GARDNE Y L R AS L Ilustraciones de
David Roberts
LA
MISTERIOSA CAJA DE CERILLAS
AGENCIA DE DETECTIVES MÁGICOS
LA MISTERIOSA CAJA DE CERILLAS
AGENCIA DE DETECTIVES MÁGICOS
GARDNE Y L R AS L Ilustraciones de
David Roberts
LA MISTERIOSA CAJA DE CERILLAS
AGENCIA DE DETECTIVES MรกGICOS
Título original: Wings & Co. The Matchbox Mysteries
1.ª edición: octubre de 2015
© Del texto: Sally Gardner, 2014 © De las ilustraciones: David Roberts, 2014 Publicado por primera vez en Gran Bretaña por Orion Children’s Books. © De la traducción: Jaime Valero Martínez, 2015 © Grupo Anaya, S. A., Madrid, 2015 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid www.anayainfantilyjuvenil.com e-mail: anayainfantilyjuvenil@anaya.es ISBN: 978-84-678-7171-5 Depósito legal: M-24366-2015 Impreso en España - Printed in Spain
Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia Española en la Ortografía de la lengua española, publicada en el año 2010.
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
A mi maravilloso hermano Charlie, con todo mi cari単o
Capítulo uno FÍESE DE PHIBBS No hay chollo mejor en vehículos a motor
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so es lo que decía el cartel situado en lo alto del con cesionario de Podgy Bottom. El propietario, Preston Phibbs, estaba abrillantando con orgullo un descapota ble Ford Thunderbird rojo de 1957 cuando la gigantes ca silueta de un hombre de anchas espaldas y con som brero se proyectó sobre el suelo del concesionario. Preston Phibbs sintió un extraño escalofrío que le recorrió el espinazo. —Hola —dijo—. Muy buenas, ¿puedo ayudarle? La silueta se extendió sobre la capota color crema del coche. De la nada emergió una voz con un marcado acento americano. —Ahí va, échale un ojo a esas ruedacas: negras y blancas con tapacubos plateados.
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—Sí, así es —respondió Preston Phibbs mientras jugueteaba, nervioso, con su bigote. Seguía sin ser ca paz de identificar la procedencia de aquella voz.
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—Los embellecedores de esos faros son la repa nocha —dijo—. Esta monada tiene la mejor sonrisa cromada que he visto nunca. Preston Phibbs seguía sin poder ver a su interlo cutor. Se llevó un susto de muerte cuando percibió una presencia detrás de él. Se dio la vuelta y se encontró ante un hombre que vestía como un gánster salido de una película antigua en blanco y negro. Llevaba un sombrero de fieltro ca lado sobre unas gafas oscuras que daban paso a una
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pajarita enorme, de forma que, a excepción de una nariz bastante colorada, su rostro quedaba oculto a la vista. Su traje cruzado llevaba tanto relleno en los hombros que aquel hombre parecía tener una forma casi cuadrada. Llevaba los pies enfundados en unos zapatos blanquinegros muy puntiagudos. —Estamos a punto de cerrar —dijo Preston Phibbs. —En ese caso he llegado a tiempo. Voy a llevar me ese coche a casa —dijo el hombre, señalando al Ford Thunderbird descapotable. Preston Phibbs tenía experiencia suficiente como vendedor de coches para saber que era un error juz gar a un hombre por llevar un traje de gánster que le sentaba fatal. —Este coche, señor, es uno de los mejores ejem plos de su categoría y cuesta ochenta y cinco mil li bras. —No me venga con tantos ceros —replicó el hombre. —Je, muy ingenioso, señor —dijo Preston Phibbs. Sonrió. Estaba claro. Apenas quedaba una semana para Halloween y se iba a celebrar una fiesta en el ho
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tel León Rojo. Por eso aquel tipo iba vestido de gánster. Seguro que participaba en algu na de las actuaciones. —¿Va a participar en la juerga que van a montar en el hotel León Rojo este Halloween? —¿Juerga? Sí, siempre estoy lis to para correrme una —respondió el hombre mientras se paseaba alrededor del coche, hasta que se detuvo para hacer visera con las manos y contemplar el volante rojo a través de la ventana. Cuando se inclinó hacia adelante, Preston Phibbs vio, alarmado, un bulto que asomaba bajo su chaqueta. —Es una preciosidad. Lo quiero —dijo el hombre. —Me temo que estoy a punto de cerrar —repitió Preston Phibbs. Se puso a juguetear con su teléfono móvil. Aquel cliente estaba empezando a inquietarle. —Cerremos el trato ya mismo —replicó el hom bre, y se sacó del bolsillo no una chequera ni una tar jeta de crédito, sino una caja de cerillas.
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—Vamos a cerrar —insistió Preston Phibbs, que empezó a sentir un calor extraño por debajo del cuello de la camisa—. ¿Por qué no vuelve mañana por la mañana, señor? —No me venga con que vuelva mañana. Yo hago las cosas AQUÍ y AHORA —dijo el hombre, que se sacó una enorme pistola de agua de plástico de debajo de su chaqueta cruzada. Preston Phibbs soltó una sonora carcajada de ali vio. —Eso quedará muy bien en la fiesta de Halloween. Supongo que usted realizará una de esas actuaciones estelares sobre las que he leído. ¿Es usted un mago, quizá? —preguntó. —Puede decirse que sí —respondió el hombre, que disparó la pistola de agua sobre el Thunderbird. —No, no. Nada de jueguecitos con el agua —dijo Preston Phibbs—. Acabo de sacar brillo al... Pero antes de que pudiera decir nada más, el des capotable Ford Thunderbird rojo de 1957 comenzó a encogerse. Sin palabras, Preston Phibbs vio cómo la solución a sus problemas económicos se iba encogien do cada vez más, hasta que el coche fue tan pequeño
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que el hombre lo recogió y lo metió en la caja de ce rillas. Para cuando Preston Phibbs se hubo recuperado de la conmoción por lo que acababa de ocurrir, lo único que pudo ver de aquel hombre fue su enorme sombra desapareciendo por la puerta del concesionario. Con dedos temblorosos, llamó a la comisaría de policía de Podgy Bottom. El sargento Litton respon dió al teléfono. —Me han encogido un coche... Es decir, me han robado un coche —exclamó Preston Phibbs—. ¡En cogido! ¡Robado! Esa no era la primera llamada extraña que recibía el sargento Litton aquel día. Por la mañana, habían llevado a las urgencias del hospital de Podgy Bottom a un hombre que aseguraba haber visto cómo se enco gía un Rolls Royce al tamaño de una caja de cerillas. Aquella tarde, una mujer había llamado desde la su cursal local del supermercado Slugbury para decir que había presenciado un hecho idéntico, este con su propio vehículo. El sargento Litton llegó al concesionario de Pres ton Phibbs en torno a las cinco y media. El vendedor
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de coches tenía el rostro más pálido que una pista de hielo. —¿Qué voy a hacer ahora? —se lamentó—. Ese coche era la solución a mis problemas de dinero. —Cuénteme lo ocurrido con sus propias palabras —dijo el sargento. —Mi descapotable Ford Thunderbird rojo de 1957 se encogió ante mis ojos —aulló el vendedor de coches. Lo interrumpió la canción publicitaria del conce sionario, que estaba programada para marcar la hora en punto, durante todo el día. Fíese de Phibbs. No hay chollo mejor en vehículos a motor. —Un cochazo de ochenta y cinco mil libras, desa parecido. Encogido al tamaño de una caja de cerillas. —¿Está seguro, señor? —preguntó el sargento Litton. —¡Sí! —gritó Preston Phibbs—. Y por una vez estoy diciendo la verdad.
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A
ASÓM AT
GIC MÁ
TIENDA A L EA
Podgy Bottom está en apuros. Por todo el pueblo, alguien está encogiendo coches hasta reducirlos al tamaño de una caja de cerillas, un conejito morado gigante anda suelto, y una extraña escoba está sembrando el caos y el desconcierto… ¿Qué piensan Emily, Buster y Fidel el gato? Sin duda, podría ser un nuevo caso para Hadas, S. A., la famosa agencia de detectives mágicos.
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Ilustración de cubierta: David Roberts