Escuela infantil
¿Por qué muerden? Los educadores están habituados, pero a los padres no deja de sorprendernos. ¿Por qué los niños pequeños muerden con tanta frecuencia? ¿Y cómo hay que reaccionar?
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“La semana pasada, al recoger a mi hijo de la escuela infantil, la tutora me llamó aparte para decirme que Javier había mordido a varios compañeros, y que no era la primera vez. Me extrañó mucho. En casa no lo hace, siempre ha sido bueno y obediente. Temo que se convierta en el matoncito de la clase y que los otros niños le rechacen. No sé por qué se comporta así ni cómo puedo quitarle esa costumbre.” El testimonio de una lectora que nos escribía pidiendo consejo ilustra bien la situación que se da en muchas aulas de educación infantil, donde los mordiscos están a la orden del día. Los padres se preocupan, y es comprensible, tanto si su hijo es de los que muerden como si llega a casa con la señal de un mordisco. Sin embargo, no hay que alarmarse. Se trata de un comportamiento normal entre niños de año y medio a tres años, y no es en absoluto un síntoma de agresividad. A estas edades, hablar de conductas agresivas está fuera de lugar. ¿Por qué lo hacen? Los pequeños son propensos a morder ante cualquier adversidad, por ejemplo, cuando otro les arrebata un juguete, o cuando quieren algo y lo quieren ya, y no saben cómo conseguirlo.
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El enfado también puede llevarles a dar bocados: un niño al que han regañado por algo puede expresar su malestar clavándole los dientes al que tiene al lado. También hay críos que pretenden llamar la atención; en clase se dan cuenta de que son uno más, y pueden recurrir a las mordeduras para que el adulto se fije en ellos.
¿Y por qué manifiestan su disconformidad mordiendo a diestro y siniestro? Pues porque aún no pueden expresar con palabras lo que sienten. Incluso los que ya hablan un poco, lo hacen con muchas limitaciones. A falta de lenguaje, los mordiscos les sirven para comunicar emociones y deseos. A algunos les da por usar los dientes, pero también son habituales los casos de niños que pegan o arañan. A principio de curso es más frecuente Dicen los educadores que este hecho se da más durante el primer trimestre de clase. La ansiedad que provoca en los niños la adaptación a la escuela infantil puede llevarles a morder con cierta insistencia. Pasados los primeros meses, lo habitual es que la ansiedad y los mordiscos vayan desapareciendo. También afirman que algunos niños actúan así por imitación: en ocasiones, las mordeduras se contagian en el aula con tanta facilidad como los catarros. Y de la noche a la mañana, la conducta puede generalizarse entre los pequeños alumnos. Cómo actuar Que morder sea un hecho normal y propio de esta edad no significa que debamos tolerarlo sin más. Los padres, en coordinación con la escuela, pueden ayudar a que estos episodios disminuyan e incluso desaparezcan. Como ocurre con cualquier otro comportamiento que se desea modificar, es fundamental que nuestras reacciones no sirvan para reforzar lo que el niño hace mal. Si el crío percibe que, cuando muerde, todos (padres y educadores) están más pendientes de él, querrá seguir haciéndolo para mantener su atención. Si en la escuela nos dicen que ha mordido s Hablar a solas con su educador. Si queremos conocer las circunstancias, es preferible hacerlo cuando nuestro hijo no esté delante.
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s En casa, tampoco comentar el asunto en su presencia. No hagamos publicidad del incidente. s No recriminarle machaconamente. Evitemos echarle en cara su actitud con comentarios del tipo “te he dicho que no se muerde”, “eres malo”, “eso no se hace”, “que no se te ocurra volver a morder”, etc. s Elogiarle cuando no muerda. Sobre todo si el niño lo hace a menudo, es importante que reconozcamos su buen comportamiento con besos y abrazos. Aunque sea pequeño y nos parezca que no entiende, debemos explicarle por qué nos alegramos tanto: “Estamos muy contentos porque hoy no has mordido a ningún niño”. También se le puede premiar, por ejemplo, haciendo con él algo especial: “¿Sacamos el trenecito que tanto te gusta?”.
Si también muerde en casa Puede ocurrir que el niño empiece a dar mordiscos a los hermanos o incluso a papá y mamá; puede que lo haga cuando le llevemos al parque o cuando vengan amiguitos a casa. En tal caso, es aconsejable: s Aislarle un rato. Nada más morder, hay que llevarle a un sitio apartado de los demás; puede ser su cuarto, una silla en un rincón, otra habitación… Si estamos en un parque, hay que se-
¿Y si muerden a nuestro hijo? Un día, nuestro pequeño llega a casa con una llamativa mordedura. Es la primera vez y nos coge por sorpresa. ¿Habrá sido por negligencia del profesor? ¿Es que no les vigila lo suficiente? ¿Acaso no tiene autoridad? ¿O hay demasiados niños a su cargo? Es lógico que los padres quieran asegurarse de que su hijo está en un ambiente agradable y seguro, y que recibe la atención que merece. Por eso, ante un hecho así, pueden surgir muchos interrogantes y la primera reacción
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suele ser pedir explicaciones en el centro. s Si tenemos dudas, lo adecuado es hablar con los educadores o responsables de la escuela y exponer abiertamente el asunto. s Podemos interesarnos por cómo están manejando la situación y qué pautas siguen ante estos comportamientos. s Si nos preocupa algún aspecto del funcionamiento del centro, lo mejor es preguntar: ¿cuántos niños hay en la clase?, ¿es el aula lo suficientemente
grande?, ¿tienen los pequeños espacio para jugar?, ¿cuántos educadores los cuidan en el patio? s Ya hemos dicho que los mordiscos son normales a esta edad y difíciles, casi imposibles de evitar cuando se juntan varios niños (¡son muy rápidos!). No hay que dramatizar, sobre todo si se trata de hechos aislados. s Nunca se debe alentar al niño a defenderse a mordiscos. Cuidado con estos comentarios: “Si te muerden, muerde tú”.
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pararle del grupo y buscar un banco o lugar donde pueda estar a solas. El tiempo en el que el niño tiene que estar aislado no superará el minuto por año de edad; es decir, si tiene dos años, dos minutos. No reaccionar de forma exagerada. No hay que reprenderle a gritos ni hacer grandes aspavientos. Basta con decirle, de forma clara y rotunda: “No debes morder; ahora quédate aquí hasta que yo te diga”. Que pida perdón. Al cabo de unos pocos minutos, pediremos a nuestro hijo que se acerque al agredido y le dé un besito, un abrazo, o incluso que aplique alguna pomada en la marca del damnificado. Después, podrá volver a jugar (evitemos lanzarle advertencias como “Si vuelves a hacerlo, verás”). Olvidar el asunto. Una vez superado el incidente, es mejor no volver a mencionarlo. Como norma general, no hay que recriminar al niño por los mordiscos en momentos distintos a los de los ataques. Suspender el juego. Siempre hay que avisarle antes de que si insiste en su actitud, interrumpiremos el juego: “Si vuelves a morder, nos vamos a casa”. Y cumplir con la advertencia. No ponerle etiquetas. En ningún caso hay que llamarle bruto, ni decirle que es un niño malo ni cosas así, ni mucho menos morderle para que vea que eso duele: “Si tú me muerdes, yo te muerdo a ti”. Reforzar las conductas positivas. Siempre que juegue con sus hermanos o con otros niños sin usar los dientes, hay que alabarle por ello: “¡Qué bien has jugado hoy! ¡No has mordido! ¡Es estupendo!”.
Estrategia para el aula Cuando los pequeños se relacionan a dentelladas, la actuación de los educadores resulta fundamental. Las siguientes pautas pueden ayudar a afrontar y superar estas situaciones. s El niño que ha sufrido la mordedura debe ser atendido. s Al que ha mordido se le aparta del grupo durante unos minutos en el rincón de pensar. Hay que decirle, simplemente: “Eso no se hace; siéntate aquí hasta que te avise”. s A continuación, el niño que ha mordido participará en la reparación del daño. Puede ayudar a poner un paño frío o aplicar pomada en la mordedura. Hay que animarle a dar alguna muestra de cariño al agredido. s Si vuelve a morder, hay que actuar igual. Es importante evitar frases como: “¿Otra vez has mordido?”, “Voy a decírselo a tu madre”, “Ya es la tercera vez hoy”, etc. s Hay que hablar con los padres, pero nunca delante del niño. Se les puede informar con una nota o a través de la agenda. s Es imprescindible reconocer el buen comportamiento de los alumnos que son mordedores habituales. Se puede hacer al final del día, o justo después de la actividad en la que suelen morder más (por ejemplo, cuando salen al patio). s Si los mordiscos se convierten en moneda corriente entre los pequeños alumnos, se puede establecer un sistema de recompensas: antes de ir a casa, se premiará a los niños que ese día no hayan mordido con una pegatina en la camiseta, un dibujo en la frente, una medalla de cartulina...
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