Título original: The Midnight Library. Shut your Mouth
1.ª edición: octubre 2010
© Working Partners Limited, 2006 Publicado por primera vez en Gran Bretaña por Hodder Children's Books © De la traducción: Miguel Azaola, 2010 © De la fotografía de cubierta: Getty Images / Anaya © Grupo Anaya, S.A., Madrid, 2010 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid www.anayainfantilyjuvenil.com e-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es Diseño de cubierta: Miguel Ángel Pacheco y Javier Serrano ISBN: 978-84-667-9338-4 Depósito legal: NA. 2025/2010 Imprime y encuaderna RODESA. Impreso en España - Printed in Spain
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La bombonera de los horrores
–¡E
h, tú! ¿Qué estás haciendo? Louise casi dio un salto mortal del susto. Niki, Laura y Sarah se habían acercado sigilosamente mientras les esperaba sentada en el parque, hablando con una niña pequeña que estaba dándole una sesión de columpio a su conejo de trapo, y Niki le había soltado un berrido pegada a su oído. Ahora las tres se retorcían de risa señalándola con el dedo. —Muy graciosa —dijo Louise entre dientes, intentando permanecer impasible. Sentada como estaba, parecía que Niki la dominaba desde arriba, con su pelo rojizo que le brotaba de 11
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la cabeza como un halo llameante. Louise sabía que Niki podía ser de lo más divertida, pero eso solía ocurrir solo cuando se hacía lo que ella quería. —¡Vaya cara que has puesto! —decía Laura, escupiendo las palabras entre carcajadas—. Has hecho... uuuh... oooh —y abrió la boca en una gran O que permitía ver los destellos de su aparato de ortodoncia. —¡Eh, tú! ¡Baja del columpio! —dijo Niki, y Louise la vio dirigirse hacia la pequeña—. ¡Y llévate contigo ese ridículo conejo blanducho! —ordenó, y arrojó violentamente al suelo el juguete de la niña. Louise no soportaba a Niki cuando se ponía así. —Déjala en paz, Niki... —empezó a decir, pero Laura metió baza. —A ver, ¿es que no has visto el cartel? —interrumpió—: ¡No se permiten animales! —Es que... no es un animal de verdad —murmuró la niña. Louise pudo observar que se sentía intimidada. El color había huido de su cara, y levantaba la mirada fugazmente para volver a clavarla en seguida en el suelo. —Me temo que, si tiene cuatro patas y rabo, cuenta como animal —dijo Sarah, tratando de aparentar la mayor seriedad. 12
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—Vamos, chicas. Dejadla tranquila. No está haciendo daño a nadie —dijo Louise, con la intención de distraer a Niki y a las otras dos. —Suelta ese columpio de una vez, niña, y lárgate —dijo Niki, ignorando totalmente a Louise. En ese momento, Louise vio que una mujer venía hacia los columpios a paso rápido. «Gracias a Dios, debe de ser su madre», pensó Louise. «Ella pondrá a Niki en su sitio». Al ver que la mujer se acercaba, Niki se agachó junto a la niña. —¡Y que no se te ocurra ir con el cuento a tu madre! —musitó a su oído, y la cría se apartó como si le hubiera picado una avispa y salió corriendo. —¡Parece que hubiera visto a la bruja del cuento! —rio tontamente Sarah. —¡Es que la ha visto! —respondió Niki, y agarró el columpio. Laura y Sarah la imitaron, pero Louise vaciló. «Esto es un rollo», pensó. «Recuerdo lo simpáticas que erais antes las tres, pero no sé desde cuándo os habéis convertido en semejantes abusonas». En seguida se dio cuenta de que Niki le estaba dirigiendo una de sus miradas inquietantes. Louise las conocía bien. Esta en concreto quería decir «¿Estás con nosotras o no?». 13
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—¿Qué? —dijo, mirando fijamente a Niki a su vez. —¡Nada! Por favor, Louise, hay veces que eres tan susceptible... —dijo Niki, y Louise sintió que su cara enrojecía ante las miradas de desaprobación de Laura y Sarah. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. No valía la pena. Si trataba de explicarse, aún pondría las cosas peor. —Es que estoy algo tensa después de ese examen de mates que hemos tenido. Nada más —mintió y, con una sonrisa forzada, agarró uno de los columpios. —Chicas... Mirad allá —dijo Sarah—. Parece que tenemos problemas. Louise vio que la madre de la niñita caminaba con determinación hacia un guarda del parque y señalaba a las cuatro amigas con el dedo. «Vaya», pensó Louise. «Estupendo, Niki. Ahora la señora nos pedirá nuestros nombres y preguntará a qué colegio vamos. Y todo por estos estúpidos columpios... para los que somos demasiado mayores de todos modos». Niki saltó al suelo. —¡Vámonos de aquí! Esa chivata de cría nos ha acusado. El guarda se puso a gesticular dirigiéndose a ellas y, de pronto, echó a correr. Louise frenó el columpio 14
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con los pies, se apeó de él y salió de estampía con las otras tres en dirección a la entrada del parque. Mientras el guarda las perseguía, Niki, Laura y Sarah se echaron a reír a carcajadas. Louise, al ver cómo el guarda, un hombre fornido de cara colorada y piernas cortas, se esforzaba en darles alcance, no pudo evitar reírse también. —¡Eh, chicas! ¡Alto ahí! —resollaba el hombre. —¡Es como si te persiguiera una pelota de playa! —jadeó Laura. Cuando llegaron a la entrada, Louise miró atrás y vio que el guarda había abandonado la persecución. Laura y Sarah se dejaron caer en un banco. Louise respiró al comprobar que esta vez no las atrapaban, pero su sensación de alivio quedó hecha trizas cuando se fijó en la niñita de los columpios. Estaba sollozando, abrazada a las piernas de su madre. Echó un vistazo al banco para ver si Laura y Sarah se percataban de lo que habían hecho. Pero estaban mirando en otra dirección. Escuchaban a Niki. —Bueno, chicas. Esa mocosa nos ha fastidiado la diversión de esta tarde... ¿A quién sugerís que podríamos gastarle una bromita ahora? —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. Louise sabía lo que se avecinaba. 15
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—¿Al señor We-We-Webster? —dijo Sarah. —¡Premio! —sonrió Niki.
El señor Webster era el dueño de la confitería que formaba parte de las tiendas que se alineaban frente a la entrada del parque. Louise pensaba que La Bombonera era la tienda más maravillosa que había visitado nunca. El señor Webster elaboraba todos sus dulces él mismo, en la cocina de atrás, y cada uno de ellos era totalmente único en su género y sabía mucho mejor que cualquier producto industrial que se le pareciese. —¡Muy bien! —dijo Niki cuando llegaron a la confitería—. ¿Qué menú tenemos hoy? —No me lo puedo creer... —se lamentó Sarah—. ¡Solo me quedan veinte peniques! —No te preocupes, Sarah —dijo Niki, con una sonrisa de la que Louise había aprendido a desconfiar—. ¿Qué falta nos hace el dinero? —¿Qué quieres decir? —rio Laura. —Bueno... We-We no debería cobrar tanto, ¿no creéis? —dijo Niki con una carcajada. Cuando sus amigas se ponían en ese plan, Louise no lo podía soportar. Las había conocido desde pequeñas y sabía que ninguna de ellas necesitaba llevarse 16
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nada de una tienda sin pagar. Pero, por alguna razón, Niki había empezado a hacerlo últimamente, y Laura y Sarah la secundaban por pura diversión. A Louise no le gustaba la clase de persona en que se estaba convirtiendo Niki. —Yo tengo algo de dinero, así que pagaré lo mío de todas formas —dijo, tratando de aparentar un tono despreocupado. Niki la miró con severidad. —Mira que eres muermo, Louise. ¿Por qué no te vas a casa y punto? En su voz había un deje de crueldad. Louise tragó saliva. Podía sentir en los oídos cómo le latía el corazón. —Me iré cuando quiera y adonde quiera. Tú no eres mi madre, Niki, así que para el carro. Louise advirtió las miradas de incredulidad de Laura y Sarah, pero se resistió a desviar la suya y mantuvo los ojos fijos en Niki. Hubo una larga pausa y, de pronto, en el rostro de Niki apareció una gran sonrisa. —¡Así me gusta! —dijo, dándole a Louise una palmada en la espalda—. ¡Sé que siempre puedo contar contigo para que me sigas las bromas! «Sí, sí... ahora llámale broma», pensó Louise, furiosa. 17
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Niki empujó bruscamente la puerta de la tienda y entró en ella, haciendo sonar con violencia la campanilla. Louise trató de tranquilizarse. «No tengo por qué hacer nada que yo no quiera», se dijo con determinación. Penetrar en el fresco recinto de La Bombonera siempre le daba la sensación de viajar hacia atrás en el tiempo. Para Louise, el olor de los dulces mezclado con el aroma de los viejos mostradores de madera encerada no se parecía a ninguna otra cosa conocida. Le encantaba el modo en que los cristales policromados de las ventanas hacían que la luz de la tienda resultara tenue y misteriosa. Los colores del arco iris parpadeaban sobre los estantes, con sus filas de grandes tarros llenos de fabulosos caramelos de formas y tamaños de todo tipo, brillantes como joyas. —¡EH, HOLA, SEÑOR WEBSTER! ¡YA ESTAMOS AQUÍ! —vociferó Niki, haciendo saltar por los aires la calma del interior de la tienda. Louise siguió a Niki, Sarah y Laura hasta el curvo mostrador de caoba que ocupaba todo un lado del local. Inspeccionó el surtido de bombones y caramelos que se veían al otro lado del cristal, algunos de ellos tan especiales que estaban envueltos y etiquetados uno por uno. 18
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El señor Webster, calzado con sus viejas y gastadas zapatillas, llegó resoplando desde el fondo de la tienda. Tenía una cabeza calva a la que parecía haber estado sacando brillo, sus mejillas eran rosadas y pecosas y sus ojillos escrutaban a las chicas por encima de unas gafas de aspecto vetusto. —Ya sabía yo que erais vosotras —gruñó—. Sois como una manada de elefantes salvajes. El hombre se plantó ante ellas y esperó a que le pidieran algo. Louise sintió que la tensión aumentaba en su interior al ver cómo Sarah cambiaba unos por otros los rótulos de los distintos dulces en las mismas narices del confitero. —¿Pe-pe-pero qué es lo que estás haciendo? —balbució el señor Webster. Louise sabía que, cuando el señor Webster se disgustaba o se enfadaba, se ponía a tartamudear. Lo sintió por él, porque eso era justo lo que a Niki, Laura y Sarah les parecía lo más divertido de todo. —Solo estoy intentando ayudarle, señor Webster —contestó Sarah, con cara de inocente—. Esto creo que va aquí, ¿verdad? —y quitó un rótulo que decía Sorpresas de mango y puso en su lugar otro que decía Volutas de plátano. —¡Deja eso quieto! 19
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El señor Webster dio un manotazo para agarrar el letrero, pero antes de que lo alcanzara, Sarah se lo pasó a Laura. —Vamos, señor Webster —dijo Laura, poniéndose fuera de su alcance—. Sabe usted bien que eso de dar manotazos está feo. Louise vio cómo Niki se agachaba frente a una nota que decía NO TOCAR. Estaba atiborrándose de chocolate, sin que pareciera preocuparle si el señor Webster la miraba o no. Louise sintió que se le hacía un nudo de inquietud en el estómago. Parecía que la habían tomado con el señor Webster a fondo. —¿Y dónde vamos a poner esto ahora? —dijo Laura llevándose el rótulo al otro lado de la tienda. Pero el señor Webster acababa de ver a Niki. —Cua-cua-cualquier cosa que toques, tendrás que pa-pa-pagarla —tartamudeó, furioso. —¿Pagar qué? ¡Yo no he tocado nada! —repuso Niki—. A ver, señor Webster, demuéstremelo —dijo, lanzando al hombre una mirada desafiante. —Tú la has visto, ¿no? —el señor Webster giró sobre sus talones y miró a Louise—. Seguro que tú tambien has estado cogiendo cosas. —Yo no he hecho nada. ¡De verdad! —replicó Louise, indignada. 20
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—¿Es que no sa-sa-sabes leer? —dijo el señor Webster, pasando rápidamente junto a ella y dirigiéndose hacia Laura—. ¡Dice NO TOCAR! —¡No me diga! ¡Creí que ponía TOCAR! Qué tonta. La verdad es que tendría usted que escribir mejor estos rótulos, señor Webster —contestó Laura. —Pe-pe-pe... —empezó a decir el señor Webster. Louise se sorprendió a sí misma sonriendo a su pesar. La escena era realmente graciosa, con el señor Webster corriendo de un lado a otro para evitar que Niki, Laura y Sarah le reorganizaran las vitrinas, que él había dispuesto con tanto cuidado. En ese momento Louise notó que le tiraba un costado. Bajó la vista y vio que Niki había metido un puñado de caramelos envueltos en papel de plata en el bolsillo de su chaqueta. Trató de empujarlos más hacia dentro, donde no pudieran verse. —¿Qué estás haciendo? —le dijo a Niki en un susurro. Podía sentir cómo le ardían las mejillas. —Cierra el pico y disimula o nos pillará —le contestó Niki, escupiéndole las palabras. Louise se sintió avergonzada; lo que estaba haciendo era injustificable. Pero si no quería quedar como una chivata con sus amigas tendría que portarse como una ladrona con el señor Webster. Odiaba a 21
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Niki por colocarla en semejante situación. «No te pongas colorada o el señor Webster se dará cuenta de que has hecho algo malo», se ordenó a sí misma, concentrándose en ello todo lo posible. —Bueno, ¿vais a comprar algo o no? —les apremió el señor Webster. Miraba fijamente a Louise, que sintió cómo a su lado Niki le daba con el codo. —Mmm... No estoy segura. ¿Qué te parece, Louise? —dijo Niki, mirando a Louise con una horrible sonrisa petulante en la cara. —Hoy nada —se apresuró a decir Louise—. Solo estaba... asegurándome de que no me habían quitado el móvil —continuó, palpándose el bolsillo. —¡Eh, chicas, mirad eso! —dijo Niki. Estaba con la mirada fija en el estante más alto, sobre el que había una pequeña pila de cajas forradas de terciopelo. De ellas se desprendían unas brillantes cintas de raso que caían en rizos sobre el estante. En el canto de cada una, grabadas en letras curvas y doradas, se leían las palabras Delicias de Webster. Las cajas le parecieron a Louise lo más bonito que había visto nunca en aquella tienda. —¿Qué tienen dentro, señor Webster? —preguntó. El señor Webster empujó sus gafas hacia lo alto de la nariz. 22
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—Nada que te interese. —Pero ¿no podemos comprarlo? —preguntó Niki. —Desde luego que no —le espetó el señor Webster—. Son una cosa nueva, y no es para vosotras. —¿Por qué no? —preguntó Sarah con vehemencia. —Olvídalo, Sarah —dijo Niki, volviendo la espalda al señor Webster—. Puede quedarse con sus estúpidas cajas si quiere —se burló—. De todas maneras, para nosotras no serían tan especiales. Vámonos, chicas. Laura y Sarah la siguieron fuera de la tienda. Louise dirigió una última mirada a las Delicias antes de salir ella también.
Era viernes y se habían quedado a dormir todas en casa de Sarah. Sarah había alquilado la película favorita del grupo y su madre les había preparado un chile con carne que tenía un aspecto estupendo. Louise lo estaba pasando realmente bien y las cuatro amigas se reían con las bobadas del colegio. La película estaba llegando a la escena que las chicas solían recitar entera de memoria, adjudicándose cada una un papel distinto. Louise era casi siempre el 23
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chico guaperas que trataba de ganarse los favores de la rubia. Pero algo iba mal. Louise miró a Niki, que apartó a un lado el vaso de papel parafinado lleno de palomitas de maíz con cara de asco. —Esto sabe a cartón —rezongó. Louise pudo percibir que el ambiente de la habitación cambiaba. Laura miró fugazmente a Sarah y, sin decir palabra, se levantó y apagó el televisor. —¿Por qué no querría vendernos esos dulces? —dijo Niki en voz baja, como hablando consigo misma —deben de ser realmente excepcionales —suspiró—. Por eso los tiene fuera del alcance de la gente. —Puede que use para el chocolate los granos de cacao de mayor calidad —sugirió Laura. —Y que todos los demás ingredientes procedan de su fábrica supersecreta —dijo Sarah en un tono sibilante y dramático. —De todas formas, sea lo que sea lo que los hace tan especiales, seguirá siendo un secreto —dijo Louise—. Esas cajas están demasiado altas para que podamos alcanzarlas por nuestra cuenta. —Muy bien. Pues si no piensa venderlas —dijo Niki con una gran sonrisa—, tendremos que servirnos nosotras mismas, ¿no? 24
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—¡Eso esss! —siseó Sarah. —Pero ¿cómo llegaremos hasta ellas? Están en el último estante —dijo Louise, que confiaba en que el hecho de que estuvieran tan altas habría disuadido a Niki de cualquier plan. —Pues habrá que esperar a que no haya ningún cliente —dijo Niki— y encontrar la forma de hacer que el señor Webster salga por la parte de atrás. —Eso va a ser difícil, ¿no crees? —señaló desesperadamente Louise; quería dar al traste con el plan desde su inicio, de forma que Niki se pusiera a pensar en cualquier otra cosa. Niki se detuvo un momento. —Quizá podríamos decirle que algo huele a quemado en su cocina... Laura la interrumpió. —No, mira, hacemos lo siguiente: una de nosotras le telefonea. Nunca he visto un teléfono en la tienda, así que apuesto a que está en la cocina... —¿Y después qué? ¿Las demás nos colamos en la tienda mientras tanto y nos apoderamos de las cajas? —Louise comprobó que Sarah había entendido la idea. —Eso es —contestó Laura. —A mí me suena bien —dijo Niki, y se volvió a Louise—. ¿Te apuntas? 25
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Louise lo pensó un momento. «Solo son unos estúpidos dulces, no es una operación en que vaya a haber heridos... Además, Niki me hará la vida imposible si no me apunto». Louise respiró hondo. —Me apunto —dijo.
Louise y sus amigas estaban en la entrada del parque y miraban a la gente que iba de compras de un extremo al otro de la calle. —¡Muy bien! —dijo Niki con la mirada fija en el escaparate de la confitería—. ¿Quién va a ser la que llame a We-Webster? Se volvió y miró con intención a Louise. Louise iba a decir que no; estaba segura de que se sentiría demasiado nerviosa para parecer una clienta convincente. —Un momento... ¡Laura! Tú eres muy buena para las voces —dijo Niki de pronto, y Louise sintió un alivio inmediato. No le apetecía lo más mínimo que la forzaran a hacer aquella llamada tramposa. —¡Estupendo! —Laura parecía realmente entusiasmada—. Pues venga, allá va la de prueba. «Oigaa... Muy buenas, ¿es usted el señor Webster? Espléndido. Mire, sería fabuloso si...». 26
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—¡Eh, no te pases! —bufó Niki, irritada. Laura, incómoda por la mirada de Niki, se apoyó en el otro pie. —Vale, Niki, vale... ssshh. «Como le decía, sería estupendo que además me hiciera usted lo siguiente: quisiera que fueran en cajas de regalo y envueltos en papel dorado. Supongo que tiene usted papel dorado...». Niki la interrumpió en mitad del monólogo. —Ya. Así estará bien. A Louise le asaltó una duda de pronto. —¿Y qué pasará cuando no aparezca nadie a recoger el encargo? Niki dio un suspiro de un dramatismo exagerado. —Tranquila, Louise. Para cuando el viejo se dé cuenta de lo que está pasando, ya le habremos birlado un par de cajas de esas Delicias. —¿Dónde nos esconderemos antes de empezar? —preguntó Laura, echando una ojeada a la acera de enfrente. —¿Qué os parece detrás de esos chismes? —dijo, señalando una fila de contenedores de basura con ruedas. —La gente podría vernos y preguntarse qué estamos haciendo —repuso Louise. 27
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—¡Vive peligrosamente por una vez, Louise! —dijo Niki, con una sonrisa burlona y dándole con el codo en el brazo. Antes de que Louise pudiera responderle, Niki echó a correr hacia la confitería sin fijarse apenas en la intensa circulación antes de cruzar la calle. Sarah la siguió de inmediato, y Louise se dio cuenta de que ella misma también se había puesto a avanzar cada vez más deprisa. Sentía cómo la excitación iba sustituyendo al nerviosismo, y siguió los pasos de Sarah sin casi prestar atención a los conductores que hacían sonar las bocinas a su alrededor. Con la sangre bulléndole dentro de los oídos, atravesó los dos carriles de tráfico. Una furgoneta se detuvo a su lado con un chirrido de frenos, y el conductor tocó el claxon y bajó la ventanilla. —¡Mira por dónde vas! —aulló. —¡Lo siento! —sonrió tímidamente Louise, y, tras mirar a la tienda para asegurarse de que el señor Webster no se había dado cuenta del alboroto, fue a unirse a Niki y a Sarah tras los contenedores rodantes. Niki estaba furibunda. —Pero ¿qué es lo que haces? ¡Podías haberlo echado todo a perder! 28
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—Apuesto a que el viejo Webster te ha visto —dijo Sarah, con cara de enojo, y remetió un bucle rubio bajo su gorra de lana—. Ahora estará alerta por si aparecemos. A través de los viejos cristales de colores, Louise pudo ver borrosamente al señor Webster que atendía a una clienta. Se agachó de nuevo junto a Niki y a Sarah. —No pasa nada. Está atendiendo. No puede haberme visto —dijo. —Esto es como actuar en una película —dijo Sarah. —¡Espero que no sea Misión Imposible! —le contestó Louise en un susurro. —Bien. Vamos a hacer lo siguiente: cuando Webster vaya a la parte de atrás para contestar la llamada de Laura, nosotras entramos y buscamos algo a lo que podamos subirnos. A continuación agarramos dos cajas de Delicias y nos largamos —explicó Niki—. Louise: mientras Sarah y yo nos encargamos de las Delicias, tú te apoyas contra la puerta de la cocina para impedir que salga Webster. «Ahora solo tenemos que esperar a que se vaya la clienta», pensó Louise. Sentía que una extraña mezcla de excitación y ansiedad le anudaba el estómago y le recorría todo el cuerpo. 29
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