Un niño que recoge su habitación y colabora en las tareas domésticas, que ayuda a sus amigos cuando lo necesitan, que comparte las cosas con los demás... no, no estamos hablando del hijo perfecto, sino de un niño al que se le ha transmitido la importancia de ayudar a los demás. ¿Fácil? ¡En absoluto! Pero si empezamos desde bien pequeños podemos obtener unos resultados más que satisfactorios. "¿Limpio los azulejos?, pregunta la pequeña Lorena a su madre con ojos chispeantes y un limpiador en la mano. Su camiseta está llena de manchas de detergente, las mangas chorrean y tiene la cara sudada por el esfuerzo de haber limpiado la bañera. Lorena es una colaboradora entusiasta en las tareas del hogar: pone los platos en la mesa, vacía el carrito de la compra, barre y friega el suelo de la cocina. Los trabajos que más le gustan son los que implican ensuciarse de la cabeza a los pies. Su madre le deja hacer, a pesar de que cada lamparón significa cambiar de nuevo toda la ropa a la niña". (Del libro Transmitir valores a los niños, de Gerda Pighin). Así es como podemos empezar a transmitir a nuestros hijos la importancia de ayudar a los demás, relacionando su colaboración con las tareas de la vida cotidiana. Debemos permitir que nos ayuden en casa, reconocer sus esfuerzos por hacer las cosas (aunque luego tengamos que rehacerlas) y adjudicarles pequeños trabajos que sean de su responsabilidad. Si desde bien pequeño conseguimos que nuestro hijo colabore en las tareas domésticas, crecerá con la idea de que colaborar forma parte de las rutinas habituales y, más adelante, las asumirá como naturales y las aplicará (después de todo un proceso educativo por nuestra parte) a otros ámbitos de su vida. Algunos padres no permiten que sus hijos les ayuden a poner la mesa porque tienen miedo de que rompan un plato, se les caiga algo o coloquen todo en el lugar equivocado. Error. Si le ponemos trabas, nuestro hijo perderá confianza en sí mismo y no sentirá ningún interés por los trabajos en casa. ¿Quién no ha oído a padres (y, sobre todo, madres) lamentándose de lo poco que ayuda su hijo en casa? Cuando el niño crezca, de poco servirá que nos quejemos. Somos nosotros quienes, desde el principio, tenemos la responsabilidad de transmitir a nuestros hijos la importancia de colaborar, tanto dentro como fuera de casa. En clave de juego Ante todo, debemos tener en cuenta que si queremos que nuestro hijo se comporte como a nosotros nos gusta, necesita sentir seguridad en sí mismo. Es imprescindible que se sienta querido y que mantenga lazos estables con las personas que le rodean. Este "colchón", formado por los padres, la familia o las personas que conviven con él, proporciona al niño la tranquilidad necesaria para desarrollar su educación ética. Por eso se dice que la educación de valores empieza a partir de nuestro nacimiento. En la etapa preescolar, lo mejor es que nuestro hijo se implique cuanto antes en las tareas domésticas. Aunque para nosotros, en ocasiones, parte de este trabajo resulta una carga que realizamos casi por obligación, para los niños pequeños puede resultar algo bien distinto. Lo entienden en clave de juego. Todos los trabajos que hacen papá y mamá parecen divertidos, y eso tenemos que aprovecharlo antes de que empiecen a distinguir claramente entre juego y trabajo (cuando empiezan la escuela ya aprenden la diferencia entre ambos términos y suelen perder todo interés por ayudar en casa).
Podemos empezar adjudicando pequeñas tareas, siempre adecuadas a su edad. Se trata de implicar al niño poco a poco, sin atender al resultado y sí al proceso: por ejemplo, si nuestro hijo tiene cuatro años, debemos mostrarnos muy satisfechos si por la mañana recoge su pijama, en vez de dejarlo tirado en el suelo, y ’cubre’ su cama aunque la sabana asome por debajo de una colcha retorcida... Pequeñas tareas para cada edad A los niños que empiezan a caminar, les encanta recoger objetos. De ti depende que tu hijo dirija esta habilidad, nueva para él y por tanto excitante, hacia la forma más conveniente. Cuando acabe de jugar con sus juguetes, coloca una caja, un baúl o una bolsa cerca del niño y anímalo a guardar todos los trastos en el interior del recipiente. Cuando acabe, felicítalo por lo bien que lo ha hecho. De esta manera se acostumbrará a hacerlo sin darse cuenta, ya que para él recoger formará parte de la actividad lúdica que haya llevado a cabo. Con dos años ya querrá colaborar en tareas domésticas. Quiere ser como papá y mamá y hacer lo mismo que ellos. Empieza la fase de imitación. Al principio podemos permitir que ayude en aquello que le gusta. No veas estas colaboraciones (tal vez un tanto desastrosas) como un problema. Él disfrutará mucho y se sentirá muy útil ayudándote. Déjale, por ejemplo, el trapo del polvo o la bayeta para que limpie. Alrededor de los tres años ya puede llevar y traer su vaso y sus cubiertos de la mesa. Y a los cuatro ya es capaz de ponerla sin ayuda. A esta edad, el niño ya estará escolarizado y, por tanto, cambiará su percepción de la realidad. Ayudar dejará de ser un juego para convertirse en un trabajo. Durante unos años es probable que el niño se muestre rebelde ante nuestros intentos de que asuma una tarea doméstica. Hay que tener paciencia. Seguramente también entrarán en escena otros elementos, como un hermano pequeño ("¿por qué tengo que poner la mesa si él no hace nada?") y el ansia de independencia, que lo llevará a rechazar cualquier propuesta paterna o materna relacionada con el trabajo y la colaboración. De todas maneras, es conveniente que le adjudiquemos una pequeña tarea, simple y concreta, que deba cumplir sin ayuda de manera más o menos habitual. Un trabajo que, si él no hace, nadie hará por él. Aunque al principio se niegue a llevarlo a cabo, piensa que si desde pequeño le hemos inculcado la idea de ayudar a los demás, y si persistimos en ello, acabará responsabilizándose de lo que le hemos encargado. Cambios en la escuela El contacto con otros niños en la escuela comporta un gran cambio. El niño de cuatro y cinco años es egoísta, está pasando por la etapa egocéntrica. La relación con sus compañeros de clase ayudará a modificar esta conducta pasajera. A estas edades, nada ni nadie hace cambiar de opinión a nuestro hijo-ombligo del mundo. Él siempre tiene razón y no hay más que hablar. En el colegio se verá obligado a conocer otras opiniones, se dará cuenta de que no todos los niños piensan lo mismo que él y de que muchas veces tiene que dialogar y llegar a un acuerdo para seguir jugando o no discutir. Es decir, no tendrá más remedio que aprender a convivir y a aceptar puntos de vista diferentes. También en la escuela aprenderá normas sociales fuera de la familia y tendrá que trabajar en equipo, algo que será muy importante y que nosotros podemos potenciar en casa. ¿Qué más podemos hacer en casa?
Lo más importante es que nos convirtamos en modelos de conducta para nuestro hijo. Tenemos que dar ejemplo. No podemos exigir al niño que se porte bien con los demás, que ayude y colabore, cuando nosotros eludimos este tipo de responsabilidades. Es fundamental que nuestro hijo viva en un ambiente familiar que fomente la cooperación, debe tener unos modelos estables que compartan pertenencias y trabajos, tiempo libre y conversaciones. Si ve que ayudamos a los vecinos o a otros miembros de la familia, y que a su vez ellos responden de la misma manera tendrá una percepción muy positiva de la colaboración entre las personas. De esta manera, igual que nosotros nos prestamos a hacer un favor o a ayudar a otras personas, debemos potenciar que nuestro hijo comparta sus juguetes con otros niños o que, cuando sea más mayor, ayude a algún amigo que tenga problemas con una asignatura. Debemos explicarle que es conveniente que actúe acorde con estos principios, ya que él también necesitará ayuda en otro momento, y entonces le gustará que alguien le eche una mano. Cuanto más pequeño es nuestro hijo, más estímulo necesita. Si desde el principio aprende a colaborar y a asumir responsabilidades, entenderá mucho más rápido el significado de la cooperación. Entenderá porqué es importante hacerse la cama o ayudar en casa. Entenderá que ayudar a los demás es una cuestión de convivencia, de respeto a uno mismo y a los demás. Eva Moure Regueiro Licenciada en Ciencias de la Información