EL VIAJE MITICO *
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i hermano había vuelto a Baires después de varios años .
Pero éste era un viaje distinto. Traía a Anita, su nueva compañera a que conociera- como él dice- la cocina de su familia. También era distinto porque no era viaje de despedidas y tristezas, duelos enfermedades o muertes, como hasta ahora siempre nos había dado la vida, sino mas bien de bienvenidas y alegrías y encuentros felices. No se moriría nadie esta vuelta (me persigno). Nadie enfermo. Todos bien, Julián crecido y con novia yo también en un relación a la que apostaba y quería que mi hermano mirara con ojo crítico de hermano varón y a la distancia. Era viaje de festejos y encuentros nuevos sin ninguna duda. Fin de año en casa, nosotros todos, amigos y la familia de Melina con abuelos y todo, con copal y mezcal (que por si algo está mal... mezcal, y si todo está bien... también). Resolvimos viajar los tres ( el novio se abrió de gambas a último momento y Julián y melina tenían una fiesta ) juntos a Villaguay, a ver a Marita (tercera esposa del viejo y tal vez su gran amor), a quien amamos de a dos, o de a más porque nadie deja de amarla después de conocerla. Entendimos bien que el viejo -finalmente- fue sabio al casarse con ella. Lo que no me queda claro a mí , es entender si su sabiduría fue casarse con ella a sus 78 -con su carácter atemperado con los años- o si fue un error perder tanto tiempo en su vida. pero en fin, son sólo pensamientos circulares con alas y sin respuestas. Cuando llegó mi hermano a Baires, habían pasado sólo diez días que se había reabierto el ramal de tren que Menem con su gracia infinita nos había clausurado con eso de que "ramal que no produce ramal que cierra", más allá de quién muriera de soledad en ese camino de ese tren que alimentaba tanta expectativa de vida a cuantos pueblos, almas y perros que lo habitaran, nunca más . Me acordé de las pocas imágenes que tengo de mamá, contándome cuentos. Había uno, maravilloso, de la revista "gatito" en que el personaje
intentaba comer un plato de arvejas en el salón comedor de un tren con camarote , con un maravilloso cubierto de plata inglesa. Mamá me leía la revista acostándonos juntas un rato a la hora de la siesta, cuando yo era muy chiquita, "a ver si descansaba un poco"... (nunca sabré bien quién tenía que descansar). Me acuerdo lo sagrado de esas ceremonias para mi, juntas, solas, en mi cama de una plaza, tapaditas con una mantita chica, como para siesta y las dos vestidas, muy juntitas. Yo la olfateaba, siempre los olores de la piel me fueron importantes. Mamá leía media página y se había dormido invariablemente...y yo, me quedaba mirándola un rato, como extasiada porque en esa época ella me parecía tan bella,
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olfateándola hasta que empezaba a roncar, bajito nomás, pero ahí su belleza ya me aburría y me iba a jugar. Me fui del viaje, pero vuelvo enseguida. Es que todos los viajes me llevan lejos...
El programa de actividades de la estadía lo armamos a medias por email, juntando lo que queríamos todos y los tiempos reales con los que contábamos, que para eso soy buena. Total que la idea de ir en tren a Villaguay nos fascinaba a todos, y con salón comedor. y eventualmente se sumarian Julián con su novia, bah. Casi una manifestación llegando al pueblo como cuando fue el casamiento. Manifestación que se fue desconcentrando antes de la concentración. Saque los pasajes con la anticipación suficiente como para no quedarnos con las ganas del viaje en tren. Juanito había llegado a Baires poquitos días antes, así que en realidad nos venia bárbaro unas horas de día y de charla, solos los tres (con Anita) sobrevolando todo lo que no podíamos hablar delante de nadie más.
El viaje tuvo su primera connotación de "diferente" cuando nos enteramos antes de salir que en realidad Marita pensaba mudarse a Mar del Plata y levantar la casa. Con lo cual, para mí que no creo en cementerios vacíos de personas y llenos de mármol, fue saber que era como una última despedida con el universo del viejo, ese útero paterno que también me contuvo en algún momento.
Marita, creo que ya lo conté alguna vez, transformó la casa en un relicario de la vida con el viejo, incorporándole ese condimento tan suyo y bello por lo autentico - sin el agnosticismo del viejo - de llenar la casa de estampitas, velas y espigas. Velas al viejo, a alguna virgencita, al Che (solo por amor a mí) al Frondi (por amor al viejo) y algún santito que nunca falta cerca del poblado.
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La casa esta hermosa, realmente hermosa, y con ese recuerdo me quedo de los dos viejos tomando mate en la galería de color rosa pálido. La casa viva y ellos dando vueltas en ella, no quiero verla vacía ni levantada así que no volví mas. Fue un viaje soñado. En el medio de una charla que empezamos ni bien arrancó el tren, nos interrumpió algo así como el comandante de la formación. Un viejo ferroviario que nos explicó a todos los del vagón (iba vagón por vagón) la importancia que tenia para el país, para los pueblos que recorreríamos y finalmente para la vieja familia ferroviaria -decía- la importancia patriótica de apoyar esta iniciativa cooperativa de reactivar este tren.
A mi hermano y a mí, que somos medio de llorada fácil, se nos llenaron los ojos de lagrimas cuando el quía explicaba que la soberanía y la federalización de la patria tenía que ver con la comunicación. A ninguno de los dos hermanos se nos escapó de algún lugar perdido en la memoria la vieja militancia del viejo y su huelga con el duro gremio de los ferroviarios que junto a la de los bancarios fueron las que irremediablemente lo sacaron del ministerio y mandaron al exilio doloroso y cómodo de Mexico.
Esta vez los dos estábamos con los ferroviarios, no sé si por peronistas anti menemistas, por viejos, porque muerto el viejo al fin podíamos transgredir los mandatos. o que mierda, pero lloramos y aplaudimos al tipo como bestias desaforadas sin importarnos nada más que la emoción que nos sobrepasó a los dos. Creo a hasta ahí Anita entendía poco, pero acompañaba maravillosamente.
No solo íbamos a Villaguay en tren, sino que apoyábamos una patriada que era la reapertura de un ramal, que implicaría viajar más despacio, llegar más tarde, en realidad a las 1,30 a m al medio del campo donde queda la vieja estación de Villaguay y joder a Marita en ir a buscarnos, pero, bueno, valía la alegría de hacerlo.
Las vías no habían tenido mucho cuidado por no decir ninguno en estos 12 años de abandono, pero ver a los vecinos saludar al tren a su paso como si fuera algo nuevo/viejo conocido reencontrado con esa alegría no sólo en los chiquitos sino en los viejos y en los perros. Ver esa alegría al paso del tren manifestada en saludos con manos, con pañuelos, con gritos de conocer al maquinista. con perros moviendo la cola, en fin, el paso lento del tren por las vías descuidadas nos dio la mirada de lo que significó la figura del tren recorriendo nuevamente su viejo recorrido con vecinos que lo habían extrañado.
Toda la charla entre nosotros iba recortada por el frio que nos recorría el cuerpo el ver la reacción de los vecinos de los pueblitos olvidados de dios cuando pasábamos No pudimos no saludar también, con nuestros pañuelos como si fuéramos
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provincianos que veían el mundo civilizado por primera vez. Y es que en algún lugar también lo somos. Me acorde que el abuelo empezó a laburar en el tren a los 8 años porque no había plata en la casa para tantos hijos en esa familia de gauchos judíos. El tren tenia para nosotros tantas connotaciones mas allá de lo que sabíamos o teníamos conciencia. Ese viaje lo tenía, también sin saberlo. A media tarde obviamente fuimos al salón comedor, y vimos, desde un perfil distinto y nuevo para nosotros, como nos robaron todo lo que nos había quedado de la historia reciente. De esos salones comedores con esos asientos maravillosos, sus apliques de luz en viejas opalinas y caireles colgantes, su vajilla de losa blanca, sus cubiertos de plata y diseño rigurosamente ingles, bueno de eso teníamos un hermoso recuerdo.
Pero la realidad eran bancos de madera y sin respaldo sostenidos en el piso con el peso del cuerpo del que se sentaba, platos plásticos de distintos colores descoloridos, pero una atención de todo el personal en cuanto al amor a lo que esta reinaugurándose que nos hizo sentir que todo era rico, delicioso, que no hacían falta las arvejitas de Gatito en su plato de plata con sus cubiertos ingleses. El esplendor estaba en otro lado, recreada por lo que me sale como la palabra "fe".
Una vez más.
El viaje fue más que hablado, necesitábamos esas tantísimas horas de puesta a punto en chimentos e información familiar y no familiar. risas, recuerdos, proyectos. Siento que a nosotros dos nos ha bendecido la vida en juntarnos siempre a compartir los viajes, que son esos momentos donde la vida deja de ser común para ser maravillosa y diferente a cada instante, con lo cual los encuentros siempre están enriquecidos con un plus que nada los puede igualar.
Antes de Villaguay hay varias estaciones absurdas, como las que puede haber en el medio de la provincia de Entre Ríos, estación "las moscas", "colonia san Antonio", "Domínguez", " estación Sin Nombre", en fin, lugares y parajes donde no hay ni estación ni luz, pero el tren para que si hubiera algún alma que necesita subir lo haga, si hubiera algún espíritu suelto que necesita transporte mecánico tiene su tiempo y espacio para viajar en esta maravilla reactivada más allá del menemato.
Anita, que viene del otro lado del mundo subdesarrollado también, y que Buenos Aires la había impresionado como si Argentina fuera solo la europea que había estudiado y visto en los libros y en vivo y en directo, en sus shoppings y recoletas y vidrieras y avenidas no podía dar crédito a lo que veía. Macondo no sólo existe en el otro lado del subdesarrollo mexicano, lo encontraba en este país tan europeo también. Y cuando toco la estación Villaguay, y vio que el tren paraba
en el medio del campo, en el medio de la vía, sin estación, sin anden, sin escalerita para bajar, sin luz para saber donde estábamos parados simplemente no lo creía. Juraba que los hermanitos nos habíamos puesto de acuerdo para hacerle un chiste de extranjera. Con nosotros bajaba una señora tan gorda que no puedo aproximarle una edad, tal vez treinta o sesenta, pesaba como unos ciento veinte kilos y eso la hacía atemporal. La señora viajaba con unos bolsos tan tan pesados que no lo podíamos creer. Y obviamente bajaba en Villaguay.
5 El guarda desde lejos, en otro vagón, grito vamos abajo los que se quedan en Villaguay que la formación arranca. A lo que gritamos al unísono NOOOOOOOOOOO esperen un poco que somos varios y no vemos un carajo.
Anita dijo no, yo así no me bajo, mi hermano no sabía qué hacer, yo empecé a reírme incrédula de esa realidad real que nos tocaba, la gorda, Anita, mi hermano y su desconsuelo de la cocina paterna, tanto tanto me reí para que se me escape el pis, y la gorda se nos adelanto a los tres y empezó a bajar con su cara enrojecida de bronca e impotencia.
Mirando hacia el vagón, empezó a bajar por la escalerita de hierro tipo gato que tienen los vagones, hasta que de pronto. quiso seguir. Seguir quiere decir seguir bajando, encontrar otro escalón. y no había. y gritó me voy a ir a la mierda ¡!!!!!!! Y literalmente se fue a la mierda, y yo me reía desesperadamente como jamás debe reírse de la desgracia ajena pero sin poder evitarlo, me hice un poquito de pis con las piernas abiertas pero tenía vestido por suerte. Anita no entendía
Mi hermano dijo bueno ahora yo con una mirada que solo él sabe mirar El maquinista sonó el silbido de arranque Todos volvimos a gritar que noooooooooo Otra vez me reí tanto que termine de mearme encima. Los pasajeros que estaban sentados cerca de la puerta no daban crédito a lo que veían. Todos empezaron a reírse a carcajadas y eso no me ayudaba a cortar mi propia risa y poder reaccionar.
Mientras, los que no se bajaban nos miraban anonadados y sin entender bien qué hacíamos meándonos encima, riéndonos, desconcertados. Más tarde, conversando sobre la alegría de los viajes y los encuentros reflexionábamos sobre si eso era posible realmente en la argentina que le habían vendido a Anita los libros de texto o si solo era un recorte de fantasía armado para nosotros y la gorda abajo, gritando "me fui a la mierda", sentada en el pasto y pidiendo ayuda para pararse antes de que arrancara el tren
por un lado y por otro que le bajáramos los bolsos que habían quedado arriba.
Y los sonidos... Se oían los sapitos Nos saludaban los grillos Los sonidos del campo a la noche son maravillosos. Los silencios del campo a la noche son maravillosos.
6 La noche era soñada. Luna llena. Calor. Villaguay. Todos juntos. Teníamos algunos problemas, como el llegar no sólo nosotros con nuestro equipaje a oscuras hasta la estación que estaría a unos 500 m sino ayudar a la gorda a que camine sin ver y sin caerse, llevándole también los bolsos, pisando en cada durmiente carcomido de viejo y descuidado porque pisar entre ellos era un esguince seguro, y además algún bichito suelto que siempre anuncia la noche sin luz en mano que asusta, mas "el señor de la bolsa" que nunca sabemos por dónde anda, mas el cuco viejo que siempre acecha, mas la tetona que salía en noches justamente de luna llena. y mi bombacha totalmente mojada con las piernas incomodas de humedad y esa risa estúpida que no conseguía controlar.
Finalmente y gracias a dios y el espíritu santo llegamos a la vieja estación, que tiene un andén de unos 15 metros de largo, más que suficientes para las necesidades del pueblo y ahí había un equipito eléctrico esperando a estos cuatro viajeros. Un solo taxi que obviamente llevó a la gorda y sus paquetes y nosotros tres, que nos miramos, nos reímos de nosotros, de la argentina de los libros que le habían contado a Anita, nos reímos de la vida, del estar juntos, y de la pregunta "que carajo hacemos ahora" a 6 km del pueblo, sin luz y con las valijas.
Todo tan absurdo como siempre nos es a los Blejer, al menos a estos hermanos. Como el universo siempre provee, y sólo hay que pedir y esperar, nos sentamos en el borde del andén hasta que se nos aclare qué carajo pedirle al universo además de un taxi o un amanecer cualquiera. Pero, incrédulos nosotros, justo llega Marita con el auto de Chito, su hermano. Con su sonrisa, con su abrazo, con su alegría de vernos, con su asombro por la hora, con su luz propia acercándose a nosotros a iluminarnos la llegada a la casa de papá.
Nos abrazamos Nos contamos Nos besamos Nos subimos al auto
Al llegar, con la llave en mi mano, Juanito y yo nos apuramos para entrar a la casa Abrí la puerta exterior, estábamos solos en el zaguán, entre la puerta cancel y la exterior, y le digo a mi hermano: está el viejo esperándonos, apúrate, escucho su silbar, huelo su piel. Juan se para, me mira, me abraza, me dice . si, apurate. Lo siento acá, justo acá, tocándose el lugar exacto.
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* Analau ( 8 años atrás , 2001)