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BUENOS AIRES EN CLAVE ARTÍSTICA: LOS SECRETOS DE NUESTRA CULTURA VISUAL Por Ana Kerman / Fotos Jorge Amado Group

María Lía Munilla LaCasa es Licenciada en Historia del Arte y su especialización como investigadora aborda aspectos de la cultura argentina dEL siglo XIX. Miembro del CAIA (Centro Argentino de Investigadores de Arte), nos retrata una historia nacional y porteña plagada de símbolos, misterios y personajes sublimes

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eferente de la historia y cultura nacional, María Lía Munilla LaCasa es una licenciada de la Universidad de Buenos Aires que realizó doctorados en la Universidad Torcuato Di Tella, la Universidad de Berkeley, California, y entre 2001 y 2005 se desempeñó como Directora del Área de Educación y Acción Cultural del Malba. Actualmente, es profesora titular de arte argentino y latinoamericano en las universidades de San Andrés y Torcuato Di Tella. -¿Cuál es el trabajo del historiador del arte? Es un trabajo con muchas posibilidades. Los ejes fundamentales podrían ser la investigación, la docencia y el trabajo en museos. Es decir, la organización de exposiciones a través de las cuales se construye un relato sobre determinadas problemáticas a partir de una selección de obras. Los cuadros no han nacido tan solo como objetos decorativos o de colección, sino que se han creado para interpelar al espectador acerca de la vida y de las verdades más profundas del hombre. El arte nos debe conmover, gustar o disgustar, pero siempre nos está diciendo algo. -En 2011 trabajaste en un proyecto con aval del Fondo Nacional de las Artes: “Piedra y Papel”. ¿En qué consistió? En un estudio grupal sobre la litografía en Buenos Aires, una técnica de impresión, introducida en 1826 cuya gran virtud es que permite reproducir a bajo costo cualquier imagen. Antes de la invención de la litografía, estas reproducciones se hacían sobre metal, sobre chapa, pero era una tecnología más cara porque era necesario contratar a un artista grabador para que copiara los motivos. Estas imágenes eran impresas sobre papel en grandes tiradas que permitían su distribución global. La litografía es un procedimiento similar, pero se realiza sobre piedra. No es estrictamente un grabado y es mucho más económica porque permite la reutilización de la piedra luego de imprimir la imagen.

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-¿Quién fue el precursor de esta técnica visual en Argentina? César Hipólito Bacle, un botánico y topógrafo que reunía una serie de saberes característicos del siglo XIX. Cuando llega a Buenos Aires en 1828 compra una prensa litográfica y se especializa en las litografías. Profundizamos en su trayectoria hasta los primeros años del rosismo haciendo especial foco en los primeros periódicos ilustrados, ya que antes de Bacle eran tan solo noticias en letra sin imagen. -¿Cuáles fueron los resultados más sorprendentes de semejante pesquisa? Bacle no era un artista, sino que tenía las capacidades técnicas para operar las máquinas litográficas de grabado. La verdadera artista era su mujer, también proveniente de suiza, Adrienne Pauline Macaire, quien dibujaba para los periódicos ilustrados que imprimía su esposo. Pero en esa época (1830-1835) no era fácil mostrarse como una mujer activa. El taller compraba revistas y diarios ilustrados que circulaban por Europa, principalmente impresos en Londres y Paris, de los cuales Adrienne (o Andrea) seleccionaba los artículos que se traducían y las imágenes que ella volvía a reproducir sobre la piedra litográfica y las embellecía. Los dos principales periódicos de la época provenientes del taller de Bacle, “El Museo Americano” y “El Recopilador,” tienen imágenes aún más bellas realizadas por su mujer y por los artistas contratados, pero no por él, aunque los libros

de historia no lo mencionan. Esto fue fundamental para la cultura visual de Buenos Aires. -Actualmente el rol femenino en la producción artística local es indiscutible. ¿Cuáles eran los tabúes que afrontaban las artistas en el pleno siglo XIX? Había algunos géneros pictóricos que no podían abordar como el desnudo. Precisamente, a fines de ese siglo, entra el erotismo en la pintura y el desnudo femenino habla de un cuerpo erotizado. Las mujeres no estaban habilitadas culturalmente para ser pintoras del cuerpo femenino. -Desde tu perspectiva, ¿en qué dirección avanza el arte en nuestro país? Frente a otras ciudades del mundo como París, Buenos Aires ofrece una mayor oferta cultural. Los artistas tienen un universo muy amplio de circulación de sus obras no solamente porque pueden exhibir en los museos tradicionales, sino porque también a nivel global se han corrido un poco de los circuitos tradicionales para generar sus propios espacios. Hay una cantidad impresionante de pequeñas galerías y proyectos gestionados por los propios artistas por donde pasa la vida artística. Es muy interesante ver qué ocurre por fuera de los ámbitos oficiales en estos recintos tan nutridos. Esta movida se replica en el interior del país en donde los espacios alternativos son muy atractivos. Rosario, Córdoba y Tucumán también son referentes nota-

bles por la cantidad de artistas plásticos talentosos y novedosos. -Contanos acerca de la curaduría que estás realizando en el Museo Fernández Blanco y la próxima muestra en San Isidro. Estoy trabajando junto a Patricio López Méndez, Gustavo Tudisco y Marcelo Marino. Organizamos una muestra sobre un artista de la primera mitad del siglo XIX, Fernando García del Molino, que en primavera será reinaugurada en el Museo Pueyrredón de San Isidro. García del Molino es una figura de importancia capital para la historia del arte nacional al ser considerado el primer artista argentino formado en nuestro país en la Cátedra de Dibujo de la Universidad de Buenos Aires. Fue el artista oficial del Período de Rosas y por su pincel pasaron la figura de “El Restaurador”, su familia, el friso de los militares comprometidos con la causa federal y la alta elite porteña de la época. El retrato fue un género muy habitual antes y después del surgimiento de la fotografía y es particularmente importante durante el proceso de emancipación y surgimiento de las jóvenes naciones latinoamericanas ante la necesidad de dar rostro a los protagonistas de las revoluciones. De ahí el valor de la retratística y de la litografía para reproducir esos rostros. Pero además hay un desplazamiento del gusto artístico de la alta sociedad que buscaba ser retratada. Los cuadros religiosos se trasladan de las salas hacia los aposentos más íntimos, y son los jefes de familia, sus mujeres y sus hijos quienes aparecen retratados en esas salas. El retrato es el lugar de la memoria y del recuerdo. Además, de ser un elemento de distinción social. Incluso, muy probablemente algunas familias sanisidrenses tengan algún retrato de sus antepasados hechos por este pintor y quizás lo ignoren. A partir de la muestra, se han acercado muchas personas con retratos familiares para descubrir la historia de la retratística en Buenos Aires y consultar si sus cuadros podían ser de García del Molino.

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