Fidel y la certeza de conquistar lo imposible
José Antonio Almazán G Jubilado del SME Cred 69535 Del Comandante Fidel hay mucho que recordar y contar. En planos poco conocidos y sorprendentes como lo están abordando conocedores de su biografía y, en forma inseparable, de la historia de la Revolución y del Pueblo Cubano. Pero el duelo ante la muerte es también, y sobre todo, íntimo y por eso me atrevo a compartir parte de mis recuerdos, como seguramente muchos lo están haciendo.
Desde niño quedé deslumbrado ante las noticias y fotos que daban cuenta de la entrada triunfal de Fidel y el Che en la Habana derrocando al dictador Fulgencio Batista. Por supuesto del socialismo no sabía ni pío, pero en ese ambiente de campirano antimperialismo que se respiraba en la zona jarocha de la cuenca del Papaloapan, la simpatía a los “barbudos“ era innegable. Después, ya joven, a finales de los años 60, en las manifestaciones de solidaridad que caminabamos en San Juan de Letrán, cuando el asedio imperial marcaba el endurecimiento del criminal bloqueo a los titánicos esfuerzos de un pueblo liderado por Fidel y sus primeros y destacados logros en el terreno de la alfabetización y la educación. Eran los años y meses previos al 68 con mis diecinueve a cuestas como estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, acontecimiento que nos marcaría para toda la vida en el compromiso de luchar por el socialismo. Desde aquellos años Fidel y la Revolución Cubana se convirtieron en un referente indispensable para quienes soñabamos con el cambio social profundo en México, en América Latina y en el mundo. En medio de círculos de estudio leyendo lo mismo a Paul Baran y Sweesy, que nutridos por los Manuscritos económico filosóficos y muchos otros textos del marxismo clásico, buscando las hojas mimeografiadas de Gunder Frank, deleitándome y descubriendo a México con las clásicas de Artemio Cruz y la Región más Transparente de Carlos Fuentes, deslumbrado por el Laberinto de la Soledad de Paz, sorprendido por la audacia de Marcuse y la profundidad lo mismo de Luckas que de Lucien Goldman y muchas otras lecturas. En ese ambiente que permeaba la UNAM, las figuras de Fidel y del Che crecían y se iban asentando como la certeza de que lo imposible era un horizonte que se podía alcanzar luchando. Fidel, Fidel, que tiene Fidel, que los americanos no pueden con él. Con la OEA o sin la OEA ganaremos la pelea, eran parte de las consignas en las manifestaciones de apoyo a la revolución cubana que recorrían a la Ciudad de México. Fidel y la revolución que aguantaba, rompió el mito de la imposibilidad de cambiar el mundo en el marco del dominio casi total del imperio sobre el resto del planeta. Más aún en un país como México marcado por el destino fatal de su frontera con USA.
Años más tarde, ya como trabajador electricista del SME supe de los lazos fraternos que nos unían con el Pueblo y la Revolución Cubana. Cautivado por las anécdotas lo mismo de dirigentes del SME que de trabajadores de Agencias Foráneas que habían conocido personalmente a Fidel Castro durante su estancia en México y antes de la expedición del Gramma. Nunca tuve ese honor. Pero en 1992, apenas iniciado el llamado “periodo especial“, junto con Oscar Leslie y Fabián Ortiz logramos organizar el primero de varios viajes de solidaridad a Cuba, uno de ellos con más cien compañeros y compañeras, llevando herramientas, equipo y material de trabajo eléctrico a los electricistas de la CTC. Fueron años duros para la revolución y el pueblo de Cuba. Caído el muro de Berlín y desaparecida la URSS mucha de la ayuda económica dejo de fluir, generando penuria su economía. Nutridos por los impresionantes logros de la Revolución, lo mismo en la educación, la salud, la biotecnología, el deporte, llegamos por primera vez a la Cuba de Martí, de Fidel, de muchos otros revolucionarios cubanos y, mochila al hombro, del libro de Ernesto Che Guevara, “El Socialismo y el hombre nuevo“. Buscamos al hombre nuevo ¡Y lo encontramos!, encarnado en cientos de mujeres y hombres cubanos, jovenes y muchos no tan jovenes, con sus sonrisas y su alegría contagiosa, en sus miradas francas y sinceras, como parte de un pueblo consciente de lo que estaba en juego, dispuestos a luchar en defensa de lo ya conquistado, pese al brutal bloqueo económico, social, político decretado por el imperio. Pero sobre todo organizados, bajo el comando de Fidel, en los llamados Comites de Defensa de la Revolución, que hicieron posible y realidad eso de que la historia es la irrupción de las masas en la conducción de sus propios destinos. El Comandante se ha ido, pero sus ideas, principios y valores germinaron como parte de su legado histórico para Cuba y el mundo; sin caer en la hipócrita apología, reconociendo errores, como lo hizo el propio Fidel en 2010 frente a lo homofobia imperante, pero sin dejarme cegar por los yerros. La inconmensurable obra de Fidel y de los barbudos revolucionarios, en los hechos y en las ideas, en la praxis de un pueblo levantado y digno, está ahí como la certeza indiscutible de conquistar lo imposible.