Leila Blue 4: Las libélulas adamantinas

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Título original: Leila Blue. Le libellule adamantine Para Conchita, con cariño.

1.ª edición: octubre 2012 © Atlantyca Dreamfarm s.r.l., Italia, 2011 International Rights © Atlantyca S.p.A., via Leopardi 8, 20123 Milán, Italia foreignrights@atlantyca.it - www.atlantyca.com Edición original publicada por Arnoldo Mondadori Editore S.p.A, Milán, 2011 © De la traducción: Verónica Castañón Nieto, 2012 © De esta edición: Grupo Anaya, S. A., Madrid, 2012 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid www.anayainfantilyjuvenil.com e-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es Los nombres, personajes e indicios relacionados contenidos en este libro, propiedad de Atlantyca Dreamfarm s.r.l., han sido cedidos en exclusiva a Atlantyca S.p.A en su versión original. Su traducción y/o versiones adaptadas son propiedad de Atlantyca S.p.A. Todos los derechos reservados.

ISBN: 978-84-678-2934-1 Depósito legal: M. 20.363/2012 Impreso en España - Printed in Spain Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia Española en la nueva Ortografía de la lengua española, publicada en 2010.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.


Miriam Dubini

Las libélulas adamantinas

Traducción de Verónica Castañón Nieto Ilustrado por Alessandra Sorrentino


Los personajes

Leila

La abuela Erminia Elena

La tĂ­a Frenky FloriĂĄn


Merlín

Ivy Bullitpot

Astra

Su Mística Majestad

La Blanquísima


Del CĂłdex Magicorum de la BlanquĂ­sima

H echizo de la obediencia eterna Dame tus ojos, dame tu alma, dame tus recuerdos y tus sentimientos. La persona que eras se va y yo me quedo con tus pensamientos.

Dame tus pies, dame tu aliento, ÂĄno puedes escapar, te tengo preso!


Harás todo lo que te digo y no tendrás ningún amigo.

Dame tu devoción, dame tu fe, olvida tu nombre y de quién es. Solamente quedo yo, así que obedece mi canción.

Desde ahora no eres nadie. Como la piel sin la serpiente, tu voz se empieza a deshacer y en mi sombra te conviertes.



P rólogo

Pobre gatito

E

l gato Merlín miró a la emperatriz con los ojos en blanco. La luz roja de sus pupilas desapareció poco a poco y se volvió fría como las ascuas de un fuego apagado. Un momento más tarde, sus iris se encendieron con una nueva luz de color azul claro, el mismo color de los ojos de su nueva dueña. La Blanquísima estudió al felino con aire satisfecho: el hechizo de la obediencia eterna había funcionado a la perfección. En adelante, aquel animalucho caprichoso sería tan devoto y servicial como un cachorrillo. 9


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Merlín solo era el primero de la lista. También las brujas buenas tendrían que inclinarse muy pronto ante ella y obedecer sus órdenes. Cuando eso ocurriese, habría llegado el momento de someter a los sinmagia del mundo entero... Las criaturas mágicas llevaban demasiado tiempo condenadas a esconderse, a fingir, a renunciar a sus maravillosos poderes, y todo por culpa de los humanos. Una gran guerra estaba a punto de estallar y aquel gato era su arma más importante. Por eso, lo tenía custodiado en el lugar más seguro. —Volved a encerrarlo en las mazmorras —ordenó la emperatriz. Los cisnes se pusieron firmes. —¡Cadete, agarre al prisionero! —ordenó Mister Flanagan—. ¡Madame, verifique la presencia de las llaves! 10


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gatito

—¡Presencia verificada! —contestó enseguida Madame Prin, sacando un manojo de llaves de plata de debajo de las alas y mostrando una con una imagen de una calavera. Brosius, en cambio, no dijo nada. Cogió con delicadeza a Merlín entre las alas y marchó detrás de sus dos compañeros aguantando la respiración. Pero en cuanto estuvieron lo bastante lejos del salón del trono, el cadete empezó a llorar a moco tendido. —¡Pobre amigo mío! ¡Mi único amigo! ¿Qué te han hecho? —sollozó estrechando al gato entre sus plumas con fuerza—. ¿Qué será de ti ahora, encerrado en ese sótano helado? Merlín le dirigió una mirada ausente, como si fuera un muñeco de peluche con los ojos tan vacíos como un par de botones de plástico. Dentro de aquel cuerpo peludo no quedaba ni rastro del gato que Brosius había conocido, y el cisne ya echaba de menos los insoportables caprichos de su amigo. Madame Prin, por el contrario, suspiró profundamente aliviada. —Por suerte, siempre podemos contar con la eficacia de Su Resplandeciente Blancura para eliminar 11


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todo desorden. Ahora, la paz volverá por fin a los eternos hielos de este castillo —dijo, al tiempo que abría la celda de Merlín. —¡Pero ha convertido a mi amigo en un muñeco! —protestó Brosius. —¡Esa mujer es un genio! —se limitó a contestar Madame—. Me gustaría ser como ella. —¡Esa mujer es un monstruo y tú ya eres como ella! ¡Otro monstruo! —replicó el cadete. —¡No permitiré que hables así de nuestra emperatriz! ¡No delante de mí! —¡Pues entonces desaparece, gallina! —¡Prrr! —hizo Madame Prin, escandalizada—. ¡Esto es lo nunca visto! El capitán Flanagan se vio obligado a intervenir: —Te lo advierto, cadete: te estás pasando de la raya. Aquí hay una jerarquía que debes respetar, del mismo modo que tienes que respetar al reino, a la emperatriz y todas sus decisiones. —¿Y si no lo hago? —lo desafió Brosius. —¡Si no lo haces, terminarás entre rejas, como el gato! —intervino Madame con malicia. 12


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gatito

—¡Perfecto! —decidió Brosius. Entró en la celda y se sentó junto a su amigo de cuatro patas—. Este es el único sitio en el que quiero estar. Y allí, en la helada oscuridad de aquella celda subterránea, se quedaron el cisne y el gato, uno junto al otro, día tras día, durante dos largos meses. En ese tiempo, la Blanquísima se dedicó a escuchar el viento y a observar imperturbable el horizonte despejado sobre los montes más allá del castillo. Esperaba una señal de las rebeldes y estaba dispuesta a aguardar sin moverse de su trono todo el tiempo que fuese necesario. No tenía elección. No podía contar con Ivy Bullitpot, la reina de las brujas, ya que estaba en la cárcel. Y tampoco podía fiarse de las otras brujas malas, pues habían demostrado ser un hatajo de pánfilas sin igual. Había llegado el momento de enfrentarse a las rebeldes cara a cara, atrayéndolas al castillo con sus despiadados planes. Dejó de dormir, dejó de comer, dejó de hablar. Solo se concentraba en el rumor del viento para poder 13


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percibir los más ligeros susurros que llegasen desde cualquier parte del mundo. Por fin, después de dos largos meses en ayunas, sin pegar ojo y sin hacer otra cosa que escuchar, llegó la señal, que se metió en los sótanos del castillo arrastrándose por los escalones helados con arpegios irresistibles. Rebotó entre las rejas nota tras nota y llegó a los oídos de Merlín con el dulce sonido de la voz de su antigua dueña. —Ha llegado el momento, mi señora —maulló el gato con la voz inexpresiva de un robot. Brosius se le quedó mirando sin comprender lo que ocurría. De pronto, un zumbido amenazador se acercó y su terrorífico eco atravesó los túneles que llevaban a las mazmorras. Una nube de libélulas adamantinas hizo su aparición delante de los barrotes. Acto seguido se dispersó y entre las alas, afiladas como cuchillas, apareció la Blanquísima.

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