cecilia y gabriel

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Cecilia y Gabriel

Real Casa de la PanaderĂ­a Casino de Madrid 16 de noviembre de 2013































































































































































































































A pĂŠndice



«Cuando los amantes se encuentran el uno con el otro, con aquella mitad de sí mismos, experimentan una maravillosa sensación de amistad, de intimidad y de amor, que les deja fuera de sí, y no quieren, por así decirlo, separarse uno de otro, ni siquiera un instante. Estos son los que pasan en mutua compañía su vida entera y ni siquiera podrían decir qué desean uno de otro. El alma de cada uno quiere algo que no puede decir, pero que adivina confusamente y que deja entender como un enigma. Así, si cuando están acostados en el mismo lecho, se presentara junto a éste Hefesto con sus utensilios y les preguntase: ‘¿Qué queréis que os suceda mutuamente?’, y si, al no saber ellos qué responder, les volviese a preguntar: ‘¿Es acaso lo que deseáis el uniros mutuamente lo más que sea posible, de suerte que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si es eso lo que deseáis, estoy dispuesto a fundiros y a amalgamaros en un mismo ser, de forma que siendo dos quedéis convertidos en uno solo y que, mientras dure vuestra vida, viváis en común como si fuerais un solo ser y, una vez que acabe ésta, allí también en el Hades, en vez de ser dos seáis uno solo, muertos ambos en común. Mirad si es esto lo que deseáis y si os dais por contentos con conseguirlo.’ Al oír esto, sabemos que ni uno solo se negaría, ni demostraría tener otro deseo, sino que creería simplemente haber escuchado lo que ansiaba desde hacía tiempo: reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno. Lo que se llama amor, por consiguiente, es el deseo y la persecución de esa integridad. Para ello, Eros es nuestro guía. Que nadie obre en su contra. Si celebramos al dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia al amor que en el momento presente nos procura los mayores beneficios para llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro las mejores expectativas de que nos hará dichosos y plenamente felices.» Platón, Banquete (379-384 a. n. e.), 192 b-193 d.


«Amor significa conciencia de mi unidad con otro, de modo tal que no estoy aislado en relación conmigo mismo, sino que cobro conciencia de mí mismo al abandonar mi ser y saberme como unidad mía con el otro y como unidad del otro conmigo. El amor es la concordia ética. El matrimonio, como relación ética inmediata, contiene, en primer lugar, la vida en su totalidad, y, en segundo lugar, se transforma en una unidad espiritual, en amor autoconsciente. El matrimonio es esencialmente una relación ética. Resulta primario considerarlo meramente un contrato civil. El matrimonio es el amor jurídico-ético en el que desaparece lo pasajero, lo caprichoso y meramente subjetivo de ese sentimiento. Su punto de partida es el libre consentimiento de las personas, y, más precisamente, el consentimiento para constituir una persona y abandonar en esa unidad la personalidad natural e individual. Esto que puede parecer una autolimitación, es sin embargo una liberación, pues en esa unidad se alcanza la autoconciencia sustancial. Lo ético del matrimonio radica en la conciencia de esta unidad como fin, y por lo tanto en el amor, la confianza y la comunidad de la totalidad de la vida individual. Con esta disposición interior, el lazo espiritual es elevado a su derecho, por encima de la contingencia de las pasiones y del gusto particular pasajero y es en sí indisoluble. El matrimonio no tiene como fundamento esencial una relación contractual. En efecto, consiste precisamente en salir del punto de vista del contrato, del punto de vista de la personalidad independiente en su individualidad, para superarlo. La declaración solemne del consentimiento para el lazo ético del matrimonio y el correspondiente reconocimiento del mismo por la familia y la comunidad constituyen la conclusión formal y la realidad efectiva del matrimonio. Esta unión sólo es ética, por lo tanto, si la precede una ceremonia, entendida como la realización de lo sustancial por medio del signo, mediante el lenguaje, que es la existencia más espiritual del espíritu.» G. W. F. Hegel, Principios de la Filosofía del Derecho (1821), §§ 158-164.




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