Cuentos populares completos

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Cuento: Aladino y la lámpara maravillosa –¿Eres el hijo de Mustafá? –le preguntó. –Sí, Mustafá era mi padre, pero hace mucho tiempo murió. –Soy tu tío. Te he reconocido porque eres idéntico a mi hermano. Te pareces mucho a tu padre.

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Hace mucho tiempo vivió en Persia un muchacho llamado Aladino. Un día se le acercó un desconocido.

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Cuentos populares

El hombre explicó que había pasado mucho tiempo en el extranjero y que se iba a ocupar de los dos, de él y de su madre. –Mira, voy a mostrarte algo maravilloso –dijo el hombre. Aladino y su tío se fueron a las montañas. El desconocido, de repente, dijo unas palabras mágicas. La tierra tembló y ante ellos se levantó una gran losa de piedra del suelo y apareció una cueva. –Pero… ¡tú no eres mi tío! –exclamó Aladino–. ¡Eres un mago! –Sí, pero… escucha atentamente. Ahí abajo hay numerosas riquezas. No las toques, porque si no morirás; sólo coge la lámpara. Antes de bajar toma este anillo, que te ayudará a volver hasta mí si te pierdes ahí abajo. ¡Ahora, en marcha! Así lo hizo Aladino. Cuando el mago le vio subir por la escalera le dijo impacientemente: –¡Vamos, muchacho! ¡Dame esa lámpara! A Aladino la impaciencia del mago le pareció sospechosa. –Aún no –le dijo Aladino–; cuando haya salido de aquí. El mago se puso furioso y como castigo cerró la cueva, dejando dentro al muchacho. Aladino estaba aterrorizado pensando que no iba a poder salir de allí; sin embargo, buscando comida en la oscuridad, frotó sin darse cuenta la lámpara y surgió inmediatamente un enorme genio que le dijo: –¿Qué es lo que deseas? Soy tu esclavo y haré lo que me pidas. –¡Sácame de aquí cuanto antes! La tierra se abrió y Aladino se encontró fuera de la cueva al instante. A partir de ese momento, el joven y su madre no volvieron a pasar necesidad. Mientras, el sultán de aquel país buscaba un marido para su hija Luna. Aladino, que estaba enamorado de Luna desde siempre, pidió al mago que construyera un palacio enorme, lleno de riquezas. Seguido por un ejército de esclavos se fue a ver al sultán. Éste le ofreció la mano de su hija y la boda se celebró en pocos días. El mago, desgraciadamente, se enteró de todo y comentó: –¡Ah, miserable! ¡De modo que descubriste el secreto de la lámpara! Pues ya puedes irte preparando. ¡Tengo un plan!


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–¡Cambio viejas lámparas por lámparas nuevas!

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Un día, aprovechando que Aladino había salido de caza, el mago se presentó en el palacio con un cargamento de lámparas nuevas:

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–Te ordeno llevar este palacio y todo lo que contiene, incluyendo a la princesa, muy lejos de aquí.

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Una doncella del palacio, que no conocía los poderes de la lámpara, la cambió pensando que a su amo le iba a encantar la idea. Así, la lámpara llegó a las manos del mago.

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–Quiero que me devuelvas mi palacio –exclamó Aladino. –Eso no está en mi poder –dijo el genio–. Pero te puedo guiar hasta el mago si lo deseas. Y, al momento, se encontró en el palacio. Allí estaban el mago durmiendo y la princesa en su cuarto. –¿Sabes dónde está la lámpara? –le preguntó Aladino. –¡Esa lámpara que dices debe de ser una que lleva siempre el mago metida entre sus ropas! –exclamó la princesa. Aladino volvió a la habitación del mago y registró entre sus ropas hasta encontrar la lámpara. Cuando la tuvo en sus manos la frotó y dijo: –¡Genio, devuelve este palacio al lugar donde se encontraba y, de camino, deja al mago en alguna isla desierta! Una vez más el genio obedeció y, desde ese día, Aladino y la princesa vivieron felices y en paz. Adaptación del cuento popular

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Frotó el anillo y apareció un genio.

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Cuando Aladino volvió, el palacio había desaparecido. Desesperado, comenzó a vagar por la ciudad. No sabía qué hacer ni dónde buscar. Ya de noche llegó a la orilla de un río, deseando casi que la corriente lo arrastrase, cuando se dio cuenta de que tenía el anillo que le dejó el mago y, de repente, recordó lo que le había dicho: «Este anillo te ayudará a volver hasta mí».


Cuento: Alí Babá y los cuarenta ladrones

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Cuentos populares Hace mucho tiempo, en una ciudad de Persia, vivían dos hermanos: uno se llamaba Kasim y el otro Alí Babá. Ambos eran muy pobres. Kasim, que era el mayor, se casó con una mujer muy rica y se fue a vivir a uno de los palacios de la ciudad. En cambio, Alí Babá se quedó viviendo en una mísera cabaña. Cierto día de primavera caminaba Alí Babá por el campo cuando oyó un ruido de galope de caballos. Se ocultó y vio a cuarenta jinetes armados que se detuvieron frente a una roca. Eran ladrones que iban a esconder lo que habían robado. De pronto uno de ellos, que parecía el jefe, gritó: –¡Ábrete, Sésamo! Y, al momento, la roca se abrió. Todos los jinetes entraron y la roca se cerró. Al cabo de un rato los ladrones salieron de la cueva. Alí Babá esperó un buen rato. Luego caminó hasta la roca y repitió: –¡Ábrete, Sésamo! Y, ante su asombro, la roca se abrió y aparecieron grandes tesoros de oro, plata y joyas. –¡Qué maravilla! –exclamó Alí Babá–. Cogeré unas pocas riquezas, de forma que los ladrones no se den cuenta. Alí Babá no respiró tranquilo hasta que llegó a la ciudad. Pero en lugar de ir a su cabaña se alojó en una posada cómoda y limpia. Allí vivía Zulema, la hija del dueño, de la que estaba enamorado. Pero Kasim no tardó en enterarse y, oliéndose algo raro, fue a visitarle: –¿Cómo es que ahora vives en una posada si eres muy pobre? –le preguntó. –Salud, hermano –dijo Alí Babá, que, pese a todo, no le guardaba rencor por no ocuparse de él. –¿Es que no vas a contestar a mi pregunta? –insistió Kasim. –Pues verás, he tenido un golpe de suerte –dijo Alí Babá. Pero su hermano no le creyó y, como Alí Babá no sabía mentir, al final le contó la verdad. Kasim, que era muy avaricioso, se fue a la cueva con todas sus mulas y al llegar allí gritó: –¡Ábrete, Sésamo! La cueva se abrió y, tras pasar Kasim con sus mulas, volvió a cerrarse a sus espaldas. –¡Qué maravillas! –dijo al ver los tesoros–. Llenaré de riquezas los sacos y seré muy rico. Una vez que cargó las mulas, los nervios le jugaron una mala pasada.


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Y gritaba:

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–¿Cuál era la palabra? –se preguntaba, cada vez más angustiado–. ¿Avena, cebada, cuál?

Mientras, en la posada se quedaron sin aceite. Zulema, que había visto las tinajas, pensó que contenían aceite y que si cogía un poco no iba a pasar nada. Bajó a las cuadras. Uno de los ladrones, creyendo que se trataba del jefe, preguntó: –Jefe, ¿es hora de atacar? Ella se acercó a otras tinajas y escuchó lo mismo. Con mucho cuidado salió del establo y corrió a avisar a Alí Babá. Éste bajó a las cuadras y, fingiendo la voz del jefe de los bandidos, dijo: –Un poco de paciencia, muchachos; hay un pequeño cambio de planes. Alí Babá sacó las mulas del establo y las llevó a los soldados del califa, que apresaron a los ladrones dentro de las tinajas. Entretanto, Zulema había puesto unos polvos en el vino del jefe para que se durmiera y no fue difícil apresarlo. –¡Ven conmigo! –le dijo Alí Babá a Zulema–. Quiero que veas una cosa. Y condujo a Zulema hasta la cueva. Allí estaba Kasim, que, a causa del miedo, había perdido la razón. –¡Esto es precioso! –exclamó Zulema al contemplar el oro y las joyas. Pronto se casaron y, gracias a los tesoros de la cueva, no les faltó de nada, y con gran parte del dinero se dedicaron a atender a los pobres para que pudieran ser felices como ellos lo fueron. Adaptación del cuento popular

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–A medianoche –dijo a sus bandidos– vendré y haré una señal para que salgáis y matéis a todos.

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Los ladrones se ocultaron en unas tinajas y, cargados sobre las mulas de Kasim, entraron sin problemas en la ciudad. El jefe se dirigió a la posada donde vivía Alí Babá y llevó las mulas al establo.

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–¡De modo que hay más gente que lo sabe! Lo mejor será ir a la ciudad y matar a todos sus habitantes por si acaso hay alguien más que conoce el secreto.

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–¡Por favor, no me matéis! ¡Os diré quién me contó el secreto de vuestra cueva! Fue mi hermano Alí Babá; él es el verdadero culpable de todo.

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En ese momento llegaron los ladrones. Al encontrar a Kasim en la cueva, quisieron matarle:

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–¡Avena, ábrete! ¡Arroz, ábrete! ¡Trigo, ábrete! –pero ninguna era la fórmula buena.


Cuento: Bambi

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Cuentos populares Era una hermosa mañana de primavera. Todas las plantas lucían sus distintos colores iluminados por el sol y los animales salían de sus madrigueras para disfrutar de un día soleado. El jilguero volaba contento anunciando: –¡Eh, amigos! ¡Ha nacido un príncipe en el bosque! Poco a poco, fueron llegando todos los animales para verlo: –¡Eh, mirad! ¡Un precioso cervatillo! –¿Cómo se llama? –preguntó el conejo Lucero a mamá cierva. –Se llama Bambi –contestó feliz su mamá. A los pocos días, Bambi ya conocía a casi todos los animalitos del bosque y se hizo muy amigo de ellos. No se cansaba de jugar con unos y con otros. También empezó a decir sus primeras palabras. Al principio le resultaba un poco difícil aprender todos los nombres y, a veces, se equivocaba, pero todos le sonreían. Un día, bañándose en un riachuelo conoció a una joven cervatilla. –¿Cómo te llamas? –le preguntó Bambi. –Me llamo Falina –dijo ella con voz delicada–. ¿Quieres que demos un paseo por el bosque? –Me gustaría mucho –contestó Bambi tímidamente. Y, desde entonces, todos los días iban juntos y felices de estar uno al lado del otro. Pero llegó el invierno y Bambi, que no conocía lo que era el frío, se puso muy triste. –Ven conmigo, Bambi –le dijo Lucero–, iremos a patinar al lago. Se fueron al lago y… –Bambi, ¡así no! ¡Ten cuidado! ¡Plaff!…


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Adaptación del cuento popular

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Se cayó al suelo varias veces, pero después de varios días consiguió aprender a patinar y empezó a gustarle el invierno. De repente… –¡Cazadores! ¡Hay cazadores en el bosque! ¡Tenemos que escondernos! –dijeron los animales. –¡Sígueme, Bambi! –le dijo su madre. –¿Por qué, mamá? –Los hombres son muy malos y nos pueden hacer mucho daño. Vámonos ahora mismo. ¡Bang, bang! Se oyeron los disparos de los cazadores y Bambi vio que su mamá caía al suelo herida. –¡Corre, hijo mío, corre! –gritó su madre. Bambi se fue corriendo y se encontró a un enorme ciervo. –¿Dónde está mi mamá? –le preguntó Bambi. –Los hombres se la han llevado y ya no volverá. Tienes que ser fuerte. No te preocupes, desde hoy te cuidaré yo. Pasaron los meses y el Gran Príncipe del bosque se encargaba de enseñarle a galopar como hacían los buenos ciervos. Volvió a llegar la primavera y Bambi se convirtió en un grande y precioso ciervo. De repente, se oyó una voz: –¡Hola, Bambi! Soy Falina, ¿te acuerdas de mí? Paseábamos juntos cuando éramos pequeños. –Claro que me acuerdo de ti, Falina, y me alegro mucho de verte, ¡estás guapísima! Y, desde entonces, se enamoraron locamente. Un día apareció el Gran Príncipe… –¡Daos prisa! ¡Hay un gran incendio! ¡Poneos a salvo! –Yo te ayudaré a avisar a todos –dijo Bambi con valentía–. ¡Huid hacia el río! –gritaba a todos los animales–, el fuego se está extendiendo. Desde allí esperaron a que se apagara y al fin llegó Bambi, que apenas podía respirar. Cuando pasó el fuego se marcharon a otra parte del bosque y, al cabo del tiempo, Bambi y Falina tuvieron dos preciosos cervatillos y el Gran Príncipe del bosque le dijo: –Ya soy viejo, tú debes ocupar mi puesto, Bambi. Y fue así como Bambi se convirtió en el Gran Príncipe del bosque en compañía de Falina y sus hijos.


Cuento: Blancanieves y los siete enanitos

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Cuentos populares

Hace muchos años, la reina de un lejano país tuvo una niña preciosa a la que llamaron Blancanieves, pues tenía la piel tan blanca como la nieve. A los pocos años la reina murió y el rey se casó con otra mujer, muy hermosa pero muy orgullosa, que presumía de ser la más bella. Tenía un espejo mágico al que todos los días preguntaba: –Espejito, espejito, espejito de pared, la más hermosa del mundo, ¿puedes decirme quién es? Y el espejo le contestaba: –Eres tú mi reina y señora, la más hermosa de todas. Así pasaron los años hasta que Blancanieves se hizo mayor. Un día la reina preguntó a su espejo: –Espejito, espejito, espejito de pared, la más hermosa del mundo, ¿puedes decirme quién es? Y el espejo contestó: –Tú, reina, en mi cristal lo eres, pero te gana Blancanieves. La reina, muy enfadada, le dijo a uno de sus soldados: –¡Llévate a Blancanieves al bosque y mátala sin piedad, y para que compruebe que la has matado tráeme su corazón! Un día de otoño, el soldado la llevó al bosque, pero al llegar allí no fue capaz de matarla. En cambio cazó un ciervo para llevar a la reina su corazón y dejó escapar a la hermosa joven. Blancanieves, después de andar mucho tiempo, encontró una casita. –¡Qué cosa más curiosa! –exclamó–. ¡Todo es pequeño! ¡Qué raro, hay siete platos, siete cucharas, siete cuchillos, siete panecillos y siete vasos! Blancanieves tenía tanta hambre que comió un poco de cada panecillo y bebió de cada vaso. También se acostó en una de las siete camas que había en la casa. Por la noche, cuando regresaron los dueños, se les escuchó exclamar: –¿Quién se ha sentado en mi silla? –¿Quién ha tocado mi cuchara? –¿Quién ha comido de mi plato? –¿Quién ha cortado con mi cuchillo? –¿Quién ha mordido un trozo de mi pan? –¿Quién ha pinchado con mi tenedor? –¿Quién ha bebido de mi vino? –¡Oh, mirad qué joven tan preciosa! –gritaron.


–¿Cómo te llamas y cómo has llegado a nuestra casa?

–¡Toc, toc! –llamó a la puerta de la casita–. ¡Señorita, traigo cintas, peines y diademas! –Lo siento, buena mujer –dijo Blancanieves–. Tus artículos son muy bonitos, pero, por ahora, no los necesito. –¡Oh, no importa! Acepta, al menos, este humilde regalo. –Y sacó una manzana. Blancanieves la mordió y cayó al suelo. –¡Ja, ja, ja! –se rió la bruja–. Se acabó Blancanieves para siempre. Y se fue al palacio a preguntar al espejo. Éste respondió: –Eres mi reina y señora, la más hermosa de todas. Cuando los enanitos volvieron de trabajar se encontraron a Blancanieves muerta. Lloraron mucho y permanecieron alrededor de ella varios días. Pasaba por allí un príncipe y se quedó asombrado de la belleza de Blancanieves. –¡Es la mujer más hermosa que he visto nunca! –exclamó. Le dio un beso muy suave y el hechizo se rompió. –¿Dónde estoy? –preguntó Blancanieves. –Estás conmigo y nunca nos separaremos. Los enanitos, felices y contentos, cantaban y bailaban por ver la recuperación de su amiga y pronto se celebró la boda. La bruja, mientras, preguntaba a su espejo: –Contémplame, fiel espejo, y dime sin dudar si hay una mujer más bella en algún otro lugar. Y el espejo respondió: –Aunque sigues siendo hermosa, como la mayor estrella, la joven que hoy se casa es diez mil veces más bella. Y tanta fue su furia que cayó al suelo fulminada junto a su espejo. Blancanieves, el príncipe y los enanitos vivieron muy, muy felices. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM

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Y así, con una pócima mágica envenenó una manzana y se disfrazó de vendedora.

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–Tendré que matarla yo misma –pensó.

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Se puso muy furiosa porque se dio cuenta de que el soldado la había engañado.

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–Aunque sigues siendo hermosa, como la mayor estrella, Blancanieves, que vive en el bosque, es todavía más bella.

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Mientras, la reina, creyendo que Blancanieves estaba muerta, preguntó a su espejo. Y él le respondió:

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A Blancanieves le pareció una idea estupenda y aceptó. Y así fue como se quedó a vivir con los enanitos.

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–Si quieres puedes quedarte con nosotros y cuidar de nuestra casa –le dijeron.

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–Soy Blancanieves y necesito quedarme aquí porque mi madrastra me quiere matar.


Cuento: Aladino y la lámpara maravillosa –¿Eres el hijo de Mustafá? –le preguntó. –Sí, Mustafá era mi padre, pero hace mucho tiempo murió. –Soy tu tío. Te he reconocido porque eres idéntico a mi hermano. Te pareces mucho a tu padre.

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Hace mucho tiempo vivió en Persia un muchacho llamado Aladino. Un día se le acercó un desconocido.

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Cuentos populares

El hombre explicó que había pasado mucho tiempo en el extranjero y que se iba a ocupar de los dos, de él y de su madre. –Mira, voy a mostrarte algo maravilloso –dijo el hombre. Aladino y su tío se fueron a las montañas. El desconocido, de repente, dijo unas palabras mágicas. La tierra tembló y ante ellos se levantó una gran losa de piedra del suelo y apareció una cueva. –Pero… ¡tú no eres mi tío! –exclamó Aladino–. ¡Eres un mago! –Sí, pero… escucha atentamente. Ahí abajo hay numerosas riquezas. No las toques, porque si no morirás; sólo coge la lámpara. Antes de bajar toma este anillo, que te ayudará a volver hasta mí si te pierdes ahí abajo. ¡Ahora, en marcha! Así lo hizo Aladino. Cuando el mago le vio subir por la escalera le dijo impacientemente: –¡Vamos, muchacho! ¡Dame esa lámpara! A Aladino la impaciencia del mago le pareció sospechosa. –Aún no –le dijo Aladino–; cuando haya salido de aquí. El mago se puso furioso y como castigo cerró la cueva, dejando dentro al muchacho. Aladino estaba aterrorizado pensando que no iba a poder salir de allí; sin embargo, buscando comida en la oscuridad, frotó sin darse cuenta la lámpara y surgió inmediatamente un enorme genio que le dijo: –¿Qué es lo que deseas? Soy tu esclavo y haré lo que me pidas. –¡Sácame de aquí cuanto antes! La tierra se abrió y Aladino se encontró fuera de la cueva al instante. A partir de ese momento, el joven y su madre no volvieron a pasar necesidad. Mientras, el sultán de aquel país buscaba un marido para su hija Luna. Aladino, que estaba enamorado de Luna desde siempre, pidió al mago que construyera un palacio enorme, lleno de riquezas. Seguido por un ejército de esclavos se fue a ver al sultán. Éste le ofreció la mano de su hija y la boda se celebró en pocos días. El mago, desgraciadamente, se enteró de todo y comentó: –¡Ah, miserable! ¡De modo que descubriste el secreto de la lámpara! Pues ya puedes irte preparando. ¡Tengo un plan!


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–¡Cambio viejas lámparas por lámparas nuevas!

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Un día, aprovechando que Aladino había salido de caza, el mago se presentó en el palacio con un cargamento de lámparas nuevas:

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–Te ordeno llevar este palacio y todo lo que contiene, incluyendo a la princesa, muy lejos de aquí.

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Una doncella del palacio, que no conocía los poderes de la lámpara, la cambió pensando que a su amo le iba a encantar la idea. Así, la lámpara llegó a las manos del mago.

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–Quiero que me devuelvas mi palacio –exclamó Aladino. –Eso no está en mi poder –dijo el genio–. Pero te puedo guiar hasta el mago si lo deseas. Y, al momento, se encontró en el palacio. Allí estaban el mago durmiendo y la princesa en su cuarto. –¿Sabes dónde está la lámpara? –le preguntó Aladino. –¡Esa lámpara que dices debe de ser una que lleva siempre el mago metida entre sus ropas! –exclamó la princesa. Aladino volvió a la habitación del mago y registró entre sus ropas hasta encontrar la lámpara. Cuando la tuvo en sus manos la frotó y dijo: –¡Genio, devuelve este palacio al lugar donde se encontraba y, de camino, deja al mago en alguna isla desierta! Una vez más el genio obedeció y, desde ese día, Aladino y la princesa vivieron felices y en paz. Adaptación del cuento popular

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Frotó el anillo y apareció un genio.

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Cuando Aladino volvió, el palacio había desaparecido. Desesperado, comenzó a vagar por la ciudad. No sabía qué hacer ni dónde buscar. Ya de noche llegó a la orilla de un río, deseando casi que la corriente lo arrastrase, cuando se dio cuenta de que tenía el anillo que le dejó el mago y, de repente, recordó lo que le había dicho: «Este anillo te ayudará a volver hasta mí».


Cuentos populares

–Caperucita, esta semana la abuela está mala y no puede ir al pueblo. ¿Por qué no vas tú y le llevas esta cestita con queso, un pastel y una tarrina de miel? Caperucita, muy contenta, se dispuso a ir a casa de su abuela. –Cuidado cuando cruces el bosque. No hables con ningún desconocido. ¿Entendido? –le dijo su madre. Y Caperucita se puso en camino. El bosque estaba precioso. Era otoño y las hojas estaban cambiando de color. Mientras lo cruzaba, se divertía viendo las ardillas y las liebres correr. Sin darse cuenta, se fue apartando un poco del camino. De repente, oyó un ruido extraño y, de detrás de un árbol, salió un viejo y listo lobo que no tardó en preguntar a Caperucita: –¡Hola Caperucita! ¿Dónde vas, con tu cestita? –Voy a ver a mi abuelita, que está malita. Le llevo queso, un pastel y miel –contestó Caperucita. –¡Qué contenta se va a poner! Y… ¿dónde vive? –Al final del bosque, en una casita de madera. –¡Ah!, ya sé –dijo el lobo–. Yo sé un camino más corto. Por allí podrás coger flores para tu abuelita. Y engañó a Caperucita enviándola por el camino más largo. Mientras tanto, el malvado lobo tomó el camino más corto, llegó a casa de la abuela y llamó a la puerta. –¿Quién es? –preguntó la abuelita. –Abre, abuela, soy tu nieta –dijo el lobo con voz de niña. –Entra, Caperucita, empuja la puerta. El lobo empujó y, nada más entrar, se lanzó encima de la abuela, le tapó la boca con un pañuelo y la encerró en el armario. Luego, se puso el camisón y el gorro de la anciana y se metió en la cama a esperar a la niña. Al poco tiempo, sonó la puerta: –“Toc, toc”. Abuela, soy yo, Caperucita. –Puedes pasar, querida –dijo el lobo desde dentro, imitando la voz de la anciana. Pero cuando Caperucita entró, notó algo raro: –Abuela, ¡qué brazos tan largos tienes! –Son para abrazarte mejor, nietecita. –¡Uh! Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes! –Son para verte mejor. –¿Y por qué tienes las orejas tan grandes? –Para oírte mejor, Caperucita. Caperucita estaba cada vez más asustada.

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Un día, su madre le dijo:

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Hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una niña muy graciosa. Su madre le había hecho una caperuza de color rojo, y por eso todo el mundo la conocía por el nombre de Caperucita Roja.

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Cuento. Caperucita roja


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–Abuelita, ¡qué dientes tan enormes y afilados tienes! –¡Son para comerte mejor! –aulló el lobo, saltando sobre Caperucita. La niña gritó con todas sus fuerzas. Por suerte, pasaban por allí unos leñadores que, al oír los gritos, corrieron a casa de la abuela. Al ver a aquellos hombres con palos y hachas, el lobo, asustado, huyó por la ventana. Nunca más se supo de él. Desde entonces, Caperucita tuvo más cuidado con los desconocidos. Adaptación del cuento de PERRAULT


Cuentos populares

También se presentó en el pueblo un hombre que parecía un domador de leones. Llevaba en su carromato varias jaulas con muchos gatos. –¡Dentro de tres o cuatro horas la plaga de ratas habrá desaparecido, mis gatos no fallan! –exclamó. Soltó a sus gatos, pero había tantas ratas que los gatos aparecieron con muchas mordeduras y no pudieron con ellas. Todos los que intentaron acabar con ellas fracasaron. Los habitantes de Hamelín estaban muy tristes. ¿Qué iban a hacer? Un día, de repente, apareció en el pueblo un hombre muy raro, delgaducho, vestido de rojo de arriba abajo. –No vengo a hacer teatro. Me llevaré a las ratas dentro de un rato –dijo. Todos fueron a ver al chiflado que decía que se iba a llevar las ratas. Todos menos Fernán, que se quedó atrás a causa de su cojera. El hombre sacó una flauta de su bolsillo y se puso a tocar una cancioncita muy bonita. De repente, como por arte de magia, todas las ratas empezaron a seguir al flautista. Ratas y más ratas abandonaban sus escondites para seguir la música. Fueron saliendo todas y, cuando ya no faltaba ni una, el flautista se las llevó a las afueras del pueblo. Llegó con ellas hasta el río, las hizo meterse en el agua y la corriente se las fue llevando a todas muy lejos. Contento con su trabajo, el flautista fue a recoger su dinero al pueblo, pero los habitantes pensaron: –¿Por qué vamos a pagarle tanto dinero si sólo ha tocado la flauta? Con unas pocas monedas ya tiene bastante. Abrió la bolsa y vio que había menos de lo que le habían prometido. –¿Dónde está el dinero que falta? –preguntó. –¡Eso era mucho dinero por lo poco que has trabajado! ¡Confórmate con estas monedas!

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Los primeros se pusieron a echar polvos para matarlas, pero nada, no se morían. En vez de eliminarlas, empezaron a picarles los ojos y la garganta a todos los habitantes. Los niños del colegio tuvieron que salir corriendo hacia las montañas. Había uno, Fernán, que tenía un problema en la pierna y no podía correr. –¡Esperadme, esperadme! ¡Si me ayudáis, podré subir más rápido! Después de varias horas, la nube de polvo venenoso desapareció y los habitantes de Hamelín volvieron a sus casas. Las ratas seguían corriendo por todos los sitios. No había servido para nada.

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Érase una vez un bonito pueblo que se llamaba Hamelín. El pueblo olía muy bien a queso porque allí se hacían los mejores quesos del país. Un año, las calles se llenaron de ratas, que fueron al pueblo siguiendo el olor. Empezaron a correr por todas partes, devoraban todo lo que estaba a su alcance, asustaban a las ovejas, ensuciaban las casas… Todo el mundo estaba desesperado. El alcalde decidió ofrecer mucho dinero a quien encontrara un remedio para echarlas del pueblo. Pronto, empezó a llegar gente a Hamelín para intentar acabar con las ratas.

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Cuento. El flautista de Hamelín


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El flautista se sintió engañado y se fue del pueblo. –¡No quiero vuestra limosna! ¡No cumplís con vuestra palabra! Por la noche volvió sin que nadie le viera. Sacó su flauta y empezó a tocar una bonita melodía que sólo podían oír los niños, porque era mágica. Todos se levantaron de la cama y se fueron detrás del flautista hasta la montaña más alta sin que las personas mayores se despertasen. Todos menos Fernán, que iba tan despacio que dejó de oír la música. Por eso, salió del hechizo y comprendió lo que estaba pasando. –¡El flautista se lleva secuestrados a mis amigos! Vio cómo todos entraban en una cueva que se cerraba con una gran piedra para que los niños no pudieran salir. –¡Así aprenderán esos miserables que conmigo no se juega! –dijo el flautista. Fernán se fue al pueblo y contó lo que había pasado. Todas las familias, arrepentidas de lo que habían hecho, se fueron corriendo a la montaña para liberar a los niños. Y así fue cómo, a partir de ese día, Hamelín volvió a ser un pueblo feliz. Desde entonces, Fernán fue el gran héroe del pueblo. Popular


Cuentos populares u r s o s

En la selva, hace muchos, muchos años vivían muy felices todos los animales. Un día, la pantera Bagheera oyó unos gemidos. –Parece que salen del cesto que hay en esa barca –dijo mientras se acercaba–. ¡Oh! Es un bebé. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? Tal vez Rama, la loba, quiera quedarse con él para cuidarlo. –La loba se acercó para olerlo y decidió admitirlo en su camada. –¡Es fantástico! –decía uno los lobos–. Ningún lobezno ha vivido con un hombre. Además, él también está muy contento. –Le pusieron por nombre Mowgli, que significa danzarín, porque se pasaba el día moviéndose. Pasaron los años y Rama reunió a todos los animales: –Alguien ha visto a Shere Kan, el tigre –dijo la loba–. Hay que cuidar a Mowgli, porque, si lo descubre, lo devorará en seguida con sus fauces. Hay que esconderlo. –No –dijo otro lobo–. No hace falta. Estaría a salvo bajo la protección del oso Baloo. Contra él nada puede hacer el cruel Shere Kan. Y así lo hicieron. Baloo se alegró mucho de tener que cuidar al simpático Mowgli y se divertían mucho juntos. Un día, mientras Baloo se echaba la siesta, Mowgli decidió ir a dar un paseo él solo, por primera vez. Uno de los monos, al ver al pequeño, quiso llevárselo para enseñarlo a sus compañeros y divertirse durante un buen rato. –¡Ahí va el nene! ¡A ver quién lo coge! ¡Vamos, pequeñajo… a volar! Una… dos… y tres. –Y todos los monos saltaban para agarrarlo. El pobre Mowgli empezaba a marearse, pero los monos no le hacían caso y jugaban tirándolo cada vez más deprisa. Mowgli suplicaba una y otra vez que le soltaran, hasta que llegó el rey loco de los monos. –¡Vaya! Pareces gracioso –le dijo el rey, que era muy egoísta–. Necesito divertirme y hasta ahora no he encontrado a nadie que sea capaz de conseguirlo. Serás mi payaso. Te aconsejo que lo hagas bien, porque si no logras hacerme reír te entregaré a los caimanes. ¡Serás su comida! Cuando Baloo se despertó se puso muy triste, porque no encontraba a Mowgli. –¿Dónde se habrá metido? Seguro que se lo han llevado los monos. Y se fue hasta el palacio del rey de los monos y lo rescató. De nuevo pasearon tranquilos sin saber que el tigre Shere Kan los estaba siguiendo. –¡Hola chico! –dijo el tigre saliendo de allí–. ¿Adónde vas tan solo? Yo me llamo Shere Kan. Encantado de conocerte. –He oído hablar mucho de ti, gatito presumido –dijo el niño–, pero no me asusto. –¿Cómo dices? ¿Me has llamado gatito? ¿Tú, renacuajo, me has llamado gatito? ¡Ahora verás lo que es bueno! –contestó Shere Kan. –¡Quizá no puedas hacer nada! –dijo Baloo agarrándole la cola fuertemente. Empezaron a luchar, pero, de repente, estalló una tormenta en la selva. Los truenos retumbaban, y cayeron varios árboles a causa de los rayos. Uno de los rayos produjo un incendio que pronto comenzó a extenderse, y Mowgli cogió un palo y quemó la cola de Shere Kan, que salió corriendo. Baloo estaba malherido y se dio cuenta de que se estaba haciendo viejo y no podía proteger a Mowgli con la misma fuerza. –Deberías irte con los humanos –le dijo un día–. La selva tiene muchos peligros y yo no podré librarte de todos.

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Cuento. El libro de la selva


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–Pero los hombres son malos –dijo Mowgli–, y yo me siento muy bien con vosotros. –No todos son malos –le contestó Baloo–. Ven conmigo y yo te llevaré con ellos. Verás como también allí podrás ser feliz. Nosotros te echaremos mucho de menos, pero estaremos contentos al pensar que tu vivirás bien y no correrás peligro alguno. –Mira –le dijo señalándole un grupo de casas–. Ahí encontrarás a los de tu misma especie. Cuando Baloo se alejó, con lágrimas en los ojos el niño se acercó a las casas. –Hola, ¿quién eres? –le preguntó una hermosa niña–. ¿Vienes de muy lejos? –No sé, vengo de la selva. Ella le llevó hasta su casa y el niño la siguió entusiasmado. Sentía en el fondo de su corazón que empezaba una nueva felicidad. Adaptación del libro de R. KIPLING


Cuentos populares

–¡Qué telas más maravillosas! –dijo el Emperador–. ¡Ordenaré que todos los habitantes del reino se hagan vestidos de este tejido mágico. Así podré descubrir a los que no trabajen bien o a los que sean antipáticos! Y… ¡También yo me encargaré un vestido de esa tela! Y pagó un montón de dinero a los granujas para que se pusiesen a trabajar inmediatamente. Éstos fingieron tejer a toda prisa, pero no era cierto. Imitaban los movimientos de los sastres, para hacer creer en palacio que estaban trabajando. “¡Me gustaría saber si estos tejedores avanzan en su tarea!”, pensó el Emperador. Pero no se atrevía a visitar a los tejedores, porque todos los que fuesen antipáticos o no supiesen hacer su trabajo no verían el traje, y por si acaso él no lo veía no quería ir. Entonces, envió al Primer Ministro y, cuando éste entró en la habitación para ver cómo iba el traje del Emperador, pensó: “¡No veo nada!”, pero, claro, no podía decirlo por si pensaban que era antipático o no trabajaba bien. –Bien, Señor, ¿qué decís de esta tela? –preguntaron los granujas. –¡Oh, es preciosa! ¡Encantadora! ¡Qué dibujo más elegante! ¡Qué vivos colores! –Nos gusta oírle hablar así –contestaron los bribones–. A su Majestad le va a gustar. Cuando llegó a Palacio le contó al Emperador lo bonito que era el traje. El rey envió a otra persona del reino para que le diera otra opinión, pero pasó lo mismo: –¿Verdad que es una hermosa tela? –preguntaron los granujas. Pero él pensó: “¿Es posible? ¡Yo no veo nada! Si lo digo pensarán que no trabajo bien o que soy antipático”. Por eso contestó: –¡Es preciosa!

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Un día, se presentaron en palacio dos granujas que se hicieron pasar por tejedores. Dijeron que sabían tejer la tela más fina que existía. En verdad, no habían cosido nunca, pero engañaron al emperador contándole que toda la ropa que hicieran con esa tela sólo podrían verla las buenas personas. Para todos los que no hicieran su trabajo y para los que fuesen antipáticos la ropa sería invisible.

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Hace muchos años vivía un Emperador que no pensaba más que en estrenar trajes. No se preocupaba de nadie y sólo iba al teatro o a pasear en su carroza por el parque para estrenar su ropa nueva. Tenía un traje para cada hora del día, todos diferentes, y se decía de él que siempre estaba en el cuarto ropero. En su ciudad vivía mucha gente y cada día le visitaban sastres para hacerle trajes.

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Cuento. El traje nuevo del Emperador


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Días más tarde, los bribones llevaron el traje invisible al Emperador. Cuando éste lo vio, pensó: “¿Es posible? ¡Yo no veo nada, absolutamente nada! ¿Seré antipático? ¿No seré buen Emperador?”. Pero no podía decir eso y comentó: –¡Oh, es bellísimo! Todos sus acompañantes aconsejaron al Emperador que lo estrenara. Nadie veía nada, pero todos decían: –¡Es prodigioso! ¡Qué bonito! Los dos granujas le ayudaron a ponerse el traje y salió desfilando desnudo ante todos los habitantes del reino. Todos le veían sin ropa, pero comentaban: –¡Qué hermoso el traje del Emperador! ¡Qué bien le está! Solamente una niña que le vio desfilar fue capaz de decir la verdad: –¡Pero si no lleva nada puesto! Y los demás empezaron a correr la voz: –¡Una niña inocente dice que no lleva nada! –¡Va desnudo! ¡Ja, ja! Parece que no se da cuenta. Y el Emperador, que estaba muy disgustado porque pensaba que tenían razón, pensó que tenía que aguantar hasta que acabase todo el desfile. Y siguió adelante más estirado que nunca, mientras los granujas se escapaban hacia las montañas con un saco de oro cada uno. Adaptación del cuento de ANDERSEN


Cuentos populares

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Los dos hermanos se asustaron mucho y vieron salir del interior de la casa a una mujer muy vieja apoyada en una muleta. –¡No os asustéis, pequeños! –dijo la vieja–. ¡No voy a haceros ningún daño! ¡Si entráis a mi casa os daré dulces y pasteles aún más ricos! Cuando entraron les sirvió una buena comida: un tazón de chocolate riquísimo, pasteles, bollos y tartas. Luego les preparó dos bonitas camas para que descansasen y, cuando los vio dormidos, la vieja los miró y dijo: –¡Hum, hum! ¡Qué bocado tan exquisito! ¡Ahora son míos y no los dejaré escapar! Y es que la vieja era una bruja malvada que cogía a los niños, los guisaba y se los comía. A la mañana siguiente, antes de que los niños despertasen, la bruja agarró a Hansel y lo encerró en una jaula. Luego despertó a Gretel con malos modos, gritándole: –¡Arriba, holgazana, que hay mucho que hacer! Tienes que ir por agua, y después prepararás una buena comida para tu hermano, que está un poco flaco y tiene que engordar. Cuando esté bien rellenito me lo comeré. A ti te reservaré para más adelante. De momento, necesito que limpies y cocines. Gretel se echó a llorar. A partir de ese día, Hansel recibía en su jaula ricas comidas, pero él no se las comía. Todas las mañanas la bruja iba a la jaula y le decía: –Hansel, saca un dedo para ver cómo has engordado. –Sin embargo, Hansel sacaba un hueso de pollo para engañar a la bruja. Un día la bruja se cansó. –¡No has engordado nada! –dijo muy enfadada–. ¡Estás tan flaco como siempre! Así que… ¡Gretel!, ¡muévete y trae agua! ¡Gordo o flaco ahora mismo me lo comeré! Gretel lloró mucho pero no le quedó otro remedio que obedecer. –¡Bueno, ya está todo listo! –exclamó la bruja. Luego, abrió la puerta del horno y dijo a Gretel: –¡Mete ahí dentro la cabeza y mira si está encendido para que pueda cocer el pan! Pero la intención de la bruja era cerrar el horno cuando la niña estuviese dentro para asarla y comérsela después. Sin embargo, Gretel era muy lista y se dio cuenta de lo que quería la malvada. –¿Cómo quiere que me meta aquí dentro con esa cosa tan extraña que hay en el horno? –le preguntó intentando engañarla.

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En una humilde cabaña, vivía un leñador con su mujer y sus dos hijos. El niño se llamaba Hansel y la niña Gretel. Un día, los dos hermanos fueron a buscar moras para cocinar una tarta, pero tanto se adentraton en el bosque que se perdieron. Caminaron durante mucho tiempo hasta que vieron una casita. –¡Mira, Gretel, una casita! –Sí, es la casa más bonita que he visto en mi vida. ¡Oh!, si parece que se puede comer... Corrieron hacia ella y, cuando estuvieron delante, Hansel la tocó. Las paredes eran de chocolate, el tejado y la chimenea de mazapán y las ventanas de azúcar. –¡Gretel! ¡Se puede comer, tenías razón! De pronto, se oyó una voz : –¿Quién es el atrevido que se come mi tejado? ¿Quién es la mosquita muerta que está comiendo mi puerta?

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Cuento. La casita de chocolate


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Cuando fue la bruja a ver qué pasaba, Gretel le dio un empujón y la metió en el horno. Después sacó a su hermano de la jaula y se abrazaron, llorando de alegría: –¡Estamos salvados, Hansel! Ven, vamos a ver qué hay en el sótano de la casa. –Y bajaron por las escaleras. –¿Qué es esto, Gretel? –Son tesoros con monedas de oro y joyas. Se lo diremos a papá y mamá. Después se fueron al bosque y vieron su casita a lo lejos. Sus padres los estaban buscando y los abrazaron y besaron por verlos de nuevo. Desde entonces, vivieron muy contentos y felices. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM


Cuentos populares

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Popular

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Había una vez una gallina roja llamada Marcelina, que vivía en una granja rodeada de muchos animales. Era una granja muy grande, en medio del campo. En el establo vivían las vacas y los caballos; los cerdos tenían su propia cochiquera. Había hasta un estanque con patos y un corral con muchas gallinas. Había en la granja también una familia de granjeros que cuidaba de todos los animales. Un día la gallinita roja, escarbando en la tierra de la granja, encontró un grano de trigo. Pensó que si lo sembraba crecería y después podría hacer pan para ella y todos sus amigos. –¿Quién me ayudará a sembrar el trigo? –les preguntó. –Yo no –dijo el pato. –Yo no –dijo el gato. –Yo no –dijo el perro. –Muy bien, pues lo sembraré yo –dijo la gallinita. Y así, Marcelina sembró sola su grano de trigo con mucho cuidado. Abrió un agujerito en la tierra y lo tapó. Pasó algún tiempo y al cabo el trigo creció y maduró, convirtiéndose en una bonita planta. –¿Quién me ayudará a segar el trigo? –preguntó la gallinita roja. –Yo no –dijo el pato. –Yo no –dijo el gato. –Yo no –dijo el perro. –Muy bien, si no me queréis ayudar, lo segaré yo –exclamó Marcelina. Y la gallina, con mucho esfuerzo, segó ella sola el trigo. Tuvo que cortar con su piquito uno a uno todos los tallos. Cuando acabó, habló muy cansada a sus compañeros: –¿Quién me ayudará a trillar el trigo? –Yo no –dijo el pato. –Yo no –dijo el gato. –Yo no –dijo el perro. –Muy bien, lo trillaré yo. Estaba muy enfadada con los otros animales, así que se puso ella sola a trillarlo. Lo trituró con paciencia hasta que consiguió separar el grano de la paja. Cuando acabó, volvió a preguntar: –¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino para convertirlo en harina? –Yo no –dijo el pato. –Yo no –dijo el gato. –Yo no –dijo el perro. –Muy bien, lo llevaré y lo amasaré yo –contestó Marcelina. Y con la harina hizo una hermosa y jugosa barra de pan. Cuando la tuvo terminada, muy tranquilamente preguntó: –Y ahora, ¿quién comerá la barra de pan? –volvió a preguntar la gallinita roja. –¡Yo, yo! –dijo el pato. –¡Yo, yo! –dijo el gato. –¡Yo, yo! –dijo el perro. –¡Pues no os la comeréis ninguno de vosotros! –contestó Marcelina–. Me la comeré yo, con todos mis hijos. Y así lo hizo. Llamó a sus pollitos y la compartió con ellos.

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Cuento. La gallina roja


Cuentos populares

–¡Qué pena no poder ver esas cosas fantásticas! –pensaba. –Cuando cumplas 15 años –decía su abuela–, podrás subir hasta la superficie del mar y allí podrás ver alguna de esas cosas. Fue pasando el tiempo, y así, cuando cumplió 15 años, la abuela le puso en su cabeza una corona de rubíes con la que se fue nadando hasta la superficie. Lo primero que vio al asomarse fue un barco anclado en el mar que se estaba hundiendo a causa de una fuerte tormenta. Se quedó muy asombrada cuando, tras una fuerte sacudida de una ola gigante, vio cómo, de repente, un guapo príncipe caía al agua. Tras evitar que se ahogara, lo llevó hasta la playa y se escondió detrás de una roca para esperar a que se despertara. Pero, antes de que lo hiciera, se oyó el ruido de unos pasos que se acercaban. Era una guapa mujer que, cuando vio al príncipe, comenzó a gritar pidiendo ayuda. En ese momento, el príncipe despertó y sonrió a la hermosa joven convencido de que era ella la que le había salvado. Pero esta joven no era sino la bruja, que se había disfrazado para conquistar al príncipe. Mientras tanto, la sirenita, muy triste, regresó a su hogar. Desde aquel día no pensaba en nadie más que en el príncipe, y se imaginaba cómo volvía con él con forma de humana. –Dime, abuela, ¿podría un hombre enamorarse de una sirena? –No lo creo –dijo la abuela–. Porque lo que para nosotras es la parte más bella del cuerpo, nuestra cola de pez, a los humanos les parece fea. A ellos les gustan las piernas. Entonces a la Sirenita se le ocurrió una idea: –Iré a ver a la bruja y le pediré ayuda. Se fue hasta la cueva de la bruja, que le comentó con estas palabras: –Sé lo que quieres de mí. Quieres que convierta tu cola en piernas. Ya sé que te has enamorado de un hombre, pero, te lo advierto, una vez que te conviertas en persona no podrás volver a ser sirena. Y si el príncipe se casara con otra, a la mañana siguiente tu corazón se rompería y te convertirías en espuma de mar. –Correré ese riesgo –dijo la Sirenita. –Pero, a cambio, quiero que me des tu dulce voz –le pidió la bruja, pensando ésta que así seguro que conquistaría al príncipe. –Que así sea. Me quedaré sin voz –dijo la Sirenita. Y desde ese momento se quedó muda. Tras el hechizo de la bruja, la Sirenita apareció en la playa, como aquel día.

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Se pasaba todo el día jugando con los peces o nadando entre las preciosas plantas del fondo marino, pero siempre pensaba en lo maravillosos que debían de ser la tierra, los humanos, los animales, los barcos, las ciudades, etc.

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En el fondo del mar se encontraba el palacio de las sirenas, donde nació y creció la hija del rey del mar. Por todos era conocida como la Sirenita.

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Cuento. La Sirenita


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Ahora ya tenía piernas. –¿Quién eres?; ¿de dónde vienes?; ¿cómo has llegado hasta aquí? –El príncipe que estaba junto a ella no paraba de hacerle preguntas, pero ella no podía contestar más que con su mirada y su bella sonrisa. Él la llevó a su palacio y se hicieron muy amigos, pero él se acordaba de la mujer que le encontró en la playa, porque pensaba que era su salvadora, sin sospechar que se trataba de la bruja. Pasó el tiempo y por fin se organizó la boda del príncipe con la bruja. Ésta todavía guardaba la voz de la Sirenita en una concha y la usaba para que no se le notase que no era ella. Pero, amigos, la bondad siempre gana, y el día de la boda se descubrió la verdad. Un pájaro, amigo de la Sirenita, le quitó la concha a la bruja. La dulce voz salió entonces al aire y volvió a ser de quien siempre había sido. El final ya os lo podéis imaginar. La boda se paró y el príncipe, asombrado y feliz, tomó a la Sirenita por mujer hasta el final de sus días. Adaptación del cuento de ANDERSEN


Cuentos populares u r s o s

En una granja vivían, hace algún tiempo, tres cerditos. Como allí la vida era igual cada día, los cerditos se aburrían y, por ello, decidieron irse al bosque en busca de aventuras. Después de una larga caminata encontraron un claro muy grande rodeado con encinas, cuyo fruto, las bellotas, era el alimento favorito de los cerditos, y decidieron quedarse a vivir allí. El mayor de ellos les dijo que tenían que construir una casa donde vivir: –¡Empezaremos cuanto antes a buscar grandes piedras para que la casa sea segura! Pero el cerdito mediano, que era bastante vago, dijo: –Yo no estoy dispuesto a hacer un trabajo tan pesado. Me construiré una casa para mí solo con ramas y madera del bosque. Eso también le pareció muy cansado al hermano pequeño, que era todavía más perezoso, y dijo: –Pues yo me construiré una casa de paja, que me llevará menos trabajo que las vuestras y al final será la más bonita de las tres. Los tres cerditos se pusieron manos a la obra. El pequeño terminó su casa de paja antes que ninguno y se dedicó a jugar y a divertirse. El mediano tardó un poco más, y cuando la tuvo terminada se dedicó a jugar con el pequeño. El mayor, sin embargo, tardó mucho tiempo en construir su casa de piedras, porque era un trabajo muy duro y laborioso. Durante algún tiempo, los cerditos vivieron felices. Pero, un día, un viejo lobo, atraído por el olor de la carne, apareció de noche en el lugar donde vivían. Cuando llegó al claro del bosque, el olor más fuerte le vino de la casa de paja, que era la que tenía las paredes más finas. Al llegar a la puerta de la casita, dijo: –Cerdito, déjame entrar. Traigo un regalo que te va a encantar. –De eso nada, astuto lobo. No soy muy listo, pero tampoco bobo –contestó el cerdito. Al lobo no le gustó esa respuesta, y dijo: –¡En tu casa déjame entrar o de un soplido la hago volar! El lobo cogió mucho aire en los pulmones y sopló con fuerza. Como la casa era de paja, voló por los aires. Pero el cerdito logró llegar a la casa de su hermano mediano. –¡Ábreme!, ¡ábreme! –gritaba–. ¡El lobo me quiere comer! El hermano mediano le abrió la puerta, pero enseguida el lobo les dijo: –Cerditos, déjadme entrar. Traigo un regalo que os va a encantar. –De eso nada, astuto lobo. No somos muy listos, pero tampoco bobos –contestaron. –¡En esta casa déjadme entrar o de un soplido la hago volar! El lobo llenó sus pulmones de aire y sopló con todas sus fuerzas hasta que tiró la casa. Mientras, los dos cerditos se escaparon y se fueron a la casa del hermano mayor. –¡Ábrenos!, ¡ábrenos! –gritaban–. ¡El lobo nos quiere comer!

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Cuento. Los tres cerditos


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El mayor les abrió la puerta, y el lobo les gritó: –Cerditos, dejadme entrar. Traigo un regalo que os va a encantar. –De eso nada, astuto lobo. No somos muy listos, pero tampoco bobos –contestaron. El lobo estaba cada vez más furioso y su voz era un enorme rugido cuando les amenazó, diciendo: –¡En esta casa déjadme entrar o de un soplido la hago volar! El lobo sopló y sopló, pero la casa era de piedra y no pudo hacer nada. Entonces cogió carrerilla y de un gran salto se subió al tejado de la casa. Los tres cerditos tenían mucho miedo, pero el mayor, que era muy listo, les dijo: –¡Deprisa!, ¡deprisa!, llenad ese caldero de agua mientras yo enciendo la chimenea. Pusieron el caldero encima de la lumbre, y ¡¡plaff!!, el lobo aterrizó dentro. Tuvo suerte de que el agua no estuviese muy caliente. Se fue corriendo de allí muy, muy lejos. Los cerditos, por su parte, aprendieron una buena lección, ya no fueron tan vagos y ayudaron en todas las tareas, viviendo los tres juntos y felices. Popular


Cuentos populares u r s o s

En una casa grande, en medio de la ciudad, vivían unos niños que se llamaban Wendy, Juan y Miguel. Los cuidaba, además de sus padres, una perra, llamada Nana, que era para los niños la mejor niñera del mundo. Una noche de nieve, sus padres tenían que asistir a una fiesta y los niños dejaron la ventana abierta. Esperaban que viniese a visitarlos Peter Pan, como muchas noches hacía. Y así fue. En cuanto los padres se marcharon, Peter Pan apareció en la habitación volando, acompañado del hada Campanilla, que allí donde se movía iba dejando un caminito de luz. Tras una larga charla con Wendy, Peter Pan le dijo: –Wendy, ven conmigo para contarnos a mí y a los niños perdidos de la isla los cuentos que sabes. –Vivo aquí con mi mamá. Además yo no puedo volar –contestó Wendy. –Yo te enseñaré. Vente conmigo y verás las estrellas, las sirenas… Por la noche nos cuidarás. Enseñaremos también a Juan y a Miguel. A Wendy le pareció fascinante, y así fue como todos juntos remontaron el vuelo hacia el País de Nunca Jamás, al que llegaron después de muchas lunas. Desde allá arriba, Miguel vio algo en el mar: –¿De quién es ese barco que está en la playa? –preguntó. –Es del capitán Garfio, el pirata más terrible de todos. En una pelea le comió la mano un cocodrilo y es al único al que tiene miedo. Ahora agarra con un garfio. Espero que no nos haya visto –dijo Peter Pan. Mientras tanto, desde el barco se oyó: –¡Por ahí va Peter Pan con unos niños! Ataquemos, ¡vamos!, ¡fuego! –¡Campanilla! –ordenó entonces Peter Pan–. Lleva a los niños a mi cueva, porque yo voy a quedarme aquí para luchar contra el capitán. Pero Campanilla, que tenía envidia de Wendy, quiso deshacerse de la niña y ordenó a los niños de la isla que disparasen contra ella. Wendy cayó a tierra con una flecha clavada en el pecho. Peter Pan luchó con el capitán Garfio y cuando se cansó volvió a la cueva donde Wendy estaba herida. Se enfadó muchísimo con Campanilla y salvó a Wendy. Allí se quedaron a vivir todos juntos. Wendy los cuidaba, les hacía ropa y les daba clase. Un día, cuando estaban volando por la isla vieron a Garfio, que había capturado a una niña india. La había lanzado al agua y le decía: –¡Dime ahora mismo dónde está la cueva de Peter Pan o morirás ahogada! –¡Rápido! ¡Es preciso rescatarla! –exclamó Peter Pan–. Espérame aquí, Wendy. Y saltó a la barca del cruel capitán Garfio. –¡Atrévete conmigo, pirata cobarde! ¡Vamos, coge tu espada! Peter Pan liberó a la niña y la llevó junto a Wendy, y el capitán se fue en busca de Campanilla para que le ayudara a encontrar la cueva de Peter Pan. –Campanilla –dijo Garfio–, si me dices dónde está la cueva yo acabaré con Wendy y tendrás a Peter Pan para ti sola. Pasaba el tiempo y Wendy echaba de menos a sus padres. Un día les dijo a sus hermanos: –¡Nos tenemos que marchar! Nuestros padres nos estarán esperando. Volvamos. –¡Quietos! No deis un paso más si queréis salir de aquí con vida.

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Cuento. Peter Pan


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Era el capitán Garfio quien estaba gritando. Ató a los tres niños y se dispuso a ir en busca de Peter Pan, que no sabía nada del peligro de los niños. Intentó envenenarle sin que él se diera cuenta, echando unas gotitas de veneno en su medicina. Menos mal que Campanilla llegó a avisarle justo a tiempo. –¡No lo bebas! El capitán Garfio ha puesto veneno para que te mueras y ha atrapado a los niños. Los tiene atados y los quiere matar. Peter Pan ideó entonces un plan. Imitaría el sonido del cocodrilo, el animal al que tanto miedo tenía Garfio. Campanilla y él fueron al barco rápidamente. –Tic, tac, tic, tac –Garfio oyó el terrible ruido y gritó a sus piratas: –¡Escondedme! Todos le escondieron y no vio llegar a Peter Pan, que venía a salvar a los niños. Los liberó y todos se cargaron de palos y armas de la bodega para luchar. Querían acabar con Garfio. De pronto, se encontraron Peter Pan y Garfio frente a frente. Peter Pan se lanzaba una y otra vez como una flecha y hería a su enemigo. –Adiós Jaime Garfio –dijo cuando vio al capitán lanzarse al mar. Éste no sabía que el cocodrilo le esperaba abajo. Y así acabaron los días de Wendy y sus hermanos en la isla de Nunca Jamás. Volvieron todos a casa, donde sus padres les estaban todavía esperando. Adaptación de la novela de J. M. BARRIE


Cuentos populares u r s o s

Érase una vez una niña que tenía el pelo tan rubio y tan rizado que todo el mundo la llamaba Ricitos de Oro. Casi siempre estaba sola, porque era muy antipática y desobediente. Un verano Ricitos se fue con su familia al pueblo de los abuelos, un sitio precioso rodeado de árboles. Un día, se fueron de excursión y Ricitos le pidió permiso a su madre para ir a recoger moras. –De acuerdo –dijo su mamá–. Pero no te alejes y vuelve aquí enseguida. Ricitos dijo que sí, pero no hizo caso y se fue alejando cada vez más, hasta que se perdió. Andando y andando, llegó hasta una casita. Se asomó a la ventana y vio, encima de la mesa, tres tazones llenos de sopa: uno grande, otro mediano y otro pequeño. –¡Qué buena! ¡Con el hambre que tengo! –pensó. Y entró en la casa, aunque sabía que no debía entrar si no la había invitado nadie. Desde luego, olía muy bien. Ricitos cogió una cuchara y probó la sopa del tazón grande. –¡Ay, qué caliente está! –gritó, al quemarse la lengua–. Probaré la del tazón mediano. –¡Bah, esta está demasiado fría! –dijo. Y cogió el tazón pequeño. –¡Hum! –exclamó–. ¡Ésta sí que está rica. Ni fría ni caliente! –Y se acabó toda, toda, la sopa. Después de comer, se sintió cansada y entró en el salón. Allí vio tres sillas: había una muy grande, otra mediana y otra pequeña. Le costó un poco sentarse en la grande. –¡Qué silla tan alta! ¡Me cuelgan los pies! –Dicho esto probó la segunda. –¡Esta silla es durísima! –protestó. Y por último, se sentó en la pequeña. –¡Qué bien, esta silla sí que es cómoda y blandita! –dijo con gusto. Pero se levantó y siguió recorriendo la casa. Pasó a un dormitorio en donde había tres camas. Una era muy grande, otra mediana y otra pequeña. Primero, se tumbó en la grande. –¡Uy!, esta cama es demasiado alta. ¡Como me caiga…! –pensó. Entonces fue a acostarse en la cama mediana. –¡Vaya!, ésta es demasiado blanda y me hundo! –se quejó. Por último, se acostó en la camita pequeña. –¡Estupendo! –exclamó– Esta cama es perfecta. ¡Qué cómoda!–. Y al momento, se quedó dormida. Mientras Ricitos de Oro dormía, volvieron los habitantes de la casa de su paseo por el bosque. Se trataba de una familia de osos: Papá Osazo, Mamá Osa y su hijito, que se llamaba Ositín. Volvían con bastante hambre, porque no habían parado de andar. Al ver la mesa, Papá Osazo dijo con asombro: –Alguien ha probado mi sopa. El tazón no está lleno. –El mío tampoco. ¿Quién ha probado la mía? –preguntó Mamá Osa. –Sí, pues… ¡alguien ha probado mi sopa y se la ha tomado toda! –exclamó enfadado Ositín. Esto fue sólo el principio. Después entraron en el salón y Papá Osazo vio que el cojín de su silla estaba en el suelo. –¡Pero bueno! ¿Quién se ha atrevido a sentarse en mi silla? –gritó. Mamá Osa también se dio cuenta de que su cojín estaba hundido y dijo en voz alta:

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Cuento. Ricitos de Oro


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–¡En mi silla también se han sentado! ¿Y en la tuya, Ositín? –Ositín miró y la encontró descolocada. –¡Mira, mamá. La han cambiado de sitio! Los osos no entendían nada. Pero ¿cómo era posible, si nunca entraba nadie en su casa? Así que fueron a ver el dormitorio. –¡Alguien se ha tumbado en mi cama! –exclamó Papá Osazo. –¡Y también en la mía! –dijo Mamá Osa. Ositín exclamó: –¡Alguien se ha acostado en mi cama… y todavía está en ella! Pero la voz de Papá Osazo despertó a Ricitos, que se asustó mucho y se fue corriendo. Sus padres la estaban buscando y se alegró mucho al encontrarse con ellos. Al día siguiente, se enteraron de que la familia Oso era muy conocida y pacífica. Habían trabajado en un circo y se habían retirado a vivir al bosque. Cuando la mamá de Ricitos lo supo, le dio dos tarros de miel para que se los regalara, y, a partir de entonces, la niña se hizo muy amiga de los osos. Adaptación del cuento de J. PATIENCE.


Cuento: El gato con botas

Al pequeño le tocó el gato y se lamentaba diciendo: –¡Vaya suerte la mía! ¿Qué puedo hacer con un gato?

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En un viejo molino vivía un molinero muy pobre que tenía tres hijos. Cuando murió sólo pudo dejarles el molino, un burro y un gato.

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Cuentos populares

–No te apures, yo te serviré. Si me das un saco y unas botas, te demostraré que has recibido la mejor parte de la herencia –dijo el gato. El muchacho le entregó lo que había pedido y el gato se puso rápidamente las botas y se fue. Al poco rato, el gato metió en el saco algunas hierbas y se escondió. Un conejo se acercó al saco y, al oler su comida favorita, se metió él solito en la trampa. Con rapidez, el gato salió de su escondite, cerró el saco con el conejo dentro y se lo volvió a echar al hombro. Todo orgulloso, se dirigió al palacio del rey. –Traigo un regalo para el rey –anunció el gato. Cuando tuvo al rey delante de él, hizo una reverencia y exclamó: –Os traigo este conejo de parte de mi amo, el marqués de Carabás. –Dile a tu amo que le agradezco el regalo –contestó el rey. Durante los tres meses siguientes, el gato le siguió llevando conejos al rey. Un día, el rey dijo que quería ir a comer a la orilla del río con su hija. El gato, cuando se enteró, fue a hablar con su amo: –¡Date prisa, mi amo! ¡Ve a bañarte al río! –¿Te has vuelto loco? –preguntó el joven. –¡Venga, al agua!


–¿Qué tramará este maldito gato? –pensó el hijo del molinero.

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Cuando el hijo del molinero se puso la ropa tan bonita que le habían traído, parecía un marqués de verdad, y la hija del rey se enamoró de él al instante.

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–¡Que traigan un traje para el señor marqués! –ordenó el rey.

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–¡Socorro, socorro! –exclamaba el gato–. Mi amo el marqués de Carabás se está ahogando y unos bandoleros le han robado la ropa.

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De pronto, se oyó el carruaje del rey y...

–Sube con nosotros a la carroza –le dijo el monarca.

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Mientras tanto, el gato echó a correr y al ver a unos campesinos les dijo:

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Y así fue como, al pasar la carroza del rey, los segadores exclamaban: –¡Estas tierras son del marqués de Carabás! El gato, viendo que se dirigían hacia el castillo que había al otro lado del molino, se adelantó para hablar con el ogro que vivía allí. –¿Qué quieres? –gruñó el ogro con muy mal humor. –Siento molestaros, gran señor –dijo el gato muy amablemente–. Me he enterado de que tus poderes son inmensos... Dicen que te puedes transformar en todo tipo de animales, incluso en león. –Así es, te lo voy a demostrar. Un instante después, en el centro del salón el ogro se había convertido en un terrible león que rugía con toda su potencia. –¡Oh! –exclamó el gato–. ¿También eres capaz de transformarte en un animal muy pequeño? En ratón, por ejemplo... –Por supuesto, es un juego de niños. ¡Mira! Y, al momento, el ogro se transformó en un pequeño ratón que se puso a corretear por el suelo. El gato, nada más verlo, se lanzó sobre él y se lo zampó de un bocado. Y justo en ese momento se oyó el ruido de la carroza real que atravesaba el puente del castillo. –Señor, ¡bienvenido al castillo del marqués de Carabás! –le dijo el gato al rey. Éste, al comprobar el amor de los jóvenes, dijo: –Señor marqués, nada me haría más feliz que aceptaseis la mano de mi hija y fueseis mi yerno. –¡Sería un placer, Majestad! –dijo el muchacho. Y así fue como el hijo del molinero se convirtió en un miembro de la realeza. En cuanto al gato, no volvió a trabajar ni a perseguir ratones en toda su vida y se dedicó a coleccionar sus objetos favoritos, que no eran otros que las botas. Adaptación del cuento de PERRAULT

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–Amigos, os propongo una cosa. Si cuando pase el rey le decís que estas tierras son del marqués de Carabás, echaré de vuestras casas a todos los ratones.


Cuento: El patito feo

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Cuentos populares

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–¡Qué bien! ¡Cuánto me alegro! –contestaba la gallina.

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–¿Se ha enterado usted? ¡La señora pata va a tener patitos! –decía la vaca.

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Una mañana, en la granja, todos los animales hablaban de lo mismo:

Transcurridos algunos días, los huevos comenzaron a romperse; se oía en su interior un ruidito como ¡chip! ¡chip! Eran los patitos, que estiraban el pescuezo por fuera del cascarón. ¡Qué orgullosa estaba la señora pata! –Bueno, ¿estáis todos aquí? ¡Ay, no! Veo que el huevo más grande no se abrió. De repente, el último huevo se abrió y salió un patito que era distinto de los demás. ¡Qué grande y despeluchado les pareció a todos! –¿Será realmente un pato? –pensaban. Al día siguiente, después de un baño, volvieron al corral. Mamá pata iba delante muy satisfecha, presumiendo de lo preciosos que eran sus hijitos. Pero entonces, algunos animales de la granja empezaron a decirse unos a otros: –¿Os habéis fijado en el último polluelo? ¡Es distinto! ¡Pobre señora pata, qué desgracia tener un hijo así! Desde entonces, todos los animales de la granja no hacían más que dar picotazos y meterse con el patito. –¡Me voy de aquí para siempre! –dijo llorando. Y tras mucho caminar, llegó a un pantano donde conoció a unos patos silvestres.


–¿Puedo quedarme con vosotros? –les preguntó. r

–Haz lo que quieras –dijeron los patos.

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Pero de repente desaparecieron, por la presencia de un perro.

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–¡No me comas! ¡No me comas! –lloró el patito creyendo que era su fin.

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El perro lo miró con desprecio y, dando media vuelta, se marchó. r

–¡Gracias a Dios –murmuró el pato–. Soy tan feo que ni siquiera el perro quiere morderme. s o

Y así, el patito, caminando, llegó a una cabaña.

–Patito –le preguntaban–, ¿puedes poner huevos?, ¿puedes ronronear? –No –contestó el pato–, pero no podéis imaginar lo delicioso que es flotar en el agua y sumergirse hasta llegar al fondo de un lago y mojarse la cabeza. –¡Pues sí que debe de ser divertido! –dijo la gallina con voz burlona. –¡No me entiendes! –se quejó el patito–. Creo que me iré. Y el pato se fue hasta un lugar donde encontró un lago donde podía flotar en el agua y sumergirse hasta el fondo. Llegó el invierno y después la primavera. Un día salió a nadar al lago y..., ¡menuda sorpresa!..., se había convertido en un cisne bonito y elegante. –¡Mirad, hay un nuevo cisne! –gritaba un niño por allí. –¡Éste es distinto! ¡Y qué bonito es! –replicaba otro. El patito, que era muy tímido, enrojeció y vio cómo se acercaban otros cisnes que querían ser sus amigos. Entonces comprendió que las diferencias no importan para encontrar buenos amigos. Adaptación del cuento de ANDERSEN

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–¿De dónde habrá salido este pato? –decían a todas horas un gato y una gallina.


Cuento: El soldadito de plomo

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Cuentos populares Había una vez veinticinco soldados de plomo con un bonito uniforme azul y rojo y un fusil al hombro. Vivían metidos en una caja de madera y se aburrían un poco. Un día, oyeron una voz de niño que decía: –¡Hala! ¡Soldados de plomo! Era la voz de Carlos, quien había recibido los soldados como regalo de Navidad. Enseguida los sacó de la caja. Todos eran exactamente iguales menos uno, que, aunque sólo tenía una pierna, se mantenía firme como todos los demás. A su lado también había más regalos, pero muy pronto el soldado de plomo se fijó en una bailarina que levantaba con gracia un pie para dar a entender que estaba bailando. «También le falta una pierna, como a mí. Es la mujer que me conviene –pensó el soldadito de plomo–. La quiero conocer, ¡es tan guapa!» El soldadito estaba detrás de una caja-sorpresa desde donde podía contemplar a la bailarina. Al llegar la noche, Carlos guardó todos los soldaditos excepto a él, porque no lo vio. Y, aprovechando que toda la familia dormía, los juguetes empezaron a divertirse. De la caja-sorpresa salió un muñeco verde que, al ver al soldado mirar a la bailarina, le dijo: –Soldadito de plomo, ¿por qué en vez de mirar a la bailarina no miras el tipo que tienes? Pero el soldadito no hizo caso y siguió mirando a la bailarina. –Bueno, bueno, ya verás mañana –dijo el malvado muñeco. Al día siguiente Carlos puso al soldadito en la ventana. No se sabe bien si por el viento o porque el muñeco de la caja-sorpresa cerró la ventana, el soldadito cayó a la calle.


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Y dicho esto, hicieron un barquito de papel en el que metieron al soldado, luego empujaron el barco y el soldadito se alejó por las aguas de un arroyo que se había formado por la lluvia.

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–Le haremos navegar –dijo su amigo–. Le meteremos en una barca.

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–Mira, un soldado de plomo –dijo un niño que pasaba por la calle.

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–¡Oh, mirad quién está ahí! ¡Es mi soldadito de plomo! Era la voz de Carlos. El soldadito no se lo podía creer. ¿Cómo habría llegado hasta allí? La cocinera de Carlos había comprado el pez a un pescador que había estado pescando en el arroyo. Enseguida el soldado se dio cuenta de que estaban sus amigos y su querida bailarina. Su fortuna no duró muchos días. Una ráfaga de viento hizo caer de nuevo al valiente soldado. Esta vez cayó en la chimenea, y sin saber cómo, mientras se derretía, vio a su lado a su buena amiga, que debió de caer con él. Nada más se supo del soldado y de la bailarina. Al limpiar la chimenea a la mañana siguiente, se encontró un corazón de plomo y una rosa de lentejuelas. Era la señal de amor y de amistad que había quedado entre el soldado y la bailarina. Adaptación del cuento de ANDERSEN

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Durante un largo tiempo, se quedó a oscuras y en silencio. No sabía dónde estaba, aunque tenía la esperanza de que alguien pescase el pez y lo rescataran. Estaba dormido cuando de pronto oyó una voz que le sonaba familiar:

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El barco cada vez tenía más agua y se hundía más, porque era de papel. Al final se cubrió de agua la cabeza del soldadito. Pensó que sería su final y sólo se acordaba de la bella bailarina que tan poco tiempo pudo ver. Creía haberla perdido para siempre. Poco a poco, se fue hundiendo hasta el fondo del mar. Allí se lo tragó un gran pez que pasaba en ese momento.

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«¡Dios mío! ¿Adónde iré a parar? –pensaba el soldadito–. La culpa de todo la tiene el muñeco verde de la caja-sorpresa. Estoy seguro de que si estuviera a mi lado la hermosa bailarina no me importaría nada estar aquí.»


Cuento: Juan y las judías mágicas Érase una vez una viuda que vivía en una casita en el campo con su hijo Juan. Eran muy pobres y su trabajo consistía en vender leche y mantequilla que les daba una vaca llamada Linda. Pero hubo un día que… –Linda, ¿qué te pasa? ¿No tienes más leche? –dijo Juan. –Tendremos que venderla para sacar un poco de dinero, porque si no tenemos leche no podremos hacer queso y mantequilla –dijo la madre.

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Cuentos populares

–No te preocupes, mamá, yo venderé la vaca a un buen precio –dijo el hijo. Al día siguiente, Juan se llevó a Linda para venderla en el pueblo, y se cruzó en el camino con un extraño viejecito que le habló así: –Buenos días, joven. ¿Me equivoco, o vas a vender esa hermosa vaca? –No se equivoca, buen hombre –contestó Juan educadamente. –Yo quiero comprarla y, además, te daré cinco judías mágicas. Si las plantas por la noche, al día siguiente habrán crecido tanto que llegarán hasta el cielo. A Juan le encantó la idea, de modo que cambió la vaca por las judías y se fue a su casa. –Mira, mamá, he traído unas judías mágicas que he cambiado por la vaca. –Pero ¿qué has hecho? ¡Cómo van a ser mágicas! Ya estás con tus fantasías. Y, enfadada, la madre de Juan tiró las judías por al ventana. Cuando despertó al día siguiente vio algo maravilloso: las judías eran mágicas de verdad y una de ellas había crecido hasta el cielo. Juan subió y subió por la judía hasta que vio un camino que le llevó a una casa en la que había una señora. –Amable señora, ¿podría darme algo de comer?


–¡Tienes que marcharte, porque aquí vive un ogro que se come a los niños como tú! r

–Bueno, pues me arriesgaré –dijo Juan–. Me gustaría verlo. Y la mujer le preparó una tostada con mermelada y mantequilla, un vaso de leche y un pastel.

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De pronto, el suelo retumbó: ¡PLAM, PLAM, PLAM!

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–¡Es mi marido, rápido, escóndete en el radiador!

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–¿Aún no está listo mi desayuno, mujer? –gritó el ogro–. Pero ¿qué es este olorcillo que me viene a la nariz? ¡Huelo a carne fresca de jovencito!

s –Aprovecharé que está dormido para escaparme –dijo Juan. Y cogió la bolsa con las monedas y se fue corriendo hacia la judía. Cuando comenzó a bajar, el ogro se despertó y lo siguió. –¡Mamá, mamá! ¡Trae el hacha, que viene el ogro! –gritó Juan. –¿Qué ogro? –preguntó la madre. –¡Corta la judía, corta la judía, que me pilla! –¡Me las pagarás! –decía el ogro. Y cuando empezó a cortar, el ogro se dio cuenta de que se iba a caer contra el suelo y le suplicó: –¡Por favor, no sigas cortando, me vuelvo a mi casa! Y se fue sin que se volviera a saber de él. Desde entonces, Juan y su madre vivieron muy felices y, gracias a las monedas, no les volvió a faltar comida. Por cierto, aún quedan dos judías que no han florecido. ¿Lo harán alguna vez? ¿Y quién será el valiente que suba por ellas? ¿Quizá tú? Adaptación del cuento popular

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Y le puso en la mesa jamones, pollo asado y huevos. Entonces el ogro se comió la comida y se quedó dormido encima de la mesa dejando una bolsa con monedas de oro.

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–Te confundes, querido –dijo la mujer–. Lo que pasa es que estoy haciendo sopa con los huesos del niño que has comido ayer. Cómete esta comida tan rica.


Cuento: La bella durmiente del bosque

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Cuentos populares Hubo una vez unos reyes que se sentían muy desgraciados porque no tenían ningún hijo. El tiempo fue pasando y cuando casi habían perdido la esperanza tuvieron una preciosa hija. –El día del bautizo daremos una gran fiesta –dijo el rey–. Invitaremos a las hadas del reino para que sean las madrinas. Y así, vinieron tres hadas que quisieron hacerle tres maravillosos regalos concediéndole tres dones: –Serás la más bella –dijo una tocando a la niña con su varita mágica. –Y la más dulce –dijo otra. Pero, cuando sólo faltaba una por entregar su regalo, entró en el salón otra que no había sido invitada. Era una vieja horrible vestida de negro que, llena de rabia, fue directamente hacia la cuna y maldijo a la recién nacida diciendo: –¡Antes de que llegues a cumplir quince años, te pincharás el dedo con un huso y morirás! ¡Así pagaréis el desprecio que me habéis hecho al no invitarme! –dijo dirigiéndose a los padres. Y, sin decir una palabra más, se marchó. Todos se quedaron paralizados de miedo, y el hada que todavía no había entregado su regalo dijo: –¡No temáis, majestades! Aún queda mi regalo. Yo no puedo deshacer la maldición, pero sí puedo regalarle a la princesa el don del sueño profundo. De esta forma, cuando se pinche con el huso, en vez de morir dormirá, y en ese estado permanecerá hasta que un príncipe valeroso y de buen corazón la despierte con un beso. Los reyes, para evitar el peligro, mandaron quemar todas las ruecas y husos del reino.


–¡Así salvaremos a la princesa! –opinaban todos.

–¡Es la mujer más bella que he visto! –exclamó. El corazón del príncipe se llenó de amor contemplando el rostro de aquella joven. Se acercó a la cama fascinado y la besó. En ese momento, el bosque de espinos desapareció, los habitantes de palacio despertaron y fue como si el tiempo no hubiese pasado. Aquel mismo día, el príncipe y la Bella Durmiente se casaron y fueron felices toda su vida. Adaptación del cuento de PERRAULT

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Diciendo esto, marchó hacia el palacio. Consiguió entrar y encontró dormidos a una multitud de hombres y animales como si fuesen estatuas. Cruzó varios patios y subió escaleras. En uno de los aposentos encontró a la bella princesa.

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–Yo no conozco el miedo. ¡Quiero ver a la Bella Durmiente! –exclamó.

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Así pasaron muchos años. En el pueblo se hablaba de la leyenda de la Bella Durmiente. Un día apareció un príncipe extranjero y escuchó la leyenda.

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Rápidamente las hadas llevaron a la princesa a su habitación, y pronto todos los habitantes del reino quedaron inmersos en un profundo sueño. Luego comenzó a brotar alrededor del palacio un gran seto de espinos que cada día se hacía más grande, hasta que dejó de verse el palacio.

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–¡Ay, estoy sangrando! –exclamó. Y cayó al suelo profundamente dormida.

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La mujer se lo explicó y se ofreció a enseñarle a utilizar la rueca, pero, de pronto, la princesa se pinchó en un dedo con el huso.

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–¿Qué es eso, señora? –preguntó, pues nunca había visto una rueca en su vida.

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La niña creció, y cuando cumplió quince años, en la torre más alta descubrió a una mujer que hilaba con una rueca:


Cuento: La Cenicienta

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Cuentos populares Había una vez un rico comerciante que tenía una hija dulce y bondadosa. Después de quedarse viudo, se casó por segunda vez con una mujer orgullosa y engreída. Esta mujer tenía dos hijas tan engreídas como ella. Al poco tiempo de la boda, el comerciante murió y la madrastra cogió a la joven por el brazo y le dijo: –Desde ahora, tú te encargarás de la limpieza de la casa. La pobre muchacha se pasaba todo el día haciendo las tareas que le mandaban, y cuando quería descansar se tenía que esconder en un rincón de la chimenea. Solía tener su ropa manchada de ceniza y sus hermanas empezaron a llamarla Cenicienta. Un día, el príncipe organizó un baile e invitó a las jóvenes distinguidas, entre ellas a las hijas del comerciante. –Yo pienso ponerme el vestido de terciopelo rojo –dijo la hermana mayor. –Y yo el de flores de oro y el broche de diamantes –dijo la pequeña–. ¿Y tú, Cenicienta, qué te vas a poner? –Pues yo… yo… –dijo Cenicienta, pero se acordó de que no tenía ningún vestido nuevo. Entonces, la madrastra, mirándola con desprecio, dijo: –Tú no irás al baile. ¿Qué iba a hacer una fregona en Palacio? Llegó el gran día y un elegante carruaje las vino a buscar. Al verlas partir, Cenicienta se echó a llorar. Era muy desgraciada. Le habría gustado tanto ir… De pronto, una dulce voz le preguntó: –¿Qué te pasa? ¿Te gustaría ir al baile? Cenicienta vio un hada madrina que le hablaba y contestó:


–¡Me gustaría muchísimo ir! r

El hada convirtió una calabaza en carroza y a unos ratones en preciosos caballos. Después el hada tocó con su varita la sucia ropa de Cenicienta y la convirtió en un hermoso vestido. Y haciendo juego, un par de zapatitos de cristal maravillosos.

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Antes de partir, el hada le advirtió:

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–Pues irás. Pero tienes que hacerme caso en lo que te diga.

Un gran revuelo se formó en Palacio cuando llegó. El príncipe se enamoró de ella nada más verla y no quiso bailar con nadie más. El tiempo se le pasó volando a Cenicienta. Cuando dieron las doce, se separó rápidamente del príncipe y salió corriendo del baile. Aunque él fue detrás de Cenicienta, no consiguió alcanzarla. Lo único que encontró fue un zapatito de cristal que Cenicienta había perdido en su carrera hacia la carroza. Al día siguiente, el príncipe anunció que se casaría con la joven que pudiese calzarse el zapatito de cristal. Todas las jóvenes del reino se fueron probando el zapato de cristal. Cuando les llegó el turno a las hermanas no pudieron meter en él sus grandes pies. –¿Y si me lo probara yo? A lo mejor me está bien –dijo Cenicienta cuando llegaron los ayudantes del príncipe con el zapato. Las hermanas se burlaron de ella. El paje le acercó el zapato y, para asombro de todos los que allí estaban, le encajaba en su pie perfectamente. En ese momento, apareció el hada y, tocando con su varita las ropas de la joven, las volvió más hermosas aún que la otra vez. Inmediatamente, llevaron a Cenicienta ante el príncipe. Éste la encontró bellísima, incluso más bella que en el baile. Después se casaron y fueron felices para siempre. Adaptación del cuento de PERRAULT

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Y al momento, la carroza partió hacia el baile. Cenicienta iba feliz.

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–Te lo prometo, madrina –dijo Cenicienta.

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–Habrás de regresar antes de medianoche, porque a partir de esa hora la carroza, los caballos y el vestido volverán a ser lo que eran antes.


Cuento: La cigarra y la hormiga

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Cuentos populares Un caluroso verano, una cigarra cantaba sin parar debajo de un árbol. No tenía ganas de trabajar; sólo quería disfrutar del sol y cantar, cantar y cantar. Un día pasó por allí una hormiga que llevaba a cuestas un grano de trigo muy grande. La cigarra se burló de ella: –¿Adónde vas con tanto peso? ¡Con el buen día que hace, con tanto calor! Se está mucho mejor aquí, a la sombra, cantando y jugando. Estás haciendo el tonto, ji, ji, ji –se rió la cigarra–. No sabes divertirte... La hormiga no hizo caso y siguió su camino silenciosa y fatigada; pasó todo el verano trabajando y almacenando provisiones para el invierno. Cada vez que veía a la cigarra, ésta se reía y le cantaba alguna canción burlona: –¡Qué risa me dan las hormigas cuando van a trabajar! ¡Qué risa me dan las hormigas porque no pueden jugar! Así pasó el verano y llegó el frío. La hormiga se metió en su hormiguero calentita, con comida suficiente para pasar todo el invierno, y se dedicó a jugar y estar tranquila. Sin embargo, la cigarra se encontró sin casa y sin comida. No tenía nada para comer y estaba helada de frío. Entonces, se acordó de la hormiga y fue a llamar a su puerta. –Querida señora hormiga, como sé que en tu granero hay provisiones de sobra, vengo a pedirte que me prestes algo para que pueda vivir este invierno. Ya te lo devolveré cuando me sea posible. La hormiga escondió las llaves de su granero y respondió enfadada:


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–Ya lo sabes –respondió apenada la cigarra–, a todo el que pasaba, yo le cantaba alegremente sin parar un momento.

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–¿Crees que voy a prestarte lo que me costó ganar con un trabajo inmenso? ¿Qué has hecho, holgazana, durante el verano?

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–Pues ahora, yo como tú puedo cantar: ¡Qué risa me dan las hormigas cuando van a trabajar! ¡Qué risa me dan las hormigas porque no pueden jugar!

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Y dicho esto, le cerró la puerta a la cigarra. s

A partir de entonces, la cigarra aprendió a no reírse de nadie y a trabajar un poquito más. o Adaptación de la fábula de LA FONTAINE

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Cuento: La lechera Hace mucho tiempo, en una granja, rodeada de animales, vivía la joven Elisa. Una mañana de verano se despertó antes de lo acostumbrado. –¡Felicidades, Elisa! –le dijo su madre–. Espero que hoy las vacas den mucha leche porque luego irás a venderla al pueblo, y todo el dinero que te den por ella será para ti. Ése será mi regalo de cumpleaños.

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Cuentos populares

¡Aquello sí que era una sorpresa! ¡Con razón pensaba Elisa que algo bueno iba a pasarle! Ella, que nunca había tenido dinero, iba a ser la dueña de todo lo que le dieran por la leche. ¡Y por si fuera poco, parecía que las vacas se habían puesto también de acuerdo en felicitarla, porque aquel día daban más leche que nunca! Cuando tuvo un cántaro grande lleno hasta arriba de rica leche, la lechera se puso en camino. Había empezado a calcular lo que le darían por la leche cuando oyó un carro del que tiraba un borriquillo. En él iba Lucía hacia el pueblo para vender sus verduras. –¿Quieres venir conmigo en el carro? –le preguntó. –Muchas gracias, pero no subo porque con los baches la leche puede salirse, y hoy lo que gane será para mí. –¡Fiuuu…! ¡Vaya suerte! –exclamó Lucía–. Seguro que ya sabes en lo que te lo vas a gastar. Cuando se fue Lucía, Elisa se puso a pensar en las cosas que podría comprarse con aquel dinero. –¡Ya sé lo que voy a comprar: una cesta llena de huevos! Esperaré a que salgan los pollitos, los cuidaré y alimentaré muy bien, y cuando crezcan se convertirán en hermosos gallos y gallinas.


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–Entonces iré a venderlos al mercado, y con el dinero que gane compraré un cerdito. Le daré muy bien de comer y todo el mundo querrá comprarme el cerdo, así cuando lo venda, con el dinero que saque, me compraré una ternera que dé mucha leche. ¡Qué maravilla! Será como si todos los días fuera mi cumpleaños y tuviera dinero para gastar.

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Elisa se imaginaba ya las gallinas crecidas y hermosas y siguió pensando qué haría después.

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Estaba tan contenta con sus fantasías que tropezó, sin darse cuenta, con una rama que había en el suelo y el cántaro se rompió.

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–¡Adiós a mis pollitos y a mis gallinas, y a mi cerdito y a mi ternera! ¡Adiós a mis sueños de tener una granja! No sólo he perdido la leche sino que el cántaro se ha roto. ¿Qué le voy a decir a mi madre? ¡Todo esto me está bien empleado por ser tan fantasiosa! Y así es como acaba el cuento de la lechera. Sin embargo, cuando regresó a la granja le contó a su madre lo que había pasado. Su madre era una madre muy comprensiva y le habló así: –No te preocupes, hija. Cuando yo tenía tu edad era igual de fantasiosa que tú. Pero gracias a eso empecé a hacer negocios parecidos a los que tú te imaginabas, y, al final, logré tener esta granja. La imaginación es buena si se acompaña de un poco de cuidado con lo que haces. Elisa aprendió mucho ese día y a partir de entonces tuvo cuidado cuando su madre la mandaba al mercado. Adaptación del cuento de LA FONTAINE

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Ya se imaginaba Elisa vendiendo su leche en el mercado y comprándose vestidos, zapatos y otras cosas.


Cuento: La liebre y la tortuga

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Cuentos populares

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Érase una vez una liebre que no hacía más que burlarse de una tortuga por lo lenta que era. –¡Mirad, mirad todos, ahí va ese coche de carreras! –gritaba la liebre señalando a la tortuga–. ¡No corras tanto, Centella Veloz, que me mareo de verte pasar tan rápido! –Ya que presumes de ser tan rápida –contestó la tortuga–, ¿te atreverías a disputar conmigo una carrera? –Normalmente no haría caso de algo tan ridículo, pero ya que me has hecho pasar un rato divertido, mereces que hagamos una carrera. Trato hecho. La noticia corrió rápidamente por el bosque. –¡Es absurdo! –decía el erizo–. ¡Esa carrera es un disparate! –Todos sabemos que la tortuga es sensata; si ella ha propuesto la carrera es porque cree que puede ganar. –¿Ganar? –dijo la mofeta–. ¡Si la tortuga necesita un día entero para hacer el camino que la liebre recorre en una hora! –¡Bueno, bueno! –gruñó el búho–. ¡Ya veremos qué pasa el día de la carrera! Llegó el momento de la carrera. –Preparados… Listos… ¡KIKIRIKÍ..! –gritó el gallo, dando la señal de partida. La liebre salió disparada y se perdió de vista, mientras que la tortuga no intentó ir más deprisa de lo que en ella era habitual. Mientras los animales más veloces se dirigían hacia la línea de llegada, los más lentos se habían ido colocando a lo largo del camino para dar ánimos a la tortuga.


–¡Vamos, vamos, compañera! –animaban los caracoles. r

–¡No te rindas! –gritaban los erizos.

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La liebre, por el contrario, pronto se aburrió de correr. ¡Para qué iba a molestarse, si la carrera estaba chupada!

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“Me da tiempo a comer unas cuantas zanahorias…”, pensó. “El ejercicio me ha abierto el apetito”.

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La tortuga iba concentrada en su carrera, plas, plas, plas, marcando siempre el mismo ritmo.

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Pero después de comer le entró mucha sed y tuvo que ir hasta el río a beber. Y como el ejercicio y la comida le habían dado sueño, la liebre se echó a dormir debajo de un matorral.

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Mientras, la tortuga avanzaba, avanzaba… Cuando la liebre se despertó había pasado mucho tiempo. ¿Qué era aquello que llegaba por lo alto de la colina? ¡Si era la tortuga! Vaya, se había dado prisa, pero ahora estaba a su alcance. La tortuga todavía tenía que bajar la colina para llegar a la meta, distancia más que suficiente para darle alcance. Entonces, la tortuga miró hacia atrás y vio que se acercaba la liebre. Sin pensárselo dos veces, metió la cabeza y las patas dentro de su caparazón, tomó un pequeño impulso y..., ¡hale hop!, se echó a rodar pendiente abajo. Cuando la liebre llegó a lo alto de la colina, la tortuga bajaba rodando y a cada vuelta cogía más velocidad. La liebre lo intentó, pero era inútil. La tortuga cruzó la línea de meta como un coche sin frenos. La liebre desapareció avergonzada y no se la vio en mucho tiempo, y durante días no se habló de otra cosa en el bosque. El búho no dejaba de repetir a unos y a otros: –Ya os lo dije: la tortuga sabía que podía ganar. Para eso contaba con su propio esfuerzo y también con la estupidez de la liebre. Y es que muchas veces el trabajo y el esfuerzo permiten que consigamos lo que queremos. Adaptación de la fábula de LA FONTAINE


Cuento: La princesa y el guisante

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Cuentos populares Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero con una verdadera princesa de sangre real. Viajó por todo el mundo buscando una, pero era muy difícil encontrarla, mucho más difícil de lo que había supuesto. Las princesas abundaban, pero no era sencillo averiguar si eran de sangre real. Siempre acababa descubriendo en ellas algo que le demostraba que en realidad no lo eran, y el príncipe volvió a su país muy triste por no haber encontrado una verdadera princesa real. Una noche, estando en su castillo, se desencadenó una terrible tormenta: llovía muchísimo, los relámpagos iluminaban el cielo y los truenos sonaban muy fuerte. De pronto, se oyó que alguien llamaba a la puerta: –¡Toc, toc! La familia no entendía quién podía estar a la intemperie en semejante noche de tormenta y fueron a abrir la puerta. –¿Quién es? –preguntó el padre del príncipe. –Soy la princesa del reino de Safí –contestó una voz débil y cansada–. Me he perdido en la oscuridad y no sé regresar a donde estaba. Le abrieron la puerta y se encontraron con una hermosa joven: –Pero ¡Dios mío! ¡Qué aspecto tienes!


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La lluvia chorreaba por sus ropas y sus cabellos. El agua salía de sus zapatos como si de una fuente se tratase. Tenía frío y tiritaba.

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La reina quería averiguar si la joven era una princesa de verdad.

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En el castillo le dieron ropa seca y la invitaron a cenar. Poco a poco entró en calor al lado de la chimenea.

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–¿Qué tal has dormido, joven princesa? –¡Oh! Terriblemente mal –contestó–. No he dormido en toda la noche. No comprendo qué tenía la cama; Dios sabe lo que sería. Tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible! –Entonces, ¡eres una verdadera princesa! Porque, a pesar de los muchos colchones y edredones, has sentido la molestia del guisante. ¡Sólo una verdadera princesa podía ser tan sensible! El príncipe se casó con ella porque ya estaba seguro de que era una verdadera princesa. Después de tanto tiempo, al final encontró lo que quería. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Adaptación del cuento de ANDERSEN

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A la mañana siguiente, el príncipe preguntó:

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Al llegar la noche, la reina colocó un guisante bajo los colchones y después se fue a dormir.

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«Ya sé lo que haré –pensó–. Colocaré un guisante debajo de los muchos edredones y colchones que hay en la cama para ver si lo nota. Si no se da cuenta no será una verdadera princesa. Así podremos demostrar su sensibilidad.»


Cuento: La ratita presumida En un bonito pueblo había una casita que tenía fama por ser la más limpia y reluciente. En ella, vivía una simpática ratita que era muy pero que muy presumida. Un día, mientras barría la puerta de su casa, la Ratita vio algo en el suelo:

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Cuentos populares

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–¡Qué suerte, si es una moneda de oro! Me compraré una cinta de seda para hacerme un lazo. r

Entonces se fue a la mercería del pueblo y se compró el lazo más bonito. –Tralará, larita, limpio mi casita, tralará, larita, limpio mi casita –cantaba la Ratita, mientras salía a la puerta para que todos la vieran. –Buenos días, Ratita –dijo el señor Burro–. Todos los días paso por aquí, pero nunca me había fijado en lo guapa que eres. –Gracias, señor Burro –dijo la Ratita poniendo voz muy coqueta. –Dime, Ratita, ¿te quieres casar conmigo? –Tal vez –respondió la Ratita–. Pero ¿cómo harás por las noches? –¡Hiooo, hiooo! –dijo el Burro soltando su mejor rebuzno. Y la Ratita contestó: –¡Contigo no me puedo casar porque con ese ruido me despertarás! Se fue el Burro bastante disgustado, cuando, al pasar, dijo el señor Perro: –¿Cómo es que hasta hoy no me había dado cuenta de que eres tan requetebonita? Dime, Ratita, ¿te quieres casar conmigo?


–Tal vez, pero antes dime: ¿cómo harás por las noches? –¡Guauuu, guauuu!

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–¡Contigo no me puedo casar porque con ese ruido me despertarás!

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Mientras, un ratoncito que vivía cerca de su casa y que estaba enamorado de ella veía lo que pasaba. Se acercó y dijo: –¡Buenos días, vecina!

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–¡Ah!, eres tú –dijo sin hacerle caso.

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–Todos los días estás preciosa, pero hoy más.

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–Muy amable, pero no puedo hablar contigo porque estoy muy ocupada. Después de un rato pasó el señor Gato y dijo: –Buenos días, Ratita, ¿sabes que eres la joven más bonita? ¿Te quieres casar conmigo? –Tal vez –dijo la Ratita–, pero ¿cómo harás por las noches? –¡Miauuu, miauuu! –contestó con un dulce maullido. –¡Contigo me quiero casar, pues con ese maullido me acariciarás! El día antes de la boda el señor Gato invitó a la Ratita a comer unas cuantas golosinas al campo, pero mientras él preparaba el fuego la Ratita miró en la cesta para sacar la comida, y… –¡Qué raro!, sólo hay un tenedor, un cuchillo y una servilleta, pero ¿dónde está la comida? –¡La comida eres tú! –dijo el Gato, y enseñó sus colmillos. Cuando iba a comerse a la Ratita, apareció el Ratoncito, que, como no se fiaba del Gato, los había seguido hasta allí. Entonces, cogió un palo de la fogata y se lo puso en la cola para que saliera corriendo. –Ratita, Ratita, eres la más bonita –le dijo el Ratoncito, muy nervioso–. ¿Te quieres casar conmigo? –Tal vez, pero ¿cómo harás por las noches? –Por las noches –dijo él–, dormir y callar. –Entonces, contigo me quiero casar. Poco después se casaron y fueron muy pero que muy felices. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM


Cuento: Los músicos de Bremen Había una vez un molinero que tenía un viejo burro. El pobre animal se había pasado largos años trabajando para el hombre, pero últimamente le empezaban a fallar las fuerzas. –¡Este borrico cada vez está más inútil! –exclamó un día el molinero–. Mejor será que me compre uno más joven y éste lo lleve al matadero. Algo me darán por él y, además, será una boca menos que alimentar.

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Cuentos populares

El animal, al oír eso, abandonó rápidamente el molino donde había gastado toda su vida trabajando “como un burro” para un hombre ingrato y egoísta. Su idea era dirigirse a la ciudad de Bremen para ganarse la vida como músico callejero. Por el camino, se encontró a un perro cazador que respiraba con dificultad: –Estás muy cansado –dijo el burro. –¡Cómo no! Huyo de mi amo, que quiere matarme porque soy viejo y no puedo cazar. No sé cómo voy a vivir ahora –le contó el perro. –Yo estoy en la misma situación que tú y voy a Bremen porque quiero ser músico callejero. ¿Por qué no vienes? ¡Podemos formar un dúo musical! Al perro le pareció una buena idea y juntos se fueron a Bremen. Iban contándose historias cuando vieron a un gato sentado en el camino. –¿Qué te ocurre, gato, que tienes esa cara? –preguntó el burro. –Como soy viejo y no puedo correr detrás de los ratones, mi ama no me quiere. –Nosotros nos vamos a Bremen para ser músicos callejeros. ¿Te quieres venir con nosotros? Los gatos sois famosos por vuestras serenatas nocturnas. ¡Podemos formar un trío!


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–¿Qué te sucede?

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Al gato le pareció una buena idea y se fue con ellos. Esa tarde, cuando los tres animales pasaban por una granja escucharon a un gallo que cantaba con todas sus fuerzas. Se acercaron a él y el burro le preguntó:

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–Mi ama tiene mañana invitados y he oído que ordenaba a la criada que cocinase al gallo más viejo del corral.

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–¡Vamos! –contestó el burro–. Así podremos comer algo. Se asomaron por la ventana y vieron una gran mesa con mucha comida y sacos repletos de monedas de oro que se estaban repartiendo tres individuos. –Creo que se trata de unos ladrones que se están repartiendo un botín –informó el burro a sus amigos. –Hay una forma de echarlos de la casa –dijo el gato–. Cada uno de nosotros, en solitario, no sería capaz de echarlos. Pero juntos podemos darle un susto. Acto seguido, el burro apoyó sus patas delanteras en el borde de la ventana, luego el perro saltó y se colocó sobre el lomo del burro; el gato trepó a su vez y se colocó sobre el perro, y, por último, el gallo alzó el vuelo y se posó sobre la cabeza del gato. Una vez lograda esta posición, los cuatro se pusieron a cantar a pleno pulmón. El burro rebuznaba con todas sus fuerzas; el perro ladraba como si se hubiera vuelto loco; el gato maullaba como si le estuvieran pisando el rabo; y el gallo lanzaba unos kikirikíes tan potentes que habrían despertado a todo un pueblo. ¡Y todo al mismo tiempo! Al oír tan espantoso griterío, los ladrones quedaron espantados. Vieron una monstruosa figura al otro lado de la ventana, en medio de la negrura de la noche, y creyeron que se trataba de un fantasma, un dragón o algo todavía peor. Así que huyeron y se perdieron en lo más profundo del bosque. –¡Esto sí que ha sido debutar con éxito en nuestra profesión de músicos! –se decían unos a otros. En cuanto a los cuatro amigos, se encontraron tan a gusto en aquella casa, que decidieron quedarse a vivir allí. Tal vez decidieran ir a Bremen de excursión y deleitar a sus habitantes con su canto. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM

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–¡A lo mejor es una casa! –dijo el gallo a sus compañeros.

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Y así fue como los cuatro animales se pusieron en camino. Andando, andando, vieron una luz:

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–¡Eso es horrible! –exclamaron a la vez el burro, el perro y el gato–. ¿Por qué no vienes con nosotros? ¡Podemos formar un cuarteto!


Cuento: Los siete cabritillos y el lobo

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Lenguaje

–Voy al bosque a buscar comida, así que portaos bien y, sobre todo, no abráis la puerta a nadie –dijo la cabra a sus siete hijos.

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En una bonita cabaña vivía la señora cabra en compañía de sus siete hijos.

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–Puedes irte tranquila, mamá, sólo te abriremos a ti –contestaron los hijitos. r

Al poco rato, llamaron a la puerta. –¡Tan, tan! Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre –dijo el lobo con su voz. –No, no te abriremos, tú no eres nuestra madre, tú tienes la voz muy ronca. ¡Tú eres el lobo! –contestaron los cabritillos. Y el lobo se fue enfadado a la granja de la gallina. Compró claras de huevo para suavizar la voz, se tomó las claras y volvió a la casa de los cabritillos. –¡Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre! –dijo con voz muy fina. –¡Tú no eres nuestra madre! Ella tiene las patas blancas y tú las tienes negras. ¡Eres el lobo! Y el lobo se fue muy furioso hacia el molino para que el molinero le cubriera las patas de harina y fuesen blancas. –¡Tan, tan! Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre –dijo el lobo. –Enséñanos primero la pata –contestaron los cabritillos. Y, al ver que la pata era blanca, le abrieron la puerta. El lobo se fue a por ellos y, aunque todos se escondieron, el lobo encontró a todos menos al más pequeño, que se escondió en el reloj. Los metió en un saco y se lo ató a la espalda.


–¡Más tarde me los comeré en el campo! –exclamó el lobo. r e

Cuando llegó mamá cabra de buscar comida entró en la casa, encontró todas las cosas revueltas y tiradas por el suelo. Empezó a llamar a sus hijos y a buscarlos, pero no los encontró por ninguna parte.

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–¡Mamá, estoy metido en la caja del reloj! –dijo el más pequeño–. El lobo se ha llevado a mis hermanos.

r Era mamá cabra, que estaba cerca. Cuando el lobo miró para ver lo que pensaba, los cabritillos le empujaron al pozo. Desde entonces, mamá cabra y sus cabritillos vivieron felices y nunca se volvió a ver al lobo por esos lugares. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM

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Cuando el lobo se despertó, pensó: “¡Mmmm…! Me comeré a los cabritillos”. Pero como en el pozo que tenía al lado se oía un ruido, se dijo: “Antes voy a ver qué ruido se oye en el pozo”.

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–¡Chss…! No despertéis al lobo, que vamos a meter piedras para engañarle.

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Loca de pena, mamá cabra se fue al bosque a buscar a sus pequeñines y vio al lobo durmiendo con el saco a su lado. Sin pensarlo abrió el saco, se encontró con sus hijos y les dijo:


Cuento: Pinocho

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Cuentos populares Hace mucho tiempo, un carpintero llamado Gepeto, como se sentía muy solo, cogió de su taller un trozo de madera y construyó un muñeco llamado Pinocho. –¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de verdad. Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco. –¡Hola, padre! –saludó Pinocho. –¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes. –Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces? –¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo! Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para comprar los libros. Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba: –Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto. De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó: –¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres! Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies. –¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos. –¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función. –No porque tengo que ir al colegio. –Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado –le dijo un señor. Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto: –¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino. –Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero. –¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más? –Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho. –Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero. –¿Y dónde está ese campo?


–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro. r e

Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol. Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.

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–¿Dónde perdiste las monedas?

–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir? –¡Venga, vamos! Entonces, apareció el Hada Azul. –¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó. –Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí. Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena. –¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho. Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte. –Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca. Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente, apareció el Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad. Adaptación del cuento de COLLODI

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–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.

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Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.

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–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.

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Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.

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–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.


Cuento: Pulgarcito Había una vez una familia de leñadores que tenía siete hijos. Al más pequeño le llamaban Pulgarcito porque cuando nació tenía el tamaño de un dedo pulgar.

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Un día, se fueron al bosque todos los hermanos sin darse cuenta de que se estaban alejando mucho. Todos, menos Pulgarcito, a quien se le ocurrió dejar migas de pan para marcar el camino. De repente…

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Cuentos populares

–¡Mamá, papá! –exclamaban llorando–. ¡Estamos solos! ¡Nos hemos perdido! –¡Dejad de llorar! –dijo Pulgarcito–. Yo os llevaré a casa. Sin embargo, se llevaron una terrible sorpresa al darse cuenta de que los pájaros se habían comido las migas de pan que Pulgarcito había dejado. Con mucho miedo, comenzaron a caminar sin rumbo hasta que vieron una casa. –¡Vamos! –les dijo Pulgarcito a sus hermanos–. ¡Cerca de aquí hay una casa, así que no os preocupéis! –¿Podemos pasar? ¡Nos hemos perdido! –dijeron llamando a la puerta. –¡Pobrecitos –dijo la mujer que salió a abrir–, dónde habéis ido a caer! ¿Acaso no sabéis que aquí vive un ogro que se come a los niños? –¿Y qué podemos hacer? –dijo Pulgarcito, tiritando–. En el bosque nos devorarán los lobos o moriremos de frío. La mujer del ogro, creyendo que podría esconder a los hermanos, los dejó pasar y los escondió.


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Al poco rato llegó el ogro. Nada más entrar, se puso a olfatear por toda la casa. Era un ogro muy feo que tenía una nariz muy grande y mucho pelo por todo el cuerpo. –¡Mmm, huelo a carne fresca! –decía a cada paso que daba.

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–¡Es el cordero que te he preparado de cena! –dijo la mujer.

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–¡No digas tonterías! ¡Es a carne fresca y tierna a lo que estoy oliendo!

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Y, de repente, descubrió a los niños.

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El ogro tenía siete hijas, y cuando se quedaron dormidas Pulgarcito les cambió las coronas que tenían puestas en la cabeza por sus gorritos para engañar al ogro.

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Y, efectivamente, le engañaron, porque cuando fue a buscar a los hermanos tocó la cabeza de sus hijas y, al tocar los gorritos, pensó que eran ellos y se marchó. –Ahora puedo dormir tranquilo –pensó el ogro volviendo a su cama. Pulgarcito y sus hermanos aprovecharon que el ogro estaba durmiendo para escapar. –¡Vamos a escondernos tras esa roca! –les gritó a sus hermanos. El ogro, cuando se despertó y se dio cuenta de que los niños se habían marchado, se enfadó mucho y se fue a buscarlos. –¡Esos mocosos me las van a pagar! ¡Mujer, dame mis botas mágicas que voy a atraparlos y a comérmelos! El ogro se cambió de botas para correr más deprisa y poder atraparlos. Y eso es lo que hizo, correr y correr hasta que tuvo que tumbarse a descansar. –¡Vamos, deprisa! ¡Ahora que está dormido aprovechemos para quitarle las botas! –dijo Pulgarcito a sus hermanos, que estaban escondidos. Así lo hicieron, y el pequeño Pulgarcito se puso las botas para ir a buscar ayuda. Cuando llegó al pueblo y contó lo que les había ocurrido a él y a sus hermanos, la gente del pueblo se puso muy contenta y le dieron las gracias porque llevaban mucho tiempo buscándolos. Corrieron a rescatarlos y los llevaron a su casa con sus padres, que estaban deseando verlos. Adaptación del cuento de PERRAULT

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–¿Acaso querías engañarme, mujer? ¡Jo, jo, jo! Mañana me los comeré. Acuéstalos en la habitación que mañana me ocuparé de ellos.


Cuento: Rapunzel

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Cuentos populares En un lejano país vivían un hombre y una mujer que deseaban con todas sus fuerzas tener un hijo. Tenían una preciosa casa cerca de un jardín lleno de flores y frutos al que nunca se atrevían a pasar porque pertenecía a una bruja muy poderosa. Un día, la mujer estaba mirando el jardín y vio unos hermosos melocotones que le apetecieron enseguida. Se lo dijo a su marido y éste fue a buscarle los melocotones. De repente oyó un grito: –¡Atrevido! Te estás llevando mis mejores melocotones. Era la bruja. –Los cogí por pura necesidad. Son para mi pobre mujer, que está muy delicada. –¡Bien, hombre, ya que tu mujer los desea tanto, puedes llevarte todos los melocotones que quieras de mi jardín. Pero has de prometerme que si algún día llegáis a tener un hijo, me lo entregaréis en el momento de nacer! El hombre, como pensaba que no iba a poder tener hijos, accedió. Sin embargo, al poco tiempo les nació una niña preciosa que llamaron Rapunzel. La bruja cumplió su promesa y se la llevó. El matrimonio se quedó tristísimo. Pasó el tiempo y Rapunzel se convirtió en una guapísima joven con una preciosa melena rubia. Los cabellos de Rapunzel eran lo más hermoso que se haya visto jamás. Rubios como el oro, tan finos como la seda y muy, muy largos, puesto que no se los había cortado jamás. Era tan guapa que la bruja no quería que nadie la viera. Por eso, la encerró en una torre. De vez en cuando le gritaba: –¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera!


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El príncipe quería ver a la joven que tenía esa hermosa voz, pero no la encontraba. Decidió esconderse durante unos días a ver si descubría quién era la joven que cantaba tan bien. Un día, estando escondido, escuchó:

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Al cabo del tiempo un príncipe pasó por allí y al acercarse a la torre oyó cantar una voz. Le sorprendió lo dulce que era, tan dulce que se paró a escuchar. Era la voz de Rapunzel. Como estaba siempre sola, se entretenía cantando bonitas canciones.

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Cuando la hermosa joven escuchaba la voz de la bruja echaba por la ventana su pelo dorado y por él subía la vieja.

–¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera!

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Y así vio cómo la bruja subía por el pelo de la joven.

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Al día siguiente, él hizo lo mismo y al ver a Rapunzel le prometió sacarla de allí. Al anochecer, la bruja volvió a subir y Rapunzel le preguntó: –¿Por qué pesas tú más que el príncipe? –¿Cómo puedes tú conocer al príncipe? –le preguntó enfadada–. ¡Ahora no volverás a verle! –exclamó. Y, en ese momento, le cortó su preciosa melena y llevó a Rapunzel a un desierto donde no pudiese encontrarla nadie. Esa noche el príncipe gritó: –¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera! La bruja lo tenía todo preparado. Sacó la melena de Rapunzel por la ventana y el príncipe empezó a subir. Cuando iba por la mitad, la bruja soltó la melena y el príncipe cayó sobre unos espinos que le dejaron ciego. El príncipe huyó como pudo. Empezó a vagar por el bosque, sin saber adónde iba. Al cabo de mucho tiempo llegó al desierto donde vivía Rapunzel. Ella le vio y le abrazó llorando. Dos de sus lágrimas humedecieron los ojos del príncipe y, al momento, quedaron curados. Entonces, el dolor se convirtió en alegría y felices y contentos llegaron al reino del príncipe, donde vivieron juntos muchos años. Adaptación del cuento de los hermanos GRIMM


Cuento: Simbad el marino

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Cuentos populares Hace muchos años nació Simbad en la ciudad de Bagdad. Siendo aún muy joven heredó de su familia una enorme fortuna que gastó en lujos y fiestas. Cuando le quedaba ya poco dinero decidió embarcarse en un navío y marcharse hacia las Indias para comerciar. Un día muy caluroso el viento dejó de soplar y el barco se paró muy cerca de una isla. Simbad y otros tripulantes del barco decidieron hacer una excursión por la isla y, una vez allí, prendieron fuego para asar carne. De repente, el suelo se estremeció como si fuera sacudido por un terremoto. ¡Lo que habían creído una isla era el lomo de una gran ballena! El animal empezó a dar coletazos y Simbad cayó al agua. Los tripulantes del barco pensaron que se había ahogado. Sin embargo, Simbad consiguió agarrarse a una madera. Al cabo de dos días una ola le arrojó sobre una isla. –¿Qué será esto? –exclamó extrañado al ver una bola blanca de gran tamaño. De pronto, Simbad miró a lo alto y vio a un inmenso pájaro que iba hacia él. –¡Es el pájaro Roc! –dijo asustado. En efecto, era el pájaro Roc y aquella bola blanca era uno de sus huevos. De hecho, lo que hizo el enorme animal fue dejarse caer sobre el huevo para calentarlo. –¡Ya sé lo que haré! –pensó Simbad–. Enrollaré mi turbante a la pata del pájaro Roc. Y al amanecer, el pájaro se echó a volar y el marino con él, hasta otro lugar en el que se posó. –¡Bueno! –exclamó el marino–. ¡Veamos dónde he venido a parar!


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Sin embargo, aquel misterioso valle también estaba lleno de preciosos diamantes.

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–¡Qué mala suerte! –se lamentó–. ¡Consigo escapar de un callejón sin salida para venir a otro peor!

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En la falda de una de las montañas se sentó a descansar cuando, de repente, vio que estaba rodeado de serpientes.

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En seguida se dio cuenta de que se hallaba en un profundo valle, rodeado de montañas tan altas que era imposible escalarlas.

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–Ya sé lo que haré para salir de aquí. Mataré a una serpiente y me ataré a ella con el turbante. Así lo hizo, y se tumbó a la espera de que el pájaro Roc viese la serpiente y la cogiera para comérsela. Pocos minutos después el monstruo de los aires planeó sobre el valle y al ver la serpiente la apresó con sus garras. Durante el viaje, el pájaro sobrevoló el mar y Simbad divisó un enorme barco navegando sobre las aguas azules. Cortó con un cuchillo el turbante y cayó al agua confiando en que los tripulantes del barco le rescataran. ¡Por fin estaba a salvo! Gracias a los diamantes no le faltó de nada, pero muy pronto volvió a embarcarse. En esta ocasión unos piratas asaltaron su barco y apresaron a Simbad para venderlo como esclavo. –Pareces un hombre fuerte –dijo un mercader que quería comprarlo–. Dime las cosas que sabes hacer para ver si me puedes servir. –Manejo muy bien el arco –contestó Simbad. –Bien. Demuéstramelo. Ve a la selva y tráeme marfil de elefantes –le pidió el mercader. A Simbad le daba mucha pena cazar elefantes y siempre fallaba los disparos. Un día vio un elefante muy viejo y lo siguió. Éste le llevó hasta el cementerio de los elefantes. Allí había tantos colmillos que cuando informó a su amo éste se volvió loco de alegría. En agradecimiento le dejó libre y le regaló un barco para que Simbad siguiese corriendo aventuras. Adaptación del cuento popular

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Por lo que pudiera pasar, llenó de diamantes una bolsa de cuero que llevaba.

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–¡Aquí estoy, rodeado de una fortuna con la que podría comprar medio mundo y condenado a no salir jamás de este lugar! –exclamó Simbad.


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