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El pintor que encontró su isla

NomehaengañadoRaola.Todoaquíesmásbonitode loquepodíafigurarme.Aquíestálavidaenteradeun pintor. Laureano Barrau, Ibiza, 1912. Son las palabras con las que Laureano Barrau reflejaba sus tempranas impresiones sobre la isla de Ibiza, que, sin saberlo, se convertiría en su incesante fuente de inspiración. Su vida en Ibiza se tradujo en los años más prolíferos del pintor, y cada experiencia vivida queda concentrada en un fragmento de la Sala que lleva su nombre: la Sala Barrau.

En el paseo de S’Alamera, en una antigua sede del sindicato agrícola y a pocos metros del mar, se encuentra la Sala Barrau, inaugurada en 2014 por el Ayuntamiento de Santa Eulària. La sala alberga una parte del legado que su viuda, Berta Vallier, quiso, con gran dedicación, dejar en la isla de Ibiza. Tras cortas estancias en la zona alta de Dalt Vila, Barrau se establece definitivamente al norte de la isla en 1931, en el pueblo de Santa Eulària des Riu. En ese momento el artista cuenta ya con una marcada trayectoria pictórica, pasando por los circuitos clásicos de Roma, París, varias estancias en otros países, exposiciones y viajes internacionales. En Santa Eulària, Barrau sigue pintando sin cesar hasta los 92 años de edad. Inmerso en una sociedad isleña, muy diferente a los grandes bullicios y la vida bohemia, Barrau destaca por su severa disciplina en el trabajo y son constantes sus envíos internacionales a galerías, certámenes o exposiciones.

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Su obra, bañada del influjo de tendencias historicistas y naturalistas, entre otras, propias de su época, refleja una estética costumbrista, y constituye un legítimo testimonio de las gentes de la isla, de sus vidas, costumbres, vestimentas y tradiciones, que quedan plasmados junto con la luz y el color mediterráneo.

En la sala se pueden ver óleos que retratan escenas de interiores y exteriores, así como dibujos muy técnicos o bocetos sobre tablillas con trazos impresionistas, excelentes apuntes de color y composición. En los blancos muros encalados de la sala se encuentra el retrato de una joven, de mirada dulce y facciones modernistas, su gran compañera Berta, muy presente en la obra del pintor.

El vínculo que el pintor estableció con las gentes de Santa Eulària es de tal magnitud que, al visitar la sala, una anciana se pudo reconocer en el retrato de una niña que está peinando sus cabellos, y un joven encontró la sonrisa de su abuela en un rostro. Incluso unos ciudadanos americanos acudieron con un retrato de una mujer, ataviada con las ropas típicas del folclore ibicenco, con la intención de saber quién era. Habitantes de Santa Eulària que nunca salieron de la isla y, sin embargo, sus retratos cruzaron los océanos.

El Museo cuenta con dos sedes, por un lado, el Museo Arqueológico, situado en Dalt Vila, en la ciudad antigua de Ibiza. Creado en 1907, tiene también como fuerza iniciadora la acción de un grupo de personas aficionadas a la arqueología y preocupadas por el patrimonio de las islas, la Sociedad Arqueológica Ebusitana, fundada en 1903. Esta Sociedad había excavado en diversos lugares de Ibiza y Formentera, y parte del material recuperado en estas campañas constituyó la base de la primera exposición permanente del Museo Arqueológico, ampliada con los materiales de Ses Torres, Portmany y los santuarios de Illa Plana y de Es Culleram, donación de la familia Román en 1913. El Museo está compuesto por una serie de edificaciones de diferentes épocas que se han ido adaptando a lo largo del último siglo, hasta adoptar la forma que podemos contemplar hoy en día. Tras más de un siglo de existencia, y de diversas reformas previas, en 2010 el actual Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera (MAEF) tuvo que cerrar a causa del agravamiento de su endémico problema de filtraciones de agua y deficiencias estructurales. En la actualidad está en proceso de reforma. Por otro lado, el actual Museo Monográfico del Puig des Molins, es resultado de una larga y azarosa historia, que comienza en 1929, durante la visita del Alfonso XIII a Ibiza. Carlos Román, director del Museo Arqueológico, aprovechó su llegada para plantear un ambicioso proyecto para el Puig des Molins. La visita real se saldó con el visto bueno para que la necrópolis, considerada la más importante del Mediterráneo occidental, tanto por su amplia tipología de sepulturas, como por su vasta extensión y estado de conservación, fuese declarada Monumento Histórico Artístico, el compromiso de compra de los terrenos particulares, la cesión de los que pertenecían al Ejército y la construcción de un nuevo edificio destinado a Museo y que acogiera los importantes restos arqueológicos que abarrotaban el edificio de Dalt Vila. El proyecto llegó a iniciarse, pero en 1936, el estallido de la Guerra Civil hizo que la construcción se paralizara. Hasta 1965 no se reiniciaron las obras finalizando lo que hoy es el edificio del Museo en 1966. A finales de 2012, y tras una importante reforma de sus instalaciones, el Museo reabrió sus puertas al público. La exposición permanente es una inmersión en la historia del yacimiento a través de una cuidada selección de sus fondos arqueológicos, un viaje para conocer a las

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