“La vida de cada hombre es un
cuento de hadas escrita por la mano del señor “ Hans Christian Andersen
Un, Dos, Tres x cuento
Charles Perrault Editorial
Título Original Jugando entre Cuentos Primera edición Bogotá, Colombia, febrero 2014 Linda Stefanía Gómez Sandoval Grupo editorial
El abuelo y las Hadas
ISBN-978-958-50210-9-3
La Bella Durmiente
Derechos exclusivos para Colombia Prohibida su reproducción Parcial o total sin permiso del editor
Peter Pan
Mago de Oz
Gulliver
Impreso en Colombia
Caperucita Roja
Soldadito de Plomo
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Prólogo Un, Dos , Tres x cuento nace de un recordar , esa etapa especial de ser niños , cosas que solo se viven una vez , historias, fantasías y correcciones que quedaron a través de los cuentos , no sé un soldadito , una niña de capa roja , un viaje fascinante y si como dicen un dos tres , por el barrio , por las cosas pequeñas , por esos pequeños gigantes. Momentos de risas , sueños, los cuentos nos acercan más a notros mismos , a lo que somos, fuimos y seremos , no entiendo por que sea perdido el habito de leer , cuando recuerdo que esperaba la noche con ansias para que el abuelo me leyese una historia ese era el mejor momento del día me sentaba en sus piernas y me contaba aventuras como Piter pan tal vez , esa semana corrí por toda la casa , creí que volaba , o como el soldadito de plomo creí que un día sabría quién era para mi así como mama y papa . Tantas cosas que jamás se olvidan, crecí con historias y eso hizo de mí una gran persona.
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“De guerreras Rojas y pantalones azules”
Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidasguerreras rojas y sus pantalones azules.Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos de plomo!” Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba
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una pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la historia.En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que rodeban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.“
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y creyó que, como él, sólo tenía una.“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.”Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos, recibiendo visitas, peleándose y bailando.Los soldaditos de plomo, que también querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba me-
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nos firme sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa de la caja de rapé... Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era un duende negro, algo así como un muñeco de resorte. -¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la bailarina?Pero el soldadito se hizo el sordo. -Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende negro.Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre dos adoquines de la calle. La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía uniforme militar.Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un aguacero torrencial. Cuando escampó, pa-
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saron dos muchachos por la calle.-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre con el fusil al hombro.De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartón. “Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que esto fuese dos veces más oscuro.”Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la alcantarilla. -¿Dónde está tu pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra,
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sino que apretó su fusil con más fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah! Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que pasaban por allí. -¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes! Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata. Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba ce-
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rrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la que no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos: ¡Adelante, guerrero valiente! ¡Adelante, te aguarda la muerte! En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan largo era. Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba: -¡Un soldadito de plomo! El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le daba la menor im-
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portancia a todo aquello.Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra. De pronto, uno de los niños agarró al soldaditode plomo y lo arrojó de cabeza a la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de resorte el que lo había movido a ello.El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con
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su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo, donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito se acabó de derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.
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“ la Niña de la capa
Roja”
Había una vez
una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y a la muchachita le gustaba tanto que la llevaba todos los dias, así que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja. un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo. Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba
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miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas... De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca. - A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta. Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.- Abuelita, abuelita, ¡qué
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dientes más grandes tienes!- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita. Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba. El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó. En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
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“ El Verano de
Gulliver”
DURANTE MUCHOS D íAS, el hermoso velero Gulliver había navegado plácidamente hasta que, al aventurarse por las aguas de las Indias Orientales. en el que viajaba
Una violentísima tempestad empezó a zarandear el barco como si fuera una cascara de nuez. Impresionantes olas barrían la cubierta y abatían los mástiles con sus velas. Al llegar la noche, una gigantesca ola levantó el barco por la parte de popa y lo lanzó de proa contra el hirviente remolino entre un espantoso crujir de maderas y los gritos de los hombres. -¡Sálvese quien pueda! - Gritó el capitán. No hubo ni tiempo de arrojar los botes al agua y cada uno trató de ponerse a salvo alejándose del barco
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se hundía por momentos. Empujado por el viento, cegado por la espuma, Gulliver nadaba en medio de las tinieblas. Pasaba el tiempo y la fatiga hacía presa en él. “Mis fuerzas se agotan”, pensaba; “no podré resistir mucho” De pronto, noto que su pie chocaba contra algo firme. Unas brazadas más y se encontró en una playa. - ¡Estoy salvado! - murmuró con sus últimas fuerzas, antes de dejarse caer sobre la arena. Al punto, se quedó profunda y plácidamente dormido. Él no podía saber que había llegado a Liliput, el país donde los hombres, los animales y las plantas eran diminutos. Por otra parte, no había tenido tiempo de ver nada ni a nadie. En cambio, los vigías de ese reino sí le vieron a él y corrieron a la ciudad para dar la voz de alarma. - ¡Ha llegado un gigante! Inmediatamente todas las gentes de Liliput se encaminaron hacia la playa, no sin temor. Llegaban despacito y, desde lejos curioseaban al grandullón. - Tenemos que impedir que nos ataque - dijo un leñador-. ¡Vayamos a por cuerdas para atarle! En medio de una frenética actividad, todos se dedicaron al acarreo de estacas y cuerdas. Luego rodearon a Gulliver y empezaron a clavar las estacas en la arena con gran habilidad. Seguidamente, treparon sobre
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su cuerpo y fueron realizando un trenzado de cuerdas habilidoso y práctico, sujetando las cuerdas en las estacas. El sol había empezado a calentar cuando un viejecito que se apoyaba en un diminuto bastón, toco sin querer la nariz del prisionero, que estornudó aparatosamente. ¡Que conmoción! Muchos hombres salieron despedidos, otros emprendieron la huida. Gulliver notó que delgadas cuerdas lo sujetaban y sintió algo que le pasaba sobre el pecho; dirigió la mirada hacia abajo y descubrió una diminuta criatura con arco y flecha en las manos y un carcaj a la espalda. No menos de otros cuarenta seres similares corrían por su cuerpo. En su prisa por huir, algunos rodaron y se hicieron numerosos coscorrones. Muertos de miedo, los liliputienses fueron a esconderse tras las rocas, los árboles o en las madrigueras. - ¿Qué es esto? - exclamó el náufrago-. ¿Quién me ha hecho prisionero? Sin más que un pequeño esfuerzo se incorporó, haciendo saltar las cuerdas. Y al observar de reojo el temor con que se le contemplaba, fue incapaz de contener la risa. Quizá porque le vieron reír y porque no se levantaba, los liliputienses avanzaron un poquito hacia el extraño visitante. - Acercaos, no soy ningún ogro - dijo Gulliver. Pero se dio cuenta de que
no le entendían y fue probando con los muchos idiomas que conocía hasta acertar con el utilizado en Liliput. - Hola amigos... Los liliputienses vieron en estas dos palabras buena voluntad y se acercaron un poco más. Por otra parte, como jamás habían visto gigante alguno, tampoco querían perderse el acontecimiento. Pero el náufrago estaba hambriento y, con su mejor sonrisa, dijo: - Amigos, os agradecería que me trajerais algo de comer. Un poco por la sonrisa y otro poco porque les convenía conquistar su favor, los hombrecillos le aseguraron que iba a estar muy bien servido. Con gran presteza le presentaron una opípara comida. Cierto que los bueyes de Liliput eran como gorriones para el visitante y necesitó unos pocos para saciar su apetito. En cuanto a los barriles de vino, se le antojaban dedales e iba despachando cuantos le servían con la mayor facilidad. Mientras comía, los liliputienses se dedicaron a contarle su vida y milagros. Supo el viajero que estaban gobernados por Lilipín I, rey justo y bueno y que por aquellos días se hallaban en guerra con los enanos del país vecino. Esta situación les afligía mucho. - ¡Mirad! Anunció un enano pelirrojo. Ahí llegan Sus Majestades. En efecto, los monarcas, rodeados de
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toda su corte, se acercaban deferentes, tras abandonar su lindo carruaje en el que llegaron, curiosamente arrastrado por seis ratones blancos. La reverencia con que Gulliver recibió a los soberanos agradó mucho al rey Lilipín y extasió a la reina Lilipina. Pronto el rey y el viajero entablaron una animada conversación. Descubrió Gulliver que el monarca era inteligente, pues le habló de las máquinas que usaban para cortar árboles y arrastrar la madera, y de otros ingenios muy interesantes. También Lilipín descubrió la valía del viajero. -Veo que posees una gran inteligencia, Gulliver, y espero que te agrade el favor que mis súbditos te dispensan. Todos deseamos que te encuentres en Liliput como en tu propia casa. - Estoy muy agradecido, Majestad - respondió Gulliver, inclinándose. - Ejem... Si alguien atacara tu casa la defenderías. ¿No es así? - Así es, Majestad, pero... no os comprendo... Entonces el soberano, con aire doliente, explicó al visitante el problema que le había caído encima a causa de su guerra con los enanos del país vecino. Y como Gulliver había cobrado simpatía a los liliputienses, replicó: -En este momento me considero en mi casa, señor; por lo tanto, voy
a defenderla.¿Dónde están los enemigos de Liliput, que desde ahora lo son míos? En ese momento, a galope de un caballo diminuto, se presentó un despavorido mensajero. -¡Majestad! - anunció, casi sin aliento-. ¡Sucede algo espantoso! La flota enemiga se está acercando a nuestra isla, dispuesta a atacarnos El rey y Gulliver; seguidos de algunos cortesanos, subieron a un montecillo desde el que se divisaba el horizonte; sobre las olas pudieron descubrir cientos y cientos de diminutos barcos, muy bien pertrechados, rumbo a Liliput. - ¡No podremos hacerles frente! - se lamentaban los liliputienses. - ¡Acabarán con todos nosotros! Gulliver, sereno y arrogante, dijo: - Tranquilos, amigos; permitid que sea yo quien reciba a la flota. Os aseguro que van a conocer la derrota.Y ahora id a refugiaos en el bosque y dejadme solo. Ante el asombro general, le vieron entrar en el agua y, sin mas que alargar los brazos, fue apoderándose de los barcos enemigos con sus enormes manos. Enseguida empezó a repartir los barcos por sus ropas, como su fueran avellanas, con sus guerreros dentro. Se llenó los bolsillos y, los que sobraron, los colgó de los botones de su levita
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y hasta puso alguno en los lazos de los zapatos. Regresó luego a la playa y fue colocando los barquitos en hilera. Bien dispuestos ya y plantado ante ellos, Gulliver exigió: - ¡Ríndanse si no quieren perecer! Naturalmente, más muertos que vivos, los enemigos de Liliput se rindieron como un solo hombre. Viendo tamaña maravilla, después de lo mucho que aquella guerra le había hecho sufrir, Lilipín I, con la voz rota de la emoción, gritó: - ¡Viva el gran héroe Gulliver! Las gentes, delirantes de entusiasmo, atronaron la playa con sus aclamaciones.Los más ancianos abrazaban a sus hijos, que ya no tendrían que enzarzarse en guerras, puesto que el enemigo estaba vencido. Las mujeres lloraban y reían a un tiempo. Seguidamente, en medio de un gran ceremonial, el soberano nombró a Gulliver generalísimo de sus ejércitos - Agradezco el honor, Majestad, pero creo que no vais a necesitar más generales. El enemigo está vencido y espero que vuestras guerras hayan terminado para siempre. - ¿Y que importan las guerras teniéndote a ti como aliado? - replicó el monarca, un tanto fanfarrón. - Sólo seré vuestro aliado si devolvéis la libertad a los prisioneros. Su rey os dará palabra de no volver a atacaros. Así sucedió y
los dos monarcas firmaron una paz duradera y hasta intercambiaron regalos. Luego, el propio Gulliver puso los barquitos en el agua, con sus tripulaciones dentro y despidió la flota vencida agitando su mano. - es un poco raro el gigante - pensaba el rey Lilipín I, sin comprender del todo tanta generosidad. - ¡Qué gesto tan elegante! - dijo Lilipina con un largo suspiro, aludiendo a la generosidad del vencedor. - ¿Te irás andando, Gulliver? - Sabéis que eso es imposible, señora. Pero algún día puede llegar un barco... Con frecuencia atisbaba el horizonte desde un montículo y cierto día apareció el ansiado barco no lejos de la costa y el viajero le hizo señales para que se aproximara. El velero se acercó a la playa y Gulliver se despidió de sus amigos. Los reyes y el pueblo entero le entregaron regalos, todos diminutos, pero muy apreciados por el viajero. Con verdadero afecto estuvieron en la playa, agitando sus manos, hasta que vieron la silueta graciosa del velero perderse en la lejana bruma.
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“Era una Niña muy Buena”
Había una vez una niña muy buena llamada Wendy, que tenía tres hermanitos, y para que éstos se durmieran solía contarles historias muy bonitas.
La noche en que comienza nuestro cuento les contaba las aventuras de Peter Pan.-....Y siempre está haciendo buenas obras, y sabe volar, y le acompaña Campanita, que es una niña con alas de mariposa, tan pequeña que cabe en la palma de la mano, y además vive en un país maravilloso, que se llama la isla de Nunca Jamás.-¡Ay Wendy......! -¡Ay Wendy......! Cuánto me gustaría poder viajar con él y no tenerme que dormir ahora, y
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mañana madrugar para ir al colegio. -Y a mi también......yo no quiero estar aquí. -Pero ¡será posible que todavía estéis despiertos, vamos todos a la cama!, y tú Wendy, por favor, no les cuentes más cosas. ¡Ala, buenas noches, un beso a los cuatro y a dormir! -Buenas noches papaíto. -Oíd, ¿Estáis viendo lo que veo yo? Hay alguien en la ventana.....Si son Peter Pan y Campanita.......... -Hola a todos, he oído que no queríais dormir y que os gustaría visitar con nosotros la isla de Nunca Jamás. -¡Sí.....sí......! -Muy bien. Campanita, échales un poquito de tu polvo mágico. Y campanita, la niña mariposa, sacudió un poco sus alas, y en un instante los niños se encontraban volando junto a ella y a Peter Pan. -¡Mirad, mirad que pequeñita se ve nuestra casa desde el aire! -Pues yo veo por allí acercarse una isla.....¡Uy, qué bonita! -Esa es la isla de Nunca Jamás. En cuanto aterricemos, Campanita, llevas a los niños al árbol de la alegría, mientras yo voy a dar una vuelta por los alrededores del barco del capitán Garfio por si ha hecho alguna de las suyas.
-Está bien Peter Pan. Peter Pan, nada más llegar, se acercó a vigilar la goleta del capitán Garfio. Éste era un pirata malísimo y gran enemigo de Peter Pan, desde que por su culpa, según contaba él, le había comido una mano un cocodrilo que siempre le perseguía. En lugar de la mano, llevaba un garfio, y por eso le llamaban así. Cuando Peter Pan avistó el barco, enseguida comprendió que algo extraño ocurría, se acercó un poco más y lo que vio lo llenó de asombro. -¡Dios mío, ha raptado a Flor Silvestre, la princesa india! Seguramente querrá sonsacarle donde está mi escondite. Iré inmediatamente a rescatarla del garfio de ese tunante. -¡Atención se acerca Peter Pan! ¡Socorro! -¡Al ataque! ¡Socorro! -¡Vamos! ¡Acabemos con él! -Dejádmelo a mí, yo lo atraparé. No te escaparás Peter Pan.....jajaja. El capitán Garfio lanzó un terrible mandoble sobre Peter Pan, pero éste lo esquivó y en un momento desarmó al malvado pirata. -¡Tú si que estás listo, quieto!, si das un paso más caerás al agua y allí está tu amiguito el cocodrilo esperándote. Vamos ríndete.
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-Me rindo, me rindo......¡Maldita sea! Entonces Peter Pan, tomó en sus brazos a la princesa india y se alejó volando del barco de los piratas para llevarla a su campamento. La princesa y su padre, el gran jefe, agradecieron tanto lo que había hecho, que lo invitaron a él y a sus amiguitos a una gran fiesta en el poblado.-Después de esta fiesta os mostraré la isla, ¿Eh Wendy, qué os parece? -Estupendo, gracias Peter Pan. -Vives en un país maravilloso. Y así fue, fueron todos juntos a recorrer la isla. Comían sus frutos, se bañaban en sus playas, y jugaban cuanto querían......Todos lo pasaban sensacional, menos campanita, que estaba toda enfurruñada porque tenía celos de Wendy. -Desde que han venido los niños sólo tiene ojos para Wendy, y a mi no me hace caso, ¡Qué desgraciada soy!. Tanto lloraba y tan clara se oía su voz por el bosque que su pena llegó a oídos del Capitán Garfio, y éste decidió raptarla, para ver si por rabia, le decía donde podría encontrar a Peter Pan. -¡Id ahora mismo, tú “ojo oblicuo” y “tú poco pelo” a raptar a Campanita, y que no se haga de noche sin que hayáis cumplido mi
orden! ¿Entendido?. -Sí, sí jefe, seguro que la traeremos.Mucho trabajo les costó a “ojo oblicuo” y “poco pelo” capturar a Campanita que volaba muy bien. Pero en un momento de descuido se hicieron con ella utilizando un cazamariposas. Enseguida se la llevaron al capitán que se puso contentísimo al verla.-¡Jajaja, jajaja! Aquí tenemos a Campanita bien agarradita...... jajaja......me han dicho que últimamente Peter Pan no te hace mucho caso ¿verdad?.-Pues no mucho la verdad.......como está enseñando la isla de Nunca Jamás a los niños...... -Pues ¿sabes una cosa Campanita? Eso puedo yo arreglarlo, si tú me dices dónde vive Peter Pan, yo te prometo separar a los niños de él......jajaja..... -Pero ¿promete usted también no hacer daño a Peter Pan, Capitán Garfio? -Claro querida Campanita......prometo no hacerle daño yo personalmente. -Bueno siendo así.........el escondite de Peter Pan es en el árbol de la alegría, mire en este mapa de la isla, ¿ve? Aquí. El Capitán Garfio dio un salto entusiasmado, y metiendo a Campanita en un farol para que no pudiera escapar, se puso a dar órdenes a sus hombres:
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-Tú “poco pelo” vas a ir inmediatamente al árbol de la alegría y dejas allí este paquete. Ten mucho cuidado que es una bomba que estallará a las 12 en punto. Así que vete rápidamente, ¡vamos, vamos!. Eran las 11 y media cuando “poco pelo” depositó el paquete en casa de Peter Pan. A las 12 menos cuarto, llegó éste con los niños y al ver el paquete lo cogió y leyó en él: “No abrir hasta las doce en punto” y firmaba Campanita. -Vaya, un regalo de Campanita, parece que suena algo dentro. Ahhhh, me da la impresión de que es un reloj, ¡qué bien!, pero hasta las 12 no puedo abrirlo, esperaré. Mientras tanto, Campanita, que había oído toda la terrible maquinación del Capitán Garfio contra Peter Pan, estaba nerviosísima, intentando salir del farol donde la había encerrado el pirata. -Tengo que avisar a Peter Pan, si no salgo de aquí estallará la bomba y morirán todos. Tengo que escapar como sea. Tanta era su desesperación que rompió el farol y voló tan rápido como pudo hacia el árbol de la alegría. Faltaban sólo unos segundos para las doce. Campanita se lanzó empicada hacia el paquete que Peter Pan sostenía en sus manos y arrebatándoselo lo lanzó todo le
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jos que pudo.-Pero Campanita, ¿qué ocurre, porque has hecho eso, porque explota el paquete como una bomba? No entiendo nada. -Era todo un plan para mataros, era una bomba de verdad, preparada por el Capitán Garfio que me raptó. Yo por celos de Wendy le dije donde vivías. Por favor, Peter Pan, te pido que me perdones, he podido mataros a todos. -¡Claro que estás perdonada! Si no es por tu rapidez, no sé lo qué hubiera pasado. Ahora hay que ir y darle su medicina al Capitán Garfio. En un instante se plantó Peter Pan en el barco de los piratas y se los encontró a todos cantando: -“........Ahora podremos hacer muchísimas más fechorías, porque el tema de Peter Pan ha pasado a mejor vida....... ahora podremos hacer muchísimas más fechorías, porque el tema de Peter Pan ha pasado a mejor vida.......” -¡Atención, se acerca Peter Pan!. -¡Eh, maldición, está vivo, a él piratas, no lo dejéis escapar! Esta vez, Peter Pan, luchaba con la fuerza de un ejército entero, y especialmente luchaba contra el Capitán Garfio que estaba empeñado en empujarlo hacia el agua, donde esperaba el cocodrilo con su enorme boca abierta. -¡Ah.....Peter Pan, esta vez acabaré contigo,
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ya estoy harto de que me estropees todos mis planes....! Estaba diciendo esto cuando tropezó con una soga y cayó al agua. -¡Socorro, socorro, auxiliooooooo, ahhh, que se me come el cocodrilo....! Y efectivamente, el cocodrilo que estaba esperando la primera ocasión no tardó ni un segundo en merendarse al Capitán con garfio y todo. Los piratas, al ver esto, se rieron. -Por favor, Peter Pan, no nos hagas nada a nosotros. Perdónanos y te prometemos cambiar de vida y ser buenos de ahora en adelante. -Está bien, así sea. Y los piratas se marcharon y no volvieron a hacer de las suyas. Peter Pan se reunió con los niños, y todos decidieron volver a su casa para que sus padres no se preocuparan por la tardanza. Así lo hicieron, pero había sido una aventura tan bonita la que vivieron con Peter Pan, que nunca la olvidaron en su vida, así que se la contaron a sus hijos cuando los tuvieron, y éstos a sus hijos, y éstos a los suyos, y éstos a los suyos
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“ Dorita y su Perro”
Dorita vivía en Kansas
con sus tíos y superro Totó. Los dos se divertían de lo lindoen la granja y todos los querían mucho, excepto una vecina a la que no legustaban nada los perros. Un día, la niña escuchó que querían atrapar a su perrito y quiso huir. Pero en ese momento se acercaba un tornado y, al salir corriendo, la niña tropezó y se golpeó en la cabeza. La casa salió volando, y los tíos vieron desaparecer en el cielo a Dorita y su perro. Viajaron sobre una nube mientras las tejas y las ventanas salían despedidas. Dorita y Totó se abrazaban esperando a que pasara el peligro. Al aterrizar, unos
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extraños personajes acudieron a recibirlos y un hada, respondiéndo al deseo de Dorita de volver a casa, le aconsejó: - Lo mejor es que vayáis a visitar al mago de Oz. - No conozco el camino - replicó. - Seguid siempre el sendero de baldosas amarillas. En el camino, se cruzaron con un espantapájaros que quería un cerebro y un hombre de hojalata que deseaba un corazón, y juntos se dirigieron a Oz. Más tarde, de entre la maleza salió un león rugiendo débilmente, pero se asustó con los ladridos de Totó. Quería ser valiente, así que él también decidió acompañarles a ver al mago. Cuando por fin llegaron, un guardián les abrió el enorme portón. Ellos le explicaron la razón de su visita y entraron en el país de Oz, en busca del mago de Oz, en busca del mago que había de solucionar sus problemas. Explicaron sus deseos al mago, que les puso una condición: acabar con la bruja más cruel del reino. Al salir, pasaron por un campo de amapolas y cayeron en un profundo sueño. Los capturaron unos monos voladores, que venían de parte de la bruja. Cuando Dorita vio a la bruja, sólo se le ocurrió arrojarle a la cara un cubo de agua. Y acertó, pues la bruja empezó a desaparecer hasta
Lyman Frank Baum
que su cuerpo se convirtió en un charco de agua. Mientras, le contaban al mago cómo todos, excepto Dorita, habían visto cumplidos sus deseos al romperse el hechizo de la bruja, Totó descubrió que el mago no era sino un anciano que se escondía tras su figura. El hombre llevaba allí muchos años pero ya quería marcharse. Para ello había creado un globo mágico. Dorita decidió irse con él... Durante la peligrosa travesía en globo, su perro se cayó y Dorita saltó tras él para salvarle. Y en su caída soñó con todos sus amigos y oyó cómo el hada le decía: - Si quieres volver, piensa: << en ningún sitio se está como en casa >>. Y así lo hizo. Cuando despertó, oyó gritar a sus tíos y salió corriendo. ¡Todo había sido un sueño! Un sueño que ella nunca olvidaría ... ni tampoco sus amigos.
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“ La Pequeña y dulce Princesa”
Había una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, tan afligidos que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; votos, peregrinaciones, pequeñas devociones, todo se ensayó sin resultado. Al fin, sin embargo, la reina quedó encinta y dio a luz una hija. Se hizo un hermoso bautizo; fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron encontrarse en la región (eran siete) para que cada una de ellas, al concederle un don, como era la costumbre de las hadas en aquel tiempo, colmara a la princesa de todas las perfecciones imaginables. Después de las ceremonias del bautizo, todos los
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invitados volvieron al palacio del rey, donde había un gran festín para las hadas. Delante de cada una de ellas habían colocado un magnífico juego de cubiertos en un estuche de oro macizo, donde había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, adornado con diamantes y rubíes. Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron entrar a una hada muy vieja que no había sido invitada porque hacía más de cincuenta años que no salía de una torre y la creían muerta o hechizada. El rey le hizo poner un cubierto, pero no había forma de darle un estuche de oro macizo como a las otras, pues sólo se habían mandado a hacer siete, para las siete hadas. La vieja creyó que la despreciaban y murmuró entre dientes algunas amenazas. Una de las hadas jóvenes que se hallaba cerca la escuchó y pensando que pudiera hacerle algún don enojoso a la princesita, fue, apenas se levantaron de la mesa, a esconderse tras la cortina, a fin de hablar la última y poder así reparar en lo posible el mal que la vieja hubiese hecho. Entretanto, las hadas comenzaron a conceder sus dones a la princesita. La primera le otorgó el don de ser la persona más bella del mundo, la siguiente el de tener el alma de un ángel, la tercera el de poseer una gracia ad-
Charles Perrault
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mirable en todo lo que hiciera, la cuarta el de bailar a las mil maravillas, la quinta el de cantar como un ruiseñor, y la sexta el de tocar toda clase de instrumentos musicales a la perfección. Llegado el turno de la vieja hada, ésta dijo, meneando la cabeza, más por despecho que por vejez, que la princesa se pincharía la mano con un huso*, lo que le causaría la muerte. Este don terrible hizo temblar a todos los asistentes y no hubo nadie que no llorara. En ese momento, el hada joven salió de su escondite y en voz alta pronunció estas palabras: -Tranquilos, rey y reina, la hija de ustedes no morirá; es verdad que no tengo poder suficiente para deshacer por completo lo que mi antecesora ha hecho. La princesa se clavará la mano con un huso; pero en vez de morir, sólo caerá en un sueño profundo que durará cien años, al cabo de los cuales el hijo de un rey llegará a despertarla. Para tratar de evitar la desgracia anunciada por la anciana, el rey hizo publicar de inmediato un edicto, mediante el cual bajo pena de muerte, prohibía a toda persona hilar con huso y conservar husos en casa. Pasaron quince o dieciséis años. Un día en que el rey y la reina habían ido a una de sus mansiones de recreo, sucedió que la joven
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princesa, correteando por el castillo, subiendo de cuarto en cuarto, llegó a lo alto de un torreón, a una pequeña buhardilla donde una anciana estaba sola hilando su copo. Esta buena mujer no había oído hablar de las prohibiciones del rey para hilar en huso. -¿Qué haces aquí, buena mujer? -dijo la princesa. Estoy hilando, mi bella niña -le respondió la anciana, que no la conocía. -¡Ah! qué lindo es -replicó la princesa-, ¿cómo lo haces? Dame a ver si yo también puedo. No hizo más que coger el huso, y siendo muy viva y un poco atolondrada, aparte de que la decisión de las hadas así lo habían dispuesto, cuando se clavó la mano con él cayó desmayada.La buena anciana, muy confundida, clama socorro. Llegan de todos lados, echan agua al rostro de la princesa, la desabrochan, le golpean las manos, le frotan las sienes con agua de la reina de Hungría; pero nada la reanima. Entonces el rey, que acababa de regresar al palacio y había subido al sentir el alboroto, se acordó de la predicción de las hadas, y pensando que esto tenía que suceder ya que ellas lo habían dicho, hizo poner a la princesa en el aposento más hermoso del palacio, sobre una cama bordada en oro y plata. Se veía tan bella que parecía un ángel, pues el desmayo no
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le había quitado sus vivos colores: sus mejillas eran encarnadas y sus labios como el coral; sólo tenía los ojos cerrados, pero se la oía respirar suavemente, lo que demostraba que no estaba muerta. El rey ordenó que la dejaran dormir en reposo, hasta que llegase su hora de despertar. El hada buena que le había salvado la vida, al hacer que durmiera cien años, se hallaba en el reino de Mataquin, a doce mil leguas de allí, cuando ocurrió el accidente de la princesa; pero en un instante recibió la noticia traída por un enanito que tenía botas de siete leguas (eran unas botas que recorrían siete leguas en cada paso). El hada partió de inmediato, y al cabo de una hora la vieron llegar en un carro de fuego tirado por dragones.El rey la fue a recibir dándole la mano a la bajada del carro. Ella aprobó todo lo que él había hecho; pero como era muy previsora, pensó que cuando la princesa llegara a despertar, se sentiría muy confundida al verse sola en este viejo palacio. Hizo lo siguiente: tocó con su varita todo lo que había en el castillo (salvo al rey y a la reina), ayas, damas de honor, sirvientas, gentilhomde hombres, oficiales, mayordomos, cocineros. Tocó también todos los caballos que estaban en las caballerizas, con los palafreneros, los
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grandes perros de gallinero, y la pequeña Puf, la perrita de la princesa que estaba junto a ella sobre el lecho. Junto con tocarlos, se durmieron todos, para que despertaran al mismo tiempo que su ama, a fin de que estuviesen todos listos para atenderla llegado el momento; hasta los asadores, que estaban al fuego con perdices y faisanes, se durmieron, y también el fuego. Todo esto se hizo en un instante: las hadas no tardaban en realizar su tarea. Entonces el rey y la reina, luego de besar a su querida hija sin que ella despertara, salieron del castillo e hicieron publicar prohibiciones de acercarse a él a quienquiera que fuese en todo el mundo. Estas prohibiciones no eran necesarias, pues en un cuarto de hora creció alrededor del parque tal cantidad de árboles grandes y pequeños, de zarzas y espinas entrelazadas unas con otras, que ni hombre ni bestia habría podido pasar; de modo que ya no se divisaba sino lo alto de las torres del castillo, y esto sólo de muy lejos. Nadie dudó de que esto fuese también obra del hada para que la princesa, mientras durmiera, no tuviera nada que temer de los curiosos.Al cabo de cien años, el hijo de un rey que gobernaba en ese momento y que no era de la familia de la princesa dormida, andando de caza por esos lados, preguntó qué
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eran esas torres que divisaba por encima de un gran bosque muy espeso; cada cual le respondió según lo que había oído hablar. Unos decían que era un viejo castillo poblado de fantasmas; otros, que todos los brujos de la región celebraban allí sus reuniones. La opinión más corriente era que en ese lugar vivía un ogro y llevaba allí a cuanto niño podía atrapar, para comérselo a gusto y sin que pudieran seguirlo, teniendo él solamente el poder para hacerse un camino a través del bosque. El príncipe no sabía qué creer, hasta que un viejo campesino tomó la palabra y le dijo: -Príncipe, hace más de cincuenta años le oí decir a mi padre que había en ese castillo una princesa, la más bella del mundo; que dormiría durante cien años y sería despertada por el hijo de un rey a quien ella estaba destinada. Al escuchar este discurso, el joven príncipe se sintió enardecido; creyó sin vacilar que él pondría fin a tan hermosa aventura; e impulsado por el amor y la gloria, resolvió investigar al instante de qué se trataba. Apenas avanzó hacia el bosque, esos enormes árboles, aquellas zarzas y espinas se apartaron solos para dejarlo pasar: caminó hacia el castillo que veía al final de una gran avenida adonde penetró, pero, ante su extra-
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ñeza, vio que ninguna de esas gentes había podido seguirlo porque los árboles se habían cerrado tras él. Continuó sin embargo su camino: un príncipe joven y enamorado es siempre valiente.Llegó a un gran patio de entrada donde todo lo que apareció ante su vista era para helarlo de temor. Reinaba un silencio espantoso, por todas partes se presentaba la imagen de la muerte, era una de cuerpos tendidos de hombres y animales, que parecían muertos. Pero se dio cuenta, por la nariz granujien ta y la cara rubicunda de los guardias, que sólo estaban dormidos, y sus jarras, donde aún quedaban unas gotas de vino, mostraban a las claras que se habían dormido bebiendo. Atraviesa un gran patio pavimentado de mármol, sube por la escalera, llega a la sala de los guardias que estaban formados en hilera, la carabina al hombro, roncando a más y mejor. Atraviesa varias cámaras llenas de caballeros y damas, todos durmiendo, unos de pie, otros sentados; entra en un cuarto todo dorado, donde ve sobre una cama cuyas cortinas estaban abiertas, el más bello espectáculo que jamás imaginara: una princesa que parecía tener quince o dieciséis años cuyo brillo resplandeciente tenía algo luminoso y divino. Se acercó temblando y en actitud de admi-
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ración se arrodilló junto a ella. Entonces, como había llegado el término del hechizo, la princesa despertó; y mirándolo con ojos más tiernos de lo que una primera vista parecía permitir: -¿Eres tú, príncipe mío? -le dijo ella- bastante te has hecho esperar. El príncipe, atraído por estas palabras y más aún por la forma en que habían sido dichas, no sabía cómo demostrarle su alegría y gratitud; le aseguró que la amaba más que a sí mismo. Sus discursos fueron inhábiles; por ello gustaron más; poca elocuencia, mucho amor, con eso se llega lejos. Estabaa más confundido que ella, y no era para menos; la princesa había tenido tiempo de soñar con lo que le diría, pues parece (aunque la historia no lo dice) que el hada buena, durante tan prolongado letargo, le había procurado el placer de tener sueños agradables. En fin, hacía cuatro horas que hablaban y no habían conversado ni de la mitad de las cosas que tenían que decirse. Entretanto, el palacio entero se había despertado junto con la princesa; todos se disponían a cumplir con su tarea, y como no todos estaban enamorados, ya se morían de hambre; la dama de honor, apremiada como los demás, le anunció a la princesa que la cena estaba servida. El príncipe ayudó a la princesa a
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levantarse y vio que estaba toda vestida, y con gran magnificencia; pero se abstuvo de decirle que sus ropas eran de otra época y que todavía usaba gorguera; no por eso se veía menos hermosa. Pasaron a un salón de espejos y allí cenaron, atendido por los servidores de la princesa; violines y oboes interpretaron piezas antiguas pero excelentes, que ya no se tocaban desde hacía casi cien años; y después de la cena, sin pérdida de tiempo, el capellán los casó en la capilla del castillo, y la dama de honor les cerró las cortinas: durmieron poco, la princesa no lo necesitaba mucho, y el príncipe la dejó por la mañana temprano para regresar a la ciudad, donde su padre debía estar preocupado por él. El príncipe le dijo que estando de caza se había perdido en el bosque y que había pasado la noche en la choza de un carbonero quien le había dado de comer queso y pan negro. El rey: su padre, que era un buen hombre, le creyó, pero su madre no quedó muy convencida, y al ver que iba casi todos los días a cazar y que siempre tenía una excusa a mano cuando pasaba dos o tres noches afuera, ya no dudó que se trataba de algún amorío; pues vivió más de dos años enteros con la princesa y tuvieron dos hijos siendo la mayor una niña cuyo nom-
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bre era Aurora, y el segundo un varón a quien llamaron el Día porque parecía aún más bello que su hermana. La reina le dijo una y otra vez a su hijo para hacerlo confesar, que había que darse gusto en la vida, pero él no se atrevió nunca a confiarle su secreto; aunque la quería, le temía, pues era de la raza de los ogros, y el rey se había casado con ella por sus riquezas; en la corte se rumoreaba incluso que tenía inclinaciones de ogro, y que al ver pasar niños, le costaba un mundo dominarse para no abalanzarse sobre ellos; de modo que el príncipe nunca quiso decirle nada. Mas, cuando murió el rey, al cabo de dos años, y él se sintió el amo, declaró públicamente su matrimonio y con gran ceremonia fue a buscar a su mujer al castillo. Se le hizo un recibimiento magnífico en la capital a donde ella entró acompañada de sus dos hijos.Algún tiempo después, el rey fue a hacer la guerra contra el emperador Cantalabutte, su vecino. Encargó la regencia del reino a su madre, recomendándole mucho que cuidara a su mujer y a sus hijos. Debía estar en la guerra durante todo el verano, y apenas partió, la reina madre envió a su nuera y sus hijos a una casa de campo en el bosque para poder satisfacer más fácilmente
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sus horribles deseos. Fue allí algunos días más tarde y le dijo una noche a su mayordomo-Mañana para la cena quiero comerme a la pequeña Aurora. -¡Ay! señora -dijo el mayordomo. -¡Lo quiero! -dijo la reina (y lo dijo en un tono de ogresa que desea comer carne fresca)-, y deseo comérmela con salsa, Roberto. El pobre hombre, sabiendo que no podía burlarse de una ogresa, tomó su enorme cuchillo y subió al cuarto de la pequeña Aurora; ella tenía entonces cuatro años y saltando y corriendo se echó a su cuello pidiéndole caramelos. Él se puso a llorar, el cuchillo se le cayó de las manos, y se fue al corral a degollar un corderito, cocinándolo con una salsa tan buena que su ama le aseguró que nunca había comido algo tan sabroso. Al mismo tiempo llevó a la pequeña Aurora donde su mujer para que la escondiera en una pieza que ella tenía al fondo del corral.Ocho días después, la malvada reina le dijo a su mayordomo: -Para cenar quiero al pequeño Día. Él no contestó, habiendo resuelto engañarla como la primera vez. Fue a buscar al niño y lo encontró, florete en la mano, practicando esgrima con un mono muy grande, aunque sólo
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tenía tres años. Lo llevó donde su mujer, quien lo escondió junto con Aurora, y en vez del pequeño Día, sirvió un cabrito muy tierno que la ogresa encontró delicioso.Hasta aquí la cosa había marchado bien; pero una tarde, esta reina perversa le dijo al mayordomo: -Quiero comerme a la reina con la misma salsa que sus hijos. Esta vez el pobre mayordomo perdió la esperanza de poder engañarla nuevamente. La joven reina tenía más de 20 años, sin contar los cien que había dormido: aunque hermosa y blanca su piel era algo dura; ¿y cómo encontrar en el corral un animal tan duro? Decidió entonces, para salvar su vida, degollar a la reina, y subió a sus aposentos con la intención de terminar de una vez. Tratando de sentir furor y con el puñal en la mano, entró a la habitación de la reina. Sin embargo, no quiso sorprenderla y en forma respetuosa le comunicó la orden que había recibido de la reina madre. -Cumple con tu deber -le dijo ella, tendiendo su cuello-; ejecuta la orden que te han dado; iré a reunirme con mis hijos, mis pobres hijos tan queridos -(pues ella los creía muertos desde que los había sacado de su lado sin decirle nada). -No, no, señora -le respondió el pobre ma-
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yordomo, enternecido-, no morirás, y tampoco dejarás de reunirte con tus queridos hijos, pero será en mi casa donde los tengo escondidos, y otra vez engañaré a la reina, haciéndole comer una cierva en lugar tuyo. La llevó en seguida al cuarto de su mujer y dejando que la reina abrazara a sus hijos y llorara con ellos, fue a preparar una cierva que la reina comió para la cena, con el mismo apetito que si hubiera sido la joven reina. Se sentía muy satisfecha con su crueldad, preparándose para contarle al rey, a su regreso, que los lobos rabiosos se habían comido a la reina su mujer y a sus dos hijos. Una noche en que como de costumbre rondaba por los patios y corrales del castillo para olfatear alguna carne fresca, oyó en una sala de la planta baja al pequeño Día que lloraba porque su madre quería pegarle por portarse mal, y escuchó también a la pequeña Aurora que pedía perdón por su hermano. La ogresa reconoció la voz de la reina y de sus hijos, y furiosa por haber sido engañada, a primera hora de la mañana siguiente, ordenó con una voz espantosa que hacía temblar a todo el mundo, que pusieran al medio del patio una gran cuba haciéndola llenar con sapos, víboras, culebras y serpientes, para echar
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en ella a la reina y sus niños, al mayordomo, su mujer y su criado; había dado la orden de traerlos con las manos atadas a la espalda. Ahí estaban, y los verdugos se preparaban para echarlos a la cuba, cuando el rey, a quien no esperaban tan pronto, entró a caballo en el patio; había viajado por la posta, y preguntó atónito qué significaba ese horrible espectáculo. Nadie se atrevía a decírselo, cuando de pronto la ogresa, enfurecida al mirar lo que veía, se tiró de cabeza dentro de la cuba y en un instante fue devorada por las viles bestias que ella había mandado poner.El rey no dejó de afligirse: era su madre, pero se consoló muy pronto con su bella esposa y sus queridos hijos.
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abuelo si no a todos los que le rodean.
“ Las
Hadas y el Abuelo”
Revolotean las hadas al ver al abuelo, un gran hombre que siempre ha llevado una buena vida llena de amor y cariño para su familia. El busca tranquilidad entre las flores y frutos de su huerto, descubre hoy además que cosecha el amor incondicional de las hadas, las cuales representan los valores que infundió a su familia. Una de ellas de nombre Xhanat representa la generosidad, aletea feliz hacia el abuelo y no encuentra ocasión de ofrecer sus presentes. La segunda de nombre Sabdí, ella es la solidaridad, siempre está lista para apoyar no solo al
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Le sigue Sheila, el Hada del compromiso quien sin duda siempre está dispuesta y no deja cosas sin hacer, un hada que acompaña siempre al abuelo y le cuida. Sigue un hada muy traviesa e inquieta de nombre Camila quien sin duda es feliz de poder subir a los árboles a cortar sus propios frutos, pero es muy compartida ya que lo hace para todos los que están con el Abuelo. Hay un hada más, se llama Paola, ella sin pensarlo es cooperativa, es una pequeña que se aplica en dejar todo como estaba antes de ellas llegar a revolotear.Y la más pequeña de las hadas es Karo una chiquita llena de amor y ternura que representa el valor de la amistad, ella aprecia la compañía de las demás hadas y del Abuelo, de modo tal que siempre busca abrazarlos para mostrarles su cariño. Cuando las coloridas llegaron de poco en poco a la vida del Abuelo se encariñó con ellas pero no tardó en darse cuenta que él las atrajo y les dio los valores, los cuales cada una desarrolló, uno en mayor proporción. Hoy solo esperan el momento de estar en el huerto para convivir y disfrutar de sembrar, cosechar, caminar, hablar y aprender más de la experiencia del Abuelo.
Carolina Mora Arévalo
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COLOFĂ&#x201C;N Se termino de imprimir en Colombia Editorial, el dĂa 24 de febrero 2014 Un, Dos, Tres por cuento Charles Perrault