comprendía perfectamente que hubiera salido huyendo. Ella no sabía que Malkom era su alma gemela, así que seguro que creía que era igual que los demonios de los que él la había salvado. Pero él no era como ellos. Tenía que encontrar el modo de convencerla de que estaban destinados a estar juntos. Ella le pertenecía y tenía derecho a poseerla. Pero si no hablaba el mismo idioma, jamás conseguiría explicárselo... La noche empezó a desvanecerse y Malkom por fin se detuvo. Miró a su alrededor y escudriñó con la mirada las tierras perdidas. Asumió que quizá no la encontraría antes de que amaneciera. Y entonces decidió que haría todo lo necesario para garantizar su seguridad. Haría lo que mejor se le daba.
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Cuando volvió a olfatear el rastro de los gouls, los atacó con toda la furia que sentía.
Unos aullidos despertaron a Carrow a la mañana siguiente. Levantó la cabeza. «¿El dempiro ha regresado?» Los aullidos cesaron. Probablemente sería su propio estómago. Se frotó los ojos con las palmas de las manos, pero apenas pudo ver nada. Ya no hacía viento, pero el humo era agobiante. Por todos los dioses, la cosa no pintaba nada bien. Carrow se sentía incluso más agotada que antes. A lo largo de la noche se había quedado dormida una docena de veces, pero en todas las ocasiones la habían asaltado sueños con Ruby esperándola en casa para empezar una nueva vida. Se había mantenido alerta; los aullidos de los gouls le daban escalofríos. Sin embargo, cuando estaba a punto de amanecer, pararon de repente. A Carrow le rugió el estómago y se dio cuenta de que esa mañana nadie iba a llevarle el desayuno a la celda; le parecía que no había comido nada en una semana. La sed era todavía peor, tenía la boca seca como el desierto. Se levantó de mala gana y todos los músculos de su cuerpo se quejaron por el esfuerzo. Al dar el primer paso, las ampollas de las plantas de los pies estuvieron a punto de reventársele. Le dolía la muñeca, y a causa del humo le escocían los ojos y la nariz. Ignorando el dolor, salió de la cueva sin saber adónde ir, consciente sólo de que tenía hambre y sed. Lo último lo daba por imposible, a no ser que encontrara las minas de agua. Las mismas que custodiaba Slaine. Pero tenía que intentarlo. Hacía horas que no tomaba ni una gota, y se había pasado la noche anterior corriendo por el desierto. A cualquiera le habría sentado fatal, pero era mucho peor para ella, que procedía de una ciudad famosa por su humedad. Allí, una se topaba con una brisa a las primeras de cambio, o caía una tormenta, o se le pegaba el bochorno. ¡Qué ganas tenía de regresar con Ruby! Regresar al aquelarre y a su vida repleta de amigos, bromas y alegría. Carrow se había pasado gran parte de su infancia sola; ni su madre ni su padre se preocuparon demasiado por ella. Los juguetes se amontonaban en aquella mansión
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que recordaba a un mausoleo, y tenía prohibido hablar con los sirvientes porque no eran de su clase. Sus padres fueron también los que la llevaron al aquelarre de Andoain, el hogar donde conoció a su mentora, Elianna, y también a Mariketa, un hogar que la recibió con los brazos abiertos y donde encontró a sus hermanas brujas. Unas hermanas que la querían y cuidaban. Las echaba mucho de menos a todas, pero en especial a Mari. A pesar de que ésta era muy poderosa —tenía más poder que cualquier otra bruja—, no podía utilizarlo sin mirarse a un espejo, su instrumento de trabajo. ¿El problema? Siempre que miraba su reflejo se quedaba como en trance y era incapaz de dejar de mirarlo. Carrow la apodaba Reflejos, aunque no tenía gracia. La última vez que recurrió al espejo, Mari se quedó tan hipnotizada que su marido licántropo había estado a punto de no poder hacerla volver. Al parecer, lo había conseguido por los pelos. Si a esas alturas Mariketa no había mandado a la caballería, señal de que no podía ayudarla sin tener que mirarse al espejo. Y si al final lo había hecho, Carrow esperaba que la ayuda no tardara en llegar. «No hagas ninguna estupidez, Reflejos.» Un momento... ¿eran aullidos lo que oía? ¿No era su estómago? Se le pusieron los pelos de punta. Escudriñó los alrededores con la mirada, pero no vio nada. «Sigue caminando.» El hechizo de invisibilidad se estaba desvaneciendo, lo que significaba que pronto podrían verla. Las bestias que no dejaba de oír podrían encontrarla. Y también los gouls. ¿El dempiro seguiría buscándola de día, o esperaría oculto entre las sombras a que anocheciera? Levantó la vista hacia el cielo marrón y no sintió ni un poco de calor. Con el polvo que había en el aire, seguro que Slaine podía salir de día, y más teniendo en cuenta que era una especie de mestizo. «Ojalá me equivoque y se quede en su cueva.» Se humedeció el labio inferior y volvió a rugirle el estómago. Agua, comida. Por todos los dioses, ¡odiaba el aire libre! Y más si dicho aire se encontraba en el mismo
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infierno. Estaba en medio de una zona con mucha vegetación, toda petrificada, por supuesto. Allí no había nada verde. «Sigue adelante, Carrow.» Un pie delante del otro. Encontró una superficie rocosa y se pegó a ella para seguir su camino, así sólo podían atacarla desde tres lados. Tras una hora de «cacería», llegó a la conclusión de que por allí no había ningún 7-Eleven, ni tampoco árboles de bistecs recién hechos, ni helados a punto para comerlos. Mierda. —Odio este lugar —dijo en voz alta, casi delirando. Todo aquello era culpa del demonio. Él era quien se había puesto como un loco, quien la había obligado a huir. Tanto la sed como las ampollas que tema en las plantas de los pies eran culpa de él. Dixon lo había definido a la perfección: bruto, sucio, perturbado. «¡Le odio!» Una urbanita como Carrow jamás debería estar en un lugar como aquél, y no lo estaría si no fuera por Slaine. Levantó las manos, se las llevó al pelo y se quitó una ramita. Mierda, mierda, mierda. Se dio cuenta de que le bailaba el anillo. Era evidente que la estricta dieta de la Orden había afectado a su antes sensual figura. Suspiró agotada y se acercó las manos a la vista para observar el anillo de esmeraldas. Se lo habían regalado sus padres al cumplir doce años, justo antes de abandonarla en Andoain. Su padre la visitó una vez, años más tarde, para acompañarla a la universidad. Y después la dejó allí y le dijo: —Mándanos las notas y nosotros seguiremos mandándote dinero. Cuando dejó colgados los estudios —porque era muy difícil encontrar felicidad durante las épocas de examen—, les mandó una carta a sus padres en vez de las notas. En ella les decía:
Si de verdad leéis esto, entonces dejad que os diga que podéis meteros vuestro dinero por el culo.
Al mes siguiente, le llegó otro cheque sin falta.
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«Nunca trataré así a Ruby.» Al acordarse de por qué estaba allí, Carrow intentó de elaborar un plan. Ya que el demonio era violento y estaba fuera de sí, no podía acercarse a él, y mucho menos tratar de razonar. El plan de la Orden, que consistía en convencerlo de que fuera por voluntad propia al portal, daba risa. Entrecerró los ojos. ¿Sabían los mortales que Carrow era el alma gemela de Slaine? ¿Cómo lo habían sabido? A no ser que tuvieran a su disposición un oráculo o algún infiltrado entre los inmortales, eso era imposible. Quizá por eso habían elegido a Carrow para que fuese a capturarlo. No habían pensado en ella por casualidad, sino que la habían secuestrado a conciencia. Si la Orden sabía todo eso, no cabía duda de que no podía confiar en ellos. Pero tenía que actuar bajo la presunción de que la liberarían. «¿Para qué querrían quedarse con dos brujas?», pensó de nuevo. Seguía sin tener ni idea de dónde estaba la isla. La Orden ni siquiera sospechaba que tuviera los recursos para volver hasta allí. Porque no los tenía. Pero Mariketa sí. Fuera como fuese, el plan de la Orden hacía agua por todos lados. Eran unos idiotas si creían que iban a poder controlar al dempiro. Era imposible que hubieran podido predecir lo fuerte que era, incluso una inmortal como ella se había quedado sorprendida. Carrow se llevó los dedos al cuello, a las marcas del mordisco, que habían empezado a curársele. Malkom Slaine había bebido su sangre, pensó de repente. Las repercusiones que podía tener aquello eran tan graves que por el momento no se atrevía ni a pensarlo. Lo que significaba que el demonio era incluso más peligroso de lo que ella había temido.
Malkom le arrancó la cabeza al último goul y buscó a su siguiente víctima. Acababa de destruir a siete gouls y seguía sin encontrar rastro de su compañera por ninguna parte. El impulso de estar con su alma gemela seguía allí, pero junto a eso había otra sensación, un sentimiento desconocido que lo abrumaba. Le parecía que estaba perdiendo la cabeza. Sabía que ella estaba allí, pero no conseguía dar con su rastro, ni tampoco con su olor.
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Lo único que había encontrado eran sus pertenencias. La comida, la cantimplora y la mochila estaban en el suelo, junto con los cadáveres de los demonios. Lo recogió todo y miró extrañado el tubo de comida, así como las latas y las botellas. Lo guardó cerca de la mina y se llevó la cantimplora, por si la encontraba y tenía sed. Malkom pensó que ella ya debía de estar sufriendo las consecuencias de la falta de agua: mareos, alucinaciones. Y todo sin necesidad, pues él tenía mucha agua. Qué no daría por volver a la noche anterior. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, no la asustaría, y no descuartizaría a aquellos demonios delante de ella. Trató de engañarse a sí mismo diciendo que no la mordería, pero al recordar el placer que sintió al beber su sangre, supo que era mentira. La olió. ¡Por fin! Llevaba horas incapaz de detectarla, pero por fin había olfateado su esencia y se puso en marcha. A medida que iba acercándose, fue aminorando el paso. Lo mejor sería no delatar su presencia; ella podría volver a hacerse invisible o aniquilarlo con uno de aquellos rayos que lanzaba con las manos. Escaló el acantilado y la siguió desde arriba. Al verla suspiró aliviado. Pero siguió vigilándola, asegurándose de que no se tropezaba con alguna de las muchas trampas que él había tendido en aquella zona, ni con ningún animal merodeador. La siguió y observó su comportamiento, tratando de averiguar más cosas sobre la pequeña succubae. Él siempre observaba, pero en esa ocasión disfrutó haciéndolo. Podría pasarse horas mirándola, era tan expresiva... Y aunque seguía sin entender ni una palabra de lo que farfullaba, el tono en que lo decía era clarificador. Ya no estaba asustada, estaba furiosa; daba patadas a las rocas y las maldecía. A pesar de estar visiblemente cansada, seguía estando preciosa. Malkom observó orgulloso las facciones de la compañera que el destino había elegido para él. Tenía las pestañas largas, los pómulos altos y elegantes. Los labios carnosos. Antes de encontrarla, Malkom jamás había entendido que los otros demonios fantaseasen acerca de cómo serían sus almas gemelas, de qué color tendrían el pelo, o los ojos. A él el color del pelo de una mujer le importaba tanto como el de un caballo. Sin embargo, en esos momentos sentía un peculiar orgullo al ver que su compañera era una belleza morena.
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En las pocas ocasiones en que se había imaginado a su alma gemela, daba por hecho que sería como él: una demonio cansada y castigada por la vida. En cambio ella era todo lo contrario. No tenía colmillos ni garras, y su piel parecía no haber sido dañada por los duros rayos del sol. Él era el hijo de una prostituta, y ella parecía haberse criado en el seno de una familia noble. No obstante llevaba un collar, igual que los esclavos. Sólo con pensar en poder poseerla también en ese sentido, se excitó. Se imaginó eligiéndola entre los esclavos, pagando una fortuna para quedarse con ella, y llevándosela a su guarida para poder disfrutar de su compañía. En el pasado, Malkom había recurrido a su disciplina para evitar obsesionarse con el acto sexual. Pero ahora que existía la posibilidad de estar con su compañera, no podía controlarse. Quería acariciar su cuerpo a su antojo, quería descubrir todas sus curvas y recovecos. Si se aplicaba lo suficiente, seguro que averiguaría cómo darle placer. Por el momento, ni siquiera sabía por dónde empezar a tocarla. Él nunca había estado con una hembra, y mucho menos había acariciado a ninguna. Pero tenía que creer que encontraría el modo de satisfacerla. Una de las primeras lecciones que había aprendido en la vida era que todo el mundo tenía una debilidad. ¿Serían las orejas? ¿El cuello? Se imaginó apartándole el pelo para besarle la nuca. «¿Temblará si le pongo las manos en los pechos?» Su compañera siseó de dolor y se le acentuó la cojera. Tanto si era noble como esclava, era evidente que no estaba acostumbrada a caminar tanto. Se frotó la nuca y se masajeó los músculos del cuello. Al menos, la muñeca parecía estar curándosele. La vio cojear hasta un tronco y sentarse. Se miró las botas con aprensión. Tiró de la primera y se mordió el labio inferior para no gritar. La suela interna de piel negra se le había pegado a las llagas. Se quitó la segunda bota y él hizo una mueca de dolor, pero de los labios de ella no salió ni una queja. Su compañera era fuerte, si no en cuerpo, en espíritu. Se recogió el pelo en un moño en lo alto de la cabeza, y Malkom pudo ver las marcas de sus colmillos. La noche anterior ella había pronunciado la palabra «vampiro» antes de empezar a lanzarle rayos contra el torso. Si era así como le veía, entonces quizá odiaba a las sanguijuelas tanto como él. A ella pareció enfurecerla más que la hubiera mordido que el hecho de que se hubiera excitado contra su cuerpo. Malkom la comprendía perfectamente. A él también lo habían mordido contra su voluntad miles de veces.
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Nunca había llegado a acostumbrarse. Pero le resultaría imposible no volver a degustar su sangre, no ahora que sabía el enorme placer que sentía al tenerla entre sus labios. Entrecerró los ojos. «Toma y daca.» Malkom se había pasado años soportando que otros bebieran de él. «Tengo cicatrices que lo demuestran. ¡Ahora me toca a mí!» Ella le daría su sangre y Malkom a cambio la protegería. Era equitativo. No sabía qué había hecho ella para que la hubieran exiliado a las infernales tierras perdidas; pero sí sabía que tenía mucha suerte de que alguien tan fuerte como él estuviese dispuesto a protegerla; y más teniendo en cuenta lo frágil que parecía su naturaleza y la poca habilidad de sus poderes. Quizá su compañera necesitaba recordar lo mucho que le necesitaba.
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CAPÍTULO 9
Justo después de que consiguiera meter de nuevo los pies en aquel par de botas, vio un leve movimiento entre el humo que tenía a su espalda. Algo aterrizó a sus pies, y fuera lo que fuese no se movió. «¿Y ahora qué pasa?» , suspiró exasperada y se agachó. Se encontró con unos ojos carentes de vida mirándola. Se tambaleó hacia atrás y se cayó sentada en el suelo. Allí delante tenía la cabeza de uno de los gouls que la había atacado la noche anterior. Le habían cortado el cuello, y las arterias todavía babeaban. Levantó la vista y por entre la bruma vio una enorme figura en lo alto del acantilado: el demonio. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Era una especie de advertencia? Se puso furiosa y el miedo que pudiera sentir ante él se desvaneció. —¿Se puede saber qué te pasa? —Se puso en pie de un salto, abriéndose de nuevo las llagas con el gesto. «¡Estoy harta!» Estaba exhausta, se sentía como si le hubieran dado una paliza y empezaba a dolerle la cabeza. Se notaba los pies como si alguien les hubiera echado ácido por encima. La herida del cuello le escocía porque se le estaba curando. —¡Me has salpicado la bota de babas! ¡Demonio asqueroso! Las últimas veinticuatro horas habían sido las peores de toda su vida. ¿Y él pretendía prolongarlas? —¿Crees que una cabeza cortada va a asustarme? ¿Crees que así me convencerás de que me quede contigo, de que me acueste contigo?
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Carrow cogió una roca del tamaño de una pelota del suelo y la lanzó en dirección a Slaine. —¡Ya he tenido acosadores antes, cretino! —Y algunos habían sido auténticos locos. Uno había estrangulado al gato de Mariketa y lo había dejado muerto en el porche de Andoain. Mari trató de resucitar al pobre animal, pero el intento terminó en plan El retorno de las mascotas vivientes, y su amiga dijo: —Tiger ha resucitado... mal. Para animarla, Carrow maldijo al acosador y le hizo un hechizo para que se enamorase de los cactus. «Cuando recupere mis poderes, demonio...» Al pensar en ello se detuvo un segundo. ¿Cómo iba a recuperar sus poderes en aquel lugar? Allí todo el mundo era tan desgraciado como ella. Maldición, cepillarse al dempiro era la mejor opción que tenía de conseguir algo de felicidad y recargar así sus poderes. No, ni hablar, todavía no estaba lista para aceptar a Slaine. Tenía que haber otra manera de salvar a Ruby. Aguzó el oído a la espera de que él respondiera, pero no oyó nada. —Sea lo que sea lo que pretendas hacer, ¡hazlo de una vez! Nada. Y mientras ella siguiera estando tan débil, no debería provocar a aquella abominación mítica. Cuando él saltó y aterrizó justo delante de ella, Carrow se asustó. Quedó de cuclillas junto a la cabeza del goul y ella se tensó, lista para otro ataque, pero él se limitó a observarla con calma. El dempiro tenía los ojos azules, y no negros. En vez del estado de ofuscación de la noche anterior, ahora su rostro rebosaba inteligencia, y una astucia que hizo que Carrow se pusiera alerta. ¿No iba a atacarla? ¿De verdad iba a tener tanta suerte? Suspiró aliviada. Quizá Slaine sólo había perdido los papeles por culpa de su sangre vampírica. Ahora que podía verlo de cerca, lo estudió con detenimiento. Llevaba parte del pelo trenzado, igual que los guerreros de antaño, pero el resto le cubría gran parte del rostro. Tenía el cabello y los cuernos cubiertos de arena, así que le resultaba imposible discernir su color, aunque apostaría a que ambos eran oscuros.
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Llevaba las mejillas cubiertas por una especie de grasa o pintura, unos trazos que le recordaron la pintura de camuflaje que se ponían los chavales del ejército. Quizá por eso le había parecido invisible. Se le veía una barba incipiente, como si no supiera si dejársela crecer o afeitársela del todo. Carrow deseó poder verlo recién afeitado. Oh, bueno, digamos que se conformaría con verlo limpio. Tenía la nariz ladeada, probablemente porque se la habían roto y no se le había soldado bien. Parecía un poco un boxeador. Como si tuvieran vida propia, sus ojos buscaron los labios del dempiro. Una línea apretada que apenas dejaba entrever unos pequeños colmillos. Por algún motivo, esos colmillos le hicieron pensar en cuántas hembras le habrían dicho que les gustaba que las mordiese. En conjunto, podía decirse que Slaine no estaba mal, pero no era, ni mucho menos, un tío bueno. Dejando el cuerpo aparte. De nuevo, los ojos de Carrow tomaron la decisión de seguir su camino por su cuenta, y tuvo que reconocer que el dempiro tenía un cuerpo espectacular. Unas caderas estrechas que contrastaban con unos hombros anchos, tan anchos como el vano de una puerta. Su musculoso torso era una obra maestra, y tenía un flanco decorado con aquel tatuaje negro. La gastada piel negra de los pantalones se le pegaba a los muslos, y unas muñequeras también de piel negra le rodeaban los antebrazos y las muñecas. Carrow se percató de que la cota de malla tenía nuevos cortes y que uno le dejaba al descubierto uno de los pectorales... y vio que tenía una pequeña barra de metal atravesándole el pezón. Descubrir ese pequeño detalle, hizo que el dempiro le pareciera más sexy. En realidad, de cuello para abajo era muy atractivo. Con la respiración algo entrecortada, se atrevió a mirarlo a los ojos y luego ladeó la cabeza. Tenía unos ojos azules preciosos. Justo cuando iba a darle un punto más en lo que a atractivo se refería, él le lanzó de nuevo la cabeza del goul a los pies. —Estás como una cabra, demonio. ¿Cómo te atreves a...? —Se detuvo al ver que él se ponía en pie. Slaine le tendió la mano, con la palma hacia arriba, y dijo: —Minde ara, altom. Carrow creyó entender: «Mi compañera, ven». Ah, por Hécate, él quería a su compañera, quería poseer a su alma gemela. Seguro que estaba convencido de que ella
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era de su propiedad. Un guerrero como él, en un mundo como aquél... Seguro que pronto dejaría de darle conversación y tomaría por la fuerza lo que quería. —Si vuelves a tocarme, te dejaré fuera de combate, igual que anoche. Él la miró concentrado, pero no porque estuviera embobado con su belleza. La miró para tratar de anticipar su próximo movimiento. Algo que nunca lograría adivinar, porque ni ella misma sabía qué iba a hacer. Las ideas le iban y venían, sopesaba distintas posibilidades y las descartaba. «¿Era el demonio la mejor opción para salir viva de allí y recuperar a Ruby?» Slaine era un bruto en el sentido más amplio de la palabra. Dios, si acababa de lanzarle una maldita cabeza. La había mordido, había bebido su sangre. ¿Podría entregarse a él y dejar que la poseyera? La noche anterior, había estado tan excitado que le había roto la muñeca en cuestión de segundos. Sólo de pensar en estar desnuda e indefensa frente al dempiro, sentía escalofríos. Temblaba de miedo. Sólo de miedo. Tenía que haber otro modo de salvar a Ruby que no implicara dejar que aquella abominación la tocase. En cuanto él se puso a dar vueltas a su alrededor, Carrow se movió al mismo tiempo para tenerlo siempre delante. «¡Piensa, Carrow! Tiene que haber otra salida que no incluya a Malkom Slaine.» Ella ya había encontrado a otros habitantes del lugar, quizá había más. Y quizá fueran menos hostiles que la panda de Asmodel. Carrow estaba en un plano infernal y sabía exactamente dónde y cuándo se abriría un portal hacia el cielo; quizá podría convencer a unos cuantos demonios de que la ayudasen. Podría ofrecerle riquezas. Podría ofrecerles el sueño americano. «¿Alguna vez habéis soñado con una vida mejor y con vuestra casita con valla blanca?» ¿La Orden quería que regresara al portal con un dempiro? Pues ella aparecería con un ejército de demonios dispuestos a empezar una nueva vida en el paraíso. «Juntos podremos conquistar el portal, la cárcel entera!» Si había algo que a Carrow se le daba realmente bien, era crear el caos. Encontraría el modo de quitarse de encima a Slaine, y luego descansaría un día antes de ir en busca de los demonios. Él se impacientó y volvió a tenderle la mano. —Alton, ara!
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—¿Ven, compañera? —Se cruzó de brazos—. ¿De verdad esperas que vaya contigo después de cómo me mordiste? ¿Debería olvidar que te masturbaste encima de mí? Sabía que no la entendía, pero la relajaba gritarle. —¿Te acuerdas de que tú estabas —imitó los gemidos que él hizo al alcanzar el orgasmo— y yo estaba —imitó los gritos de dolor de ella y se sujetó la muñeca—? ¿Me entiendes? A juzgar por el brillo que apareció en sus ojos azules, se diría que sí. —¡Mantente alejado de mí! —Consiguió que le brillaran las manos. Él se quedó mirándolas. —No te tengo miedo, demonio. —Irguió la espalda y levantó el mentón. Él frunció el cejo, sorprendido por su reacción. Estaban en un punto muerto, pero entonces él hizo la jugada que lo cambió todo. La cantimplora. El dempiro la llevaba colgada del hombro y la cogió para beber. —Dámela —dijo Carrow. Él no le hizo caso, sino que le quitó el tapón y dio un trago. —Eso es mío, demonio —dijo ella, tratando de atraparla, pero él la sujetó fuera de su alcance—. ¡Devuélvemela! Slaine la bajó un poco y Carrow dio un salto para tratar de cogerla, pero no lo consiguió. —¡Oh, de acuerdo! ¿Qué quieres de mí? Antes de que Carrow pudiera reaccionar, él la sujetó por la nuca y le acercó la cantimplora a los labios. Al parecer, quería darle de beber. Ella no confiaba en el demonio, ni siquiera le gustaba. Era un bruto, y probablemente un asesino. Estuvo tentada de sugerirle una parte del cuerpo en la que podía meterse la cantimplora, pero tenía tanta sed que no lo hizo. Los humanos podían morir si estaban tres días sin beber agua. Carrow llevaba un día en el infierno y estaba pagando las consecuencias. —De acuerdo —dijo, separando los labios, y él acercó a ellos la cantimplora. El agua se deslizó fría y metálica hacia el interior de su boca. Nunca había probado nada igual.
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Mientras bebía, podía sentir cómo el líquido iba recorriéndole el cuerpo; empezaba a hacerle el mismo efecto que una droga. Cerró los ojos. El dolor de cabeza le desapareció en cuestión de segundos. El dempiro apartó la cantimplora, pero sólo para que ella pudiera respirar. —Qué buena —murmuró Carrow. Él volvió a acercársela a los labios. Ella lo miró de reojo y vio que estaba fascinado mirándola. Probablemente se estuviera excitando al verla beber con tantas ganas. Pero en ese instante no iba a preocuparse por eso. El agua le resbalaba por el mentón y el cuello y le empapó la camiseta justo encima de un pecho. «No importa.» ¿Qué le pasaba? Un demonio la estaba manipulando, estaba en sus manos. Podía morderla en cualquier momento. «Y yo apenas puedo mantener los ojos abiertos.» Slaine volvió a apartar la cantimplora; tenía los ojos fijos en la camiseta de Carrow. Y de repente le tiró agua encima del pecho que tenía seco. Ella se apartó atónita. —¡Para! En un lugar como aquél, derramar agua sin sentido parecía pecado. Carrow no pudo evitar estremecerse, y los pechos se le excitaron bajo la camiseta. El dempiro observaba perplejo todo el proceso. Gimió y de él irradió una extraña sensación de felicidad. De alegría. De sorpresa. —Ara, minde jart —dijo, golpeándose el pecho con la mano. Tenía la voz ronca. —Compañera, ¿mi... corazón? —trató de adivinar Carrow. Él estaba intentando explicarle lo que ella significaba para él. ¿El dempiro creía que no se había entregado a él porque no sabía que era su alma gemela?—. Sí, ya sé que soy tu alma gemela, pero soy una bruja, y eso significa que yo no siento lo mismo por ti. —Y luego, en un tono algo condescendiente, añadió—: El destino no obliga a las brujas a que les guste gente que normalmente las odia. Oh, pero ¿por qué te estoy contando todo esto? Entonces, Carrow se dio cuenta de que si el dempiro fuera tan violento como decía en el dossier de la Orden, no estaría tratando de hablar con ella, sino que ya la habría violado. ¿Por qué no la había atado ni se la había llevado a la fuerza? Si de verdad en aquel plano sólo existían amos y esclavos, ¿cómo era que ella había encontrado al único demonio dispuesto a conquistarla?
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Vaya. Por primera vez desde su llegada, no se sintió como si estuviese a punto de morir en cualquier momento. Una enorme criatura pasó volando por los aires y aterrizó a escasos metros. Carrow la miró horrorizada. Tenía ojos de araña, piel grisácea y, al bostezar, mostró una boca llena de colmillos. Del caparazón le salían ocho retorcidas extremidades que medían el doble de su cuerpo, encima del cual habitaban todo tipo de parásitos que le estaban chupando la sangre. Tenía unas antenas tan largas como las extremidades y las movía en dirección a Carrow. Una cortó el aire justo delante de su cara. Antes de que ella pudiera moverse, Slaine la empujó lanzándola al suelo. Carrow se llevó una mano al esternón y trató de recuperar al aliento, entonces vio que el dempiro iba a enfrentarse a aquella cosa. Slaine gritó tan fuerte que a ella le dolieron los oídos. Tensó aquel magnífico cuerpo dispuesto para atacar, con los músculos vibrando bajo la cota de malla. Se estaba convirtiendo del todo en demonio; los colmillos le crecieron, los cuernos se le alargaron. Carrow se quedó sin aliento al ver cómo se enfrentaba a aquella bestia gigante sin miedo, decidido a alejar la batalla de donde estaba ella. Volvió a fascinarla lo rápido y fuerte que era. No era de extrañar que la Orden quisiera capturarlo. Malkom Slaine era el ejemplar masculino más poderoso que había visto nunca. Un momento... ¿por qué no se había teletransportado? A pesar de que muchos demonios, y casi todos los vampiros, podían hacerlo, él había optado por rescatarla y no se había ido de allí. Una extremidad cubierta de sangre aterrizó a su lado, y el demonio la miró furioso. Los ojos se le estaban poniendo negros, el plácido azul de antes se estaba desvaneciendo. Las cosas no pintaban nada bien para aquel monstruo alado... ni para ella. La bestia lo atacó con pasmosa agilidad. Carrow no había visto nunca a un bicho semejante. La noche anterior, al enfrentarse con la banda de demonios, Malkom Slaine había demostrado lo fuerte que era, pero ¿sería capaz de derrotar a una criatura tan rápida y colosal como aquélla? Ella no iba a quedarse para averiguarlo.
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Se puso en pie y se fue de allí corriendo, huyendo de ambos. Cegada por el humo y el miedo, trató de ignorar el dolor del pecho. Estaba hecha un lío. «¡Corre! ¿Me ha roto el esternón? ¿Qué era esa cosa?» Tenía la cabeza de una araña, y un cuerpo parecido al de una mantis religiosa, pero cubierto de insectos, como sucedía con algunos mamíferos.
«¿Hay más monstruos como ése por aquí?» El terreno era cada vez más rocoso, los arbustos iban menguando alrededor de los árboles sin hojas. ¿Había conseguido despistarlos? El corazón se le subió a la garganta y sus pies dejaron de tocar el suelo. Gritó hasta que el balanceo se detuvo y entonces analizó la situación. «Esto no está pasando, no está pasando...» Notó la cuerda alrededor del tobillo derecho y no tuvo más remedio que aceptar que había caído en una trampa y que estaba colgando cabeza abajo de la rama de un árbol. La punta de la melena le tocaba al suelo, y la falda se le había doblado por la cintura. El viento le acariciaba el trasero. —¡Esto es la gota que colma el vaso! —gritó, al notar que la sangre le bajaba a la cabeza. Seguro que era una de las famosas trampas de Slaine—. ¡Mierda! —«Le odio.» Había huesos esparcidos por todo el descampado. ¿El demonio dejaba que sus presas murieran allí colgadas? Levantó la cabeza para ver el alcance de la tragedia y sintió un escalofrío. La cuerda que tema alrededor del tobillo estaba sucia de sangre. «Tengo que salir de aquí en seguida.» Si pudiera alcanzar el nudo, quizá pudiese aflojarlo lo suficiente para soltarse. Con la mirada fija en la cuerda, trató de incorporarse un poco... —¡La tengo! —exclamó al rodearla con los dedos. Pero se le escapó y ella volvió a su posición inicial. ¿Qué diablos? El muy cerdo había engrasado la cuerda. «Ese bastardo, demonio, vampiro.» Si no podía sujetar la cuerda, no podía escapar. Y evidentemente él lo sabía. Carrow se quedó allí colgando, balanceándose durante un rato y maldiciendo el día en que nació Malkom Slaine, hasta que notó que el anillo le resbalaba del dedo. —¡No! Lo perdió por culpa de la grasa que tenía en las manos.
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—¡Maldito sea ese demonio! —Oyó un ping seguido de un tintineo y se pasó las grasientas manos por el pelo. El anillo había aterrizado encima de la cabeza de otro monstruo como el de antes. E iba directo hacia ella, mirándola con la boca abierta.
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CAPÍTULO 10
Las antenas se movían a su alrededor. Malkom las esquivó y se dispuso a atacar el cuerpo de la bestia. Ahora su compañera vería lo fuerte y hábil que era. Eso, junto con la cabeza que le había obsequiado antes, le demostraría que era perfectamente capaz de protegerla, a ella y a los hijos de ambos. Le dio un certero puñetazo al animal y miró hacia atrás. ¿Lo había visto? ¿Le estaba mirando? ¿Se había ido? ¡Había que ser idiota para huir cuando todo el mundo sabía que los gotoh cazaban por parejas. Tenía que eliminar a aquél en seguida. «¡Y luego le daré una tunda por haberse ido!» La bestia se acercó más a Malkom, y con la punta de la antena le cortó la cara. —¡Demonio! —gritó Carrow desde la distancia. El segundo gotoh gritó después, lo que significaba que iba a alimentarse de su presa. A pesar de que todavía no había matado al primero, corrió hacia el lugar de donde provenían los gritos. Sabía que el animal lo seguiría, y que ahora tendría que luchar contra los dos a la vez. «Dios, si pudiera teletransportarme.» Él era muy rápido, pero quizá no conseguiría llegar a tiempo. Movió los brazos a ambos lados del cuerpo... más rápido, más rápido. El corazón que justo le había empezado a latir, se le aceleró como hacía siglos que no lo hacía. Se mareó y se le nubló la visión.
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¿Lo que estaba sintiendo era pánico? La sensación fue en aumento, y cuando la identificó entrecerró los ojos. Estaba asustado. Por ella. Hacía tanto tiempo que no sentía miedo que le costó reconocerlo. Los únicos que tenían miedo eran quienes tenían algo que perder. Por fin tenía algo que perder. Y ni muerto iba a permitir que nada ni nadie le arrebatara a su alma gemela. Los colmillos se le extendieron todavía más, la rabia loca de la noche anterior resurgió de nuevo.
Carrow se balanceó para esquivar al monstruo, y con cada empujón trataba de incorporarse un poco y atrapar la cuerda. —¡Demonio! —gritó otra vez. Cuando las garras del monstruo le rozaron el cabello, añadió—: ¡Mueve el trasero de una vez! Slaine apareció en medio del claro. La miró a los ojos y empezó a gritarle en demoníaco al mismo tiempo que se lanzaba sobre la bestia. —¡Detrás de ti! —le advirtió ella, al ver al animal que los había atacado primero persiguiéndolo. El dempiro iba a tener que derrotarlos a los dos, y mantenerlos alejados de ella al mismo tiempo. Él se enfrentó a los dos monstruos y Carrow se quedó allí colgando como una inútil. La segunda bestia fue a por ella, pero el demonio la interceptó sin dejar de golpear a la primera. Una antena cortó la cota de malla de Slaine y lo hirió en el pecho. El gritó furioso y la herida sangró profusamente. Pero en el siguiente ataque, atrapó la antena y tiró de ella obligando al monstruo a inclinar la cabeza. Luego se la echó hacia atrás y, con las garras, le asestó el golpe mortal. Salió un chorro de sangre y la criatura dejó de respirar. Una menos. Mientras él estaba tan ocupado, la segunda criatura trepó al árbol como si fuera una araña y fue a por Carrow. —¡Demonio! ¡Espabila! Éste atacó a la criatura en cuestión de segundos y la alejó de Carrow. Se peleó con el monstruo cuerpo a cuerpo en el suelo, evitando las antenas, que parecían decididas a
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agujerearlo. Aquella cosa le enseñó los colmillos, pero él era muy rápido, muy poderoso... Con un ruido seco le partió el cuello. Punto final. Acto seguido, se puso en pie y apartó los restos. Ahora que ya no tenía que pelearse con nadie, Slaine tampoco se dedicó a seguir gritándole a ella, sino que se acercó en silencio al tronco que había detrás de Carrow, que se movió nerviosa, tratando de taparse el trasero, y sin apartar la vista de él. Él aflojó la cuerda y la bajó al suelo. Y, al acercarse, Carrow vio que volvía a estar enfadado, y excitado. La curva de su erección se le marcaba debajo de los pantalones. El demonio la sentó en el suelo de tal modo que el tobillo de ella no tuviera que soportar ningún peso. Cuanto más cerca lo tenía, más podía notar que se le aceleraba el corazón. Tenía la respiración entrecortada, después de haber estado peleándose con aquellas cosas y le estaban creciendo los colmillos. Iba a morderla. Otra vez. —¡No, demonio! —Carrow retrocedió, pero él se limitó a pisar la cuerda—. ¡Bastardo! —Apoyó la palma de la mano en una roca y cogió una piedra para lanzársela a los cuernos—. ¡Reacciona de una vez! A través de la sangre podían adquirirse los recuerdos de una persona. Cuanto más bebiera de ella, más cosas sabría. Quizá incluso pudiese descubrir que tenía intención de traicionarlo. «Y entonces me cortará la cabeza y la clavará en una pica.» —No me muerdas —le advirtió. Él tenía los ojos negros de deseo y los mantenía fijos en el pulso que le temblaba en el cuello. Se arrodilló delante de ella. —¡No, vampiro! Slaine se detuvo y gruñó. —¿Qué? ¿No te gusta que te llamen vampiro? Pues ¡no te comportes como tal! A pesar de su resistencia, la rodeó por la cintura y le colocó los brazos por encima de la cabeza. Cubrió su cuerpo con el suyo. Su erección era como una barra de acero, y la movió pegada a la pelvis de ella. Carrow se tensó y él le arqueó la espalda para acercarla más. Ella le hundió las uñas en la piel, justo por debajo de la cota de malla, pero apenas lo arañó. —¡Maldita sea, para!
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Con la mano que tenía libre, él le apartó el pelo de la nuca. Y cuando inclinó la cabeza, Carrow... ¿se estremeció? Antes de que pudiera analizar su reacción, el demonio gimió y la mordió. Y mientras él suspiraba de placer contra su piel, ella también gimió y tembló confusa. «No me duele.» Malkom bebió la sangre de su compañera. El delicioso líquido caliente se deslizó por su garganta. Se estremeció y estuvo a punto de alcanzar el orgasmo sólo con su sabor; se abrazó a ella con más fuerza. Su esencia le ponía el cuerpo en llamas, incendiaba su anhelo. «Punzante y dulce...» Su erección creció, tembló. «Tan dulce...» Gimió y la mordió al llegar al clímax. Tembló pegado a ella una y otra vez sin que su pene desprendiera ni una sola gota, y no paró hasta que se quedó casi sin sentido. La locura empezó a retroceder y Malkom se quedó sólo con la sensación de cercanía, sintiendo una satisfacción como no había sentido nunca antes. La presión cedió un poco y retiró los colmillos. Respiró junto al cuello de su compañera y la sintió que temblaba. Tenía la cabeza echada hacia atrás, los labios entreabiertos. ¿Era posible que también hubiera disfrutado con aquel mordisco? Ella le dio un golpe en el pecho, justo donde lo habían herido, y él se apartó exasperado. «No, no le ha gustado.» Fulminándolo con la mirada, se apartó el pelo de la cara y se la manchó con la grasa de la cuerda. ¿Le temblaba el labio inferior? ¿Había alguna hembra en el mundo capaz de aguantar lo que ella había aguantado sin llorar? Tenía la marca de su mano en el pecho, donde él la había empujado. Se la veía muy cansada, y después del mordisco parecía todavía más débil. Y ahora además estaba pálida. Había bebido demasiado. Malkom se juró que la próxima vez no bebería tanto, que sólo daría un pequeño sorbo. «Tengo que controlarme.»
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Ella no se iba a echar a llorar, ¿no? No podría soportar que su compañera llorase por su culpa. No, él había soñado con cogerla en brazos y consolarla. Le preguntaría si quería que él se ocupase de todos sus problemas, y ella asentiría pegada a su cuello. Su compañera daría sentido a su vida. Pero Malkom no sabía ni cómo pedírselo. «¿Te he...?» Antaño había sabido hablar aquel idioma, pero había conseguido enterrarlo en lo más profundo de su ser. No podía recordarlo sin recordar también todas las torturas, o su infancia. Hacía siglos que no lo hablaba. Tragó saliva y se concentró. Se quedó mirándola y trató de recordar aquella lengua que asociaba a sus pesares y tormentos. ¿Cómo podía decirle que no quería hacerla llorar, que necesitaba llevarla a casa y cuidar de ella? Que jamás volvería a hacerle daño. Cuando ella cerró los ojos y apretó las manos, Malkom comprendió que no iba a echarse a llorar. Iba a atacarlo. Y tuvo la sospecha de que esa vez, tenía incluso más poder que la noche anterior. Ella volvió a abrir los ojos; echaban chispas y brillaban de furia. «Es gloriosa.» Y daba un poco de miedo. Cuando levantó las manos y Malkom vio que le brillaban, exhaló, tensó los músculos y se preparó para aguantar estoicamente su desprecio...
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CAPÍTULO 11
El mordisco de Slaine no había sido horrible, y por eso estaba furiosa. Por suerte para ella, ahora podía desahogarse, porque se había alimentado de toda la felicidad que había irradiado el demonio como si fuera un festín. «¡Poder!» Estaba repleta de poder. Tenía mucha más fuerza que la última vez. —No deberías haber hecho eso. —¿Acaso ella era como esas mujeres de Nueva Orleans que vendían su sangre y se excitaban cuando las mordían? Unas mujeres de las que Carrow solía burlarse. Movió una mano y la cuerda que tenía alrededor del tobillo se desintegró y pudo ponerse en pie. Otro movimiento y el anillo que había perdido antes regresó a ella como si fuera un imán. Se lo puso y le dedicó al demonio una perversa sonrisa. —Doble, doble, trabajo duro y problema3 —murmuró—. ¿Dónde quieres que te golpee esta vez? Él la miró serio y le dijo algo en demoníaco que sonó como una orden. A Carrow no le gustaba obedecer, estaba acostumbrada a mandar. Así que le disparó y lo lanzó por el descampado. Él se tambaleó al volver a ponerse en pie, y la miró como si se sintiera decepcionado. —¿Y qué esperabas? —Le disparó de nuevo—. Ya te dije qué pasaría si no controlabas tus colmillos. Cuando él la miró frustrado, ella exclamó: —¡Pues trátame bien, tonto! Tampoco es tan difícil.
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Al recibir el tercer impacto, Malkom se tensó y soportó el golpe del rayo contra el pecho, como si se sintiera orgulloso de sí mismo. Luego desvió la mirada hacia el cuello de Carrow para decirle que creía que había valido la pena. Ella abrió los ojos como platos. —Estás muerto, amigo —juró—. ¡No tienes ni idea de lo muerto que estás! — Recurrió a la poca magia que le quedaba y lanzó otro rayo, y en esta ocasión oyó cómo se le rompía un hueso. ¿Una costilla? ¿La clavícula? ¡Slaine seguía en pie! Carrow estaba agotada, ya no podía hacer ningún hechizo más, no podía hacerse invisible, ni tampoco disparar, y todo para qué. El demonio apretó los dientes para controlar el dolor y le tendió la mano. —A casa —consiguió pronunciar. A pesar de que a él mismo le había sorprendido recordar esa palabra, ella respondió: —¿A casa? ¿Contigo? Ni hablar. —Pero le picó la curiosidad—. Ah, ¿así que ahora sabes inglés? Malkom frunció el cejo. —No, ya veo que no. Pero había tratado de comunicarse con ella. El demonio movió la mano y le señaló los alrededores, y luego se pasó un dedo por el cuello. —¿Me estás diciendo que esta zona es peligrosa? ¡Vaya! ¿Y qué me dices de ti? Me has mordido dos veces, me has roto la muñeca, tengo un morado en el esternón por tu culpa, y eso que sólo hace veinticuatro horas que te conozco. —Su humor empeoraba con cada incidente que recordaba—. ¿Por qué iba a irme contigo? Sin ocultar lo furioso que estaba, él se llevó la mano a la boca. ¿Le estaba diciendo que se callase? —¿Acabas de decirme que me calle? —le preguntó en tono amenazador. Slaine se llevó un dedo a los labios y luego volvió a señalar a su alrededor. —¡Me has dicho que me calle! No puedo creer que te hayas atrevido a hacerme callar. Deja que te dé un consejo, demonio... —Se interrumpió al ver que algo se movía en un arbusto—. ¿Qué mierda es eso? —le preguntó señalando en aquella dirección. Él la miró como si fuera idiota, dando a entender que ya se lo había advertido.
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—¿Otra cosa que puede matarme? ¿Hay algo más aparte de esas bestias salidas de Alien y de los demonios violadores? Mejorando lo presente, claro está. —Aunque al decirlo recordó que Slaine la había salvado de los monstruos y de la banda de Asmodel. De mala gana, tuvo que reconocer que sin él no habría sobrevivido ni un día en aquel plano, y que sin su hechizo de invisibilidad probablemente no sobreviviría otra noche. Recordó que antes de morderla la primera vez, el demonio le gritó que se alejara. Había querido salvarla. A no ser, claro está, que sencillamente hubiera querido perseguirla. Quizá lo único que pasaba era que, en ambos casos, él había perdido el control a causa de la pelea. Tal vez no tuviera que ver con ella que, tanto la noche anterior como ahora, él la hubiera mordido. Quizá se debía a la adrenalina generada tras enfrentarse primero con los demonios y ahora con los monstruos. Oyeron el ruido de algo escarbando, acompañado de unos sorbidos... que provenían del cielo. Ninguna de todas las criaturas que Carrow había oído la noche anterior estaba en el cielo. —Alton, ara —El demonio volvió a tenderle la mano. ¿Qué haría Ripley? Preferiría enfrentarse a lo que ya conocía y aceptaría la ayuda de aquel improbable aliado. Además, cuantos más mejor, ¿no? Y él parecía estar de su lado. Pero ella todavía no estaba segura. En un gesto inconsciente, se llevó la mano al cuello, justo donde el demonio la había mordido. Y luego se preguntó: «¿Hay algo peor que Malkom Slaine me muerda?». Respuesta: «Sí, todo lo demás». Caso cerrado. Tenía que cumplir dos objetivos: salir de aquel lugar y liberar a Ruby. Y necesitaba al dempiro para conseguirlos. Sabía que alguien como Slaine daría por sentado que la hembra a la que estaba protegiendo tenía que acostarse con él. Así que no le quedaba más remedio que encontrar el modo de apaciguarlo. Fingió no darse cuenta del cosquilleo que sentía al pensar en cómo sería meterse en la cama con aquel ejemplar. —A casa —repitió él. «Tengo que establecer unas normas básicas.»
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—Nada de mordiscos. —Se tocó el cuello y luego le señaló los colmillos al mismo tiempo que movía la cabeza de un lado al otro para decirle que no—. Morder... noooo. Slaine la miró incrédulo; la había entendido perfectamente y no estaba de acuerdo en absoluto. Una retahíla de furiosas palabras en demoníaco salió de sus labios. ¿Se estaba justificando? ¿Estaba defendiendo su postura? Carrow ya sabía que le había gustado beber su sangre, pero ¿por qué era tan importante para él no ceder en ese punto? Ella le hizo el signo de la paz y se llevó los dedos al cuello. —Nada de mordiscos, demonio. Él levantó las manos exasperado. Carrow también levantó las manos y con mímica le explicó que al morderla se había mareado. Slaine apretó los labios. Luego miró al cielo, resignado, y, acto seguido, se arrodilló en la arena, donde dibujó tres círculos unidos con una línea. Al terminar, le señaló lo que debía de ser el sol. —De acuerdo. Ya lo pillo. Mañana, tarde y noche. ¿Esto representa un día, no? Él levantó dos dedos. —¿Dos días? ¿Dos días sin morderme? Ni hablar, demonio. —Ella levantó ocho dedos. Slaine suspiró y levantó cinco. Perfecto. Carrow asintió y él se llevó una mano al pecho asintiendo también, a pesar de que su expresión evidenciaba lo mucho que le costaba aceptar. Acababa de jurarle que no la mordería. Y estaba claro que era una gran concesión por su parte. ¿Podía confiar en su palabra? En la situación en que se encontraba, no le quedaba más remedio, tenía que creer que no iba a morderla. El siguiente punto de la negociación no iba a ser tan fácil. —Nada de sexo. Él no debió de entenderla, porque aceptó en seguida y le hizo señas para que lo siguiera. ¿Cómo podía explicarle lo que era el sexo? ¿Cómo podía representarlo?
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—Ah, por todos los dioses. ¿De verdad voy a tener que hacer ese gesto? — Carrow formó un círculo con dos dedos y luego deslizó el índice de la otra mano por el agujero. El demonio abrió los ojos como platos y asintió enfáticamente. Hasta que ella repitió el gesto y dijo: —Nada de sexo. No. Entonces gruñó exasperado y se golpeó el corazón con un puño. —Sí, ya sé que soy... tuya. Pero tú eres demasiado fuerte —Colocó un brazo como si sacara músculo y se señaló el bíceps. Luego lo señaló a él. —¿Fortis? —preguntó Slaine. —¿Latín? —«El latín se me da fatal.» Carrow se había aprendido los acertijos de memoria, y sólo declinaba en broma para hacer gracia, como por ejemplo: Carrowicus bebiendum, o Tío buenus estupendus. Aunque estaba convencida de que «fortis» significaba «fuerte». Tal vez. —Tú —le señaló— eres... ¿fortis maximus? Él levantó el mentón y la miró arrogante, como si le estuviera diciendo: «Ahora dime algo que no sepa». Carrow cogió una rama del suelo y se señaló a sí misma. —Yo —dijo, y partió la rama en dos. Él asintió, comprendiendo lo que quería decir. Y en sus ojos, ella detectó claramente lo astuto que era el demonio. —Así que, nada de sexo. Antes de que él se lo prometiera, algo gritó por encima de sus cabezas. —Mierda —dijo, y corrió hacia Slaine—. Vámonos de aquí.
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CAPÍTULO 12
«
Esta excursión está siendo de lo más esclarecedor», pensó Carrow mientras
iban montaña arriba. En la última hora, había aprendido lo sarcástico que podía llegar a ser el entrecejo del demonio; lo había visto cuando se negó a que la llevara en brazos para huir de allí. Y también había aprendido lo importantes que podían ser las cabezas decapitadas que había por el suelo. Slaine las recogió, las ató con aquella cuerda que Carrow esperaba no volver a ver en toda su vida, y se las colgó del hombro. Luego se las iba ofreciendo cada diez minutos. —No, gracias, tengo un par igual en casa —contestaba ella. Si me las das, se las regalaré a otra persona. —Al parecer, cuando antes le había lanzado aquella cabeza de goul, en realidad le estaba haciendo un regalo. La versión dempírica de un ramo de rosas. ¿Era así como demostraba interés por una chica? De camino «a casa», él se colocó delante y le fue enseñando dónde estaban las otras trampas. A ella se le pasó el enfado y aprovechó el rato para asimilar todo lo que le había sucedido. Carrow era una de esas personas con «pronto» que luego se arrepienten de lo que han dicho. «¿Por qué estaba tan enfadada?» Ah, sí, él la había mordido —dos veces— en contra de su voluntad, aunque le estaba agradecida por haberle salvado la vida. No conocía a ningún macho de ninguna especie que hubiese podido derrotar a aquellos dos monstruos sin que ella recibiese ni un rasguño.
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Nunca había visto monstruos como aquéllos, nunca había oído hablar de ellos en la Tradición. En cuanto empezó a plantearse qué podían ser, su educación científica entró en funcionamiento y dedujo la respuesta: frankensteins. Una amalgama, criaturas hechas con partes de otras pegadas entre sí, como era también el caso de Malkom Slaine. Si un demonio y un vampiro formaran una familia, su descendencia sería única y armoniosa, como cuando un perro labrador tiene una carnada con un caniche. Voilà, labradoodle!4 Pero un dempiro era una criatura fabricada, como si alguien cogiera la mitad delantera de un labrador y la cosiera a la mitad trasera de un caniche. En otras palabras, no era natural. Quizá por eso él no podía rastrear: aunque tanto los vampiros como los demonios poseían esa habilidad innata. Los vampiros podían teletransportarse sin ningún problema, mientras que los demonios tenían que aprenderlo. Quizá las dos naturalezas habían entrado en conflicto al tratar de llevar a cabo lo mismo pero con métodos completamente dispares. Carrow lo miró por debajo de un mechón cubierto de arena. —¿Por eso no puedes rastrear? —le preguntó—. El dempiro que había tenido a toda Nueva Orleans aterrorizada podía teletransportarse. Quizá lo único que pasa es que no sabes cómo hacerlo. —Él la miró perplejo—. Me apuesto lo que quieras a que antes podías. Tiene que ser un rollo haber perdido esa facultad. Ahora que parecían estar fuera de peligro, y aunque resultara extraño, Carrow tenía ganas de hablar con él. Sabía que no podía entenderla, y por eso, tras hacerle preguntas, ella misma planteaba distintas respuestas en voz alta. También hacía observaciones sobre el terreno o el mal tiempo. El demonio movía los hombros de vez en cuando. —Creo que te llamaré Wilson, como la pelota de voleibol de Náufrago. Entiendes lo mismo que él y respondes con la misma frecuencia. ¿Qué has dicho? —Se llevó una mano al oído como si él hubiese hablado—. Sí, sí, tienes razón; Wilson estaba más limpio que tú. Carrow no tenía ni idea de por qué le gustaba tanto hablar con Slaine, su sucio salvador, pero le gustaba. —Cuando regresemos... —Dejó la frase a medias. Y cuando él la miró, preguntándole con la mirada por qué se había callado, ella suspiró.
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—Está bien, cuando regresemos, las cosas tendrán que cambiar. Entre los dos. Tú y yo no tenemos nada en común. Carrow solía pasar mucho tiempo en la ciudad, descubriendo los pecados de Nueva Orleans y alimentándose del jolgorio que allí se creaba. —Ahora las cosas serán diferentes. —Tendría que ser más cauta con sus hechizos. No podía ir malgastándolos en tonterías como encontrar una buena plaza de aparcamiento, o para controlar mentalmente a alguien. —Creo que después de esto, estoy lista para tener hijos —prosiguió eufórica—. Si esto me hubiese sucedido hace unos meses, probablemente habría rehuido mis responsabilidades. —Tal como le habían enseñado sus padres—. Pero después de esta aventura, todo me parece fácil. Incluso criar a una niña de siete años con instintos asesinos y serios problemas de autocontrol. El demonio parecía tenso, como si su cháchara lo molestase. No, no podía ser. A ella siempre le habían dicho que tenía la voz muy sexy. —¿Demoníaco? —le preguntó él tras darle un ligero toque para que le prestase atención. —¿Si hablo demoníaco? Él asintió. —Sí, un poco —respondió, y luego le dijo unas palabras; le pidió cerveza, la bebida preferida de los demonios. En ese instante, Slaine se tensó de pies a cabeza y se pasó una mano por los cuernos. Bajó la mirada hasta los labios de Carrow y tragó saliva. Se había quedado tan pasmado que ella llegó a la conclusión de que sus amigos demonios le habían tomado el pelo enseñándole a decir algo más picante que «¿Puedo tomarme una cerveza, por favor?».
Con un marcado acento, su compañera acababa de preguntarle en demoníaco: «¿Puedo hacerte una felación, por favor? «¡Por supuesto!» La atónita mirada de ella al comprender lo que había sucedido, seguida por una evidente mueca de enfado, le demostró a Malkom que no había tenido intención de decir tal cosa.
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Pero ahora él no podía dejar de pensar en qué sentiría al tener el pene entre sus labios. Recordó cómo había bebido de la cantimplora y casi gimió al imaginársela haciendo lo mismo con su miembro. Saber por fin lo que se... ¡Podía controlarse mejor cuando ella le hablaba en inglés! Carrow se cruzó de brazos y volvió a ese idioma y a mostrarse a la defensiva. Malkom suspiró e ignoró el dolor que sentía en las costillas que ella le había roto antes. Odiaba que le hablara, pero le encantaba que le hablara. El sonido de su voz era tan agradable, en especial después de haberse pasado solo tantos años. Cada palabra le resultaba familiar, incluso a pesar del acento extranjero, pero después de tanto tiempo, le resultaba imposible relacionar los vocablos con algún significado. Lo único que conseguía era recordar las torturas del Virrey. A Malkom empezaron a torturarlo tres semanas después de morir. El vampiro lo sacó de la celda justo después de que matase a Kallen, pero sólo para humillarlo. El Virrey estaba obsesionado con que tenía que ser más vampiro que demonio; quería conseguir que jurara fidelidad a la Horda. Muy pocos rituales scârba funcionaban, y Malkom era un bien muy preciado, un bien al que no estaban dispuestos a renunciar así como así. Antes lo destruirían para siempre. El Virrey trató de obligarlo a olvidar la lengua demoníaca, quiso que hablara sólo el idioma de los vampiros. Cada vez que él se negaba, le cortaban la lengua. Y cuando les escupía sangre, lo azotaban hasta que ya no le quedaba piel. Y ahora, si quería comunicarse con su compañera, tendría que resucitar ese idioma y enfrentarse a los recuerdos que llevaba intrínsecos. Malkom sabía que lo pagaría muy caro, que lo consumirían las pesadillas. La miró y soltó el aire que retenía en los pulmones. Volvió a quedarse sin aliento al ver lo bella que era, y la contempló tan embobado que incluso tropezó en la oscuridad. Ella lo miró y sus mejillas adquirieron un tono rosado. Vergonzosa, se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y murmuró algo mirándolo a los ojos. ¿Cuántas ganas tenía de saber lo que le había dicho? Muchísimas...
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Carrow acababa de farfullar que el demonio tenía más capas de las que ella se había imaginado cuando de repente se detuvieron delante de la entrada de la mina. Otra capa, pero ésta era sucia, y espeluznante. Delante de la entrada había una docena de lanzas que hacían las veces de empalizada. En lo alto de dichas lanzas había ¡cabezas cortadas! Al parecer, nunca tenía suficientes. En su colección las había de todas las criaturas imaginables; demonios, gouls, monstruos alados. Así que eso era lo que hacía con ellas. No era de extrañar que los otros demonios lo temiesen. Fegley no había exagerado: Carrow correría un gran riesgo si se metía en la guarida de aquel dempiro. Si Slaine veía sus recuerdos. Se quedó pensativa y miró el camino infestado de trampas; y levantó los ojos al cielo, cada vez más negro. Era preferible entrar en la cueva. —Casa —dijo él cuando ella volvió a mirarlo. Parecía sentirse orgulloso de sí mismo, y le dio unos segundos para que observara todos sus trofeos de caza. Un insecto enorme salió de la fosa nasal de una de las cabezas. «Precioso.» El demonio la miró expectante, como si esperase que ella lo felicitara por su colección. —Me encanta lo que has hecho con este lugar. A simple vista es impresionante. —Lo miró a los ojos—. Lo digo en serio. Él la miró sin entenderla, y luego la empujó con cuidado hacia la entrada. Justo antes de cruzar el umbral, volvió a detenerse. Se colocó una mano en el pecho y dijo: —Malkom. Ella se quedó perpleja. ¿Ahora iban a presentarse? ¿En serio? —Está bien, yo soy Carrow. El demonio asintió y repitió: —Car-row. —Luego la guió dentro. ¿Quería presentarse antes de entrar en su casa? Una capa más. Dentro de la mina no hacía viento, y, comparado con el exterior, el aire era húmedo y fresco, igual que en Nueva Orleans. Había piedras de lava esparcidas por
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todas partes, iluminando el camino, a pesar de que a él no le hacía falta ninguna ayuda para ver en la oscuridad. También había acueductos de piedra junto a la pared con pequeñas lagunas a intervalos separados. Y en la arena toneles rotos y garrafas. Por las grietas entre las que se colaba el agua, salían columnas de vapor. Así que en aquello consistían las legendarias minas de agua de Oblivion; en lagunas de agua atrapadas dentro de una mina, como si fueran yacimientos de oro. A medida que Malkom iba adentrándose más en la cueva, el camino se bifurcaba y él la guió por uno de los túneles secundarios. Carrow no tardó en ver una zona más iluminada más adelante. Cuando llegaron al final del camino, comprendió que estaban en su guarida. La guarida del demonio. Era verdad lo que se decía de esta especie, que eran seres muy terrenales. Y aquél quería acostarse con ella. La cueva estaba repleta de piedras de lava que funcionaban como radiadores, iluminándola al mismo tiempo. Había un camastro en el suelo, junto a una hoguera preparada para cocinar. ¿Comía además de beber sangre? La hoguera estaba situada bajo una grieta de la cueva, probablemente servía de chimenea para extraer el humo. Esparcidas por el suelo había cuerdas, cadenas y navajas que con toda seguridad debía de haber utilizado para preparar las trampas que antes le había enseñado. Había huesos por todas partes. En una pared vio una pila de madera seca para hacer fuego. En otra, unas cuantas mochilas de asalto abandonadas, muchas salpicadas de sangre. Las había a docenas. ¿Los huesos serían unos suvenires más? Él seguía mirándola con aquella expresión tan escrutadora. Le señaló las mochilas y abrió la boca como si quisiera darle una explicación, pero luego no lo hizo. Al ver que ella no le daba la más mínima importancia —a Carrow le importaba un comino que hubiera matado a aquellos mortales—, Malkom la llevó hasta la cama y luego fue a encender el fuego. El demonio había demostrado tener educación al presentársele. Y ahora estaba siendo hospitalario. Sí, era verdad que tenía tendencia a gruñir y a clavarle los colmillos, pero Carrow no podía dejar de pensar en aquella cabeza que le había lanzado a los pies. Dado que ahora sabía que se trataba de un gran regalo, llegó a la conclusión de que la estaba... cortejando.
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Ojalá pudiera entenderle mejor. La barrera idiomática era un problema. Pero él le había dicho una palabra en inglés. ¿Sabría más? Tenía que averiguarlo. Cuando Malkom regresó cargado de leña y se agachó para encender la hoguera, Carrow se quedó cautivada con el cuerpo del demonio. Los desgastados pantalones de piel se le pegaban a los muslos y las caderas y, bajo las garras, tenía unos dedos largos y fuertes. Mientras colocaba los troncos con pericia, se le marcaban los músculos bajo la cota de malla, y el tatuaje se movía sinuoso sobre su piel. «Tiene un cuerpo que es demasiado.» Pero, por todos los dioses, estaba cubierto de pintura de guerra y en general hecho un desastre. Las trenzas, que le colgaban delante de la cara como si fueran una cortina engrasada, eran horribles. ¿Y aquella barba desgreñada? Carrow mataría por ver lo que se escondía debajo. El demonio no tardó en encender el fuego, y ella se acercó en busca de la calidez de las llamas. Pronto le pesaron los ojos. Él respiró hondo y se quedó mirándola. Sus ojos se oscurecieron. Malkom era feliz teniéndola allí, y Carrow sintió como si la hubiera arrollado un camión. ¿Una cantidad tan pequeña de felicidad bastaba para darle a ella tanto poder? El demonio era mucho más fuerte que cualquier otra criatura de la Tradición, pertenecía a una de las especies más feroces y todo en él era exagerado. Tenía lógica que su felicidad le proporcionara más poder que la de ninguna otra. Carrow se apostaría lo que fuera a que si se acostaba con él sería enormemente dichoso. Al parecer, era un guerrero impredecible, un devoto coleccionista de huesos y una fuente inagotable de poder para ella, pues irradiaba felicidad con cualquier cosa remotamente relacionada con lo sexual. Carrow tragó saliva. «Lo único que tengo que hacer es poner esa fuente en marcha.»
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CAPÍTULO 13
«
Mi compañera, en mi casa.» Ya no volvería a pasar más noches solo. Había
encontrado a su alma gemela. Ella se acercó a la hoguera y las llamas se reflejaron en su pelo negro y en los ojos verdes. Tenía los ojos más sensuales que Malkom había visto nunca, y, al parecer, él no podía dejar de mirárselos. Por fin tenía a su compañera a su lado. Por fin iba a poder cuidar de ella, a poseerla. La idea de proteger a su alma gemela lo excitaba. Igual que buscarle comida. Ya se estaba imaginando cómo ella le daría las gracias, con su cuerpo... o con su boca. Clavó la mirada en los carnosos labios y tuvo que contener un gemido al recordar lo que ella le había dicho en demoníaco. Se la imaginó preguntándoselo de nuevo, pero esta vez de rodillas delante de él, desnuda. En las negociaciones que habían mantenido antes, ella no había dicho nada de que Malkom no pudiese hacer nada con los labios... ni ella con los suyos. Él nunca había tenido sexo oral, nunca había sentido ese placer. «Aunque a mí me obligaron a dárselo a otros miles de veces», pensó apesadumbrado. Tardó unos segundos en relajar los músculos y sacudirse de encima el resentimiento que hacía siglos que sentía. Malkom siempre se había preguntado qué se sentía, qué tenía aquel acto que conseguía poner a un hombre de rodillas, que hacía que uno deseara repetirlo una y otra vez. ¿Podría convencer a su compañera de que satisficiera su curiosidad de una vez por todas?
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Quizá esa noche le dejaría hacer algo más. Sí, Carrow le había dicho que nada de sexo, pero sólo lo había dicho porque tenía miedo de que le hiciese daño. Y, evidentemente, él no había aceptado, porque en cuanto pudiese demostrarle que era capaz de tocarla sin hacerle daño, seguro que podría poseerla. Lo que sí había jurado era no beber su sangre, y se esforzaría por cumplir su palabra, al menos hasta que consiguiera explicarle lo que aquel acto significaba y por qué ella no podía seguir negándoselo. De camino a su guarida, Malkom se había dado cuenta de que, con ella, satisfacer la sed de sangre no era lo más importante. Lo más importante era la conexión, la cercanía que sentía con Carrow. Jamás se había sentido tan unido a nadie como cuando la había mordido. «¿De verdad se ha mareado por mi culpa? ¿He bebido demasiada sangre?» Trató de recordar lo que sentía él cuando lo mordían... Por el momento iba a conformarse con sangre animal, incluso aquella misma noche. Aunque había bebido de la sangre de ella, también había perdido mucha al defenderla. A Carrow le rugió el estómago y al ver que estaba hambrienta, él se puso en pie de un salto y se fue diciéndole que iba a volver con un festín de aves que ella podría cocinar. Levantó un dedo y le dijo que esperase allí, donde estaría a salvo. Las bestias evitaban aquel lugar por una mera cuestión de supervivencia. Y sus enemigos, Ronath incluido, no podían teletransportarse. Aun en el caso de que hubiese aprendido a hacerlo durante aquel intervalo de años, no podía rastrear directamente al interior de la mina, pues nunca había estado allí. Al ver que ella no respondía, Malkom movió el dedo con más insistencia. Carrow puso los ojos en blanco y señaló el fuego, como si quisiera decirle que no pensaba alejarse de la fuente de calor. Él salió para llevar a cabo su nueva misión, regresó a la noche y cazó con rapidez. Media hora más tarde, de vuelta en la guarida, se detuvo en una de las lagunas para rellenar la cantimplora. Como de costumbre, se puso nervioso al acercarse al agua. Sudó igual que hacía siempre que estaba al lado de algo más grande que un charco. Le pasaba desde que era pequeño. Sin embargo, por primera vez en varios siglos, se obligó a arrodillarse para estudiar su reflejo. Intrigado por saber cómo lo veía Carrow, echó un vistazo.
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Tenía cuernos y colmillos; y ella no. Ella tenía la piel suave y limpia, y él estaba sucio y barbudo. Iba hecho un desastre y tenía la ropa destrozada. Y eso era sólo lo exterior. Malkom no sabía leer ni escribir, ni tampoco sabía nada de números, y sus orígenes no podían ser más bajos. «Fui un esclavo y me... Maté al único amigo que tenía.» Frunció el cejo, golpeó el agua y quebró su reflejo.
Aprovechando que Slaine no estaba, Carrow se quitó las botas e hizo un hechizo para curarse los pies, cortesía de la felicidad del demonio. Cuando se hubo regenerado la piel, movió los dedos por encima de la arena. Todavía le quedaba algo de poder. Si conseguía que él fuera lo suficientemente feliz, podría hacer hechizos más grandes, quizá hasta uno de fuerza tres sobre cinco en la escala de las brujas. Tenía uno en mente. Sabía que tenía que guardar alguna reserva, así que sólo se permitió un hechizo curativo más; tenía que elegir entre el mordisco del cuello, el golpe en el pecho o la muñeca rota. Ésta ya se le estaba curando sola, y el mordisco tampoco le dolía tanto. Esa segunda vez, Malkom le había clavado los colmillos sin desgarrarle la piel. Estaba mejorando. Carrow se estremeció al recordar lo que había sentido. Una punzada de dolor seguida de un cálido placer. Se miró el pecho y se preocupó un poco al ver el morado en forma de la mano del demonio. La marca le iba casi de hombro a hombro. «Elijo el pecho.» Otro hechizo y el morado desapareció. Poco después, Malkom regresó con la cantimplora llena de agua y lo que parecían ser dos pájaros muertos. Estaban a medio camino entre unos faisanes y unas gallinas. Él miró atónito sus pies sin llagas durante unos segundos, y luego trató de pasarle los bichos. —¿Qué esperas que haga yo con ellos? —Lo miró con cara de «A mí no me mires». Él soltó otra retahíla de palabras en demoníaco, aunque esta vez aparecía el nombre de ella. Carrow se sentía como un perro de dibujos animados mirando a su amo: —Blablablá Carrow blablablá.
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Al final, le dio la cantimplora y, mientras ella bebía, él le arrancó la cabeza a uno de los pájaros con la misma facilidad que si hubiera descorchado una botella de vino. Colocó el ave cabeza abajo para que se desangrase, y Carrow escupió el agua y a punto estuvo de vomitar. Él frunció el cejo al ver su reacción, pero, no obstante, cogió la caza y salió fuera. Cuando regresó las dos aves estaban ya limpias, desplumadas y desangradas. Carrow se dio media vuelta al ver que las colocaba sobre el fuego. Pero cuando empezaron a asarse, fue incapaz de dejar de mirarlas. A pesar de que estaba muerta de hambre, y de que olían muy bien, no sabía si sería capaz de comerlas. Ella no era vegetariana, ni mucho menos, pero si él le hubiera dado aquellos dos pájaros antes de matarlos, seguro que se habrían convertido en sus mascotas. Pero la verdad era que se le estaba haciendo la boca agua y que el estómago le hacía tanto ruido que él sonrió. Seguro que estaba pensando: «Me apuesto lo que quieras a que te alegras de haber venido conmigo». —Ríete todo lo que quieras, demonio. Sigue así de contento y pronto podré freírte y quitarte esa mirada de satisfacción de la cara. Mientras las aves seguían asándose, caminó descalza hasta las mochilas y empezó a buscar cualquier cosa que pudiera hacerle más fácil la vida en el infierno. Todas las mochilas llevaban una etiqueta con el nombre de su propietario, pero en vez de poner sargento, o soldado raso, sólo ponía oficial, como si fueran de una empresa de seguridad privada. El oficial Hostoffersson tenía una navaja multiusos así como un neceser con una cuchilla de afeitar y otros utensilios de aseo masculino. «Si se lo lanzo a la cabeza, pillará la indirecta.» El oficial Lindt no llevaba chocolate, pero sí una petaca. Carrow la abrió y olfateó su contenido. Tenía que ser Jack Daniel's. Las mochilas más grandes contenían mudas limpias —camisetas negras, pantalones de camuflaje— y sacos de dormir. Esa misma noche probaría uno. Ah, dormir a cubierto, con comida en el estómago y bien calentita, y sin tener que preocuparse de que la atacaran las bestias. Todo un lujo. Seguro que después de descansar lo vería todo con más claridad y encontraría el modo de liberar a Ruby y a todas sus amigas y aliados. Miró al demonio y se preguntó si él también estaría cansado. ¿Los dempiros dormían igual que el resto de los inmortales? Vio que él la estaba mirando; en su rostro volvían a brillar aquellos impresionantes ojos azules.
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—Me juego lo que quieras a que anoche tú tampoco dormiste demasiado. Con eso de perseguirme, ya sabes. Y mira, ahora estoy aquí. Él se encogió de hombros. Carrow dejó de mirarlo e inspeccionó el lugar. «Así que aquí es donde voy a perder el tiempo.» Parecía seguro y protegido de la intemperie. Mientras el demonio siguiera contento de tenerla a su lado, ella podría alimentarse de esa felicidad y adquirir así la energía necesaria para mantenerlo a raya. Pero era más que evidente que aquella cueva necesitaba un toque femenino. «Así soy yo, muy hogareña.» Carrow suspiró y se levantó. Él no trató de detenerla, lo que era buena señal, pues ella no estaba acostumbrada a tener que negociar, y mucho menos si tenía que recurrir al lenguaje de los signos para hacerlo. El demonio la observó fascinado mientras recogía lo que esperaba que fuesen unos huesos de animales y los llevaba junto a la pila de leña para el fuego. Después, enrolló las cuerdas y las cadenas y guardó las incontables dagas en una esquina que estaba vacía. Al terminar, se volvió hacia la cama, en la que él acababa de sentarse. —Levántate, demonio —le dijo, haciéndole con la mano un gesto para que la comprendiera. Tuvo la sensación de que a él le hacía gracia, pero no se movió. Carrow tocó entonces la punta de la sábana y lo miró con cara de asco. Malkom se levantó. Ella quitó la sábana, y en su lugar colocó un saco de dormir. —Ya puedes volver. Pero cuando cogió un segundo saco para colocarlo al otro lado de la hoguera, el demonio por fin expresó su opinión sobre los cambios. Levantó dos dedos en el aire y le dejó claro que si quería podía preparar dos camas, pero que iban a utilizar sólo una. Ignorándolo por completo, Carrow desenrolló el saco, que él volvió a enrollar con asombrosa facilidad. Tanta rapidez la cogió desprevenida y se tambaleó. Al mover los brazos, el anillo que había recuperado antes se le cayó al fuego. —¡Mi anillo, mi anillo, mi anillo! Malkom desvió la mirada del fuego a ella y arqueó una ceja. Aquella joya era lo único que tenía de sus padres, el único regalo personal que le habían hecho en toda su vida. Se llevó las manos al pecho en señal de súplica.
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El demonio asintió decidido. Metió las manos en las llamas y buscó el anillo entre las brasas. Lo encontró y se lo mostró a Carrow, pero lo apartó en el último segundo para soplarlo y enfriarlo antes de entregárselo. ¿Cómo era posible que aquel ser que tenía su casa decorada con cabezas cortadas fuera al mismo tiempo tan... atento? Malkom le dio el anillo y ella suspiró aliviada al ponérselo. Pero entonces se dio cuenta de que él se había quemado. —¡Estás loco, neandertal! —Antes de poder evitarlo, se arrodilló a su lado y le cogió las manos. A Malkom empezaron a pesarle los párpados. Ella lo estaba tocando y ya no sentía dolor, sólo placer. Después de pasar tanto tiempo solo... «Mantén los ojos abiertos, Slaine, así lo disfrutarás más.» Ella le dijo algo. Tenía la respiración entrecortada, pero él no entendió ni una palabra. Aunque sospechó que se trataba de algo afectuoso. Y quiso más. ¿Cómo podía conseguirlo? Trató de recordar lo poco que sabía sobre el sexo femenino para ver si así encontraba el modo de que aquella hembra en concreto lo tratase siempre con cariño. Sus conocimientos eran muy... limitados. Malkom casi no había conocido a su madre: una puta que lo odiaba y que lo vendió como esclavo, y que al final intentó hacerle algo aún mucho peor. No era ningún ejemplo que seguir. En los años que se había pasado como esclavo, apenas había visto a ninguna hembra, y siempre desde la distancia. A los catorce años, conoció a una joven demonio de clase alta que se burló de él al verlo comer basura y también cuando él le pidió un poco de agua. «No sé nada sobre ellas.» Mientras seguía pensándolo, apartó un mechón de pelo del rostro de Carrow. La caricia fue tan suave que ella lo miró sorprendida, incluso... interesada. A él volvió a sorprenderlo lo expresiva que era. Su rostro era muy fácil de leer, y Malkom se dio cuenta de que podía aprender de ella. Su compañera le enseñaría cómo conquistarla. «No sé nada sobre su género. —Le cogió las manos entre las suyas y la acercó un poco a él—. Pero ella me enseñará.»
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«¿Se puede saber qué me pasa?» Carrow no sabía qué la había impulsado a correr junto al demonio, y mucho menos a tocarlo. Cuando trató de soltarle la mano, él se la apretó con fuerza. —¡Vas a volver a hacerme daño! —exclamó al retirarla. Slaine se quedó mirándola pensativo. Y ella vio horrorizada cómo metía la otra mano en el fuego. —¿Qué estás haciendo? —gritó, y saltó hacia adelante para tirarle del brazo. Malkom mantuvo la cabeza alta y le ofreció la mano recién quemada. Carrow suspiró resignada y la aceptó; empezó a acariciársela con los dedos. —¿Estás dispuesto a hacerte daño sólo para que te toque? —Le dio lástima; se había pasado tantos siglos solo que no dudaba en hacerse daño para obtener algo de afecto. Le comprendía perfectamente... De repente, recordó lo que le sucedió a ella en su octavo cumpleaños. Sus padres le organizaron una fiesta; el gran evento tenía lugar en la terraza de su mansión y había farolillos colgando de las ramas de los robles, balanceándose por encima de los invitados. Pero a Carrow no la habían invitado. Se acordó de cómo tembló de desesperación, convencida de que iba a morir si sus padres no le prestaban atención. Se zafó de sus niñeras y, cabalgando en su poni, saltó sobre la terraza. O lo conseguía o moría en el intento, pero fuera cual fuese el resultado, no tendrían más remedio que fijarse en su hija. Desesperada, temblando, pensaba «Por favor, miradme». Se cayó de la silla, se rompió el brazo y se abrió la cabeza. Cuando se despertó, sus padres ya se habían ido de vacaciones y la habían dejado a cargo de unas niñeras más estrictas que las anteriores. Siempre que Carrow pensaba en su niñez, lo primero que recordaba era aquellas ansias de que alguien la quisiera. Incluso ahora que era una adulta, a veces se despertaba con aquel vacío en el pecho. Y, sorprendentemente, lo primero que había conseguido disminuir esa sensación había sido saber que iba a compartir su futuro con Ruby. —Ara? —dijo Malkom con voz ronca.
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—¿Qué? —Él la estaba mirando de nuevo—. Estoy bien. —A pesar de que no hablaban el mismo idioma, cuando él la miraba, tan pendiente de todos sus gestos, Carrow tenía la sensación de que la escuchaba como nadie lo había hecho antes. Él levantó un dedo y, acto seguido, se puso en pie de un salto y se alejó del fuego. Cuando regresó, llevaba la mochila de ella. Debía de haberla encontrado la noche anterior junto con el resto de sus cosas. Se la dio como si supiera que estaba triste y quisiera alegrarla. —Es un detalle muy bonito, demonio. Gracias. —Él quería gustarle, lo que significaba que podía manipularlo. «Voy a conseguir que vaya al portal. Ahora ya sé cómo.»
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CAPÍTULO 14
T
« oma y daca.» Malkom le había dado refugio y un regalo, y acababan de comerse la cena que él había cazado. En circunstancias normales, habría comido con las manos y habría devorado la cena sin contemplaciones. Pero por ella, cortó la comida en porciones y se las ofreció con la daga. Poco a poco, consiguió que Carrow accediera a que le diese de comer, y abrió la boca para atrapar entre sus delicados dientes blancos la carne que él le servía en la punta de su cuchillo. Lo que hizo que Malkom empezara a sudar... Toma y daca. Ahora quería algo a cambio. Estaba tan acostumbrado a resignarse, lo había hecho toda la vida. Pero ya no podía seguir negando la necesidad que sentía de que ella lo tocara. «Quiero acariciar los pechos de mi compañera por primera vez, y quiero oírla suspirar de placer junto a mi oído.» La única vez que se había visto metido en relaciones sexuales había sido porque tenía hambre o porque lo habían obligado, o por ambos motivos a la vez. Malkom nunca había estado con otra persona porque quisiera. Y ahora quería saber lo que se sentía al desear a alguien, lo que se sentía al estar con ese alguien. Antes, Carrow le había explicado con mímica que, si bien él había sentido placer la noche anterior, ella sólo había experimentado dolor. Él había alcanzado el clímax dos veces y ella ninguna. Malkom notó que se incomodaba. ¿Por qué iba aquella belleza a querer estar con él?
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Carrow bostezó y estiró los brazos por encima de la cabeza, haciendo que los pechos se le pegaran contra la camiseta. Por todos los dioses, Malkom jamás había tenido tantas ganas de ver un cuerpo femenino. Su curiosidad era más que comprensible: jamás había visto a una hembra como ella. «Y sólo yo disfrutaré de su cuerpo durante el resto de mi vida.» Deslizó la vista hasta el extremo de la falda de Carrow, hasta la sombra que se ocultaba debajo. ¿Cómo sería estar allí? De pequeño, la idea de estar con una hembra y eyacular entre sus piernas lo había excitado mucho. Sabía que ellas se ponían húmedas por dentro, pero ¿era una humedad cálida, suave? Recordó que, años atrás, le había oído decir a un demonio: —La única diferencia entre tener relaciones con tu propia mano y una hembra es que, al terminar, tu mano no te sigue a todas partes. Él se miró la mano y recordó la última vez que se había masturbado. Seguro que Carrow sería mucho más suave. Curiosidad. Posibilidades. Preguntas sobre el sexo que nunca había llegado a formularse. Si lograba convencerla de que no volvería a hacerle daño, quizá averiguara las respuestas.
—Carrow. —¿Sí? —Miró al demonio relajada. Hacía días que no se sentía tan satisfecha. Había bebido agua hasta saciar su sed y había comido unas gallinas faisanes estupendas. Antes, cuando comprendió que él quería darle de comer como si fuera una especie de mascota, bromeó y dijo—: ¿Sin platos? Bueno, supongo que así ensucias menos. Pero al final lo dejó que se saliera con la suya. Si no fuera por aquel ejemplar masculino de más de dos metros que tenía delante y que se iba excitando por segundos, ya estaría dormida. —Sexo —dijo él en inglés. —¡¿Qué?! —Casi se cayó de bruces. Estaba convencida de que ya habían zanjado ese tema. Aunque, pensándolo bien, él no le había prometido nada acerca de eso. —Sexo —repitió. Luego se golpeó el pecho y dijo—: Nolo fortis. Gracias a todas las veces que había utilizado el término legal «nolo contendere» — acto procesal mediante el cual el acusado no se opone y acepta la acusación—, Carrow
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sabía qué significaba «nolo». Malkom estaba tratando de decirle que no quería hacerle daño. En primer lugar: ella no iba a subirse al tren y a confiar en el demonio. Y en segundo lugar, aun en el caso de que creyera que no iba a hacerle daño, no podía acostarse con él. Dejando a un lado el hecho de que podría quedarse embarazada de un dempiro, Carrow no tenía ninguna necesidad de que intimaran; eso sólo serviría para complicar las cosas. —Nada de sexo. —Acompañó la negación con un movimiento de cabeza. Él movió las manos impaciente, preguntándole por qué con el gesto. De acuerdo, quería saber por qué. Veamos, ¿cómo podía explicarle con mímica que iba a traicionarlo? No, esa respuesta no sería la más acertada, así que se arrodilló a su lado en el suelo y aplanó un trozo de arena. Con un dedo, dibujó las tres cimas de la montaña y al lado añadió una puerta. Finalmente dibujó una casa. —Minde casa —dijo. Él demonio asintió. Luego, Carrow lo señaló a él y a continuación a sí misma, y después caminó con los dedos desde la montaña hacia el dibujo de la puerta, para al final detenerse en su casa. Malkom volvió a asentir, comprendiendo lo que le estaba diciendo, pero en seguida se señaló a él y luego a ella y entrelazó las manos. —¿Juntos? Sí, nos iremos juntos. —El demonio la seguiría. Lo había convencido de la primera parte del plan. Ahora a por la segunda—. Nada de sexo hasta entonces. Él frunció el cejo. Carrow señaló el dibujo de la casa. —Cuando estemos allí. Sexo.
Ella quería irse con él de aquel plano, quería cruzar el portal y regresar a su casa. Malkom sabía que existían otros planos, y que se rumoreaba que algunos eran lugares celestiales. De pequeño, había oído historias acerca de sitios que tenían el cielo azul. Menuda fantasía. Decían también que allí la comida salía directamente del suelo, que no hacía falta cazar. También había leyendas sobre agua que caía del cielo, y pueblos donde todo el mundo era rico.
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Pero a medida que fue haciéndose mayor, Malkom se dio cuenta de que todos los que cruzaban el portal contaban historias distintas. Unos decían que los campos eran dorados, otros que eran verdes. Algunos decían que los océanos eran azules, y otros grises. De una cosa sí estaba seguro, ningún plano podía ser peor que aquél. ¿Se iría con Carrow? Por supuesto. Quizá tenía padres, o hermanos, o amigos. Él no tenía a nadie. Carrow dibujó en la arena los mismos símbolos que Malkom había utilizado para representar el día, y luego levantó cinco dedos. ¿Le estaba diciendo que no podía poseerla hasta entonces? ¿Casi una semana? Él levantó a su vez cinco dedos, incrédulo, y en el rostro de Carrow apareció media sonrisa. —Sí, demonio. Malkom reconoció la palabra y le gustó que lo llamara así. Aunque no le gustó nada lo que le estaba diciendo. Cuando le preguntó en demoníaco por qué sólo podían estar juntos en el otro plano, ella se limitó a encogerse de hombros, y él volvió a percatarse de lo poco que sabía de Carrow. Ni siquiera sabía qué era, por no hablar de sus costumbres. Quizá ella tenía que participar en alguna ceremonia que los convirtiera en marido y mujer. Quizá, en su cultura, casarse no fuera tan sencillo como en la suya. Para la especie de Malkom bastaba con unas pocas palabras... Al final de esos cinco días, ¿Carrow estaría tan ansiosa como él? ¿Lo llevaría gustosa a su casa y a su cama? ¿Le presentaría a su familia? A menudo, en los mundos más evolucionados no valoraban a los rudos guerreros como él. Aunque quizá la familia de Carrow le estaría agradecida por haberle salvado la vida. «¿Sueñas con el futuro, Slaine?» Él ya sabía que no debía hacerlo, pues era incapaz de soñar sin tener miedo. Ambas sensaciones estaban intrínsecamente unidas en su interior. Cada vez que se había atrevido a pensar con que su destino podía cambiar, incluso de pequeño, sus esperanzas se habían hecho añicos. Cuando su madre lo vendió como esclavo, el muy idiota pensó que una familia iba a adoptarlo. Y a pesar de lo mucho que había odiado lo que su amo le hacía, se sintió traicionado cuando éste lo echó a la calle.
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Malkom se lo hizo pagar a ambos. Igual que a los soldados que lo capturaron y lo llevaron hasta el Virrey, e igual que al líder de los vampiros. Todos estaban muertos. Excepto Ronath. Al pensarlo, se percató de que no podía irse de Oblivion cuando Carrow proponía. Porque, a no ser que Ronath lo atacara antes, se iría de allí sin vengarse, y Malkom siempre ajustaba las cuentas que tenía pendientes. Ese bastardo tenía la culpa de que hubiera muerto Kallen, el único amigo que él había tenido nunca. No culpaba a Kallen de lo que había sucedido en esa celda, culpaba al Armero. «Casi tanto como a mí mismo.» ¿Podía dejar a un lado su sed de venganza? ¿Después de tanto tiempo esperando el momento? Miró a Carrow. Quizá no había sido consciente de ello, pero ¿no llevaba más tiempo esperándola a ella? Su alma gemela ya no era un sueño lejano. Estaba allí, era real y tangible, una fantasía de carne y hueso. Malkom tenía miedo de que si pasaba una sola noche con ella, se olvidara de sus planes de venganza en un segundo. «Sólo hay una manera de averiguarlo...»
Lo veía pensar. ¿Qué iba a decidir el demonio? Carrow se puso en pie para desenrollar de nuevo el segundo saco de dormir, y él la miró con el cejo fruncido. —Nada de sexo —dijo en inglés—. Nada de mordiscos. —Levantó la mano, frustrado; era evidente que estaba tratando de decirle: «¿Y yo qué?». Tenía razón, pensó ella mientras se arrodillaba en su nueva cama. El demonio le había dado de comer, le había dado cobijo y protección. A pesar de que provenía de una cultura que se basaba en la esclavitud, había negociado. Carrow era consciente de que se le estaba acabando el tiempo. Cambio de planes. —Está bien. —Si le daba placer, él la ayudaría a almacenar más poder. Apartó la mirada y le tendió la mano—. ¿Te conformas con las manos? Él no se movió. Genial. ¿Iba a tener que explicárselo con gestos? Lo miró y, de repente, Slaine comprendió lo que ella le estaba ofreciendo.
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Entrecerró los ojos y la miró decepcionado, como si creyera que acababa de rebajarse. Y Carrow la Encarcelada, la juerguista sin inhibiciones, se avergonzó de sí misma. Luego recordó con quién estaba. —¿Me miras así cuando tú te has masturbado delante de mí en dos ocasiones? ¡Eres tú el que tendría que sentir vergüenza! —Carrow —le advirtió él. Sí, le había hecho daño y la había asustado, pero ya no creía que lo hubiera hecho por maldad o por ser lo que era. «Me dijo que saliera corriendo.» Lo que significaba que, de los dos, ella era la mala. Carrow tenía malas intenciones respecto a él. Iba a hacerle mucho más daño del que el demonio podría hacerle jamás. «No pienses en eso; piensa en Ruby.» Slaine le señaló la camisa, indicándole que se la quitara. Cuando ella se quedó mirándolo, él se golpeó la palma de una mano con el puño de la otra. No estaba para bromas. Pero la idea de besarlo o de hacer algo más estando tan sucio como estaba le daba algo de grima. —Mira, no eres tú, soy yo. Me da asco estar con tíos sucios. —Por no mencionar lo sucia que estaba ella. Antes se había secado el jugo de la carne que le había quedado en la barbilla con el dorso de la mano. Tenía a su disposición todo lo necesario para ponerlos a ambos a punto. Lo único que necesitaba era una bañera y unos doscientos litros de agua. —¿Hay algún sitio por aquí donde podamos darnos un baño?
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CAPÍTULO 15
Ella quería... darse un baño. Malkom recordaba la palabra porque la aborrecía. De pequeño lo habían bañado los otros esclavos de su amo; solían sumergirlo en el agua hasta que ya no podía respirar. Gritaba de miedo cada vez que lo bañaban, casi tanto como cuando su amo le hacía todas aquellas otras cosas. Jamás olvidaría la extraña sensación de tener el peso de toda aquella agua encima, ni cómo el jabón le quemaba los ojos como si fuera fuego. No había vuelto a sumergirse desde entonces. Ella hizo el gesto de enjabonarse los brazos. —¿Un baño? Carrow tenía costumbres muy similares a las de los vampiros. ¿Era otra de sus condiciones? Si se bañaban, quizá luego ella le ofrecería algo más que la frialdad de su mano. Le había ofrecido darle placer con ésta, negándole otras partes de su cuerpo, y a Malkom le había dolido. A pesar de que su sexo ansiaba estar entre la suave mano de Carrow. —¿Agua, para bañarnos? —Hizo como si se tirase un cubo de agua por encima. Ah, sí, todavía no sabía exactamente de dónde provenía su compañera, pero estaba claro que su familia era rica, muy rica. Malkom lo supo con la convicción de alguien que se ha pasado toda la vida sin dinero. Estaba convencido de que Carrow era noble, o que incluso pertenecía a la realeza. En el mundo de él, podía comprarse un esclavo con una garrafa de agua, y ella quería malgastar todo un barril.
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Pero ahora Malkom era rico en agua, podía permitirse el lujo de malgastarla. Asintió y le hizo un gesto para que lo siguiera, y a Carrow se le iluminaron los ojos al recoger encantada la mochila. Él cogió su pico y la guió hasta una zona en la que había una especie de valle rodeado por un pequeño muro de piedra. En tiempos antiguos, el techo, que estaba a unos tres metros, tenía unos agujeros desde donde caía agua en la piscina de debajo. Se detuvo junto al muro y levantó el pico por encima de su cabeza. Tras un par de acertados golpes, el agua caliente empezó a resbalar por las rocas hasta llenar la piscina. Carrow gritó entusiasmada al ver que el nivel empezaba a subir, y él se sintió orgulloso de sí mismo. —Más —murmuró ella en inglés, y juntó las manos en señal de súplica. A pesar de que aquellos chorros bastaban para llenar la piscina, ¿cómo podía negarle nada después de pedirlo de aquel modo? Malkom empezaba a ponerse nervioso por culpa del agua, pero al pensar en que Carrow tendría que desnudarse, se quitó la cota de malla, levantó el pico y golpeó de nuevo.
«Ah, Hécate, qué cuerpo tiene.» Malkom tenía el torso desnudo, la piel sudada, y movía el pico con tanta destreza que los músculos se flexionaban a la perfección con cada golpe. Una gota de sudor le resbaló por la espina dorsal, y Carrow se imaginó siguiéndola con el dedo. Era la primera vez que deseaba tocarlo. ¿De verdad se sentía atraída por un bruto como aquél? Quizá. Y, a decir verdad, en aquellos momentos estaba encantada con él. Malkom había elegido el lugar perfecto; la piscina era larga y oblonga, y el agua probablemente la cubriría hasta la cintura. De la roca del techo salían riachuelos de agua; nacían de todos los agujeros que el demonio había hecho, y eran como pequeñas duchas encima de sus cabezas. Él dejó el pico en el suelo y se volvió para mirarla; vio que ella se estaba mordiendo el labio inferior. Por el modo en que la miró a los ojos, Carrow supuso que los tenía brillantes debido al interés que el demonio le había despertado. Por su parte, vio cómo los ojos azules de Malkom resplandecían orgullosos, pero también detectó que estaba algo nervioso. ¿Por el despilfarro de agua?
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La piscina empezó a humear y captó la atención de Carrow. Tocó el agua con los dedos y descubrió que estaba a una temperatura ideal. —Gracias, Malkom. Pero ahora necesito cierta intimidad. —Le pidió que se fuera—. Puedes volver cuando sea tu turno. A modo de respuesta, él se limitó a gruñir y a cruzarse de brazos. —No piensas irte a ninguna parte, ¿es eso? Está bien. —Ella no era tímida. Sabía a ciencia cierta que ocho mil personas la habían visto desnuda, y que el vídeo seguía descargándose en YouTube. Quitándole importancia, se sentó en el murete de piedra que había junto al agua y sacó sus cosas del neceser. Tal como había previsto, aquellos utensilios le iban a ser mucho más provechosos que una linterna. «Mortales idiotas, haceos a un lado y dejad que la bruja haga su magia.» Cogió el cepillo y la pasta de dientes y se inclinó sobre el agua. Miró extrañada al tubo y luego al demonio. —Esto estaba lleno cuando llegué. Demonio, ¿te has comido mi pasta de dientes? —Observó su rostro inescrutable y suspiró—. ¿Te has comido mi pasta de dientes? Bueno, al menos no te la has terminado. —Puso pasta en el cepillo y se lavó los dientes bajo la atenta mirada de él. Malkom parecía tan fascinado que cuando Carrow terminó, ésta hizo el gesto de cepillarle los dientes a él. —Arriba y abajo, en círculos. —Sorprendentemente, al demonio el tema pareció interesarle. Así que ella le indicó que se sentara a su lado. Y cuando él se resistió, se llevó las manos al pecho y se lo pidió por favor. Resignado y de mala gana, Malkom farfulló algo en demoníaco, pero accedió a sentarse en el borde de la piscina. —Vamos, enséñame los dientes. —Para explicárselo mejor, le sonrió—. Vamos, demonio. ¿Dónde están esos colmillos? No tendría que resultarte tan difícil. Cuando Malkom por fin abrió la boca, ella le deslizó con cuidado el cepillo por los dientes de delante, y esperó a que se acostumbrara a la sensación. Al ver que no se ponía nervioso y que no mordía el cepillo, se convirtió en higienista dental durante un rato. Malkom tenía unos dientes bonitos, increíblemente blancos. Y sus colmillos le parecieron sexys. «Porque la segunda vez que te mordió te excitaste. ¡Cállate, Carrow!»
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—Perfecto, demonio. Ya está. Él tragó saliva. —¿Te lo has tragado? ¡Qué asco! —Malkom la miró atónito—. No te daré más hasta que aprendas a escupir. —Chasqueó la lengua—. Bueno, ahora tienes los dientes limpios, pero el resto de tu cuerpo sigue estando cubierto de polvo, y el pelo te tapa toda la cara. ¿Me dejas que te lo corte? ¿Y puedo afeitarte? ¿O vas a enfadarte y a empezar a gruñir? Le cogió un mechón de pelo con una mano y con la otra imitó unas tijeras. —¿Puedo cortártelo? —Estaba convencida de que iba a negarse. Probablemente, para los demonios llevar el pelo largo era una especie de código entre guerreros. Pero tras pensarlo un rato, Malkom aceptó. Entonces, si no era obligatorio llevarlo largo, ¿por qué no se lo había cortado? «¿Por qué es un chico?» Si no había féminas a la vista, cualquiera de los machos que Carrow conocía estaría encantado de pasarse el día tumbado en una butaca manchada de cerveza, delante de la tele, y llevando sólo unos calzoncillos, para poder rascarse tranquilamente. Pero el que tenía delante iba a dejarla que le cambiara el look. Ni siquiera trató de disimular lo contenta que estaba. —En seguida vuelvo —le dijo, y corrió a buscar las mochilas de los soldados. Cogió un par de camisetas para utilizarlas como toalla, un peine, una cuchilla de afeitar y jabón de hombre. En la navaja multiusos había unas pequeñas tijeras. Cuando regresó, Malkom se había apartado de la pared y parecía asustado. Carrow volvió a sentarse, preparó las cosas y al terminar dio unos golpecitos a la roca para indicarle que se sentase a su lado. Él dudó unos segundos antes de hacerlo. —De acuerdo, demonio. Primer paso: el pelo. Manos a la obra. —Cuando terminó de desenredarle las trenzas, notó que Malkom ya no podía más y, al ver que aquello le estaba resultando tan difícil, aceleró el ritmo. A juzgar por el modo en que la miraba, supo que jamás le había permitido a nadie que lo tocase de esa manera. Carrow se sentía como si estuviera quitándole una espina a un león. A pesar de que seguramente le estaba haciendo daño al pasarle el peine por los mechones enredados, no se quejó ni una sola vez. De hecho, se estaba excitando.
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No dejaba de mirarle los pechos, y por el modo en que le pesaban los párpados, probablemente se estaba imaginando lo que le gustaría hacerle. Al parecer, tenía debilidad por un buen escote. —Mirada al frente, demonio —le dijo ella. Él se limitó a gruñir de mala gana. Carrow se dio por vencida y empezó a cortarle algunos de los nudos. Luego le cortó la melena a la altura del cuello de la camisa, si la llevara. Pero cuando empezó a cortar por la zona de alrededor de los cuernos, lo vio sujetarse con fuerza a la roca. Carrow sabía que los cuernos de los demonios eran muy sensibles, y el que le estaba tocando ahora se estaba alargando. Malkom tenía el cuello rojo, y estaba sudando. Carrow le rozó uno de los duros apéndices sin querer y la roca que él estaba aferrando se rompió. Ella miró los pedazos —y su erección— y se puso nerviosa. —¿Malkom? Él movió la cabeza. «No pasa nada», quiso decirle. Carrow siguió con lo que hacía. En cuanto terminó de cortarle el pelo, se echó hacia atrás para poder verlo mejor. —Un gran cambio. Seguía teniendo la cara sucia, cubierta por la pintura de camuflaje y la barba, pero ya se podía adivinar lo atractivo que era. La curiosidad la estaba matando. ¿Hasta dónde la dejaría llegar? —Ahora vamos a por el resto. —Rompió una de las camisetas en cuatro trozos y luego utilizó uno a modo de esponja—. Esto es jabón. Tu nuevo mejor amigo. Cuando le pasó la espuma por la frente, Malkom cerró los ojos para disfrutar mejor de aquella pequeña caricia. Carrow le frotó la suciedad y dejó al descubierto una piel morena y suave. ¿Quién lo habría dicho? El demonio tenía las cejas rubias, como salpicadas por oro. Que Dios la ayudara, si Pig-Pen5 era rubio... Carrow le limpió las mejillas y la nariz algo torcida, y luego se ocupó del resto de la cara. Ella nunca había afeitado a nadie, exceptuando un par de cejas para gastar una broma, pero supuso que no podía dejarlo peor de lo que estaba. Así que, algo nerviosa, acercó la cuchilla de afeitar a la firme mejilla masculina. A la quinta pasada, exclamó entre dientes:
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—Vaya. —La cara de Malkom fue apareciendo debajo de aquella pintura y aquella barba... Era guapísimo. Cuando terminó y lo secó, Carrow se quedó boquiabierta. «Dios mío, es un tío bueno.» El demonio tenía los pómulos marcados y bien definidos, los labios firmes, el de abajo más carnoso que el de arriba, la mandíbula fuerte, muy masculina, y el mentón con un hoyuelo en el centro. Ella ya había intuido que tenía una buena estructura ósea, pero maldición, incluso la nariz torcida lo hacía parecer más guapo ahora que lo veía limpio. —¿Demonio? Él no se atrevía a mirarla, aunque esperaba expectante su reacción. Quería parecerle atractivo y estaba nervioso. Y eso lo hacía parecer tan normal, tan vulnerable incluso, que Carrow se empezó a enternecer. Antes de que pudiera pensarlo mejor, levantó una mano y le acarició la mejilla. Y sin disimular lo guapo que le parecía, dijo: —No entiendo mucho de maquinaria pesada, pero tú estás como un tren, campeón. Malkom por fin levantó la vista. Se quedaron mirándose el uno al otro durante un largo rato. ¿Tan superficial era ella que ahora que sabía que el demonio era guapo le caía mejor? Bueno, la verdad era que ayudaba un poco. Pero seguía intrigada por lo tranquilo y colaborador que se mostraba, por el azul claro que se mantenía inalterable en sus ojos. Ya no los tenía cegados por la sed de sangre y la rabia. El demonio confiaba en ella, y Carrow en él. Justo en ese instante, a Malkom le entró una gota de jabón en el ojo, pero mantuvo la mirada fija en la de ella, ni siquiera parpadeó. —¡Oh, demonio! Acércate. —Le secó el ojo con un retal que estaba seco—. Lo siento. No se dio cuenta de que él había levantado una mano temblorosa para tocarle el pecho, pero cuando se percató, retrocedió un poco. —No, no, todavía no hemos terminado. Carrow sabía que estaba jugando a un juego peligroso. Esa noche tenía intención de conseguir que él se relajase un poco; quería enseñarle lo que conseguiría si la
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acompañaba. Se la estaba jugando, pero a esas alturas no podía dar marcha atrás. ¿Sería Malkom capaz de controlarse? Si no, ella creía tener suficiente poder almacenado como para aturdirlo. O eso esperaba. En cualquier caso, el demonio tenía que asearse. Y dado que iba a compartir habitación con él, lo ayudaría a hacerlo, igual que había hecho con el resto de la cueva. Carrow estaba decidida a lavar cada centímetro de su enorme cuerpo. Tarareó una canción y lo enjabonó desde los neumáticos hasta el parachoques. Siguiendo el plan que había elaborado, se desabrochó la falda y dejó que le resbalara hasta el suelo. Vestida sólo con el top, el sujetador y el tanga, se metió en el agua con él. Cuando volvió a mirarlo, Malkom estaba atónito y no paraba de pasarse las manos por la boca. Y cuando Carrow le sonrió y le hizo un gesto para que se acercara, el demonio miró hacia atrás para asegurarse de que se estaba dirigiendo a él. Y luego se señaló a sí mismo con el pulgar al tiempo que mantenía la cabeza bien alta. Y ella pensó: «Creo que empieza a gustarme».
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CAPÍTULO 16
Malkom se había quedado embobado mirando el perfecto trasero que Carrow acababa de enseñarle como si nada. ¿Un premio por haber sido tan paciente? Antes, cuando le había desenredado el pelo, se había percatado de que a ella le gustaba afeitarlo y asearlo, mientras que, por su parte, él no podía estar más incómodo. Después de tanto tiempo, tener a alguien tan cerca era muy raro, y mucho más si ese alguien era una hembra que conseguía arrebatarle el autocontrol sin proponérselo, y que le colocaba los pechos justo delante de los ojos. Además, estaba a escasos centímetros del agua. A pesar de todo, Malkom luchó contra sí mismo por mantener la calma, porque, al parecer, para Carrow eso era importante. Y a cambio de haberle causado tal malestar, acababa de obsequiarlo con una vista de su trasero. Malkom se moría de ganas de tocar aquellas pálidas curvas, pero ella acababa de meterse en el agua. Y con gestos le indicó que se metiera también para lavarlo. Él no habría accedido a hacer nada de eso, pero al ver cómo lo estaba recompensando se lo pensó. Carrow se había desnudado y se estaba ofreciendo voluntaria para bañarlo. Sentiría sus manos encima. Tendría el agua encima. Olería como los vampiros a los que tanto odiaba. Pero así a ella le gustaría más. ¿Estaba dispuesto a adentrarse en el agua sólo para estar más cerca de Carrow?
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Tendría que desnudarse. Y cuando se quitara las muñequeras su compañera le vería las marcas de mordiscos, y probablemente descubriera que había sido un esclavo de sangre. Sintió vergüenza sólo de pensarlo. Y ni loco iba a desnudarse del todo delante de Carrow. Una cosa era estar desnudo entre machos, pero ¿delante de una hembra? A lo largo de toda su vida, como mucho lo habían visto desnudo dos de ellas, pero no lo sabía seguro, en todo caso, él nunca había ido por ahí enseñando su cuerpo. A Carrow parecía gustarle mirarlo, lo observaba con admiración, cosa que Malkom no terminaba de entender. Quizá se sentía atraída por él. ¿Carrow tenía intención de desnudarse del todo? ¿Terminaría por enseñarle aquellos pechos que se moría por lamer? ¿Se quitaría el pedazo de tela que le cubría el sexo? Malkom le señaló el top y luego hizo un gesto con los dedos. Con una sensual sonrisa, ella se lo levantó despacio y fue mostrándole un retal de tela rosada empapado y pegado a sus curvas. La ropa interior enseñaba más de lo que ocultaba. Él separó los labios. Los dioses se lo debían de estar pasando en grande con aquello, torturándolo con una hembra como aquélla. O, ¿era posible que Carrow fuera de verdad su recompensa? Durante un extraordinario y breve instante, se sintió el más afortunado del universo.
En cuanto Carrow se quitó el top, la mirada del demonio quedó fija en su cuerpo, tan tangible como una caricia. Malkom tenía la frente arrugada, como si estuviera sintiendo un gran dolor, y gimió al mismo tiempo que, sin darse cuenta, se pasaba la mano por encima de su erección. Ella cogió el champú y el jabón y volvió a curvar el dedo índice para indicarle que se acercara. Pero él se paseó nervioso por el borde de la piscina. Ahora que le había cortado el pelo, podía distinguir las emociones que cruzaban por su rostro, y pudo ver sin lugar a dudas que tenía el labio superior sudado. De repente, lo comprendió todo: le daba miedo meterse en el agua. La fobia tenía sentido. En un plano tan seco como aquél, era imposible que hubiera aprendido a nadar o a estar rodeado de agua.
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—Está bien, entonces supongo que tendré que bañarme sola. —Vestida sólo con la ropa interior, nadó hasta el centro y se sumergió en el agua por completo. Se enjabonó el pelo con movimientos exagerados, soltando un gemido de vez en cuando, como si aquel champú militar fuera tan orgásmico como el de Herbal Essences. El demonio siguió paseando nervioso. Cuando terminó de enjabonarse el pelo, Carrow nadó hasta debajo de uno de los chorros que hacían las veces de ducha para quitarse el champú. Levantó el rostro hacia el agua y se pasó las manos por el estómago y los muslos. Al observar a Malkom, vio que éste estaba sintiendo cosas muy distintas de las que ella creía. Por ejemplo... asombro. La miraba como si estuviera viendo su último amanecer. Malkom se acercó al agua. Ella fue a su encuentro y le cogió por un brazo para aflojarle los nudos de la muñequera. Pero él volvió a mirarla con cautela. «Es como tratar de acariciar a un león», pensó Carrow de nuevo. —Confía en mí, demonio. Pero la realidad era que no debía hacerlo. Ella terminaría por traicionarlo. «No pienses en eso ahora y disfruta.» Terminó de quitarle la segunda muñequera y se quedó mirándolo. Tenía las muñecas llenas de cicatrices. Cicatrices de mordiscos de vampiros. A los miembros de la Tradición sólo les quedaban marcas de cicatrices si recibían las heridas que las causaban antes de convertirse en inmortales, al llegar a la edad adulta. Y Carrow sabía que los vampiros de la Horda eran unos enfermos que se alimentaban de sangre de niños porque decían que era más dulce. ¿Malkom Slaine había sido un esclavo de sangre de pequeño? Le recorrió las cicatrices con el índice. Él no podía mirarla a los ojos, y Carrow supo que sus sospechas eran acertadas. Antes de hacerse mayor, el demonio había sido un esclavo al que mordían a la fuerza. No era de extrañar que fuera tan violento. Por eso había negociado con ella cuando probablemente ningún otro lo habría hecho. Él sabía lo que se sentía al estar indefenso. En ese instante, odió al vampiro —o vampiros— sin rostro que le habían hecho daño, y sintió lástima del niño que había sido. Él debió de detectar ese sentimiento, porque, sin decir nada, su orgulloso demonio se dio media vuelta para irse.
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Pero ella no quería que se fuera. —Malkom, vuelve, por favor. Él se detuvo y se dio media vuelta. Con su astuta mirada de antes, le señaló el sujetador. —¿No volverás hasta que me quite el sujetador? Pues tú también tienes que quitarte algo. —Ella le miró los pantalones y levantó las cejas. El demonio buscó las tiras de piel que se lo sujetaban a la cintura. Su nuez subió y bajó, y Malkom se empezó a desabrochar. «¿Está nervioso?» Aquel gigante, aquel demonio salvaje, ¿era tímido? Terminó de deshacer los nudos y se detuvo inseguro. Carrow recordó cómo le habían temblado las manos cuando quiso tocarle los pechos. Quizá no había estado con demasiadas hembras, o tal vez hacía mucho desde la última vez. Al parecer, en las tierras perdidas no había población femenina. Él dejó que los pantalones cayeran al suelo. Su erección quedó totalmente libre, y ella se quedó boquiabierta. «Oh, Dios mío.» Carrow sintió lo mismo que cuando vio un pene por primera vez. La cabeza le dio vueltas. Y supo que a partir de entonces siempre iba a compararlos todos con aquél. Los demonios eran famosos por estar bien dotados y porque tenían la costumbre de hacerse piercings de cintura para abajo. Y aquel demonio no era una excepción. Además de ser impresionantemente grande, tenía cuatro piercings; cuatro pequeñas barras de acero que le atravesaban el miembro. El metal brillaba bajo la delicada luz que entraba en la cueva, y a Carrow le dieron ganas de suspirar. ¡Menudo tamaño! Había hecho bien en no querer acostarse con él. —Creo que tu archivo es demasiado grande para mi ordenador, tío duro — farfulló. El tatuaje que llevaba en el flanco derecho le bajaba por la cintura y se enredaba por el interior del muslo hasta terminar en un lugar muy íntimo. Aquel tatuaje se lo había hecho alguien con mucho cariño. Carrow sintió unos inesperados celos de todas las hembras que hubieran visto aquel tatuaje. ¿Se lo habrían recorrido con los dedos? Ella quería recorrerlo con la lengua.
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Aquel rostro y aquel cuerpo gloriosos habían permanecido ocultos al resto del mundo. Quizá Malkom Slaine fuera un demonio non grato, pero también era un diamante en bruto, un diamante que Carrow se moría de ganas de tener en las manos. Empezaba a sentirse territorial con él, como si hubiera estado inspeccionado una mina y hubiera encontrado la veta madre. Cuando consiguió levantar la vista hacia el rostro de Malkom, vio que la estaba observando concentrado, tratando de averiguar su reacción. Era como si volviese a escucharla, y Carrow pensó una vez más que la entendía mucho mejor que todos los que hablaban su mismo idioma. Vio que volvía a tragar saliva. A Malkom Slaine le importaba lo que ella pensara de él. ¿Se sentía incómodo estando desnudo? Las culturas demoníacas eran muy contradictorias; tenían esclavos que sólo utilizaban para el sexo y al mismo tiempo eran muy conservadores. Carrow no quería que el demonio se sintiera incómodo. Lo admiró con descaro. —Malkom... fortis —le dijo con voz sensual. A él le tembló la erección y consiguió sonreír levemente. Carrow estaba jugando a un juego muy peligroso. —Nada de sexo. Él probablemente perdería el control cuando se acostasen juntos. O eso sería lo que probablemente sucedería si lo hicieran. Y sólo de pensar que pudiera ponerse en plan dempiro agresivo mientras tenía la mayor erección que ella había visto nunca, hacía que tuviese ganas de cerrar las piernas. Malkom gruñó, pero al final asintió. Carrow decidió dejarse el tanga por si tenía que volver a negociar, y optó por quitarse el sujetador, que lanzó encima de las rocas. —Entonces ven... Él ya estaba en el agua.
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CAPÍTULO 17
«
No mires el agua; mírala a ella.» Malkom apretó los dientes y se negó a pensar
en que ya estaba hundido hasta los muslos, en lo poco natural que era aquella sensación. «No, limítate a mirarle los pechos.» Por todos los dioses, Carrow tenía unos pechos preciosos, pálidos y redondos, coronados por unos pezones rosados que se estaban excitando delante de sus ojos. Abrió y cerró los puños en un intento de controlar las ganas que tenía de tocárselos, de sentirlos entre los dedos. Le dolía el pene de lo tenso que lo tenía al acercarse. Y cuando se detuvo delante de ella, levantó la mirada hasta encontrar la suya. Carrow tenía los ojos entrecerrados, y sus iris brillaban como estrellas. Ella estaba sintiendo deseo, lo que significaba que tenía ciertas expectativas respecto a él. Expectativas que Malkom no iba a poder cumplir. «No tengo ni idea de qué tengo que hacer.» ¿Quería que la besara? Entre los demonios trothans besarse era tabú. Seguro que Carrow creía que tenía mucha experiencia sexual, como casi todos los demonios de su edad. Seguro que creía que era un buen amante que sabía dar placer a aquellas con las que se acostaba. «No tengo ninguna experiencia y apenas sé nada acerca del cuerpo femenino.» Pero cuando una gota de agua se deslizó por encima de uno de los pechos de Carrow, dejó de tener miedo. «Tengo que tocarla...» Fue a hacerlo y ella se apartó y negó con la cabeza. —Malkom, por favor.
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Él la miró inseguro. Carrow quería que él hiciera algo a cambio de lo del sujetador. «Tú has tenido tu oportunidad, ahora le toca a ella.» Al final, asintió y permitió que lo guiara hasta una cascada. Incluso se arrodilló cuando Carrow se lo pidió, y el agua le cubrió hasta la cintura. Se puso tenso al ver que ella se colocaba a su espalda y empezaba a pasarle un paño por el cuello y los hombros con movimientos deliberadamente lentos. Los brazos fueron lo siguiente, y se los enjabonó hasta los dedos y las garras. Cuando le pasó las yemas por las cicatrices de las muñecas, Malkom recordó cómo había reaccionado al ver las marcas. Sí, ella sabía lo que significaban. Había visto que lo miraba con lástima y se avergonzó de sí mismo. Y eso que aquellas cicatrices eran lo menos grave que le había sucedido en la vida. ¿Cómo reaccionaría Carrow si supiera el resto? Mientras le pasaba el paño con jabón por todo el cuerpo, Malkom decidió que ese baño era radicalmente opuesto a los que él recordaba. No le hacía daño y no sentía nada similar al pánico. Seguía estando nervioso, pero su mente estaba a rebosar de imágenes de ella. No podía dejar de preguntarse dónde lo tocaría, cómo lo tocaría. Cuando Carrow lo rodeó desde atrás para poder enjabonarle el torso, le pegó los pechos a la espalda y él se mareó de placer. Sentir sus pezones rosados sobre la piel hizo que se excitara hasta tal punto, que estuvo tentado de masturbarse debajo del agua para ver si así se calmaba un poco. Ella le acarició el piercing que tenía en el pectoral con un dedo. —Ah, Carrow... —-Justo cuando iba a cogerla en brazos, ella se puso en pie y le enjabonó el pelo, masajeándole el cráneo con las uñas. Por algún extraño motivo, ese masaje lo relajó, hasta tal punto que apenas podía mantener la cabeza erguida. Pero cuando Carrow le lavó los cuernos, su erección creció hasta límites imposibles. ¿Cuánto tiempo más podría soportar aquella presión? Si no hubiera tenido un orgasmo antes, a aquellas alturas ya habría perdido el control. Si la tocaba, podría hacerle daño, y justificaría el miedo que ella tenía de estar con él. Y si eso sucedía, Malkom jamás volvería a sentir que le interesaba a alguien, que sentían cariño por él. No sabría lo que querría hacerle Carrow después de bañarlo.
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Y con eso en mente, dejó que ella lo ayudara a ponerse en pie, y levantó los brazos cuando se lo insinuó. Colocó las palmas en la pared de roca para que el agua le cayera sobre la cabeza. Carrow se arrodilló detrás de él y cogió el trozo de tela que había dejado a sus pies. Empezó enjabonándole los tobillos y subió hacia arriba, dejando claro cuál era su destino final. ¿Le tocaría el pene? ¿Lo acariciaría con sus cálidas manos cubiertas de jabón? En cuanto los pechos de ella le rozaron la pierna, Malkom clavó las garras en la roca que había junto a su cabeza. Aquella postura le recordaba a cuando lo azotaban, o algo peor. Pero aquéllas eran torturas que no había tenido más remedio que soportar. Ahora en cambio tenía que obligarse a sí mismo a negarse lo que más deseaba en el mundo. Con cada caricia de Carrow, Malkom se excitaba hasta límites cercanos al dolor, cada mirada de ella le dolía más que un mordisco o un azote. Estaba a punto de eyacular, estaba convencido de que terminaría en contra de su voluntad. Y al pensar en ello, sus instintos demoníacos salieron a la superficie. No podía quitarse de la cabeza la imagen de sí mismo lanzando a su compañera al suelo para poseerla. O la de él levantándole las manos por encima de la cabeza mientras se perdía entre sus piernas. Se imaginó a sí mismo atándole las muñecas a la espalda y besándole el sexo igual que un animal saciando su sed... Cuando las manos de Carrow llegaron a sus rodillas, Malkom apretó los dientes y clavó un cuerno en la roca. El dolor atenuó el placer y le dio unos valiosísimos segundos de margen.
Si una semana atrás alguien le hubiese dicho a Carrow que besaría a un dempiro desnudo, arrodillada delante de él, se habría echado a reír. Pero eso era exactamente lo que estaba haciendo, y estaba fascinada con cada centímetro del cuerpo de Malkom. Al principio había sido bastante metódica. Pero poco a poco fue aminorando la velocidad para poder apreciar mejor los detalles de aquella obra de arte; los hoyuelos que tenía en las nalgas, sus músculos duros como el acero, el subir y bajar de aquellos abdominales tan bien esculpidos. Unos pectorales hechos para clavarle las uñas en ellos. Malkom tenía la piel bronceada y el torso, los brazos y las piernas salpicados de vello rubio. Un sendero del mismo color descendía a partir del ombligo y se iba oscureciendo al llegar a la entrepierna.
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Su erección se levantaba orgullosa entre las piernas, con unos testículos hechos para ser acariciados. Carrow era incapaz de recordar alguna otra ocasión en que hubiese estado tan excitada. El demonio era rudo, incivilizado y la estaba derritiendo. Cuando llegó a los muslos, todo él temblaba, incluso contenía la respiración. En vez de seguir tocándolo más arriba, Carrow se puso en pie y empezó a enjabonarle la parte inferior de la espalda y las nalgas, y Malkom tensó los músculos al notar sus dedos. Suspiró decepcionado. Ella se mordió el labio y deslizó las manos hacia el torso de él para enjabonarle esa zona. Él encogió el estómago y se flexionó, y Carrow le pasó el paño húmedo por el sendero de pelo dorado. Cuando volvió a llegar a la erección, se detuvo otra vez. «Estás jugando a un juego muy peligroso.» Los gemidos de Malkom se iban intensificando y la miró por encima del hombro. Volvía a tener los ojos negros y brillantes como el ónix. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Si él perdía el control, quizá volvería a hacerle daño, aunque a ella le bastaría con un par de movimientos de muñeca para llevarlo hasta el final. Había llegado la hora de que lo enjabonara entre las piernas. Le cubrió la espalda con delicados besos y desde atrás, le fue acercando el paño a los testículos. Malkom se movió intranquilo. ¿Ninguna hembra lo había tocado allí? ¿O es que hacía mucho tiempo desde la última vez? La entristeció pensar que el demonio se había pasado tantos años allí exiliado, completamente solo. Esa misma noche, ella le daría tal placer, que Malkom no podría compararlo con nada de lo que hubiese sentido en toda su vida. «¿Acaso quieres que se acuerde de ti, Carrow?» Acallando ese pensamiento, le rodeó la cintura y buscó la erección con la mano. Se la rodeó con los dedos lo mejor que pudo y se mordió el labio para no gemir cuando notó los piercings entre los dedos. Bastó con que lo tocara para que Malkom se incomodara de nuevo y separara las piernas. Y entonces se quedó inmóvil. Todo él irradiaba tensión, y su erección disminuyó un poco. Algo iba muy mal, las emociones del demonio estaban en conflicto. Carrow incluso detectó... ¿rabia? Decidió dejar de tocarlo, pero cuando iba a hacerlo, él se dio media vuelta, le apartó la mano de donde ella la había colocado y la sujetó por la muñeca que antes le había roto.
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—¡Demonio! Casi vuelves a rompérmela... —Al verle la cara no terminó la frase. Tenía una expresión amenazadora, con los colmillos completamente extendidos. Una mirada letal. Carrow dio un paso hacia atrás y de lo mucho que le dolía la muñeca los ojos se le llenaron de lágrimas. Malkom sacudió entonces la cabeza con fuerza, como si hubiera estado en trance. «Me alegro por ti, pero yo empiezo a replantearme las cosas», pensó ella, y se dio media vuelta dispuesta a irse corriendo al otro extremo de la piscina. El demonio le rodeó la cintura con un brazo y la pegó a él. —Ara... Carrow, no —susurró con voz rota. Y escondiendo el rostro en su pelo, inhaló hondo. Su erección estaba volviendo a la vida, la punta acariciaba orgullosa las nalgas de ella. —¡Suéltame! —Cuanto más se movía, más notaba el pene de él acariciándola—. ¡No digas que no te lo advertí! —Su cuerpo bullía de poder y electrocutó a Malkom como si fuera una valla de alta tensión. —¡Carrow! —gritó él al verse obligado a soltarla. Pero ella apenas consiguió dar dos pasos antes de que volviera a cogerla. —Quizá a ti te guste que te hagan daño. Pero a mí no. —Volvió a electrocutarlo incluso con más fuerza que antes—. Ojalá pudieras verte la cara... —Se dio cuenta de que el demonio se había resignado a que ella lo golpeara con su fuerza, pero que no tenía intención de soltarla, así que subió un poco más la intensidad. La frente de Malkom cayó encima del hombro de ella cuando se retorció de dolor, pero a pesar de todo no la soltó. Al final fue Carrow quien se rindió; ya no tenía poder y el demonio todavía seguía en pie. «La próxima vez que decida hacerle daño, estaré preparada», se juró. Le derrotaría. Malkom la hizo volverse entre sus brazos hasta que quedaron frente a frente, sus torsos pegados al del otro, el antebrazo de él bajo las nalgas de ella. —¡Suéltame ahora mismo! —le ordenó. Tras dudarlo unos instantes, él la deslizó por su cuerpo muy despacio y la dejó en el suelo. El contacto de piel contra piel, el descenso gradual, el sonido de sus respiraciones...
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En contra de su voluntad, Carrow sintió una punzada de deseo. Y supo que el demonio se había dado cuenta. Malkom respiró hondo y las fosas nasales se le dilataron. Luego se quedó sin aliento, como si el aroma de ella fuera más de lo que podía soportar. Su pene tembló entre los dos. Cuando los pezones de Carrow pasaron por encima del torso de él, uno rozó el piercing. Malkom se volvió a estremecer. Cuando la dejó en el suelo, estaba moviendo sutilmente las caderas hacia adelante. Tenía la mandíbula apretada y los músculos de la mandíbula marcados. Cerraba los ojos con fuerza mientras ella los tenía abiertos como platos. —¡Oh, por todos los dioses! ¿Estás a punto de terminar? —Antes, cuando había estado dispuesta a masturbarlo con la mano, él había sido incapaz de mantenerse erecto. ¿Y ahora iba a eyacular sin más?—. No te entiendo, demonio. Suéltame de una vez. A él le temblaban las manos, pero las colocó encima de los hombros de ella y la apartó. Recuperó algo de autocontrol y la soltó, y luego abrió los ojos. Y lo que vio en los de Carrow hizo que desviara la vista hacia la muñeca de ella y después hacia la marca que sus colmillos le habían dejado en el cuello. Separó los labios como si fuera a decir algo, y luego volvió a cerrarlos. Movió los ojos de tal modo que era evidente que quería decir alguna cosa. ¿Querría explicarle por qué le había hecho daño? ¿Otra vez? Carrow estaba harta de escuchar excusas. A ella no le iban los tipos con gustos retorcidos, y tampoco los que eran demasiado complicados. Se dio media vuelta y se fue de allí.
Con movimientos tensos, su compañera cogió una de las camisetas que había en las mochilas y se fue de allí hecha una furia. «Solo. Otra vez.» Malkom dio un puñetazo en la pared para no gritar de frustración. «¿Acaso voy a estar siempre solo?» Qué no daría para poder hablar con ella. Quería decirle que estaba dispuesto a aprender de nuevo su idioma, y que no le importaba no tener sexo y no poder morderla. Y que incluso se estaba planteando olvidar su sed de venganza. Y todo lo haría por ella, pero que, para lograrlo, necesitaba que lo ayudara a crear nuevos recuerdos... para enterrar los viejos.
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Muchas cosas de las que habían sucedido esa noche le habían recordado su pasado: el agua, el olor a jabón, la mano de ella tocándolo desde atrás. Carrow lo había tocado con ternura, de un modo completamente distinto a como lo habían hecho antes, pero incluso así Malkom recordó a su amo. Se frotó la frente y trató de no pensar en el pasado. Comprendió que si quería superarlo, tenía que ser quien estuviera al mando de lo que sucediera entre él y su compañera. Tenía que ser quien iniciase el contacto. Lo cual era un problema, porque no tenía ni idea de cómo tocarla. Si pudiera estar un rato con Carrow, si pudiera tocarla durante unas horas para aprenderse su cuerpo, quizá podría volver a sentir lo mismo que antes de perder la calma. Y a partir de entonces, cada vez que pensara en el sexo, pensaría sólo en ella y en lo que hubieran compartido juntos. Fue a buscarla, ansioso por acariciar su piel. «Esto no acaba aquí.»
Mientras iba alejándose, Carrow se negó a pensar en la mirada perdida del demonio. Se negó a pensar en él. Había sucedido algo que lo había hecho revivir una mala experiencia. Y teniendo en cuenta que había sido un esclavo, podía imaginarse perfectamente lo que le había sucedido a Malkom. En especial, después de haber visto cómo había reaccionado cuando ella lo había tocado desde atrás. Le daba mucha pena que hubiera tenido que pasar por algo así, pero tenía que protegerse. Por suerte, tenía claro lo que tenía que hacer. «Entonces, ¿por qué no dejo de mirar detrás de mí?» Si regresaba, volvería a pasar por lo mismo. ¿La mordería y le haría daño? Sólo hacía unas horas que su esternón se había recuperado de su empujón. Y sí, de acuerdo, la había empujado para protegerla, pero era un ejemplo más del poco control que el demonio tenía sobre su fuerza. Estaba fuera de sí. Si Malkom fuera un perro, sería el perro apaleado dispuesto a atacar. ¿Por qué entonces tenía ganas de quedárselo para siempre? Era triste y salvaje. Miró hacia atrás, y esta vez se mordió el labio inferior. «Mira hacia adelante, fresca que eres una fresca.» Maldita fuera, todavía estaba excitada. Hacía semanas de su último orgasmo. Y ahora estaba caminando por la mina sin
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sujetador, los pechos se le balanceaban y los pezones le rozaban la camiseta. Cada paso era pura agonía para su todavía húmedo sexo. Por raro que pareciera, ya se había olvidado de que le dolía la muñeca. Malkom apareció de repente y, tras cogerla, se la colgó de la cintura, y con ella pegada a la cadera regresó a la piscina. —¡Suéltame, demonio! ¡Ahora mismo! En vez de soltarla, él la dejó en el agua, justo debajo de una de las cascadas. Y mientras Carrow escupía el agua que le caía directamente en la cara, Malkom le rompió la camiseta. —¿Esto es todo lo que se te ha ocurrido? —Ya no le tenía miedo, así que se atrevió a golpearle el pecho con el puño—. ¡Vaya manera de hacer las paces, tonto del culo! Haciendo caso omiso de los golpes y lleno de paciencia, él levantó un dedo. Los ojos se le estaban volviendo a quedar azules. —¿Un momento? Olvídalo, no tengo intenciones de quedarme aquí contigo. —Al ver que la mirada de él no flaqueaba, añadió—: Mira, siento lo que te pasó, es evidente que te hicieron mucho daño. Pero yo no soy tu paño de lágrimas, ni tu vía de escape, ni nada por el estilo... —Se quedó embobada mirándole la mano—. ¿Dónde están tus garras? —Se las había mordido. Malkom debía de tener realmente muchas ganas de tocarla. Él se agachó para quitarle el tanga. ¿Y qué hizo Carrow para oponerse? Levantó la barbilla y dijo: —No pienso mover ni un dedo para ayudarte. Para el demonio aquello no era ningún impedimento; la levantó en brazos, se lo quitó y lo lanzó junto con el sujetador. Acto seguido, cogió uno de los paños y, completamente decidido, lo empapó en jabón. —Yo no... no he aceptado... Malkom le colocó el paño en el pecho y empezó a lavarla con mucho cuidado, y ella no pudo evitar sentirse intrigada por aquella faceta suya tan inesperada. Y sorprendentemente se relajó.
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Con una mano, él siguió frotándola sin ninguna prisa mientras con la otra le tocaba el hombro con la palma de la mano extendida sobre su piel. Despacio, le masajeó el músculo con el pulgar. Cuando Carrow gimió, Malkom interpretó el sonido como una rendición y se sintió tan satisfecho de sí mismo que su alegría alimentó de nuevo el poder de ella. Dejó el paño a un lado y con los nudillos le acarició la mejilla, la mandíbula y luego el cuello y más abajo. Caarrow lo había visto cazar, pelearse y protegerla, muy seguro de sí mismo. Pero ahora la estaba tocando como si no supiera qué hacer. Sus dedos temblorosos le recorrieron los hombros mientras, con los ojos, el demonio seguía dicho movimiento. Nadie la había mirado nunca así, como si fuera lo mejor que le hubiera sucedido en la vida. Le acarició la clavícula con tanta ternura que Carrow se estremeció. Él era capaz de matar, un guerrero sin igual, y sin embargo también era capaz de tocarla de ese modo. Malkom farfulló algo en demoníaco. Ella no entendió las palabras, pero sí el tono de admiración. Y por primera vez en toda su vida, se sintió querida. Y, por todos los dioses, era una sensación maravillosa. «Podría acostumbrarme.» Sus dedos descendieron por su clavícula hacia abajo y más abajo. Y cuando iban a llegar al pezón, cuando ella ya estaba temblando sólo de imaginarlo, él respiró entrecortadamente y lo esquivó. Carrow se mordió el labio. «¡No, tócame ahí, demonio!» Malkom recuperó el paño y volvió a llevárselo al cuerpo, decidido a lavarla igual que había hecho ella con él. Pero cuando Carrow arqueó la espalda hacia atrás y suspiró «Por favor, demonio», Malkom gimió y le pasó el paño por encima de los excitados pechos. Ella gimió a su vez y, a cambio, él volvió a sonreírle satisfecho, con lo que Carrow adquirió más poder para su magia. Cuando cerró los ojos, dudó: «¿Me curo la muñeca o lo obligo a soltarme?». Él le acarició el pezón con el pulgar. —Oh, Malkom, sí. ¿La muñeca de Carrow? Estaba como nueva.
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CAPÍTULO 18
Decidido
a bañarla, Malkom consiguió apartar las manos de los pechos de
Carrow. Le dedicaría el mismo rato que ella le había dedicado a él, aunque para ello tuviera que negar su propio deseo e ignorar aquellos pechos que su compañera no dejaba de ofrecerle. «Cuando ha arqueado la espalda... y me ha suplicado que se los tocara.» Le pasó el paño por el pecho y los hombros, y le masajeó el brazo hasta los dedos. Luego repitió el mismo proceso en el otro brazo. Se detuvo y le cogió las manos, fascinado por lo pequeñas y frágiles que eras comparadas con las suyas. Toda ella era muy femenina. Tenía los muslos bien torneados, el trasero turgente, las caderas marcadas en la cintura. Su piel blanca lo tenía fascinado, cada una de sus curvas. La estaba explorando y, por algún motivo, ella se lo estaba permitiendo. Entre los muchos descubrimientos que hizo, Malkom se dio cuenta de que Carrow no tenía vello en las piernas ni en las axilas. Aparte de la melena y del fascinante triángulo que tenía entre las piernas, el resto de su cuerpo carecía de pelos. Le encantaba lo suave que tenía la piel, lo distinta que era de él. Ahora le tocaba el turno a la espalda, y Malkom le dio la vuelta y le apartó la melena, que le pasó por encima de un hombro. Tuvo ganas de besarle el cuello, pero tenía miedo de que se asustara y creyera que iba a morderla.
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Se conformó con pasarle el paño y la mano desnuda por la nuca, describiendo círculos por toda su espalda como si la estuviera puliendo. Volvió a darle media vuelta y se aferró a una de sus generosas caderas para retenerla mientras le subía el paño por las rodillas. La notó temblar bajo sus caricias. —No me detengas, Carrow —le pidió en demoníaco con voz ronca—. No volveré a hacerte daño.
El demonio se estaba esmerando, le había enjabonado cada centímetro de piel del ombligo para arriba, y hacia abajo se había dedicado a ciertas partes. Le había pasado el perfil de la mano por entre las nalgas, caricia que la asustó un poco, pero Malkom siguió siendo atento y cariñoso. Ahora le estaba enjabonando los muslos, centímetro a centímetro, susurrándole algo con aquella voz suya tan sensual. Carrow estaba temblando y contenía la respiración, impaciente por saber qué zona iba a lavarle después. Pero no fue el paño lo que la tocó allí, sino la áspera y firme mano de Malkom. —¡Oh! —Sife. —«Suave», susurró él estremeciéndose de placer. Con la otra mano le sujetaba la cadera para que no se moviera mientras con un dedo empezaba a investigar el sexo de ella. La acarició y le separó los labios con cuidado. Su erección tembló excitada entre las piernas del demonio, los piercings brillaban entre su piel. Carrow no podía entender cómo Malkom había sido capaz de controlarse cuando ella lo había bañado. Por su parte se estaba muriendo de deseo, quería sentir sus labios al alcanzar el orgasmo. —Bésame. —¿Beso? Ella se dejó llevar por la emoción del momento y se puso de puntillas. Le sujetó el rostro entre las manos y colocó los labios encima de los suyos. Malkom se quedó petrificado sin saber qué hacer. —¿He vuelto a asustarte? —le preguntó sin apartarse, sus respiraciones entremezclándose. El demonio tenía los ojos abiertos y era evidente que estaba confuso. Maldita fuera, Carrow sabía que tenía que dejar que fuera él quien llevara las
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riendas de aquel encuentro—. Me he excitado demasiado. Perdona. —Empezó a apartarse, temerosa de que volviera a ponerse violento—. No volverá a... A la velocidad del rayo, Malkom la sujetó por la nuca y la acercó hasta que sus labios se encontraron. Ahora fue ella quien abrió los ojos desmesuradamente, pero cuando los suyos se cerraron, los de ella también lo hicieron. Carrow envolvió la boca del demonio con la suya, y luego lo hizo de nuevo mientras él no dejaba de acariciarla entre las piernas. Besos tiernos, inocentes, que la lengua de ella deseaba convertir en algo más. Carrow volvió a apartarse y miró a Malkom, que parecía haber descubierto el paraíso. Lo besó de nuevo, y esta vez le recorrió la comisura de los labios con la lengua. Él los abrió ansioso y ella se deslizó hacia su interior en busca de su lengua. El demonio gimió sorprendido. Aunque al principio se mostró un poco inseguro, en seguida le cogió el truco. Pronto su lengua se entrelazó con la de Carrow y los gemidos de placer de ésta se mezclaron con los de sorpresa de él, sin que sus dedos dejaran de tocarla ni un segundo. Con cuidado, deslizó uno hacia su interior. Y en cuanto lo hizo, ella se estremeció al sentirse tan deliciosamente llena. Pero Malkom apartó la mano de repente y dejó de besarla. —¿Qué? ¿Por qué has parado? Él la estaba observando, estudiando su reacción. ¿Tenía miedo de haberle hecho daño? —Oh, no me has hecho daño. —Le cogió la mano y le besó la palma, y luego volvió a colocársela entre las piernas—. Eso es, Malkom. Debería haberte dicho lo mucho que me gustaba. Él volvió a deslizar el dedo hacia su interior, pero esta vez un poco más profundo. El sexo de Carrow le envolvió y él abrió los ojos atónito. Ella podía percibir su asombro. Y entonces lo supo. Nunca había tocado así a ninguna hembra. En algún rincón de su cerebro, comprendió que el demonio era virgen, al menos en lo que se refería al sexo femenino. —Ah, Carrow. —Cuando más hundía el dedo en su interior, más presión ejercía con el talón de la mano sobre su clítoris. Ella empezó a mover las caderas hacia aquella mano.
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—Me gusta, demonio. —Estaba a punto... a punto—. Sólo unos segundos más. Pero él apartó el dedo y se inclinó hacia adelante para susurrarle al oído: —Sexo. Y le presionó la erección contra el vientre insistentemente. Se rodeó el pene con los dedos y se colocó en posición. —¡Malkom, no! —¡Sí! Necesito. —¡No! —«No lo estropees, por favor, no lo estropees»—. Demonio, por favor. Justo cuando ella se iba a marchar, Malkom volvió a hablar: —Beso. Y le acarició el pecho. A Carrow le tembló la respiración. —¿Sólo besos? A modo de respuesta, él le pasó el pulgar por el pezón y se lamió el labio inferior. Ella se le quedó mirando la boca y tuvo que morderse la lengua para no gemir.
Malkom siempre había creído que las hembras tenían mayor control que ellos sobre su cuerpo, que podían controlar sus impulsos. Que ellos eran criaturas más animales. «Por todos los dioses. Mi compañera está temblando de deseo.» ¡Por supuesto que había intentado poseerla! Ella estaba húmeda y excitada, lo que significaba que lo necesitaba dentro. Así, cuando el sexo se le endureció para estar con Carrow, el de ella se humedeció para poder recibirlo. Él y su ara estaban listos para estar juntos. Pero había aceptado las condiciones de Carrow, e iba a respetar sus deseos, aunque sus instintos demoníacos le dijeran a gritos que tenía que satisfacerla. Le daría placer con la boca, la besaría por todo el cuerpo. Empezaría por los pechos. De camino a ellos se detuvo en el cuello y se lo recorrió con los labios, besándola justo encima de la marca que le habían dejado sus
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colmillos. Estos le crecieron y notó que ella se tensaba. «Tiene miedo de que vuelva a morderla.» Malkom descendió rápidamente en busca de uno de los pechos, y con la lengua atrapó una de las gotas que habían caído del techo. Gimió y le rodeó la punta con los labios, besándosela, cerró los ojos al recorrerle el pezón con la lengua. Cuando ella gimió de placer y se sujetó el pecho con una mano para ofrecérselo, él se ordenó a sí mismo: «Tienes que durar, Slaine. ¡Concéntrate! No termines antes que ella...». Oh, sí, a su compañera aquello le gustaba tanto como a él. Malkom le besaría los pechos siempre que pudiese. Carrow se sujetó el otro pecho y se lo acercó para que recibiera las mismas atenciones. Él empezó a besarlo y olió cómo ella se excitaba todavía más. Atraído por esa esencia, siguió descendiendo con sus besos hasta llegar al triángulo de rizos negros. Carrow hundió su inexistente estómago cuando él la besó justo allí. Antes, cuando la había tocado por dentro, se había dado cuenta de que el sexo de ella estaba mojado como el agua, pero que al mismo tiempo era resbaladizo como la crema. Ansioso por saborearla, se arrodilló entre sus piernas. Sin ninguna vergüenza, Carrow dejó que le levantara una rodilla y se la colocara encima del hombro. Y cuando Malkom vio su sexo supo que era sencillamente perfecto. Se quedó atónito y siguió mirándolo durante largo rato, asombrado por aquella piel rosada y brillante. Quería decirle que era preciosa, y volvió a sentirse frustrado por no poder hacerlo. La acarició allí y ella tembló bajo sus dedos. Malkom la miró a los ojos y le preguntó: —¿Beso?
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CAPÍTULO 19
O
«¡ h, sí, beso!» El demonio se había arrodillado en el agua delante de ella, como si fuera una especie de dios de la virilidad. Tenía los cuernos erectos y se le iban oscureciendo por momentos. El pelo se le estaba secando y los mechones rubios se mezclaban con los dorados, igual que si hubiera estado tomando el sol. Todo su cuerpo parecía más grande, con músculos flexionándose por todas partes. Su protector, su valiente demonio, estaba lleno de piercings y tatuajes, y era el pecado en persona. Y estaba embobado mirándola entre las piernas. —Malkom, bésame. Él se lamió los labios de un modo tan sexual que Carrow se estremeció. A pesar de que estaba segura de que Malkom nunca había dado placer a una hembra con la boca, parecía estar impaciente por hacerlo. Sintió su aliento contra la piel, y sus labios fueron lo siguiente que la tocó. Él lamió una vez, inseguro, y ella se quedó sin aliento. Definitivamente, era la primera vez que lo hacía. ¿Le gustaría...? —¡Carrow! —gimió él moviendo las caderas frenético en el agua. Y, acto seguido, le besó el sexo lamiéndola de arriba abajo, gimiendo en su interior. —¡Sí, Malkom! Más... —Ella sabía que a los demonios les gustaba que sus compañeras les tocaran los cuernos, pero cuando Carrow lo hizo, él echó la cabeza hacia atrás, nervioso, y la obligó a soltarlo. La miró tan mal que ella tragó saliva—. Lo... lo siento, demonio.
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Él seguía enfadado, así que se mordió el labio inferior y empezó a tocarse un pecho. Ah, Hécate, eso sí le había gustado. Ya calmado, Malkom retomó lo que estaba haciendo, y cuando le pasó la lengua por el clítoris, Carrow gritó y él se detuvo en seco. —¡No, más, más, no pares! Malkom volvió a lamerla y ella echó la cabeza hacia atrás. Otra pasada con la lengua, y otra, y otra. —¡Sí! —gritó, rindiéndose por completo, moviendo las caderas con descaro al ritmo de su boca. Cuando añadió un dedo a la caricia que le estaba haciendo con la lengua, Carrow murmuró: —Mi demonio listo. Me gusta... me gusta mu... —Echó la cabeza hacia atrás. La presión fue en aumento, y aumentó todavía más, estaba al límite. Podía sentir el dedo de él explorándola, lo asombrado que estaba, lo fuerte que tenía la lengua. —Alton, cara —le dijo pegado a ella. «Ven, compañera.» Pero esta vez la frase tenía otro significado. Quería que ella se le entregara. Una orden muy peligrosa pronunciada por un ser muy peligroso que esperaba que lo obedeciera.
Malkom había planeado besarla entre las piernas hasta que Carrow estuviera a punto de alcanzar el orgasmo. Estaba a punto, la veía mover las caderas al ritmo de su dedo y de su lengua, aniquilando el poco control que a él le quedaba. «¡Aguanta, Slaine!» Tenía miedo de ponerse en ridículo delante de ella. El botón que sobresalía en el vértice de su entrepierna era muy sensible, y Malkom lo lamió y lamió, y Carrow se acarició los pechos con más urgencia, gimió más alto. Así que él decidió intensificar los besos y levantó la vista para mirarla. Ella entreabrió sus ojos brillantes y también lo miró. Tenía la respiración entrecortada y Malkom no dejaba de mover el dedo en su interior. Entre beso y beso, dijo: —¡Alton, Carrow! «Veré a una hembra tener un orgasmo, a mi compañera... Podré saborearlo.»
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Ella se tensó de repente y su cuerpo se estremeció encima de la lengua de él. —¡Malkom! —gritó. Él gimió desesperado cuando notó que su sexo le apretaba el dedo una y otra vez, como si estuviera devorándolo. Saboreó el orgasmo de Carrow y la besó extasiado, henchido de orgullo y de placer. —¡Ah, sí, demonio! «He sido yo. Yo he hecho que se sintiera así.» Estaba tan preciosa en ese momento, su cuerpo lo tenía fascinado. «La hicieron sólo para mí.» Carrow dejó de temblar y apartó la cabeza de Malkom de entre sus piernas, a pesar de que él seguía lamiéndola. En contra de su voluntad, el demonio se apartó de su tesoro. Se puso en pie y la atrapó entre su torso y la pared de roca, su erección firme entre los dos. Nunca antes había sentido un dolor como aquél. —¡Sexo, ara! —El agua le caía por la piel, excitándolo todavía más. —N... no, Malkom —dijo ella con la respiración entrecortada. «¿Por qué no puedo poseerla?» Le había dado mucho placer. Quería tocarle los pechos desde atrás, retenerla allí y deslizar su sexo hacia aquel interior que había adorado con sus labios... Carrow le dio un beso en el torso y con la lengua le acarició el pezón en el que llevaba el piercing. Él abrió los ojos, atónito. ¿Ella iba a corresponderle? Sus labios descendieron hacia abajo y a Malkom le latió tan fuerte el corazón que estaba convencido de que Carrow podía oírlo. ¡Por fin! Por fin sabría qué se sentía... Cambió de postura para apoyarse en la pared. Cogió el collar de ella entre los dedos y la guió para que se arrodillara en el suelo, entre sus piernas. —Beso —le ordenó en inglés. Carrow le besó el vello que tenía justo debajo del ombligo. —Dame este placer —le dijo él entonces en demoníaco. Y guió su erección hacia su boca—. Acéptame entre tus dulces labios. Sin dejar de mirarlo para poder ver su reacción, Carrow sacó la lengua y lamió la punta.
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Malkom movió las caderas desesperado y estuvo a punto de eyacular. Cuando consiguió dejar de moverse, respiró hondo para recobrar algo de control, y ella volvió a lamerlo. Su miembro tembló y apareció una gota en la punta. Cuando Carrow capturó esa gota con la lengua, él se mordió los labios para no gemir. —Querré que me hagas esto cada día —dijo con voz ronca—. Cada día, cada noche. —No podía dejar de mirar sus encantadores ojos verdes. Era tan extrañamente bella. Era un regalo, un tesoro. —Me perteneces. —«Jamás me separaré de ella.» Hundió los dedos en el pelo de Carrow y ésta le sujetó la erección con una mano para acercársela a los labios. Malkom gritó cuando ella succionó el extremo con su boca ardiente. Por todos los dioses, quería saborear el momento, pero además de recorrerlo con la lengua, Carrow había empezado a masturbarlo con la mano. Con el agua cayéndole encima y la lengua y la mano de ella acariciándole el pene, Malkom echó la cabeza hacia atrás, incapaz de seguir sosteniéndola. «No puedo... no puedo aguantar más...»
Malkom se había sentido tan orgulloso por haberle dado placer que la satisfacción se palpaba en el aire. El orgullo emanaba de él casi con la misma intensidad que el asombro. Pero en medio de aquellas maravillosas sensaciones, Carrow también había podido detectar la agonía. Su pobre demonio estaba a punto de explotar; podía notar los temblores del pene encima de su lengua. Y, sin embargo, no pudo resistir la tentación de atormentarlo un poco más. Quería asegurarse de que su primera vez fuera inolvidable. A juzgar por cómo había reaccionado, estaba convencida de que tampoco nadie lo había besado de ese modo. Así que se apartó un poco y dejó que las gotas de agua cayeran sobre su miembro, justo encima de los cuatro piercings. Su expresión de angustia fue única, y le colocó la mano en la nuca para guiarla de nuevo hacia su sexo. —Más. Sé... buena, cara—farfulló en inglés. ¿Estaba tratando de decirle que no siguiera torturándolo?
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—Seré buena, Malkom —le prometió, y volvió a cogerle el pene con la mano. Él arqueó las caderas hacia adelante y se movió entre sus dedos. «Va a eyacular en mi mano, va a...» Carrow atrapó la punta de su miembro con la boca y a Malkom le temblaron las piernas. Frunció el cejo como si le doliera. Derrotado por los labios y la mano de ella, aquel poderoso guerrero se rindió y alcanzó el orgasmo. Los espasmos se apoderaron de su cuerpo, que se estremeció de pies a cabeza. —¡Más, Carrow! —gritó con todas sus fuerzas. Sus músculos se contrajeron formando una imagen impresionante. ¿El demonio quería más? Ella no le dio tregua. Lo masturbó... lo lamió... lo besó... Él gritó hasta quedarse sin voz. Hasta que se desplomó contra la pared y la apartó de su sexo. Estaba muy satisfecho y Carrow se alimentó de su felicidad. Después del orgasmo, estaba eufórico, y colocó la cabeza de ella contra su muslo, acariciándola posesivo mientras Carrow seguía fascinada recorriéndole el pene con los dedos. Pero entonces él bajó ambas manos para acariciarle las mejillas y acunarle el rostro, y ella pudo detectar otra emoción: furia en estado puro. Malkom la miró no como alguien que se siente feliz con su destino, sino como quien estaría dispuesto a matar a cualquiera que intentase arrebatárselo...
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CAPÍTULO 20
Esa misma noche, mientras Carrow dormía entre sus brazos, Malkom juró de nuevo que jamás, jamás, se separaría de ella. «No mientras me quede un hálito de vida en el cuerpo.» ¿De verdad se había preguntado para qué servía tener una compañera? Carrow le había hecho sentir un placer inimaginable. Lo había llevado al orgasmo tantas veces que hasta había tenido miedo de desmayarse. Y, a cambio, él le había proporcionado un clímax tan intenso que ella había echado la cabeza hacia atrás para gritar. Quería creer que su compañera estaba tan sorprendida como él por haber sentido tanto placer. Si se sentía sólo la mitad de agradecida... A pesar de que seguía estando excitado, ella le había pedido que descansasen un rato. Después de haberse pasado la noche anterior sin dormir, y teniendo en cuenta cómo había pasado el día, probablemente Malkom también debería descansar. Pero sabía que si cerraba los ojos lo asaltarían las pesadillas. Y tenía miedo de que Carrow no estuviera cuando volviera a abrirlos. Así que decidió pasarse la noche recordando lo que había sucedido entre los dos: el modo en que su compañera había temblado entre sus brazos, su aliento contra su piel, la lengua y los labios de ella. Se moría por volver a besarla, tanto en los labios como entre las piernas. «Dioses, esa parte de ella es increíble.» Si antes había estado obsesionado con sus pechos, ahora su obsesión se dividía a partes iguales. El sexo de Carrow le había devorado el dedo. Y dentro de cinco días le devoraría...
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Se preocupó sólo de pensarlo. «Cinco días.» Podían pasar muchas cosas en cinco días. «¿Otra vez haciendo planes de futuro, Slaine?» Como un tonto, había empezado a pensar en el futuro. ¿Esos sueños también acabarían hechos añicos? En vez de alegrarse, Malkom estuvo a punto de vomitar. El miedo le revolvía el estómago y, asustado, miró a Carrow. Tenía los labios entreabiertos, sus pestañas negras proyectaban su sombra sobre sus mejillas sonrosadas. Era tan preciosa que dolía mirarla. «Estar con ella es demasiado bonito.» Malkom ni siquiera sabía qué era Carrow, y no tenía ni idea de por qué estaba en Oblivion. Había llegado a la conclusión de que la habían desterrado a ese plano. Pero, si era así, ¿por qué estaba tan segura de que podía volver y atravesar el portal sin más? Estaba hecho un lío. Parte de él creía que su llegada era muy sospechosa. Quizá su compañera había ido allí a propósito. O tal vez se la había enviado el destino en persona. Sí, el destino. Porque otra parte de él creía que Carrow era el regalo que le hacía la vida para compensarlo por todo lo que le había sucedido hasta entonces. «Toma y daca.» Se lo debían. Y haría lo que fuera para quedársela. Esa noche, su compañera se había quedado dormida en sus brazos porque confiaba en él, porque Malkom le había demostrado que podía hacerlo. Y todavía había algo más: había decidido renunciar a su venganza por Carrow. Había jurado que no se separarían nunca, lo que implicaba que tenía que elegir entre ella y su venganza. Y elegía a Carrow, consciente de que su corazón siempre la elegiría a ella... Esa noche había descubierto algunas cosas. ¿Cómo cuáles? Carrow no era virgen. Estaba muy segura de sí misma y era muy atrevida como para serlo. Era cierto que él no tenía demasiada experiencia, pero jamás había oído decir que una virgen diera instrucciones a su amante acerca de cómo quería que le tocase el sexo. Y cuando se las había dado... Al recordarlo, Malkom se mordió la lengua para no gemir, y volvió a desear estar dentro de ella. Lo que le hizo pensar de nuevo en las dos condiciones que Carrow le había impuesto. Él no iba a juzgarla por no ser virgen —¿quién era él para juzgar a nadie?—, pero ¿por qué no quería darle lo que les había dado a otros? ¿Por qué no quería hacer todo
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lo que estuviera en su mano para hacerlo feliz, para asegurarse de que siguiera protegiéndola? Quizá ella se había dado cuenta de lo indigna que era su sangre, o tenía miedo de que le hiciese daño. ¿O había algo más? Quizá quería que se casaran antes de que él la hiciera suya, o tal vez necesitaba que alguien de su familia, un anciano, le diera permiso. ¿Cómo si no había sido capaz de negarles tal placer a ambos cuando estaban en el agua? ¿Otra cosa que había descubierto? Los rumores sobre planos celestiales en los que el aire era agradable y la tierra daba comida eran verdad. Era evidente que su compañera provenía de un mundo lleno de riquezas. Los pensamientos de Malkom se volvieron oscuros. ¿Y si la seguía a su mundo y al enterarse de su pasado ella lo abandonaba? Con el tiempo, él volvería a hablar inglés, y entonces tendría que contárselo todo. ¿Cómo podía explicarle lo que le había sucedido? Que había sido un esclavo de sangre y había matado a un rey. Había sido deshonrado por su peor enemigo y repudiado por su gente. Aun en el caso de que Carrow llegara a aceptarle, tal vez su familia no le diera su aprobación, en especial cuando se enterasen de que no poseía riquezas. Lo único que tenía era aquella montaña, y si se iba de allí no le quedaría nada. No tenía tierras que aportar a la unión, tierras en las que poder criar a sus hijos. «Hijos.» Él jamás había tenido que pensar en su descendencia. En el pasado, aunque hubiese podido estar con una hembra, no habría podido eyacular. No podría hacerlo hasta que su alma gemela rompiera el lacre. Ahora en cambio podía dejarla embarazada. Malkom sabía que cuidaría de ella y de su familia mucho mejor de lo que sus padres lo habían cuidado a él. «Pero ¿qué clase de hijo tendría con Carrow?» El descendiente de una abominación. Empezó a acariciarle la sedosa melena y el gesto lo tranquilizó. Ya no tenía arena en el pelo y los rizos se le habían secado. Le encantaba lo negro y brillante que tenía el pelo su compañera, le encantaba ver su cabellera resbalándole por el hombro y le encantaba deslizarse sus mechones entre los dedos. Poco a poco le fueron pesando los párpados, y como tenía miedo de que ella escapase, le pasó los dedos por el collar. Con la banda firmemente sujeta en el puño, al fin se durmió.
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Las pesadillas lo asaltaron. Malkom había conseguido mantenerlas a raya durante mucho tiempo, y ahora lo bombardeaban por todos lados. El primer recuerdo que apareció en su mente fue el del día en que su madre lo vendió al vampiro. Lo revivió como si estuviese allí. Malkom estaba tan contento, estaba convencido de que iba a adoptarlo una familia. Creía que por fin tendría comida, agua y que alguien lo arroparía por las noches. Jamás olvidaría la tristeza que sintió cuando se dio cuenta de que no iba a formar parte de ninguna familia. El horror que sintió al escuchar los gritos. Él había visto a otros niños de su misma edad ser humillados y mutilados, y a pesar de lo pequeño que era lo comprendió todo. «A mí me van a hacer lo mismo...» En medio de esas escenas apareció el sueño del Virrey; el vampiro que había torturado a Malkom y que lo obligó a sentir la Sed. Pero siempre que el Virrey le ofrecía niños demonio para que bebiera de ellos, a él le daban ganas de vomitar; los colmillos le retrocedían hasta casi desaparecer, sin importar lo mucho que necesitara ingerir sangre. «No me alimentaré de los de mi especie. ¡No soy un vampiro!» Soportó infinidad de torturas noche tras noche. Le arrancaron la piel con látigos que terminaban en puntas de metal, o se la agujerearon utilizando sus propios huesos rotos. Él soportó incluso que le atravesaran las costillas con atizadores ardientes. La furia que sentía por la muerte de Kallen lo mantuvo firme. Nunca se permitió olvidar que lo habían obligado a matar a su único amigo. Y entonces llegó el día en que el Virrey le ofreció un esclavo para que bebiera de él, uno distinto de todos los que le habían ofrecido antes, uno mucho más valioso. El vampiro creyó que Malkom estaba demasiado débil como para representar una amenaza, que estaba en inferioridad de condiciones; se equivocó en ambas cosas. La noche se llenó de gritos, la sangre salpicó las paredes... La escena cambió y Malkom soñó con una niña que se estaba peinando el pelo negro frente a un espejo mientras lloraba. Vio el reflejo de la pequeña a través de los brillantes ojos verdes de ella. «¿Carrow?» Tenía que ser Carrow de pequeña. A pesar de lo confuso que se sentía, no tuvo ninguna duda de que lo que estaba viendo había sucedido de verdad. Aquél era uno de los recuerdos de su compañera, y él lo había adquirido al beber su sangre. Algunos vampiros poseían esa habilidad. El Virrey la había tenido. Y era la sangre de éste la que había infectado a Malkom. «Estoy viendo su pasado.»
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Alguien tocó una campana y llamaron a «lady Carrow». Lady implicaba nobleza. Él ya había sospechado que era de alta cuna. La campana volvió a sonar y la niña se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Malkom podía sentir lo desgraciada que era, la tristeza tan grande que la embargaba a pesar de la edad que tenía, pero no tenía ni idea de qué se la había causado. —Está bien, está bien —dijo la pequeña Carrow secándose los ojos—. ¿De verdad me han invitado a cenar con ellos? —farfulló. A pesar de que habló en inglés, él entendió cada palabra. La vio salir de aquella habitación y entrar en una mucho más grande, tan grande como cualquier casa de la Ciudad de las Cenizas. ¿Era su dormitorio? Había sedas alrededor de las ventanas y de la cama, tela suficiente como para coser cientos de túnicas. Era como si hubieran guardado toda la seda del mundo en aquella habitación. Carrow era rica. ¿Cómo era posible que fuese tan desgraciada? Abandonó la habitación y unos sirvientes la escoltaron por un pasillo hasta un comedor muy bien iluminado. Dentro había una mesa tan larga como toda la estancia, y estaba repleta de comida. Había platos humeantes —el festín podría durar un año—, y sirvientes uniformados alineados frente a las paredes. En un extremo de la mesa había un hombre y una mujer. Carrow se acercó al otro extremo y se dirigió a ellos sin ninguna emoción. —Madre. Padre. La mujer inclinó la cabeza y la miríada de joyas que llevaba resplandeció bajo la luz. —Carrow —respondió. Pero ni siquiera miró a su hija. Malkom se preguntó si sería ciega. Su padre iba muy bien afeitado, y tenía el pelo corto e impecable. Él no había visto nunca ropa como aquélla, pero era evidente que era de gran calidad. «Ésa es su gente, ésa es su vida.» Malkom se quedó atónito al ver lo limpio que estaba todo y la abundancia que allí se respiraba. La cubertería de plata resplandecía, las copas de cristal reflejaban la luz de las lámparas. Todo limpio, brillante y abundante. «Yo iba vestido con harapos, sucio, sin afeitar.» No era de extrañar que ella lo hubiese bañado. Incluso estando dormido, Malkom se avergonzó de sí mismo.
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Unos sirvientes se acercaron para cumplir los deseos de Carrow, y la ayudaron a sentarse. Ella no comió, sino que se limitó a jugar con la comida que tenía en el plato. Estaba mareada y empeoraba cada vez que sus padres se hablaban en tono altivo el uno al otro mientras seguían ignorándola. —Madre, padre —dijo la niña de repente—. Quisiera hablar de una cosa con vosotros. Malkom estaba recordando lo que sabía de inglés y la comprendió. Con cada minuto que pasaba se acordaba más y más. —Quiero ir a Andoain. Su padre le contestó sin mirarla. —No vamos a volver a hablar de ese tema. No puedes ir a una escuela de hechizos porque todavía no tienes poderes. Además, es muy vulgar. ¿Escuela de hechizos? Su mujer era una bruja, una channa. Lo que significaba que si bien el destino la había elegido para estar con él, ella no estaba obligada a corresponderle. —Pues me escaparé con un pirata —dijo Carrow. No se dignaron responderle—. Me iré y saltaré del puente más alto y os arrebataré a vuestra única heredera. Porque para eso me habéis tenido, ¿no? ¿Para tener descendencia? Porque si no, no se me ocurre otra razón. El padre de Carrow chasqueó los dedos y dos mujeres vestidas con un uniforme igual la sujetaron por debajo de los brazos. —¡Miradme, miradme, miradme! —gritó mientras se la llevaban de allí a rastras—. ¿Se puede saber qué diablos os pasa? —Se le quebró la voz y se echó a llorar—. ¿Qué diablos tengo yo de malo? Malkom se despertó del sueño al instante. Estaba nervioso, como si llegara tarde a algún lugar. «Quiero compensarla por cómo la trataron.» Carrow estaba destrozada, tenía el corazón roto. «Ignoraron a mi compañera, le hicieron daño.» Se tumbó de espaldas y la cogió para pegarla a su costado; ella se acurrucó junto a él con un suspiro. Malkom la abrazó contra su torso. El cuerpo de Carrow encajó a la perfección con el suyo. Él no tenía familia. La de ella no se la merecía. «Nosotros seremos nuestra familia.»
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«Nunca voy a separarme de ella.» —Carrow es mía —dijo emocionado. Tardó mucho rato en darse cuenta de que había hablado en inglés.
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CAPÍTULO 21
C-A-S-A Con un palo, el demonio se esforzó por dibujar las letras en la arena. —Te ha quedado perfecto, Malkom. Él refunfuñó al oír sus halagos, pero Carrow notó que le gustaban. Tres noches atrás, el demonio cogió ese mismo palo y señaló la arena, y luego estuvo todo el rato diciendo: «Carrow». Y así fue como empezaron las lecciones. Delante del fuego, aprendió a escribir el nombre de ella, y Carrow también le enseñó a escribir el de él. Esa mañana estaba practicando las palabras «casa» y «comida». Ella se había pasado los últimos días en la mina con él; Malkom la había alimentado, amado y protegido, y también le había proporcionado poder. Literalmente. La primera mañana, se despertó sintiéndose muy culpable. El demonio le había dado la noche más placentera de su vida —sin que ella tuviera que acostarse del todo con él—, y la miraba como si fuera maravillosa. «No se suponía que iban a ser así las cosas.» Traicionar a un dempiro trastornado que la había atacado era una cosa, pero traicionar a aquel demonio tan tierno, dulce y orgulloso era otra. —Buen días —le dijo él en un inglés algo oxidado al despertarse. —¿Buenos días? Malkom la miró condescendiente, como diciéndole: «Es lo que he dicho».
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Carrow recordó que en el dossier había leído que alguien lo había oído hablar inglés, pero que no habían podido documentarlo. —Sabes más inglés del que aparentas, ¿no es así? —¿Y si pudiera explicarle por qué estaba allí y pedirle ayuda? ¿Podía correr ese riesgo? »¿Hubo una época en la que hablabas inglés? Tenemos mucho de que hablar. — Igual que en Bailando con lobos, podían pasarse el rato charlando y paseando por las montañas—. ¿Te gusta hablar? Malkom no entendió nada, así que le habló más despacio y observó atenta sus reacciones. Vio que reconocía algunas palabras, pero no las suficientes como para que pudieran comunicarse de verdad. Pero con cada hora que pasaba, Malkom recordaba más y más. Había empezado a hablar con tropiezos, y con un marcado acento demoníaco. Sabía decir «Por favor», «Gracias», «¿Tienes hambre/sed?», «¿Estás cansada?». Podía entender casi todas las palabras de una o dos sílabas. Y cuando ella le dijo lo que era, Malkom incluso entendió la palabra «bruja». También podía preguntarle «Si tenía ganas», que era como él lo decía. Carrow se negó a enseñarle la palabra «excitada». Claro que, a esas alturas, él la había oído decir tantas veces que estaba a punto de terminar que ahora también podía informarla de lo mismo en inglés. Se llevaban muy bien, pero todavía no podían comunicarse del todo, y definitivamente no lo suficiente como para que Carrow pudiera tantearlo y ver cómo reaccionaba al enterarse de sus problemas. Podría recurrir a un hechizo traductor, pero le requeriría mucha energía y tardaría mucho en elaborarlo; tenía un tres sobre cinco en la escala de las brujas. A pesar de todo el poder que había podido almacenar gracias a la felicidad del demonio, Carrow no tenía bastante. Y como no tenía un público al que hacer reír, estaba perdida. Además, utilizaba el poder que él le daba para mantener su cuerpo en forma y poder aguantar las frecuentes —y deseadas— atenciones de Malkom. A pesar de algunos problemillas al principio, al demonio le encantaba tocar y que lo tocara. Por algún motivo, eso la hizo pensar en Declan Chase y su aversión al contacto humano. Era evidente que a los dos los habían torturado, pero Malkom anhelaba sentir afecto físico. Sexualmente, era el típico demonio dominante, aunque al mismo tiempo era muy inexperto. Lo que los llevó a unas cuantas situaciones algo complicadas.
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Aunque al final siempre conseguía provocarle unos orgasmos increíbles y darle un festín de felicidad. Cuanto más placer sentía Carrow, más feliz era él, lo que hacía que ella fuera cada vez más fuerte. Y, al parecer, todo lo que tenía que ver con ella hacía feliz a Malkom. Reaccionaba con tanta intensidad ante todo lo que Carrow hacía, que era como una especie de batería gigante para ella. Darle de comer con la mano lo hacía feliz. ¿Despertarse a su lado? Siempre parecía sorprenderlo que ella siguiera allí, pero luego su rostro se relajaba y aparecía en él aquella expresión de satisfacción; y la felicidad que sentía era como una manta encima de Carrow. Ver cómo se bañaba lo ponía loco de contento. Se metía en la piscina con ella. El miedo que hubiera podido tener al agua casi había desaparecido. Le encantaba bañarla del mismo modo en que ella lo había bañado a él. Y seguía mirándola con curiosidad. Carrow dejaba que la inspeccionara, feliz de poder darle al menos eso. De noche, cuando se tumbaban juntos en la cama de él —al final nunca les había hecho falta el segundo saco de dormir—, el demonio la envolvía entre sus brazos, y la pegaba contra su pecho. Las primeras dos noches, durmió sujetándole el collar con una mano. Pero ahora había empezado a asumir que ella no se iría a ninguna parte. «Al menos todavía no», susurró una voz en la mente de Carrow. Durante el día, comían aquellas gallinas raras y una especie de bayas. El día anterior lo había convencido para que utilizara una servilleta y los cubiertos que habían encontrado en las mochilas. «Por fin vamos avanzando», pensó Carrow. Hasta que esa misma tarde, volvió a pillarlo bebiendo sangre directamente del cuello de un pájaro. Suspiró resignada. «Bueno, Roma no se hizo en un día.» En una de las mochilas, encontró ropa para él; botas de combate de su talla, pantalones de camuflaje que incluso le tapaban los tobillos, y una camiseta negra que se tensaba sobre su musculoso torso. Al parecer, Hostoffersson había sido un bastardo realmente grande. A Malkom la ropa de asalto le sentaba muy bien. Con su pelo dorado y vestido como un guerrero, con sus labios firmes y sus facciones marcadas, hacía que se le acelerase el corazón. «Tendré que quitarle a las brujas de encima.» Lo miró y empezó a escribir P-A-R-A S-I-E-M...
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¿De verdad se estaba planteando quedárselo? Como si él fuera a seguir queriéndola a su lado después de que lo traicionara. Pasara lo que pasase, Malkom no tenía cabida en el mundo de Carrow. Sería como si entrara un elefante en una cacharrería, y la vida de ella ya iba a cambiar lo bastante con la aparición de Ruby. Por otra parte, por lo que había visto de Oblivion, las instalaciones de la Orden iban a suponer una mejora sustancial respecto al actual alojamiento del demonio. Quizá si se lo repetía las suficientes veces, llegaría a creérselo. Entonces él la miró, como si hubiera presentido que estaba pensando en algo muy importante, y Carrow tragó saliva. Ella había empezado a desearlo todo de Malkom, a fantasear con hacer el amor con él. Pero dos cosas la retenían: podía dejarla embarazada, y quizá le haría daño, además de que probablemente volvería a morderla. El demonio había estado trabajando en su autocontrol, y había mejorado tanto que Carrow ya no se asustaba cuando se le ponían los ojos negros. Ahora asociaba ese color con el deseo. «Azul cielo con sensuales ribetes negros.» Pero ¿sería capaz de mantener la calma si hacían el amor? Cohabitar con un ser tan poderoso exigía mucho esfuerzo por su parte, y ella había recurrido a su magia para minimizar el riesgo de accidentes. Pero si dejaba que Malkom la poseyera, tendría que entregársele por completo. Tendría que confiar en él y en que no le haría daño. Y Carrow no sabía si podía llevar a cabo ese acto de fe. Y tampoco podía olvidar el tema de los mordiscos. De momento, estaba convencida de que él no había soñado con sus recuerdos, o al menos no le había dejado entrever tal cosa. Pero cada vez que bebía su sangre aumentaban las probabilidades de que sucediera. Una cosa era que Carrow le explicase el lío en que estaba metida, pero otra era que viera cosas fuera de contexto. Cosas que seguramente lo pondrían furioso y le harían perder el control. Sabía que él quería beber de ella. Lo había pillado mirándole el cuello; no con hambre, pero sí con anhelo. Una noche, se despertó y lo vio paseando nervioso de un lado al otro de la guarida, pasándose una mano por la boca. Carrow trató de mantener la respiración pausada y sólo entreabrió un poco los ojos. Él no dejaba de observarla. La miraba primero a ella y luego al techo, como si esperase que alguien de allí arriba le diera un
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consejo. Volvió a mirarla y, acto seguido, hundió los colmillos en su propia muñeca, gimiendo contra su piel. ¿Se estaba imaginado que era ella? Se mordió a sí mismo para mantener la promesa que le había hecho. ¿Cuánto tiempo más podría seguir conteniendo un anhelo como aquél?
«¿Seré capaz de mantener mi promesa una noche más?» Malkom necesitaba beber de Carrow. No porque tuviera sed de sangre, o porque quisiera saborearla, sino porque con cada hora que pasaba Carrow se iba distanciando más y más. Se le estaba escurriendo entre los dedos. Aunque le dejaba disfrutar de su cuerpo siempre que estaban juntos, parecía perdida en sus pensamientos. Cuanto más se alejaba ella de él, más le miraba él el cuello, ansioso por sentir aquella cercanía que tanto lo había fascinado. Tenía un mal presentimiento y ya no podía seguir concentrándose en las letras. Dejó el palo en el suelo. Carrow estaba tan absorta mirando el fuego que ni siquiera se dio cuenta. Por desgracia, Malkom estaba muy acostumbrado a perder, pero sabía que si la perdía a ella jamás se recuperaría. ¿Qué haría si no podía cuidarla? Sólo de pensarlo se puso furioso. Qué no daría por poder comunicarse sin barreras. Pero cuanto más recordaba la lengua de Carrow más pesadillas tenía, sobre su infancia y sobre las torturas que había sufrido. A pesar de todo, se obligó a recordar porque necesitaba entenderla. A veces, justo antes de que alcanzara el orgasmo, Carrow le murmuraba cosas al oído. ¿Qué le decía con aquella voz tan triste? Lo estaba volviendo loco. Y quería preguntarle por qué era tan cariñosa con él. ¿Lo hacía sólo porque quería que la protegiera? Al principio se había conformado con que quisiera estar con él porque era el más fuerte que había conocido, pero ahora Malkom quería algo más. Hasta que pudieran comunicarse como era debido, decidió aprovechar el tiempo y aprender todo lo que le fuera posible acerca de ella. Vivir con una bruja era maravilloso... y muy raro. Su bruja parecía estar obsesionada con la limpieza, fregaba los utensilios con los que comían con un hechizo y luego lavaba también la ropa.
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Utilizaba aquel palo azul con pelos en la punta cada mañana y cada noche para cepillarse los dientes. Y cada vez que él hacía lo mismo lo besaba apasionadamente. El olor de la pasta era intenso pero agradable, y a Malkom le gustaba cepillarse los dientes, le hacía cosquillas en la boca. Dejó de tragarse la pasta de dientes la segunda vez que vio que ella lo miraba con cara de asco cuando lo hacía. Y Carrow le daba clases de escritura a diario. Malkom podía vivir cientos de años, si no miles, y jamás olvidaría lo que le había dicho Kallen: «¡Por supuesto que eres lo bastante listo como para aprender a leer! ¿Quién diablos te ha convencido de lo contrario?». Quizá no había logrado aprender, pero sabía que podía. Y cada vez que ella lo felicitaba por sus progresos o que lo miraba sin ocultar lo orgullosa que estaba de él, Malkom recordaba una época muy breve, y de la que hacía ya mucho, mucho tiempo, en la que también él se había sentido orgulloso de sí mismo. Había sido comandante de un ejército de demonios, y era uno de los mejores. «Con mis victorias estuve a punto de echar a los vampiros de este plano.» Al final lo había conseguido con sus propias manos. Tras matar al Virrey de un modo tan sanguinario que sus seguidores abandonaron Oblivion aterrorizados. Y a pesar de aquello, los trothans habían pedido a gritos su muerte. Bueno, al menos ahora les daba motivos... Aunque las pesadillas habían regresado con toda su fuerza, también soñaba de vez en cuando con los recuerdos de Carrow. Siempre eran escenas sacadas de su infancia, y siempre estaba dentro de una casa enorme, jugando sola. Se había pasado años sola, triste. «Como yo.» Al parecer, el destino lo había emparejado con una compañera perfecta para él. ¿Demasiado perfecta? Ahuyentó sus dudas. Porque Malkom no sólo la quería. La necesitaba. Siempre que se besaban y se acariciaban, conseguía acallar las voces del pasado. Ella lo mantenía alerta —y excitado— en el presente. El ahora familiar perfume del deseo de Carrow, la forma en que lo miraba cuando le deseaba, el modo en que se mordía el labio inferior siempre que pensaba en hacer cosas con él.
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El sonido de sus gemidos de placer cuando Malkom le tocaba los pechos. Carrow enloquecía cuando se los besaba, o cuando le lamía el sexo, y él la despertaba devorándola con la lengua. En aquellos breves días, la bruja le había dado más placer del que él había sentido en toda la vida. Uno solo de sus besos... lo hacía sentir cerca de ella, casi como cuando la había mordido. Pero había dejado de insistir acerca de hacerle el amor. Ahora quería que cuando lo hicieran existiese una unión entre los dos, porque de todas las posibilidades que se abrían frente a ambos, había una que a Malkom le daba terror: engendrar un bastardo como él. A menudo había insultado más a su padre por haberlo abandonado y no haberlo protegido, que a su madre por haberlo vendido como esclavo. Él jamás se arriesgaría a que le sucediera algo parecido a uno de sus hijos. Malkom tenía intención de casarse con Carrow en cuanto le fuera posible. —Demonio —murmuró ella mirándolo al fin—. ¿Iremos al portal mañana por la noche? «Portal.» Conocía esa palabra. Ella la había utilizado bastantes veces. —Mañana por la noche —convino él. Carrow estaba impaciente por regresar a su casa. Le había explicado que se irían juntos al día siguiente a medianoche. ¿Había averiguado por qué ella había ido a parar a Oblivion, o por qué estaba segura de que el portal se abriría para recibirla de nuevo? No. Lo único que sabía era que iba a irse con Carrow. Y por el momento le bastaba con eso.
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CAPÍTULO 22
Faltaban dieciséis horas para que se fueran de allí. Y Carrow tenía sentimientos por el demonio al que iba a traicionar. El día anterior, presa de la desesperación, había tratado de explicarle la situación, de pedirle ayuda, a pesar de que él no sabía palabras como «mortales», «chantaje», «secuestro» o «hija». Al final, optó por dibujar con cuatro palos una figura que la representaba a ella con otra figura de palos más pequeños en brazos, y luego se había llevado las manos al corazón. Malkom pensó que le estaba diciendo que quería tener un bebé, y cuando Carrow lo negó enfáticamente a él pareció dolerle, pues, tras ponerse las botas hecho una furia, se fue a cazar. Ahora no se sentía capaz de prestar atención a su clase de lenguaje. Esa mañana, Carrow no podía dejar de devanarse los sesos en busca de una alternativa. No quería engañarle. Quizá tendría que haberlo abandonado el segundo día e ir en busca de otros demonios que pudiesen ayudarla. Pero por aquel entonces Malkom era un bruto, y ella no le comprendía. No le habría importado traicionarlo. En aquel momento no tenía ni idea de lo mucho que llegaría a importarle. ¿Qué haría Ripley? Ella seguro que rescataría a la niña huérfana de la isla. «Céntrate en los hechos, Carrow.» Aunque pudiera comunicarse con Malkom, si le contaba en qué consistía su plan corría el riesgo de que él no quisiese acompañarla al portal. Quizá se echara atrás. Al fin y al cabo, no hacía ni una semana que se conocían. Finalmente, llegó a la conclusión de que no podía correr el riesgo de contárselo.
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Y aun en el caso de que supiera con total seguridad que él iba a acompañarla, jamás sería capaz de explicarle todos los peligros que lo aguardaban al otro lado. El demonio cruzaría ese portal totalmente a ciegas, o casi. Carrow se frotó la frente. Para ser una persona que no solía sentirse culpable de sus actos, y que tampoco estaba acostumbrada a tener miedo de lo que pudiera sucederle a alguien que no fuera ella, se sentía abrumada. «¿Estoy haciendo lo correcto?» La mayoría de las veces, cuando uno estaba en una situación complicada, podía hablar con sus amigos o con sus familiares y pedirles que la ayudaran a tomar la decisión acertada. Carrow estaba sola, adentrándose en territorio desconocido. —Ara? Salió de su ensimismamiento. —¿Qué? ¿Por dónde íbamos? Pero a juzgar por el modo tan serio en que la miraba, Malkom ya no estaba para lecciones. Entrelazó los dedos con los de ella. —Estamos unidos. —¿Unidos? Malkom cogió un trozo de cuerda e hizo un nudo. —¡Ah, unidos! Él asintió y luego dibujó algo en la arena. ¿El símbolo del infinito? —Demonio listo, ¿cómo sabías que...? Él la estaba mirando con una pregunta en los ojos. —¿Unidos para siempre? Y Carrow consiguió sostenerle la mirada y mentir: —Sí, demonio. Unidos para siempre. Y como si quisiera hacerla sentir todavía más culpable, la cogió entre sus brazos y la estrechó contra su torso. —Carrow es de Malkom —dijo emocionado. Ella tuvo ganas de llorar. —¿Sí? —insistió él.
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—Sí —respondió Carrow, deseando con todas sus fuerzas que las cosas entre los dos fueran tan simples. «Demonio conoce chica. Chica empieza a enamorarse de demonio.» Pero si no fuera por esa traición, ella jamás habría ido allí, jamás lo habría conocido. Él descansó el mentón en la cabeza de Carrow y le cogió una mano para llevársela al corazón. Ella lo sintió latir bajo la palma. «Late por mí.» Quizá el destino había hecho bien en juntarlos. Quizá entre los dos habían conseguido mitigar la rabia del dempiro. Carrow le había hecho feliz. «Al menos durante un tiempo.» Después de medianoche, temía que Malkom jamás volviera a estar calmado. Se echó hacia atrás y lo miró. ¿Y si las cosas entre los dos pudiesen ser más sencillas, aunque sólo fuera durante unas horas? ¿Por qué no podían pasar una mañana juntos sin pensar en el futuro? Malkom sentía curiosidad por el sexo, y había sido tan paciente que ahora Carrow quería darle esa experiencia. Pero si se ofrecía a él, tenía que confiar en que no le haría daño. «¿Confío en él? ¿Puedo confiar en él?» Tragó saliva. —Malkom, quiero que me hagas el amor. Él se encogió de hombros. —Sexo, demonio. Malkom tensó todo el cuerpo de golpe y asintió. —¿Tendrás cuidado? ¿Serás capaz de no hacerme daño? —Ah, Hécate, ¿de verdad estaba haciendo aquello? —Sí. —La levantó en brazos y la llevó hasta la cama—. No te haré daño. La tumbó con cuidado y luego él hizo lo mismo a su lado. Entonces se quedó mirándola preocupado, como si acabara de recordar algo. ¿Se lo estaba replanteando? —Tú eres mía, ara. Dilo. En ese momento lo era. —Soy tuya.
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Igual que si hubiera llegado a un acuerdo, Malkom se quitó la camiseta y dejó al descubierto su bronceado torso. Se acercó a Carrow. Ella se quedó mirando el azul de sus ojos y todas sus dudas se desvanecieron. «El demonio no me hará daño.» Malkom agachó la cabeza y cubrió la boca de ella con la suya. A Carrow le encantaba cómo besaba. Era agresivo y había aprendido a volverla loca. Su lengua era fiera y tierna y la encendía. Cuando sus alientos se entremezclaron, repitió pegada a los labios de él: —Tuya.
«Carrow quiere que la haga mía.» Malkom sentía una presión en el pecho, y las imágenes de sí mismo dándole placer se amontonaban en su mente. —Unidos para siempre —dijo ella. Y, por todos los dioses, él quería creerla. Entonces, ¿por qué seguía teniendo la sensación de que se le estaba escurriendo de entre los dedos? Se inclinó y la importancia de lo que iban a hacer lo sacudió de golpe, igual que si lo hubieran golpeado con un martillo. Pero Malkom carecía de las palabras necesarias para explicarle lo que ella estaba a punto de darle, cuánto tiempo había estado esperando ese momento. Cuánto tiempo la había estado esperando. No sabía cómo preguntarle por qué su corazón se detenía cada vez que la miraba. Ni tampoco sabía cómo decirle lo que significaba para él que le dejara entrar en su cuerpo; la confianza que estaría depositando en ella al entregarle su semen. «Podría engendrar un hijo esta misma noche.» —Bruja —dijo con voz ronca. Le besó la palma de la mano y luego se la llevó al corazón, como si así Carrow pudiera notar el nudo que tenía en el pecho. Lo embargó un fuerte instinto posesivo. Con todos esos sentimientos hirviendo en su interior sin una vía de escape... reinó el desconcierto. Carrow no podía entenderle, y él no sabía qué tenía que hacer. —Demonio —susurró ella algo incómoda—, tienes que ir con cuidado. —Yo no... no quiero hacerte daño.
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—Cuanto más te desee, menos me dolerá. Él no iba a hacerle el amor hasta que ella se lo suplicara. Se colocó entre sus piernas y le quitó la camiseta, desnudándole así los pechos. «Jamás me cansaré de verlos.» Se agachó y los besó con ternura, consciente de que a Carrow le gustaba mucho que lo hiciera. Pero cuando le rodeó un pezón con los labios, sus colmillos se extendieron. «Hazla tuya —le gritaba su instinto—, poséela de todos los modos que puedas.» Le recorrió el pecho con la lengua y sintió como si lo atravesara un rayo. Tenía una gota de sangre en la lengua. Se incorporó y clavó los ojos en la línea roja que había justo encima del pezón de ella. Violeta sobre la pálida piel. Él jamás se había sentido tan unido a su compañera como cuando la había mordido. Seguro que ella también lo sentiría así ahora que ya no le tenía miedo, ahora que le había pedido que le hiciera el amor. «Tengo que hacerla mía.» Carrow movió la cabeza de un lado a otro, tratando sin duda de decirle que no la mordiera, pero él la interrumpió y le dijo en demoníaco que no les negara eso. «No nos niegues nunca esto.» Ella siguió negando cuando Malkom agachó la cabeza. —Pero si eres mía —dijo él en inglés— tienes que sentir esto. Esta conexión. «¡Ábrete a mí, bruja!» Con un grito, hundió los colmillos en uno de los pechos de Carrow. Antes de beber, Malkom cerró los ojos extasiado. Y en cuanto lamió el pezón al succionar, ella se tensó debajo de él y gritó. Asustado, se obligó a abrir los ojos, pero entonces vio que Carrow tenía la cabeza hacia atrás, con los brazos a ambos lados de la cama y los labios entreabiertos. Y cuando se dio cuenta de que estaba teniendo un orgasmo, succionó más fuerte y le acarició el otro pecho con la palma de la mano, pellizcándole el pezón. El modo en que Carrow se movía mientras la mordía era... enloquecedor. Arqueó la espalda hacia atrás y gritó al alcanzar el clímax, consiguiendo que a él le sucediera lo mismo. A Malkom se le tensaron los testículos. «Hazla tuya.» El pene le creció hasta límites insospechados. «Termina dentro de ella.»
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Sonrió sobre su pecho y con manos torpes trató de desabrocharse los pantalones. Demasiado tarde. Antes de que pudiera plantearse la posibilidad de penetrarla, llegó al orgasmo sin desnudarse. Le lamió el pezón mientras oleadas de placer lo sacudían por dentro; tan fuertes e intensas que tembló una y otra vez. Tras el último gemido, se desplomó encima de Carrow y dejó de morderla. —Ah, ara, sí que lo sientes.
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CAPÍTULO 23
—¡
Eres un bastardo! —Carrow se llevó una mano al pecho y se avergonzó de su
propia reacción—. ¡Me prometiste que no me morderías! ¿Acaso te importa lo más mínimo lo que yo quiero? Él se la quedó mirando atónito, y ella empezó a tener un ataque de pánico. Carrow no podía respirar. El demonio todavía estaba a tiempo de ver sus recuerdos — unos recuerdos fuera de contexto—, todavía estaba a tiempo de echarse atrás y condenar a Ruby. —¡Deja que me levante! —Lo empujó para quitárselo de encima—. Confié en ti. —Carrow, yo quería... —Ya sé lo que querías. —Ella se le había ofrecido y él, en vez de hacerle el amor, había preferido morderla y beber su sangre. Y eso era lo que más le dolía. Se sentía violada y rechazada al mismo tiempo. —¡Apártate de mí! —Al ver que él no tenía intención de hacerlo, Carrow se puso furiosa y lo lanzó al otro extremo de la habitación. Hacía años que no se sentía tan fuerte. Y había sido él quien le había dado tanto poder. Lo que hizo que se preguntara: «¿Qué diablos ha sentido al morderme?». Las rocas cayeron alrededor de Malkom y levantaron una nube de polvo. ¿Había oído el ruido de un hueso al romperse? El polvo se desvaneció y Carrow se quedó horrorizada. Había lanzado al demonio hacia la esquina en la que estaban los cuchi líos y las navajas. Tenía una docena de cortes en el cuerpo y estaba sangrando. Además, le había dislocado el hombro y el brazo derecho parecía roto.
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Sintió lástima de él y se puso en pie para ayudarlo. —Malkom, yo... —Dejó la frase a medias al notar la sangre que le resbalaba por el pecho y caía al suelo. A pesar de que estaba herido, él tenía la mirada fija en su pezón, en cada una de sus gotas de sangre. Carrow se tocó las dos punciones y dejó de tener remordimientos para empezar a estar furiosa y llena de dudas. «¿Malkom prefiere morderme antes que hacerme el amor?» —Yo... ¡vete de aquí! Él la miró sintiéndose culpable, y en sus ojos azules brillaba el anhelo y la ansiedad. Pero por encima de todo, parecía decepcionado. No importaba cómo se sintiera Malkom. Aquel mordisco podía significar el fin de todo, el fin de Ruby. Ruby, que seguía encerrada en aquella celda, sin su madre y preguntándose si Carrow iba a regresar. —¡Vete! Él gruñó frustrado y salió de la guarida cojeando. ¿Tanto daño le había hecho? Después de que se fuera, ella se quedó mirando la salida. Aunque viviera mil años, jamás olvidaría la cara de Malkom. La tristeza y la decepción que había visto en su mirada la devoraba por dentro. Y por eso estaba tan confusa. Se limpió y se vistió, y empezó a pasear de un lado al otro de la cueva. Él le había hecho daño, así que lo más lógico era que ella quisiera hacerle daño a él. Pero Malkom la tenía hecha un lío. Carrow tenía el presentimiento de que esperaba que ella hiciera algo concreto, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Lo único que sabía era que lo había decepcionado. Alterada, fue en busca de la petaca con Jack Daniel's que había visto en la mochila de Lindt. «¿Todavía estará bueno?» Por supuesto que sí. Al fin y al cabo, el alcohol se utilizaba para conservar cosas. Se quedó mirando la petaca y se preguntó cómo había llegado a ese extremo. Tenía a un demonio descontrolado como amante, una traición en marcha a la que no quería enfrentarse y una niña pequeña que dependía de ella. No tenía ninguna duda de que Ruby iba a poner su mundo patas arriba. Y, a pesar de todo, la echaba muchísimo de menos y estaba impaciente por empezar su nueva vida con la pequeña...
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Emborracharse no serviría de nada. «Pero tampoco me hará daño, ¿no?» Levantó la petaca y dio un trago. El líquido le quemó la garganta. ¿Qué iba a hacer con Malkom? Aparte de entregarlo a unos mortales sin escrúpulos para que experimentaran con él. Las cosas eran muy complicadas entre los dos. ¿Por qué no había encontrado a un compañero como el de Mariketa? El marido de su amiga, Bowen MacRieve, adoraba y mimaba a Mari a todas horas. Era un hombre lobo guapísimo, con un gran sentido del humor. A Carrow, en cambio, le había tocado un dempiro que prefería beber sangre a hacer el amor con ella. Uno con el que no podía hablar de lo que estaba pasando y que ni siquiera sabía utilizar los cubiertos, y que justo ahora había descubierto qué era la higiene personal. Mari le dijo una vez que a Bowen no le gustaban las mismas películas que a ella. ¿Y a Malkom? Éste ni siquiera sabía qué era una película. Carrow no podía evitar tener celos de Mariketa. Ellas dos se habían hecho muy amigas cuando los padres de ambas las abandonaron a su suerte. Al final, resultó que a Mari los suyos la habían abandonado para ir a luchar contra el mal, para que su amada hija viviera en un mundo mejor. Los de Carrow sólo habían querido jugar al golf en el paraíso. Mari se merecía todo lo que el destino le estaba dando. «Pero ¡yo también me merezco unos padres que me quieran y un marido estupendo, maldita sea!» ¿Dónde diablos estaba Malkom? El tiempo iba pasando, y él era la pieza clave para que ella y Ruby pudieran ser libres. «Ésa es la única razón por la que me preocupa que no esté aquí.» ¡El muy bastardo la había mordido! Había bebido su sangre con el mismo entusiasmo con que un universitario bebe cerveza. «Ha roto su promesa.» Carrow era muy injusta al culparlo de eso; en especial si tenía en cuenta que estaba a punto de destruir para siempre la capacidad del demonio de confiar en nadie. Maldita fuera, todo era tan complicado... En cuanto se terminó el whisky, llegó a la conclusión de que estaba borracha, y que Malkom ya hacía rato que debería haber vuelto. Convencida de que, a esas alturas, ella sola podría hacerse cargo de un monstruo alado si fuera necesario, decidió ir a buscar al demonio. Cogió una linterna y salió de la mina dando tumbos.
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Cuando llegó a la salida, el viento le abofeteó la cara. —¡Joder, odio este lugar! —farfulló. Iba a decir que también lo odiaba a él, pero se detuvo. No lo odiaba. Y ahora que veía las cosas con la claridad que proporcionaba la embriaguez, sabía que Malkom no la había mordido porque prefiriera beber su sangre a hacerle el amor. Carrow sospechaba que la había mordido para estar cerca de ella, como si un mordisco fuera un acto muy íntimo para un dempiro. ¿Era eso posible? Suspiró y se dirigió a sí misma. —Porque, vamos, asumámoslo, a estas alturas, el demonio está enamorado de mí. Malkom no había comprendido en absoluto la reacción de Carrow, y había sido más que evidente que esperaba que ella respondiese de otro modo tras el mordisco. Y Carrow lo habría hecho si no supiera que iba a traicionarlo tan pronto; se habría dejado llevar por el placer que él le estaba proporcionando. «Las cosas son condenadamente difíciles.» —¿Malkom? —lo llamó y fue a buscarlo—. ¿Dónde estás? —No obtuvo respuesta. Con los sentidos tan agudos que él tenía, debería poder oírla a pesar del viento—. ¡Vuelve, demonio! Por fin encontró el rastro de unas pisadas, y vio que junto a ellas había un reguero de sangre. «Qué culpable me siento.» Carrow se metió por el camino infestado de trampas y trató de recordar dónde le había dicho él que estaban. Pero al final le resultó muy fácil detectarlas, porque todas habían sido disparadas. Las trampas estaban llenas de demonios muertos y mutilados. ¿Habían tratado de atacarlos? En el dossier decía que Malkom era el guardián de las minas de agua; quizá habían tratado de arrebatárselas. O tal vez los trothans habían ido a capturar a su fugitivo más famoso, el asesino de su príncipe. Bajó por la montaña y vio signos de lucha. Era como si hubieran talado los árboles, y eso sólo podía hacerlo alguien que tuviera la misma fuerza que Malkom. ¿Unos demonios habían conseguido atacarlo? Seguro que habían terminado arrepintiéndose. Lo más probable era que ahora estuviera ocupado deshaciéndose de los cadáveres, o quizá cocinándose un par. Con él nunca se sabía.
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Estudió las pisadas que había en el claro y volvió a reconocer las de Malkom, pero en esta ocasión detectó también otras. ¿Más demonios? Teniendo en cuenta que habría bebido unos diez chupitos de Jack Daniel's, la mente científica de Carrow llegó a la conclusión de que había habido una pelea. Era una auténtica Sacagawea,6aunque nunca había aprendido a seguir rastros. Una media pisada muy profunda quería decir que el propietario del pie había embestido a alguien, ¿no? Pues había muchas de ésas. Daban vueltas y vueltas. Al final, Carrow dedujo que Malkom avanzaba cojeando con demonios rodeándolo por todas partes. Y luego las huellas desaparecían. ¿Qué? ¿Malkom había permitido que aquellos demonios lo teletransportasen con ellos? Aunque estuviese muy débil, si oponía la suficiente resistencia, nadie podría llevárselo en contra de su voluntad. Tenía que averiguar qué había sucedido, así que hizo un hechizo para que se le pasase la borrachera; el hechizo que menos le gustaba de todos los que sabía. Y después, otro para poder ver al demonio. «Quiero ver. Quiero ver a Malkom.» Delante de ella apareció una escena igual que si fuera una pantalla de televisión con mala señal. El demonio estaba sudando como si hubiera estado corriendo por la montaña, pero parecía ir de regreso a la mina. A pesar de que hacía rato que se había ido, seguía furioso consigo mismo, y embestía los árboles con los cuernos. Todavía cojeaba, y el brazo roto le caía de una forma algo rara, además de que tenía sangre seca por todo el cuerpo. Carrow volvió a sentirse culpable. Ella no había querido hacerle tanto daño. Abrió mucho los ojos al presenciar la siguiente escena. Había unos demonios esperándolo. Malkom estaba tan herido y tan distraído que no los vio... hasta que lo tuvieron rodeado. Había como mínimo veinte. El más grande llevaba armadura y era casi tan alto como él. Los otros lo llamaban Ronath. Y, a juzgar por la cara de Malkom, éste lo despreciaba. Habían ido allí a capturarlo. Si Malkom era un fugitivo, ¿el demonio con armadura había ido a arrestarlo? Con los ojos negros y llenos de odio, vio a su demonio decir algo en voz baja. Estaba furioso. Ronath hizo una mueca de desprecio y respondió en el mismo tono. Malkom se abalanzó entonces sobre él y lo empujó contra un árbol.
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Pero la armadura de Ronath absorbió el impacto del golpe. Y, a diferencia de Malkom, Ronath y sus hombres podían rastrear. A pesar de lo veloz que era Malkom, ni siquiera él era capaz de defenderse de tantos ataques por sorpresa. Los demonios aparecían y desaparecían sin cesar y lo apuñalaban una y otra vez. «No puedo mirar... no puedo mirar...» Después de varios intentos fallidos, le lanzaron una red de metal por encima, pero Malkom oponía tanta resistencia que les resultaba imposible teletransportarlo. ¿Cuánto rato había pasado luchando? Malkom se estaba debilitando, y él lo sabía. Pero a pesar de todo seguía enfrentándose a ellos, seguro de que al final saldría de aquélla. Sin embargo, se quedó petrificado de repente. Sus sentidos eran mucho más agudos que los de los otros demonios y había oído a Carrow llamarlo acercándose a donde estaban. Malkom entrecerró los ojos para pensar y sopesó todas las posibilidades. Carrow se quedó boquiabierta al ver que dejaba de luchar. Había decidido dejar que se lo llevaran. Justo antes de que lo teletransportaran, gritó como un poseso dos veces para evitar que los otros demonios pudieran oír sus gritos de borracha. Y desaparecieron. «Ah, por todos los dioses, no.» Si habían detenido a Malkom por lo de aquel asesinato, lo más probable era que se lo llevaran a la ciudad que se veía en el horizonte. Si hubiera soplado más viento, Carrow no habría visto los edificios. Seguro que matar a un príncipe estaba castigado con la muerte. Tenía que ir tras él. Dejando a un lado lo culpable que se sentía por haberle hecho daño y distraerlo, Carrow lo necesitaba para poder liberar a Ruby. Así que iría a salvarle y luego lo traicionaría. «¿De verdad eres tan fría, Carrow?» No, no era fría, pero una niña pequeña dependía de ella. «Malkom también te necesita», le recordó una vocecita en su mente. Y en ese instante, se prometió una cosa: si Chase mantenía su palabra, regresaría a la isla para rescatar a Malkom. —Juro por Hécate que no descansaré hasta liberarlo. —Todo acabaría bien, aunque quizá le llevara un poco de tiempo conseguirlo. Tras hacer ese juramento, se centró en el problema que tenía entre manos: un cerdo llamado Ronath.
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El hechizo para la sobriedad funcionaba igual que el paso del tiempo. Es decir, que Carrow tenía una resaca impresionante. Lo que significaba... «¡Hoy van a morir muchos demonios!» ¿Cómo podía llegar hasta ellos? El desierto la separaba de la ciudad, y tendría que gastar muchísima energía para ser invencible. Ah, y también tendría que flotar sobre la arena. Sí, Carrow había utilizado sus reservas de energía para estar con Malkom, y luego había malgastado mucha para lanzarlo contra la pared. Así que si volaba hasta allí, se quedaría sin fuerzas para luego enfrentarse a todos aquellos demonios. Necesitaba encontrar una fuente de energía. Y todo dependía de una cosa. De que Malkom Slaine se alegrara de verla.
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CAPÍTULO 24
Y
— a has completado el círculo, Slaine —dijo Ronath desde fuera de la celda de Malkom, la misma en la que éste había estado encerrado años con Kallen—. Y después de tantos siglos, no eres nada. Entrecerrando los ensangrentados e hinchados ojos, Malkom se aferró con fuerza a los barrotes de la celda, corroído por la ira. Unos momentos antes, el Armero había dado órdenes a sus soldados para que lo golpeasen, pero se negó a enfrentarse a Malkom solo... a pesar de que ahora Ronath ya podía teletransportarse. —Y tú sigues siendo un cobarde que siempre me ha temido. Cuando el otro se encogió de hombros, su armadura repicó con el movimiento. —Tus comentarios no me afectan porque ambos sabemos que he ganado yo. Y tú, scârba, siempre perderás. Quizá tardes cientos de años, pero siempre acabarás fallando. Nunca antes Malkom había sentido tal necesidad de matarlo como la que sentía en aquel mismo instante. Porque todo lo que decía Ronath era cierto. «Yo quería vivir con Carrow. Eso es todo.» Aunque la idea de estar encerrado separado de su compañera lo volvía loco — había jurado que no se separaría nunca de ella— tenía un consuelo. Ronath no la encontraría a ella. «Así que soy yo quien gana.» Para cuando el Armero y sus hombres hubieran terminado de torturarlo y volvieran a la montaña para empezar a excavar, Carrow ya haría mucho rato que habría desaparecido. Malkom la había hecho enfurecer tanto que no había ninguna posibilidad de que ella intentase seguirlo. ¡Como si hubiese tenido alguna oportunidad de conseguirlo
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antes de la mordedura! Carrow se dirigiría al portal y se iría de allí sin él esa misma noche. Con el poder que había demostrado tener esa misma mañana, estaría a salvo. «Me hubiese gustado ver su mundo. Dejar que me lo enseñase.» ¿Se preguntaría alguna vez qué había sido de él? No importaba. Iba a morir allí, y ella estaría a salvo de aquellos demonios. Ronath se pasó la punta de la lanza por debajo de una garra. —Seguro que eres consciente de que naciste para ser castigado. Lo que no llego a entender es por qué no has acabado tú mismo con tu vida. Me parece que todavía eres más cobarde de lo que yo imaginaba. Kallen le había preguntado una vez a Malkom sobre sus ganas de vivir, sobre todo después de conocer las penurias que había vivido. Esa mañana, cuando lo habían llevado a la ciudad, los recuerdos de su encarcelamiento por el Virrey y de su infancia lo apabullaron hasta el punto que empezó a sorprenderse de haberlo podido superar. La tortura y el dolor, y la inacabable sensación de soledad. En aquella misma celda había estado encerrado con el cuerpo de su mejor amigo durante días. El hermano al que había matado... Nunca en toda su vida se había lamentado tanto de algo. Incluso antes de que lo soltaran, se había dado cuenta de que el comportamiento de Kallen no había sido la traición que él pensaba; el príncipe lo había decidido siguiendo un pensamiento racional. «Cuanto mejor vivan los hombres, menos sacrificios tendremos que hacer.» Durante cuatrocientos años, Malkom no había conseguido nada, mientras que Kallen habría conseguido muchísimas cosas. Y aun así, Malkom se dio cuenta de que de no haber tenido ganas de vivir, no habría llegado a conocer nunca a su bruja, y no estaría allí intentando salvarle la vida. Recordó a Carrow sonriéndole. Malkom se las había apañado para durar lo suficiente como para proteger a la compañera más exquisita del mundo, para darle placer. «Pude disfrutar de sus gemidos en mi oído y la he podido proteger hasta el final.» Dios, soportar su pasado le habría sido mucho más fácil si hubiese sabido que ella se cruzaría en su vida en el futuro, aunque sólo fuese durante un corto período de tiempo.
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Aquella noche de hacía ya tanto, Malkom no había querido morir por Kallen, pero por la bruja... «Lo haría encantado.» Irguió los hombros de nuevo. —No sabes nada de mi vida, Ronath—dijo con petulancia. —Sólo sé que está a punto de terminar —contestó el otro, volviéndose para llamar a los guardias—. Ya es la hora. Era hora de que empezase el penoso ritual. «Y yo seré el sacrificado.» Pero aun en ese momento, Malkom sólo se arrepentía de una cosa. Había roto la promesa que le había hecho a Carrow. Debía de estar muy enfadada con él. Y Malkom no había conseguido explicarle que la había mordido porque le estaba entregando su corazón. Trozo a trozo, le pertenecía sin remedio. Y él había querido algo de ella a cambio.
Carrow recorrió la ciudad de los demonios con asco. No corría aire, lo que habría sido una buena cosa, porque la atmósfera olía a putrefacción. Y sin las nubes de humo, el sol quedaba al descubierto. Huesos blanquecinos y calaveras cornudas estaban tirados por doquier en las calles. La mayoría de los edificios se veían en ruinas, con los ladrillos despedazados y la maderas astilladas. Incluso con todo el poder mágico que le quedaba, cruzar aquel desagradable desierto le había llevado agónicas horas. Y a cada paso, estaba más y más convencida de que los demonios habían capturado a Malkom para ejecutarlo. «Si llego demasiado tarde, nunca me lo podré perdonar.» Al bajar por la calle principal, vio en la distancia cómo se formaba una aglomeración de personas. Con lo que le quedaba de energía, se camufló para que pareciese que llevaba una capa que le cubría el pelo y todo el cuerpo. Debajo llevaría un elegante vestido de seda, con joyas de oro e incluso una corona. Si tenía que relacionarse con demonios en una sociedad organizada en clases, tendría que aparentar que era rica y debía estar preparada para dar órdenes.
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En su mundo de amos y esclavos, quizá haría como si Malkom fuese de su propiedad. ¿Acaso no podía el amo infligir un castigo a algo que le perteneciera? Seguramente hasta podría solicitar que lo soltaran con ese pretexto. Una vez camuflada, fue directa hacia el gentío. Los demonios se estaban juntando alrededor de un patíbulo de piedra cubierto de sangre. En el centro del mismo había lo que parecía ser una pira, excepto por el hecho de que en ésta había grilletes. Detrás había unas colosales estatuas con amenazantes figuras cornudas, que seguramente representaban a los dioses de los demonios. Al pie de la pira se veían montones de huesos ennegrecidos, y manos y pies carbonizados que se pudrían en los grilletes. Las manos estaban cerradas en puños, y los pies se doblaban hacia abajo. Los trothans quemaban a sus víctimas vivas. ¿Tenían pensado hacerle eso también a Malkom? «Por encima de mi cadáver.» Los ciudadanos que acudían a aquel sacrificio tenía la misma mirada furtiva que Asmole, y pudo notar cómo esperaban la inminente ejecución con una enfermiza alegría. ¿Y ésos eran los demonios que ella se había planteado buscar en algún momento, a los que quería unirse? Era impensable que pudiese confiar su futuro y el de Ruby a esos imbéciles. Se sentía sucia al aprovecharse de ellos para alimentar su poder, sobre todo de su sádico regocijo. Pero se forzó a hacerlo, permitiendo así que la multitud empezara a alimentarla. Cuando vio a media docena de soldados llevar a Malkom al patíbulo, la embargó una sensación de alivio por haberlo encontrado todavía con vida. Superada esa sensación, la rabia que sentía hacia los demonios se multiplicó por diez. A Malkom lo habían golpeado, y lo estaban llevando directamente hacia la luz solar. Una luz que en ese momento todavía no era lo suficiente intensa como para matar a Malkom de inmediato, pero era evidente que él estaba exhausto y tenía la piel llena de ampollas. Empezó a moverse entre la multitud en dirección a Malkom. Pero los trothans eran inmensos, inamovibles. Los seis soldados hicieron que Malkom tuviese que someterse a la ira de los enfurecidos demonios que allí había, quienes le clavaban sus lanzas hechas de huesos. Y después de eso, ¿aún esperaban quemarlo vivo?
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Malkom debía de saber que ése era el destino que le aguardaba, y aun así se había dejado atrapar por Ronath. «Para protegerme.» Los soldados lo llevaron a la parte del patíbulo donde había un tocón de madera. Lo obligaron a arrodillarse frente a él, y lo encadenaron a la piedra, juntando los extremos de las cadenas que llevaba, que cerraron con un candado antiguo. Lanzó una sonda. Como era de esperar, las cadenas de Malkom estaban protegidas místicamente. Carrow podría abrirlas, pero necesitaría tiempo. El rostro de él mostraba aceptación, incluso cuando los soldados le colocaron la cabeza en el tocón y uno de ellos levantó una hacha. —¿Qué narices es esto? —preguntó al grupo de demonios que tenía al lado. Ellos fruncieron el cejo sin entenderla. Necesitaba un nuevo hechizo, el de la traducción, pero requería de tanto poder... El hacha cayó antes de que ella pudiese reaccionar. Le habían cortado uno de los cuernos. Aunque Malkom no emitió ningún sonido, su magnífico cuerpo se removió entre las cadenas, sus ojos azules resignados. Los guardas le hicieron girar la cabeza sobre el tocón. A Carrow se le hizo un nudo en el estómago cuando oyó cómo le cortaban el segundo. Sabía que los cuernos le volverían a crecer, pero perder uno, y aún más dos, se suponía que era un dolor insoportable. Esa tortura llenó a los demonios de alegría. Y ella apretó los dientes mientras el sucio poder fluía en su interior. Malkom continuó mirando hacia adelante, con orgullo en el semblante. Carrow no percibió que se sintiera avergonzado en ningún momento. Lo que significaba que o bien no había hecho nada malo... o era un asesino experto. Deseó que fuese lo último, pues eso haría que su misión fuese más sencilla. Pero no podía creerlo. Lo miró allí arriba, encadenado, con el cuerpo lleno de tajos. Él era mucho mejor que ninguno de aquellos demonios. «Malkom es noble.» Si él había matado a su príncipe, señal de que éste se lo tenía merecido. La debió de oler justo en ese momento, porque empezó a tensar las cadenas, que resonaron con el movimiento. Entonces ella notó una sensación de alegría en su interior.
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Se balanceó y gimió. —Vaya. Y al instante él contestó a esa emoción con rabia. «No hay marcha atrás, demonio.» Notó una sensación como si hubiese tomado una droga de la felicidad. Un exquisito poder crecía dentro de ella. Eso sería suficiente para lanzar varios hechizos a la vez, y los iba a necesitar todos... protección, lenguaje y continuar con su disfraz. Mientras se apresuraba a elaborar los hechizos, el demonio que había dirigido la captura de Malkom subió al patíbulo, cubierto de la cabeza a los pies con una armadura; lo llevaba todo salvo el casco. Aquel Ronath tenía aspecto de ser astuto a la vez que vanidoso. Y Carrow pensó que debía de estar muy feliz allí, dirigiendo el asunto. «Tomaré un sorbo de tu felicidad... y entonces te venceré con tu propio placer.» Después de conseguir acallar los frenéticos cánticos de júbilo del gentío, Ronath se dirigió a ellos: —Blablablá MALKOM SLAINE blablablá Aunque no podía entender lo que el trothan decía, fuera lo que fuese no era cierto. No podía acordarse de la última vez que se había sentido tan furiosa. «Un consejo, Ronath: nunca cabrees a una bruja resacosa.» «O te lo hará pagar arrancándote la cabeza.»
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CAPÍTULO 25
C
« uando salgamos de ésta le daré una tunda en el trasero.» ¿Cómo diablos había conseguido atravesar el desierto? Malkom estaba convencido de que había conseguido mantener a Carrow alejada de sus enemigos. Estaba convencido de que jamás volvería a verla, se había incluso resignado. Daba por hecho que ella regresaría a su hogar, que cruzaría el portal sin mirar atrás. Y de repente volvió a olerla... ¡Bruja idiota! Se mordió la lengua para no ceder a la tentación de gritarle que se fuera de allí corriendo; tenía que actuar como si ella no significara nada para él. No podía darle a Ronath esa ventaja. De lo contrario, el Armero le haría daño a Carrow para castigarlo a él, y Malkom no podía imaginar una tortura más efectiva. En el mejor de los casos, la convertirían en una esclava. Cualquiera pagaría una fortuna para poseerla. «Maldita sea. ¿Por qué ha venido?» Malkom movió la cabeza para verla mejor. El grillete le segó el cuello, pero no le importó. Llevaba una capa que le ocultaba el cuerpo y el pelo, y parecía flotar por encima de la multitud, que se abría para dejarle paso. Se movía de un modo muy raro, elegante y agresivo al mismo tiempo. Malkom tragó saliva al ver que se acercaba. Sus botas brillantes... no tocaban el suelo. Por primera vez, creyó que ella era una de aquellas criaturas mágicas que salían en los cuentos; una bruja que cocinaba corazones humanos y hacía pociones mágicas a cambio de dinero.
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En cuanto flotó por encima de los escalones para dirigirse a él, Malkom le dijo: —Carrow, vete de aquí. —Tenía la boca tan seca que le costaba hablar. Ella no le hizo caso y se colocó a su lado. Cuando se quitó la capa, la multitud se quedó en silencio. Él se quedó mudo. Llevaba un vestido digno de una emperatriz, corona incluida. A pesar de que estaba cegado por el sol, no podía apartar la vista. La luz se reflejaba en su pelo negro. Su piel resplandecía en medio de la suciedad de aquel lugar. Sus ojos verdes brillaban amenazantes. Estaba preciosa, pero al mismo tiempo se la veía letal. Malkom estaba atemorizado. —¿Qué te da derecho a hacer esto? —la oyó preguntarle a Ronath en demoníaco. ¿Ahora hablaba su idioma? ¿O era otro hechizo? La voz de Carrow sonaba algo alterada, las palabras le salían muy despacio, como si llevara un filtro en la boca. Y Armero cerró la boca que se le había quedado abierta, y luego respondió: —¿Y a ti qué te importa, extranjera? Así es como castigamos a los criminales en la Ciudad de las Cenizas. En especial a uno como él. —¿Uno como él, Ronath? Al Armero le sorprendió que utilizara su nombre de pila, y Malkom empezó a preguntarse si Carrow conocería de antes al demonio. Ronath se recuperó al instante y dijo: —Su muerte nos compensará por los crímenes que ha cometido. «Y Armero dirá que fui el esclavo de sangre de un vampiro. —La vergüenza quemó a Malkom por dentro con una intensidad que nunca se habría imaginado. Carrow lo odiaría—. Y entonces todo habrá terminado. Y yo me resignaré.» —Tiene que responder por dos asesinatos y por... —¿Dos asesinatos? —preguntó ella, interrumpiéndole. Ronath estuvo encantado de contestar. —Mató a nuestro príncipe. Y, antes, mató a su propia madre. Carrow levantó las cejas y miró a Malkom, pero él no podía negar ninguna de las afirmaciones. Mucho tiempo atrás, cuando se convirtió en comandante del ejército de rebeldes de Kallen, regresó un día al tugurio donde vivía su madre. Quería verla y
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enseñarle en qué se había convertido. «Quería que se arrepintiera de haberme abandonado.» En vez de eso, ella trató de envenenarlo. ¿Cómo reaccionaría Carrow? —Channa —susurró él. Carrow ladeó la cabeza como si estuviera tratando de tomar una decisión sobre él. —Y se le acusa de más crímenes —prosiguió Ronath. Justo cuando el Armero respiró hondo para empezar a recitar la lista, Carrow levantó la vista. «¿Había tomado una decisión?» Miró a Ronath de arriba abajo. —Me estás haciendo perder el tiempo. Suéltalo ahora mismo. —¿Que lo suelte? —El Armero pensó que era un chiste—. ¿Por qué no me dices tu nombre, o acaso quieres ir a hacerle compañía? —Soy Carrow Graie, de las Brujas mercenarias. —La multitud se agitó al ver que había una bruja presente—. Y quiero que liberéis a Malkom Slaine de inmediato. Si de verdad mató a esa gente, seguro que tenía un buen motivo para hacerlo. Ahora le tocó el turno a Malkom de quedarse boquiabierto. Carrow tenía sus pequeños hombros echados hacia atrás y lo estaba defendiendo. Estaba dando la cara por él. Aparte de Kallen, Malkom nunca había tenido a nadie de su parte, nunca lo había defendido nadie. —Quitadle las cadenas. Ahora mismo —ordenó con voz autoritaria. Mientras Ronath trataba de calmar a la multitud, ella se dio media vuelta y buscó la mirada de Malkom, para a continuación guiñarle un ojo. Él se sorprendió tanto que sacudió las cadenas. Aunque su cuerpo era un mapa de heridas, empezó a tirar de los grilletes. Ahora que ella estaba a su lado... «Esto no acaba aquí. No acabará hasta que nosotros lo digamos.» —¿Y qué relación tienes con él? —quiso saber Ronath. —Me pertenece. «¿Soy suyo?» ¡Lo había dicho delante de todo el mundo! La multitud empezó a cuchichear. Estaban sorprendidos de que hubiera dicho en público que se pertenecían. «Están tan sorprendidos como yo.» Si Malkom conseguía decir lo mismo respecto a ella delante de toda aquella gente... Luchó con las cadenas y éstas empezaron a aflojarse.
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Ronath lo miró. —Te late el corazón. —Y acto seguido se dirigió a Carrow—. ¿Así que tú eres la puta que le ha devuelto la vida? Las manos de ella empezaron a brillar y su expresión se volvió letal. Y con una voz fría como el hielo, le dijo: —¿Y tú eres el cerdo que pretendía ponerle fin? —Un rayo blanco salió disparado de su mano en dirección al cuello de Ronath. Acertó y el cuerpo del demonio cayó sobre la multitud. En cuanto se dio cuenta de que Ronath jamás lo soltaría, y de que ella y Malkom no podrían irse de allí como si nada, la diplomacia de Carrow se fue por el desagüe. Y disparó a matar. De todos modos, se les estaba acabando el tiempo. Por culpa del sol, Malkom se iba debilitando por momentos, y no paraba de sangrar. La muchedumbre empezó a subir al patíbulo; pedían a gritos la cabeza de ella, y que prendieran fuego a Malkom para iniciar el sacrificio. Con una sola mano, Carrow echó hacia atrás a los demonios, y con la otra empezó a anular el refuerzo mágico de las cadenas que retenían a Malkom. —Suéltame —le dijo él entre dientes. —Lo estoy intentando. —«Sin mirar.» —Yo te protegeré. —Estoy un poquito ocupada, amor —dijo ella mientras trataba de mantener a raya a una multitud de demonios con sed de sangre y aflojar unos nudos místicos al mismo tiempo. En circunstancias normales, Carrow se habría ido para trazar un plan, pero ni loca iba a dejar a Malkom allí solo sin protección. Aquellos demonios parecían dispuestos a arrancarle la cabeza y las cuatro extremidades. —¿Qué les has hecho a esta gente? —Me quedé con toda el agua —soltó él—. Se están muriendo de sed. —Oooh. Qué gran idea. Mientras terminaba de aflojar las cadenas, se dio cuenta de que ella sola no podía enfrentarse a todos aquellos demonios. Y Malkom tampoco.
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Había llegado el momento de asustarlos. Entonces empezó a recitar un hechizo que convertía el día en noche. Se hizo oscuro de repente y todos se quedaron petrificados. Se oyeron gritos entre la muchedumbre. —¡Soltadle! ¡Vamos a morir todos! ¡Dejad que se vaya! —¡Ara, detrás de ti! —gritó Malkom. Unos guardias con ojos de locos estaban acercándose por la espalda. Carrow los lanzó al suelo con uno de sus rayos mágicos, les agujereó el pecho uno detrás del otro. Seguía trabajando en las cadenas. —Casi lo tengo... —¡Carrow, a tu izquierda! Se volvió demasiado tarde. «Me han dado.» Los pulmones se le quedaron sin aire y con el cuerpo golpeó uno de los ídolos de piedra. Incrédula, bajó la vista y vio que tenía una lanza clavada en el costado. La lanza de Ronath. Este se había teletransportado al entarimado; su armadura todavía humeaba del rayo con que le había atacado. El metal que llevaba alrededor del cuello le había salvado la vida. —¡Estáis hechos el uno para el otro, bruja! Arderéis en el mismo infierno. La herida le dolía muchísimo. Y a la sorpresa inicial se sumó la rabia. —¡Eres un hijo de puta! Malkom se puso como loco y gritó furioso. Tenía los colmillos completamente extendidos, listos para matar. Tiró de las cadenas con todas sus fuerzas y casi las rompió. —Malkom, estaré bien. —¡Pues entonces libérame, Carrow! Necesito hacer esto. Sólo quedaba un candado, el único que mantenía juntas las cadenas. —Házselo pagar, amor —dijo ella entre dientes al arrancarse la lanza. Y con un movimiento de muñeca eliminó el último candado. Malkom rompió las cadenas y fue a por Ronath. —¡Morirás por haberle hecho daño!
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El Armero rastreó hacia el otro lado, pero él había anticipado el movimiento, y cuando Ronath se materializó, Malkom lo atrapó. Él trató de defenderse, pero incluso herido, Malkom era mucho más rápido. Y estaba furioso. Lo atrapó bajo su cuerpo y le golpeó la cabeza contra el suelo. —Y por lo que le hiciste a Kallen vas a sufrir una agonía. ¡Él era como un hermano para mí! Aparecieron más guardias dispuestos a salvar a su líder, pero con sus últimas fuerzas, Carrow los mantuvo alejados. Cuando Ronath trató de hablar y le susurró algo a Malkom, éste se detuvo. Sin embargo, fuera lo que fuese lo que le había dicho, Malkom gritó: —¡Jamás! —Y con el puño le atravesó la armadura. Ronath gritó de dolor y la sangre salió a borbotones de la herida, igual que una fuente. Malkom retorció el brazo y le arrancó el corazón que todavía latía, enseñándoselo a Ronath. Luego lo apretó entre sus dedos ante la mirada horrorizada del otro. A Carrow le temblaron las piernas y se cayó de rodillas al suelo. Ya no le quedaban fuerzas para curarse. Y a pesar de que, como a toda bruja que se preciase, le encantaba presenciar una buena venganza, tenían que darse prisa. —Malkom, por favor... Sin dudarlo siquiera, él separó la cabeza de Ronath del resto del cuerpo y la lanzó sin mirarla a la anonadada multitud. Acto seguido, corrió a buscarla a ella. «Le importo más yo que su trofeo.» —Carrow, dime qué puedo hacer para ayudarte. —Me curaré sola, pero se nos está acabando el tiempo. —Estaba perdiendo sangre, y empezaba a marearse y a tener frío. Sólo tenían unas pocas horas. Con todo lo que había sucedido, ¿podría Malkom llevarlos por el desierto? ¿Y llegar a tiempo?—. El portal... tenemos que llegar antes de la medianoche, o se cerrará para siempre. Él asintió y la cogió en brazos. Pero antes de abandonar aquel lugar, se puso en pie delante de aquellos demonios que seguían alucinados. —Ella es mi compañera. Mía —dijo con voz sorprendentemente clara y fuerte—. Y así lo declaro delante de todos vosotros.
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Se oyeron más gritos de sorpresa. Exasperada, Carrow le preguntó: —¿Es completamente necesario que hagas esto ahora? —sonaba débil y cansada. —Completamente. —La miró—. Esposa. Ella frunció el cejo. ¿Acababa de llamarla esposa? A pesar de que estaba a punto de desmayarse, tuvo la sensación de que Malkom formaba parte de su futuro. Era algo que iban a compartir. —Demonio, por... por favor, llévame a casa. —. Él la abrazó contra su pecho, y pegada al cuello de él, ella murmuró—: ¿Puedes llevarnos a casa? Justo antes de que a Carrow se le cerrasen los párpados, Malkom masculló: —Ahora mismo puedo hacer cualquier cosa.
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CAPÍTULO 26
Su bruja había ido a la Ciudad de las Cenizas para salvarle la vida, y había creído en él, incluso después de que lo acusaran de aquellos crímenes tan horribles. Y ahora confiaba en que sería capaz de cruzar el desierto y llegar al portal antes de que éste se cerrara. Pero ¿cuánto rato duraba el hechizo nocturno? Si el sol salía de repente, Malkom podría estar todavía en medio de las dunas. Miró de reojo hacia la ciudad, consciente de que no volvería a verla jamás. Su esposa no encajaba en ese lugar. Y dado que él tenía que estar con ella, ninguno de los dos volvería nunca allí. A Malkom no le importaba lo que tuviera que hacer, encontraría el modo de llevarla de regreso a su hogar. «Resolveré todos sus problemas...» Con ese pensamiento, apretó los dientes para controlar el dolor que le causaban sus heridas y se adentró en el desierto. La arena resultó ser todo un desafío para su estado, y Malkom cayó de rodillas en más de una ocasión. Las criaturas que habitaban las dunas lo motivaban a ponerse en pie cuanto antes. Y cuando una lo atacó, él se colocó a Carrow sobre su hombro, sacó las garras y gritó hasta asustarla. Bastó para mantenerlas a raya. Y cuando la falsa noche del hechizo se disipó y su lugar lo ocupó la oscuridad de verdad, Malkom avistó las cinco rocas. —Carrow, ya estamos cerca —le dijo con la respiración entrecortada—. Despierta.
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Ella abrió los ojos confusa y le dijo algo, pero volvía a hablar en inglés. El hechizo de la traducción se había esfumado, y a él le costó entenderla. Le dio pena no oírla hablar ya en demoníaco... Había sido tan feliz pudiendo comunicarse libremente con ella, incluso en aquellas circunstancias. Pero él ya casi había recordado el idioma de Carrow, cada vez iba más rápido. Cuando llegaron al círculo de piedras, le levantó la camisa ensangrentada para inspeccionarle la herida del costado, y vio que se le estaba curando. El portal empezó a abrirse, tal como había dicho ella. Era un momento muy especial para Malkom. Ronath estaba muerto, e iba a empezar una nueva vida al lado de su alma gemela. Las últimas palabras del Armero resonaron en la mente del demonio: —Tú siempre pierdes. Aunque me mates ahora mismo, a ella la perderás muy pronto. «Jamás.» Malkom acalló sus dudas. Carrow se lo llevaba a su mundo. «No pierdo siempre, Ronath.» Por fin, por fin, había ganado.
Malkom estaba sonriendo por primera vez. —Se está abriendo —dijo ilusionado—. Nos vamos juntos. Justo delante de ellos estaba apareciendo un umbral brillante que giraba sobre un vórtice negro. —Oh, Malkom, lo has conseguido. —Su fiel demonio, aquel a quien le había confiado la vida, había conseguido que llegaran allí a tiempo. Con los ojos llenos de lágrimas, levantó una mano y le acarició la mejilla—. Y estás sonriendo. A pesar de que estaba lleno de golpes, jamás le había parecido tan guapo. Los vientos hacían ondear sus trenzas doradas alrededor de la cara. Tenía los labios curvados hacia arriba y los ojos azules fijos en ella. A Carrow se le estaba rompiendo el corazón, y notó que él era feliz. Pero ella ya no podía alimentarse de esa felicidad porque, tal como le habían dicho, su torquímetro volvía a funcionar. Si aquellos mortales la traicionaban, se vengaría con la ira de mil furias. Bajó de los brazos de Malkom para ponerse en pie. Él no parecía dispuesto a dejarla ir. «Oh, Hécate, ¿cómo puedo entregarle?» Carrow podía imaginarse sin ningún
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problema el ejército que los estaría esperando al otro lado, armados con dardos tranquilizantes para sedarlo. Aunque no lo matarían, el hecho de que ella lo traicionara le haría mucho daño. Un daño probablemente irreparable. No importaba que más tarde consiguiera regresar y salvarlo. Carrow trató de armarse de valor, de recordar por qué estaba allí. Pero lo único que podía pensar era que Malkom se había sacrificado por ella. Había dejado que aquellos demonios se lo llevaran a la ciudad, a sabiendas de que lo torturarían y lo quemarían vivo. Su precioso e inquebrantable demonio. Siguiendo un impulso, Carrow se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Cuando se apartó, él ya no sonreía sino que su expresión era la viva imagen de la virilidad. La miraba como si ella le hubiera regalado la luna, y con los ojos le prometía horas y horas de sexo. Malkom creía que pronto sería eso lo que harían. «Porque yo le prometí que cuando regresáramos a casa nos acostaríamos.» Pero en vez de hacer realidad sus deseos, en vez de satisfacer el instinto que ardía en su interior, el demonio se llevaría la mayor decepción de su vida. —Unidos para siempre —dijo él emocionado, con los ojos fijos en ella. Sí, Carrow siempre había tenido el don de saber cuándo alguien iba a formar parte de su vida para siempre. La primera vez que las vio, supo que Elianna iba a ser como una madre para ella, y Mariketa como una hermana. Una semana atrás, miró a Ruby y vio a su futura hija. Y poco antes, cuando Malkom la había mirado y había dicho que era su esposa con aquella alegría, Carrow también lo supo. Él era con quien iba a compartir toda su vida, su amor. Su marido. Consiguió contener las lágrimas y dijo: —Sí, Malkom. —«Piensa en Ruby, en la niña de siete años que tanto te necesita»—. Unidos para siempre. Él había tenido una vida muy larga. «Y qué vida», susurró una voz en la mente de Carrow. Ésta dio un paso hacia adelante y se colocó en el portal. Al llegar allí se dio media vuelta y lo miró a los ojos. «Regresaré a buscarte, Malkom», le juró en silencio, y le hizo un gesto para que se acercara...
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Malkom siguió a Carrow y, cuando le dio la mano, volvió a pensar: «He ganado». Aquél era el principio de su nueva vida. Podría dejar atrás el pasado, los malos recuerdos, las pesadillas. El portal se estaba abriendo e irradiaba poder. A Malkom se le aceleró el corazón. Él jamás había cruzado ninguno, pero estaba dispuesto a seguir a su compañera, a su esposa, a cualquier parte. Se colocó en el umbral y brilló el sol, más incluso de lo que brillaba en la Ciudad de las Cenizas. A pesar de que su luz lo cegaba y le quemaba la piel, estaba dispuesto a soportar el dolor para estar con Carrow. Parpadeó y miró atónito el paisaje; había una explosión de verde a su alrededor. «¿Verde?» Las sensaciones le bombardearon los sentidos. El olor de la agresividad. «Enemigos.» Giró la cabeza de repente y colocó a Carrow a su espalda. «No puedo ver...» —Bienvenido al infierno, Slaine —dijo una voz desconocida. Notó movimiento a su alrededor. Los ojos le quemaban, pero él trató de distinguir lo que pasaba. Al fondo había un hombre alto y delgado. Delante de él, un mortal más bajito con una porra. Una docena de soldados mortales estaban listos para atacar, armados hasta los dientes. Iban vestidos como los que él había matado por entrar en su montaña. Estarían buscando venganza. «He puesto a Carrow en peligro. Tengo que sacarla de aquí.» Malkom analizó la situación y volvió a mirar el portal. Al lado de la puerta había una hechicera con los ojos abiertos que ya había cerrado la entrada a Oblivion. —Atrapadle —ordenó el bajito con voz calmada. Malkom colocó a Carrow más cerca de él. —Quédate detrás de mí. Pero ella se apartó y se colocó junto a la hechicera. —¿Qué estás haciendo, Carrow? Ella le respondió en voz baja, apenas un susurro.
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—Lo siento mucho. —Tenía los ojos llenos de lágrimas, y a él se le destrozó el corazón al ver que le resbalaban por las mejillas. Lo que su compañera sentía era pura agonía. «No.» La mente de Malkom no era capaz de asimilar lo que estaba pasando, no podía comprenderlo... —Por... por favor, ve con ellos. —No, Carrow —insistió él, a pesar del nudo que sintió en el estómago al darse cuenta de la realidad. Ella le había tendido una trampa—. Channa? —No tenía elección —le dijo, pero él ya no la estaba escuchando. —Tú no, tú no. —Apretó los dientes—. ¡Tú no! —gritó furioso. Y en cuanto se lanzó hacia ella, recibió una especie de descarga. Los músculos se le retorcieron y se le doblaron las piernas. Y entonces empezó a sentir dolor.
Cuando los soldados los rodearon, Malkom miró a Carrow confuso, luego incrédulo, y al final angustiado. Y ahora tenía los ojos negros, ardiendo con una furia sin igual. Ella gritó al ver que le disparaban dardos con sedantes y recargaban las escopetas. —¡No, parad! Lanthe la retuvo. —No puedes hacer nada por él. Pero los dardos apenas le atravesaban los músculos, y él no paraba de arrancárselos. Así que los soldados cogieron los lanzadescargas, una especie de lanzallamas pero que disparaban electricidad. Malkom gritó cuando lo electrocutaron, pero no se rindió. Y cuando dos soldados se acercaron a él, saltó hacia adelante con las garras extendidas y casi los partió por la mitad; desgarró tanto las armas como los cuerpos de los dos. Así que los demás optaron por pasarse a las balas de verdad y empezaron a dispararle hasta hacerlo caer de rodillas. Carrow no podía dejar de llorar. —¡No! Por favor, parad.
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Quería defenderlo, quería luchar contra todos aquellos hombres por haberse atrevido a hacerle daño a Malkom. Pero no podía hacer nada. —¡Chase, diles que paren, por favor! El mortal se limitó a mirarla impasible. —Ahora sólo es cuestión de tiempo —le murmuró Lanthe al oído. Eran demasiados, y el demonio todavía estaba muy débil tras su encarcelamiento en la Ciudad de las Cenizas y de haber cruzado el desierto. «Para salvarme a mí.» Carrow lloró y el sollozo captó la atención de Malkom. —Yo... Me... las pagarás... Otra ráfaga de balas. Malkom se dobló de dolor; las heridas no paraban de sangrarle y él se retorcía en el suelo. A pesar de todo, seguía luchando, y siguió dando puñetazos hasta que estuvo demasiado herido como para tenerse en pie. Los soldados lo rodearon y le pusieron unas esposas irrompibles. Con un torquímetro en la mano, Fegley dio un paso hacia adelante y le colocó una bota encima de la cara, aplastándolo contra el suelo. Después de ponerle el collar alrededor del cuello, acercó el pulgar al candado para cerrarlo. —Buen trabajo, chicos —les dijo a los guardas—. Lleváoslo. Con una mueca de satisfacción, se dirigió luego a Chase: —No es tan espectacular como lo de poner un saco de tela negra en la cabeza, pero nuestro método también funciona. Los soldados encadenaron a Malkom encima de una camilla con ruedas, y lo metieron en un camión. Justo antes de que cerrasen las puertas, el demonio miró a Carrow lleno de odio. No paraba de mover los labios, de farfullar algo en demoníaco. —Malkom, yo jamás quise que te sucediera esto. ¡No tuve elección! Las puertas se cerraron y él desapareció. Fegley se volvió hacia ella. —¿Quieres que te quite el torquímetro? —Levantó la mano y movió el pulgar—. Ven con papá. Lanthe le dio un empujoncito hacia adelante. Aturdida, ella se acercó al hombre que había convertido su vida en un infierno. —Date la vuelta, bruja.
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Después de lo que le había hecho a Malkom, Carrow se moría de ganas de matar a Fegley, pero no podía hacerlo hasta que supiera que Ruby estaba a salvo. En cuanto se volvió, el guardián le cogió las muñecas y se las esposó a la espalda. Ella trató de soltarse, pero era demasiado tarde. —¿De qué va todo esto, Fegley? —Buscó a Chase con la mirada—. ¿Es una medida de precaución hasta que salgamos de la isla, o acaso nunca tuviste intención de dejarnos ir? —Bingo —le susurró Fegley pegado a su oído. —Cerdo asqueroso —dijo Lanthe entre dientes mientras Carrow se tambaleaba mareada. «Todo aquel dolor no había servido para nada.» —¡Chase, no hagas esto! Me diste tu palabra. Al hombre le sudó el labio superior y se apartó para dejar pasar a un soldado, pero no dijo nada. Fegley tiró de Carrow y la llevó hacia los dos Humvees, que seguían allí. La hechicera los siguió hecha una furia. —Quizá no dependa de él. Quizá a Chase el Perfecto lo han pillado con las manos en la masa. Carrow se quedó sin habla al comprender por fin que había hecho. «He traicionado a Malkom para nada.» No podría salvarlo de lo que iban a hacerle aquellos lunáticos. —¿Qué vais a hacerle a Malkom? —Antes no se había permitido especular sobre esa posibilidad. —Lo abriremos en canal y miraremos cómo funciona —le explicó Fegley, más contento que unas pascuas. Carrow sintió una arcada, y los ojos volvieron a llenársele de lágrimas. Estaba tan furiosa con ellos como consigo misma. Pero al mismo tiempo supo con absoluta certeza que el guardián tenía los días contados. Y una extraña calma se apoderó de ella. —Entonces yo te haré lo mismo a ti —le dijo sin ninguna emoción—. Te abriré en canal. Muy, muy despacio. Fegley tiró de Carrow, la acercó a él y levantó la porra. —Déjale vivir un poco más, bruja —masculló Lanthe—. Ruby te está esperando, pregunta por ti.
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«Y ahora no puedo llevármela a casa, no puedo salvar a Malkom.» —Me suplicarás que te mate, me suplicarás que te quite la vida —continuó Carrow—. Y un día me dirás a quiénes amas, y también los abriré en canal. Dalo por hecho. Será como si los estuvieras matando tú mismo. El guardián le acercó la porra a la cara y el suelo se precipitó hacia ella...
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CAPÍTULO 27
Fue recuperando la conciencia muy despacio. Después de no sabía cuánto rato, Carrow se despertó e hizo inventario de sus nuevas heridas. Todavía le dolía la cara por el golpe que le había dado Fegley. Abrió los ojos y vio que estaba tumbada en la cama de abajo de la litera de su antigua celda, y Ruby la estaba mirando. —¡Crow! Carrow se estiró y abrazó a la pequeña. —Ruby, cariño. —¡Te he echado de menos! —Yo también a ti. —¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Por qué no nos vamos? ¿No nos vamos a casa? Con algo de esfuerzo, Carrow consiguió sentarse a pesar del dolor. —Nos mintieron, Ruby. —¿Nos mintieron? —Los iris de la pequeña brillaron peligrosamente. —Eso no significa que vayamos a quedarnos aquí para siempre. Huiremos, te lo prometo. —Carrow miró por encima de la cabeza de la niña hacia la cama que tenían delante. Había dos nuevas brujas sentadas en ella. Carrow las reconoció del registro que mantenían en la casa de las brujas, uno en el que apuntaban los nombres de las hechiceras que podían matar a voluntad. Emberine, Reina de las Llamas, y Portia, Reina de Piedra, socias y, según los rumores, amantes durante siglos.
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Las dos eran inconfundibles. Portia era rubia y llevaba el pelo muy corto con mechones negros que desafiaban las leyes de la gravedad. Emberine tenía una melena muy larga y la llevaba recogida como era habitual en las hechiceras; algunas trenzas estaban teñidas de rojo y otras de negro. La armadura de metal con que se protegía el pecho tenía el dibujo de unas llamas. Sin dejar de mirarlas, Carrow le preguntó a Lanthe: —¿Qué están haciendo éstas aquí? Las dos reinas juntas podían manipular a su antojo el fuego y las piedras de la tierra. Se decía que Emberine poseía el poder de cien demonios de fuego, y que podía convertirse en una llama. De Portia se rumoreaba que podía mover montañas. Literalmente. Ambas utilizaban sus poderes de forma indiscriminada, y ofrecían carnicerías al por mayor. —Sólo llevan aquí dos días —respondió Lanthe, quien al parecer las nuevas inquilinas le gustaban tan poco como a ella—. Por lo visto tienen un problema de overbooking. —Sí, nos han encerrado unos mortales —dijo Emberine—. Qué vergüenza. —Las dos se rieron disimuladamente. —Pero hemos tenido tiempo de hacer buenas migas con Ruby —añadió Portia—. ¿Qué era eso que nos contabas ayer? Ah, sí, que en la casa de las putas no saben qué hacer con tu poder. Emberine abrió los brazos. —Ruby, ven a sentarte en el regazo de la tía Ember. Sé que te gusta mucho. Cuando Carrow apretó los dedos que tenía encima del hombro de la niña, ésta la miró extrañada. —Bonito morado —dijo Portia señalando el rostro de Carrow—, te hace juego con la falda. Ella las fulminó a las dos con la mirada. —He tenido muy mal día, no me provoquéis. —Y el porrazo que le había dado Fegley sólo era la punta del iceberg. Había traicionado a alguien que no se lo merecía. «La mirada que había en sus ojos.» Malkom tardó demasiado en comprender el poder que tenían las armas de los mortales... —Ah, sí, la Orden te ha traicionado —comentó Portia.
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—No hacía falta ser un oráculo para verlo venir —añadió Ember.
Cuando Carrow consiguió por fin que Ruby se acostara, y después de que las hechiceras se fueran a descansar, Carrow y Lanthe se sentaron en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y se quedaron observando el tránsito que había en el pasillo. —¿Cómo ha estado Ruby? —preguntó Carrow. —Se despierta cada noche confusa y pregunta por qué está aquí y su madre no. Y cuando se acuerda, llora hasta quedarse dormida. También lloraba porque tú no estabas. Ella suspiró abatida. —Es imposible que esto no le deje secuelas. —A su edad, a mí me habían sucedido cosas mucho peores. Vi cómo decapitaban a mis padres y degollaban a mi hermana. Y mira lo maravillosas que somos Sabine y yo. —¿Sabine maravillosa? —Sabine era una de las hechiceras más temidas de la Tradición. Era la Reina de los Espejismos, podía hacer que sus víctimas viesen lo que ella quisiera. Podía meterse en el cerebro de una persona y hacer que su peor pesadilla se convirtiera en realidad. Su poderes eran innumerables y su vanidad igual de amplia—. Creo que tardaré un minuto, o un milenio, en asociar esos dos términos. Lanthe la miró a los ojos. —¿Quieres contarme qué ha pasado allí fuera? —Todo empezó cuando me atacaron los gouls —empezó ella, y le relató todo lo acontecido. Sabía que las estaban grabando, así que se calló algunos detalles más íntimos, pero al final confesó—: Lanthe, él quizá... sea el amor de mi vida. —Es evidente que tú eras el de él. No daba crédito a cómo te miraba. —Al principio tuvimos algunos contratiempos, pero él fue muy cariñoso y generoso conmigo. Y cada vez que alguien me amenazaba, Malkom aniquilaba a aquella criatura con tanta ferocidad que te sorprenderías. —¿Cariñoso contigo y fiero con los demás? Parece el compañero ideal. —Lo era. —Dentro de aquella mina, Malkom era el dios rubio que podía ser tanto fuerte como cariñoso, y que estaba dispuesto a complacerla en todos los sentidos. Fuera, en Oblivion, había estado dispuesto a sacrificarse por ella.
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Ahora había desaparecido, y en su lugar sólo había un dempiro que al parecer quería el corazón de Carrow en una bandeja. Y que quizá había asesinado a su propia madre. Esa información no estaba en el dossier. Pero Carrow no podía dejar de pensar que, si lo había hecho, señal que la demonio se lo había buscado. Lanthe se quedó observándola. —Si antes era perfecto para ti, ahora ya no lo es. Tienes que quitártelo de la cabeza y seguir adelante. Ya le has oído, quiere matarte. Y lo sé por experiencia: algunos machos son incapaces de perdonar, ni siquiera a su alma gemela. —¿Como Thronos? Lanthe se encogió de hombros. —Aun en el caso de que tuvieras la oportunidad de explicarle al demonio porque lo hiciste, él podría hacerle daño a Ruby, podría decidir incluirla en sus planes de venganza. Al fin y al cabo, en el fondo sigue siendo un demonio trothan. —Tienes razón. —Carrow no había pensado en eso—. Malkom no puede enterarse de lo de Ruby. —¿Por qué te encariñaste con él si sabías cómo iban a terminar las cosas? —Sencillamente pasó. —Ella ya estaba a punto de reconocer que se había enamorado de él cuando Malkom le dijo que era su esposa. Y la mirada llena de orgullo del demonio la convenció de que no había vuelta atrás. Carrow no estaba acostumbrada a que la quisieran, y él se lo había demostrado de mil maneras, cada día, cada segundo. —La Orden debía de saber que tú eras su alma gemela —dijo Lanthe—. Cada vez estoy más convencida de que tienen un infiltrado entre los inmortales, algún adivino que los está dirigiendo. —Yo opino lo mismo. —Aquí encerrados hay demasiados miembros de la Tradición relacionados entre sí como para que sea casualidad. Utilizan a nuestros seres queridos para obligarnos a hacer lo que quieren. Incluso capturar a otros inmortales. Por eso han conseguido llenar todas las celdas tan rápido. —¿Qué crees que van a hacerle a Malkom? —preguntó Carrow. —No van a matarle. A pesar de las ganas que tenga Chase de hacerlo.
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—¿Qué quería decir Fegley con eso de que lo habían pillado con las manos en la masa? —Chase tortura a Regin a diario —explicó Lanthe—. Entre esos dos pasa algo raro, y muy retorcido. Y Chase está perdiendo credibilidad con sus jefes. Se rumorea que se enfrenta constantemente con su superior, el hombre sin nombre y sin rostro que quiere estudiarnos. Al parecer, el bueno de Chase sólo quiere aniquilarnos. Carrow se frotó la frente, estaba muerta de preocupación por Malkom. Lanthe le dio una palmadita en el hombro. —Mira, ya no hay vuelta atrás. Ahora tienes que concentrarte en mantener a Ruby sana y salva. Y en salir de aquí, claro está, e ir a matar a Fegley. —Será épico —juró ella. De repente, oyó gritar a Malkom en el pasillo. —¡Está aquí, en este mismo pasillo! —exclamó Carrow.
Malkom se despertó con los latidos de su propio corazón, y descubrió que estaba en una extraña celda, con el cuerpo cosido a balazos. En cuanto comprendió que no estaba en su mundo, ni con su esposa, un grito de angustia escapó de su pecho. Lo habían traicionado otra vez. «Ella no, no mi esposa.» Pero bajó la vista y vio que llevaba un collar idéntico al que había adornado el cuello de Carrow. El collar de un esclavo. Lo cogió con las dos manos y tiró de él con todas sus fuerzas. Nada. No se movió ni un milímetro. Ella había vuelto a convertirlo en un esclavo... —¡Te mataré, bruja! —gritó. ¿Podría oírlo? ¿Estaba cerca? Malkom sentía que sí, igual que la primera noche en que la encontró en Oblivion, cuando ella trató de esconderse de él. No importaba dónde estuviese; él iría hasta el fin del mundo para encontrarla. Se puso en pie como pudo y las piernas apenas le sostuvieron. Fue cojeando hasta la pared de cristal que lo mantenía encerrado. Había otras criaturas procedentes de múltiples facciones de la Tradición allí encerradas, en celdas iguales a la suya, y todas lo miraban con cautela. Cuando golpeó el cristal con los puños, un hombre murmuró desde la distancia.
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—Otro golpe más, dempiro, y respirarás aire envenenado —dijo divertido, con un acento que a Malkom le recordó al de los vampiros—. Los mortales lo distribuyen desde el techo. Los mortales, los mismos soldados que habían aparecido en su mundo en repetidas ocasiones. ¿Qué querían de él? ¿Por qué habían enviado a Carrow a Oblivion para que lo engañara? La jugada les había salido redonda. Malkom deseaba con tal desesperación todo lo que ella le ofrecía... Todo lo que había sucedido entre los dos a lo largo de aquella semana —la mejor de su vida— formaba parte de una trampa, de una traición. Cuando el portal se abrió, Carrow se comportó como si se arrepintiera de haberlo traicionado, pero él ya no podía confiar en nada de lo que ella dijera o hiciese. También le había dicho que estaban unidos para siempre, y el muy estúpido la había creído. ¿Cuándo aprendería? «Si te atreves a creer, te arriesgas a sufrir.» Malkom había nacido para que lo castigasen. «Pero no ella.» Volvió a gritar hacia el techo, y los ojos se le llenaron de lágrimas. «Estaría dispuesto a revivir todas las traiciones, si con ello esta última desapareciese.» De aquella demoledora tristeza por lo que había perdido, nació la furia, una ira que exigía que la aplacase. Él también había nacido para aplicar castigos. Malkom se había vengado de todos los que lo habían traicionado. Y con Carrow no iba a ser distinto. Encontraría el modo de salir de allí e iría a buscarla. Había sido capaz de matar a Kallen, al que quería como a un hermano. La bruja lo pagaría mil veces más caro. «Los que me traicionan, sólo lo hacen una vez.»
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CAPÍTULO 28
Los
gritos resonaban por las paredes; gritos de locura, de frustración, de
impotencia. «Pronto estaré igual», pensó Carrow. Ya casi llevaba otra semana encerrada allí. ¿Cuánto tiempo más podían seguir así? Antes, nunca le había importado estar en la cárcel. Porque siempre había visto la luz al final del túnel. Ahora, la culpabilidad que sentía por lo que le había hecho a Malkom la carcomía por dentro. Hacía días que no sabía nada de él, y que tampoco lo oía. Se rumoreaba que iba a suceder algo importante. Carrow estaba en alerta constante. No podía descansar, no podía comer las gachas de los mortales. El zumbido de las luces del techo, imperceptible para los humanos, era como un enjambre de abejas para ella. Todos los planes que se le ocurrían para escapar de allí dependían de que la sacaran de la celda. Pero todavía no habían dejado que ninguna de ellas saliera. Sólo dos cosas rompían la monotonía: el último cotilleo y observar la gente que pasaba por el pasillo. Amigos y aliados de Carrow no dejaban de desfilar, y siempre volvían distintos. Ella y Lanthe habían tratado de ocultárselo a Ruby, y la escondían detrás del panel de metal, pero la pequeña no les hacía caso y siempre miraba. Aquella niña iba a necesitar mucha terapia. Ahora, Carrow y Lanthe estaban sentadas en su lugar de siempre, junto a la pared. Era de noche, o eso creían, y fuera se avecinaba una tormenta, el tejado
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retumbaba ligeramente. Ruby cantaba y jugaba al avión, y las otras dos hechiceras estaban tumbadas en la cama, mirándose la una a la otra, susurrando cosas y riéndose. Carrow las miró y no se tragó lo de que llevaban siglos juntas. Tener una relación tan larga exigía un gran compromiso, y aquellas dos no tenían pinta de ser de las que se casan. Además, Carrow se moriría de celos si fuese verdad. Los ojos se le llenaron de lágrimas. «Yo podría haber tenido algo así con Malkom.» Se habrían amado durante cientos y cientos de años... —¿Carrow? —dijo Lanthe. —¿Qué? Me ha entrado algo en el ojo. ¿Cuál es el chisme del día? Y el día anterior se habían enterado de que Chase y su superior seguían peleándose por el exceso de prisioneros. Chase insistía en que tenían que destruir a los inmortales y dejar de estudiarlos y utilizarlos. Pero por el momento no se había salido con la suya. Y también se rumoreaba que las hechiceras iban a ser los próximos conejillos de Indias. —Es evidente que el objetivo actual de la Orden es fabricar gouls, centenares de ellos. Si esas criaturas se escapan... —¿Si? Mejor di cuando. Hay dos cosas que no pueden mantenerse encerradas: velocirraptores y zombis. Lanthe giró la cabeza para mirarla. —Supongo que es un rumor bastante inquietante. Carrow sabía que estaba a punto de derrumbarse, en especial ahora que Malkom se había esfumado. Al principio, él rugía constantemente, incluso en inglés, su vocabulario había ido en aumento con cada hora que pasaba. Había golpeado las paredes hasta hacer temblar todo el edificio. Lo habían sedado en repetidas ocasiones, lo que sólo servía para que se despertase más furioso. Hasta que una mañana se quedó en silencio. Carrow lo llevaba mucho peor ahora que no gritaba. A eso tenía que sumarse que a Ruby le había dado por cantar la canción Particle Man de They Might Be Giants una y otra vez. Carrow se la había enseñado para que molestara a su madre, no a ella.
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—Particle Man, Particle man, doing the things a particle can... —Ruby, deja de cantar —le dijo entre dientes. La niña hizo una mueca y se sentó en los pies de la cama de las hechiceras. —¡Me dijiste que nos iríamos a casa! —Se lo recordaba constantemente. Emberine se levantó y chasqueó la lengua. —Carrow es mala, ¿a que sí? Ésta ya no trataba de mantener a Ruby alejada de las hechiceras. Estaban encerradas en una celda de tres por tres. Las dos hechiceras mostraban mucho interés por la niña, y la miraban como si algo en ella no terminara de encajar. —Has sido algo dura —murmuró Lanthe. —¿Acaso a ti no te afecta la tensión? —se defendió Carrow. —Eres tú la que está tensa. —Fuiste tú la que me dijo que tenía que ser más estricta con ella. —Particle Man, Particle Man... Carrow se puso en pie de un salto. —¡Maldita sea, Ruby! Te he dicho que no. Lanthe la cogió del brazo y se la llevó al otro lado de la celda. —Por todos los dioses, Carrow, ¿por qué no le has dicho: «¡Mami tiene dolor de cabeza! ¡Ve a buscarle una copa a mami!»? —¡Esconde las perchas! —gritó Ember. —¿Por qué tiene que esconder las perchas? —preguntó Ruby. —No quieras saberlo —contestó Portia dándole unos golpecitos en la cabeza. —Le he dicho que no cantara y ha seguido cantando —Carrow esquivó a Lanthe y miró a Ruby— sólo para hacerme enfadar. —Claro —dijo Lanthe—. El que tenga siete años no tiene nada que ver, y que no tenga juguetes ni nada que hacer, tampoco. Piénsalo. El momento más divertido del día es cuando ve que se llevan a las nuevas víctimas. Hacía un rato había vuelto a pasar Regin. Los guardianes habían pasado con la valquiria a rastras justo por delante de la celda de ellas. La piel habitualmente radiante de la valquiria estaba fantasmagórica. Le salía sangre de la boca.
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—Carrow, ¿eres tú? —Tosió y escupió algo de sangre—. No puedo verte. Ella se pegó al cristal y le hizo una señal a Lanthe para que le tapara los ojos a Ruby. —¡Estoy aquí! —le dijo, se le encogió el estómago al ver el corte en forma de V que tenía en el torso y que le habían cerrado con grapas. Una vivisección. —¡Mátale, bruja! —Regin sonaba como una loca, y sus ciegos ojos ambarinos estaban llenos de lágrimas—. Maldito sea Chase. Él ha sido quien ha ordenado todo esto. —«Nunca había visto llorar a la intrépida de Regin»—. Es Aidan el Fiero. Di... díselo a mis hermanas. —¿Aidan el berserker? —Regin ya le había hablado de él antes. —Aidan el Traidor—gritó mientras se la llevaban—. ¡Aidan el Profanador! —Se dirigió a los guardianes—. ¡Sois unos idiotas! ¡Estáis obedeciendo a uno de los nuestros! Aceptáis órdenes de uno de nosotros... Siglos atrás, Aidan, uno de los guerreros berserkers de Wóden, se enamoró de Regin, una de las hijas de éste. A Aidan lo mataron, pero se reencarnaba una y otra vez y siempre buscaba a la valquiria. ¿Era posible que Chase fuese Aidan? ¿Y por qué creería Regin que Carrow podría salir de allí antes que ella? —Tienes razón, Lanthe —reconoció—. Estoy histérica. —Se apretó el puente de la nariz y bajó la voz—. Pero ¡hay un hombre en este mismo edificio que quiere verme muerta! —¿Y crees que yo no? —se burló Lanthe. —Algún día tienes que contarme qué pasó exactamente entre tú y Thronos. —¿Qué pasó? Lo que se dice pasar, no pasó nada —contestó en plan misterioso, pero antes de que Carrow pudiera preguntarle algo más, añadió—: Ya te lo contaré otro día. Hoy estamos hablando de tu asesinato. Y hablando del demonio, creo que hoy pretenden sacarlo de su celda. —¿Cómo lo sabes? —Mira, hay el doble de guardias que de costumbre, y van hacia el final del pasillo. Así que sacaran a Slaine o a Lothaire. «Que sea Lothaire.» Carrow chasqueó los dedos en dirección a Ruby. —Métete detrás del panel.
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—Crow, quiero ver... —¡Ahora mismo!
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CAPÍTULO 29
La bruja estaba en un edificio oscuro en el que se oía un ruido ensordecedor, con explosiones intermitentes de luz. Iba vestida con unos pantalones de piel que se le pegaban al cuerpo y un chaleco diminuto. Bailaba provocativa encima de una mesa, junto con una amiga pelirroja. Juntas estaban atormentando a una multitud de hombres. Embriagada por el alcohol, Carrow empezó a desabrocharse el top. Un botón y luego otro. La multitud la aclamó enardecida y le lanzaron collares fluorescentes al tiempo que la animaban a seguir. Carrow sostuvo los dos extremos del chaleco y bailó provocativamente, los hombres enloquecieron. Y cuando ellos la desafiaron, ella les mostró los pechos orgullosa; echó los hombros hacia atrás y mantuvo la cabeza bien alta. Malkom se despertó de golpe y se sentó en la cama; se puso furioso al instante. ¿Cómo había sido capaz de enseñar su cuerpo a aquellos hombres? ¿Por qué los había provocado? ¡Igual que había hecho con él! Se puso en pie y paseó nervioso por la celda. Otro recuerdo de la bruja. A pesar de que cada vez le visitaban con más frecuencia mientras dormía, escenas como ésa eran poco habituales, aunque siempre parecidas. Edificios mal iluminados, sonidos escandalosos, Carrow borracha y haciendo tonterías. La mayoría de las veces, Malkom sólo se quedaba con alguna impresión, con palabras que se susurraban en su mente. La bruja solía repetir «Piensa en Ruby», y dichas palabras iban siempre acompañadas de un profundo anhelo. ¿Qué querían
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decir? ¿Qué era eso que Carrow ansiaba con tal desesperación? ¿Un rubí? ¿Una piedra preciosa? Malkom quería saberlo para poder arrebatárselo como parte de su venganza. —¿Otra pesadilla, dempiro? —le preguntó el hombre extraño—. Una de las pegas de beber sangre. Días atrás, Malkom había visto el rostro que pertenecía a la voz: un vampiro llamado Lothaire que ocupaba la celda que quedaba en diagonal con la de él. Tenía los ojos rojos, lo que significaba que era un caído, un vampiro de la Horda. Igual que el Virrey y el amo de Malkom. Decidido a descuartizarlo, él golpeó el cristal con la cabeza, pero no se acordó de que le habían cortado los cuernos hasta que fue demasiado tarde. La frente se le empapó de sangre. Y no le importó. Volvió a lanzarse contra el cristal una y otra vez, hasta que los mortales lo dejaron inconsciente de nuevo. Cuando se despertó, Lothaire se rió de él. —Eres un tonto. Duermes demasiado para ser alguien que tiene tanto que aprender. Y Malkom volvió a las andadas. Pero no tardó en comprender que el vampiro tenía razón. Tenía mucho que aprender. Tenía que averiguar el modo de llegar a donde estaba la bruja y escapar de allí con ella. Y tenía que hablar inglés tan bien como lo entendía; tenía que descifrar la lengua de Carrow antes de lo que había previsto. Así que dejó de luchar y empezó a escuchar a los presos que tenía a su alrededor, a observar todo lo que sucedía. A veces incluso podía oír la voz de la bruja. Definitivamente Carrow estaba en aquel edificio. Tan cerca... Ella le había dejado probar su cuerpo, su sangre, y Malkom necesitaba más, a pesar de que la odiaba. Había estado dispuesto a sacrificar su vida por ella, había llegado incluso a entregarse a su peor enemigo, y mientras, Carrow le había estado tendiendo una trampa. —¿Qué has soñado esta vez? —le preguntó Lothaire. Malkom se acercó al cristal. Ya estaba completamente curado y desesperado por lidiar con aquel vampiro, con cualquier vampiro. Desesperado por recuperar su libertad.
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—¿Todavía tienes ganas de matarme? —suspiró Lothaire—. ¿Cuando yo sé lo que eres y dónde puedes encontrar a más como tú? ¿Había más? ¿Cuántos dempiros habían fabricado? —¿Qué quieres de mí, sanguijuela? —Las palabras le salieron algo oxidadas, pero Malkom ya casi lo comprendía todo. A medida que los recuerdos de Carrow iban añadiéndose a los suyos, fue como si encajaran las piezas de un rompecabezas. —¿Me llamas sanguijuela cuando acabas de tener un sueño inducido por la sangre que has bebido? Tú eres tan vampiro como yo. —Yo no soy ningún vampiro —farfulló, a pesar de que en su mente no podía dejar de recordar la imagen del pecho de Carrow con la marca de sus colmillos. Las gotas rojas...—. Me he pasado la vida deshaciéndome de criaturas como tú. —En tu otra vida quizá. Pero ahora empiezas una nueva. Y necesitas información para sobrevivir. —¿Información que sólo tú puedes darme? —se burló él. —Exactamente. A cambio de que seas mi aliado cuando ambos escapemos. —¿Aliado? El último vampiro que quiso mi lealtad acabó muy mal —contestó Malkom. —¿Qué le hiciste? —Digamos que vivió el tiempo suficiente para ver cómo pintaba la pared con su sangre. —El Virrey le había suplicado que lo matase con lágrimas de sangre en los ojos—. Ve con cuidado o terminarás como él. —Lo dices sólo para impresionarme. Y me estás dando hambre. —Yo no juro lealtad a nadie. —Y ése es tu primer error en nuestro mundo, scârba. Malkom cerró los puños al oír la palabra. —Lo dices como si fuéramos a salir libres esta noche. —Quizá tú sí. Verás, digamos que yo me he llevado algo de alguien muy poderoso. Cuando las aguas se calmen, ella vendrá a buscarlo. Y desatará un infierno, ya que yo no puedo hacerlo. Malkom no tenía ni idea de qué significaba eso.
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—Ahora que te has curado, los mortales empezarán a hacerte pruebas — prosiguió Lothaire—. Siempre que nos sacan de la celda, existe la posibilidad de escapar. Claro que también existe la certeza de que nos dolerá. Malkom trató de ignorarle, y se preguntó por qué le había contestado al vampiro. «Porque me ha dejado intrigado con eso de que sabe qué soy.» —Quizá si lograras escapar, podrías reunirte con tu preciosa bruja. Al oírlo, Malkom se pegó al cristal. —¿Qué sabes de ella? ¿Dónde está? —Carrow Graie está cerca. —¿Dónde? Maldito seas, ¡dime cómo llegar hasta ella! —Los guardianes se acercan. Van a llevársenos a ti o a mí. Si Malkom conseguía salir de la celda, ¿lograría ver a Carrow? Ahora que podía comunicarse con más fluidez, necesitaba hablar con ella. Quería decirle que era más puta que su madre y que iba a convertirla en una esclava, que la encadenaría a la pared y le echaría un polvo tras otro. Se excitó al instante sólo de pensado. Ahora se alegraba de no haberla poseído antes. Si el último día hubiesen hecho el amor, su semilla podría haber arraigado. Y atrapado en aquella celda, Malkom no tendría ningún control sobre su descendencia. La idea de que Carrow pudiera estar embarazada de su hijo... Dio un puñetazo a la pared y la odió de nuevo por haberle hecho desear todas esas cosas. De repente, olió la niebla con la que lo sedaban extendiéndose por el aire. —Al parecer vas a ser tú, dempiro. Por fin averiguaría por qué se habían tomado tantas molestias para capturarle. Y podría empezar a buscar a Carrow. —Ve con cuidado con Chase, el que lleva guantes —le advirtió Lothaire—. Es mucho más rápido de lo que aparenta. Cuando llegaron los guardianes y le esposaron las muñecas en la espalda, Malkom apenas podía sostener la cabeza y mantenerse en pie. Pero aunque hubiese podido no habría opuesto resistencia. Quería salir de allí.
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Lo llevaron por un pasillo y él observó los inmortales que ocupaban las celdas, especie tras especie... Con el rabillo del ojo vio una piel pálida y una melena negra. Volvió la cabeza. La bruja. «Está aquí.» Prisionera igual que él, de pie, inmóvil en medio de una celda. A pesar de que estaba débil, tiró de las cadenas y cogió a los humanos desprevenidos. Se lanzó contra el cristal que lo separaba de Carrow. Durante un segundo, se quedaron mirándose a los ojos. Incluso después de todo lo que había sucedido, Malkom seguía deseándola, la necesitaba tanto que incluso le dolía. —¡Me mentiste! ¡Me traicionaste! Ella se quedó todavía más pálida y dio un paso hacia adelante. —Malkom, por favor... —¡Vendré a por ti! —gritó, mientras luchaba contra los mortales—. ¡Me las pagarás! —Oyó un disparo, pero reaccionó demasiado tarde. El dardo lo llenó de veneno. Se cayó al suelo de espaldas y a pesar de que se le iba nublando la vista no dejó de mirarla ni un segundo. Cuando se despertó, estaba atado a una mesa de metal. Le habían limpiado la sangre seca del cuerpo, y llevaba ropa nueva; unos pantalones militares y una camiseta como la que llevaba antes. Unos extraños —enemigos— lo habían desnudado mientras estaba inconsciente. Otra humillación por la que la bruja iba a pagar. Tiró de las cintas, pero eran irrompibles. Se abrió la puerta y entró un hombre que lo observó. El pelo le ocultaba la cara, al parecer por voluntad propia. Iba vestido todo de negro y llevaba guantes: Chase. —¿Por qué me habéis secuestrado? —exigió saber Malkom, renovando sus esfuerzos por soltarse. Estaba ardiendo en deseos de volver a ver a la bruja. Ella estaba allí, encarcelada igual que él. Quizá Carrow no había conseguido engañar a la siguiente presa que sus dueños le habían ordenado capturar.
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—Todo a su tiempo, Slaine. —Chase tenía el labio superior cubierto de sudor y las pupilas dilatadas. Malkom podía oler algo dulce y almizclado y supo que estaba tomando alguna droga. Entró una mujer de pelo negro con bata blanca, y Chase le dijo: —Le han sacado sangre. En cuanto los de tu laboratorio hayan terminado, destrúyela. —Pero las órdenes... —¡Destrúyela! —gritó Chase. Ella recogió los viales de cristal y se fue. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Malkom. —Hay mucha gente interesada en ti. En tu génesis. —El hombre parecía estar a un tiempo fascinado y enfadado con él—. Hoy vas a hablarme de ello. Y mañana mis médicos te examinarán y buscarán qué es lo que te hace ser tan rápido, tan fuerte. —¿Para poder crear más criaturas como yo? —Para podernos asegurar de que nunca nadie pueda crear a ninguno más. Nunca. —La clase de locura que brillaba en los ojos inyectados en sangre de Chase nunca había aparecido en los del Virrey. Porque éste no odiaba a los demonios a los que torturaba. Sencillamente, no le importaban. —¿Crees que nosotros somos los únicos que te estábamos buscando? —le preguntó Chase—. Sólo se sabe de la existencia de cuatro como tú. Debemos encontraros a todos, aunque sólo sea para evitar que lo hagan otros. Tú has resultado ser el más fácil de atrapar gracias a que no puedes rastrear. «¿Los otros podían?» ¿Era posible que él pudiera volver a hacerlo? —Suéltame. Lucha conmigo. —A pesar de que el mortal parecía no encontrarse bien, era alto y fuerte. Chase lo ignoró. —Empezaremos con las preguntas más básicas. ¿Quién te creó? Malkom no le respondió. Se quedó mirando el techo, imaginándose la cara que pondría la bruja cuando la torturase, cuando la poseyera y la mordiera al mismo tiempo. —Respóndeme —le ordenó Chase en voz baja.
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—No me asustas —contestó Malkom—. Soy un experto en torturas. —Pues ahora vas a serlo todavía más.
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CAPÍTULO 30
Carrow todavía temblaba después de haber vuelto a ver a Malkom, cuando, transcurridas unas horas lo trajeron de vuelta, arrastrándolo medio muerto por el pasillo. Tenía el blanco de los ojos rojo, y le salía sangre de la nariz, las orejas y la boca. ¿Qué le habían hecho? Las lágrimas afloraron de nuevo. Él forcejeó y trató de soltarse, de acercarse a la celda de ella. —¿Unidos para siempre, esposa? —dijo apenas con un hilo de voz—. ¿Es esto lo que querías para mí? A pesar de que se resistió, los guardianes consiguieron reducirlo con facilidad y lo arrastraron hacia su celda. Tan pronto como desapareció de su vista, Ember dijo: —¿Esposa? ¡La bruja se ha casado! Como era de esperar, Ruby no se había escondido y había presenciado el encuentro. —¿Quién era ése? —Ése es tu nuevo padrastro —le explicó Ember entusiasmada—. O mejor dicho, tu padrasmonio. —¡Felicidades! —exclamó Portia. —¿Carrow? —le preguntó Lanthe enarcando una ceja—. No me digas que... Ember se rió. —Sí, vamos, bruja, niégalo.
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—Fue una de esas ceremonias de proclamación que hacen los demonios —se defendió ella. —Así que no cuenta —se relajó Lanthe. Carrow recordó la cara que había puesto Malkom al llamarla «esposa» por primera vez. La miró con tanto orgullo, como si ella fuese su tesoro... —Sí que cuenta —dijo—. No voy a negarlo, ni a él tampoco. —A pesar de que ya había perdido a Malkom para siempre. Lanthe se quedó atónita. Ruby confusa. Ember se rió y una neblina descendió sobre Carrow. «A Malkom lo han torturado, a Regin también. Llevo días siendo una desgraciada y estoy aquí encerrada con estas malvadas... Ya no puedo soportarlo más.» Gritó y se lanzó encima de Ember, a la que dio un puñetazo en la nariz. Esta empezó a sangrar, pero la hechicera contraatacó y le dio un golpe en la cabeza. A Carrow le retumbaron los oídos. Maldita fuera, era muy rápida. —¡Para, bruja! —le ordenó Lanthe. Demasiado tarde. Carrow ya había dado otro puñetazo a Ember, esta vez en el cuello y la hechicera le había propinado uno en la boca que le había partido el labio. —¡Portia, haz algo! —dijo Lanthe—. Nos van a gasear. —¡Parad! —gritó Ruby de repente—. Se acerca algo. Lanthe cogió a Carrow y la apartó. Y Portia hizo lo mismo con Ember, al tiempo que miraba por todas partes. —La niña tiene razón. El mal se acerca hacia nosotras con su aire nauseabundo. —¿El mal se acerca? —Carrow se pasó el dorso de la mano por el labio ensangrentado—. ¿En serio? ¿Y con un aire nauseabundo nada menos? —La maldad se está acercando, bruja —insistió Portia—. ¿No puedes sentir su furia? La niña la ha sentido. Carrow la sintió entonces. El aire de su alrededor vibraba. ¿De qué? En el otro extremo del pasillo, los gouls hicieron notar su malestar, los gnomos se quejaron y los centauros golpearon el suelo con sus cascos.
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Se oyó un grito de rabia. ¿Era de Chase? Probablemente estaba furioso porque no había podido destruir a Regin por completo. Fuera caía una tormenta impresionante, la lluvia resonaba contra el tejado y las paredes. Ember se limpió la nariz y farfulló: —Odio la lluvia. —Qué raro. Lanthe miró a Carrow y luego a Ruby. —Estad listas para echar a correr... por si acaso. Carrow ayudó a la niña a ponerse las botas, y luego se puso las suyas. Las luces parpadearon, la sensación de que sucedía algo se incrementó. —¡AAAANIIIIILLLOOO! —gritó alguna criatura. Un miedo helador le recorrió la espalda a Carrow. —¿Qué diablos ha sido eso? —No lo sé —dijo Lanthe. Las luces volvieron a parpadear y luego se apagaron de golpe. No se puso en marcha ningún sistema de emergencia. No aparecieron luces auxiliares para defenderlas de aquella rotunda oscuridad. La cárcel se había quedado sin electricidad. Lo que significaba que no podrían gasear a los presos. Carrow dio un salto cuando empezaron a oírse más gritos. —Oigo a las demás —dijo Lanthe—, algunas han recuperado sus poderes. —¿Y por qué no están huyendo? —preguntó Carrow. —Ninguna bruja es lo bastante fuerte como para romper el cristal, aunque los torquímetros ya no les funcionen —contestó Portia—. A diferencia de Ember y de mí. Yo ya noto que hay un precioso monolito de granito justo debajo de nosotras. Lo levantaré y partirá el suelo de la celda en dos. Y lo que yo no pueda romper, Ember lo quemará. —Carrow, sujeta a Ruby. Fuerte —dijo Lanthe. —Ya la tengo. —Y cogió a la pequeña en brazos. —¡AAAANIIIIILLLOOO! —gritó aquella cosa que se les estaba acercando. Los presos empezaron a susurrar; repetían dos palabras:
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—La Dorada. Al ver que incluso las dos maléficas hechiceras se asustaban, Carrow preguntó: —¿Quién es la Dorada? —Una hechicera —respondió Lanthe—, la Reina de Oro, y del Mal. Lo que significaba que podía manipular el mal mejor que nadie. —Ella camina por el Apocalipsis —dijo Ember—. No creí que estuviese tan cerca. ¿Aquellas dos reinas del mal tenían miedo de la Dorada? —¡AAAANIIIILLLOOOO! Se volvieron a oír susurros, y se oyó otro nombre: —Lothaire. —Creo que ha venido a buscar al vampiro —comentó Lanthe. ¿A Lothaire, el Enemigo de lo Antiguo? —Antes de que nos capturaran —explicó Portia—, oímos decir que él le había robado el anillo y la había despertado. —Me apuesto lo que quieras a que ahora se arrepiente —dijo Ember, y luego frunció el cejo—. Pero si Lothaire tiene el anillo, ¿cómo es posible que lo secuestraran unos meros mortales? Es el anillo de... Portia le tapó la boca con la mano. —Ella está en el pasillo, se está acercando. Instantes más tarde, la Dorada pasó cojeando por delante de su celda. Tenía forma humana y parecía una momia viviente y ¿mojada? Arrastraba tras de sí unas vendas putrefactas. Tenía el rostro carcomido, y le faltaba un ojo. Llevaba una armadura dorada en el pecho que no parecía encajar con el resto de su aspecto, y una corona en la cabeza. La Reina de Oro. Unos wendigos la flanqueaban, y los colmillos les goteaban. Parecían obedecerla. Los wendigos eran muy rápidos, eran zombis que se alimentaban de seres vivos. Poseían uñas como garras y tenían unos cuerpos pequeños pero que ocultaban mucha fuerza. Lo único que a Carrow le gustaba menos que los gouls eran los wendigos. Ambas criaturas eran contagiosas —un wendigo podía convertir a cualquier ser de la Tradición en uno de ellos con sólo un arañazo—, pero si bien los gouls eran idiotas, los wendigos eran muy astutos.
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A cada paso que daba, el cuerpo de la Dorada iba desprendiendo partículas de oro y gotas de pus. Las vendas se arrastraban por el suelo dejando un reguero idéntico al de un mocho. Carrow no sabía qué daba más miedo, si la Dorada o los wendigos que le rendían pleitesía. —¡AAAANIIILLLOOO! —volvió a gritar. —¿Quieres tu anillo? —preguntó la voz profunda de Lothaire—. Pues ¡ven a buscarlo, zorra! En cuanto la Dorada pasó por delante de su celda, el torquímetro de Portia cayó al suelo, y el de Ember también. Carrow miró las celdas de al lado y vio que todas las criaturas del Pravus estaban quitándose los collares. —¿Qué está pasando, Lanthe? —La Dorada controla el mal, lo manipula. Y esos torquímetros limitaban la maldad de esos inmortales. Igual que el de Ruby y el de Carrow, el collar de Lanthe seguía fijo en el cuello de la hechicera. Portia ya tenía las palmas de las manos levantadas y le brillaban mientras trataba de mover una invisible montaña de rocas. El suelo vibró bajo sus pies. Justo delante de su celda, las baldosas se rompieron y dieron paso a una masa rocosa. Ember también se preparó para liberar su poder. Tenía los ojos iluminados y los iris se le movían como llamas. Lenguas de fuego bailaban sobre sus manos, y cuando rompió la pared con el calor, Carrow se lanzó al suelo y cubrió a Ruby con su cuerpo. El cristal estalló en mil pedazos que cayeron encima de ellas. —¡Ember, maldita sea! Gracias a la inimaginable presión de la roca creciente de Portia, las paredes de acero también empezaron a ceder. Toda la cárcel se tambaleó y oyeron cómo se rompían cristales por todos lados a medida que los muros iban cediendo. Más inmortales quedaron libres... —¿Crow, qué está pasando? —susurró Ruby debajo de ella. —Vamos, ponte en pie. —¿Cuánto tardaría el techo en derrumbarse?—. Quizá tengamos que salir corriendo.
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Unos guardianes aparecieron corriendo y lanzaron unas granadas de humo dentro de su celda, pero con unos ríos de fuego Ember se las devolvió. Portia señaló a los hombres con la cabeza. —Estos tipos tienen que empezar a hacer montañismo —dijo, y con un movimiento de muñeca les lanzó varios trozos de roca a la cabeza. Carrow le tapó los ojos a Ruby para que no viera la consecuencias de los impactos. El cráneo de uno de los hombres explotó como una sandía. —¡Portia, deja de fanfarronear! —exclamó Ember—. Tenemos mucho que hacer. —Se dirigió hacia Carrow—. Lo más importante, bruja, vas a pagar por haberme golpeado. —Si le haces daño —le advirtió Ruby con los ojos brillantes—, yo te haré más a ti. Carrow colocó a Ruby tras ella. ¿Por qué empezó Ember a dudar? —Déjalas —le dijo Portia—. La pelea se está trasladando fuera, y no pienso combatir sin mi máscara y mis garras. Tenemos que ir a buscarlas. Ember le dijo a Carrow con la mirada que algún día ajustarían cuentas, y después chasqueó los dedos en dirección a Lanthe. —Vamos. Cuando ésta se quedó junto a Carrow, Portia la fulminó con la mirada. —Eres una traidora, Melanthe. Ojalá te pudras en el cielo. —Miró el pasillo—. Con tu ángel. Él viene a buscarte. Una vez desaparecieron, la hechicera dijo: —Ahí va nuestra arma secreta. Y tiene razón. Thronos vendrá a buscarme. Igual que hará tu... marido cuando se recupere. —Tengo miedo, Crow —dijo Ruby con los ojos desorbitados. Carrow la cogió en brazos. —Lo sé, pero no voy a dejar que te pase nada. —Ruby empezó a llorar, pero ella le sostuvo la mirada—. Mírame. Saldremos de aquí, tú y yo, te lo juro. «Es fácil decirlo...» El caos reinaba en la cárcel. Las llamas que había creado Ember ardían por todas partes y la Dorada seguía liberando a los aliados del Pravus que estaban encarcelados.
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Machos inmortales de diferentes especies perseguían a sus compañeras por todas partes. A unos pocos metros, Uilleam, el licántropo, atacó a cuatro guardianes. Aunque seguía llevando su torquímetro y no podía convertirse en hombre lobo, derrotó a los cuatro sin problemas; a uno le mordió el cuello y a los otros tres los destripó con las garras. Volós, el líder de los centauros, pisoteaba a cualquiera que se entrometía en su camino e iba dejando cadáveres a su paso. Las succubae se llevaban a rastras a unos soldados mortales, dispuestas a violarlos sin descanso. Carrow le mantuvo los ojos tapados a Ruby durante todo el rato, pero no pudo evitar que oyera los gemidos de placer de las succubae al poder alimentarse por primera vez en varias semanas. —En cuanto pongamos un pie fuera de esta celda, estaremos perdidas —dijo Lanthe. —Si pudiéramos quitarnos los torquímetros, ¿podrías abrir otro portal? La hechicera dijo que después de abrir uno, necesitaba recuperar fuerzas. —Pero podríamos salir por la puerta normal —añadió, y se le iluminó el semblante. —Tenemos que encontrar a Fegley. —Y a su pulgar—. Creo que sé dónde puede estar —dijo Carrow. Unos días atrás, después de entregarle a Ruby inconsciente, el guardián entró en la habitación contigua al despacho de Chase. Debía de estar allí escondido. —¿Estás lista? —le preguntó Carrow a la hechicera. Lanthe asintió y se metieron en la vorágine. —Ya te he dicho que pronto escaparíamos —dijo Lothaire entre dientes. Cuando el edificio empezó a temblar, Malkom consiguió ponerse en pie. Todo su cuerpo era pura agonía. Chase tenía razón: el demonio había aprendido más cosas acerca del dolor; pero había soportado las torturas con una sonrisa en los labios ensangrentados. —De un modo u otro, esto va a acabar esta noche —añadió el vampiro. Fuera lo que fuese el ser que había invadido aquel lugar, iba en busca del Enemigo de lo Antiguo. Este se paseaba de un lado a otro de su celda, listo para entrar en acción. »¡Estoy listo, Dorada! ¡Ven a buscarme, vieja bruja! —gritó Lothaire.
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Malkom se puso en pie en cuanto el suelo tembló bajo sus pies, Los muros de metal empezaron a doblarse. Los cristales de la celda no podían soportar más presión. «Escaparé esta noche.» Ya se estaba imaginando mil modos distintos de torturar a la bruja. De repente el collar que llevaba cayó al suelo. Malkom levantó la vista y vio que una criatura muy poderosa pasaba por delante de su celda. Parecía un muerto viviente e iba rodeada de wendingos. «¿Ella me ha quitado el collar?» Sin previo aviso, una hechicera de pelo negro, apareció frente a la celda de Malkom y levantó las palmas, que tenía en llamas. Qué diablos... La morena lanzó las llamas contra el cristal rompiéndolo en mil pedazos. Antes de desaparecer a una velocidad similar a la de él, le dijo: —Ve a buscar a tu esposa, demonio. —Lo haré. Por fin iba a poder vengarse de Carrow Graie. Con esfuerzo, puso un pie delante del otro, medio loco por culpa de las torturas que había sufrido, y salió cojeando. Caos. El calor que emanaba de los fuegos le quemó la piel. Los crujidos del metal resonaron en sus oídos. Los gemidos de las succubae practicando sexo y los ruidos de pelea a su alrededor sólo sirvieron para agudizar la locura de Malkom. Oyó un bramido y volvió la cabeza en dirección a la celda del vampiro. Justo delante, estaba la momia ordenándoles a los wendigos que se lanzaran sobre Lothaire. Había una sonrisa en el espeluznante rostro de la diosa. El Enemigo de lo Antiguo trataba de defenderse y lanzaba a aquellas criaturas sanguinarias fuera de la celda. Pero era una batalla perdida. —¡Slaine! —llamó—, échame una mano. La momia giró la cabeza hacia Malkom y fijó el único ojo que tenía en su rostro. —¿AAAAANIIIILLLOOO? Él negó con la cabeza despacio y luego se dio media vuelta en dirección a la celda de la bruja. —¿Dónde están ahora tus aliados, vampiro? —le preguntó a Lothaire alejándose de él.
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CAPÍTULO 31
Q
—¿ uieres contarme lo de Thronos? —le preguntó Carrow a Lanthe en voz baja, mientras, con Ruby en brazos, la guiaba hacia el despacho de Chase—. Al parecer, estamos huyendo por él. —Él está como está por mi culpa —contestó Lanthe—. Lo «persuadí» para que se lanzara desde muy alto y no abriera las alas. «Genial.» —Así que todo el mundo nos adora, ¿no? —Creo que van a nombrarme Miss Simpatía —asintió Lanthe, A medida que iban acercándose al final del pasillo, iban apareciendo más wendigos por los laterales. Sedientos de sangre, huesos y carnaza, sus ojos rojos brillaban en medio de la penumbra; eran jorobados y andaban dando tumbos. Lanthe y Carrow se pegaron a la pared, y ésta escondió el rostro de Ruby en el hueco de su hombro. Las criaturas olfatearon el aire y a Carrow se le aceleró el corazón. «No podemos esquivarles.» Pasó un segundo... y otro... un wendigo dio un paso hacia ellas. Se oyeron gritos provenientes de otro pasillo y los wendigos salieron disparados hacia allí. Por los pelos. La próxima vez no tendrían tanta suerte. Con ese pensamiento, Carrow corrió en dirección opuesta, hacia el ala en la que se encontraban las oficinas y los laboratorios. Allí la carnicería era todavía mucho peor, había cadáveres humanos por todas partes.
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Atravesaron una multitud de peleas, actos sexuales, y... criaturas alimentándose. Las rocas seguían atravesando el suelo. Toda la zona era inestable. Por fin consiguieron llegar ilesas al despacho. Alguien había abierto la puerta a la fuerza y la hoja colgaba de las bisagras. Ignorando el mal presentimiento que tenía, Carrow entró. Estaba vacío. A través de la ventana vio una noche tan turbulenta como la que Chase había estado observando dos semanas atrás. La puerta secreta que había en el otro extremo del despacho también estaba abierta. Entraron allí. Parecía un almacén, con estanterías de metal llenas de cajas a lo largo de toda la pared. El techo empezaba a desplomarse, habían caído ya algunas vigas y los extremos se habían clavado en el suelo. Oyeron a un hombre llorar al fondo. Bajaron la escalera siguiendo el sonido y encontraron a Fegley atrapado; una de las vigas le había caído sobre el brazo derecho. Tenía una metralleta cerca del otro brazo, pero no podía alcanzarla. —Tan cerca y a la vez tan lejos. —«No se me habría ocurrido un modo mejor de torturarlo», pensó Carrow. Bueno, la verdad era que sí se le habría ocurrido, pero iba a conformarse con aquello. Le dio una patada al arma—. Al parecer, no quiere venir con papá —le dijo, remedando lo que él le había dicho antes. Cuando Carrow le dio la patada a la metralleta, el guardián lloró todavía más. —Mira este lugar —dijo Lanthe tras ella—, son nuestras cosas. Estaban rodeadas de las armas y de los efectos personales de los prisioneros; látigos de las invidia, cascos con cuernos y alforjas de piel de los centauros, armas de todo tipo. A pesar de que muchas estanterías estaban desordenadas, como si alguien —o algo— hubiera estado buscando algo concreto en ellas sin demasiado éxito, la hechicera consiguió encontrar sus pertenencias. —¡Mis guantes! Mi preciosa máscara. —A toda velocidad, se puso los guantes con garras y la máscara azul cobalto. Las grietas del techo empezaron a humear. —Los fuegos se están acercando —dijo Carrow. Podía oler el hedor de la carne quemada—. Démonos prisa.
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Lanthe corrió junto a Fegley y se arrodilló junto al brazo que le había quedado atrapado bajo la viga, esquivando los torpes manotazos que el hombre trataba de darle con el otro. —Aunque nos agachemos, no alcanzaremos con el collar el pulgar de la mano derecha, y el de la izquierda no funcionará. —¿Ah, sí? —dijo Carrow—. Pues si nosotras no podemos acercarnos al pulgar, que el pulgar se acerque a nosotras. —Buscó una navaja—. Mejor la mano entera. El guardián se sacudió. —¡No, no lo hagáis! —Hey, esta fiesta la has empezado tú, mortal —se burló Lanthe, cazando al vuelo la daga que le lanzaba Carrow—. Al parecer, te has metido con las criaturas equivocadas. Tendrías que haber sabido que nada podría detenernos. —Os... os hemos detenido durante siglos. ¡Es culpa de Chase! ¡El anillo, se suponía que no podía tocarlo! —¿El anillo de la Dorada? —preguntó Carrow. Fegley tenía la mirada perdida, como si no supiera dónde estaba. —Si no lo hubiera tocado... Ahora estamos todos perdidos. —Tú sí que estás perdido, humano —contestó Lanthe como si nada—. Nosotras sólo vamos a cortarte la mano, pero esos wendigos que hay por ahí te romperán las piernas y chuparán los huesos mientras miras. —Lanthe imitó el sonido de Hannibal Lecter y Fegley sollozó asustado. Carrow aprovechó para llevarse a Ruby de allí. —Házselo pagar, Lanthe —le dijo, con la cara de la pequeña escondida en el hombro. «Ya que yo no puedo.» La hechicera asintió, consciente de que Carrow estaba renunciando a vengarse personalmente. —¿Nos vamos? —preguntó Ruby—. Pero si yo quiero quedarme a mirar cómo lo corta. «Oh, vaya.» —Yo también, cariño, pero tenemos que vigilar la puerta. —Al salir de la habitación, oyó que Lanthe decía:
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—Los libitinae te abrirán y te quitarán los testículos. ¿Y las invidia? Vivirás lo suficiente para ver a una vistiendo tu piel. En cuanto Carrow y Ruby llegaron a la puerta, Fegley empezó a gritar. Carrow echó un vistazo. En el otro extremo de pasillo vio a Malkom cojeando entre los charcos de sangre. Parecía poseído; aunque estaba gravemente herido, se peleaba con cualquiera que se interpusiera en su camino. Le recordó la noche en que le conoció, cuando atacó a todos aquellos demonios. Ahora podía ver cómo se comportaba en plena carnicería. Aquella noche, él le hizo daño sin querer. Ahora quería hacérselo. Un momento... ¿Malkom no llevaba collar? Se metió de nuevo en la habitación y se pegó contra la pared. «Por todos los dioses.» ¿Las fuerzas del mal? No. Carrow se negaba a creer que Malkom fuera malo. Pero se dio cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de comunicarse con él esa noche. —Bruja, necesito que me ayudes con esta cremallera —la llamó Lanthe. Carrow corrió a donde estaba su amiga. —Tenemos que darnos prisa. La hechicera estaba contorsionándose para intentar tocarse la parte trasera del collar con la mano ensangrentada del guardián. —No consigo presionar el pulgar. Fegley seguía consciente, y las miraba estupefacto. Carrow dejó a Ruby y le hizo una señal a la hechicera para que le pasase la mano. Lanthe se la lanzó. Un brillo metalizado se materializó entre ambas. —¡Ah-ah, no tan rápido! —dijo Ember, triunfante, balanceando la mano que acababa de cazar al vuelo. —¿De dónde diablos has salido? —le preguntó Carrow furiosa. Con el torquímetro, la hechicera era veloz como el rayo, ahora que no lo llevaba era supersónica. —Soy tan rápida como el fuego, bruja. Creo que me quedaré con esto de recuerdo. Portia apareció detrás de ella y se puso su máscara y sus guantes.
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—Nos gusta que estéis en inferioridad de condiciones. Ember, inmola al guardián. La hechicera apuntó a Fegley con las palmas de las manos, que tenía en llamas. Carrow le tapó los ojos a Ruby al mismo tiempo que el humano abría los suyos como platos. Gritó mientras Ember lo reducía a cenizas. —Recuerda lo que te dijimos, Ruby —le dijeron a la pequeña, y, con una última mirada, las dos hechiceras desaparecieron. —¿Qué te dijeron? —le preguntó Carrow, apartándola de los restos humeantes. —Que yo podía ser como ellas. —Se frotó los ojos, que le picaban por la ceniza—. Que lo único que tenía que hacer para convertirme en una hechicera era matar a una. —¡Tú no vas a matar a nadie! —exclamó ella enfadada—. Para empezar, eres demasiado pequeña. Y, además, nadie te ha pagado para hacerlo. Ya hablaremos de esto en casa. —Tuvo que morderse la lengua para no añadir «señorita». —Bueno, acabamos de quedarnos sin nuestro pulgar —intervino Lanthe, soltando una maldición—. Al parecer, tendremos que salir de aquí luchando —añadió, mientras sacaba una espada del contenedor lleno de armas—. Menos mal que se me da bien. —A mí tampoco se me da mal. —Ser amiga de una espadachina legendaria como Regin tenía sus ventajas. Miró alrededor en busca de una arma. Carrow cogió un espadín y su funda y se lo ató a la cintura. Luego se quedó quieta—. Espera un segundo, Lanthe. Fíjate en el humo y la pared de atrás, es como si desapareciera. —¿Crees que conduce a otra habitación? —Podría ser. —Corrieron hacia allí y, al tocar el muro, vieron que se trataba de otra puerta secreta. Carrow deslizó la punta del espadín por el extremo y la abrió un poco mientras Lanthe clavaba las garras de metal en la rendija hasta que juntas lo consiguieron. Una ráfaga de aire fresco les golpeó el rostro y les echó el pelo hacia atrás. Frente a ellas se extendía un túnel. —Tiene que ser una vía de escape —dijo Lanthe—. Probablemente llegue hasta la playa. Carrow inspeccionó la zona. —El suelo todavía tiembla. ¿Preferís arriesgaros a pasar el túnel o enfrentaros a la multitud de fuera? —Malkom estaba fuera.
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—Creo que yo prefiero el túnel —contestó Lanthe—. Los vrekeners odian estar bajo tierra. A pesar de que Malkom la había amenazado, a Carrow le resultaba difícil abandonarlo y no dejaba de mirar por encima de su hombro. «Volveré a encontrarle.» Cuando Ruby estuviera a salvo. —Pues entonces, vamos. Rápido. —Cogió a la niña en brazos—. ¿Estás lista pequeña? —Cuando ella se mordió el labio inferior, Carrow añadió—: Es una suerte que Lanthe y yo estemos aquí, si no tus amigas jamás te creerían. —Se morirán de envidia —añadió Lanthe. —Allá vamos, peque. —Carrow la abrazó con fuerza y le colocó una mano en la cabeza para protegerla—. A la una, a las dos y a las tres. —Y echó a correr con la hechicera pisándole los talones. Les iba cayendo polvo, pero Carrow mantuvo la cabeza agachada y los pies en marcha. —¡El aire es cada vez más fresco! —gritó—. ¡Ya casi hemos llegado! Otro pequeño terremoto la hizo tropezar pero consiguió no perder el equilibrio. —Por los pelos. El grito de Lanthe resonó por todo el túnel. Carrow se detuvo y giró a toda velocidad para regresar a la última curva por la que habían pasado. El vrekener tenía a Lanthe cogida por un tobillo y la estaba arrastrando de nuevo hacia el humo. La hechicera le daba patadas y se resistía, clavando las garras en la arena. Había perdido la espada. —¡Suéltala, Thronos! Éste extendió las alas amenazadoramente y ocuparon todo el túnel. No llevaba collar. Carrow dejó a Ruby en el suelo colocándola bajo una especie de tejadillo. —¡Quédate aquí! —le ordenó, y corrió a ayudar a Lanthe. Pero antes de que pudiera llegar a donde estaba su amiga, el vrekener le dio un empujón con una de sus garras aladas y la lanzó al suelo. Carrow volvió a ponerse en pie y desenfundó el espadín. Thronos quiso empujarla de nuevo, pero ella esquivó el golpe y se colocó bajo el ala, pensando que allí estaría más a salvo. Levantó el espadín y lo clavó en la piel de esa zona, que era más sensible.
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La sangre salió a borbotones y él rugió de dolor soltando el tobillo de Lanthe para poder quitarle el espadín. Carrow cogió a la hechicera de la mano y la ayudó a levantarse. Pero antes de que ésta volviera a tenerse en pie, Thronos lanzó el espadín y, con la mano cubierta de sangre, volvió a retenerla por la pierna. Tiró de ella, pero Carrow no la soltó de la mano. —¡Salva a Ruby! —gritó Lanthe cuando hubo otro temblor. —Os salvaré a las dos. Se produjo un ruido ensordecedor y empezaron a caer rocas del techo, cubriendo el espacio que había entre Carrow y Ruby. —¡Crow! —gritó la niña—. ¿Dónde estás? Ella estiró el cuello lo máximo posible. Apenas podía oír a Ruby. —¡Voy en seguida! Volvió a centrarse en su amiga, pero Lanthe le soltó la mano. —¡Salva a tu cría! ¡Yo estaré bien! El humo se espesó y el edificio empezó a desmoronarse. —¡Crow, date prisa! —Lo siento, Lanthe —susurró al ver que el vrekener la arrastraba hacia la oscuridad. Con el corazón en un puño, Carrow corrió a toda velocidad hacia las piedras que la separaban de Ruby y empezó a cavar frenética. —¡Estoy aquí, pequeña! ¡Aguanta! Aunque consiguió mover las rocas más pequeñas, con las grandes le fue imposible; lo intentó una y otra vez, pero no le sirvió de nada. Se acordó del espadín y fue a buscarlo para hacer palanca. Nada. Por una estrecha grieta, Ruby consiguió pasar la mano. Carrow se agachó para entrelazar los dedos con los suyos. —¡No me dejes, Crow! —Jamás te dejaré! ¿Me oyes? Pero tengo que soltarte la mano para ver si encuentro algo con lo que pueda hacer palanca. —Como una tubería o una lanza—. En seguida vuelvo.
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—¡Noooo! —gritó la niña, aferrándose a su mano hasta clavarle las uñas. Carrow contuvo las lágrimas y se obligó a soltarse, a pesar de que Ruby seguía gritando. —¡No, Crow, no, no, no! —Empezó a hiperventilar—. Por favor, por favor, no me dejes. Me portaré bien, ya no volveré a cantar... —Respira, peque. ¡En seguida vuelvo! —Crow, por favor —suplicó llorando, mientras movía la mano a ciegas. Carrow se secó las lágrimas y se puso en pie. —Volveré a buscarte, te lo juro. La mano de Ruby cayó inerte y la niña se quedó en silencio. —¡Oh, Ruby, no! —Carrow se quedó paralizada de miedo, consciente de que no podía hacer nada para ayudarla. «No puedo ir con ella, sólo hay un modo de llegar...» La mente se le quedó en blanco, pero luego consiguió dar un paso atrás, hacia el almacén. Corrió como alma que lleva el diablo, más rápido de lo que había corrido jamás y atravesó el túnel.
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CAPÍTULO 32
Entre una miríada de olores que lo confundían, Malkom por fin detectó el de Carrow y lo siguió hasta un pasillo que terminaba en una habitación con paredes de madera. Oyó un ruido procedente de la habitación contigua y se metió dentro. La bruja estaba allí. Estaba arrancando la barandilla de la escalera y apretaba los dientes, como si tuviera que recurrir a todas sus fuerzas para hacerse con ella. Él podría arrancarla con una sola mano. ¿Para qué quería aquel trozo de metal? Se le acercó sin hacer ruido. Más cerca... Se preparó para cogerla. —¿De verdad creías que no te encontraría? —La atrapó entre sus brazos. —¡No, no! —gritó ella oponiendo resistencia. —¡Cállate! —gritó él. «Perderé el control.» La sangre, las peleas, los gemidos. Aquella carnicería sin sentido... —¡Malkom, tienes que soltarme! —Estaba histérica y gritó a pleno pulmón hasta quedarse sin fuerzas. —Hiciste un juramento —dijo él con la respiración entrecortada—, un juramento que nunca tuviste intención de cumplir. —Uno de los pechos de Carrow le rozó la palma, y su trasero se movía contra su erección. «Levántale la falda y poséela contra la pared, coge lo que es tuyo»—. Pero ahora vas a cumplirlo. —No... no lo entiendes, en... en el túnel. —¡Eres una mentirosa! —Le sujetó la melena con uno de los puños—. No me digas nada.
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Por fin iba a vengarse. La aplastó contra la pared y notó que el pulso de la bruja le latía nervioso en el cuello. Ya podía oler la sangre. ¿Cómo? «No importa.» Agachó la cabeza hacia un lado y le levantó el collar. «La sed de sangre... no puedo seguir luchando contra eso.» Con un gemido, hundió los colmillos en la piel de Carrow y suspiró. «Cercanía. Es mía. Mi mujer.» Con cada gota que bebía, sus heridas iban sanando. Pero los acelerados latidos del corazón de ella lo pusieron más frenético y la mordió con más fuerza, con mayor frenesí. Hasta que notó que lloraba. Malkom se detuvo. Carrow estaba llorando, podía sentirlo a través de los colmillos. Nunca antes había llorado al enfrentarse al miedo o al dolor. Sólo se había enfadado cuando Ronath le clavó la lanza. En cambio, ahora, estaba llorando. Atónito, dejó de morderla y le dio media vuelta para mirarla. —¡Dé... déjame! —Trató de apartarle la cara, pero tenía los dedos ensangrentados. ¿De cavar?—. ¡Por todos los dioses, tienes que dejar que vuelva al túnel! ¿Qué era tan importante? Malkom no permitiría que Carrow tuviera nada que quisiera con tanta desesperación, se lo quedaría, fuera lo que fuese, y sin ningún escrúpulo evitaría que ella lo tuviese. Su venganza acababa de empezar. La cogió en brazos y la pegó contra su pecho. —Por... por favor, Malkom —susurró ella, y escondió el rostro bañado en lágrimas contra el torso de él. Lo abrazó. Y él la odió por ello, por fingir que lo quería, por recordarle lo que había perdido. —Llévame al túnel. Ayúdame... Malkom destruiría lo que ella tanto quería. Lo mataría igual que Carrow había matado todos sus sueños. En cuanto entró en la oscuridad, ella suspiró aliviada. —Gracias, gracias —murmuró una y otra vez. «No me engañarás por mucho tiempo, bruja.» Avanzó hasta encontrarse con un muro de piedras. Olió la sangre que manchaba varias de ellas. La sangre de Carrow. De detrás de las piedras, salía una mano pequeña. Parecía la de una niña, suave, delicada, sin garras. Inerte. «Indefensa.»
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Malkom se sorprendió tanto, que cuando Carrow volvió a moverse la dejó en el suelo. Ella corrió en busca de esa mano y la apretó entre las suyas. —¡Ruby, aguanta, pequeña! —suplicó llorando. «Ruby.» Recordó los sueños de ella. «Piensa en Ruby.» En aquel instante lo entendió todo. Aquellos mortales habían hecho prisionera a su hija y la habían obligado a obedecerlos. Carrow había tratado de explicárselo, había llorado cuando lo traicionó. No había tenido elección. El odio tan amargo que lo había alimentado hasta entonces empezó a desaparecer. «Lo nuestro no ha terminado.» Ella se dio media vuelta y, con lágrimas en los ojos, le pidió: —Malkom, ayúdanos, por favor. «Ella confiará en mí y yo me ocuparé de todos sus problemas...»
El demonio se irguió imponente delante de ella, sus músculos crecieron y se tensaron. Hacía apenas unos instantes. Malkom parecía estar al borde de la locura: un auténtico vampiro caído. Ahora en cambio estaba centrado y decidido. —Es sólo una niña, ni siquiera tiene ocho años —susurró Carrow—. No puedo sacarla de ahí. Necesito que la salves. Los ojos negros del demonio parpadearon. —Por favor, Malkom. Por favor. Al oír esas palabras, atacó las rocas como si fueran su mortal enemigo. Cavó hasta que también a él le sangraron los dedos. Otro temblor sacudió el túnel. —Date prisa, demonio. No tardó en hacer un agujero en el muro de piedras, y Carrow se deslizó por él en busca de Ruby. «¿Está inconsciente?» Le colocó la oreja en el pecho y luego en la boca. Respiraba bien y el corazón le latía con normalidad. Le inspeccionó la cabeza en busca de alguna herida y no encontró ninguna.
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—Ah, por todos los dioses, sólo se ha desmayado. Estará bien. Miró a Malkom como el héroe que era y con toda la gratitud que sentía. —Ahora lo entiendes, ¿no? Él asintió. Con la mano que tenía libre, Carrow le cogió la nuca para acercarlo a ella y darle un beso lleno de lágrimas. —Lo siento tanto... —le dijo pegada a sus labios. Cuando Malkom se apartó, con la mirada le dijo lo que pensaba: «Más tarde terminaremos lo que hemos empezado». Y ella no tenía nada que objetar. Otra explosión sacudió el edificio. Miraron el techo. —Aquí no estamos a salvo. —dijo él. Y antes de que ella pudiera siquiera parpadear, cogió el espadín del suelo y se lo guardó en la funda—. Tenemos que salir de aquí. —Te sigo —dijo Carrow cogiendo a Ruby en brazos. Malkom la rodeó por el hombro y, con el camino de la salida cortado, los guió a los tres hacia la entrada del túnel. De nuevo en la laberíntica cárcel, Carrow buscó a Lanthe y a Regin por todas partes. Gritó sus nombres, pero no obtuvo respuesta. También mantuvo los ojos bien abiertos por si veía a Ember y la mano de Fegley. Pero el caos había ido a peor. Las llamas ardían por todas partes. Los científicos humanos gritaban por doquier; había criaturas alimentándose de ellos, gouls infectándolos. Unos soldados, o algo por el estilo, atacaron a Malkom, pero él los redujo y protegió a Carrow y a Ruby todo el rato. En cuanto pasaron por delante del almacén, Carrow vio a dos duendes que le sonaban de haberlas visto un par de veces en Nueva Orleans. Una era alta y delgada, la otra bajita y voluptuosa. Ambas acababan de prepararse una mochila llena de provisiones. Al recordar lo mal equipada que había ido a Oblivion, Carrow se detuvo. Sabía que la isla tenía un clima muy lluvioso, y se había jurado a sí misma que jamás volvería a estar a merced de los elementos. Y, además, ahora, tenía que cuidar de una niña pequeña.
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Pero no tenía tiempo de prepararse una mochila a medida, y las duendes ya se habían quedado con lo imprescindible. Malkom se dio la vuelta para ver qué la había detenido. —Necesitamos esa mochila —le dijo Carrow sin darle más explicaciones. El demonio fue hacia las dos duendes y les dijo en inglés con acento demoníaco: —Vuestra mochila. Dádmela. —¡Ni hablar! —contestó la alta—. Vete al infierno... —Se detuvo en cuanto Malkom le enseñó los colmillos—. Claro —se corrigió y le pasó la mochila—. Toda tuya. Carrow le dio a Malkom unos golpecitos en el hombro. —También necesitamos el jersey que lleva ésta y el impermeable de la otra. Él chasqueó los dedos. —¡Esto no está bien, bruja! —se quejó la bajita mientras se quitaba el jersey—. Se supone que somos aliadas. —Lo siento, pero tengo una niña a mi cargo. Malkom metió las prendas de ropa en la mochila y se la colgó del hombro, luego volvió a proteger a Carrow y a Ruby con su cuerpo. «Podría acostumbrarme a esto de tener un demonio.» En el siguiente pasillo, Carrow vio la siniestra cola de la Dorada dirigiéndose en una dirección, así que le indicó a Malkom que fueran por la contraria. Por fin vieron la salida: un agujero, resultado de una explosión. Carrow dudó un segundo y buscó a sus amigas con la mirada. Estaba muy preocupada por ambas; a Regin la habían torturado, y a Lanthe secuestrado. —¿Lanthe? —gritó—. ¿Regin? No obtuvo respuesta. Sólo sonidos de batalla que iba acercándose. La voz de Malkom resonó tras ella. —Tenemos que sacar a tu hija de aquí. Un golpe... «Podría matarla.» —Tienes razón, vámonos —convino dándose media vuelta. Fuera, en medio de la noche tempestuosa, se estaba produciendo una mini Ascensión. Y los de su bando tenían la desventaja de llevar los torquímetros puestos.
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¿Por qué se había soltado el de Malkom? Él no tenía nada de maléfico. Tan pronto como pusieron un pie fuera, él se quedó petrificado. «El demonio nunca ha visto llover.» —No pasa nada, Malkom. Era normal que se asustara al ser la primera vez. Carrow le puso una mano en la espalda y él se tensó y parpadeó varias veces. —Te acostumbrarás, demonio. Pero ahora tenemos que ponernos en marcha. La tierra alrededor del edificio cedió un poco. —Por ahí —señaló ella, con la esperanza de poder llegar a la playa. Descendieron por senderos traicioneros. Había abetos espinosos ocultos entre rocas puntiagudas, troncos de árboles caídos que les entorpecían el paso. El hedor de la descomposición los perseguía. En cuanto ganaron algo de distancia, el sonido de los gritos de los humanos y de los gemidos de los gouls, hizo que Carrow volviera la vista hacia su antigua prisión. Bloques de cemento salían volando por los aires igual que en un tornado, dando vueltas alrededor de una creciente masa rocosa que se elevaba del suelo. Cortesía de Portia. Las llamas de Ember quemaban incluso bajo la lluvia. Los rayos iluminaban el paisaje, dando un aspecto fantasmal a la ya bizarra escena. Carrow oyó una voz femenina gritar: —¡Vamos! ¡Pitos fuera! —¿Aquélla era Regin? ¿O se estaba imaginando cosas?—. ¡Voy a dejaros bien preparados! —Carrow no lo tenía muy claro. En cualquier caso, que los dioses ayudaran a Declan Chase si la valquiria lo pillaba. Carrow entrecerró los ojos y pensó que era imposible que estuviera viendo bien. ¿Aquella con capa que iba hacia la batalla era Nïx? Se derrumbó otra sección del muro exterior. Y vio salir una oleada de criaturas: centauros, kobolds, zombis. Igual que hormigas huyendo de un hormiguero, cientos de gouls escaparon de la prisión. —Oh, Hécate, no —susurró, al ver cuántos eran—. Tenemos que poner algo más de distancia entre ellos y nosotros —le dijo a Malkom—. Pongámonos en...
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El suelo se abrió bajo sus pies, y, en cuestión de segundos, lanzó a Ruby a los brazos de Malkom. Éste la cogió al vuelo y trató de sujetar también a Carrow; pero ella estaba deslizándose por la oscuridad. —¡Mantenla a salvo! —gritó al caer al vacío.
Malkom estuvo a punto de saltar tras su esposa, pero la niña que llevaba en brazos lo contuvo. «¿Carrow me ha confiado a su hija?» Tenía que encontrarla sin que la niña sufriera daño. Si resbalaba, si la apretaba demasiado fuerte... A diferencia de la bruja si le rompía los huesos, la pequeña no podría regenerárselos. Acunó a la niña contra su pecho y siguió a Carrow. Corrió tan rápido como se atrevió, saltando de roca a roca manteniéndose firme. Él jamás había tenido a un niño en brazos, y aquélla era tan frágil. «Tengo que mantenerla a salvo.» Era la cría de la bruja, la razón por la que ella lo había traicionado. Llovía a cantaros, caían rayos por todas partes. Malkom sintió retumbar un trueno en su estómago. Las gotas de agua lo incomodaban, le entorpecían la visión. Sacudió la cabeza y aguzó el oído en busca de Carrow. Estaba perdiendo su olor en medio de aquel caos de esencias, de la naturaleza que emanaba de los seres vivos. Allí todo estaba vivo. Lo que significaba que, potencialmente, todo podía ser una amenaza. Mientras corría, observó el rostro pálido de la pequeña y recordó el anhelo que sentía la bruja por ella. «Piensa en Ruby»... No había querido traicionarlo. Lo único que quería era recuperar a su hija. «Y ahora me ha confiado su tesoro.» Levantó la vista y se quedó petrificado y sin respiración; el agua alcanzaba hasta donde veían sus ojos. Sólo había un acantilado encima de aquello que debía de ser el océano. No podía permitirse el lujo de quedarse embobado. «Tengo que encontrarla.» En ese instante, la niña se despertó y empezó a forcejar. Malkom abrió los ojos asustado. «¿Qué diablos hago ahora?»
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Algo detuvo a Carrow de golpe y el impacto la lanzó de bruces en un charco de barro. Se lo quitó de la cara como pudo y se puso en pie sin tener ni idea de adónde iba. Escudriñó la zona para situarse. Los árboles eran muy altos y el bosque la rodeaba por todos lados. Por encima del sonido de la tormenta apenas podía distinguir el de las batallas. ¿Había ido a parar muy lejos? ¿Debería intentar subir cuando lo más probable era que el demonio estuviera ya bajando? Llamarlo podría suponer un riesgo —quizá la oirían otras criaturas—, pero se arriesgó. —¿Malkom? Los vientos huracanados ocultaron su voz. Empezó a preocuparse. ¿Podría cuidar de Ruby sin hacerle daño sin querer? —¡Malkom! —Esta vez oyó que algo se movía entre los arbustos. Los helechos más cercanos se separaron—. ¿Demonio? Unos ojos amarillos la miraron. Gouls. Salieron de su escondite y se dirigieron hacia ella. —Estoy tan harta de esto —farfulló, al echar a correr hacia el bosque. Los gouls la siguieron, tropezándose con los arbustos. En seguida tuvo la sensación de que había corrido kilómetros. ¡Así que tan grande era la condenada isla! Vio un árbol caído que le pareció familiar. Luego una roca también le sonó. «¿Estoy dando vueltas?» ¡Hijos de puta! Volvía a estar en el lugar de donde había partido. Corrió en otra dirección. En cuanto oyó el ruido de las olas por encima de la tormenta, se apresuró hacia allí. Justo cuando olió la sal marina, una rama le golpeó en la cara y los ojos se le llenaron de lágrimas. Cuando volvió a ver bien, echó los brazos hacia atrás y consiguió frenarse antes de caer por el precipicio. Se detuvo tan al borde que varias rocas se despeñaron por el abismo. Aterrizaron a cientos de metros de ella, en medio de las olas sacudidas por la tormenta. ¡Acantilados! Nada de pendientes suaves que conducían a la playa, ningún puerto para que pudiesen atracar los barcos. Y detrás de ella, los gouls seguían
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acercándose. Miró de nuevo hacia el fondo del precipicio. Las olas rompían contra las rocas de abajo.
Estaba atrapada. No tenía elección. Si fuera capaz de ejecutar el salto perfecto, quizá atravesara una de aquellas olas y no se rompiera las piernas, el cuello... Pero el mar la engulliría. Un salto y una muerte casi segura, o un destino aún peor. ¿Qué haría Ripley? Carrow vio los ojos amarillos de los gouls rodeándola. Rezó una plegaria a Hécate, y se obligó a saltar al vacío.
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CAPÍTULO 33
S
—¡ é dónde están! —exclamó Mariketa, sentándose en la cama de un salto, despertando de un sueño inquieto y agotador. —¿Qué? —Bowen se sentó adormecido a su lado—. ¿Qué pasa? —¡Ha habido un estallido de poder! Energía tradicionaria. —Salió de la cama—. ¡Puedo encontrar a Carrow! Mari se había estado devanando los sesos durante días, desesperada por salvar a su mejor amiga. Había perseguido a Nïx para sonsacarle más información, pero la adivina había desaparecido. Y ahora había sentido de dónde procedía tanta energía. Cogió un espejo de bolsillo del tocador y se concentró en aquella alteración del cosmos que había sentido en sus propios huesos. Pero, como quien trata de recordar un pensamiento esquivo, no conseguía dar con la localización. Bowen se levantó y fue con ella. —Tómatelo con calma, princesa —le dijo cariñoso—. No dejaré que mires el espejo. Mariketa negó con la cabeza y, furiosa, frotó el espejo con el pulgar para ver si así conseguía traspasarse la información antes de perderla para siempre. «Casi... casi... ¡lo tengo!», suspiró aliviada. —Está pasando algo en la Tradición. Algo grande. Con mucho poder. Tiene que ser una concentración de inmortales. Tiene que ser en la isla de la Orden. —¿Por qué crees eso?
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—Nïx me dijo que podía encontrar la isla si buscaba otra cosa. En otras palabras, esta noche he encontrado la energía, en vez del lugar. —Abrazó a su marido—. ¡Lo he conseguido, Bowen! —¿Y ahora qué hacemos? ¿Cuándo nos vamos? —Bueno... —Mariketa movió los pies, nerviosa—. No se cómo traducir lo que he visto a un mapa de coordenadas. —Pero si entraba un momentito en el espejo, encontraría el modo de teletransportarlos a ambos hasta allí. Ya, bueno, se suponía que ella no podía mirar directamente ningún espejo, por eso de que corría peligro de hechizarse a sí misma. Pero de verdad que sólo sería un momento, un segundito. Ni siquiera sería una mirada completa, apenas un parpadeo. —Ni lo pienses, Mari —le dijo Bowen serio—. No dejaré que te pongas en peligro. A pesar de que ella podía recurrir a los espejos como instrumentos de información, o, dicho de otro modo, como puntos de referencia cósmicos, no podía extraer el poder latente que habitaba en ellos. La ponía de los nervios. Miró a Bowen y expresó su frustración. —Carrow es mi mejor amiga, es como una hermana para mí. Y además, no es la única que ha desaparecido. —Amanda y Ruby, las primas de Carrow, tampoco aparecían por ningún lado—. Bowen, no puedo quedarme cruzada de brazos. ¡Nïx predijo que Carrow iba a morir! —Pues también podría haber adivinado que mi guapísima pelirroja iba a quedarse hechizada. Ni hablar, brujita. Romperé todos los espejos que encuentre y te ataré a la cama, si es necesario. Era evidente que después de lo que sucedió la última vez, Bowen todavía estaba asustado. El licántropo había tenido que meterse entre Mariketa y el espejo y rescatarla, y siempre que ella insinuaba que quería intentar mirar un reflejo de nuevo, él perdía los nervios. Y sólo porque, sin querer, ella le había agujerado el cuerpo... con los ojos. —Si yo no puedo teletransportarnos allí, ¿quién lo hará? —preguntó Mari—. Tenemos que encontrar a alguien que pueda rastrear, o que pueda abrir un portal no en medio de un lugar, sino de energía. Y que además tendría que basarse en algo que he presentido en sueños. Eso sin tener en cuenta que en ese lugar correríamos el riesgo de ser capturados por unos sádicos mortales aficionados a la vivisección.
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—Encontraremos la manera, princesa. Tiene que haber alguien en la Tradición lo bastante loco como para hacerlo. No descansaremos hasta encontrarlo. Mari frunció el cejo. ¿Loco? La respuesta le vino a la mente y casi se quedó sin aliento. Ella conocía a alguien que estaba como una cabra. Y por casualidad era un inmortal que había conocido la maldad y que estaba obsesionado con algo tan intangible como el humo. Sí, no había nadie más loco que él. —¡Ah, Hécate, sé quién es la llave!
Malkom no tenía tiempo de calmar a Ruby. Y tampoco sabía cómo. —¡Suéltame! —gritó ella. Se agachó y la dejó en el suelo, aunque la retuvo por el hombro. Cuando él se incorporó, la niña se quedó atónita al ver lo alto que era. —¡Para, pequeña! —le dijo tras agacharse de nuevo para quedar a su altura. Ella empezó a darle patadas y a decir cosas que Malkom no entendió, pero distinguía «Crow» cada dos por tres. —¿Carrow? La niña dejó de atacarle la pierna. —Crow. Carrow —Lo miraba fijamente. Unos ojos verdes iguales a los de la bruja—. ¿Qué has hecho con ella? ¿Le has hecho daño? —Otra patada en la espinilla. —No le he hecho daño —le aseguró en inglés—. Pero ella está... —¡Eres Malkom! El demonio que Carrow capturó. Él arrugó el cejo. —Carrow es mía. —Se llevó un puño al corazón—. Es mi... esposa. —No tienes por qué hablar tan despacio. No soy un bebé, ¿sabes? —Al ver que él la miraba atónito, añadió—: ¿Dónde está Lanthe? —No sé quién es. Tengo que encontrar a Carrow. Tenemos que irnos ahora mismo. Ruby se cruzó de brazos. —No pienso irme contigo. Le gritaste a Crow. Le dijiste que se lo ibas a hacer pagar.
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Eso no podía negarlo. —Era verdad. Hasta que te he conocido. —No sé por qué te echa de menos. «¿Ella me echa de menos?» —Se ha caído por un agujero, Ruby. Podría estar herida. La niña abrió mucho los ojos. Y entonces giró sobre sus talones y salió disparada. Con un gruñido, Malkom la sujetó por la camiseta. —Tienes que quedarte conmigo. —Tengo que salvarla. Él la cogió en brazos y se la colocó sobre la cadera. —Y. Yo. También —pronunció con fuerza cada palabra. —De acuerdo, iré contigo. Pero si tratas de hacerle daño, te mataré. —Entendido, pequeña. En medio de todos aquellos olores, Malkom detectó el de Carrow. Y luego el de los gouls. ¿Debajo de ellos? Miró por el precipicio. Y se quedó sin respiración.
El primer paso fue aterrador, la caída aún peor. «Estoy cayendo... cayendo...» Cuando Carrow golpeó el agua, estaba tan helada que le paralizó los pulmones. Nadó desesperada por salir de las profundidades, alcanzó la superficie y tomó aire, gritando al exhalar. La ola que había amortiguado la caída volvía ahora para engullirla, alejándola de tierra firme. ¿Había oído gritar a Malkom? «¡Tienes que vivir, Carrow! —no paraba de repetirse ella en su mente—. Ruby te necesita.» Empezó a nadar con las fuerzas que le quedaban, pero sólo consiguió mantenerse a flote. El agua salada hizo que le escocieran las heridas de los dedos, hasta que perdió la sensibilidad al quedarse helada. Le castañeteaban los dientes, los músculos se le estaban adormeciendo. No podía nadar contra la resaca. ¿Iría a la deriva? Si la isla estaba de verdad a miles de kilómetros de cualquier parte, ¿flotaría durante días hasta que alguien la encontrase? ¿Meses?
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Siendo inmortal como era, no moriría de inanición. Pero los tiburones eran ya otra cuestión. «Que esos rumores no sean verdad, por favor.» Oyó que algo se movía detrás de ella. ¡Ah, por todos los dioses, no! Los gouls también habían saltado al agua y los arrastraba la misma corriente. Iban paralelos a la costa. Aquellos canallas nadaban con torpeza y gemían al mismo tiempo. De repente, se dieron cuenta de que ella también estaba allí. Eran tan estúpidos que prefirieron perseguirla en vez de ponerse a salvo. La lluvia y las olas caían a su alrededor, y los gouls consiguieron acercarse. El más grande le enseñó las uñas. Ella dio una patada justo a tiempo. «¡Tienes que vivir, Carrow!» Otro ataque, otra escapatoria por los pelos. Una aleta pasó por su lado. Una segunda la siguió. ¿Los rumores eran ciertos? Los tiburones no tardaron en rodearlos. El goul más grande desapareció ante los ojos de Carrow; se lo tragaron las profundidades. ¿Era un tiburón lo que nadaba por debajo de ella, mirándole las piernas? Apenas podía mantenerse a flote con la cabeza por encima del agua, pero se obligó a quedarse inmóvil. Cuando el tiburón le dio un golpe, consiguió no gritar y seguir quieta. Su estrategia funcionó; se mecía tranquilamente en el agua mientras los gouls iban desapareciendo uno tras otro. Pero la orilla todavía seguía muy lejos, y no podía correr el riesgo de nadar hacia allí. Aunque llovía a cántaros y las gotas le caían en la cara, y a pesar del peligro que la acechaba, a Carrow empezaron a pesarle los párpados. Sólo flotaba... aturdida. Con el tiempo, dejó de tener frío, sólo tenía sueño. «Hipotermia.» Perdió la batalla contra sus ojos y los cerró. «Los cerraré sólo un momento.»
Malkom la vio saltar por el precipicio y que el agua la engullía como una boca gigante. Se le paró el corazón cuando vio que los gouls saltaban tras ella. Y él no podía seguirla, no mientras tuviera a la pequeña consigo. Con la niña sujeta sobre su costado, corrió camino abajo siguiendo el sonido del agua.
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Corrió y rezó. —¡Date prisa, demonio! Llegó al lugar donde rompían las olas y dejó a Ruby en el suelo para acercarse un poco más. El agua golpeaba las rocas provocando un ruido ensordecedor, e iba y venía como un espectro furioso. No podía ver a Carrow. —¡Está allí! ¡Detrás de las olas! —señaló la niña— ¡Ve a buscarla, Malkom! «No sé nadar.» Pero cuando vio a su amada inerte en el agua, se lanzó a las profundidades. El suelo desapareció y él movió frenético piernas y brazos para mantenerse a flote. Tragó agua y tosió. «No puedo respirar...» Se mareó y se le nubló la vista. Sacudió la cabeza con fuerza y le volvió a suceder. Pero esa vez consiguió acercarse un poco más a Carrow. Notó el extremo de la melena de ella en la punta de los dedos y vio que una aleta aparecía en la superficie. La cogió del pelo y trató de sujetarla mientras, frenético, movía el otro brazo para mantenerlos a los dos por encima del agua. «¿Cómo hago para regresar a tierra firme?» Otra aleta emergió y se sumergió. Unas criaturas los estaban rodeando, lo que significaba que eran unos depredadores. Lo que significaba que tenían colmillos o garras, o ambas cosas. Malkom zarandeó a Carrow. —¡Despierta! —¿No respiraba?—. ¿Bruja? Una de aquellas cosas se metió entre los dos y lo embistió con la fuerza de un gotoh. Otro golpe estuvo a punto de conseguir que soltase a Carrow, pero Malkom la sujetó de nuevo por el brazo. El siguiente golpe los sumergió a ambos. Los pies de él tocaron el suelo durante un breve instante. Luchando contra sus propios instintos, Malkom se hundió en medio de aquellas criaturas, y, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo, cogió impulso y salió propulsado hacia las olas, que lo lanzaron a la orilla, lejos de sus atacantes. Una vez en tierra firme, cayó de rodillas junto a Carrow y bajo la cabeza hasta el pecho de ella. —¡Carrow! —Ella seguía sin respirar. No le latía el corazón—. ¡No, no! —No podía morir así.
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«Ya está muerta.» Malkom lo sabía, podía verlo, podía sentir que ella ya se había ido. Pero la bruja era inmortal, así que reviviría. ¿No? «¿Y qué diablos sé yo de brujas?» No tenía ni idea de si las de su especie resucitaban. —¡Carrow, despierta! —Tenía los labios azules, la cara cenicienta. La marca del mordisco de él destacaba en medio de su cuello—. ¡Despierta, bruja! —«No puedo volver a perderla.» La cogió por los hombros y la zarandeó hasta que la cabeza le cayó hacia atrás. —¡Respira! —gritó furioso. De la boca de Carrow salió agua—. ¡Vuelve, ara! —La cogió en brazos y la recostó contra su torso. Le apartó el pelo de la cara—. Te lo suplico, Carrow... La niña le estaba golpeando el brazo. —¡Insúflale aire en la boca! —le gritó. ¿La había oído bien? Desesperado, colocó los labios encima de los de su compañera y lo hizo.
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CAPÍTULO 34
La oscuridad retrocedió en cuanto el aire le llenó los pulmones y empujó el agua hacia arriba. «Tengo los pulmones demasiado llenos, no puedo...» Abrió los ojos. ¿La boca de Malkom estaba encima de la de ella? Lo apartó y se sentó para escupir el agua de mar. Él le frotó la espalda con la mano para ayudarla, y la respiración entrecortada de Carrow siseó por la playa rocosa. La sal le escocía en los ojos, y le castañeteaban los dientes, pero estaba viva. —¿Ru... Ruby? ¿Dónde está? La niña corrió a sus brazos. Estaba consciente, a salvo. —¿Estás bien, Crow? Ella la abrazó con fuerza y se estremeció aliviada. Por encima de su hombro, buscó la mirada del demonio. —Malkom te ha protegido. —Y vocalizó sin producir ningún sonido—: Gracias. Él apartó la mirada, incómodo con su gratitud. Luego se tensó, se le oscurecieron los ojos y se le alargaron los colmillos. Los gouls que habían sobrevivido al ataque de los tiburones estaban llegando a la orilla. El demonio se puso en pie y rugió hasta que a Carrow le dolieron los oídos. Sorprendentemente, los gouls se asustaron y volvieron a meterse en el agua. Carrow recordó que en Oblivion esos bichos también le habían tenido miedo. Nunca había conocido a un inmortal capaz de asustarlos.
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El monstruo al que temían los monstruos. Ella y Ruby lo miraron atónitas. —Los ha asustado, Crow —susurró la niña en voz alta. —Ya lo he visto, cariño. La pequeña estaba empapada y temblando. Aunque Carrow apenas podía tenerse en pie, sabía que tenía que hacerlo. Debían seguir adelante. «Tengo que protegerla.» ¿Adónde podía llevarla? Se secó la cara con el antebrazo y entrecerró los ojos para ver por entre la incesante lluvia. La playa rocosa formaba parte de una pequeña cala rodeada por un bosque. Los picos de las montañas se elevaban en el horizonte. —Tenemos que ponerla a cubierto y hacerla entrar en calor —le dijo a Malkom—. Está helada. ¿Nos ayudarás? Él asintió.
Como en todo lo que tenía que ver con Carrow, los pensamientos de Malkom estaban hechos un lío. Ella le había pedido que las llevara a algún lugar seguro, pero él no conocía aquellas tierras. Siguiendo la fuerza de la costumbre, buscó el punto más elevado y durante más de una hora las guió hacia allí. Desvió la mirada hacia su compañera; estaba acariciándole el pelo a la niña y murmurándole palabras de cariño para tranquilizarla. La pequeña parecía una versión en miniatura de ella, una muñeca hecha a su imagen y semejanza, una deela. Él se había ofrecido a llevarlas a ambas en brazos, pero Carrow insistió en ser quien llevara a Ruby, con la excusa de que la niña se alteraría. ¿Alterarse? Malkom sí que estaba alterado después de haber visto a su esposa muerta y tan pálida. El corazón le había dejado de latir. No respiraba... hasta que le devolvió la respiración con la suya. Era lo mínimo que podía hacer, ya que ella había hecho lo mismo por él. Antes, cuando había comprendido que Carrow no había querido traicionarlo, se sintió muy aliviado. La ira era como una soga que lo ahogaba, y de repente ésta se aflojó. Pero ahora que había tenido tiempo de asimilar las cosas, se preguntaba si podía confiar en ella. Aunque entendía por qué lo había hecho, la verdad seguía siendo que
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lo había conducido hasta lo que habría podido ser una muerte segura. Su rencor volvió a crecer. Una gota de lluvia le cayó en la cara. El lugar al que Carrow lo había llevado era un mundo verde y lleno de agua. Las leyendas eran ciertas. Pero a pesar de estar rodeado de aquellas maravillas, Malkom no podía apartar la mirada de la bruja. Se la veía exhausta, pero no paraba de sonreír ni de hablar con la niña. —¿Crees que tus amigas se creerán que has visto tiburones? «Tiburones.» Poderosas bestias que habitaban en el agua. Él le había preguntado a Carrow si había criaturas tan fuertes en la tierra, y ella le contestó que, en principio, allí sólo debería haber los miembros de la Tradición que habían estado encerrados en la cárcel. Pero cuando añadió que él era mucho más fuerte que cualquiera de ellos, Malkom estuvo de acuerdo. Él podía proteger a las dos brujas de todos aquellos seres, a no ser que todos ellos unieran sus fuerzas. Ruby susurró algo al oído de Carrow: —¿Por qué Malkom no sabe nadar? Todo el mundo sabe hacerlo. Ella se tropezó, consciente de que el demonio podría oírlas a un kilómetro de distancia, y sólo estaban a medio metro. —Bueno, Malkom es de un lugar donde hay muy poca agua, así que nunca ha tenido la necesidad de aprender. La niña bostezó y se olvidó del tema. —¿Nos vamos a casa? —Haremos todo lo posible por llegar allí, te lo prometo. A casa. ¿Con el padre de la niña? En ese instante, Malkom cayó en la cuenta de que Carrow debía de tener pareja: el padre de su hija. Una cosa era saber que había estado con otro, pero tener la certeza de que uno la había dejado embarazada era demasiado. Los celos lo quemaron por dentro, y apretó tanto los puños que le sangraron las palmas de las manos. Quería odiar a la hija de ese hombre. Pero no podía. La pequeña le recordaba demasiado a cómo habría sido Carrow de pequeña.
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«¿Las he salvado para devolvérselas a otro?» ¿A uno que no las había protegido de la Orden? ¿A uno que le había dado a Carrow aquella niña que tanto adoraba? A uno que las querría de vuelta. Le crecieron los colmillos. Quienquiera que fuera, iba a morir.
En cuanto a Carrow se le pasó el aturdimiento causado por el agua helada, el dolor que sentía por todo el cuerpo y en las destrozadas puntas de los dedos se volvió insoportable. Tenía las botas tan empapadas que los pies le pesaban, y notaba las piernas como si fueran de gelatina. Pero a pesar de todo, seguía llevando a Ruby en brazos y trataba de seguirle el ritmo a Malkom. La pequeña se estaba quedando dormida: levantaba la cabeza, asustada, de vez en cuando, pero en seguida volvía a apoyarla en el hombro de Carrow y cerraba los ojos. La batalla continuaba a lo lejos, el ruido de las explosiones y la luz que irradiaba de éstas todavía estaban presentes en el aire, y el suelo seguía temblando bajo sus pies. Grupos de criaturas pasaban demasiado cerca de ellos para su tranquilidad, aunque seguramente sólo estaban merodeando. No se encontraron con ninguno de los aliados de las brujas. Estaba cayendo la niebla. La tensión entre el demonio y Carrow era palpable. «¿Qué pensará Malkom de todo esto?» Los músculos de éste se tensaban debajo de la camiseta negra. Carrow se había percatado de que llevaba ropa nueva y de que casi le habían vuelto a crecer los cuernos. Sus heridas iban desapareciendo. «Precioso y valiente héroe.» Él había hecho referencia a la promesa de ella sobre tener relaciones sexuales. ¿Querría hacerlo esa misma noche? Carrow sabía que las cosas entre los dos no volverían a ser como antes de inmediato. Pero creía que cuando Malkom supiera por qué lo había traicionado, la entendería y su resentimiento desaparecería. Al parecer, lo había enterrado momentáneamente, pero justo ahora salía a la superficie. Ruby se quedó dormida y así siguió durante el resto del trayecto. Los brazos le cayeron sin fuerza y apretó la cara contra el hombro de Carrow.
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Ésta esperó unos minutos y luego susurró: —Gracias otra vez, Malkom. Al cabo de un rato, él le respondió en inglés: —Deberías habérmelo dicho. —¿Cómo? Además, no tenía idea de cómo reaccionarías. Si te hubieras negado... —Sabías lo que sentía por ti. En esa época probablemente habría hecho cualquier cosa que me pidieras. «Lo que sentía.» «En esa época.» Pasado. —Nunca quise hacerte daño, pero la vida de Ruby corría peligro. No podía arriesgarme a perderla. Y, por si sirve de algo, los de la Orden me prometieron que nos liberarían. —Le miró a los ojos—. Y yo juré que regresaría a buscarte. —¿Y debería creerte? —preguntó él como si quisiera hacerlo. —Te lo creas o no, te aseguro que no habría descansado hasta liberarte. Malkom apartó la mirada. —¿Para qué me querían esos mortales? —Supongo que porque eres único en la Tradición. —¿Y qué pretendían de mí? —Los humanos quieren entrar en guerra con nosotros, eliminar a los inmortales de la faz de la Tierra. Sabemos muy poco acerca de ellos. A mí me capturaron hace tres semanas. —Le has dicho a la niña que intentarías llevarla a casa. ¿Dónde está casa? —En un lugar llamado Nueva Orleans. Supongo que muy, muy lejos de esta isla. —Isla —repitió él pensativo—. Porción de tierra rodeada de agua por todas partes. ¿Cómo de grande es la extensión de agua? ¿Podemos cruzarla a nado? —No. Es mil veces más grande que tu montaña. Él la miró incrédulo. —Es verdad... —Al oír lo que parecía un motor en marcha, Carrow levantó la vista y se tapó la frente con una mano para protegerse los ojos de la lluvia. Vio una avioneta con hélices y le dio un vuelco el corazón. «Ahí va nuestra vía de escape.»
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Demonios alados atacaron la avioneta en el aire. Docenas de ellos, todos miembros del Pravus, destrozaron el fuselaje y el aparato cayó en picado hacia el mar, donde se estrelló convertido en una bola de fuego. —Bueno, por ese medio no podemos huir. —Se mordió el labio inferior. Pero tenían que salir de allí. A pesar de que con Malkom se sentía a salvo, seguía habiendo muchos peligros. Él podía derrotar a varios oponentes, pero quizá no pudiese vencer a docenas de demonios a la vez, y menos si éstos podían rastrear. En otras palabras, su vida corría tanto peligro ahora como cuando estaban en la cárcel. Y seguro que la Orden mandaría refuerzos. A juzgar por lo que Fegley había dicho, aquella organización de mortales era mucho más grande de lo que ella había sospechado. No iban a entregar su isla sin más. ¿Y qué era lo peor de todo? Que la Dorada todavía estaba allí. —Tenemos que irnos de aquí —dijo Carrow. —¿Tu gente no vendrá a buscarte? —Quizá. Si saben dónde estamos. Creo que la cárcel, o incluso toda la isla, tienen un hechizo para impedir ser descubiertas —contestó—. Pero con tanto poder suelto, y habiendo tantos inmortales en activo en el mismo lugar, probablemente alguien del aquelarre consiga localizarnos. —¿Por qué seguís llevando los collares tú y la niña? —No se abrieron. Sólo lo hicieron los de nuestros enemigos. Y los de las criaturas malvadas. Y al parecer el tuyo. Quizá porque eres un dempiro, no sé. —¿Tan segura estás de que no soy malvado? —Sí, lo estoy. Malkom entrecerró los ojos. —En Oblivion llevabas el collar. ¿Por qué pudiste hacer magia? —Lo desactivaron mientras estuve allí. —Claro —dijo él furioso. —Malkom, tienes que saber que yo... Pero el demonio levantó una mano y le indicó que se callara. —Huelo a comida —dijo en voz baja.
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De repente, Carrow se dio cuenta de que estaba hambrienta. —Vamos. —Malkom siguió el olor y las guió colina abajo, cerca del agua. No tardaron en ver una luz en la distancia. Una antigua cabaña de madera oculta entre los árboles. El humo salía en espiral por la chimenea de piedra. ¿Era propiedad de la Orden? ¿Algún tipo de estructura auxiliar? A través de la sucia ventana, Carrow podía distinguir unas siluetas moviéndose. Al parecer, en la casa había tres ocupantes. —Espérame aquí —le dijo Malkom antes de entrar. Y ella observó atónita cómo el demonio desahuciaba sin más a los inquilinos, que al parecer eran dos mutantes y una ninfa. A los mutantes los lanzó por la puerta, y la ninfa los siguió asustada. Los tres estaban desnudos, seguramente habían estado haciendo marranadas antes de que él los interrumpiera. A pesar de que Malkom veía a la ninfa tal como vino al mundo, no le afectó lo más mínimo, y de pie en el umbral le hizo una señal a Carrow para que se acercara. Ella corrió a refugiarse y volvió a pensar: «Podría acostumbrarme a tener un demonio». Las paredes exteriores estaban hechas con tablones de cedro, y del techo del porche colgaban utensilios y pinzas de metal. El marco de la puerta estaba decorado con un arpón. ¿Era la cabaña de unos balleneros? El interior era rústico y estaba lleno de telarañas, como si fuera un lugar abandonado. Delante de la chimenea de piedra había una alfombra raída. La ropa de los tres inquilinos anteriores estaba esparcida por todas partes. En una olla sobre el fuego había una liebre. —¿Malkom? —¿Dónde se había metido? Lo encontró en la habitación contigua. Era una estancia más pequeña y en ella había una mecedora cubierta de polvo y dos camas espartanas pegadas a la pared. No tenían colchones, y los somieres no eran de madera, sino de cuerda. Malkom estaba colocando una manta encima de una, y le indicó que acostara allí a Ruby. Había dejado la mochila de la duende contra la pared. Carrow se dio media vuelta para darle las gracias, pero él ya se había ido. —Está bien —dijo con un suspiro, y acostó a la niña, que todavía temblaba. «Tengo que quitarle esta ropa.» Cuando le estaba poniendo el jersey de la duende más bajita, Ruby se despertó.
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—¿Dónde estamos? —Miró adormecida a su alrededor. —En una cabaña en el bosque —contestó ella con fingido entusiasmo—. Es para nosotros solos, y está justo al lado de la playa. —Limpió el polvo de la mecedora y puso a secar la ropa que le había quitado—. Aquí estamos a salvo. —¿Dónde está el demonio? —Fuera. La respuesta pareció tranquilizarla. —¿Tienes hambre, cariño? —Sólo estoy cansada. ¿Te quedarás conmigo hasta que me duerma? Carrow quería acostarse con ella y no levantarse en dos días, pero se obligó a sonreír. —Claro —dijo, y se quitó las botas y los calcetines, que tenía empapados—. Y no me iré de esta cabaña hasta que te despiertes. —Me alegro de que hayas vuelto al túnel a buscarme. Ruby le tendió la mano y ella se la cogió. —Pues claro que he vuelto. —Carrow nunca había tenido tanto miedo como entonces. Dejar a Ruby en aquella situación tan peligrosa había sido la decisión más difícil que había tomado en toda su vida. «Esto es lo que hacen los padres», había pensado mientras corría. A veces se ven obligados a tomar decisiones de vida o muerte acerca de sus hijos, a los que aman más que a sus propias vidas. A pesar del miedo que puedan sentir. —Pero no te olvides de que el demonio nos ha ayudado. —No me gusta —dijo la niña en voz alta—. No sabe nadar, y habla raro y muy despacio. Sí, Malkom hablaba despacio, pero a Carrow el acento demoníaco le parecía muy sexy. —Al principio, a mí tampoco me gustó. Dale una oportunidad. Acuérdate de que nos ha salvado la vida a las dos. —¿De verdad se casó contigo? —¿Te ha dicho eso? —En cuanto Ruby asintió, ella dijo—: Es complicado, cariño. Además, aun en el caso de que estuviéramos casados, él no querrá seguir estándolo durante más tiempo.
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—Pero si estáis casados, entonces Ember tiene razón. Él es mi padrasmonio, y voy a tener que vivir con él. —Hizo pucheros, lo que era comprensible, teniendo en cuenta todo lo que había sucedido. Por supuesto que la pequeña estaba preocupada por su futuro. «Tantas preguntas para las que no tengo respuesta.» —¿Te acuerdas de la casa que hay en la esquina, cerca de Andoain, la que no pueden vender por culpa del ruido y de los humos que salen del aquelarre? —Ajá. Tiene unos árboles muy altos. Carrow se había fijado porque tenía piscina, y estaba harta de colar brujas en la mansión que el rey Rydstrom tenía en Nueva Orleans. Además, la última vez las había pillado. —La compraré y será nuestra casa/club de verano. —Sólo la separaban unas casas de la de Mariketa y Bowen—. Podrás decorar tu habitación como quieras. —¿Y qué hará el demonio? —preguntó Ruby suspicaz. —Podríamos invitarle. —¿Aceptaría él la invitación? Al parecer, ahora ni soportaba mirarla—. Podríamos enseñarle qué es una película. —¿No lo sabe? —La niña se quedó boquiabierta. —Probablemente tampoco haya probado jamás un helado —añadió Carrow negando con la cabeza. Ruby se lo planteó seriamente, hasta que se le cerraron los ojos. Mientras la miraba cómo se dormía, a ella también empezaron a pesarle los párpados. Volvió a pensar en lo mucho que le gustaría acostarse a su lado. O apoyar la cabeza contra el sólido torso de Malkom y escuchar el firme latido de su corazón. A Carrow le bastó con pensar que podía volver a estar con él para tener que contener un suspiro. Tenía que hablar con el demonio esa misma noche. Necesitaban un plan. «Y explicarle que nunca quise hacerle daño.» —¿Está dormida? —preguntó Malkom detrás de ella. Carrow dio un respingo. —¿Desde cuándo eres tan silencioso? No, no me contestes. Sí, está exhausta. —Iré a buscar más leña para el fuego.
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—¿Vas a volver a salir? ¿No puede esperar, Malkom? —Soltó con cuidado la mano de Ruby y se puso en pie delante de él—. Tenemos que hablar. Malkom se encogió de hombros y volvió a la otra habitación. Carrow lo siguió. —Siéntate —le dijo él señalando la chimenea de piedra. Cuando ella lo hizo frente al fuego, Malkom cogió uno de los cuchillos que habían robado y cortó un poco de liebre—. Come. Igual que Ruby, Carrow ya no tenía hambre. —Estoy bien, cómetelo tú. Él desvió la mirada hacia las marcas que sus colmillos habían dejado en el cuello de ella. —Tú lo necesitas más que yo. Carrow se inclinó hacia adelante con la boca abierta, dispuesta a aceptar el bocado, pero el demonio se limitó a pasarle el cuchillo. «Así que los días en que me daba de comer se han terminado.» Malkom volvió a ponerse en pie y empezó a pasear de un lado a otro de la habitación. De repente, la miró y dijo: —¿Dónde está el padre de la niña?
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CAPÍTULO 35
—¿
El padre de Ruby? —Carrow se frotó la frente—. Está muerto. Creo que
murió antes de que ella naciera. —¿Crees? —¿Ni siquiera sabía quién era el padre de su hija? Ella abrió los ojos, atónita. —Oh, espera, Malkom, debo contarte algo. Aunque Ruby es de mi familia, no es mi hija. —¿Otra mentira? —preguntó él tenso. —-Jamás te dije que lo fuera. Pero no importa, a partir de ahora lo será. Voy a adoptarla. Y todavía hay más, la quiero como si fuese mía. —¿Dónde está su madre? —Murió hace tres semanas, la Orden la mató. —¿No tienes otros hijos? —No —afirmó ella frunciendo el cejo. —¿Hay algún compañero en tu vida? ¿Estás unida a alguien? Ella se puso en pie y lo miró a los ojos. —Eso depende. —¿De qué? —De lo enfadado que estés conmigo. —Y con agilidad, dio un paso hacia él.
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Malkom odiaba que Carrow siguiera afectándolo tanto. Eliminó la distancia que los separaba, la sujetó por la nuca y miró el rostro que lo había hechizado, los ojos que lo atormentaban. —¿Qué quieres de mí? —le preguntó emocionado. —Quiero que me perdones. —Ella tenía la respiración entrecortada, las mejillas ligeramente sonrojadas. —Te perdono. Comprendo por qué hiciste lo que hiciste. —Pues entonces quiero recuperar tu confianza. «Eso no va a ser tan fácil.» La soltó y se dio media vuelta. Se acercó a la ventana para mirar fuera. Levantó un dedo y tocó el cristal, y con la yema recorrió el camino que había dejado una gota de agua. «Increíble.» Había agua por todas partes, e incluso una construcción tan rudimentaria como aquélla tenía cristales. —Creí que las cosas eran de una manera entre tú y yo. Y no lo eran. Y ahora ya no sé qué creer. —Me importas, Malkom. Eso no ha cambiado —dijo ella—. O sí. Ahora siento algo mucho más profundo por ti. —¿Qué... qué fue real? Sabía que Carrow había entendido lo que le preguntaba. —Malkom, jamás había sentido tanto placer con nadie. Se moría por creerla, pero no tenía experiencia en aquellos asuntos, y Carrow podría haber fingido sin problema. Podía estar mintiéndole en ese mismo instante. —¿Qué quieres tú de mí? —le preguntó ella. —Eres mi esposa. El destino me ha unido a ti. Así que necesito protegerte. —¿Y hacerme tuya? La lujuria lo sacudió igual que un rayo y se excitó en cuestión de segundos. —¿Y beber mi sangre? Malkom se quedó sin aliento. Recordó el último día que habían pasado juntos en la mina. Tenía grabada en la mente la imagen de ella justo después de tener un orgasmo, con dos gotas de sangre resbalándole por el pecho. La marca de sus colmillos sobre su piel.
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—¿Ahora estás dispuesta a permitir que beba tu sangre, cuando antes te negaste? —Trató de recordar lo que había sentido al morderla unas horas antes, pero se le nubló la mente. —Ahora entiendo por qué lo haces.—Estaba justo detrás de él—. Es para sentirte unido a mí, ¿no? Jamás volveré a negártelo. «No volverá a negarnos...» —Malkom, daría lo que fuera para volver a estar contigo. Te he necesitado mucho. —Le colocó una mano en la espalda y luego apoyó la mejilla. Él se tensó—. ¿Tú no? Carrow le quería, por fin quería que la poseyera. Entonces, ¿por qué Malkom tenía un mal presentimiento? ¿Por qué estaba tan enfadado? «No hagas caso. Tómala, piérdete en su cuerpo.» La bruja podía volver a engañarlo con la misma facilidad que antes. Pero esa vez, si él le hacía el amor, cuando Carrow lo abandonara podría estar embarazada de su hijo. Y preferiría no tener hijos antes que dejarlos solos en aquel mundo, vulnerables sin él a su lado para protegerlos y cuidarlos. Malkom no iba a ser como su padre, que lo había abandonado con una puta que lo había vendido. Quizá entendiera lo que Carrow había hecho, pero no podía olvidar sin más el dolor que había sentido aquella última semana, la desconfianza que hacía siglos que lo acompañaba. —Me pasé días odiándote, imaginando que te haría cosas que... —¿Que me pondrían los pelos de punta? —Ella terminó la frase por él. Malkom se dio media vuelta para mirarla. —Sí. —Las había estado pensando justo antes de que se le abriera el collar. —¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? —Lo mismo. Con la diferencia de que yo no habría esperado que me perdonases, ni tampoco que volvieras a confiar en mí —dijo él, y, acto seguido, le hizo otra pregunta—: ¿Por qué fuiste a la Ciudad de las Cenizas? ¿Querías rescatarme de los trothans porque tenías que entregarme a los mortales? —No. Habría ido a rescatarte de todos modos. Me sentía fatal por haberte hecho daño... —¿Y a pesar de todo decidiste hacerme algo todavía peor? —Se pasó la mano por el pelo. Aún no se había acostumbrado a que le hubieran crecido los cuernos. «Otro
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dolor que tuve que soportar por culpa de ella»—. ¿Sabes qué me dijo el Armero antes de que lo matase? Me dijo que te perdería. —No me has perdido, Malkom. Estoy aquí. Él suspiró abatido. —Y yo estoy cansado, bruja. Ve a ocuparte de tu pequeña y déjame en paz. Ella retrocedió como si la hubiese abofeteado. —Está bien. Pero volveré a ganarme tu confianza, aunque sea lo último que haga. —Y regresó al dormitorio. Malkom oyó cómo las cuerdas se tensaban cuando Carrow se tumbó junto a la niña. Se quedó mirando la lluvia a través de la ventana durante mucho rato, esperando a que ella se durmiera. Como siempre, estaba desesperado por estar a su lado. En cuanto oyó que su respiración se volvía más profunda, se encaminó a la habitación para verlas. Carrow rodeaba a la niña con sus brazos. Haría —no, había hecho— cualquier cosa para protegerla. Él habría matado por tener a alguien que lo cuidara cuando tenía la edad de Ruby, por tener a alguien que lo protegiese, pasara lo que pasase. «Si hubiera tenido a alguien como Carrow, habría creído que era mi ángel de la guarda.» Si la bruja fuera la mujer desalmada que él había creído que era, no habría aceptado la misión de engañarlo y conducirlo hasta aquella isla. Tal vez no todo había acabado entre ellos dos. Él seguía sintiendo un nudo en el estómago. «Y quizá eres un idiota.»
En lo que parecía ser una ciudad abandonada, la bruja y su ejército se enfrentaban a una horda de centauros, demonios de fuego e invidias. Ella confiaba en su potencial, sabía que saldrían victoriosas... o morirían y pasarían a la historia. —¡Esperad mi señal!—ordenó a las tropas que tenía detrás. La noche estaba iluminada por las llamas y a pesar de las explosiones que había a su alrededor, dio un paso hacia adelante. Tiene miedo, pero sigue adelante y se enfrenta a él.
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«Bruja imprudente.» Incluso dormido, Malkom empegó a sudar, y se le aceleró el corazón de tan preocupado como estaba por Carrow. Ella acumula magia en las palmas de las manos. Un rayo sale disparado de una de ellas hacia una estructura a lo lejos. En segundos, el edificio se desploma. Pero sus enemigos la han visto y van hacia allá. Demonios de fuego aparecen a su alrededor, una docena, y tienen el fuego ya preparado para disparar. Atacan antes de que la bruja pueda retroceder. El fuego se va acercando...
Malkom se despertó y se puso en pie de un salto. Había decidido dormir junto a la puerta de la habitación. Se frotó la cara y miró la noche tormentosa. Sólo había sido un sueño. Y era obvio que Carrow se había recuperado. Entonces, ¿por qué seguía estando tan preocupado por ella? El único culpable de que tuviera esas pesadillas era él mismo, él era quien había querido descubrir sus recuerdos. A pesar de que Malkom odiaba soñar con su propio pasado, ansiaba en cambio soñar con el de Carrow y descubrir así más cosas sobre ella. Con el último mordisco había adquirido nuevos recuerdos, docenas, y esa batalla era uno de ellos. Se apoyó en la puerta y trató de unir todos los retazos de información. Carrow era comandante de las brujas; tenía bajo su mando todo un contingente. Había sido una guerrera atrevida y había salido victoriosa de la guerra. Cuando tenía plena facultad de sus poderes, podía derribar un edificio con las manos. «¿Y ésa es la vida a la que quiere regresar?» Una vida de la que él no formaba parte. Miró a Carrow de nuevo. La tenía tan cerca, pero al mismo tiempo la soledad lo abrumaba, mucho más insistente que durante las noches que había pasado en aquella mina infernal. «Porque ahora sé lo que no tengo...»
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CAPÍTULO 36
C
— arrow, ¿estás despierta? —¿Por qué todos los niños preguntáis eso cuando sabéis perfectamente que no? —Entreabrió los ojos llorosos—. No. No lo estoy. —Tengo hambre. Y el demonio se ha ido, así que no puedo pedirle que vaya a cazarme algo. —Ruby, no es un perro. —Se incorporó e hizo una mueca de dolor al notar las magulladuras de su cuerpo. Iba descalza, así que seguro que el suelo estaría helado, y el aroma a café recién hecho no aparecía por ninguna parte. A pesar de todo, se puso en pie. «Ahora tengo que cuidar de otra persona además de mí misma.» Ella siempre había sido muy protectora con las brujas de su aquelarre y, cuando había un conflicto, siempre era la primera en ir al frente de batalla. Pero cuidar de Ruby era distinto; la necesidad que sentía de hacerlo bien era mucho más grande. «Porque ella depende completamente de mí.» —¿Malkom estaba aquí cuando te has despertado? —No. —Oh, vaya, veamos qué podemos encontrar. —Inspeccionó las mochilas de las duendes y sólo encontró dos barritas energéticas y unas cuantas bebidas isotónicas. Ni una navaja multiusos ni armas de ningún tipo. Pero en cambio había champú y jabón a espuertas. Las duendes habían sido tan tontas como ella al hacer el equipaje. Le ofreció a Ruby lo que había encontrado. —¿Quieres una barrita de chocolate o un refresco? —De no ser porque sabía que Malkom encontraría comida, estaría preocupada.
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—Una barrita. Mientras la niña se comía las pepitas de chocolate de la barrita, Carrow miró por la ventana para ver si distinguía al demonio por algún lado. ¡Sorpresa, seguía lloviendo! Los helechos crecían como si fueran árboles, y eran casi tan altos como Carrow. El liquen cubría todas las rocas, combatiendo contra el musgo para ver quién ganaba la batalla final. En el acantilado todo parecía duro, arrasado por el viento. Allí, entre los árboles, la niebla le quitaba dureza al paisaje, lo acallaba. Se dio cuenta de que, en un día como aquél, Malkom no tendría que preocuparse por el sol. Podría caminar tranquilamente bajo las copas de los árboles, y el interior el bosque era tan frondoso como allí. «¿Se habrá alejado mucho de la cabaña?», se preguntó al empezar a investigar. ¿Lo primero que encontró? Arañas no venenosas y ciempiés en todas las vigas. «Menos mal que a las brujas nos gustan los insectos.» El único armario que había en la casa contenía un rollo de cuerda, algunos chalecos salvavidas y un montón de mantas putrefactas. También había un cubo y una vieja bañera de madera. En la cocina, encontró un horno desvencijado, un par de latas de comida y un juego de sartenes desparejadas. Hilo, pinzas para tender, un peine hecho con hueso y un viejo juego de cartas ocupaban un cajón. Volvió a acercarse a la ventana y miró fuera con avidez. Ni rastro de Malkom. Carrow tenía que hablar con el demonio y contarle su nuevo plan. Estaba convencida de que tenían que fortificar la cabaña, y luego él podría ir a buscar el modo de salir de allí; buscar aliados, o bien un barco, una mano cortada, lo que fuera. Sospechaba que Lanthe todavía seguía allí. A pesar de que Thronos podía volar, ni loco podría atravesar un océano de miles de kilómetros con un pasajero a bordo, y menos estando tan destrozado como estaba, con las alas rotas. Si Malkom pudiera rescatar a Lanthe, entonces quizá pudiesen encontrar la mano de Fegley. ¿Era un alternativas...
plan
imposible? Absolutamente. Pero no tenían
demasiadas
«Todavía no ha vuelto.» Necesitaba ocupar su mente y dejar de pensar en él, así que extendió un trozo de cuerda frente al fuego y tendió la ropa de Ruby.
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Tardó diez minutos. «¿Y ahora qué...?» Miró a la niña, que estaba persiguiendo a un ciempiés por el suelo. —Tienes que bañarte, peque. Con un esfuerzo hercúleo, un montón de maldiciones, y el sistema de acierto y error, Carrow consiguió entrar agua de fuera, la calentó en el fuego, y llenó con ella la bañera de madera. —Cada vez soy más apañada —dijo, cuando empezó a enjabonarle el pelo con el champú de las duendes—. Esto es como La casa de la pradera. Tú y yo somos dos pioneras, excepto que no tenemos que llevar esos ridículos sombreros ¿no? Ruby le sonrió. «Me conformo con eso.» La primera sonrisa que le había visto desde que había empezado aquella odisea. —Fíjate, casi me había olvidado de que tienes hoyuelos. —Carrow se pasó el antebrazo por la frente—. Ahora vamos a quitarte todo este jabón. Después de bañar y dar de comer a la niña, de vestirla y de peinarla, Carrow se quitó el sombrero ante todas las madres del mundo. Y también sintió algo de alarma al ver que Malkom todavía no había regresado. —¿Qué haremos ahora? —le preguntó Ruby. —¿Podríamos ir a inspeccionar la playa? —Está lloviendo. —Ningún problema. —Carrow la ayudó a ponerse el chubasquero de la duende más alta, pero la prenda era enorme para ella. Le subió las mangas y dijo—: ¿A quién le queda bien el chubasquero?, ¿a quién le queda bien el chubasquero? —¡A mí! —Ruby se llevó una mano a la cadera y se echó la melena hacia atrás. «Adorable.» —Vamos —dijo luego, y cogiendo a la niña de la mano, salieron a enfrentarse a la niebla. En una pendiente rompían las olas, la otra estaba tranquila. Se dirigieron hacia allá. A Carrow aquella playa le parecía fantasmagórica, triste incluso. Había huesos de ballenas esparcidos por el suelo, y algas enredadas por todas partes. Ella estaba acostumbrada a las playas del Golfo; llenas de sol y de diversión, y con algún borracho desnudo. «Esto no me va.» Se sentía como un malamute7 en el desierto.
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—Quiero irme a casa —dijo Ruby como si le estuviera leyendo la mente. —Yo también. Hablaré con el demonio cuando regrese. —Miró a su alrededor. Habían pasado muchas horas y Malkom seguía ausente. ¿Las habría abandonado? ¿Las habría mandado al infierno, a ella y a la niña? ¿No le importaba que las dos estuvieran indefensas sin él? —Y ahora ¿qué hacemos? —No lo sé, cariño. —¿O quizá lo habían secuestrado unas ninfas? Tal vez estuviera fornicando con ellas bajo la lluvia. El magnífico cuerpo del demonio desnudo y flexionándose con toda su fuerza—. Se me está ocurriendo algo ahora mismo — mintió. —¿Y si no regresa? —preguntó Ruby. Entonces sí que estarían metidas en un buen lío. Carrow podría tratar de encontrar a Regin o a Lanthe, pero tendría que llevarse a Ruby con ella hacia el interior de la montaña. Sería mucho peor dejarla allí, podría no poder regresar a buscarla. —No lo sé. Supongo que lo tendríamos más complicado. —La noche anterior Carrow había pensado frívolamente que podría acostumbrarse a tener a un demonio cerca para que pudiera hacer cosas por ellas. Ahora se daba cuenta de lo mucho que dependían de Malkom. Por enésima vez tiró del torquímetro. ¡Necesitaba recuperar sus poderes de una vez! —¿Debería ser más amable con él? —Sí, deberías ser más amable con él porque Malkom es un buen tío —suspiró Carrow. El demonio era bueno, tenía un corazón enorme y era muy orgulloso. Ella le conocía lo bastante bien como para saber que jamás las abandonaría para acostarse con unas ninfas. Lo que significaba que... podía estar herido—. Quizá haya vuelto a la cabaña y nos esté esperando. No estaba en la cabaña. A Carrow le devoraba la preocupación. Le estaba dando la última barrita energética a Ruby y repartiendo las cartas para jugar cuando se abrió la puerta. ¡Malkom estaba a salvo! Carrow se puso en pie de un salto y corrió hacia él. El demonio miró si tenía a alguien detrás y luego la miró a ella, intrigado. —¿Qué? «Estás a salvo.»
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—Estaba preocupada. ¿Dónde estabas? —Parpadeó y trató de escuchar con calma la respuesta de él. «Estás a salvo. Con nosotras.» —He ido a ver si encontraba un lugar mejor donde quedarnos. —Estaba empapado, pero la adusta mueca de sus labios había desaparecido. Carrow ladeó la cabeza. «Creo que le gusta estar aquí. Gracias a los dioses.» Malkom se apartó y dejó algunas de las provisiones que había encontrado; además de cuerdas y una pala. Luego se sacudió el pelo, igual que un animal, y Ruby se rió con la boca llena de pepitas de chocolate. ¿Él también había sonreído antes de volver a ponerse serio? —Os quedaréis aquí —dijo—. Es el lugar más seguro. —De acuerdo. Lo que tú digas. —Pero podría venir alguien. Pondré unas trampas, aislaré este pedazo de isla. —Península —lo corrigió Carrow sin pensarlo, y acto seguido deseó no haberlo hecho—. Es una península. —¿Vas a poner trampas? —preguntó Ruby con los ojos abiertos como platos—. ¿Puedo mirar? —Cariño, creo que Malkom estará muy ocupado. —La niña puede venir conmigo. —No tiene por qué. Podría ser muy peligroso. —Yo nunca permitiría que se hiciera daño —dijo Malkom, serio y enfadado. —Lo sé. —Carrow confiaba en él, en especial después de que hubiera salvado a Ruby la noche anterior. Un milagro en sí mismo—. Es sólo que... —Regresaremos dentro de una hora, más o menos. —Le hizo una señal a Ruby y ésta corrió a su lado tan rápido que casi se olvida el impermeable. ¿Carrow no estaba invitada? ¿El ama de casa tenía que quedarse en el hogar? «Muérdete la lengua.» Se obligó a sonreír y él volvió a mirarla intrigado. En el umbral, Malkom se detuvo y, sin darse media vuelta, le preguntó: —¿Necesitas algo? «A ti. Necesito que vuelvas a ser cariñoso.» —Estoy bien. En cuanto se fueron, echó un vistazo a la cabaña.
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«Me pregunto si cabré en esa bañera.»
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CAPÍTULO 37
Información. Malkom necesitaba información y la niña podía dársela, aunque él no hubiese visto a un niño en siglos y no tuviese idea de cómo tratarlos. Pero no podía ser tan difícil, ¿no? Caminó por un sendero y la niña corrió para mantener su paso; le faltaba el aliento, pero no paraba de hablar. Le recordó a Carrow en Oblivion, cuando iba hablando sola de camino a la mina. «¿Y qué no me recuerda a la bruja?» Había perdido la mañana buscando un lugar más seguro, y había pensado tanto en ella que pensó que acabaría por volverse loco. Cuando estaban en su mina de Oblivion, Malkom se había pasado horas mirándola, tratando de averiguar qué pasaba por la cabeza de Carrow cuando los ojos se le llenaban de ternura. Le había parecido excitante estar a su lado. Se había sentido lleno. Lo que sentía ahora era tan desgarrador que lo asustaba. —Busca un lugar donde sentarte —le dijo a la niña—. Voy a cavar. —Una fosa les iría la mar de bien. Si no fuera por el elevado número de enemigos inmortales que había por allí, aquella isla sería un buen lugar para vivir. La niebla ocultaba el sol y, aunque saliera, como había sucedido el día que lo capturaron, podría ocultarse bajo la copa de los árboles. El vasto bosque que los rodeaba estaba infestado de animales, de criaturas perezosas que parecían pedir a gritos que las cazara. Y en el agua había incluso más. A esas alturas, Malkom había bebido más sangre de la que bebía en Oblivion durante días.
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La niña se sentó en una raíz que crecía en el suelo. —¿Por qué vas a cavar aquí? —Es un buen lugar para colocar una trampa. Así nadie podrá llegar a la... península. —¿Por qué? —Si alguien quisiera ir a la casa, tendría que pasar o bien por aquí o por el otro camino. —¿Por qué? Malkom ignoró la pregunta y empezó a cavar. —Háblame de Carrow... —¿De verdad no sabes nadar? ¿A qué te dedicas? Pareces un bombero. —Abrió los ojos ilusionada—. Los bomberos tienen perros sordos —suspiró—. Yo quiero un perro. La niña debió de callarse para tomar aire. Él tenía que esforzarse para comprender todas las palabras que decía, y al ver que seguía callada se preocupó. —Ruby —le dijo, tratando de parecer serio—, quiero que me respondas a algunas preguntas sobre Carrow. ¿Está con un compañero? —¿Quieres decir si tiene novio? Crow tiene miles de novios. No paran de venir al aquelarre. Malkom apretó el mango de la pala y a punto estuvo de convertirlo en polvo. «Les cortaré la cabeza y las utilizaré para decorar mis lanzas.» —Crow es una de las brujas más guapas del aquelarre. —Con una astuta mirada, añadió—: A ti también te parece guapa. —Ella es... —«Incomparable»—. No está mal —dijo—. ¿La gente tiene buena opinión de ella? —¿O la odiaban tanto como a él? —Todo el mundo la quiere porque es muy divertida. Todo el mundo quiere ser su amigo. Malkom sabía lo «divertida» que era. La había visto desnudarse ante cientos de hombres, y estaba convencido de que todos querían ser sus «amigos». Clavó la pala en el suelo. —¿Desde cuándo la conoces?
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—Desde siempre. Crow siempre me hace regalos —explicó—. Pero no tiene raíces. —¿Qué significa eso? —le preguntó Malkom, que se quedó atónito cuando del fondo del agujero empezó a brotar agua. Estaba por todas partes. Empezaba a adorar aquel lugar. De joven sólo quería tres cosas: un hogar del que nadie pudiera echarlo, tanta agua y comida como pudiese necesitar, y ser noble y respetado como Kallen. Allí podía hacer realidad dos de sus tres deseos. —Significa que no tiene a nadie —dijo la niña, y luego añadió orgullosa—: Pero ahora me tiene a mí. Malkom empezó a atar cabos. Los padres de Carrow la habían tratado tan mal que la idea de cuidar de una niña pequeña satisfacía una necesidad intrínseca de la bruja. ¿Podía odiarla por ello? O, lo que era más importante, ¿podía él darle la espalda a aquella cría? Ruby tenía siete años. «La edad que yo tenía cuando dejé de tener madre, la edad que yo tenía cuando el destino empezó a castigarme.» —¿Qué pasará cuando regreséis a casa? —le preguntó—. ¿Quién se ocupará de vosotras? —La niña juntó las cejas, y él se explicó mejor—: ¿Quién os comprará cosas? —Carrow gana una fortuna con sus hechizos. Una fortuna. Él ya había deducido que provenía de una familia con dinero, pero no había querido asumir que era rica y él no. —Nos compraremos un chalet. —¿Un chalet? —Una casa —aclaró ella cantarina—. Organizaremos fiestas. Tendrá piscina. Carrow dijo que te invitaríamos. «Me invitarán.» ¿La bruja no tenía intención de vivir con él? Mientras estuvieran en la isla no tendría más remedio. Allí, él podía ocuparse de ella. En el mundo de Carrow, Malkom no tenía ninguna garantía de poder hacerlo. Ruby tenía un insecto en la mano y lo observaba mientras se le paseaba por la palma. ¿No se suponía que las niñas tenían miedo de esas criaturas? Buscó entre sus recuerdos, pero el único que encontró fue el de una niña demonio riéndose de él cuando lo pilló comiendo de la basura. También recordó lo dolido y humillado que se sintió.
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Cavó con más ímpetu, dispuesto a enfrascarse en la tarea. —¿De verdad vienes de un mundo en el que no hay agua? —le preguntó la pequeña—. ¿Lo echas de menos? —Había algo de agua —respondió él sin levantar la vista—. Y no, no lo echo de menos. —Me apuesto lo que quieras a que echas de menos a tus amigos. Yo echo de menos a mis amigas. —Yo no tengo amigos. —Cavó con más fuerza. —¿Qué? Tienes que tener amigos. ¿No tienes una pandilla? Yo tengo una pandilla de brujas. Nos reunimos en el desván. Elianna, mi canguro, dice que vamos a conquistar el mundo. —Ruby tomo aire y añadió—. ¿Tienes familia? —No, no me queda nadie. —El agujero era tan ancho como su torso y el agua le llegaba a las rodillas. —¿No tienes padres? Exasperado, dejó de cavar. —No, Ruby, a mi madre la mataron, y... —A la mía también —lo interrumpió la niña, atónita—. Lo hicieron los humanos. —Desvió la vista y le tembló el labio inferior. Malkom abrió los ojos, asustado; le tenía más miedo a las lágrimas que a una patada en los dientes. Cuando la niña controló el llanto y se limpió la nariz con la manga del impermeable, Malkom se sintió aliviado, y también sintió mucho respeto por ella. —¿Los humanos también mataron a tu mamá? Él soltó el aire que tenía en los pulmones. —No, pequeña, pasó hace mucho tiempo. El respeto que sentía por Ruby aumentó cuando la oyó: —Algún día haré daño a los que lo hicieron. —Estoy seguro de que lo harás —dijo sincero. ¿Y quién se aseguraría de que estuviera lista para vengarse, de que tuviera la fuerza y la destreza necesarias para hacerlo sin salir perjudicada?—Pero no puedes ir tras ellos hasta que sepas que vas a ganar.
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—¿Y cómo lo sabré? —le preguntó ella ladeando la cabeza. «Yo podría enseñarte. Yo podría ayudarte a vengarte.» —Estoy convencido de que en el aquelarre te lo enseñarán. O Carrow. —¿Sabes qué?, eres igual que yo. Los dos hemos perdido a nuestras mamás y los dos tenemos a Crow. —¿Qué poderes tienes? —le preguntó él intentando cambiar de tema. —Soy como Crow, pertenezco a sus tres mismas castas. —Malkom le indicó que continuase con la explicación y la pequeña lo complació—: Guerrera, hechicera y conjuradora. Pero con este collar no puedo hacer nada. —Bajó la vista hacia el objeto en cuestión. Él ya sabía que Carrow era una hechicera, pero no tenía ni idea de que eso fuese un poder en sí mismo. Ojalá pudiera creer que lo había hechizado para que la deseara, pero lo que sentía Malkom era demasiado potente como para ser sólo eso. —Pero la magia de Carrow va y viene. —La noche anterior, ella le había dicho que durante su estancia en Oblivion le desactivaron el collar. ¿Por qué su magia parecía ser tan imprevisible? —Supongo —dijo Ruby encogiéndose de hombros—. Le pasa cuando no tiene una fuente de energía. —¿Una fuente de energía? —Se supone que no puedo contárselo a nadie. Esbozando una torpe sonrisa, Malkom la miró. —Estás hablando conmigo, pequeña. Ella lo miró suspicaz. —¿Por qué dijiste que estabas casado con Crow? Él se tensó y la falsa sonrisa desapareció. —Porque lo estoy. —Se lo pregunté a ella. —¿Y qué te dijo? —le inquirió con tanta indiferencia como fue capaz. —Me dijo que aun en el caso de que lo estuvieras, tú ya no querrías seguir estándolo.
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Así que Carrow no lo había negado. Y la noche anterior se había comportado como si quisiera que él la poseyera. Cuando le dijo que lo dejara solo, creyó ver que se sentía decepcionada. Sería tan fácil creer que Carrow quería empezar una vida a su lado... Pero sería mucho más fácil creer que fingía sentir cariño porque quería asegurarse de que las protegiera. «Eso me suena.» —Pero yo creo que sí quieres estar con ella —prosiguió Ruby—. Anoche en la playa te pusiste muy triste cuando ella se hizo daño. ¿Triste? Estaba muerto de preocupación, consumido por la angustia. Y a pesar de eso, seguía teniendo dos problemas con respecto a la bruja: primero, no podía soportar la idea de perderla, e iba a hacerlo cuando ella descubriese su pasado o cuando regresara a su hogar... Y segundo, no sabía si podría volver a confiar en ella nunca más. Hacerlo sólo lo haría más desgraciado. «Me enfrentaré a esto hora a hora, me negaré lo que más deseo en este mundo.» —Anoche hablamos de ti. —¿Ah, sí? —Sí, si estás casado con Crow y ella me adopta, entonces tú también. Eres mi padrasmonio. —¿Padrasmonio? —Sí, un padrastro que es un demonio. ¿Padrastro significaba que era como su padre? ¿Por qué le había dicho Carrow esas cosas a la niña? ¿Para presionarlo? Menuda desfachatez. Había dado por hecho que iba a cuidar de ella y de su criatura sin ni siquiera preguntárselo. Se pasó una mano por la cara. ¿Por qué querría la bruja que él asumiera ese papel? «¿Y tú qué crees, idiota?» Ella y la niña estaban indefensas en aquella isla. Malkom levantó la vista al oír que a Ruby le rugía el estómago. —¿Tienes hambre? Ella le sonrió avergonzada. —Un poco.
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Él miró la fosa que tenía a medias, y suspiró. —¿Qué sueles comer? —Ya regresaría más tarde para terminar de cavar. —Me gustan los nuggets de pollo con forma de dinosaurio, las minipizzas y los zumos orgánicos. —¿Hay algo de eso por aquí? —le preguntó confuso. Y cuando ella negó con la cabeza, añadió—: Podríamos cazar algo para comer. La niña se puso en pie de un salto con los ojos abiertos como platos. —¡Me encanta cazar! ¡Yo siempre cazo ranas y arañas, y serpientes verdes! —Muy bien. —Malkom cogió la pala y salió de la fosa. Y al pasar junto a la cría ella levantó la mano. Él la miró extrañado. —¿Qué? ¿Te has hecho daño? —Carrow le arrancaría la cabeza... Ruby deslizó la mano en la suya. Malkom se quedó mirándola consternado, y estuvo a punto de apartarse. ¿Por qué estaba haciendo eso la niña? «No entiendo nada.» —¿Nos vamos? —le dijo entonces levantando la vista. Aunque él sentía una incómoda opresión en el pecho, respondió: —Sí, nos vamos, deela. Y le cogió la mano.
Carrow estaba pensativa en la bañera de madera, y no sólo porque tuviera miedo de clavarse una astilla en el lugar equivocado. Había tratado de quitarse el torquímetro con un torniquete. Casi se había asfixiado, pero el collar ni siquiera se había movido. Soltó una amarga maldición y se hizo a la idea de que no tendría poderes hasta que regresara a casa. Estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho y se estaba enjabonando el pelo, mientras pensaba qué podía hacer para reconquistar al demonio. Ella estaba acostumbrada a caerle bien a la gente. No es que fuera por allí adoptando gatitos abandonados ni salvando a monjas del infierno nuclear, pero intentaba hacer lo correcto. Seguro que Malkom terminaría por ablandarse, seguro que entendería que había actuado por necesidad.
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A pesar de que estaba enfadado con ella, Carrow sabía que a él todavía le importaba. Pensó en cómo había reaccionado en la playa, recordó que le había suplicado que se despertara. Se le ponía la piel de gallina sólo de pensarlo. Pero no tenía tiempo de dejar que las cosas siguieran su curso normal. Ese día se había dado cuenta de dos cosas: la primera era que era un rollo no tener poderes y depender de alguien era incluso mucho peor que estar al aire libre. Y la segunda, que necesitaba que el demonio estuviera de su parte, para así poder escapar de aquel lugar lo antes posible. La Dorada y sus fieles wendigos podían seguir merodeando por allí, entre otras muchas amenazas. Cuando Carrow era pequeña, tenía pesadillas con esas criaturas. Eran seres hambrientos que se comían a cualquiera que se cruzara en su camino, mortal o inmortal. Los devoraban con frenesí. Y había algo mucho peor que ser devorado con vida: convertirse en uno de ellos. Un solo mordisco, un arañazo y en pocos días... Carrow sabía que a corto plazo Malkom las mantendría a salvo, pero ¿cuánto tardaría la isla en estar infestada de aquellas contagiosas criaturas de la Tradición? Se echó agua en la cabeza y se aclaró el pelo mientras se imaginaba cómo serían las cosas cuando los tres regresasen a Nueva Orleans. ¿Cómo sería la vida de Malkom? Seguro que tendría trabajo. Con su fuerza, velocidad y capacidad de recuperación, tendría tanta demanda como mercenario que no tendría gracia. ¿Lo aceptarían los otros demonios como a uno de los suyos? Las brujas sí, tarde o temprano. Mari y Elianna lo adorarían en cuanto supieran que les había salvado la vida a ella y a Ruby varias veces. La niña gritó. Carrow se levantó de la bañera con el agua chorreándole por la cara y salió de la cabaña. Fuera llovía, y volvió a oír otro grito. —¡Ruby! —siguió el sonido entre los árboles hasta llegar a la pendiente más suave de la colina—. ¿Dónde estás? —Los arbustos le arañaban las piernas—. ¡Ruby! Respóndeme... —Carrow se calló en cuanto la vio, y su aprensión desapareció ante la escena. Estaba en la playa con el demonio, y se estaba riendo mientras saltaba por entre los peces que se arremolinaban junto a sus pies. Malkom iba sin camisa y el agua le llegaba a las rodillas. Atrapaba peces que luego lanzaba a la orilla. Y Carrow habría jurado que estaba sonriendo hasta que la vio.
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Ella se pasó el antebrazo por los ojos y se colocó detrás de un arbusto que la tapaba hasta la cintura. Se cubrió los pechos con el otro brazo. —Me has asustado. —¡Estamos pescando, Crow! «Y a mí casi me da un infarto, Ruby.» —Me alegro, cariño. —Su mal humor desapareció en cuanto se dio cuenta de que ésa era probablemente la primera vez que oía reír a la niña desde la muerte de su madre. Miró a Malkom para darle las gracias, pero la ardiente mirada de él la dejó sin habla. Ruby no se había dado cuenta, o no le importaba, que Carrow estuviera desnuda. Pero Malkom... Antes de meterse a toda prisa en el agua, los ojos se le quedaron negros y entreabrió los labios. Por todos los dioses, ella también reaccionó. La piel bronceada del demonio estaba empapada, los esculturales músculos de su torso se flexionaban con cada movimiento, el tatuaje le recorría el cuerpo. «Me gustaba dibujarlo con los labios.» En cuanto pudo levantar la mirada, el rostro de él la hizo suspirar. La rubia barba incipiente, aquellas facciones tan marcadas, aquella boca. Pero cuando ella se mordió el labio inferior, Malkom apartó furioso la mirada. «Oh, bueno, poco a poco», pensó animada al haber comprobado que él seguía interesado. El demonio seguía deseándola. —Continuad pescando —dijo. Y de regreso a la cabaña, notó que él la seguía con los ojos, marcándola como si le perteneciera.
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CAPÍTULO 38
La bruja había aparecido desnuda. Tenía el rostro acalorado por el baño que acababa de darse y sus mechones de pelo negro se le pegaban a la piel. El arbusto detrás del que se había escondido revelaba tanto como ocultaba... Si Malkom pudiera quitarse esa imagen de la cabeza, quizá disfrutaría de la velada, quizá incluso se relajaría. Después de que los tres comiesen el pescado, se sentó frente al fuego y observó a Carrow y a Ruby jugando a las cartas en la alfombra, a algo llamado blackjack. Estaban apostando conchas, y, o Carrow estaba dejando ganar a la niña, o era una pésima jugadora. Él se quedó pensando en cómo había transcurrido el día, y se dio cuenta de que no había estado nada mal. La pequeña era muy lista y había resultado ser una compañía de lo más agradable. La isla era un paraíso; estaba repleta de todo lo que necesitaban para sobrevivir, e incluso más. El aire era limpio, el agua que caía de las nubes del cielo, maravillosa. Lo que significaba que no podía odiar a la bruja por haber ido a parar allí. Pero que lo hubiese engañado... ésa era ya otra cuestión. Malkom seguía deseándola tanto como antes. Incluso más. Se quedó observándola. Vio que el fuego se reflejaba en su pelo negro. Echaba de menos tocarla, echaba de menos morderla. En el cuello, en el pecho. Echaba de menos dormir con ella a su lado... —Así que hoy habéis estado ocupados —comentó Carrow.
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—Hemos puesto trampas —le explicó Ruby—, y ahora nadie podrá acercarse a nosotros. Y mañana pondremos cacerolas para que hagan ruido si alguien consigue llegar a nuestro territorio. Al oír esa última palabra, Carrow miró a Malkom como queriendo compartir el chiste. —La península es segura —dijo serio. Prepararse para un ataque era algo normal para él. Relajarse en presencia de otros, escuchar risas, le resultaba muy raro—. Aquí deberíais estar a salvo. —Y si algo se acercaba por el aire, les arrancaría las alas antes de que estuviesen a un kilómetro de distancia. —Malkom, tengo que pedirte un favor —dijo Carrow al coger otra carta—. Necesito que busques la manera de salir de esta isla. Para regresar al hogar del que le había hablado. Él sabía que era imposible que ese hogar pudiera competir con la isla; allí tenían de todo en abundancia. ¡Si había sacado la cena directamente del agua! —¿Y cómo voy a hacer tal cosa, bruja? Éste no es mi mundo. —Podrías tratar de encontrar a nuestros aliados, o una barca. Quizá haya alguna otra isla cerca, puede que ésta forme parte de un archipiélago. Y tú mismo has dicho que estaremos a salvo hasta que regreses. —Lo pensaré. —No iba a pensarlo en absoluto. —¿Por qué no puedes teletransportarnos? —le preguntó la niña—. Los demonios pueden rastrear, ¿no? —Antes podía, hace mucho tiempo. Pero ya no. —¿Por qué? —Porque ya no soy un demonio de verdad. —Entonces, ¿qué eres? —Ruby, estoy segura de que Malkom no quiere hablar de esto —dijo Carrow sin ocultar que se estaba poniendo nerviosa. ¿La bruja había decretado que él era el protector de la pequeña y no le había dicho lo que era? ¿Acaso se avergonzaba? El ya conocido rencor subió a la superficie; la rabia que sentía porque lo habían transformado en una abominación en contra de su voluntad. Lo habían convertido en una criatura que todo el mundo odiaba.
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Carrow se comportaba como si lo aceptara, pero, al parecer, no quería que los demás lo supiesen. —Me convertí en un scârba —dijo él. —¿Qué significa eso? «Un ser que no debería existir.» Ni un vampiro ni un demonio. —Un vampiro demonio, un dempiro. —¿Vampiro? —Ruby abrió los ojos como platos—. ¿Bebes sangre? —Sí —contestó él—. He bebido la de Carrow varias veces. La niña desvió la mirada hacia ésta, que parecía tener ganas de sacudir a Malkom. —¿Te hizo daño, Crow? —Sí, bruja, ¿te hice daño? Ella lo miró y los ojos le brillaron decididos, luego desvió la mirada hacia Ruby. —No, cariño. Es como un abrazo. Es lo que Malkom y yo hacemos cuando queremos sentirnos cerca el uno del otro. —Volvió a mirarlo—. ¿No es así, demonio? Él estaba boquiabierto. —De hecho, creo que ahora mismo me iría muy bien un mordisco —añadió Carrow. «¡Mataría por volver a sentir tu sabor!» Sus miradas se encontraron. —¿Por qué no me lo dijiste? —exigió saber Ruby—. Se supone que no puedo hablar con vampiros. A no ser que estén casados con valquirias. Tras ese momento tan intenso, Carrow dejó de mirarlo a él y le respondió a la pequeña. —Porque no estaba segura de que Malkom quisiera contártelo. Además, él no es un vampiro. —¿Ah, no? «¿No lo soy?» —No. ¿Te acuerdas de que a Peter Parker lo muerde una araña y a partir de entonces tiene superpoderes? —Ruby asintió.
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—Pero Malkom no es una araña, ¿no? —¡Por supuesto que no! «¿Quién es Peter Parker?» —Malkom tiene superpoderes porque lo mordió un vampiro, pero él sigue siendo un demonio —afirmó Carrow convencida. —Ahhh, es un superdemonio. Carrow le sonrió a Malkom. —Toda una leyenda, cariño. Él se quedó petrificado, tenso, tratando de asumir lo que ella acababa de decir. ¿De verdad lo veía así? ¿Realmente no creía que fuera una criatura inferior, sino superior? Una eternidad atrás, en la celda con Kallen, Malkom se había jurado que encontraría el modo de volver a ser un demonio. En Oblivion, durante un breve instante, se había planteado pedirle ayuda a la bruja. «Ahora ya no lo tengo tan claro...» —Bueno, ¿vas a dejar que recupere alguna de mis conchas? —le preguntó Carrow a la niña. —Quiero que juegue Malkom —dijo Ruby haciendo pucheros. Él y Carrow se miraron. ¿Le diría que no sabía leer? —Quizá de donde viene Malkom no tienen cartas. Lo mejor sería que jugase con... —¡Conmigo! —Ruby se le lanzó a los brazos, soltando las cartas para aferrarse a él—. Jugarás en mi equipo. —Y le tiró de la mano hasta que se sentó con ellas en el suelo. Carrow los miró sorprendida. —De acuerdo. El objetivo del juego es sumar veintiún puntos justos. —Las cartas que tienen gente, valen diez. —Ruby le enseñó una carta en la que había un hombre con una corona. —Los ases valen uno u once —añadió Carrow. La niña le mostró una carta que parecía idéntica a las demás. —Esto es un as. Tiene una A.
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Leer y descifrar. Ahora sí que ya no estaba relajado. —Ruby, ya que estás de vacaciones de la escuela, ¿por qué no sumas tú? Pregúntale a Malkom si te deja. —¿Puedo, Malkom? —Si quieres... —respondió él, emocionado. Pasó la hora siguiente en medio de una marea de números y risas. Le fueron explicando más reglas del juego, lo que lo hizo más interesante. No tardó en identificar los ases e incluso aprendió los símbolos de varios números; teniendo en cuenta que Ruby contaba con los dedos, le resultó bastante fácil. —¡Doble o nada! —exclamó la niña en un momento dado. Él se quedó mirando las cartas que les habían tocado. —¿Qué significa eso? —¡No lo sé! —contestó Ruby entre risas. Al final, la pequeña y él ganaron más de lo que perdieron, y Carrow terminó por quedarse sin conchas. —No tenéis piedad, pareja. Quiero la revancha. —Se volvió hacia Malkom y lo pilló mirándola antes de que él pudiera disimular—. Ha sido divertido —añadió en voz baja. Sorprendentemente, lo había sido. A pesar de que Ruby empezaba a quedarse sin energía, dijo: —Si quieres podemos darte más conchas. —Cogió unas cuantas con la mano y se las ofreció a Carrow. —No. Hora de ir a la cama. La niña se quejó, pero se puso en pie. —Buenas noches, Malkom. —Se agachó y le dio un beso en la mejilla, y luego caminó hacia Carrow. —Buenas noches, deela —farfulló él con torpeza y sin gustarle nada la sonrisa de la bruja. —Vamos, peque. —Mientras llevaba a Ruby a la cama, Carrow miró por encima del hombro—. Regreso en un minuto. —y se mordió el labio inferior de aquella manera que a él lo volvía loco.
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Por todos los dioses, seguía deseándola, pero poseerla ahora sería una temeridad. «No puedo hacer lo que hizo mi padre.» «Pues mantente alejado de ella.»
Tal como le había prometido a Ruby, Carrow le dio la mano hasta que se quedó dormida, y le aseguró que tanto ella como Malkom estarían allí si se despertaba. Como era de esperar, ahora que Carrow se moría de ganas de estar con el demonio, la pequeña no paraba de hablar y de contarle lo que había hecho con él durante el día. Ruby lo idolatraba. «Ya somos dos.» Cuando él la sacó de las rocas del túnel... Nadie más podría haberlo hecho. En cuanto por fin se durmió, Carrow salió del dormitorio con el corazón en el puño. Malkom se había ido. Antes, junto al fuego, la había mirado con aquella oscura y hambrienta expresión. Y ella no sabía si había sido o no una invitación. Asumiendo que lo era, fue a buscarlo. Iba vestida con el jersey, la falda de piel y envuelta en una manta. Lo encontró en el cabo, sumergido en el agua en la que antes había estado pescando. —¿Qué estás haciendo? La respiración de él resonaba por encima del agua helada. —Aprendiendo a nadar. —Yo podría haberte enseñado. —Extendió la manta y se sentó a esperarlo. —Creo que ya lo tengo. —Sí, al parecer le había pillado el truco y nadaba a brazadas bastante seguras. Al cabo de un rato, llegó a la orilla. Carrow iba a preguntarle si tenía frío, pero él salió del agua completamente desnudo. Ella se quedó atónita; no, no tenía frío. Caminó hacia ella a grandes zancadas, y Carrow estuvo a punto de gemir. El agua se le deslizaba por el torso, y las gotas brillaban encima de sus abdominales antes de alcanzar sus muslos, sus caderas... y lo que había en medio. Malkom se excitó ante su mirada y su pene se alargó todavía más.
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Él la había acostumbrado a darse placer muchas veces. Y ahora hacía una semana que no. Necesitaba desahogarse... sencillamente, necesitaba estar cerca de él. —¿Qué quieres, bruja? —Hablar contigo. ¿Has pensado en lo que te dije? Malkom cogió su ropa. —Ya te dije que lo pensaría. —Mírame. —Al ver que la esquivaba, insistió—: ¿No? Pues en la cabaña no podías dejar de hacerlo. Por fin la miró. —Eres tú la que nos ha puesto en esta situación. Yo sencillamente trato de sobrellevarla. —¿Y has decidido no hablar conmigo? ¿Dejar de tocarme? Malkom se puso los pantalones y contuvo la respiración al abrocharse la cremallera por encima de la erección. Carrow se puso en pie y se acercó a él. —Sé que todavía sientes algo por mí. Cuando me ahogué estabas angustiadísimo. Te sentiste muy aliviado cuando viste que estaba bien. —No quería que mi compañera muriese. «¡Vaya, ha aprendido a ser cínico y sarcástico al mismo tiempo!» Le tocó el brazo, pero él se apartó. —¿Qué puedo hacer para que vuelvas a confiar en mí? —Dejarme en paz para que pueda pensar. —Está bien si eso es lo que quieres, pero creía que tal vez necesitarías algo más, a juzgar por cómo me mirabas. —¿Y si necesitara algo más, qué? ¿Qué me ofrecerías, esposa? —Sexo. Te estoy ofreciendo sexo. Él se rió con amargura. —Lo único que estás haciendo es cumplir con una promesa que me hiciste hace tiempo. —Es verdad.
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—Y si ahora estás tan predispuesta, ¿por qué no me dejaste que te poseyera en Oblivion? —No me acuesto con cualquiera, Malkom. Y tú al principio estabas fuera de control, a veces me asustabas. Y luego, cuando me ofrecí a ti, me mordiste. —Y lo he pagado con creces. —Sí, así es. Pero la verdad sigue siendo que me ofrecí porque sentía algo por ti. Y ya no podía seguir negándolo. —¿Tan segura te sentías de mí en Oblivion? —se burló él—. ¿Cuando tú no estás predestinada a sentir nada por mí? —Estaba casi segura. Confío en mis instintos, y ellos me decían que tú eras el amor de mi vida. —Una historia muy bonita, viniendo de una bruja traidora. —Malkom, sé que me llevará tiempo que vuelvas a confiar en mí, pero también sé que terminaré por conseguirlo. Quizá, mientras, pudiésemos disfrutar el uno del otro. Te estoy pidiendo que me hagas el amor. —¿Para que siga protegiéndote? Te estás ofreciendo a un demonio para poder utilizarle. Igual que antes, bruja. Nada ha cambiado. —Me estoy ofreciendo a ti porque te deseo. —Le cogió la mano y le besó la palma antes de colocársela encima de un pecho, y deslizarla luego por su estómago...—. Tócame, comprueba cuánto te deseo. Como si tuviera voluntad propia, la mano de él siguió descendiendo. Al tocar la falda de piel se detuvo indeciso. Carrow contuvo la respiración hasta que sus dedos se deslizaron por debajo de la prenda de piel. Tembló cuando su palma le rozó el muslo. Cuando con los dedos le rozaron los pliegues del sexo, frunció el cejo y la miró con reproche y adoración en los ojos. Un demonio salvaje y atormentado.
—Echo de menos el modo en que me tocabas, Malkom. El modo en que me besabas —susurró Carrow. Estaba más húmeda de lo que él la había notado jamás, temblando de necesidad. Se le dilataron las fosas nasales al oler el deseo femenino.
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—Maldita seas, bruja —dijo entre dientes, incapaz de detener sus dedos y dejar de acariciarla. Al notar su calor, el pene se le endureció todavía más. Ella se inclinó hacia él y apoyó las palmas de las manos en su pecho. Piel contra piel, Carrow murmuró: —¿Puedes besarme? —Y le lamió el pectoral en el que llevaba el piercing. Malkom se estremeció y con el antebrazo retuvo la cabeza de ella junto a él. —Otra vez —le pidió con la voz rota, mientras seguía acariciándola entre las piernas. Ella sacó la lengua y lo lamió hasta que a él le flaquearon las rodillas. —¿Quieres que te bese? —La soltó—. Entonces acércate a mí. Ella se puso de puntillas y se le acercó, y cuando se lamió los labios, él fue incapaz de seguir resistiéndose y atrapó su boca con la suya. Gimió; había echado mucho de menos los labios de Carrow durante las noches que había pasado en aquella celda. Podía engañarse a sí mismo, podía convencerse de que de verdad estaban juntos, de que no tenían un pasado. Sí, podía fingir que no había nada entre los dos, sólo deseo. La besó con más fuerza, deslizó la lengua hacia el interior de su boca. Ella empezó a gemir y los dedos de Malkom, que todavía seguían acariciándola, quedaron empapados. Cuando se dio cuenta de que Carrow iba a alcanzar el orgasmo, apartó la cabeza y la mano. A decir verdad, entre ellos dos no había nada excepto deseo. No estaban unidos, no confiaban el uno en el otro, no tenían futuro. Ella se apoyó en él y le besó de nuevo el torso. —Te deseo —susurró—. Hazme el amor, demonio, por favor. Malkom levantó la vista hacia los árboles; había empezado a llover y las gotas de agua le mojaban la cara. La lujuria lo recorría entero, pero si no confiaba en Carrow, ¿cómo podía compartir algo tan íntimo con ella? Un rato antes, había recordado que había una manera de estar juntos sin correr el riesgo de dejarla embarazada. «Pero entonces no puedo morderla, o eyacularé dentro de ella.» «¿De verdad era tan fácil?» ¿Iba a poseerla aquella misma noche? En su mina, cuando pensaba en cómo sería hacerle el amor, se sentía embargado de la emoción, abrumado incluso. Ahora no sentía nada. Se sentía vacío.
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«Relájate y disfruta, haz lo que haría cualquier otro.» Por fin sabría lo que se sentía al consumar el deseo. Desvió la vista hacia abajo en cuanto ella empezó a acariciar le el pecho, y le dio un vuelco el corazón cuando le pasó una uña por la cintura de los pantalones, adelante y atrás, justo por encima del vello que tenía bajo el ombligo. Se excitó al notar que lo tocaba, la punta de su pene se irguió. —Oh, Malkom. —Carrow estaba sin aliento—. Dime que pare si no quieres que te toque, amor. De lo contrario... ¿Decirle que parara? Lo que Malkom quería hacer era cogerle la mano y metérsela dentro de los pantalones, quería que lo acariciase; el deseo lo quemaba por dentro y los testículos incluso le dolían. Carrow pasó un dedo por el extremo más sensible de su miembro y él gimió, consciente de que lo había derrotado. Ella empezó a acariciarlo, pasó la yema por encima de la hendidura del glande hasta que consiguió arrancarle unas gotas de semen. «Derrotado.» Malkom le cogió la muñeca y le apartó la mano, y, acto seguido, la tomó en brazos. La llevó hasta la manta, donde la tumbó para poder quitarle la ropa. En cuanto la tuvo desnuda, se sentó sobre los tobillos y soltó el aire que había estado conteniendo. Se quedó mirándola, abrumado por su belleza, ebrio de ella. La niebla le humedecía la piel perfecta. Los pezones rosados subían y bajaban con cada inspiración, los tenía erectos, como si le suplicaran que los besara. Los ojos de Carrow parecían brillar de deseo. —Malkom, por favor, no pares ahora. —Estaba apretando las piernas y su cuerpo temblaba ansioso. —Ara. Yo nunca... No sé cómo... —A mí puedes contármelo todo. —Yo nunca he hecho esto antes y... —Quería expresar bien lo que sentía. No quería hacerle daño, sólo quería darle placer. Ella se limitó a levantar una rodilla y a separar las piernas para dejar al descubierto los resplandecientes rizos de su entrepierna. Un gemido se escapó del pecho de Malkom, que se quitó los pantalones y le dijo en demoníaco:
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—Me has vencido. —Desnudo, se arrodilló junto a ella—. Esta noche serás mía o moriré de deseo.
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CAPÍTULO 39
Malkom farfulló unas palabras que ella no entendió. Pero significaran lo que significasen, Carrow supo que expresaban algún sentimiento, y le demostraron que no le había perdido para siempre. Cuando se arrodilló a su lado, volvió a recordarle a un dios dorado. El enorme cuerpo del demonio era puro músculo. Los cuernos casi le habían crecido del todo y se erguían en su cabeza cada vez más oscuros. Un mechón de pelo mojado se le había pegado a la mejilla y sus ojos azules brillaban, ahora completamente negros. Pero al seguir con la vista el camino de vello dorado que conducía a su erección, Carrow se preocupó un poco al ver lo grande que era. Si no iba con cuidado, le haría daño. «Confía en él, tú le has pedido que te hiciera el amor.» Malkom se tumbó a su lado, y ella se volvió hacia él para tocarlo. El demonio la miró serio y negó con la cabeza. —No —dijo en inglés—, no me toques más o terminaré en tu mano. Y, acto seguido, le cogió las muñecas y se las retuvo por encima de la cabeza con una mano. Se acercó dos dedos de la otra a los labios y se arrancó las garras. Ella tembló de emoción, y su sexo se estremeció de las ganas que tenía de sentir aquellos dedos en su interior. —Entonces tócame tú, demonio —susurró, y dejó caer ambas rodillas al suelo.
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Con un gemido, Malkom la acarició con la palma y la cubrió como si le perteneciera, antes de deslizar el dedo índice dentro de ella. —¡Sí! —Carrow se deleitó en la caricia, a pesar de que ansiaba más. Él agachó la cabeza y le besó los pechos, su lengua ardiente le recorrió los pezones. Con la frente arrugada de tan concentrado como estaba, Malkom rodeó un pecho con sus labios y farfulló como un poseso lo dulce que sabía... lo mucho que había soñado con su olor. Cuando la penetró con otro dedo, ella estaba ya al borde del orgasmo. —Dime que estás lista —le pidió él antes de dirigirse al otro pecho—. Quiero... hacerte mía. —Movió los dos dedos con determinación—. Ah, poseerte de este modo. —Otro movimiento firme de muñeca. Malkom podía sentir que sus palabras la excitaban todavía más—. Mi esposa está húmeda, necesita terminar. —Sí, estoy lista —dijo con toda la desesperación que sentía—. Por favor, demonio... Él se colocó entre sus piernas, su piel morena brillaba por la lluvia, su sexo temblaba ansioso. Tenía los ojos negros como el ónix y ardían decididos. Es tan guapo. «Y está a punto de ser mío.» Él se sujetó el miembro y lo guió hacia el sexo de Carrow. —Dime que me deseas, bruja. —Te deseo, Malkom. —Gimió en cuanto notó que la punta se deslizaba en su interior—. Jamás he deseado a nadie como a ti. Él desvió la vista hacia donde sus cuerpos se unían y tragó saliva, nervioso y excitado al mismo tiempo. —Por fin sé lo que se siente. «Por fin estoy con mi esposa.» —Sí, sí —murmuró ella arqueando las caderas sin ningún pudor. Con cada ondulación, el sexo de Carrow humedecía el pene de Malkom, dejándole probar lo que sentía cuando empujaba. Él quería perderse en su interior, quería que su cuerpo lo envolviera por completo. —Ve con cuidado durante un rato.
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La lluvia caía sobre la piel de Carrow, y Malkom empezó a echarse hacia adelante, gimiendo a medida que el calor de ella le daba la bienvenida. Cuando su sexo lo atrapó, él ya no pudo dejar de mirarlo, y se quedó sin aliento al sentir lo apretada que estaba. «Después de haberme pasado tanto tiempo preguntándome cómo...» —Despacio, demonio. —Se aferró a los hombros de él y cambió de postura, buscando una que le permitiera a él penetrarla por completo—. Por favor. «Despacio. Tengo que conseguirlo.» Colocó las manos temblorosas detrás de los muslos de ella, le separó las piernas un poco más, y, despacio, fue deslizándose. Su pene había empezado a temblar, incluso le dolía. Y ni siquiera había llegado a la mitad. Él seguía mirando la unión de sus cuerpos. Un sentimiento similar a la pena lo invadió cuando se dio cuenta de que jamás encajarían. El delicado físico de Carrow no estaba hecho para alguien como él. —Bruja, no puedo... —Ella lo miraba con los ojos llenos de deseo—. Tú no... — ¿Cómo podía preguntárselo? Apenas era capaz de formular sus propios pensamientos, así que darles voz estaba casi fuera de su alcance—. ¿No te hago daño? —No, Malkom. —Movió la cabeza, y la exquisita esencia del pelo de ella lo embriagó. «¿De verdad?» Si ella no estaba preocupada, entonces podía relajarse. Carrow sabía mejor que él cómo funcionaban aquellas cosas. —Demonio, casi estás a... —Se quedó sin aliento al notar que él llegaba hasta lo más profundo de su cuerpo. El calor lo envolvía por completo—. ¡Ah, ahí! —Arqueó la espalda y el sexo de ella se deslizó por su erección. Malkom casi perdió el conocimiento. —¡Carrow! —gimió, aturdido por el placer—. No hay nada mejor. —Quería saborear el momento, deleitarse en aquella unión. Pero el instinto lo empujó a moverse, le exigió que empujara con las caderas. Retrocedió por primera vez. Y sintió tantísimo placer que un rugido desgarrador se escapó de su pecho. Tensó la espalda. Otro movimiento de caderas. «Dioses santos.» Hasta aquel instante no sabía lo que era vivir. Gimió y la miró, y le dijo en demoníaco que era preciosa, perfecta. Que estaba en el cielo. Se tumbó encima de ella y se movió hacia adelante, desesperado por poseerla del modo más básico.
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Ahora sí que le estaba haciendo daño. —Tranquilo, demonio. —Él no parecía oírla. Al principio le había gustado mucho, pero él se estaba excitando cada vez más y su erección no paraba de crecer. Carrow podía sentir cómo temblaba en su interior—. Por favor, ¿puedes esperar un segundo, por favor? Él se incorporó un poco y la miró incrédulo, como si despertara de un sueño. Pero dejó de moverse. Negar sus instintos era pura agonía. Tenía la mandíbula tan apretada que temblaba y los músculos del torso, de los brazos y del cuello tan tensos que se le marcaban bajo la piel. —¿Te estoy haciendo daño? —preguntó con mucho más acento que de costumbre. —Sí, un poco. Necesito acostumbrarme a ti. La frente y el torso de Malkom se empaparon de sudor. —¿Qué... qué puedo hacer? —¿Puedes besarme aquí otra vez? —Le ofreció un pecho. Él frunció el cejo como si ella le hubiera dejado completamente descolocado. Gimiendo desesperado, le acarició los pechos y se acercó un pezón a los labios. Su hambrienta boca se lo besó hasta casi rozar la agonía. Carrow arqueó la espalda. —¡Más, demonio! Malkom se dedicó al otro pecho, sin olvidar el que había estado besándole antes, que pellizcó con los dedos. Ella no tardó en ansiar que él se moviera en su interior. —Ahora —le suplicó, moviendo las caderas y pidiéndole que hiciera lo mismo—. Estoy lista. Como respuesta, el demonio se movió despacio. El placer recorrió todo el cuerpo de Carrow. —¡Ah, sí! —No le dolía. Era puro éxtasis—. Más... Otro movimiento de caderas.
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Ahora que nada la distraía, se dio cuenta de que Malkom acertaba con precisión en el clítoris con cada uno de sus movimientos. Se dio cuenta de que las sudadas caderas de él rozaban la parte interior de sus muslos. Se dio cuenta de que la llenaba por completo, como si formara parte de ella. Un único ser, sin principio ni fin. —No puedo parar otra vez, bruja —gimió Malkom contra el pecho de Carrow. —¡No, hagas lo que hagas, no pares! —gritó ella en cuanto él echó las caderas hacia atrás.
Su esposa quería que continuase. Aferrándose al poco autocontrol que le quedaba, y decidido a hacerla llegar al orgasmo, Malkom la obedeció. Volvió a mover las caderas una y otra vez hasta que por fin encontró el ritmo. —Bebe mi sangre —le pidió Carrow mientras sus cuerpos se pegaban el uno al del otro. Él se incorporó sobre los brazos. —¿Qué has dicho? —Empujó y a ella le temblaron los pechos. Los pezones excitados, todavía húmedos de la lengua de él. ¿La había oído bien? —Muérdeme el cuello... —No puedo. —A aquellas alturas tenía serias dudas de si sería capaz de apartarse a tiempo. Y seguro que no podría si la sangre de Carrow corría por sus venas. Ella movió la cabeza desesperada. —Muérdeme el pecho y bebe mi sangre, igual que la última vez. —¡Bruja! Cállate —le suplicó, a pesar de que no podía dejar de mirarla. Su suave piel lo atraía sin remedio. Beber su sangre mientras le daba placer... ¿Qué sentiría al hundir los colmillos en su cuello mientras otra parte de él seguía dentro del cuerpo de ella? ¿Cómo sería estar bajo la piel de Carrow de dos maneras distintas al mismo tiempo Sacudió la cabeza, decidido a contenerse, a no caer en la tentación de morderla. Los gemidos de Carrow eran cada vez más constantes, le clavaba las uñas en la espalda para atraerlo hacia si. Estaba al borde del orgasmo, y él quería que lo alcanzara. «Entrégate a mí, bruja...»
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Malkom se movía entre sus caderas, guiado por el lujurioso calor que emanaba de ella. La cogió por la nuca y la levantó. —Nunca podré renunciar a ti. Nunca dejaré que te vayas. «¡Entrégate a mí!» —Demonio... —La angustiada expresión de Carrow se convirtió en otra de puro éxtasis y los ojos le brillaron como estrellas—. Oh, me estás... —Echó la cabeza hacia atrás y gritó—: ¡Malkom! ¡Sí, sí! Él notó que ella apretaba los músculos al alcanzar el clímax, envolviendo su pene de aquel modo que había imaginado tantas veces. Pero la realidad era mucho mejor que todas sus fantasías. El olor de ella, sus gritos, el modo en que su cuerpo se movía debajo de él. Moverse en su interior mientras tenía un orgasmo... —¡Por todos los dioses, Carrow! —gritó. Iba a explotar. El sello iba a romperse, el semen estaba subiéndole. Había esperado cuatrocientos años para eyacular, para ofrecerle su parte más íntima a otra persona. Cuando estuvo tan excitado que ya no podía ni moverse, cuando estaba a punto de tener el mayor orgasmo de toda su vida, su mente le susurró: «Sólo es deseo».
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CAPÍTULO 40
Q
—¿ u... qué? —Carrow no entendía nada—. ¿Qué has hecho? ¿Malkom se había apartado antes de terminar? El demonio alcanzó el orgasmo encima del estómago de ella, estremeciéndose mientras gritaba su nombre. Y Carrow sintió como si la hubiese abofeteado. Ni siquiera se había roto el sello demoníaco, ni siquiera había eyaculado. Ahora yacía encima de ella, con el corazón retumbándole en el pecho, moviendo las caderas lánguidamente. «Alégrate, Carrow. No necesitas tener otro hijo.» Pues ¿por qué tenía ganas de llorar? —Bueno, ya puedes levantarte. Él levantó la cabeza a duras penas, todavía estaba sonriendo. —No sé si puedo moverme, ara. Esa media sonrisa casi fue la perdición de Carrow. Se lo veía tan joven, tan relajado...; tenía los ojos completamente azules. —No me moveré hasta que lo hayamos hecho otra vez. —Empezó a excitarse de nuevo. —Apártate. Malkom frunció el cejo ante su tono de voz y se apoyó en los codos. —¿Te he hecho daño?
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Se lo había hecho, pero no del modo que él imaginaba. Se echó hacia atrás y salió de debajo de él. —Channa, ¿qué pasa? ¿He... he hecho algo mal? —Dame un segundo, Malkom. —Ni siquiera podía procesar lo que estaba sucediendo. Acababa de tener la mejor experiencia sexual de toda su vida, había sentido la conexión emocional más intensa desde que tenía uso de razón, y él la había estafado. ¿Por qué lo había hecho? ¿Cómo había sido capaz de hacérselo? Antes de alcanzar el orgasmo, le había parecido que Malkom estaba completamente entregado. Pero claro, él no confiaba en ella. Y en el fondo de su ser quizá incluso seguía odiándola. O ambas cosas. Lo único que Carrow sabía seguro era que Malkom había sido capaz de negar su instinto demoníaco, de negarse a sí mismo aquel placer con tal de asegurarse de que no se quedaba embarazada de un hijo suyo. A pesar de que había jurado que jamás la abandonaría, que jamás la dejaría ir, odiaba cada minuto que pasaba con ella. —¿Por qué no me miras? —le preguntó cuando Carrow empezó a vestirse—. ¿Estás enfadada por cómo he terminado? ¿Está mal visto en los de tu especie? —Es sólo que no esperaba que lo hicieras. —Lo sé. Si llega a ser mejor, no habría podido apartarme. —Segunda bofetada de la noche —farfulló ella. Y luego añadió—: Pero has podido. —¿Estás enfadada por eso? No sabía que querías tener un hijo. Esperó a estar vestida para enfrentarse a él. —¡Y no quería! ¡No quiero! —Se apartó un mechón de pelo mojado de la frente— . No es que quiera tener un hijo, pero creía que tú necesitabas romper el sello y seguir tus instintos y todas esas cosas. Al fin y al cabo, soy tu alma gemela. —Sí, y mis instintos han sido... insistentes —dijo él como si le estuviera explicando que dos y dos suman cuatro—. A mí también me sorprende haber sido capaz de negarlos. —Si esos instintos han sido tan insistentes, señal de que tus motivos para terminar fuera de mí también lo son. Mira, comprendo por qué lo has hecho. Si me
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dejas embarazada, yo podría desaparecer y tú nunca sabrías dónde está tu importantísimo heredero. Malkom se concentró para entender algunas palabras, y cuando las comprendió se quedó atónito. —¿Heredero de qué, Carrow? —soltó—. ¡Abandoné lo poco que tenía por ti! — Recuperó la compostura y añadió—: Lo he hecho porque sé cómo tratarías a mi hijo. —¿Qué? —Tercera bofetada de la noche—. ¿Crees que maltrataría a mi propio bebé? —Tú misma lo dijiste, hay cosas con las que uno no puede arriesgarse. Yo tengo que estar presente para proteger a mi hijo. —¿De quién? —De cualquiera, de todo —dijo—. Ruby no tiene padres y depende del destino, y ahora depende de mi bondad. —¿De tu bondad? —Quería alejarse de él. Por desgracia, al menos en eso no iba a comportarse como una estúpida. No iba a huir, no mientras siguiera teniendo que cuidar de Ruby. Malkom tenía razón, tenía que quedarse con él para que las protegiera. A pesar de que acabara de hacerla sentir sucia y poca cosa. «¡Quiero recuperar mis poderes!» —Sabes que es verdad. Y yo no quiero que mi hijo sea tan vulnerable. —Te olvidas de una cosa: Ruby me tiene a mí. —¿Crees que alguna vez podré olvidarme de eso, bruja? Carrow había oído hablar de amores que podían superar cualquier obstáculo. Pero también había oído decir que había cosas que una pareja era incapaz de sobrellevar. Y empezaba a temer que ella y Malkom no iban a poder con el pasado. Él se puso de nuevo los pantalones. —Estás enfadada conmigo sin motivo. —Y tú me estás tratando como si fuera una zorra malvada capaz de abandonar a tu hijo. Yo no soy así. A decir verdad, no soy mala persona. —Sabía que Malkom había tenido una vida muy difícil, que había sobrevivido a cosas que ella ni siquiera podía imaginar. Carrow podía entender que desconfiara. «Pero no sé qué puedo hacer»—. ¿Me perdonarás algún día por lo que me vi obligada a hacerte? ¿O siempre creerás que soy una mentirosa? —¿Y qué harías si te dejara embarazada?
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—No te separaría de tu hijo. —Como si pudiera. Entonces se dio cuenta de que Malkom siempre formaría parte de su vida. Para lo bueno y para lo malo. Él estaba ahora en su plano y no se separaría de ella por las buenas. Quizá el demonio tuviera razón al querer mantener cierta distancia emocional. Su relación estaba condenada. Entonces, ¿por qué estaba tan segura de lo que sentía por él? Su corazón no paraba de gritarle la palabra «marido». —En Oblivion me dijiste que querías que te poseyera —explicó él entre dientes—. Podría haberte dejado embarazada. ¿Acaso no lo pensaste? —Lo hice. —¿Y? —Y pensé que con la llegada de Ruby mi vida ya había cambiado radicalmente. Y que esa niña me llena de una manera que no había creído posible. ¿Por qué no iba a hacer lo mismo otro hijo? —Así que todo gira en torno a tu felicidad. ¿Habrías criado a mi hijo mientras yo estaba preso en ese lugar? —Sé que no me crees, pero juré por mi diosa Hécate que volvería a buscarte. Juré que no descansaría hasta liberarte. No sé qué hacer para convencerte de que es verdad. Durante un instante, él pareció desesperado por creerla, pero en seguida su expresión se volvió recelosa. —Antes te he hecho una pregunta, y quiero que me la respondas —le pidió Carrow—. Sí o no. ¿Me perdonarás algún día por lo que me vi obligada a hacerte? Porque empiezo a sospechar que siempre me odiarás, que siempre creerás que te estoy engañando. —¿Y qué harías si ése fuera el caso? Mi respuesta, sea la que sea, no cambiará cómo están las cosas. Había vuelto a esquivar la pregunta. Carrow se frotó la frente. —Entonces, ¿qué hacemos? —Hasta ahora hemos hecho las cosas a tu manera; a partir de ahora, las haremos a la mía —dijo él en tono gélido y cortante—. Voy a protegerte, y también protegeré a la hija que has adoptado. No esperes nada más de mí. Carrow se quedó boquiabierta. Cuando terminara con ella, su corazón estaría tan destrozado como lo estaba el de él. Quizá incluso más.
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—¿Y te bastará con eso? —le preguntó en voz baja. —Tendrá que bastarme, y a ti también. Yo siempre mato a los que me traicionan, siéntete afortunada.
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CAPÍTULO 41
«
Estoy fatal», pensó Carrow. Acostada, miraba el desconchado techo. Mientras
Ruby dormía en la cama de al lado, ella no paraba de repasar lo que había sucedido a lo largo de aquellos tres últimos días. Malkom era muy bueno con la niña, pero se mostraba frío con ella, apenas le hablaba, apenas la miraba. No quería dormir dentro de la cabaña, y prefería acampar fuera, a medio camino entre el cuello de la península y la casa. A Carrow le gustaba pensar que sólo lo hacía para protegerlas, y no para distanciarse de ella. Con Ruby era paciente y todo amabilidad. Y la niña estaba fascinada con su padrasmonio. Al parecer, la pequeña le había explicado qué quería decir ese término, y él no había rechazado el nombramiento. Ruby se lo pasaba bien con él, lo seguía a todas partes, y a Malkom no parecía importarle. A lo largo del día, Carrow lo veía en varias ocasiones dirigiéndose a realizar alguna tarea con la pequeña bruja pegada a sus talones, Le había enseñado a hacer nudos, y habían ido juntos a pescar y a buscar bayas. Carrow sabía que a él incluso le gustaba que Ruby cantase Particle Man. Tenía sentido. Había estado tan solo durante tanto tiempo que el sonido de una niña cantando debía de sonarle a música celestial, fuera cual fuese la letra. La noche anterior, Ruby le había pedido que le diese la mano hasta que se quedase dormida. Carrow se había quedado de pie junto a la puerta, observando cómo el demonio esperaba pacientemente a que la pequeña bruja se durmiera. —Sueña cosas bonitas, deela —le susurró emocionado. La había llamado «muñeca» en demoníaco.
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Con cada segundo que Malkom pasaba junto a la cama de Ruby, más se convencía Carrow de que era el amor de su vida... A veces, la niña le contaba lo que hacían. —Le estoy enseñando a leer —le había dicho el día anterior, como si fuera un asunto de suma importancia—. Porque yo leo muchísimo mejor. —Pero a él no se lo has dicho, ¿no? —Sólo un par de veces. Ruby seguía presionando a Carrow para que se fueran de la isla. De hecho, insistía en ello varias veces al día. —Me prometiste que me llevarías a casa. —Lo sé, cariño, pero es complicado. —Echo de menos a mis amigas. Echo de menos a Elianna. Elianna, la mentora de Carrow y su madre sustituta, era una medio inmortal que envejecía pero jamás moriría. La vieja bruja llevaba siempre un delantal cuyos bolsillos estaban llenos de polvos misteriosos para hacer hechizos, y cada vez que Carrow la abrazaba, la esencia de esos polvos le subía a la nariz. Hasta la fecha, siempre asociaba aquel aroma con los abrazos y el amor incondicional. —Yo también echo de menos a Elianna. Y a Mariketa. Pero volveremos a verlas muy pronto. Por su parte, ella presionaba a Malkom para que las ayudase a escapar de allí, pero él seguía evitándola. Carrow tenía la teoría de que el demonio tenía miedo de que ella lo abandonase en cuanto regresaran a su mundo. Cuando, a decir verdad, si la trataba la mitad de bien de lo que la había tratado en la mina, estaba condenado a tener que quedársela para siempre. Pero Carrow no creía que eso llegara a suceder. Después de hacer el amor con Malkom por primera vez, se despertó con el cuerpo saciado, a pesar de que el corazón seguía doliéndole. Él le había hecho tanto daño que ella no había vuelto a buscar sus caricias. Pero la noche anterior, mientras estaba despierta durante la tormenta, Malkom apareció junto a la puerta iluminado por los rayos. —Ven —le dijo él. Carrow le echaba tanto de menos que le dolía, así que le resultó imposible negarse. El demonio le hizo el amor contra un árbol bajo la lluvia, primero desde
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delante y luego desde atrás, y después la sentó en su regazo para hacerlo una tercera vez. A partir de ésa, Carrow perdió la cuenta, pero todas y cada una de las veces, él llegó a hacer lo indecible para apartarse antes de terminar... Y nunca la mordió. Esa mañana se despertó exhausta, y se sorprendió gratamente cuando lo vio entrar en la cabaña para darle de comer a Ruby y llevársela con él, como si quisiera dejar que Carrow pudiese dormir hasta tarde. Qué detalle. Un detalle propio de un marido. Pero más tarde, cuando ella le dio las gracias, él negó haberlo hecho por eso. Sí, Carrow estaba fatal.
Ella se había enamorado de él porque Malkom la había hecho sentir amada. Y ahora su desdén la estaba matando. Le recordaba constantemente su infancia. Cuando era pequeña, creía que si se portaba bien y hacía que sus padres se sintiesen orgullosos de ella, éstos terminarían por quererla. Ahora había empezado a asumir que jamás la querrían hiciera lo que hiciese. ¿Y Malkom? El comportamiento del demonio había hecho que ella se diese cuenta de una cosa: se había portado mal con él, y si tratándola así durante un tiempo, conseguía perdonar que lo hubiese traicionado, entonces Carrow podía soportarlo. Pero no tenía por qué tolerárselo a sus padres. Miró el anillo de esmeraldas que llevaba en el dedo, el único vínculo que la ataba a ellos. ¿Y si se rendía de una vez por todas? ¿Y si abandonaba cualquier esperanza? Y entonces se preguntó: «¿Y si Malkom nunca supera que lo traicionase?». Eso sí sería un problema, pensó, y se puso en pie para ir a buscarlo. Ese fue el instante en que Carrow comprendió que amaba a Malkom Slaine.
Aquellas dos brujas estaban consiguiendo que Malkom se replantease todas sus creencias. Y para un demonio de su edad, eso estaba resultando un proceso de lo más incómodo. Habían establecido una especie de rutina. Durante el día, él pescaba y comprobaba las trampas del perímetro con Ruby a su lado. En cuanto terminaban, la pequeña le enseñaba a escribir en la arena. De noche, Malkom soñaba.
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Los recuerdos de Carrow habían empezado a suprimir las pesadillas sobre su propio pasado. Y no todos los recuerdos de la bruja estaban llenos de soledad, fiestas o guerras. Malkom descubrió muchas cosas acerca de su vida; vio coches, puentes muy grandes, barcos tan grandes como montañas. Vio su casa, una mansión llamada Andoain, el lugar del que les había hablado a sus padres. Estaba lleno de brujas y de criaturas muy inusuales. Pero Malkom también empezó a tener una pesadilla recurrente de lo que sucedía cuando regresaba con ella a sus tierras. En cuanto llegaban allí, Carrow le decía: «Lo siento mucho, Malkom». Ah, y en otra versión, ella ni siquiera se disculpaba, sino que se echaba a reír igual que aquella demonio que se había burlado de el cuando tan sólo era un niño hambriento. Carrow había admitido que incluso antes de que se dirigiesen al portal, estaba planteándose la posibilidad de compartir su futuro con él. «Tú te lo estabas planteando, bruja, yo lo daba por hecho.» La había querido tanto que la había seguido a ciegas. Y eso le dolía más que nada... Oyó que ella se acercaba. —¿Por qué nunca te quedas dentro con nosotras? —le preguntó desde detrás de él. Malkom se encogió de hombros. —¿Te importa que me siente? «Siéntate. Háblame. Di lo que haga falta para que deje de desconfiar de ti.» Él no quería sentirse así, pero cuatro siglos sabiéndose desgraciado no iban a desvanecerse porque hubiesen pasado unos cuantos días juntos. Los viejos miedos cuestan mucho de superar. —Siéntate —le dijo al presentir que iba a irse. Ella se sentó a su lado en la arena. —Necesito saber si vas a ir a inspeccionar el interior. No tenía intención de hacerlo, porque no iba a llevarla de regreso a su casa. Y en el caso de que fuera a «inspeccionar», regresaría y le diría que no había encontrado nada que pudiera ayudarlos a salir de allí. Aquel lugar era el paraíso. Por primera vez en la vida se sentía plenamente satisfecho de lo que tenía.
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A pesar de que no había tenido ni voz ni voto a la hora de decidir si iba a aquella isla, elegía quedarse. Ahora tenía otro territorio que proteger, un territorio lo bastante extenso como para correr, con agua y comida. Comida del mar. Pescar para su esposa y su hija era muy satisfactorio. Y, lo más importante, allí no se oían ruidos escandalosos ni había luces cegadoras. Y tampoco había guerras. —¿Por qué tienes tantas ganas de regresar? —le preguntó él—. ¿Tan mal estás aquí? —Tengo que ir a casa. Allí está toda mi vida. —Tú eres mi esposa. Tu vida está conmigo. —Pues pasémosla juntos pero en Nueva Orleans —añadió contenta—. Malkom, allí serás muy feliz con nosotras. Pero tienes que confiar en mí. «Acepta lo que te ofrece», le ordenó una parte de él. Si Carrow volvía a traicionarlo, sobreviviría. Y entonces recordó el aspecto que tenía ella aquella misma mañana, sonriéndole a Ruby mientras él y la niña recogían conchas. «No, no sobreviviría.» Si se permitía volver a amar a Carrow y ésta volvía a traicionarlo, Malkom no podría seguir adelante. Así que confiar en ella equivalía a confiarle su vida entera. Y lo que hacía que la situación fuese todavía más complicada, era que también él había empezado a querer a la pequeña bruja adoptada. Si Carrow lo traicionaba, se llevaría a la niña. Y eso era inaceptable. Malkom ya había decidido que si Carrow podía adoptar a Ruby, entonces él también. Si la niña necesitaba una madre que la quisiera, también necesitaba un padre que la protegiese. «Padre.» Un nuevo objetivo en la vida, un nuevo nombre. Uno que podía ocupar el lugar de «bastardo», «esclavo», «asesino». «Hijo de puta.» —¿Y qué me dices de Ruby? —dijo ella al ver que no contestaba—. Sus amigas y su colegio están en casa. —La niña se adaptará. Igual que tuve que hacerlo yo. —Yo quiero algo más para ella. Y creía que tú también. —Dime cómo puedo confiar en ese mundo al que quieres llevarme. La última vez que confié en que me llevases a un sitio nuevo, no salí muy bien parado.
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—Y ahora estás mucho mejor, ¿no es así? —Si lo estoy, ten por seguro que me lo he ganado —dijo él, al recordar las torturas que había sufrido a manos de Chase. Y al rememorar la cara de asco del hombre, dijo—: En tu mundo, ¿la gente aceptará lo que soy? Carrow apartó la vista. —Tu especie no es... Bueno, digamos que habrá mucha gente que te considerará un enemigo sólo por ser lo que eres. Pero no sabremos si podremos convencerlos de lo contrario hasta que lo intentemos. —Es imposible que tu hogar sea mejor que esto. —Las luces cegadoras, los sonidos, el comportamiento de Carrow... —Quizá no sea mejor, es diferente. Nosotras formamos parte de un aquelarre, y Ruby necesita aprender de las otras brujas. Malkom, la niña podría ser peligrosa. Las hechiceras mostraron excesivo interés por ella —le explicó—. Y tengo un mal presentimiento respecto a este lugar. Tengo la sensación de que algo se está acercando. Vendrán más mortales. Y los peligros de esta isla son mucho más grandes que lo que nos encontraremos en casa. —Ah, ahora resulta que tienes un presentimiento. Una sensación. —¿Tampoco piensas creer eso? —Se le sonrojaron las mejillas de lo enfadada que estaba—. Si crees que soy capaz de mentir sobre un peligro potencial, entonces me temo que jamás superaremos nuestros problemas. —Es muy conveniente. Tu presentimiento. —La Dorada puede seguir suelta por ahí fuera. ¿Te acuerdas de ella? ¿La mujer vendada que se paseó por la cárcel creando el caos? —A mí no me molestó. De hecho, me ayudó. No me preocupa. Carrow entrecerró los ojos. —Al parecer estás muy convencido de que esta isla es mejor que mi casa. ¿Has soñado con mis recuerdos? —Sí —respondió él sin avergonzarse. Ella se quedó boquiabierta, aunque recuperó la compostura al instante. —¿Qué has visto? «A ti, bailando encima de mesas.»
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—Destellos de tu mundo. Coches y aparatos. Lo suficiente como para saber que prefiero quedarme aquí. —¿Qué has visto de mi vida? ¿Por qué no decírselo? —Te he visto en medio de guerras. Te he visto luchando sin temor. —No hay tantas guerras, Malkom. —Te he visto desnudándote delante de desconocidos. Carrow ni siquiera tuvo el detalle de sonrojarse. —¿Me has visto con otro? A él lo aterrorizaba que existiera esa posibilidad. —No, no te he visto con nadie. Pero sí he visto lo suficiente. ¿Por qué te comportaste de ese modo? Ella se encogió de hombros. —Por varios motivos. Estaba soltera y sin compromiso, y fue divertido. No soy tímida, y nuestra cultura es muy liberal y relajada. Además, así obtengo poder. Ahora le tocó a él quedarse boquiabierto. —¿Esa es tu fuente de poder? Carrow asintió. —La felicidad. La alegría. Ambas me dan poder. —Ladeó la cabeza y lo miró fijamente—. Malkom, no voy a disculparme por eso, ni por nada de lo que he hecho. — Al ver que él fruncía el cejo, añadió—: Tú tienes cuatrocientos años, yo no he llegado a los cincuenta. Así que no me juzgues por pasármelo bien cuando era joven y estaba soltera. Y no me juzgues por alimentar mi poder con lo que estaba a mi alcance. ¿Que no la juzgara? ¿Quién era él para juzgar a nadie? —¿Tienes intención de seguir haciéndolo? —Sólo la semana anterior al miércoles de Ceniza. —Vio que él no la entendía y se lo explicó—: Es la fiesta de la ciudad. Una locura. Y espero que tú estés allí conmigo. — Se acercó a él—. Ya que has visto mis recuerdos, es justo que tú me cuentes los tuyos. —Le recorrió las cicatrices de las muñecas con los dedos. Al ver que retrocedía, Carrow apartó la mano.
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—Nunca confiarás en mí, ¿verdad? —le preguntó triste—. Así que no se trata de que creas que esta isla es un lugar mejor para vivir, lo que pasa es que tienes miedo de que te traicione en cuanto lleguemos a mi casa. No tienes ni la más mínima intención de ir a inspeccionar nada, ¿me equivoco? ¿No vas a ayudarnos a salir de esta isla? —No, no pienso hacerlo. Carrow se horrorizó. —¿Pretendes que lleve este torquímetro para siempre? ¿Quieres que esté indefensa y sin magia? ¡Soy una bruja, Malkom! —¿Indefensa? Yo te protegeré, te juro que lo haré. Y digas lo que digas, aquí correrás menos peligro que en tu mundo lleno de guerras. —¿Algún día dejarás de estar enfadado? Él no contestó. —Maldita sea, demonio, dímelo. ¿Algún día volverás a confiar en mí? —No lo sé. —¡Contéstame! —gritó—. ¿Sí o no? —No. —Los viejos miedos costaban mucho de superar. Ella se llevó las manos a la cabeza. —Entonces, ¿pretendes seguir alejándote de mí, manteniendo las distancias? Me estás tratando como mis padres. —Se rió con amargura—. Bueno, al menos a ti te he dado motivos para hacerlo. ¿Era así como Carrow interpretaba su comportamiento? ¿De verdad lo comparaba con sus fríos y altivos progenitores? La primera reacción de Malkom fue negarlo, pero ¿acaso él no había sido también frío con ella? «Al menos a ti te he dado motivos...» La estaba tratando igual que sus padres. ¿Cómo había podido, cuando él sabía perfectamente el daño que le había hecho a Carrow la indiferencia de éstos? ¿Cómo la estaba afectando que él la ignorase? La bruja no les había hecho nada malo a sus padres, y tampoco era verdaderamente culpable de lo que le había hecho a Malkom. Lo único que había pretendido había sido salvar a una niña pequeña, una niña a la que quería criar como propia.
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—No podemos quedarnos aquí atrapados sólo porque tienes miedo de que te abandone cuando regresemos a casa —le dijo—. ¿Se te ha ocurrido pensar que también podría dejarte aquí? Malkom se tensó y le enseñó los colmillos. —Inténtalo, bruja. Siempre iré tras de ti. De las dos. ¡Nada me detendrá! Carrow ocultó el rostro entre las manos. —¿Qué diablos me pasa? —farfulló en voz tan baja que él apenas pudo oírla—. Amo a alguien que es incapaz de sentir lo mismo por mí. —¿Amor? —soltó él—. ¿Es eso lo que quieres de mí? —A Malkom se le paró el corazón. Quizá debería contárselo todo. Si tanto temía la reacción de ella, quizá lo mejor sería quitárselo de encima cuanto antes. Tarde o temprano terminaría por abandonarlo. «Y no me importará, porque ya no confío en ella.» Carrow levantó el rostro. —Sí, Malkom —contestó abatida—. Quiero que me ames. —¡No sabes nada de mí! Pero lo sabrás. —Le contaría su sórdido pasado, no omitiría ningún detalle. Así ella comprendería con qué clase de individuo se había casado—. Cuando termine la noche, lo sabrás todo.
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CAPÍTULO 42
L
« o sabrás todo...» Malkom tenía una expresión cruel, como si tuviera intención de hacerle daño con lo que iba a contarle. Pero ya se lo estaba haciendo. El demonio estaba convencido de que su relación dependía de cuál fuese su pasado, de cómo dicho pasado lo afectaba a él. En vez de pensar que tenía que tener en cuenta el pasado de ambos, y forjar su futuro juntos a partir de eso. Le costaba confiar en ella, pues bien, a ella le costaba alejarse de él, que la ignorase, que la rechazase... —Pues cuéntamelo, Malkom. Quiero saberlo todo. A pesar de que el demonio quería aparentar indiferencia, el negro de sus ojos evidenciaba lo poco calmado que estaba. Carrow supo en aquel preciso instante que lo que le iba a contar, jamás se lo había contado a nadie. —Mi madre era una puta —empezó—. No tengo ni idea de quién era mi padre. Eso Carrow ya lo sabía, pero tras sopesar si debía decírselo, decidió escucharlo y callar. —Sigue, por favor. —Cuando era un niño, mi madre me vendió a un vampiro que me usó para alimentarse. —La miró directamente a los ojos y añadió—: Y para... sexo. Ah, Hécate, ¿por eso había matado a su madre? —Ella sabía lo que ese vampiro iba a hacerme, y aun así me convirtió en su esclavo. —Levantó los labios hasta dejar los colmillos al descubierto—. Ese vampiro violaba constantemente a sus esclavos. —Malkom, yo...
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—Déjame terminar —soltó él. —Lo siento, continúa. —Pero el vampiro no se conformó con eso. Me compartió con el resto de sus amigos. Unos enfermos. Le gustaba avergonzarme, ponerme en ridículo. Con el paso del tiempo, me odié a mí mismo más que a él. A Carrow se le rompía el corazón de pensar que su demonio había pasado por eso. Ya sospechaba que habían abusado de él de algún modo, pero no se había imaginado que la cosa hubiese llegado a esos extremos. —Hice todo lo que el vampiro quería de mí —le dijo—. Fui su puta, y con el tiempo llegó a creer que me gustaba. Si me dolía, ignoraba el dolor. Si algo me daba asco, aprendí a disimularlo. Su expresión era cada vez más atormentada, tenía los ojos completamente negros, como si estuviera reviviendo toda aquella pesadilla. Carrow quería abrazarlo, pero sabía que él no aceptaría que lo consolase. —Mi amo nunca supo lo mucho que lo odiaba. Y a pesar de todo, me echó a la calle. Me quedé atónito, incapaz de comprender qué había hecho mal. Tardé años en darme cuenta de que lo que había sucedido era que había crecido y ya era demasiado mayor para sus gustos. —¿Qué... qué pasó entonces? —Me recuperé. Sobreviví. De algún modo, mi cuerpo se hizo todavía más fuerte, pero mi mente nunca se recuperó. Sabía que tenía que matarle. —Siguió hablando sin ninguna emoción, monótono, igual que si estuviese recitando una lista. Pero Carrow podía sentir el dolor que Malkom había enterrado en lo más profundo de su ser—. Lo último que vio mi amo antes de morir fue mi rostro. Después de eso, maté a cientos de vampiros. Nada me gustaba más. El príncipe Kallen no tardó en oír hablar de mí. Nos hicimos amigos —añadió en un murmullo—. No podía creerme que Kallen quisiera ser mi amigo. Nunca antes había tenido ninguno. Ni lo he vuelto a tener. «No llores, te odiará si lo haces.» Un momento, ¿el príncipe y Malkom eran amigos? Carrow temía oír el resto de la historia, había leído en el dossier cómo terminaba: el demonio había asesinado a Kallen el Justo. —Kallen sabía de mi baja cuna, y que había sido un esclavo, pero no le importaba. Fue la primera persona que se preocupó de si yo moría o vivía. Luchamos hombro con hombro contra los vampiros durante años, hasta que nos capturaron a ambos por culpa de un traidor: Ronath el Armero.
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¿Ronath? Ese demonio había tenido una muerte demasiado rápida. —El líder de los vampiros, el Virrey, nos convirtió a Kallen y a mí en abominaciones. En scârba. Y luego nos encerró juntos sin comida ni sangre. Nos dijo que sólo uno de los dos saldría de la celda. El que bebiera, el que matase al otro. El odio que sintió Carrow hacia aquellos vampiros que llevaban siglos muertos la quemó por dentro. Por ellos, Malkom había sufrido un infierno. —Kallen no era tan fuerte como yo, y no estaba acostumbrado a pasar hambre. Necesitaba la sangre más que yo. Debería de haberme dado cuenta, debería de haberle dado lo que necesitaba. Jamás me he arrepentido tanto de nada como de lo que hice aquella noche. —¿Él trató de beber tu sangre? —Así que el príncipe había sucumbido a la sed de sangre y había atacado a aquel amigo que tanto lo admiraba, que tanto lo quería. Y Malkom estaba convencido de que era él quien había actuado mal. —¡Por supuesto que trató de beber mi sangre! Estábamos muertos de sed. Kallen era mi mejor amigo, y yo le destruí. —No tuviste elección, Malkom. —¡Claro que la tuve! —Tú mismo has dicho que estabais muertos de sed. —Yo no bebí la sangre de Kallen, bruja. Le maté porque pensé que había traicionado nuestra amistad. Jamás había bebido de nadie hasta que te mordí. «¿Nunca?» ¿Cómo había resistido tanto tiempo? —¿Cómo escapaste del Virrey? —Él quería que le jurase lealtad a la Horda, quería que fuera más vampiro que demonio. Me resistí durante años, soporté todas sus torturas. Pero una noche me ofreció el cuello de un niño demonio, uno que tenía la misma edad que yo cuando me mordieron por primera vez. Pude sentir el miedo del niño, pude olerlo, y me resultó tan familiar... Una rabia como no había sentido antes se apoderó de mí, y me dejé llevar. Rompí las cadenas y descuarticé al vampiro. ¿Torturas? ¿Durante años? Y luego ella va y le entrega a Chase para que le haga lo mismo... —Y al final apareció Carrow Graie —dijo en voz baja y tono amenazador—, una bruja tan bella como engañosa. Hizo que me encariñara con ella y luego me traicionó, me condujo a una trampa y volvieron a esclavizarme.
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Ah, por todos los dioses, él creía que ella no era mejor que los demás. —Todos los que me traicionaron han pagado con sus vidas. Maté a mi amo, al Virrey, a Kallen y a Ronath con mis propias manos. —¿Y a tu madre? —Cuando crecí, fui a visitarla en el tugurio donde vivía. Quería enseñarle en qué me había convertido, quería que se arrepintiese de haberme abandonado. Y cuando me sirvió una copa envenenada, la obligué a bebérsela. A Carrow le dio un vuelco el corazón al comprender por qué Malkom había ido a ver a aquella demonio. Él todavía ansiaba que su madre lo quisiese, a pesar de que quizá lo deseara de forma inconsciente, o de que incluso ahora siguiera ignorándolo. Y su madre le había respondido sirviéndole una bebida envenenada. Malkom malinterpretó el silencio de Carrow. —¡Se lo tenía merecido! Todos están muertos excepto tú. —¿Querías... querías matarme? Él le aguantó la mirada. —Me lo planteé. Si no hubieras sido mi esposa, lo habría hecho. Ahora ella le comprendía mucho mejor. El modo en que había reaccionado cuando lo había bañado en Oblivion. El motivo por el que no quería dejarla embarazada. ¿Cómo podía confiar en que Carrow sería buena madre si la suya lo había abandonado a su suerte y había permitido que abusaran de él una vez tras otra? Su propia madre lo había vendido como esclavo y había tratado de asesinarlo. ¿Por qué iba a esperar que ella fuera distinta? Carrow nunca había conocido a una persona a la que le costase más confiar en la gente que a Malkom. Y ella lo había traicionado, había traicionado a alguien cuya vida se había forjado a base de traiciones. Desvió la mirada hacia las muñecas del vampiro. Tenía heridas mucho peores en el alma. «Y yo se las he abierto.» —¿Y qué piensa ahora la bruja de su esposo?
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CAPÍTULO 43
Malkom se preparó para soportar la repulsión de Carrow, a pesar de que sabía que no debería importarle lo que opinase. Ella le había traicionado. Pero mientras la veía pensar su respuesta, se arrepintió de haberle contado todo aquello. No podría soportar que lo mirase con asco, de ella no podría soportarlo... —Te agradezco que hayas confiado en mí y que me hayas contado tu pasado — dijo al fin—. Eso explica muchas cosas. Pero no modifica para nada lo que siento por ti. Malkom soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Y entonces se puso furioso. —¿Cómo puedes decir eso? —preguntó con rabia—. Estás mintiendo, quieres engañarme otra vez. ¿Cómo es posible que no te dé asco? —No me lo das. Lamento mucho que tuvieras que pasar por eso y quiero consolarte, pero mis sentimientos hacia ti no han cambiado lo más mínimo. Quizá Carrow no comprendía el alcance de lo que acababa de contarle. «El modo tan deshonroso en que me comporté.» —Hurgué en la basura, comí porquería. Maté a mi mejor amigo, a la única persona que me ha tratado bien en toda mi vida —dijo entre dientes—. Cuando mi amo me violaba, me comportaba como si me gustase, como si me encantase lo que me hacían él y sus amigos. Ella no apartó la mirada, pero los ojos se le llenaron de lágrimas. —Ojalá pudiera haber evitado que te sucediese. Ojalá hubiese podido rescatarte. Malkom se puso en pie.
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—¿Qué diablos te pasa, bruja? —Se frotó la cara—. No, ya lo sé. Estás haciendo lo mismo que hice yo con mi amo. Finges que me amas porque quieres que te proteja, por eso te comportas como si no te diera asco. —¡No estoy fingiendo nada, demonio! ¡Eras un niño! Hiciste lo necesario para sobrevivir. Y doy gracias a los dioses por ello. Te convertiste en la persona más noble y valiente que he conocido nunca. Gracias a tu fuerza y a tus ganas de vivir, pudiste salvarnos a mí y a una niña inocente de una muerte segura. ¿El más noble? Malkom sacudió la cabeza. —Me dijiste que los mortales me querían, que querían a un scârba porque soy único. A ti y a la niña quizá no os habrían secuestrado si yo no existiera. —Yo tal vez fui sólo una ficha más, pero estoy convencida de que a Ruby la habrían cogido de todos modos. Y si no hubiera sido por ti, aquella noche habría muerto. ¿Por qué no te acuerdas de cosas como ésa? —Levantó la vista hacia el cielo y luego volvió a mirarlo a los ojos—. Me arrepiento de haberte hecho daño, pero no lamento que me mandaran a buscarte. Sólo de pensar que podría no haberte conocido jamás, me pongo enferma. Él apretó los puños. «A mí me sucede lo mismo.» ¿Qué tenía que hacer para aflojar el nudo que sentía en el estómago, para dejar atrás aquellas dudas tan amargas? «Ya no quiero sentirme así...» Al ver que él no respondía, Carrow se puso en pie. —Me voy, Malkom. Pero hay algo que deberías saber. —Esperó a que él la mirase antes de añadir—: Si me has contado todo esto para levantar un muro entre los dos, te ha salido mal. Lo único que has conseguido es que te ame todavía más. «¡Lo que carece totalmente de sentido!» Después de revivir todos esos recuerdos, él se moría por dentro. Quería hacerle daño, quería arrancarle aquella máscara de preocupación y empatía. «Nunca volveré a creer en ella.» En cuanto Carrow dio media vuelta para volver a la cabaña, Malkom levantó una mano, la sujetó por el tobillo y tiró de ella hacia la arena. —No he terminado contigo, esposa. Ella lo miró, pero no estaba furiosa ni alerta, sino decidida. —Me alegro, porque yo jamás terminaré contigo, Malkom. —Le acarició el rostro y descansó la palma de la mano en su mejilla. Sus ojos se suavizaron al mirarlo. Cada vez que lo miraba así, el rencor de Malkom aumentaba.
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—El único motivo por el que aceptarías a alguien como yo en tu cama —le sujetó las manos y se las retuvo encima de la cabeza— es porque sabes que sin mi protección estarías indefensa. —Estaba tan seguro de eso como de su propio reflejo—. Y cuando estés sana y salva en tu casa, ya no me necesitarás. —Eso no es verdad. —Demuéstramelo —dijo con voz cruel—. Demuéstrame por qué una bruja de tan alta cuna como tú —le rompió la camisa dejándole los pechos al descubierto y apretándoselos sin delicadeza— iba a querer acostarse con alguien como yo. —Malkom, quiero acostarme contigo porque te deseo. —¿De verdad quieres que el bastardo de una puta se meta entre tus piernas? —le susurró él al oído después de arrancarse también la camisa. Le levantó la falda hasta la cintura y le desnudó el sexo—. ¿Si estuvieras en mi lugar, no te parecería sospechoso? —Se bajó los pantalones hasta las rodillas y se colocó encima de ella. —Te deseo. Siempre te desearé. Malkom colocó la punta de su erección a la entrada del sexo de Carrow y a ella se le aceleró la respiración y se excitó, lo que sólo sirvió para que él se pusiera más furioso. —¿Te gusta que te folle un scârba? —le enredó una mano en el pelo—. ¡Mírame! ¡Mírame de verdad! ¿Qué ves que los demás son incapaces de ver? —Veo a mi marido. El gimió frustrado y la penetró con un único movimiento. A pesar de que estaba hecho un lío, el placer le sacudió todo el cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y se mordió el labio para no gritar. Ella separó los labios al sentirlo en su interior y se quedó sin aliento. Luego susurró: —Te amo. Él se quedó petrificado y la miró. —¿Qué has dicho?
El cuerpo del demonio era una masa de nervios, una bomba a punto de estallar, pero Carrow se lo repitió: —Te amo, Malkom.
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—¡Cállate! —La penetró con fuerza y ella apretó los dientes. —Te amo. —Deja de decir eso —le ordenó, moviendo las caderas, deslizando su erección hasta lo más profundo. La miró como si la odiase, como si quisiera castigarla por amarlo, a pesar de que Carrow podía sentir las emociones que irradiaban de él; sentía lo mucho que anhelaba que le amase de verdad. —¿Estás tratando de hacerme daño? Él se detuvo encima de ella. —Te lo tendrías merecido. —Los ojos del demonio se llenaron de más dolor del que Carrow había visto jamás. Y entonces lo vio desviar la mirada hacia su cuello—. Si te muerdo, ¿seguirás diciendo que me amas? «Sí, siempre.» —Compruébalo tú mismo. —Probablemente tendrías otro orgasmo. ¿No es así, bruja? En vez de morderla, se puso de rodillas y le soltó las manos. Acto seguido, le sujetó el trasero y la colocó de tal modo que pudiese penetrarla más. Cuando llegó a lo más profundo de Carrow, movió las caderas como si fueran pistones. Sus poderosos músculos se flexionaban bajo su piel sudada. Ella trató de arquearse para ir al encuentro de él, ansiosa por acompasar sus movimientos, pero Malkom tenía demasiada fuerza. La fricción... sus gemidos de placer... el calor que crecía dentro de ella. Sólo con mirarlo moverse de ese modo llegó al borde del orgasmo. Levantó las manos y le acarició el torso, y luego las deslizó hacia abajo. Con cada una de las caricias de ella, con cada una de las acometidas de él, la tensión dentro de Carrow iba a más, hasta que no pudo soportarlo. —¡Demonio! —gritó, desesperada por alcanzar el orgasmo. Movió la cabeza frenética, y notó que estaba a punto de estallar. Por fin la embargó el placer. Ardiente. Sin límites. —¡Por todos los dioses! ¡Sí, Malkom! —Arqueó la espalda, le clavó las uñas en las caderas, deseando más, anhelando que él llegara aún más hondo.
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—Te siento —murmuró él—. Siento tu orgasmo a mi alrededor. —Y en el último minuto, justo cuando creía que iba a terminar dentro de ella, él echó las caderas hacia atrás. Con un grito agónico, su erección se estremeció encima del estómago de Carrow, y el demonio tembló y se movió sin ningún control encima de ella hasta que por fin terminó. Cuando Malkom se derrumbó, Carrow se quedó mirándole con los ojos llenos de lágrimas por todo el daño que le habían hecho. Le dolía como si se lo hubiesen hecho a ella. Y junto al oído, Malkom le susurró. —Sigo sin haber terminado contigo, esposa.
Carrow se despertó justo antes de que amaneciera. La niebla los envolvía a ella y a Malkom. La última vez que había ido a comprobar cómo estaba Ruby, seguía lloviendo. Y ahora todo estaba tranquilo y sereno. El demonio seguía dormido, lo que no era de extrañar. Debía de estar exhausto tras tantas horas de sexo sudoroso, frenético y —cruzó los dedos— catártico. A pesar de todo, él no le había hecho daño. Al terminar la noche, Malkom se tumbó de lado para poder abrazarla, y la apretó junto a su torso. Con el cuerpo temblando, y con voz ronca, había dicho: —Una bruja tiene mi vida en sus manos, ara. Vivo y muero por ti. Ahora Carrow lo estaba mirando. Tenía el cejo fruncido, y los ojos se le movían detrás de los párpados. Las mejillas cubiertas de una incipiente barba rubia. «Es tan hermoso...» Tan salvaje... Y estaba tan perdido. ¿Cómo era posible que aquel demonio que sólo había conocido el dolor y la humillación fuese tan bueno y orgulloso? Le recorrió el rostro con los dedos y repitió las palabras de él: —Carrow es de Malkom. Como quería volver a su cama antes de que Ruby despertase, se apartó de mala gana, y él, aunque gruñó para quejarse, siguió durmiendo. Carrow se vistió con lo que quedaba de su ropa y luego regresó a la cabaña, pensando en todos los secretos que Malkom le había contado, en todo lo que le habían hecho.
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En el pasado, ella se había preguntado si habría preferido que la maltratasen a que la ignorasen y abandonasen. Quizá así sabría por qué sus padres nunca la habían querido. Después de escuchar a Malkom, sabía lo afortunada que había sido. Había tenido la oportunidad de encontrar una nueva familia; una madre, una hermana, una hija. Y ahora un marido. Estaba completamente enamorada de él. Lo admiraba, lo respetaba, lo amaba. Estaba convencida de que habían dado un paso hacia adelante. Malkom había dado rienda suelta a sus frustraciones, le había contado sus secretos. Seguro que eso los había unido. Estaba convencida de que él podría perdonarla por haberlo traicionado. Pero ¿podría superar el resto? ¿Podría olvidar los cuatro siglos de sufrimientos, de traiciones, antes de que le rompiera el corazón? Cuando se despertase, le diría que las cosas iban a cambiar. No iba a tolerarle que dijera crueldades, ni sobre ella ni sobre él mismo. Era su marido, y ni loca iba a permitir que nadie, ni siquiera el propio Malkom, hablase mal de sí mismo. Le demostraría que él era mucho más que su pasado. ¿Acaso Carrow creía que el amor podía curar todas las heridas del demonio? ¿Contrarrestar años de abusos? No. Pero el amor de una buena esposa y el de una hija, el respeto y la gratitud de todo un aquelarre de brujas, y ser bienvenido en el seno de la comunidad de los inmortales... bueno, digamos que todo eso podía ayudar. Carrow tenía intención de vencer las dudas que Malkom pudiese tener. Recurriría a todo lo que fuera necesario para demostrárselo. Si él creía que su pasado tenía más fuerza que el futuro que iban a tener juntos, entonces señal de que nunca había visto a una bruja dispuesta a salvar su matrimonio. Resuelta, se toqueteó el anillo. «¿Acaso yo no soy también más que mi pasado?» ¿Estaba dispuesta a enfrentarse a las dudas de Malkom, y no a las suyas? Aunque el anillo ya no le iba tan suelto como antes, comprendió que ya no era para ella. De modo que se lo quitó y lo guardó en la palma de la mano mientras se dirigía hacia la playa. De pie frente a las olas, miró la joya. Había llegado el momento.
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Carrow había tomado esa decisión otras veces, pero con el paso del tiempo siempre volvía a intentar ponerse en contacto con sus padres. Siempre se había aferrado a aquel anillo como si fuese su última esperanza. «Basta.» Lo lanzó al mar. En el mismo instante estuvo tentada de tirarse al agua tras él. Pero se contuvo. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas y levantó el rostro en medio de la niebla. «Adiós.» Giró sobre sus talones y regresó a la cabaña. Con cada paso que la alejaba de su pasado se sentía más ligera, como si le hubieran quitado un peso de encima. El anhelo, la confusión, la desesperación... todo se iba desvaneciendo. Suspiró y pensó que por primera vez podía respirar. Al llegar al dormitorio, tapó a Ruby con la manta y le dio un beso en la frente. «Voy a cuidar de ti, Ruby. Siempre lo haré.» La invadió la satisfacción y una llama de poder nació dentro de ella. A pesar de que el torquímetro la apagó, había podido sentirla. «¿Dentro de mí?» Se rió atónita y se metió en la otra cama. Durante toda su vida había estado buscando una respuesta. Siempre había sabido que podía alimentarse de la felicidad de los demás, pero nunca se había planteado que también pudiera hacerlo de la suya propia... porque nunca había sido feliz. No hasta que se había desprendido del pasado y dado la bienvenida al futuro con los brazos abiertos. Se quedó mirando el techo, y le pareció distinto de cuando se había ido. «Porque yo estoy distinta.» Y luego sonrió. Todavía sonreía cuando se quedó dormida. Pero le duró poco, pues de golpe se sentó en la cama, igual que Ruby. —¿Has sentido eso, Crow? —murmuró la niña—. Algo malo se está acercando.
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CAPÍTULO 44
Q
—¿ ué
quieres
de
mí,
Mariketa?
—preguntó
Conrad
Wroth
tras
teletransportarse al salón de Andoain junto con su esposa. En cuanto Mari consiguió localizar a Carrow, una hazaña en sí misma, le pidió a Conrad que se reuniera allí con ella y con Bowen. —Necesito un favor —dijo ella observando al vampiro de ojos rojos. «La llave.» Conrad era un inmoral repleto de maldad, una maldad que se basaba en los recuerdos que el vampiro había adquirido al beber la sangre de sus víctimas, y que estaba obsesionado con Néomi, su Novia fantasma. Quien a su vez era tan intangible como el humo. Por suerte, Conrad estaba en deuda con Mari. La bailarina Néomi, ahora una de las mejores amigas de la bruja, estaba viva gracias a ella. —Tú dirás —dijo Conrad con marcado acento estonio. —Verás, así es como están las cosas —empezó Mari—, supongo que sabes que la Orden ha estado secuestrando a miembros de la Tradición. Pues bien, mi amiga Carrow estaba entre ellos, y he localizado dónde están encerrados. A pesar de que Mariketa había podido detectar un cataclismo en la Tradición, no podía pedir una segunda opinión a ninguna de las brujas. Y tampoco podía encontrar a la valquiria Nïx por ningún lado, así que la adivina tampoco iba a poder ayudarla. A ojos de la Tradición, el poder místico de Mari consistía en poco más que una corazonada. Se sentía como un sismólogo que detecta un pequeño temblor y no consigue que nadie lo crea cuando dice que se está acercando un terremoto.
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—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó Conrad. —Necesitamos que alguien me teletransporte para ir a buscar a Carrow —le explicó Bowen. —Que nos teletransprote a los dos —lo corrigió Mari—. Los dos vamos a ir a buscar a Carrow. —¡Maldita sea, tesoro! —dijo su marido cogiéndola del brazo—. Ya hemos hablado de esto. Lo habían hablado hasta la saciedad. Su hombre lobo era muy protector. —Y no voy a permitir... —¿Cómo los has encontrado? —interrumpió Néomi suave pero con firmeza, con su acento francés. —Detecté una energía inmortal en cierto lugar —explicó Mariketa—, y luego fui capaz de descargar la localización exacta en un espejo. En pocas palabras: noté como si hubiera una guerra en plena Tradición. Conrad y Néomi se quedaron callados. Al final, la bailarina fue la primera en hablar: —Ya sabes que estamos en deuda contigo. Apenas un año atrás, Conrad había llevado a una Néomi moribunda a casa de Mari. La bruja lo había arriesgado todo para salvarla, y luego había utilizado su poder para convertirla en fantasma; una inmortal que podía ser tangible o intangible a su voluntad. —Pero parece una misión suicida —añadió Néomi—. Si Conrad consigue teletransportarse a ese lugar que dices, ¿qué pasará si es en medio del océano o de un soleado desierto? —Estoy convencida de que está en una isla. —¿Y no puede ir alguien volando y comprobar antes las coordenadas? — preguntó Conrad. —Nïx nos dijo que no podía verse desde un avión —apuntó Mari, lo que era evidente, pues carecían de coordenadas. Cosa que no ayudaba para demostrarles a sus aliados inmortales que tenía razón. —Vampiro, necesitamos que alguien nos lleve hasta allí para así poder peinar la isla a pie —insistió Bowen. —Conrad, tienes que ser tú —añadió Mari.
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—¿Cómo sabrá dónde tiene que ir? —preguntó Néomi. La bruja apartó la mirada y levantó un espejo de bolsillo. Antes de entonces, nunca había logrado acumular tanta magia en un espejo tan pequeño. —He trazado un camino de energía, como un portal, y he guardado las direcciones en este espejo. Creo que, si lo miras, funcionará como un GPS místico y te guiará para teletransportarte. —El nuevo juguetito todavía estaba pendiente de patente—. Es posible que te permita rastrear hasta allí directamente. Conrad le cogió la mano a Néomi. —Si me pasa algo, ¿quién cuidará de mi Novia? Mari odiaba tener que presionarlo, pero la vida de Carrow estaba en juego. —Conrad, si no fuera por mí, ni siquiera tendrías Novia. El vampiro miró a Néomi con tanta devoción que incluso Mari suspiró. —Haré lo que me pides. —Y, justo cuando Mariketa iba a respirar aliviada, Conrad añadió—: Pero iré solo. Puedo rastrear mucho más rápido. Cubrir más terreno. Bowen negó con la cabeza. —No sabemos exactamente adónde vas. ¿No has oído la parte en la que Mari hablaba de una guerra en la Tradición? Como mínimo, tenemos que asumir que los humanos están armados hasta los dientes. —Solo —repitió el vampiro. —Pero ¿cómo sabrá Carrow que eres de los buenos? —preguntó Néomi—. Tienes los ojos rojos. Conrad era un vampiro caído, tenía los ojos así porque había bebido de sus víctimas hasta matarlas. Sin embargo, había conseguido regresar de ese infierno gracias a Néomi y sus tres testarudos hermanos. —Podría decirle algo que sólo Carrow sepa —dijo Mari—. Y enseñarle fotos para que la reconozca. —¿Estás seguro, mon grande —le preguntó Néomi a su amor. —La bruja nos lo ha pedido —se limitó a decir él. —De acuerdo. —La bailarina se puso de puntillas y enredó la mano que tenía libre en el pelo negro de Conrad—. Pues entonces, encuentra a Carrow y regresa sano y salvo a mi lado.
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—Regresaré con ella —le dijo a Néomi. Y luego miró a Mariketa—: Y pagaré una deuda imposible de saldar.
Malkom se despertó tarde y parpadeó al ver tanta niebla. Acababa de soñar un recuerdo de Carrow, uno que nunca había visto antes. Era de cuando él estaba encadenado y humillado frente a los ciudadanos de la Ciudad de las Cenizas, y Carrow lo miró y pensó: «Malkom es noble». El demonio se incorporó de un salto y miró a través de la niebla. Todavía estaba estupefacto. En el pasado, él había ansiado ser noble. Quizá no lo fuera de verdad, pero que su esposa creyera que lo era... «Me conformo con eso.» Entonces le dio un vuelco el corazón. Carrow había pensado eso antes de la noche anterior, cuando Malkom se había comportado con todo menos nobleza hacia ella. ¿Por qué no podía dejar de castigarla? ¿Acaso pretendía desquitarse con la bruja de todo el daño que le habían hecho a lo largo de los siglos? Volvió a sentarse y se tapó los ojos con el antebrazo. Las cosas que le había dicho, que le había hecho. Le había revelado secretos que no le había contado a nadie, ni siquiera a Kallen. Y la había poseído encima de la arena, como si fuera una cualquiera. Se sintió tan culpable que tuvo ganas de vomitar. «Ve a buscarla. Pídele perdón. Haz que lo comprenda.» Con esos pensamientos en mente, se puso en pie, se vistió y corrió a por ella. A medida que iba acercándose a la casa la niebla iba desapareciendo y, por primera vez desde su huida, brillaba el sol. Le estaba empezando a quemar la piel. Se tapó los ojos con una mano y vio que la puerta estaba abierta. Dentro, las dos brujas iban de un lado para otro. «¿Estaban haciendo el equipaje?» El alma se le cayó a los pies. ¿Carrow lo iba a abandonar? Le había contado demasiadas cosas. «Le he desnudado mi alma, y, claro está, no le ha gustado.» Al pensar que estaba a punto de perder a la familia que acababa de encontrar, le entró el pánico, y deseó poder dar marcha atrás, no haber dicho ni nada. «Por fin has conseguido apartarla de ti, Slaine.»
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Entró en la cabaña corriendo. «No me mires como los demás, channa.» De ella no podría soportarlo, no podría vivir sabiendo que la había desdeñado y que todo lo que le sucedía era sólo por su culpa. Carrow llevaba puestas las botas y una espada le colgaba de la cintura. A juzgar por el ruido, Ruby estaba trajinando en la otra habitación. De verdad le estaban abandonando. Se pasó el antebrazo por los ojos y tragó saliva, deseando ser capaz de decir algo, pero no podía encontrar su propia voz. Y entonces Carrow lo vio de pie en el umbral. Él dejó de respirar, estaba muerto de miedo. —Ah, estás aquí. —Se acercó a él y se puso de puntillas para besarle. En cuanto sus labios tocaron los suyos, él suspiró aliviado y la estrechó en sus brazos, devolviéndole el beso con todas sus fuerzas. Ella suspiró y le respondió con dulzura. Hasta que ambos oyeron los ruidos que salían de la otra habitación. Carrow se apartó con una tímida sonrisa y luego dijo en voz alta: —¿Necesitas ayuda, Ruby? —Ya te he dicho que podía hacerlo sola —contestó la pequeña exasperada. La niña estaba doblada hacia adelante, tenía la respiración entrecortada y arrastraba un petate. Lo dejó junto a los pies de Malkom y luego se irguió y se colocó una mano en los riñones. Estaba roja del esfuerzo que había hecho. —¡Te he hecho el equipaje! —Yo... yo... —Se aclaró la garganta—. ¿Yo también voy? Ruby lo miró confusa, después desvió la vista hacia Carrow y luego volvió a mirarlo a él. —Claro. —Has hecho un gran trabajo, cariño. Ahora coge un par de conchas para que nos den suerte durante el viaje. En cuanto la niña se fue, Carrow dijo irónica: —Creo que quedan un par de peces, por si tienes hambre. Ahora que el pánico se había desvanecido, su lugar lo ocupó la ira.
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—¿Adonde creéis que vais? Se suponía que el plan consistía en que yo saliera antes a investigar. —He tenido la premonición de que algo horrible se está acercando. No sé cuándo ni qué, y podría tardar horas, o incluso días, pero tenemos que irnos. Caminaremos por debajo de las copas de los árboles y evitaremos el sol, y también podemos viajar de noche. Se nos está acabando el tiempo. —Al ver que Malkom no decía nada, añadió—: Mira, si no me crees, puedes preguntárselo a Ruby... —Iré con vosotras. —¿De verdad? Ahora él sabía que no tenía elección. Ella misma se lo había dicho la noche anterior: a la bruja no le hacía falta esperar a estar en su casa para abandonarlo. Podía abandonarlo en aquella isla. Y él no podía mantenerlas prisioneras para siempre. A Carrow se le iluminaron los ojos. —¿Confías en mí? No... no confiaba en ella. Por fin había asumido que era incapaz de confiar en Carrow, a no ser que encontrara algo que le demostrase irrefutablemente que la bruja no iba a quebrantar dicha confianza. Y ese tipo de cosas no existían. Pero entre irse con ella o perderla para siempre, prefería el menor de los dos males. Así que se arriesgaría. —Quiero volver a tu hogar contigo y con Ruby. —¡Vas a ser tan feliz con nosotras! Te lo prometo. Ella estaba encantada, y él lleno de dudas y de preocupación. El destino le había elegido una compañera demasiado buena y demasiado perfecta. Y Malkom jamás creería que pudiese amar a alguien como él. El destino estaba siendo muy cruel... Se oyó un ruido ensordecedor. «Las ollas golpeándose entre sí.» Carrow abrió los ojos asustada Malkom extendió los colmillos. —¡Ruby! —gritó ella, corriendo hacia fuera.
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CAPÍTULO 45
Mientras
Carrow corría en busca de Ruby, Malkom fue a enfrentarse a los
intrusos que habían cruzado el cuello de la península, y esperó a que apareciesen. Carrow encontró a la pequeña en la playa y la cogió en brazos, justo cuando aquellas criaturas profanaban su santuario con sus colmillos ensangrentados y muertos de hambre. Wendigos. Con sus garras como dagas, sus cuerpos escuálidos y sus ropas hechas harapos. Su fétido hedor ya impregnaba el aire. Los había a docenas. Eran muchos más de los que habían acompañado a la Dorada. Eran tantos que habían saturado las trampas de Malkom. ¿Cómo era posible? Habían infectado a gente para incrementar el número de sus filas. Para mantener a aquellas bestias alejadas de ellas dos, Malkom había salido a su encuentro a pesar del sol. ¿Sabía que eran contagiosas? —¡Malkom, no dejes que te toquen! Un solo arañazo, o un pequeño mordisco... —¡Ayúdale, Crow! —A Ruby le brillaron los ojos mientras, frenética, trataba de quitarse el collar—. ¡Tenemos que ayudarle! A pesar de que Malkom se enfrentaba a los wendigos con valentía y no dejaba de romper cuellos al mismo tiempo que esquivaba sus garras, el sol le estaba pasando factura y el demonio no tardó en estar rodeado. «No puedo atraerlos hacia aquí, no puedo poner a Ruby en peligro.» —¡Quédate aquí! —le ordenó a la pequeña al desenvainar la espada.
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Una de las bestias volvió la cabeza hacia ellas y saltó hacia adelante con los colmillos chorreándole. Estaba a seis metros, a tres... Se lanzó encima de Carrow. Ésta lo esquivó y echó el brazo hacia atrás para apuntar hacia el cuello de la criatura. La decapitó, pero otros wendigos se dirigieron hacia ella. —¡No! —gritó Malkom—. ¡Venid aquí! —Los provocó para que lo atacasen a él, pero a pesar de ello, la mitad se dirigieron a Carrow. —¡Quédate detrás de mí, Ruby! Si la cosa se pone peliaguda, corre hacia la playa y métete en el agua. ¿Me has oído? —Miró a la niña al ver que no contestaba. Ruby estaba boquiabierta. Un vampiro había aparecido justo detrás de Carrow. Tenía los ojos rojos. En estado de shock, la bruja levantó la espada pero justo cuando lo iba a atacar, se dio cuenta de que le resultaba familiar. Aunque no estaba segura, porque él se cubría el rostro con una mano para que no le diese el sol. —Mariketa me ha mandado a buscaros. Soy Conrad Worth —le explicó, mientras la piel iba llenándosele de ampollas—. Llevo horas peinando la isla. —Lo parecía; estaba sudado y cansado, como si hubiera estado viajando durante días—. Se supone que tengo que decirte que secuestraste un crucero la noche de Mardi Gras. —Ah, Hécate, eres de los buenos. —¿Quién es, Crow? —¡Lo ha mandado Mari! El vampiro extendió los colmillos y se le desenfocó la mirada. Siseó de dolor. —No puedo... quedarme más tiempo, bruja. Y esas bestias se están acercando. —¡No podemos irnos sin el demonio que está allí! —Carrow señaló a Malkom, pero tenía a tantos wendigos encima que apenas podía verlo—. ¡Llévatelo con nosotras, vampiro! Por favor. —Al ver que él se negaba con movimientos cada vez más torpes, Carrow, gritó—: ¡Malkom! —¡Aquí, demonio! —gritó Ruby. Más wendigos iban acercándose a ellas, y Carrow volvió a levantar la espada ensangrentada. —¡Llévate a la niña con Mari, vampiro! —exclamó Carrow por encima del hombro—. Y mándanos ayuda si puedes. Él volvió a mover la cabeza.
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—Tengo que regresar contigo. —Conrad la cogió por la cintura y a Ruby con el otro brazo. En ese instante, Malkom se dio la vuelta y las vio. Abrió los ojos asustado y gritó: —¡No, no! Corrió hacia ellas, pero lo interceptaron... —¡Malkom! —gritaron las dos. Carrow trató de ir con él, pero Conrad la retuvo. Y cuando el vampiro intentó rastrear, la bruja se resistió. —¡Date prisa, Malkom! La piel del vampiro empezó a echar humo, y luego se prendió fuego.
Mariketa miró a la multitud que se había reunido en el salón de Andoain; una colección de distintas facciones de la Tradición que iban desde las duendes a las valquirias, pasando por los licántropos y las ninfas y algunos más. Estaban representadas todas las especies que formaban parte de la Vertas. No hacía ni tres horas que Mari había mandado a Conrad a buscar a Carrow, y ya se habían enterado todos. «Las noticias vuelan a un velocidad sobrenatural en la Tradición.» Todos los amigos o familiares de criaturas que se creía que habían sido secuestradas se habían teletransportado a casa de la bruja, o habían abierto un portal, o sencillamente habían llegado en coche. Aquella reunión le hizo pensar en una reunión de superhéroes, excepto que en vez de reunirse en la Casa de la Justicia8 se habían concentrado en Andoain, y ahora estaban sentados en sus viejas butacas, en las mesas que habían hecho con altares, frente a su chimenea gigante, o en su enorme karaoke. Nada hacía juego con nada, excepto por las cuatro mesas de póquer profesional y las calderas de broma. Era la primera vez en varios siglos que aquel salón servía para algo que no fuera para celebrar una fiesta. Había docenas de criaturas apoyadas en la pared o sentadas en sillas anticuadas. Y una pareja encima de uno de los altavoces. Con tal concentración de seres inmortales, algunos de los cuales sólo eran aliados de los otros por los pelos, a Mari la sorprendió gratamente ver que todo el mundo se estaba comportando. Por el momento sólo había oído un par de «Cállate la boca» o «Vete a paseo».
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Claro que, evidentemente, había tomado precauciones por si las cosas se ponían feas. —¿Cuánto más crees que tardará el vampiro, bruja? —quiso saber Sabine, la Reina de los Espejismos. Era una hechicera desde la punta de la máscara roja y de la elaborada corona que llevaba, hasta los dedos de los guantes terminados en garras. Su marido, Rydstrom, otro de los buenos amigos de Mari, tenía una mano encima de la cintura de su esposa para marcar territorio. La gente se calló para escuchar su respuesta, y se quedaron mirándola. Entre los allí presentes, también estaban el primo de Bowen, Garreth, y su esposa valquiria, Lucia la Arquera, ambos parecían exhaustos. Mariketa sabía que no habían parado de buscar a Regin por todo el mundo. Además, el primo de Garreth, Uilleam, también estaba desaparecido. Myst la Codiciada y otras valquirias estaban sentadas en las butacas, ansiosas por saber noticias de Regin la Radiante. Demonios, licántropos, valquirias... todos esperaban que la magia de Mari funcionase. Después de haberse pasado tantos años sin ningún tipo de poder, la bruja tenía un poco de miedo escénico. No la habían apodado la Esperada por nada. —No demasiado —respondió, a pesar de que no tenía ni idea de cuánto iba a tardar Conrad. Ella creía que a esas alturas ya habría regresado. «¿Le he mandado a una misión suicida?» Miró a Néomi, que paseaba nerviosa de un lado a otro, pasando de corpórea a incorpórea, de pálida a fantasma. ¿La había dejado viuda? Bowen se dio cuenta de que estaba nerviosa y le rodeó los hombros. —No te preocupes, brujita. Todo saldrá bien. Pasaron más minutos. Se oyeron más murmullos. —¿Va a tardar mucho? ¿Cómo sabemos que la magia de la bruja funciona? La captromaga ni siquiera puede mirar un espejo. ¿Dónde está Nïx? Debería estar aquí... Bowen se dirigió a la multitud: —Una palabra más y os echo a todos a la calle. Sólo estáis aquí porque Mari os ha invitado. Ella lo miró embobada.
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«Por todos los dioses, cómo quiero a mi hombre lobo.» No se le ocurría a nadie mejor para tener a su lado. —¡Espera! —Mari se puso alerta—. Noto una alteración. —El aire empezó a difuminarse—. Algo se está acercando. —Huelo a quemado —murmuró Bowen—. Sea lo que sea, está ardiendo.
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CAPÍTULO 46
«
Un vampiro de ojos rojos tiene a Carrow y a Ruby.»
Carrow trató de soltarse y alargó los dedos para ver si alcanzaba a Malkom. Ruby no lo consiguió y gritó el nombre del demonio. A pesar de que el vampiro tenía la piel en llamas, no las soltó. Malkom mató a los wendigos y esquivó sus ataques. Las criaturas empezaron a alimentarse de sus propias bajas, lo que las frenó un poco. Él buscó frenético a su alrededor el modo de zafarse de aquella horda. —¡Date prisa, Malkom! —gritó Carrow. La frustración amenazaba con ahogarlo y apretó los puños. «No puedo alcanzarla.» Por todos los dioses, ojalá pudiese rastrear. «¡Pues acuérdate de cómo se hace!» Llevaba siglos sin poder teletransportarse y nunca había estado tan frenético, nunca se había esforzado tanto por recordar cómo se hacía. «Recuerda, Slaine...» Tensó todos los músculos del cuerpo. «Tengo que llegar donde está Carrow.» Se mareó, y al mareo lo siguió la confusión. «He sentido esto antes.» En aquel instante, recordó que se había sentido exactamente igual cuando corrió hacia ella el día en que el gotoh la atacó. Y también cuando consiguió encontrarla en medio del océano infestado de tiburones. En ambas ocasiones había estado aterrorizado de no poder llegar a tiempo. «Acuérdate, Malkom, o la perderás para siempre.» Gritó desesperado y volvió a intentarlo.
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Los wendigos volvieron a estrechar el círculo una vez más. «Tengo que... ir con Carrow.» Y entonces sintió aquella inolvidable sensación de estar flotando. ¡Empezó a desaparecer! No, sólo se difuminó un poco. Fijó la vista en el precioso rostro de su bruja y volvió a intentarlo. No daba crédito: había logrado desaparecer. No tuvo tiempo de dar gracias a los dioses cuando volvió a aparecer. Tensó las garras, listo para atacar... Se habían ido. El vampiro había rastreado y se había llevado a Carrow y a Ruby. Podían estar en cualquier parte. A Malkom estuvieron a punto de fallarle las piernas. «Un vampiro tiene a mi familia», el pensamiento no paraba de repetirse en su confusa mente. ¡Tendría que haber encontrado el modo de llevárselas de allí! Carrow se lo había advertido mil veces. Por culpa de su propio egoísmo lo había perdido todo. Estuvo a punto de volverse loco. «Mantén la calma, Slaine.» El vampiro no iba a matar a Carrow y a Ruby; si hubiera querido matarlas, ya lo habría hecho. Así que las había secuestrado por algún motivo. Pero ¿cuál? ¡Tengo que salir de esta jodida isla! «Ahora puedo rastrear.» Pero tanto un vampiro como un demonio sólo podían teletransportarse a lugares que hubieran visto antes o lugares que recordaran. «¿Acaso no recuerdo la vida de Carrow?» Malkom podía rastrear a la tierra que había visto en los recuerdos de la bruja, localizar su aquelarre, iniciar la búsqueda. «Cuando encuentre al vampiro... me suplicará que lo mate.» Malkom vislumbró el pico de una montaña a lo lejos y rastreó hacia allí para huir de los wendigos. Tenía que conseguir algo de tiempo y recordar un lugar en el que no había estado nunca.
En cuanto el vampiro se materializó en Andoain, soltó a Carrow y a Ruby sin ninguna delicadeza. Estaba completamente en llamas. Mientras Carrow y Ruby tosían a causa del humo, Conrad se limitó a soportar el dolor y escudriñar con sus ojos rojos la sala repleta de inmortales. —¡Néomi! —gritó.
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La fantasma le respondió y corrió a su lado a apagarle el fuego. Sin hacer caso de sus heridas, el vampiro susurró: —Te necesito, koeri. Ella tragó saliva y se preocupó y excitó al mismo tiempo. —Por supuesto, mon coeur. Él la cogió en brazos y hundió los colmillos en su cuello. Y ambos desaparecieron. —Espera, no —gritó Carrow—. ¿Adónde ha ido? ¡Tengo que ir a buscarle! —¿A buscar a quién? —preguntó Mari—. ¿De qué diablos estás hablando? Acabo de conseguir que regresaras. —¡Crow, está en peligro! —Ruby tenía el rostro bañado en lágrimas—. ¡Tenemos que ayudar a Malkom! —¿Quién es Malkom, Ruby? —le preguntó Mariketa—. ¿Y qué es eso que lleváis en el cuello? Carrow, ¿de quién es esa sangre que tienes en la espada? El arma de Carrow estaba sucia de la sangre marrón de los wendigos. —¡No tengo tiempo de explicártelo! ¿Adónde se ha ido el vampiro? Tenemos que encontrarle. Mari negó con la cabeza. —Conrad es algo especial. No estará bien hasta dentro de varios días. —Entonces se dirigió a Ruby—: Eh, peque, ¿por qué no te vas con Elianna para que te dé un baño? Elianna corrió a buscarla, pero Ruby se apartó. —¡Quiero ir a buscar a Malkom! —Cada vez le costaba más respirar. La niña se estaba poniendo histérica, y Carrow también. Soltó la espada y se arrodilló junto a Ruby para sujetarla por los hombros. —¿Te acuerdas de cuando regresé a buscarte, las dos veces? Iré a buscar a Malkom. Te lo juro. Le traeré a casa. —Vamos, cariño —le dijo Elianna. Ruby estaba roja, el pecho le subía y bajaba descontrolado y tenía los ojos llenos de lágrimas. Iba a desmayarse otra vez. —¡Quiero que Malkom venga ahora! ¡Ahora! —Gritó tanto que a los presentes les silbaron los oídos—. ¡Ahora, ahora, ahora!
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—Tranquila, pequeña —murmuró Elianna poniéndole una mano en la frente. De repente, la niña se quedó inconsciente y la anciana la cogió en brazos—. Un poco de somnífero místico no ha hecho nunca daño a nadie —dijo, y se la llevó. De espaldas, añadió—: Ruby se despertará dentro de un par de horas. Te sugiero que para entonces hayas encontrado eso que quiere tanto. Carrow estudió los rostros de los presentes y vio que había brujas, ninfas y duendes. Y también valquirias, licántropos y muchas criaturas más. Entonces vio al rey Rydstrom y a sus demonios. ¡Él podía rastrear! —Rydstrom, necesito que me teletransportes de regreso a la isla. Justo al mismo lugar en que estaba. —Carrow —dijo Mariketa—, sólo puedo dirigir a Rydstrom hacia la isla, y eso en el caso de que él pueda descifrar mis vagas indicaciones, pero no puedo mandarlo al lugar exacto del que has venido. Al parecer, a Conrad le ha llevado más de tres horas dar con vosotras. Con lo poco que conocía la isla, Carrow nunca correría más rápido que un vampiro rastreando. Ella tardaría mucho más de tres horas en encontrar a Malkom... «¡No puedo perder más tiempo!» —Mari, dale las direcciones a Rydstrom para que pueda teletransportarme, ¡y quítame esta cosa del cuello! —¿Lanthe está allí? —quiso saber Sabine, la hechicera casada con Rydstrom. —¡Sí! —respondió Carrow—. Está por alguna parte. —Ante la incrédula mirada de Rydstrom, se explicó mejor—: Nos separamos. Estoy segura de que en un par de días podría encontrarla. Pero ¡tenemos que irnos ahora mismo! —Buscó a Mariketa y repitió—: Mari, mi collar. Necesito que me lo quites, bloquea mis poderes. —¡Estoy en ello! —contestó su amiga frotando un espejo con el pulgar y del que mantenía alejada la mirada—. Maldita sea, Carrow, allí sucede algo muy raro. Rydstrom se cruzó de brazos. —Si no estabas con Lanthe, entonces no sabes seguro si está en esa isla. «No tengo tiempo de convencerle, de explicarle lo de Thronos...» Carrow no podía ni respirar, tenía miedo de empezar a hiperventilar, igual que Ruby. —Iremos cuando Mariketa dé con el paradero de Lanthe —decidió Rydstrom—. Así ahorraremos tiempo. Típico de Rydstrom.
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—¡No, maldito seas! ¡Nos iremos ahora mismo! —Si le sucedía algo a Malkom... Se llevó una mano al pecho al pensar en el demonio en medio de todas aquellas bestias—. ¡Nos vamos ahora mismo! Sabine se puso en pie. Estaba tan enfadada que tembló todo el salón. —Dime que no acabas de gritarle a mi marido. —Lo he hecho. ¡Y más te vale que le convenzas de que coopere si quieres volver a ver a tu hermana! —¿Y ahora me amenazas a mí? —Tras la máscara, Sabine entrecerró los ojos—. Te retorceré el cerebro. —Levantó las palmas de las manos y se dispuso a atacar. —¿Crees que Mariketa no ha hecho un hechizo para evitar que se produzcan ataques dentro del aquelarre? —Miró a su amiga—. ¿Lo has hecho, no? Mari asintió atónita. —Entre el hechizo y el collar que tú llevas puesto, lo único que Sabine y tú podéis hacer es arrancaros los ojos.
En su arrogancia, Malkom había creído que podía protegerlas de cualquier amenaza. Y ahora, un vampiro, su más temible enemigo, le había arrebatado a su familia delante de sus propias narices. «Siempre perderás.» No, esa vez no podía perder. Esa vez no. «Concéntrate.» Cerró los ojos y trató de recuperar los recuerdos de Carrow. No quería aparecer en medio de aquella taberna en la que sonaba aquella horrible música. Tenía que ir a Andoain y avisar al aquelarre, tenía que conseguir que lo ayudasen a buscar al vampiro para que pudiera arrancarle los brazos y las piernas. «Concéntrate, Slaine.» Notó que empezaba a rastrear. No tenía ni idea de dónde aparecería, pero se dejó llevar. Apareció en una tierra desconocida, de noche. Hacía calor. Delante de él había una casa con piscina y rodeada de árboles. Negó con la cabeza. Le costaba creer que hubiera funcionado. ¿Aquello era Andoain?
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Frunció el cejo. Aquella casa estaba vacía. No había luz ni olía a comida, ni se movía nada por ningún lado. No parecía el Andoain que había visto en los recuerdos de Carrow. «¿Cómo puedo encontrarla?» Nada. El viento sopló entre los árboles y olió la lluvia. Un rayo cayó en la distancia; la tormenta estaba acercándose. El grito de una mujer irrumpió en la noche. «¡Carrow!» Rastreó en esa dirección, desapareció y apareció varias veces. En cada ocasión se materializaba más cerca de ella. No tardó en localizar la casa de la bruja. Cada vez que caía un rayo, descubría una nueva faceta de la mansión. Cuando los rayos dieron una tregua, vio la silueta de un edificio imponente, rodeado por una verja negra. Y al empezar a caer de nuevo rayos, vio una estructura que había sobrevivido al paso del tiempo, rodeada de animales. Había serpientes en el jardín, insectos y multitud de reptiles. Malkom se acercó. Unos pequeños animales negros —gatos— le dieron la bienvenida y se metieron por entre sus piernas. Ahora podía oír claramente la voz de la bruja. No parecía asustada; estaba furiosa y no paraba de gritar. ¿No corría peligro? Se teletransportó dentro, decidido a sacarlas a ella y a Ruby de aquel lugar, y entonces oyó: —... si quieres que tu esposa salga ilesa de ésta, ¡más te vale llevarme a esa isla ahora mismo!
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CAPÍTULO 47
Todos los presentes se quedaron en silencio y Carrow apartó la vista de Sabine, con la que se estaba peleando con uñas y dientes, sin poderes. Los inmortales la estaban mirando atónitos. «Así es. ¡Estoy creando una tormenta!» —¡Rydstrom, maldita sea, llévame a esa isla! —Rydstrom, no te metas en esto —le advirtió Sabine, dándole una patada a Carrow en los riñones. A pesar de que no tenía poderes, la hechicera era una gran luchadora, pero Carrow estaba peleando por su compañero. Otra patada en los riñones. —Zorra —siseó Carrow dándole un empujón. En un golpe de suerte, le había acertado en el plexo solar. Sabine se quedó sin aliento. Carrow aprovechó la oportunidad, empuñó su espada y la acercó al cuello de la hechicera. —Está sucia de sangre de wendigos. Rydstrom abrió los labios asustado y los ojos se le pusieron negros. —Cálmate... tranquilízate, bruja. —Levantó las manos y se acercó a ella en son de paz—. Piensa en lo que estás haciendo. ¿Pondrás en peligro nuestra alianza? —¿Acaso no lo entendéis? ¡Estoy dispuesta a sacrificarlo todo! —gritó Carrow—. Rydstrom, ¿hay algo que no harías por tu esposa? —Nada —contestó él emocionado—. Haría cualquier cosa por ella. Te llevaré a la isla.
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—Así que ese tal Malkom —dijo Mari con la voz algo rara—, ¿es muy grande? —Es Malkom Slaine y es mi marido. ¡Y no importará lo grande que sea si no voy ahora mismo a esa isla para salvarlo de la horda de wendigos! Carrow sintió una inexplicable alegría cuando oyó una voz masculina repetir: —¿Marido? —Sí —dijo al darse media vuelta—, eso es lo que he... —Era Malkom, estaba justo detrás de ella, saliendo de entre las sombras. En cuanto el demonio quedó bajo la luz, a Carrow le dio un vuelco el corazón—. ¿Cómo... quién te ha traído? —Me he traído yo solo, bruja —dijo él emocionado. Ella iba a correr hacia él, pero entonces se acordó de que estaba apuntando a una poderosa hechicera con la espada. —Lo siento, Sabine. Pero es mi marido, y seguro que tú harías lo mismo por Rydstrom. —La soltó y lanzó la espada a un lado—. ¿Estamos en paz? Si no, no te ayudaré a buscar a tu hermana. La hechicera apretó los labios. —Quiero la revancha cuando las dos tengamos nuestros poderes. —¿Estás loca? —se burló Carrow—. Me aniquilarías. La única cosa superior a los poderes de Sabine era su propia vanidad. La hechicera se colocó bien la melena pelirroja, halagada por el comentario. Y al final, dijo: —Estamos en paz. Entonces, Carrow corrió hacia Malkom y éste la recibió con los brazos abiertos y la abrazó con todas sus fuerzas. Ella le sujetó el rostro con las manos y lo inundó a besos. Le besó la frente, las mejillas, los labios. —¿Te han arañado o mordido? Porque si es así, te encerraré hasta que encuentre una cura... —Estoy bien. He rastreado y me he alejado de ellos. —¿Cómo? ¿Cómo me has encontrado? —Me he acordado de rastrear y he seguido tus recuerdos. Ya te he dicho que iría a buscarte. Y también a Ruby. —Recorrió la habitación con la mirada—. ¿Dónde está la pequeña?
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—Arriba, esperando a que te traiga de vuelta —dijo Carrow seria—. Has llegado justo en plena reunión con mis aliados. Les estaba pidiendo educadamente que me llevasen a la isla. —Tú... tú les has dicho que soy tu marido. Lo has dicho delante de todos. —Se le oscurecieron los ojos azules. Oh, el demonio estaba desesperado por creerla. —Porque lo eres. Y siempre lo serás. —Se puso de puntillas y le acarició el rostro—. Estaba muerta de preocupación, Malkom. Estaba tratando de volver a buscarte. Carrow sintió una oleada de felicidad. —No volveré a dudar de ti, ara. —No te daré motivos. Pero, te lo advierto, a partir de ahora, no voy a perderte de vista. —Y cuando él sonrió, Carrow añadió—: Te amo. Y le demostró cuánto dándole un beso repleto de desesperación que lo dejó sin aliento. Pero de repente, Malkom se tensó y se apartó. Y, en cuestión de segundos, la colocó detrás de él. Había aparecido un vampiro. Nikolai Wroth, uno de los hermanos de Conrad y marido de Myst la Codiciada. El demonio lo atacó sin previo aviso, lanzándose encima de él. —¡Espera, Malkom! —Pero él ya estaba sobre Nikolai, al que había lanzado al suelo a una velocidad que pocos habían presenciado antes. —Maldita sea, ¿qué es? —preguntó Garreth MacRieve. —Dempiro. —Rydstrom pronunció esa única palabra. —¿Aquí? —gritó Garreth—. ¿Cerca de mi esposa? —Se lanzó encima de Malkom y Rydstrom le siguió. —¡No, Malkom está conmigo! —gritó Carrow—. ¡Parad! El demonio les enseñó los dientes y se enfrentó a todos, y consiguió mantenerlos a distancia. Pero Nikolai justo había empezado a concentrarse, y Rydstrom, un demonio de la ira, ni siquiera se había transformado del todo. Malkom le dio un puñetazo a Garreth en la cara y el licántropo farfulló.
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—Maldita sea. Y, acto seguido, se metió de nuevo en la reyerta, pero convertido ya en hombre lobo. Había tres diferentes especies atacando a su marido. —¡Dejadle en paz! —Nada—. Él no os hará daño. Malkom eligió ese momento para enarcar las cejas. «¿Qué no les haré daño?» Extendió las garras. Por todos los dioses, qué fuerte era. Se oyeron cuchicheos, comentarios de incredulidad. —Bruja, ¿acaso no sabes lo que es? —le preguntó Lucia la Arquera, apuntando a Malkom con su arco—. Ya me he enfrentado antes a los de su calaña. Y a duras penas salí con vida. —Aunque quisiera hacer algo, sigo sin tener poder. Dejad que los chicos se distraigan. Myst había desenfundado su espada y estaba dispuesta a poner punto final a la pelea. Carrow buscó a Mariketa y le suplicó con la mirada. —Es mi marido, Mari. Ayúdame, por favor. —¿Estás segura... un dempiro? —Nunca he estado tan segura de nada. Mari asintió. —Pero luego tienes que ponerme al día de todo, ¿de acuerdo? —Con un movimiento de muñeca, lanzó a los cuatro combatientes en direcciones opuestas y los retuvo contra la pared. Carrow le dio las gracias con los labios y corrió hacia el demonio que estaba poniéndose en pie dispuesto a seguir peleando. —¡Espera, Malkom! Te he dicho que eran mis aliados. —Te has aliado con vampiros. —El de los ojos rojos fue a salvarme —le explicó—. Y al que has atacado es su hermano, Nikolai. —¿Una sanguijuela arriesgó su vida para salvarte? —Sí. Es nuestro fiel aliado.
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—¿Y los demás? Carrow miró al resto de los inmortales y trató de ponerse en la piel de Malkom. Mari y Bowen tenían la mirada fija en ella y en el dempiro. Lucia y su esposo Garreth. Los ensangrentados hermanos Wroth, ansiosos por volver a pelearse, trataban de retener a Myst. Rydstrom y Sabine, y muchos más. —Lucharía a su lado bajo cualquier circunstancia —contestó Carrow. Malkom suspiró resignado. —De acuerdo. —Se tensó y miró a sus adversarios—. Os... os pido disculpas. No quiero pelearme con los aliados de mi esposa. Carrow sabía lo mucho que le había costado al demonio disculparse, en especial con el vampiro. Por suerte, aquellos tres no parecían tener ganas de... matarlo, por el momento. —Aquí nos peleamos todos constantemente —dijo Carrow para quitarle hierro al asunto—. Seguro que te adaptarás en seguida. —Si se suponía que no teníamos que matar al dempiro —dijo Rydstrom—, podrías habernos avisado antes. Carrow miró a Malkom y sonrió como una idiota. —No tenía ni idea de que iba a venir. —Vale, así que todos estamos bien, ¿no? —preguntó Mari—. Entonces, ¿podrías contarnos de una vez qué ha pasado en esa isla? Por favor. Mientras, yo trataré de quitarte el collar. —¿Estás bien? —le preguntó Carrow al demonio—. Necesitas descansar. Malkom negó con la cabeza y echó los hombros hacia atrás. La bruja les contó a sus amigos todo lo que había ocurrido en la cárcel, empezando por el día en que la habían secuestrado y terminando con la huida que organizó la Dorada. ¿Lucia y Garreth se miraron preocupados en cuanto ella mencionó a la Reina del Mal? Cuando Carrow terminó el relato, Lucia le preguntó: —¿Viste a Regin? —Está allí y creo que consiguió escapar. La Arquera se abrazó a Garreth.
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—¿Qué quieres decir con que «crees que consiguió escapar»? —le preguntó acto seguido—. ¿Por qué no estabais juntas? —No me dejaron opinar al respecto. No tenía poderes. —Tiró del collar y añadió—: No llevo esto porque esté de moda. Mira, Lucia, sé que estás preocupada, pero Regin está viva. —Carrow recordó algo—. Me pidió que te dijese que Aidan estaba allí, y que le echara una maldición. Él le hizo daño. Varias veces. —¿Aidan? Por todos los dioses. —¿Y qué me dices de mi hermana? —preguntó Sabine. —Se la llevó un vrekener llamado Thronos —contestó Carrow. —¿Qué? —gritó Sabine. La casa se tambaleó de nuevo—. ¿Thronos? Entonces Lanthe sigue definitivamente en esa isla. Le retorceré el cerebro a ese vrekener, haré que sufra tales pesadillas que jamás se recuperará. —Y en voz baja, añadió—: Igual que le hice a su padre. —Cwena, la bruja encontrará a Lanthe —le dijo Rydstrom a su esposa. —¿Y qué sabes de Uilleam? —inquirió Garreth, y acto seguido se dirigió a Bowen—. También es tu primo. Dile a tu esposa que lo busque el primero. Se oyeron multitud de voces de inmortales pidiéndole que diera preferencia a sus seres queridos. En cuanto Mariketa se tapó los oídos, Carrow silbó como si quisiera parar un taxi. —Mari no puede encontrar localizaciones exactas, le llevaría semanas. Y ni siquiera unos inmortales como vosotros pueden permitirse perder tanto tiempo. —Se dirigió a su amiga—. Pero podrías darnos una localización aproximada, ¿no es así? —Podría hacer una lista de quién está en esa isla, pero no podré averiguar dónde. —Y aun en el caso de que consiguiera dar con la situación exacta de alguno de los nuestros —continuó Carrow—, cualquiera que vaya a buscarlos correrá un grave peligro. Los inmortales del Pravus tienen plena posesión de sus poderes. Pero los de la Vertas no. Y la Dorada puede seguir merodeando por allí. Además, seguro que los humanos querrán recuperar sus instalaciones. —¿Estás insinuando que tenemos que ir a la guerra? —preguntó Garreth como si le entusiasmara la idea. —¿Y dónde está Nïx? —preguntó Lucia—. ¿No deberíamos preguntarle si tiene alguna premonición antes de planear nada?
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Carrow negó con la cabeza. —Existe la posibilidad de que esté en la isla. Me pareció verla, pero no estoy del todo segura. —¿Quién está dispuesto a unirse a los licántropos para atacar ese lugar? — preguntó Garreth a los allí presentes. Carrow sonrió, los había llevado justo donde quería. —¿Y cómo piensas llegar hasta allí, lobo? La isla está protegida por un hechizo que la hace ilocalizable. —Nïx me dijo que no podía verse desde ningún barco ni desde ningún avión — apuntó Mari. —Esta... criatura puede llevarnos —dijo entonces Sabine señalando a Malkom con una de sus garras—. Le pagaré su peso en oro. Él dio un paso adelante. —Iré y os guiaré hasta allí. Pero no aceptaré tu oro. —Espera un segundo —le dijo Carrow en voz baja—. Malkom, cariño, somos mercenarios. —Le llevó a un lado de la habitación—. Si quieres unirte al negocio familiar, tienes que dejar que te paguen, ¿entendido? —¿Es el único modo de que me acepten? —le preguntó él también en el mismo tono. Carrow sabía que el demonio se moría de ganas de que lo aceptasen. —Creo que te sorprenderán, tío duro. Pero por ahora, tenemos que pensar en nosotros; dejaremos lo de la aceptación para más tarde, ¿de acuerdo? Él accedió a regañadientes y Carrow se dirigió a los demás. —Esta misma noche, Mari averiguará quién está en la isla, Malkom se preparará para hacer un rastreo masivo y yo haré un mapa del lugar. Trataremos de buscar a Conrad y ver si él puede aportar algo más de información. Y después trazaremos un plan de batalla. Partiremos al amanecer. —Quien quiera ir a la isla —añadió Mari—, tendrá que rellenar el papeleo. Y tengo varias opciones de pago disponibles. —Mañana por la mañana, iremos a la guerra —concluyó Carrow. Malkom se tensó a su lado. —¿Iremos? —gruñó, y los teletransportó a ambos fuera.
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Ella lo miró atónita. El demonio ya era imparable antes de que pudiese rastrear. —Malkom, si tú vas, yo también. ¿Te acuerdas de que te he dicho que no iba a perderte de vista? —Él iba a discutírselo, pero ella se lo impidió—: Si estás contento, entonces tendré poder suficiente para protegerte, igual que tú me proteges a mí. —En cuanto las cosas se calmasen un poco, le explicaría que había descubierto que podía darse poder ella sola, y que entre la felicidad de ambos, sería una bruja invencible—. Así que más me vale volverte loco de felicidad. —Bruja, ya lo has hecho. —La acercó a él y le apoyó la barbilla en la cabeza. —Moriría por ti, Malkom. ¿Me crees? ¿Puedes volver a confiar en mí? —Ahora mismo puedo hacer cualquier cosa —susurró pegado a su pelo.
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CAPÍTULO 48
A pesar de que Malkom y Carrow todavía tenían que hablar de muchas cosas con los inmortales que ocupaban el piso de abajo de la mansión, él no iba a respirar tranquilo hasta que hubiese visto a Ruby con sus propios ojos. —Se ha puesto histérica y ha empezado a gritar tu nombre —le contó Carrow—. Yo ya sabía que la tenías conquistada, pero Elianna ha tenido que hacerle un hechizo para dejarla inconsciente. Así que se dirigieron al dormitorio de Carrow para ver a la niña. De camino hacia allí, Malkom se iba fijando en todo lo que veía. Los recuerdos de la bruja lo habían preparado para muchas cosas, pero, aun así, la experiencia le resultó apabullante. Tenía ganas de investigar todo lo que no conocía. Estaban entrando en la espaciosa habitación de Carrow cuando a ella le cayó el torquímetro. —Ah, Mari, gracias —murmuró, dándole una patada al collar. Malkom podía sentir la magia fluyendo libremente por el cuerpo de su esposa. Igual que la sentía fluir por aquella casa con cada paso que daba. Estaba rodeado de magia, pero no le pareció tan perturbador como había temido. Carrow giró la cabeza y se masajeó la nuca. —Por todos los dioses, qué alivio. Con los ojos fijos en el cuello de ella, Malkom se lo recorrió con la punta de los dedos. Sus miradas se encontraron. —¿Crow, eres tú? —preguntó una Ruby soñolienta desde la cama.
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Ella se mordió el labio inferior, y, tras un suspiro, se acercó a la pequeña. —Soy yo, cariño. —Se sentó junto a la niña. —¿Has traído a Malkom contigo? El demonio también se acercó y se sentó al lado de Carrow. —Estoy aquí, deela. El rostro de Ruby se iluminó al instante y le sonrió. —¡Crow, me juraste que ibas a traerlo a casa! —Se lanzó encima del demonio y lo abrazó con todas sus fuerzas. Por encima del hombro de la pequeña, él miró a Carrow a los ojos. Ella le había prometido a su hija que iría a buscarlo, había estado dispuesta a enfrentarse a sus aliados por él. Antes, en el salón, Malkom se había quedado boquiabierto al escucharla. Quería una prueba que le demostrase que lo amaba para poder estar seguro. Y ahora los sentimientos de Carrow, el lugar que él ocupaba en el mundo de ella, estaban claros. Sintió una opresión en el pecho, a pesar de que le había desaparecido el nudo que tenía en el estómago. —De hecho, Malkom se ha traído a sí mismo —replicó Carrow—. Puede volver a rastrear. Ruby se apartó y entrecerró los ojos. —¿Va a quedarse? Carrow sostuvo la mirada de Malkom. —A partir de este momento —respondió él—, me quedaré con vosotras, con mi esposa y mi hija. Para siempre. Ruby se rió y le dio otro abrazo, y los ojos de Carrow brillaron llenos de lágrimas. —Es justo lo que queremos, demonio. Malkom acababa de entregarles la vida, les había dicho a su esposa y a su hija adoptada que iba a quedarse con ellas, que las protegería hasta el día de su muerte. Y, a pesar de todo, no le temía al futuro, todo lo contrario, estaba ansioso porque empezara. «Poder soñar sin tener miedo a nada...» Carrow le dio la mano y luego se dirigió a Ruby:
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—Eh, tu pandilla está abajo. Te han echado de menos. Se me había ocurrido que podríamos organizar una fiesta de pijamas y pedir unas pizzas, si no estás demasiado cansada. —¿Están aquí? —Ruby bajó los pies al suelo en el acto—. ¡Tengo que enseñarles a Malkom! «¿Enseñarme? Está... orgullosa de mí.» —Bueno, pues será mejor que no las hagamos esperar —contestó Carrow—. Dile a Mari que te quite el torquímetro, aunque si quieres dejártelo puesto hasta cumplir los dieciocho, por mí ningún problema. —¡Crow! —Está bien, está bien. Ah y, antes de que se me olvide, mañana, mientras estés en el colegio de hechizos, Malkom y yo iremos a hacer un recado, cosas de mercenarios. Regresaremos a la hora de cenar. —Genial. ¿Podemos cenar nuggets de dinosaurios? —Estoy segura de que Malkom está impaciente por probarlos —dijo Carrow sonriéndole al demonio—. A él le encanta el pollo.
—Me gusta esta cama —le dijo Malkom a Carrow lleno de felicidad. Ella lo miró desde delante del armario. Mientras ella se había dedicado a preparar la ropa y el equipo para su nuevo trabajo, él se había quedado tumbado en la cama, con los brazos cruzados debajo de la cabeza y tapado con una única sábana. Los pies le llegaban al extremo de la cama de más de dos metros de Carrow. ¿Cómo era posible que encajase tan bien entre sus cosas? En especial cuando no muchos demonios solían entrar en Andoain, y mucho menos meterse en su cama. Hacía pocas horas que se había ido el resto de inmortales, y Malkom ya había examinado casi todas las pertenencias de Carrow, las tuberías, el aire acondicionado, la tele y una miríada de electrodomésticos. Y había dejado que Ruby lo «enseñase» a sus amigas. Carrow jamás olvidaría la cara del demonio cuando la niña lo presentó como su padrasmonio. Primero se había sorprendido, y luego, emocionado. Igual que cuando ella había dicho que era su esposo. —A mí nunca me habían presentado como «mi nada» —le confesó más tarde—. Me gusta.
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Las amigas de Ruby lo miraron con ojos como platos, pero al final se acostumbraron a él. Y cuando descubrieron que Malkom nunca había comido pizza, contuvieron el aliento hasta ver si le gustaba. Carrow estaba convencida de que él había exagerado su reacción para hacerlas reír, y todavía lo quiso más por eso. La fiesta de pijamas estaba en pleno apogeo en el desván, la música salía a todo volumen por el karaoke y las niñas no paraban de reírse. Malkom sonrió, al parecer le gustaba ese ruido. «Ha estado solo tanto tiempo...» —¿Qué otras cosas te gustan? —le preguntó, decidida a demostrarle que podía ser feliz en su mundo. —Las duchas. Ella enarcó una ceja. —Lo que te ha gustado es lo que hemos hecho el uno con el otro en la ducha. — Aquello sólo había sido un aperitivo. Bajo aquel inocente albornoz, Carrow llevaba una lencería demoledora. —Es cierto —respondió él sonriendo desvergonzado. A Carrow le encantaba verlo sonreír. Esa noche lo había hecho a menudo. Al principio le faltaba algo de práctica, pero iba cogiéndole el tranquillo. —¿Quieres vivir aquí? —le preguntó él. —A decir verdad, le tengo echado el ojo a una casa que hay al final de la calle. — Se apresuró a colocar la ropa para el día siguiente. Quería dejarlo todo listo esa noche porque, en cuanto se metiera en la cama con él, no tenía intención de salir hasta que tuvieran que irse—. Tiene piscina. —Creo que he rastreado allí antes. Debí de verla en tus recuerdos. —Entonces se puso serio—. Quiero comprarla para mi familia. —Cariño, si consigues que Lanthe regrese junto a Sabine —Carrow se frotó las manos—, entonces será toda nuestra. Malkom volvió a relajarse. —Los demonios de la ira parecían buenos tipos. Mientras Carrow se ponía al día con Mari y Elianna, Malkom se había quedado charlando con ellos. —¿Y de qué habéis hablado durante tanto rato?
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—El rey Rydstrom quiere que me una a ellos en la próxima Ascensión. —¿Ya le has dicho que tendrá que pagarte? Malkom asintió. —El rey me ha dicho que mi esposa era muy lista, y que sentía una violenta devoción hacia mí. Me he sentido muy orgulloso de ti. Carrow se pasó la mano por el pelo. —Eso intento. Vas a ganar una fortuna como mercenario, estoy convencida. Protegiendo a la gente, librando batallas. —¿Y tú, de qué hablabas con tus amigas? —De cómo íbamos a hacernos cargo de Ruby. —Elianna y Mari le habían ofrecido todo su apoyo. Podía contar con ellas para lo que fuese necesario. Y luego las tres brindaron por Amanda, un pequeño homenaje antes de que pudiesen dedicarle una ceremonia en condiciones. Carrow le dio las gracias a su prima en silencio por haber criado a una niña tan maravillosa. —Y también les he dicho lo mucho que te adoro —añadió Carrow. —El sentimiento es mutuo. —Ah, y que eres fantástico en la cama. Él frunció el cejo, hasta que se dio cuenta de que ella lo decía en serio. Y le respondió modesto: —También es mutuo. —Nos han hecho dos regalos de boda. Elianna ha colocado un silenciador místico para que nadie pueda oír lo que sucede en esta habitación, así nadie sabrá que te estoy seduciendo. Malkom enarcó una ceja, su erección había levantado una tienda de campaña con la sábana. —También te ha hecho un vestuario completo. —Carrow abrió el segundo armario y le enseñó la ropa nueva. Ante la mirada atónita de él, le explicó—: Todo te irá bien. Eli es un genio para estas cosas. —Se colocó bien la cinta de seda negra que llevaba alrededor de la muñeca y añadió—: Y Mariketa también nos ha hecho otro regalo. Algo muy valioso. Pero es una sorpresa. Se preguntó cómo reaccionaría Malkom al recibirlo. «Pronto lo sabré.»
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—Por cierto, vamos a celebrar una pequeña fiesta para la boda aquí, en el aquelarre, cuando todo esto termine. —Quizá le doliera un poco que sus padres biológicos no asistiesen, pero por suerte para ella, toda su familia estaría allí. Mariketa, Elianna, Ruby y Malkom. —Las brujas también me gustan. —Porque no paraban de susurrar lo guapo que eres, y has oído todos sus comentarios —le dijo mientras terminaba de prepararse. Carrow se había dado cuenta de que Malkom tenía el cuello rojo, y que se había muerto de vergüenza en un par de ocasiones. —A mí sólo me interesa una bruja. Ven aquí, ara. Carrow se acercó a la cama. —Te gusta mi cama, las duchas y mi aquelarre. Pero ¿qué me dices de esto? — Dejó que el albornoz le cayera a los pies y apareció vestida con medias negras de rejilla, un corpiño de seda del mismo color y tanga a juego. «Al fin y al cabo, es nuestra fiesta de bienvenida.» Malkom tragó saliva y frunció el cejo. —Por todos los dioses, mujer. —A una velocidad increíble, se bajó de la cama y cogió a Carrow por la cintura. Ella gritó feliz cuando él la sentó en su regazo. —Me gusta mucho —dijo él sin ocultar que estaba fascinado por la ropa interior de encaje. —¿Quieres saber qué nos ha regalado Mari? —Levantó la muñeca y le enseñó el lazo—. Es un hechizo contraceptivo. Un hechizo que anda muy buscado. En cuanto vio que Malkom se ponía serio, Carrow se acercó a él y le murmuró al oído: —Podrás eyacular dentro de mí y no me quedaré embarazada. —Pero yo quiero... Ella lo interrumpió con un beso. —Danos algo de tiempo para aclimatarnos a Ruby y a la casa nueva. Así ella se acostumbrará a estar con nosotros. —Carrow sabía que tendrían que enfrentarse a algún que otro problema. Estaba convencida de que la pequeña todavía no se había hecho a la idea de que su madre se había ido para siempre. Al ver que él seguía dudando, añadió:
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—Ruby necesitará toda nuestra atención. Y tú y yo tenemos tiempo de sobra. Ya que vamos a vivir para siempre y todas esas cosas. El demonio suspiró resignado. —Está bien. De acuerdo. Por ahora. —¿Qué te parece si ponemos la pulsera a prueba? —le susurró de nuevo al oído con voz sensual, consiguiendo que la erección de Malkom temblase debajo de ella—. Esta noche no tienes que contenerte. Soy fuerte y lo quiero todo de ti. —Y yo quiero dártelo todo, esposa. —Le colocó los dedos bajo el mentón y le levantó la cara para besarla. Le acarició los labios con los suyos con ternura, insinuando un poco la lengua. Fue aumentando la intensidad del beso a medida que iba acariciándole los pechos por encima de la seda, hasta que ella se movió excitada sobre su pene. —Separa las piernas —le pidió, pegado a sus labios. En cuanto lo hizo, le tocó las braguitas. —Están empapadas. —Entonces, será mejor que me las quites... Las desgarró y ella se estremeció. Los dedos de Malkom regresaron al instante para acariciarla, y él entrecerró los ojos al descubrirla tan excitada. Se sintió satisfecho y ella lo notó. —¡Oh, demonio! Eso también lo quiero. Lo quiero todo de ti. Ahora. —Tengo que asegurarme de que estás lista —dijo él con voz aterciopelada. Se mordió una garra y deslizó el dedo índice por entre los pliegues de Carrow mientras con el pulgar le acariciaba el clítoris. Ella suspiró de placer y se aferró a sus hombros para echarse hacia atrás. Se rindió a sus caricias y separó más las rodillas. Él la tocaba despacio y dibujaba lentos círculos. Una y otra vez. Malkom observó cómo sus dedos se perdían en el sexo de Carrow. Bajo las nalgas de ella, su pene acarició la suave piel. —Demonio —susurró Carrow al borde del orgasmo—. Estoy a punto... Él dejó de acariciarla y retiró los dedos, haciéndola gemir. —Siéntate encima de mí —le ordenó mientras se lamía el dedo con el que la había estado tocando. Se estremeció de placer al notar su sabor—. Mi bruja es deliciosa.
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Carrow tembló y se colocó a horcajadas en su regazo. En cuanto estuvo sobre su erección, Malkom se sujetó el pene con la mano que tenía libre. —Acércate a mí. Déjame entrar dentro de ti. —Malkom —susurró ella descendiendo. Y cuando él irrumpió en su cuerpo, gimió y le arrancó el corpiño para poder besarle los pechos, lamérselos, tocárselos con los dedos que tenía empapados. Carrow no podía aguantar más. —¡Ah, por todos los dioses! —Alcanzó el orgasmo cuando él no había empezado apenas a penetrarla. Malkom sintió su clímax por todo su cuerpo. Carrow quería echar la cabeza hacia atrás y gritar de placer, pero él dejó de besarle el pecho y la miró, sujetándole el rostro entre las manos. El demonio tenía los dientes apretados y la frente empapada de sudor, y quería que ella lo mirase a los ojos mientras su pene la poseía por completo, y Carrow no podía dejar de gemir de placer. «Lo noto temblar dentro de mí... olas de calor abrasador.» Al mirarlo mientras tenía un orgasmo, Carrow se sintió completamente desnuda delante de él. Le pareció que era un acto muy íntimo y excitante. Cuando dejó de temblar, él estaba por fin dentro su cuerpo, y ella volvía a estar al borde del orgasmo. Malkom le colocó las manos en las caderas y susurró. —Todavía no he terminado contigo. —Y entonces tiró de ella hacia abajo al mismo tiempo que levantaba las caderas, proporcionándole otro orgasmo demoledor...
Esa vez, Malkom dejó que Carrow echase la cabeza hacia atrás, y que pudiese disfrutar de aquel placer con total abandono. Su melena negra le acariciaba los muslos mientras ella gritaba su nombre, y él observó cómo se le movía el cuello. El cuello de Carrow estaba completamente al descubierto. No llevaba collar. Los colmillos le dolían de las ganas que tenían de tocar aquella piel; ansiaban ese placer tanto como su pene ansiaba eyacular dentro de su esposa. Pero no volvería a morderla sin permiso. Ella lo miró de nuevo, tenía la respiración entrecortada, los ojos le brillaban como estrellas, resplandecientes de placer.
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Malkom le cogió un dedo y se lo llevó a los labios para poder mordérselo con un colmillo. Después, colocó el dedo en el que brillaba una gota de sangre entre los dos. —Tiene que ser tu elección, ara. Ambos se quedaron mirando la creciente gota, el camino que iba dibujando. —Lo quiero todo de ti, demonio —dijo ella sin aliento—. Todo. —Antes de que él apartara la mirada, Carrow se acercó el dedo herido al cuello y se manchó con la sangre que caía—. Necesito que me muerdas tanto como tú necesitas morderme. —¡Bruja! —gimió él y la tumbó en la cama. Él seguía en su interior, así que se le colocó encima y luego se apoyó sobre los brazos para incorporarse. Seguía moviendo las caderas entre sus muslos, y se quedó mirándola. Tres semanas atrás habría dicho que todo aquello era una fantasía; la hembra más exquisita que había visto nunca le estaba ofreciendo el cuello mientras él se movía dentro de su sexo. —Eres demasiado guapa para ser real, channa. —Bebe mi sangre, Malkom. Saboréame. Soy tuya, estaré a tu lado siempre que me necesites. Por todos los dioses, ¿de verdad era suya? ¿De verdad había encontrado a una compañera que lo quería tal como era? Apoyó la cabeza de Carrow en su brazo y, con el antebrazo, la colocó de lado. Se inclinó hacia adelante y le lamió la sangre del cuello; jamás había tenido los colmillos tan largos. Los hundió en la suave piel que había entre el cuello y el hombro. Carrow tensó todo el cuerpo en cuanto él empezó a beber. —¡Malkom... es... oh, dioses, demonio...! —Le cogió la cabeza y la pegó a ella hasta que él abrió más la boca. «Mi esposa siente lo mismo que yo.» Esa cercanía, esa unión que él jamás se había ni imaginado siquiera que existiera, era todavía más intensa ahora que estaba dentro de ella. La esencia de Carrow corría por sus venas, y él movía las caderas a pesar de que se estaba esforzando por no terminar. En medio de uno de esos movimientos, el placer lo hizo estremecer hasta los huesos. Por fin sabía lo que se sentía, por fin podía compartir aquella sensación con Carrow. «Tienes que aguantar, Slaine, aguanta. Está sucediendo de verdad...»
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—¡Malkom, casi estoy! —Él la sintió al mismo tiempo que oía las palabras —: ¡Demonio! —gritó ella al alcanzar el orgasmo. El modo en que el sexo de Carrow lo apretó, le robó la fuerza de voluntad. Ahora que estaba a punto de eyacular, comprendió que ella llevaba tiempo pidiéndoselo. «Demasiada presión... estoy a punto de explotar.» Dejó de morderla y arqueó la espalda de tan intensa como fue la sensación de notar que su semen estaba preparándose. —Termina dentro de mí —le pidió Carrow con la respiración entrecortada—. Necesito sentirte. Lo necesito todo de ti. Sus palabras lo lanzaron por el precipicio. —No puedo más... ¡no puedo aguantar más! —Incapaz de detenerse, Malkom se estremeció entre los muslos de ella y la poseyó como nunca lo había hecho, hasta que... una fuerza cegadora... Se rompió el sello. —¡Carrow! —gritó al empezar a eyacular. Su pene se estremeció una y otra vez perdido en el calor de la bruja. «Eyaculando... éxtasis...» Mientras él seguía moviéndose, ella gritó: —¡Puedo sentirte dentro de mí, Malkom, estás tan caliente... es como si me marcaras por dentro! —Separó más las rodillas y se aferró a las sábanas al alcanzar otro orgasmo. En el mismo instante en que la tensión abandonaba el cuerpo de Carrow, Malkom gimió y soltó la última gota. Se quedaron tumbados durante mucho rato, tratando de recuperar el aliento. Él apenas era capaz de pensar; aquella unión había sido demasiado intensa, el placer lo había consumido. «Estoy estupefacto.» —Demonio —dijo ella también atónita. —Nunca habría podido imaginar que sería así —murmuró Malkom—. No existe placer igual. Por fin había reclamado lo que más quería en este mundo. A su esposa. Y se sentía... completo. Las confusas emociones de antes volvieron a agolparse en su pecho, impacientes por salir a la luz. Antes no comprendía lo que sentía, no sabía cómo expresarlo en palabras. Ahora sí. Se apoyó sobre los codos y la miró.
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—Te amo, Carrow. Estoy enamorado de ti. —Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. —Malkom, te amo tanto... —Los ojos le brillaban—. Y siempre te amaré. Y mientras él sujetaba el rostro de su esposa entre las manos, la miró a los ojos y vio que lo amaba. Vio que todo ese amor estaba allí esperándolo. Él había querido una prueba, y no había ninguna más irrefutable que aquélla. En lo que ahora le parecía otra vida, alguien le había dicho que nunca ganaría. Y ahora que había descubierto la verdad, su corazón estaba rebosante de felicidad. «A ella he conseguido ganármela.» El futuro los estaba esperando. Iba a soñar. Y esos sueños iban a hacerse realidad.
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NOTAS
1
Cuervo y Pava. (N. de la t.)
2
Protagonista de King Kong. (N. de la t.)
Canción de las brujas de Macbeth, escena I, acto IV, de William Shakespeare. También es la canción de Hogwarts de Harry Potter. (N. de la t.) 3
Raza de perro cruzado que es el resultado de la mezcla entre un labrador y un caniche. (N. de la t.) 4
5
Personaje de Snoopy que siempre va sucio. (N. de la t.).
6 Famosa 7
rastreadora india. (N. de la t.)
Perro que tira de los trineos en Alaska. (N. de la t.)
«Los superfriends» («Los Superhéroes»), era una serie de dibujos norteamericana de HannaBarbera cuyos protagonistas eran Superman, la Mujer Maravillas, Batman, Robin y otros héroes que trabajaban juntos para salvar al mundo. Su punto de encuentro era el Hall of Justice (La Casa de la Justicia). (N. de la t.) 8
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