Preliminares a toda lucha anti carcelaria [anarquismo en pdf]

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Preliminares a toda lucha anti-carcelaria

[Anarquismo en PDF]


PRELIMINARES A TODA LUCHA ANTI-CARCELARIA


Fuente: Préliminaire à toute lutte anticarcerale Traducción: LaGranjadeax. Edición: La Congregación [Anarquismo en PDF]

Rebellionem facere aude!


Desde el momento en que se repite una y otra vez el estribillo de la cantinela antirepresiva, las cosas se quedan como están y cualquiera puede cantar la misma melodía sin que se le preste ninguna atención. Michel Foucault

1. La lucha contra la prisión no regresa como se había ido. Tampoco nosotros mismos volvemos del todo inocentes, como si no supiéramos cómo, en los años 70, esta fracasó. 2. La función de la prisión en la economía general de la servidumbre es materializar la falsa división entre criminales e inocentes, entre buenos ciudadanos y delincuentes. Esta "utilidad" no es social sin ser, al mismo tiempo, psíquica. Es el encarcelamiento y la tortura del preso lo que produce el sentimiento de inocencia del ciudadano. Además, en tanto no se admita el carácter criminal de toda existencia bajo el Imperio, la necesidad de castigar y de ver castigado permanecerá y ningún argumento contra la prisión será válido.


3. La división entre criminales e inocentes es falsa. Invertirla no hace más que duplicar el engaño. Cada vez que, en la lucha contra las prisiones, presentamos a los presos como buenos chicos, como víctimas, renovamos esa lógica donde la prisión es la sanción. 4. La frase "la cárcel es la celda de castigo de la sociedad" es cierta siempre que se añada como corolario: no existe "la sociedad". No es “la sociedad” quien produce la prisión. Al contrario, es la prisión quien produce la sociedad. Es planteándose – creándose un afuera ficticio – la prisión, cuando SE crea la ficción de un adentro, de una inclusión, de una pertenencia. Que las técnicas mediante las cuales SE maneja la cotidianidad de las metrópolis imperiales y la de los detenidos sea sustancialmente la misma, debe quedar solo en conocimiento de los gestores. “Una prisión es una pequeña ciudad. Allí se duerme, allí se come, allí se trabaja, allí se enseña, allí se hace deporte, allí se va a la iglesia. Salvo que la vida que allí fluye está bajo coacción constante. En una calle hay comercios, cines, etc. Y yo me preguntaba, ¿por qué no recuperar esta dimensión en las prisiones? Y cómo hacerla vivir sin que la precariedad se vea socavada.” Por parte de uno de los principales arquitectos de las nuevas


cárceles francesas no sería prudente decir más. 5. El silencio implacable en torno al funcionamiento de las cárceles a veces nos obliga a hablar en nombre de los prisioneros. Con el sentimiento especial de “estar en el lado bueno de la barricada”. SE ha hablado también durante mucho tiempo en nombre de los obreros, de los proletarios, de los sin-papales, etc. Hasta que comienzan a tomar la palabra para decir algo muy diferente a lo que SE esperaba de ellos. Ese defecto es la ventriloquia política. Toda ventriloquia política nos sitúa en un cómodo paréntesis: llevamos un discurso en el que, no estando en juego, tampoco podemos ser puestos en duda. Nos ahorra la constatación de que bajo el Imperio, bajo un régimen de poder que no permite ostentación radical, toda existencia es abyecta en cuanto participa, al menos pasivamente, del crimen permanente que es la supervivencia de esta sociedad. Si necesitáramos una causa justa para rebelarnos, ningún habitante de las metrópolis podría tener título alguno, visto el partido que cada uno de nosotros saca diariamente del saqueo universal. Ningún estajanovismo militante, ninguna abnegación sería suficiente para expiar esta connivencia. Nuestra condición no es la de la clase obrera durante la primera "revolución industrial", que aún podía oponer a la


moral de los consumidores, a la moral burguesa, su moral de productores. Nuestra condición es la de la plebe. Vivimos en el centro del Imperio en medio de una indigerible abundancia de mercancías. Nos acomodamos diariamente en lo intolerable – una patrulla de policías armados en nuestra calle, un anciano que se queda dormido en una rejilla de ventilación del metro, un amigo que nos traiciona ostensiblemente y no matamos, etc. Entramos varias veces al día en relaciones puramente mercantiles. Y, salvo nuestra mala conciencia, siempre y cuando nos dotemos de medios para una ofensiva, llevamos a cabo una forma de acumulación primitiva. Si la cuestión era saber lo que nosotros somos, es muy cierto que no somos “los pobres”, “los desposeídos”, “los oprimidos”, y esto en la medida exacta en que tenemos aún fuerza para luchar. Lo que nos une en realidad no es la rebelión contra los excesos de desgracias que hoy afligen al mundo, sino la perenne repugnancia por las formas de felicidad que ofrece. Nuestra posición es por tanto la indigna, costosa, esquizofrénica, de la plebe, que no puede rebelarse contra el Imperio sin rebelarse contra lo que ella es, contra la posición que ella misma en él ocupa. No hay rebelión que no sea al mismo tiempo rebelión contra nosotros mismos. Esta es la rareza de la época, y el reto de cualquier proceso revolucionario a partir de ahora.


6. “La justicia penal se está convirtiendo en una justicia funcional. Una justicia de seguridad y de protección. Una justicia que, como tantas otras instituciones, tiene que gestionar una sociedad, tiene que detectar lo que es peligroso para ella, tiene que advertir sobre sus propios peligros. Una justicia que se da por misión velar por una población, más que respetar temas de derecho.” (Foucault) La prisión no está hecha para las clases peligrosas, sino para los cuerpos rebeldes – el milimetraje de la coerción en la educación burguesa o la obsesión de la comodidad propia de la pequeña burguesía planetaria explican sin duda la escasez de cuerpos rebeldes en ciertos ambientes, y la infra-representación de estos en la representación carcelaria. A través de la prisión y otros dispositivos, a partir de ahora se trata, para la civilización, de gestionar su putrefacción para retrasar tanto como se pueda el previsible colapso. El Imperio promete a todos los que no funcionan, a todos aquellos que perturban, allí donde sea, la situación normal. De este modo la civilización espera sobrevivirse, asegurando la puesta en secreto de los "bárbaros". 7. Conocemos la prisión, la amenaza de la prisión, como restricción manifiesta a la libertad de nuestras


acciones. La lucha contra la prisión desde fuera, haciéndonosla familiar, liquidando el potencial de temor que lleva aparejado, debe romper esa barrera. Se trata para ello de eliminar en nosotros el miedo a luchar. Vemos que no es una necesidad moral la que nos lleva a combatir las cárceles sino una necesidad estratégica, la de hacernos colectivamente más fuertes. "La eficacia de la acción auténtica reside en el interior de sí misma". 8. “Decimos: no más prisiones. Y cuando, a esta especie de crítica masiva, la gente razonable, legisladores, tecnócratas, gobernantes, preguntan: “¿Qué quieren entonces?” La respuesta es: “No nos corresponde a nosotros deciros en qué salsa queremos ser devorados; no queremos seguir jugando a este juego de castigo, no queremos seguir jugando a este juego de sanciones penales, no queremos jugar más a este juego de la justicia.” (Foucault) 9. La lógica revolucionaria y la lógica de apoyo a los presos en cuanto presos no coinciden. El apoyo a los presos está impulsado por una solidaridad afectiva, humana si no humanitaria, con todos aquellos que sufren, con todos los que el poder aplasta – la actividad


de los católicos del Génépi 1 encuentra ahí su causa. La lógica revolucionaria, ella, es estratégica, a veces inhumana y a menudo cruel. Apela a otro tipo muy diferente de afectos. 10. En la cárcel toda lucha es radical – conlleva en cada pequeña reivindicación la supervivencia o el aplastamiento, la dignidad o la locura. Pero allí toda lucha es también reformista, porque debe mendigar lo que obtendrá, aun por medio de motines, de un poder soberano que tiene la vida del detenido entre sus manos. 11. En todas las revoluciones del siglo XIX – 1830, 1848, 1870 – era tradición: sea que hubiera revueltas en el interior de las prisiones, y que los detenidos se solidarizaran con el movimiento revolucionario que se desarrollaba en el exterior, sea que los revolucionarios fueran a las prisiones para abrir por la fuerza sus puertas y liberar a los detenidos. En cualquier caso, el camino más corto para poner fin a las prisiones es, de Grupo de Estudiantes para la Enseñanza a Personas Encarceladas. [N del T.]

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nuevo, construir un movimiento revolucionario.

12. No hay expresidiarios entre nosotros. Hay amigos que han pasado por el trullo. El recluso en cuanto recluso, ese que, incluso una vez ha salido, sigue siendo el exconvicto es una figura literaria, de novela negra. El preso en cuanto preso no existe. Lo que hay son formas-de-vida que la máquina penitenciaria quisiera reducir a nuda vida, a carne apaciblemente almacenada. El mito de la celda expresa el sueño de tener frente a sí ya no cuerpos animados por irreductibles razones, violentos afectos y lógicas dementes, sino trozos de carne inertes, en espera. 13. Bajo el Imperio, es decir en el seno de la guerra civil mundial, la amistad es una noción política. Toda alianza traza una línea en la confrontación general, y toda confrontación exige alianzas. El hecho de encarcelar a alguien es un acto político. El hecho de ir a liberar a un amigo, por ejemplo con una bazuca, como se ha hecho recientemente en Fresnes, es un gesto político. No es por haber sido encarcelados porque han luchado por lo que los presos de Action Directe son políticos, sino porque ellos aún luchan.


14. Tenemos amigos entre los reclusos, pero no solo. La lucha contra las prisiones no es la lucha por los presos. Nosotros queremos la abolición de las cárceles porque limitan tanto nuestras posibilidades de alianza como la satisfacción de nuestras diferencias. Queremos la abolición de las cárceles para que se libren libremente las verdaderas guerras, en lugar de la actual pacificación que eterniza la falsa escisión entre culpables e inocentes. Se trata de nuevo, para nosotros, de dividir la división. 15. Una sociedad que necesita prisiones, no menos que una sociedad que recurre a la policía, es sin ninguna duda una sociedad donde toda libertad está anulada. Al revés, una sociedad sin prisión no es automáticamente una sociedad libre. Si tenemos en cuenta que la prisión no se convirtió en la forma común de castigo hasta principios del siglo XIX, no faltarán ejemplos históricos para ilustrar este hecho.


16. Ni la brutalidad de los carceleros, ni la arbitrariedad de la administración penitenciaria ni el hecho, más general, de que la prisión sea una máquina de destrozar seres, nada de esto produce escándalo. Queda admitido que la función de la prisión es la de reprimir a los cuerpos indómitos, la de domesticar a los “violentos”. En relación a la rueda, a la pira o a la guillotina, el encarcelamiento ha sido concebido desde el principio como el castigo civilizado y civilizador. “El encarcelamiento es la pena por excelencia en las sociedades civilizadas”, escribía P. Rossi en su Tratado de Derecho Penal, en 1829. La espera es la virtud propia del ciudadano; y pedir permiso antes de hacer nada es el abecé de su educación. Es en la medida en que nuestra lucha es principalmente una lucha contra la civilización que lo es también contra la prisión. 17. En el combate contra la civilización, la prisión es “el brazo que mata y la mano que soba” 2 Pero nadie puede argumentar razonablemente que es golpeando el puño como abatiremos al adversario.

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Cfr. Los Castigos de Víctor Hugo [N. del T.]


18. El razonamiento que consiste en decir que esta sociedad no podría seguir funcionando sin las prisiones y por tanto, atacándolas, hacemos tambalearse la totalidad del sistema, es correcto lógicamente pero no en la práctica. La prisión no es “el eslabón débil”. El recurrente debate sobre el anacronismo de las prisiones, por otro lado efímero, primero nos recuerda esto: tal anacronismo garantiza la “modernidad” de todo lo demás. 19. La prisión es, en cuanto amenaza, uno de los medios que la civilización despliega para disuadirnos de frecuentar lo salvaje que hay en nosotros, de abandonarnos a las intensidades que nos atraviesan. En esto ya entendemos que el enemigo no está del todo fuera de nosotros, que la civilización es algo en lo que hemos cuajado directamente en la medida en que ya ella nos posee. Porque al final, la disputa con los ciudadanos nos lleva a este punto: que uno pueda preferir la "barbarie" a la civilización. 20. En realidad, en la época de extrema separación


que estamos viviendo, la lucha contra las prisiones es para nosotros primeramente un pretexto. No se trata de añadir un capítulo a la pena de los activistas sino de utilizar el proyecto de abolición de las prisiones como base de reencuentro para organizarse más ampliamente. Del mismo modo que el reto de cualquier lucha en la cárcel es, en última instancia, la conquista del espacio de autoorganización necesario para formar potencia colectiva frente a la administración, igualmente se trata primeramente, para nosotros, que nos constituyamos en fuerza, en fuerza material, en fuerza material autónoma en el seno de la guerra civil mundial. La lucha contra las prisiones alcanza su cénit cada vez que hacemos fracasar la represión. Triunfa allí donde nosotros conseguimos arrogarnos la impunidad. 21. Frente al engaño de la civilización, nosotros tenemos razón. Pero “Un mundo de mentiras no puede ser derrocado por la verdad” (Kafka). Toda la proliferación policíaca que nos circunda está ahí para impedirnos ese pasaje, para impedirnos llegar a ser, poco a poco, una realidad. Cada día añade un dispositivo a nuestra ya cuadriculada cotidianidad. Se trata de reprimirnos, de perseguir en nosotros cualquier resto de potencia, de salvajismo. Cada día curvamos nuestra espalda, pasamos sin molestar, en la relación de fuerza desmesurada que nos impone la


avalancha de dispositivos; y por la noche nos felicitamos por haber sobrevivido a ellos. Pero no es así: cada vez que nos sometemos, nos morimos un poco. La prisión es este mega-dispositivo en el que no se termina de morir en pequeñas dosis, morir a fuerza de sobrevivir. Si ocupamos juntos una penitenciaría, no debe ser para discutir nuevamente sobre la prisión, el encarcelamiento, el aislamiento, sino para desplegar libremente, en una relación de fuerza invertida, el juego entre nuestras formas-de-vida. Y demostrar que podemos hacer un uso muy distinto de nuestros cuerpos y del lugar.


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