Lo redondo en el fuego

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Lo redondo en el fuego Alfredo Balanescu


En paz Ver o no lo que hay en las redes sociales. Ver o no pornografía. Encender la lámpara. Beber agua y sentarse dispuesto a escribir. No abrir la ventana para evitar que entren el calor seco y el aire sucio. Ya me depilé el trago de las ojeras y lavé suficiente ropa. A escribir. Tengo algunos esbozos: necesito desarrollar lo escrito, no el impulso. Ahí viene. Otra vez. No siento ansiedad por la hoja en blanco: eso es pura nadería. Es el monstruo cotidiano de la calentura quien lleva el mando. Ahí viene. El tiempo libre para escribir está sexuado. Agita una gran verga; me tienta. Deseo y erección estropean la noche de escritura. Era el tiempo para “poder pensar”, pero todo se va al carajo.

Se toca. Nada. Flácida y sin sangre en las venas; nada corre, menos aún la horchata del estímulo, solo el tiempo, libre y caliente. De buena gana saldría a la calle. A ver qué encuentra. Nada. De hacerlo, caminaría sólo por la calle, bajo el azul y rojo titilante de las torretas del cochepolicía y sus conductores zombies o pasaría junto a los parias que sueñan en sus dormitorios donde ruedan bonitos autobuses y la luz blanca blanca blanca de las farolas no los deja dormir en paz. Que descansen en paz.


Además, si lo hiciera, tendría que responder a ¿a dónde vas?, a dar un paseo, ¿a esta hora? Sí, mierda, a esta hora, ando caliente y quiero escribir sobre el hastío y la poca literaturidad de la testosterona. Pero… Sí, ya salí hace rato a dar un paseo largo con cigarro y marihuana, ¿y qué? “Now this might just sound like astronomer nit-picking but I can assure you there is a big difference”: sentarme a escribir no es igual que redactar mentalmente las historias cuando salgo a ver con quién follo. Claro que no saldré, porque terminaría sintiéndome culpable (?) y tú, preocupado. He anotado la primer idea del relato: “Salí y me ligué a un chico que al llegar a la puerta de casa sacó un arma blanca azul”. Me quedo pues. Ahora que la veo, mi habitación parece la oficina de un loco preocupado por minucias. “Podrías haber elegido un arma blanca roja o amarilla, ¿no? ¿Por qué azul? Odio el azul”. Abriré la ventana para dejar salir a los gatos; que paseen ellos. El color azul me parecía desagradable, pero desde hace unos meses me gusta. Tendré que remediar eso. “Llévate lo que quieras. No tienes que hacerme daño”. Creo que antes de escribir me haré una paja solitaria en el baño. “Supongo que vendrá alguien. La policía quizá, y alguien que limpie toda esta sangre. Tu arma blanca azul es ahora roja y oscura”. Con olor a cuarto de baño limpio.


Sátira Aunque no consume carne, ese animal encontró el círculo que abrí y no cerré: el mundo de un año, la biografía de lo normal y sus vicios ―escribo sátiras sin efecto ― en las rutas del virus. Vagó mientras ardía la rosa cúbica de otoño: treinta y siete lustros forzados, inevitables, axiomáticos, cambiando de escenario y condición durante la tarde con su luz artificial. Encapsulado entre la gente nocturna y sus juegos de existencia confiados al azar. Creyó ver el cielo sobre Berlín. Inició la caída hacia sí mismo desde la tibieza para rastrear el encanto de lo desaparecido en la ciudad nerviosa que no termina nunca su acumulación indefinida de tiempo sobre la línea de sombra que es su nombre.


Woodbridge Plan del día: 1. Huir de los textos áridos, desecados por la teoría. 2. No sentir felicidad al ensuciarme los dedos con tinta de erudición inútil. 3… Ayer, cuando fui a comprar la cerveza de las cinco pe eme, después de sudar como cerdo por el bochorno del medio día, encontré pintada en la calle una gruesa línea rosa que se ramificaba por varias calles. ¿Arte efímera y conceptual sobre las múltiples nervaduras de la alienación y la rutina? Qué carajos, quiero mi chela. Mientras dejaba ir la última luz de la tarde, me convencí, una vez más, de que aquí todo parece nunca salirse de la rutina. Como el color rosa de las rayas sobre el pavimento, visibles desde la ventana. Prendí un porro. La cerveza refrescaba mi aburrimiento. Ya no quiero seguir las rayas blancas o arcoíris, pero ¡qué más da!, parece que me digo a diario: don’t look further than your own backyard. Sorbo. Es hora de pasar al número 3 del plan: salir a lo desconocido, con dinero, cigarrillos y el mechero fino (artefacto hecho en Woodbridge, Nueva Jersey. Lo pulieron con cuidado y lo vendieron Patent pending. Lo que no sabía es que perteneció a una señora armenia que de niña sobrevivió al genocidio a manos de los turcos.


Desde algún punto de su exilio, emigró a América y amasó una buena fortuna. Se lo regaló a uno de sus nietos que por estar en crisis monetaria vendía las pertenencias de su abuela en un mercado de pulgas). Después de media hora de ir por las calles al azar, no había dejado aún de seguir la línea rosa del tedio dibujada en la calle, en mi habitación, en las paredes desconchadas del baño, en las várices del vecino, en la entrada del garito que suelo visitar, en las ojeras del tipo que me pidió fuego, en el fastidio de su pulido acento francés. ―(Lui) Il ne me reste plus qu’à terminer mon petit libre, fabriquer un gros stock de dreamcatchers et créer ma boutique sur internet… ―(Moi) Qué emocionante. Salimos. La calle era ancha y ya estaba oscura. Quería divertirme, pero bien lo ha dicho Bush Tetras, you can’t be funky if you haven’t got a soul: fueron cinco minutos de charlar cualquier cosa, juntar los pitillos, dar un par de chupadas cortas y enérgicas, fumar y seguir cada quien su camino.


No vendí mi alma al noise All sides endlessness earth sky as one no stir not a breath. Blank planes sheer white 'calm eye light of reason all gone from mind. Scattered ruins ash grey all sides true refuge long last issueless.

Lessness, Samuel Beckett La ausencia de imaginación sonora engendra academias. De esto uno se entera cuando ya puede ser tarde para eliminar los formatos musicales establecidos por las sensibilidades conser-vatorianas, convencidas de que todo pasado fue mejor. Esta ingenuidad absoluta indica al pobre músico en estado aca-démico que debe ceñirse a la norma y claudicar en ella; que no puede deambular sin su guía. Ah, la forma: ¿tan necesaria como inútil? ¿Para qué improvisar si tenemos a Schaeffer, Lachenmann o Cage? Es mejor evitar las molestas y áridas discusiones sobre el asunto porque 1: La forma siempre aparece; 2: Tenemos el ruido para desestabilizarla. En vez de definir ese tipo de sonido, un ejemplo de la naturaleza será útil para aclarar el punto: el pólipo de agua dulce (Hydra viridis) es un cilindro ondulante con un orificio usado como boca y ano. El ruido es así: materia prima y detritus, alimento y caca, sabor y ardor.


El ruido cosquillea, escapa de la condena llamada “música” y nos permite ver con claridad el error de los instrumentistas entrenados en el sistema tonal. Para no entrar en la zona de esa muerte hiperestructurada, es necesario adoptar el concepto lessness: inagotable, mezcla de privación y de infinito, producto lógico de verborreas lúdicas, de banquetes llenos de licor para hombres y mujeres licenciosos. Lessness comienza con el ininteligible cuento de Beckett que desmiembra la narración lineal no para ocultar el sentido del texto, sino para mostrar el que se origina con el orden aleatorio y estocástico. El sentido de lo incierto y la improvisación hacen el papel de guía en Barroco1noise2: la incertiherrumbre3 de lauderos antiliminares4, producida por la hiperabundancia de información y deshechos, paradójicamente nos coloca en estado de carencia:

1Barroconoise:

concierto de la Kamerata Kaput, dado en 2014, como parte de su

investigación sonora. 2Shluss!

/ Now ladies and gents / a chololate-coated hiccough to our old friend. / Put on your hats and sit easy. / Oh beauty! / Oh thou predatory evacuation, / from the bowels of my regret […] 3Sobre la incertiherrumbre escribiré al aterdecer; estoy frente al mar, pero hace calor y el paisaje es optimista, fresco y claro. 4El juego “untitledlessness”, inventado por Kamerata Kaput, es la combinación de

escritura automática con figuras geométricas básicas y la repetición rápida y simultánea de las consignas: “no vendí mi alma al noise”, “SILENCE IS THE ENEMY”.


renunciar al título para construir el transposttítulo4 metamorfologizado y deecologicolonizar el poema de la tradición transamerikeuropeanshitmix: Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me habría gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía ya mucho tiempo: me habría bastado entonces encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquél de quien procede el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su posible desaparición. El orden del discurso. Michel Foucault. No hemos secado el agua de la tormenta que desataron los futuristas y dadá. Il Ritorno d’Ulise in Patria impregna todo con su humedad añeja. El siglo XX hiede a formalismo (quizá no sea sino un complejo aparato “ideado para no poder decir nada”). La incontinencia rabiosa del ruido aún hoy se mueve al ritmo de un sonido con delay que desaparece un poco cada vez que se repite.


El problema del subespacio invariante Nos gusta perdernos entre rizomas de THC y contarnos historias llenas de saltos temporales, esbozadas. Sol de la tarde y algo de viento. No debo perder la gracia por consentir y hasta fomentar la abundancia de pereza, drogas y empleos degradantes. “Próxima estación: Plaza elíptica.”

El vecino tuvo fiesta ayer. No me invitó. Otra vez. Se avergüenza de mí porque sus amigos están hartos de mi historia, “otra vez”, de que paso días enteros en la cama fumando maría o follando, y luego solo, odio a todos en mis noches de terror. Alucinado. Él y su fiesta, a la mierda. En vez de agradecerme porque le ayudé cuando lo golpeó el tipo que se ligó… “Próxima estación: Ciudad lineal.” No he logrado liberarme de las personas que se empeñan en acompañarme o quererme. Incluso ahora que rompo cosas cuando me enfado. Ya no grito. Algunos ya ni siquiera se sorprenden de los fantasmas de mi cabeza alocada, lenta y falsaria. “Próxima estación: Mar de cristal.”


Caminar por los pasillos del metro convierte los pensamientos en elementales, ambiguos e inestables, como los de las noches lluviosas de agosto de algún lugar en el subtrópico, como en el que viví muchos años. Es mal signo ya no tener sueños porque me los invento y es peor augurio empeñarse en hallar la visión, el motivo, el evento que al fin me haga salir de esta ciudad. Y en realidad, mi vida no es tan oscura como creo, pero me aburro y me encolerizo fácilmente, de continuo. “Salida” Cinco calles más allá, subió por unas escaleras. Abrió la puerta. Olía a sudor, pero no del tipo de cara fea y cuerpo grande que se tiró hace unos meses y que hace una semana le dio las llaves de su casa. La luz verde y oscura de la habitación indicaba que estaba fumando algo o liando. De la nada empezó una discusión violenta; apenas alcanzó a ver a su amigo tumbado en la cama con la mirada perdida y al tipo que alcanzó a darle en la cabeza con una botella antes de salir corriendo del piso. Es un paso decisivo del viaje que quiero hacer… (todo me da asco, ya no como bien: lo que antes me daba ánimo, no digamos fuerzas, sabe a nada, es prescindible. Ya ni el puto gato me quiere como antes… ni yo a él).


Aún no me puedo mover. Sigo esperando que alguien llegue. Aunque no ocurra. Pero si lo hace (“los olmos se agitaban con el viento”) me obligaría a regresar a la vida estúpida de siempre (“and the stilborn evening turning into a filthy green”): a buscar dinero, a intentar subir en el escalafón de las profesiones o para intentar que los necios e idiotas me vean con mejores ojos (“keep you temper, said the caterpillar”… keepit, keepiteepit), alguien está arrastrándose por el piso (en la poderosa desigualdad de los subespacios invariantes y sus estados estacionarios).



θ Epiceno


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